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EMPRESARIOS, TECNÓCRATAS Y MILITARES. La trama corporativa de la última dictadura Coordinado por Alfredo Raúl Pucciarelli La política contra la economía: los elencos militares frente al plan económico de Martínez de Hoz durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1981)* por Paula Canelo** "No se entiende el terrorismo de Estado y sus consecuencias a partir de las explicaciones llanas que se remiten a procesos económicos o sociales y que niegan toda autonomía a la construcción propiamente política del programa dictatorial, que partía, en todo caso, de una visión desquiciada de los conflictos en la sociedad argentina y en el mundo." HUGO VEZZETTI, 2002:161 "Lo económico, social y político están íntimamente entrelazados y recíprocamente vinculados, de manera que forman un todo indivisible que se llama Política con mayúscula." GENERAL ALBANO HARGUINDEGUY, mayo de 1978 Introducción A diferencia del nacionalismo aristocrático uriburista que buscó restablecer las jerarquías sociales perturbadas por la "chusma radi- cal", del intervencionismo militarista de la Revolución de 1943 que se propuso recomponer la paz social contra la "agitación comunista", del virulento antiperonismo restaurador de los "gorilas" de la Liber- tadora, y del autoritarismo burocrático modernizante de la Revolu- ción Argentina, los militares que llevaron adelante el autodenomina- Siglo veintiuno editoras Argentina * Este trabajo forma parte de una investigación en curso realizada gracias a una beca del CONICET bajo la dirección del doctor Alfredo Pucciarelli, y presenta resulta- dos parciales de la tesis de maestría en Ciencia Política, Instituto de Altos Estudios So- ciales, Universidad de General San Martín (IDAES/UNSAM). Deseo agradecer muy espe- cialmente los comentarios de Alfredo Pucciarelli, Ricardo Martínez Mazzola, Martín Schorr, Ana Castellani y Mariana Heredia. ** Socióloga, becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Téc- nicas (CONICET), docente de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Ai- res (UBA).

Canelo- La Política Contra La Economía

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Las diferencias internas de la dictadura y su influencia sobre el modelo económico

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  • EMPRESARIOS,

    TECNCRATAS Y MILITARES.

    La trama corporativa de la ltima dictadura

    Coordinado por Alfredo Ral Pucciarelli

    La poltica contra la economa: los elencos militares frente al plan econmico de Martnez de Hoz durante el Proceso de Reorganizacin Nacional (1976-1981)*

    por Paula Canelo**

    "No se entiende el terrorismo de Estado y sus consecuencias a partir de las explicaciones llanas que se remiten a procesos econmicos o sociales y que

    niegan toda autonoma a la construccin propiamente poltica del programa dictatorial, que parta, en todo caso, de una visin desquiciada de los conflictos

    en la sociedad argentina y en el mundo." HUGO VEZZETTI, 2002:161

    "Lo econmico, social y poltico estn ntimamente entrelazados y recprocamente vinculados, de manera que forman un todo indivisible que se

    llama Poltica con mayscula." GENERAL ALBANO HARGUINDEGUY, mayo de 1978

    Introduccin

    A diferencia del nacionalismo aristocrtico uriburista que busc restablecer las jerarquas sociales perturbadas por la "chusma radi-cal", del intervencionismo militarista de la Revolucin de 1943 que se propuso recomponer la paz social contra la "agitacin comunista", del virulento antiperonismo restaurador de los "gorilas" de la Liber-tadora, y del autoritarismo burocrtico modernizante de la Revolu-cin Argentina, los militares que llevaron adelante el autodenomina-

    Siglo veintiuno editoras Argentina

    * Este trabajo forma parte de una investigacin en curso realizada gracias a una beca del CONICET bajo la direccin del doctor Alfredo Pucciarelli, y presenta resulta-dos parciales de la tesis de maestra en Ciencia Poltica, Instituto de Altos Estudios So-ciales, Universidad de General San Martn (IDAES/UNSAM). Deseo agradecer muy espe-cialmente los comentarios de Alfredo Pucciarelli, Ricardo Martnez Mazzola, Martn Schorr, Ana Castellani y Mariana Heredia.

    ** Sociloga, becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tc-nicas (CONICET), docente de la carrera de Sociologa de la Universidad de Buenos Ai-res (UBA).

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    do Proceso de Reorganizacin Nacional (1976-1983) encontraban las causas principales de la larga crisis argentina en la forma particular en que se haban establecido las relaciones entre la sociedad y el Es-tado populista desde mediados de la dcada de 1940. Ms concre-tamente, en el modo particular de constitucin de sujetos y actores sociopolticos ligados a ese modelo, expresado en una creciente acti-vacin social y poltica que desafiaba el "normal" funcionamiento del capitalismo argentino y que denotaba, entre otras cosas, la ausencia de una clase dirigente "proba", tras el agotamiento del Proyecto Na-cional de la ilustrada Generacin del ochenta. En esto, como vere-mos, coincidan con un ncleo de civiles liberales, quienes supieron advertir con prstina claridad la oportunidad histrica nica que se les presentaba para llevar adelante el proyecto refundacional ms de-vastador de la historia argentina.

    El principio de legitimidad invocado por las Fuerzas Armadas en cada una de las asonadas militares de la historia, que les permiti eri-girse recurrentemente como la nica fuerza arbitral legtima y ltima ratio ante la fragmentacin de la sociedad civil lugar de los enfrenta-mientos, el "egosmo" y los "intereses individualistas", ha sido el de encarnar la unidad nacional. De esta forma, los militares comparten la inspiracin unanimista presente en la mayora de las corrientes polticas argentinas: una marcada tendencia a equiparar la propia doctrina con la identidad nacional y una acentuada intolerancia hacia el conflicto, que lo asocia con la divisin, el faccionalismo y los intereses particula-ristas.1 Sin embargo, en el caso militar, este unanimismo se ve profun-dizado por los rigores de la profesionalizacin de las Fuerzas Armadas, que acenta los sentimientos de superioridad de los oficiales y la pre-tensin de identificacin institucional con la nacin, con la consecuente incapacidad de asumir el carcter conflictivo de una sociedad plural.

    1 Martuccelli y Svampa (1997) sostienen que, si bien la expresin ms acabada de unanimismo dentro de las vertientes polticas argentinas es el peronismo, esta nocin recorre gran parte del espectro poltico, incluyendo, entre otros, los postulados del proyecto liberal-conservador y las doctrinas militares. En este sentido, cabe preguntar-nos si las propiedades del unanimismo que sealan estos autores resultan dimensio-nes intrnsecas de cualquier proyecto poltico, y no una caracterstica exclusiva de lai corrientes polticas argentinas. Para algunos elementos sobre este tema, vanse las po-sicionesdeSigalyVern (1988) y la crtica de Halpern Donghi (1996).

    Sin embargo, y muy lejos de responder a esta pretensin suprapo-ltica, los elencos militares estuvieron atravesados, a lo largo de su his-toria, por numerosos conflictos internos nutridos de las diversas ver-tientes polticas que atravesaron a las instituciones militares desde su origen y que respondan, fundamentalmente, a la intrincada trama de relaciones cvico-militares que haban impulsado los sucesivos gol-pes de Estado (Rouqui, 1981). Pero en el caso particular del Proce-so, la presencia de estas divisiones internas se daba en forma poco usual, de acuerdo con algunos rasgos propios que present la expe-riencia iniciada en 1976: en primer lugar, por su unificacin en torno a la Doctrina de Seguridad Nacional2 que defina una nueva amenaza civilizatoria, la llamada "guerra revolucionaria", llevada adelante por un enemigo total: la "subversin"; en segundo lugar caracterstica tambin derivada de la influencia de esta doctrina, por el involu-cramiento conjunto de las tres Fuerzas en la conduccin del gobier-no militar, que superpondra a los conflictos intrafuerzas los enfrenta-mientos interfuerzas y los potenciara, para devolver un cuadro de elevada fragmentacin interna;3 en tercer lugar, el diseo institucio-

    2 A partir de la modernizacin, profesionalizacin y relativa homogeneizacin ideolgica de la corporacin militar producidas desde mediados de la dcada de 1950, las Fuerzas Armadas latinoamericanas redefinieron su misin estratgica en el marco de la influencia de una nueva doctrina la Doctrina de Seguridad Nacional y del adiestramiento "antisubversivo", ambos bajo la hegemona de los Estados Unidos a ni vel continental. La posibilidad de la guerra atmica, uno de los ejes programticos de la llamada Doctrina de Defensa Nacional que haban caracterizado el perodo de la Guerra Fra, qued desplazada frente al viraje estratgico de los Estados Unidos, que comenz a elaborar una doctrina militar basada en el supuesto desarrollo de una gue- rra mundial de nuevas modalidades, no convencional, que requera de adopcin de nuevos mtodos de instruccin militar. Este criterio llev a disear y exportar polticas de seguridad que incluan la intervencin militar oculta mediante el uso de mercena- rios, la intervencin directa, el apoyo logstico, el fnanciamiento, y la asignacin y for- macin de especialistas militares, adems de la coordinacin a nivel continental (Vz- quez, 1985). De esta forma, de la Doctrina de Defensa Nacional se pas a lo que seran los primeros esbozos de la "guerra contrarrevolucionaria", donde la lucha contra el enemigo interno "subversivo" fundamentalmente ideolgico se transform en la nueva misin militar, inspirada en las experiencias del Ejrcito francs en las guerras de Argelia e Indochina (Lpez, 1986).

    3 En el caso del Proceso de Reorganizacin Nacional es necesario relativizar la im- portancia que revisten los esquemas tradicionales de anlisis de las corrientes idelo-

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    nal y del proceso de toma de decisiones que involucraba en partes iguales a las tres Fuerzas, otorgndole a cada una un poder de veto nada despreciable en virtud de una acentuada compartimentacin del poder; por ltimo, y no menos importante, por la novedad, po-tencialmente explosiva, de la naturaleza de la alianza que llevaron adelante militares y civiles liberales, en la que los segundos se empe-arn en la conquista del Estado para refundarlo, asociados a los pri-meros, parte fundamental del aparato estatal. En este contexto de fragmentacin interna, de nula tolerancia al conflicto y de completo involucramiento institucional, la forma en la cual se expresaron las disputas internas durante el Proceso de Reor-ganizacin Nacional fueron altamente destructivas para el sistema en marcha, y conspiraron, entre otras cosas, contra la estabilidad del r-gimen militar, contra el logro de los objetivos perseguidos y, postrera-mente, contra la integridad institucional misma de las Fuerzas Arma-das. Si bien durante una primera etapa los militares se mantuvieron slidamente encolumnados tras los imperativos de la "lucha antisub-versiva", su principal recurso de legitimidad y cohesin interna4 una vez agotada la tarea, y dada la incapacidad de establecer bases mni-mas de acuerdo alrededor de los objetivos propositivos del rgimen, las disidencias encontraron su canal de salida principal en las crticas a la poltica econmica de Martnez de Hoz. Paradjicamente, lo que sera una de las principales "herencias exitosas" del Proceso fue, a corto plazo, la excusa principal de las fuerzas centrfugas que minaron os-tensiblemente las bases de la ingeniera refundacional del rgimen.

    El presente trabajo apunta a desentraar las resistencias que pre-sentaron las Fuerzas Armadas frente al plan econmico de Martnez

    gicas internas en las Fuerzas Armadas. Los modelos que suponen bandos ideolgicos relativamente estables a partir de los cuales se ordenaran los pronunciamientos pol-tico-institucionales militares tales como liberales versus nacionalistas, colorados versus azules, etctera y sus enfrentamientos internos, se revelan como poco consistentes para dar cuenta de lo acontecido durante el perodo. En este sentido tambin se pro-nuncian, entre otros, los trabajos de Quiroga (1990) y Novaro y Palermo (2003).

    4 Para distintas pticas acerca de la importancia que adquiri la "guerra contra la subversin" como recurso de cohesin interna y de legitimacin externa del golpe en una primera etapa, vanse Canelo (2001), Cheresky (1985), O'Donnell (1997), Qui-roga (1990) y Sigal y Santi (1985).

    de Hoz durante el perodo 1976-1981, en particular aquellas que se gestaron en las ms altas posiciones de las cpulas militares y que, por lo tanto, jugaron un rol central en el complejo juego de alianzas y oposiciones que atraves los altos mandos del Proceso. Como vere-mos en las pginas que siguen, los frentes de oposicin interna a la poltica econmica se cristalizaron, en primer lugar, en las posiciones adoptadas por la Armada y en la figura del almirante Massera, enton-ces comandante en jefe y miembro de la Junta Militar; en segundo lu-gar, en los sectores que llamaremos "estatistas" de las Fuerzas Arma-das, que durante el Proceso se expresaron tanto en la fraccin "dura" del Ejrcito, alineada tras la figura del general de brigada Ramn Ge-naro Daz Bessone, fugaz ministro de Planeamiento del rgimen, co-mo en los burcratas al frente del complejo militar-industrial y de las empresas estatales prestadoras de servicios; por ltimo, en el repre-sentante principal de la fraccin "politicista" del Ejrcito, el general de divisin Roberto Viola, primero comandante del Estado Mayor Ge-neral, luego comandante en jefe del Ejrcito y miembro de la Junta Militar y, finalmente, el segundo de los presidentes del Proceso.

    Una coincidencia imperfecta: civiles y militares en los albores del golpe de 1976

    Todos los golpes militares de la historia argentina han sido gol-pes cvico-militares. La lectura que supone que las Fuerzas Armadas argentinas operan como el "brazo armado" ejecutor de las polticas que dictan los intereses civiles de turno origen de la difundida ima-gen del "perro de la oligarqua", olvida que la intrincada trama de relaciones sociales que involucra a las Fuerzas Armadas con el resto de las lites sociales y polticas se combina en forma ambigua con el aislamiento profesional y la consolidacin de un frreo ncleo de in-tereses y valores institucionales propios.5 As, la gestacin de las inter-

    5 Potash (1994) y Rouqui (1981) coinciden en sealar que en la definicin de las actitudes poltico-ideolgicas militares intervinieron mltiples elementos, entre los que se combinaron variables "exgenas", como la pertenencia y origen sociofamiliar, los lazos contrados por matrimonio y las amistades civiles, y "endgenas", tales como

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    venciones militares sera producto de una reaccin militar conforme a normas e intereses especficos que coinciden, en determinadas co-yunturas, con los de otros grupos institucionales o polticos, posibili-tando la gestacin de alianzas.

    La alianza cvico-militar que promueve el golpe de Estado de 1976 est conformada por los nicos actores que reclamaban para s cierta condicin de "inocencia" en relacin con el caos que venan a conjurar proclamando una radical condena del pasado en trminos de O'Donnell, los nicos actores "incontaminados": una nueva gene-racin en las Fuerzas Armadas, diferente de aquella que haba con-ducido la Revolucin Argentina, y ciertos grupos de la derecha liberal tradicional, cuyos objetivos confluyeron, al menos inicialmente, con los de una nueva corriente del liberalismo econmico: la derecha libe-ral tecnocrtica (O'Donnell, 1997) .6

    Entre estos grupos militares y civiles se consolida una coinciden-cia fundamental de la que surgir, entre otras cosas, la definicin del plan econmico de Martnez de Hoz: un diagnstico comn acerca de la naturaleza de la crisis argentina y de los instrumentos fundamentales que deban ser aplicados para exorcizar el caos y res-tablecer el orden. La condicin de posibilidad de esta coincidencia fue, sin dudas, el visceral antipopulismo que todos ellos compartan, y la percepcin de una amenaza en cuyo alto grado de peligrosidad tam-bin coincidan.7

    la formacin profesional, la pertenencia institucional, y los diferentes lazos de amistad y jerarqua establecidos por la trayectoria personal de cada oficial, de acuerdo con los diversos destinos, ascensos y nombramientos. As, cada oficial sera sujeto de distintos sentimientos de lealtad: familia de origen, parientes polticos, amistades civiles, cama-radas cercanos, jefes directos, leyes y reglamentos militares, etctera.

    6 Representantes de ambos grupos integrarn el equipo econmico de Martnez de Hoz, y a lo largo de la gestin se revelarn algunos elementos de tensin no desde ables entre ambas concepciones, tensin que, finalmente, se resolver a favor de la derecha tecnocrtica. Para un detalle sobre esta fragmentacin en el interior del equi- po, vase el artculo de Mariana Heredia en este volumen.

    7 En este sentido, vale confirmar la siguiente hiptesis de O'Donnell: "[...] el ba- jo nivel de amenaza en el caso argentino de 1966 permiti un alto grado de explicita- cin de las diferencias entre las corrientes paternalistas, nacionalista y liberal. Los ca- sos de mayor amenaza previa tienden a provocar una mayor cohesin en las Fuerzas Armadas, al menos mientras pueda hacerse un argumento verosmil de que aqulla no

    Por un lado, para los militares cohesionados tras los postulados de la Doctrina de Seguridad Nacional que, como ya mencionamos, haba sabido limar las asperezas entre las distintas fracciones mili-tares alineando a las Fuerzas Armadas tras los imperativos de la "guerra contrarrevolucionaria" el peronismo haba dejado de ser, como haban sostenido antao los oligrquicos azules, una barre-ra de contencin contra la "subversin": ahora, eran su propia po-tencialidad movilizadora y sus caractersticas organizativas las que lo convertan en la puerta de entrada de la "infiltracin ideolgica subversiva", tal y como haban sostenido los integrantes de la fraccin colorada.8

    Peronismo y "subversin" eran asociados en una construccin dual del oponente: por un lado, la figura de la "subversin" si bien era comprendida en trminos muy amplios, fundamentalmente de naturaleza moral intentaba dar cuenta de un enemigo ideolgico, "nihilista", "apatrida", contra el cual la corporacin militar libraba una "guerra total" (Canelo, 2002); por otro, y asociado a la "subver-sin", se encontraba un enemigo "corrupto", "demagogo" y "oportu-nista", que haba "cohabitado" con el enemigo "subversivo", funda-mentalmente durante el ltimo gobierno peronista (1973-1976), y era el principal beneficiario del entramado estatal "ineficiente" que de-

    ha sido extirpada. [...] Por aadidura, la mayor gravedad de la crisis econmica tam-bin implicada [...] por un ms alto grado de amenaza, entraa que es ms estrecho el desfiladero de ortodoxia a travs del cual el BA (Estado Burocrtico Autoritario) debe intentar la normalizacin de la economa. Esto a su vez implica que, cualquiera que fuere su peso en el interior de las Fuerzas Armadas, entonces los liberales militares y civiles determinan ms decisivamente que en los casos de menor amenaza el rum-bo de las polticas econmicas y sociales del BA" (O'Donnell, 1982: 94).

    8 El diagnstico militar del momento resulta ms compatible con las tesis de la fraccin militar colorada sucesora de los "gorilas" de la Revolucin Libertadora que conceba al peronismo como una "puerta de entrada" del comunismo, y no ya co-mo un freno al mismo, tal como habra postulado el bando azul. Vale mencionar en este sentido que varios de los militares del Proceso haban militado en el bando colo-rado durante los acontecimientos de septiembre de 1962, y haban sobrevivido a las purgas con que los azules victoriosos intentaron "depurar" a las Fuerzas Armadas. La activa presencia del ex almirante Isaac Rojas y de numerosos protagonistas de la Liber-tadora durante todo el perodo bajo estudio, en carcter de "tutela paternal" del Pro-ceso, seala en la misma direccin.

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  • 226 PAULA CANELO LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA 227 ba ser reestructurado.9 De esta forma, resultaba imperativo desacti-var las estructuras estatales populistas y las prcticas polticas "vena-les" y "corruptas" que las haban caracterizado, al tiempo que se ani-quilaba militarmente a la "subversin".

    Por otro lado, y tras sucesivos y fracasados intentos de gestin eco-nmica populista, desarrollista o keynesiana que haban sumido a la economa argentina en una profunda crisis, el nudo del problema es-taba claro para los civiles liberales: a pesar de sus diferencias, todos esos intentos haban intentado colocar al sector industrial como eje dinmico del proceso de acumulacin, lo que, en el caso del populis-mo, se haba visto agravado por un aumento intolerable de las expec-tativas y demandas de los sectores populares, y por la creciente gravi-tacin de las organizaciones sindicales como actores polticos.10 De esta forma, el principal objetivo de los liberales en versin tradicio-nal o tecnocrtica era el desarme de las bases de sustentacin eco-nmica del populismo, reestructurando economa y sociedad para acercarlas al ideal de la "eficiencia" neoclsica.

    9 En palabras de Videla: "La demagogia, agitada con fines puramente electorales a travs de slogans, rtulos y frases hechas, no hizo ms que enfrentarnos en antino-mias estriles y confundirnos profundamente, a punto tal, que hoy es difcil distinguir dnde est el bien y dnde est el mal. Esa demagogia, adems, por ser complaciente, dio origen a la corrupcin, concebida sta en la ms amplia acepcin de la palabra, que lleg a generalizarse en todos los estamentos del Estado. Esa corrupcin justa mente por ser generalizada motiv el trastocamiento de los valores tradicionales, es decir, subversin. Porque subversin, no es ni ms ni menos que eso: subversin de los valores esenciales del ser nacional" (Clarn, 25/5/1976).

    10 Segn Heredia (2000), ya hacia mediados de 1975, en un contexto de profun- da crisis econmica y de inflacin galopante, las crticas de la prensa liberal tradicio- nal al gobierno de Isabel Pern se habran centrado en la denuncia de los desvos es- tructurales caractersticos del Estado populista inflacin, dficit fiscal, ineficiencia de las burocracias pblicas, etctera "surgidos de treinta aos de polticas colectivis- tas", y en la "exacerbacin de las necesidades" agitada por las organizaciones sindica les, lo cual amenazaba la supervivencia del capitalismo. En este marco, las denuncias sobre el "canibalismo econmico", la "delincuencia econmica", el "nefasto mercado negro y sus malditos especuladores" denotaban que la preocupacin central de los li- berales era la posibilidad de derrumbe del peronismo en el poder, que arrastrara sin dudas a las instituciones polticas y econmicas "forjadas por los padres de la Patria", ms que las actividades de las organizaciones armadas (agregamos, tema dilecto de las advertencias militares).

    Una vez confirmadas estas casi impecables coincidencias de diag-nstico, la titnica tarea que se imponan civiles y militares requera de una frrea unidad de accin en dos frentes: el militarque ani-quilara el vasto campo de conflicto social y poltico que haba carac-terizado a la Argentina durante las dcadas anteriores y el econmi-co que desestructurara las bases socio-econmicas del modelo de industrializacin sustitutiva y recompusiera canales estables de fun-cionamiento capitalista, por lo que resultaban imperativos tanto la unidad en las tareas militares como el alineamiento detrs de las pro-puestas del ministro de Economa, Jos Alfredo Martnez de Hoz.

    En una primera etapa, la "lucha antisubversiva" otorg un recur-so inigualable de cohesin institucional, y tambin de legitimacin ante la sociedad (Canelo, 2001). Exista en el seno de las Fuerzas Ar-madas un consenso unnime alrededor de la definicin del enemigo "subversivo" y de los mtodos a emplear en las tareas militares de "lu-cha contra la subversin", lo que constituy un factor imprescindible de unidad institucional; asimismo, el golpe militar se haba legitima-do ante la sociedad a partir del papel desempeado por las Fuerzas Armadas en la "lucha contra la subversin", haba vuelto "natural" la presencia militar en el poder.11

    11 Sin embargo, este consenso inicial comenz a resquebrajarse cuando empeza-ron a concluir las operaciones y cuando los militares se vieron en la necesidad de pro-clamar la victoria final en la "guerra antisubversiva". Este resquebrajamiento se nutre de dos vertientes: en primer lugar, de la necesidad de recrear los principios de legiti-macin del rgimen, lo que resultaba a todas vistas problemtico para un rgimen frag-mentado (Canelo, 2001); y en segundo lugar, de las discusiones internas acerca de c-mo cerrar el captulo ms cruento del Proceso, que dividan a las Fuerzas Armadas fundamentalmente entre quienes propiciaban la publicacin de las listas de desapare-cidos y quienes sostenan que no deban rendirse cuentas dado que la legitimidad de lo actuado era indiscutible (Acua y Smulovitz, 1995). La sublevacin de Luciano Ben-jamn Menndez en septiembre de 1979 que contina, por cierto, una ya acendra-da costumbre familiar, comandante del III Cuerpo de Ejrcito, a causa de la libera-cin de Jacobo Timerman, lo cual provoc su arresto y su reemplazo por Jos Antonio Vaquero, se inscribe dentro de estos conflictos. Tambin en este deseo de clausurar el tema puede leerse la invitacin oficial a la Comisin Interamericana de Derechos Hu-manos (CIDH) que iniciar sus labores en el pas el 6 de septiembre de 1979 y tendr resultados contrarios a los buscados, abriendo un frente de peligro para el rgimen que no se cerrar nunca.

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    Por el contrario, ya desde temprano, la poltica econmica supo

    despertar las resistencias de los ms diversos sectores,12 y atentar contra los requerimientos de consolidacin del rgimen militar; pero no slo desde el exterior sino tambin desde el interior de los cuadros de gobierno. La coincidencia entre civiles y militares revelara muy pron-to su fragilidad: debido a que, ms all de los puntos de acuerdo an-tes sealados, las contradicciones entre los objetivos perseguidos por el equipo econmico y los de los elencos militares seran varias. Entre ellas, y en primer lugar, la incompatibilidad entre la meta de una eco-noma abierta e integrada al mercado mundial y el crecimiento de una industria que las concepciones estratgicas tradicionales de las Fuer-zas Armadas conceban como fundamental para el desarrollo blico nacional; en segundo lugar, la tensin entre la puesta en escena de medidas de poltica econmica que favoreceran a las capas ms con-centradas y transnacionalizadas de la economa en particular, al ca-pital financiero, cuyo carcter especulativo y extranjerizante irrita los valores productivistas y nacionalistas de las Fuerzas Armadas, en des-medro de los intereses inmediatos de las clases medias urbanas, de donde provena gran parte de los oficiales; en tercer lugar, los males-tares crecientes que provocar la intencin de reducir significativa-

    12 Las quejas provinieron desde empresarios industriales que vean afectada su ac-tividad por el encarecimiento del endeudamiento externo, el achicamiento del mer-cado interno y la competencia de productos importados a partir de la apertura de la economa; pasando por productores rurales que se vean perjudicados por el bajo ti-po de cambio real o por productores de economas regionales afectados por los efec-tos de la reforma financiera y la apertura (Schvarzer, 1984); posteriormente, tambin desde sectores asalariados perjudicados por la drstica reduccin de su salario real y que, en un marco de clausura de los canales de expresin poltica, desarrollaron un vasto repertorio de acciones de protesta laboral (Falcn, 1996; Schneider, 2000). Fi-nalmente, a mediados de 1978, e inaugurando una estrategia de progresiva ocupacin del espacio pblico, distintos dirigentes polticos publicarn dos documentos muy cr-ticos sobre la poltica econmica. Para estos ltimos, al igual que para gran parte de los sindicatos, la poltica econmica constituy el principal "tema de oposicin" al Pro-ceso, dado que sus lazos de colaboracin con la dictadura les bloqueaban la posibili-dad de manifestarse contra la masacre represiva (as como tambin para vastos secto-res sociales que apoyaban, por accin u omisin, la "lucha contra la subversin"). De esta forma, aun antes que las violaciones a los derechos humanos, la poltica econmi-ca fue el tema principal que articul los primeros conflictos y oposiciones externas que debi procesar el rgimen.

    mente el aparato estatal entre quienes no slo forman parte funda-mental de ste sino que adems conciben para el Estado un rol mu-cho ms activo como promotor econmico (O'Donnell, 1997). En re-lacin con este ltimo punto, tambin era fuente de tensiones la incompatibilidad entre la tendencia de las Fuerzas Armadas hacia la planificacin estatal y la propuesta liberal de entregar a la espontanei-dad de las fuerzas del mercado el destino nacional (Schvarzer, 1984). Estos recelos se vern claramente expresados en una serie de reasegu-ros institucionales a los que ser sometido el ministro de Economa, quien deber aceptar desde el inicio de su gestin una evaluacin per-manente de parte de las Fuerzas Armadas, y dar cuenta de sus actos no slo a la Junta Militar sino tambin a las asambleas peridicas que reunan a los cuadros militares superiores. Su autonoma decisiva y normativa estar limitada tanto por la Secretara de la Presidencia en manos de la fraccin "politicista" liderada por el general Viola co-mo por la Comisin de Asesoramiento Legislativo (CAL) en la que estarn representadas tripartitamente las Fuerzas, que ejercern una vigilancia permanente sobre sus actos y los de sus colaboradores, tutela que ser reforzada por el nombramiento de tres "oficiales de enlace"13 ante el Ministerio de Economa, uno por cada Fuerza, que en la prctica tendrn poder de veto sobre las decisiones ministeriales (Cas-tiglione, 1992). As, el mismo diseo institucional que promovi la ra-dicalizacin de los conflictos interfuerzas les permiti a diversas fraccio-nes militares oponer al equipo econmico una serie de obstculos que dificultaron su gestin, y el frente militar se transform en uno de los principales limitantes internos de la poltica econmica.

    El otro limitante fue la composicin del equipo econmico,14 que no sera en absoluto homognea: como mencionamos anteriormen-

    13 Hacia 1978, estos "oficiales de enlace" eran el comodoro Domingo Torea Paz, el capitn de navo Hugo Montagnani y el teniente coronel Mrsico Arana.

    14 El equipo econmico inicial estaba conformado por Jos Alfredo Martnez de Hoz, ministro de Economa; Juan Alemann, secretario de Hacienda de la nacin; Gui- llermo Klein, secretario de Programacin y Coordinacin Econmica; Raymundo Po- dest, secretario de Desarrollo Industrial; Mario Cadenas Madariaga, secretario de Agri- cultura y Ganadera de la nacin; Fernando Puca Prota, secretario de Recursos Naturales y Ambiente Humano; Santiago M. Estrada, secretario de Seguridad Social; Guillermo Zubarn, secretario de Energa; Federico Camba, secretario de Transporte

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    te, entre los reclutados se encontraran desde hombres de la derecha li-beral tradicional hasta miembros de una nueva corriente del liberalis-mo econmico, la derecha liberal tecnocrtica. O'Donnell (1997) conci-be a la primera de estas vertientes como integrada por voceros de las viejas clases dominantes agrarias diversificadas en actividades indus-triales, comerciales y financieras: aunque se encontraba fuertemente debilitada en lo poltico desde los aos treinta, conservaba an un im-portante peso ideolgico y un gran prestigio social, adems de la pro-piedad de importantes medios de comunicacin el diario La Nacin, entre otros desde los cuales defenda el retorno al liberalismo eco-nmico vigente en la dcada del treinta a travs de un discurso oligr-quico tradicional.15 Por el contrario, los integrantes de la derecha li-beral tecnocrtica postulaban la adaptacin local de las propuestas a la Hayek o Erhardt, y, en el marco de las transformaciones internacio-nales de la dcada del setenta, y, sobre todo, del aumento de la liqui-

    y Obras Pblicas; Guillermo Bravo, secretario de Comercio; Alberto Fraguo, secreta-rio de Comercio Exterior, Alejandro Estrada, interventor en la Junta Nacional de Granos; Alberto Grimoldi, subsecretario de Comercio Exterior; y Luis Garca Martnez, jefe de Asesores del Ministerio de Economa; entre otros funcionarios. Al frente del Banco Central se encontraban Adolfo Diz, presidente; Christian Zimerman y Alejandro Rey-nal, vicepresidentes; Francisco Soldati y Enrique Folcini, directores; y Ricardo Arriazu, jefe de Asesores. Varios de ellos haban ocupado altos cargos durante la Revolucin Ar-gentina o el interinato de Guido Martnez de Hoz, Klein, Alemann, Camba, Puca Frota, S. Estrada, A. Estrada, Diz, etctera; al menos tres de ellos Garca Martnez, Cadenas Madariaga y Zubarn provenan del Club Azcunaga, crculo de intelectua-les, polticos y economistas liberales promovido por Jaime Perriaux ex ministro de Justicia de Lanusse, civil de extraordinaria gravitacin en el rgimen, miembro de la Sociedad de Estudios y Accin Ciudadana (SEA), y el general (RE) Hugo Miatello, mientras que otros haban militado en los orgenes de la democracia cristiana o en gru-pos catlicos (Martnez de Hoz, Podest, S. Estrada). Martnez de Hoz y Perriaux se haban conocido casi treinta aos antes del golpe y sus inquietudes polticas se haban iniciado tempranamente, ya durante la dcada de 1940, en torno a un ateneo de estu-dios "Ateneo de la Juventud Democrtica Argentina" y una revista Demos, en los cuales colaboraron numerosos miembros de la lite civil liberal conservadora que integr los gabinetes de sucesivos regmenes autoritarios (Turlo, 1996).

    15 Para Rouqui (1981), sta sera la derecha ilustrada de los "patricios progresis-tas" poseedores de la "gallina de los huevos de oro", cuya incuestionada legitimidad so-cial, en un marco de agotamiento de su proyecto nacional, estara en la base misma de la prolongada crisis hegemnica argentina. El principal exponente de esta corriente dentro del equipo econmico sera Juan Alemann.

    dez en los mercados financieros, abrazaban las propuestas tericas de Milton Friedman, volcando el acento hacia la adopcin del "enfoque monetario de la balanza de pagos"16 (O' Donnell, 1997).

    En medio de esta tensin entre ambos grupos, Martnez de Hoz sa-br recrear varias de las contradictorias propiedades del liberalismo ver-nculo para combinar por un lado, heterodoxia en la gestin y ortodo-xia en la retrica; y por otro, para matizar postulados del liberalismo ms tradicional con otros de moda en los crculos acadmicos de los Estados Unidos; o bien emplear al sector pblico como base de la acu-mulacin financiera, mezclar estrategias ortodoxas de shock con pol-ticas extremadamente gradualistas, etctera (Novaro y Palermo, 2003).

    Los rasgos iniciales del plan econmico17 demostraron cabalmente que el ministro fundara su estrategia en un alto grado de pragma-tismo: luego de una primera etapa cortoplacista de disminucin del dficit del sector pblico, de drstica reduccin de los salarios reales y modificacin de los precios relativos, se aplic un ajuste heterodo-xo que combinaba pleno empleo y una paulatina recuperacin de los salarios con aumento del gasto pblico. Esta profesin de heterodo-xia provocar una inmediata reaccin de los seguidores del liberalis-mo tradicional que, tanto desde dentro como desde fuera del equi-po econmico,18 comenzaron a sealar la imposibilidad de frenar la

    16 La influencia de los tecncratas se expandi en crculos privados, tales como institutos de investigacin, lobbies y empresas, y fue la puerta de entrada en la Argen- tina de los postulados de la Escuela de Chicago que ya haban hecho sus primeras ex periencias con la dictadura chilena. Sus representantes en el equipo econmico son Guillermo Klein, Alejandro Estrada, Alberto Grimoldi y Ricardo Arriazu, entre otros.

    17 Para un detalle de los lincamientos principales del plan econmico de Mart nez de Hoz, vanse los ya clsicos trabajos de Azpiazu, Basualdo y Khavisse (1986), Ca- nitrot (1980 y 1981) y Schvarzer (1981 y 1984).

    18 Los liberales tradicionales "externos" al equipo econmico presionaban por la adopcin de una poltica econmica "verdaderamente liberal". En este sentido, la fi gura pblica ms importante fue la de Alvaro Alsogaray, quien acusaba a Martnez de Hoz de excesivamente "gradualista" o "largoplacista", cuando no de "hbrido" o "de- sarrollista". A este tono de crticas se sumaron, entre otros, Alberto Servente, presiden te de la Bolsa de Comercio, y los miembros del Consejo Empresario Argentino pa- radjicamente, otrora presidido por el mismo Martnez de Hoz, cuyo presidente era Ricardo Garca, y entre cuyos integrantes podemos encontrar a Jos Estensoro, Ricar- do Grneisen, Armando Braun, Celedonio Pereda, Francisco Soldati, Rafael Ferrer, Agustn Roca y Federico Zorraqun.

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    inflacin sin un ajuste ortodoxo que combinara recesin con recorte del gasto pblico. Pero fue recin a mediados del ao 1978, luego de la implementacin de la Reforma Financiera en 1977, que las ten-siones ahora entabladas alrededor del manejo del tipo de cambio, entre quienes intentaban mantenerlo fijo para alentar las exportacio-nes agropecuarias y aquellos que buscaban seguir utilizndolo para regular los flujos financieros estallaron para resolverse, de acuerdo con los requerimientos polticos coyunturales del ministro, en favor de los jvenes tecncratas.19 A mediados de 1978, el plan de Martnez de Hoz har un giro audaz hacia la profundizacin de la apertura co-mercial y el instrumental correspondiente al "enfoque monetario de la balanza de pagos",20 para dar origen, en diciembre, a una nueva etapa de "profundizacin y ajuste" a partir de la apertura irrestricta del mercado de capitales y la puesta en marcha de la "tabula" cam-

    19 En agosto de 1978, este giro ser evidente por el ascenso de Alejandro Estrada quien, promovido por Guillermo Klein, mano derecha de Martnez de Hoz, haba to- mado pleno control de la Secretara de Comercio y Negociaciones Econmicas Inter nacionales en diciembre de 1977, luego de la fusin de la Secretara de Comercio con la de Comercio Exterior, a partir de las renuncias de Bravo y Fraguo; al mismo tiempo, crecer la influencia de Ricardo Arriazu, jefe de asesores del Banco Central, quien in- troducir los postulados centrales de la Escuela de Chicago (Novaro y Palermo, 2003). La figura de Alejandro Estrada es descripta as por Turlo: "Partidario, inicialmente, del desarrollismo, Estrada se haba orientado hacia la concepcin liberal pocos aos an tes de incorporarse en el equipo econmico en 1976 [...] el suyo no fue un liberalismo meramente terico [... ] estaba convencido de que la nica solucin para los problemas del pas era la liberalizacin de la economa [...] la conviccin intelectual de Estrada y del equipo que ste form dentro del propio equipo econmico (un grupo pequeo, pero homogneo y extraordinariamente convencido de sus ideas) no participaba del gradualismo, al que s adhiri Martnez de Hoz" (Turlo, 1996:225). Este "equipo den tro del equipo" estuvo integrado por Juan Dumas, secretario de Negociaciones Interna cionales; Hctor Legarre, subsecretario general; Martn Braun Lasala, subsecretario de Precios y Abastecimientos; Hugo Miguens, titular de Lealtad Comercial; y Alberto Gri- moldi, subsecretario de Comercio Exterior y luego secretario de Industria.

    20 Segn Canitrot (1981), esta opcin por el enfoque monetario de la balanza de pagos puede haberse fundado en imperativos polticos, fundamentalmente en la nega- tiva de los elencos militares a controlar la inflacin por va recesiva, dado el alto costo social que hubiera implicado un elevado desempleo, tal como haba ocurrido en el ca- so chileno. Al respecto, vase el discurso de Alejandro Estrada del da 14/2/1979 en La Nacin, en el que el funcionario ejerce una fuerte defensa de la nueva etapa del plan econmico por haber logrado evitar los "costos polticos" de la recesin y el desempleo.

    biaria. De esta forma, varios de los integrantes del elenco econmi-co, pertenecientes al ala liberal tradicional, comenzarn a retroceder y a alejarse progresivamente de sus cargos: luego de los primeros des-granamientos en 1977 con las renuncias del secretario de Comer-cio, Bravo; el de Comercio Exterior, Fraguo (sucedido por Estrada); y el de Energa, Zubarn, en agosto de 1978 sern los funcionarios agraristas quienes comenzarn a abandonar el barco: el primero fue Carlos Lanusse, subsecretario de Economa Agraria, a quien sigui en diciembre el subsecretario de Ganadera, Alberto Mihura. El 21 de marzo de 1979 renunciar el secretario de Agricultura, Cadenas Madariaga, y hacia julio de 1979 Juan Alemann comenzar a denotar su distanciamiento del "enfoque monetario". Todos estos reacomo-damientos implicaron avances de las posiciones tecnocrticas por so-bre las tradicionales (Novaro y Palermo, 2003; Schvarzer, 1984).

    Martnez de Hoz, entonces, emprendi su tortuosa gestin por un angosto sendero, flanqueado por un lado por los obstculos que surgieron de los elencos militares y por otro, por la fragmentacin in-terna en el mismo equipo econmico. Su rol ser el de un verdadero enlace y articulador entre estos grupos, y en ese sentido sus recursos ms preciados sern su propia capacidad para manejar la hibridez de los instrumentos de su gestin, los vaivenes y ambigedades de su dis-curso pblico y, sobre todo, el hallazgo de sus ms acrrimos defen-sores en un grupo sumamente encumbrado de funcionarios milita-res, quienes se desenvolvieron, durante todo el perodo, como sus principales soportes pblicos: fundamentalmente, el teniente gene-ral Jorge Rafael Videla, presidente de la nacin, comandante en jefe del Ejrcito e integrante de la Junta Militar, y el general Albano Har-guindeguy, perdurable ministro del Interior del rgimen.21

    21 Videla y Harguindeguy fueron los principales soportes pblicos del ministro luego se les sumara Galtieri, pero no eran los nicos. Junto a ellos podemos en-contrar a importantes funcionarios tales como el gobernador de la provincia de Bue-nos Aires, general de brigada (RE) Ibrico Saint Jean, vastos sectores del Ejrcito, la casi totalidad de la Fuerza Area y numerosos civiles y militares retirados, sin olvidar los amplios y valiosos contactos internacionales con los que contaba. El caso de la Fuer-za Area resulta particularmente ilustrativo de la advertencia que realizamos al inicio del trabajo, en cuanto a las limitaciones que ofrecen los esquemas tradicionales de an-lisis de las corrientes ideolgicas internas para dar cuenta de los alineamientos polti-

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    LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA 235

    Esta suerte de "ncleo estable" del Proceso posicionado, por otra parte, como una suerte de "tringulo estratgico" conformado por la Presidencia, el Ministerio de Economa y el Ministerio del In-terior estuvo dotado de una extraordinaria capacidad, no slo de resistencia a las crticas de los ms diversos actores sino tambin de permanencia y estabilidad en el tiempo;22 frente a l, y desde los des-pachos contiguos del poder, varios fueron los frentes de oposicin mi-litar que se atrincheraron. Las siguientes pginas intentan dar cuenta de los motivos que inspiraron la conformacin de estos frentes, de su gravitacin dentro del esquema de poder y de la forma en la cual conspiraron contra el xito de los objetivos del Proceso.

    eos durante el Proceso. Tradicionalmente ultracatlica y ultranacionalista, cuyo princi-pal exponente intelectual durante la dcada del sesenta haba sido el posteriormente asesinado Jordn Bruno Genta, durante el rgimen la Fuerza Area har reserva de su nacionalismo para apoyar a los defensores del plan econmico, y jugar un rol pblico menor que el de las otras fuerzas a pesar de estar igualmente involucrada insttucio-nalmente en el esquema de poder y en la lucha antisubversiva para construir una ima-gen ms orientada a los avances tcnicos y profesionales. Dentro del esquema de poder tripartito, y continuando con una tradicin histrica, la Fuerza Area jugar como mo-deradora entre el Ejrcito y la Armada, y su rol principal ser el de desempataren general, a favor del Ejrcito cuando las fricciones entre las otras dos fuerzas se exacerben. 22 Si bien son numerosos los trabajos que se interrogan acerca de los motivos que inspiran la perdurabilidad del ministro de Economa en su cargo, para lo que desplie-gan numerosas hiptesis explicativas vanse, entre otros, Schvarzer (1984) y Canitrot (1980), no existe un nivel de reflexin similar en lo que respecta a la igualmente sor-prendente permanencia de la dupla Videla-Harguindeguy al frente del rgimen mili-tar, en el ya descripto contexto de fragmentacin y conflicto internos. Entendemos que la elaboracin de una posible hiptesis al respecto debera tener en cuenta al menos tres aspectos: en primer lugar, la importancia que reviste en la lgica militar el respeto a la autoridad dada por la cadena de mandos; en segundo lugar, que los principios de estabilidad e inmutabilidad fueron centrales en la legitimacin del rgimen desde el inicio, cuestin que apuntaba a diferenciarlo de todos los anteriores, adems de ser in-trnsecos al "ser militar", por lo que cualquier posible cambio en las esferas ms altas del poder era percibido por los militares como extremadamente contraproducente y como un costo demasiado elevado; por ltimo, y lo ms importante, que tanto Videla como Harguindeguy jugaron como verdaderos mediadores en los conflictos dentro del Ejr-cito, sobre todo en las tensiones intrafuerzas que enfrentaron a los seores de la guerra con los "violistas". En este ltimo sentido, y al igual que Martnez de Hoz, ser su propia am-bigedad la que les permitir conciliar las fuertes presiones que reciban de los ms va-riados frentes y conservar sus cargos durante el tiempo inicialmente estipulado.

    Massera y las expectativas institucionales de la Armada argentina

    Luego de dcadas de adoctrinamiento de las Fuerzas Armadas ar-gentinas dentro de los postulados de la Doctrina de la Seguridad Na-cional, el Proceso de Reorganizacin Nacional marca, sin dudas, su desenvolvimiento pleno en sus tres principios bsicos: en una concep-cin especfica de la guerra y del enemigo militar, en una determina-da concepcin de la nacin y en una particular relacin entre las Fuerzas Armadas y el sistema poltico, denominada "pauta interven-cionista" (Lpez, 1986). Esta ltima pauta, segn la Doctrina, supo-ne el involucramiento total de las Fuerzas Armadas en la gestin de gobierno, para desplazar a los poderes republicanos, bloquear los ca-nales de representacin de intereses y proceder al reordenamiento "desde arriba" de una sociedad que se percibe como desquiciada.

    Ya durante la Revolucin Argentina (1966-1973) la influencia de la Doctrina fue percibindose en la forma progresiva y creciente en la cual se fueron involucrando las Fuerzas Armadas en la estructura y las responsabilidades del poder,23 en el consiguiente mayor compro-miso de la institucin militar en la toma de decisiones, y en el prop-sito de permanecer de manera prolongada en el poder, desplazando los imperativos meramente "correctivos" de experiencias autoritarias anteriores para internarse en objetivos de naturaleza refundacional. Pero es recin con el Proceso que se establece la pauta intervencio-nista tpica de la Doctrina que compromete a las Fuerzas Armadas qua instituciones en la gestin de gobierno, procediendo a una verdadera ocupacin y una extensa militarizacin del aparato estatal, a partir de un novedoso y complejo modelo institucional.

    El primer rasgo de este modelo fue el reparto tripartito del poder, a excepcin de los cargos municipales que quedaron, en su mayora, en manos de civiles afines las intervenciones a los medios de comu-

    23 As, el involucramiento aumenta a lo largo de las tres etapas de dicho rgimen: mientras que Ongana intent gobernar con la Junta y las Fuerzas Armadas al margen, centralizando fuertemente las decisiones en el Poder Ejecutivo, Levingston debi acep-tar una estrecha tutela de la Junta Militar y la seudoparlamentarizacin de su gobier-no con una creciente participacin de las Fuerzas Armadas, mientras que finalmente, Lanusse, como presidente, ofici en rigor como presidente de la Junta (Lpez, 1986).

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    nicacin, los sindicatos, las obras sociales, las organizaciones empre-sarias y los directorios de empresas pblicas, fueron repartidas "equi-tativamente" entre miembros de las tres Fuerzas; la mitad de las go-bernaciones qued en manos del Ejrcito y la otra mitad se reparti en partes iguales entre la Armada y la Fuerza Area; mientras que la organizacin y el ejercicio del poder represivo fueron compartimen-tados tambin segn este criterio tripartito, de acuerdo con una cua-driculacin y zonificacin exhaustiva del territorio nacional. En cuanto al Poder Ejecutivo, si bien las carteras del gabinete a excepcin de Educacin y Economa, que se asignaron a civiles fueron repartidas segn un criterio de dos para cada Fuerza, la presidencia qued, de acuerdo con las necesidades de la "situacin de excepcin", reservada inicialmente para el Ejrcito.

    El segundo rasgo del modelo fue "la preponderancia de la Junta Militar por sobre el presidente", segn los Documentos Bsicos del Proceso, la Junta Militar, "rgano supremo de la nacin", defina las funciones y funcionamiento de los tres niveles superiores de gobierno, designaba a un oficial superior retirado cuya eleccin contara con la unanimidad de los tres integrantes de la Junta, y a los miembros de la CAL; controlaba estrechamente su actuacin, se reservaba el derecho de destituirlos, y absorba varias funciones que segn la Constitucin Nacional les correspondan al Ejecutivo y al Legislativo (el Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas, las funciones militares y de guerra y la declaracin del estado de sitio, ms la designacin de los miembros de la Corte Su-prema y de otros altos funcionarios). Si bien el presidente poda nom-brar a los ministros, gobernadores y jueces ordinarios, en este mbito deba aceptar la tutela de la Junta (Castiglione, 1992). Un rasgo ver-daderamente novedoso en relacin con otros regmenes autoritarios lo constituy el hecho de que los comandantes no slo seran los en-cargados de determinar los ascensos y nombramientos en las Fuerzas Armadas sino que, adems, el presidente de la nacin no poda ser, al mismo tiempo, miembro de la Junta (Novaro y Palermo, 2003).

    Los propsitos de este diseo institucional particular eran varios y en gran parte se nutran de las experiencias de gobiernos militares an-teriores, cuyos errores intentaban evitar los militares procesistas: se bus-caba as obtener un masivo respaldo de las instituciones militares al r-gimen a partir de su comn involucramiento y responsabilidad en el

    destino de la experiencia, y un virtual autoaamiento de las Fuerzas Ar-madas al mismo; posibilitar un control mutuo del poder entre las dife-rentes fuerzas a partir de un cierto principio de equilibrio institucional, en un intento de neutralizar los conflictos internos y las luchas intesti-nas; y por ltimo, y sobre todo a partir de la experiencia de "excesiva" autonoma del general Ongana, se pretenda evitar a toda costa la "per-sonalizacin" del poder, a partir no slo del acotamiento del poder del presidente que ejerca la Junta Militar, sino tambin de un procedi-miento rotativo de desempeo de los cargos de presidente, integrante de la Junta Militar y comandante en jefe (Acua y Smulovitz, 1995).

    Sin embargo, como veremos, las consecuencias de este diseo fue-ron notablemente diferentes de los propsitos iniciales: el copamien-to compartimentado del aparato estatal gener, en primer lugar, la conformacin de verdaderos "cotos de caza" privados, punta de lan-za del poder de los distintos grupos que, disputando el poder a otros, operaban segn un criterio cuasi predatorio del sistema en su con-junto; en segundo lugar, cre una profunda fragmentacin de los ca-nales institucionales y de los procesos de toma de decisiones, les otor-g un carcter tortuoso, lento e ineficiente, y devolvi un cuadro de "paralelismo de poderes"; en tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, se cristaliz una estructura institucional en la cual los distin-tos grupos operaban segn una lgica de veto y empate permanente.

    En trminos ms amplios, esta lgica institucional novedosa po-see un rasgo central: la capacidad de potenciar y fortalecer el surgi-miento y desarrollo de los conflictos internos de las Fuerzas Armadas y trasladarlos a todo el aparato estatal. As, los clsicos enfrentamien-tos interfuerzas24 entre la Armada y el Ejrcito principalmente que

    24 Los enfrentamientos interfuerzas pueden ser analizados en base a dos dimensio-nes. La primera remite a cuestiones fundamentalmente institucionales, relacionadas con el celo con que cada una preservara su dominio profesional: de all, por ejemplo, el resentimiento del Ejrcito hacia el cuerpo de Infantera de Marina, y la inquietud de la Fuerza Area hacia el brazo areo de la Marina, etctera (Potash, 1994). La se-gunda est relacionada con los posicionamientos polticos relativamente estables que habran caracterizado a las distintas fuerzas a lo largo de la historia: mientras que el Ejrcito pareci estar atravesado por tensiones sucesivas entre distintos grupos radi-cales/antirradicales desde 1916, conservadores o liberales (seguidores de Justo), nacionalis-tas o corporativistas (leales a Uriburu) desde 1930, etctera y haber observado una fuerte influencia profesional del Ejrcito prusiano, la Marina demostr una fuerte fi-

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    haban atravesado a las instituciones militares durante dcadas, en-contraron en esta estructura la posibilidad de expresarse en la cpu-la misma del poder militar: ms concretamente, entre dos de los tres miembros de la Junta Militar, al mismo tiempo comandantes en jefe de sus respectivas fuerzas, Videla y Massera.

    A diferencia del Ejrcito, la Marina no haba desempeado un pa-pel muy relevante desde el punto de vista poltico durante varias d-cadas, se haba mantenido aislada de la sociedad militar hasta 1955, cuando su papel en el derrocamiento del rgimen peronista la remon-t a un primer plano. En aquella oportunidad, la confluencia del vi-rulento antiperonismo liberal de los marinos, expresado en la figura del almirante Isaac Rojas, con el ms rancio liberalismo del Ejrcito, representado por la ilustrada personalidad de Aramburu, haban lo-grado el derrocamiento del "tirano", y emprendieron as un proyecto autoritario de retorno a las condiciones del preperonismo, que, sin embargo, fracasara ante la obstinacin de la resistencia popular y el descomunal despliegue poltico del lder en el exilio. Ser as que, pos-teriormente, y en ocasin de su triunfal retorno a la escena poltica ar-gentina en 1973, Pern se cuidar de neutralizar el tradicional antipe-ronismo de la Armada argentina, y para ello, en tanto presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, seleccionar a un oficial en ascenso, llamado Emilio Massera, cuyas ambiciones polticas y err-ticas orientaciones ideolgicas lo volvan un interlocutor muy conve-niente para los requerimientos del naciente gobierno constitucional, lo cual lo proyect velozmente hacia la comandancia de la fuerza.25

    liacin britnica dada su imitacin del modelo profesional de la RoyalNavy, lo que la acercara a la lite local liberal agropecuaria, mientras que la Fuerza Area creada tardamente, en octubre de 1944 fue, en trminos generales, de tendencia catlica y nacionalista (Potash, 1994; Rouqui, 1981). Los enfrentamientos intrafuerzas, por otro lado, estn relacionados con la distinta coloracin ideolgica que separa a las distintas armas dentro de la misma fuerza: sin dudas, el caso que mejor ilustra esta cuestin es la rivalidad entre la caballera y la infantera dentro del Ejrcito, que haba estallado en 1962 con los cruentos enfrentamientos entre azules y colorados.

    25 Ya en etapas muy tempranas de su carrera militar, Massera haba cultivado una estrecha relacin con polticos y sindicalistas, lo que fue facilitado por sus destinos pro-fesionales: en 1955, como teniente de navio, haba sido ayudante secretario del almi-rante Olivieri, ministro de Marina de Pern; en 1958, fue jefe del Departamento "B" del Servicio de Informaciones Naval, que tena a su cargo los temas polticos y de inte-

    As es que, a partir de 1976, la Armada intentar recuperar el rol protagonice perdido luego del fracaso de la Revolucin Libertadora, bajo la conduccin de un almirante muy particular, portador asimis-mo de un ambicioso proyecto poltico, de carcter estrictamente per-sonal.26 Las ambiciones y expectativas institucionales de la Marina coin-cidiran providencialmente con las del propio Massera,27 identificando un adversario comn a quien disputarle la gloria perdida: el Ejrcito. En este contexto, la poltica econmica de Martnez de Hoz jug co-mo el principal eje articulador del proyecto de poder de Massera y la Armada y, por los mismos motivos, se volvi uno de los principales frentes de inestabilidad del rgimen, ya que el conflicto involucraba nada menos que a dos de los tres miembros de la Junta Militar.

    En este contexto, la estrategia pblica28 de oposicin de Massera estar estructurada en tres etapas fundamentales: la primera, de cr-

    ligencia interior; durante el gobierno de Lanusse fue destinado por el almirante Gna-vi de vocacin desarrollista, a la sazn comandante en jefe de la Armada, al Minis-terio del Interior, desde donde colabor con el entonces ministro y dirigente radical, Arturo Mor Roig, en la salida poltica. Posteriormente, estos antecedentes seran apre-ciados por Pern, y una vez arribado Campera al poder en 1973, Lastiri le ofrecera a Massera la comandancia de la Armada, quien asumira el cargo el 7 de diciembre de 1973, para reemplazar al almirante lvarez, menos til para los proyectos del gobierno peronista (Turlo, 1996).

    26 Ha sido ya extensamente sealado que Massera tena aspiraciones presidencia-les, y que esto lo llev a entablar acercamientos con polticos peronistas y sindicalistas afines y con lderes polticos internacionales; en esta lnea tambin se interpreta el si-niestro armado de un equipo de montoneros secuestrados en el campo clandestino de detencin organizado en la Escuela de Mecnica de la Armada. La demostracin ms cabal de estas ambiciones fue que, una vez retirado de su cargo de comandante en jefe y miembro de la Junta Militar, Massera fund una agrupacin poltica adems de una revista poltica propia, tribunas desde las cuales intentara hacerse un lugar central en la escena poltica argentina postransicin (Turlo, 1996; Uriarte, 1992; Vzquez, 1985).

    27 Los principales apoyos de Massera dentro de los altos mandos de la Armada eran el vicealmirante Eduardo Fracassi, secretario del Estado Mayor General Naval, y el almirante Armando Lambruschini, jefe del Estado Mayor General Naval y luego sucesor deMassera en la Junta, y al frente de la fuerza; al mismo tiempo, su liderazgo sobre los cuadros intermedios de la fuerza era notablemente slido (Somos, n 352, 17/6/1983).

    28 Las modalidades de presin de la Armada sobre el Ejrcito combinarn dos es-trategias: una pblica, estructurada sobre las contradicciones del diseo institucional y sus principios, y una clandestina, sustentada en violentos arreglos de cuentas mediante el asesinato o la desaparicin de personalidades clave en cada caso (el embajador

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    tica velada a la conduccin econmica bajo figuras metafricas y am-biguas; la segunda, de mayor identificacin de su objeto de confron-tacin, acicateada por los imperativos polticos gestados alrededor de la figura del "cuarto hombre"; y la tercera, ya en situacin de retiro,

    por su posicionamiento como un verdadero outsider desestabilizador del rgimen, de estilo virulento y radical. Este ltimo momento

    coincidir con el inicio de su divorcio de la Armada que, bajo la flamante conduccin de Armando Lambruschini, deber comenzar a tomar posicin ante los embates que su antao conductor le propinaba al rgimen, pasando de una ambigua postura inicial a una clara opcin por la continuidad del Proceso y el autoatamiento institucional.

    Las veleidades de liderazgo de Massera lo haban llevado, ya des-de los inicios de su aparicin en pblico, a conformar un estilo dis-cursivo altamente complejo y plagado de recursos metafricos. Mas-sera se propona ejercer un verdadero efecto de seduccin sobre la opinin pblica, y para ello intent distinguirse de otros funciona-rios, de prdica habitualmente opaca, a travs de un esfuerzo retri-co descomunal dirigido a reservarse el rol de "gua espiritual" de los argentinos. Y ser precisamente esta complejidad discursiva la que le permitir filtrar en sus alocuciones pblicas, ya desde 1977, veladas crticas a la conduccin econmica, que comenzaron bajo una forma semioculta: la del "dios-dinero".

    "Durante los ltimos treinta aos se ha venido desarrollando una verdadera guerra mundial, una guerra que tiene, como campo de batalla predilecto, el espritu del hombre. [...] Y Occidente, in-toxicado de indiferencia, se fue replegando sobre s mientras que del antiguo esplendor de su espritu slo un sistema econmico pa-reca sobrevivir, como pobre testimonio ltimo, de una civilizacin que se refugiaba en sus cavernas de cristal y acero, al amparo de las

    en Venezuela Hctor Hidalgo Sola, la diplomtica Helena Holmberg, el sindicalista Osear Smith, los curas palotinos de la parroquia de San Patricio, por citar slo algu-nos). El uso de los procedimientos utilizados en las tareas "antisubversivas" para zanjar conflictos internos fue ejercido por los ms variados sectores de poder, pero la parti-cular aficin personal de Massera por el asesinato y la tortura siempre ha sido destaca-da (Uarte, 1992), y lo vuelve uno de los personajes ms siniestros del rgimen.

    LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA 241

    computadoras, como si realmente no tuviera otra cosa que ofrecer. [...] Y como Occidente est yaciendo dentro de nosotros, levamos a sacar a la luz del da, porque queremos un pas de personas, no de masas. Queremos un pas de imaginativos, no de autmatas. [...] Queremos un pas en donde la economa no sea un fin, ni el dine-ro un dolo, porque queremos un pas en el que slo Dios sea ms importante que el hombre" (Clarn, 15/5/1977).

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    El estilo tender a perfeccionarse hacia una mayor identificacin de su objeto de crtica. En ocasin de la cena de camaradera de las Fuerzas Armadas, Massera afirmar:

    "Hemos de tener en cuenta que si todo el mundo se debate en la violencia, es porque el materialismo dialctico o no est co-pando la libertad, y nos est sumergiendo en un universo de cosas sensoriales, en donde el espritu tiene, cada da, un lugar ms pre-cario y lamentable. [...] Los ideales dominantes de nuestro tiempo se limitan a exigir el cumplimiento de planes destinados a enrique-cer al Estado, a costa de la esclavitud miserable de sus habitantes o a convertir a las personas en masas amorfas de consumidores com-pulsivos. [...] Desgraciadamente en los ideales dominantes de nues-tro tiempo, suele haber un tremendo desprecio por la vida huma-na, y los msticos de la redencin por las balas, o los fros apstoles de la penetracin tecnocrtica, conducen, por igual, a la masifica-cin del individuo, entronizando un dios-destruccin o un dios-di-nero, que no podrn nunca satisfacer la necesidad de trascendencia [...] de la persona humana. Es as que unos y otros estn trabajan-do, ineludiblemente, a favor de la muerte [...]" (Clarn, 7/7/1977).

    La crtica al materialismo, que atenta contra la "libertad" de los hombres permite su desdoblamiento, en su versin "dialctica o no". Aqu surge una sorprendente identidad entre los "msticos de la reden-cin por las balas" que adoran a un "dios-destruccin" y los "fros aps-toles de la penetracin tecnocrtica" que entronizan al "dios-dinero". Este enemigo "fro" y "tecnocrtico", "mercantilista", que convierte a las personas en "consumidores compulsivos" penetra desde el exterior y trabaja, al igual que "los msticos de la redencin por las balas", por

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    la "muerte". El adversario de Massera se nos presenta as con relativa claridad: una tecnocracia extranjera que le entrega al mercado la vida humana y la convierte en una "mquina de consumo compulsivo". Tan-to el enemigo "subversivo" como el "tecncrata", en su comn despre-

    cio por la individualidad humana, masifican a los argentinos y atenan en igual medida contra los objetivos "liberadores" del

    Proceso. Durante esta etapa inicial, los embates de Massera se articularon

    en torno a un juego doble: un casi inexistente cuestionamiento directo a los "costos" y "sacrificios" que acarreaba el plan econmico para la sociedad argentina, y un complicado andamiaje retrico que for-taleca su pretendido rol de liderazgo frente a los avances del "dios-dinero" dentro del alma de los hombres y los de la tecnocracia dentro del esquema de poder.

    Sin embargo, imperativos polticos ms concretos acelerarn la identificacin del adversario, y se abrir as una segunda etapa hacia octubre de 1977, en ocasin de la necesidad de resolver la mentada cuestin del "cuarto hombre".29 Es en este punto donde descansaba la preeminencia del Ejrcito dentro de la estructura de gobierno, por lo que la Armada comenzara a presionar pblicamente30 con miras a acelerar el reemplazo de Videla. El pionero fue, una vez ms, el al-mirante Massera, quien al tiempo que sentaba la posicin de su fuer-

    29 Como vimos, la estructura del poder militar establecida en los Documentos Bsi-cos del Proceso supona que el presidente de la nacin no deba ser integrante de la Junta Militar ni estar prestando servicio activo, y que su eleccin deba provenir de una decisin unnime de la Junta. La figura del general Videla, que reservaba para s no slo la titularidad del Ejecutivo en situacin de actividad sino que sumaba a ese cargo la comandancia del Ejrcito e integraba la Junta Militar, vulneraba todos esos princi-pios. Si bien inicialmente esta particularidad fue atribuida a la "situacin de excep-cin" vivida en el momento del golpe, muy pronto la "normalizacin" de la crisis abri para los grupos contrarios a Videla, en especial para la Armada, la posibilidad de avan-zar en la obtencin de espacios de poder.

    80 El tema del "cuarto hombre" atraviesa la mayor parte de las declaraciones p-blicas entre octubre de 1977 y los primeros meses de 1978. La Armada radicaliza su po-sicin en el mes de diciembre, cuando sostiene: "Slo resta entonces adoptar una de-cisin sobre la oportunidad en que se dar por terminada la duplicidad de funciones que debi asumir el seor Comandante en Jefe del Ejrcito. La Armada cree como lo ha manifestado el seor brigadier Agosti que para ello no es necesario esperar a 1979. Ms an, considera que estn dadas las condiciones para resolver el tema a muy corto plazo" (La Nacin, 21/12/1977).

    LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA 243

    za en la cuestin, modificaba su estilo metafrico sumndole el cues-tionamiento directo, aunque an moderado, de la poltica econmi-ca. En octubre de 1977 sostuvo:

    "Ciertos aspectos de la conduccin econmica deben ser rectifi-cados y/o dinamizados, para alcanzar el pleno logro econmico-so-cial del Proceso de Reorganizacin Nacional [...] Los Documentos para el Proceso de Reorganizacin Nacional, firmados el 24 de mar-zo de 1976 y complementados por posteriores resoluciones de la Junta Militar [...] avenan cualquier posibilidad de confusin. La estructura de poder en este Proceso se vertebra en la Junta Militar [... ] y en el Poder Ejecutivo Nacional desempeado por un oficial superior de las Fuerzas Armadas en situacin de retiro, responsable del gobierno y dependiente de aqulla. La situacin que hoy se vive tiene carcter transitorio y antes de fin del ao en curso, la Junta Militar resolver cunto durar esta situacin excepcional" (La Nacin, 12/10/1977).

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    Este cambio de estrategia inaugura otro: el del ncleo Videla-Har-guindeguy, principales soportes de la poltica econmica, que se ve-rn obligados a ratificar inmediatamente el apoyo incondicional de la Junta al ministro y sus medidas; esas respuestas fueron dadas en la mayora de los casos por el ministro del Interior, quien se erigira co-mo una verdadera contrafigura pblica a las declamaciones de Mas-sera. As responda Harguindeguy:

    "[...] el Proceso de Reorganizacin Nacional rechaz prejuicios doctrinarios, influencias ideolgicas y la falsedad de la demagogia para aplicar una poltica econmica realista, seria, eficiente, asentada sobre bases ticas y puesta al servicio de los intereses nacionales, una poltica econmica que conduce un equipo de hombres que merecen el respeto y la consideracin de todos, pero una poltica econmica que, repito, y no me he de cansar de repetirlo, no es de un equipo sino que es la poltica econmica del Proceso de Reorga-nizacin Nacional, y por ende la poltica econmica que para esta circunstancia histrica han adoptado y es la poltica de las Fuerzas Armadas y tiene, en consecuencia, todo y el total apoyo de stas (sicf (La Nacin, 14/10/1977).

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    Preparando su retiro de la comandancia y transfiriendo sus funciones al entonces jefe del Estado Mayor General de la Armada, Armando Lambruschini, Massera pedir:

    "Argentinos: vengo a hablarles en voz baja a cada uno, casi ven-go a callar para que me oigan. En medio del ruido de las mquinas y el tableteo de las cotizaciones, quiero que palabras tan poco frecuen-tes hoy como honor, coraje, dignidad, aceleren otra vez el pulso de un pueblo que no admite ms quedar dormido. No soy otra cosa que un hombre de armas, pero s que si la conquista y el dinero bastaran para obtener la gloria, la civilizacin occidental estara ms influen-ciada por los fenicios que por los griegos" (La Nacin, 4/3/1978).

    Verdaderamente, Massera va a callar a retirarse para que lo oi-gan para poder hablar y dedicar as todas sus energas a la lucha por el poder poltico, sin las ataduras del cargo. En abril de 1978, ante dirigentes empresarios, establecer los trminos en los que se plantear su trayectoria posterior: la de una lucha cruenta entre la poltica "no-bilsimo arte de entenderse y creer (sic)", segn su propia definicin, encarnada en su persona, y la economa, encamada en Martnez de Hoz.

    "No voy a hacer una disertacin especficamente econmica. En primer lugar, porque no es mi especialidad, y en segundo lugar por-que creo que, as como soportamos un inflacin monetaria, tambin padecemos, en este tema, una inflacin verbal [...] una de (cuyas) consecuencias ms notorias [...] es la naturalidad con que se con-funden los roles de la poltica y los roles de la economa. [... ] Si fuera cierto que la poltica est subordinada a la economa como sos-tienen los miopes de buena y de mala fe, bastara corregir las desviaciones econmicas para que se solucionaran los conflictos po-lticos, y todos sabemos que no es as. En cambio, basta que la pol-tica [...] exhiba sentido del mando [...] basta que sea capaz de des-pertar el entusiasmo de la gente, para que la economa mejore, aumente la produccin, y se estimulen las inversiones creadoras y no meramente especulativas. [...] slo as, advertiremos que la eco-noma se subordina a la poltica y la poltica a la moral" (La Nacin, 28/4/1978).

    244 245LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA

    Ese mismo da, en una reunin en el Edificio Cndor a la que asistieron los veintin oficiales ms antiguos de las tres fuerzas, se design a Videla presidente de la nacin hasta 1981, y qued saldado el tema del "cuarto hombre" y se acord dar por terminado el "perodo de excepcionalidad" el 1 de agosto de 1978, da en que Videla deba pasar a retiro, habiendo cesado previamente como comandante en jefe. Asimismo, se dispuso el relevo en pleno de la Junta Militar, segn el cual Massera deba abandonar su cargo en septiembre y Agosti en enero, y el nombramiento de los tres nuevos comandantes. El 12 de mayo Martnez de Hoz "anunciar ajustes instrumentales en el programa econmico, sin cambio de rumbo", segn titul La Nacin; sin embargo, ya se anticipaba el cambio que finalmente se hara en diciembre: la presencia pblica de Alejandro Estrada aumentaba considerablemente, y se filtraban rumores acerca de la posibilidad de una poltica monetaria ms dura y crecientes malestares dentro del equipo econmico. Massera responder as a estas cuestiones:

    "No cabe duda de que nos encontramos todos preocupados por la situacin econmica del pas [] Entre el aporte financiero y la resultante comercializadora de un proceso industrial, hay una zona palpitante que es el trabajo [...] que tiene una dignidad sustantiva, puesto que coloca al hombre en su verdadera dimensin de prota-gonista entero del proceso productor [...] Mientras algunos teri-cos siguen analizando prolijidades sobre antinomias como capitalis-mo y populismo, el pas reclama soluciones estructurales, soluciones que deben estar alejadas de ese esquema indeciso que nos ha suje-tado durante tantas dcadas. Es necesario entender que ahora la ba-talla se dar en otro campo. Mucho ms que una opcin entre es-cuelas econmicas o estilos de gobierno, enfrentamos una disyuntiva moral. [... ] Los utopistas de izquierda y los utopistas de derecha pro-ponen solamente soluciones totalitarias que los argentinos ya no es-tn dispuestos a tolerar. Durante demasiado tiempo se nos ha pedi-do paciencia y sacrificios para alcanzar un mundo feliz, que parece estar cada vez ms lejos" (La Nacin, 17/6/1978).

    El 8 de julio, con la designacin de Viola como nuevo comandan-te del Ejrcito, el panorama comenzaba a normalizarse, ya que su

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    nombramiento no slo respetaba la estructura jerrquica de la fuer-za (dado que Viola era el general ms antiguo en actividad luego de Videla y que su figura se perciba, por el momento, como continua-cin de la "lnea videlista" dentro del Ejrcito). Aun en este contex-

    to teniendo en cuenta que Viola sera nombrado varios meses antes de asumir, se abrir un nuevo objetivo para el gobierno:

    lograr, a pesar del cambio de hombres, la confianza en la opinin pblica sobre la inmutabilidad de los principios esenciales del Proceso y de la poltica econmica de Martnez de Hoz. Esta tarea ser, una vez ms, del ministro Harguindeguy, bajo la frmula "nueva etapa del mismo proceso".31 Preparndose para los recambios del 1 de agosto, Harguindeguy sostendr:

    "El 1 de agosto no pasa nada. A lo sumo es el da en que un nuevo Comandante en Jefe del Ejrcito se hace cargo de la respon-sabilidad de conducir una de las tres Fuerzas Armadas del pas. Ese da significa, en definitiva, que un presidente [...] que comparta tres responsabilidades simultneas [... ] va a estar solamente en una funcin, que es la de presidente. [...] El 1 de agosto es [...] un nue-vo perodo dentro del mismo proceso" (LaNacin, 30/7/1978).

    En medio del triunfalismo generalizado, producto del xito ar-gentino en el Mundial de Ftbol, comenzaba a esbozarse en Massera un estilo propositivo a favor de la proteccin del salario, el trabajo y,

    31A pesar de los esfuerzos de Harguindeguy, los primeros das de agosto de 1978 fueron agitados: el 1, mientras Videla pasaba a retiro, asuma como presidente de la nacin y Viola lo reemplazaba en su cargo de comandante en jefe del Ejrcito, sala a la venta el primer nmero de la revista Conviccin que, bajo la direccin de Hugo Eze-quiel Lezama y la subdireccin de Mariano Montemayor, se volvera una verdadera tri-buna desde la cual el almirante Massera proyectara su carrera poltica; el 2, una bom-ba explotaba en la casa del virtual sucesor de Massera, Armando Lambruschini, y provocaba la muerte de su hija; el 4, la empresa General Motors abandonaba el pas; y el 11, Patricia Derian continuaba abriendo un frente de gran preocupacin para el gobierno, al declarar que en la Argentina se viva una crtica situacin en cuanto a la violacin de derechos humanos. Unos das ms tarde, se publicaron documentos cr-ticos provenientes de diversos dirigentes polticos y comenzaron los conflictos entre sectores agropecuarios y financieros, seguidos por renuncias de funcionarios de Eco-noma vinculados al agro.

    LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA

    consecuentemente, de la produccin nacional en contra de la "espe-culacin", ausente en proclamas anteriores, donde la crtica se ago-taba en s misma. A slo un mes de su futuro retiro, Massera comen-zar a afinar su propuesta poltica y econmica, en sus palabras, "a definir con mayor precisin mi pensamiento respecto de reas con-cretas de la tarea cotidiana de todos." Para Massera, la Argentina debe decidir si "aceptar permanecer en su antiguo papel de abastecedora de materias primas, o [si] nos arriesgamos a dar el salto imprescin-dible para pesar con perfil propio en el desarrollo de la futura historia universal". Su confusa propuesta consista en emular el sen-dero seguido por los pases desarrollados, en bsqueda de una alian-za entre "clase obrera, clase empresaria y Estado" para "avanzar sobre el conocimiento y sus instrumentaciones tcnicas e industriales" y "abrirse a mercados amplios" (La Nacin, 8/8/1978), al tiempo que sostena coincidir con un amplio espectro de las Fuerzas Armadas en la necesidad de "crear un aparato productivo basado fundamental-mente en la iniciativa privada" y "privatizar empresas estatales [...] con las excepciones lgicas, que permitan confirmar la regla, como por ejemplo lo relativo a la defensa y algunas industrias bsicas" (La Nacin, 29/8/1978). Finalmente, el 16 de septiembre habr llegado la hora para Massera, quien en su mensaje de despedida reclamar enrgicamente:

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    "En los documentos fundacionales del gobierno de las Fuerzas Armadas figuran como objetivos prioritarios el saneamiento de la economa al menor costo social, el establecimiento de una econo-ma vigorosa, recalco, el establecimiento de una economa vigorosa, mediante el estmulo a la productividad, el aliento a la inversin, la rpida reactivacin del aparato productivo, la racionalizacin del Es-tado y la drstica desaceleracin de la inflacin. Sera mezquino no reconocer que algunos logros se han alcanzado, pero no ignoro que tanto los empresarios, los que viven de jornales y sueldos, como los sectores de menores recursos, estn pasando particulares dificulta-des, y eso me preocupa, como me preocupa que no se haya deteni-do, todava, el ritmo inflacionario, y que no se haya obtenido la ve-locidad que la nacin requiere para alcanzar las metas propuestas" (La Nacin, 17/9/1978).

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    Y ahora s, ya retirado, relevado de las responsabilidades institu-cionales, Massera tiene la licencia para declarar, desde el exterior del pas, el fracaso rotundo de la gestin de Martnez de Hoz. Aqu se abrir una nueva etapa en su estrategia: la de dirigir toda su artillera en forma virulenta y directa contra el "superministro" de Videla. De aqu en ms, su presencia crtica a la conduccin econmica ser per-manente en los medios de comunicacin nacionales e internaciona-les y el ahora ex comandante se convertir en un verdadero elemento desestabilizador:

    "[...] es larga la lista de los fracasos econmicamente: ha fraca-sado el populismo permisivo, ha fracasado el monetarismo rgido, y han fracasado innumerables experiencias que con el rtulo benvo-lo del pragmatismo gradualista intentaron frmulas mixtas" (Clarn, 11/10/1978).

    Hacia fines de octubre de 1978, sin embargo, la fortaleza de Mar-tnez de Hoz pareca incuestionada: los nicos ministros sobrevivientes de la profunda crisis ministerial del da 30 fueron los de Interior, Trabajo y Economa; mientras que los renunciantes Montes (Relaciones Exteriores y Culto), Laidlaw (Planeamiento, ministerio que pasara a convertirse en una secretara), Bardi (Bienestar Social), Gmez (Justicia) y Klix (Defensa) cedern el camino a una recomposicin del gabinete con base en oficiales retirados y civiles Pastor en Re-laciones Exteriores y Culto, Fraga en Bienestar Social, Llerena Amadeo en Cultura, de la Riva en Defensa y Rodrguez Varela en Justicia mientras que el posterior reemplazo de Liendo por Reston en la cartera de Trabajo slo lograr profundizar el ascendente de Martnez de Hoz en este mbito. En trminos generales, y como seal La Nacin en su tradicional Semana Poltica (5/11/1978), se asista a una "situacin configurada por la decisin de dar tiempo y el mayor espacio posible de maniobra a la conduccin econmica."

    Ante la evidente profundizacin del poder de Economa, Masse-ra denunciar la "ceguera" de los "sectores del gobierno" que insis-ten en "mantener la poltica econmica que puede llegar a producir tensiones sociales" (LaNacin, 10/11/ 1978). Asimismo, y continuan-do con la lnea iniciada en su discurso de despedida de la comandancia

    249 LA POLTICA CONTRA LA ECONOMA

    se declarar francamente "traicionado" por el gobierno, nico responsable de su alejamiento de los compromisos contrados "bajo honor" el 24 de marzo de 1976. La ecuacin era simple:

    "Cmo es posible que la maledicencia me impute apartarme del proceso, por incitar al cumplimiento de estos postulados, si s-tos son los postulados del proceso? [...] Quin est apartndose del proceso? Yo o los que formando parte del gobierno, instrumentan una poltica econmica reida con los postulados de la reorganiza-cin nacional?" (La Nacin, 17/11/1978).

    Pero Martnez de Hoz no se arredrara: el 21 de diciembre de 1978, en medio del recrudecimiento del conflicto por el Beagle, anunci por radio y televisin una etapa de "profundizacin y ajuste" del plan econmico cuyos puntos fundamentales seran su carcter antinflacionario, la apertura irrestricta del mercado de capitales y la puesta en marcha de la "tablita" cambiara, medidas que provocarn, en los primeros meses de 1979, un pico en la entrada de capitales y el inicio del proceso de endeudamiento en un marco an recesivo y de alta inestabilidad.

    Si el primer mes de 1979 marc un parntesis en el conflicto del Beagle y la finalizacin del recambio en la Junta Militar con el reemplazo de Agosti por Graffigna al frente de la Fuerza Area, en febrero se asisti a una nueva crisis institucional motivada por la po-ltica econmica: en este caso, por las protestas de los gobernadores de Buenos Aires, Crdoba, Santa Fe y Mendoza ante los aportes im-puestos por la nacin a las provincias, y por el recrudecimiento de las crticas de toda ndole hacia la conduccin econmica, ante la evi-dencia de que los ndices inflacionarios no disminuan y de que la tan anunciada reactivacin econmica no llegaba. Las cifras no eran par-ticularmente alentadoras: en el primer trimestre del ao, el "costo de vida" se haba incrementado = 30,6% y la comparacin entre el mes de marzo de 1979 y marzo de 1978 arrojaba un alza de 167,3% (La Nacin, 10/4/1979). En este contexto, el ministro contraargumenta-ba que si la "crtica es generalizada" es porque "hemos repartido bien el sacrificio" (La Nacin, 19/4/1979), y su jefe de asesores, Luis Gar-ca Martnez, lo secundaba sosteniendo que las causas de la inflacin

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    eran "polticas" (La Nacin, 25/4/1979); mientras que la Junta Militar anunciaba que, an "no del todo conforme con lo hecho", "se perseverar en el camino elegido" (Clarn, 1/6/1979). La

    inmutabilidad de los funcionarios ante las crticas, el progresivo avance del "super-ministro" Martnez de Hoz sobre las restantes reas de gobierno y sobre los temas de la agenda del rgimen en particular, el de la urgente necesidad de iniciar las tan anunciadas rondas del "dilogo poltico"32, y las arremetidas de la "patria especuladora", eran bien percibidos por Massera:

    "La poltica econmica, que no debe ser otra cosa que un ins-trumento de la poltica nacional, ha pasado a ser la poltica nacio-nal en s misma y est modelando a la sociedad argentina dentro de cnones que no figuran en los documentos fundacionales del Pro-ceso" (La Nacin, 1/6/1979).

    "Hoy, contemplamos con cierta angustia en el corazn cmo se desdibuja la Argentina industrial, mientras crece una Argentina fi-nanciera; cmo los creadores son desplazados por extraos merca-deres [...] En vez de producir comerciamos. Pero no comerciamos lo que producimos lo que sera legtimo y til sino que comer-ciamos una metfora, un smbolo, una convencin" (La Nacin, 9/10/1979).

    251 IA POLTICA CONTRA LA ECONOMA

    Tanta exacerbacin slo poda estar buscando una respuesta, y sta no tardara en llegar. Mientras Lambruschini y la Armada guardaban un cauto silencio,33 la reaccin del Ejrcito lleg de mano de un nuevo interlocutor de MasseraT que con el tiempo se convertira en una de las garantas de la continuidad de la poltica econmica: el general Galtieri,34 quien junto a Harguindeguy sostuvo la postura pblica del rgimen ante la actitud de Massera. sta fue la de considerar al ex comandante un "problema" que deba ser "enfocado por el seor comandante en jefe de la Armada", dado que Massera se hallaba regido "como el resto del personal militar por leyes y reglamentos militares" (La Nacin, 13/6/1979). As, Galtieri, quien sera nombrado sucesor de Viola en diciembre, se fue sumando a la estrategia que desarrollara el ncleo de apoyo pblico a la continuidad de la poltica econmica ante Massera.

    Hacia fines de diciembre de 1979 el rgimen lograr presentar las tan esperadas Bases Polticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Rrorganizacin Nacional, que fijaban el inicio del "dilogo poltico" en-tre funcionarios del Poder Ejecutivo y sectores civiles, y las pautas a las que deba adaptarse el futuro accionar de los partidos polticos. De inmediato, la estrategia de Massera fue la del sabotaje: a las soste-nidas crticas contra la poltica econmica se sumarn ahora las diri-

    32 Una vez concluida la primera etapa de "reordenamiento" y "normalizacin eco-nmica" que se extender entre el golpe y fines del ao 1976, los funcionarios milita-res comenzarn a anunciar tempranamente, hacia abril de 1977, la apertura de la etapa del "dilogo" y a definir los posibles interlocutores del rgimen, al tiempo que se reforzaba la idea, ya presente en los documentos iniciales, de que el objetivo final del Proceso era consolidar una democracia "republicana, representativa y federal". Desde entonces, y con particular intensidad hacia 1978 momento en que, por otra parte, se comenzaba a anunciar el fin de la "lucha contra la subversin", Videla comenzar a sostener que la atencin del rgimen deba trasladarse desde lo especficamente militar a la "reconstruccin nacional", lo cual inicia una etapa signada por una creciente preocupacin en la recreacin de las bases de legitimacin del Proceso y por la de-finicin de una propuesta poltica. Sin embargo, y dado que ste era un punto de grave desacuerdo entre las distintas fracciones militares, ya hacia 1979 se haca evidente la enorme dificultad que tena el rgimen para presentar ante la opinin pblica las tan prometidas Bases Polticas.

    33 El almirante Lambruschini, sucesor de Massera y a pesar de su cercana con l, desarrollar un estilo alejado del de su antecesor, mantenindose desde el inicio mis-mo de su gestin alineado tras el autoatamiento institucional. Muy espordicamente ex-presar una cierta preocupacin por algunos sntomas de la situacin econmica, ta-le como "el deterioro de ciertas actividades productivas, el elevado ndice de inflacin, lo* bajos ingresos que perciben determinados sectores de la ciudadana y algunos pri-vilegios que se mantienen en beneficio de otros sectores de la misma" (entrevista en La Nacin, 11/3/1979), pero esto no apartar a la Armada de su compromiso guber-namental. Tambin Graffigna sucesor de Agosti mantendr a la Fuerza Area en una lnea similar. Al respecto, entendemos que un aliciente de inocultable importan-cia para los mismos sern los importantes planes de reequipamiento y modernizacin de la infraestructura de las Fuerzas que se darn durante el perodo.

    54 Hacia junio de 1979 Galtieri se desempeaba como sucesor de Surez Masn al frente del Cuerpo de Ejrcito I y comenzaba a desarrollar, al igual que Massera, un titilo pblico muy particular y diferenciado del acartonamiento de sus colegas del Ejr-cito, lo que lo llevar a ser objeto inmediato de la atencin de los medios de comuni-cacin y a perfilarse, posteriormente, como el "verdadero poder" detrs de Viola.

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    gidas al dilogo poltico propuesto por el rgimen. Segn Massera, no se estara avanzando "genuinamente" hacia "una futura solucin democrtica", ya que "el absurdo temor a la crtica" del gobierno, ha-ce que el "poco dilogo" se d slo con "quien d garanta de com-placencia",35 mientras que desde las pginas de Conviccin continuaba alertando: "cierran empresas y abren bancos. Mientras numerosas empresas continan con dificultades de diversa ndole [... ] en el am-biente bancario el proceso de apertura de nuevas entidades financie-ras revela el ptimo estado por el que atraviesa el sistema financiero" (8/12/1979). En realidad, el ex comandante estaba preparando el terreno para la aparicin de su propio movimiento poltico: el Movi-miento Nacional para el Cambio.36

    El de 1980 ser el ao en el cual se desatarn violentamente to-das las tensiones generadas por el plan econmico. stas se anuncia-rn ya en enero y febrero, cuando comiencen suspensiones masivas de personal en importantes empresas textiles Alpargatas, La Ber-nalesa, Textil Chassa, Textil Oeste, etctera, pero estallarn en mar-zo, cuando, paralelamente a la convocatoria para el inicio del "dilo-go poltico" lanzada desde el Ministerio del Interior, el da 28 quiebren Promosur y el Banco de Intercambio Regional (BIR), finan-ciera y banco de depsitos primeros en el ranking, para iniciar una

    95 Por cierto, se era el espritu del Documento que, entre otras cosas, sostena: "El dilogo se orientar a lograr una participacin responsable, amplia y continua, para que partiendo de la coincidencia en las ideas bsicas se afiancen las condiciones cvicas y el acceso creciente de la ciudadana a la actividad partidaria y a la direccin poltica [... ] La accin que se inicia con el dilogo como instrumento apto de consulta e informacin, para posibilitar as el logro de las coincidencias bsicas necesarias para la solucin poltica futura del pas y una adecuada comprensin de la actividad a emprender por parte de toda la ciudadana" (Bases Polticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganizacin Nacional, 19/12/1979. Las cursivas son nuestras).

    36 La "mesa coordinadora provisional" del Movimiento Nacional para el Cambio, que fue lanzado el 21 de agosto de 1981, estuvo conformada, entre