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f^f^ «-Ar* Tflr* Tflr* Tflr* Tflr* Tflr* Tflr* Tflr'flr* Tflr* Tflr* T O ^ " " Ú ^ •"tír* Tflr* *"^^ 'V* CAPITULO XIX DEL BANCO Á BARRANQUILLA El Banco.—Los jefes liberales muertos en la Humareda.—La Humareda.— Principia el Bajo Magdalena.—El brazo de Loba.—Magangué.—Taca- loa.—La batalla de Tenerife.—Hermógenes Maza.—Calamar.—Las tar- des en el Magdalena.—The Muddy Magdalcne.—Las cercanías de Ba- rranquilla.—Recapitulación de las distancias. A cinco leguas y media de Tamalameque está el Banco, en la orilla derecha del Cesar, que en este mismo sitio desemboca en el Magdalena. La población, situada en una colina de poca altura, que la defiende de los derrames del Cesar, tiene algunas casas de teja, si bien la mayor parte son de paja, y presenta un aspecto aseado, bello y simpático. A la llegada del vapor se precipita sobre la cubierta una nube de traficantes en busca de panelas y tabaco de Ambalema, y en solicitud de realización de una variedad de artículos de producción del pueblo, que dan idea del carácter industrioso de sus pobladores, y de que allí habrá de desarrollarse en el porvenir una suerte mejor. Conservas de dulce, bizcochos de maíz, turpiales y sinsontes, escobas y som- breros de palma, totumas con labrados de flores y pájaros, bar- nizadas de diversos colores, artículos de loza porosa de barro, como tinajas, ollas, callanas, vasijas pequeñas y esteras de chín- gale, constituyen la masa principal de ellos. Estas últimas, fa- bricadas con el junco de las ciénagas del Cesar—de las cuales la de Zapatosa ocupa una extensión considerable,—forman un artículo de valor no despreciable, que va á surtir los menajes

CAPITULO XIX - Universidad Nacional De ColombiaLas últimas palabras 207 para rifleros en medio del bosque, á sus costados, defendidos, además, por caños y ciénagas de difícil

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CAPITULO XIX

DEL BANCO Á BARRANQUILLA

El Banco.—Los jefes liberales muertos en la Humareda.—La Humareda.— Principia el Bajo Magdalena.—El brazo de Loba.—Magangué.—Taca-loa.—La batalla de Tenerife.—Hermógenes Maza.—Calamar.—Las tar­des en el Magdalena.—The Muddy Magdalcne.—Las cercanías de Ba­rranquilla.—Recapitulación de las distancias.

A cinco leguas y media de Tamalameque está el Banco, en la orilla derecha del Cesar, que en este mismo sitio desemboca en el Magdalena. La población, situada en una colina de poca altura, que la defiende de los derrames del Cesar, tiene algunas casas de teja, si bien la mayor parte son de paja, y presenta un aspecto aseado, bello y simpático. A la llegada del vapor se precipita sobre la cubierta una nube de traficantes en busca de panelas y tabaco de Ambalema, y en solicitud de realización de una variedad de artículos de producción del pueblo, que dan idea del carácter industrioso de sus pobladores, y de que allí habrá de desarrollarse en el porvenir una suerte mejor. Conservas de dulce, bizcochos de maíz, turpiales y sinsontes, escobas y som­breros de palma, totumas con labrados de flores y pájaros, bar­nizadas de diversos colores, artículos de loza porosa de barro, como tinajas, ollas, callanas, vasijas pequeñas y esteras de chín­gale, constituyen la masa principal de ellos. Estas últimas, fa­bricadas con el junco de las ciénagas del Cesar—de las cuales la de Zapatosa ocupa una extensión considerable,—forman un artículo de valor no despreciable, que va á surtir los menajes

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La Humareda 205

del alto y del bajo río, y llegan á Bogotá en cantidades notables. Las hay de todos tamaños y colores, desde una vara en cuadro hasta tres y cuatro de largo, y una y media ó dos de ancho. El tamaño más común es de dos y media varas de largo y una y cuarto de ancho, y se venden á un precio medio de $ 6 á $ 9 docena, según su calidad y labores. Quizás pasan de mil docenas las que allí se expenden anualmente, pues forman el elemento principal de la cama de los habitantes del río, desde el boga aco­modaticio hasta el más exigente ricacho. Si para su fabricación se introdujese alguna maquinaria que ayudase el trabajo de las mujeres, abaratando su valor, no hay duda que el consumo lle­garía á cantidades diez ó doce veces mayores.

Subiendo á la plaza del pueblo encontré, en el centro de ella, una muestra de cultura y delicadeza de sentimientos, que llamó vivamente mi atención. En ese lugar habían sido sepultados, el día 15 de Junio de 1885, los restos de Pedro José Sarmiento, Daniel Hernández, Fortunato Bernal, Bernardino Lombana y Plutarco Vargas, Generales del ejército federalista, muertos en la sangrienta hecatombe del día anterior en la playa del Hobo, frente á la Humareda. Vencida la causa á que habían ofrendado su vida, era de temer, en la embriaguez desatentada de las pa­siones políticas, algún ultraje á los restos de esos campeones. Pero no: las señoras del Banco tomaron bajo su protección esos hués­pedes indefensos; rodearon sus sepulcros con una decente verja de madera, y plantaron flores en ese triste recinto. Amigas ó nó de la memoria de esas víctimas, sólo sintieron el respeto debido á la desgracia de los que ofrecieron cuanto tenían en holocausto á sus convicciones y á su fe.

LA HUMAREDA

Al pasar por Tamalameque el vapor se detuvo frente á un hobo, árbol que crece en toda la orilla del río y que da su nombre á la playa en donde se efectuó en 1885 el reñido combate bauti­zado con el nombre de La Humareda: entre los pasajeros se en­contraban algunos que habían sido actores en él, y naturalmente

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206 La Humareda

pude obtener algunos detalles acerca de ese trance funesto de lucha fratricida.

El ejército federalista del Norte y del Atlántico, reunido, desalentado con la pérdida de sus posiciones en Santander y Bo­yacá y con los desastres repetidos, ya definitivos para sus armas, en el Tolima, Cauca, Antioquia y Panamá, acababa de sufrir un terrible rechazo en los muros de Cartagena. Para completar lo desesperado de su situación, un ejército conservador acumulado en esta última ciudad, con refuerzos recibidos de Antioquia por la vía de Ayapel, y del Cauca por la de Panamá, y otro que amenazaba desde Ocaña y El Carmen con invasión sobre El Banco y Mompós, situado yá en Tamalameque, sólo dejaban abierta la vía del Magdalena á favor de la posesión de los vapores del río. Sirviéndose de ellos, y probablemente con el objeto de cambiar el campo de los Estados de la Costa, yá difícil de conservar, por el de Santander, en donde esperaba encontrar grandes recursos de opinión y mejores climas para sus soldados; aquel ejército, digo, reanimado con el regreso de un jefe prestigioso—el Gene­ral Camargo—resolvió abandonar al enemigo su base de opera­ciones en Barranquilla y romper en Tamalameque uno de los eslabones de la cadena que principiaba á estrecharse sobre él.

En cinco vapores y una draga, antes destinada á la limpia del lecho del río, movió sus fuerzas hacia el Banco, el 11 de Junio en número de dos mil hombres, número que el General Reinales, uno de los jefes del ejército conservador, con amplia ocasión de haberlo conocido, estimó en menos.

En Tamalameque, cuatro leguas arriba de este lugar, estaba situado el enemigo, á órdenes del General Quintero Calderón, y sus fuerzas se componían de tres batallones de voluntarios y milicias, reforzados en esos mismos días por el 23 de Línea y una batería de artillería, que por el río, en el vapor Emilia Duran, condujo desde Honda el General Reinales. Este ejército proba­blemente no pasaba de 1,200: establecido sobre la playa, en un sitio en que el río se estrecha, cubrió su frente con empalizadas de grandes árboles, dejando huecos para su artillería y pozos

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Las últimas palabras 207

para rifleros en medio del bosque, á sus costados, defendidos, además, por caños y ciénagas de difícil acceso.

El choque hubiera podido evitarse: los vapores habrían po­dido pasar por el frente, limitándose á contestar los fuegos de la ribera, y la fuerza conservadora pudo retirarse hacia el interior; pero unos y otros estaban deseosos de venir á las manos, y el desafío fue aceptado por ambas partes. Los buques se movieron del Banco á las nueve de la mañana del 14; fondearon al frente de las trincheras, y el fuego de artillería y fusilería em­pezó por ambas partes con furia á las nueve. A las doce ordenó el General Camargo un desembarco por los dos extremos de la línea enemiga; orden cuya interpretación originó un sentimiento de susceptibilidad por parte de los jefes que debían cumplirlas, y los condujo á precipitarse todos, con pocas precauciones, al asalto de trincheras defendidas con un ardor igual al del ataque. En pocos momentos habían perdido los federalistas siete jefes importantes de sus tropas y gran número de soldados; pero el campamento enemigo fue tomado con casi todos sus defensores, cañones, armas y municiones. Seiscientos muertos y casi otros tantos heridos—la tercera parte de los combatientes—quedaron en el campo. Era una victoria de Pirro.

Según refiere un testigo ocular—el señor Rudesindo Cáce­res—las últimas palabras del General Pedro J. Sarmiento fueron éstas: "Muero satisfecho por haber cumplido mi deber".

Al simpático Daniel Hernández, á pesar de lancinantes dolo­res de una herida en el estómago, no le desamparó hasta el úl­timo instante su sonrisa habitual.

Al recibir Luis Lleras, de abajo arriba, sobre la trinchera, el bayonetazo en el pecho que le causó la muerte: "¡Qué fata­lidad!" exclamó por última vez.

Herido en el estómago por una bala de cañón Bernardino Lombana, decía á los amigos que deseaban proporcionarle alivio: "Mi herida es mortal; pero aún tengo tiempo para fumar un ci­garrillo".

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208 La última impresión

Al recibir Fortunato Bernal el primer balazo que le atrave-zó el corazón: "No es nada—dijo—¡Adelante!", cuando otro ba­lazo puso término final á su marcha.

Mostráronme los sitios adonde arribaron los vapores á efec­tuar el desembarco de sus infanterías; el lugar en que el terreno fue disputado en combate de arma blanca; la dirección por don­de, en uno y otro extremo de la línea, los asaltantes buscaron al fin el medio de flanquear las trincheras; el árbol á cuya sombra fue sepultado el cadáver de Gratiniano Obando, á la orilla misma del río; el puesto en que el vapor María Emma alumbró con su llama, durante la noche, esa escena de horror. Embebido en la vivacidad de esas relaciones, llegó un instante en que me pareció oír levantarse de esa playa inhospitalaria el cla­mor de los heridos, bajo un sol de fuego y sin esperanza de auxi­lio humano; creí ver sobre la ribera arenosa la fúnebre línea de tantos cadáveres; sentí llegar las sombras de la noche anun­ciando á los agonizantes el único descanso para sus dolores en el regazo de la muerte. Olvidé cuál era el lado á que en un princi­pio se inclinaban mis simpatías, y la imaginación sólo me repre­sentó, de una y otra parte, conciudadanos, hermanos míos todos, llevados á ese teatro de furor desencadenado por el destino ciego é incomprensible que preside á la formación de las naciones. Creí oír, al través de la distancia, el lamento que se levantaba del fondo de tantos hogares huérfanos y enlutecidos.

—¿ Hasta cuándo—pregunté á la Providencia—durará el rei­nado de esa fatalidad horrible, que parece envolver en dolores y lágrimas el alumbramiento de las ideas que la pobre humanidad cree dirigidas á la fundación de la paz y del amor?—¿Cuándo llegará á fundirse en un solo sentimiento de libertad y concor­dia la aspiración desordenada hacia el bien, en cuyo término sólo encontramos hoy los demonios de la ambición y del odio?.. .

De Bodega Central al Banco se recorren veinticuatro le­guas, divididas así:

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E l Brazo de Loba 209

De Bodega Central á Puerto Nacional . . . . 5 leguas. De Puerto Nacional á La Gloria 7% — De La Gloria á Regidor 1 — De Regidor á San Pedro 2 — De San Pedro á Tamalameque 3 — De Tamalameque al Banco 5% —

24 leg^uas.

Como llevo dicho, en el Banco se aparta del curso Sur-Norte la mayor parte (se calcula que las siete décimas) de las aguas del Magdalena, y se dirige por el brazo de Loba hacia el Occi­dente en busca de las del Cauca, y aquí empieza lo que hemos convenido en llamar Bajo Magdalena. Una recta que se prolongue del Banco hacia el Oriente, tropezará á menos de diez leguas con la frontera de Venezuela, en la cumbre de la sierra de Motilo­nes; otra que se extienda cuarenta al Occidente, terminaría en Punta-Arbolete, sobre el Atlántico, en los límites del Cauca y Bolívar. Por consiguiente, el Banco tiene hacia el Norte los valles del río Cesar, ricos en ganados; al Sur las sabanas de Tamalame­que y los fértiles terrenos de la isla de Papayal, en cuyo caño del mismo nombre desemboca el río Moja; al Oriente, á muy corta distancia, las tierras frías de la cordillera Oriental, y al Occidente, la prodigiosa red navegable que el Cauca, el brazo de Loba, el San Jorge y los brazos de Mojana, Perico y Sicuco for­man sobre las sabanas de Ayapel y Corozal. El porvenir de este pueblo es, pues, brillante.

Enderezando la proa al Occidente, el vapor se lanza por el brazo de Loba; tropieza á dos y media leguas con las piedras de JuarM Sánchez, frente al pueblo del mismo nombre, y á las cua­tro leguas con el pueblo de Barranca de Loba. Cuatro leguas adelante se aparta, á la derecha, el caño Sicuco, que corta en dos la grande isla de Mompós, y algunos centenares de metros más abajo entra el primer brazo del Cauca por la orilla izquierda. No sé si es preocupación mía, ó si el fenómeno habrá sido observado por otros viajeros; pero en este punto he creído siempre percibir

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210 Situación faboravle del Banco

un fuerte olor de pantanos en descomposición, una atmósfera de miasmas palúdicos concentrados, que no he sentido en ninguna otra parte del Magdalena.

A cosa de veinte leguas arriba de este sitio, el Cauca se divide en dos brazos principales: al Occidente, el de Mojana, que va á recibir las aguas del río San Jorge, desprendido de la cor­dillera Occidental, río que se divide también en cuatro brazos ó caños antes de su confluencia; y hacia el Oriente ó lado derecho continúa la masa principal del Cauca. Ocho leguas abajo del pue­blo de Barranca de Loba tributa al Magdalena el brazo de Guamal del Cauca, y se encuentra el pueblo del mismo nombre sobre este río. A las seis leguas entra el brazo de Perico, del Cauca, en donde se encuentra el pueblo de El Retiro; una legua más abajo, la masa principal del San Jorge, y en seguida, á las cuatro leguas, se llega á la importante población de Magangué.

En las veintinueve leguas que median entre el Banco y Ma­gangué hay muchas poblaciones pequeñas á una y otra orilla del brazo de Loba. Las principales, y sus distancias entre una y otra, son las siguientes:

Del Banco á Barranca de Loba 4 leguas. De Barranca de Loba á Guamal 12 — De Guamal á Barbosa 6 — De Barbosa á Magangué 7 —

29 leguas.

Aparte de éstas se encuentran las de Juana Sánchez, Pini­llos, La Cruz, El Retiro y otros caseríos pequeños, cuyo nombre no recuerdo. Toda esa región, bastante poblada, está provista de dehesas abundantes en ganados. Los derrames del río, en sus avenidas, traen del Alto Magdalena abundantes cantidades de hierba de para que, depositándose en las tierras bajas, han cu­bierto naturalmente con esta vegetación los playones por leguas enteras, con gran beneficio para los pobladores y sus ganados, los cuales, gracias á este forraje muy alimenticio, tierno y abun­dante, han debido de mejorar notablemente en calidad. Sin em-

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Magangué 211

bargo, en ninguna parte, ni en Magangué, se ven señales de agricultura algo adelantada; ni la chimenea de un trapiche, ni buenas corralejas, ni labranzas de cacao ó de tabaco: nada, excep­to pequeñas plataneras, maizales de muy corta extensión, corrales mal conservados y algunos frutales en las inmediaciones de las casas de campo (pajizas todas), siendo el mango el más común de ellos. No se encuentran señales de esos magníficos bosques de naranjos que se veían en la ladera de Margarita, por el brazo de Mompós, cuyas frutas eran de una calidad no sobrepujada por ninguna otra en América ni en Europa.

Magangué es una población importante, que requiere yá de­fensas contra las avenidas del río. Diques de tablas y pilotes de madera incorruptible, sostenidos por terraplenes de tierra, no serían muy costosos, darían suelo firme á sus labranzas y mejo­rarían inmensamente las condiciones del clima; pero requieren una considerable extensión á lo largo del Magdalena y del último brazo del San Jorge, que rodea el suelo adyacente por el Oeste.

Una legua hacia el Norte de Magangué devuelve el río Si-cuco sus aguas al Magdalena, y dos ó tres más adelante el brazo de Mompós, en el sitio llamado Boca de Tacaloa, ocupado á la izquierda por el pueblo de este nombre, y á la derecha por el de Pinto, ambos en territorio de Bolívar. La playa de Tacaloa es el sitio más frecuentado por los caimanes que he visto en el río. En una tarde serena, antes de hundirse el sol, vi una vez más de doscientos en un circuito de menos de dos fanegadas. A pesar de verse reunidas allí por primera vez las aguas de tres ríos caudalosos, no se nota diferencia en el volumen del río. Su an­chura no pasa de 800 metros, pero su profundidad es yá mucho mayor. Podría dar entrada hasta aquí á buques de mar de 2,000 á 2,500 toneladas.

Vienen en seguida los puertos de Tacamocho, Zambrano, Jesús del Río y Tenerife, á distancias de siete y media, ocho, dos y media y dos leguas, respectivamente. Del segundo y el terreno de éstos parten caminos al interior de las sabanas de Corozal, principal­mente hacia el Carmen, que es el centro agrícola y comercial de

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212 Tenerife

esta región, y en donde se recoge la mayor parte del tabaco co­sechado en ella. Ordinariamente se pasa por estos pueblos, á la bajada, durante la noche, pues en los dos primeros días de viaje se duerme en Puerto Berrío y en las inmediaciones de Bodega Central; saliendo de aquí por la mañana, la noche empieza cerca del Banco. Si se logra pasar con luz las piedras de Juana Sánchez, la navegación continúa toda la noche; si al contrario, se pernocta antes de pasarlas, y el viaje continúa al amanecer. A mí me tocó siempre pasarlas durante la noche, por lo cual no puedo dar no­ticia del aspecto que presentan; pero observé en ellas movimien­to de pasajeros y de carga y descarga de bultos, lo que me hace suponer que su actividad comercial es importante.

Tenerife es el sitio del célebre combate fluvial dado por Maza el 25 de Junio de 1820 contra el Coronel español Vicente Villa, combate que aseguró la posesión de todo el río Magdalena á los patriotas.

A consecuencia de la derrota de la flotilla española en Bar­bacoas, cinco meses antes, los restos de ésta, reforzados por el Brigadier Ruiz Porras desde Santamarta, ocupaban la fuerte po­sición del Banco, que es la llave del Bajo Magdalena, cubriendo con baterías de artillería los peñones que dominan el río, y desde este punto rechazaron las fuerzas sutiles independientes que en prosecución de su triunfo habían descendido hasta allí; pero, habiendo bajado Córdoba por el Cauca hasta Magangué, y situá-dose así á la espalda de los peninsulares, éstos abandonaron esa posición formidable y bajaron á situarse en Tenerife. El histo­riador Restrepo describe así la célebre victoria de Maza:

"El Teniente-Coronel Hermógenes Maza se unió en Mompós, el 22 de Ju­nio, á la fuerza de Córdoba, llevando siete pequeñas embarcaciones de guerra y algo más de cien fusileros. De común acuerdo resolvieron atacar inmediatamente la escuadrilla española, muy superior en fuerza. Compo­níase ésta de once buques bien tripulados, armados con cañones de grueso calibre y regidos por buenos oficiales de la marina española; por el con­trario, las embarcaciones llamadas de guerra de los patriotas sólo tenían pedreros, que ni aun montados estaban, sino atados con sogas sobre maderos. Sin embargo, los dos jóvenes oficiales, Córdoba y Maza, con una

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La batalla 213

audacia que rayaba en temeridad, no dudaron un momento que vencerían á los realistas: así, dejando á Mompós, navegaron río abajo hacia Te­nerife.

"Antes de avistar á los enemigos, el Comandante Córdoba desembar­ca guiando una columna de infantería para arremeter á los españoles, que sabía ocupaban la fuerte posición de Tenerife. Maza, con sus peque­ños buques, parte á las cinco de la mañana del 25 de Junio y navega contra los enemigos con la intrepidez que siempre le caracterizó en la guerra de la Independencia. Los realistas no aguardaban el ataque, y fueron sorprendidos. Mientras dan sus disposiciones para la defensa, lle­gan los buques de los patriotas arrastrados por la corriente; el humo y la confusión impidieron á los españoles reconocer cuan débiles eran las fuerzas de los independientes. Estos corren al abordaje de los buques enemigos. Vuélase el de mayor fuerza, regido por el Comandante Don Vicente Villa, bien fuera porque éste le puso fuego para libertarse del deshonor ó vergüenza de caer en manos de los rebeldes, bien porque se incendiara la pólvora por alguna casualidad. Los demás fueron tomados en breve y degollados más de doscientos hombres de infantería que los guarnecían, pues solamente se hicieron veintisiete prisioneros. . . .

"Nueve buques de guerra con su armamento, fusiles y municiones cayeron en poder de los pa t r io tas . . . .

"Un solo buque había escapado de la refriega, pero en Sitionuevo fue tomado por fuerzas sutiles, armadas en Barranquilla por el Almirante Brion, que regía José Padilla (1). Córdoba ocupó á Barranca sin resisten­cia alguna. Apoderóse allí de un abundante tren de obuses, cañones, balas y otros aprestos militares que el Gobernador de Cartagena, Don Gabriel de Torres, enviaba á Mompós. . . .

"Con el inesperado acontecimiento de Tenerife, los españoles huyeron de todas partes á encerrarse en Car tagena" . . . .

Despejado así el Magdalena, Santamarta y Cartagena, ocu­padas aún por fuerzas españolas considerables, volvieron al seno de la patria: Santamarta, el 11 de Noviembre, después del en­carnizado combate de la Ciénaga en el día anterior, en el que Padilla y Maza, á órdenes del General José María Carreño, hi­cieron prodigios de valor; Cartagena, algunos meses más tarde, por haber sido suspendidas las operaciones del sitio durante más

(1) El Almirante Padilla. Si bien nunca recibió en vida esta gradua­ción, la gratitud del pueblo colombiano se la ha conferido después de su muerte.

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214 Calamar

de cuatro meses, á virtud del armisticio de Trujillo, celebrado entre Bolívar y Morillo el 21 de Noviembre de 1820. Con todo, nada pudo resistir al arrojo singular de Padilla, quien, habiendo introducido en la bahía sus fuerzas sutiles, abordó y destrozó bajo los cañones enemigos de la plaza la escuadrilla española, se apoderó de los buques que por dos ocasiones pretendieron lle­var á ésta provisiones, obligó á rendirse por hambre los castillos de Bocachica, y fue el alma de los ataques contra la ciudad, cuya rendición (en Septiembre de 1821) no fue menos gloriosa que el sitio sostenido por sus habitantes en 1815.

A Tenerife siguen los pueblos de Nervití, Heredia, Buena­vista y Calamar. Este último, en el punto de partida del caño del Dique, desprendido aquí del cañón del Magdalena en busca del mar vecino á Cartagena.

El caserío de Calamar ha emigrado sucesivamente en los últimos sesenta años de Barrancavieja a Barrancanueva, y de aquí al sitio actual, en donde la fortuna parece haberle sido más próspera, á juzgar por algunas casas de cal y canto, alma­cenes mejor provistos y alrededores algún tanto libres de la ma­leza y rastrojeras que tanto afean los pueblos del Magdalena, sin exceptuar á Magangué. Sin embargo, el área se ve rodeada de caños de los derrames del río, poco tranquilizadores en los grandes inviernos. La prosperidad de este pueblo depende de la solidez que se dé á.los trabajos de canalización del Dique; pero ahí está el busilis: en esos trabajos no ha presidido hasta ahora ningún plan científicamente concebido, ni menos perseverante-mente ejecutado; de suerte que en ellos han consumido inútil­mente inmensas sumas.

Calamar es un punto de conexión de las líneas de vapores que parten de Barranquilla y Cartagena hacia el interior, lo que comunica á sus calles y almacenes una actividad poco conocida en la generalidad de la del río.

Las 311^ leguas de distancia entre Magangué y Calamar se descomponen así:

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Ultima tarde ene I río 215

De Magangué á Tacaloa 6 leguas. De Tacaloa á Zambrano 9% De Zambrano á Jesús del Río 2% De Jesús del Río á Tenerife 2 De Tenerife á Nervití 3% De Nervití á Heredia 2 De Heredia á Buenavista 2% De Buenavista á Calamar 3%

31% leguas.

Las 311/^ leguas que nos faltan aún para llegar á Barran-quilla se hacen con más rapidez y confianza, ordinariamente de noche. En la última comida á bordo suele el Capitán festejar á los pasajeros con un pudding inglés y algunas botellas de cham­paña ; de sobremesa, ó tomando el café en la proa, se disfruta en ocasiones del magnífico espectáculo que presenta la coincidencia de la puesta del sol y la salida de la luna.

No hay una nube en el cénit, las brisas de mar llegan hasta nosotros, el sol desciende rojo, espléndido, como en un trono de nubes de oro y de púrpura, y sus resplandores proyectan al tra­vés del bosque las formas de los árboles, como titanes rodeados de llamas que extienden sus brazos en desesperación; empiezan á brotar las estrellas sobre un cielo de plata, y luego avanza la sombra cubriendo con un cendal de misterio lo que momentos antes reverberaba de luz.

Pero en ese instante asoma en la parte opuesta del horizonte un resplandor dulce y tímido, semejante al preludio de una ora­ción; la bóveda celeste parece teñirse con tintes semejantes á los del pudor de una virgen; aparece en la penumbra el primer segmento de una corola de plata, ante el cual cree uno ver rea­nimarse la naturaleza soñolienta, y las olas adormecidas del río se tornan en un inmenso espejo, circundado por el marco de sombra que al rededor le forma el bosque impenetrable. Entonces cesa la charla de los pasajeros, absortos en la contemplación de

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216 The muddy Magdalene

ese grande espectáculo; el espíritu vuela á las regiones de lo in­finito, y por algunos instantes se experimenta una emoción deli­ciosa que nada en las obras del hombre pudiera engendrar.

En una de esas ocasiones el Capitán del vapor, hijo de las riberas del Ohío, á quien el recuerdo de las bellezas de su patrio río no impide apreciar las del nuestro, rasgueando una guitarra, nos dio en gratísimo recitado las impresiones de algún rudo poeta americano en su lengua natal. Helas aquí:

THE MUDDY MAGDALENE

In the wilds of fair Colombia, near the equinoctial line, Where the summer last for ever and the sultry sun doth shine, There is a charming valley where the grass is allways g^een, Through which flows the rapid waters of the Muddy Magdalene.

On whose banks stand ruined cities where the Spaniards dwelt of oíd; And revelled on the luxury of a bloody gotten gold; But their reign hath passed away, and o'er their graves the grass is g^en, Still your waters ere go rippling on oh! Muddy Magdalene.

You've the tiger in your jungle, and the caimán fierce and free. And the deadly serpent coiled beneath the shapely mango tree. The broad-leaved wainving plantain and pointed sugar cañe, On your margin you have golden fruits oh! Muddy Magdalene.

In ages past and gone ere The white man hither drew. No back disturbed your waters, save the indian's light canoe. Now you've lordy steamers passing swiftly by your banks of green, Whose prows disdain your currents strong oh! Muddy Magdalene.

The snow on oíd Tolima by the avalanche is riven. And down in torrid regions through the mountains gorges driven, Rushes wildly down in torrents, through the valleys green To mingle with the waters of the Muddy Magdalene.

The forest on your banks by the floods and earthquake tom Are maddy on your bosom to the migthy Ocean borne. May you still roll on for ages and your grass be allways g^reen. And your waters aye be cool and sweet oh! Muddy Magdalene.

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Frente a Barranquilla 217

Algún bardo colombiano ha vertido al español estas estrofas, populares entre los capitanes, ingenieros, pilotos y aun emplea­dos inferiores de los buques del río. La traducción dice:

AL TURBIO MAGDALENA

En Colombia, hermosa reina de un imperio tropical. Donde el sol va siempre en triunfo y el verano es inmortal. Hay un valle delicioso, viva imagen del Edén, Que fecunda con sus aguas el revuelto Magdalén.

En sus bordes quedan rastros del poder del español. Hondas huellas del gigante que alumbrara siempre el sol; Pero yá ni los sepulcros de sus sátrapas se ven. Ni la sangre que te dieron, ¡oh revuelto Magdalén!

Por tus breñas ronda el tigre, por tus playas el caimán, Y tus mangos primorosos, á la sierpe sombra dan. Y el banano y la áurea caña de tus brisas al vaivén Se retratan en tus aguas, ¡oh revuelto Magdalén!

Otro tiempo cuando el blanco no asomaba por aquí. Sólo el indio en su canoa resbalaba sobre ti. Hoy vapores soberanos con bufido de desdén Ensordecen tus raudales, ¡oh revuelto Magdalén!

Cae á veces del Tolima el alud desolador, Y en las cuencas de los montes, escondiéndose traidor, Derretido al sol de fuego, derrumbando su sostén. Rueda súbito en torrentes al revuelto Magdalén.

Lluvias, rayos, terremotos, acostumbran desgajar Tu magnífica diadema de floresta secular; Pero el sol restaura siempre cada joya de tu sien Y eres siempre fresco y dulce, ¡oh revuelto Magdalén!

El vapor se desliza por delante de las poblaciones del Cerro de San Antonio, Piñón, Mata de Caña, Remolino y Sitio nuevo, todos pertenecientes á la orilla oriental ó derecha (Estado del Magdalena), pueblos importantes por su agricultura y su comer­cio. En la orilla del río, al frente de las poblaciones, se ve el prin­cipio de diques de tablas y pilotes de madera para defensa con-

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218 Los árboles de la rivera

tra las avenidas; el bosque empieza á notarse más distante; los ganados y las cercas de madera abundan; las rozas de maíz, los árboles frutales, casas de mejor aspecto, son de más frecuente aparición.

A la izquierda la llanura es baja y permite extender la vista á largas distancias: las poblaciones de Soledad, Sabanalarga y Santo Tomás, están distantes del río; pero se ven numerosos cultivos. A la derecha se levantan las montañas colosales de la Sierra Nevada, cuyas cimas llegan á más de 5,000 metros de altura; abundan las ciénagas, pero se observa que detrás de ellas hay terrenos altos donde pueden refugiarse los ganados en caso de inundación; la palma de Sara ó de Saray, elegante, vistosa, domina en el paisaje, y parece que la propagan y cultivan, prin­cipalmente porque sus hojas dan techo á las casas de los campos y de los pueblos.

La vegetación es magnífica en ambas orillas. El mango de follaje brillante y tupido en copa redonda; el plateado cantagallo; el madroño, de ancho ramaje, verde profundo en el anverso de las hojas, con visos bermejos en el reverso; el gigante caracoli, rey de la selva, que se complace en las frescas orillas de las quebradas; el magnolia (importado, según creo, de los bosques de La Flo­rida, en la América del Norte), que rebosa de juventud y alegría y es hoy el orgullo de los jardines en el Mediodía de Europa; pero sobre todo, representante de la belleza tropical, nuestro al­mendrón,—tan distinguido por su almendra exquisita como por su follaje sin igual—de hojas grandes de verde claro, que se torna en rojo encendido á la mitad del verano, y en violeta oscuro á los comienzos del invierno, con lo cual, visto en lontananza, toma la apariencia de un ramo gigantesco de flores. A la iz­quierda empiezan á divisarse las torres de la iglesia y de la bomba del acueducto; á la derecha se prolonga una llanura que, quizás por el color oscuro de la vegetación, parece á un nivel inferior al del río, cubierta de palmeras, confundiéndose en la penumbra con la línea del mar, cuya resaca se alcanza á sospe­char en un gemido profundo traído por instantes en alas de los vientos.

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Llegada 219

Pasamos yá por el frente de la ciudad, edificada en la parte más honda de la sabana: el pito de la máquina del vapor la salu­da con silbido estridente, llegamos á la boca del Caño de abajo, y nos despedimos de esa serie de paisajes magníficos que, du­rante tres días, hemos venido contemplando. Dejamos, pues, con pesar esa vida de contacto íntimo con la naturaleza potente de nuestra zona, y recordando la invocación de Espronceda en el Diablo Mundo, la recitamos como un adiós:

Tú las hogueras del sol alimentas. Tú revistes los cielos de azul. Tú la luna en las sombras argentas. Tú coronas la aurora de luz.

Gratos ecos al bosque sombrío. Verde pompa á los árboles das. Melancólica música al río, Ronco grito á las olas del mar.

Estamos en Barranquilla. Hemos recorrido en setenta y dos horas, de puerto á puerto (de Caracoli al muelle del ferrocarril de Bolívar), las doscientas seis leguas que separan estos dos extremos, y las hemos vencido en cuarenta y cuatro horas de va­por. Con máquinas un poco más poderosas en los vapores, que permitiesen una rapidez de diez y seis millas por hora, á la bajada, esta distancia sería recorrida en dos días, así:

Primer día, en doce horas de vapor, de Yeguas á la Boca de Opón 63 leguas.

Segundo día, doce horas de vapor, de Opón á Barran­ca de Loba 60 id.

Noche del segundo día, doce horas de vapor de Ba­rranca de Loba á Calamar 61 id.

Mañana del tercer día, cinco horas de vapor, de Cala­mar á Barranquilla 21 id.

Total 205 leguas.

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220 Distancias

La subida pudiera hacerse, á ocho millas por hora, en ochen­ta horas de vapor y cuatro días y medio de viaje efectivo; per­noctando en la tercer jornada en la Boca de Opón, y en la cuarta en Nare, ó tal vez en Puerto Niño; lo que no tendría nada de imposible, pues yá se han hecho algunos viajes en poco más de cinco días: entre ellos el segundo del vapor Vengoechea en Mar­zo de 1866, y uno del vapor Montoya en Noviembre de 1886.

Concluido el ferrocarril de Girardot, el viaje de Bogotá a Barranquilla sería obra de tres días á la bajada, y seis ó siete á la subida. Las familias de Bogotá podrían mudar temperamento á la orilla del mar con más comodidad que en Anapoima ó To­caima.

Con vapores directos de Sabanilla á Nueva York, que hicie­sen siquiera quince millas por hora (los nuevos de la carrera entre Nueva York y Liverpool ó el Havre, caminan á razón de diez y ocho millas por hora, esas seiscientas leguas se harían en cinco días y medio, y Bogotá quedaría á diez ú once días de Nueva York, y á diez y seis ó diez y siete de los puertos europeos. ¡Cuánta ventaja para las operaciones comerciales no daría esta economía de tiempo!

Daré un resumen de las distancias entre los principales pun­tos de escala de Honda a Barranquilla.

De Honda á la boca del río de La Miel (Buenavista) 21 leguas.

De Buenavista á Puerto Berrío 24 id. De Puerto Berrío á Carare 15 id. De Carare á la Boca de Sogamoso 15% id. De Boca de Sogamoso á Boca de Lebrija.. 30 id. De Boca de Lebrija al Banco 25 id. Del Banco á Magangué 29 id. De Magangué á Calamar 31% id. De Calamar á Barranquilla 21% id.

212% leguas.