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[1] Capítulo IV La modernidad En lo que atañe a la libertad el surgimiento de la modernidad (con sus paradigmas) constituyó un auténtico desastre. Un desilusionado con la filosofía sentó las bases de una era que se caracterizó por rechazar aquello que había sido apreciado por Marsilio: la costumbre, el hábito, como expresión de la sabiduría generacional. En su lugar se colocó a la diosa razón con sus exigencias a veces absurdas. En efecto, Descartes -un tipo de inteligencia privilegiada- que disfrutó de privilegiada formación, se desencantó con toda la tradición filosófica que le precedió. Fue presa de un pánico intelectual provocado por las intensas discusiones de los filósofos y creyó encontrar calma y seguridad solamente en cierto tipo de verdad. Una verdad comprometida con el razonamiento matemático que, según él, ya no dejaba sitio a duda alguna. La duda en cuanto método lo condujo a descubrir la innegable realidad del pensamiento. La inmediata evidencia del pensar lo condujo a postular que el yo no es sino una cosa pensante. El si pienso, luego soy, se convirtió en la piedra angular de un sistema para el cual la razón –razón matemática, hay que decir-, vino a constituir el supremo tribunal ante el cual debía justificarse todo. No es que en otros tiempos la razón no haya ocupado un sitio importante. Los medievales no negaron la razón. La discutieron, sí. La confrontaron con la fe y la revelación, también. A veces la vieron como superior a la revelación y a veces inferior a la misma, es cierto. Pero negarla, jamás. ¿En qué consiste entonces el mérito o la tragedia del pensamiento de Descartes? Su mérito fue, según algunos, haber abandonado el área oscura de una revelación misteriosa suprarracional. Su tragedia, según otros, pretender que la razón certificara todo lo que en el universo ocurre desechando la totalidad de aquello que no pudiera ampararse en evidencias.

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Capítulo IV La modernidad

En lo que atañe a la libertad el surgimiento de la modernidad (con sus

paradigmas) constituyó un auténtico desastre.

Un desilusionado con la filosofía sentó las bases de una era que se

caracterizó por rechazar aquello que había sido apreciado por Marsilio: la

costumbre, el hábito, como expresión de la sabiduría generacional. En su lugar se

colocó a la diosa razón con sus exigencias a veces absurdas.

En efecto, Descartes -un tipo de inteligencia privilegiada- que disfrutó de

privilegiada formación, se desencantó con toda la tradición filosófica que le

precedió. Fue presa de un pánico intelectual provocado por las intensas

discusiones de los filósofos y creyó encontrar calma y seguridad solamente en

cierto tipo de verdad. Una verdad comprometida con el razonamiento matemático

que, según él, ya no dejaba sitio a duda alguna.

La duda en cuanto método lo condujo a descubrir la innegable realidad del

pensamiento. La inmediata evidencia del pensar lo condujo a postular que el yo no

es sino una cosa pensante. El si pienso, luego soy, se convirtió en la piedra

angular de un sistema para el cual la razón –razón matemática, hay que decir-,

vino a constituir el supremo tribunal ante el cual debía justificarse todo.

No es que en otros tiempos la razón no haya ocupado un sitio importante. Los

medievales no negaron la razón. La discutieron, sí. La confrontaron con la fe y la

revelación, también. A veces la vieron como superior a la revelación y a veces

inferior a la misma, es cierto. Pero negarla, jamás.

¿En qué consiste entonces el mérito o la tragedia del pensamiento de

Descartes? Su mérito fue, según algunos, haber abandonado el área oscura de

una revelación misteriosa suprarracional. Su tragedia, según otros, pretender que

la razón certificara todo lo que en el universo ocurre desechando la totalidad de

aquello que no pudiera ampararse en evidencias.

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HACIA UNA TEORÍA DE LA LIBERTAD

De acuerdo con Friedrich A. Hayek el racionalismo moderno echó por tierra un

sinfín de supersticiones pero creó una nueva: la creencia en una todopoderosa

razón.1

En el fondo había en Descartes una necesidad psicológica de estabilidad así

como ansias de seguridad. Por ello privilegió la certeza. Certeza hija de la

evidencia reconocida, admitida y certificada por la omnipotente razón. Debe

recordarse que la certeza es una condición o un estado de la intimidad del sujeto.

Al disfrutar de certidumbre el sujeto puede descansar. La exigencia epistemológica

cartesiana era doble: el conocimiento ha de ser cierto y evidente. Vale decir: ha de

proveer de certeza al sujeto y presentarse de modo tal que no haya nada más que

hacer sino reconocerlo como auténtico.

No se necesitan muchos rodeos para aceptar el hecho de que solamente en el

terreno de las matemáticas puede darse semejante clase de saber. Por tal razón

la matemática se convertiría en el lenguaje propio de todo conocimiento que se

preciara de ser científico.

No es casualidad que los grandes aportes cartesianos se hayan dado en el

ámbito de los números –concretamente en el de la geometría- y hasta el día actual

continúan rindiendo beneficios: las coordenadas cartesianas, el producto

cartesiano, sobre todo las primeras que constituyen la piedra fundamental de la

geometría analítica, del álgebra vectorial y del cálculo diferencial e integral. Fue,

de igual manera, el primer estudioso de las matemáticas en efectuar una

clasificación de las líneas curvas en conformidad con las ecuaciones de las que

son producto. Utilizó también las letras del abecedario para clasificar y sustituir

cantidades conocidas y/o desconocidas. Las primeras letras para representar las

cantidades que se conocen y las últimas letras para las que no se conocen.

Hay que reconocer, a la vez, que Descartes es uno de los personajes

responsables de la llamada Revolución científica de los siglos dieciséis y

diecisiete. Junto a otros grandes como Galileo Galilei, Kepler y Newton, Descartes

1 Véase su interesante obra, La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el abuso de la razón, Unión Editorial, Madrid, 2003 (Prólogo de Darío Antiseri).

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contribuyó al desarrollo de la física y de la astronomía. Amén de sus

contribuciones a la metodología propia de la ciencia natural.

Si un aporte cartesiano resultó determinante y altamente apreciado, en el

contexto de la Revolución científica, fue su idea de que el universo es una enorme

maquinaria de infinidad de piezas que se afectan mutuamente. Como todo

mecanicismo el de Descartes era eminentemente materialista y atado a una

rigurosa ley de causa y efecto. No hay lugar en el enorme mecanismo del universo

para fuerzas “escondidas”, entidades “inmateriales” o entidades “autónomas”

capaces de moverse por sí mismas.

Lo único que existe en este universo-máquina es movimiento. Movimiento en

una cantidad fija, ya dada, que no aumenta ni disminuye. Esto, por supuesto,

incluye a los seres humanos que no hacen sino reaccionar ante los estímulos del

entorno sin poder actuar en el sentido estricto de perseguir fines y ejercer la

autonomía de la voluntad. Esto constituye una antropología aberrante y

mutiladora.

Efecto directo de su visión mecanicista del universo es el haber reducido todo

hecho y fenómeno del mundo a lo físico y todo conocimiento del mundo a la

física. Lo físico es lo esencial, lo último y lo determinante. La física es el auténtico

modo de conocimiento del mundo. Toda ciencia debe poder reducirse a la física.

Esa es la prueba suprema que debe superar cualquier disciplina que se nombre a

si misma ciencia.

Con esta visión de las cosas el concepto de libertad queda arrinconado en el

desván de una vieja y superada concepción del universo y particularmente del

hombre. Es por eso que las ciencias humanas y sociales nada le deben a

Descartes. No hizo nada en el ámbito propio del derecho, de la política, de la

sociología, de la historia o la economía. Ni su método ni su visión del mundo

daban para incursionar en tales campos. Campos en los cuales no es la seguridad

ni la evidencia las que imperan sino la eterna incertidumbre que acompaña a todo

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HACIA UNA TEORÍA DE LA LIBERTAD

actuar humano, a toda decisión humana. Por lo menos fue sabio Descartes al no

incursionar en terrenos que le eran arenas movedizas.2

1. Augusto Comte, el efecto Descartes.

El legado metodológico y la concepción mecanicista del mundo con los cuales

se inauguró la modernidad tuvieron un impacto formidable en los estudios

sociológicos en general. Si todo se hubiese quedado en el ámbito de las ciencias

de la naturaleza no hubiera habido crítica alguna contra aquél legado cartesiano.

No obstante, al convertirse en un paradigma indiscutible por su prestigio al generar

resultados explicativos y de control de los fenómenos naturales, se decidió

trasladarlo acríticamente al ámbito humano y social.

De hecho hay que mantener en mente que una manera novedosa de bregar

con los fenómenos sociales surgió en Francia unos 180 años después de la

muerte de Descartes. Fue Augusto Comte, un heredero de la visión cartesiana del

mundo, quien inauguró una era dominada por la metodología de la física y el

lenguaje matemático en lo referente a los hechos propios de la historia y la

sociedad humanas.

Al igual que Descartes, Comte fue víctima de enormes frustraciones con el

pensamiento filosófico. A ello contribuyó el espíritu imperante en el centro de

estudios en el que se formó: El Politécnico de París, creado cinco años después

del triunfo de la Revolución francesa. Esta institución educativa surgió como uno

de los pilares revolucionarios en aras de una transformación radical de la sociedad

y la vida de los hombres en la Francia de la época.

La idea de transformar la educación para transformar al hombre y su sociedad

comenzó con un desprecio total hacia las humanidades clásicas. Los hombres de

la revolución llegaron a la conclusión de que la filosofía, la lógica, la historia, la

literatura, las lenguas clásicas y la lógica, constituían una total pérdida de tiempo.

Primero porque eran materias eminentemente especulativas; segundo, porque se

encadenaban a un pasado muerto y a una experiencia humana ya superada.

2 Dice un viejo refrán hebreo: La diferencia entre un sabio y un listo es que un listo sale de problemas en los cuales un sabio no se metería.

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Viviendo el auge de la física y la astronomía querían una educación

eminentemente científica; inmersos en la idea del progreso deseaban prepararse

para tomar el futuro en sus manos y estar a la altura de los cambios mejores que

avizoraban.

Fundaron el Politécnico con la idea de proveer de una formación científica a

los cuadros que tendrían en sus manosel futuro. Los estudios estaban orientados

hacia la física, la matemática, la astronomía y la geometría. La idea era producir

generaciones de técnicos e ingenieros. En ese contexto estudió Augusto Comte.

Es comprensible, por lo tanto, el talante intelectual desarrollado por Comte.

Crítico de la metafísica en general, planteó el irremediable apego a los hechos

observados. Enemigo del pensamiento especulativo, exigió que el conocimiento

del mundo se tradujera en leyes descriptivas de los fenómenos. Con actitud

práctica impuso como norma que todo conocimiento debería conducir a un control

de los fenómenos. Todas estas exigencias conforman uno de los legados

intelectuales de Augusto Comte: el positivismo.

Una vez en posesión de una cátedra a la que denominó Curso de filosofía

positiva se dio a la tarea de promover su ideario así como a extraer de él todas las

consecuencias posibles. En esa experiencia intelectual Comte efectuó dos

propuestas audaces y, por la misma razón, sumamente arriesgadas. 1) Eliminar la

psicología puesto que de ciencia no tenía nada. 2) Crear una disciplina que se

suponía daría un tratamiento eminentemente científico a los fenómenos propios de

la sociedad humana.

Negarle carácter científico a la psicología es comprensible desde el

positivismo comteano. A principios del siglo diecinueve la teoría psicológica en los

países del centro de Europa estaba dominada por el romanticismo caracterizado

por un rechazo a la razón. Asomarse a la mente humana era reconocer una serie

de pasiones, sentimientosy emociones que subyacen al comportamiento humano.

A la vez, privilegió el proceder intuitivo para descubrir aquellos mecanismos

irracionales.3

3 Podemos ubicar aquí a Arthur Schopenhauer (1788-1860) y a Taylor Coleridge (1772-1834).

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En el mundo anglosajón predominaba el pensamiento utilitarista que

desarrolló hipótesis muy importantes respecto al comportamiento humano. Esta

corriente afirmó que los hombres estamos subordinados y sometidos al placer y al

dolor. Que la huida del dolor y la aproximación al placer dominan nuestros

pensamientos e influyen decididamente en nuestras acciones. El utilitarismo

también desarrolló una visión acerca de la sociedad. Fundándose en que lo

placentero, agradable y deseable –es decir, la felicidad- es algo personal,

subjetivo y cambiante decidieron los utilitaristas decidieron que nadie debía

entrometerse en el modo de vida de nadie por extravagante que ese modo de vida

pudiera resultar.

Además si cada hombre hace todo lo posible para huir de lo doloroso y

mejorar sus condiciones vitales, la sociedad es vista como el descubrimiento más

fabuloso para enfrentar lo penoso, doloroso y desagradable generando

oportunidades para superarlo. Esto, en cooperación y gracias a la división de

trabajo.

Aquella importancia concedida al dolor y al placer en la psicología utilitarista

fue sumamente importante para Adam Smith y llevada a sus últimas

consecuencias por Jeremy Bentham. Según el historiador de las ideas políticas,

Sheldon Wolin:

Smith declaró decididamente que el dolor “es, en casi todos los

casos una sensación más punzante que el placer opuesto y

correspondiente”. Sin embargo, la admisión más total se debió a

Bentham: “La verdadera cuestión”, referente a todos los seres vivientes,

animales o humanos, no era “¿Pueden razonar?” ni “¿Pueden hablar?”,

sino “¿Pueden sufrir?".4

El énfasis en el dominio del binomio dolor/placer condujo, como era de

esperarse a enfatizar el ejercicio de la libertad dado que lo placentero es cuestión

subjetiva. La felicidad es una cuestión personal y a la vez cambiante Así lo

4 Wolin, Sheldon S., Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973, p. 351.

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entendió John Stuart Mill y se dispuso a defender el derecho de cada cual a

buscar la felicidad donde creyera encontrarla. Además creyó conveniente limitar el

uso del poder coactivo del gobierno a evitar que se haga daño a los demás en el

proceso de buscar la dicha y lo satisfactorio.5 En una cita que se ha vuelto clásica,

Mill establece que:

…el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual

o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de uno cualquiera

de sus miembros, es la propia protección. Que la única finalidad por la

cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de

una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a

los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente.

Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar

determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría feliz,

porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más

justo.6

Al padre de la sociología y del positivismo estas ideas no le parecían

aceptables pues reflejaban ideas de esa imitación de ciencia que para él era la

psicología

La cuestión es que, en pocas palabras, la psicología dominante en los tiempos

de Augusto Comte era una teoría acerca de un mundo interior dominado por

sentimientos y reacciones subjetivas ante el mundo. Esa interioridad ponía en

funcionamiento el pensamiento y orientaba la acción humana. Augusto Comte no

podía estar para nada de acuerdo con semejante discurso. Su actitud positivista

de apego irrestricto a los hechos observables no podía tolerar como ciencia una

teoría fundada en referentes inobservables derivados de la intuición. La psicología

debía desaparecer. No tenía parte en su visión holística, unificada, de las ciencias.

5Mill, John Stuart, Sobre la libertad, (Prólogo de Isaiah Berlin, traducción de Pablo Azcárate), Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid, 1979, 2a. edición, p. 65.

6Ibid, p. 65.

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HACIA UNA TEORÍA DE LA LIBERTAD

La segunda propuesta de Comte consistió en crear una nueva ciencia

orientada al tratamiento y explicación de los fenómenos propios de la vida en

sociedad. Como es fácil recordar no es que los asuntos sociales fueran una

temática novedosa. Desde la antigüedad los filósofos dedicaron tiempo a

reflexionar sobre todos los aspectos categorizados como sociales.

Para Comte, sin embargo, todos aquellos esfuerzos intelectuales por entender

y explicar los hechos sociales no eran sino vanos intentos y vacías propuestas.

Había llegado el momento de generar una disciplina que abordara científicamente

todo aquello que atañe a la sociedad.

Cuando Comte asentó el nacimiento de la nueva ciencia le proporcionó el

nombre de física social. Las razones del nombre tenían que ver con el enorme

prestigio de la ciencia física, por una parte, y con su convicción de que la sociedad

no era sino un cuerpo físico de los muchos que conforman el universo. Así, la

nueva ciencia solo sería la aplicación de la ciencia física a otro cuerpo que hasta

ese momento había pasado como desapercibido.

En su proyecto Comte concibió la idea de dividir la física social en dos ramas

cada una especie de orientación especializada de la misma disciplina. La que

llamó estática social se encargaría del estudio de la estructura de la sociedad. La

que denominó dinámica social estaría orientada a descubrir el dinamismo que

genera cambios en la sociedad.

Sus convicciones positivistas condujeron a Comte a suponer que la sociedad

siendo un cuerpo físico estaría atada a leyes igualmente de carácter físico. Cada

una de las divisiones de la física social estaría orientada al descubrimiento y

formulación de las leyes respectivas de la estructura y de cambio sociales.

El descubrimiento y formulación de leyes conduciría al experto conocedor a

controlar la sociedad y provocar en ella los cambios que considerase necesarios

en pro de su mejoramiento funcional. La física social fue un intento de continuidad

en el cual se pasa del plano natural al social considerando la realidad como una

sola. Pero también considerando el método como un solo.

No está claro si Comte mismo se percató de lo desafortunado del término

física social pero en un momento de su tarea intelectual propuso él mismo el

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cambio hacia el término sociología que termino imponiéndosea pesar de ser un

neologismo raro mezcla de latín y griego.

En la lección número cuarenta y siete de su Curso de filosofía positiva –

publicado entre 1839 y 1842-, escribe Comte:

Creo que debo aventurar, desde ahora, este nuevo término,

exactamente equivalente a mi expresión, ya introducida, de física social, a

fin de poder designar mediante un nombre único esta parte

complementaria de la filosofía natural que se relaciona con el estudio

positivo del conjunto de las leyes fundamentales propias de los

fenómenos sociales.7

El mismo creador de la sociología científica describe la nueva disciplina como

un complemento de la llamada filosofía natural –o física- cuya función será

sistematizar todas aquellas leyes propias de los hechos sociales.

Es con Comte que aparece por vez primera esa tendencia que se repetirá

hasta la saciedad en las décadas subsiguientes la de atribuir todo acaecer social o

histórico a elementos impersonales. En el caso de Comte es ese conjunto de leyes

las que gobiernan, controlan y explican lo social ahora y en el futuro. Comenzando

con la propuesta gracias a la cual tanto la humanidad como toda sociedad se

encuentran atadas a lo que denominó la ley de los tres estadios.

Gracias a dicha ley la actitud humana hacia el universo y el conocimiento que

se tiene del mismo van cambiando. Desde la etapa del animismo en la que los

dioses lo controlan todo y el hombre padece de pasmo y temor, pasando por toda

la etapa metafísica dominada por las especulaciones infundadas, hasta arribar a la

etapa positiva o científica controlada por la razón y el método de la observación y

la cuantificación, Comte supone que se trata de un proceso inevitable.

Proceso que también se aplica a la psique humana de donde Comte llegó a la

conclusión de que basta entender las leyes propias de la sociedad para entender

7 Comte, Augusto, Física social, Editorial Akal, Madrid, España, (editor y traductor, Juan Goberna Falque), 2012. 47ª Lección: Sumaria apreciación de las principales tentativas filosóficas emprendidas hasta el momento a fin de constituir la ciencia social.

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la tanto la mente como la conducta de los seres humanos. La sociología basta, es

suficiente.

Se deriva de los planteamientos comteanos que la libertad se encuentra

excluida de su sistema. Obvio. Si la historia está gobernada por leyes; si el futuro

está atado a las leyes del progreso inevitable e imparable; si los hechos sociales

se realizan merced a las leyes propias de la estática social, entonces no se

necesita la libertad.

De la misma manera si se niegan los elementos de la vida interior por no ser

objeto de observación y constatación empírica, la libertad como capacidad de

decidir u optar tampoco tiene relevancia.

Puede fácilmente verse que el nacimiento de una de las ciencias sociales de

mayor abolengo –la sociología- vino al mundo negando a gritos las características

esenciales de la naturaleza de la sociedad y la historia. No son, para empezar,

producto de las acciones humanas sino de fuerzas legales que no podemos evitar.

Los acontecimientos históricos y sociales no responden a decisiones humanas;

están previamente determinados por relaciones de causalidad como ocurre con

los hechos propios del ámbito físico-natural.

Hay que agregar que esta visión positivista de la sociedad condujo a esa

tendencia conocida como ingeniería social. El experto conocedor de las leyes que

controlan y estructuran la sociedad podrá corregir lo que ande mal ajustando la

“estructura” social de modo que obedezca los principios que la gobiernan. Esta

tendencia a la re-organización de la sociedad será durante mucho tiempo la

justificación del estudio de la sociología en muchas partes del mundo.

2. Karl Marx, más efecto Descartes.

Consecuencia de las ideas sembradas por Descartes y cultivadas y

cosechadas por Augusto Comte, fue el pensamiento de Karl Marx. Parecería ésta

una afirmación jalada por los pelos, como se dice. No es así. Como puede

constatarse hay mucho en común entre las ideas de Descartes, la actitud

positivista de Comte y el ideario de Marx.

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Comencemos por la concepción materialista del universo sostenida por

Descartes que, aunque Marx se revuelva en su tumba, corresponde al

materialismo que heredó Marx de Ludwig Feuerbach. El universo es concebido en

consecuencia como una maquinaria en la que no es posible que operen fuerzas

“escondidas” o entidades espirituales de ninguna clase. Movimiento es lo único

que existe en la dinamicidad de ese mundo material. Movimiento que es

desplazamiento en función de las reacciones que los cuerpos manifiestan al

contacto y relación de los unos con los otros.

El fideísmo en que la historia y la sociedad están gobernadas por entidades

superiores e independientes de los seres humanos, tal como Comte lo propuso,

aparece en la concepción del mundo marxiana. En el caso del francés son las

leyes físicas las que explican tanto la estructura como el cambio en el cuerpo

social. En Marx se trata de las leyes de la materia, esencialmente la dialéctica

como motor del dinamismo tanto del universo físico como del mundo socio-

histórico.

El gran mecanismo universal es autónomo para Descartes y en tanto maquina

carece rotundamente de teleología; esto también avalado por Augusto Comte. En

Marx, por el contrario puede detectarse una teleología en el aspecto histórico-

social de ese universo material. Es una teleología supra-humana por la cual son

conducidos los hombres lo quieran o no. La historia va hacia el comunismo

mundial que constituye la meta final del proceso histórico.

La libertad no es concebida como un valor personal sino como una

característica de la conciencia de clase. Tiene que ser así desde el momento que

Marx asume una actitud hostil hacia la idea liberal clásica de la libertad. Por

principio porque desconoce el concepto de individuo que, supone, es una

invención de la clase explotadora.

Por el momento en las condiciones actuales de producción caracterizadas por

la explotación la clase obrera no tiene conciencia de su libertad. La alienación

provocada por la superestructura, en general, en la conciencia del proletariado le

impide a éste –en cuanto clase- darse cuenta de que en realidad es la punta de

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lanza del proceso histórico. Habrá que concientizarlo. Esa es la tarea del

intelectual marxista.

Al entender el proletariado su papel, función y destino históricos entonces

accede a la libertad. No obstante la auténtica libertad llegará solamente con la

desaparición de la clase burguesa y del sistema económico que representa. Ello

porque al desaparecer el sistema productivo basado en la propiedad privada de

los medios materiales de producción desaparece la alienación de que era víctima

tanto el trabajo como la clase trabajadora.

Puede decirse que si hay en Marx una teoría de la libertad esta tiene dos

dimensiones: La presente que podría definirse como conciencia de la necesidad.

De la inevitabilidad del proceso histórico que se resolverá cuando solo exista la

comunidad mundial de obreros. Saberlo, ser consciente de ello, en eso consiste

ser libre. La dimensión futura de esa libertad se concretará al desaparecer la clase

que explota al proletariado una vez superado el sistema económico capitalista.

La libertad individual en el sistema marxista no es más que un invento inútil de

la clase dominante; inútil para quienes son explotados; sumamente funcional para

los que explotan pues mantiene a los explotados en situación de conformismo y

aceptación de sus lamentables condiciones.

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Capítulo V La escuela austriaca de economía

En medio de aquel fervor por una visión unificada del universo físico y el

universo social que ciegamente trató los fenómenos sociales e históricos con la

misma metodología empleada en el ámbito físico natural, surgió una tendencia

radicalmente diferente.

Se le conoce como escuela austriaca y constituye hoy por hoy una reconocida

corriente de ciencias sociales. Que se haya desarrollado hasta ser lo que es en la

actualidad se debe a sinnúmero de científicos sociales y filósofos con intereses en

todas las disciplinas que tienen que ver con la sociedad, con el hombre, con la

historia.

No nació abarcando semejante abanico de problemas y asuntos. Sus

orígenes echan raíces en los problemas propios del ámbito económico. Se

reconoce como fundador de este movimiento de ciencias sociales a Carl Menger

(1840.1921). Hay que dejar claro, no obstante, que Menger estaba interesado en

resolver agudos problemas de teoría económica que ameritaban una auténtica

solución.

Con sus iniciales propuestas Menger protagonizó junto a William Stanley

Jevons y Leon Walras la llamada Revolución marginalista. A pesar del

protagonismo inicial compartido los dos últimos se decantaron porla matemática,

la estadística y la cuantificación mientras Menger, en Viena, confirió pleno

desarrollo a una teoría económica no cuantitativa, del no equilibrio. Esto por su

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énfasis en la subjetividad individual traducida en acción como elemento

fundamental del proceso económico en general.

Algunas de las iniciales preocupaciones mengerianas fueron el valor, los

precios, la repartición de los beneficios entre los factores de producción y el origen

del dinero como medio de intercambio. Decidió tratar estas cuestiones de manera

sistemática en un texto publicado en 1871 con el título Gründsätze der

Volkswirtschaftslehre (Principios de Economía), que se considera inauguró una

nueva era para la teoría económica.

Más tarde dio forma a sus preocupaciones sobre el método apropiado para

tratar los fenómenos propios del ámbito social al publicar en 1883 su libro titulado

Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften und der politischen

Ökonomie insbesondere (Investigaciones sobre el Método de las Ciencias

Sociales y de la Economía Política en particular).

Metodológicamente hablando este amplio y minucioso trabajo constituye la

piedra angular de la Escuela austriaca. Marca el paso, hasta el presente día, del

proceder austriaco no solo en economía sino en las ciencias sociales en general.

Por ello la deuda que todo científico social identificado con la escuela tiene con

Menger es inapreciable. Ciertamente muchos aportes significativos se han hecho

al bagaje austriaco desde entonces, pero la propuesta inicial que se encuentra en

esos dos libros de Menger continúa siendo la brújula que orienta y guía el

quehacer científico-social de todos los adherentes.

Examinemos brevemente la propuesta económica austriaca para que veamos

de qué manera la libertad vino a colocarse en el sitial indiscutible que ocupa en

casi en cualquier teoría social, política, histórica, sociológica o económica que se

precie de seria.

Comencemos por recordar cuál es el problema fundamental que tratamos de

resolver en un sistema u orden económico racional, problema que, por otro lado,

es la razón de ser de la ciencia económica. La cuestión suele formularse de

distintas maneras. Se dice que consiste en cómo asignar recursos escasos a la

satisfacción de necesidades ilimitadas, o en examinar la actitud de los hombres

frente a la escasez.

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No obstante la popularidad de semejantes afirmaciones, plantear el problema

de ese modo es oscurecerlo y arriesgarse a caer en soluciones igualmente

equivocadas. Esa es la razón de ser de muchos de los desaciertos que se

cometen en la ciencia económica ya no digamos en cuestión de las políticas

económicas: No se ha planteado el problema de manera correcta y en los

términos adecuados.

Friedrich August von Hayek, Nobel de Economía 1974, planteó la cuestión en

forma clara en un artículo publicado en la revista American Economic Review, en

septiembre de 1945, titulado The Use of Knowledge in Society. Escribió Hayek:

El carácter peculiar del problema de un orden económico racional

está determinado, precisamente, por el hecho de que el conocimiento de

las circunstancias de que debemos servirnos nunca existe de manera

concentrada o integrada. Existe sólo en forma de trozos dispersos de

conocimiento incompleto, y con frecuencia contradictorio, que poseen

todos los individuos por separado. El problema económico de la sociedad

no sólo es, por lo tanto, cómo asignar los recursos “dados”, si por “dados”

se quiere significar otorgados a una sola persona, que resuelve en forma

deliberada el problema planteado por esa “información”. Reside, más

bien, en asegurar la mejor utilización de los recursos conocidos por

cualquier miembro de la sociedad, con propósitos cuya importancia

relativa sólo él conoce. En suma, se trata de utilizar un saber que ningún

individuo posee en su totalidad.8

El problema fundamental de todo sistema económico, y que ha de ser resuelto

por la teoría económica, es, como queda evidenciado, uno de carácter

epistemológico: ¿Cómo llega a los individuos el necesario conocimiento que les

permitirá elaborar sus planes? ¿Cuál es la mejor manera de utilizar el

conocimiento que se encuentra disperso entre la multitud de individuos? Y,

8vol. 35, No. 4. Lo reproduce, Bornstein, Morris (compilador), Sistemas económicos comparados, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973, p. 38.

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basándose en ese conocimiento, ¿quién se hará cargo de elaborar los planes, o

de tomar las decisiones económicas?

La cuestión no es decidir entre planificar o no planificar. Es claro que es

necesario planificar. La cuestión en realidad consiste en quién lo hará o a quien

corresponde hacerlo. Hay tres modelos alternativos:

1) Que el planeamiento sea centralizado y que exista una sola fuente de

decisiones económicas. Aquí, el sistema económico en su totalidad responde a un

único plan y es producto del conocimiento que pueda poseer el planificador.

2) Que el planeamiento se deje en manos de monopolios designados a tal

efecto por la autoridad. Aquí, son las industrias organizadas que dominan e

imperan (sin temor a la competencia) las que elaboran y desarrollan los planes

económicos en conformidad al saber y entender de sus funcionarios.

3) Que la planificación quede en manos de los seres humanos individuales, lo

cual constituye la característica básica del sistema económico descentralizado el

cual es, dicho sea de paso, la propuesta de los austriacos.

En la polémica no hay que olvidar que la eficiencia de cualquiera de estos tres

sistemas alternativos está ligada al éxito o fracaso en la utilización del

conocimiento existente.

Ahora bien, hablar de conocimiento es mencionar una palabra que hace

referencia a diversas realidades. Podemos caer en una grave confusión si por

conocimiento entendemos únicamente el conocer de los expertos o el saber que

surge de las observaciones efectuadas bajo condiciones controladas. Esa

tendencia a aprisionar el conocimiento dentro de los límites del positivismo, de

sofocarlo en el angosto marco de la ciencias experimentales y de reducirlo al

saber de los peritos, impide que reconozcamos que hay diversos tipos de

conocimiento. Para el caso, recordemos que en la cooperación social es vital el

conocimiento de tiempo y lugar. Este saber, que no puede llamarse estrictamente

“experimental” o “científico”, constituye una posesión individual. Gracias a él cada

uno de nosotros tiene una cierta ventaja sobre los demás pues significa que

tenemos una información singular que podemos aprovechar, siempre y cuando se

nos deje tomar decisiones libre y voluntariamente.

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Ese conocimiento de tiempo y lugar es el que permite a una persona bajar los

costos del transporte de su mercancía; a otra, emplear óptimamente las

habilidades o experiencia de alguien más; o, al comerciante, satisfacer la

demanda concreta de algún bien. De este modo cada una de esas personas

cumple un cometido importante merced al conocimiento que tiene de las

circunstancias, conocimiento que es ajeno a los demás.

Es de lamentar, por otro lado, el descrédito en que ha caído la función de este

conocimiento, al grado de haberse generalizado la creencia de que quien obtiene

ventajas y beneficios gracias al conocimiento de tiempo y lugar que posee es

alguien que procede deshonrosamente.Esta percepción equivocada es lo que

hace que muchos no entiendan ni aprecien como es debido el papel del comercio

y el del comerciante.

Ahora bien, si aceptamos que el problema esencial de la economía consiste

en una rápida adaptación a los cambios que se producen en cuanto a tiempo y

lugar, la conclusión a la que se llega es que se impone la descentralización. Se

impone dejar en manos de los individuos que se encuentran inmersos en la

escena, la toma de las decisiones por estar ellos enterados tanto de los cambios

como de los recursos disponibles para satisfacerlos.

Pero lo anterior es sólo una parte del problema económico; aún queda por

mencionar la cuestión de cómo esas decisiones personales coinciden con el

mercado como un todo, con el sistema económico en su totalidad. Dicho de otro

modo, está claro que el ser humano necesita recibir información adicional a

aquella que posee respecto a tiempo y lugar. Así que, ¿cómo hacerle llegar esa

información adicional para que sus decisiones sean coincidentes con los cambios

que ocurren en el sistema económico en conjunto?

Todo lo que ocurre en el sistema económico tiene consecuencias de alguna

naturaleza en la actividad a la cual los comerciantes, productores y fabricantes se

dedican. Y no es necesario que estén debidamente enterados de las causas y

razones de cada acontecimiento ni de todas sus consecuencias. Todo lo que se

requiere es que les sea comunicada la información respecto a cuán fácil o difícil es

el acceso a aquello que les interesa o cuánto menos o cuánto más solicitados son

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los bienes alternativos que consumen o producen. La importancia relativa de lo

que les interesa es lo que siempre está en juego.

Esa comunicación del conocimiento adicional de lo que ocurre en la totalidad

del sistema les es comunicada a los individuos por medio de la maravilla del

sistema de precios. Dice Hayek:

Fundamentalmente, en un sistema donde el conocimiento de los

hechos relevantes se halla disperso entre muchas personas, los precios

pueden coordinar las acciones separadas de estas de la misma manera

que los valores subjetivos ayudan a los individuos a coordinar parte de

sus planes.9

Por eso mismo, continúa Hayek:

La totalidad actúa como un solo mercado, no porque alguno de sus

miembros tenga una visión de conjunto sobre el panorama general, sino

en razón de que sus limitados campos de visión se sobreponen de tal

manera que a través de muchos intermediarios se transmite a todos ellos

la información relevante.10

El sistema de precios es, a pesar de su imperfección, un auténtico mecanismo

que comunica a cada actor lo más escaso que existe: la información relevante y

necesaria que le permitirá efectuar las acciones correctas en la dirección

adecuada.

El planteamiento hayekiano del problema fundamental de la economía y su

solución introdujo una corrección importante en la teoría económica, corrección

que toca tanto a Adam Smith como a Bernard de Mandeville, y a todos aquellos

que tuvieron como horizonte teórico el principio fundamental del utilitarismo.

El asunto es este: Adam Smith y Mandeville sostuvieron la idea de que los

procesos del mercado funcionaban como mecanismos coordinadores de intereses

estrictamente egoístas, derivando tal coordinación en beneficios no promovidos

9Ibíd., p. 44-45. 10Ibíd., p. 45.

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intencionalmente. Hayek se refiere, más bien, a un proceso de coordinación de

acciones ejecutadas por seres humanos necesariamente ignorantes.

El asunto de las intenciones y motivaciones de los actores no cabe aquí

porque esa no es en esencia la dificultad. Y porque se supone que estamos ante

la elaboración de un discurso con rigor de ciencia, que pretende encontrar

solución objetiva a un problema. Y, reconozcámoslo, el problema del uso del

conocimiento en la economía y de la coordinación es un problema independiente,

ajeno, a los motivos, egoístas o altruistas, que originan la acción humana. De

manera que quedarnos atrapados en el tema del egoísmo o el altruismo no es

más que una forma artesanal, vulgar, no científica, de abordar los fenómenos

propios de la economía.

La propuesta hayekiana consiste en que, independientemente de cuáles sean

los fines perseguidos por los agentes, la ignorancia siempre les acompaña de

manera que sólo un sistema económico descentralizado puede producir y

diseminar la necesaria información que facilite a cada quien tomar las acciones

más convenientes en armonía con el sistema como un todo.

Esto es lo que se denomina un orden económico espontáneo, por no surgir de

la voluntad ni de la inteligencia de alguien en particular.

El valor supremo en un sistema como este es, por supuesto, la libertad

individual entendida y definida como ausencia de la coacción arbitraria de parte de

terceros.11 El ser humano es libre cuando no está sometido al capricho, al antojo

o gusto pasajero de un tercero. Entonces puede el humano actuar en conformidad

con sus propios planes, perseguir sus finalidades y echar mano del conocimiento

que posee.

La coacción arbitraria constituye verdadera maldición al reducir al hombre a

mero instrumento incapacitado de usar su propia inteligencia y perseguir sus

propias ideas y fines. En Los fundamentos de la libertad lo ha expresado Hayek en

un pasaje cuyo sentido e impacto cobra resplandores particulares en estetrabajo:

11 Hayek, Friedrich A., Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid, 1982, 4ª. ed., Capítulo I.

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La coacción es precisamente un mal, porque elimina al individuo

como ser pensante que tiene un VALOR INTRÍNSECO y hace de él un

mero instrumento en la consecución de los fines de otro. La libre acción,

en virtud de la cual una PERSONA persigue sus propios objetivos

utilizando los medios que le indica su personal conocimiento, tiene que

basarse en datos que nunca pueden moldearse a voluntad de otro.

Presupone la existencia de una esfera conocida, cuyas circunstancias no

pueden ser conformadas por otra persona hasta el punto de dejar a uno

tan sólo la elección prescrita por aquélla.12

La libertad de acción es esencial al planteamiento del problema principal de la

economía y su solución; pero las palabras anteriores revelan que su defensa es

más que un recurso metodológico. La libertad constituye el valor supremo por

razones antropológicas: Por el valor intrínseco que se le atribuye al ser humano;

por la necesidad de preservar la esfera de vida privada de la persona, vida privada

que constituye esa zona de derechos inalienables e irrenunciables dentro de la

cual el ser humano lleva a cabo la gravísima responsabilidad de construir su vida y

de hacerse a sí mismo. Por ello se señala que la perversión propia de la coacción

arbitraria es reducir al hombre al estado de objeto. La coacción arbitraria cosifica,

deshumaniza, rebaja a la persona. De esa cuenta la libertad de que aquí se habla

se llama tanto libertad individual como libertad personal.13

Puede decirse, sin temor a equivocación, que la teoría económica que

rechaza la centralización y promueve el funcionamiento descentralizado del

mercado rechaza la primera porque desconoce el valor intrínseco de la persona y

promueve el segundo pues reconoce la valía de la persona humana. Isaiah Berlin

lo puso en estas palabras:

…manipular a los hombres y lanzarles hacia fines que el

reformador social ve, pero que puede que ellos no vean, es negar su

12Ibíd., p. 45. Las mayúsculas son mías. 13Ibid, pág. 32.

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esencia humana, tratarlos como objetos sin voluntad propia y, por lo tanto,

degradarlos.14

Obviamente puede establecerse una coincidencia entre estos argumentos a

favor de la libertad y las nociones de persona que se manejan de otros discursos

como el personalismo o la doctrina social se la iglesia católica romana (v.g.). En

dichas doctrinas la persona trasciende el mundo de los objetos, de las cosas, de la

naturaleza; tiene una vida propia; es dueña de sí; es racional y es sujeto de

derechos; es un mundo interior en el que existen valoraciones.

Es más, los economistas liberales le niegan a la persona la vida espiritual,

mística o religiosa. Así, leemos que un famoso tratado de economía afirma:

El liberalismo ningún obstáculo opone a que el hombre

voluntariamente adapte su conducta personal y ordene sus asuntos

privados a tenor de las enseñanzas del evangelio, según él mismo, su

iglesia o su credo las interpreten.15

Y sigue diciendo:

Asegurar que el liberalismo se opone a la religión, como pretenden

muchos defensores de la teocracia, constituye una manifiesta

tergiversación de la verdad.16

Ese tratado famoso de economía es La acción humana, de Ludwig von Mises.

No veo, personalmente, cómo se puede afirmar que la economía de libre mercado

NO posee una noción de persona. Está claro que las ideas de hombre, individuo,

ser humano y persona se utilizan invariablemente pensando en seres que poseen

los atributos ya mencionados. Y la defensa de la libertad se lleva a cabo sin entrar

en oposición con los atributos de la persona sino más bien en concordancia con

ellos.

14Berlin, Isaiah, Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza Editorial, S. A., 1988, pág. 207. 15 Mises, Ludwig von, La acción humana. Tratado de economía, Unión Editorial, Madrid,

España, p. 248. 16Loc. Cit.

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Fue así que el asunto de la libertad comenzó a tener un sitio importante en el

pensamiento científico y filosófico de Occidente que casi nadie pone en tela de

juicio hoy. Aún quienes rechazan buena parte del corpus teórico de la Escuela

austriaca no están dispuestos a renunciar a la libertad fácilmente. Ésta se ha

tornado un valor al que no se puede renunciar sin poner en grave riesgo testantes

valores.