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Babel y el castellano - fiile · II Consertaleshechostanbellosytrasparentes, nosiemprehasidoéstequeyoenuncioahorael sentimientoargentino,ydígasetambiénameri- cano

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BABEL Y EL CASTELLANO

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OBRAS DE ARTURO CAPDEVILA

POESÍA:

Jardines solos (2.» edición).

Metpómene (5.* edición).

El Poema de Nenúfar (3.* edición).

El Libro de la Noche (2.* edición).

La Fiesta del Mundo (3.» edición).

El Tiempo que se fué (acaba de aparecer).

S:mbad (acaba de aparecer).

El Apocalipsis de San Lenín (Versículos).

DERECHO:Dharma (Influencia del Oriente en el Derecho de

Roma) (agotada).

EXEGESIS:

El Cantar de los Cantares (2.* edición).

TEATRO:La Sulamita (7.* edición).

El Amor de ¡Schahrazada (3.* edición).

La CaSa de los fantasmas (1.* edición).

Zíncali (acaba de aparecer).

ENSAYOS:

La Dulce Patria (agoladla).

Córdoba del Recuerdo (2,* edición).

Los Paraísos Prometidos (1.* edición).

América (tercer millar).

Babel y el Castellano (3.* edición).

El gitano y su leyenda (acaba de aparecer).

BREVIARIOS:

Del Libre Albedrio (Soliloquio del alma en la no-

che) (2.0 millar).

Del Infinito Amor (1.* edición).

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HISTORIA:

Las Vísperas de Caseros (2.* edición).

Los Hijos del Sol (2.* edición).

CUENTOS:

La Ciudad de los Sueños (2.° millar).

VIAJES:

Tierras Nobles (Viajes por España y Portugal)

(2.° millar)

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Ei propiedad del autof.

RMsrTadoB los dereobog para

todos los palies. Copyright by

ARTURO OAPDBVILÁ

Oompafiia Qenaral de Artes Oráfioas.—Madrid

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ARTURO CAPDEVILA

BABELY EL CASTELLANO

C]

C*mpaiift Ibere-Amerícana de Pnblieaei«nei, S. A.

Pnerta del Sol, 16.— MadrtdBonda Universidad, 1. — Barcelona

Florida, S61.—Bueno» Airee

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PCHD15

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A Enrique Larreta, señor del castellano

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Un orgullo ha dictado este libro

argentino: el de hablar castellano.

Y una cosa querría patrióticamen-

te el autor: comunicar este orgullo

a toda la gente que lo habla.

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UN GRAN IMPERIOESPIRITUAL

Tanto más os déhriades avergonzar

vosotros, que por vuestra negligencia

hayáis dejado y dejéis perder una len-

gua tan nobUy tan entera, tan gentil y

tan abundante.

Marcio a Valdés. (Diálogo de las

Lenguas.)

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Nunca pude, en rueda de españoles e hispano-

americanos, dejar de sentir una honda emo-

ción de fraternidad. Por la virtud del común

idioma, gentes de distantes países, de diversos

climas, de apartadísimas regiones;gentes sepa-

radas por el océano inmenso, cuando no pertene-

cientes además a hemisferios opuestos, anulan

y bprran las diferencias geográficas, concilian yarmonizan las distancias y las contrarias latitu-

des, y aun llegan a parecer no ya individuos de

una misma raza, sino ciudadanos de una misma

nación, y acaso, mejor, miembros de una sola yúnica familia.

En el despacho de la Legación de México, sien-

do ministro de aquel gran país el poeta don En-

rique González Martínez, de imborrable recuer-

do, fué donde más vivamente sentí la emoción que

digo, una tarde, entre la mucha gente de habla

castellana que allí había, disfrutando la hospita-

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A il T U n o C A P Ú H V 1 L A

lidad exquisita de tan perfecto señor. Me parecía

que el asombro debía estar pintado en los ros-

tros viendo dialogar, por así decirlo, al Este, al

Oeste, al Norte y al Sur. Me parecía que tal mi-

lagro debía agitarse vivido en los corazones. Masno porque todos hablaran sin pararse a conside-

rar el prodiigio, era menos maravilloso lo que

allí ocurría en aquella sala de la Legación de Mé-xico, en la avenida de Alvear, medio al borde yade nuestra babélica metrópoli. Para más pura

grandeza del hecho, ninguno hablaba el castellano

por imposición tiránica u otra humillante necesi*

dad. Todos, en absoluta certeza, lo teníamos por

propio, íntimo y muy legítimo bien.

Iguales sentimientos de orgullo y de asombro

me acompañaron en mi viaje por España. Veinte

días había navegado el vapor ; tanto, que pasando

del invierno al estío, la luna nos mostraba sus

fases cambiadas. Habíamos sido entregados de

unas a otras constelaciones, hasta renovar todo

el cielo, hasta cambiar, como quien dice, de ha-

dos. Era, sin embargo, real y efectivamente, comosi no hubiéramos salido de la patria

;pues que

aún hablábamos y nos hablaban el mismo nativo

idioma.

Imposible no sentirse orgulloso ante una tal ple-

nitud humana. Yo siento el orgullo de esta con-

fraternidad sin fronteras y me sobrecoge el entu-

~ i^ -

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BABEL Y EL CASTELLANO

siasmo ante esa gigantesca extensión de que es

capaz el espíritu. Orgullo y asombro siento de ver-

me llamado a participar de una gloria de tanta

rareza ; de un acontecimiento que se ha estado

esperando durante siglos y si,glos, por edades yedades, con la espada en la mano. Pero, ¿ quién

piensa nunca en esto? Vivimos en el seno del

hermoso milagro. Por eso no reconocemos el mi-

lagro, _

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II

Con ser tales hechos tan bellos y trasparentes,

no siempre ha sido éste que yo enuncio ahora el

sentimiento argentino, y dígase también ameri-

cano. La guerra de la Independencia debió dejar,

y dejó, un sedimento de enconos. La literatura

crepitó mezclada con la pólvora. Con esta par-

ticular circunstancia : que apagada la pólvora,

ardía aún la literatura ; cosa que ha de atribuir-

se, como parece justo, a la mala calidad de la li-

teratura. Por otra parte, al día de la batalla si-

gue el vivo recuerdo de la batalla. Difícilmente

pronuncia el hijo con amor los nombres que su

padre pronunciaba rencoroso. Es necesario para

el apaciguamiento un ambiente de mucho olvido;

es necesario que ningún soplo importuno desnu-

de a la brasa de su lenta ceniza. Y en América

hubo frecuentes ráfagas. Intervenciones poco há-

biles de España en el Pacífico y ese inacabable

relampagueo hacia el lado de Cuba, renovaban la

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ARTURO C A P D E V 1 L A

atmósfera de la mal pasada tormenta. Niño era

yo de nueve años en la Córdoba de 1898, cuan-

do me tocó un día desenvainar mi entonces habi-

tual espada—afortunadamente de lata—y arreme-

ter contra un distinguido caballero español al grito

deiCuba libre ! A tal punto estaba la cosa en la

calle. Hay que decir todo esto para comprender,

de una parte, actitudes hirientes como las de Sar-

miento, Alberdi o Gutiérrez, y de la otra, la de-

finitiva posición de amistad a España de las ge-

neraciones nuevas. 1898 es un límite.

Por lo que se refiere ahora puntualizadamente a

Sarmiento y a Alberdi—hombres del" día siguien-

te de la contienda—diremos que señalan con bas-

tante precisión las modalidades más avanzadas de

esa crisis del sentimiento argentino. A este res-

pecto, el aplaudido libro de don Arturo Costa

Alvarez, Nuestra lengua, nos ahorra la tarea nada

fácil de buscar por entre la enmarañada selva de

las Obras Completas de uno y otro, las opinio-

nes que vertieran no ya sobre, sino contra el idio-

mai de Castilla. Porque ha de saberse que la his-

panofobia en ellos—intelectuales urgidos por

la necesidad de la acción en medio del desampa-

ro—se resolvió muy luego en un desprecio ven-

gativo por todo lo peninsular, en que no se ex-

cluía ni su maravilloso idioma. Representan la

hora de la impaciencia : pero si, a no dudarlo,

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BABEL Y EL CASTELLANO

llegan hasta la blasfemia, ésta no tiene otro va-

lor en su vida y en sus obras que el de múltiple

interjección con que unos a otros se estimulan yreaniman. Puede tratarse hasta de un modo de

forcejear con el futuro.

Alberdi proclama : «Es evidente que aún con-

servamos infinitos restos del régimen colonial...,

ya que los españoles nos habían dado el despo-

tismo en sus costumbres oscuras y miserables.»

En cuanto al castellano, «es una lengua que

nuestra patria no quiere hablar». Todavía másclaro : «Hemos tenido el pensamiento feliz de la

emancipación de nuestra lengua.» Asimismo

Alberdi no quiere, por modo alguno, que habien-

do logrado la independencia política, seamos me-

ros colonos de España en literatura. «En las ca-

lles de Buenos Aires—dice con calor—circula un

castellano modificado por el pueblo porteño, que

algunos escritores argentinos, no parecidos en

esto a Dante, desdeñan por el castellano de Ma-drid.» Este castellano nuevo evoluciona felizmen-

te hacia el francés, que es «una lengua de la ma-

yor perfección filosófica». De este modo, «aproxi-

marnos a esta forma por las imitaciones francesas

es acercarse a la perfección de nuestra lengua».

Además, «imitar una lengua perfecta es imitar

un pensamiento perfecto» . ¡ Así habla ! Pero el

señor Costa Alvarez no recuerda que el Alberdi

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ARTURO CAPDEVILA

que se desfoga en tales términos sólo cuenta vein-

tisiete años y escril^e al correr de una pluma de

gacetillero.

En todo caso, All^erdi representa lo que podría-

mos llamar la izquierda echeverriana;porque fué

Echeverría quien comenzó a andar en esta mate-

ria, por la pendiente abajo, aunque a buen segu-

ro, sin perder su acostumbrado equilibrio. Su

posición ante la madre patria, su literatura y su

idioma, era ésta : «No nos hallamos dispuestos a

imitar imitaciones ni a buscar en España, ni en

nada español", el principio engendrador de nues-

tra literatura que España no tiene ni puede dar-

nos». Posición que acaba de aclararse a la luz de

estos otros conceptos : Los americanos aceptan de

España, por ser realmente precioso, el legado de

su idioma ; mas a condición de mejorarlo, de

transformarlo progresivamente, hasta la emanci-

pación... Por una parte, recomienda no adulterar

«con postizas y exóticas formas su índole y esen-

cia, ni despojarlo de los atavíos que le son carac-

terísticos»;por la otra, como se ha visto, sueña

con mejorarlo, transformarlo y liberarlo. Eviden-

te resulta, así, que la doctrina de Alberdi no fué

sino la interpretación exaltada de los postulados

de su amigo y maestro.

Si hasta aquí llegaba Alberdi, ¿ quién duda que

Sarmiento llegaría más lejos? Sarmiento es ante

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BABEL. Y EL CASTELLANO

todo un educador que pide textos. Semejante a

ese fatídico Facundo de su página más viva, que

pedía\ Caballos \ \Cahallos\y de posta en posta,

con la premura del que juega la vida, él pide

j Cartillas !iCartillas ! para salvar la civilización

en el Plata. Como no las encuentra en su lengua,

juzga en el acto que el idioma castellano se ha

tornado en instrumento inútil que urge abando-

nar. España, que anda a vueltas entre revolucio-

nes y motines, no le puede servir : acabemos con

España. La da por muerta. Parécele que después

de Cervantes ni el ingenio, ni el gusto, ni la no-

vedad hallan lugar en la literatura de la penínsu-

la. No hay nada que esperar de la lengua caste-

llana : «Tenemos que ir a mendigar a las puertas

del extranjero las luces que nos niega nuestro

propio idioma.» Ea religión del progreso le cuen-

ta entre sus vehementes neófitos. Desde sus dog-

mas, el español se ha vuelto «un dialecto inma-

nejable para la expresión de las ideas». En tal

idioma muerto, España sólo nos legó un enorme

caudal de ignorancia. Treinta millones de seres

humanos del nuevo y del viejo mundo se revuel-

can sobre el cieno de esta inferioridad, de esta

decadencia... Bien quisiera cambiar por un decre-

to el idioma de los argentinos. Su pesimismo es

total : «Hay lenguas gubernativas... El castellano

no es lengua de gobierno.» ¿Para qué sirve el

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ARTURO CAPDEVILA

castellano ? Cervantes fué un genio j ay ! en cuyo

honor se momificó una lengua. Versos, declama-

ciones, palabras huecas : todo eso cabe aún en el

castellano ; ideas, no. «Agricultura en castellano,

geología en castellano, hablar de cercos y de in-

ventos en castellano... ¡un diablo!» Esta lengua

es un viejo reloj herrumbroso que marca todavía

el siglo XVI. No dejará nunca de marcarlo.

Así habla Sarmiento, sin cesar, desde 1842 has-

ta 1870.

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III

Cosas de la primera mañana... El primer vuelo

de la libertad debe alcanzar hasta los límites de

la utopía. Está muy en su punto que los funda-

dores de una patria nueva quieran fundar tam-

bién una lengua nueva, como fundarían, asi-

mismo, tierra nueva y cielos nuevos. Pero esta

exaltación pasa un día, y la aventurera libertad

pierde su carácter temerario. Ya no parece tam-

poco tan desdeñable la realidad inmediata. Así,

ni Alberdi ni Sarmiento perseveraron en su as-

piración utópica, ni, que yo sepa, dejaron pro-

sélitos. Aun, por ventura, vinieron a comprender

que las palabras los traicionaron y que no siem-

pre quisieron decir lo que dijeron,

Sesenta y un años tenía Alberdi cuando recono-

ció que en España y América «el idioma será el

mismo en el fondo» . Para en mo3o alguno arries-

garlo, quiere que España no trabe, como entonces

lo hacía, la emigración de su pueblo a tierras de

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ARTURO C A P D E V 1 L A

América. Bien dice sus razones : «La población es

el mejor conductor de los idiomas. Así se intro-

dujo el castellano en América y así se mantendrá

fiel a su tipo original». Lo cierto es que ha ido

a España y que se ha deleitado oyendo hablar

español. En Madrid, el habla de los niños y el

acento de las damas le suena a música. Y las ideas

de la juventud, ¿qué se hicieron? Nos lo dirá

como en un suspiro : «Mi preocupación de ese

tiempo contra todo lo que era español me enemis-

taba con la lengua misma castellana, sobre todo

con la más pura y clásica que me era insoportable

por difusa. Falto de cultura literaria, no tenía el

tacto ni el sentido de la belleza...» Dice todavía :

«Pero más tarde se produjo en mi espíritu una

reacción en favor de los libros clásicos de Espa-

ña, que ya no era tiempo ^e aprovechar, infeliz-

mente para mí, como se echa de ver en mi ma-

nera de escribir la única lengua en que, no obs-

tante, escribo.» De este modo el pensador enve-

jecido hace cargos al soñador juvenil.

Más todavía. Mientras Gutiérrez da en la va-

nidosa arrogancia de rechazar el diploma que la

Real Academia Española le confiere, Alberdi se

tiene por muy honrado con él, y nada teme de

una conquista gramatical de la Península. Antes

bien : « ¡ Ojalá pudiera España conquistarnos has-

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BABEL Y EL CASTELLANO

ta hacer un hablista como Cervantes de cada ame-

ricano del Sur.»

En cuanto a Sarmiento, hallar en español los

textos de que desesperaba, y reconciliarse defi-

nitivamente con la lengua española, fué todo uno.

Lo sabemos de su propia tinta : «El castellano

posee hoy lo que no poseía hace diez años»;pa-

labras con que alude a sus tan deseados libros de

enseñanza. Hasta llegó quizás a contar el espa-

ñol entre los idiomas de gobierno ; bien por el

descubrimiento de su capacidad pedagógica, bien

por conocer mejor la historia de España ; sobre

todo la del tiempo de Carlos III, el gran rey,

bajo cuyo patrocinio se vieron llegar a América,

tantas y tantas comisiones de sabios expediciona-

rios. Ello es que Sarmiento, amante siempre de

la pureza del idioma, como se ve en su propia

obra aunque pueda inferirse lo contrario de sus

prédicas ocasionales—lo proclama con viveza,

mientras comprende como buen estadistas que una

de las mayores ventajas de que goza la nación

argentina es la unidad de lengua. «Uno de los

mayores bienes de que goza una nación es la uni-

dad del lenguaje de sus habitantes, y la mayor

remora para su civilización y aun para su paz

interior, las diferencias.» ¿Qué más? El castella-

no «es la clave de la América del Sur. . . Es la len-

gua que va a desarrollarse a continuación del in-

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ARTURO CAPDEVILA

glés...» De esta manera, Sarmiento alcanzó la an-

cianidad, como Alberdi, en la paz de una perfecta

ortodoxia. Por lo demás, una cosa es proponer yotra es hacer. No conocemos página alguna suya

en que se lea bibÍTj adqirir, gerria o instrucsión,..,

como él propusiera. Menos la encontraríamos en

su gloriosa vejez de venerable patriarca de la po-

lítica, de la cultura y de las letras.

De entonces acá, no sé de ningún escritor ar-

gentino, ni de escritor alguno de otro país her-

mano, cuya hispanofobia haya podido conducirle

a renegar del idioma. Los escritores hispanófo-

bos, si seriamente los hay, hablan o escriben sus

denuestos contra España en el más hermoso cas-

tellano;que no es mala manera de amarla. Por

mi parte, respondo de mi generación. Allá en

mi noble Córdoba amábamos a España, y yo lo

dije bien claro en unos de mis primeros endecasí-

labos :

El puro amor que por fnd patria siento

contigo' sola lo comparto, España.

Era verdad. Entre clásicos y románticos pen-

insulares abrí los ojos a la literatura y a la capa

y espada de las leyendas, de los romances y de

los dramas. El resto de mi alucinado tiempo se

me iba en el teatro español, que otro no había en

— 28 —

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ÉABEL Y EL CASTELLANO

nuestra lengua;

pues Pablo Podestá, circense

aún, estaba lejos todavía de haber resuelto, como

tan desenfadadamente lo hiciera, la cuadratura en

proscenio del círculo de su pista... De tal modo,

en los inconfesables ensayos dramáticos de una

ambición precoz, mis argumentos teatrales co-

menzaban siempre por estas palabras de ritual :

La acción, en Madrid... Que yo no concebía real-

mente acción ninguna, decorosa, que no hubiera

de pasar, como en su justo medio, en la capital

del idioma.

Con haber sido mi casa una casa muy argenti-

na, y muy argentinos mis padres y mucho mis

abuelos, respiré siempre en ella como ambiente

propio, no poco ambiente hispánico. La Ilustra-

ción Artística y Blanco y Negro {Caras y Caretas

no era aún nacida al éxito y al renombre mun-dial) fueron los álbumes de mi infancia. Mis pa-

dres no pertenecían ya a las generaciones de la

post-guerra y así np anduvieron por la senda de

ninguno de sus inevitables extravíos. De mi pa-

dre oí, leídos con grave acento, desde los viejos

romances {Non es de sesudos homes...) hasta los

modernos de Zorrilla (De un alto reloj se cuenta—la voz que dohla a compás...). Y mi madre, por

su parte, como hubiéralo hecho una madre espa-

ñola del tiempo de la francesada, conminaba a la

hija que no se dormía :

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AH'IVHO C A P 1) n V 1 L A

Duérmase,^ mi niña,

duérmase, mi sol

;

que viene a comerla

el francés panzón.

Y esto no era odio a Francia— ¡ cómo había de

ser !— , sino corriente natural de tradición no in-

terrumpida.

Ni he de olvidar que el Quijote fué lectura fa-

miliar de mi casa y que en círculo de intimidad

lo leímos, de punta a cabo, en un verano campes-

tre, al rumor de un gran nogal que nos prestaba

su conveniente sombra. Lecturas que se alterna-

ban con las de buena cepa criolla—tan castellanas

en substancia como las otras—desde Hernández

a Fray Mocho.

Si añado que por fiesta escolar de fin de año

veía a las niñas de rni vecindad vestidas de ma-

drileñitas y a mis condiscípulos con el capuchón

de los ratas de La Gran Via, acabaré de mostrar

la simpatía hispánica que reinaba en mi ciudad.

Véase, pues, cómo, de esto y de aquello—y no de

un falso prurito de purismo—puede venirle a un

escritor argentino su espontánea aversión a toda

especie de guirigay. Es particular fineza el man-

to de un noble idioma, si con él nos vistieron,

desde la cuna, para poder sufrir en ningún tiem-

po el roce de una jerga.

— 30 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Repito que respondo de mi generación. ,Todos

hemos sentido el castellano como cosa nuestra,

como sangre del alma. La vocación de escribir se

resumía en el anhelo de poseer un buen español.

Saber el idioma, fué desde temprano la fórmula :

nos la recordaban en la casa y en la calle, en el

colegio y en el café. Y nadie lo tenía por anti-

patriótico ni había cómo. Mírese de una vez que

hablo de Córdoba y que en Córdoba palpita, como

hasta la geografía lo quiere, el corazón de la Re-

pública.

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//. LA UTOPIA

Pues los mozos son ¿dos a comeh, ij

nos han dejado solos, antes que vengaalguno que nos estorbe, tornemos d

hablar en lo que comencé a deciros está

mañana.

(Diálogo de las lenguas.)

I

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Siempre se dirá con exactitud que en no pocas

ocasiones, tanto Echeverría como Gutiérrez, y así

Alberdi como Sarmiento, llegaron a hablar de

una lengua privativa de los argentinos querien-

do referirse tan sólo a un estilo peculiar de nues-

tra literatura. Pero pongamos que alguna vez as-

piraron, siquiera en principio, a una privativa len-

gua. No faltó, fuera de esto, durante larga época,

la vaga creencia en un idioma nacional, ya por-

que se le supusiera en formación, ya porque el

patriotismo condujese a desearlo. Y no me quemo

las manos, si todavía no hay quien, acá o allá, lo

da por hacedero.

Como se quiera. Lo que deseamos justamente

es plantear la cuestión desde el punto de vista de

los ideales patrióticos, preguntándonos si habría

en verdad razones de buen nacionalismo argenti-

no en aspirar para nosotros a tal idioma propio.

En otros términos, si «una nación que carece de

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ARTURO CAPüEVlLÁ

idioma propio es una nación incompleta», o si «le

es tan necesario tener una lengua que se dife-

rencie de las demás, como le es indispensable

poseer una bandera particular», !No se lo deman-

daba sino que asertivamente lo escribía M. Abei-

Ue en su libro Idioma nacional de los argentinos.

(Y nadie sabrá jamás si por justificar no sé qué

desviaciones fonéticas, en que él veía ya una len-

gua nueva, o si anhelando el día de su total exis-

tencia.)

Pero nosotros nos proponemos averiguarlo.

¿ Hay razón de patriotisrno que pueda aconsejar

la formación de una lengua argentina? ¿Qué

ventaja se nos seguiría? Y, en todo caso, ¿qué

sería menester para alcanzarla ?

Al pronto, la idea de una patria completa nos

mueve a desearla, por soberana, dueña de cuan-

tos bienes alumbra el sol, y fuente misma de to-

dos ellos, sin que uno falte. De aquí proviene la

ilusión de ambicionar también una privativa len-

gua para la patria. Sin duda, al día siguiente de

la revolución se debió estimar que con el úl£imo

virrey quedaba derrocado en absoluto el poderío

de la metrópoli y rotos para siempre hasta los

vínculos puramente espirituales. Aún debió asom-

brar pensar y decir estas cosas en español. Hu-biérase tenido por casi biológica necesidad que la

primera consecuencia del grito de Mayo fuese la

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BABEL Y EL CASTELLANO ,

creación de un verbo Tmeva... No pas6 de ese

modo, mas no dejó de preferirse que hubiera pa-

sado. Hay un momento en que la conciencia po-

pular exige el hecho. Y comoquiera que el espa-

ñol de Buenos Aires no es sílaba por sílaba el

mismo de Madrid, se da en la flor de creer muyrazonada, ya que no muy razonablemente, que en

la Argentina se habla o se está por hablar otra

lengua.

Pues si de pronto unos poderosos genios Hubie-

sen obedecido, obsecuentes e irónicos, al impa-

ciente Sarmiento otorgándole para los pueblos del

Plata el don de una nueva lengua tan ^ubemathm

como pudiera forjarla, no habría tardado mucho

en maldecir esta enemiga suerte;porque, a fe

mía, que una lengua nueva en esta parte del

mundo y a esta altura de la civilización de los

pueblos, no hubiera comportado sino el más ab-

surdo, el más peligroso v el más cruel de los ais-

lamientos. Hubiera sido nacer extraeuropeos en

un instante en que todo lo es Europa. Hubiera

sido la juventud en la parálisis : una libertad tu-

llida. Mejor, mucho mejor, la isla de Robinsón

Crusoe. Pueblos crecidos en el diálogo y en la

confraternidad, desde el primer instante de la vidacolonial, hubiéramos necesariamente caído en el

ensimismamiento

.

Por otra parte, si resultaba legítima en la Ar-

— 37 —

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ARTURO C A P D h VI L A

gentiiia la creación de una lengua, cerca de vein-

te lenguas debían formarse en la América espa-

ñola por análogo motivo y con igual derecho. Con

lo que la revolución americana vendría a resultar

con el tiempo lo menos favorable a América que

fuera posible conseguir;ya que de una América,

mal que mal solidaria, habríase hecho un con-

glomerado de naciones irreparablemente extra-

ñas. Casi como cambiar un sistema planetario por

un momentáneo turbión de cometas errantes...

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II

Entretanto, son muy capaces de mentir las le-

yes de la evolución lingüística, sobre todo a un

espíritu con exceso entusiasta. Verdad es que se

ha dicho que el hombre, la historia y la natura-

leza cooperan a la transformación y desenvolvi-

miento de los idiomas;promesa en que se colo-

reaban los deseos del tiempo a que nos referimos.

Sin embargo, muy cierto era ysi entonces que

los idiomas se han emancipado de la geografía ydel medio físico. El hombre, que oye cada vez

menos a la naturaleza, se oye cada vez más a sí

propio. De prevalecer, como en la barbarie, el

influjo del medio físico, el castellano debería ten-

der a resolverse en tantas lenguas como fueron

las aborígenes y recaer acaso en las mismas. So-

lamente que sucede lo contrario : el castellano

impera solo. Por donde se comprende que la len-

gua no es hoy un eco de la tierra. Aunque lo

fué, la lengua es, cada día más, un eco del hom-

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ARTURO CAPDEVILA

bre. Los tiempos han cambiado mucho. La anti-

güedad ha visto a una sola raza hablar diversas

lenguas. La edad moderna puede ver una sola

lengua hablada por muchas razas. La etnología

va por su lado ; la filología por el suyo. En cuan-

to a la historia, no es posible que vuelva a ofre-

cer el fenómeno de aquellos formidables aluviones

de pueblos que, unos encima de los otros, se

echaban sobre una indecisa nacionalidad hasta cu-

brirla totalmente. La guerra o la conquista no

podrían asumir por ahora tales formas de aplas-

tamiento. Hoy por hoy, todo puede ser sojuzgado

en un pueblo, menos su idioma.

Pero, ¿quién habla de conquista en América?

Nosotros, como los Estados Unidos, conocemos

bien la afluencia de una caudalosa inmigración.

Esto no obsta para que en los Estados Unidos

quede incólume el inglés ni será parte a menos-

cabar entre nosotros el castellano. Por enormes

que sean las corrientes de la inmigración, siendo

a la fuerza varias y debiendo buscar por esto

mismo su mutua compenetración en la unidad

preexistente, dejan intacta la lengua del país, si

no se cuenta este o aquel italianismo que la es-

cuela se encargará de extirpar.

Vemos así en los tiempos presentes que los ac-

tuales grandes idiomas, con ser estupendos orga-

nismos, y quizás por esto en particular, se res-

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BABEL Y EL CASTELLANO

petan los unos a los otros. Se ha lograda el equi-

librio de las lenguas. Más. Estos organismos

vivientes han encontrado en la edad contemporá-

nea condiciones biológicas excepcionales. Ahora

sí que se les tomaría por entidades divinas. Aho-

ra sí que son divinamente longevos. La historia

se ha vuelto un medio muy adecuado para que

un idioma se desarrolle ampliamente en el tiem-

po, si habíase ya desarrollado en el espacio. ¿Adónde se confina, en tal ambiente histórico, aquel

superficial postulado de que distintas naciones

deben hablar distintos idiomas, en cuyo caso,

como le sentaba Abeille, la Argentina, por ha-

berse alejado política y étnicamente de España,

ha de formar, necesariamente, su propio idioma?

Poco a poco... El idioma es un fenómeno es-

piritual lleno de sorpresas. Como todo fenómeno

espiritual, se cumple la mayor libertad. Lo que

suele cambiar con el tiempo no es la lengua, sino

el lenguaje ; no es el idioma, sino su timbre, si

podemos hablar así. Cervantes, despertando de

pronto, nos entendería mu3^ bien, salvo en una

docena de neologismo, y no poco se asombraría

de la casi identidad del castellano, del Siglo de

Oro acá. Sobre todo, de cierto castellano. Jamás

leeremos La Celestina sin maravillarnos de lo

muy cerca que nos queda en lo verbal, bien que

nos quede tan lejos en el tiempo. Verifiquemos

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ARTURO C A P D E V I L Á

un hecho. Cambia en el río del idioma el color

o la temperatura de las aguas ; el agua misma, no.

De este modo, ha variado entre nosotros el va-

lor fonético de un par de letras : la zeta y la elle;

¿ y qué importa, si ya había sucedido en buena

parte de España? Se ha modificado la significa-

ción de algunas palabras : ¿ y qué valor tiene ?

Hemos preferido unas palabras a otras por un

íntimo proceso de selección : ¿ y qué pone ni qui-

ta en lo sustancial, siendo todas castellanas?

Hemos incorporado algunos vocablos nuevos : ¿ yquién empobrece ni gasta una lengua, enrique-

ciéndola ? Metáforas, sinécdoques o metonimias

nos han creado algunas nuevas acepciones de sen-

tido traslúcido : ¿ y desde cuándo se comportaron

de otro modo ni sirvieron para otra cosa las me-

táforas, las sinécdoques y las metonimias? Pues

con esto y con mucho más, estamos siempre en

el ámbito del castellano.

Sí. Ya sé que Cuervo llegó a imaginar que el

destino inevitable del castellano en América se-

ría transformarse y desaparecer, a no muy largo

plazo. Hoy se ve clarísimo que no. Bl castellano

se transformará o desaparecerá en América cuan-

do se transforme o desaparezca en España, v^

un cataclismo destruiría esta cohesión. Con el te-

légrafo, con el periodismo, con la radiotelefonía,

con la aviación, con los rápidos vapores, el ac-

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BABEL Y EL CASTELLANO

tual imperio hispánico, nuestro actual inmenso

imperio espiritual, es, de hecho, más pequeño

que nunca lo fué Castilla sola. La tierra se ha

apretado mucho, mucho, con los inventos de la

mecánica y de la electricidad. Si la inmensidad

de América llegó a turbar a Cuervo, hoy se ale-

gran sus manes. El mundo hispánico es ya todo

entero una ubicua vecindad.

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III

Para ver cumplida alguna vez la utopía de la

lengua nueva en el Plata, menester hubiera sido

el previo cumplimiento de circunstancias de todo

punto indispensables. Desde luego, que sobrevi-

niese el aislamiento, y que, tal como le aconte-

ciera al latín, se viera anegado el castellano por

impetuosas avenidas de analfabetismo. También

se hubiera necesitado abolir toda especie de lite-

ratura;porque ésta es, de por sí, conservadora :

limpia y fija, hasta cuando no da esplendor. Ha-

cerse literaria una lengua tiene suma importan-

cia para su duración y fijeza.

Mas no digo solamente que hubiera sido nece-

sario abolir toda especie de literatura ; asimismo

se habría llegado a necesitar la abolición de cual-

quier linaje de escritura porque el idioma se

reviste con la escritura como de una coraza. Algo

más se hubiera necesitado. Hubiérase necesitado

que el castellano, sin letras, cayera en el caos

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A H T U no C A ¡' U E V I 1. A

político y social por efecto de grandes invasiones

de sucesivas razas distintas e irreconciliables,

que fueran creando un fondo dialectal, movedizo

y blando, propicio para toda suerte de metamor-

fosis : una materia soñadora, si pasa el término.

Fuera preciso también que estas razas invasoras

trajeran, por todo haber espiritual, idiomas en

puro estado oral, o sea lo que hemos de llamar,

palabras sin conciencia de sí. Después hubiera

sido necesario un lento proceso de transformacio-

nes, tanto morfológicas como semánticas, en el

fondo de una especie de semihistoria. Esto, du-

rante unos largos tiempos en que sólo se hablase

una jerga a medias inteligible. Por último, el es-

píritu hubiera debido rodearse de una como nie-

bla intelectual de aspectos engañosos y fugaces;

pues no de otra manera se manifiesta una lengua

en estado prenatal.¡Todo esto ! Y al ferrocarril,

a la radiotelefonía, a la imprenta, a la escuela,

al verso, y al aeroplano como al cinematógrafo;

a todo lo que de algún modo comunica y vincula,

hubiérase debido renunciar, diciendo patriótica-

mente : ¡ Abajo España ! Por no hablar su idio-

ma, acabamos de sufragar por la barbarie, a i a

espera de originar el nuestro. Nos satisfaremos

aunque sea con una jerigonza, siendo propia. Ocomo decía el que sabemos : «El castellano es una

lengua que nuestra patria no quiere hablar.» Y

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BAÉEL Y EL CASTELLANO

todavía : «Hemos tenido el pensamiento feliz de

la emancipación de nuestra lengua.» Por consi-

guiente, mientrastanto, nos sumergimos en el

caos. No sufriremos ni un día más la afrenta del

idioma prestado.

Por dicha, no sucedió nada parecido. Antes

bien, surgió la patria nueva del seno mismo de

España, tal como nace un hijo. ¿ Que no ? Lle-

guemos al alma de las cosas. En 1813 nuestra

canción nacional celebraba el advenimiento de la

patria libre. Pertenecía la música al maestro yorganista de coro don Blas Parera, catalán

; y en

cuanto a la letra, don Vicente López, como lo

hace notar con justicia Menéndez y Pelayo, se

inspiraba para su himno en el canto de guerra a

los astures, de Jovellanos. El léxico es el mismoen el himno y en el canto : acá y allá, tronos,

esplendor, cervices, tiranos, fama, yugo, incen-

dio, muerte, saña ; acá y allá, los mismos heroi-

cos imperativos ; acá y allá, unas mismas vehe-

mentes interrogaciones.

En el canto español :

Ved que ciegos sus viles esclavos

se adelantan del Sella al Nalón

y otra vez sus pendones tremolan

sobre Torres, Haranco y Gozón.

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A n T U R o CAPDEVlLA

En el himno argentino :

¿ No los veis sobre México y Quito

ensañarse con furia tenaz,

y cual Lloran bañados en sangre

Potosí, Cochabamba y La Paz ?

El ambiente es el mismo. La nomenclatura his-

tórica se mezcla a la geográfica, evocando hechos

y lugares épicos. Confronte cada argentino con

sus recuerdos del himno las estrofas siguientes

del canto de guerra :

Cuando suevos, alanos y godos

inundaban el suelo español;

cuando atónita España rendía

la cerviz ü su yugo feroz.

Desde el Lele hasta el Piles Tarique

con sus lunas triunfando llegó,

y con robos, incendios y muertes

las Españas lleno de terror.

En Asturias Pelayo alzó el trono

que Ildefonso afirmó vencedor.

La victoria ensanchó sus confines;

la victoria su fama extendió.

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BABEL Y EL CASTELLANO

Si en Bailen de sus águilas vieron

humillado el mentido esplendor,

de Falencia escaparon medrosos;

Zar\agoza su fama infamó.

Y vosotros y de Le^ia y Miranda

¿no los visteis huir con terror?

¿Y no visteis que en Grado y Doriga

su vil sangre los campos regó?

Transcribimos todo el canto y no haríamos sino

verificar, verso por verso, la identicidad de ins-

piración de ambas poesías. No Hay, sin embargo,

imitación directa en ningún pasaje, sino que en

una y otra composición corre el mismo soplo líri-

co, ya que el himno tuvo por modelo ai canto. Enconclusión : si por Parera cruza en el himno rá-

faga de Cataluña, puede ser que por Jovellanos

vibre el resucitado aliento de los astures de don

Pelayo.

Y dígase después que no nació la patria nueva

del seno mismo de España, como nace un hijo.

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///. ESPAÑA Y AMERICA

Diréos, no lo que sé de cierta ciencia,

porque no sé nada desta manera, sinolo que por conjetura alcanzo y saco pordiscreción.

(Diálogo de las lenguas.)

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Ningún hijo nace para la exacta reproducción

de alguno de sus padres ni para ser tampoco la

semisuma de los dos. El concepto de reproducción

es bastante falso, a tomarlo por expresión del

fiel trasunto de un determinado modelo. Cosa se-

semejante no se ve en el mundo de las formas ani-

madas. Porque son animadas las formas de que

se trata, no se verá jamás un caso de perfecta

reproducción. Bien al contrario, en toda procrea-

ción hay un ensayo de posibilidades nuevas. Pron-

to, entre padre e hijo son más las diferencias que

las similitudes. Debemos celebrarlo, sin duda. Lointeresante es que Pizarro sea hijo de unas po-

bres gentes. Lo venturoso es que Henry George

no necesite ser hijo de Adam Smith. La grande-

za del destino está en que los sabios no tengan

por qué ser hijos de sabios, ni hijos de héroes,

los héroes. Es como van medrando las generacio-

nes. Lo patético y más grandioso de la vida está

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ARTURO CAPDEVILA

en que nunca se sabe lo que puede suceder. ¿ Co-

nocemos perfectamente bien a los padres? Pues

no conocemos ni un cabello de lo que serán los

hijos. Y si esto es mucha verdad para casos indi-

viduales, ¿cuánto mayor no será en lo tocante a

pueblos proyectados a dilatadas extensiones y a

través de inmensas distancias? Seguro es, por la

fuerza de las cosas, que muy luego se debieron

marcar diferencias esenciales entre España yAmérica que finalmente harían imposible la uni-

dad política. Bien decía Heredia :

Que no en vano entre Cuba y España

tiende inmensas sus olas el mar.

Pero fracasado el imperio material, ¿debe dar-

se por irrealizable el imperio espiritual en un

libre consorcio de naciones Ubres? Los hombres

del mundo hispánico, podemos reemplazar por

hechos las meras palabras con que alguna vez

quería definir un estadista inglés al imperio bri-

tánico como una sociedad de libres naciones. Hayun hecho extraordinario y totalmente nuevo en

la historia : el de estos numerosos pueblos his-

pánicos que añaden al vínculo cercano del común

origen el de la identidad de lengua. Tampoco

se vio nunca una tal continuidad geográfica como

^ 54 -

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BABEL Y EL CASTELLANO

al servicio de esta continuidad moral. Son he-

chos nuevos.

Son hechos nuevos;pero se les quiere aplicar

interpretaciones viejas. Son hechos nuevos, pero

no se quiere reconocer que lo son;pues se les

mira con el escepticismo y entre los recelos pro-

pios de otros ambientes. Son hechos nuevos, pero

faltan las interpretaciones nuevas. Cabe esperar,

de todas maneras, que tales hechos se impon-

drán por su sola virtud.

Y, por de contado, ya hay una atmósfera es-

pecial de simpatía entre estas diversas patrias,

cualesquiera que sean las momentáneas aparien-

cias. El ciudadano de cualquier patria de Amé-rica se sentirá siempre muy poco extranjero en

España o en otra nación de América. Fué ex-

tranjero, lo es y lo será siempre el que no nos

entiende ; el que tiene que estudiar para enten-

dernos ; el que si no estudia no nos podrá nunca

entender. Unen o separan las palabras, según

sean unas mismas o diversas. (Y hacemos bien

de tomar las cosas de este modo, porque quere-

mos llegar al fondo de la cuestión.)

Así, aunque podamos devenir, con respecto de

España y del resto de América, tan distintos

como nos haga la historia, si conservamos en co-

mún el lenguaje, no perderemos, unos y otros,

el carácter de hermanos.

^ 56 -:

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II

Ya es tiempo He que lo cuente. Viajando por la

península, de Madrid al Escorial, como apenas

había cosa en el trayecto que no me interesara,

hube de dirigir no pocas preguntas a mi vecino

más próximo, un señor de noble presencia, acaso

un castellano viejo, que respondía a todo con la

mayor cortesía; y tanto, que luego tornaba yo a

mis preguntas y él a satisfacer con la misma de-

ferencia mi renovada curiosidad.

Por fin me interrogó, imaginándome ya de estas

partes de América.

—¿El señor es tal vez extranjero?

No supe contestarle que sí. Comprendí que res-

pondiéndole afirmativamente incurriría en una

completa falsedad del espíritu. Tan cierto es que

en España me sentía como en mi propia casa.

Le repuse, pues :

—Extranjero... no. Más bien, forastero. Soy

argentino.

— 57 —

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ARTURO CAPDEVILA

Entonces por aquel abierto semblante pasó

algo que lo iluminó. Una emoción sincera y ple-

na se subió a aquellos ojos, se dilató por esa

frente, se asomó a aquellos labios entre unos bi-

gotes entrecanos.

—Habla usted—me dijo—con un coronel de

España que le Ha las gracias de todo corazón.

Venga esa mano. Yo tampoco me sentiría extran-

jero en su patria. No podría ser. Bien hace us-

ted de no sentirse un extraño en la mía.

Pero olvidemos esta anécdota y que por ella se

me perdone. Tiene en contra que parece ideada

para una vana celebración del 12 de octubre. Estiempo, si queremos ser y parecer serios, de ale-

jarnos de esas triviales actitudes de los días de la

raza, a menos que sepamos entender de una vez

y para siempre qué cosa inmensa quiere decir el

día de la raza. Entretanto, el día de la raza con

todos sus abalorios vale bien poco. Debemos aca-

bar con ese quiosco de baratijas y con todas las

ferias del sentimentalismo baladí. Hemos habla-

do mucho. No hemos hecho nada. Entre españo-

les e hispanoamericanos se han cambiado innu-

merables discursos, como si adrede se hubiera

querido siempre rehuir el instante de la obra.

Los cables interoceánicos se doblan al peso de

tanto adjetivo ditirámbico que a España va, que

de España viene. Entretanto, la Argentina quie-

ra 58 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

re colocar sus carnes en los mercados españoles,

que harto lo necesitan, y no se consigue. A tal

punto se ha llegado en materia de relaciones his-

panoamericanas y tanto reposa todo en fofas pa-

labras y tan poco en hechos serios, que ya no r^e

puede relatar, con asomos siquiera de discreción,

una anécdota vivida, sincera y profundamente ve-

raz. Y tanto negocio urgente anda todavía en

manos de una generación tan apta para pronun-

ciar bellos discursos cuanto inepta para realizar

cualquier obra concreta, que de veras no me aven-

go a que se me confunda ni por un solo mo-

mento. Ha llegado ya, para decoro de la recta

amistad, la hora del silencio, a menos que tnada-

ren, por fin, los tiempos de la provechosa acción.

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m

¿Los tiempos de cuál acción? Voy a decirlo.

América, nuestra América, es una gran soledad.

Aunque ya cuenta con crecidas poblaciones, como

éstas se desarrollan en recíproco aislamie.nto.

América es en el mejor de los casos una unidad

deshecha. De haberse cumplido las generosas

utopías de la primera época, A^mérica sería hoy,

cuando mucho, una confederación de soledades.

América se ignora a sí misma. América no tiene

conciencia sino muy vaga de sí. La guerra de la

Independencia dio la impresión de una unidad que

no existia. La historia de esa guerra la sigue dan-

do, ahora que existe menos. Debemos precaver-

nos de la ilusión. No era América la unida, sino

España. Contra la unidad española, nosotros, que

atacábamos su régimen, llegamos a parecer uni-

dos, solidarios, confederados. Los prohombres de

cada patria hubieron de asumir proporciones con-

tinentales. San Martín y Bolívar parecían pejear

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ARTURO CAPDEVILA

por encargo común de América. Los propios polí-

ticos, cuando proclamaban altos ideales, parecían

voceros de la América toda. Cuando se hablaba

de una forma de Gobierno democrática, creíase

oir una concertada voz de toda América : de una

América unida, solidaria, confederada, Y no era

así. Aunque veamos una América democrática al

Norte, al centro y al Sur, no fué la democracia

el resultado de un plan, de una deliberación, de

un acuerdo. También a este respecto fué una mera

ilusión la solidaridad de América. La democra-

cia de nuestra Arñérica española surgió, sobre

todo, de la forzosamente idéntica reacción ante un

régimen uniforme. Tomemos uno de sus aspec-

tos : excluidos los virreyes, en virtud del conoci-

do silogismo político de nuestra revolución, que-

daban los cabildos abiertos, o sea la democracia.

España misma nos lo tenía aparejado. Por donde

se ve que también a este propósito padecimos la

ilusión de creernos unidos y solidarios por nos-

otros mismos, cuando la unión era sólo el resul-

tado de la común ordenación colonial.

Desnuda verdad fechada en 1928 : no cuenta

la América española con otra unidad que la del

común idioma. I^a unidad religiosa no tienen nin-

guna eficacia actual (ni existe), y en cuanto a la

unidad del régimen político, muchos de sus pue-

blos han renegado del inmenso bien de la de-

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BABEL Y EL CASTELLANO

mocracia, ya que la dejaron ofendar y profanar

por menguados tiranuelos. No qugda más que el

idioma.

Pero ya hemos visto que ello es mucho. Por

el idioma común puede volverse hermosamente

solidario el destino de América. Sólo que lo pri-

mero es conocerse. Y a la verdad : de cada hora

de la historia nos viene el mandato de conocernos.

Habrá como una apostasía en renunciar a esta

comunidad. Seremos desleales con nosotros mis-

mos, renunciando. Yo mismo ahora, al escribir

esto que escribo, obedezco a un mandato de cua-

tros siglos. América obedece a un mandato de cua-

tro siglos al querer conocerse. México quiere

dialogar con la Argentina; Venezuela quiere

dialogar con Chil^ ; Cuba mira hacia el Uruguay ;

Centro América quiere que escuchemos su voz.

¿Para qué? ¿Por qué? En algún siglo venidero

estará la respuesta. Demasiado nos hemos ena-

morado de la palabra co.nfra,ternidad para no de-

sear realizarla. Tendríamos todos por incompleto

un destino en que ello no se cumpliese. ¡ Ay !, no

quisiéramos tampoco que Helena nos fuera rap-

tada y quedarnos con la afrenta. En todo caso,

sin el menor deseo de epopeya, lo que quisiéramos

es evitar el rapto de Helena por el respeto que

consigamos inspirar.

Mas no caigamos de nuevo en la ilusión. En

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ARTURO CAPDEVILÍ

las palabras suele habi^r espejismos de hechos in-

existentes. L/Os discursos no sirven para nada.

Un congreso de intelectuales hispanoamericanos,

tampoco serviría de nada. Más bien perjudicaría.

Perderíamos, quizá, el vino por el aguachirle. Co-

municaciones reales, no ficticias, son las que ne-

cesitamos. 1^0 urgente es que sea tejida por toda

América una estrecha red de comunicaciones per-

manentes, sector por sector. Urge, por ejemplo,

echar abajo las respectivas aduanas. Pero el tra-

bajo grande, el que val^ la pena, aquel por el cual

vamos a decidir la efectiva solidaridad de Améri-

ca para mayores cosas, no se realizará por el sólo

cambio de mercaderías ; se realizará por el mutuo

conocimiento del .espíritu de cada nacionalidad.

Para lo primero, para cambiar y traficar, nos ire-

mos bastando, según vayamos teniendo flotas yrieles. Para lo segundo, para el conocimiento mu-

tuo; necesitamos de España.

Agente de compenetración no hay otro que el

libro. Ahora bien ; ignoramos recíprocamente

nuestra literatura los hispanoamericanos ; ignora-

mos nuestro pensamiento, nuestros deseos, lo que

somos, lo que aspiramos a ser.

El librero de la calle Florida pone a mi dispo-

sición libros de Holanda y de Rusia, si los pido.

Pero no halla manera de conseguir el libro de

Colombia o de Nicaragua que me interesa. Tam-

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BABEL Y EL CASTELLANO

poco se da en Nicaragua o en Colombia con un

libro argentino, como no sea por singular rare-

za. ¿Qué falta? Falta la empresa editorial que

lo realice con tesón, sin inconstancia. Pero esta

empresa no se ha de situar útilmente en mejor

sitio que España. Esta, por haber sido la metró-

poli de América, tiene las rutas hachas, aparte

de que cuenta para facilitar los cambios con una

moneda liviana favorecida aún por la mano de

obra barata. Buenos Aires no sirve para ensayar

siquiera nada de esto. Carecemos de rutas pron-

tas y cómodas ; tarda más de un mes una carta

de Guatemala. El obrero es caro ; la moneda,

pesada ; Nuestro peso no puede cruzar la cordi-

llera, sin llegar recargadísimo : un libro argen-

tino sale demasiado costoso en Cliile. Santiago

queda más cerca de Madrid que de Buenos Ai-

res, aunque muestra el mapa lo contrario. Las

distancias en el comercio se miden por el valor

de los giros.

Entretanto, Madrid puede ser comparado con

una estación general de teléfonos, por cuya me-

diación las naciones de habla española llegarían a

comunicarse entre sí. Todos los diálogos serían

entonces posibles. Todas las distancias queda-

rían entonces nuladas. Lástima que los dueños de

esta oficina no la quieran hacer funcionar...

Pero cierto. La solidaridad iría surgiendo poco

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ARTURO CAPDEVlLA

a poco de los hechos, Cada nación se miraría en

las otras, siendo de añadir que una tal afinidad

comportaría, de su propia virtud, una manera de

solidaridad con España. Madrid sería de nuevo

para muchas cosas superiores la ciudad cen-

tral (i).

Una vasta empresa editorial de obras de habla

española, radicada en Madrid o en Barcelona, es

cosa de suma urgencia. Agrego que tiene que ser

un buen negocio. En cien años de literatura con-

tinental hay cien o más autores dignos de difu-

sión por el continente y la península. Es un

absurdo el acantonamiento en que vivimos. Nodebe ser tolerado por más tiempo que un buen

escritor del Perú o de la Argentina se reduzca a

ser leído por sus compatriotas. No conozco un

feudalismo más necio. Resultado : cifras humi-

llantes e irrisorias. Mil, acaso dos mil ejemplares

por todo tirar... Irrisorio y humillante. ¡ Hay que

haber nacido con misión de escribir para seguir

escribiendo !

Se siente la urgencia de que tales condiciones

varíen. Ya parece justo que todo buen escritor

(1) Un ilustre argentino, que no hay objeto de

nombrar, trató de comunicarme en esto su inmensa

fe en Buenos Aires. He oído, he pensado, he medita-

do sus palabras, que eran las de un gran patriota.

I\o me he podido rectificar.

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BABEL Y EL CASTELLANO

de habla española pertenezca a todo el público del

habla española. Bs absurdo que prolonguemos

este aislamiento feudal. Es absurdo, y por añadi-

dura hiriente, que España ignore en absoluto la

literatura americana;quiero decir el pensamien-

to y el sentimiento de América.

Ved lo que pasa al escritor argentino en su

propia patria. Su libro no puede competir con el

libro extranjero, El libro argentino es caro ; el

libro extranjero es barato. El libro argentino

deja una escasa ganancia al librero. El libro im-

portado le deja una gran ganancia. Y los nego-

cios son los negocios. Todo discurso está de más.

Por dos caminos se abaratará el libro argentino :

hecho en el extranjero, y cotizado en plaza a pe-

setas o a francos ; o bien, editado en plaza, pero

en tales tiradas, que pueda venderse al precio del

libro extranjero. No sé cómo... No sé cuándo...

Concluímos. Madrid es como una oficina cen-

tral de teléfonos que no se dispone a funcionar.

La peseta es una moneda en exceso precavida ytimorata. Ahora bien : como esto es cosa que

urge y está ya en el ambiente de la Necesidad,

si la peseta no lo hace, lo hará el peso. Si el peso

lo dilata, lo hará el dólar. Madrid será utilizado

por la moneda que se enamore de esta empresa;

a menos que, por incapacidad de los unos e in-

credulidad de los otros, se anticipe el franco, y

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ARTURO CAPDEVILA

el centro de gravedad, para las cosas latinas, se

afiance definitivamente en París.

Pero Madrid es algo más que una oficina cen-

tral de teléfonos. Es también como una altura

estratégica sobre la cual debe ser colocado el ca-

ñón que ha de hacer blanco en América. Esta

batalla de América se tiene que dar, y será de

consecuencias incalculables. Para darla, ese ca-

ñón será colocado en la justa altura estratégica

por unas o por otras manos. Nadie se queje si

mañana los yanquis se apoderan de esa formida-

ble llave de las rutas del pensamiento hispano-

americano. Nadie se queje si mañana España

pierde otro inexpugnable. Gibraltar, desde el cual

gobierne un extranjero invasor todas las corrien-

tes editoriales del mundo hispánico;quiero de-

cir nuestros sentimientos, nuestras ideas, nues-

tros anhelos, nuestra acción, dueños y señores de

todo libro y arbitros de la real eficiencia de todo

autor.

Mientras tanto, españoles e hispanoamericanos

pronunciaremos hermosos discursos en ocasión

del día de la raza, tremolarán las banderas y se-

remos siempre los elocuentes habitantes de una

confederación de soledades.

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IV. EN CASTILLA

¡Seréis liberal principalmente en esta

mercancía en que con la liberalidad no

se desmengua el caudal.

(Diálogo de las lenguas.)

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Sin duda : Alá está en todas partes, pero hay

que ir a la Meca; Jesús por doquier es adorado,

pero hay que ir a Belén ; nuestro idioma está

vivo y ágil, acá y allá, en un -continente entero

y en los puertos del Oriente próximo, y en las

islas del remoto Oriente;pero conviene ir a Cas-

tilla.

Conviene ir a Castilla, siquiera sea para pre-

guntarse, contemplando sus dilatados ocres y su

amarillez infinita, si tales tierras no serán como

son por la particular botánica que el destino les

tenía señalada;que en ellas, tan secas y de apa-

riencia tan torva, se levantase y creciese gigan-

tesco el árbol—mejor diríamos, el bosque—de un

gran idioma ; tan grande, que a su sombra vivi-

rían numerosos pueblos. ¡ Y tantos ! No ha mu-cho, se calculaba en ochenta y cinco millones la

cifra de los que hablamos castellano por haberlo

recibido en la materna leche. Ahora, la cifra debe

rectificarse y ser elevada a más de los noventa

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ARTURO CAPDEVILA

millones. El castellano está triunfante en el mun-

do, y es una de las mayores fuerzas del espíritu

sobre la tierra.

Castilla es la tierra santa de este portento. Por

esto, al menos, es muy buena cosa que todos va-

yamos alguna vez a Castilla, y aún que recorra-

mos toda España, pasando de una a otra zona

semántica, distinguiendo y apreciando éste y este

otro matiz. Es de por sí una fiesta espiritual.

Por mi parte, en nada miento si digo que lo más

placentero de todo mi viaje por España fué sen-

tirme sumergido eri esa atmósfera plena del idio-

ma. Yendo a Castilla, tuve de seguro mi Meca ymi Belén.

Pueblos sobre pueblos se agolparon en España,

pensaba : fenicios, celtas, iberos ; turdetanos ycántabros

;griegos, cartagineses y romanos

;go-

dos y árabes, para que se formase esta lengua de

Castilla. Armas y carros de todos los grandes

pueblos de la antigüedad araron, por así decirlo,

las comarcas españolas, 3- sangre, sudor y lágri-

mas de todos ellos las regaron. En el si,glo viii

todavía se hablaba en la Península griego, cal-

deo, hebreo, cántabro, celtíbero, latín, árabe, yla naciente lengua provenzal. Castilla, entretanto,

recogía en su atmósfera el verbo y el eco de tan-

tas y a veces tan enemigas gentes, y por sobre

los azares y las mudanzas de la fuerza iba apa-

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BABEL Y EL CASTELLANO

Tejando una armonía nueva y una honda y pací-

fica razón de solidaridad.

Ni tuvo ni tiene ahora mismo Castilla otro de-

signio que el dicho : aparejar una armonía nueva

y una honda y pacífica razón de solidaridad. Aho-

ra mismo nos da, por obra de la identidad de

lengua, la más perfecta razón y el más viviente

motivo para una solidaridad hispanoamericana.

No veo manera de negarlo, ni hallo para que

se haría : españoles e hispanoamericanos forma-

mos una sola familia. Nada más pedantescamen-

te vano que alzarse contra los hechos de la natu-

raleza ; alzamiento que, por esta vez, se dirigía

contra un hecho magnífico. La familia hispano-

americana existe, Que esté desorganizada, nada

arguye. El tiempo se encargará de su organiza-

ción, aunque nadie sepa cómo.

Y ahora recuerdo lo que en 1924 me aconte-

ciera en París, por la época precisamente en que

más se embraveció la guerra hispanomarroquí.

íbamos mi mujer y yo, hablando, naturalmente,

en castellano, cuando por la misma calle, y en la

misma acera, nos dimos de manos a boca con unmoro de los que a la sazón estaban en paz con

Francia,j Mira el moro ! Y lo miramos con en-

tusiasta interés. Vestía sus blancas vestiduras na-

cionales. Su rostro era de un óvalo bellísimo.

Tan garrida como militar, su apostura. Renegrida

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ARTURO CAPDEVILA

la barba ; feroces los ojos.¡De confundirlo,

con el propio rey Schahriar, de Las mil y una

noches! Era, con toda seguridad, un valiente, ymerecía, sin ninguna duda, toda la admiración de

las personas justicieras.

j Ah ! ¿ Sí ? Pero no es fácil olvidar el brusco

movimiento de aquel Tiombre al oírnos hablar cas-

tellano. No es fácil tampoco olvidar la mirada de

odio que nos dirigió. Nuestro entusiasta interés

hacia él hubo de parecerle hostilidad y provoca-

ción. Por un momento, se hubiera dicho que ya

se volvía a colmarnos He injurias. Lo cierto es

que se paró, y que su mirada nos hundió en el

desprecio. Bramos sus naturales enemigos, y no

lo quiso disimular. Por lo demás, ¿no entraba

la noche, tan propicia para los rencores de un

moro?

Seguramente, de oír nuestras explicaciones, el

moro hubiera depuesto su furia;

pero bien se

echa de ver que fué una suerte que esto pasase

como pasó, en pleno centro parisiense, junto a la

plaza de la Concordia. Nos habríamos entendido

finalmente con el musulmán. Pero esto hubiera

sido lo largo. Lo corto, de no haber vigilancia,

hubiera sido el incidente inevitable.

Con todo, y tope donde tope, no faltará quién

siga llevándose por delante la verdad natural de

las cosas.

-74-

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II

De otro lado, una vez más se podrá repetir con

provecho, que atender al idioma es atenderse uno

mismo; y conservarlo puro, cuidar de la propia

identidad psicológica ; sin contar aún con que el

¡amor al idioma es una forma—la más bella, por-

que da frutos de arte—de la fidelidad con la pa-

tria. ¡O todavía habrá quién crea que nada nos

va en cuidar la salud y la vida de la palabra, ynada en velar por el destino uRerior de una len-

gua? También para entender cumplidamente es-

tas cosas es bueno llegarse a Castilla.

El mismo Sarmiento, que en 1846, esto es, a

los treinta y cinco años de su edad, visitara a Es-

paña con el terrible designio de «andarle con los

dedos sobre las llagas», o sea «con el santo propó-

sito de levantarle proceso verbal para fundar una

acusación» que, como fiscal reconocido, «tenía de

hacerle ante el Tribunal de América» ; el propio

Sarmiento, que así decía aprestarse solamente a

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ARTURO C A P D E V J L A

tan áspera clínica y a tan agrio alegato, también

declara que se propone estudiar en el reino los

métodos de lectura y ortografía «y cuanto a la

lengua dice relación».

No puede menos de interesarle profundamente

España. En las calles de Burgos, apenas apeado

de la diligencia, no sabe sustraerse al encanto de

la ciudad, bien que la llame después montón de

ruinas. Es de noche. Burgos duerme. Su catedral

está soñando. Por las calles vacías va y viene

con su linterna la sombra del sereno. Sarmiento

recorre la ciudad que duerme y recorre la cate-

dral que sueña. No sabe qué le pasa... Los gen-

darmes se dirigen a él por la extrañeza de su per-

sona, y él traba diálogo con ellos. Habla, oye, se

escucha, pone el oído a los ecos del aire y a las

resonancias del alma. El no dice nada de esto.

Enfurruñado con España, se guarda bien de con-

fesarlo. Pero imposible es que tal escritor de

raza como él fué, no percibiera en Burgos un mis-

terio muy grande y muy hondo, el de la fuente

del idioma, en esa tierra del Cid, en esa tierra de

los primeros versos del romance :

E él las niñas tomólas a catar.

A Dios vos encomiendo,^fijas,

e a la mugier, é al Padre spiritual.

Agora nos partimos, Dios sabe el ajuntar,

-7§-

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BABEL Y EL CASTELLANO

No. Sarmiento va a estudiar también acuanto a

la lengua dice, relación». Y lo hace desde que en-

tra en España. No importa que en la diligencia

de los ocho pares de muías vaya mano a mano

con un subdito francés, denigrando «al país de

los buenos godos». (¡Y por qué motivos! Por-

que las muías llevan moños encarnados y gran-

des plumeros rojos, y rapacejos, borlas y campa-

nillas...) Lo cierto es, aunque él no lo refiera,

que apenas oye una expresión castiza, corta la

charla con el francés, y escucha y atiende. Igual

cosa le acontecerá en Madrid. Por más que la fies-

ta de los toros lo fascine— ¡y lo fascinó!—anda

muy ocupado en la corte viendo si abundan o no

en los últimos libros los arcaísmos apelillados.

Así ama al idioma. ¿Y cómo sería de otro

modo? Junto con el relato de las primeras ba-

tallas de la libertad, oyó referir, de niño, los he-

roicos hechos de las invasiones inglesas. ¿No lo

sabía de sobra Sarmiento? Cuando en Montevi-

deo comenzóse a publicar aquella hoja bilingüe

de La Estrella del Sur, se definió netamente en

el Plata la sensación de un insoportable oprobio.

Ni poco ni mucho les valiera a los gacetilleros

británicos pregonar en su hoja las excedencias del

liberalismo económico inglés frente a las aberra-

ciones del monopolio mercantil español. Monte-

video y Buenos Aires querían todas las franqui-

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A h T U fío CAPDEVILA

cias del liberalismo económico,.., pero en caste-

llano. Aquellos criollos, cualesquiera que fuesen

sus ideales políticos, renegaban de ellos, si ha-

bían de hallarlos en ese texto bilingüe... Se ve

muy claro, Cuando tales hechos mueven a la re-

belión y cuando tales cosas se defiende con la

espada y el fusil, señal segura de que están en

juego muy grandes riquezas del alma.

Y Sarmiento, lo quisiese o no, era, respecto

de muchas cosas, en esa España que recorría en-

furruñado, un español entre los españoles...

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til

Sarmiento entró en España yendo de Francia,

y harto sabía cuánto se amaba en la tierra de

Hugo la buena expresión de las ideas. París era

la nueva Roma del mundo latino. Las letras ha-

bían vuelto a ser augustas. También sabía Sar-

miento, empapado de historia, que dondequiera

que se vio un gran monarca, allí se atendió a la

salud y lozanía de la palabra; y que dondequie-

ra que se alzó un pueblo excepcional, pronto para

un excepcional destino, allí el cultivo del idio-

ma se pareció demasiado a un culto ; lo sabía,

bien que pudiera momentáneamente olvidarlo en

polémica con Bello.

Y cierto es. Dondequiera que hubo un gran

rey en la tarea de labrar la efectiva grandeza

de su nación, viósele propender a la pureza del

idioma. Pero, sin salir de la vecindad pirenaica,

bastará que hablemos de Luis XIV, el rey aman-

te de las letras y de las bellas artes literarias.

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An T U no CAPDEVILA

Luis Bertrand nos le muestra, en el hermoso li-

bro que le dedicara, tan ocupado en salvar a

Francia del león y del águila como de promover

el mayor brillo de su literatura. Amaba el arte

del bien decir. Si se enamora de la feúcha María

Mancini, es porque ésta habla como ninguna. El

encanto de la conversación le hace caer más tar-

de en los amorosos lazos de madame Scarron.

Entretanto, Luis XIV habla y escribe lo mejor

que puede. Ama y cuida su prosa, y es en él una

necesidad espiritual hacer versos. Ama el estilo.

Escribe excelentes cartas en la época de la me-

jor literatura epistolar que se conozca, después

de la latina. Parece un emperador romano del

más esplendoroso tiempo de Roma.

Bien ha dicho Bertrand : aMás que el mismo

Boileau, enseñó a su nación el poder de una pa-

labra exacta.» Y muy merecida celebridad alcan-

zó por toda Europa esta frase con que un día se

pintara al gran rey en la Academia Francesa :

«Dos cosas no puede sufrir Su Majestad : un

soldado fuera de su fila ; una palabra fuera de

su lugar.»

Y siendo tan liberal en esa mercancía del buen

gusto y del amor a las letras, no se desmengua-

ban sus caudales...

iAncha Castilla !—exclamación que en el viejo

tiempo incluía incitación a generosidad y a co-

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BABEL Y EL CASTELLANO

raje— ¡ Ancha Castilla ! Tampoco tu caudal se

desmenguó porque te dieras al mundo y sembra-

ras tu palabra por tantos mares, por tantas is-

las y por tan extensa tierra firme ; ni se desmen-

gua el nuestro de buenos y fieles argentinos, por-

que amemos tu idioma, nuestro idioma, el que

las madres nos enseñaron en la cuna.

Por eso decíamos entonces, frente a aquellos

ocres de los páramos castellanos, fragantes de ese

pan del idioma que allí creció, venturosa :

—\ Ancha Gastillal Tu idioma es, cada día

más, una de las mayores fuerzas del espíritu so^-

bre la tierra.

Por eso decimos ahora

:

—¡Ancha Castilla \ \Anch/i Argentina \ \ An-cua América !

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V. EL EMBROLLADO PROBLEMADEL TU Y EL VOS

La buena fabla, siempre, faz de bue-

no, mejor.

Arcipreste de Hita.

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Ahora bien : De las muchísimas cuestiones que

en Castilla se ofrecen a la meditación de un es-

tudioso, en cuanto a la lengua respecta, son de

especial interés para un hispanoamericano las

que conciernen a la suerte del castellano en Amé-rica

; y entre todas, por curiosa, la que atañe a

la introducción del voseo en buena parte del con-

tinente. Para nosotros, los argentinos, enfermos

de este sucio mal, que ojalá no resulte incurable,

el interés se duplica, excusado es decir.

Pero, con ser tan importante el fenómeno y con

hallarse tanto más allá y tan por encima de una

cualquiera gramatiquería, ni es mucho lo que

sobre esto se ha escrito, ni con lo escrito pueden

darse por resueltos los problemas que el caso

plantea. No faltan, sin embargo, en las publi-

caciones destinadas a esta clase de asuntos, va-

liosos ensayos sobre el voseo. Son los primeros;

tratan el asunto en general, y, por de contado,

no lo agotan. Ya vendrán otros más frecuentes ymás completos. Y como en todas nuestras cosas,

-- 85 -

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ARTURO CAPDEVILA

para dar con la verdad será preciso que Américavaya a España y que España venga a América.

Entretanto, modelo de monografía es, sin duda,

la que don Pedro Henríquez Ureña publicara por

192 1 en la Revista de Filología ; trabajo meritísi-

mo, autorizado con tan numerosas como bien es-

cogidas citas. Su estudio, rico en observaciones,

computa hechos diversos, a cual más digno de

sostenida atención. Comienza por distinguir en

América cinco zonas principales. La Argentina,

el Uruguay, el Paraguay y tal vez una parte del

Sudeste de Bolivia forman una de estas zonas.

En algunas, el idioma asume caracteres dialecta-

les. Más aún : la inferioridad n>iinérica del ele-

mento hispánico ha determinado en algunos si-

tios de América la constitución de dialectos in-

termedios ; como, por ejemplo, la formación del

hispanonáhuatl, de Nicaragua, o, bajo la influen-

cia africana, la del papiamento, de Curasao. Todo

esto queda muy bíe.n puntualizado en el estudio

del conocido ensayista.

También se examina aquí la suerte del alfabeto

castellano en América, letra por letra, para en-

trar, finalmente, a un rápido análisis y considera-

ción del voseo, estableciendo, eso sí, con celosa

minuciosidad su distribución geográfica desde

Cuba a la Argentina.

La afirmación categórica es ésta : sólo la ter-

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BABEL Y EL CASTELLANO

,

cera parte de la América española ignora el uso

del vos ; todo el resto de América, en zonas de

mayor o menor extensión, lo emplea exclusiva-

mente. El voseo existe en la más dilatada por-

ción de la América del Sur, debiendo incluirse,

en el otro hemisferio, la provincia mexicana de

Chiapas y aun el Cura9ao, en cuyo papiamento

se dice ho por vo's. Ahora, en Cuba quedan vesti-

gios de voseo en la provincia de Camagüey. Cabe

afirmar, por lo demás, su difusión por toda la

América Central, con la salvedad de que en las

clases cultas prevalece el tú.

En cuanto a Colombia, la conjugación popular

se acerca mucho a la ríoplatense. Sos, tomas, te-

nes, salís y otras inflexiones arcaicas son las vo-

ces habituales en el presente de indicativo ; tal

como en la Argentina. Asimismo, en Venezuela

y El Ecuador la conjugación popular no anda

mejor que a orillas del Plata.

Sólo quedan idemnes, aproximadamente en su

totalidad, México, las Antillas y casi todo el Perú.

Y con esto, cuando más queríamos oír al señor

Henríquez Ureña, su monografía termina. Lás-tima, de verdad.

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II

Entretanto, si en un mapa de la América es-

pañola señaláramos con rayas negras—y es lo

menos que podríamos hacer : señalar de negro tan

negra cosa— , las extensiones en que se emplea

el vos, y rayáramos de rojo aquellas otras en que

domina el tú, luego nos maravillaríamos conside-

rando la distribución de los colores ; sobre todo

si, en procura de una clave étnica, hubiéramos

creído posible establecer el origen de la dispari-

dad, habida cuenta del arribo y arraigo de unos

u otros pobladores españoles en el continente, ypuesto caso que pudiera demostrarse una exclu-

yente predilección por el voseo en determinados

elementos peninsulares. Veríamos media Améri-

ca del Sur rayada de negro y casi toda la espa-

ñola del Norte rayada de rojo. El Perú se nos

mostraría rojo también, y entre el Perú y Mé-xico hallaríamos caprichosas franjas de uno u otro

color.

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ARTURO CAPDEVILA

¿ Qué conjeturar ? ¿ Será que prevaleció en el

mapa negro una especial influencia, por ejemplo,

la casi dialectal andaluza ? ¿ O no se ha dicho yrepetido que hay un andalucismo americano? ¿Yno sabemos paralelamente que Andalucía, como

América, no dice vosotros, sino ustedes, como úni-

co plural de segunda persona? Sin embargo,

quedamos en las mismas. Pasaron los tiempos

del socorrido andalucismo de América. El pro-

pio Henríquez Ureña (ver Cuadernos del Institu-

to de Filología, 1925, Buenos Aires) demuestra

lo insostenible de esa tesis. Se rechaza ya funda-

damente que hubiera tal preponderancia andaluza

en la conquista de América ; fuera de que—vi-

niendo a lo nuestro—nadie ha probado que los

andaluces de la conquista emplearan el vos y mu-

cho menos a la manera americana, tan poco aná-

loga a la del teatro del Siglo de Oro.

Está acabada la cuestión. Todos se embarca-

ban en Sevilla, mas no eran todos sevillanos.

Sobran los nombres que lo acreditan. Incluso sa-

bemos que gran número de conquistadores y colo-

nizadores corresponde a Castilla. Toda España

se volcó en América, con todos sus elementos

étnicos. Cuervo tenía razón.

¿Y otro influjo que no fuera andaluz? ¿Otro

influjo, como ser el leonés? Se abre un camino

tentador a las fáciles improvisaciones. El Uru-

— 90 —

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BABEL Y EL CASTELLANO.

guay, que pertenece a la zona infestada por el

voseo—esa viruela del idioma— , comprende un

departamento cuyos naturales se denominan ma-

ragatos en recuerdo de los primeros pobladores,

oriundos de la Maragatería, aquella comarca leo-

nesa del Sur de Astorga. Son, pues, los mara-

gatos uruguayos de reconocido origen leonés.

Ahora bien ; según fidedignas referencias, los ma-

ragatos de España usaban el tratamiento de vos.

En España—afirma el señor Pla Cárceles (Revis-

ta de Filología, tomo X, cuaderno 3)— , en Es-

paña, entre los maragatos, hasta mediados del

siglo XIX, corría «el extraño tratamiento de vos».

Leemos en otra parte : «En Astorga se dice

vos.» ¿Entonces?...

Todavía nada. Surgen inmediatamente legíti-

mas dudas sobre la exacta naturaleza del voseo

astorgano, aparte de las que se ofrecen sobre su

persistencia actual. ¿ A qué pronombre va unido

este vos, en acusativo o dativo ? ¿ Al pronombre

os o sl\ te} ¿Se dice : Os digo a vos, o bien : Avos te digo ? Esta diferencia es sustancial. Repe-

timos que no hay ninguna relación entre una

comedia del Siglo de Oro y el ruin voseo río-

platense. Por otra parte, los que vosean en As-

torga, si es que los hay aún, ¿ no serán por ven-

tura indianos que aquí lo aprendieron y allí por

-.91 —

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ARTURO CAPDEVILA

nostalgia lo emplean, cuando no, si me pasáis ei

vocablo, por hacer notar su forasteria?

Mas, a pesar de tan discretas salvedades, no

faltarían motivos para cavilar un poco, antes «le

rechazar totalmente la hipótesis.. El señor José

Alemany es autor de un paciente análisis sobre

las voces leonesas usadas por la insigne novelista

Concha Espina en su obra costumbrista La es-

finge tnarágata. Y. punto notable : numerosísimas

voces de las que registra Alemany se tendrían

por argentinismos o criollismos ríoplatenses, des-

de el velay de Santiago del Estero, reputado por

quichua, hasta los vulgarismos más corrientes,

como cuando se dice la calor por el calor, o nece-

sidá, santidá, verdá, navidá... ¡Todo sería ma-

ragato !

He aquí una buena lista de argentinismos...

leoneses : Velay, entoavía, naide, nenguno, leju-

ra, explotar (por estallar), fruce (por fruncimien-

to), leyer, mismamente, norteño, remesón, tro-

nido, volido, agora, pitusa, casona, agorería (por

agüero), acaloro (por acaloramiento), caldudo,

conmiserarse, cuantimás, denantes...

Por el tentador camino de la improvisación ya

diríamos que los maragatos influ3^eron con sus

modismos en el habla general, y que su particu-

lar voseo arraigó en ambas orillas del Plata, con-

tando para propagarse con el prestigio de Buenos

— 92 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Aires ; con lo que fué cundiendo de Sur á Norte,

y después... ¡No! Nada de esto. Difícil es ima-

ginar hipótesis más absurda. Basta mirar en el

mapa de América toda la Argentina y todo Chi-

le y todo el Paraguay y toda BoHvia, en una sola

mancha negra correspondiente al voseo, para

comprender que la influencia de una colonia ma-

ragata del Uruguay no pudo nunca ir tan lejos...

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III

¿ Qué pensar ? Mientras más empeñadamente se

quiere ver claro en este enigma, cierto que más

aumentan las dificultades. Poco ganamos con

acudir a los textos del siglo xv. Por la época de

la conquista, el idioma se estaba formando aún.

M. L. Wagner ha podido escribir : «El idioma

español no había alcanzado aún, antes de la con-

quista, el punto culminante de su desarrollo

literario.» (Tomo I, cuaderno i, del Instituto de

Filología, Buenos Aires). Lo que guarda perfecta

conformidad con aquellas palabras del Diálogo de

las Lenguas, en que se ve cómo la lengua espa-

ñola era muy menos ilustrada que la toscana.

La toscana—declara Valdés en el Diálogo—está

ilustrada y enriquecida por un Boccacio y unPetrarca, los cuales, siendo buenos letrados, no

solamente se preciaron de escribir buenas cosas,

pero procuraron de escribirlas con estilo muypropio y muy elegante

; y, como sabéis, la len-

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ARTURO CAPDEVILA

gua castellana nunca ha tenido quién escriba en

ella con tanto cuidado y miramiento...»

Sólo había lo que se llama el español anteclási-

co, que si parece vacilante en muchas obras, mu-

cho más lo sería en rf ordinario trato. Esta fué

el habla que trajeron los conquistadores a Amé-rica. Hoy mismo es íácil hallar (verbigracia, en

el Arcipreste de Hita) expresiones todavía fre-

cuentes en los campos de la Argentina. Así

:

compaña (por compañía), Grabiel (en metátesis

de Gabriel), mestureros (de mesturar), cadaque;

por o po (en lugar de pues), retar (por repren-

der), quintero, y tantas otras. El lenguaje po-

pular no ha sabido olvidarlas, como tampoco han

sabido olvidarlas los judíos expulsos en los puer-

tos de Levante.

El idioma, en dicha época, no está concluido,

ni con mucho. El tratamiento mismo es insegu-

ro. El genio de la lengua vacila entre una y otra

dirección. Eas inflexiones yerbales no se han

dado aún su definitiva ley. Comienza a prevale-

cer k tercera persona para la segunda : Vuestra

merced, vuesarced... Pero, ¿tenía España dos

zonas bien netas : la del tú y la del vos ? Nadasería tan arbitrario como afirmarlo. Antes bij^n :

el castellano de España es bastante uniforme en

toda ella.

Entonces, y puesto que un mismo pueblo co-

96

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BABEL Y EL CASTELLANO

Ionizó nuestra América, y dado que uno Jolc; era

su idioma y unas mismas sus costumbres y su

cultura, ¿por qué tan luego esta diferencia de

tratamiento familiar? ¿Por qué en esas regiones

del Perú y de México una conjugación correctísi-

ma—el pronomBre tú con todos sus elementos

propios—y en estas otras del Plata y de Chile,

ese horrendo voseo, mezclado a los enclíticos ya los posesivos d^l pronombre tú? ¿Por qué en

unos sitios la cohesión verbal y en otros la más

estropeada conjugación que en idioma alguno se

haya observado?

Trataremos en capítulo aparte de desembrollar

este problema, si es que antes no se nos embro-

lla más.

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VI. EL TU Y EL VOS EN LOSCLASICOS

TÚ... (íNo se dice sino a criadoSy hu-mildes y personas baxas... pero acomo-dándonos con el uso de la lengua lati-

na, decimos tú al mismo Dios.))

Vos... iiiYo todas veces es bien recibi-do, con ser en latín término honesto. y>

{Covarrubiaa. Tesoro de la Lengua.)

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Quienes introdujeron el voseo en América

;

cómo y por qué degeneró en las formas mixtas

actuales ; si vino bastardeado o si aquí se le bas-

tardeó, por qué no se emplea en toda América, y

de cómo si los españoles lo trajeron, según pa-

rece obvio, ni ha sobrevivido ni se ha transfor-

mado tampoco en la Península, sino que se ha

perdido totalmente : éstos son los enmarañados

elementos de nuestro lindo problema hispano-

americano.

Y nótese que, por referirse al tratamiento, se

involucran en él agudas cuestiones psicológicas;

pues por mucho que gramaticalmente una perso-

na no sea más que un nombre o un pronombre,

mediata o inmediatamente vinculado a la acción

del verbo, ese nombre sustantivo se ha remonta-

do a vital expresión, y estas inflexiones particu-

lares que toma el verbo, dignifican o desdoran.

Apenas se inicia la historia, el tratamiento es la

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ARTURO CAPDEVILA

corona y la aureola de las palabras. La fuerza,

la grandeza, el poder quieren ser reconocidos a

cada instante en las inflexiones de los verbos. Si

las dice, la grandeza se confirma en la propia

opinión. Si las oye, es confirmada en la ajena,

El verbo, todos los verbos ; es decir, la vida toda,

se rinde a los pies del poderoso. Paralelamente,

un monosílabo (que rara vez alcanza a ser másuna persona) es capaz de comunicar dignidad o

de quitarla. Así, el tratamiento—esto es, la for-

ma particular asumida por la segunda persona

contiene todo el archivo de los linajes y las di-

nastías. Tú..., vos..., vuestra merced... En esta

inaprehensible nadería tenemos, cuando menos,

algunos siglos de historia española, política ymoral.

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II

Ahora, por si algo halláremos de camino para

nuestra cuestión, señalaremos algunas muestras

de las vicisitudes del tratamiento castellano, eni-

pezando, como es de justicia, por el testimonio del

Diálogo de las Lenguas, ese remoto cate.cismo del

idioma : lo más plácidamente romano que se haya

escrito en español ; diálogo tan claro, tan adivi-

no y tan bien autorizado por el tiempo que todo

él es hallazgo, sin decir nada de su llaneza ni

de aquel su atildamiento siempre incapaz de afec-

tación. Conjetúrase que lo compuso Juan Valdés,

un allegado del emperador Carlos V, y partida-

rio de Lutero y el libre examen, que, a la ver-

dad, debió ser hombre de incomparable cortesa-

nía. Asienta, pues, en su Diálogo el retórico lute-

rano que, hablando con uno muy inferior, se dice

túj y cuando se habla con un casi igual se

dice vo's.

De igual a igual no se diría tampoco de otro

103

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ARTURO CAPDEVILA

modo, ya que los propios interlocutores de su fin-

gida conversación—^Marcio, Coriolano, Valdés yTorres—de vos se tratan, y son los cuatro caballe-

ros de la misma dignidad.

En ^odo caso, el testimonio es posiblemente

válido, aunque no por manera absoluta, para las

primeras décadas del siglo xvi, y acaso no tanto

para la vida cotidiana de España cuanto para el

castellano oficial de las cortes extranjeras. Noolvidemos que los cuatro amigos de la plática de-

parten no lejos de Ñapóles, en una casa de cam-

po de la costa, y que dos, entre ellos, son ita-

lianos.

IvO cierto es que ya por ese mismo tiempo, como

lo afirma don José Pía Cárceles {Revista de Filo-

logía Española, tomo X, cuaderno 3), en su tra-

bajo ha evolución del tratamiento de vuestra

merced, el uso vino a rebajar «el valor galante

del vocablo pronominal latino vos en nuestro idio-

ma», de tal suerte que «ya en el primer tercio

del siglo XVI, vosear a una persona implicaba,

cuando no un insulto, una íntima familiaridad o

superior categoría social por parte del que ha-

blaba» .

Si no fuera que el Diálogo de las Lenguas se

refiere en este punto a un español diplomático

mucho más que a un casero y corriente español,

harto habría que extrañarse de estas noticias su-

^ 104 --

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BABEL Y EL CASTELLANO

yas sobre el vos y el tú;porque no hay texto

del siglo que las corrobore, sino bien al revés.

Fácil es verificar, como quiere Pía Cárceles, que

el voseo suena ya entonces, o despectivamente o

como expresión demasiado familiar.

Detengámonos, si no, ante decisivos ejemplos

que nos concretarán, así para América como para

la península, el sentido peyorativo del pronombre

vos. La transcripción que sigue pertenece a Pía

Cárceles y está sacada de Jerónimo Ximénez de

Urrea (Diálogo de la verdadera honra militaír)^

donde se lee : «Jugando un día en Triana a basto

y malilla con un escudero de don Pedro de Guz-

mán, llamado Belmar, le dixe sin pesar enojallo :

Belmar, vos jugáis mal. Alterándose él por el

vos que le dixe, respondió empuñado y feroz :

Yo jnego bien, y vos que sois tú sois muy ruin

hombre.»

También se lee en Hurtado de Mendoza (car-

ta al cardenal Espinosa, año de 1579, todo según

la cita de Cuervo) : «El secretario Antonio de

Eraso llamó de vos a Gutierre López, estando en

el Consejo, y por esto se acuchillaron.»

Por donde se ve que enseña lo justo el Galateo

Español, de Lucas Gracián, cuando pone : «Quien

llamase de vos a otro no siendo muy más califi-

cado, le menosprecia y hace ultraje en nombralle,

— 105^

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ARTURO CAPDEVILA

pues se sabe que con semejantes palabras llaman

a los peones y trabajadores.»

Cervantes, a su vez, en el Quijote se conforma

con este parecer : «Finalmente, con una no vis-

ta arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a

los mismos que...» (Capítulo IvT, primera parte).

Y en otro capítulo se quejan las dueñas de que

sus señoras, como si fueran reinas, no Bejan nun-

ca de echarles un vos...

Quevedo, por su lado, en El gran tacaño, fija

el concepto de la familiaridad que implica el tra-

to de vos : «Recibiéronme ellas con mucho ar-

dor, y ellos llamándome de vos en señal de fami-

liaridad.»

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III

Acepción de familiaridad, o de desprecio, o de

repentino enojo ; todo' esto se hallará en el tra-

tamiento del vos, menos aquel engolado amanera-

miento del teatro del Siglo de Oro, en que ese

pronombre y sus hinchadas formas verbales ha-

cen de cada cuarteta una como alechugada gor-

gnera en que la más trivial idea parece siempre

de ceremonia.

Pero..., ¿no estamos equivocándonos? En par-

te, sí ; en parte nos equivocamos. Porque, en

efecto, si prepondera el tratamiento de vos en la

escena española, alterna siempre con el tú, hasta

el punto de emplearse uno u otro pronombre in-

distintamente en una misma escena y en un mis-

mo diálogo. No se acomoda, por lo demás, a nin-

guna dada conveniencia : tan pronto revela fa-

miliaridad—incluso familiaridad excesiva—comoacusa respetuoso acatamiento.

Nada más fácil de probar. No hay comedia an-

— 107 —

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ARTURO CAPDEVILA

tigua, así se hable de las mejores, en que no rei-

ne esta libertad caótica. En El alcalde de Zula-

mea, el capitán llama de tú al sargento y, por

añadidura, le dice mentecato. Entretanto, el sar-

gento, que le llama señor, también tutea al ca-

pitán. En la misma obra, el alcalde llama de vos

al capitán susodicho, suplicándole de rodillas; y

de vos le contesta el mal hombre, negándose y de-

nostándole. Y luego, en la escena entre Crespo

y el monarca, todo es vos del villano al rey ydel rey al villano.

Podríamos abundar en ejemplos análogos de LaEstrella de Sevilla. No hace falta. Señalemos,

mejor, en La vida es sueño otro aspecto intere-

sante. En La vida es sueño, el príncipe Segis-

mundo y un criado de palacio se tutean el uno al

otro. Poco antes, sin embargo, Segismundo le ha

llamado vos :

... ¿No digo

que vos no os metáis conm^igol

Y no fué el tono de enfado lo que trajo aquel

vos, pues antes no había llamado de otro modo a

la bellísima Estrella, y no por la mucha confian-

za, puesto que acababa de conocerla, ni en forma

alguna por despectiva insolencia, pues no otra

cosa quería que galantearla,

— 108 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Asimismo, en El burlador de Sevilla, se pasa

del tú al vos sin sujeción a ley alguna; y no fal-

ta escena en que sea empleado en muestra de

mucho rendimiento. El duque Octavio y el rey

se dicen entrambos de vos.

Habla el duque :

—A esos pies, gran señor, un peregrino

misero y desterrado ofrece el labio,,

juzgando por más fácil el camina

en vuestra gran presencia...

Habla el rey :

r—Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia.

Y Octavio

:

... Quien espera

en vos, señor, saldrá de premios lleno.

Debe insistirse, no obstante, en que por los años

de Tirso el tratamiento de vos se tomaba en un

sentido francamente peyorativo; y nada más con-

cluyente que probarlo, en la buena compañía de

Cuervo, con el propio Tirso de Molina, en cuya

comedia Cehs con celos se curan, hay personaje

que plantea la cuestión :

109

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ARTURO C A P D E V 1 L A

. . . Yo' os daré

mercedes. Andad con Dios.

—¿ Os haré y andad ? ¿Ya es vos

lo que tú hasta ahora fué?

Pues vive Dios, que hudo día,

aunque des en vosearme,

que de puro tutea/rme

me convertí en atutía.

—Gastón, tu estancia es ahajo;

vete y despeja.

—Eso sí.

Tú por tú...

Resultaría de cuanto hemos dicho que muy es-

casa conformidad guardó el teatro del Siglo de

Oro con la realidad circundante y aun consigo

mismo. Es, en cambio, lo cierto que ambos tra-

tamientos coexistían y que el teatro, no pudo me-

nos de recogerlos a la par. Sólo debe añadirse

que, a la sazón, por influencia de los latinizan-

tes, el tú empezaba a elevarse de su injusta ba-

jeza española, y que ya sufría el oído de los se-

ñores lo que antes apenas si para los criados so-

naba ; mientras que el vos, acaso por el desgaste

de tantos siglos, se rebajaba al más ordinario

empleo y comenzaba a lastimar los oídos delica-

dos y las almas puntillosas.

En fray Luis de Granada se ye también la

*-, 110 1-

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BABEL Y EL CASTELLANO

equivalencia de ambos tratamientos en aquella

plegaria a la Virgen, donde se pasa «del tú al

vos y del vos al íw, como se pasa en la música

de un tono a otro», según pa abra de Bello :

a¡ Reina del Cielo! Si la causa de tus dolores son

los de tu hijo bendito y no los tuyos..., cese la

muchedumbre de tus gemidos, pues cesó la causa

de tu dolor... El mismo hijo tuyo te convida a

nueva alegría en sus cantares, diciendo : El in-

vierno es ya pasado, las lluvias y los torbellinos

han cesado, las flores han aparecido en nuestra

tierra; levántate, querida mía, hermosa mía...

deja ahora esa morada, y ven conmigo...» Y pa-

sando al vos : «Bien veo, señora, que no basta

nada de esto para consolaros, porque no se ha

quitado sino trocado vuestro dolor...» {Tratado

de la oración y meditación, Cap. XXV, párra-

fo II).

Otro tanto empezaba a ocurrir en la propia ma-

sa del pueblo. He aquí un adagio de la época

que autoriza el aserto de la cabal equivalencia del

tú y el vos, en el trato de la calle, si por ventura

hay cosa más popular que un refrán : «Dijo la

corneja al cuervo : Quítate allá, negro. Y el cuer-

vo a la corneja : Quitaos vos allá, negra» ; don-

de muda el tratamiento en cada interlocutor, sin

que a ello obligue razón de tono, de asunto ni de

jerarquía.

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ARTURO CAPDEVILA

A todo esto, en las obras teatrales o novelescas

de reconstrucción histórica, ¿ qué camino se-

guir ? ¿ Cómo se hablarán los personajes : de tú,

de vos o indistintamente como en el promiscuo

tratamiento de Lope, .^e Tirso o de Calderón?

Desde luego, en el vos literario va ya implícita

una adjudicación de respeto, y se logra además

(lo que no pasa con el tú) cierto color de época

insustituible. Las cosas han venido a ser así.

De consiguiente, tanto Bello como Cuervo están

contestes en que el evocador actual debe recurrir

al vos. Tal lo ha hecho entre nosotros, con jui-

cio certero y agudísimo talento, un maestro de

maestros—^Enrique Larreta—en La Gloria de

don Ramiro.

Recapitulando : por los años d.e Lope, de Tir-

so y de Calderón, el tú que se eleva y el vos que

se rebaja se ofrecen como en un mismo plano

al poeta dramático. El uno vale el otro. No ha-

biendo aún grave motivo para rechazar ninguno

de los dos pronombres, el poeta dramático se

queda con los dos, y de ellos se sirve sin otro

criterio que el de la conveniencia silábica. Los se-

ñores tutean a los criados o los llaman de vos, a

su talante, y otro tanto hacen los criados con los

señores. La métrica no tiene por qué demostrar

preferencia. Es muy curioso este momento de la

yida y de la escena de España : tan curioso como

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BABEL Y EL CASTELLANO

poco estudiado. En tal época, el desplazamiento

del vos por el tú ha comenzado, pero está lejos

de haber cdncluído. Antes será menester por

mucho tiempo que muchos Belmares se pongan

feroces al oírse llamar de vos, y que muchos Era-

sos se acuchillen por el mismo achaque con mu-

chos Gutierres. Hasta que la letra con sangre

entre...

Muy bien. Pero, ¿por qué, mientras España

rechazaba el voseo, dos terceras partes de la

América hispánica se quedaban con él ? ¿ Y por

qué este vosearse, sobre estar venido a menos,

había de bastardearse todavía más, y este vos,

plural de por sí, tomaría formas verbales de sin-

gular, conservando, empero, para mayor capri-

cho, las privativas formas arcaicas ?

Nos proponemos explicarlo, si es que se puede

explicar.

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VIJ. EL TU Y EL VOS ENAMERICA

Pues ellos no lo hacen y a vos no os

[alta habilidad para hacer, no os de-

briades excusar dello, pues cuando bien

no hiciésedes otra cosa que despertar a

otros a hacerlo, haríades harto.

(Diálogo de las lenguas.

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Hemos llegado hasta ahora a las siguientes

comprobaciones sobre el voseo castellano :

i.° Ya en los primeros tiempos de la conquis-

ta de América el vos sonaba o con demasiada fa-

miliaridad o con un aire despectivo u hostil.

2.° En el teatro del Siglo de Oro, y propable-

mente en la cotidiana vida española, hubo un

tiempo en que el tú y el vos coexistieron. Lafrase que todavía corre, al menos en la Argenti-

na— «tratarse de tú y vos— , se originó tal vez

en la dicha época. Lo mismo, sin duda, que el

refrán recordado : «Dijo la corneja al cuervo :

Quítate allí, negro. Y el cuervo a la corneja :

Quitaos allá, negra.» Donde con un mismo tono,

y diciendo una misma cosa, la corneja tutea al

cuervo y el cuervo da tratamiento de vos a la

corneja.

3.° En todo el siglo xvi no cesa de acentuar-

se el carácter despectivo o en demasía familiar

-117--

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ARTURO C A P D F V I L A

del voseo, hasta que a fines del siglo xvii preva-

lece el tú por toda España.

4.° Cabe agregar que cuando suena un vos in-

opinada y bruscamente, equivale a una expresión

de enojo. El Diccionario de la Real Academia lo

recoge, hasta en su primera edición del siglo xix,

como término injurioso.

5.** Es del todo infundada la suposición de

que el voseo americano se pueda explicar por tal

o cual influencia étnica. España hablaba de ma-

nera muy uniforme el castellano, y sabido está

que Castilla no faltó de América.

6.° El mapa de América se divide en dos zo-

nas bien netas : una en que se tutea y otra en

que se emplea el vos. Es aquélla el tercio del

continente, Comprende esta otra las dos terce-

ras partes.

y." La zona en que se vosea abarca todo el

vSur y otras regiones discontinuas. La zona en

que se tutea reconoce dos núcleos principales : el

Perú y México.

8.° El voseo en la actualidad se desconoce to-

talmente en España.

9." No se ha propuesto ninguna explicación

satisfactoria del fenómeno.

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n

Ahora bien : con sólo destacar un determinado

dato, el problema se empieza a aclarar. El dato,

de una suma importancia, es éste que hasta hoy

ha pasado inadvertido.

La zona en que se tutea reconoce dos núcleos

principales : el Perú y México. Ya lo conocía-

mos todos, y bien puntualizado quedó en la mo-

nografía de Henríquez Ureña;pero nadie le ha-

bía concedido a tan característica noticia la im-

portancia decisiva que reviste.

Y no se crea que estamos por verificar aquí un

determinado predominio étnico. Lo que no sirvió

para explicar el vos, servirá muy poco para ex-

plicar el tú. Lo que no sirvió para los dos tercios

del continente, tampoco sirve para su tercera

parte. Al Perú y a México, tal como pasara en

lo restante de América, acudieron españoles de

todas las provincias de España. Ni a la Argen-

tina vinieron solamente andaluces y extremeños

— 119-^

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ARTURO CAPDEVILA

(le un habla casi dialectal, ni al Perú y México

h ibieron de ir solamente puristas de Castilla.

Entonces, ¿cuál es la deducción inmediata que

ii ^s proponemos sacar de la mera contemplación

í'cl mapa, de la simple comprobación de que en

i.ima y en la capital azteca se tutea, así como en

t xlo el término de su respectiva influencia ? Ya

\amos a decirlo, plantando lo mejor que sepamos

nuestro huevo de Colón. Píelo aquí : La total

preferencia peninsular por el tuteo y su parcial

adopción americana constituyen, sin disputa, un

¡n smo fenómeno de cultur\a. Nada hay en él que

sea étnico. Todo es cosa cultural.

Nada más que esto. Nada menos que esto.

No es que se deje de emplear el vos en la pen-

ínsula, porque vaya cayendo en desuso como tan-

tas formas, como tantos giros idiomáticos. Se Jc

deja de usar porque ofende. Cierto : el vos no se

retira del lenguaje. Bien al revés : el lenguaje se

retira de él. Poco tiene que hacer el natural tra-

bajo del tiempo en esta obra. Mucho, la delibe-

rada voluntad. Muchísimo, la simple imposición

del gusto de los mejores. El vos va quedando para

dirigirse a los criados. Después se le abandona

por completo a la plebe. Es un fenómeno con-

céntrico de ese tan grande movimiento cultural

de España que, por inmerecido mal nombre, se

llama culteranismo.

— 120-^

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BABEL Y EL CASTELLANO

El paulatino abandono del vos no es, de este

modo, un caso de prepotencia plebeya. La trans-

formación se realiza en las clases superiores, la-

tinizantes, renacentistas, cultas, y se impone a

la masa, desde arriba y por los de arriba. Mal

avenidos andan con la verdad los que atribuyen

a la hez social, a esa que Bello solía llamar, con

espontánea aristocracia de esteta, «ínfima ple-

be», formaciones y transformaciones lingüísticas

que tan de cerca atañen a la inteligencia. Mal

hacía nue.stro Gutiérrez de mostrarse tan seguro

de que «el uso del vulgo es la ley suprema del

lenguaje». Bello y Cuervo salvaron al castellano

en América de una ruina inminente, solos,¡ y

en qué tiempos ! Hasta Sarmiento se les puso en

contra... ¿Sarmiento?... Acabemos con ese chis-

me. Sarmiento, cualesquiera fuesen sus desplan-

tes periodísticos, escribía muy buen castellano,

muy castizo y muy puro. Ni llevemos demasiado

lejos nuestras convicciones democráticas, en este

linaje de asuntos. Nos atrevemos a decir que en

esto, como en todo, el pueblo gobierna... por me-

dio de sus representantes. Ya puede el bajo fon-

do mascullar lo que le plazca. No saldrá nunca

de eso un idioma ; si siquiera una jerga. En co-

sas del e.spíritu mandan casi siempre los que

deben mandar.¡Allá es poco la desaparición de

una lengua como la lengua castellana, formada

-121 -

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ARTURO CAPDEVILA

de los mejores elementos lingüísticos de la tie-

rra, en el trabajo de siglos, para que dependa

su destino de dos inmigrantes trasnochados de la

Boca !iMedrados estaríamos ! En cosas del es-

píritu—repito—mandan siempre—^y ya no digo

casi—los que deben mandar. El nacimiento de

una nueva lengua es un Hecho de suma trascen-

dencia filosófica, histórica, científica, artística,

ética, religiosa, metafísica. Por eso mismo^ no

acontece tal cosa enorme todos los días, ni aún

bastan miles de años para que acontezca. De igual

modo, la suerte de una lengua es una cosa graví-

sima. Millares de presuntos argentinismos están

ya convictos y confesos de falsedad. Dimos en

otro lugar una buena lista de argentinismos...

leoneses. Leyendo ahora El Miajón de los Cas-

túos, rapsodias extremeñas del muy notable poe-

ta regional don Luis Chamizo, doy con un buen

número de argentinismos... de Extremadura:

arrempujar, asina, bicharraco, bochinche (en su

primitiva acepción) , chacho(

i nada menos que el

Chacho!), dir, nacencia, jopo, pinitos y otros

muchos. Así van saliendo los tales argentinis-

mos : todos de la Península. El cultísimo escri-

tor, doctor Cantilo, ministro que era de la Ar-

gentina en Lisboa, decíanos un día en el Chíado :

«Hoy me he despedido de todos estos argentinis-

mos : batuque, pichincha, calote, mujerengo,

122

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BABEL Y EL CASTELLANO

petizo, casal... No son más que lusitanismos co-

rrientes de seguro en Galicia...» Y siempre His-

pania, como diría Unamuno ; siempre Hispania.

Ya sabemos, pues, a qué atenernos. El pueblo

argentino ha creado poquísimas palabras. Pero,

¿ por qué ? ¿ Porque sea tan difícil crear pala-

bras nuevas ? ¿ Porque la Argentina carezca de

cierto genio especial para crearlas? No por eso,

sino por estotro : porque las palabras se crean

cuando hacen falta, y en el Ínterin, un pueblo

serio como el nuestro, un pueblo llamado a muygrandes quehaceres, no se ocupa de cosas su-

períluas. La historia misma lo impide. El pro-

pio idioma, el poder del propio idioma, lo hace

imposible. Porque, de veras ; aunque tan acos-

tumbrados estemos a considerar cualquier idio-

ma como un instrumento del hombre, puede ser

que sea todo lo contrario... ¿ Y si fuera, en efec-

to, todo lo contrario : el idioma es superior or-

ganismo y el hombre un instrumento suyo ? Lodicho. Y conste que no queremos decir nada fan-

tástico. Queremos decir solamente que el reino

del Espíritu no está siquiera comenzado a ex-

plorar.

En cosas del idioma mandan casi siempre los

mejores, y nunca se desvía tanto el pueblo como

parece. En poco tiempo dominó la Real Acade-

mia Española una anarquía destructora. Neolo^

123

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BABEL Y EL CASTELLANO

gismos sin cuento, corrientes en el trato popular,

nacieron y nacen todos los días del latín y del

griego, hijos todos de la voluntad inteligente sin

la menor participación de la plebe. El mundo ha

asistido en estos tiempos a la aparición de cen-

tenares de máquinas y cosas nuevas. Puede re-

correrse los nombres de los inventos : el pueblo

no bautizó ni uno solo. Cerrando nuestra cues-

tión en su primer aspecto : en España se tutea-

ron los más cultos. El vos quedó para los inferio-

res. Finalmente, ni los inferiores lo quisieron

para sí. La voluntad inteligeiite había triunfado.

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111

He aquí ahora, en América, la contraprueba

inmediata ante la mera contemplación del mapa,

ante la< simple comprobación de que Lima y Mé-

xico fueron los centros de mayor cultura colonial

y fueron y son los mayores núcleos de predominio

y expansión del tú.

En obra tal como la Antología de poetas hispa-

noamericanos—^antología anotada que, por encar-

go de la Real Academia Española, ordenara yescoliara Menéndez y Pelayo—cuadro por exce-

lencia de la cultura general de la colonia, es donde

mejor se ve cuánta fué la distancia que medió en-

tre aquellos nobles emporios y lo restante de

América.

El virreinato de Nueva España fué—para de-

cirlo con palabras del ilustre escoliasta del florile-

gio—«como la parte predilecta y más cuidada de

nuestro imperio colonial y aquella donde la cul-

tura española echó más hondas raíces». Allí, en

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Á n T U fío CAPDEVILA

México, el primer instituto de enseñanza ; allí, la

primera imprenta ; allí, la primera Universidad.

Allí, Bernardo de Valbuena, ciertamente grande.

Allí, al favor de una iglesia fastuosa y amante

de la retórica, autos sacramentales en toda con-

memoración. Corría el siglo xvi y ya hubo virrey

en México. El virrey y la Audiencia inauguraban,

en 1553, los estudios universitarios en pomposa

ceremonia. Allí, desde entonces, los humanistas

que escriben versos en latín y no se desdeñan de

hacerlos en castellano, al ritmo y gusto de la

corte, lejana, pero nunca ausente, ni en las cos-

tumbres ni en las predilecciones. Tanto verso se

escribe que hasta trescientos poetas— j cómo se-

rían !—se llegaron a presentar a un certamen de

1585... No importa. Eso no es poesía, pero es

cultura. México es siempre un eco vivo de Es-

paña. De esta suerte, apenas cunden por España

el culteranismo y el conceptismo, ambos se acli-

matan en México. Es justamente la época en que

el vos se destierra de la conversación y prima

el tú, pues ¿cómo en un medio como ese había

de soportarse una expresión mal sonante? Gón-

gora será comentado desde la cátedra, y en el cole-

gio de la Compañía de Jesús, ya por aclarar «los

oscuros lugares», ya por desatar alas más intrin-

cadas dudas», s.e recitarán las Soledades y el Po-

lifemó.

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ÉABÉL Y EL CASTELLANOf

r

Rico, próspero, alegre, culto, México vive de

fiesta :

Fiestas y ^comedias nuevas cada dia...

Y por esto y por todo, Valbuena lleva razón

cuando dice :

Es ciudad de notable policía

y donde se habla el español lenguMije

más puro y con mayor cortesanía.

Tampoco había de persistir el hiriente voseo,

ya desterrado de la corte, en la Lima virreinal.

Aquí también se vio, desde temprano, virrey yfastuosa Audiencia. Aquí también lucieron inge-

nios hispánicos de muy limpias letras. Aquí, si no

las justas literarias, al menos las tertulias amenas

fueron el ámbito natural de la gracia poética. Muyculta era la mujer en Lima, y muchas de ellas

poetisas :

Y aun yo conozco en el Perú tres damas

que han dado en poesía heroicas muestras.

La propia institución del Santo Oficio limeño

está acabándonos de probar cuánto ,^ra el entu-

siasmo que en la ciudad peruana despertaban las

- 127 ^'

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ARTURO C A P U E V I L A

ideas nuevas ; esto es, la cultura activa del mun-

do. Porque, a decir verdad, nadie .llegó nunca a

hereje «convicto y formal» ni aa miembro podrido

de la religión» sin leer antes muciio texto de ñlo-

sofía en las primeras fuentes y al primer albor

de la naciente enciclopedia...

Colombia, en cambio, a mitad de distancia entre

México y el Perú, ha sido y es todavía hoy un

campo de batalla donde la victoria está indecisa.

Allí mucha gente culta dice de vos, y no falta en

el bajo pueblo quien diga de tú. Contaba precisa-

mente Sanín Cano, con incomparable, gracia, una

sabrosísima anécdota que ilustra el caso : aquella

del mozo de cordel de Barranquiila y del viejo bo-

gotano. Contaba, pues, que había en Barranquilla

un negro, mozo de cuerda, el cual, en habiendo

redondeado su jornal, se daba más aires que un

príncipe y se creía más blanco que el lucero del

alba. Y sucedió que con este propio negro le tocó

habérselas a un pasajero bogotano de los que dicen

de vos exactamente como en Buenos Aires.

Y el bogotano, que acababa de desembarcar, le

dijo al negro

:

—^A ver, vos, llévame estas valijas.

A lo que el negro contestó, herido en su digni-

dad, no tanto por la brusca orden cuanto por el

voseo del otro :

—Y ¿ por qué no te las llevas tú ?

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BABEL Y EL CASTELLANO

Pero si el negro de esta anécdota se ofendía

con el vos, no falta en Colombia quien se ofenda

con el tá. Y así trae Cuervo, en sus Apuntaciones,

esta frase de enojo de uno que no lo sufría :

—¡ Más ti serás ti

!

En suma : México y Lima fuerou y son las

grandes metrópolis del tú y los mayores centros

de su expansión. La causa queda averiguada. EnLima y en México, tal como ocurriera en Es-

paña, la adopción del tú fué un fenómeno de cul-

tura y buena crianza, al paso que en lo restante

de América el triunfo del voseo en las masas po-

pularas no fué sino una imposición del general

atraso. Y tanto fué cosa de cultura el tutearse

y tanto lo sigue siendo, que aun allí donde pre-

pondera el voseo, como en la Argentina, la gente

de mayor alcurnia intelectual dice de tú cuando

los otros emplearían el vos^ y lo propio acontece

en todas las otras zonas infectas por el voseo en

América,

¿ Un ejemplo ? Monner Sans nos le ofrece : «Encasa de Mitre no entró nunca el vosn...^ pues

icómo había de entrar cosa tan sucia en tan lim-

pia casa

!

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VIII. EL IDIOMA EN LAARGENTINA

La herencia que aconsejo a los argen-tinos conservar con respeto religioso es

ta de la lengua, que. es la tradición viva

de la raza...

I\o existe tal (íidioma argentino)) enformación...

Si tienej al contrario, un rasgo evi-

dente y plausible nuestra presente pro-

ducción a reproducción literaria, es el

de un esfuerzo hacia la propiedad dellenguaje, es decir, hacia el español cas-

tizo.

Paul Groussac. (Anales, año de

1900, I. 412.)

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¡Andad con cuidado! Y portaos bien. Y sed

buenos y aplicados. Y que el maestro no os re-

prenda. Y que no os retardéis en el camino...

Nada de esto se oirá en América. No hay en

toda la extensión de América hispánica una sola

abuela criolla que despida a sus nietecitos como

lo hacísC esa de Castilla que oí yo en Toledo des-

pidiendo a los suyos con aquellas palabras.

Pues en estos países*" del vos y del voseo hay

todavía una rareza que apuntar. Aunque se usa

y abusa del vos, no se conoce su plural manifies-

to : vosotros. Este se queda exclusivo para los

discursos de alguna solemnidad. Mas suele aún a

veces darse el ^grotesco caso (a lo menos, en la

Argentina) de que en ellos se emplee revuelto con

el pronombre vocativo ustedes, en el más desven-

turado batiburrillo. Figurones literarios hay en

la Argentina que ignoran este elemental principio

de coherencia verbal, según el cual lo que empezó

— 133 —

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ARTURO C A P D E V 1 L A

en tratamiento de vosotros debe seguir en vosotros

y en ustedes lo que empezó en el de ustedes.

I Y eso que no falta policía en la ciudad de

nuestras letras ! Un ingeniosísimo y muy sagaz ymuy culto espíritu—hablo de D. Francisco Ortiga

Anckermann—ejerce desde una difundida revista

un poder discrecional, y no faltan todavía, según

he de juzgar por las denuncias, instancias y ape-

laciones que suelen llegar hasta mi propia mesa,

inquisidores voluntarios ardiendo en ansias de un

buen auto de fe con tanto hereje...

El plural de vos, en la Argentina que vosea,

como el tú, en la que tutea, es igualmente uste-

des. El vosotros se perdió en el océano o se disipó

en las pampas, y ello fué precisamente porque

viniendo las barcas de Barcelona o de Cádiz no

lo cargaron en mucha abundancia, como que An-dalucía y Cataluña son regiones reacias a todo otro

plural que no sea el de ustedes.

No es otro, por lo demás, el tratamiento que

por aquí se da a los canes apenas son muchos,

según ya ha sido notado risueñamente por el pen-

insular :

—\Salgan de aquil

¡ Vayanse \ \ Salgan, pues,

perros del diablo !

Con lo que en toda la redondez planetaria no

habrá perros mejor considerados que los nuestros.

Se les reprende, es cierto, y se les bota por algu-

— 184 —

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BABEL Y EL CASTELLANO,

na ocasión;pero ¡ con cuánta cortesía ! Ustedes...

Esto es, vuestras mercedes...

Pero ¿ nunca corrió el tratamiento de vosotros

en la Argentina?

Ha quedado recuerdo de que cuando Ventura

de la Vega, muy niño, fué conducido a España,

daba estas voces por las calles portenas :

—\ Favor \ \ Favor \ ¡Salvad a un ciudadano

indefenso !

Mas siendo como es constancia hispánica la que

digo (Conde de Cheste, Memorias de la Real Aca-

demia)^ ponemos en duda que aquel Ventura sin

ventura, como lo llamaba su tía, dijera salvad

y no salven.

Sin embargo, en 'Amalia, José Mármol hace

hablar de este modo a su héroe :

«Bárbaros—dice Eduardo— , no conseguiréis

llevarle mi cabeza a vuestro amo sin antes haber

hecho pedazos mi cuerpo.»

De igual modo, en El Matadero, esa tan vivien-

te página de Esteban íícheverría, el salvaje uni-

tario a quien van a degollar los sayones de Rosas,

dialoga de este modo con el juez y los sicarios :

—¿ Por qué no traes divisa ?

—Porque no quiero.

—¿ No sabes que lo manda el Restaurador7

—La librea es para vosotros^ esclavos, no para

hombres libres.

135

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ARTURO CAPDEVILA

—A los libres se les hace llevar a la fuerza.

—Sí. La fuerza y la violencia bestial. Esas son

vuestras armas infames...

Y después :

—¿Por qué no llevas luto en el sombrero por

la heroína?

—Porque lo llevo en el corazón por la Patria,

por la Patria que vosotros habéis asesinado...

Pero, con esto y más, siempre nos quedará la

duda y la malicia de si en ambos ejemplos y en

otros que se podrían citar no hay solamente lite-

ratura...

De esta suerte, este lindísimo vosotros familiar,

gracioso y noble, que tanto suena y tan bien por

casi toda España, ha venido a ser en la Argen-

tina y lo restante de América mero tratamiento de

oratoria, y apenas si empieza a ocupar algún sitio

en el buen lenguaje epistolar. Dolámonos de esta

ausencia. La intimidad del hogar y el corro de

la genuina amistad han perdido sus más propios

y fervorosos elementos de expresión. Ustedes : he

ahí un vocativo frío, todo convencional, todo ter-

cera persona... Vosotros : he ahí la vida mismade la pasión y la sinceridad.

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II

Pero la verdadera mancha deí lenguaje argenti-

no es el voseo. La frase ríoplatense está como

salpicada de viruelas con esa ignominiosa fealdad.

Es de veras extraño que un pueblo tan hermosa-

mente orgulloso de su personalidad como el nues-

tro haya venido a singularizarse con tan calami-

toso rasgo. Porque, ¡ay!, es demasiado pintores-

co el voseo argentino para fundar en él una satis-

facción patriótica... Ese mazacote del pronom-

bre vos entreverado con los enclíticos y posesivos

del tú {Cállate vos... Venite aquí con tu libro..,

A vos te hablo... Ite, que me incomodas...) cons-

tituye de por sí un atentado contra la lógica. Ni

habla bien el que piensa mal ni piensa bien el

que mal habla. Hablar así es verdaderamente una

caída en el caos. El pensamiento no puede salir

incólume, a la postre. Dejar de hablar así es, al

contrarío, una adquisición luminosa. Bien lo sé

yo. Cuando por el cariño de una venerada me-

— 137 —

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ARTURO CAPDEVILA

moría yo adopté el tú, siendo todavía muchacho,

sentí como que se aclaraba mi espíritu. Las ideas

cobraban con esto solo una mayor cohesión. El

pensamiento se fortalecía y se limpiaba. Calíate

vos... Venite aquí con tu libro... A vos te hablo...

Ite, que me incomodas..., vinieron a ser fór-

mulas insensatas, ya que para siempre inaguan-

tables. Me aveilgonzaba de haber podido hablar

así alguna vez, como hoy me avergüenza oír ha-

blar de ese modo a mis compatriotas.

Cosa rara. Si por no caer en plebeya ruindad la

gente culta de España hubo de rechazar el vo-

seo, aquel voseo tan sonoro de los clásicos, ¿ cómo

es que hubimos de conservarlo en nuestra Ar-

gentina, mezclado a la más desatinada conjuga-

ción que se conozca? El nuestro fué pueblo po-

bre;pueblo de pastores en que hasta los amos

tenían algo de pastor. Viejos nombres que ahora

mismo damos a prendas nuevas del indumento

denotan que las modas se demoraban mucho en

llegar por aquí. Por eso llamamos media al cal-

cetín, pollera a la falda, saco a la americana. El

voseo—ese arcaísmo— es una antigualla parecida,

que de puro pobres no supimos sustituir a tiempo.

Fuera de esto, ¿ cómo hablaba en nuestra Amé-rica Fernández de Oviedo, por ejemplo? Pues ve-

réis : «Martín de Muza, dicho me han que os

quejáis de mí e no tenes razón. Por vuestra vida,

— 1S8 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

que no murmures de mí.» Donde vemos un tenes

y un murmures de todo punto ríoplatenses. Ypeor que él hablaría de seguro la masa de los con-

quistadores. Por otra parte, podemos convencer-

nos de que hay una época en que las formas sin-

gulales del tú y los plurales del vos se compe-

netran a causa de la coexistencia de ambos tra-

tamientos. Hemos hallado, nada menos que en

Covarrubias, este gazapo de conjugación : «Aco-

modándonos con el uso de la lengua latina, deci-

mos tú al mismo Dios y Señor nuestro, dizen-

do : Tú, Señor, aved piedad de mí...» Esto

por 1610.

Tuvimos todos los riesgos de la incultura ymuy escasas defensas de la inteligencia. Añáda-

se esta afirmación de Bello, cuyo leal españolis-

mo no ha de ponerse en problema : «Y aunque

sea ruboroso decirlo, es necesario confesar que en

la generalidad de los habitantes de América no

se encontraban cinco personas en el ciento que

poseyesen gramaticalmente su propia lengua, yapenas una que la escribiese correctamente.»

Cierto, cierto. Era América, para el pensamien-

to, como una inmensa zona negra, desde el es-

trecho de Magallanes hasta el último límite Nor-

te. Y bien que pronto resplandecieran dos pode-

rosos faros de civilización, honor de la Colonia

(México y el Perú), era el resto un solo tenebro-

— 1S9 --

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ARTURO CAPDEVILA

so desierto donde muy débilmente clareaba al-

gún eml)rión de ciudad, y en el caserío, alguna

primera escuela de frailes. De consiguiente, en

todo lo negro del mapa se decía de vos, salvo en

el Perú y México, donde, por la obra de una ma-

yor cultura, se hablaba de tú por tú. ¡Y bien

que era negra la extensión argentina, sin otras

luces que aquellas, muy pocas, de la naciente Uni-

versidad de Córdoba ! Casi en las vísperas de la

revolución hubo, por fin, un Vértiz progresista

en Buenos Aires. Y todavía quiso nuestro desti-

no que recién iniciada la ímproba labor cultural

de los prohombres de Mayo, obras y proyectos

fuesen desbaratados por Rosas. Todo el Buenos

Aires culto de 1810 decía de tú; todo Córdoba

también. Mas, venido que fué el tirano, se retor-

nó al voseo. Que también hubo de parecer el vo-

seo una adecuada forma de adulación y bajeza

federal.¡Victoria oscura de la barbarie sobre la

cobardía !

Después, ¿cómo ignorarlo? Aluviones huma-nos de Italia, de Rusia, o de regiones dialectales

de la propia España, y gentes de todas las par-

tes del mundo, engrosaron de pronto la pobla-

ción del país. En poco tiempo, muchas familias

de esas pasaron de los rudos ajetreos de la po-

breza y el trabajo a los tranquilos afanes de la

prosperidad y el lujo. Mas si la bolsa creció tan

-- 140 --

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BABEL Y EL CASTELLANO

de súbito, no lograron tan rápidamente enrique-

cer el espíritu. Bien se echa de ver en su len-

guaje, no siempre de irreprochable dicción ni de

muy refinado léxico. El voseo tuvo así los pres-

tigios de la gente acomodada ; abuelos que lo

aprendieron en la calle, dejáronlo en herencia a

sus nietos, y de este modo, a los falaces res-

plandores del oro, vino a parecer de buen tono

esa viruela del idioma como de nuevo la quere-

mos llamar.

Pero si el tal voseo puede llegar a pacecer una

graciosa extravagancia ni comporta una honra

para el país, ni en modo alguno ha de tomársele

como una enfermedad incurable. Y aquí diré

con Bello que «la Gramática de una lengua es

el arte de hablarla correctamente, esto es, con-

forme al buen uso que es el de la gente edu-

cada». Y pondré en apoyo sus propias razones :

a saber : que «se prefiere este uso porque es el

más uniforme en las varias provincias y pueblos

que hablan una misma lengua, y por lo tanto, el

que hace que más fácil y generalmente se en-

tienda lo que se dice : al paso que las palabras yfrases propias de la gente ignorante varían mu-

cho de unos pueblos y provincias a otros, y no

son fácilmente entendidas fuera de aquel ¡estre-

cho recinto en que las usa el vulgo».

De esta suerte, no es ni ha sido nunca en la

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A n T U RO CAPDEVJLA

Argentina, que el amo diga de vo's porque se lo

oiga al criado y al mozo de cuerda. A este res-

pecto es falsísima la doctrina del pueblo sobe-

rano. Pasa todo lo contrario de lo que se cree.

Podemos ser muy buenos republicanos y recono-

cerlo. Tengo el coraje de ir contra el más fre-

cuente y respetado de los lugares comunes. Es

una gran mentira la soberanía del pueblo en las

cosas del espíritu. Otra soberanía no hay que la

muy incontrarrestable de la inteligencia avizora.

Hay que acabar con esa patraña de que el pue-

blo legisla en materia tan metafísica y abstracta

como es la vida de un idioma. En nuestra Ar-

gentina, la chusma no ha querido otra cosa que

formar una lengua : no ha podido. El espíritu

está mucho más alerta y es mucho más poderoso

de lo que nadie se imagina. ¿O es mera casua-

lidad que Lebrija publique su Arte de la lengua

castellana el mismo año del descubrimiento de

América? Yo digo que no. Yo digo que el ge-

nio de un gran idioma vive positivamente des-

pierto. Por lo demás la victoria del castellano es

un triunfo visible del espíritu, desde el Poemadel Cid a nuestros días, Allí nace, en el Poema,

y Alfonso el Sabio, por sí y ante sí, le da pre-

eminencia sobre todas las otras lenguas rivales.

Bien se ha dicho de este rey : «E cuanto al len-

guaje enderezóle él por sí.» ¿Y no hizo esto mis-

— Í48 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

mo con la reforma ortográfica

enderezarla ella

por sí—la Real Academia Española? ¿Y acaso

vemos disminuir su autoridad? Yo no conozco

sanción ninguna del ilustre Cuerpo que no aca-

be por ser consentida dentro y fuera de España.

Obra todo de la inteligencia. Como fué obra de

la inteligencia curar a Chile del horrible voseo.

Y siempre así : siempre la inteligencia triunfa-

dora sobre y contra el populacho.

El criado dice de vos porque se lo oye al amo,

y dirá de íw cuando al amo se lo oiga. La cultu-

ra comienza por los de arriba, se quiera o no.

El día en que la mayoría de los hombres cultos

se traten de tú en la Argentina (y ese día ven-

drá), el horrible voseo ríoplatense no será sino

una curiosidad del pasado y una ignominia másde los tiempos de Rosas.

Y tanto más breve será la evolución cuanto

más decididamente quieran servirla los españo-

les de la Argentina, los cuales nos prestarían in-

apreciable favor, realizando de paso un acto de

amor a España, con sólo hablar su idioma de la

mejor manera. Pero escatiman el amor y rega-

tean el servicio. Pues no han acabado de des-

embarcar en Buenos Aires, cuando ya se aplican

al voseo, como si éste fuera su salvoconducto ypasaporte.

No. Que ni propios ni extraños, y m^nos aún

143

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A li r i' n o c A p D k v 1 1 A

los hijos de España, rebajen o comprometan en

la Argentina la inmensa riqueza espiritual del

magnífico idioma. Probablemente ni todo el trigo,

ni todo el maíz, ni toda la cebada, ni todo el al-

godón, ni todo el ganado, ni todos los minerales

juntos de la Argentina, valgan para ella ni la

décima parte de lo que vale su idioma : riqueza

grande, riqueza espiritual, histórica y moral,

como las mayores que en los siglos hayan apa-

rejado las almas sobre la tierra.

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III

De otra particularidad tengo que hacerme car-

go, y es de ésta : la locución afirmativa haber

de... se toma en un sentido dubitativo. El senti-

do de esta expresión verbal clarísima ha sido,

pues, trastocado.

En efecto, cuando un argentino dice que hubo

de viajar sl Europa, quiere significar que habien-

do estado a punto de hacerlo, no lo hizo, Tal el

lenguaje corriente. H^aber de... esto o aquello ma-

nifiesta, pues, en el cotidiano uso, un conato de

acción;por eso siempre se añade la conjunción

adversativa pero con que se expresa en qué con-

sistió el impedimento. Nada más fuera de razón.

Mientras tanto, los mejores hablistas hispanos

y nuestros más notables escritores, emplean di-

cha forma auxiliar del verbo haber, en un sen-

tido completamente opuesto. Hube de viajar a

Europa significa para ellos que el viaje se reali-

zó ; con esto de particular : que fué necesario ha-

— 14Í

10

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ARTURO C A P Ú E V 1 L Á

cerlo. Haber de hacer algo es entonces como te-

ner que hacer ; denota siempre un hecho con-

cluido.

He de ilustrarlo con algunas citas. Paúl Grous-

sac, en su semblanza de Goyena (capítulo I) es-

cribe : «... donde le mostré... el principio de un

estudio sobre Espronceda, violenta erupción de

romanticismo que hubo de agradar a mi poco se-

vero Aristarco, pues traducido y terminado a ins-

tancias suyas... apareció en la Revista Argenti-

na. Se ve allí que al poco severo Aristarco le

agradó de veras—como era lo justo—la página de

tan admirable escritor. '(La Nación, 2 de diciem-

bre de 1916.)

Véanse ahora estos dos lugares de Lugones

que tomo de la Lluvia de fuego, el patético cuen-

to de Las fuerzas extrañas :

«Mis pájaros comenzaban a morir de sed, yhube de bajar hasta el aljibe... Bastóme levantar

las trampillas de mosaico...» Por donde se ad-

vierte que la acción se concluyó. «De repente no-

tamos una polvareda hacia el lado del desierto...

Alguna partida que enviaban quizá en socorro los

compatriotas de Adama o de Seboim, Pronto hu-

bimos de substituir esta esperanza por un espec-

táculo tan desolador como peligroso. Era un tro-

pel de leones...» Acción acabada, como está claro.

Citaré todavía dos renglones de Valle-In-

146

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BABEL Y EL CASTELLANO

clan, traduciendo a E^a de Queiroz : aEn,la pri-

mera semana de noviembre comenzó a llover. El

abad hubo Be suspender sus visitas a la Ricosa».

(El crimen del padre Amaro.)

He dicho arriba que los escritores más clási-

cos están de acuerdo en este empleo. Me basta-

rá citar para probarlo a Quevedo, el más puris-

ta de todos, y al Romancero del Cid.

«Déme los asadores, que no los quiero sino para

esgrimir... En fin, los asadores estaban ocupa-

dos, y hubimos de tomar dos cucharones. No se

ha visto cosa tan digna de risa en el mundo...»

{Vida del Buscón, capítulo VIII.) .

«Y movido de compasión me apeé : y como él

no podía sacar las calzas, húbele yo de subir, yespantóme lo que descubrí en el tocamiento.»

(ídem, capítulo XII.)

El Romancero del Cid nos da un excelente

ejemplo. Se notará cómo la expresión que se es-

tudia, no sólo se refiere a acción concluida, sino

que envuelve una idea de necesidad.

Otro día de mañanacabalgan Sancho y Bellido,

juntos van a ver la cerca,

solos a ver el postigo.

— 147 —

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ARTURO C A P iJ E V 1 L Á

Desque el rey lo ha rodeado

saliérase cabe el río,

do se hubo de apear

por necesidaS que ha habido...

Igual empleo hace, invariablemente, el general

Mitre, y ello a mi ver cobra una importancia

grande por cuanto se trata ya de la palabra de un

historiador. Si toda palabra debe ser justa y pre-

cisa, con mayor causa ha de serlo la que cons-

truye la historia, que quiere ser la exactitud

misma.

Tomaré dos ejemplos del capítulo XIV de la

Historia de San Martin. Allí dice : «... tomaron

la vanguardia y picaron la retirada de los realis-

tas, sosteniendo un fuerte tiroteo;pero lo esca-

broso del terreno no permitía a la caballería ma-

niobrar con ventaja, y su avance hubo de ser

lento, de manera que sólo pudo lleigar a la boca

de la quebrada a eso de las diez de la mañana...»

Y en otro sitio : «A pesar de esto hicieron tena-

ces esfuerzos..., pero no pudiendo salvar el per-

fil de la barranca... hubieron de retroceder en

desorden. (Pa^gs. 221 y 224, biblioteca de La Na-

ción.) Huelga añadir—tan claro es el texto—que

en ninguno de esos casos se trató de un conato

de acción, ni hubiera habido para qué mencionar-

lo, sino de acciones concluidas.

— 148 —

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ly.

Bien. A poco que se analice dicha forma ver-

bal resulta evidente su carácter de afirmación.

El verbo haber, aunque los gramáticos no lo di-

gan, es sustantivo por excelencia ; nada niega en

él ; constituye una plenitud de ser ; comprende,

en su infinita substancia, la totalidad de la vida.

Haber refiérese a todo lo que el hombre es capaz

de tener en su alma.

Por eso en francés avoir significa al propio

tiempo haber y tener. Nuestro idioma, más rico

en esto, le da a tener una envoltura material, un

dominio de lo tangible. Haber preséntase másespiritual, más vago, casi inasible, con una ín-

tima tendencia a la abstracción. Haber es más del

alma que tener. Por esto mismo es más afirma-

tivo, si cabe, que el otro;pues las supremas rea-

lidades están corazón adentro, en nue^stra másmetafísica intimidad. ¿ Cómo, entonces, sería el

verbo haber un elemento de negación, o siquiera

— 149 —

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ARTURO C A P D R V I L A

de duda? Haber, repito, comprende la totalidad

de la vida.

El otro verbo, complementario de la locución,

es siempre un infinitivo, como se ha visto : hubo

de agradarf hubo de bajar, hubimos de substituir,

hube de suspender, húbele de subir. Y un infi-

nitivo muestra también plenitud de acción, no

circunscripta ni a persona, ni a espacio, ni a

tiempo, l Podrá ser el infinitivo, entonces, el ele-

mento de negación en la fórmula analizada?...

Imposible, porque un verbo en infinitivo es como

su propia designación lo enseña, una forma libre

de vida, una pura idea, o sea una absoluta rea-

lidad.

La preposición de, mera partícula expletiva,

no puede, a su vez, variar la esencia verbal de

la expresión. Casi diré que si allí figura, está

sólo por una razón de eufonía. No indica, como

sucede con por, un camino, un medio para lle-

gar... Huhe de ir o hube de hablar son locucio-

nes que en nada se parecen a estuve por ir o a

estuve por hablar. La preposición de apareja idea

de pertenencia, y nada más.

Con todo, sabemos que no es lo mismo decir :

Fulano debe saber la noticia, que Fulano debe

de saberla. Bn el primer caso se manifiesta segu-

ridad, en el segundo dubitación;pero, bien vis-

to, no se llega nunca a negar.

-- 150 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

De apareja idea de pertenencia, he dicho, y así

acontece con la propia expresión de que me ocu-

po. Haber de estudiar, por ejemplo, vale lo mis-

mo que tener de estudiar. El estudiar se incor-

pora así, mediante la preposición, al verbo haber.

Este verbo abstracto y metafísico, según dije, se

colma así de la vida particular representada por

los otros.

Finalmente, basta ensayar esta forma en cual-

quier otro tiempo para convencerse de su fun-

ción verdadera. Habré de morir, aun en el uso

corriente, no indica, por cierto, un conato sino

un acontecimiento fatal. Aquel que recibe una

mala nueva exclama : ¡ Así había de ser mi suer-

te ! Y no niega ni duda, sino que afirma la evi-

dencia de su desdicha. El que nos dice : He de

escribir un libro, nos comunica a su vez determi-

nación segura. No hay razón, por lo tanto, para

que sólo en aquel pretérito examinado, el verbo

haber pierda su natural eficacia.

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Y ahora un poco de trascendentalismo. Nues-

tro pueblo recibió de los conquistadores una lo-

cución afirmativa. Hubimos de cruzar el mar, de-

cían ellos, y era que lo habían cruzado. Hubimos

de pelear y vencer, y era que habían peleado yvencido. El verbo haber cobraba en su lenguaje

una fuerza de certidumbre heroica. Mal ha He-

cho el argentino, contagiado por el andaluz, de

aminorar esta herencia, de atenuar este verbo ex-

celente, de dudar o negar con aquello mismo que

su antecesor afirmaba. Tal evolución me halaga

poco, pues denuncia en cierto modo un correlati-

vo proceso espiritual quq a buen seguro acusa

decadencia. Una expresión que afirma vale mu-

cho, puesto que puede volverse hecho completo,

realización consumada. Nótese que nuestra alma

está primero en las palabras que en las cosas.

Sustantivo, adjetivo y verbo : he ahí todo el

idioma y también toda la vida. Lo demás es me-

— 153 —

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ARTURO CAPDEVILA

ramente expletivo. Nada hay en consecuencia,

ya en el mundo real, ya en el lenguaje, fuera de

las cosas, sus cualidades y su manera de obrar;

siendo de notar que el mundo y el lenguaje for-

man una sola entidad. El mundo en lo exterior

de nosotros consiste en cosas ; en lo interior, en

palabras. El verbo, decían los gnósticos con har-

ta razón, es la realidad suprema.

Hombres y pueblos serios cuidaron siempre sus

palabras, las hicieron firmes, claras y pulcras,

como quien se da cuenta de que el alma se ma-

nifiesta por medio del idioma. Cuidando las pala-

bras, cuidaban el espíritu. Hay en esto una ínti-

ma verdad, No es posible decir palabras bellas

sin tener un alma bella, ni palabras santas sin

tener un alma santa. Que haya, sin embargo,

quienes lo hagan por obra artificiosa, significa

bien poco ; luego no más se ve que la palabra de

éstos no es duradera, ni tiene resonancia, ni

prende en otro corazón, ni crea nada.

Atender al idioma es asimismo el modo másdirecto de atender a cada pensamiento. Una pa-

labra clara revela un pensamiento claro. Me ex-

plico por qué Demóstenes, ceceoso como es fama,

corrigió su mal. Fué trabajo exclusivo de su

mente ; cada idea es un alma y la palabra su

envoltura; y como cada ser concluye por dar con

el organismo que mejor le conviene, la idea de-

^ 154 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

mosteniana obtuvo un día, por su limpidez y

justeza, palabra límpida y justa,^ arrebatadora y

deleitosa.

Ahora bien, ¿ dónde sino en el verbo radica lo

más esencial de la vida? Pues sustantivos y ad-

jetivos, bien mirado, no son sino aspectos del

verbo. Quitándolo se borra el universo. Las co-

sas y su apariencia presuponen creación, que es

ya verbo. El universo entero es un absoluto ver-

bo Ser.

De ahí que en los idiomas lo capital esté en

el verbo. De él depende el tiempo, todos los

tiempos, hasta las más lejanas abstracciones. Laonomatopeya primitivamente fué la imitación del

verbo de los elementos. Un río al correr conjuga

su propio verbo. Lo mismo digo del viento, del

trueno, de las resacas del mar. Y he citado ex

profeso la onomatopeya, porque ésta, siendo ar-

monía imitativa, constituye el verdadero lengua-

je universal. El canto de los pájaros es también

onomatopéyico. Estos divinos cantores pertene-

cen, según su clase, a una o a otra escuela. Yen el bosque hay muchas...

Dimámoslo siempre. En las palabras, másque en las mismas armas, radica la fuerza ver-

dadera del hombre.

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IX. LOS sefardíes

Aun trasoigo el peregrino eco de aque-

llas dulces melodías.

(Palabras de un sefardí en Españoles •

sin Patria.)

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¿ Cómo no ha de ser deseado, entre lo que más

se anhela, la pureza del habla general y la co-

municación de unas y otras naciones hispánicas

mediante la difusión del libro de lengua española,

si grandes son por muchas y variadísimas tie-

rras, nuestros intereses espirituales, y todavía

anda dispersa o se acabará de dispersar, si nada

se hiciere, buena parte de la común familia?

Pues también por el Oriente, en ciudades yaldeas de la Turquía y del Asia Menor, pueblos

numerosos hablan en castellano : un castellano

viejo, algo marchito, hecho todo de recuerdos yde nostalgias ; castellano un poco taciturno que

es solamente un melancólico eco. Hablo de los

sefardim o sefardíes : judíos descendientes de

aquellos leales creyentes que arrojara de España

el terrible edicto de los Reyes Católicos. Son los

hijos de Sephard o Sefarüd, como se llama en

España en lengua hebrea. Abundan por todo ese

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AkfURO CAPDEVILA

Oriente del viejo Mediterráneo los israelitas es-

pañoles. Pero los hay por todas parte. Los hay

en Hungría, particularmente en Zimony. Los

hay en Belgrado, en cuyas tiendas se comercia

en castellano. Los hay en Turquía, por la Ru-

melia, por la Macedonia ; no menos de sesenta mil

son los que cuenta Salónica. Los hay en Bulga-

ria, en Grecia, en la costa asiática. Pasan de

cuarenta mil los sefardíes de Esmirna, Los hay

en Serbia, en Rumania, en Bosnia ; en Saraje-

vo, en Viena ; en barriadas enteras en Bucarest.

Los hay en Italia ; los hay en Francia : algunos

en París, muchos en Bayona y Biarritz. Los hay

en Bélgica, en Holanda, en Gibraltar. Los hay

en África, desde Marruecos hasta El Cairo yy Alejandría. No son pocos. En veinticuatro mil se

ha calculado moderadamente el número de fami-

lias hebreas que fueron expulsadas de su patria

española.

Hemos hablado de los sefardíes de Europa ydel Oriente. Nos faltaría referirnos a los de am-

bas Américas, que se cuentan por millares, des-

de nuestra Buenos Aires hasta Nueva York...

Pero ya urge decir que fué el doctor don Ángel

Pulido Fernández, senador español de claros

ideales, el que se enamoró, a principios del si-

glo, de la venturosa idea de una reconciliación en-

tre españoles y sefardíes, o si mejor se quiere,

— 160 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

entre españoles de la iglesia y de la sinagoga.

Tan sinceramente lo quería, que no temió sar-

casmos ni calumnias ; ni aun siquiera la mise-

randa especie, fatal en su caso, de que el oro

judío pagaba su pluma. Fruto de su extraordi-

naria labor han quedado innumerables artículos

y un libro principal : Españoles sin Patria, que

señalará siempre una época en la materia. A este

respecto, cuenta España además con un libro fer-

voroso : Las lunvinarias de Hanukah. Lo compu-

so, entre reminiscencias recónditas de la raza,

el muy notable escritor madrileño R. Cansinos

Assens. Son páginas de una delicada pureza. No-

vela llama Cansinos a su libro, pero más que

novela es poema ; dilatado poema en que se re-

fiere un vago dolor de acaso arrepentidos conver-

sos. He aquí los títulos de sus cuatro partes :

«La voz de los abuelos»... «Un caudillo de Is-

rael»... «La casa de Jehová...» «La pascua de las

razas»... Total, un poema, y en sus cuatro partes

una tristeza de salmos que por momentos quiere

ser canción.

Bien nos muestra el religioso libro de Can-

sinos Assens el alma de los sefardíes y luego com-

prendemos en toda su nostalgia este suspiro del

desterrado que piensa en sus abuelos : Aun tras-

oigo el peregrino eco de aquellas dulces melodías.

El castellano ha quedado prendido a sus almas

— 161 —u

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ARTURO CAPDEVILA

como una inolvidable música. Trasoyen viejas

voces castellanas y trasueñan entre casi desva-

necidas memorias. «El español era la única he-

rencia de nuestros padres», ha escrito una joven

sefardita de Constantinopla, cuyo testimonio re-

coge el doctor Pulido. «Era la única herencia ; la

conservamos porque era magnífica.» El castella-

no es para ellos una reliquia salvada entre queri-

das ruinas. No fué más piadoso Eneas condu-

ciendo a sus dioses troyanos, que lo fueron los

sefardíes a través de los siglos, guardando el

idioma de sus mayores.¡Qué mucho, si cuando

hablaban de España no la llamaban de otro modoque la segunda Sión ! La llaman ahora mismoasí. No hay cosa de España que no les quede

cerca del alma. El sefardí de Buenos Aires res-

pira castellano en las calles ; no le basta. Nece-

sita el acento rancio de España. El es aquej que

nunca falta a los teatros españoles ; va buscan-

do coplas del pueblo o versos del Siglo de Oro.

Bejarano, un ilustre sefardí de Bucarest, escribe :

«Yo sería el más infeliz hombre si muriese sin

ver el suelo de mis antepasados.» Parecería que

los únicos antepasados de un sefardí fueran los

que vivieron en Córdoba o en Toledo. Los de la

Palestina no existen para ellos ; los otros fue-

ron como nómadas sin nombre. Su memoria da

en la oscuridad y en el vacío... Si no la génesis,

— 162 —

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BABEL Y BL CASTELLANO

la historia comienza en España, para este hijo

de Israel. ¿ La historia ? La historia tampoco. L/a

historia comienza en la Tierra Prometida ; viene

de los desiertos ; sigue por las Persias y las Ba-

bilonias de los cautiverios y las persecuciones ; se

hace clamor en Josefo bajo el romano brutal ; se

disemina luego por los caminos de un éxodo sin

rumbo. No. La historia no comienza en España.

Allí comienza algo mucho más dulce de contar;

mucho más grato de saber : la crónica, entre

nombres familiares y fechas conocidas ; la cró-

nica, que bien aderezada, por un agudo rabí, a

la luz de los velones, por fiesta de Purim, es todo

el aroma, todo el aroma y toda la intimidad de

la vida.

Nos explicamos pronto así que un profesor dv

Esmirna llame a España «dulce y tierna como

una mañanada de primavera» y entendemos al

punto esa fidelidad con que declara : «Ansi 1< ^

topí (lo topé, lo hallé) hasta aora ; ansí espero

toparlo hasta el fin de mis días.»

No es mucho tampoco que numerosos sefardíe;;

propongan para el día de la Palestina autónomíi

el idioma castellano por lengua oficial... En to-

das estas manifestaciones habla siempre la mis

ma añoranza : la añoranza de la España perdida.

Será que el alma judía es soledosa como ningu

. — 168 ^

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ARTURO CAPDEVILA

na... Ello es que el pueblo de las muchas ruinas

y de las muchas tinieblas y de los muchos éxo-

dos, llora hoy todavía, después de cuatro centu-

rias, sobre las siete apagadas luminarias de la

palabra Sefarad...

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II

Para comprender esta tragedia judía y esa su

devoción por las viejas cosas españolas, hay que

recordar cómo es cierto que España hubo de ser

para el hebreo una verdadera Sión. No fué de-

masía que los hebreos de España llegaran a

creerse descendientes directos del rey David, ni

que los israelitas del mundo entero acabasen por

rendirse a la fama. Sábese que ya en tiempos del

imperio romano eran numerosos los hebreos i^n

Granada, en Córdoba, Tarragona, Zaragoza, yque no lo pasaban mal. En la primera época del

cristianismo véseles cumplir funciones sacerdota-

les entre la grey de Cristo. Bendecían los -^am-

pos, consagraban las cosechas. Con la era góti-

ca, alcanzan, aunque no duraderamente, el pleno

goce de la libertad civil y política. Aun en perío-

dos de persecución, los señores se les muestran

adictos, siquiera sea por interés. Horrible es el

— 165 —

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ARTURO C A P D E V I L A

celo de algunos obispos fanáticos, pero son in-

numerables los recursos del judío.

Fué muy luego, con los árabes, cuando empezó

la perfecta dicha del israelita español. Vieron flo-

recer, mezclados a los musulmanes, el comercio

y las industrias, la agricultura y las artes, la

ciencia y las letras. No hubo, ni en tiempos de

Salomón, más ricos, o más prósperos, o más lu-

josos, o más elegantes, o más refinados judíos

que los de Córdoba. No hubo tampoco nunca quie-

nes los sobrepasasen, ni en artes ni en ciencias.

Se (ganaban la confianza de los magnates y la

admiración de los pueblos. Eran médicos, mate-

máticos, literatos, filósofos, diplomáticos, poetas,

músicos, doctores. Son tan felices los tiempos,

que el oído del hebreo se regala con mil lisonjas.

Para que nada le falte, la historia de sus triun-

fos se embellece de leyendas.

Desde todas las juderías míraseles como a los

escogidos de Jehová. Debe ser cierto que descien-

den en línea directa del rey David. Al menos,

Jehová los conduce por campos de perpetuo

maná.

Pronto los rabinos de España dan gloria a la

raza. Del exceso de la felicidad nace la ciencia

talmúdica. Bien se le llamaría la hija de la abun-

dancia. De este propio exceso nace igualmente la

gramática. La exégesis resplandece. Cultívanse

— 166 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

todas las formas exegéticas : desde la alegórica

hasta la cabalística, pasando por la gramatical yla ética. Se versifica. Se canta. Se viaja. Italia,

el África, el Levante, son los rumbos preferidos.

Hay quienes llegan, fastuosos siempre, al medio-

día de Francia o a Londres, Muchos peregrinan

a Tierra Santa. Se forma entonces, como enseña

Teodoro Reinach, la literatura de los viajes.

¿Qué más? El fraccionamiento del califato de

Córdoba sólo trajo la multiplicación de estos bie-

nes para los hijos de Israel. El favor oficial los

acompañaba en unos .y otros reinos. Y nótese que

otro tanto acaecía con ellos en los reinos cris-

tianos, pues a la dureza del código visigótico su-

cedieron tiempos de tolerancia y de perfecta

igualdad. En todo caso, el rayo de la persecu-

ción, aunque siempre mortífero, caía muy de tar-

de en tarde. España era la nueva Palestina.

Sólo al tiempo de los Almohades el islamis-

mos se vuelve feroz. Judíos y cristianos sufren

una misma persecución implacable. Comienza

entonces la emigración de unos y otros a los rei-

nos donde impera la Cruz. Una alianza perfecta,

sagrada, se estipula de hecho entre ambas reli-

giones bíblicas. Si Alfonso VI es generoso y hos-

pitalario, larga es la liberalidad de los judíos

que acuden con hombres y con caudales a la gue-

rra contra ^l moro. Toledo yale ahora lo que C6r-

— 167 —

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ARTURO CAPDEVILA

doba. En todas las juderías, donde se sufre y se

llora, por esas juderías de Alemania, de Francia,

de los Países Bajos, sigúese viendo en el israe-

lita de España el preferido de Jehová, el descen-

diente directo del rey David.

Los tiempos van a cambiar. Ya se les acusa,

ya se les amenaza. Sin embargo, se les teme, ytodavía hay reyes qu Castilla que los toman por

tesoreros.

Sortearán los obstáculos. Es posible que se em-

bravezca el fanatismo en España;

pero será

como en una racha que pasa. Matanzas de Sevi-

lla o de Palma de Mallorca deben de ser pasa-

jeras... Jehová no dejará de velar por los esco-

gidos. De este modo, si la caída de Granada y el

contemporáneo anhelo de una perfecta unidad re-

ligiosa amagan traer la ruina de los hebreos de

España, ni se olvida que ellos cooperaron a la

derrota del moro, ni se ignora que todavía son

muchos los hijos de Israel que disfrutan el favor

y la amistad de príncipes y de nobles.

Cuando en las juderías se supo que la catás-

trofe se había consumado y que los ricos es-

pañoles de ayer vagaban ya sin patria, en mise-

rables caravanas, de ancianos y jóvenes, de niños

y de grandes, de puérperas y mujeres encinta,

de sanos y enfermos, arrojados todos sin dilación,

lo mismo el viejo que el niño de pecho, al ham-

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BABEL Y EL CASTELLANO

bre, a la nada, a la muerte, no se quiso creer...

Sin embargo, era cierto. Debieron malbaratar su

hacienda y partir. Hay testigo que dice haber

visto dar un casa por un asno y una viña por

un poco de lienzo. El día se les iba en malven-

der sus bienes o en llorar y clamar en los cemen-

terios besando la tierra de las paternas sepultu-

ras. Hasta que hubieron de partir, irremisible-

mente sin patria y sin tumbas.

Cuatro siglos han pasado y va corriendo el

quinto. Pero hoy todavía los sefardíes no lo pue-

den creer : lo saben y no lo creen.

Así, como si nada hubiera acontecido, no dan-

do a la historia de su dolor más crédito que a

las sombras de un sueño, tienen puesto aún el

corazón en España. El edicto espantoso no ha po-

dido nada contra el fosilizado recuerdo de su fe-

licidad.

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X. EL ROMANCERO SEFARDi

¡Estos cantos tan dulces de la patria

de otros tiempos!

(Palabras de un escritor sefardí.)

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El estupor cae fuera del tiempo. Si el éxtasis

comporta la unión interior del alma con Dios en

la contemplación y en el amor, el estupor es la

unión del alma con el Hado, en el enajenamiento

del dolor y del miedo. Son dos estados preter-

naturales del alma atónita. En el estupor, la con-

ciencia estupefacta queda atada a su signo fatal.

El tiempo y el espacio se reducen a dos sombras.

Se anda, se va, se vuelve, pasan muchas y nue-

vas cosas;pero todo como en sueños, como si lo

hiciera otro. El pasado se torna presente ; un

presente diuturno, imperecedero. Toda otra vida

que no sea la del pasado parecerá una historia

ajena, En el estupor, la única verdad, toda la

verdad del mundo, quedó atrás, no perdida, sino

fija para siempre. Eo demás, el verdadero presen-

te, es un puro trasoír, un vano trasoñar. Se di-

ría que en ese enajenamiento vive el sefardita,

desde la hora del edicto espantoso, y se explica-

178

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ARTURO CAPDEVrLA

ría así que a lo largo de cuatro siglos de una in-

comunicación total no haya podido olvidar las

melodías del castellano ; esa que él llama lengua

ladina en un arcaísmo que se creyera doblado de

maliciosa ironía.

No saben olvidar el castellano, los sefardíes,

bien que ya no les importe, como en el tiempo

de oro, la elegancia de las formas, la gracia del

buen decir, el arte de las palabras exquisitas. Si

hasta hay entre ellos quienes ignoran qué len-

gua hablan...

El doctor Pulido, en su libro Españoles sin

patria, recoge este diálogo entre Max Nordau yunos hebreos españoles de cualquier judería del

Oriente :

—¿Dónde están los sellos?—^pregunta la ten-

dera a su marido.

Max Nordau, asombrado de oír castellano, ex-

clama :

—iQué ! ¿ Habla usted español ?

—No, señor—responde ella— ; hablo chudeo.

Pero en este punto interviene el marido :

—Esta mujer no está culta, y no sabe lo que

habla ; si lo supiese diría que habla español.

A tales extremos de ya inconsciente jerga ha

llegado en el Oriente el gran idioma de Castilla.

Mas no se debe inferir, como lo hizo Max Nor-

dau, ante esa u otra parecida muestra de aban-

~- 174 --

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BABEL Y EL CASTELLANO

dono y letargo, que el patrimonio de la lengua

española se limite ahora a un escaso repertorio

de, cuando mucho, cuatrocientos vocablos desfi-

gurados, vacilantes y torpes.

De averiguaciones recientes resulta que la base

lingüística española es todavía muy grande en el

judeo español ; al punto que los actuales dicciona-

rios sefardíes registran hasta diez mil voces cas-

tellanas.

Por ejemplo, el judeo-español o lengua ladina

de Constantinopla, ha sido recientemente estu-

diado por el profesor h. M. Wagner ; sólo que

su libro está en alemán y fué publicado en Viena.

Catorce cuentos y una conversación de la calle

constituyen su notable material. Tan notable,

que muchos han debido ser los comentarios pen-

insulares del libro vienes ; merced a los cuales yparticularmente al detenido análisis crítico del

doctor Yahuda {Revista de Filología^ tomo II)

podemos ahora ampliar el acervo de nuestros co-

nocimientos, nada largos hasta el presente, so-

bre las cosas sefarditas.

Pero hablan, en general, los judíos españoles

del Oriente un castellano no muy distinto del que

escriben : un castellano infantil, como de niños

extranjeros, de vocales inciertas en que la e sue-

le ser i, o en que la w se trueca en ait ; a causa

ya se comprenderá—de la escritura rabínica en

175

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ARTURO CAPDEViLA

que tan pocas grafías se concede a las vocales.

Y todo esto sobre un fondo de fonética oriental,

a cuyo influjo se bastardea el acento de muchas

consonantes. Acaso con más frecuencia de lo que

imaginamos, Hemos oído hablar a los sefardíes,

sin adivinar quiénes eran. Si nos sorprendió la

fluidez y a las veces el dejo arcaico de la frase,

rechazamos cualquier sospecha de fraternidad ro-

mance, por la dureza turca o la aspereza búlgara

de la pronunciación, acabando de desorientarnos

este o aquel galicismo, este o aquel italianismo

flagrante. Eran, sin embargo, españoles sin

patria...

En otras ocasiones hubieron de parecemos

árabes hablando castellano. En la aspiración de

las jotas y de las haches, sentíamos el viento del

desierto : tan oriental se ha vuelto allí nuestro

idioma, bañado de continuo en las corrientes de

los viejos idiomas de la Biblia y del Corán. Entodo caso, durante cuatro siglos de aislamiento,

de confinamiento verbal, entre ulemas de Tur-

quía o drusos del páramo, hay tiempo suficiente

para que una lengua se empantane y corrompa.

A Dios gracias no ha sido así en excesiva pro-

porción.

Asombroso es, en realidad, que cienes de anos

después, para decirlo en ladino, se conserve rela-

tivamente tan pura la lengua de España, el ha-

— 176 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

hla dolci española, como a la espera de un resur-

igimiento. No le mintió a Pulido el que dijo :

«Nosotros israelitas espanolis nos gustamos mu-

cho quando topamos occasión di poder hablar

nuestra lingua.»

Así la escriben, así la hablan, con no sabemos

qué inocencia de niños. Un alma dulce, tibia, se

revela en expresiones de un raro pergeño, de un

español tan infantil como arcaico, en que al en-

canto de la vieja construcción se añade el de la

pureza de los sentimientos expuestos ; como, por

ejemplo, en esta frase de recién casado, endere-

zada a disculpar con la luna de miel la tardanza

en responder a la carta de un amigo : aDel día

de mi boda estoy aholando coii mi palomhcL...í>

Pero la nota típica es el arcaísmo. Hay pala-

bras de este judeo-español, que, a manera de ca-

racoles marinos, apenas puestas al oído rebosan

de una música de lejanos, de lejanísimos, de casi

perdidos murmullos. Hasta los neologismos son

derivaciones arcaicas. Se ha observado así que

dicen, verbigracia, escuchamiento por juzgamien-

to o juicio. No es sino un caso entre millares.

Siempre y por todo miran al pasado los sefar-

díes. En su propia escritura se ve. Si salieron de

España empleando caracteres latinos y escribien-

do el castellano, como es justo, de izquierda a

derecha, pronto en el Oriente lo empezaron a es-

— m —it

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ARTURO CAPDEVILA

cribir de derecha a izquierda y en caracteres ra-

bínicos ; tal como quien desanda camino. Imposi-

ble no pensar en aquellos tan hermosos versos de

Longfellow al cementerio judío de Newport, tra-

ducidos de mano maestra por nuestro poeta Héc-

tor Pedro Blomberg :

Y leían asi, siglo tras siglo,

—como si fuera un manuscrito hebraico,

siempre a la inversa—el Libro de la Vida

hasta que fué Leyenda de los Muertos.

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II

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el se-

fardí no consigue sustraerse a las seducciones de

Italia y de Francia, El peligro no reside ya en

las viejas lenguas de Levante sino en las nuevas

de Europa. Debe saberse que en muchas zonas la

lengua que hoy todavía llamamos judeo-española

pudiera ir llamándose judeo-francesa. Nula es la

acción hispánica en aquellas tierras casi españo-

las, como no se. cuente esa inteligentísima (sí,

pero aislada), esa inteligentísima y nobilísima ymuy tesonera campaña de La Revista de la Raza, -'

más ibero-africana, por desgracia, que ibero-

seTardí. Con todo, es admirable la obra de su di-,

rector D. Manuel L. Ortega, y lo rodean infa-

tigables colaboradores. Verbigracia : Don José

M. Estrugo, destacado hispanófilo de Constanti-

nopla.

Incesante y perfectamente coordinada es, en

cambio, la acción francesa, gracias sobre todo a

179

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A R T V B o CÁPDEVILA

la sistemática penetración de la Alliance Tsrae-

lite Universelle, que tan luego abre bibliotecas

y funda asilos como instala escuelas y colegios en

que el francés va desplazando al ladino.

Sólo quedan, en puridad, para defender el pa-

trimonio castizo, unos pocos sefardíes a quienes

suele llamarse arcaizantes, bien que esta vez ar-

caizar sea precisamente mirar por el futuro;pues

para el sefardita salvar el castellano es vincular-

se, por mediación de España, con nuestra gran-

de América del porvenir. Lo cual tarde o tem-

prano tendrá que convenirles, y mucho. Estos

pocos sefardíes arcaizantes son los que defienden

la vieja lengua; y con eílos la defienden también,

las madres, las hermanas, las novias. Si la calle

va siendo de Francia, la casa pertenece todavía

a España. La casa y el corazón.

A España pertenece todavía hoy el corazón se-

fardí. En las familias se conserva la fiel tradición

de los linajes, entre apellidos que no son otros

que Miranda, Benavente, Calderón, Albuquer-

que, Saavedra. Templos hubo y hay que se lla-

man de Zaragoza, de Toledo, de Castilla ; cuyos

rabinos predican castellano antiguo. Ninguna

familia olvida su prosapia española ; en ello po-

nen la poesía y la honra del hogar. Cada uno

sabe bien de dónde vinieron sus abuelos, si de

Granada, si de Sevilla, Hasta parece que pro-

-. 180 —

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BABEL Y EL CASTELLANO -

nuncian el castellano de una u otra manera, se-

gún de donde vinieron.¡ Más no se puede amar

!

También los niños sefardíes pertenecen a Es-

paña. En las calles de Constantinopla, cogidos de

la mano, cantan versos de los romances. Estos,

que traslado abajo, son los que, según JaEuda,

cantaban unos rapaces de Stambul, remedando la

manera zaragozana de ciertos vecinos, a quienes

querían burlar:

A un saragosano

le dio la jane,

y subió a la mesjite

y ührió la hujite

para cantar una oantique;

le modrió una musjite,

s'arrahió el mragosano

y abasó de la mesjite.

¿Y ese son de pandero? ¿Y ese aire de mala-

/gueña? Es alguna moza hebrea que canta. Quecanta un romance viejo.

Una vieja de Madrid

combate que combatía...

De esta suerte, cuando en Constantinopla o Sa-

lónica desembarca de excursión gente de habla

-^ 181 -«

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ARTURO CAPDEVILA

castellana — españoles, hispanoamericanos, filipi-

nos—acaso tienen ojos y no ven, tienen oídos yno oyen. En las tiendas de libros y en los pues-

tos de periódicos abundan las páginas en lengua

de Castilla. Nadie juzgue por Tas grafías rabíni-

cas ni porque venga la escritura de derecha a iz-

quierda. Castellano es. Y bien fácil hallar en ta-

les boticas estudios talmúdicos en cuya portada se

lea la recomendación de la obra, por ejemplo en

estos términos : Estampada en letra hermosa ylaSinada muy bien, según el uso de nuestra sih-

dad,. y cumplida en todo.

En cuanto al librero, ¿para que pararse a es-

cucharlo? ¿Cómo figurarse que ese hombre del

Talmud hable con las palabras mismas del si-

glo XV español ? I^os viajeros continúan su cami-

no, y es lo cierto, empero, que esos hombres de

la Biblia, esos de los ojos siempre nostálgicos,

los llamarían hermanos...

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III

Con absorta memoria repiten hoy, repetirán

de aquí a cien años, romances de la Edad Media,

en que bajo apariencia singular lloran la desdi-

cha de todos los perseguidos, de toda la triste

recua... De veras, por el yermo de estos pálidos

versos, pasa solitaria, patética, la sombra sin fin

de los desterrados :

Irme quiero por estos campos,

por estos campos me iré ,

y Jas yerbas de los campos

por pan las comiré;

lágrimas de los mis ojos

por agua las beveré;

con uñas de los mis dedos

los campos los cavaré;

con sangre de las mis venas

los campos los arregaré...

— 183 —

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ARTURO CAPDEVILA

Pasó el sollozo...

Pensemos ahora en esos niños de ojos maravi-

llados, de alma ilusa y viajera, escuchando de

pie, con el espíritu en lo remoto de los siglos, la

canción española de la madre que día a día canta :

Lloran condes, lloran duques,

lloraba la frailecía;

ya lloraba el Padre Santo

por el conde de Sevilla;

siete días co^i sus noches,

y el conde no parecía.

Y la madre y el hijo, y la abuela y el nieto

no tienen otro horizonte, en la larga hora de la

evocación, que una Sevilla fantástica, una Cór-

doba imposible, una Granada que nunca más

será.

—Gian Lorenzo, Gian Lorenza,

¿quién te hiso tanto mal}—Por tener mujer hermosa

el rey me quere matar.

Revive así cotidianamente la historia...

Mas pensemos también en esos mozos que en

las noches de primavera, bajo unos cielos ruti-

lantes de estrellería, cantan y aman en español :

— 184 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Noche buena, noche buena...

noches son de enamorar.

Enamoran y se enamoran cantando versos de

España.¡Son tantos y tan dulces ! Los hay para

cada ocasión del año o del alma. ¿ Cómo recibir a

la primavera sino con este romance?

Salir quiere el mes de marzo,

entrar quiere el mes de abril...

Entretanto, la niña, que ya se embriaga ante

el reclamo, puede levantarse cantando :

Yo me levantara un lunes,

un lunes antes de albor.

Hallé mi puerta ramada

de rosas y nuevo amor.

Puede también cantar, si lo quiere, como la Es-

posa del Cántico de los cánticos, cuando el ami-

go tocaba a su puerta, húmedos los cabellos del

rocío de la nochi^ :

Abrir ya vos abro,

rm linda amor;

que la noche no durmo

de pensar en vos.

-^ t85-.

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ARTURO C A P D E V I L A

Mañana, cuando se case, todos le dirán en ese

mismo castellano que no se olvida :

—Dicha y buena suerte tengas...

Quie^n no lo diga en ladino, haga de cuenta

que no dio parabienes.

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IV

Si ya, por la gracia y virtud del comúu idioma,

llegamos a sentirnos de algún modo parientes de

estos lejanos sefardíes^ seguro es que por el po-

der de unas mismas canciones de infancia senti-

remos que una sola es la gran familia. Niños hay

del Oriente que en los jardines primaverales, al

caer la tarde, cantan las mismas canciones que

nosotros cantábamos en la niñez, pues los niños

de España y de la América española no han de-

jado de cantar :

—Aquí me manda el hiien rey,

de las hijas que tenéis

la más bella que me deis.

A lo que responden los niños sefardíes comonosotros respondíamos, o aproximadamente :

Ni las tengo ni las doy,

ni vos me las mantenéis;

con el pan que yo confiere

comieran ellas también.

— 187 —

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ARTURO CAPDEYILA

Palabras sin duda enigmáticas, de las que sólo

a la infancia pueden dejar satisfecha, que el ca-

ballero contesta como si las hubiera entendido :

Tan alegre que ya iha

tan afligido me iré.

A la hija del rey moro

no me la dan por mujer.

Pero ya lo llaman :

Tornad, tornad, caballero,

escoged cuala queréis...

En los veranos, por callejas de Constantinopla,

al volver una esquina, podemos oír de pronto

canción de cuna. Es madre sefardí que arrulla :

Duérmete, mi blanca niña.

Duérmete, mi blanca flor.

. Si por ventura la que canta es la abuela oire-

mos quizás estos otros versos, en que de paso ob-

servamos un interesante ejemplo oriental del vo-

seo popular argentino :

—¿ Ke buskas, mi madri, i vos por aki ?

—Busku yo al mi fizu, mi fizu Avraam.

— 188 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Y si acaso nos anochece en la judería, oiremos

aún esta cantinela de mendigo :

Ojos tienen y no ven,

orejas tiene^i y no' oyen,

enanos tienen y no dan...

Extraño mendigo que pordiosea bajo sus hara-

pos, entre profeta del Viejo Testamento y limos-

nero de novela picaresca.

Ahora sepámoslo todo ; conozcamos el hogar

del sefardí.

He ahí una anciana que está contando cuentos,

homsezas como los llama queriendo decir conse-

jas. Son cuentos orientales ; su asunto es orien-

tal ; su atmósfera, oriental ; su psicologfa, orien-

tal;pero su idioma, el castellano viejo.

I Erase que se era? No ; no comienza así. Co-

rriienza de este otro modo sabrosísimo :

—Había de ser... Y en estas montañas tenia

qu'aver una nmchacha que es la hermosura del

mundo...

—¿ Y qué más ?

—y* una ¡liza está casada, la otra es aínda man-seva e da espasio verla.

Ha pasado una hora : ¡ se acabó la konseza !

Fin :

—Y ellos tengan bien y mosotros también.

— 189 —

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ARTURO CAPDEVILA

Pero llega el invierno, y en las veladas de in-

vierno abre la Biblia el anciano patriarcal, la vie-

ja Biblia, impresa hace siglos en Holanda. Esuna Biblia española de un castellano solemne.

Ya la abre al azar el anciano. ¿ Qué va a leer ?

No se dude. Serán fúnebres palabras de un eco

elegiaco.

Ya lee el buen anciano la palabra santa :

—Dijo Jeremías a Israel : Tajar los tajaré, no

como las uvas de la vid que se cogen pocas a

pocas, ni como los higos de la higuera que se

cogen uno a uno, sino todos juntos. Fruta y hoja

será arrastrada, rehollada y perdida.

Así dice la palabra santa, la palabra terrible.

Todos inclinan la cabeza. Ellos son las uvas de

la vid y los higos de la higuera y las hojas re-

holladas.

Largo es el invierno. Ha caído mucha nieve.

Ahora silba el viento. Se filtra por las rendijas

el viento que silba. Se cuela helado el espectro

de la nieve. Pero más lúgubre que ese viento del

invierno en la noche es el clamor de Israel a Je-

hová. Ya lee el anciano en la vieja Biblia, im-

presa hace siglos en Holanda, en un castellano

solemne y trágico :

—Alexástete de nos por nuestros delitos...

erramos como ovejas... y desperdímonos...

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BABEL } EL CASTELLANO

El castellano está siempre con ellos, hasta en

la más judaica de las festividades, hasta cuan-

do suspiran por Jerusalén ; como en la canción

llamada del peregrino :

A Yerusalain, ciudad estimada,

serratos y mulkes (i) y vicios dejaba,

sueño de mis ojos de mí se tiraba.

A Yerusalain, la ida sin vuelta,

parece a la gente que es a la vuelta.

Sabedlo, que es una gran revuelta.

¿Y España? ¿No es también una gran revuel-

ta? Clamor grande, clamor de cuatro siglos hay

en la canción que dice :

Perdimos la bella Sión,

perdimos también a España,

nido de consolación.

A lo que respondemos con el alma :

—Pero América es vuestra ¡ oh sefardíes ! Los

(1) Inmuebles, Así lo ponen Menénd'ez y Pelayo,

en el tomo X de los Poetas líricos, y Rodolfo Gil ensu Romancero jadeo español. Tales aulores, La Re-vista de la Raza y el doctor Pulido han sido misfuentes principales.

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ARTURO CAPDEVILA

mismos reyes que os arrojaban de sus dominios

os aparejaban la tierra de la libertad. Mirad tam-

bién hacia España. Cansinos Assens os ha mos-

trado en las antiguas sinagogas de Bspaña las

nuevamente encendidas luminarias de Hanu-

kah...

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kl. EN MANILA SE HA PUESTOEL SOL

jUti, tispaña valerosa!

Mira en las orientales escuadrones

de la India, el Malabar, Japón y Chinatremolar victoriosos los pendones,

y que el agua espumosa y cristalina

del Indo y Ganges tus caballos beben...

Bernardo de Valbuena.

is

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Confieso haber leído con simpatía grande, el

tomo cuadragésimo séptimo de la colección Espa-

ña que en el año de 1887 publicara en Barcelona

el establecimiento tipográfico de Daniel Cortezo

y Compañía, destinado a la historia, ge.ografía ymonumentos de las últimas posesiones ultrama-

rinas de la madre patria : Cuba, Puerto Rico ylas islas Filipinas.

Con un mapamundi a la vista la cosa es for-

midable.¡Qué águila aquélla cuyas alas se ex-

tendían así, tocando con la una en las Antillas;

con la otra en el mar de la Cbina ! Siendo ar-

gentino, imposible no leer con entusiasmo em-

prendedor el relato de tanta generosa epopeya.

Comprendemos que esas mismas cosas no se vol-

verán a realizar, pero asimismo comprendemos

que otras equivalentes piden por'Tbdo el planeta

almas resueltas y listas. Nosotros, por lo menos,

queremos ser un pueblo de voluntad muy recia.

^ 1(» —

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ARTURO CAPDEVILA

De este modo, aceptamos sin el menor esfuerzo

que en aquellas naves españolas se paseaba ya

nuestro espíritu, según iba resonando nuestro

idioma por nuevos y nunca surcados mares. Com-prendemos que se paseaba ya nuestro espíritu,

y hasta decimos, sin el menor alarde literario,

que cuando en lo alto del palo mayor de unaHeaquellas naos flameaba la bandera española, on-

deaba ya la nuestra. Pueblo que siente transfun-

dido en su ser el enérgico espíritu de aquellos

hombres, puede hablar así. Al considerar la pa-

sada grandeza de España, presentimos al punto

la que hemos decidido alcanzar.

Pero yo quería decir antes, que esa conquista

de las Filipinas fue maravillosa y sobre todo be-

llísima hazaña ; tanto, que echamos de menos

los Lusiadas españoles de la proeza. Siquiera la

geografía, si no ya la historia que allí se consu-

maba, pedía versos.¡Qué nombres ! Sumatra,

Borneo, Mirabeles, Ceylán... 7 Qué horizontes!

El Celeste Imperio, el Japón... ¡Qué atmósfera!

La leyenda, el prodigio... ¡Qué límite cósmico!

Un despedazado archipiélago en que había de

verse, o un mundo en formación, o bien un con-

tinente que desaparece. Mañana, en un futuro

que ya entrevén de consuno la ciencia y la fábu-

la, aquellas islas serán o todo tierra o todo mar.

Por de pronto, el espontáneo arte de nombrar

— 19% —

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BABEL Y EL CASTELLANO

de los navegantes ha dado a la región, en ima-

gen creadora, un nombre incomparable, en que

se mece su destino : Oceanía...

Entretanto, las islas del Poniente, como se les

llamaba, se debieron mostrar como envueltas en

un tul de encanto. Testigos de un formidable

origen, se alzaban cien volcanes. No era menor

el prestigio de los mares, entre arrecifes de co-

rales y bancos de madréporas. Sobre el vaivén

de las olas y en las faldas de tales volcanes bu-

llía un pueblo numeroso. Componíanlo malayos,

chinos y mestizos. Sus costumbres parecían sur-

gidas para pintadas en esmalte. Veíaseles flotar

días y noches, de isla en isla, en canoas y pira-

guas, o se entregaban todos a la vida apacible de

los arrozales, así los cobrizos hombres como las

ágiles muchachas, tan bonitas—nadie lo calla

en sus delantales de hojas de palmera. Todo esto

en un clima de horrible ardor, que otro descan-

so no concede que el de unas pocas noches en lo

que va de noviembre a febrero. Pero cuidado

entonces con la luna. La luna es bruja. La luna

comunica sutiles enfermedades. El aborigen, que

de antiguo lo sabe, no se aventura nunca sin

sombrilla por los campos bañados de luna.

El agua abunda ; el árbol impera ; el calor

sofoca; el bosque anonada. Hoy se abre una bre-

cha en un bosque;pronto se cierra sola. La

— 107 —

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ARTURO CAPDEVILA

selva se encierra en diabólicas espirales de labe-

rinto. El árbol desaparece en el bosque ; el bos-

que se enmaraña en la selva. Es la selva cálida,

hirsuta, tropical. El botánico de Europa se es-

panta de los nuevos seres vegetales que le estor-

ban el paso. Hay árboles que sólo son hierbas

gigantescas, por ejemplo, heléchos arbóreos de

doce metros. Verbenáceas que apenas serían ma-

tas en Europa, suben aquí más altas que el ro-

ble. Hay espesuras adonde nunca llega el sol. Es

la selva virgen, la selva siempre virgen. En tor-

no suyo la imaginación del indígena es una en-

redadera más. Una imaginación supersticiosa teje,

incesante, leyendas visionarias que se echan pa-

rásitas entre los follajes del ébano, del sándalo,

del plátano, del cocotero.

Chinos y malayos sueñan con alma candida.

Saben de lagunas en que viene a bañarse la

sombra de una princesa. Ven por los campos a

ras del suelo sábanas ilusorias que los persiguen.

Grandes fosforescencias de los mares los aterro-

rizan o inquietan. El fuego de San Telmo es un

terror habitual. Menos mal que los gallos cantan

a todas horas y que el indio oye en su canto algo

que el occidental no comprende. Si el gallo no

cantara, lo mejor sería morir...

Pero hay un misterio mayor : el mono de los

cocales. Monos blancos u orangutanes de harta

— 198 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

semejanza con el hombre son los señoras de la

sombra. El indígena no pone siquiera en duda

que sean hombres. Son para ellos una gente que

no habla. Nada más que esto. Conoce, por lo d.q-

más, el secreto de su mudez. Es un mutismo

deliberado el suyo. Esa gente no habla para que

no le cobren tributo...

Tribus indígenas hay que viven como en el

límite de análoga animalidad. No bajan nunca

de la montaña. No les interesa la civilización.

Épicos fueron los sucesos de la primera arreme-

tida española. Magallanes mismo cayó a los gol-

pes del indio. Reyezuelo hubo—el famoso Ha-

mabar—que pudo considerarse el más glorioso ca-

pitán de su raza : el español, vencido, hubo de

retirarse deshecho. Hamabar en Europa hubiera

sido un héroe nacional y se le hubiera erigido es-

tatua. En Cebú no fué así... Cuando a los cua-

renta años de aquellos tan memorables aconteci-

mientos, los españoles retornaron, nadie recor-

daba nada, ni mozos, ni ancianos, ni sabía nadie

cosa alguna de Hamabar.

Esto, en los bosques y en las montañas. Mien-

tras tanto, entre los arrozales, un hombre manso

y servicial era, a decir verdad, como una beste-

zuela más, servicial y mansa, en medio de unafauna dócil y amable ; como si todos los seres se

hubieran propuesto la imitación del búfalo, el

— 199 —

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ARTURO CAPDEVILA

más dulce rumiante ; el búfalo a quien basta a

guiarle la mano de un niño.

Hombres y bestias por tales sitios son la man-

sedumbre misma. Pero la tierra es terrible. Noes fácil que la égloga dé flores duraderas en el

suelo del Apocalipsis. La tierra es terrible : tierra

de volcanes, mundo de cataclismos. Bn amenaza-

dores conos se alzan los monstruos telúricos en

el horizonte. Verdad es que por las laderas volcá-

nicas se esparcen los pueblecitos;pero basaltos

y lavas señalan allí también el conocido camino

de la catástrofe. Y un día el terremoto conmueve

toda la montaña. No amenazaron en vano los vol-

canes, esos volcanes de nombres extraños, comode demonios : el Arayat, el Bulusán. el Isarog...

Un día el terremoto truena Hajo la tierra y la

agrieta y despedaza. Los volcanes se empenachan

de humo, las montañas se vuelven como de fuego,

las llamas suben al cielo. Ríos ígneos coruscan

por las laderas abajo entre encendidos meandros.

Nubes de ceniza originan súbita la noche. En esta

noche fulguran los rayos brotando de los volca-

nes. Se apesta el aire de olor a azufre. La oscuri-

dad está cruzada de piedras candentes como en

Sodoma y Gomorra...

Pero el mundo se salva una vez más todavía.

Tras la lluvia de piedra cae la lluvia de arena;

tras la lluvia de arena se desmenuza una nube de

— 200 —

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BABEL I EL CASTELLANO

cenizas. La aterrorizada gente sale de nuevo de

sus refugios. Reina aún la noche. La gente se

vuelve misteriosísima en los caminos. Cada uno

lleva un farol encendido. Acá y allá semejan cons-

telaciones movedizas. Así fué en 1616. Así fué

en 1 8 14. ¿ Querías aventuras, aventurero español ?

jLas tuviste cumplidas !

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11

Leyendo, leyendo, nos vamos sintiendo como en

casa propia en las Filipinas. Pasó el terremoto, el

viento barrió las cenizas, tragóselas el mar, y las

palomas se posaron de nuevo como en los días

azules en los cráteres ayer espantosos. Leyendo

leyendo, nos sentimos muy dueños de casa y nos

seducen las historias de los piratas chinos ; las

historias, sobre todo, de aquel feroz Lin-a-hong,

que, heredero de seis navios, llegó a contar cerca

de cien, tan bien abastecidos, tan numerosamente

poblados (tantos los artesanos, tantas las mujeres,

tantos los niños) y tan sabiamente distribuidos los

bienes y los afanes, que su flota no parecía sino

una nación flotante, y Lin-a-hong, no un pirata,

sino un rey.

Ya no estamos, sin embargo, como bien se com-

prende, para historias de corsarios chinos. Si,

— 203 —

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ARTURO CAPDEVILA

pues, tanto nos interesan las incursiones de Lin-

a-hong y su lugarteniente Sioco, y aun las de aquel

otro pirata Kog-sing o Cho-seng, no es difícil dar

con la clave. Kilos, al atacar las posesiones de

España, pudieron cambiar la faz de las Filipinas.

Por eso nos interesan de ese modo. Cuando, a la

vuelta de una página, los vemos huir desbarata-

dos, nos alegramos como de triunfos propios. Y es

que, en cierta manera, lo fueron... ¿A qué ocul-

tar, por otra parte, que igual cosa nos pasa cuan-

do escuadras de Inglaterra o de Holanda son pues-

tas en dispersión por los cañones hispánicos de

Manila ? Es la pura verdad que nos alegramos

muchísimo. Nos alegramos, siquiera como quien

no puede menos de reconocer la existencia del

imperio espiritual del castellano, cuya inviolabi-

lidad debería ser un dogma de la raza.

Grande cosa es este imperio espiritual, y acaso

salga valiendo más con el tiempo que un real

imperio político. En todo caso, el idioma castella-

no nació como adivinando un portentoso destino.

Nació al son de las canciones de gesta, y es por

momentos el mismo Cid Campeador. En ningún

instante se pone en duda la grandeza de la len-

gua. Lebrija, en 1492, publica su célebre gramá-

tica de la lengua castellana. La fué preparando a

medida que se preparaban los tiempos. Cuandose de.scubría América, ya estaba hecha la gra-

204

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BABEL Y EL CASTELLANO

mática. El genio de la raza y el genio de la his-

toria habían trabajado juntos. Son definitivas las

palabras de su prólogo : Paiia que lo que agora

y de aquí adelante se es'criviere pueda quedar en

un tenor y extenderse en toda la duración de los

tiempos que están por venir. La obra no se rea-

liza solamente para que lo que agora y de aquí

adelante se escnviere pueda quedar de un tenor.

Se realiza para que se extienda la lengua en to-

da la duración de los tiempos. Se afirma que unos

extensos tiempos están por venir... ¡Qué muchoasí que la obra se escriba también para los pue-

blos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas!...

Lo cierto es que, descubierta América y verifica-

dos en ella más de cuatrocientos idiomas, no se

duda en España de la perfecta unidad de lengua

del continente.¡Tanta es la fe que en el caste-

llano se pone

!

Fué por entonces cuando la gloria del idioma

se puso de manifiesto ante la Europa toda. Car-

los V adoptaría oficialmente el castellano en Par-

lamento famoso, y el embajador francés, obispo

de Macón, y los cardenales, y los embajadores to-

dos, y el propio Paulo III, oirían de él aquellas

fieras palabras con que atajó al francés : Señorobispo, entiéndame si quiere y no espere de míotras palabras que de mi lengua española, la cual

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ARTURO CAPDEVILA

es tan noble que merece ser sabida y entendida de

toda la gente cristiana.,, (i),

Y cuenta que Carlos V fué el que dijo también :

Un hombre que sabe cuatro lenguas vale por

cuatro.

Eso era ya el castellano hacia el siglo xvi. Nohay que aguzar mucho el ingenio para entender

que en Manila el cañón defendía el espíritu.

Inmenso fué paralelamente el imperio político

español, a punto que en él no se ponía el sol.

Pero había de ponerse el astro en Portugal, en

Flandes, en Italia, en toda la América. Estas

son, por lo menos, las cuentas de la política. Pero

si estas son las cuentas de la política, muy dife-

rentes son las del espíritu. Así, con haberse pro-

clamado independiente la América española, no

se puso el sol que decimos en América, pues más

bien ascendía en su cielo ; ni se dirá en rigor

que este sol se pusiera en Portugal, en Flandes

o en Italia, porque en tales comarcas no lució

nunca como no fuera en las armas de los solda-

dos. En Manila, en cambio, y en Puerto Rico

se puso el sol o empezó a ponerse, y no para

(1) (íRodomontades et gentilles rencontres espag-

nollesy> par Branthóme {Fierre de Bourdeilles^ ahbéet seigneus de); tomo IX, pág. 80. E. Plon Nourrit,

editor. MDCGGXGIII.

— 206

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BABEL Y EL CASTELLANO,

España solamente, sino para todos los que habla-

mos su lengua. Costaron las Filipinas la primera

vuelta al mundo de que haya noticia y se perdían

por una sorpresa..., por una emboscada, de la

diplomacia. Se perdían para todos, porque se per-

dían para el castellano. Por el tratado de París

de 1898, las islas Filipinas pasarían a llamarse

Philippine Islands.

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III

Con todo, pasan los años y el castellano másparece ganar que perder en las antiguas pose-

siones de España. El inglés no puede tanto como

se prometiera contra esta lengua de vocales fir-

mes y consonantes recias. Ya se vio frente al ára-

be su maravillosa fuerza, Recogió sustantivos,

prohijó sueltas designaciones;

pero sus formas

permanecieron incólumes. En América, cuatro-

cientos idiomas vernaculares apenas si le comu-

nicaron un perfume levísimo. En el Oriente, cua-

tro siglos de aislamiento no han sabido secarlo

en el alma del sefardí. Ni se olvidan las vicisi-

tudes históricas que en Santo Domingo lo pusie-

ran a prueba, como lo cuenta la quintilla con

triunfadora gracia :

Ayer, español nací;

a la t^arde, fui francés;

a la noche, etiope fui.

14

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ARTURO CAPDEVILA

Hoy dicen que soy inglés...

No sé qué será de mí.

En Filipinas se cuenta con esa fuerza natural

del castellano. Todos los que lo hablamos nos

parecemos un poco a Carlos V. Nuestra lengua

española nos parece tan noble que merece ser

sabida y entendida de toda la gente cristiana...

Fuera de esto, hay allí un pueblo que ama la

libertad y aspira a la independencia nacional,

y lo dice y lo escribe, todos los días, en la lengua

castellana. Ni en otra lengua se canto el himno

de esa patria de un día :

Tierra adorada,

hija del sol de Oriente.

Su fuego ardiente

en tí latiendo está.

Tierra de dichas, de sol y de amores,

en tu regazo dulce es vivir.

Es una gloria para tus hijos

cuando te ofenden por ti morir.

El supuesto aliado de la víspera, trocado en

dominador, heló el canto en los labios del filipi-

no. Ya sólo se podía pelear. Se peleó cuanto se

pudo.

A todo esto, los años pasan y el espíritu de

— 210 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

independencia se robustece día a día en el archi-

piélago. No hace mucho, una delegación de fili-

pinos pedía por la tercera vez su independencia

en Washington. Obtenerla, siquiera fuese rudi-

mental, sería algo. Acaso los tiempos madurarán.

Acaso el sol no se pondrá en Manila, o ascen-

derá de nuevo, si es que se puso. La causa filipi-

na merece así la simpatía y el apoyo de los pue-

blos que hablan castellano. Hasta por razones

comerciales lo merece. No puede sernos indife-

rente que las actuales Philippine Islands vuelvan

a llamarse Islas Filipinas.

Una de las mayores fortunas del pueblo argen-

tino es hablar un idioma de extensión universal.

Queremos que esta forma no se amengüe. Todogran pueblo nace a su destino con un patrimo-

nio de posibilidades gigantescas. Si es de veras

Un gran pueblo, este patrimonio con que nace

debe acrecentarse en sus manos. Si no es de ve-

ras un gran pueblo, en sus manos perece.

211

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XII, LA PRODIGIOSA Y DÍSCOLACIUDAD DEL IDIOMA COMÚN

Cada provincia tiene sus vocablos pro-

pios y sus maneras de decir.

(Diálogo de las lenguas.)

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Como una ciudad, no en oíra forma que al

modo de una ciudad de muchos y diferentes ba-

rrios, puede ser considerado el vasto idioma cas-

tellano, ya por su variedad riquísima, ya por

su indestructible unidad. Como una ciudad se

nos aparece el idioma, y las diversas tierras y

países donde tantas y tantas naciones lo hablan

se nos muestran así como barrios y barriadas

de la ciudad que decimos. Y apenas tomamos dis-

tancia, la vemos en toda su soberbia belleza :

ciudad alta, empinada sobre montes que miran al

mar, muy esbelta, muy guarnecida, brillante al

sol como si toda fuese de oro. Está abierta a

los cuatro vientos de la Historia, y las más ele-

vadas nubes de la poesía y del arte corren libres

por su esplendoroso cielo.

En esta gran ciudad de almas vivimos todos :

nosotros, los de América, y ellos, los de España,

y esos otros, los hermanos de las Filipinas, y

215

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ARTURO CAPDEVJLA

aquéllos, finalmente, los de las juderías sefardi-

tas del Mediterráneo. Vivimos en barrios apar-

tados—que es inmensa la urbe— , y de ello nos

suele venir la sensación del desvinculamiento re-

cíproco. Cada caserío se reputa entonces por ciu-

dad aparte y separada. Nadie oye otra campana

que la de su campanario. Un poco de bruma, de

esa que a menudo se levanta del caliginoso seno

del pasado, comunica además por momentos la

impresión de que el horizonte se acaba en nues-

tro cerco.

Nadie tiene la culpa. Todo camino de hombre

se asemeja demasiado a un lendel. Kl rincón de

nuestro ordinario ajetreo se parece demasiado a

una noria, y el pobre jornalero que hay en todo

hombre se parece demasiado a una muía norial.

Cada uno toma su calle y su acera por la ciudad

inmensa, cuyo tamaño se reduce al de su mísero

trajín. Poco o nada sabemos de otras rutas.

Asimismo acontece en la ciudad de nuestra

lengua común. Hasta hay quienes no creen mu-

cho en tal comunrdad. Confunden lengua con len-

g^^j^í y> confinándose en sus peculiares mane-

ras de nombrar un par de cosas peculiares, se

atribuyen una privativa lengua :¡que tan esca-

samente tiende el hombre a la universalidad !

Sin embargo, no se da caso en el mundo de

una tal unidad espiritual como la de nuestra in-

.-216.-

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BABEL Y EL CASTELLANO

mensa familia hispánica. Hemos sido llamados

a un espectáculo maravilloso. Constituímos por

nosotros mismos ese maravilloso espectáculo. ¿Yno lo celebraremos? Y sobre no celebrarlo, ¿ni

siquiera nos percataremos de él ?

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II

Con todo, está llena la ciudad de gente díscola.

Y eso que los peores majaderos pasaron ya, sin

dejar descendencia : aquellos que, apóstoles de

una vil jerigonza, dolíanse de hablar la lengua

de España, imaginando que implicaba como uncoloniaje moral. Eran los tiempos de M. Abeille

y de su famoso libro sobre el idioma de los argen-

tinos, Pero Paul Groussac y Ernesto Quesada

impusieron silencio a M. Abeille y su comparsa.

No, ya no hay quien dude entre la piltrafa de

una lengua ríoplatense, nacida de una jerga de

ladrones, y esta hermosa solidaridad que nos

vincula a millones y millones de hombres por

toda la extensión del planeta.

Ahora, si los abeillistas dejaron herederos, no

han de ser otros que esos que por ahí convierten

el castellano en una verdadera galiparla, tan ale-

jada del recto francés como del genuino buengusto. Es el suyo un gabacho ocasional de ten-

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ARTURO CAPDEVILA

deros, en que se dice heige, hleu, fané y otros

muchos vocablos de hortera;pero en que no se

podría construir tan siquiera una frase. Y nadie

dice que esté mal, sino muy bien, y que es de

toda excelencia hablar el mejor francés posible;

se dice solamente que hablarlo a lo tendero ni es

saberlo ni es hablarlo.

Abeillistas son también aquellos otros que se

desvelan velando por la gloria literaria de Fran-

cia y que, en mira de acrecerla, escriben versos

franceses (verso, que es lo fácil de hacer ; no

prosa, prosa de personal estilo, que es lo difícil);

abeillistas son y galeotes del castellano que nun-

ca hallaron ni música, ni emoción, ni realizable

poesía en la malhadada lengua de Rubén Darío...

Por eso cantan en francés y pasan por el colosal

ridículo de llevar su similor y su oropel a to^a

la áurea catedral de las letras de Francia. Pero

los tiempos cambian, y lo que ayer parecía dis-

tinción y hazaña hoy se ye reducido a su cabal

insignificancia intelectual y social. Nada más

fácil—repitámoslo—que hacer mediocres versos

en lengua extranjera. Yo también los hice alguna

vez, y fué en alemán, para mayor alarde jocoso,

sin otro patrimonio de este formidable idioma

que veinte palabras del momento... Y la cosa

salía, y yo me hombreaba con Goethe y con

— 220 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Heine... ¡Vaya! Tengo testigos... Raúl Orgaz,

para empezar.

No. No está bien ser ridículo. Lo digo por el

país^, no por los galiparlistas. Necesitamos del

esfuerzo de todos para la obra propia. ¿Y no se

ve, fuera de esto, que toda deserción es un acto

miserable? Desertar hacia otro idioma, así sea

el más rico, es desertar hacia la nada. Y, concre-

tamente, desertar de la lengua de España es de-

sertar de América y de la patria ; en tanto que

guardar esta lengua es justamente una manera

de fidelidad nacional... y de buen tono.

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III

¿Y se acabó la gente díscola de la prodigiosa

urbe? No. También la hay en la parte más his-

tórica y venerada de la ciudad, en las partes que

son los nobles barrios de España. También allí,

donde más recatada prudencia supondríamos ymás viejo amor a la concordia, no falta la gente

de la bravata y de la mala voluntad. Pasan a

nuestro lado embozados y hoscos. Les tendemos

una mano cordial y, sin devolver el ademán, nos

miran de hito en hito. ¿Quién va},.. Y el mise-

rando pleitecillo de siempre sobre quién mide

una pulgada de más, comie.nza de nuevo. Y se

oyen de pronto, porque sí, destempladas voces

como éstas : «Toda Hispano-América junta no po-

see científicos, escritores y artistas comparables

a los de España». Y es tan luego un publicista

ilustre el que^ así prorrumpe. Y, no lejos, pun-

tualiza nada menos que un maestro de la filosofía

y del estilo : «Es angosta, poco generosa y muy

— 221 —

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ARTURO CAPDEVILA

imprecisa la mente hispanoamericana» . ¡ Comosi nuestro destino fuese perdernos de envidia los

unos por los otros y aventajarnos tan luego en

quién ofende más !... ¿Qué saldremos ganando?...

Y, como no pongamos cuidado, allá dará con

nosotros en tierra, de un caballazo, algún feroz

esbirro del Santo Oficio de la Gramática y del

Diccionario, sin mirar mayormente en que nos

aplique a la postre una disposición abolida. Ycuenta que estos alguaciles no son feroces con

todos y que, en rigor, no atropellaron nunca a

ningún peninsular. Somos nosotros los únicos

sospechosos, y sólo para nuestros lomos son las

varas.

Muy mal, muy mal conocen las cosas de la ciu-

dad común estos gendarmes y aquellos visorreyes.

Tienen por falsas muchas cosas verdaderas y por

verdaderas casi solamente las falsas. No saben,

por ejemplo, que Buenos Aires queda mucho máscerca de Madrid que Barcelona y que todas las

comarcas dialectales de la península. No saben

que Buenos Aires, lejos de ser una ciudad que se

descastellaniza, es el más activo centro de caste-

llanización que hoy exista. A la mira de Buenos

Aires, no de Madrid, hay en este momento mi-

llares de hombres que aprenden castellano, así en

Berlín como en Bruselas, así en el Japón como »^n

el Canadá. En Buenos Aires, no en Madrid ni

— 224-.

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BABEL Y EL CASTELLANO

en Castilla entera, es donde se rinde al castellano

el mayor número de gallegos, catalanes y vascos.

Al Plata lo que es del Plata...

Con razón o sin razón, la Argentina despierta

simpatía en el mundo ; de donde la labor de »5us

escritores inspira paralelo interés. De Italia, ¡'e

Francia, de Inglaterra, de Alemania, de Rusia,

de cualquier país de Europa puede recibir un es-

critor argentino muestras de estima por su obra;

de España..., no siempre, no. Por punto general,

casi no hay objeto en enviar nuestros libros a los

colegas españoles. Por un Cansinos Assens, que

vive concretamente en la calle de la Morería, 8

y 10;por un Salaverría y un Madariaga o por

un Azorín y algún otro, con señas precisas, hay

cien que moran en lo inaccesible de la indiferen-

cia, del desprecio o del orgullo. He visto en algu-

na biblioteca madrileña un importantísimo libro

de autor argentino con la más cordial dedicato-

ria. Aquel libro, intacto, no había sido tocado

ni con la mirada.

Sobre estas cosas hubo, por cierto, un duelo

literario en 1923, y fué en Madrid, siendo los

contendores el muy notable escritor E. Gómez de

Baquero, español, y don Eduardo Schiaffino,

ilustre compatriota nuestro. «Es necesario con-

fesar—dijo con este motivo don Rufino Blanco

Fombona—que Gómez de Baquero, en este duelo,

— 225 —16

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A n T U R ü CAPDEVILA

tiene en su contra el terreno, el sol y la equidad.»

Cierto. El señor Schiaffino decía muy bien. Se

desconoce en España el verdadero espíritu argen-

tino al acoger el pensamiento de la Península, yen modo alguno existe algo que ni de cerca ni

de lejos se parezca a una verdadera reciprocidad

intelectual. Aquí, los brazos abiertos ; allí, prác-

ticamente, las puertas cerradas.

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IV

¡Señor f ¡Señor!... "¿Pero llegaremos a pare-

cer díscolos también nosotros ? No lo quisiéramos

por modo' alguno. Somos solamente de los que

saben cuánto urge la concordia y el buen enten-

dimiento. Están llegando las horas de los mayo-

res peligros para nuestra América. ¿Y ha de

creer España que nada perdería en el naufragio

de los pueblos americanos, situada entre un Áfri-

ca siempre rebelde y una Europa tradicionalmen-

te hostil ? Nadie reclama ni reclamará mañana de

España una solidaridad con las armas en la mano,

de llegar el caso. Se quiere tan sólo, para impo-

ner respeto a los de afuera, el cuadro de la recí-

proca consideración y del respeto propio. No an-

dar por las plazas dando voces de estéril provo-

cación. No estamos tan horros de inquietudes^que

podamos jugar así a quién es más vanidoso en

la feria de las vanidades. Suelen tomarse por

halagüeños signos que a la verdad son funestos.

— 227 —

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ÁhT U RÚ CAPDEVILA

No en todas partes se estudia el castellano por

el desinteresado amor a los clásicos ni con una

exclusiva intención comercial. Hay partes donde

se estudia el castellano para comernos mejor. El

lobo de esta increíble fábula del tiempo actual

aprende el balido de la oveja para devorarla mása gusto. Y la estúpida de la oveja se alegra de la

voz del lobo.,.

Nada queremos menos que ser díscolos también

y sembrar la discordia. Nos proponemos todo lo

contrario en la prodigiosa ciudad del idioma co-

mún. Si hablamos francamente a los españoles

no es sino porque francamente los amamos. Si

hablamos sin ambages a los argentinos, hijos de

extranjeros, es porque deseamos ser sus másleales compatriotas. Estamos en el secreto de la

real topografía de la ciudaíd. Conocemos bien su

unidad imperecedera. Nos alegramos con los que

más se alegran de que ella sea como es. La apa-

riencia de los vanos meteoros no será parte a

confundirnos. En tan inmensa urbe, ocurre con

frecuencia que mientras llueve en un barrio en

el otro brilla el sol. Es tan justo como necesario.

Construida en épocas diversas, según fué cre-

ciendo, es justísimo también y de necesidad rigu-

rosa que haya diversos estilos. Lógico es que sur-

ja asimismo con los tiempos una estética nueva.

¿ Cómo apreciaríamos la obra de Ventura García

— 228 —

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BABEL Y EL CASTELLANO

Calderón El nuevo idioma castellano, sino como

la de un admirable urbanista de la ciudad ideal ?

¡ Vasta cosa la urbe de un tal idioma como el

español

!

La recia gente de España vive en el distrito

de las blasonadas casonas. Nosotros, en los arra-

bales más nuevos de la ciudad, allí donde las ca-

lles son largas y anchas y casi siempre vecinas

de jardines y parques. Vemos así cotidianamente

cosas que ellos no ven, como ellos ven cotidiana-

mente cosas que nosotros no vemos. De este modo

tenemos para la intimidad inventarios distintos.

Pero nada de esto empece a la efectiva unidad de

la urbe. Las plazas son de todos, las avenidas

son de todos, los miradores son de todos, la Acró-

polis, y las perspectivas, y los horizontes, son

de todos. Que suene una hora del destino o que

resuene una voz indudablemente digna de ser

oída, y luego se sabrá si no las recoge y las pro-

paga el eco. ¿ Se pierde para el mundo americano

una sola palabra de las siempre valerosas y sa-

bias de Joaquín García Monge ? Ya no hay quien

ignore a Joaquín García Monge ni niegue el tri-

buto de su admiración a la obra de este héroe

civil de la unidad panhispánica. Su Repertorio

Americano es el alado Hermes de los mensajes

continentales. Bien alta está en las manos de su

director la antorcha que por primera vez se levan-

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ARTURO CAPDEVILA

tara en la diestra patriarcal de don Andrés Bello.

Era un niño García Monge y llegaba de su humil-

de pueblecito de Desamparados a San José de

Costa Rica cuando don Máximo Soto Hall, ese

heraldo de la fraternidad de nuestra América,

viendo pasar aquel niño camino de la e.scuela,

acertó en su destino, diciendo : «Ese niño va a

la conquista de la gloria». ¿Y qué es San José

de Costa Rica en la ciudad común? Es, cierta-

mente, uno de sus más pequeños barrios, ni muypoblado ni muy rico.

¡ Pero cuanta, pero cuánta

su riqueza moral de país que sabe honrarse a sí

mismo ! Por eso corre su voz en la palabra de

Repertorio... Pues de ese modo resuenan los ecos

en la enorme y prodigiosa ciudad de los destinos

comunes.

¿Y qué más se quiere en el reino de las ideas

que esta nítida acústica?... Pienso en las grandes

cosas que aún deben comunicar a los hombres

de su raza y de su idioma los verdaderos escrito-

tes de la lengua española ; no, por cierto, los

fanfarrones de la moda literaria y de la origina-

lidad... de uniforme (que esos nada tienen que

enseñar y está bien que se les vaya vacío el tiem-

po en hacer pajaritas con las palabras) ; sino,

digo, los verdaderos escritores capaces de alguna

misión de bien, de belleza o de verdad, entre los

hombres...

r- 230 ^-

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BABEL Y EL CASTELLANO

Tomemos distancia y veremos a la ciudad del

idioma tal como es : soberbia y prodigiosa. Y así

como dijimos : alta y magnífica, empinada sobre

colinas y montes que miran al mar ; tan esbelta

como bien guarnecida^ y toda brillante al sol

como si por entero fuese de oro.

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XIII. EL INMENSO MAR DELCASTELLANO

No tengo más que proseguir, ni vos-

otros 08 podréis quejar que no os he di-

cho hartas gramatiquerias.

(Diálogo de las lenguas.)

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Y bien ; éste en que navegan, de viaje, de fae-

na o de conquista, los buques de nuestro espí-

ritu, desde aquéllos que ponen proa hacia la C61-

quide del vellocino, hasta los frágiles barquichue-

los pescadores que salen por las mañanas y vuel-

ven por las tardes, siempre seguidos de las ga-

viotas ; éste en que navegan todos los posibles

buques de nuestro espíritu, es el mar del caste-

llano, y las que voy a decir—misteriosas, fan-

tásticas, lejanas—son sus más lejanas, fantásti-

cas y misteriosas riberas.

No son riberas de arena, ni de peñas graníti-

cas, ni de otra alguna roca, las que voy a decir,

sino playas y costas de abolidas palabras, de

yertos y desarticulados vocablos. Pero estas cos-

tas, como pudiera acontecer con esas de los ver-

daderos mares, se alzan en acantilados o se dila-

tan en inabordable arenal, cuando no avanzan yse elevan en imponente promontorio.

— 235 —

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ARTURO CAPDEVJLA

Sobre todas estas playas señala sus sinuosas

líneas de flujo y reflujo el mar del castellano, el

cual ha hecho en muchas de ellas sorprendentes

trabajos en la lentitud de los siglos. En muchasde esas riberas el trabajo está concluido y los

últimos desmoronamientos consumados. Ahora, ni

arroja el mar sobre ellas gérmenes de renovada

vida ni arrastra consigo cosa alguna en sus resa-

cas. La arena que socava por las mañanas vuelve

a rellenarse por las tardes. Son playas silencio-

sas, donde ya no habitan las gracias;playas de

una muerta soledad, donde yacen dispersos, sem-

brados al sol y al viento, vestigios y reliquias de

fúnebres y destrozadas cosas del alma.

Mas ocurre ver todavía en pie un pórtico, an-

taño majestuoso, ahora todo vestido y recubíerto

de moho.¡Esta baba de la soledad donde antes

relucían los mármoles ! Restos verbales quedan

también de torva apariencia, en que, por así de-

cirlo, se echan de ver aún cómo fueron y lo que

fueron las primitivas moradas espirituales del

pensamiento. Bien harán en caminar por aquí e

arqueólogo y el filósofo, verificando que tampoco

al espíritu le faltó su edad de piedra. Restos yescombros son que pertenecen a los tiempos en

que el alma salvaje y desnuda apenas si sabía ha-

cerse cavernas con las palabras.

Ni siquiera faltan en los lindes niismos de la$

- ?36 -

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ÉAÉEL Y EL CASTELLANO

primeras supersticiones, así como sombríos mean-

dros que corresponden a no sabemos qué vivien-

das subterráneas del pensamiento, allá en los co-

mienzos de su destino, cuando, mucho antes de

ser mariposa del cielo, el pensamiento era sólo

un [gusano de la humedad de la tierra. Época

lejanísima, remotísima, en que este frío gusani-

llo hubo de convivir en la humedad oscura con

los más ciegos roedores de la animalidad. ¡ Deahí le vienen todavía hoy a la mariposa del cielo

esos súbitos terrores sepulcrales con que ve decli-

nar el sol en su breve día !

Playas desoladas estas playas, costas de arcano

y de tinieblas estas costas, incapaces ahora de

acoger ninguna forma de vida. Pues por tales

y tan melancólicas arenas se echa el oleaje del

castellano a marcar su flujo y su reflujo^ su plea-

mar y su bajamar, bajo la luna instable de la

humana cultura...

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n

Pero he aquí, concretamente, entre las riberas

que decimos, el acantilado de la escarpada lengua

vasca. Solamente desde una altura como la suya

se alcanzaría a saber un día de atmósfera pro-

picia si es verdad, como dicen, que la cuenca del

Mediterráneo fué en la mañana del mundo un

valle fecundísimo donde florecieron populosas ciu-

dades. Solamente las raíces de los vocablos éusca-

ros se hundieron en el seno de aquella tierra que

fué. ¿Y no es verdad que en esta lengua de los

vascos se enseñó por la primera vez a los morta-

les el arte de encender el fuego? Acabados los

fenicios, únicamente los vascos llegarían a decir-

nos de qué selva misma se descuajó aquel árbol

con cuyo tronco fuera hecha la primera embarca-

ción que hendió el mar. También podrían decir-

nos cuál era aquella palabra que los fenicios lla-

maban entre todas divina, porque no de otro modola descifraron que leyendo la escritura de los as-

— 239 —

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AkTURO CAPDEVILÁ

tros. Acaso quede en el castellano, a través de

los vascos, el último eco de esta palabra del fir-

mamento estrellado.

Todo eso baña y remueve en sus mareas el mardel castellano.

Aquella otra es la costa de las lenguas druídi-

cas, costas que bien se llamarían, por otro non;-

bre, las de la sombra de la encina y el olor de

muérdago. En su idioma resonaron las canciones

guerreras de los bardos. En él fueron nombrados

y conjurados espantosos dioses de horror y de

muerte. En esta lengua fueron oídos los oráculos

de las druidesas. En esta lengua, y por la virtud

secreta de sus palabras, se ejerció poder sobre las

fuerzas sutiles de la Naturaleza, y dicen que el

viento, el fuego y el agua respondían a la pala-

bra del hombre. En lengua de los druidas se

bautizaron antes que en otra alguna los tristes

montes y los descoloridos mares de la luna. Enesta lengua, finalmente, nació el verso, como jo-

yel entre joyeles para los grandes te,soros del rey

Artús.¡Ah ! Más les valiera a estos versos, que

la religión vedaba escribir y que sólo vivían en

la memoria de los cantores, más les valiera haber

sido, como las sentencias etruscas, un comentario

de la muerte : que al menos se daría con alguna

sabia estrofa en la inscripción de un túmulo...

Pero los menhires son mudos.

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BABhL Y EL CASTELLANO

.Y por esta desolada costa de menhires y dól-

menes también suben y bajan las airulladoras

mareas del mar del castellano.

Bu cambio, las playas del catalán y del gallego

son las riberas del verdor primaveral y de los

vergeles risueños. Da su flor la galantearía en

aquéllas desde los tiempos de las Cortes de Amor.

Da su aroma la religiosidad en estas otras desde

los tiempos de las Cruzadas.

Por lo demás, si las mareas de un gran idioma

moderno han bañado las últimas islas y bancos

lingüísticos de lo que fué la Atlántida, estas ma-

reas han sido las del mar castellano. Y si en las

olas de algún idioma actual flotan todavía des-

pojos de las ideas y los sentimientos que anima-

ron un día a los atlantes, no será smo (^n las olas

del castellano donde floten.

Pero las playas verdaderamente majestuosas

que el mar del castellano hubo de invadir en su

expansión portentosa son esas de las antiquísi-

mas lenguas de América : esas que corresponden

a las más yiejas ruinas de Tihuanacu o de los

mayas. Bs imponente el silencio de las riberas

y una triste laya de tristes volcanes se petriñca

por ahí en inmóviles mantos. A lo lejos, en el

confín del horizonte, los apagados cráteres no son

más que conos misteriosos. ¡ Y no menos enig-

máticos se elevan los monumentos que nadie sabe

— 241 -

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ARTURO CAPDEVILA

quién construyó! ¿Memorias de qué? Memorias

de nada : son lo inmemorial. ¿ Vaticinios de qué ?

Vaticinios de nada. Lk) inmemorial carece de vi-

sión futura. Lo que no tiene memoria ignora la

esperanza.

¿ Y las otras cien y las otras mil lenguas aborí-

genes de tribus, de clanes, de ayllus que, a ma-

nera de islotes, se fué tragando el mar de la len-

gua nueva por todo lo que es América ? Tal cata-

clismo espiritual fué aquel que, ese mismo de la

sumergida Atlántida^ pálido parece a su lado.

Y todavía trabaja el mar, y lo que deba ser des-

truido será destruido. Hacia la parte del qui-

chua—con ser el quichua lo que fué—, lentos,

pero constantes desmoronamientos rebajan y des-

figuran hoy aún el contorno. La roca no cesa de

volverse arena, las olas devoran las islas sin ce-

sar. Hasta que un día todo sea mar : inmenso mar

castellano,

Y apenas si el pensamiento navegante de las

ideas, mirando hacia aquellas costas del pasado,

contemplará una extensión de médanos o polva-

redas de ceniza de esas que a veces levanta el frío

soplo de la ciencia. Soplo de la ciencia que avien-

ta, pero no reanima...

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m

Entretanto, en los límites del Oriente, el idio-

ma confína con el hebreo y con el árabe. Allí bra-

man en las hinchadas olas del castellano trece

siglos, cuando menos, de historia.

PuesIqué playa enorme la que hubo de ofrecer

el árabe al castellano en siglos y siglos de una

común grandeza ! Si la palabra castiza pudo salir

incólume, el pensamiento se compenetró profun-

damente de la índole arábiga. Anchos y dilata-

dos espacios de España fueron sucesivamente

cuenca marina y relieve terrestre, y otra vez

cuenca y otra vez relieve, y ya era el mar y ya

la costa, y ya era lo castellano y ya lo árabe. Fué

lucha y fué juego, fué odio y fué amor. En An-

dalucía—será por eso—el idioma se ha quedado

como soñando, entre olvidadizo y ebrio.

¿Y las altas, y las santas, y las empinadas

costas del hebreo y de la Biblia, vestidas de ce-

dro, con montes coronados de tumbas y de alta-

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ARTURO CAPDEVILA

res, azuladas del humo de los holocaustos, bor-

dadas de nubes que el viento trae del Sínaf ; cos-

tas pobladas de voces errantes, de garitos profé-

ticos, de encendidas plegarias, de viejos clamo-

res?IAh, de veras !

iCuántas l^hías y cuántos

refugios y ancones no se hizo allí el pensamiento

castellano para mejor creer, para más plácida-

mente sonar, para más dulcemente esperanzarse

!

Frases enteras de Santa Teresa y versos enteros

de fray Luis de Le6n no parecen espafíol, sino

hebreo, o son como caracoles de un rumor infinito

en que toda la Biblia vaga y sofíadoramente re-

suena.

Y por siglos y siglos rompían las olas del cas-

tellano sobre las santas playas de los profetas,

y todavía rompen sobre ellas en larga, intermi-

nable voluptuosidad de sueño y de amor. Y de

este modo, ¿en dónde habrá voz moderna, en

dónde eco de lengua actual que más corra y se

dilate por los espacios de las lenguas arcaicas"^

Mas si por esto es en mucha parte el castellano

la lengua de lo que fué, no es otra cosa, en toda

lá vibrante América y en toda la renacida Es-

paña, que la ágil, pronta y siempre conquista-

dora lengua de lo que será.

-^244 —

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BABEL Y EL CASTELLANOt

Y se extiende como si no tuviera término ni

orillas el mar inmenso del castellano.

Y no se pone el Sol.

FIN

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índice

Paga.

1. Un gran imperio espiritual 13

II. La uiopíia 33

III. España y América 51

IV. En Castilla 69

V. El embrollado problema del tú y el vos. 83

VI. El tú y el vos en los clásicos 99

Vil, El tú y el vos en América 115

VIH. El idioma en la Argentina 131

IX. Los sefardíCiS 157

X. El romancero sefardí 171

XI. En Manila se ha puesto el sol 193

XII. La prodigiosa y díscola ciudad 213

XIU. El inmenso mar del castellano 233

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