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Charles Baudelaire
Las flores del mal (1861)
Al lector
Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan
La mezquindad, la culpa, la estulticia, el error,
Y, como los mendigos alimentan sus piojos,
Nuestros remordimientos, complacientes nutrimos.
Tercos en los pecados, laxos en los propósitos,
Con creces nos hacemos pagar lo confesado
Y tornamos alegres al lodoso camino
Creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas.
En la almohada del mal, es Satán Trimegisto
Quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu
Y el precioso metal de nuestra voluntad,
Integro se evapora por obra de ese alquímico.
¡El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A los objetos sórdidos les hallamos encanto
E, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas,
Bajamos hacia el Orco un diario escalón.
Igual al disoluto que besa y mordisquea
El lacerado seno de una vieja ramera,
Si una ocasión se ofrece de placer clandestino
La exprimimos a fondo como seca naranja.
Denso y hormigueante, como un millón de he1mintos
Un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas
Y, cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones
Desciende, río invisible, con apagado llanto.
Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro,
No adornaron aún con sus raros dibujos
El banal cañamazo de nuestra pobre suerte,
Es porque nuestro espíritu no fue bastante osado.
Mas, entre los chacales, las panteras, los linces,
Los simios, las serpientes, escorpiones y buitres,
Los aulladores monstruos, silbantes y rampantes,
En la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza
¡Hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo!
Sin que haga feas muecas ni lance toscos gritos
Convertiría, con gusto, a la tierra en escombro
Y, en medio de un bostezo, devoraría al Orbe;
¡Es el Tedio! -Anegado de un llanto involuntario,
Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba.
Lector, tu bien conoces al delicado monstruo,
- ¡Hipócrita lector -mi prójimo-, mi hermano!
2. El albatros
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar casa a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
El, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Este quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
5. La voz
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo ( ¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de qué parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Mas la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio.»
31. Una carroña
Recuerda aquel objeto que vimos, alma mía,
En la templada mañana estival:
Al doblar el sendero, una carroña infame
Sobre un lecho sembrado de piedras.
Las patas en alto, como una hembra lúbrica
Destilando un ardiente veneno,
Se abría de forma indolente y cínica
Su vientre repleto de miasmas.
Abrasaba el sol sobre aquella podre
Como para acabar de 'cocerla,
y devolver ciento a Naturaleza
De aquello que uniera una vez;
y miraba el cielo al regio esqueleto,
Expandirse como una flor.
Hedía tan fuerte, que sobre la hierba
Creíste caer desmayada.
Danzaban las moscas sobre el vientre pútrido,
De donde a millares surgían
Larvas que avanzaban, cual líquido espeso,
Por esos vivientes despojos.
Todo aquello bajaba, subía como una ola
O se desgajaba crujiendo;
Diríase que el cuerpo, de un soplo animado,
Se multiplicase y estuviera vivo.
Producía ese mundo una extraña música,
Como el viento y el agua al pasar,
O el grano que rítmicamente se agita
y gira encerrado en la criba.
Se esfumaba todo y sólo era un sueño,
Un esbozo renuente a surgir,
Sobre el lienzo olvidado, que acaba el artista
Por fin a través del recuerdo. .
Detrás de las rocas, una perra inquieta
Nos miraba con ojos airados,
Espiando el instante de ir al esqueleto
Y hozar en su carne.
-y sin embargo igual serás que esta basura,
Que esta infección horrible,
Estrella de mis ojos, claro sol de mi vida,
Tú, mi pasión, ¡mi ángel!
Sí, tú serás así, oh reina de las gracias,
Tras el último viático,
Cuando bajo la hierba y, la vegetación
Enraícen tus huesos.
Entonces, ¡oh mi bella! , diles a los gusanos
Que a besos te devorarán,
Que yo guarde la forma y la divina esencia
De mis descompuestos amores.
110. Recogimiento
Sé sabia, Pena mía, y permanece en calma.
Reclamabas la Noche; ya desciende, hela aquí:
Envuelve a la ciudad una atm6sfera oscura
A unos la paz trayendo y a los más la zozobra.
Mientras que la gran masa de los viles mortales,
Del Placer bajo el látigo, ese verdugo impávido,
Cosecha sinsabores en la fiesta servil,
Ofréceme tu mano, Pena mía, ven aquí
Lejos de ellos. Mira balancearse los años transcurridos
Con vestidos ridículos, sobre las balaustradas
Del cielo; la nostalgia burlona ya emerge de .las aguas;
Descansa bajo un arco el moribundo sol
Y, tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente,
Oye, querida, oye cómo avanza la Noche.
111. A una transeúnte
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,
Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispaci6n de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tornados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a d6nde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!
124. El vino de los traperos
A menudo, a la roja luz de los reverberos,
Cuya llama y cristal el viento bambolea,
En un viejo arrabal, laberinto de fango,
Donde en sordo fermento hierve la humanidad,
Aparece un trapero, la cabeza agachada,
Tropezando en los muros lo mismo que un poeta,
Y, sin tener en cuenta a los guardias, sus súbditos,
Su corazón desahoga en gloriosos proyectos.
Y presta juramento, dicta leyes sublimes,
Abate a los malvados, las víctimas redime,
Y bajo el firmamento, como extendido palio,
Se embriaga con el brillo de su propia virtud.
Sí, esta gente abrumada de domésticas cuitas,
Molidos de trabajo, por la edad agobiados,
Que se arrastran surcando montones de basura,
Vomitona confusa del enorme París,
Regresan, perfumados con olor de toneles,
Con camaradas en la guerra escanecidos,
Cuyos mostachos penden como viejo estandarte.
Las banderas, las flores y los arcos triunfales
Ante ellos se dibujan, ¡oh magia solemnísima!
Y en la ensordecedora y luminosa orgía
Del sol y los. clarines, de tambores y gritos,
Vienen a traer la gloria al pueblo ebrio de amor.
Así es como, a través de la Humanidad necia,
Arrastra el vino su oro, Pactolo deslumbrante;
Y canta sus proezas en el gaznate humano
Y reina por sus dones como un rey verdadero.
Para ahogar el rencor y acunar la indolencia
De esos malditos viejos que mueren en silencio,
Dios, de remordimientos preso, fabricó el sueño;
¡El Hombre agregó el Vino, del Sol hijo sagrado!
Mujeres condenadas
Cual bestias pensativas tumbadas en la arena,
Vuelven sus ojos hacia el marino horizonte,
y sus pies que se buscan y sus manos unidas,
Tienen desmayos dulces y temblores amargos.
Unas, con corazones que aman las confidencias,
En el fondo del bosque donde charla el arroyo,
Deletrean amores de infancias temerosas
Mientras graban el tronco de los árboles tiernos;
Otras, igual que hermanas, andan graves y lentas,
A través de las rocas llenas de apariciones,
Donde vio san Antonio surgir como la lava
Desnudos senos rosa, cuando sus tentaciones;
Y las hay, que a la luz de resinas que manan,
En el hueco ya mudo de los antros paganos,
Te llaman en auxilio de su fiebre ululante,
¡Oh Baco, adormidera de los remordimientos!
Otras, cuyas gargantas lucen escapularios,
Y, que ocultando un látigo bajo sus largas sayas,
Aúnan en las frondas, en noches solitarias,
La espuma del placer al llanto del suplicio.
Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires,
Mentes que despreciáis toda realidad,
Busconas de infinito, devotas o lascivas,
Ya repletas de gritos, ya repletas de llantos.
Vosotras, a quien mi alma persiguió en vuestro infierno,
¡Hermanas!, que tanto amo y tanto compadezco,
Por vuestras penas sordas, vuestra sed insaciable
Y las urnas de amor que colman vuestros pechos.
Charles Baudelaire, Las flores del mal, traducción de Antonio Martínez Sarrión, Alianza, Madrid, 1977.