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    Loïc Blondiaux

    EL NUEVO ESPÍRITUDE LA DEMOCRACIA

     Actualidad de la democracia participativa

    Traducción de Mónica Cristina Padró

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    C APÍTULO II

    Las versiones plurales del ideal participativo

    Como acabamos de ver, el emblema de la democracia participativa es enel presente objeto de los usos más diversos. La intensidad de los homenajesque se le rinden en el orden del discurso contrasta con la prudencia de loscambios que se realizan en su nombre. Las esperanzas que la palabra des-pierta están a la altura de las frustraciones que la cosa engendra, y hasta ahoratodo parece ser mucho ruido y pocas nueces. A tal punto que es grande la ten-tación de abandonar la palabra y la cosa, de ironizar sobre lo que tal vez apa-recerá con el tiempo como un entusiasmo pasajero, una figura obligada paraaprendices demagogos, un engaño hábilmente modelado en honor de losciudadanos-infantes que somos nosotros.

    Todo conduce, sin embargo, a resistir a tal invitación y a tomar en serio lamayor parte de las evoluciones que se delinean hoy en día bajo el nombre dedemocracia participativa. Aun en la hipótesis de que se tratara de una nuevacortina de humo, en la que dichas evoluciones no serían más que ardid e ide-ología, valdría la pena comprender los motivos a los que sirven y los efectosde distracción que producen. En este libro hacemos una apuesta: pensamosque las consecuencias producidas por la difusión de esta norma de participa-ción en el funcionamiento habitual de nuestras democracias, son reales ydignas de ser tomadas en consideración. Es más, pensamos que ofrecen laspremisas de una nueva concepción de las relaciones políticas en nuestras so-ciedades, hipótesis que buscaremos demostrar en los dos últimos capítulos.

    Pero antes, vale la pena interesarse en los diferentes proyectos políticosque se fundan sobre ese conglomerado conceptual que es la noción de demo-cracia participativa. Estamos, en efecto, muy pobremente provistos, espe-cialmente en Francia, para pensar las evoluciones contemporáneas. Todosucede como si no dispusiéramos más que de dos vocablos para aprehender-las: los de democracia representativa y de democracia participativa. Un tercer

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    término casi ha desaparecido por completo: no hacemos más referencia hoyen día a la democracia directa, todavía menos a la autogestión77. Es significa-tivo notar, por ejemplo, que la reflexión sobre el referéndum y la iniciativapopular se realiza en otros lugares y de otros modos que los de la democraciaparticipativa.

    El concepto acogedor de democracia participativa parece tener que en-globar todo lo que en la vida política de las democracias contemporáneas noreenvía estrictamente a la lógica del gobierno representativo. Desde los pro-gramas de televisión interactivos que confrontan al candidato a una elecciónpresidencial con un panel de ciudadanos seleccionados por un instituto desondeos, hasta las negociaciones establecidas entre los poderes públicos y losrepresentantes del mundo asociativo bajo la égida del “Grenelle del me-dioambiente” de 2007, varias manifestaciones de esta proteiforme democra-cia participativa –cuando no todo, los públicos convocados, el dispositivopuesto en marcha o la finalidad del procedimiento–deberían incitar a distin-guir estas diferentes iniciativas.

    Salir de esta confusión supone acercarse a los diferentes universos políti-cos de referencia de la participación, a las motivaciones de aquellos que pre-conizan un incremento en la implicación de los ciudadanos en la discusión y

    la decisión políticas. A la pregunta de “¿por qué conviene que haya más par-ticipación?” se dan, en efecto, respuestas muy diversas y que pueden apare-cer como antinómicas en varios aspectos. Hemos optado por señalar, enprimer lugar, estas tensiones en los textos de los teóricos que inspiran esteideal participativo, sin presumir de ninguna manera una influencia directade sus escritos sobre las prácticas.

    En segundo lugar, veremos cómo, en la cotidianeidad de la actividad po-lítica, estas tensiones caracterizan igualmente la forma en que pueden ser ela-borados y ejecutados los instrumentos de la participación. Nos proponemosaquí pasar revista a tres tipos de procedimientos –el Presupuesto Participa-tivo, el Debate Público y el Jurado de Ciudadanos–que ofrecen tres construc-

    ciones alternativas del ideal participativo y delinean tres modalidadesposibles de realización de ese programa emergente.

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    77 Patrick Viveret, “L’autogestion: un mort bien vivant!”, Mouvements,18, 2001, pp. 38-43.

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    ¿Democracia participativa o democracia deliberativa?

    Los primeros teóricos de la democracia participativa, en el contexto nortea-mericano de los años setenta y ochenta, como Carole Pateman, C. B. Macpher-son o Benjamin Barber78, se inscriben claramente en una filiación filosófica quees en principio la de Jean-Jacques Rousseau y de John Stuart Mill. Ellos funda-mentan sus investigaciones en una crítica de la representación y hacen acon-trario del compromiso de cada uno en los asuntos de la ciudad, una

    condición de la libertad y de la plenitud individuales. Piensan la participa-ción, a la manera de Hannah Arendt, en términos cercanos a los que prevale-cían en la democracia ateniense79, y preconizan, en la estela del filósofopragmatista norteamericano John Dewey, la formación de un “público ac-tivo”, capaz de desplegar una capacidad de “investigación” y de buscar por símismo una solución adaptada a sus problemas80.

    La ciudadanía, según Benjamin Barber, debe ser concebida en la “demo-cracia fuerte” que desea alentar como una “forma de vivir”, en el marco deuna “comunidad democrática” viviente, de un “nosotros” constantementerecreado por la discusión. Esta participación es especialmente pensada a es-cala local, aun cuando las nuevas tecnologías de la información y de la comu-

    nicación pueden dejar entrever una posibilidad de participación a distancia.Preconizando al mismo tiempo la rotación en los cargos y la designación delos representantes por sorteo, Barber se muestra también fiel al ideal de la de-mocracia ateniense81.

    De acuerdo con esta primera fuente de inspiración, brevemente resumidaaquí, el desafío principal de la participación concierne a la formación de unaciudadanía activa e informada. Este ideal de democracia participativa seopone al funcionamiento habitual de las sociedades de masa modernas: “Lasmasas hacen ruido, escribe Barber, los ciudadanos deliberan; las masas tie-nen un comportamiento, los ciudadanos actúan; las masas se chocan y se

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    78 Carole Pateman, Participation and Democratic Theory, Cambridge, Cambridge University Press,1970; C.B. Macpherson, Principes et Limites de la démocratie libérale, Paris, La Découverte, 1985(1ra. Ed. 1977) ; B. Barber, Démocratie forte, op. cit.79 Hannah Arendt, Condition de l’homme moderne, Paris, Calmann-Lévy, 1983 (1ra. Ed. 1958).80 John Dewey, Le public et ses problèmes, Paris, Publications de l’Université de Pau/Farrago, 2003(1ra. Ed. 1927).81 B. Barber,Démocratie forte, op. cit.

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    cruzan, los ciudadanos se comprometen, comparten y contribuyen”82.Frente a las democracias liberales representativas acusadas de favorecer laapatía política del mayor número con el fin de conservar el orden existente,es importante, en estas condiciones, que el máximo posible de personaspueda implicarse en actividades de participación. Se trata, en particular, deque puedan reaparecer en este espacio público de discusión aquellos ciuda-danos que el orden liberal moderno mantiene comúnmente al margen de lacosa pública.

    Esta motivación de la participación permanece actualmente viva, sobretodo en las múltiples experiencias que tratan de implicar localmente a los públi-cos frágiles, principalmente en zonas populares. Ya sea que se trate de tallerespopulares de urbanismo, de grupos de “calificación mutua”, de “universidadesdel ciudadano” o de “teatro foro”, son movilizadas diferentes técnicas paraproducir un efecto de politización en el seno de estos grupos83. En esta demo-cracia participativa desde abajo, que excede ampliamente los esfuerzos rea-lizados para domesticarla, la finalidad de la participación se encuentraespecialmente en las variadas iniciativas que buscan reforzar las capacidadesde expresión y de acción de sus participantes y que no son generadas por lospoderes públicos.

    Desde hace veinte años, otra formulación del ideal participativo comenzóa emerger con un éxito creciente en el mundo anglosajón, en torno al con-cepto de “democracia deliberativa”. Esa corriente, inspirada en los escritosde Jürgen Habermas y de John Rawls84, desarrolla la idea según la cual en de-mocracia “la legitimidad y la racionalidad de las decisiones colectivas des-cansan en un proceso de deliberación colectiva, conducido racionalmente yequitativamente entre individuos libres e iguales”85. Estos autores trazan loscontornos de una definición procedimental de la legitimidad, en que ésta nose apoya ya solo en la naturaleza de la autoridad que toma la decisión, sino

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    Ibid.,p. 175.83 Marion Carrel, Faire participer les habitants? La politique de la ville à l’épreuve du public. Tesis de doc-torado en sociología, Paris V, 2004.84 Jürgen Habermas,Droit et Démocratie. Entre faits et normes, Paris, Gallimard, 1997 (1er. Ed. 1992);

     J. Rawls,Libéralisme politique, op. cit.85 Sheyla Benhabib “Towards Deliberative Model of Democratic Legitimacy”, en Sheyla Benhabib(ed.)Democracy and Difference. Contesting the Boundaries of the Political,Princeton, Princeton Uni-versity Press, 1996.

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    también en la manera en que la misma es producida, en el procedimiento enel que se inscribe86.

    Por un lado, el acento está puesto aquí en la capacidad de la deliberaciónpara fundamentar la legitimidad de la decisión y, por otro lado, en las compe-tencias desarrolladas por los participantes en la discusión, su aptitud paraformular argumentos racionales capaces de convencer al otro y de inscribirseen un proceso de “comprensión inter- subjetiva”, previo a un “entendimientoracionalmente motivado”, según los términos utilizados por Habermas. Estademocracia deliberativa supone, en la práctica, que se cumplan diferentescondiciones a fin de que la “fuerza del mejor argumento” pueda prevaleceren el intercambio.

    Exige, en primer lugar, participantes activos, orientados hacia el entendi-miento y abiertos a los argumentos del otro, delineando una figura delHomo politicus en las antípodas de la que se colocó en el centro de las democraciasneoliberales actuales, es decir, la de un individuo mínimamente interesadopor los asuntos políticos, con preferencias estables y atado a la defensa exclu-siva y decidida de sus intereses87. La deliberación debe, por otra parte, estarexenta de toda forma de coacción interna o externa que pueda perjudicar laigualdad de oportunidades de los participantes para hacerse escuchar88.

    Debe ser inclusiva y pública. “En principio, nadie puede estar excluido –se-ñala Habermas siguiendo a Cohen; todas las personas que puedan ser afec-tadas por las decisiones tomadas, tienen iguales oportunidades de acceder aellas y participar”89.

    Este ideal de democracia deliberativa, cuyo núcleo duro hemos tratadoaquí de reconstruir, propone un horizonte regulador para las democraciascontemporáneas. Conoce hoy en día un éxito sin precedentes en el pensa-miento político anglosajón, al punto tal de que algunos autores han llegadoa hablar al respecto del “giro deliberativo”90. Si bien sus primeros teóricos se

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    86 Bernard Manin, “Volonté général ou délibération? Esquisse d’une théorie générale de la délibé-

    ration politique”, Le Débat, 33, 1985.87 Wendy Brown,Les habits neufs de la politique mondiale. Néolibéralisme et néo-conservatisme, Paris,Les Prairies ordinaires, 2007.88 Joshua Cohen, “Deliberation and Democratic Legitimacy” en A. Hamlin y P. Pettit (ed.),The GoodPolity,Oxford, Basil Blackwell, 1989.89 J. Habermas,Droit et Démocratie, op. cit., p.330.90 Simone Chambers, “Deliberative Democratic Theory”, Annual Review of Political Science,6, 2003,pp. 307-326.

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    preocuparon bastante poco por las condiciones prácticas de actualización detal ideal, hoy son numerosas las experiencias concretas que lo reivindican,implícita o explícitamente. Un dispositivo como el “sondeo deliberativo”, in-ventado por el politólogo norteamericano James Fishkin, que se propone in-formar sobre una cuestión determinada y hacer dialogar durante dos días auna muestra de población de algunas centenas de personas, a fin de “saberqué piensan las personas cuando son incitadas a conducirse como ciudada-nos ideales”, se presenta, por ejemplo, como una experimentación directa deesta filosofía de la deliberación91.

    Las filosofías de la democracia deliberativa constituyen actualmente unade las mayores fuentes de inspiración de los experimentos de democraciaparticipativa, especialmente en el mundo anglosajón y en Europa del norte92.Francia, que aún no ha importado el concepto, parece menos permeable aellos. Dos razones pueden ser identificadas: en primer lugar, el sentido fran-cés del término “deliberación” que está siempre asociado a una toma de de-cisión efectiva y parece tener que quedar reservado para los juradoscriminales o las asambleas representativas. La segunda, tiene que ver, sindudas, con un menor apego cultural a las virtudes de la deliberación. Esta va-lorización del debate contradictorio en tanto que tal, que estuvo durante un

    tiempo en el corazón del ideal parlamentario, parece menos presente aquí93

    .La ausencia de enseñanza escolar de la discusión, así como la poca atenciónprestada generalmente a las condiciones prácticas del intercambio, consti-tuyen diferentes síntomas de esta situación94.

    Teorías de la democracia participativa y de la democracia deliberativacomparten numerosos presupuestos comunes, en particular, la insatisfac-ción con respecto a una definición de la democracia y de la ciudadanía, limi-

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    91 James Fishkin, “Vers una democratie deliberative: l’experimentation d’un ideal”, Hermès,31,2001 (1er. ed. 1999), p. 212.92 John Gastil y Peter Levine (ed.),The Deliberative Democracy Handbook. Strategies for Effective Civic

    Engagement in the 21th Century,San Francisco, Jossey Bass, 2005.93 Sobre el carácter central de la deliberación en la concepción original del trabajo parlamentariover: Jean-Philippe Heurtin, L’Espace public parlementaire. Essai sur les raisons du législateur,Paris,PUF, 1999. Sobre un episodio olvidado de valorización de la deliberación popular en los orígenesde la III República ver: Paula Cossart, Des délibérations aux manifestations de force. Socio-histoire desréunions politiques (1868-1939), Tesis de Ciencia Política, Paris I, 2006.94 Encontraremos elementos de reflexión sobre este punto en Philippe Breton, L’Incompétence dé-mocratique. La crise de la paroleaux sources du malaise (dans la) politique,Paris, La Découverte, 2006.

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    tada al principio mayoritario y al solo cumplimiento del voto. Se entrecruzansin cesar. Se distinguen, sin embargo, por su finalidad principal. Las prime-ras buscan la formación de comunidades ciudadanas activas, ponen elacento en el compromiso y la politización de los participantes. Las segundasapuntan a fundamentar mejor la decisión política relacionándola con unproceso de argumentación racional que implique puntos de vista contradic-torios. Si bien la distinción entre estas perspectivas, entre estas finalidadesposibles de participación, ha sido exagerada algunas veces95, no por ello esmenos real.

    ¿Democracia agonística o democracia domesticada?

    El concepto de política deliberativa, tal como ha sido formulado en par-ticular por Jürgen Habermas, invita a interrogarse sobre las relaciones queciertas versiones de la democracia participativa pueden establecer entre par-ticipación y búsqueda de consensos. En Habermas está claro que la búsquedade un acuerdo es central. Si bien no está establecido que una deliberación au-ténticamente democrática deba necesariamente llegar a tal acuerdo, ésta

    busca, no obstante, producir decisiones mejores y más justas, capaces de serobjeto de una aprobación unánime.

    En la práctica, numerosas experiencias de participación democráticaestán orientadas a la búsqueda de un consenso y la pacificación del conflictosocial. Este punto de vista es, en particular, generalmente aquel de los orga-nizadores institucionales de la participación, de los representantes electos ode los funcionarios planificadores. En la organización concreta de la discu-sión y bajo pretexto de mantener buenos modales en los intercambios, losdiscursos más reivindicativos, los menos respetuosos de las formas lingüís-ticas, tienen grandes posibilidades de ser reprimidos o al menos sancionadosde una u otra forma. Los intercambios fundados en una argumentación ra-

    cional son, por el contrario, valorizados, al igual que las posturas de honesti-dad y la escucha.

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    95 Dian Mutz, Hearing the Other Side. Deliberative versus Participatory Democracy,Cambridge, Cam-bridge University Press, 2006.

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    Los autores que se inscriben en la teoría crítica y en el feminismo, comoNancy Fraser, Melissa Williams o Iris Marion Young, critican fuertementeeste aspecto de la teoría de la democracia deliberativa. Se centran en la exi-gencia de reciprocidad y de imparcialidad que pesarían sobre los participan-tes en la discusión y en el hecho de que deberían prevalecer los argumentosracionales, así como una búsqueda de universalidad. Consideran que losgrupos minoritarios y/o frágiles (mujeres, Negros**, clases populares…) tie-nen pocas oportunidades de hacerse un lugar en esos recintos de discusión96.Esas críticas confirman aquellas que formula un autor como Axel Honneth,cuando opone la búsqueda del entendimiento racional tal como la concibeHabermas, a la crítica social que muestra una injusticia y un “sufrimiento” yque sería característica del sujeto contemporáneo97.

    En la medida en que lo importante para este individuo o estos grupossería, sobre todo, consolidar su propia identidad, mucho más que fundirseen un punto de vista universal; en la medida en que no estarían en condicio-nes de igualdad frente a las normas del discurso valoradas en tales espacios;en la medida, especialmente, en que deberían imponer su propia definiciónde la racionalidad frente a aquella que les imponen los grupos dominantes,los mismos tendrían total interés en huir de esos foros de participación, como

    de una trampa, por no ser capaces de obtener condiciones de discusión másequitativas98. En una versión crítica aún más radical, Chantal Mouffe opinaque las teorías de la deliberación “niegan el papel central en política de la di-mensión conflictual y su rol crucial en la formación de identidades colecti-vas”, y aboga por una “democracia agonística”99.

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    ** N d T. Negros está con mayúscula en el texto original: “Noirs”.96 Nancy Frazer, “Repenser l’espace public: une contribution à la critique de la démocratie réelle-ment existante”, en Nancy Frazer, «Qu’est-ce que la justice sociale? »,Paris, La Découverte, 2005 (1ra.Ed. 1992), pp. 107-144; Iris Marion Young, Inclusion and Democracy, Oxford, Oxford UniversityPress, 2000; Melissa Williams, “Représentation de groupe et démocratie délibérative: une alliance

    malaisée”,Philosophiques,28 (2), 2002, pp.215-250.97 Axel Honneth, “Une pathologie sociale de la raison. Sur l’héritage intellectuel de la «Théorie Cri-tique»”, en Axel Honneth, La société du mépris : vers une nouvelle théorie critique, Paris, La Décou-verte, 2006, pp. 101-130.98 Archon Fung, “Deliberation Before the Revolution. Towards and Ethics of Deliberative Demo-cracy in an Injust World”,Political Theory,33(3), 2006, p. 397.99 Chantal Mouffe, “Deliberative Democracy or Agonistic Pluralism?”, Social Research,66 (3), 1999,p. 752.

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    Estas críticas oponen claramente dos visiones de la participación de losciudadanos. En la primera, importaría sobre todo la institucionalización deesta participación bajo la forma de un intercambio argumentado en el cuallos grupos, incluidos los más marginalizados o los más radicales, aceptaríansentarse alrededor de una mesa a fin de llegar a un acuerdo. La otra versión,por el contrario, plantea una definición más “salvaje” de la participación, enla cual importaría ante todo la capacidad de auto-organización de los gruposperiféricos, su aptitud para plantarse contra los poderes instituidos, fuera detodo encuadramiento institucional, y para contestar las reglas del juego, paraconfigurar un “espacio público oposicional” donde serían libres de expre-sarse las “subjetividades rebeldes”100. Se juega aquí la cuestión central de lainstitucionalización en democracia de la desconfianza y de la protesta101.

    Esta tensión entre dos figuras de la participación se encuentra ya presenteen la reflexión del propio Jürgen Habermas. Cuando él opone, en sus escritossobre la democracia deliberativa, el espacio autónomo de una “sociedadcivil” organizada solo bajo la forma de estructuras comunicativas informales,productoras de una corriente continua de opinión pública, y la esfera públicainstitucional clásica (parlamento, gobierno…), siendo la primera la encar-gada de mantener de manera permanente “el asedio” a la segunda, con el pro-

    pósito de hacer escuchar sus puntos de vista, Habermas da cuenta de laseparación entre esas dos esferas102, sin conseguir pensar verdaderamente lanaturaleza de su relación103.

    La cuestión más general que plantea la democracia participativa tiene quever, sin embargo, con la posibilidad de una articulación entre estas dos di-mensiones de la participación, entre estas iniciativas de “democracia salvaje”,emergentes, lábiles, contestatarias, y la democracia representativa clásica,bajo una forma domesticada de democracia que no dudamos en designarcon el nombre de “democracia de criadero…”104.

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    100 Oskar Negt, L’Espace public oppositionnel, Paris, Payot, 2007.101 P. Rosanvallon, La Contre-démocratie, op. cit.102 J. Habermas,Droit et démocratie, op. cit.103 Sobre esta cuestión, ver la reflexión de Marie-Gabrielle Suraud, “Communication ou délibéra-tion: les échanges dans la société civile”,Hermès,47, 2007, pp. 177-184.104 Laurent Mermet, “Débattre sans savoir pourquoi”, en Martine Revel, Cécile Blatrix, Loïc Blon-diaux, Jean-Michel Fourniau, Bertrand Hériard Dubreuil y Rémi Lefebvre (dir.), Le Débat public :une expérience française de démocratie participative, Paris, La Découverte, 2007, pp.369-380.

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    ¿Técnica de gobierno o instrumento de emancipaciónpolítica?

    Como podemos notar, estas visiones antagónicas de la democracia parti-cipativa no hacen más que reproducir las tensiones que presidieron y presi-den aún la construcción de las democracias occidentales. Como el sufragiouniversal en sus comienzos, estas nuevas formas de participación pueden serpensadas a la vez como instrumentos de adiestramiento o de liberación,

    como tecnologías orientadas a canalizar los descontentos populares o comolugares donde una contestación del orden establecido puede lograr expre-sarse y fortalecerse.

    Es probable incluso que, paradójicamente, su éxito provenga de esta am-bivalencia. Los ejercicios de consulta puramente formales, con trucos dema-siado visibles, terminarían invariablemente por caer en el vacío, por no haberalcanzado un nivel de credibilidad mínimo. A la inversa, las estructuras departicipación que amenazaran con erigirse en un contra-poder, invirtiendolos roles establecidos, atropellando las reglas de juego institucional, perde-rían rápidamente el apoyo de los actores políticos en el poder. La democraciaparticipativa, en algunos aspectos, puede asimilarse a un juego de ingenuos

    voluntarios, en el cual queda abierta la posibilidad para cada uno de perse-guir sus propios intereses, sin incomodar al otro. Es en esta brecha en la quese ubican hoy en día las experiencias más interesantes y las más animadas. Lademocracia participativa merece que nos interesemos en ella, precisamenteporque ese es el lugar donde las contradicciones del orden democrático pue-den desplegarse.

    ¿Cuáles son estas experiencias? ¿Cuál es su naturaleza política? Hemoselegido distinguir aquí tres modalidades posibles de institucionalización dela participación, tres formas puras de implicación los ciudadanos “comunes”en la discusión de los asuntos públicos, sino en la toma de decisiones propia-mente dicha. Esos tres modelos tienen como característica estar amplia-

    mente difundidos en el mundo, haber sido codificados por sus primerospromotores y ser pensados en el presente como metodologías listas para suempleo. Las tres aparecieron en su forma actual a fines de los años ochenta, ysuscitan adhesiones que a veces limitan con el proselitismo. Tienen además,como otra característica, la de inscribirse en la prolongación de formas deconsulta más antiguas, que contribuyen de este modo a modernizar. A pesar

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    de sus similitudes, se diferencian por sus orígenes, sus áreas de difusión, su fi-nalidad, así como por la concepción de lo público y de la democracia que lesson subyacentes y que ayudan a reproducir. Estas tres versiones de la demo-cracia participativa se hallan presentes hoy en día en Francia con diversos gra-dos de elaboración. Si bien están muy lejos de resumir el universo de prácticasparticipativas, permiten ilustrar sus principales matices y oposiciones.

    El modelo del Presupuesto ParticipativoLa participación activa de los ciudadanos comunes en la elaboración de

    las elecciones colectivas no se ve hoy en el mundo, esencialmente, a escalalocal, sino micro-local. En los Estados Unidos sobrevive de ese modo desdeel Siglo XVIII, en un puñado de Estados de la antigua Nueva Inglaterra (Ver-mont, Maine…), una tradición de autogobierno del pueblo a nivel munici-pal, el town meeting, al que Tocqueville elogiara y que todavía hoy sirve dereferencia para el mundo de la participación105. En otros continentes, en elEstado de Kerala en India, por ejemplo, varias experiencias de planificacióndescentralizada a escala municipal en el área rural, han podido realizarse a

    fines de los años noventa con cierto éxito106

    .Casi en todas partes del mundo, es bajo la forma de asambleas de vecinos

    (neighborhood councils),de comités o de consejos de barrio que se practica fre-cuentemente la asociación de los ciudadanos al proceso de toma de decisio-nes. En la mayoría de los casos, estas instancias tienen el propósito de expresarsus necesidades y sus opiniones sobre los proyectos que les presenta la mu-nicipalidad. En algunas situaciones, menos numerosas, estos grupos puedenimpulsar proyectos de manera autónoma con el consentimiento y el sosténdirecto de las autoridades locales, que siempre se reservan, pase lo que pase,la última palabra. En algunos países del Sur, esta participación puede ser fo-

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    105 Frank M. Bryan, Real Democracy. The New England Town Meeting and How it Works,Chicago, TheChicago University Press, 2004. Sobre los límites de esta forma democrática, ver el libro impor-tante de Jane Mansbridge, Beyond Adversary Democracy,New York, Basic Books, 1980.106 T. M. Thomas Isaac y Patrick Heller, “Democracy and Development: Decentralized Planning inKerala”, en Archon Fung y Erik Olin Wright,Deepening Democracy. Institutional Innovations in Em-

     powered Participatory Governance,Londres, Verso, 2003, pp.77-110.

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    mentada por ONG’s o por programas de desarrollo, pero siempre en una es-cala micro-local.

    La institución del Presupuesto Participativo introduce una novedad ra-dical con respecto a las instancias puramente consultivas. En los principios,se trata aquí de transferir directamente una parte del poder de decisión a lapoblación, permitiéndole imponer sus directivas en materia presupuestaria.La afectación de una parte significativa de los presupuestos de inversión dela ciudad lo hace en función de las elecciones formuladas por la población enlas reuniones de las asambleas barriales, reuniones en las cuales, en princi-pio, todos los habitantes pueden expresarse. En la práctica, el procedimientodel Presupuesto Participativo se basa en una mecánica extremadamentecompleja que hace intervenir de manera activa a la municipalidad y sus ex-pertos, supone que las asambleas de base designen a los representantes en-cargados de defender sus elecciones en el escalón superior y obliga arigurosas negociaciones entre los diferentes actores implicados a lo largo detodo el ciclo presupuestario anual. Finalmente, la asamblea municipal o con-cejo deliberante ratifica las decisiones surgidas de ese proceso107.

    Esta fórmula de base conoce hoy numerosas variantes a través del mundo,pero se inspira, sin embargo, en una modalidad experimentada por primera

    vez en Porto Alegre (Brasil) después del ascenso en 1998 del Partido de losTrabajadores (PT) al ejecutivo municipal de esta ciudad de casi 1,3 millonesde habitantes. Debemos volver, entonces, a ese primer contexto de invenciónpara poder comprender su singularidad. La innovación se pone en marchaen un universo político local, donde el nuevo intendente proveniente del PTse encuentra expuesto en una asamblea municipal que le es opuesta, se pro-pone como objetivo luchar contra la corrupción y el clientelismo del antiguogobierno municipal, y busca apoyo para ello en un movimiento asociativo ycomunitario particularmente activo, en una ciudad donde el compromisopolítico de la población es tradicionalmente fuerte. La experiencia será rea-lizada durante casi quince años, hasta el fracaso del PT en las elecciones loca-

    les de 2004. A pesar de su éxito excepcional, que ha despertado con razón elinterés de los actores y de los investigadores del mundo entero, no habría al-

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    107 Sobre el detalle de este procedimiento ver: M. Gret y Y. Sintomer,Porto Alegre. L’espoir d’une autredémocratie,op. cit.

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    canzado más que a una pequeña fracción de la población de Porto Alegre:entre el 1% y el 5% de la población participa cada año en las reuniones debase. En total, luego de un poco menos de quince años de experiencia, soloalrededor del 10% de la población habría efectivamente participado108.

     A partir del inicio de los años noventa, este modelo del Presupuesto Par-ticipativo se va a extender, primero en Brasil, donde la Constitución reconoceademás un derecho a la participación de los habitantes desde 1988 y dondecontamos actualmente más de un centenar de experiencias de este tipo, yluego en el resto de América Latina. La etiqueta “Presupuesto Participativo”,con mayor frecuencia que el método mismo rigurosamente aplicado, se di-funde hoy en día a través del continente europeo donde la participación delos ciudadanos se reduce generalmente a la posibilidad dada a los habitantes deafectar “recursos presupuestarios” de montos irrisorios y, en vistas a inversio-nes micro-locales (juegos de plazas…). Si algunos casos merecen, sin embargo,que nos detengamos en ellos, les falta frecuentemente a esas experiencias laambición igualitaria y redistributiva que caracteriza a ciertos ejemplos lati-noamericanos109. En Francia, donde son raras las tentativas ambiciosas en estesentido, el consejo regional de Poitou-Charentes llevó adelante una experien-cia que buscaba conceder a asambleas des-localizadas, de alumnos secunda-

    rios, padres de alumnos110

    , profesores y directivos de los establecimientos, ladistribución de alrededor del 10% del presupuesto consagrado por la regióna los colegios secundarios.

    El modelo del Presupuesto Participativo se inscribe en sus orígenes en unprocedimiento voluntarista orientado a “democratizar radicalmente la de-mocracia”. Para sus promotores, se trataba de favorecer “la emergencia de unaciudadanía más consciente, más crítica y más exigente” erigiendo este espaciopúblico de tipo inédito como lo es el Presupuesto Participativo, en “centro dedecisión”111. Pero, esta innovación pone también en juego, en Porto Alegre,un proyecto de redistribución y de justicia social. Al permitir que los barrios

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    108 Leonardo Avritzer, “Nouvelles sphères publiques au Brésil : démocratie locale et délibérationpolitique”, en M.-H. Bacqué et al., Gestion de proximité et Démocratie participative, op. cit., p. 242.109Héloïse Nez, La Démocratie participative locale. Un questionnement de sa dimension inclusive à partir des expériences de Bobigny (France) et de Barreiro (Belo Horizonte, Brasil), IEP Paris, 2006.110 Ver el sitio de Internet de la región: http://www.democratie-participative.fr111 Tarso Genro y Ubiratan de Souza, Quand les habitants gèrent vraiment leur ville. Le Budget partici-

     patif : l’expérience de Porto Alegre au Brésil,Paris, Éditions Charles Léopold Mayer, 1998.

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    que se movilizan más, desde el punto de vista cuantitativo en las asambleasde base nombren más delegados, la municipalidad de Porto Alegre ha lo-grado que los barrios pobres se beneficien disponiendo de un peso mayor.

    De hecho, los sectores de categorías populares han sido constantementeinvitados e incitados a movilizarse fuertemente para obtener equipamientobásico en su barrio (cloacas, luminarias, asfaltado de calles…). En esta diná-mica, la municipalidad ha jugado un rol motor de acompañamiento y de mo-tivación. Finalmente, el modelo del Presupuesto Participativo propone unaforma de democracia participativa “profundizada”112 y continua, pero siem-pre encuadrada e inscripta en un proyecto político determinado.

    El modelo del Debate Público

    Esta otra forma de participación se ubica en un contexto político y geo-gráfico diferente: el de la preparación de un proyecto o de una decisión colec-tiva a tomar. Puede tratarse tanto de acompañar obrasde equipamiento o deinfraestructura, como de articular la discusión alrededor de una política públicaque se está elaborando. El objeto de la discusión es potencialmente portador de

    una controversia que se trata de organizar: decisión de la implantación de unincinerador, construcción de una línea TGV o preparación de un proyecto deley sobre la escuela. La consulta aquí es puntual y focalizada en un horizontede proyecto.

    Existen hoy numerosas modalidades de consulta del público relaciona-das con una decisión a tomar. Los sociólogos de la participación han tomadola costumbre de distinguir a grandes rasgos cuatro niveles de implicación delos ciudadanos: la simple información,la consulta(que se realiza hacia el finaldel proceso y en un momento en que las principales opciones ya están defini-das), la concertación (que se efectúa con mayor anterioridad a la toma de deci-sión) y finalmente la co-decisión(que implica un rol activo de los ciudadanos

    y una responsabilidad compartida con las autoridades)113. Esta tipología an-

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    112 Gianpaolo Baiocchi, “Participation, Activism, and Politics: The Porto Alegre Experiment”, en A. Fung y E.O. Wrigth,Deepening Democracy, op. cit., pp. 45-77.113 Sherry Arnstein, “A Ladder of Citizen Participation”, The Journal of the American Institute of Plan-ners, 35, 1969.

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    tigua y relativamente robusta no refleja, sin embargo, la infinita variedad deprocedimientos y de escalas a través de las cuales es posible hoy en día prac-ticar la concertación.

     Algunos dispositivos, especialmente en el mundo anglosajón, se parecenmucho más a las técnicas clásicas de negociación, de mediación o de resolu-ción de conflictos (alternative dispute resolutions) e implican que los protago-nistas de la discusión sean pensados como portadores, iguales, de intereseslegítimos (stakeholders). El procedimiento se basa en la intervención de unmediador, generalmente llamado “facilitador”, capaz de imponer un proto-colo de negociación aceptado por todos y de organizar un diálogo construc-tivo entre los diferentes actores presentes.

    En las antípodas de estas técnicas se sitúan los ejercicios de “debate pú-blico” que instalan hoy fácilmente las autoridades políticas a escala local o na-cional. Bajo las denominaciones más diversas –“foros”, “asambleas”, “grandebate”…–, se trata generalmente de operaciones de carácter más simbólicoque real, en las cuales el poder político se cuida muy bien de atarse las manos.En el mejor de los casos, es decir cuando los participantes no son cuidadosa-mente cooptados en una puesta en escena reglada milimétricamente, se in-vita a los ciudadanos a tomar la palabra en todos los niveles – “que florezcan

    cien flores”- pero sin ninguna garantía de una verdadera escucha. Actualmente se realizan cada año en Francia cerca de 14.000 “audiencias

    públicas”, cuyo objeto es recibir, en un período de tiempo determinado, laopinión de los habitantes afectados por proyectos de infraestructura ya am-pliamente materializados114. Desde 1995, surge un dispositivo más ambi-cioso que busca esta vez organizar la concertación con la población, conmayor anterioridad en la implementación de los proyectos, en un momentoen el que todavía no están fijadas las principales opciones, bajo la égida deuna instancia: la Comisión Nacional del Debate Público (CNDP), elevada alrango de autoridad administrativa independiente por la Ley del año 2002115.Esta nueva institución se inspira en un precedente quebequés, la “Oficina

    de Audiencias Públicas sobre el Medioambiente”, creada en 1978. Su im-portación se produjo luego de una reflexión sobre los límites de las audien-

    Las versiones plurales del ideal participativo

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    114 Sobre las limitaciones de la audiencia pública, ver especialmente Xavier Piechaczyk, “Les rôlesdes commissaires enquêteurs et l’intérêt général”, Politix,Nº 42, 1998, pp. 93-122.115 Sobre el Debate Público ver M. Revelet al., Le Débat public, op. cit.

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    cias públicas, provocada por el importante conflicto suscitado por el TGVMediterráneo.

    La CNDP está compuesta por su presidente y sus dos vice-presidentes,por representantes electos, magistrados y representantes de asociaciones deprotección del medio ambiente, y de consumidores. Su intervención es obli-gatoria para los proyectos de infraestructura provenientes del Estado, de lasautoridades locales, de los establecimientos públicos y de las personas pri-vadas, que comprometan cierto monto de dinero. Para los proyectos de mon-tos menores puede ser convocada por el planificador de la iniciativa, diezparlamentarios, una autoridad local interesada o una asociación de protec-ción del medioambiente admitida. Alrededor de cuarenta debates públicosfueron realizadas bajo su égida entre 1997 y 2007 tratando especialmentesobre proyectos de autopistas, de transporte de electricidad, de líneas de altavelocidad así como sobre proyectos en el terreno nuclear (EPR, debate sobreel soterramiento de los desechos). Para cada uno de esos debates, la CNDPnombra una comisión particular de cinco a seis miembros que dispone de unperíodo de cuatro meses para organizar la discusión. Luego de este período,dicha comisión particular redacta un informe que no debe tratar sobre elfondo de la cuestión (opinión favorable o desfavorable), sino dar cuenta sim-

    plemente del desarrollo del debate. Pasada la entrega de ese informe, el pla-nificador dispone de un plazo de dos meses para hacer pública su decisiónsobre la continuación que piensa darle al expediente y eventualmente justi-ficar de qué manera se posicione con respecto al debate.

    La profunda originalidad introducida por el Debate Público no deriva delalcance de los debates organizados de esta forma, que no tienen impacto di-recto sobre la decisión, sino de la concepción de la deliberación pública queanima la acción de la CNDP. El Debate Público tiene la finalidad de esclarecerla decisión mediante una discusión colectiva lo más abierta posible. En estadiscusión, los diferentes puntos de vista son puestos en pie de igualdad. Cadaciudadano individual, asociación o grupo puede hacer escuchar su opinión

    a través de los diferentes medios puestos a disposición por la CNDP: reunio-nes públicas,mailings, exposiciones, audiencias, sitios de Internet… esta de-mocracia tiene un precio: un Debate público cuesta en promedio de 1 a 1.5millones de euros, financiados por el planificador de la iniciativa.

    Tres principios no han dejado de ser subrayados por la CNDP en sus es-fuerzos de justificación del método: un principio de argumentación, un prin-

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    cipiode equidad y un principio de transparencia116. El Debate Público es presen-tado como un “ejercicio de inteligencia colectiva117” en el cual todos los argumen-tos deben ser escuchados y donde la representatividad de los participantes enprincipio cuenta menos que la fuerza de sus argumentos. La filosofía política delDebate Público se pretende, de este modo, muy cercana de las teorías de la de-mocracia deliberativa. La participación, en este modelo, es concebida como unaforma de audiencia colectiva, previa a la toma de decisión.

    En la práctica, el desarrollo del debate no está siempre conforme a este es-quema ideal: el nivel de participación de los habitantes involucrados varíamucho con la intensidad del conflicto suscitado por el proyecto; los gruposmejor organizados son también los que tienen más posibilidades de impo-nerse en los intercambios; la escala de discusión (generalmente limitada a losvecinos aledaños) parece con frecuencia desfasada con respecto al impactode la obra de infraestructura considerada, y los actores más poderosos, em-pezando por los principales políticos electos, permanecen generalmente au-sentes de los foros que no controlan íntegramente118. El impacto sobre ladecisión misma también es muy variable. Por algunos casos de renuncia lisay llana al proyecto, o de cambios significativos realizados sobre éste comoproducto del debate, contamos una mayoría de debates en los cuales la in-

    fluencia de la discusión sobre lo que sigue resulta marginal, cuando no difí-cilmente perceptible.

    Esto no impide que el procedimiento del Debate Público ya haya introdu-cido varios cambios significativos en la percepción y la práctica de la partici-pación en Francia, aunque más no fuera por la naturaleza y la amplitud de losmedios puestos a disposición del público en esta instancia. Haciendo reco-nocer la necesidad de un tercer garante del buen desarrollo de la discusión;disminuyendo grandemente los costos de entrada a los lugares de concerta-ción oficiales para las pequeñas asociaciones, o incluso para los simples ciu-dadanos; contribuyendo a experimentar y codificar diferentes herramientasmuy concretas de participación así como difundiendo lo más ampliamente

    posible el principio según el cual todo proyecto, aunque sea propuesto porparte del Estado y sus legiones de expertos, es en esencia “discutible” políti-

    Las versiones plurales del ideal participativo

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    116 Ver CNDP, Les Cahiers méthodologiques,Paris, 1er. Ed. 2003.117 Georges Mercadal, ex vicepresidente de la CNDP, Ibíd.,p. 336.118 Ver Rémi Lefebvre, “Les élus: des acteurs peu dialogiques du débat public”, Ibíd.,pp. 207-221.

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    camente, por cualquiera que lo desee, la CNDP está hoy en día llevada a jugarun rol central en el desarrollo del campo de la participación.

    El modelo del Jurado de Ciudadanos

    La denominación “Jurado de Ciudadanos” reenvía aquí de manera gené-rica a un tipo de dispositivo participativo original, del que diversos prototi-pos aparecieron a comienzos de los años setenta en Alemania bajo el nombredePlannungzelle(“células de planificación”) inventadas por el sociólogo PaulDienel y en los Estados Unidos, bajo el nombre de citizen juries (creados en1974 por iniciativa de Ned Crosby bajo los auspicios del Jefferson Center)119.Entre sus derivaciones más interesantes debemos considerar la conferenciade consenso, importada a Francia bajo el nombre de Conferencia de Ciuda-danos, diseñada por elDanish Board of Technology, un órgano del Parlamentodanés, en 1987120. Este género de procedimientos conoce actualmente unareal difusión en los países del Norte, en Inglaterra especialmente121, en elmundo anglosajón en general y muchas veces en Europa del sur122. La mayo-ría de ellos proviene de un campo de prácticas en pleno auge: “la evaluación

    tecnológica participativa” ( participatory technology assessment)123

    .El principio en el cual se basan estas diferentes innovaciones se inspiran

    de lejos en otros precedentes: el jurado criminal y las conferencias de con-senso médicas. Se trata de constituir un grupo de quince a veinte ciudadanos“comunes”, elegidos por sorteo, que deberá producir, luego de varias sesio-nes de información y de discusión, una “opinión” esclarecida de la cuestión

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    119 Ver Carolyn M. Hendriks, “Consensus Conferences and Planning Cells. Lay Citizen Delibera-tions”, en J. Gastil y P. Levine, Deliberative Democracy Handbook, op. cit., pp. 80-110; Ned Crosby,Doug Nethercut, “Citizen Juries, Creating a Trust-Worthy Voice of the People”, Ibíd.,pp. 111-119.120 Daniel Boy y Dominique Bourg, Conférences de citoyens, mode d’emploi, Paris, Descartes y Cie,

    2005.121 Graham Smith y Corinne Wales, “Citizen Juries and Deliberative Democracy”,Political Studies,48, 2000.122 Ismael Blanco i Fillola, “Les jurys citoyens en Espagne: vers un nouveau modèle de démocratielocale?”, en M.-H. Bacquéet al.,Gestion de proximité et démocratie participative, op. cit., pp. 161-178.123 Bernard Reber, “Public Evaluation and New Rules for “Human Parks”, en Bruno Latour y Peter

     Weibel (ed.),Making Things Public. Atmosphere of Democracy,Karlshrue/Cambridge, The MIT Press,2005, pp. 314-319.

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    que les ha sido sometida a juicio. La cuestión implica, generalmente, opcio-nes complejas, en particular de naturaleza socio-técnica. En Dinamarca, porejemplo, la veintena de conferencias organizadas desde 1987 trataron sobretemas como los organismos genéticamente modificados (OGM, 1987), lapolución del aire (1990), la vigilancia electrónica (2000) o los peajes en lasautopistas (2002).

    Las conferencias de consenso tienen, generalmente, un alcance nacional,los jurados de ciudadanos o las células de planificación tienen más bien apli-caciones locales, especialmente en materia de planificación urbana. Algunasexperiencias de conferencias de ciudadanos se desarrollaron en Francia a es-cala nacional sobre los OGM (1998), por iniciativa de la Oficina Parlamenta-ria de las Decisiones Científicas y Técnicas, sobre el cambio climático (2000)y sobre el tratamiento de aguas servidas (2003). Otras fórmulas de jurados ode conferencias han sido experimentadas localmente, como, por ejemplo, laConferencia de Ciudadanos sobre las nanotecnologías organizada por elConsejo Regional de Île-de-France en 2006.

    El tamaño del panel de ciudadanos, las modalidades de deliberación o laduración de la experiencia pueden variar en función de los formatos, pero lafinalidad de ese tipo de dispositivos sigue siendo la misma: se trata de asociar,

    durante el tiempo de una consulta formal, a un grupo de ciudadanos supues-tamente “profanos” a la formulación de una decisión colectiva, en una situa-ción signada por verdaderas incertidumbres.

    Se trata, a su vez, de organizar la confrontación entre expertos, políticos yciudadanos en el marco de “foros híbridos” capaces de producir juicios polí-ticos dignos de ser tomados en consideración por la autoridad convocante,que sigue siendo la única responsable de la decisión final124. Una cierta diver-sidad de puntos de vista en el panel de ciudadanos (que sin embargo no llegaa una verdadera representatividad estadística) es buscada a través del sor-teo125. La objetividad de este procedimiento se encuentra en principio garan-tizada por el “comité de conducción” de este tipo de instancias, que reúne

    personalidades independientes especialistas en participación y/o en las cues-tiones debatidas. Este comité debe garantizar, por su parte, la objetividad de

    Las versiones plurales del ideal participativo

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    124 M. Callon, P. Lascoumes y Y. Barthe, Agir dans un monde incertain, op. cit.125 Sobre el uso del sorteo en estos nuevos procedimientos ver Yves Sintomer,Le Pouvoir au peuple.

     Jurys citoyens, tirage au sort et démocratie participative,Paris, La Découverte, 2007.

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    la información proporcionada a la ciudadanía a través de la selección de losexpertos encargados de informarlos. Idealmente, los ciudadanos deben, enel transcurso de los días o fines de semana que dura la experiencia, apropiarsede las temáticas en discusión, conducir ellos mismos su propia investigacióny elegir a las personas que desean entrevistar antes de emitir su opinión.

    La originalidad de este modelo proviene del papel central que juega en élla figura política emergente del “profano”. Este ciudadano “sin cualidades”se supone, primeramente y contra todas las tesis que denuncian su incompe-tencia o su irracionalidad, capaz de pronunciarse sobre problemáticas en lasque los expertos y los políticos tenían hasta el presente el monopolio. Latransgresión simbólica es fuerte y pone en cuestión un principio de delega-ción, en los políticos electos y en los expertos, constitutivo de nuestra moder-nidad política126. Pero este ciudadano profano no tiene legitimidad paraexpresar su sentimiento sino es como consecuencia de un proceso previo deformación. Su opinión no tiene sentido más que cuando es “esclarecida”. Elgrupo que se pronuncia dando una opinión que surge del proceso, ya notiene nada de un grupo de “profanos”. Puede ocurrir también que reivindi-que, en razón de este nuevo conocimiento del problema, un derecho de con-trol sobre el proceso ulterior de la toma de decisión127.

    El interrogante que plantean estos jurados de ciudadanos es el de cuál esel fundamento de la legitimidad de las opiniones que producen: ¿son valiosasporque emanan de cualquiera y, en tal caso, la formación intensiva de esegrupo inicial no podría ser un requisito previo? ¿O valen porque son el pro-ducto de una deliberación colectiva, de un examen público profundo detodas las soluciones imaginables, y en ese caso, la apelación a estos grupos deciudadanos comunes no constituye más que un pretexto? En esta segundahipótesis, es importante que la organización del jurado o de la conferenciaimpliquen un debate público más amplio y logre, por medio de la publicidadde las discusiones del jurado, alcanzar a la mayor cantidad de personas posi-ble, a fin de provocar, como lo desea por ejemplo James Fishkin con su sondeo

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    126 Bruno Latour, Nous n’avons jamais été modernes, Paris, La Découverte, 1991.127 Sobre las trayectorias de los profanos, ver el interesante estudio de caso propuesto por Judith Fe-rrando Y Puig,Le Citoyen, le Politique, et l’Expert à l’épreuve des dispositifs participatifs. Étude de cas sur une conférence de citoyens sur la dépendance à l’automobile, Tesis, Paris V-René Descartes, junio de2007.

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    deliberativo, un efecto de catarsis128. En el caso contrario, si las deliberacionesdel jurado no llegan a provocar un debate semejante, es poco probable queuna decisión tomada a puertas cerradas por veinte ciudadanos elegidos porsorteo, pueda adquirir, en el estado actual de nuestras creencias políticas,algún tipo de legitimidad democrática. De hecho, si bien las múltiples expe-riencias de Jurados de Ciudadanos que han tenido lugar hasta ahora han de-mostrado ampliamente la capacidad de estos jurados para producir opinionesfundamentadas y pertinentes, la pregunta sobre su legitimidad y sobre su im-pacto sobre la decisión permanece vigente129.

    El ideal participativo es polisémico. Este breve inventario de las teorías y lasformas contemporáneas de la participación lo pone en evidencia. Por lo demás,el mismo no es exhaustivo de ninguna manera. Concentrándonos en estos tresmodelos de participación, hemos puesto el acento en tres estrategias posiblesde institucionalización de esta última, las más ampliamente conocidas en elmundo de hoy. Su simple evocación es suficiente para permitir percibir la di-versidad de los escenarios políticos visualizados y, sobre todo, de las finalidadesbuscadas. Según la teoría o la metodología considerada, la participación apa-rece como la promesa tanto de mejores decisiones (dado que más racionales omejor aceptadas), tanto de “mejores ciudadanos” (dado que más involucrados,

    informados y activos)130

    . Existen, también, otras versiones del ideal participa-tivo en las cuales esta ampliación debe desembocar en la perspectiva de unamayor igualdad política y una mejor justicia social; otras, que simplementeapuntan a reforzar la legitimidad de las decisiones producidas de esta forma,en el marco de estructuras de dominación inalterables. Algunos dispositivosconsagran la aparición de un ciudadano “sin cualidades” y no comprometido,otras dan un lugar a los ciudadanos movilizados y organizados. Sin embargo,un rasgo común a todos se mantiene: pensar que la inclusión de los ciudadanossin cualidades en el proceso de elaboración de la decisión política produceefectos de democratización de los regímenes existentes.

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    128 James Fishkin,The voice of the People: Public Opinion and Democracy,New Haven, Yale UniversityPress, 1995.129 Robert Goodin y John Dryzec, “Deliberative Impacts: the Macro-Political Uptake of Mini Pu-blics”,Politics and Society, vol. 34, 2-2006, pp: 219-244.130 Jane Mansbridge, “On the Idea that Participation Makes better Citizens”, en Stephan Elkin yKarel Soltan (ed.), Citizen Competence and Democratic Institutions, Philadelphia, The PennsylvaniaUniversity Press, 1999.

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