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Introducción a la Baja edad Media.
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-1-
* Introducción
A finales del siglo XVII, un profesor de Re-
tórica e Historia llamado Cristóbal Keller, o
Cellarius, difundió por vez primera los con-
ceptos de Edad Antigua, Media y Mo-
derna, división que con el tiempo fue
ampliamente asumida, alcanzando el re-
conocimiento académico. El éxito de esta
clasificación, que aún hoy perdura, radica
en su utilidad como herramienta que per-
mite a los historiadores acotar su investi-
gación, a los docentes compendiar el
vasto conocimiento que se deriva de esa
labor, y a los estudiantes dar sentido a una
información ingente.
Sin embargo, esta utilidad también
esconde ciertos vicios. Desde su mismo
establecimiento, las Edades de Keller sir-
vieron para enjuiciar el pasado histórico,
mitificando a las civilizaciones clásicas
por la herencia artística, lingüística, jurí-
dica e institucional que habían legado, al
tiempo que se cargaba de prejuicios a la
Edad Media, entendida únicamente como
un período de violencia y superstición.
Otra crítica común a este modelo recae
en el eurocentrismo, que los planes de
estudio aún perpetúan: así, las etapas en
las que queda dividida la Historia respon-
den a sucesos y procesos fundamental-
mente europeos, como la decadencia del
Imperio romano o el impulso de la cultura
renacentista, forzando al resto de conti-
nentes a adaptarse a esta cronología, y
minusvalorando su concurso histórico,
convertidos en actores secundarios que
sólo cobran protagonismo por contacto
con las sociedades europeas en su pro-
ceso de expansión. Pero ha sido, quizás,
la certidumbre con la que se han acep-
tado estos conceptos la peor de sus he-
rencias: las divisiones de Keller nos
brindan auxilio en la organización de
nuestra materia, pero de la misma forma
se han convertido en fronteras de regio-
nes cronológicas, parcelando el pasado
tras muros que nos impiden vislumbrar lo
que queda al otro lado.
La época contemporánea, última de
las edades en sumarse a esta taxonomía,
comúnmente se define por su repercu-
sión presente, como periodo formativo de
las estructuras económicas, políticas y
culturales que han dado origen a la so-
ciedad actual. Para advertir sus raíces, y
las nuestras por lo tanto, el estudiante
debe permitirse mirar más allá de los
grandes ciclos revolucionarios del siglo
XVIII y XIX, aspirando a una comprensión
de la experiencia social no por ordenada
menos incisiva.
800 a. C.5
00 a. C
.s.V
s.XI
s.XV
s.XIX
1.70
0 a. C.
8.00
0/6.00
0 a. C.
10.000 a. C
.
Edad de Piedra
Edad de Piedra
Edad de los Metales
Edad Antigua
Edad Media
Edad Moderna
Edad Contemporánea
Paleolítico
Paleolítico
Mesopotam
ia 320
0/28
00 a.C.
India 30
00 a.C.
Egipto 285
0 a.C.
Creta/Grecia 260
0 a.C.
China 15
00 a.C.
Etruscos/Rom
a 10
00 a.C.
Alta E.
Media
Baja E. M
edia
Inferio
rMedio
Superio
rMesolítico
Hierro
Bronce
Neolítico
600.000 a. C.
100.000 a. C.
80.000 a. C
.
-2-
1 El feudalismo1.1 Feudalismo y Antiguo Régimen / 1.2 La sociedadfeudal / 1.3 El Estado moderno / 1.4 Revueltas y mo-tines / 1.5 Las primeras revoluciones / 1.6 Despotismoe Ilustración / 1.7 El mundo más allá de Europa
1.1 Feudalismo y AntiguoRégimen.Tradicionalmente, se considera a la Revo-
lución Francesa como el proceso que in-
augura la época contemporánea,
poniendo fin a una sociedad estamental
fundada en el privilegio de una minoría, y
entregando el destino del Estado al pueblo
soberano. Esa visión, a caballo entre el
mito y la realidad histórica, estuvo inspi-
rada por los intereses de los propios revo-
lucionarios, quienes desde 1789 se
esforzaron en justificar la conveniencia de
sus aspiraciones, descalificando el pasado
inmediato que venían a mudar. A ese
efecto, los legisladores franceses recurrie-
ron a dos conceptos para referirse a la so-
ciedad que dejaban atrás: feudalismo y
Antiguo Régimen.
El apelativo feudal es empleado por
los miembros de la Asamblea Constitu-
yente desde septiembre de 1789, refi-
riéndose al conjunto de derechos en
manos de los señores que habían soste-
nido su posición privilegiada, asegurán-
doles la propiedad de la tierra y la
influencia en los poderes públicos, pode-
res que los revolucionarios franceses se
disponían a revocar. Un año después, la
Asamblea Constituyente «bautizó lo que
abolía», refiriéndose al Absolutismo en
descomposición como ancien régime,calificación peyorativa que resaltaba su
caducidad y necesario relevo. Durante
los dos siglos siguientes a la revolución,
estos conceptos calaron en la historiogra-
fía, que asumió con matices ambos tér-
minos como válidos.
La palabra feudalismo atesora una
etimología más remota: encontramos una
de sus primeras raíces en el foedus, pactoque suscribieron en 418 el Imperio ro-
mano de Occidente con los invasores vi-
sigodos, concediéndoles permiso para
instalarse en el sur de la Galia; sin em-
bargo, el uso más frecuente del apelativo
lo vincula al feudo, conjunto de tierras y
derechos que el señor otorga al vasallo a
cambio de su lealtad, representada por
una ceremonia conocida como homenaje.
Este modelo jurídico se extenderá
en Europa a partir del siglo X durante la
decadencia del Imperio carolingio; por
este motivo, no pocos autores confunden
feudalismo con Edad Media, aplicando las
características políticas y económicas del
primero a la cronología del segundo. Para
completar este panorama, la historiografía
contemporánea recuperará el concepto
de Antiguo Régimen, entendido en un
sentido amplio como el conjunto de es-
tructuras políticas, sociales y económicas
que desde el siglo XV hasta finales del
XVIII culminan con el Absolutismo, en el
contexto de una sociedad estamental y
una economía precapitalista.
Imperio Rom
ano
Transición al Feudalismo
Feudalismo
s. VIII a. C.
Invasiones germánicas
Consolidación de las ciudades
Carlomagno e Imperio Carolingio
Procesos de abolición de la servidumbre enEuropa Occidental
Consolidación de la Monar-quía Feudal y Nacimiento
del Estado Moderno
AbsolutismoMonarquías centralistas
Ilustracióny Despotismo Ilustrado
Estado
Mod
erno
Tratado de Verdún. Fin del Imp. Carolingio
Conquista de Constan-tinopla por los turcos
Revoluciones burguesas
s V d. C.
s VIII d. C.
s XII d. C.
s XV d. C.
1453Colón llega a América
Revolución en R. Unido
1492
843
s X d. C.
s. XIV d. C.
s. XVII d. C.
s. XVIII d. C.
s. XVI d. C.
-3-
La aplicación de estas categorías re-
sulta conveniente, aunque poco acertada.
De nuevo, la necesidad de compartimen-
tar el tiempo histórico menosprecia las di-
ferencias regionales, pasando por alto
procesos tan relevantes como la indepen-
dencia de los Países Bajos o la Revolución
inglesa; y, al tiempo que se olvidan las pe-
culiaridades, también se desconsidera
una generalidad: la persistencia de unas
relaciones de producción y una estructura
social que predominan en Europa y sus
colonias entre los siglos X y XIX, basada
en la propiedad señorial de la tierra, en el
trabajo campesino y en la costumbre
como vínculo que enarbola esta realidad.
De la misma forma que sería ab-
surdo negar los cambios esenciales que
nos conducen a los prolegómenos de la
revolución, no podemos perder de vista
el mantenimiento de las estructuras que
nos acompañan desde el siglo X.
Fue el profesor Enric Sebastià
quien hace dos décadas resolvió en
parte esta encrucijada con el empleo del
apelativo «predominante»: lejos de per-
manecer inmóvil, el feudalismo europeo
engendra y moldea a lo largo de su mile-
naria existencia a los grupos sociales, las
experiencias económicas y las institucio-
nes políticas que forzarán su fin, mante-
niéndose como organización
predominante, que no única, a lo largo
de este periodo.
1.2 La sociedad feudalLa Roma clásica supuso la culminación
de aquellas civilizaciones que, en torno al
Mediterráneo y Oriente Próximo, la prece-
dieron. A partir del siglo VIII a. de C., una
coalición de tribus extiende su influencia
desde el Lacio, primero por toda la penín-
sula itálica, y más tarde por la Europa me-
ridional y el norte de África. El futuro
Imperio establecerá un ejército profesio-
nal, al servicio de un Estado centralista y
tributario que se apoya en una red de ciu-
dades conectadas por calzadas, vías de
comunicación que fomentan el comercio,
tanto de manufacturas como del exce-
dente agropecuario. Este entramado se
sostiene en una compleja división social,
donde destaca: una jerarquía burocrática
y un reducido grupo de familias, represen-
tantes y gestores del poder que se des-
prende de Roma; los colonos, artesanos y
comerciantes, que soportan la presión fis-
cal; un proletariado urbano, protagonista
de revueltas en época de carestía; y los
esclavos, mano de obra pública y privada,
clave del crecimiento económico.
La romanización de los pueblos so-
metidos a la lengua, el derecho, las cos-
tumbres, las instituciones y la religión del
Imperio, permitió que la hegemonía de
Roma apenas fuera contestada, al menos
hasta la crisis del siglo III: mientras el Es-
tado, en el apogeo de su expansión, se de-
bilita por rencillas entre facciones
militares, distintas tribus y reinos asedian
las fronteras del Imperio, desde Asia
Menor hasta el norte de África, pasando
por el centro de Europa, donde los germa-
nos se convierten en la principal amenaza
para Roma.
A finales del siglo IV, esta coyuntura
fuerza la partición del Imperio entre
Oriente y Occidente. La incapacidad del
Estado para mantener el orden, frenando
las llamadas «invasiones bárbaras» y sal-
vaguardando villas y ciudades de su ase-
dio, propicia que una élite rural al frente
de grupos armados acumulen las tierras
de los otros propietarios a cambio de pro-
tección. Estas prácticas sientan las bases
del régimen señorial que se desarrollará
en los siglos siguientes en virtud de la des-
aparición del Imperio romano de Occi-
dente y la débil cohesión de los reinos
germánicos establecidos en su lugar.
Señores y campesinosEn la sociedad que sigue a la decadencia
de Roma, la tierra se convierte en la prin-
cipal fuente de riqueza, garantizando con
su posesión la supremacía de las clases
dominantes.
La nobleza terrateniente que se
consolida entre los siglos V y X proviene
tanto de los antiguos latifundistas roma-
nos, como de la jerarquía militar ger-
mana que se asienta en el sur de
Europa. Frente a la debilidad de los nue-
Grupos sociales en el I. Romano Grupos sociales en el Feudalismo
Terratenientes y Aristocracia Nobleza
Colonos y Esclavos Campesinos
Artesanos Grupos urbanos:- Artesanos
- Comerciantes/Usureros- Esclavos y lumpen
-4-
vos Estados que siguen al declive impe-
rial, una nobleza laica y eclesiástica
afianza su autoridad en el señorío a tra-
vés de dos instrumentos: la fuerza y la
fe. El empleo de las armas y la dignidad
religiosa sirven a la nobleza para impo-
nerse sobre la comunidad campesina,
así como defender y ampliar las fronte-
ras de su señorío, en un proceso que,
completado por el vasallaje y los matri-
monios, irá tejiendo una red de lealtades
y dependencias entre los distintos no-
bles, en cuya cúspide se alzarán las mo-
narquías y el Papado.
La proliferación de los ejércitos al
servicio de la Corona y la estabilidad que
traen los Estados modernos hará que la
coerción militar de la nobleza se complete
con el reconocimiento de su condición en
los códigos consuetudinarios, la costum-
bre convertida en ley, lo que garantiza el
ejercicio del poder para este grupo en una
sociedad cambiante.
Entre los privilegios que definirán a
partir de entonces a la nobleza destaca la
vinculación –o amortización, cuando nos
referimos al señorío eclesiástico-, meca-
nismo por el cual la tierra queda sujeta al
linaje del señor, y no a su persona a título
individual; este ardid previene la fragmen-
tación del feudo, que pasa siempre al hijo
mayor junto al título aristocrático y los de-
rechos y privilegios que de ambos se des-
prenden. Además de preservar su
patrimonio, la nobleza se verá exenta del
pago de impuestos directos, por lo que la
presión fiscal recaerá sobre las clases no
privilegiadas. A estas prebendas, la aris-
tocracia irá sumando otras, como el estar
sujetos a una ley y tribunales especiales,
monopolizar los cargos públicos y disfrutar
de dispensas ceremoniales, atributos
todos ellos que les distingue del resto de
la sociedad.
Junto al noble, el otro eje del régi-
men feudal es el campesino, trabajadores
de la tierra sometidos al dominio del señor
y a su justicia. Como antes explicábamos,
la inestabilidad del siglo III provocó una
concentración de la propiedad agraria en
manos de terratenientes con capacidad
militar; esta situación forzó a los colonos
romanos a reconocer la autoridad del
noble a cambio de protección y del usu-
fructo de la tierra. A estos campesinos se
sumaron pronto los trabajadores urbanos,
familias que abandonaban las ciudades
huyendo de la inseguridad y de los pro-
blemas de abastecimiento, fruto del de-
clive comercial. El papel del noble como
propietario y administrador de justicia se
irá completando con nuevas atribuciones,
que se sumarán a la obligación del cam-
pesino a responder con su obediencia y
con el fruto de su trabajo.
Los campesinos representan entre
el 70 y el 90 por ciento de la población en
la Europa feudal, según momentos y luga-
res, y sobre ellos recae el sostenimiento
de las cargas, tanto de la nobleza como
de la Iglesia y las monarquías, poderes
que complementan, sin solapar, la autori-
dad del señor. El retroceso de las activi-
dades mercantiles, la inestabilidad política
y una producción agraria de subsistencia,
limitarán la circulación de moneda, por lo
que el siervo satisfará las obligaciones fis-
cales con porcentajes de la cosecha –par-
“El conde de Flandes [Guillermo] pre-
guntó a su futuro vasallo si quería con-
vertirse en su hombre sin reservas.
Éste respondió: ‘Lo quiero’, y sellaron
su alianza con un beso, mientras sus
manos permanecían entre las manos
del conde. Aquel que había rendido
homenaje prestó juramento, poniendo
las manos sobre las reliquias de los
santos, y prometió fidelidad al conde:
‘Prometo por mi fe ser fiel al conde
Guillermo a partir de este instante y
mantenerle contra todos y guardar en-
teramente mi homenaje de buena fe y
sin falsedad”.
Galberto de Brujas, 1127
La ciudad de Praga, construida con piedra y cal, es la mayor
plaza comercial de aquella tierra. De la ciudad de Cracovia vie-
nen a ella con sus mercancías los rus y los eslavos, y de la tierra
de los turcos vienen a ella, también con mercancías y moneda,
mahometanos, hebreos y turcos, que reciben a cambio escla-
vos, estaño y pieles (...) Por un denario se vende allí tanto grano
que basta para sustentar a un hombre durante un mes, y tam-
bién por un denario se obtiene la cebada suficiente para alimen-
tar una cabalgadura durante cuarenta noches (...) En la ciudad
de Praga se fabrican sillas, bridas y escudos utilizados en toda
su tierra. Además en la región bohemia se fabrican unos paños
finos de tejido ancho, semejantes a redes, que no tienen ningún
uso práctico, que tienen entre ellos un valor constante: 10
paños por un denario. Con tales paños comercian, dándoselos
en pago unos a otros (...) representan su capital y adquieren
con ellos los artículos más preciosos: cereales, caballos, escla-
vos, oro, plata y demás cosas.
ENNEN, Storia della cittá medievale,
Roma, 1978, pp. 59-60. Recoge: M. A. Ladero, Historia
Universal de la Edad Media, Barcelona, 1987, p. 321-322.
-5-
tición de frutos, diezmo- y con el trabajo
forzado en las tierras y dependencias de
su señor. Este modelo de explotación tri-
butaria se complementa con las banalida-des, el monopolio que el noble mantienesobre una serie de recursos, instrumentos
y medios necesarios para la producción -
el molino, el puente-, forzando al campe-
sino también a pagar por su uso.
*Usufructo: disfrute deun bien cuya propiedadpertenece a otro. Du-rante el feudalismo, se es-tableció una diferenciaentre el dominio directo yútil sobre la tierra: la pro-piedad (dominio directo)se vinculaba al título nobi-liario a perpetuidad; elusufructo (dominio útil)era garantizado al campe-sino por los mismos códi-gos consuetudinarios quesostenían los privilegiosdel señor. Durante las re-voluciones, la burguesíatrató de aglutinar la pro-piedad directa y la pose-sión útil de la tierra en unconcepto jurídico único:propiedad privada.
Para lidiar con esta presión fiscal,
que no hará sino elevarse al paso del
tiempo, el campesino recurre a la explo-
tación de tierras y recursos comunales,
pertenecientes a la aldea, de la que es ve-
cino. Aún cuando el señor controla tam-
bién la aldea mediante la elección de su
máxima autoridad –alcalde, justicia, baile,
batlle-, el campesino reconoce en el mu-
nicipio un espacio de poder popular, blan-
diendo un proyecto político basado en la
descentralización del Estado.
Las características de la relación entre
nobleza y campesinado se mantuvieron du-
rante más de un milenio, aunque la parti-
cularidad de las costumbres, la variedad de
casos y la amplia cronología suscitaron un
crisol de experiencias con matices diversos.
El mismo vasallaje ya establecía una
jerarquía entre los señores, que con el paso
del tiempo y la consolidación de las monar-
quías modernas, no hará sino complicarse,
diferenciando de la nobleza rural, alejada
del poder y limitada en su proyección polí-
tica, otra urbana, próxima a la Corte, bene-
ficiada por la compra de cargos públicos;
una nobleza de sangre y otra de nuevo
cuño, integrada por los favoritos y los acre-
edores de la monarquía; nobles endeuda-
dos y otros que se lucran en aventuras
comerciales; el empleo de la fe como ins-
trumento de coerción, frente al uso de las
armas, también permitirá distinguir a los se-
ñores laicos de los eclesiásticos, aún
cuando se den encuentros entre ambos,
como las órdenes militares; y, dentro de la
nobleza eclesiástica, con el tiempo se acen-
tuarán las diferencias entre la curia secular
próxima al poder de la Corte y de Roma, y
el clero regular, reducida su influencia a
monasterios y abadías.
Si la condición de la nobleza resulta
diversa, no lo es menos la del campesi-
nado. Los descubrimientos geográficos,
las conquistas bélicas y la roturación de
nuevas tierras aumentó la necesidad de
mano de obra, permitiendo a los nuevos
colonos conseguir dispensas de sus se-
ñores, antecedente del gran cambio que
supondría la abolición de la servidumbre
en la Europa occidental entre los siglos
XIII y XV. Los campesinos de Francia, In-
glaterra o los reinos hispánicos pudieron
de esta forma desprenderse de algunas
cargas feudales, como el trabajo forzado
y las contribuciones en especie, que fue-
ron sustituidas por rentas en metálico.
Esta situación sirvió para establecer
diferencias, no sólo entre el campesino
libre de Occidente y el siervo en la Europa
oriental, sino entre una mayoría de alde-
anos más o menos empobrecidos y una
minoría que prosperó, compaginando la
agricultura con oficios lucrativos como el
de carretero o posadero, subarrendando
los derechos de explotación sobre las tie-
rras de sus señores, aprovechándose del
trabajo asalariado de sus vecinos, ejer-
ciendo la usura en la aldea.
Incluso, durante toda la cronología
del feudalismo, persistió en gran parte de
Europa la figura del alodio, un escaso por-
centaje de tierras libres de cargas feuda-
les, propiedad privada de los campesinos
que las trabajaban, susceptibles, por lo
tanto, de cambiar de dueño mediante un
acuerdo de compraventa.
Artesanos, comerciantes y usurerosEl declive urbano entre los siglos V y X
estuvo lejos de hacer peligrar la existen-
cia de las ciudades y de los grupos so-
ciales allí instalados, aunque sí es cierto
que supuso un descenso de población y
un deterioro de las actividades y servi-
cios que hasta ahora habían distinguido
a las urbes.
Servidumbres del campesinado
- Pago de un porcentaje de la cosechacomo impuesto.- Trabajos forzados -a extinguir-- Banalidades.
Principales impuestos feudales
Alcabalas: Impuesto sobre el comercio demercancías.Diezmo: Pago de la décima parte de lascosechas que recaudaba la Iglesia.Excusado: Cesión del diezmo de la mayor casade cada parroquia.Pontazgo: Impuesto en los puentes sobre lasmercancías que los cruzaban.Portazgo: Impuesto en las puertas sobre lasmercancías que se introducían.Primicias: Cuadragésima y sexagésima partede los primeros frutos de la tierra y el ganado.Sisa: Impuesto indirecto mediante el que sedescontaba una parte del producto en elmomento de la compra.Tercias reales: Igual a las 2/9 partes deldiezmo.
Además de todos ellos, y de muchos otros, sepagaba tributo por utilizar los molinos, lasprensas, las almazaras… Fíjate en que sontodos impuestos indirectos.
-6-
En torno al año mil, la consolidación
del feudalismo trajo cierta estabilidad a
Europa, condición que contribuyó al au-
mento de las tierras de cultivo, una mayor
productividad agraria y la rehabilitación
del comercio. El incremento demográfico,
junto al impulso mercantil relacionado con
el excedente agropecuario, influyeron en
el renacimiento civil en Europa. A las ciu-
dades romanas que habían sobrevivido a
la decadencia del Imperio de Occidente
se sumaron otras nuevas: sobre la base
de aldeas en crecimiento, centros de culto
y peregrinación, bastiones defensivos, nú-
cleos urbanos arrebatados por conquista
a otros Estados, etc.
La ciudad medieval no quedó margi-
nada de las relaciones sociales y producti-
vas que reconocemos como feudalismo, si
bien es cierto que la nobleza urbana, que
acaparaba las más altas magistraturas y la
propiedad de gran parte del suelo en la ciu-
dad, no fue capaz de imponerse de forma
tan evidente como en el medio rural, lo que
permitiría la emergencia de una élite entre
artesanos y comerciantes, ajena a los pri-
vilegios señoriales. Cuando, a partir del
siglo XIII, la Corona busque el apoyo polí-
tico y financiero de las ciudades para al-
canzar estabilidad, esta élite cobrará un
protagonismo creciente.
El primer grupo social en consoli-
darse en la ciudad es el de los artesanos,
productores cualificados que se congre-
gan por oficios en instituciones denomina-
das gremios o cofradías. El gremio
deviene por lo tanto una asociación de tra-
bajadores manuales, divididos jerárquica-
mente entre maestros, oficiales y
aprendices. Las corporaciones gremiales
regulan, según privilegios otorgados por la
Corona, distintos aspectos, materiales y
espirituales, que afectan a los artesanos
asociados: fijan los precios, las calidades
y el volumen de la producción, impidiendo
el libre ejercicio de esas labores y limi-
tando la competencia a cuanto el mer-
cado puede absorber; hacen acopio de
materias primas y controlan los canales de
distribución del producto; regulan las con-
diciones de trabajo y las escalas profesio-
nales en los talleres; incluso sufragan las
exequias de sus miembros difuntos, cui-
dando de huérfanos y viudas.
Aunque los gremios codifican gran
parte de las actividades productivas, cier-
tos servicios y algunas industrias –papel,
hierro, textil- escapan a su control, permi-
tiendo la existencia de profesionales, tra-
bajadores asalariados y patronos. A esta
variedad de sujetos se suman las figuras
del comerciante, el inversor y el usurero,
entidades relacionadas y a la vez distintas,
que algunos autores tildan, precipitada-
mente para esta cronología, de burgue-
ses. Aunque el concepto burguesía
aparece ahora, designando a los habitan-
tes de la ciudad no sujetos a cargas feu-
dales, no será hasta finales del siglo XVIII
cuando este grupo heterogéneo llegue a
identificarse como una clase social dife-
renciada, con pretensiones económicas y
políticas bien definidas, que les llevarán a
encabezar las revoluciones que pondrán
fin al feudalismo.
Los factores a los que antes hacía-
mos referencia, tales como el aumento del
excedente agrario, la circulación moneta-
ria o el crecimiento demográfico, permi-
tieron la recuperación del mercado. Al
comercio itinerante entre aldeas y a las fe-
rias, se suma el tráfico marítimo entre ciu-
dades portuarias, empresas que permiten
reunir grandes capitales mediante fórmu-
las de inversión cada vez más sofistica-
das, como el crédito, el pagaré, la letra de
cambio, o incluso la Bolsa. Este flujo de
mercancías acerca la ciudad al latifundio,
y viceversa, pero también fomenta la pro-
ducción de manufacturas para un mer-
cado en expansión. A esos negocios se
suma la usura, actividad penada por la
moral cristiana y la legislación medieval
cuya práctica se deriva a grupos sociales
marginados, como los judíos o los extran-
jeros, pioneros también en distintas em-
presas comerciales. Este hecho, sin
embargo, no debe llevarnos a concluir
que esta minoría monopolizara el prés-
tamo con interés; lejos del estereotipo, en-
contramos que, entidades como la Iglesia,
y particulares como algunos campesinos
enriquecidos, también ejercieron la usura
bajo otros nombres o fórmulas para eludir
la censura moral y legal, involucrándose
en empresas comerciales y financieras.
Esta ocupación todavía se volverá más lu-
crativa a partir del siglo XIII, cuando el Es-
tado recurra a los préstamos para
sostener sus gastos, al igual que la no-
bleza, incrementando el flujo de capital.
Comerciantes, usureros, pioneros
en la producción de manufacturas, arte-
sanos y campesinos enriquecidos, todos
prosperan, dedicados a una de estas ac-
tividades o combinando varias de ellas,
pero lejos, lo decíamos antes, de una con-
ciencia unitaria como grupo social diferen-
ciado. Por el contrario, la mayoría aspiran
a convertirse en nobles, comprando títulos
y cargos a una Corona endeudada para
disfrutar de los privilegios de la aristocra-
cia feudal.
Lumpen y esclavosEl desarrollo urbano y el fin de la servi-
dumbre en Occidente propiciaron un
éxodo rural con destino a ciudades, en
muchos casos, incapaces de asimilar ese
exceso de población en un mercado labo-
ral restringido por el control de los gremios
y un consumo que por escaso es incapaz
de excitar la producción de manufacturas.
Este excedente de mano de obra desem-
pleada se integró en el lumpen, un nú-
mero incierto de desheredados que
ejercían la mendicidad y el robo como me-
dios de subsistencia. La relevancia de este
grupo radica en que, junto a los trabaja-
dores asalariados, protagonizarán distur-
bios en los siglos siguientes, motivados
por el hambre y el descontento social.
Prevendas de los gremios
- Determinan la entrada en laprofesion- Fijan una escala profesional -aprendiz, ayudante, oficial, maestro-- Establecen precios, normas deproduccion, calidades, etc.- Monopolio sobre el trabajo
-7-
Este abanico de menesterosos se com-
pleta con una variada casuística, que re-
coge a vagabundos itinerantes que
encuentran en los caminos su medio de
vida, pedigüeños oficialmente reconocidos
por las instituciones, delincuentes de todo
orden y género, la prostitución no regulada
y un largo etcétera de casos y situaciones,
olvidados por la Historia.
Junto a los desheredados, otro grupo
minoritario pero relevante, y persistente en
la sociedad feudal, es el de los esclavos. La
esclavitud suele circunscribirse sólo a la
Antigüedad clásica, pero lo cierto es que
pervivió durante toda la cronología del feu-
dalismo, con desigual impacto en distintos
lugares del mundo. En torno al año mil, la
servidumbre había reducido en Europa a
los campesinos libres y a los esclavos a una
condición intermedia y común para ambos
grupos, pero a orillas del Mediterráneo per-
sistió la presencia y tráfico de esclavos, pro-
venientes del este de Europa, de las costas
africanas o de los territorios musulmanes
conquistados. El esclavo medieval era em-
pleado en toda suerte de tareas, desde la-
bores domésticas hasta la explotación
agraria o minera, pasando por el trabajo en
los monasterios o la prestación de servicios
sexuales. El descubrimiento europeo del
continente americano, con su consiguiente
conquista y explotación a partir del siglo
XVI, revitalizará el tráfico de seres huma-
nos, empleados como mano de obra en los
grandes latifundios de caña de azúcar y ta-
baco en el Nuevo Mundo.
1.3 El Estado modernoDurante los siglos XIV y XV, las monarquías
feudales se consolidan en Europa, rehabi-
litando el papel de un Estado central frente
al poder atomizado de los señoríos. De la
misma forma que la nobleza laica había lo-
grado perpetuar su condición vinculando la
tierra y los privilegios a su linaje, el rey con-
sigue ligar el vasallaje de los nobles, la su-
misión de los súbditos, las fronteras del
reino y la autoridad del Estado como árbitro
de las relaciones sociales a su heredero.
Con el tiempo, esta fórmula traerá estabili-
dad a los nuevos reinos, pero a la vez el
proceso de consolidación de las grandes di-
nastías europeas conllevará guerras entre
familias nobiliarias y aspirantes al trono –
Guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, la
segunda guerra civil en Castilla, etc.
La base de este modelo de organiza-
ción política, jurídica e institucional es la
identificación que se establece entre el rey
y el Estado, y por ello entre la prosperidad
general, el orden y el buen gobierno, y la
figura del príncipe. Estas monarquías par-
ten de la consideración medieval del rey
como primus inter pares -«primero entreiguales»-, máxima de la que se infiere el
origen noble del monarca, en quien se da
cita una doble naturaleza: como señor dis-
fruta de un patrimonio particular, los feu-
dos de realengo, y como príncipe ostenta
El orden eclesiástico no compone sino
un solo cuerpo. En cambio, la socie-
dad está dividida en tres órdenes.
Aparte del ya citado, la ley reconoce
otras dos condiciones: el noble y el
siervo que no se rigen por la misma
ley. Los nobles son los guerreros, los
protectores de las iglesias. Defienden a
todo el pueblo, a los grandes lo mismo
que a los pequeños y al mismo tiempo
se protegen a ellos mismos. La otra
clase es la de los siervos. Esta raza de
desgraciados no posee nada sin sufri-
miento. Provisiones y vestidos son su-
ministradas a todos por ellos, pues los
hombres libres no pueden valerse sin
ellos. Así, pues, la ciudad de Dios que
es tenida como una, en realidad es tri-
ple. Unos rezan, otros luchan y otros
trabajan.
ADALBERON DE LAON, Carmen ad
Robertum regem francorum (a. 998).
El signo principal de la majestad sobe-
rana y del poder absoluto es esencial-
mente el derecho de imponer leyes
sobre los súbditos, generalmente sin
su consentimiento (…). Hay, efectiva-
mente, una distinción entre justicia y
ley, porque la primera implica mera
equidad, mientras la segunda implica
el mandato. La ley no es más que el
mandato de un soberano en el ejerci-
cio de su poder.
JEAN BODIN. Los seis libros de la Re-
pública. 1578.
"Es sólo en mi persona donde reside el poder soberano, cuyo carácter propio es el
espíritu de consejo, de justicia y de razón; es a mí a quien deben mis cortesanos su
existencia y su autoridad; la plenitud de su autoridad que ellos no ejercen más que
en mi nombre reside siempre en mí y no puede volverse nunca contra mí; sólo a mí
pertenece el poder legislativo sin dependencia y sin división; es por mi autoridad que
los oficiales de mi Corte proceden no a la formación, sino al registro, a la publicación
y a la ejecución de la ley; el orden público emana de mí, y los derechos y los intere-
ses de la Nación, de los que se suele hacer un cuerpo separado del Monarca, están
unidos necesariamente al mío y no descansan más que en mis manos."
Discurso de Luis XV al Parlamento de París el 3 de marzo de 1766.
“Los reyes son llamados justamente
dioses, pues ejercen un poder similar
al divino. Pues si consideráis los atri-
butos de Dios, veréis cómo se encuen-
tran en la persona de un rey (...). De la
misma forma que es impío y sacrílego
hacer un juicio sobre los actos de
Dios, igualmente es temerario e in-
consciente para un súbdito criticar las
medidas tomadas por el rey.”
JACOBO I DE INGLATERRA. Reinó
entre 1603 y 1625.
-8-
la autoridad que el conjunto de la socie-
dad feudal ha depositado en sus manos.
Es por este motivo que las monarquías
modernas aún se someten a la censura de
las asambleas estamentales, denomina-
das de diversas formas según el lugar –
États Généraux en Francia y los Países
Bajos, Cortes en Castilla y Portugal, Par-
liament en Inglaterra, etc.-. Estas cáma-
ras, dominadas por la nobleza laica y
eclesiástica, a las que se suman los repre-
sentantes urbanos, consiguen del mo-
narca el reconocimiento de privilegios y
leyes –fueros-, ofreciendo a cambio su fi-
delidad a la Corona y subsidios con los
que sufragar los gastos de la Corte. El so-
metimiento a la voluntad de los estamen-
tos define la debilidad de la Corona,
motivo por el que estos Estados irán adop-
tando políticas cada vez más autoritarias.
Las monarquías modernas surgen
en la segunda mitad del siglo XV, durante
los reinados de Luis XI en Francia, Fer-
nando II en Aragón, Isabel I en Castilla,
Enrique VII en Inglaterra y Maximiliano I
en el Sacro Imperio. Todos ellos tienen
en común la implantación de una serie
de medidas a fin de centralizar el poder
en la Corte, asimilando el interés y pros-
peridad de la nobleza con la estabilidad
de la Corona. Para alcanzar tal objetivo,
estas monarquías recurrirán a distintos
instrumentos a fin de consolidar su posi-
ción, a saber: la ley, el ejército, los im-
puestos, la burocracia, el comercio y la
diplomacia.
Una de las primeras tareas de las
monarquías renacentistas es el estable-
cimiento de un corpus legal que justifi-
que la eminencia de su poder y le
permita imponer su autoridad sobre un
territorio fragmentado en señoríos, donde
impera la costumbre que ampara los pri-
vilegios señoriales y los derechos de las
comunidades campesinas. Para sortear
esta herencia consuetudinaria, los juris-
tas rescatan y compilan las fuentes del
Derecho Romano, aunque la base de la
jurisprudencia moderna será la conside-
ración de que «la voluntad del príncipe
tiene fuerza de ley», noción que ofrece al
rey la posibilidad de legislar en función
de sus intereses. Este principio se com-
pleta pronto con otra máxima igualmente
adecuada para la Corona: la exención por
parte del monarca de cumplir con la ley
que impera en el Estado, lo que permitirá
al príncipe ignorar los derechos tradicio-
nales y las libertades privadas a su dis-
creción.
Para hacer cumplir la voluntad del
monarca y la ley del reino, todo uno, la Co-
rona requiere de un ejército profesional,
más o menos permanente y por lo común
formado por mercenarios de origen extran-
jero. Esta tropa cumplirá con varias funcio-
nes: además de servir al príncipe para
implantar sus reformas, sofoca las posibles
rebeliones; ayuda también a dar estabilidad
al nuevo Estado, consolidando la transición
dinástica; posibilita la expansión del reino
que precisa de la guerra y la conquista
como medio de recabar nuevas lealtades y
recursos; y, por último, arrebata a la no-
bleza la función social derivada del mono-
polio de las armas, transformando a la
aristocracia en burócratas y cortesanos, y
relacionando su prosperidad con el favor
-9-
de las dinastías reales. Es así como la ad-
ministración civil, controlada hasta ahora
por el clero, pasa a manos de la nobleza y
las élites urbanas; proliferan los cargos que
el Estado vende entre sus súbditos adine-
rados, consiguiendo la Corona una fuente
lucrativa de ingresos, y los burócratas be-
neficios gracias a los privilegios, las influen-
cias y la corrupción que traen aparejadas
sus nuevas responsabilidades.
Además de para ganarse la lealtad
y dependencia de una clientela selecta,
el aparato administrativo sirve a la Corona
para extender su influencia a cada rincón
del reino, delegando la jurisdicción de su
poder primero en los señores, y más ade-
lante en un creciente cuerpo de funcio-
narios, quienes hacen cumplir las leyes y
se aseguran de mantener la presión fiscal
sobre sus súbditos. Éste resulta el factor
clave de los Estados que florecen al so-
caire de las monarquías modernas: la im-
plantación de un impuesto directo a favor
de la Corona.
Durante los siglos XIII y XIV, las mo-
narquías europeas fuerzan a los grupos so-
ciales no privilegiados a pagar un tributo
que sufrague las guerras dinásticas y fron-
terizas. En la medida que el aparato del Es-
tado crece, con el desarrollo de la Corte, de
la burocracia y del ejército, este impuesto
directo se consolida, sumándose las cargas
de la Corona al resto de tributos que tradi-
cionalmente las clases populares pagan a
la nobleza y a la Iglesia como institución.
La creciente presión fiscal que so-
portan las comunidades campesinas,
junto a la fragilidad de la producción agra-
ria, sujeta a ciclos de malas cosechas,
fuerzan al Estado a completar la recauda-
ción de tributos con impuestos indirectos
que gravan las actividades comerciales.
La idea de un gobierno que interviene re-
gulando la economía y fomentando las
manufacturas y el comercio cristaliza en
el mercantilismo, doctrina que desde el
siglo XVI ponen en práctica gran parte de
las monarquías occidentales.
El mercantilismo inspira la creación
de un mercado interior de producción y
consumo; el freno a las importaciones me-
diante aranceles, así como el fomento de
las exportaciones; el control de precios y
salarios por parte del Estado; el recurso de
la guerra como medio de dominación co-
mercial sobre otras potencias; y, por úl-
timo, el atesoramiento de metales
preciosos bajo la consideración de que, si
el volumen de oro y plata es finito –como
se pensaba en la época-, cuánto más me-
tales preciosos acaudale una Corona
menos restará para las demás, garanti-
zando la riqueza del Estado y la financia-
ción del ejército.
El mercantilismo está detrás de la
concesión de privilegios a los gremios,
freno al libre mercado, pero también per-
mite que se desarrollen las manufacturas
y las fábricas reales, antecedentes de la
revolución industrial, así como las compa-
ñías privilegiadas que establecieron em-
porios comerciales en las costas de África
y en el sur de Asia, germen del futuro co-
lonialismo contemporáneo.
Bajo estos principios, las monar-
quías se consolidan, ampliando sus domi-
nios mediante la guerra y la colonización,
con tal de atraer nuevas fuentes de ingre-
sos en una espiral de endeudamiento pro-
vocada por el mismo gasto que alienta la
expansión del reino. La competencia entre
monarquías vecinas, con características
similares, permitirá el temprano recurso a
la diplomacia, una extensión del aparato
burocrático más allá de las fronteras del
reino. La diplomacia juega un doble papel:
trabaja en el sostenimiento de la paz, con-
tribuyendo a fomentar el entendimiento
político, religioso y comercial cuando es
necesario o propicio, pero de la misma
forma sirve para orquestar alianzas, cons-
pirando en contra de terceros para satis-
facer el afán y las necesidades de
conquista.
El impulso de las monarquías dinás-
ticas a partir del siglo XV sirvió para dar
forma a los grandes Estados europeos,
como la Corona hispánica, Francia o Ingla-
terra, protagonistas de la gran expansión
atlántica que en el siglo siguiente les llevó
a conquistar y explotar la costa occidental
de África y el continente americano. Sin
embargo, no podemos pasar por alto las li-
mitaciones de este impulso político.
A pesar de la reforma fiscal y el in-
centivo económico del mercantilismo, el
gasto administrativo y militar supera con
creces sus ingresos, por lo que el Estado
habrá de concertar préstamos con ban-
queros, cuyos intereses comprometerán
importantes fuentes de riqueza, como los
metales preciosos provenientes de Amé-
rica en la Corona hispánica. Este endeu-
damiento por parte de las
administraciones tendrá como conse-
cuencia un aumento de la presión fiscal
sobre los grupos no privilegiados, dispa-
rando la conflictividad, sobre todo entre
las comunidades campesinas.
En cuanto a las aspiraciones políti-
cas de las nuevas monarquías, aunque el
centralismo administrativo y jurídico fuera
afín a sus pretensiones, la persistencia de
los privilegios limitó esa aspiración, y en
algunos supuestos, como el Sacro Imperio
o Polonia, la fortaleza de la nobleza abortó
las ambiciones del trono. Además, incluso
las monarquías consolidadas hubieron de
lidiar con la curia eclesiástica, quienes a
través de la burocracia y el derecho canó-
nico ejercían una gran influencia en la ad-
ministración, anteponiendo su fidelidad al
Papado a su lealtad a la Corona. La proli-
feración de las doctrinas protestantes en
el siglo XVI –calvinistas, luteranos, ana-
baptistas-, que reivindican una religiosi-
dad ajena a Roma, servirá a las
monarquías europeas para afianzar su
poder, ya sea asumiendo la Reforma pro-
testante o combatiéndola, aprovechando
en ambos casos la debilidad de las insti-
tuciones católicas: tales fueron los casos
de Enrique VIII, quien se convertiría en ca-
beza de la Iglesia anglicana, y de los mo-
narcas de la Corona hispánica, que bajo
la fórmula del Patronato Real ejercieron la
misma autoridad sobre las colonias de
América, sin forzar el cisma con Roma.
Aun con sus debilidades, las monar-
quías dinásticas lograron consolidar su
poder, imponiendo una forma de gobierno
autoritario, conocida como Absolutismo.
Algunos historiadores no avalan esta dife-
renciación, entendiendo que los reinos e
imperios europeos de finales del siglo XVI
no son sino una prolongación de los Esta-
dos modernos que les preceden. Es cierto
que los reyes absolutistas, como Luis XIV
en Francia o Felipe V en la Corona hispá-
nica, se sirvieron de los instrumentos le-
gados por sus antecesores, tales como el
ejército profesional, la ley que emanaba
de su persona o la administración centra-
lizada, pero su autoritarismo va un paso
más allá, al despreciar las asambleas es-
tamentales de tradición medieval y reco-
nocer como fuente indiscutible de su
soberanía el derecho divino.
El reconocimiento del origen divino
de la monarquía convierte al rey ya no en
un superior feudal, sino en el valedor de
una autoridad suprema, procedente de
Dios, y por lo tanto incontestable. Asimilar
la voluntad del monarca a los designios di-
vinos ofrece a la Corona la justificación al
ejercicio de un poder ilimitado y despó-
tico, que le llevará a prescindir de Parla-
mentos y Cortes, sustituyéndolos por una
administración polisinodial, formada por
Consejos que ejercen labores de gobierno
a las ordenes de un ministro de la Corona.
El desprecio por los órganos tradicionales
de representación estamental provocará
un rechazo creciente en distintos grupos,
sobre todo entre aquellos sectores de la
nobleza rural y de las élites urbanas que
no pueden acceder a la compra de car-
gos, y por lo tanto se ven excluidos de la
nueva estructura política del Estado. Estos
colectivos se sumarán a las clases popu-
lares, víctimas de los excesos fiscales y
otros abusos, para alimentar un clima de
inestabilidad, previo a las revoluciones.
1.4 Revueltas y motines.El cambio social es el motor de la historia,
y aunque ningún cambio resulta tan pro-
fundo y traumático como el que trae una
revolución, las transformaciones que la
preceden alientan una rebeldía entre
aquellos individuos y grupos que pierden
derechos o han de asumir nuevas cargas.
Fue el caso de las comunidades campe-
sinas, presionadas por los tributos y el ex-
polio de recursos comunales; también de
los menestrales, jornaleros y artesanos,
que hubieron de lidiar con los impuestos
y el alza de precios; e incluso de ciertos
sectores de la nobleza, que asumían el
fortalecimiento del poder real como una
amenaza. Unos y otros harán proliferar re-
vueltas y motines, con un grado de orga-
nización y seguimiento dispar, suscitando
una conflictividad que se encuentra en el
germen de las futuras revoluciones.
Uno de los primeros focos de rebel-
día durante el feudalismo lo hallamos en
la respuesta popular de las comunidades
campesinas a los privilegios y prerrogati-
vas de sus señores. La concentración de
la propiedad libre en manos de la nobleza,
así como el establecimiento de la servi-
dumbre en el proceso de expansión de
reinos y principados en el Este de Europa,
inducirán disturbios más o menos espon-
táneos, que desde el siglo VIII cunden con
distintos grados de intensidad y segui-
miento. Crisis coyunturales, como epide-
mias o malas cosechas, sirven de
detonante para que el campesino se le-
vante contra el trabajo forzado o la parti-
ción de frutos que esquilma su economía
familiar en los momentos más adversos,
aunque bajo estas insurrecciones también
circula una censura al aumento de los pri-
vilegios nobiliarios y la vulneración de los
derechos comunales. La principal carac-
terística de estos levantamientos resulta la
falta de un proyecto político que vuelva
trascendente la protesta.
Este motivo, junto al miedo a la re-
presión, permite que las rebeliones cam-
pesinas se confundan con los grandes
movimientos heréticos que ponen en tela
de juicio el papel de la Iglesia y algunos
principios de fe, aquellos precisamente en
los que se funda el orden señorial. Las he-
rejías que desde el siglo X se extienden
por Europa enmascaran el discurso de
igualdad social y reparto de la riqueza de
estas comunidades campesinas, sirviendo
de antecesor al protestantismo del siglo
XVI. Junto a las arenga milenaristas y reli-
giosas que acompañan a la rebelión, otras
características, que los levantamientos
campesinos harán perdurar en los siglos
siguientes, son la formación de ejércitos
populares, el saqueo de bienes, que en la
Europa del Este y mediterránea derivó en
el bandolerismo, la ocupación de tierras y
la instauración de efímeros gobiernos par-
ticipativos en los municipios sublevados.
La gravedad del malestar popular, la ca-
pacidad de organización y la respuesta
militar de los señores fija la duración del
levantamiento, pudiéndose prolongar in-
cluso durante años de forma interrum-
pida, forzando en ciertos casos la
intervención de un poder real fortalecido.
A partir del siglo XIV, a la nobleza y
la Iglesia se suma la Corona como motivo
de descontento popular por sus abusos.
Los tributos con los que se costean las
guerras dinásticas, el alojamiento de las
tropas reales, que se traduce en violencia
y saqueos, e incluso el reclutamiento for-
zoso, son los agravios más frecuentes que
alimentan la sublevación. El pago en me-
tálico de estos impuestos fuerza a que, en
muchos casos, el campesino contraiga
deudas que le empobrecen, hasta los lí-
mites de su descontento. Curiosamente,
aunque el Estado es el responsable de
esta excesiva presión fiscal, los campesi-
nos no dirigen su animadversión contra el
rey, sino contra lo que proclaman como
«el mal gobierno»; incluso cuando el mo-
narca deroga los derechos de la comuni-
dad y expropia tierras vecinales, la
animosidad de estos rebeldes no atenta
contra la Corona, sino contra los funcio-
narios que expulsan a los campesinos de
sus tierras, y contra los recaudadores que
ahogan sus economías domésticas. Con
el tiempo, estas sublevaciones aportarán
un discurso propio, reclamando en el re-
parto de la tierra, el laicismo político, el fin
de los privilegios y la reivindicación de los
gobiernos municipales para los campesi-
nos mediante la elección directa de sus
representantes, aspectos que se encuen-
tran en la esencia de los movimientos po-
pulares durante las revoluciones
burguesas, y más allá.
Junto al campo, el otro gran foco de
inestabilidad social es la ciudad, donde
proliferan los tumultos desde el siglo XIII.
El crecimiento urbano provocado por el
éxodo rural hará que una parte de la po-
blación, trabajadores asalariados y peo-
nes gremiales en su mayoría, no puedan
proveerse de sustento si no es a través-10-
del mercado. La misma inestabilidad que
motiva las rebeliones campesinas tiene
así su eco en la ciudad como motines de
subsistencia en los que las clases popu-
lares reclaman precios asequibles para
los cereales panificables y otros produc-
tos básicos en su dieta; en estos casos,
la violencia se cierne sobre molineros,
comerciantes y todo aquel que especula
con el precio del grano en momentos de
carestía. La adopción por parte del Es-
tado de una política económica mercan-
tilista, que alienta la exportación
agropecuaria y eleva los impuestos, no
hará sino excitar los ánimos.
En el tránsito entre las ciudades me-
dievales, donde la nobleza urbana copaba
las magistraturas, y la formación de las
urbes modernas, la implantación del sis-
tema gremial y la aparición de élites socia-
les no privilegiadas forzarán una compleja
lucha entre distintos grupos sociales. Así,
a los motines de subsistencia se suman
pronto las rebeliones de peones y oficiales
contra los abusos de los maestros en el
“En muchas partes de dicho princi-
pado de Cataluña algunos señores
pretenden y observan que los dichos
payeses pueden justa o injustamente
ser maltratados a su entero talante,
mantenidos en hierros y cadenas y
aun reciben golpes. Desean y suplican
dichos payeses sea suprimido y no
puedan ser maltratados por sus seño-
res, sino por mediación de la justicia.
(…) Pretenden algunos señores que
cuando el payés toma mujer, el señor
ha de dormir la primera noche con
ella, y en señal de señorío, la noche
que el payés deba hacer nupcias estar
la mujer acostada, viene el señor y
sube a la cama, pasando sobre dicha
mujer, y como esto sea infructuoso
para el señor y gran subyugamiento
para el payés, mal ejemplo y ocasión
de mal, piden y suplican que sea total-
mente abolido.”
Proyecto de concordia entre los paye-
ses de remensa y sus señores, 1462
Corpus de sang, de Antonio Estruch (1907). Representación pictórica del alzamientocampesino de los segadores catalanes en 1640 contra el alojamiento de tropas reales.
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contexto de los gremios, estableciendo or-
ganizaciones de ayuda mutua para afron-
tar huelgas y otras acciones
reivindicativas, ya desde el siglo XIV.
En otros casos, fueron comerciantes,
banqueros, patronos de manufacturas y
maestros gremiales los que inspiraron o
aprovecharon revueltas contra la nobleza
que trataba de extender los privilegios coer-
citivos del campo a la ciudad. Entre los si-
glos XIII y XVI, estas élites urbanas
consiguieron asentar su poder en determi-
nados lugares, sobre todo en puntos de la
península Itálica y los Países Bajos; aún así,
resulta precipitado hablar tan pronto de bur-
guesía como clase social con un proyecto
revolucionario, y no es de extrañar que en
otros contextos, como por ejemplo ante los
motines de subsistencia, banqueros y co-
merciantes se congracien con la nobleza, o
que liguen sus destinos a la prosperidad de
las monarquías feudales por la compra de
cargos y la expedición de deuda.
La conflictividad durante el feuda-
lismo europeo se completa con las revuel-
tas nobiliarias. La insurrección de los
señores resulta connatural al proceso de
formación de los Estados modernos, al
principio debido a luchas entre familias
por establecer y legitimar las dinastías re-
ales, y más adelante por la pérdida de los
atributos medievales y la adaptación for-
zada a los cambios. Con el estableci-
miento de ejércitos profesionales, los
señores abandonan paulatinamente su
función militar, forzados a la compra de un
cargo administrativo como medio de lucro,
lo que provoca la insatisfacción y suscita
la violencia de una nobleza contrariada.
De la misma forma, muchos señores de
Occidente, vasallos de rango inferior en la
escala feudal, padecen la abolición de la
servidumbre y la restitución de la moneda
como medio de intercambio, asistiendo al
éxodo de campesinos y la pérdida de tri-
butos, lo que derivaría en un endeuda-
miento sobre las rentas de la explotación
de la tierra, alimentando futuras sedicio-
nes en las que el noble aparece a la ca-
beza de revueltas populares.
Con todo, los levantamientos nobilia-
rios fueron perdiendo protagonismo con la
consolidación de las monarquías y la asi-
milación de buena parte de los señores a
la nueva naturaleza de sus dignidades.
A pesar de que en esta relación
hemos separado los distintos protagonis-
tas y focos de rebeldía, lo cierto es que los
levantamientos feudales más prolongados
y relevantes fueron aquéllos en los que las
revueltas campesinas y los motines urba-
nos llegaban a confundirse. Bajo la apa-
riencia de un proyecto religioso, de una
respuesta a invasiones extranjeras u otra
amenaza, campesinos, menestrales, co-
merciantes e incluso la nobleza podían lle-
gar a sumar esfuerzos. La falta de un
propósito político común, la disparidad de
intereses entre los distintos grupos y la re-
presión por parte del Estado truncarían
estas experiencias.
1.5 Las primeras revolucionesLa revolución es el resultado de las con-
tradicciones entre el crecimiento de gru-
pos sociales con aspiraciones económicas
y políticas distintas al marco jurídico e ins-
titucional que sirve a los intereses de las
clases dominantes. Esta situación se sos-
tiene durante largo tiempo, hasta que una
coyuntura desfavorable precipita un pe-
riodo de cambios profundos, de carácter
cualitativo, por los que se legitima la trans-
formación radical de las relaciones socia-
les predominantes de forma más o menos
permanente, y aquí de nuevo recurrimos
al apelativo «predominantes» para recal-
car como, por muy profundos que resul-
ten los cambios, siempre quedan
pervivencias del pasado.
Las revoluciones contemporáneas
recibirán el calificativo de burguesas y li-
berales indistintamente, ya que es la bur-
guesía, una nueva clase social formada al
calor de la propia revolución, la que ven-
drá a liquidar el feudalismo en Europa y
sus colonias, aprovechando el descon-
tento popular y la debilidad de las monar-
quías absolutistas, y promoviendo en su
lugar un nuevo marco de libertades, polí-
ticas mediante la implantación del Estado
liberal, y económicas con el desarrollo del
libre mercado. Los especialistas hacen
coincidir el inicio de la época contempo-
ránea con estas revoluciones que, en las
colonias inglesas de Norteamérica y en
Francia, pusieron fin al feudalismo. Esa
consideración desprecia los antecedentes
de los Países Bajos en la segunda mitad
del siglo XVI y de Inglaterra en el siglo XVII,
sociedades donde se vivieron procesos re-
volucionarios tanto o más significativos
que los anteriores, aunque sostenidos en
un discurso religioso propio de la coyun-
tura en las que se originan.
Los Países Bajos (1550-1585)Desde el siglo XIII, los Países Bajos –cuyo
territorio se correspondía con las actuales
fronteras de Bélgica y Holanda- había ex-
perimentado un insólito crecimiento en
virtud de la red de ciudades y puertos que
servían para el tránsito de mercancías
entre distintos puntos de Europa.
El descubrimiento y conquista de
América a finales del siglo XV, así como el
auge de las monarquías nórdicas –Suecia,
Dinamarca- desplazaron al Mediterráneo
frente al Atlántico como espacio pujante
de intercambio comercial e inversión fi-
nanciera. Esta coyuntura permitió que los
flamencos controlaran en poco tiempo el
mercado de las especias, el tráfico marí-
timo desde el Báltico y la producción de
cereal del Este de Europa, almacenando
el grano, transportándolo y fijando los pre-
cios. Al impulso comercial, se sumaron
mejoras en la producción agraria y manu-
facturera, todo ello sumado a la emergen-
cia de grandes centros urbanos, entre los
que sobresalía Amberes.
La creciente prosperidad económica
de los Países Bajos contrastaba con su de-
pendencia política. La debilidad y fragmen-
tación de los poderes locales hizo que el
territorio cambiara en varias ocasiones de
soberanía, hasta quedar adscrito al Sacro
Imperio, primero, y a la Corona hispánica
después de que Carlos V (1500-1558) re-
partiera su legado al abdicar en 1556, con-
cediendo a su hijo, Felipe II (1527-1598),
sus posesiones en la península ibérica, la
península itálica, América y los Países
Bajos. Este cambio dinástico resultará tras-
cendental en el devenir de la región por los
distintos modelos de Estado que uno y otro
-13-
monarca llevaron a la práctica. Carlos V
gobernó en buena sintonía con los Estados
Generales de las diecisiete provincias, res-
petando las leyes y «libertades» promulga-
das por esta asamblea, lo que le reportó
cierto prestigio entre sus súbditos, aún
cuando tomó decisiones polémicas como
la elección de gobernadores sin el consejo
de los Estados, o la implantación del Santo
Oficio para reprimir la herejía protestante.
Caso distinto fue el de Felipe II, quien
desde su coronación forzó a los Estados
Generales a entregarle elevadas sumas de
dinero con las que sanear la deuda de la
Corona, sin ofrecer otra contrapartida que
decisiones autoritarias por las que la no-
bleza local y los principales comerciantes
se veían relegados del gobierno por buró-
cratas y favoritos castellanos.
El fervor católico del nuevo monarca
le restó apoyos, y no sólo por la intoleran-
cia con la que defendía el dogma sino
también por otros asuntos tanto o más po-
lémicos: la guerra que Felipe II mantenía
con el Imperio otomano multiplicó las car-
gas tributarias que campesinos y artesa-
nos debían satisfacer; las nuevas diócesis
episcopales que el monarca designo para
los Países Bajos a partir de 1559 restaron
ingresos a la nobleza local; y el fortaleci-
miento de la Inquisición hizo peligrar la
presencia de delegaciones extranjeras en
los enclaves comerciales flamencos, mu-
chos de cuyos representantes eran judíos
o protestantes.
A falta de un pensamiento político
que guiara la rebelión, el descontento
común de la sociedad neerlandesa se arti-
culó gracias al discurso religioso. Durante
el reinado de Carlos V, anabaptistas, men-
nonitas y calvinistas habían clamado por
una fe personal alejada de Roma y su curia,
o bien por el sostenimiento de la tradición
comunitaria frente al avance del Estado
centralista. A pesar de la actuación del
Santo Oficio, estas confesiones permane-
cían activas en los Países Bajos, y aunque
fue el calvinismo el que congregó un mayor
número de apoyos entre los rebeldes, las
distintas doctrinas se sumaron en su re-
chazo hacia la intolerancia católica y la in-
tervención española en los gobiernos
provinciales y locales, lo que ayudó a fo-
mentar un incipiente espíritu nacional.
Los primeros brotes de oposición a
Felipe II y sus representantes en los Paí-
ses Bajos surgen entre 1565 y 1566
como respuesta a la persecución de he-
rejes por parte del Santo Oficio. Aprove-
chando la intervención de la armada
española contra el avance turco en el Me-
diterráneo, la nobleza y las comunidades
calvinistas encabezan el levantamiento,
con el apoyo de Inglaterra, los hugonotes
franceses y los protestantes alemanes. El
resultado es una cruenta represión por
parte de las tropas españolas, que ter-
mina con juicios y condenas a muerte,
además de confiscaciones totales y par-
ciales del patrimonio de los rebeldes; la
idea de las autoridades españolas era sa-
tisfacer el gasto militar con las ventas de
los bienes incautados, pero siendo insu-
ficiente, Felipe II forzó a los Estados Ge-
nerales a que aprobaran nuevos
impuestos. La estrategia de la Corona,
lejos de servir de castigo ejemplarizante,
permitió a la causa calvinista ganar sim-
patías, justificando futuras acciones.
En 1569, Felipe II trata de sofocar
las rebeliones que todavía se mantienen
activas promulgando una amnistía, que
por el gran número de excluidos se con-
virtió antes en un revulsivo para la pro-
testa que en una solución. A partir de
1572, las revueltas se convirtieron en re-
volución, liderada por Holanda, Zelanda
y Utrech, las provincias del Norte que
nombraron como jefe del ejército y pro-
tector de su independencia a un noble,
Guillermo de Orange (1553-1584), bajo
el título de estatúder. A la hora de plasmar el futuro polí-
tico de la nueva nación, los distintos gru-
pos coaligados mostraron sus
disparidades: mientras para los campesi-
nos y la nobleza local, la revolución tenía
como objetivo perpetuar sus «libertades»
tradicionales y privilegios frente al centra-
Revolución burguesa en los Países Bajos 1550-1585
Auge del Atlántico como espacio de intercambio
comercial
Enriquecimiento de los Países Bajos
al controlar el comercio
Dependencia política de España- Incremento arbritario de la
fiscalidad a los Estados Generales- Represión de las herejías
(Inquisición)CONTRADICCIÓN
1556 Abdicación de Carlos V en Felipe II1565-1566 Levantamiento calvinista y represión por el Duque de Alba1568 Guillermo de Orange encabeza el movimiento independentista
1576 Pacificación de Gante1579 Unión de Utrech - Provincias Unidas
1581 Independencia de las Provincias Unidas1609 Tregua de los 12 años entre el Norte y el Sur
1648 España reconoce la independencia
-14-
lismo monárquico de Felipe II, para la bur-
guesía el fin era convertir los Estados Ge-
nerales en un instrumento de gobierno
que le permitiera poner fin a las trabas del
feudalismo.
Hasta 1581, los enfrentamientos se
sucedieron, trazando una división entre
las provincias del Norte, de mayoría pro-
testante, y las del Sur, católicos y leales a
Felipe II. Ese mismo año, las Provincias
Unidas se establecen como un Estado in-
dependiente, tanto a los Países Bajos del
sur como a la Corona hispánica, fundando
una república federal en la que, si bien
persistió la figura del estatúder, fueron losEstados Generales los que ejercieron el
poder efectivo bajo la fórmula del pacto
entre el gobernado y el gobernante, que
reducía las instituciones a una forma de
representación popular, valedora de una
ley común para todos.
Aunque la revolución se había ini-
ciado como una revuelta popular y nobilia-
ria, el nuevo Estado quedó pronto bajo la
influencia de la burguesía mercantil de una
de sus provincias, Holanda, cuyo puerto
más importante, Ámsterdam, desplazó a
Amberes como centro comercial. Bajo la
influencia de la burguesía holandesa, los
Estados Generales legislaron para permitir
y fomentar la libre circulación de capitales,
la innovación agrícola, las inversiones en la
producción manufacturera y la expansión
comercial, todo ello respaldado por el in-
violable principio de la propiedad privada,
que se imponía así a la propiedad feudal,
sujeta a cargas y privilegios que irían des-
apareciendo. El resultado de estas medidas
fue el desarrollo de un «Estado mercantil»,
cuyo colofón devino el establecimiento de
colonias en el norte de América, la costa
de África, el sur de Asia y los archipiélagos
del Pacífico, para la explotación de recur-
sos y el tráfico de mercancías.
De esta forma se inaugura el colo-
nialismo capitalista, que a diferencia de
los Imperios absolutistas, se basa en la
concesión de monopolios –rutas, áreas de
explotación- a sociedades de inversores
privados. La Compañía Holandesa de las
Indias Orientales, fundada en 1602, des-
arrolló un descollante negocio con el trá-
fico de especias y pimienta de Asia, mien-
tras que la Compañía Holandesa de las In-
dias Occidentales convirtió a las
Provincias Unidas en la primera potencia
en las costas del África occidental, apro-
vechando el comercio de esclavos con las
colonias de América. Esta preeminencia
económica y política se mantendrá hasta
que en el siglo XVII la expansión de la
Francia absolutista y las guerras navales
contra Inglaterra relegarán a las Provincias
Unidas a un segundo plano en el contexto
internacional.
Inglaterra (1640-1689)Mientras en los Países Bajos la rebeldía
contra el creciente autoritarismo de Felipe
II daba paso a una revolución nacional (co-
nocida como la Guerra de los 80 años, por
la historiografía holandesa), en Inglaterra,
Isabel I (1533-1603) afianzaba el papel de
la Corona empleando como instrumento a
la Iglesia anglicana, la lealtad de una clase
de terratenientes –gentry- enriquecida conla compra de las tierras expropiadas a las
órdenes religiosas durante la Reforma, una
burocracia fiel a la reina y una flota naval
que servirá a la expansión colonial. Ade-
más de estas premisas, Isabel I había fo-
mentado medidas económicas para
aumentar la productividad, fortalecer el
mercado interior y elevar la recaudación de
tributos. Iniciativas como la deforestación
y desecación de pantanos para el cultivo,
o el cercamiento –enclosure- de las tierrascomunales y otros campos abiertos –openfields-, sirvieron para que ya a finales delsiglo XVI se asentaran las bases de la «mo-
dernización agraria», cuyos inmediatos
damnificados fueron los campesinos, pri-
vados de derechos de pasto, pesca y otros
usos comunales.
En las ciudades, signos como la
apertura de la Bolsa de Londres en 1571,
o la creación de la Compañía Inglesa de
las Indias Orientales, a la que desde
1599 se le garantizó el monopolio comer-
cial más allá del cabo de Buena Espe-
ranza, en competencia con su homóloga
holandesa, permiten que prospere una
élite urbana ajena a los privilegios feuda-
les. Al igual que en los Países Bajos, el
descontento popular por la pérdida de
tierras, recursos y derechos comunales,
así como las pretensiones de una inci-
piente burguesía, se articula mediante el
discurso religioso de distintas corrientes
protestantes, enfrentadas al anglica-
nismo por alcanzar un Estado laico, la in-
dependencia y libertad personales, la
igualdad jurídica e, incluso, el reparto
equitativo de la propiedad.
La muerte sin descendencia de Isa-
bel I permite que, en 1603, la casa Es-
tuardo ascienda al trono de Inglaterra en
la figura de Jacobo I (1566-1625). Tanto
el nuevo rey como su hijo, Carlos I (1600-
1649), instauran una monarquía absolu-
tista, estableciendo un origen divino para
su dinastía, rodeándose de cortesanos y
burócratas y multiplicando la deuda del
Estado, que sufragarán con nuevos im-
puestos y la venta de cargos y títulos. Res-
pecto al Parlamento, de las dos
asambleas que lo componen, los Estuardo
buscarán el apoyo de la Cámara de los
Lores frente al rechazo de la Cámara de
los Comunes, formada por la gentry y laburguesía, víctimas de los nuevos mono-
polios que la Corona otorga, y el nepo-
tismo con el que reparte concesiones y
privilegios. La protesta de los Comunes
ante la política autoritaria de Carlos I no
obtendrá más que la indiferencia del mo-
narca, por lo que sus miembros reaccio-
narán rebelándose contra el pago de los
tributos establecidos sin el consentimiento
del Parlamento. Esta desobediencia ten-
drá como respuesta los arrestos arbitra-
rios, el embargo de mercancías y la
incautación de propiedades. El clima de
tensiones que originan estas medidas se
prolongará hasta 1629, fecha en la que
Carlos I decidió disolver el Parlamento, no
volviendo a convocarlo hasta once años
después, cuando la sublevación de Esco-
cia obligue de nuevo al monarca a apelar
a las Cámaras en busca de subsidios.
El Absolutismo inglés fracasó, entre
otras cosas, por la falta de un ejército re-
gular a las órdenes del rey, y de una bu-
rocracia que contrarrestara el poder local
de la gentry. La forzada necesidad de re-currir al Parlamento en 1640 no hizo sino
-15-
confirmar estas debilidades: la primera
asamblea, establecida en primavera –
Short Parliament-, se negó a socorrer a laCorona; el rey la disolvió, aumentando el
número de pares con tal de formar otro
Parlamento –Long Parliament- que lefuera favorable. El control de los órganos
de representación locales por parte de la
gentry y la burguesía, hizo que la Cámarade los Comunes quedara en manos de
este grupo, elevando una voz conjunta
que exigía el fin de los monopolios y la li-
bertad de comercio.
El descontento generalizado por el
gobierno de Carlos I encontró en el purita-
nismo un resorte ideológico para aglutinar
voluntades y pretensiones dispares, como
ya ocurrió en los Países Bajos con el calvi-
nismo. Para los representantes de los Co-
munes, el puritanismo se oponía a la
instrumentalización de la Iglesia anglicana
por parte de la Corona para controlar la
vida civil; para las comunidades campesi-
nas, significaba la reivindicación de dere-
chos tradicionales frente al avance de los
cercamientos, el alojamiento de tropas y la
presión fiscal. En el contexto de la guerra
civil que se desata entre 1642 y 1648, el
puritanismo servirá para establecer una
complicidad revolucionaria entre el Parla-
Revolución burguesa en Inglaterra (1640-1689)
ISABEL I(Monarquía feudal)
1642-1648 Guerra Civil
JACOBO I-CARLOS I(Monarquía absoluta)
- Lores (Nobleza)- Comunes (Gentry / burguesía)
PuritanismoAglutina intereses políticos y defensa de las tradiciones
Monárquicos
- Control de la IglesiaAnglicana
Privilegios
Financiación
MONARQUÍA PARLAMENTO
- Disuelto en 1629- Tributos sin consulta al Parlamento- Venta de cargos- Disolución
MONARQUÍA ABSOLUTA PARLAMENTO
ENFRENTAMIENTO
1649-1660 Commonwealth- Unificación del imperio- Ejército profesional (New Modern Army)- Libertades políticas, económicas yreligiosas- Dictadura de Cromwell
1688 Revolución Gloriosa- Monarquía parlamentaria- División de poderes (Locke)- Bases jurídicas del capitalismo
1660-1688 Restauración- Enfrentamientos entre Tories y Whigs en el Parlamento
mento y las clases populares. A pesar de
esta connivencia, el clima de agitación
hará que, por encima del debate institu-
cional sobre el gobierno o el Estado, cuaje
un ideario radical entre campesinos y tra-
bajadores. Desde la defensa de la libertad
política y religiosa que esgrimieron los con-gregacionistas, hasta las propuestas de losdiggers y levellers, quienes reclamaban elreparto de tierras y la democracia directa,
los proyectos igualitarios se sucederán sin
continuidad en el tiempo.
Para contener las ambiciones popu-
lares y hacer frente a las tropas realistas,
el Parlamento entregó el mando militar a
Oliver Cromwell (1599-1658), miembro
de la Cámara de los Comunes, quien
constituyó el New Modern Army, un ejér-cito profesional imbuido por los principios
puritanos, que se convertiría con el tiempo
en una fuerza fiel a su comandante antes
que al Parlamento. Los avances de Crom-
well condujeron al final de la guerra, que
se saldó con la detención y decapitación
de Carlos I, la disolución de la Cámara de
los Lores y la proclamación de la república
en Inglaterra bajo el nombre de Common-wealth. La fuerza del ejército regular, lanecesidad de pacificar Irlanda y Escocia
tras la muerte del rey y el temor de la no-
bleza y la burguesía a los proyectos igua-
litaristas, propició que la Cámara cediera
el control del Estado a Cromwell, nom-
brándolo en 1653 Lord Protector.
De aquí a su muerte, Cromwell di-
solverá el Parlamento, instaurando una
dictadura basada en la unión de la jerar-
quía militar y la administración civil; la po-
lítica de este periodo estará marcada por
la exaltación del puritanismo y la persecu-
ción de otras religiones -catolicismo-,
junto a los enfrentamientos de Inglaterra
con las Provincias Unidas y la Corona his-
pánica.
A la muerte de Cromwell en
1658, la línea sucesoria personificada en
su hijo no prosperó, y con el apoyo de la
gentry y los lores, se restauró la monarquíaen la figura de Carlos II (1630-1685). In-
glaterra recuperó así el principio político de
los tres «estados», por el cual las dos Cá-
maras y el rey compartían la soberanía,
aunque era el Parlamento el que definía los
límites del poder ejecutivo de la Corona,
aprobando los impuestos, por ejemplo. A
partir de 1681, Carlos II arrinconó estos
principios, recuperando la herencia abso-
lutista de sus predecesores al disolver las
Cámaras, perseguir a los puritanos y refor-
zar su autoridad en materia religiosa exten-
diendo la influencia de la Iglesia anglicana.
Surgen entonces en el Parlamento las dos
formaciones políticas que se mantendrán
en lo siglos siguientes: los whigs, represen-tantes de artesanos y comerciantes contra-
rios al anglicanismo y a la monarquía
absoluta, y los tories, vinculados a los inte-reses de los grandes terratenientes.
Jacobo II (1633-1701), sucesor a
partir de 1685 de Carlos II, enrarece aún
más las relaciones de la Corona con el Par-
lamento y la sociedad inglesa, primero al
profesar la fe católica, promocionando a
una burocracia civil y militar de idéntica
confesión, y en segundo lugar fortaleciendo
al ejército. En respuesta a esta polémica,
tories y whigs, que inicialmente habían dis-crepado sobre el ascenso de Jacobo II,
coinciden en reprobar al rey, buscando en
Guillermo III de Orange (1650-1702), es-tatúder de las Provincias Unidas y esposode María Estuardo –hija de Carlos II-, un
nuevo rey para Inglaterra que asegure el
carácter protestante de la monarquía y su
sometimiento al Parlamento.
La Revolución Gloriosa de Inglaterra
arranca en 1688 con la huida de Jacobo II
a Francia. Al año siguiente, el Parlamento
promulga una declaración de derechos -
Bill of Rights-, por la que se crea una mo-narquía parlamentaria, dejando en manos
de las Cámaras el gobierno efectivo.
Una de las mayores diferencias
entre la guerra civil, en 1648, y la Gloriosa
es que ahora los cambios no se sustentan
en una doctrina religiosa ni en la voluntad
de un jefe militar, sino en los grupos socia-
les que controlan el Parlamento -margi-
nando los proeyctos populares- y en la
doctrina política de autores como John
Locke, quien esgrime la idea del «contrato
social», un acuerdo entre gobernado y go-
bernante que se materializa en una ley
común para todos, garantía del derecho a
la vida, la libertad y la propiedad.
Tras estos principios, cuya aplica-
ción justa y equitativa viene avalada por
la división de poderes, se aprecia la ac-
ción revolucionaria de la burguesía in-
glesa, que a través de distintas Actas
emitidas por el Parlamento se dispondrá
a abolir el feudalismo, acabar con los
monopolios, consagrar la propiedad pri-
vada, permitir las sociedades capitalistas
por acciones, la libertad de industria, de
comercio y otras medidas que permitirán
el desarrollo del capitalismo en la Ingla-
terra del siglo XVIII.
1.6 Despotismo e IlustraciónLas políticas del Absolutismo provocaron
la hostilidad de aquellos sectores sociales
afectados por el recorte de derechos, pri-
vilegios y libertades. Como ya hemos apre-
ciado, las revueltas y alzamientos recurren
hasta el siglo XVII a un discurso religioso
“Resulta, pues, evidente que la monarquía absoluta, a la que
ciertas personas consideran como el único gobierno del
mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y
por ello no puede ni siquiera constituirse como una forma de
poder civil. La finalidad de la sociedad civil es evitar y reme-
diar los inconvenientes del estado de naturaleza, que se pro-
ducen forzosamente cuando cada hombre es juez de su
propio caso (...). Al partirse del supuesto de que ese príncipe
absoluto reúne en sí mismo el poder legislativo y el poder eje-
cutivo sin participación de nadie, no existe juez ni manera de
apelar a nadie capaz de decidir con justicia e imparcialidad, y
con autoridad para sentenciar, o que pueda remediar o com-
pensar cualquier atropello o daño que ese príncipe haya cau-
sado, por sí mismo, o por orden suya.”
JOHN LOCKE. Dos tratados sobre el gobierno civil. 1690.
-16-
-17-
para articular la protesta. Las primeras re-
voluciones, sobre todo el caso inglés,
cambiarán esta perspectiva, introdu-
ciendo una doctrina cada vez más des-
prendida de la fe y más imbuida de
directrices económicas y políticas para la
mejor organización del Estado. Fruto de
estos dos antecedentes –la reacción al
Absolutismo y el pensamiento político in-
glés- el siglo XVIII asiste al nacimiento de
la Ilustración, un movimiento filosófico
que opone la razón y la educación al os-
curantismo y la intolerancia religiosa que
ha imperado en los siglos anteriores.
La Ilustración sigue el camino
abierto desde el siglo XIV por el huma-
nismo, un movimiento intelectual que fo-
mentó la herencia grecolatina,
recuperando al Hombre como centro de
la reflexión filosófica. A través de su in-
fluencia en los príncipes modernos, los
humanistas trataron de arrebatar el mo-
nopolio del conocimiento a la Iglesia, rei-
vindicando una concepción laica del
saber, que sirvió de impulso a la ciencia y
la técnica, cubriendo las necesidades del
Estado y de las élites urbanas en su ex-
pansión territorial y comercial. Una de
esas innovaciones, precisamente, sería la
invención de la imprenta moderna de
tipos móviles, a mediados del siglo XV,
que permitiría la difusión de las nuevas
ideas, los debates y las herejías.
Un lastre del humanismo fue la sub-
ordinación de sus preceptos al dogma
cristiano, sobre todo en el contexto de los
conflictos religiosos que acompañaron a
la Reforma protestante en Europa. Por esa
razón, a la hora de buscar antecedentes,
los Ilustrados encontrarán en las corrien-
tes filosóficas del siglo XVII una herencia
más próxima, en el tiempo y en los plan-
teamientos. La primera fuente de la que
bebe la Ilustración es el llamado «raciona-
lismo continental», expresado por autores
como Descartes, Spinoza o Leibniz, quie-
nes sientan las bases del razonamiento ló-
gico y científico, el cálculo matemático
como medida de la naturaleza y la demo-
cracia como aspiración social.
Esta influencia se confunde en el
pensamiento ilustrado con la de los filóso-
fos empiristas de la Inglaterra de la revolu-
ción: Francis Bacon (1561-1626),
precursor del razonamiento inductivo y la
ciencia experimental; Isaac Newton (1643-
1727), quien inspiró la concreción mate-
mática y universal de los fenómenos
astronómicos, que hasta ahora gozaban de
una explicación teológica; y John Locke
(1632-1704), autor de una teoría política
sobre el «contrato social» que legitimaba la
rebelión como reacción al mal gobierno.
Aunque son los autores ingleses los
que inspiran la reforma ilustrada, no será
en Inglaterra sino en Francia donde el
movimiento cobra fuerza. Francia a prin-
cipios del siglo XVIII ha alcanzado el apo-
geo de su expansión y crecimiento bajo
el gobierno despótico de Luis XIV, convir-
tiéndose por ese mismo motivo en el Es-
tado donde las contradicciones del
Absolutismo se harán más evidentes,
permitiendo que autores como Rous-
seau, Montesquieu o Voltaire extiendan
la influencia su pensamiento por Europa.
Más allá de esta herencia, si algo
distingue a la Ilustración es la diversidad
cronológica, territorial e ideológica, a
pesar de lo cual podemos establecer una
serie de características compartidas, si no
comunes, por todos sus miembros.
El primer asunto en el que los ilus-
trados coinciden es en la exaltación de la
“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el
ejecutivo de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y
el ejecutivo de las que pertenecen al civil.
Por el primero, el príncipe o el magistrado hace las leyes para
cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están
hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o re-
cibe embajadores, establece la seguridad y previene las inva-
siones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las
contiendas de los particulares. Este último se llamará poder
judicial; y el otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado
(...).
En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación
de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres
poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar
las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contien-
das de los particulares, todo se perdería enteramente.”
MONTESQUIEU. El espíritu de las leyes. 1748
La ilustración es la salida del hombre
de su minoría de edad. El mismo es
culpable de ella. La minoría de edad
estriba en la incapacidad de servirse
del propio entendimiento, sin la direc-
ción de otro. Uno mismo es culpable
de esta minoría de edad cuando la
causa de ella no yace en un defecto
del entendimiento, sino en la falta de
decisión y ánimo para servirse con in-
dependencia de él, sin la conducción
de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de
servirte de tu propio entendimiento! He
aquí la divisa de la ilustración.
IMMANUEL KANT. ¿Qué es la Ilustra-
ción? 1784
“¿Qué es, pues, el gobierno? Un
cuerpo intermediario establecido entre
los súbditos y el Soberano para su
mutua correspondencia. (...) En el ins-
tante en que el gobierno usurpa la so-
beranía, el pacto social queda roto, y
todos los simples ciudadanos, vueltos
de derecho a su libertad natural, son
forzados, pero no obligados, a obede-
cer. (...) Toda ley no ratificada por el
pueblo en persona es nula; no es una
ley. El pueblo inglés cree ser libre, y se
engaña mucho; no lo es sino durante
la elección de los miembros del Parla-
mento; desde el momento en que
éstos son elegidos, el pueblo ya es es-
clavo.”
JEAN-JACQUES ROUSSEAU. El con-
trato social. 1762
-18-
razón como medio para alcanzar la ver-
dad, una verdad desvelada por la ciencia
que ofrece una explicación lógica y de-
mostrable a la naturaleza y sus fenóme-
nos, frente a la verdad revelada por la fe,
que se justifica en el dogma y la supersti-
ción, motivo por el que los ilustrados re-
pudian las religiones organizadas y sus
instituciones.
Este rechazo a la religión no se ma-
terializará en todos los autores de la
misma forma, pudiendo reconocer un
amplio abanico de situaciones, desde los
que tratan de conciliar el dogma cris-
tiano con la lógica, hasta los que abra-
zan el ateismo, pasando por los deístas
–inspirados por Spinoza-, que conside-
ran a Dios como la causa primera de las
leyes que rigen en la naturaleza. En
cuanto a la forma de combatir la supers-
tición y difundir los preceptos y frutos del
pensamiento racional, sí que existirá
acuerdo, al menos entre los ilustrados
franceses, desarrollando una herra-
mienta sistemática que aspirará a conte-
ner el conocimiento humano. La
Enciclopedia, dirigida por Diderot y D’A-
lambert entre 1751 y 1772, se convierte
en una alternativa laica a las Sagradas
Escrituras para los Ilustrados, que recu-
rren desde un primer momento al libro,
el opúsculo y la prensa como medio de
transmisión de su ideario.
*Masonería: constituidosoriginalmente como gre-mios de albañiles y arqui-tectos medievalesorganizados en logias, lamasonería estableciódesde el siglo XVII unared de sociedades se-cretas de ayuda mutua asus miembros. Precurso-ras de la libertad de culto-reduciendo la naturalezade los distintos dioses alcarácter único del «GranArquitecto»-, la vertienteliberal de la masoneríafomentó entre los siglosXVIII y XX la libertad deconciencia y el debate.La suma de liberalismo yclandestinidad convirtióa la masonería en viverode los movimientos revo-lucionarios burgueses. Elcarácter secreto de laslogias, la infiltración desus miembros en la jerar-quía política y militar delos Estados y su rechazodel dogmatismo religiosoe ideológico provocó unareacción antimasónica,de gran influencia en laextrema derecha y elfascismo en la primeramitad del siglo XX.
A estos canales se suman pronto
las academias, los salones, las universi-
dades y las logias masónicas, y aunque
la actividad divulgadora del movimiento
permite su temprana difusión, también
choca pronto con obstáculos obvios,
como es el analfabetismo o el elevado
coste de las obras y volúmenes.
Al hilo de este último asunto, los
autores ilustrados coinciden también en
su análisis de la educación como medio
para abolir el oscurantismo y extender el
pensamiento racional. Este principio,
cuyo adalid es Rousseau, choca sin em-
bargo con el sentido elitista del movi-
miento ilustrado, que reconoce en
muchos casos como destinatario de sus
obras y enseñanzas a una élite prepa-
rada, nobles y burgueses por lo común.
De hecho, los philosophes buscan la
“En Francia, un noble es muy supe-
rior a un negociante. Yo no sé sin
embargo quién es más útil a un Es-
tado; el señor bien engalanado que
sabe con precisión a qué hora se le-
vanta el rey, y que se da aires de
grandeza, o un negociante que enri-
quece a su país, da órdenes en El
Cairo, y contribuye a la felicidad del
mundo.”
VOLTAIRE. Cartas filosóficas. 1734
La Ilustración
CAUSAS- Conflictividad social- Cuestionamiento de la explicación reli-giosa de la realidad
- Monopolio de la educación por parte dela Iglesia
- Auge de las monarquías absolutistas- Herencia humanista- Movimientos heréticos y clandestinos
AUTORESRacionalistas continentales
Descartes Método científicoSpinoza Razonamiento lógico /
DeísmoLeibniz Cálculo matemático
Empiristas ingleses
Bacon Razonamiento inductivoNewton Ley de atracción universalLocke Contrato social
Ilustrados francesesRousseau Contrato social / concepto
de ciudadaníaMontesquieu División de poderes /
Monarquía parlamentariaVoltaire Monarquía ilustrada /
Concepto racional de la Historia
aquiescencia de los círculos cortesanos
y del mismo monarca como medio para
aplicar sus reformas racionales a la ad-
ministración del Estado.
Precisamente, este punto deviene
un fin esencial para los ilustrados: mitigar
la arbitrariedad y el despotismo de los go-
biernos absolutistas, aprovechando la au-
toridad de la Corona para llevar a término
las reformas necesarias. Es en la concep-
ción del Estado racional donde más dis-
crepan los distintos autores ilustrados.
Montesquieau (1689-1755) niega la exis-
tencia de un sistema político perfecto y
universal, destacando las influencias his-
tóricas y geográficas que determinan los
distintos modelos de Estado –despotismo,
monarquía y república-; así, para Francia,
Montesquieau recomienda una monar-
quía parlamentaria, semejante al modelo
inglés tras la revolución, ofreciendo a los
Estados Generales en manos de la no-
bleza la posibilidad de censurar al rey gra-
cias a la división de poderes, que previene
el nepotismo y la injusticia, motivo de re-
beliones y desordenes.
Frente a Montesquieau, Voltaire
(1694-1778) aboga por la monarquía ilus-
trada como medio para acabar con los pri-
vilegios de los nobles, garantizando a
todos los súbditos por igual el buen go-
bierno. Rousseau (1712-1778) plantea la
noción más arriesgada: recupera la idea
del «contrato social», esgrimida por Hob-
bes y Locke –desde distintas perspecti-
vas-, y la funde con la tradición
democrática de autores como Francisco
Suárez (1548-1617) o Spinoza (1632-
1677), haciendo recaer la soberanía no en
el monarca censurado por las asambleas
representativas, sino en la «voluntad ge-
neral», capaz de materializarse en una ley
igual para todos, antecedente de lo que
serán las futuras Constituciones.
Otro aspecto que hace coincidir la
obra de distintos ilustrados es su interés
por la Historia. Autores como Giambattista
Vico (1668-1774), David Hume (1711-
1776) o Voltaire llevan a cabo un análisis
del pasado desprovisto de la épica, la su-
perchería y la mixtificación que ha justifi-
cado el poder feudal. Esta labor servirá
décadas después a los revolucionarios
para proyectar una visión histórica, no di-
vina, de la monarquía y los privilegios, eri-
gidos en el pasado por medio de la
violencia y las convenciones sociales, lo
que posibilita su destrucción por las mis-
mas vías.
La división de poderes, los parla-
mentos como forma de representación
popular, las constituciones o el análisis ra-
cional del pasado histórico devendrán
ideas revolucionarias en la medida que los
artífices de la revolución empleen estos
instrumentos para abolir los privilegios,
tradiciones e instituciones feudales. No
ocurre así con los ilustrados, quienes ofre-
cen soluciones conciliadoras como lenitivo
a los desordenes sociales. Lejos de revo-
luciones, el pensamiento ilustrado pre-
tende influir en las monarquías
absolutistas, surgiendo de esta anuencia
el Despotismo ilustrado, punto de encuen-
tro entre las necesidades del Absolutismo
y las ambiciones reformadoras de los
phylosophes que les asisten.A mediados del siglo XVIII, algunas
monarquías absolutistas (Carlos III en Es-
paña, María Teresa y José II en Austria,
Catalina II en Rusia, Federico II en Prusia)
incluyen entre sus consejeros y ministros
a ilustrados como Voltaire o Turgot, adop-
tando principios racionales contenidos en
la obra de estos y otros phylosophes. Elobjetivo de la distintas Coronas era hacer
frente a la elevada deuda pública y la con-
flictividad social, tribulaciones que se ali-
mentan recíprocamente por el aumento
de impuestos y el mantenimiento de una
burocracia y un ejército regular. Las me-
didas de los déspotas ilustrados tendrán
como objetivo atajar estas dificultades en
distintos frentes: satisfaciendo a las clases
populares, aumentando los ingresos del
Estado y reduciendo el gasto.
Para contentar a sus súbditos, los
monarcas ilustrados tomaron distintas me-
didas, como las reformas penales por las
que se abolió la tortura y la pena de muerte
para determinados delitos, inspiradas por
la obra de Cesare Beccaria (1738-1794),
o la extensión de reformas educativas, si-
guiendo los principios planteados por
Rousseau. Una medida que congraciaba
la reforma social y la obtención de nuevas
rentas para la Corona fue el estableci-
miento de colonias agrícolas en tierras in-
cultas, donde se reubicaron a campesinos
depauperados, restando brazos a la re-
vuelta y multiplicando el número de contri-
buyentes directos. Relacionado
precisamente con el uso y explotación de
la tierra, monarcas como Luis XV, adopta-
ron ciertas pautas de la fisiocracia, una es-
cuela inaugurada por economistas como
Quesnay (1694-1774) o Turgot (1727-
1781) que, entre sus fundamentos, cifra-
ban la riqueza de una nación en el
volumen de tierras en cultivo, por encima
del tráfico comercial, pilar del mercanti-
lismo: siguiendo este principio, se inaugu-
raron las desamortizaciones, un proceso de
enajenación de algunos lotes de tierra en
Despotismo Ilustrado
Preocupación por el descontento socialNecesidad de hacer pervivir el absolutismo
Reformas penalesAplicación de la fisiocracia
Reforma religiosa (Regalismo)
Necesidad de aplicación práctica de sus medidas racionales
Interés mutuoDESPOTISMO
DESPOTISMO ILUSTRADO
ILUSTRACIÓN
-19-
manos de las órdenes religiosa y munici-
pios, cuya expropiación por parte de la Co-
rona permitió al Estado establecer colonias,
y en la mayor parte de los casos venderlas
a comerciantes y latifundistas para sufragar
la deuda del Erario.
En materia religiosa, por ejemplo, los
déspotas se congraciaron con los phylo-sophes, admitiendo en algún caso la liber-tad de conciencia y de culto -José II de
Austria-, aunque por lo común se tendió
al regalismo, una doctrina que subordi-
naba el control de las instituciones ecle-
siásticas del reino al monarca. Aquellas
órdenes que se resistieron a aceptar esta
nueva jerarquía, manteniendo su fidelidad
hacia Roma, fueron expulsadas de reinos
e imperios, caso de la Compañía de
Jesús, institución eclesiástica que, ade-
más, se había hecho con el control de la
educación en los últimos dos siglos.
Estas actuaciones no deben confun-
dir el análisis de las monarquías europeas,
entendiendo que si recurrían al consejo o
inspiración de los ilustrados era, salvo ex-
cepciones, por conveniencia o necesidad.
Respecto a los presupuestos de la fisiocra-
cia, por ejemplo, aunque algunos príncipes
buscaron multiplicar la riqueza de su reino
aumentando las tierras en cultivo, despre-
ciaron las consideraciones de Quesnay,
que desaconseja a los Estados intervenir en
la economía -«laissez faire, laissez passer»-al elevar los precios y desvirtuar el poder
adquisitivo de los salarios mediante los im-
puestos. De la misma forma, las medidas
de los gobiernos ilustrados en muchos
casos no fueron dirigidas sino al fortaleci-
miento del despotismo, financiando costo-
sos ejércitos profesionales o aumentando
el cuerpo de funcionarios con tal de per-
feccionar la exacción de impuestos.
En general, las medidas del Despo-
tismo ilustrado fracasaron. La falta de fon-
dos hizo naufragar las iniciativas
destinadas al fomento de la instrucción y
el bienestar general. Las desamortizacio-
nes y el regalismo provocaron el descon-
tento de la Iglesia, cuya influencia social
todavía era notoria. De igual forma, la in-
tención de algunos gobernantes, dispues-
tos a recortar privilegios a la nobleza laica,
sancionando usos tradicionales como el
derecho de pasto que Carlos III quiso res-
tar a la nobleza castellana organizada en
la Mesta, provocó el descontento de los
señores. Así mismo, medidas como la
abolición de los gremios o la concesión de
libertad para la industria, suscitaron el re-
chazo de los artesanos. Y, al fin, la conce-
sión de ciertas libertades fue contemplada
por los propios monarcas ilustrados y sus
sucesores como una amenaza a su auto-
ridad, lo que aceleró el declive de las re-
formas. El saldo de este fracaso fue la
persistencia de aquellas contradicciones
y conflictos que las políticas ilustradas ha-
bían venido a paliar, y que siguieron pre-
sentes, conduciendo a los Estados
feudales a la crisis final antes de la revo-
lución.
1.7 El mundo más allá de EuropaEn los últimos decenios hemos apreciado
como, por encima de los conflictos socia-
les, el desarrollo tecnológico o los enfren-
tamientos bélicos, la época
contemporánea se caracteriza por una
propensión a la dependencia -económica,
política y cultural- entre todos los rincones
del planeta, cuyo cenit sería eso que so-
ciólogos y economistas han dado en lla-
mar globalización, extranjerismo tan en
boga hoy en día en textos, academias y
medios de comunicación. La tendencia
expansiva de los grandes imperios abso-
lutistas a partir del siglo XVI, primero, y de
las potencias capitalistas tras las revolu-
ciones burguesas, nos obliga, cuanto
menos, a fijar los trazos fundamentales de
las culturas, sociedades e Imperios que
quedan más allá de Europa.
La frontera más inmediata del feu-
dalismo europeo fueron las orillas del Me-
diterráneo, vehículo de comunicación
económica, militar y diplomática que
desde época medieval quedó ligado a la
hostilidad entre los reinos cristianos y el
Islam. A principios del siglo VII, la penín-
sula arábiga, fragmentada en distintas tri-
bus y cultos, asiste al florecimiento de un
Estado teocrático, unificado por la prédica
de Mahoma (570-632). Aprovechando las
rutas de caravanas y las ciudades que sir-
ven de canal comercial en este punto de
encuentro entre Asia, el norte de África y
los mercados europeos del Mediterráneo,
los sucesores del profeta inician una exi-
tosa expansión que les lleva a establecer
un vasto imperio, que en su momento de
máximo apogeo se prolongará desde la
península ibérica hasta el valle del Indo,
amenazando la integridad del Imperio ro-
mano de Oriente, que había reducido su
extensión a los Balcanes y Anatolia. Siglos
antes del apogeo urbano y del desarrollo
del Estado moderno en Europa, el Islam
se constituyó como una civilización de
ciudades, con un sistema de gobierno
centralizado que iba del heredero del pro-
feta (Califa) a los gobernadores provincia-
les (emires), y de ahí a los altos
funcionarios (diwan), tejiendo una red bu-
rocrática capaz de sostener al Estado mu-
sulmán en el momento de apogeo.
Sin embargo, la extensión del Islam
y la distancia entre sus territorios, así
como la integración de otros grupos étni-
cos que se suman a los árabes en su ex-
-20-
pansión, provocó la fragmentación del Im-
perio a partir de la segunda mitad del siglo
IX. Tras distintos intentos de reconstruir la
unidad política del Islam, en el siglo XIV
tribus turcomanas procedentes de Asia
Menor inician la unificación de los Esta-
dos musulmanes, forjando el Imperio oto-
mano, una extensa potencia política y
militar que se extenderá desde Anatolia
hasta el Mágreb, dominando parte de la
península arábiga y penetrando en Eu-
ropa por los Balcanes, lo que significará
la desaparición del Imperio bizantino. Du-
rante la Edad moderna, el Imperio oto-
mano llevará su influencia a orillas del
Mediterráneo y el Mar Negro, mante-
niendo un pulso con las monarquías cris-
tianas por el control de las rutas
comerciales, el límite de las fronteras y la
preeminencia de una fe distinta. El poder
del sultán, máxima autoridad en el Estado
otomano, se sostuvo en una administra-
ción jerarquizada, divida entre la burocra-
cia civil, con el visir y los beglerber al
frente, y los jenízaros, un ejército profesio-
nal cuya influencia excesiva forzará rebe-
liones militares que, a partir del siglo XVII,
llevarán a la deposición de varios sultanes.
A pesar de esta nutrida burocracia, el Im-
perio otomano se caracterizó por la asimi-
lación de las élites locales de los territorios
dominados, respetando las jerarquías so-
ciales, las instituciones, la propiedad
sobre la tierra y la religión de las distintas
culturas, etnias y pueblos sometidos.
La presencia del Imperio islámico y
de los Estados musulmanes que le suce-
den limita las posibilidades de expansión
de los emergentes reinos cristianos a tra-
vés del Mediterráneo, razón por la que,
ya desde el siglo XIV, se lanzan a explorar
la costa occidental de África, perfeccio-
nando las técnicas y la tecnología que
permitirá la circunnavegación del conti-
nente y el establecimiento de una ruta
marítima que unirá la Europa atlántica
con los puertos de Asia.
Exceptuando las áreas del Mágreb y
el Cuerno de África, donde se establecen
Estados musulmanes tras la fragmenta-
ción del Imperio islámico, el resto del con-
tinente ofrece una disposición desigual,
con numerosos grupos tribales que prac-
tican la caza, la recolección y una agricul-
tura de subsistencia, con distintos grados
de desarrollo político y diferentes cultos y
tradiciones. El interior de este vasto terri-
torio permanecerá incógnito para los eu-
ropeos hasta el siglo XIX, limitándose los
contactos al litoral, donde los portugueses,
pioneros en esta empresa expansionista,
establecerán emporios comerciales para
la obtención de esclavos, oro y marfil a
partir del siglo XV, imponiendo principios
religiosos a las comunidades autóctonas y
erigiendo más adelante colonias en el
marco de un ambicioso imperio marítimo.
Una de las primeras culturas africa-
nas con la que Portugal trabó acuerdos
comerciales fue el Imperio de Mali, Estado
musulmán que abarcaba un extenso terri-
torio al oeste del continente, sujeto a con-
flictos con los reinos vecinos, que
definieron la inestabilidad de la zona hasta
la ocupación francesa a mediados del
siglo XIX. Más al sur, los portugueses es-
tablecen relaciones con el reino del
Congo, un Estado multiétnico con una
economía basada en el policultivo y una
sociedad con una mínima jerarquía. Me-
diante una enérgica conversión al cristia-
nismo, Portugal logrará someter a la
población indígena, iniciando en las cos-
tas del Congo un prolífico tráfico de escla-
vos negros para satisfacer la demanda de
mano de obra que las colonias de Amé-
rica reclaman; la culminación de este pro-
ceso es el establecimiento por parte de los
jesuitas de una colonia portuguesa, dis-
gregada del reino del Congo, en el territo-
rio conocido como Ngola –Angola-, que se
convertirá en un territorio favorecido para
la captura y trata masiva de esclavos. Por
lo que respecta a la costa oriental de
África, la presencia de Estados árabes
monopolizando el tráfico de esclavos, li-
mitó las aspiraciones de Portugal, que sin
embargo trató sin éxito de someter al reino
de Monomotapa –actual Zimbaue y Mo-
zambique-, en busca de oro.
La emergencia en el siglo XVI de las
Provincias Unidas como potencia colonial
redujo la influencia de Portugal en África.
Al afianzar su presencia en Asia, la Com-
pañía Holandesa de las Indias Orientales
trazó una ruta con «escalas de refresco»
en el litoral africano; uno de esos puertos,
establecidos en el cabo de Buena Espe-
ranza, serviría para la formación de una
futura colonia, integrada por calvinistas
holandeses, hugonotes franceses y pro-
testantes alemanes. A lo largo del siglo
XVII, esta población se fue internando en
el continente; alejados de El Cabo y de la
autoridad e impuestos de la Compañía de
las Indias, desarrollaron una identidad
propia como afrikaaners frente a la pobla-ción negra, mestiza y europea. Los gran-
jeros blancos que se adentraron en el
interior del continente recibieron pronto el
sobrenombre de bóers, una milicia decampesinos armados que en los siglos
XVIII y XIX se enfrentarán a las tribus ban-
túes, en las denominadas «guerras ca-
fres», por el control de este espacio.
AsiaA diferencia de África, cuyo interior ignoto
se abrió al colonialismo europeo en el siglo
XIX, Asia no sólo era un continente explo-
rado, sino sometido al control de impor-
tantes imperios que sostuvieron su
presencia hasta época contemporánea.
Permeables a la influencia islámica que
alcanzó el valle del Indo, los Estados mu-
sulmanes y el Imperio otomano sirvieron
como barrera para frenar la presión que
desde Asia ejercieron sobre Europa gran-
des reinos expansionistas como el Imperio
mongol (siglos XIII y XIV). Los tradiciona-
les espacios de comunicación entre los
dos continentes, como corresponde al
área de Anatolia y la zona más oriental del-21-
Imperio de Mali
Reino del Congo
Reino de Monomotapa
Mediterráneo, dejan su lugar al contacto
comercial con portugueses, españoles,
holandeses, franceses e ingleses a lo largo
de toda la Edad moderna.
En el margen entre Europa y Asia, la
tribu de los sefévidas, oriunda de lo que
en la actualidad sería el norte de Irán, es-
tableció entre los siglos XVI y XVIII un Im-
perio políticamente identificado con la
Persia que en el siglo VII había disfrutado
de su apogeo. En materia religiosa, el Im-
perio sefévida reconocía la doctrina de los
musulmanes chiítas, integrando aspectos
de la tradición persa; los chiítas estable-
cerían una violenta oposición a los musul-
manes otomanos o sunnitas, motivo que
se sumaría a los conflictos fronterizos
entre turcos y persas.
Al este del Imperio sefévida apareció
un Estado no menos relevante. En el siglo
XVI, la tribu de los mogoles, descendientes
de turcos, persas y mongoles, llevaron a
cabo una intensa campaña militar que les
llevó, desde las montañas del actual Afga-
nistán, a la conquista de la provincia del In-
dostán. Acaudillados por una élite de
guerreros, y haciendo bandera de una in-
terpretación del dogma islámico, que iría
perdiendo sustancia por el contacto con
otras tradiciones religiosas, el Imperio
mogol afianzó su soberanía en el sur de
Asia hasta mediados del siglo XIX, a través
de una burocracia administrativa financiada
por los tributos de campesinos y comuni-
dades rurales. El contacto con portugueses
y holandeses sirvió para fomentar el comer-
cio de telas, especias e índigo; la plata con
la que los europeos pagaban por estos pro-
ductos alteró la economía en el Imperio
mogol, fomentando los intercambios y des-
arrollando el mercado interior.
El otro gran Estado que se erige en
el Asia continental es el Imperio chino.
Durante el primer milenio a. de C., China
se formó, hasta convertirse a lo largo del
milenio siguiente en la civilización más flo-
reciente del mundo, permitiendo un grado
de desarrollo tecnológico, productivo, so-
cial, artístico y cultural que no encuentra
parangón en Europa ni en ningún otro
continente. El desarrollo de embarcacio-
nes y de técnicas e instrumentos de na-
vegación como la brújula permite a los ex-
ploradores chinos controlar el tráfico ma-
rítimo en el Sureste asiático; el desarrollo
de la pólvora en torno al siglo VIII revolu-
cionaría más adelante la industria militar
y la naturaleza de las guerras; la apari-
ci’ondel papel y la imprenta, siglos antes
que en Europa, supuso el florecimiento de
la cultura china, contribuyendo, igual que
el ábaco y otros ingenios, al fomento de
métodos contables que revolucionaron la
economía, aunque en este terreno fue la
implantación del papel-moneda, entre los
siglos IX y X lo que permitió el floreci-
miento del mercado nacional.
Frente al progreso técnico y artístico
de la civilización china, el Imperio exhibió
una debilidad política por la que la suce-
sión de dinastías en el trono y la anexión
de nuevas provincias no dejó de contras-
tar con la debilidad de los gobernantes
para frenar rebeliones y ambiciones de
poderes locales. El encuentro con portu-
gueses y españoles primero, y holande-
ses, ingleses y franceses después, no
haría sino menoscabar la autoridad china
a favor de los colonos europeos, susci-
tando un profundo rechazo a Occidente.
El último gran imperio asiático en
cobrar envergadura a lo largo de la Época
moderna es Japón, un espacio político tan
fragmentado como el archipiélago sobre
el que se asienta, en conflicto con China,
de la que adoptaría elementos políticos,
religiosos y culturales, fomentando un re-
chazo a los fines expansionistas de su ve-
cino continental. Desde el siglo VIII hasta
el XIX, se forja en Japón un sistema social,
político y económico equiparable al feu-
dalismo europeo, con ciertas particulari-
dades: sobre la figura imperial del mikado
con el tiempo se irá imponiendo una au-
toridad militar y directa, de la que emana
la jurisdicción: el shôgun. Desde el shô-
gun, primer terrateniente del Imperio, se
va desliando una jerarquía de poderes,
empezando por los grandes señores o dai-
mios, fieles al shôgun, a los que a su vez
rinden fidelidad los samurais, guerreros
nobles que ejercen la jurisdicción de sus
señores sobre las comunidades campesi-
nas, mano de obra desprovista de todo-22-
Imperio Sefévida
Imperio Chino
Imperio Mogol
Imperio Japonés
-23-
género de libertades, comunales e indivi-
duales. Esta estructura jerarquizada per-
mitirá que en Japón florezcan centros
urbanos vinculados a las élites locales e
imperiales, completando la economía de
base agraria con la minería y la siderome-
talúrgia, así como la producción de seda
y otras manufacturas textiles. La influen-
cia comercial y misionera de las potencias
europeas será repelida con violencia por
el feudalismo japonés, imponiendo el ais-
lamiento del archipiélago a los contactos
con Occidente hasta el siglo XIX.
AméricaDe todos los contactos que los reinos eu-
ropeos trabaron en su proceso de expan-
sión, América será el espacio que sufra
los cambios más profundos. Previo a la
llegada de castellanos y portugueses a fi-
nales del siglo XV y principios del XVI, el
continente americano representaba un
crisol de pueblos y culturas dispuesto
sobre una extensa geografía, marcada
por contrastes climáticos y demográficos.
Así, mientras el Norte estaba poblado por
tribus de cazadores itinerantes, con una
rudimentaria organización política y eco-
nómica, el sur y el centro de América ha-
bían asistido a la formación de grandes
imperios, entre los que destacaban azte-
cas e incas.
En Mesoamérica y Sudamérica, la
presencia de los Imperios precolombi-
nos, Estados centralizados sujetos a ren-
cillas internas, permitió a los
conquistadores controlar un vasto terri-
torio en poco tiempo, integrando entre
los grupos privilegiados a la aristocracia
local y convirtiendo a la población indí-
gena en mano de obra forzada para la
explotación de latifundios y de yacimien-
tos de oro y plata. Esta campaña se com-
pletó con la evangelización de los
nativos, en un proceso de sometimiento
a los poderes europeos que trajo, por un
lado, la debacle demográfica de los indí-
genas a causa de nuevas enfermedades,
enfrentamientos bélicos y el desplaza-
miento de población a nuevos centros de
trabajo; por otro, convirtió a las colonias
en una prolongación de las metrópolis,
sujetas a un régimen feudal.
Mientras en el siglo XVI, Latinoa-
mérica ya era una realidad, fragmentada
en virreinatos que ocupaban toda la ex-
tensión del subcontinente -exceptuando
la selva amazónica-, en el Norte apenas
se había llegado a explorar la costa,
donde holandeses, franceses e ingleses
establecerían emporios comerciales y
colonias ocupadas por emigrantes euro-
peos. La oportunidad de convertirse en
propietarios de la tierra y la libertad reli-
giosa motivó la llegada de nuevos colo-
nos, afán que la Corona aprovechó para
extender sus dominios hacia el interior,
restando territorios a las tribus de nativos
americanos. Como incentivo para la mi-
gración, el feudalismo colonial en el
norte de América perdió el lastre de los
señoríos, pero mantuvo la presión fiscal
del Estado, a la que se sumarían mono-
polios concedidos o controlados por la
Corona, que limitaban el libre comercio.
La aparición de una élite de buró-
cratas, terratenientes y comerciantes,
miembros de familias europeas nacidos
en América, sumado a los abusos fiscales
y políticos de los gobiernos absolutistas,
así como a la distancia entre la metrópoli
y sus colonias, servirían de acicate para
las revoluciones de finales del siglo XVIII
y principios del XIX.
Imperio AztecaImperio Maya
Imperio Inca
-24-
BIBLIOGRAFÍA
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- Europa en el siglo XVIII: la aristocracia y el desafío burgués. Madrid, Alianza, 1978.
RECOMENDACIONES DE LITERATURA Y CINE
a.Edad MediaLiteratura
• El conde Belisario, de Robert Graves.• Alamut, de Vladimir Bartol.• El puente de Alcántara, de Frank Baer.• El nombre de la rosa y Baudolino, de Umberto Eco.• Carlomagno, de Harold Lamb.• Saladino, de Geneviève Saudel.
Cine
• Francesco (1989), de Liliana Cavan.• El nombre de la rosa (1986), de Jean-Jacques Annaud.• Mahoma, el mensajero de Dios (1976), de Moustapha Akkad.• El oficio de las armas (2001), de Ermanno Olmi.• Tramontana (1990), de Carlos Pérez Ferré.• Braveheart (1995), de Mel Gibson.• Los Tudor (2007-2010), serie de TV (4 temporadas).
b.RenacimientoLiteratura
• El sitio de Constantinopla. La caída del Imperio bizantino, de MikaWaltari.
• El romance de Leonardo, de Dmitri Merezhkovski.• Copérnico y Kepler, de John Banville.• La agonía y el éxtasis, de Irving Stone.• A la sombra del granado, de Tariq Alí.• Galileo, de Bertolt Brecht.
Cine
• La vida de Galileo (1974), de Joseph Losey.• El tormento y el éxtasis (1965), de Carol Reed.• Un hombre para la eternidad (1966), de Fred Zinnemann.• Lutero (2005), de Eric Hill.• La última Cruzada (1973), de Sergio Nicolaescu.
c.Edad ModernaLiteratura
• Yo, la muerte. Felipe II, soberano de medio mundo, de HermannKesten.
• Esa dama, de Kate O’Brien.• La historia de Marie Powell, de Robert Graves.• Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht.• El judío Süss, de Lion Feuchtwanger.• Ciclo de novelas del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte.• In nomine dei y Memorial del convento, de José Saramago.
Cine
• Cromwell (1970), de Ken Hughes.• La joven de la perla (2003), de Peter Webber.• El libertino (2005), de Laurence Dunmore.• Vatel (2000), de Roland Joffé.• Las amistades peligrosas (1988), de Stephen Frears.• Barry Lyndon (1975), de Stanley Kubrick.
d.América colonialLiteratura
• El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier.• Memorias del Nuevo Mundo, de Homero Aridjis.• Bartolomé de las Casas y Carlos V, Reinhold Schneider.• La isla de la imprudencia, de Robert Graves.
-25-
• La taza de oro, de John Steinbeck.• La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne.
Cine
• 1492: la conquista del paraíso (1992), de Ridley Scott.• Aguirre, la cólera de Dios (1972), de Werner Herzog.• Cabeza de Vaca (1990), de Nicolás Echevarría.• La misión (1986), de Roland Joffé.• El crisol (1996), de Nicholas Hytner.• El último mohicano (1992), de Michael Mann.
e.África y AsiaLiteratura
• Gengis Kan, de Pamela Sargent.• El samurai y Silencio, de Shûsaku Endô.• A mayor gloria de Dios, de Morgan Sportès.• El astrólogo y el sultán, de Orhan Pamuk.
Cine
• Mongol (2007), de Sergei Brodov.• Rikyu (1986), de Hiroshi Teshigahara.• Babatu, les trois conseils (1972), de Jean Rouch.• Confucio (2009), de Mei Hu.