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8/8/2019 Bartolome, MIguel - Presas y relocalizaciones de indígenas en América Latina
http://slidepdf.com/reader/full/bartolome-miguel-presas-y-relocalizaciones-de-indigenas-en-america-latina 1/12
ALTERIDADES , 19 92
2 (4): Págs. 17 -28
* Investigador del Centr o Regional de Oaxa ca del Institu to Naciona l de
Ant ropología e Historia de México.
Presas y relocalizaciones de indígenasen América Latina
MIGUEL ALB ERTO BA RTOLOMÉ*
Este ens ayo in ten ta u na apr oxima ción a l comp lejo
p r o b l e m a p l a n t e a d o p o r la s r e l o ca l i za c i o n e s
compulsivas de poblaciones indígenas en América
Latina . La r eiteración de p rocesos de es ta índ ole nos
perm ite identificarlos como fenóm enos es tru ctu rales
y ya n o coyuntu rales, pu esto que se h an producido en
el pas ado, se están produ ciendo en el presente y, de
acu erdo a los pr onósticos, se seguirán p roduciendo en
el fu tu ro. Los des plazamientos poblaciona les, d ebidos
a dist inta s cau sas , han afectado y afectan a diferen-
tes sec tores socia les y cul tura les de los pa íses la -
tinoamericanos. Sin embargo, aquellos que incluyena grupos é tn icamen te a lte rnos a los dominan tes en
las formaciones estatales, plan tean cuest iones espe-
cíficas qu e requieren de un plantea miento y de u na
aten ción es pecia les . La h eterogeneidad cul tur a l de
nu estros p aíses form a pa rte in tegral en la definición
de los m ismos; es decir que constitu yen forma ciones
mu lt iétnicas, au nqu e las volu nta des pol ít icas h ege-
mónicas en cada caso, las h ayan estru ctura do como
estados uninacionales. Es por el lo que las relocal i -
zaciones compulsivas de poblaciones nativas, impli-
can cu estiones éticas , ju rídicas , sociales, políticas y
cultura les; que n o siemp re se m an ifiestan compatiblescon las lógicas esta tales. Por lo genera l, el "proyecto
nacional" asumido como propio por las formaciones
cultu rales dominan tes, t iende a realizarse sin inclu ir
los proyectos alternos, de los que son porta dores los
miembros de las tradiciones civilizatorias nativas, a
las qu e les tocó ocupa r u n lugar su bordinado en los
procesos de construcción estatal . Siguiendo dicha
propuesta, veremos que las relocalizaciones de indí-
gena s, má s qu e la n ecesidad de desarr ollar estra tegias
técnicas, muchas veces orientadas a ef icient izar
cues t ionables manipulac iones socia les , p lantean
cr ít i cas s i tuaciones der ivada s de la misma pre ten -
sión homogeneizante de nu estros estados.
Duran t e l a s ú l t imas décadas , nu merosas causas
ha n sido determina ntes en la produ cción de m asivos
procesos de desp lazamiento de p oblaciones na t ivas .
En tre el las se cu enta n las pol ít icas de colon ización
llevada s a ca bo por los pa íses an dinos , t a les como
Perú o Bolivia, qu ienes b u scar on poblar su s t ierrasbajas t ropicales con campesinos indígenas prove-
nientes del altiplan o (R. Cha se Sm ith, 198 3). Dentro
del mism o espectro s e u bica la colonización d irigida
del trópico hú med o mexican o, que pr etend ía aliviar la
presión dem ográfica en la m esa cen tral a la vez que
expandir la frontera agrícola, au nqu e su s resu ltados
fu eron cu estiona bles y produ jeron u n imp acto ecológico
n egativo (J . Mou roz, 1972 ; Ballesteros , et.al., 197 0).
En otros países la expulsión regional de comunidades
nativas, se ha producido como consecuencia de la ex-
pan sión de frentes pioneros na cionales; así lo ejem-
pl ifica la s i tua ción de n u merosos gru pos a ma zóni -cos, o las presiones que pa decen los m bya del Para -
guay a cau sa del proyecto de desa rrollo Caazapá (R.
Fogel, l990). Un ca so es pecial son los des plazamien-
tos provocados por fenómenos naturales, tales como
la erup ción d el volcán Chichona l en el estad o mexica-
no de Chiapa s qu e expulsó a millares de zoqu es; o las
recur rentes inu nd aciones de Argent ina , donde u na
reciente crecida del Rio Pilcomayo (1986) arrasó una po-
blac ión en tera y obl igó a l reasenta miento de 1 ,600
indígena s de la provincia de Formos a.
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Presa s y relocaliza ciones de ind ígena s en A.L.
Pero qu izás los procesos de desplazam ient o más
dra má ticos s ean aqu ellos der ivad os de los conflictos
arm ados intern os qu e ha n vivido y aú n viven distintos
países la t inoam er ican os . Du ran te la década de los
añ os setenta millares de m ísquitos hu yeron de la cos-
ta at lán t ica n icaragü ens e, bus can do refu gio con los
miembros de su etnia en Hondu ras. Los errores teóri-
cos del san dinism o, su inicial minu svaloración de la
cuestión étnica, generar on errores en su práctica po-
lítica qu e se trad u jeron en la agu dización del conflicto
int erétnico. Decenas de millares d e ma yas de Gua te-
ma la residen ahora en cam pam entos inp rovisad os en
t ierras m exicana s, ya que debieron h uir de su país a
caus a de u na de las má s sa lvajes represiones milita-
res d e la h istoria recient e. En ella, un ejército tecnifi-
cado s u ponía blan co legít imo cu alquier a ldea na t iva
por el sólo hecho de serlo, ya que todo indio era
cons iderado un potencia l comb at iente de es ta des-
gar radora guer ra é tn ica , susc i tada como resul tado
del mantenimiento de las relaciones neocoloniales.
Sin em ba rgo, t a l vez la m igrac ión de ma yor en ver -
gadu ra, sea la que está n p rotagonizan do en los ú lt i-
mos años los qu echua s pe ruan os , qu i enes bu scan
refugio en las barriadas periféricas de Lima, huyendo
del fu nd am enta l ism o mesián ico de la guerr i lla Sen-
dero Lu min oso. No conozco estima ciones n u méricas
oficiales, pero los reportes periodísticos hacen ascen-
der e l nú mero de los m igrantes a c ientos de m iles ,
mu chos de ellos m onolingü es, que deben r ecurr ir a
estrategias grupa les, p ara lograr sobrevivir en el des-
conocido medio urba no.Si bien en tonces las cau sas de las migraciones in-
volu nta rias son m ú ltiples, y algu na s d e ellas no a dju-
dicables a voluntades específ icas, hay un agente
cau sal qu e estimo merece u na a tención especial; me
refiero a las re localizac iones d er ivad as de la cons-
t rucc ión de g r an des p r e sa s y o t r a s obras de i n fr a -
estructu ra. Quizás n o poseen la ma gnitud n u mérica
de los procesos derivados de crisis políticas, pero su-
ponen u na especial respons abilidad , tanto por parte
de los esta dos como de las agencias qu e llevan a ca bo
los emprendimientos. Constituyen asimismo un caso
exponencial de relaciones interétnicas asimétr icas,en e l cual un grupo cul tura l y é tn icam ente di feren-
ciad o de otro, impon e a éste su lógica pr odu ctiva en
forma dramática. Más allá de los conflictos sociales
que su scitan, es pecialmen te críticos por la diferencia
de las posiciones de poder de sus protagonistas,
imp orta tamb ién desta car el hecho de que en tran en
confrontación dos m an eras rad icalmente opu estas de
relaciona rse con el medio am biente: un a qu e imp lica
convivencia y la otra t ransformación. Suponen asi-
mismo u n despojo terr i tor ial efectua do sobre pobla-
ciones que tienen derechos previos a los de los estados
nacionales contemporáneos, pero que no t ienen
capacidad p ara competir con ellos. Y, au nqu e éste no
sea el caso exclusivo de los indígenas, representan
u na a guda expropiación de recurs os situ ados en las
periferias de las periferias , para t ra ns fer i r los a los
países centrales. De esta m an era los n at ivos del ám-
bito al que la t radición colonial designa como lat i -
noam ericano, contribuyen a pagar u na deuda externa
que el los no generaron n i much o menos d isfruta ron.
Relocal izac iones co lonia les
Ant es de referirme al caso concreto de las pr esas , es
necesario recordar que las relocalizaciones compulsi-
vas n o cons titu yen u n fenóm eno novedoso dentro del
proceso histórico que h an atra vesado las poblaciones
n at ivas a m ericana s. Du ran te el Siglo XVI la Nu eva
Esp añ a, el fu tu ro México, fu e testigo de la p olítica d e
recongregaciones . Esta estrategia de reordenamiento
poblacional, se derivó de la ab ru ma dora d ism inu ción
demográfica experimentad a por las sociedades ind í-
genas , a cu yos s obrevivientes se obligó a n u clearse en
aldeamientos d e inspi rac ión cas te l lan a; los qu e s i -
multáneamente faci l i taban la administración colo-
nial . Muchas de las recongregaciones fracasaron,
ent re o t ras razones por su perponer poblac iones de
diversos orígenes culturales; práctica que con fre-
cuen cia h a sido reiterada en el presente por las a gen-
cias gubernamentales, encargadas de colonizacio-n es d irigidas o de "reacomodos". El territorio del actu al
Para gua y, fu e escena r io de l vas to proceso de re lo-
calización d e u n conju nto d e pu eblos pertenecientes
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Miguel Alberto Bartolomé
a la t rad ición cu ltu ral gu ara ní . Decenas de miles de
ind ígena s fueron desplazados de su s teko’a , d e s u s
aldeas a grícolas, y rea sen tad os en las reducciones
"jesuíticas", donde se intentó implantar una finalmente
fallida utopía europea. El Virreinato del Río de la Plata,
an tecedente pol ít ico de la Argentina, recu rr ió a u na
estrategia colonial para sofocar las insurrecciones
indias, que suponía su relocal ización compulsiva.
Esta fu e la llama da política de desnaturalización, qu e
se bas aba en el traslado de contingentes de na tivos a
miles de kilómetros d e su lu gar de origen, p ara debilitar
su s as piraciones a nt icoloniales. Ya en la etap a post -
indepen diente, ha cia fin es del siglo pa sa do, el expan si-
vo estad o na ciona l argentino concluyó su "conqu ista
del desierto", deslocalizando a los derrotad os m apu ches
y confiná nd olos en restr ingidas reservaciones. Es ta
fu e u na política s imilar a la s egu ida en Ch ile al acaba r
la guerr a eu femísticamen te llam ad a de “Pacificación
de la Arau can ia”. A par tir de 18 66, se imp u so a los ma -
pu ches la denominada radicación, forma de posesión
qu e su ponía la reu bicación d e los sobrevivientes en
reservaciones, otorgada s por títu los de "merced" del
triunfante Estado-nacional; el que cedió a sus originales
propietar ios -el gent i licio ma pu che s e t rad u ce como
“h ijo de la t ierra”- un poco de las t ierras qu e desd e
siempre les h ab ían perten ecido (R. Foerster y S. Mon-
tecino, 1988). La dilatada geografía brasileña fue
tam bién test igo de la recongregación y aldeamiento
misional de nu merosos grup os ind ígena s, en especial
aqu ellos qu e obstacu lizaban la expan sión de los frentes
económicos n acionales. Est e fu e el cas o, por ejemp lo,de las sociedades na tivas que h abitaban la región del
Río San Fra ncisco, frontera en tre Bahía y Pern am bu co,
las que fu eran "aldeada s" en poblad os mu lt iétnicos
durante el siglo XVII (N. Nasser y E. Cabral:1988). Co-
mo cons ecuen cia d e esa con vivencia forzada y con el
correr de los siglos, los grupos perdieron sus idiomas
y sus cu ltura s específicas, au nqu e no un a ident idad
india categorial que conservan hasta el presente.
Pres as y r e l oca l izac i ones
Los comenta rios a nteriores n os perm iten advertir qu e
las relocal izaciones compulsivas no representan
procesos inéditos para los pu eblos indios, au nqu e al
parecer aú n n o se ha sab ido valorar esta experiencia,
para apren der del pasa do y evitar la reiteración d e su s
dramáticas consecuencias. En la actualidad, los des-
plazamientos poblacionales derivados de la inter-
vención voluntaria de los estados, se han incrementado
como consecu encia de la real ización de a mb iciosa s
obras d e infraestructura y en especial por las grandes
presas. Veamos algunos ejemplos que pueden ser
ilu stra tivos del tipo de problemas qu e se generan .
En el Para guay la gigantesca represa Itaipú (Brasil-
Paragua y) expulsó de su s a ncestra les territorios étni-
cos a cient os de fam ilias gua ran íes de la par cialida d
avá-katú -eté, tam bién llamad os avá-chir ipa. Las r i -
dículas indemnizaciones recibidas por parte de la
emp resa I taipú Binacional , no fu eron su ficientes n i
para comprar un a hectárea, pu esto que se argum en-
tó que los a fectados n o podían ser pa gados por tierras
de las cua les carec ían de t í tu los de pr opiedad. Ha-
cia 198 1, diversa s ins tituciones indigenista s del país,
in t en t a ron desa r ro lla r un p lan de r easen t am ien tosque s ólo se pu do cum plir en forma parcial, ya que en
la constitu ción de la En tidad Binacional figu rab a s ólo
la obligación d e indem nizar, pero n o de relocalizar a
los afectados (Equ ipo Naciona l de Misiones, 198 1).
Tam bién en el Paragu ay, la toda vía en constru cción
repres a Yacyretá (Argentina -Paragu ay), obligó a migrar
a nu merosas fam ilias guara níes , de la conservat iva
par cialida d mb ya, que ha bitaba n la isla de Mba’epu -
Yacyretá y la t ierra f irme cercana ; lu gares qu e en el
pasa do fu eran e l ám bi to de un a senta miento ah ora
sacralizado en la memoria colectiva. Sólo unos pocos
aceptaron s er relocalizados, ya qu e aú n a ntes d e serobligados a ello, aba nd onaron la is la por considerar
que estaban siendo violadas las sagradas normas del
es t i lo de vida que cons t i tuye e l ras go fu nd am enta l
de su iden tificación étnica. Como consecu encia de la
tenaz y centenaria volu nta d de preservar su au tono-
mía p olítica y cu ltura l, lo que los obligó a m igrar, n o
figura n en las estimaciones censa les de los afectados
por la obras , por lo qu e no s e los cons idera objeto de
ningún t ipo de compens ación por las pérdidas su fr i-
da s (W. Robins, l990).
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Presa s y relocaliza ciones de ind ígena s en A.L.
Los ku na y embera de Pana má vieron, entre 197 4
y 1975, cómo par te de las t i e r ras de s u s "reservas"
reconocidas oficialmente, 18,000 hectáreas, desa-
par ecían bajo las agu as del lago creado por el com-
ple jo hidroeléc t r ico Bayano. Has ta fechas muy
rec ien t e s , lo s d i r igen t e s ku na segu ían t r a t an do de
negociar m ejoras en su s p recar ios reasenta mientos
vecinos al lago, ya que lograron no ser t rasladados
fuera de la región (A. López, 1986). Similar destino
espera a miles de gua ymíes, del mism o país , an te la
inminente construcción de las presas Changinola-
Teribe y Tab as ara (A. Wali, 19 86,1 989 ). En el Perú
má s de 20,000 a sh án ica (llam ados cam pas) deben re-
nu nciar a las s elvas de su territorio étnico, para qu e el
estad o real ice el amb icioso p royecto Paqu itzap an go
(S. Swens on,19 82) . Los m iemb ros d e la comba t iva
Confedera ción Regiona l In dígen a d el Cau ca en Colom-
bia, protagonizaron en 1986 mult i tudinarias pro-
testas en contra d e la constru cción d e la hidroeléctrica
Salvaj ina , a la vez qu e reclam aba n comp ens aciones
más justas por parte de la agencia constructora
(IWGIA new sletter ,47).
México, pa ís pioner o en el "rea comod o" de in díge-
nas, erradicó de sus tierras a 20,000 mazatecos por la
Presa Miguel Alemán, en 1954, y a 26,000 chinantecos
por la Presa Cerro de Oro, entre 19 74 y 198 8, cuya
precaria si tuación aún no encuentra soluciones
eficientes (A. Bara ba s y M. Bartolom é, 19 73 ; P. Ewell
y T. Polema n, 1 98 0 M. Bartolomé y A. Bara ba s, 19 90).
Tal vez esta s críticas exper ien cias ayu da ron a la de-
sesperada resistencia de los pueblos n ah u as d el Esta-do de Guerrero, qu ienes h an protagonizado u n vasto
movimiento en contra de la presa Tetelcingo. En u n
proceso poco usual, 35 comunidades conformaron el
Consejo de Pueblos Nah u as del Alto Balsas, qu e re-
presen ta a a l rededor de 45,000 potencia les afec ta-
dos. Al pa recer las m ovilizaciones –qu e incluyeron
secues tros de maqu ina rias– fu eron exitosas, de acu er-
do a recientes n ot icias (2/ 92) qu e seña lan la d efini-
tiva can celación de la obra. Pero en 19 91 a lrededor de
700 hu icholes han tenido que aban donar su s poblados
en la s ier ra de Nayar it , como resu ltado de la cons -
t ru cción de la presa hidroeléc t r ica Agu am ilpa . Lasprevisiones s eñalan qu e en las próxima s décadas má s
y más sociedades de agr icu l tores r ibereños , que s e
relacionan económicamente con t ierras al tamente
productivas, s e verán afectadas por n uevos em balses.
En el extremo su r de América, la Pata gonia Argen-
tina contempla, u na vez más , el desplazamiento de los
ya arrinconados ma pu ches, cu yas "reservaciones" es-
tán siendo afectadas por los programas hidroeléctricos
regionales, y en especial por la Presa Cerro del Aguila
qu e forma pa r te d e l comple jo Al icopa sobr e e l Río
Limay. Dicha pres a s u pon e un lago art ificial de 261
km 2 el qu e afecta m iles de hectáreas de las res ervas
ind ígena s Anca tru z y Pilqu iniyeu . Au nqu e desde 197 7
se h abían comenzado los estu dios en el área, con la
consiguiente intra nqu ilida d pa ra la población, y en
198 3 se dio comienzo a las obras ; fu e sólo has ta 19 86
que la empresa Hidronor consideró oportuno infor-
ma r a los da mn ificados. En 199 0 comenzó la inu nd a-
ción, a pesar de que sólo se ha bían constru ído cuatro
vivienda s, por lo que mu chos m ap u ches invadieron
tierra s vecina s. (A. Balazote y J . Radovich, l991 ). La
afectación de reservas indígena s const i tu ye u n caso
particularm ente dram ático de desp ojo territorial, simi-
lar al que están p adeciend o los ku na de Pana má . Por
más que sea u n l uga r común , no se puede deja r de
recordar qu e los pu eblos indígena s t ienen derechos
territoriales previos a los de los esta dos qu e ah ora los
inclu yen. Es por ello aú n m ás violatorio, el hecho de
que su per fic ies o torgada s por los es tados como re-
su ltados de tra tados de pa z o de negociaciones diver-
sa s , pe ro que s i empre su pu s i eron u n d espo jo y un
confinamiento terr i tor ial , sean ahora nuevamente
objeto de requ erimiento compu lsivo. Una vez más la
raciona lidad d el proyecto estata l, se ma nifiesta como
expres ión de la ú nica rac iona lidad pos ible, au nqu e
agreda en forma ra dica l a las cu ltura s a lte rnas que
lograron sobrevivir precariamente a su dinámica
expansiva.
Sin em ba rgo el pa ís con m ayor experiencia y refle-
xión respecto a estos procesos es el Brasil, a pesar de
poseer un a redu cida p oblación indígena . En u na obrapionera (P. Aspelin y S. Coelho dos Santos, 1981), se
des tacab a qu e c ientos de m iles de h ectáreas per te-
necientes a u nos 30 grupos étnicos ser ían a fectadas
por los proyectos hidroeléctr icos. En estos úl t imos
añ os miles de indígenas ha n s ido desplazados por las
presas. Balbina afectó a los waimiriatroari. Itaparica,
al igual qu e en el caso d e Yacyretá inu nd ó la Isla de la
Viuda, rica tierra agrícola y centro ceremonial funda-
men tal de los tu xá (M. Rosar io Carvalho, 19 82). La
gigant esca h idroeléctrica Tucu ru í afectó directamen te
a los ind ígena s Gaviâo, que h abían s ido conta ctados
en 1958, a los Parakanâ
, contactados en 1 971-1984,e ind irec tam ente a los Gu aja jara . Resu l ta obvia la
indefensión de estos grupos de contacto tan reciente
an te la ca tá s t rofe que en frentaron. La J i-Paran á d e
Rondon ia afectará otra vez a los Gaviâo y tam bién a
los Arar a (S. Coelh o Dos Sa nt os y A. Nacke, 19 88 ).
Todavía no exis ten es t imaciones nu mér icas fina les
respecto a los nat ivos impactados por las presas
Sam uel , Paredâo (afectar á a los Mak u xi y Wap ixan a),
Serra d a Mesa, Macha diño, etc. Pero lo peor está p or
veni r , t a l como se desp rende d e la m agni tud de los
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Miguel Alberto Bartolomé
programas hidroeléc t r icos fu turos en la región
am azónica y en es pecial en el área d el Xingú (L. San tos
y L. And rad e, 19 88).
Por lo expu esto en esta breve cas u íst ica, resu l ta
evidente el comentario inicial referido a que las relo-
calizaciones d erivada s d e la constru cción d e presa s y
otras obras, no se configuran como un fenómeno
coyu ntu ral s ino estru ctu ral ; ya que las p oblaciones
na tivas h an estado y estará n expuesta s a este tipo de
traumáticos procesos. Las problemáticas globales
su sc itadas son aú n m ás complejas en e l caso de las
sociedades ind ígena s qu e en e l de ot ros s egmentos
sociales; puesto que const i tuyen campos cul turales
alternos a los esta dos y agencias qu e llevan a cabo los
proyectos, au nqu e tradicionalmente ha n sido tratadas
en formas mu y poco respetu osas de su divers idad.
Esta pr áct ica au toritar ia ha incremen tado, en todos
los casos, el dramatismo del impacto social padecido;
si tua ción qu e ya n o pu ede ser jus t i ficada por el vo-
lu n t a r i smo ap resu rad o o por l a ignoranc ia , pu es to
q u e e n l a s ú l t im a s d é c a d a s s e h a e s t a d o co n s t r u -
yendo u na defin ida reflexión e inc luso u na am pl ia
prá ctica al respecto. Veam os algu n os de las cu estio-
nes específicas qu e plantea n las relocal izaciones d e
grupos étnicos autóctonos, es decir aquel los cuya
presencia es previa a la de las configuraciones estatales.
Ter r it o r i a l idad e i den t i dad
Uno de los problema s d erivad os de las relocalizacionescompu lsivas es la n ecesidad de restituir sus tierras a
las poblaciones desplazadas. Pero para los pueblos
na tivos la tierra n o representa solamente u n medio de
produ cción; un bien que pu eda ser equitat ivam ente
interca mb iado por o t ro bien de s imi lar n a tu ra leza .
Como ám bito donde h a tra ns curr ido la vida colectiva
de un grupo hu ma no, e l espa cio res idencia l qued a
definitivamente ligado a la historia grupal. La geografía
de u na región s e pu ebla as í de s ignificados qu e las
sociedad es depos itan en ella, y qu e refieren a su cesos
considera dos claves de su trayectoria tempora l. Con
gran frecu encia los terr itorios étn icos son sa cralizados,como resul tado de los intercam bios t ra ns accionales
que los hombres y las de idades ha n m an tenido du -
rante siglos. En muchas oportunidades, los mitos
cosmo-lógicos qu e na rran la fu nd ación del un iverso
no s e refieren a u n u niverso genérico, sino a l espa cio
resi-dencial concreto qu e la tra dición r eivin dica como
propio de un grupo. El territorio étnico posee así u na
geografía mítica que lo define y lo significa, exhibién-
dolo como el ám bito sacrificial de u na cultu ra. Den tro
de est as relaciones de interca mb io, el territorio otorga
u n a esp ecular d efinición y significación a s u s h ab i-
tan tes, quienes s e reflejan en el mismo esp ejo que s u
tradición simbólica ha construido.
Veam os algun os cas os de relocalizacion es, en los
qu e la relación entr e el territorio y la iden tidad d e su s
ha bitantes, apa rece en forma má s evidente. Para los
chinan tecos d e l es tado m exicano de Oaxaca , cuyas
tierras fu eron a negada s p or la Presa Cerro de Oro, la
pérdida n o fu e sólo vivida como u na pérdida econó-
mica. La ineficiencia e innecesario autoritarismo con
los cu ales se rea l izaron los t ras lados , n o con s t i tu-
yeron sólo un lamentable y reiterado episodio de
prá ct icas p olít icas vert icales por pa rte de u n estad o
an te u na minoría étnica (M. Bartolomé y A. Barab as ,
1990 ). Representaron tam bién u na radical agresión a
la cosm ología n ativa íntimam ente ligada a su ám bito
territorial. Los chin an tecos, como la m ayor par te de
los grupos m esoamericanos poseen u n "alma externa ",
la tona , un a coesencia v ita l que ha bita en an ima les
que pu eblan la región, au nqu e también adqu iere as-
pectos esp ecia les o se m an ifies ta como fenóm enos
na tur ales: el destino de la ton a está ind isolu blemen te
ligado al de su propietario. Una de las expresiones de
esas a lma s externa s son los Vigi lan tes de la Raya,
espíritu s guard ian es que protegen a las comu nidades
de la agresiones s obrena tu rales. Otros s on los Hombres
de l Ce r ro , s eñores de los an ima les qu e p ro t egen y
regulan la caza. Ambos representan proyecciones de
los e sp ír it us hu ma nos qu e se encuen t r a n a s í defi-
n itivamen te ligados al ám bito territorial y sa crificial
de l a cu l t u r a . Por o t r a pa r t e , un componen t e de l aesen cia an ímica de cada china nteco reside en los di-
versos m an an tiales de la región, ba jo la protección d e
u na deidad a cuá t ica , a la cu al los curad ores deben
recurr ir en toda ceremon ia de restitución de la sa lu d
persona l. Dura nte los meses sigu ientes al llena do del
lago artificial (en 1989), varias personas perecieron
ahogadas en su s aguas inseguras o mu r ieron de en-
fermedades que presentaban etiologías confusas. En
todos los casos las mu ertes se atr ibuyeron a que las
tonas ha bían perecido previamen te ar ras t ra das por
las a guas, o a que su s almas s e perdieron en los ma-
nan t ia les anegados .Para los tu xá del Brasi l desplazados p or la p resa
It apa r i ca , la p é rd ida d e su is l a us ada como cen t ro
ceremonia l , represen tó un impacto cr í t ico para su
identidad étnica. Los actu ales tuxá s on el resu ltado de
las ya men ciona das polí t icas d e aldeamiento m isio-
na l mul t ié tn ico, qu e su pu s ieron drá s t icas p érdidas
lingü ís t icas y cul tura les . En e l presen te las prác t i -
cas qu e man ifie s t an de ma nera exponen c ia l su fi-
liación ind ia y qu e operan como a ctos fu nd am entales
para la reconstitución comu nitaria, son las ceremonias
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Presa s y relocaliza ciones de ind ígena s en A.L.
l lamadas toré y particular (ocul to), que su ponen u n
tipo de comu nión con los espíritu s de los an tepasa dos,
proba blemente a u xiliada por la inges t ión r i tua l de
psicotrópicos (E. Cabra l y Nas ser, 1 988 ). Por lo gen-
era l los toré se realizaba n en la aldea de tierra firm e,
pero los ritua les d e m ayor significación pa ra el refu erzo
de un a identidad étnica confronta da con los blancos,
son los denominados particulares , que no pueden ser
con-templados por extraños, y que tenían lu gar precisa-
men te en la Isla d e la Viuda . No voy a d etenerm e aqu í
a des ta car la imp or tancia de las ceremon ias de re-
const i tución comunitar ia para la ident idad étnica,
tema qu e ya h a s ido amp liam ente t ra tado por la re-
flexión et n ológica. Pero qu isiera plan tea r el in terro-
gante referido al fu tu ro inmediato de los tu xá, despo-
jados de l espacio sagrado qu e cons t i tu ía e l ám bi to
cru cial par a la r eprodu cción ideológica d e su colec-
tividad.
Las tierras comu nitarias de los actu ales ind ígena s
mexicanos s on los ú lt imos rem an entes de las vastas
áreas ocu pada s por las u nidades socio-ter r itor ia les
prehispánicas, los Señoríos. El concepto cul tural
n a h u a d e altepeme (plural de altepetl; atl, agua y
tepetl, cerro), definía a los Señ oríos como p oblaciones
de u n ám bito al qu e los lina jes locales estab an ligados
por una descendencia genealógica común, míticamente
or iginada en una deidad de la montaña que pro-
porciona ba el agua . Es decir que el concepto propor-
cionaba definidos referentes simbólicos para el territo-
rio ent end ido como el fértil espacio que requ ería u na
socieda d agra ria (M. Bartolomé, 1991 ). Estos a nt e-cedentes pretenden introducirnos en forma más
comprens iva a l caso de los ma zatecos bru ta lmente
desp lazados por la pres a Miguel Alemá n en 195 4 ( y
la adjet ivación n o es gratu i ta ya que s e comen zó la
inu nd ación con gente aú n en el interior del vaso). Para
los miembros de este an t igu o Señorío, las agua s n o
sólo sepu ltaron su s fér t iles t i e r ras , s ino tam bién e l
espacio legal izado por la deidad acuát ica femenina
que con su s pechos regaba las plantaciones, pero que
residía en u n cerro específico. Tras ladad os lejos de
la mon taña sagrada qu e fu nda ba simbólicamen te su
espacio ter r itor ia l , se encont raron s in u na garant íacosm ológica p ar a la vida y el cont rol de las cond icio-
nes fís icas de la pr oducción. No es dema siado sor -
prenden te entonces que u n efecto involun tario, pero
cu ltura lmen te pred ecible del "reacom odo", estu viera
representado por a lrededor de 200 mu ertos d e "triste-
za"; término local que alude a un conjunto de síntomas
proba blement e identificables con los d e la depres ión
agu da (A. Bara ba s y M. Bartolomé, 1 973 ).
Pero no sólo la s acra lida d de los territorios étn icos
su pone u na especial percepción de la relación con la
tierra por parte de las sociedades nativas. También la
mism a n oción de propiedad es s u jeto de diversa s in-
terpretaciones de a cuerdo a las diferentes tradiciones
cul turales, s i bien resu lta fu nda men tal destacar que
por lo general nos encontrarem os ante u na noción de
propiedad colectiva, e inclus o se pu ede du dar d e que
ta l noción exis ta rea lmen te . Una cosa es la in tens a
relación vivencial y afectiva qu e se con stru ye con u n
medio y otra cosa es cons iderarlo un a propiedad en
sentido occidental, es decir algo de lo cual se puede
d i spone r l ib r emente . Hace a lgu nos añ os u n am igo
perteneciente a la cu ltu ra ch atina de México, se bu rla-
ba a l ver un arroyo cruzado por la alamb rada de un
poseedor mest izo. Le parecía absu rdo pens ar qu e el
agua de u na parte del torrente perteneciera al dueñ o
de los alambres y que la otra parte n o: se pregun ta-
ba si esa m ism a lógica n o llevaría a inten tar cercar el
aire.
Lo que d efine la relación de u n grupo h u ma no con
la tierra, n o es el sentido de la propiedad s ino la p ro-
fun da vinculación existen cial que s e constru ye a lo lar-
go del tiemp o. Esto se da incluso en las sociedad es n o
agrícolas , es decir aqu ellas pa ra las cu ales la t ierra
no su pone un medio de producción sino un ámb ito de
ap ropiación. Los gru pos ca zadores y recolectores re-
quieren de grandes extens iones pa ra reprodu cir a co-
lectividad es r elativam ente redu cidas . Sin emba rgo es
necesario recordar qu e las actividad es preda doras n o
son erráticas, sino que suponen ciclos estacionales de
recorridos respecto a u n esp acio que pu ede ser dilata -
do, pero que tiende a s er el mism o. La m ism a existen -cia de los ciclos esta ciona les p ermite enten der qu e la
noción de territorialidad involucrada es no sólo espa-
cial sino tam bién tem poral. Es decir qu e el territorio
de caza y recolección s e configu ra com o un ám bito
definido, con el cu al se m an tiene ta nto u na relación
extractiva como cogn itiva, ya qu e imp lica u n a mp lio
conocimiento de todas las esp ecies an imales y vege-
tales del área, as í como u n conjun to de simbolizacio-
nes que reflejan la a rticu lación h u ma na con ese medio
específico. No es p osible entonces pretend er qu e u n
territorio de caza y recolección, pueda un día llegar a
ser compen sad o por parcelas ind ividu ales, ind epen-dientemente del tamaño de éstas. Sin embargo ésta es
la propu esta que a ún siguen m an ejand o la m ayoría de
las agencias guberna men tales, que les ha tocado in-
terven ir en relocal izaciones de p u eblos de t r adición
cazadora. Tal fu e el caso del campa men to que se u ti-
lizó in icialmen te pa ra s eden tarizar a los Gua yakí del
Para gua y, situa do en Arroyo Morotí, lu gar qu e qued a-
r a en la h is t o r ia como ám bi to de l a agon í a de u na
sociedad cazadora, mu chos d e cuyos m iembros falle-
cieron víctimas de las en ferm eda des, a sí como de la
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Miguel Alberto Bartolomé
anómica pérdida de los significados existenciales que
da ban sen tido a la vida colectiva.
En s íntes is, para las cu lturas ind ígenas la tierra n o
es sólo un espacio donde hacer sino un lugar qu e permi-
te ser; la identidad colectiva tiene en el ámbito residen-
cial un a de su s fu nd am entaciones históricas e ideo-
lógicas . Más allá d e su pa pel de proveedora de b ienes ,
la tierra representa uno de los términos dialécticos de
la relación concreta del hombre con el universo, de allí
lo rico de las simb olizaciones qu e expresan esta articu -
lación fu nd am ental. La tierra es cultu ra; produ cto de
la s ociedad y reproductora de la m ism a. Creo que es-
tas ar gum enta ciones demu estran que los terr itor ios
indígenas no pueden ser tratados, en los procesos de
relocalización obligada , desde u n pu nto d e vista es-t r ic tamen te a grar io, c r i t e r io qu e h a prevalec ido en
México y otros pa íses cu an do se h a t ra tado de r est i-
tu ir su perficies p or su perficies s imilares . Las tierras
no son equ ivalentes a un que sean de la m isma calidad
y e s por e l lo l o t r au má t ico de l a su p l an t a c ión . I n -
dependiente-men te de su aceptac ión forma l por las
dist intas legis- laciones estatales, es fundamental
aceptar el concepto de territorio é tn ico, que su pera y
engloba al de propieda d colectiva. Por lo tanto, y cu an -
do las relocalizaciones sean inevitables, toda restitución
que pretenda ser justa, debe ser pensada en términos
que a su ma e l derecho a u n ter r itor io propio , e l quepa u lat ina men te podrá l legar a ser res ign ificado por
la tradición simb ólica de la cultu ra, en la m edida en
que la vida colectiva se desa rrolle históricam ente en el
nu evo ám bito residencial. Y es qu e la relación con u n
territorio propio presupone no sólo la posibilidad
de m ovil izar recu rsos económicos , s ino tam bién la
capacidad para movilizar recursos simbólicos, los
que proporciona n fun dam ento a la ident idad social y
un sentido posible a la misma reproducción d e la cul-
t u r a .
Las m ed i ac i ones po l ít i cas
Todo proceso de desplazamiento poblaciona l su pon e
la creación d e un sistem a a rticulatorio específico, el
que vincu lará a pa rt ir de ese m omento a los actores
sociales confronta dos. Se tra ta entonces del desarrollo
de u n nu evo sistema interétnico regional, cuyas línea s
de acc ión será n con s egur idad di ferentes a las qu e
preexis t ían , au nqu e segui rá e l modelo imp eran te a
nivel nacional. Sean cuales hayan sido los mecanismos
articulatorios previos entre los subsistemas, a partir
del inicio de una obra de infraestructura se inicia una
nu eva diná mica en las relaciones interétn icas . Dicha
dinám ica apa recerá en todos los casos, signada por un
increm ento en las mediaciones, es decir en aqu ellasestrategias tendientes a h acer má s f lu ída la comu ni-
cación in tercu ltu ra l , ya qu e se neces i ta informar y
convencer a los afectados, de las razones por las
cua les deben de ser desp lazados. El lo su pone la ne-
cesidad de llevar a ca bo u na mu ltitud d e negociacio-
nes , incluyendo las referentes a las ind emn izaciones,
lo qu e sign ifica u na redimen sionalización d e los m e-
canism os articulatorios, en u n intento por hacer má s
eficiente la manipulación social. Aunque lo anterior
representa u na necesidad del s is tema, por lo general
no se l ogra en r azón p rec i samen te de la d i s t an c ia
cul tural que separa a su s protagonistas.Algu na s de las estrategias m ás frecu entes ra dican
en establecer relaciones con los líderes indígenas tra-
dicionales, reclu tar nu evos l íderes emergentes y/ o
movilizar agentes interculturales; buscando estable-
cer un a su e r te de ind irect ru le qu e facilite los int er-
camb ios. Es decir qu e se intenta operar en la d imen sión
política, pero se parte del equívoco de considerar que
la na tu raleza d e la a cción p olítica en la sociedad n ativa
es s imilar a la d el estad o que la incluye. Es por ello que
se recurre a los “l íderes” suponiendo que el los son
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Presa s y relocaliza ciones de ind ígena s en A.L.
“representa ntes ” de su s sociedades , de acuerd o a la
tradición aristotélica de la democracia repr esenta tiva
(au nqu e esa misma tra dición n o fu nciona mu y bien en
nu estros pa íses). Sin emba rgo, y con rara s excepciones,
los sistema s pol ít icos n at ivos n o son ta n fáci lmen te
equipa rab les con los “na ciona les”. No voy a pr etend er
pas ar aqu í revista a todas las formas socio-polít icas
del continente, pero creo posible realizar algunas
observaciones s u sceptibles de s er generalizadas , en la
medida en que ningun a de las etnias contemporáneas
de América está en la actualidad organizada en términos
políticos estatales. Una de estas observaciones es que
los lidera zgos indígenas , por lo genera l, n o su pon en
una delegación primaria de la autoridad colectiva. Es
decir que la o las au toridades locales no son “repre-
sentantes” de la colect ividad, su papel no es re-
presentarla sino “regularla”, contribuyendo a que la
vida comun al siga los caminos qu e deben s er seguidos
y que se cum plan las norma s que deben s er cump li-
das: pero las au toridades no pu eden elegir n uevos ca-
minos ni crear nu evas n ormas. El proceso de toma de
decisiones qu e atañ e a un grupo, tiende a ser resu ltan te
de u n con sen so y no de la volu nta d de los dirigentes.
Lo político no significa enton ces sólo un a m an ipula-
ción del poder , entendido en térm inos estr ictamen te
weber ian os , s ino u n s i s tema qu e su pone la par t ic i-
pación conjunta de la sociedad en e l cum pl imiento
de los objetivos públicos.
nión comu nitaria. La incompren sión d e la n atu raleza
de la acción política local, ha influ ido trad iciona lmen-
te en el incremen to de las tensiones inherentes a este
t ipo de procesos, pu esto que se h a pretend ido ma ni-
pu lar -a través de sus s u pu estos “representa ntes”-, a
gente que n ormalmente se representa a sí misma.
La confrontac ión socio-eco lógica
Dentro d el vas to ám bito de las cu estiones ecológicas
der ivada s d e la rea l izac ión d e grand es obras de in-
fraestructura, quisiera aquí destacar lo concerniente
a la confrontación de dos tipos globales de racio-
na lidades pr odu ct ivas. Una d e ellas se orienta a ge-
nerar estrategias a dapta t ivas d e respuesta a las con-
diciones de u n medio ambiente dado, por lo que tiende
a n o al terar lo en form a d ema siado s ign ificat iva. La
otra responde a la conjunción de las apt i tudes y
actitud es de u n estilo tecnológico y cultura l, que t iene
la capacidad y la volu nta d de t ran sforma r rad ica l -
mente un medio ambiente, para someterlo a los dicta-
dos y deman das de su lógica produ ct iva.
Un ejemplo parad igmát ico de esta con fronta ción
pu ede es tar r epresen tad o por e l caso del t e r r itor io
chinan teco de México inu nd ado por la presa Cerro de
Oro. Los ch ina ntecos s on agr icul tores r ibereños de
ecotonos, es d ecir qu e se relacionan produ ctivam ente
con varios ecosistema s en forma simu ltán ea. De las
tierra s d e vega d e río (lim os, “tierra de ju go”) obtien en
dos cosecha s an u ales (den omina da s “tona mil”), lasque n o agot an e l te r r eno , pues to qu e cons t i tu ye el
único sustrato edáfico t ropical susceptible de una
explotación intensiva gracias a su renovación cíclica.
Del mismo r ío obt ienen gran cant idad de peces y
moluscos qu e contribu yen a proporcionarles proteína s
an ima les . E n los l lan os y lade ra s b a j a s vecinos a l
cau ce del río, siembr an las llam ada s plan taciones d e
“ t e m p o r a l ” q u e d e p e n d e n d e l r é g i m e n p l u v i a l
esta ciona l. Finalmen te el bosqu e t ropical les ofrece
una mul t i t ud de p roduc tos de r eco l ecc ión que
complementan la dieta, así como madera u sad a tan to
como combu st ible como para la constru cción. De larac ional idad socio-ecológica de es ta es t ra tegia
p rodu c t iva y de ap rovecham ien to de u n med io, da
cuenta el hecho de qu e, después d e alrededor de dos
mil añ os de asen tam iento contínu o en la región, má s
del 60% del ma nto vegetal del área inu nda da no esta-
ba ra dicalmen te al terad o. Toda es ta lógica fu e li te-
ralmente ahogada por la lógica hegemónica que
propon ía la “conqu ista” de la n atu raleza, a través de
un no muy eficiente control del río y la satisfacción
de demandas energét icas extraregionales, lo que
Las reflexiones anteriores tienen consecuencias
má s significativas qu e las qu e se derivan de su an álisis
forma l . De e llas se des pren de qu e la es t ra t egia de
intent ar controlar el liderazgo, genera lmente u tilizad apor las agencias a cargo de las grandes obras, su ele
estar orienta da a l fraca so. Un jefe, por imp ortan te que
sea, n ormalmente n o está facultado para elegir (entre
las opciones qu e se le ofrecen, y s i es qu e se le ofrecen)
e l lugar de l reasen tam iento , n i e l mon to de las in-
demn izaciones, ni el modelo de casa adecu ado pa ra s u
gente. Puede, eventualmente, dar su opinión y tratar
de influir en el comportamiento de los demás, pero la
t oma de decis i ones fun dam enta l es s e r á u n a s u n to
colectivo, ya sea qu e su rja o no de a lgú n tipo de reu-
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Miguel Alberto Bartolomé
inclus o no se pu do realizar. Pero má s a llá de éxitos y
fracasos del proyecto, lo que importa destacar es cómo
u n ter r itor io é tn ico a ltam ente p rodu ct ivo fu e inu n-
dad o a r a í z de decis i ones t omad as en o t ro ám bi to
cultu ral, el que con sideraba a la sociedad local como
u n cam pesina do p rimitivo y “paleotécnico”. La agen-
cia h idrá u lica encar gada de las obras, no consideró
imp ortan te averiguar si los indígena s ten ían algo que
ofrecer en lo qu e a ta ñe a la re lac ión con e l med io,
pu esto que los asu mía como un grup o cul tu ral y tec-
nológicamente carenciado, sobre el que había que
ejercer un a hi s tór ica m is ión sa lvacionis ta y reden-
tora.
El caso de los ch ina ntecos no es ú nico ni responde
a u na par t icu lar condu cta de l es tado m exicano. Tal
vez la s i tuación qu e ha imp acta do má s a la opinión
pu blica m un dial, aun que afecta a grup os indígenas de
poca ma gnitu d n u mérica, es la derivada de la cons-
t rucc ión de g r an des p r e sa s en la s e lva a mazón ica ,
cuyos embalses an egan al ecosistema má s rico pero a
la vez más complejo y frágil del mundo que es la selva
llu viosa (ver, en tre otros , J . Hébette, l991 ). El esta do
bras ileño se ha negado sistemáticam ente a a ceptar la
raciona lidad ecológica ind ígena, expresa da a través de
u n u so mú ltiple de los ecosistem as selvícolas qu e no
imp lica su degradación, y que p odr ía cons t itu ir u n
modelo para a provecha mientos produ ctivos al ternos.
Lo mismo se podría comentar para el caso para-
gua yo, en e l cua l la lógica es ta ta l p lan tea la s i s te-
má tica d estru cción d e la s elvas de la región oriental,
ám bito de la convivencia ecológica d e los gu ara níes,par a reem plazarlas por los escosistema s especializa-
dos const i tuídos por las planta ciones m onocultoras.
Los an teriores se podrían considerar cas os extre-
mos, pero incluso las perspect ivas más actuales,
orienta das a valorar positivam ente los conocimientos
ecológicos d e los grupos étnicos, t ienden a produ cir
u na visión d esagregada d e los m ismos. A través de las
invest igaciones qu e recogen los sistem as taxonóm i-
cos na t ivos, se bu sca generalmente ident ificar s u bs-
tan cias cuyas p ropiedades s ean desconocidas (para el
investigador) y eventu almen te ap ropiarse d e ellas . Sin
emb argo, y tal como lo propu siera R. Goodlan d (198 4),los conocimientos nat ivos del medio en real idad se
refieren al sistema ecológico como una totalidad
int erdepend ient e, lo que incluye tan to al mu nd o ani-
mal como al vegetal e incluso al marco espacial y tem-
pora l que los aba rca . Es por e l lo que dichos cono-
cimientos sólo pu eden s er reproducidos en el marco
de la misma sociedad que los ha generado. Por lo tanto
la d estrucción y/ o inu nda ción de ecosistemas a los qu e
están históricamente articulados los pueblos indígenas,
su pone pérdidas ir remediables , a pesar de qu e se
r ea l icen l abores de r e sca t e de l a f lo r a , l a fau na , e
inclus o de la lógica clas ificat oria del medio plasm ad a
en los etnocon ocimient os. Y es qu e el esqu ema inte-
grador su byacente ya no podrá ser reprodu cido en
otro marco estructura l, que represente u na diferente
conjugación de lo social, lo espacial y de la dimensión
temporal .
R eloca l izac i ones y e t n oc i d io
Quisiera recordar la definición de etnocidio que
propu siera Pierre Clas tres (1981 :56), en tendiéndolo
como “la destru cción s istem ática de los m odos de vida
y de pens am iento d e gent e diferente a qu ien lleva a
cabo el proceso”. Como vemos es ta conceptu alización
resul ta n otablemente per t inente pa ra e l caso de los
desplazamientos compu lsivos de p u eblos indígena s.
Si bien las relocalizaciones tienen efectos tra u má ticos
para cua lquier grupo socia l , en las sociedades per -
tenecientes a campos cul turales al ternos, el impa ctotiende a s er aú n m ás d ram ático; ya qu e no sólo invo-
lu cra a las es t ra tegias product ivas vincu lada s a u n
medio , s i no t ambién a u na ma t r iz cu l t u r a l p roba -
blement e irreprodu cible en otro ám bito.
En el caso indígena la ru ptura de las redes parentales
resu l tante de los t ras lados , ademá s de la dolorosa
separación de los p arientes, tam bién su pone la pérdida
de s istema s de filiación fu nd am entales pa ra la ins erción
clasificatoria de los individuos dentro de la sociedad.
Por otra par te, tal como lo apu nt ara Leopoldo Bartolomé
(19 84:12 2) las relocalizacion es gener an crisis en los
lidera zgos locales, por la a mb igua posición en la quelos coloca resp ecto a las pres ion es exteriores. Y si esto
es crítico en cua lquier grupo, cab e interrogarse respecto
a las consecu encias an ómicas d e la desa rticu lación de
los liderazgos, en sociedad es don de estos tienen bas es
paren tales, sagradas , o la conjunción d e amba s como
en el caso gua ran í. De la misma m an era, las s imbo-
lizaciones qu e expresan la relación con u n m edio y que
cons t ituyen par te in tegrante de tod a ideología cu l-
tu ra l , se tornan ir re levan tes en ot ro ámbi to , lo que
t iende a ser interpretado como una ineficiencia y
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Presa s y relocaliza ciones de ind ígena s en A.L.
obsolescencia de las deidad es tu telares, víct ima s de
una violencia que es también simbólica. En los lugares
de relocalización n o sólo se d esar rollan n u evos tipos
de s i s temas in teré tnicos , s ino qu e en és tos la pos i -
ción indígena tiende a s er aú n m ás s ub ordina da como
consecuencia –entre otros factores– de la autoimagen
devalua da que resu lta d e l desplazamiento . La con-
junción de las cr isis económica, pol í t ica, parental ,
s imbólica, cul tural e interact iva, no puede menos
qu e produ cir efectos des esta bilizad ores pa ra la filia-
ción cultura l, la qu e en oportun idades p asa a ser per-
cibida como la cau sa del proceso padecido, por lo que
para evitar s u reiteración se h ace preciso renu nciar a
ella, tal como lo demu estran los dra má ticos casos d e
los mazatecos y chinantecos.
Resu lta u n tan to incomprens ible, el hecho de que
la pr eocupa ción resp ecto a los desp lazam ientos d e
poblac iones p er tenecientes a camp os cu ltu ra les a l-
ternos, constituya u n d ato relativam ente reciente pa -
ra la reflexión social contemporánea, con excepción
del caso bra sileño. Aú n d entr o del su gerente modelo
procesal referido a las relocalizaciones que fuera for-
mulado por T. Sccuder y E. Colson (1982), no se
presta especial atención a la alteridad cultural. Inclu-
so en el Docu men to Técnico del Ban co Mu nd ial pre-
para do por M. Cernea (1988), no se t ra ta en forma
especia l e l caso d e las poblac iones ind ígenas , y se
s igu e seña lan do que la poblac ión des plazada debe
int egrars e al ámb ito de la población receptora. En tre
las explicaciones posibles de estas omisiones, debe-
ríamos tal vez men ciona r el énfas is “cam pesinista ” yeconomicista , a tribuíble a las ciencias sociales en las
ú ltima s dos d écadas, lo que las llevó a minu svalorar la
cues tión étnica, adjudicánd ole el carácter de u na va-
r iable secun dar ia. La abr u ma dora emergencia de la
etnicidad en el mundo contemporáneo, const i tuye
la mejor evidencia de lo equ ivocado de es ta p ersp ec-
t iva que, en el mejor de los casos, suponía una
reacción al “cultu ralism o”. Pero, como ya h e señ alado
en más de una oportunidad, los errores teóricos
tienden a convertirse en dra má ticos errores d e la vi-
sión p olí t ica y d e la pr áct ica s ocial concr eta. Así lo
expresa , por ejemp lo, la vert ient e del desa rrol lismoevolu cionista, qu e l legó a cons idera r la d estru cción
cultural como un proceso justificable si suponía una
tran sform ación económica positiva. No me deten dré a
criticar es te pu nt o de vista, pu esto que ya la h istoria
y la m ism a lucha de los pu eblos ind ígena s por su su -
pervivencia cultur al, se ha en cargado de desa creditar-
lo . Es t imo m ás impor tan te pregun tarnos respecto a
las estrategias posibles qu e u na ciencia social solida-
ria, pu ede desarrollar p ara apoyar a los pu eblos indí-
genas y para cont r ibu ir a qu e las re localizac iones ,
cua ndo s ean inevitables, contemplen en forma fu nda -
mental sus específ icos derechos terr i tor iales y cul-
tu rales. Y esto incluye el derech o a con stituir form a-
ciones s ocia les a l terna s a las es ta ta les , capa ces de
gene ra r en forma au tónoma s us p rop ios p royec tos
de vida y sus propuesta s de futu ro, es decir; capaces de
ejercer el derecho a la diferencia.
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