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Cuento
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Borges y Argentina
Borges y el amor de las mujeres
por Marta Mercader
Deseo imposible, evocación romántica, estereotipo, la mujer nunca es, en la obra de
Borges, una persona real. La única presencia biográfica y literaria cierta es Leonor Acevedo de
Borges, su madre, que lo formó y descubrió —o inventó— su vocación.
En su prólogo de la reedición de Fervor de Buenos Aires, Borges declara: «Como los del
69, los jóvenes de 1923 eran tímidos», afirmación varias veces repetida, en la que se adivina una
confesión personal. Dicha timidez se traducirá en dificultad para manejar sus relaciones
femeninas y en un trato educado y distraído con los seres humanos en general. De vez en
cuando se permitirá usar su elegante ironía para agredir, pero el blanco de sus dardos nunca fue
femenino.
El centenario de Borges no significa un permiso —como algunos suponen— para
interpretar su vida privada a la usanza actual, esto es, con desparpajo; Borges vivió en un mundo
en el que la mujer no era motivo de reflexión ni de debate. Quien quiera conocer entretelones
íntimos sobre encuentros y desencuentros con las numerosas —pero nunca enumeradas—
mujeres de su vida, puede encontrarlos en entrevistas y libros escritos no sólo con intención
informativa, sino también con afán de lucrar contra la indiscreción y usufructuar su prestigio, como
si su brillo fuera traslativo.
Dato biográfico indiscutible es que se casó dos veces por lo civil. El matrimonio con Elsa
Astete Millán fue fugaz y no feliz; en cambio, sus últimos años en compañía de su discípula y
esposa María Kodama invalidaron lo declarado en una poesía: «He cometido el peor de los
pecados, no fui feliz».
Aunque sus exégetas no lo señalen y el propio Borges, que celebraba el coraje de sus
antepasados y se asombraba ante los laberintos, los espejos, las crueles clepsidras y otras
paradojas, no valorara a los románticos, a lo largo de su producción poética se pueden espigar
rasgos de delicado romanticismo, en el recurrente deseo de una mujer inalcanzable y en la
evocación de una dicha efímera condenada a la nada por la fugacidad del tiempo.
Las mujeres de los cuentos de Borges participan por el contrario de una naturaleza
peligrosa, prohibida, incluso siniestra.
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Emma Zunz (1949) impresiona por el medio utilizado para su venganza: dos o tres balazos,
sí, pero después de hacerse desflorar sin piedad. Una vagina destructiva es el recurso de su
liberación.
En La intrusa (1970), «un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos»,
luego de un prólogo en el que el autor define sus cuentos, con excepción del que da título al
volumen, El informe de Brodie», como realistas, informa que esta historia le llegó a través de
varias conversaciones de hombres. Los dos protagonistas son prolijamente descritos, pero el
drama se desencadena cuando aparece una mujer, apenas un nombre, Juliana Burgos, que
atendía a sus dos dueños con «una sumisión bestial».
«La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:
—Yo me voy a una farra en lo de Farías; si querés, usala.
...se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa...»
Vale la pena anotar que el epígrafe de este relato, 2 Reyes, I.26, es ex profeso engañoso,
debido seguramente a la dificultad que tenía Borges para abordar temas sexuales, en este caso
de homosexuales. Su significado se encuentra en la versión protestante del Antiguo Testamento,
distinta de la católica. En ella el rey David se lamenta al ver el cadáver de su amante: «¡Oh,
Jonatan, tu amor, más dulce que el amor de las mujeres!»
Las mujeres de la prosa borgiana siempre fueron esquemáticas. En uno de sus primeros y
más famosos cuentos: «Hombre de la esquina rosada», publicado en 1935 en La historia
universal de la infamia, enfatiza —tan luego él, tan poco amigo del énfasis— el jaez atropellador,
ostentoso, reverenciado, de los compadritos del suburbio. Allí la lujanera se distingue entre «el
hembraje» y seduce por su desenfado y capacidad para elegir al más macho. Es motivo de
reflexión que estas figuras no hablen. La ausencia de su palabra parece denotar una condición
inferior y no les permite acceder a un estadio cultural, es decir humanos, más elevado. Otro
detalle no menos significativo es que al hablar de las mujeres como género, para decir «el
hembraje», Borges necesite simular la voz de un guapo orillero o rural.
Es notable la diferencia entre las mujeres narradas y las evocadas en verso. Es en su
poesía donde se oculta pudorosamente el temblor de su anhelo, su ternura, su necesidad de
amor.
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Dedica a sus amigas y conocidas muchas más páginas que a los varones. Sin embargo,
las dedicatorias con nombre y apellido son casi siempre neutras. Si para hablar de la mujer
sexuada Borges habla con voz prestada, cuando se dirige a la amada, diluye su nombre en
iniciales o lo hace en inglés.
Borges se enamoró repetidas veces, y casi siempre soportó —¿o eligió?— el abandono.
Conmueve cuando alude , siempre con recato, a sus sentimientos, a sus deseos y al amor
siempre imposible, siempre renovado. Pocas veces es explícito, como en Ausencia, escrito a los
23 años: «Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde». O
como en Sábados (1923), donde dedica a una mujer, oculta tras una inicial C. G., versos de amor,
o de desamor: «En ti está la delicia / como está la crueldad en las espadas». Y en «Despedida»
(también como en los anteriores de Fervor de Buenos Aires) declara: «Definitiva como un
mármol / entristecerá tu ausencia otras tardes». En Luna de enfrente reitera el tono amoroso: «He
conocido muchas tierras, he visto una mujer y dos o tres hombres. [...] He querido a una niña
altiva y blanca y de una hispánica quietud».
En Discusión dice algo impactante: «Vida y muerte han faltado a mi vida. De esa
indigencia, mi laborioso amor por estas minucias».
En La historia universal de la infamia, escribe: «I inscribe this book to S. D.: English,
innumerable and an angel». Y también: «I offer her that kernel of myself that I have saved,
somehow, and is untouched by time, by joy, by adversities». En Delia Elena San Marco describe
un adiós y los sentimientos melancólicos que ella le provoca.
En 1964 se dice a sí mismo: «Ya es mágico el mundo. Te he dejado». Insiste en el tema
amoroso en los tankas, escritos probablemente bajo el influjo de María Kodama y en On his
Blindness habla «del amor que espero y que no pido». Pero es en Two english poems, dedicados
con todas las letras a Beatriz Bibiloni Webster de Bulrich, donde Borges «se juega entero», por
así decir, en su declaración amorosa. Son pequeñas obras maestras, difícilmente resistibles para
una mujer con sensibilidad: «I can give you may loneliness, my darkness, the hunger of my heart;
I am trying to bride you with uncertainty, with danger, with defeat...»
Fuente: http://cvc.cervantes.es/actcult/borges/espaarge/09a2.htm
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