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EL REVISIONISMO: ITINERARIOS DE CUATRO DÉCADAS Alejandro Cattaruzza “Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo” Jorge Luis Borges formulaba esta observación en una nota referida a su poema “Rosas”, incluido en Fervor de Buenos Aires . El comentario, realizado en la segunda mitad de los años sesenta, no puede naturalmente ser tomado por bueno sin más; sin embargo, permite volver a poner en discusión algunos argumentos acerca del revisionismo histórico. 1 La reconsideración que proponemos no remite sólo a las opiniones sobre los “orígenes” de la corriente, sino que tiene relación con modos diferentes de concebir el problema general del revisionismo. Este término, es sabido, ha sido utilizado para definir realidades muy diversas. Para Halperin Donghi se trató de una "empresa a la vez historiográfica y política", cuyos primeros momentos pueden ubicarse en la década abierta en 1930 y que hacia 1984 todavía demostraba un “vigor al parecer inagotable”. Diana Quattrocchi parece preferir una perspectiva que lo vincula a la instalación del debate sobre Rosas en la sociedad argentina, que fecha en los tiempos de la llegada del radicalismo al gobierno; ya en los años treinta, el revisionismo terminaría constituyendo una contrahistoria. De acuerdo con los planteos de Carlos Rama, en cambio, se trató de un fenómeno latinoamericano, cuya característica central fue haber sido el resultado de la aplicación de un enfoque nacionalista al estudio del pasado. Hacia 1974, a su vez, Ángel Rama lo concebía corno una de las “expresiones de las subculturas dominadas”, mientras que ese mismo año, Leonardo Paso, historiador oficial del Partido Comunista argentino, sostenía que el 1 El comentario parece responder a un momento cultural peculiar, signado entre otros rasgos por la expansión de la interpretación revisionista del pasado entre grupos sociales amplios. Quizás hasta se trate de una respuesta oblicua a la nota que, en julio de 1968, había sido publicada en el primer número del reaparecido Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, referido a El tamaño de mi esperanza; en la tapa se anticipaba el título del artículo, casi una provocación: ”¿Borges rosista?”. La cita, en Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Bs.As., Emecé, 1974, p. 52, que recoge la edición 1969 de Fervor de Buenos Aires. La nota de Borges, de todas maneras, no es sencilla de fechar: en Poemas 1932-1958, Emecé, 1962, reimpresión de la primera edición de 1954, no figura. Tampoco en las Obras Completas que Emecé publicó en 1979.

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EL REVISIONISMO: ITINERARIOS DE CUATRO DÉCADAS

Alejandro Cattaruzza

“Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo”

Jorge Luis Borges formulaba esta observación en una nota referida a su poema

“Rosas”, incluido en Fervor de Buenos Aires. El comentario, realizado en la segunda mitad

de los años sesenta, no puede naturalmente ser tomado por bueno sin más; sin embargo,

permite volver a poner en discusión algunos argumentos acerca del revisionismo

histórico.1

La reconsideración que proponemos no remite sólo a las opiniones sobre los “orígenes”

de la corriente, sino que tiene relación con modos diferentes de concebir el problema

general del revisionismo. Este término, es sabido, ha sido utilizado para definir realidades

muy diversas. Para Halperin Donghi se trató de una "empresa a la vez historiográfica y

política", cuyos primeros momentos pueden ubicarse en la década abierta en 1930 y que

hacia 1984 todavía demostraba un “vigor al parecer inagotable”. Diana Quattrocchi parece

preferir una perspectiva que lo vincula a la instalación del debate sobre Rosas en la

sociedad argentina, que fecha en los tiempos de la llegada del radicalismo al gobierno; ya

en los años treinta, el revisionismo terminaría constituyendo una contrahistoria. De acuerdo

con los planteos de Carlos Rama, en cambio, se trató de un fenómeno latinoamericano,

cuya característica central fue haber sido el resultado de la aplicación de un enfoque

nacionalista al estudio del pasado. Hacia 1974, a su vez, Ángel Rama lo concebía corno

una de las “expresiones de las subculturas dominadas”, mientras que ese mismo año,

Leonardo Paso, historiador oficial del Partido Comunista argentino, sostenía que el

1 El comentario parece responder a un momento cultural peculiar, signado entre otros rasgos por la expansión

de la interpretación revisionista del pasado entre grupos sociales amplios. Quizás hasta se trate de una respuesta oblicua a la nota que, en julio de 1968, había sido publicada en el primer número del reaparecido Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas, referido a El tamaño de mi esperanza; en la tapa se anticipaba el título del artículo, casi una provocación: ”¿Borges rosista?”. La cita, en Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Bs.As., Emecé, 1974, p. 52, que recoge la edición 1969 de Fervor de Buenos Aires. La nota de Borges, de todas maneras, no es sencilla de fechar: en Poemas 1932-1958, Emecé,

1962, reimpresión de la primera edición de 1954, no figura. Tampoco en las Obras Completas que Emecé publicó en 1979.

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revisionismo rosista era una “gran expresión de nuestra oligarquía ganadera y

latifundista”2.

Al problema de los varios sentidos que se han otorgado al término, se añade la

pregunta acerca de qué es aquello que distingue una versión revisionista del pasado

argentino de una que no lo es. La exaltación de los gobiernos de Rosas no basta, dado que

a lo largo de los años sesenta los hombres de la llamada "izquierda nacional", que se

autoproclamaban miembros del revisionismo socialista y a quienes Halperin Donghi ubica

entro los neorrevisionistas, tendían a preferir a los caudillos del interior, llegando a

proclamar que el "rosismo" y el "mitrismo" eran "dos alas del mismo partido”. Por otra

parte, tampoco los revisionistas más clásicos imaginaban de manera homogénea las

características de los gobiernos de Rosas: para Ibarguren, se trataba de un “dictador” que

había dominado para bien al gauchaje, garantizando el orden social en beneficio de las clases

propietarias, mientras que José María Rosa, a principios de los años cuarenta, lo proponía

como el ejecutor de una benéfica reforma agraria en favor de quienes trabajaban la tierra.3

Sin aspiración de cerrar estas cuestiones y mucho menos de esbozar una “definición”

del revisionismo, debemos señalar que el criterio que aquí empleamos, notoriamente

2 Cfr. respectivamente Halperin Donghi, Tulio, El revisionismo histórico argentino, Bs.As., Siglo XXI, 1971,

p. 7, y del mismo autor “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”,

de 1984, recogido en Ensayos de historiografía, Bs.A.s, El Cielo por Asalto, 1996, p.107; Quattrocchi-Woisson, Diana: “Historia y contra-historia en la Argentina. 1916-1930”, en Cuadernos de Historia Regional, Luján, UNLuján, número 9. agosto 1987, y Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Bs.As., Emecé, 1995, en particular el Capítulo 2; Rama, Carlos: Nacionalismo e historiografía en América Latina, Madrid, Tecnos, 1981, pp. 14 y 15; y Rama, Ángel, “La narrativa en el conflicto de las culturas", escrito en 1974 y publicado en Rouquié, Alain (comp.) , Argentina. hoy; Bs.As., Siglo XXI, 1982, en

particular, pp. 255 y siguientes. La cita de Paso, Leonardo, en Corrientes historiográficas, Bs.As., Ediciones Centro de Estudios, 1974, p. 47. 3 Como expresión de las visiones del pasado de un sector importante de la izquierda nacional, puede verse la

obra colectiva llamada El revisionismo histórico socialista, Bs.As., Octubre, 1974, que, con prólogo de Blas Alberti, recoge artículos de miembros de esta corriente; en particular, el que firmado por M. Cruz Tamayo

(en realidad A. Terzaga), se titula precisamente “Mitrismo y rosismo: dos alas del mismo partido”. La opinión de Carlos Ibarguren puede consultarse en Juan Manuel de Rosas. Su vida, su tiempo, su drama, Bs.As., La Facultad, 1933 [edición definitiva, y la de José María Rosa en Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, Bs.As., Huemul, 1974 (la obra había aparecido en forma de artículos, en 1941-1942), parágrafo titulado 'La tierra para el que la trabaja'.

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tradicional, es el de considerarlo un grupo de intelectuales que procuró intervenir en la

amplia zona de encuentro entre el mundo cultural, incluyendo en él a las instituciones

historiográficas, y la política. En ese intento, el revisionismo se dio unas herramientas muy

similares a las construidas, ya desde el Centenario y con mayor claridad desde los primeros

años de posguerra, por otros grupos culturales y asociaciones historiográficas: creó una

institución reconocible y una revista, contó con editoriales vinculadas, celebró reuniones y

conferencias, tomó posición ante decisiones de las autoridades. Sus elencos, como los del

resto de los movimientos e instituciones, podían variar, pero eran en conjunto reconocidos

como grupo por los demás actores de los campos en que actuaban4. Otra alternativa

conceptual supondría la construcción de un modelo con el cual confrontar la visión de

algún historiador para decidir si es pertinente ubicarlo en el casillero del revisionismo; ese

camino no solo conspira contra la posibilidad de percibir cambios dentro de la corriente,

sino que favorece la organización de unanimidades artificiales.5

Plantear una perspectiva que se centre en el revisionismo como grupo intelectual

significa asumir la opción por examinar, fundamentalmente, las acciones que llevó adelante

para instalarse como un nuevo actor entre las instituciones dedicadas a la historia, a la

actividad cultural en general, y por trazar lazos con el estado. Todas estas actividades eran

desarrolladas en función de esa otra gran tarea que se asignaba el revisionismo: cambiar la

que, sostenían, era la versión dominante del pasado argentino por otra, no sólo más

“verdadera”, sino más adecuada a los intereses nacionales, convirtiéndose en una nueva

historia oficial.

4 Un criterio similar ha sido por Gramuglio, María Teresa, “Posiciones, transformaciones y debates en la

literatura”, en Cattaruzza, Alejandro (director): Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política, tomo VII de la Nueva Historia Argentina, Bs.As., Sudamericana, 2001. 5 Sabemos que, de todos modos, el planteo efectuado no logra dar cuenta de algunos casos particulares; uno

de ellos, es el de los mencionados revisionistas socialistas, que no fueron vistos con beneplácito por los "fundadores". Otro, el de Rodolfo Puiggrós, que no sólo no abjuró de las críticas lanzadas a la política rosista a comienzos de los años cuarenta, sino que tampoco compartía los juicios revisionistas referidos a la colonia y a la revolución de 1810 en el Río de la Plata. En ambos casos, sin embargo, tanto los hombres que debatían

con ellos como buena parte de la bibliografía posterior los adscribió al revisionismo.

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Tales acciones no eran, desde ya, independientes de los argumentos que planteaba el

revisionismo, pero tampoco se reducían a ellos6. Sobre esos argumentos, José Carlos

Chiaramonte ha insistido en que dos de los más conocidos habían sido propuestos con

anterioridad a los años treinta, destacando tanto la existencia de reclamos de revisión de

una historia que se entendía “de familia”, a cargo de varios estudiosos del pasado en los

años del Centenario, como el inicio de la reconsideración del papel del federalismo en el

proceso de organización nacional por parte de miembros de la “nueva escuela” Histórica,

en particular, por Emilio Ravignani.7

Efectivamente, uno de los reclamos de los historiadores de comienzos del siglo XX al

enfrentarse con la tradición historiográfica heredada fue el de la necesidad de su revisión.

El título de un artículo que Rómulo Carbia publicaba en 1918 era, por ejemplo, “La

revisión de nuestro pasado”, y allí confiaba tal cometido a una “nueva escuela histórica”

que, rigurosa en la aplicación de las reglas del método, veía en disputa con una

historiografía poblada de “héroes de discutible autenticidad[....], personajones lanzados a la

circulación sin más escudo que el cariño de una prole extendida e influyente” 8. En lo que

hace a la reconsideración favorable del federalismo y de la acción de Rosas, Emilio

Ravignani sostenía hacia 1927, en su balance sobre “Los estudios históricos en la Republica

Argentina”, que la política unitaria había sido “un mal contra la democracia”, y que “el

ejercicio de los principios federales produjo la organización”. Era la política rosista,

sostenía Ravignani, la que había puesto los cimientos de la organización nacional. 9

6 Pueden recordarse aquí los planteos de Michel de Certau acerca de la necesidad de entender “el libro o el

artículo de historia” como “resultado y síntoma del funcionamiento de un grupo”, y como “producto de un

lugar” institucional y social. Cfr. de Cerau, Michel, La escritura de la historia, México,Universidad Iberoamericana, 1985, p.81. 7 Ver Chiaramonte. José Carlos: “En torno a los orígenes del revisionismo histórico argentino”, en Frega, Ana

y Ariadna Islas, Nuevas miradas en torno al artiguismo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2001, en particular pp. 33, 39 y ss., y 45 y ss. 8Cfr. Carbia. Rómulo, “La revisión de nuestro pasado”, en Cuaderno 5 del Colegio Novecentista, de abril de

1918, p. 70. Hemos citado este trabajo en el capítulo anterior. 9 A fines de los años veinte, Ravignani solía sostener puntos de vista similares con frecuencia. La cita en

Ravignani, Emilio, “Los estudios históricos en la Republica Argentina Síntesis, Bs.As., año I, número 1, junio de 1927, p.62. Sugerimos sobre estos tema la consulta de Buchbinder, Pablo: “Emilio Ravignani: la historia, la nación y las provincias”, en Devoto, Fernando (compilador): La historiografía argentina en el siglo XX (I), Bs.As., CEAL, 1993, y Chiaramonte, José Carlos y Buchbinder, Pablo: Provincias, caudillos,

nación y la historiografía constitucionalista argentina 1853-1930, Documento de Trabajo del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E.Ravignani”, Bs.As. 1991

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La opinión que subraya la ausencia de novedad se apoya, así, en datos certeros, que

por otra parte habían sido ya reconocidos por algunos revisionistas. Así, Julio Irazusta

sostenía hacia 1953, en la advertencia a la Primera Parte del Tomo I de la Vida política de

Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, refiriéndose a los Documentos

para la historia argentina, compilados por Ravignani:

“La [...] compilación del Dr. Ravignani es una de las más admirables

que se han hecho en nuestro país. Lo que no tiene nada de extraño,

dada la maestría que el autor exhibió en esa clase de trabajos y la

osadía intelectual con que encaró la historia de Rosas, por puro

espíritu científico, mucho antes que nuestra generación pusiera en

marcha lo que se ha dado en llamar el revisionismo histórico” 10

Pocos años más tarde, Irazusta sostuvo que a principios de siglo “Ingenieros, Rojas y

Lugones dieron nuevo impulso al movimiento revisionista”, aunque luego volvía a

diferenciar ese movimiento del “nacimiento de una escuela específicamente llamada

'revisionista". A la hora de inventarse una genealogía, los revisionistas solían filiarse con

Quesada y aún con Saldías, con cuya obra J. M. Rosa, por ejemplo, insistía en hacer

comenzar la historia del grupo11.

Tampoco la fórmula que, entre 1938 y 1939, Ernesto Palacio utilizó, y que

circularía luego con gran éxito, la de la historia oficial y falsificada, era estrictamente

novedosa. En 1934, Rodolfo Ghioldi denunciaba en Soviet, revista del Partido Comunista,

“la espesa red de falsificación que aprisiona a la historia argentina”; Álvaro Yunque haría

lo propio en 1937, desde las páginas de Claridad, acusando a "los falsificadores de la

historia”12

10

Cfr. Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia , Tomo I, Primera Parte, p. III de la Advertencia a la Segunda Edición, Bs. As., Albatros, 1953. 11

Ver lrazusta, Julio, Las dificultades de la historia científica, Bs.As., Alpe, 1955, pp. 144 y 148; Rosa, José

María, Historia del revisionismo y otros ensayos, Bs.As., Merlín, 1968, pp. 23 y ss. y del mismo Rosa El revisionismo responde. Bs.As., Pampa y Cielo, 1964 que reúne artículos escritos entre 1950 y 1960, pp. 187 y ss. .Uno de los primeros autores que intentó un estudio sistemático de la corriente, Clifton Kroeber, en Rosas y la revisión de la historia argentina, Bs.As., Fondo Editor Argentino, 1964, propuso también que Saldías y Quesada constituyeron una “primera generación revisionista” . 12

Cfr., respectivamente, Ghioldi, Rodolfo, “ J. B. Alberdi”, en Soviet,, Bs.As., agosto de 1934, sin número de

pagina, y Yunque, Álvaro: “Echeverría en 1837. Contribución a la historia de la lucha de clases en la Argentina”, en Claridad, año XV, número 313, mayo 1937, sin número de página

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6

Así, no sólo otros historiadores, incluyendo a miembros de la “nueva escuela”, habían

reclamado con mucha anterioridad a los años treinta la revisión de las visiones disponibles

del pasado nacional, sino que otros grupos culturales habían acuñado piezas del que luego

sería el arsenal del revisionismo; algunos revisionistas, a su vez, admitían estas

circunstancias. Sin embargo, ese reconocimiento parcial pasó desapercibido en la

coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, y fue la imagen de una “historia oficial”

monolítica, que constituyó parte de la vulgata revisionista, la que persistió. De esta

manera, la evocación o el “olvido” de los anticipos vuelven a transformarse en operaciones

que el revisionismo desarrollaba para inventar su combate imaginario y posicionarse en él.

Desde otras perspectivas, Diana Quattrocchi ha planteado que al momento de la

inauguración de la república radical tuvo lugar un “movimiento de contramemoria” en el

que aparecieron, dispersos, elementos que se articularán para constituir una “contrahistoria”

orgánica luego de 193413. La asociación que la autora realiza entre yrigoyenismo y rosismo

parece poco verosímil, si se atiende al complejo problema del pensamiento radical: entre

los escasos motivos ideológicos compartidos por el radicalismo que llegaba al poder en

1916, no se contaba la exaltación de Rosas. Hubo dirigentes, no todos yrigoyenistas, que se

inclinaban a echar una mirada favorable al régimen caído en Caseros, y algunos formarían

más adelante en el revisionismo. Ellos debían convivir, sin embargo, con muchos más que

se inscribían en la tradición opuesta. Hacia fines de los años veinte, y durante buena parte

de los treinta, los gobiernos rosistas constituyeron un efectivo punto de referencia, utilizado

mucho más a menudo por la oposición para el cotejo denigratorio con las presidencias de

Yrigoyen que por el propio radicalismo, que en palabras del viejo militante Alfredo

Acosta, trazaba de este modo las líneas histórica que, creía, se enfrentaban: “Brilla en la

UCR la límpida mirada de Moreno. ilumina [a la oligarquía] el felino fulgor de las pupilas

de Facundo. El espíritu renovador de Rivadavia está en aquella. El espíritu colonial de

Rosas impulsa a la otra”. E. Tradatti reclama la filiación con un panteón similar,

sosteniendo que la esencia del radicalismo “arranca de los orígenes mismos de nuestra

13

Ver Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, citado, p. 71

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7

nacionalidad. entroncando con la corriente que encabezan Moreno y Monteagudo y

continúan Echeverría y Rivadavia “14.

Tampoco en franjas del partido más claramente alineadas con Yrigoyen el rosismo

parecía abrirse paso con facilidad. En 1933, el Ateneo Radical Bernardino Rivadavia

celebraba un acto para reivindicar el “radicalismo americanista de Yrigoyen”; uno de los

militantes evocaba en su discurso las rebeliones radicales de esos años, destacando que una de

ellas se había producido en Entre Ríos, “cuna y madre de la gloria libertadora de 1852”, que

había terminado con el gobierno de Rosas. Un año más tarde, Arturo Jauretche instalaba su

poema gauchesco El Paso de los Libres, que se refería a una de las insurrecciones en la que

había participado, en una línea claramente antirrosista desde el título mismo, y admitía que su

prologuista, Borges, lo inscribiera en la tradición de Hernández y de Ascasubi. Las razones de

esa adscripción no eran sólo formales: se trataba de tres conspiradores. Ascasubi, es sabido,

había sido combatiente contra Rosas. De esta manera, si bien que puede admitirse que ya

desde los años veinte, y quizás antes, el “tema” de Rosas estaba incorporado a la cultura

argentina, es menos sencillo de probar que ello fuera fruto o haya devenido en una

contramemoria, que tal contramemoria encontrara un correlato preciso en la producción de

los intelectuales yrigoyenistas, y que ella haya significado el “nacimiento” del

revisionismo15

Retornando, entonces, a la cita con que se abre este apartado, podemos preguntarnos qué

revisionismo era el que Borges sostenía no haber podido presentir en 1922. Parece

evidente que no se trata del que Carbia reclamaba en 1918, ni de la visión favorable a

Rosas que Ravignani, en 1927, ofrecía en una revista en la que compartía el Consejo

Directivo con Ibarguren y con Borges mismo. El revisionismo que en 1969 Borges decía

14

La cita de Acosta figura en Hechos e Ideas, Bs.As., número 7, enero de 1936, p.225; la de Tradatti, en el mismo número, p. 252. Hemos abordado estas cuestiones en Historia y política en los años treinta. Comentarios en torno al caso radical. Bs.As., Biblos, 1991. Nos permitimos remitir también a nuestro capítulo titulado “Descifrando pasados: debates y representaciones de la historia nacional”, en Alejandro Cattaruzza (director): Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política, citado. 15

Ver [Ateneo Radical Bernardino Rivadavia], La política americanista de Yrigoyen, Bs.As., 1933, p. 23. El

prólogo de Borges a El Paso de los Libres, puede consultarse en la edición que publicara originalmente La Boina Blanca.

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no haber previsto era el que, en la segunda mitad de la década de 1930, salió a buscar su

lugar como grupo en el mundo cultural argentino.

“Pero ¿qué éramos nosotros en realidad?”(Los años treinta)16

Hacia 1930, Carlos Ibarguren publicaba y vendía con notable éxito su Juan Manuel de

Rosas Su vida, su drama, su tiempo; cuatro años más tarde, Julio y Rodolfo Irazusta

presentaban Argentina y el imperialismo británico, un estudio en el que el tramo dedicado a la

historia era breve, pero que ofrecía algunas de los enfoques que los revisionistas harían suyos;

ese mismo año se organizaba la Comisión por la Repatriación de los Restos de Rosas. En

1936, a su vez, Julio Irazusta publicaba, con el sello de la editorial Tor, su Ensayo sobre

Rosas; las instituciones revisionistas que serían las más duraderas se fundaron dos años

después: el Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas fue creado así en

1938, subsumiendo a un grupo santafecino similar. Poco después lanzaba su Revista.

Una vez fundado el Instituto, resultó sencillo identificar a sus miembros más notorios:

Manuel Gálvez, Ramón Doll, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio, Ricardo Font Escurra,

entre otros. Menos simple es, en cambio, detectar los rasgos comunes que presentaban sus

interpretaciones: la reivindicación de los gobiernos de Rosas era compartida, aunque como

señalamos eran varias las imágenes de Rosas que se proponían. Y si bien los planteos que

hacían del gobernador de Buenos Aires un defensor de la soberanía y un forjador de la unidad

nacional estaban muy extendidas, el propio Instituto, en el primer número de su Revista ,

reconocía en un artículo de Ramón Doll la existencia de lo que llamaba una “derecha rosista”

y una “izquierda rosista”, e intentaba tomar distancia de ambas:

“Nadie puede asegurar que Rosas corporice tal o cual sistema

político. La derecha rosista puede decir que Rosas es el argumento

para la instalación de un gobierno fuerte; sin embargo podría

contestársele que el argumento extraído de las mismas afirmaciones

interesadas de los enemigos de Rosas puede tener su misma

inconsistencia y además su misma falta de probanzas. La izquierda

rosista puede afirmar que Rosas es una encarnación del sistema

democrático, jefe de las masas federales y taumaturgo demagógico

16

Se trata de una frase de Ernesto Palacio, en La historia falsificada, p.31 de la edición que en 1960 publicó Peña Lillo. La versión original es de 1939.

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9

de la negrada y el gauchaje; ¿qué valdría todo esto, si efectivamente

es cierto, para informar un credo político con el ejemplo de aquel

César?”17

En una línea argumental similar, Manuel Gálvez sostenía en 1940, en el prólogo de la

Vida de Don Juan Manuel de Rosas: “considero gravemente equivocada la actitud del

antirrosismo que, con el fin de perjudicar a Rosas, pretende vincularlo con las actuales

dictaduras europeas. En igual error han incurrido algunos rosistas - que a la vez son

nacionalistas y simpatizantes de Alemania-, los cuales más tienen de políticos que de

historiadores”18.

Ambas citas remiten a la dificultad del intento revisionista: sin abandonar el afán de

instalarse en el terreno de los historiadores, los revisionistas registraban la posibilidad de

utilización más plenamente política de sus planteos, y si en ocasiones la asumían y la

alentaban, en otras tantas se inclinaban a imponer una suerte de distancia académica con ella.

Compartiendo, como lo hacían al menos declamatoriamente, las concepciones que los demás

historiadores proponían acerca de cómo debía desarrollarse la reconstrucción del pasado, y

compartiendo además la idea de que la investigación y la enseñanza de la historia tenían una

“función social” que era la afirmación de la nacionalidad, los revisionistas mantenían una

posición inestable entre aquellos dos polos, el de la producción historiográfica y el de la

política. Sólo lentamente se apropiaron de una fórmula que, planteada por Ernesto Palacio

hacia 1939, permitía aplazar ese conflicto: lo que estaba en entredicho, pasaron a sostener, era

el sentido de una tradición que pudiera llamarse nacional19.

17

Cfr. Revista del Instituto J. M. de Rosas de Investigaciones Históricas, Bs.As., año 1, número 1, 1939, p.

48. En un sentido similar se pronunciaba Ricardo Font Ezcurra, en “La Historia instrumento político”, aparecido en el número 4 de la revista, diciembre de 1939. En adelante, citada como Revista del Instituto Rosas. 18

Cfr. Gálvez, Manuel, Vida de Don -Juan Manuel de Rosas, Bs.As., Tor, 1940, p. 15. 19

Los planteos de Palacio pueden consultarse en La historia falsificada, Bs.As., Peña Lillo, 1960, en

particular pp. 30 y ss. Sobre la enseñanza de la historia, ver pp. 38 y ss. y 48 y ss. La versión original fue publicada en la Revista del Instituto Rosas.

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10

Pero también las instituciones de la historia profesional, en su recepción de la prédica

revisionista, revelaban lo incierto de la situación. Ricardo Zorraquín Becú, por ejemplo,

asumía la cuestión del revisionismo en un artículo publicado en el Anuario 1940 de la

Sociedad de Historia Argentina; sus opiniones partían del reconocimiento de ciertas

coincidencias:

"El cultivo y la enseñanza de la historia deben considerarse un acicate

enérgico en la formación de una conciencia nacional. Es claro que esta no ha

de obtenerse mediante la enseñanza actualmente impartida entre nosotros,

que no tiende a fijar una individualidad nacional sino a la exaltación de un

sentimiento vagamente humanitario y cosmopolita, incubado en el

positivismo liberal. La historia oficial oculta hechos y modifica

circunstancias, y llega a tales extremos su dogmatismo que no admite la libre

investigación ni la interpretación heterodoxa de los acontecimientos. [...]Es

contra esas imposiciones de la historia oficial que surge, en parte, la

propaganda rosista."

Luego de esta exposición de las razones del revisionismo, Zorraquín Becú subrayaba "el

carácter un tanto secundario o subordinado que se asigna a la investigación propiamente

dicha" en la práctica de sus historiadores, para agregar más adelante: "el peligro que entraña

cultivar las disciplinas históricas con un prejuicio partidista [es] que inevitablemente ha de

desnaturalizar su objetivo primario: la investigación de la verdad. Ello, sin embargo constituye

un pecado común a gran parte de nuestra producción".20 Los planteos de Zorraquín, por otra

parte, vuelven a poner en evidencia que el enlace entre las dimensiones científicas y patrióticas

de la profesión de historiador era considerada natural; como Levene o Palacio, el autor no

percibía siquiera que hacer de la práctica de la historia un “acicate enérgico en la formación de

una conciencia nacional” era atribuirle una tarea política que no se alineaba fácilmente con

aquel otro “objetivo primario”, la investigación.

20.

Cfr. Anuario 1940, citado, pp. 110 a 119

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11

Pero, como señalamos, el revisionismo acostumbraba rechazar la crítica acerca de la

supuesta subordinación de su tarea científica a motivos partidistas. También en 1940,

Héctor Llambías proclamaba que "sobre los hechos mismos quedan pocos puntos por

esclarecer". Al mismo tiempo, el autor sostenía que "se podría pensar que la revisión

pretende servir a otra tendencia política, la antiliberal y tradicionalista. Sin embargo, es

fácil comprobar que la rehabilitación de Rosas se produce como consecuencia de trabajos

objetivos, de simple investigación". La conclusión era contundente: "la causa de Rosas está

científicamente ganada"21. Parece evidente, entonces, que cuando menos en la versión de

Llambías la objetividad volvía a convertirse en la clave de la producción de un discurso

científico sobre el pasado, que permitiría alcanzar un conocimiento verdadero. Así,

dispuestos a librar una batalla cultural, los revisionistas decían conseguir triunfos

científicos.

Mientras planteaba sus frentes de polémica, que como hemos indicado en el capítulo

anterior, fueron asumidos inicialmente por el resto de las instituciones historiográficas sin

demasiado escándalo, el revisionismo diseñaba un adversario. El ejemplo de la Historia de la

Nación Argentina dirigida por Levene, cuyos primeros tomos aparecieron en 1936 y que fue

convertida por el revisionismo en el monumento de la que llamaba la historia oficial, es

evidente. Los elencos convocados incluían a miembros de muchas asociaciones, los planteos

sobre algunos asuntos eran abiertamente contradictorios y hasta la misma concepción de la

obra impedía por extensión y fragmentación la existencia de un lector de conjunto. Mientras

construía un adversario homogéneo, el revisionismo se daba unidad a sí mismo; así, la

invención y difusión de la imagen que planteaba la existencia de una lucha entre la “historia

oficial”, un bloque sin fisuras, y sus impugnadores, otro conjunto que se pretendía uniforme,

fue quizás el triunfo más importante del primer revisionismo.

A su vez, al menos hasta los años finales de la década de 1930, ni el rosismo ni las

relaciones con el nacionalismo acarrearon consecuencias serias, en lo que hace a su

21

Cfr. Revista del Instituto Rosas, número 5, julio 1940, pp. 3 y 4.

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12

participación en el campo intelectual, para los revisionistas más conocidos. Esta circunstancia

no indicaba obligatoriamente una cercanía ideológica entre quienes devendrían revisionistas y

otros grupos culturales, sino que confirmaba que ni el nacionalismo ni el rosismo eran causa

de repudio, cuando menos en un comienzo.

Ernesto Palacio y Julio Irazusta escribieron en Sur, la revista de Victoria Ocampo, luego

transformada por el nacionalismo en el paradigma de los sectores intelectuales sometidos al

imperialismo. La trayectoria de Victoria Ocampo, que en 1934 viajaba a Italia invitada por las

instituciones culturales fascistas, también puede tomarse como ejemplo de lo confuso del

panorama22. Irazusta participó, junto a Palacio y a Ramón Doll, del “Primer debate de Sur”,

celebrado en 1936, y publicó en la revista hasta 1938, avanzada ya la Guerra de España; su

libro Actores y espectadores fue publicado en 1937 por la editorial. Palacio traducía, por esas

fechas, los libros de André Gide que editaba Sur. Manuel Gálvez, por su parte, continuaba

obteniendo grandes éxitos de ventas, y era tratado con deferencia por hombres como Roberto

Giusti. Carlos Ibarguren, que no formó en el Instituto Rosas, era presiente de la Academia

Argentina de Letras, e integró la delegación argentina a la reunión de los Pen Clubs celebrada

en Buenos Aires en 1936, junto al propio Gálvez; su libro sobre Rosas había recibido el

Premio Nacional de Literatura en 1930. En la década anterior, Ibarguren sido profesor de

Historia Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras y desde 1924 era miembro de la Junta

de Historia y Numismática. Ibarguren denunciaría mucho después una conjura del poder

contra el nacionalismo, que habría tenido lugar en los mismos años en que él se desempeñaba

como presidente de la Comisión Nacional de Cultura, en la segunda mitad de la década de

193023. Los revisionistas, en tanto, mantenían su estima por el sistema de consagración oficial

de los gobiernos herederos del golpe de estado del 6 de setiembre: Julio Irazusta, por ejemplo,

fue distinguido en 1937 con el Premio Municipal de Literatura, que no dudó en recibir.

Poco antes de la fundación del Instituto Rosas, entonces, los futuros miembros del

revisionismo disponían de múltiples instrumentos de legitimación en el campo intelectual:

22

Ver Gramuglio, María Teresa, “Posiciones, transformaciones y debates en la literatura”, en Cattaruzza, Alejandro (director): Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política, citado, p. 365. 23

Ver Ibarguren, Carlos, La historia que he vivido, Bs.As., Dictio, 1977, p. 625. La primera edición de la obra es de 1955.

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13

participación previa, reconocimiento de las instituciones, premios otorgados y recibidos,

apellidos prestigiosos, relaciones con el poder, éxitos de venta. Esos mecanismos funcionaron,

al menos, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sin que las críticas, que

existieron, los afectaran. Si se atiende a estas circunstancias, queda fuertemente cuestionada la

interpretación que hacía del revisionismo un movimiento intelectual disruptivo y nacido en los

márgenes de la cultura argentina, o un frente de jóvenes rebeldes; alguno de ellos había sido sí

parte del grupo de jóvenes vanguardistas, pero a comienzos de los años veinte. Quince años

más tarde, muchos de ellos ocupaban lugares relativamente cómodos en el universo de los

intelectuales. El revisionismo, por el contrario, se organizó en torno de uno de los núcleos de

la cultura admitida, que desde hacía tiempo exhibía una muy clara vocación conservadora. La

tolerancia del mundo cultural demuestra que él no se hallaba articulado alrededor de un único

eje liberal-democrático, con un programa preciso que lo obligara a repudiar a quienes

plantearan una reivindicación nacionalista de Rosas. Sin hallarse en los márgenes del universo

de la cultura, el revisionismo tuvo una posición más débil en las instituciones de la historia

profesional, que de todas maneras no los excluían del todo24.

El revisionismo, por otra parte, sostenía relaciones con el mundo de la política, tanto con

el estado como con los partidos. En 1938, en ocasión del centenario de la defensa de la isla

Martín García, el Instituto Rosas organizó una ceremonia a la que concurrieron

representaciones de los Ministerios de Marina y de Ejército, de la Presidencia y de la

Gobernación de Buenos Aires, así como delegaciones del Círculo Militar y del Centro Naval.

Un año más tarde, la Revista convertía en un “verdadero acontecimiento pedagógico” la

aprobación, por parte de las autoridades educativas de la Provincia de Buenos Aires, de una

guía didáctica que indicaba que Rosas había impuesto orden interno, defendido la

soberanía y consumado, de hecho, la unidad nacional 25.

Pequeñas, a pesar de la exageración revisionista, victorias que, durante la gobernación

de Fresco, se sucedían con alguna frecuencia. Así, por ejemplo, Justiniano de la Fuente,

24

Sobre esta cuestión, remitimos al capítulo anterior. 25

Revista del Instituto Rosas, número 1, 1939, p. 150 y 151. Agradezco la información sobre esta nota, así

como otros datos, a Carolina Apecetche.

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funcionario provincial, en un discurso pronunciado luego de una “caravana de la argentinidad”

que tuvo lugar en La Plata en 1939, lograba organizar un panteón en el que figuraban Moreno

y los revolucionarios de Mayo, San Martín, Rivadavia, Sarmiento, y también Juan Manuel de

Rosas26. En el nivel nacional, en esos mismos años, hombres del nacionalismo cercanos a los

revisionistas ocupaban también algunos cargos importantes: Octavio S. Pico, miembro del

grupo de La Nueva República, y luego de la católica Criterio, ministro de Uriburu, fue

designado Presidente del Consejo Nacional de Educación por Justo. A comienzos de los años

cuarenta, el Secretario de ese Consejo era Alfonso de Laferrere, también antiguo integrante de

La Nueva República y jefe de la Liga Republicana, hacia 1929. De todas maneras, el

nacionalismo se fue apropiando de la figura de Rosas sólo lentamente; en los primeros años de

la década, gustaban en cambio hablar de tres etapas libertadoras: Mayo, Caseros y Setiembre.

Haciendo evidentes las cercanías con una tradición que era también “liberal”, veían en su

adversario Yrigoyen a Rosas, y convertían a Uriburu en el Lavalle de la hora, cuando no en

San Martín. 27

Si bien los contactos más firmes del revisionismo se daban indudablemente con las

formaciones nacionalistas, el sistema de relaciones del grupo incluía agrupaciones

radicales, no sólo yrigoyenistas, sino también a hombres de la UCR Antipersonalista y del

llamado alvearismo, que llegaron a participar de las instituciones revisionistas. De la

existencia de esta red que excedía al nacionalismo tradicional y a FORJA puede dar cuenta

el derrotero político de Julio lrazusta, quien hacia 1937 se incorporaría a las filas de la

Unión Cívica Radical. Esta experiencia, aunque breve, le permitió compartir la trinchera

política con Emilio Ravignani.28

El análisis de la empresa revisionista permite, de este modo, proponer algunas

consideraciones más amplias. Los varios frentes en que el revisionismo se lanzó a actuar –

el de las instituciones de historiográficas, el de la cultura, el de la política- no eran, en la

26

En [HONORABLE SENADO DE BUENOS AIRES], Día de la Tradición y Monumento al Gaucho. Antecedentes legislativos, La Plata, 1948, p. 12 . En el último capítulo de este libro se hace referencia nuevamente a este discurso, aunque en función de otros problemas. 27

Ver Finchelstein, Federico, “Fascismo, nacionalismo y concepción de la historia. El mito de Uriburu y la memoria del primer golpe de Estado argentino”, en Reflejos, Universidad Hebrea de Jerusalem, 2002, p. 121. 28

Cfr. lrazusta, Julio, Memorias. Historia de un historiador a la fuerza, Buenos Aires, Eca, 1975, p. 231 a 238.

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segunda mitad de los años treinta, mundos ordenados en los que prolijos adversarios

chocaban alrededor de un enfrentamiento central. Hemos señalado ya que no era éste el

modo en que la historiografía funcionaba; tampoco lo hacían así los demás escenarios en

los que el revisionismo intervino. Las tradiciones ideológicas y los bloques políticos no

estaban tan claramente definidos como se ha supuesto con frecuencia; abundaban en él las

zonas grises, los cambios veloces de posición, las incertidumbres. La imagen heredada

planteaba un ajustad alineamiento entre tradiciones, visiones del pasado y formaciones

políticas: al liberalismo, conservador o democrático, le correspondería la “historia oficial”,

al nacionalismo, de elite o populista, el revisionismo. Radicales alvearistas, conservadores

progresistas, la izquierda en conjunto, formarían en el primer bando, mientras que forjistas

y nacionalistas en el segundo. Este esquema resulta insuficiente y no logra dar cuenta de

demasiadas circunstancias: el llamado liberalismo toleraba a los rosistas, la izquierda

comunista entendía en 1934 que Rosas, San Martín y Alberdi eran merecedores de la

misma condena, los futuros forjistas se filiaban con Urquiza 29. Es, por el contrario, una

radical heterogeneidad lo que caracteriza al debate político y cultural de los años treinta;

sólo a comienzos de los años cuarenta, aquellas correspondencias comienzan a

estabilizarse.

Una interpretación que abandonara la pretensión de descubrir alineamientos firmes

podría, quizás, explicar episodios que desde otra perspectiva parecen extravagantes. José

María Rosa, por ejemplo, escribía a Faustino Infante, diputado por Santa Fe, hacia 1941:

“Usted, señor diputado, habló de Rosas en el Congreso. La incomprensión ambiente o la

tergiversación interesada no supo apreciar en todo su valor ese gesto de patriotismo. Pero

sepa Ud. y sepan quienes siembran un confusionismo que preferimos suponer inconsciente

a inconfesable, que muchos argentinos de toda la republica estamos con Ud”. El diputado,

que había defendido las acciones revisionistas en una sesión del Congreso dedicada al

debate sobre las llamadas actividades antiargentinas, comenzaba su intervención señalando

que hablaba a título personal, y no en representación de su bloque: Infante, miembro de la

29

Hemos examinado estas cuestiones en “Descifrando pasados”, citado.

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16

Junta Filial Rosario de la Academia Nacional de la Historia, era diputado por la Unión

Cívica Radical Antipersonalista.30

“Era en Octubre, y parecía Mayo!”(1945-1955)31

La irrupción del peronismo provocó un reordenamiento de gran profundidad en los

ambientes político-culturales argentinos. Los partidos sufrieron casi en su totalidad, entre

1945 y 1947, y aún después, un proceso de quiebre alrededor de la cuestión del apoyo o la

resistencia al nuevo fenómeno: es un dato conocido el de los dirigentes conservadores,

socialistas, comunistas, radicales, nacionalistas que adhirieron al peronismo, así como el

de aquellos que se constituyeron en opositores firmas. Entre los intelectuales, al menos

entre aquellos que luego gozarían de mayor prestigio, las dificultades del peronismo para

conseguir adhesiones han sido señaladas en muchas ocasiones; sin embargo, también ellos

se dividieron por aquellos años.

Instalado en el cruce de la historiografía, la política y la cultura, el revisionismo no

escapó al impacto de la nueva situación32 . El Instituto Rosas se vio sacudido, hacia 1950,

por un conflicto interno que acabó con el alejamiento de Julio lrazusta, quien mucho

tiempo después explicará el disenso en términos de hombres afectos al gobierno

enfrenados con los opositores.33

El análisis de las relaciones entre el primer peronismo y el revisionismo, y el de la más

amplia cuestión de las imágenes peronistas del pasado reclama, dado el estado de la

investigación34, volver a poner en claro el conjunto de preguntas que desean responderse. Si

30

Cfr. Revista del Instituto Rosas, número 7, 1941, pp. 181 y 182. 31

Se trata de un verso del poema Al 17 de Octubre, de Leopoldo Marechal, en sus Obras Completas, Bs.As., Perfil, 1998, p. 504. El poema se compuso entre 1945 y 1950, y figura en la Antología Poética de la Revolución Justicialista, que con prólogo de Antonio Monti, publicó la Librería Perlado Editores, Bs.As., 1954, pp107 y 108. 32

Sugerimos, de la última producción referida a estos puntos, la consulta de Altamirano, Carlos, “Ideologías políticas y debate cívico”, y Sigal, Silvia, “Intelectuales y peronismo”, ambos en Torre, Juan Carlos (dir.), Los años peronistas (1943-1955),Tomo 8 de la Nueva Historia Argentina, Bs. As., Sudamericana, 2002. 33

Ver lrazusta, Julio, De la crítica literaria a la historia, a través de la política, [Discurso pronunciado al incorporarse a la Academia Nacional de la Historia], Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1971. Se trata de una separata del Boletín de la ANH, vol. XLIV. 34

Buena parte de la bibliografía que hemos citado para el revisionismo asume la cuestión; también han aportado argumentos, en ocasiones indirectos, Ciria, Alberto, Política y cultura popular: la Argentina

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se trata de saber si existieron revisionistas que apoyaron al peronismo de mediados de los

años cuarenta, o peronistas que adoptaran la lectura revisionista sobre el pasado nacional,

está fuera de toda duda que la respuesta es afirmativa. Entre otras circunstancias,

Quattrocchi ha destacado el caso de un grupo de diputados encabezados por John W Cooke,

que era de todas maneras era minoritario35. Ernesto Palacio, a su vez, fue diputado

oficialista, al igual que Joaquín Díaz de Vivar, revisionista aunque proveniente del

radicalismo oficial. Vicente Sierra también se sumó también al peronismo.

Pero existieron, simultáneamente, revisionistas que se instalaron en la oposición, como

Julio Irazusta, y debe además tenerse en cuenta que otros historiadores, como José Torre

Revelo –miembro de la “nueva escuela” desde los primeros tiempos-, Ricardo Piccirilli –

académico desde 1945-, o Leoncio Gianello –académico desde 1949- se aproximaron al

nuevo movimiento y fueron funcionarios en distintas áreas. Gianello expresaría opiniones

elogiosas hacia la política educativa del gobierno peronista en su estudio sobre la enseñanza

de la disciplina en el país, y Torre Revello, en 1951, fue nombrado presidente de la

Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. El propio Ricardo Levene, se ha

sugerido, tuvo una relación apacible con el peronismo, al menos hasta 1952, cuando se

sancionaron los decretos que reglamentaron la ley de reorganización de las Academias. Un

caso difícil de encuadrar si se utilizan los modelos tradicionales es el de Diego Luis Molinari:

hombre principal de la “nueva escuela”, que miraba con simpatía al federalismo, yrigoyenista

y luego peronista36.

La universidad, donde se había producido cesantías y renuncias en los primeros años del

peronismo, no fue el escenario de un masivo desembarco revisionista en las áreas dedicadas a

peronista, Bs.As., de la Flor, 1983; Svampa, Maristella, El dilema argentina: civilización y barbarie, Bs.As., El Cielo por Asalto, 1994; Plotkin, Mariano, “Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de octubre y el imaginario peronista 1945-1951”, en Torre, Juan Carlos (comp..), El 17 de Octubre de 1945, Bs. As., Ariel, 1995, y Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista

(1946-1955), y Quattrocchi’Woisson, Los males de la memoria, citado, entre otros. 35

Ver Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, citado, p. 302 36

Ver Gianello, Leoncio, La enseñanza de historia en la Argentina, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1951, p. 122.. Acerca de la actuación de Levene, consultar Rodríguez, Martha, “Cultura y educación bajo el primer peronismo. El derrotero académico-institucional de R. Levene”, en Pagano, Nora y Rodríguez, Martha (comp.), La historiografía rioplatense en la posguerra, Bs.As., La

Colmena, 2001. Sobre Molinari, véase Pagano, Nora, “Olvidar y recordar una historia de vida. El caso de D.L. Molinari”, en la misma obra

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los estudios históricos. Una mirada a otras instituciones que, ya en las décadas anteriores, se

dedicaban a actividades relacionadas con la historia, sugiere una marcada continuidad entre

una y otra etapa. El Museo Mitre, por ejemplo, recibía un subsidio especial en 1948 y ese

mismo año ponía en marcha su revista; el Instituto Rosas no se benefició con tales atenciones.

En 1951, el Senador nacional Juan de Lázaro, peronista, con trayectoria en la estructura de la

historia universitaria desde fines de los años treinta, lograba en un discurso pronunciado en el

Museo asociar a Mitre con su movimiento: “el espíritu de Mitre”, decía, “sobrevive porque

encarnó ideales argentinos que son eternos”, para agregar luego que “el secreto de su genio”

está “en su alma encendida de fe, poseída de la creencia en el dogma de la victoria última de la

justicia [...], de la justicia social como síntesis de la libertad, la verdad y la belleza” 37. Antonio

Castro, subsecretario peronista de Cultura, presidente de la Comisión Nacional de Cultura, ex-

director del Museo del Palacio San José y luego del Museo Histórico Sarmiento, destacaba en

un folleto oficial de distribución gratuita fechado en 1954 que Urquiza y Sarmiento, dos

“paladines argentinos” , se habían reencontrado en ocasión del “glorioso aniversario de la

batalla de Caseros”. En octubre de 1947, el Poder Ejecutvio lo había designado miembro de la

comisión encargada de los trabajos preparatorioas para erigir un monumento a Sarmiento en

San Juan. La publicación de aquel folleto se instalaba, explícitamente, en la senda que el

Segundo Plan Quinquenal indicaba en su apartado Cultura Histórica, que promovía “la

divulgacióny difusión de las obras de carácter histórico que concurran a consolidar la unidad

espiritual del pueblo argentino” 38

Los revisionistas que pasaron a apoyar al peronismo se hallaron, de este modo, con que

buena parte de la dirigencia y de los funcionarios del movimiento se inscribía en otra

37

Pude consultarse sobre la situación en la universidad Buchbinder, Pablo, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Bs.As., Eudeba, 1997, p. 161 y 166 y ss. y Mangone, Carlos y Warley, Jorge, Universidad y peronismo, Bs.As., CEAL, 1984. Las mención del subsidio, en Revista del Museo Mitre, Subsecretaría de Cultura-Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, número 1, 1948, pp. 118 y 119; las citas de De Lázaro, en la misma publicación, número 4, 1951, p. 109. Las cursivas son del original. Marian Plotkin

ha citado una intervención del diputado peronista Oscar Albrieu que, en 1946, sostenía que el peronismo habría sido morenista en 1810, sarmientino en 1860 e yrigoyenista en 1916. Ver Plotkin, Mariano, “Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de octubre y el imaginario peronista 1945-1951”, en Torre, Juan Carlos (comp..), El 17 de Octubre de 1945, Bs. As., Ariel, 1995, p. 184, nota 22 38

Cfr. Castro, Antonio, Sarmiento y Urquiza. Dos caracteres opuestos, unidos por el amor a la Patria, Bs.As., Ministerio de Educación-Comision Nacional de Museos y Monumentos Históricos, 1954, p. 7. La cita

del Plan Quinquenal, en la misma obra. Los datos sobre el monumento a Sarmiento, en Personalidades de la Argentina , Bs.As., Veritas,1948, p. 203

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tradición. No sólo lo hacía el senador de Lázaro, historiador, o Castro, director de museos,

sino que Miguel Tanco, radical yrigoyenista jujeño, ajeno a cualquier forma de actividad

hsitoriográfica había declarado en la campaña electoral de 1946 que, siendo “liberal e

individualista”, no podía compartir la “sórdida desconfianza” que ante el capital extranjero

manifestaban “los xenófobos, que sueñan con el retorno a la vuelta de Obligado y con las

chuzas de tacuara”39.

Es posible, entonces, retornar a la cuestión del lugar que la reivindicación de Rosas

tenía en el conjunto de principios “doctrinarios”, en la acción estatal, e incluso en el

imaginario peronista. A pesar de la prédica de parte de la oposición, en especial del

Partido Socialista, que insistía en hacer de Perón un Rosas actualizado a través de libros y

caricaturas40, sobre la existencia de tal lugar no hay nuevas evidencias empíricas que

resulten convincentes; hechos conocidos desde hace tiempo recuperan así su dimensión. El

caso de los nombres impuestos a los ferrocarriles nacionalizados es uno de ellos: el

gobierno decide lo que a ojos revisionistas debe haber resultado casi una provocación. Los

nombres más destacados de la tradición llamada liberal era ubicados junto a los del “padre

de la Patria” y Belgrano, un indiscutido. En los manuales escolares no se detecta, a su vez,

indicio alguno de inclinación al rosismo; la referencia es en cambio siempre

sanmartiniana41. Es probable que el propio Ernesto Palacio advirtiera la situación, ya que

en 1954 publicaba un manual para escuela secundaria, poco después de presentar su

Historia de la Argentina, la primera versión orgánica del proceso histórico argentino desde

la llegada de los españoles. Tampoco la imagen del trabajador, en la propaganda

peronista, apeló al repertorio revisionista, aunque se permitía referencias gauchescas y

hasta evocaciones de los conquistadores42. La “declaración de la independencia

económica” en Tucumán y la celebración el Año del Libertador se alinean también en el

39

La cita, en el diario Democracia, del 18 de enero de 1946, p. 3 40

Ver Gené, Marcela, Un mundo feliz. Representaciones de los trabajadores en la propaganda del primer

peronismo (1946-1955), Tesis presentada en la Universidad de San Andrés, Bs. As., 2001, en particular, pp. 112 y ss. Puede consultarse también la versión que, con el mismo título, fue publicada como Documento de Trabajo número 24 por la misma universidad. Un ejemplo en Ginzo, José A., Qué es, qué pretende, qué oculta el llamado revisionismo histórico, conferencia de 1951 publicada en 1952 en Bs.As. por Pensamiento Libre. 41

Plotkin y Ciria han señalado esta situación en las obras citadas. 42

Ver Gené, Marcela, Un mundo feliz. Representaciones de los trabajadores en la propaganda del primer peronismo (1946-1955), citado, pp. 113 y 114.

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mismo sentido, así como la que al parecer fue una definición tajante de Evita ante Eduardo

Colom, en ocasión de una campaña rosista impulsada por su diario La Época: “vos no

podés hacer esa campaña que hiciste anti-urquicista, porque el peronismo es urquicista, y

no vale la pena dividirlo o hacer la división de revisionismo histórico con los que están con

Rosas o contra Rosas; seamos todos peronistas; estén todos unidos, pero no traigan cosas

viejas”43. A Leopoldo Marechal, por su parte, “Octubre” le parecía “Mayo”: en un poema

que comenzaba, precisamente, con una evocación del “pueblo de Mayo”, que “ganara un

día su libertad al filo del acero”, el antiguo vanguardista devenido peronista encontraba

una continuidad entre aquellas multitudes y las de las jornadas de 1945.44

En lo que hace al revisionismo, el otro extremo de esta relación, ha señalado Julio

Stortini luego de un examen de la Revista y el Boletín: “en el caso de haber habido una

peronización del Instituto ésta no se reflejó en sus publicaciones”. Agrega el autor que “en

ocasiones propicias como las campañas contra la celebración del Pronunciamiento de

Urquiza, de Caseros o en oportunidad de que Perón entregara al Paraguay los trofeos de la

guerra de la Triple Alianza, no hubo alusiones expresas favorables al gobierno o intentos de

trazar una continuidad entre Rosas y Perón”45.

El cuadro indica, así, que el rosismo no formaba parte del conjunto de posiciones

oficiales compartidas por el peronismo, proclive en cambio a instalarse en una tradición

más clásica, y que la adhesión del revisionismo al peronismo fue parcial y distante;

simultáneamente, el peronismo albergó a historiadores que provenían de grupos diversos.

Parece entonces excesiva la opinión que hace del primer peronismo el “domicilio” del

revisionismo, así como la que sostiene que el revisionismo “termina por teñirse de

43 La cita en Plotkin, Mariano, Mañana es San Perón, citado, p.328. Véase también Sicilia, Juan José, De

hadas y duendes. El mundo encantado de Mundo Peronista , ponencia presentada en las Primeras Jornadas de Historia de Revistas y Publicaciones Periódicas, Escuela de Historia, Universidad Nacional de Rosario, 2001. 44

Se trata del poema con que abrimos este apartado. 45

Ver Stortini, Julio, La producción historiográfica revisionista durante el primer peronismo: el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, ponencia presentada en las Jornadas Interescuelas-

Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Salta, 2001, pp. 13 y 14.

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peronismo”, al menos hasta 1955.46 Es que aquí, como en muchas otras áreas, el primer

peronismo se permitía admitir la colaboración de individuos que exhibían distintos perfiles

ideológicos, y trayectorias previas que los vinculaban a múltiples circuitos intelectuales,

mientras fuera claro el apoyo a la gestión presidencial; en este sentido, lo que importaba era

el presente. Palacio no había sido diputado en virtud de su revisionismo, ni Juan de Lázaro

había ocupado su banca de senador gracias a su mitrismo. Rodolfo Puiggrós, antiguo

miembro del Partido Comunista sumado a quienes respaldaban al gobierno sin resignar su

condición de marxista, por ejemplo, expresaba esa actitud en el prólogo a la segunda

edición de Rosas el Pequeño, aparecida en 1953. Allí, el autor plantea dos líneas de crítica

a quienes califica de “rosistas militantes":

“1.Su creencia en que los gérmenes de un capitalismo

nacional en la esfera rural [...] pudieran ser los orígenes de

un desarrollo autónomo del capitalismo argentino

prescindiendo del mercado mundial, de la existencia del

imperialismo y del progreso alcanzado por las naciones más

adelantadas de la época. Esta es pura utopía [...].2.- Su

desconocimiento del doble papel que el imperialismo

cumple a pesar de sí mismo: si por una parte oprime,

deforma y exprime a los países poco desarrollados [...] por

la otra se va en la necesidad de trasplantar su técnica,

incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular el

capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que

conducen a la liberación económica de los pueblos

explotados por los monopolios. Estas fuerzas [...] se

desenvolvieron progresivamente desde la caída de Rosas

hasta nuestra época de revolución nacional emancipadora, y

son los pilares de esta revolución.”

Luego de señalar estas áreas de discusión con el revisionismo -que por otra parte no

son secundarias, y que en la obra se despliegan sobre los planteos de Scalabrini Ortiz,

Ibarguren e lrazusta, entre otros autores-, Puiggrós hará explícita aquella actitud que

privilegiaba, en el ejercicio de reconocer aliados, la adhesión al gobierno antes que la

coincidencia en las interpretaciones del pasado: “Estas divergencias [...] no impiden que

afirmemos nuestra solidaridad con los admiradores -al igual que con los detractores- de

46

Ambos planteos son efectuados por Diana Quattrocchi, en Los males de la memoria, citado, pp. 283 y 287. Toda la Tercera Parte de la obra está dedicada a estos temas.

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Juan Manuel de Rosas que asumen hoy una actitud clara y consecuentemente

antiimperialista Somos sus amigos y sus aliados en la revolución nacional emancipadora,

del mismo modo que nos sentimos totalmente en contra de aquellos antirrosistas que [...]

forman en las filas de la contrarrevolución [...] ”47. El criterio estrictamente político era el

que se imponía

Halperin Donghi, opositor, integrante de los grupos intelectuales que habían estado

fuera de la universidad, volvía a anudar la historia y la política a poco de caído el

peronismo. A la hora del balance de la historiografía argentina, que veía atravesada por

una crisis iniciada antes de 1945, sostenía Halperin Dongui que en “la tentativa de crear

una cultura y una historiografía consagradas a la mayor gloria del régimen, el peronismo

había hallado apoyos entre los revisionistas”, sumando “además una suerte de tropa de

reserva entra ciertos estudiosos adictos a la neutralidad erudita que había sido la consigna

de la Nueva Escuela Histórica” 48.

“Ya todo el mundo (casi todo) era rosista[...]” (1955-1973)49

En noviembre de 1955, un militante anónimo de la que pronto se llamaría resistencia

peronista copiaba a mano un reportaje a Perón publicado en Paraguay, en un esfuerzo por

difundirlo; el documento terminaba con una exhortación: “Haga copia de estas

declaraciones de Perón y divúlguelas entre la clase trabajadora”. Firmaba el texto “Martín

Miguel de Guemes, Jefe Espiritual de los Milicianos de Perón”. Ni Rosas, ni un caudillo

favorito de los revisionistas, sino un líder militar de tropas gauchas durante la guerra de

independencia, admitido en el panteón tradicional.

47

Cfr. Puiggrós, Rodolfo, Rosas, el pequeño; Buenos Aires, 1953; pp. 10 y 11. Hemos analizado esta intervención de Puiggrós en Cattaruzza, Alejandro, “Una empresa cultural del primer peronismo: la revista Hechos e Ideas (1947-1955)”, en Revista Complutense de Historia de América, Madrid, número 19, 1993. 48

Cf. Halperin Donghi, T,: “La historiografía argentina en la hora de la libertad", en Sur, número 237, nov.-dic. 1955, pp. 114 y 115.

49 Se trata de declaraciones de José María Rosa en una entrevista celebrada en 1978, haciendo referencia a

los años sesenta. Cfr.. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa,. Buenos Aires, Colihue-

Hachette, 1978, p. 150.

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23

Sin embargo, poco más tarde, en 1957, tenía lugar la “conversión” pública del propio

Perón al revisionismo, en el texto titulado Los vendepatria; allí, el ex presidente asumía

toda la dimensión de la batalla cultural que estaba en marcha, concediendo que la filiación

que los golpistas de 1955 planteaban con la “línea Mayo-Caseros” era efectivamente

cierta, e inscribiendo al peronismo en otra tradición, que encontraba en Rosas uno de sus

centros. Así, la adscripción a esa imagen del pasado era funcional al objetivo de Perón:

distinguirse aún más de sus enemigos, dotando de un sentido histórico al combate presente.

Hacia noviembre de 1963, el “Comando Rosario” del Movimiento de la Juventud

Peronista publicó un breve folleto titulado Nosotros y Sarmiento, en el que se explicaba la

voladura de varios bustos de Sarmiento apelando a citas de autores revisionistas y hasta del

propio Juan Bautista Alberdi. Aquellos militantes enlazaban sus luchas del día con la

reconsideración de la historia argentina, recurriendo a los razonamientos que, mucho antes,

habían hecho circular los revisionistas50.

Estos acontecimientos, de rango tan diferente, pueden ser el sostén de una versión

sumaria de los procesos más relevantes para la historia del revisionismo entre 1955 y 1975.

Aquella lectura del pasado que un grupo reducido de intelectuales había propuesto a fines

de los años treinta se transformaba en la interpretación “oficial” que de la historia nacional

realizaba un movimiento de masas, y en ese tránsito lograba, en general por fuera del

aparato estatal, alcanzar una difusión imprevista, aunque anhelada desde hacía tiempo.

Algunos historiadores revisionistas, desde ya, continuaron una producción monográfica

con aspiraciones de erudición. Pero el hecho crucial para el revisionismo en este período,

que fue la difusión de varios de sus planteos en amplios sectores no sólo vinculados a la

cultura letrada, tuvo como condición de posibilidad un proceso desplegado en la arena

50

La citada “cadena” de la resistencia, así como el folleto mencionado, se encuentran en nuestro archivo. Los planteos de Perón pueden verse en Los vendepatrias: las pruebas de una traición, publicado en Caracas.

Sobre estas dimensiones de las luchas políticas por el control de imágenes del pasado, para otros casos, ver Burke, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, capítulo 5 y en particular p. 79, en la que se menciona un atentado del IRA, llevado adelante en 1966, contra una columna en homenaje a Nelson. Consultar también Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Bs.As., Nueva Visión, 1991, pp. 153 y ss. Datos sobre este y otros agrupamientos juveniles del peronismo en la exhaustiva recopilación de Baschetti, Roberto, Docuemtnos de la Resistencia Peronista 1955-1970, Bs.As.,

Puntosur, 1988, p.33

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24

política y social: la apropiación peronista de ese relato, que esta vez no dejó lugar para el

disenso. El combate social y político se libraba también en el plano de la imaginación de

pasados que venían a legitimar, según se entendía, las posiciones presentes.

Varios de los fragmentos del repertorio revisionista - la recusación de la tradición

política "liberal"; la denuncia de un complot contra los destinos nacionales, que se atribuía

al imperialismo aunque se hubiera iniciado a comienzos del siglo XIX; más adelante la

impugnación a aquello que se llamó cada vez más frecuentemente en los círculos

universitarios modelo agroexportador -, se integraron a la mirada que sobre el mundo

lanzaba el peronismo, que a su vez reencontraba sus impulsos más populares y jacobinos

en el paso al llano y a la proscripción. El peronismo ensayaba así segunda versión de una

operación que a pesar de ser imaginaria tenía efectos muy reales, y que ya había intentado

desde el poder. Ella consistía en entramar su propio pasado con la historia de la nación

desde el momento fundacional, pero esta vez proponiendo una genealogía que lo

emparentaba con los que veía como los perseguidos, los derrotados. En esta visión, el los

se alzaban una y otra vez para proseguir un combate más que secular, que era el de la

nación entera, contra las minorías del privilegio que usurpaban el gobierno aliadas a

alguna potencia extranjera. La imagen tenía, entre otras, la facultad de reforzar la

instalación en el lugar que casi todo el peronismo elegía ocupar por entonces: el de la

mayoría desplazada de un poder que legítimamente la correspondía.

El encuentro no dejaba de provocar disidencias en las filas del revisionismo. Por una

parte, algunos miembros del grupo, y los auditorios que les eran fieles, tenían con el

peronismo una relación compleja y otros más eran sus opositores; por otra, existían

revisionistas que preferían consolidar los aspectos estrictamente historiográficos de su

empresa, como Julio Irazusta, que finalmente sería incorporado a la Academia en 1971. Un

año antes, había sido designado Presidente del Instituto Rosas, que estaba reorganizándose

desde 196851.

51

Ver Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 9, mayo-setiembre de 1970, p. 22

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25

Las diferencias entre una estrategia que se quería académica y una de divulgación no

dejaban de ser advertidas por los revisionistas, y ellas se traducían en tipos de

publicaciones diferentes. A mediados de 1958, se lanzaba el número 17 de la Revista, con

un formato clásico: investigaciones, comentarios bibliográficos, reproducción de

documentos. La estructura se repitió hasta fines de 1962, cuando aparecía el número 23.

Entre 1968 y 1971, a su vez, se entregaron 10 números del Boletín; el último de la serie

anterior había entrado en circulación en julio de 1955. 52 En la “Re presentación” que abría

la primera entrega del Boletín se sostenía que “la victoria de la revisión histórica es un

hecho por demás evidente: resta sólo la ´escalada´ final [...] que instaure oficialmente lo

que es una convicción argentina. Y nosotros venimos a cumplir la misión [...]”. El editorial

continuaba con esta aclaración: “De allí el nuevo ritmo que tendrá esta segunda época:

diríamos –guardando los debidos respetos- que hemos perdido un poco, historiográficamente

hablando, el empaque y la seriedad de los tiempos apostólicos”. El revisionismo nuevamente

se daba una “misión” y un instrumento, que sabía tan alejado de las publicaciones

historiográficas clásicas: “no tendrán cabida aquí ensayos de nivel rigurosamente científico –

tarea que acampará en la Revista semestral del Instituto [...]- pues estas páginas serán Historia

a través de trazos breves, rudos, definidos, actualísimos[...]”53. Debe reconocerse que desde

el punto de vista de las características materiales del Boletín, el objetivo fue cumplido.

En cuanto a las disidencias de índole política, José María Rosa explicaba hacia 1978 los

sucesivos conflictos en el Instituto Rosas y su cierre momentáneo en función de los

debates en torno al peronismo:

“Era la década del sesenta [...]. Me resultaba difícil armonizar a los

peronistas y antiperonistas que militaban [en el Instituto]. A cada

momento se recibían renuncias de viejos socios porque algún

entusiasta había vivado a Perón en un acto público. El rosismo se

había hecha popular, y se inclinaba naturalmente al peronismo, y eso

no gustaba a los nacionalistas de viejo cuño firmes en su

antiperonismo, sobre todo después que cayó Perón [...]. Los rosistas

antiperonistas no acudían a las conferencias para no encontrarse con

los peronistas. Y éstos no tenían interés en oír a oradores que no les

52

Ver Ramallo, Jorge M.: La revista del Instituto Rosas (1939-1961). Noticia. índice y textos, Bs. As.,

Fundación Nuestra Historia, 1984, página 5. 53

Cfr. Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 1, p. 3, julio 1968. El destacado, en el original.

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hablaran de Perón además de Rosas. Acabé por cerrarlo,

prácticamente [... ]”54

La vieja conexión nacionalista, por otra parte, actuaba también, y ella estuvo por

detrás de las aproximaciones de algunos integrantes del grupo al estado en tiempos de la

dictadura de Onganía. Es posible que, por caminos sinuosos, esa cercanía estuviera

lejanamente relacionada con la organización de las llamadas cátedras nacionales en la

universidad, que se convertirían finalmente en uno de los frentes de lucha contra el

gobierno militar y sobre las cuales quedan pendientes estudios detallados. Como desde el

momento de su creación, las instituciones revisionistas no se resignaban a abandonar sus

empeños en construir lazos con el estado; tal como se decía en el Boletín, el revisionismo

anhelaba ser la otra “historia oficial”.

Las iniciativas del grupo incluyeron también empresas mucho menos orgánicas

respecto de la única institución revisionista tradicional, el Instituto, pero probablemente

más efectivas en la tarea de difusión. Se trataba de editoriales como Theoría, Sudestada,

Peña Lillo, Pampa y Cielo, en los años setenta Dictio, y a su izquierda, Coyoacán y

Octubre, estas últimas vinculadas a las organizaciones partidarias que, bajo distintas

denominaciones, conformaron la llamada izquierda nacional. Muchas de estas editoriales

apelaban a una estrategia de difusión que en los años veinte habían empleado con éxito

grupos de la izquierda, corno el cercano a Claridad, y que ya en los treinta había ensayado

el nacionalismo: la venta en quioscos de ediciones baratas, algunas conformando

colecciones periódicas como La Siringa, de Peña Lillo, que publicaba trabajos de Jorge A.

Ramos, Arturo Jauretche, Fermín Chávez, Eduardo Astesano, J. M. Rosa y llegaba a

reeditar La historia falsificada de Palacio.

Varias de las obras de los revisionistas, tanto de los "históricos" como de los

recienvenidos, alcanzaron importantes cifras de ventas. La Historia Argentina de J. M.

Rosa (publicada en sus primeros ocho volúmenes entre 1963 y 1969), y los trabajos de

54

Cfr. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa, citado, pp. 150 y 151.

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Juan José Hernández Arregui, quien intentaba una reflexión más filosófica, integrada no

obstante al complejo revisionista, resultan buenos ejemplos de esta circunstancia. En 1963,

¿Qué es el ser nacional?, publicado por Hernández Arregui tres años después del también

difundido trabajo La formación de la conciencia nacional, era incluido por la revista

Primera Plana en su lista de "best-sellers", tal como señala Terán55. Estos éxitos del

revisionismo formaban parte de un mucho más general proceso de ampliación -y probable

modificación- de los públicos lectores interesados en los temas históricos y políticos. En

torno a este punto ha sostenido el propio Terán que estos fenómenos "no involucraban

solamente a la elite intelectual, sino que se dilataban hasta legitimar el aserto de que

entonces se constituye un nuevo público, y que en ese proceso iban a oficiar un papel

central aparatos culturales tales como las nuevas editoriales, y especialmente EUDEBA” 56.

En la expansión de estos nuevos público, y en la tarea de hacer llegar su voz a ellos, quizás

estos otros libros, no la Revista del Instituto y ni siquiera el Boletín, hayan sido una

herramienta notoriamente eficaz.

La mención de los éxitos de ventas no explica, sin embargo, la apropiación de las

visiones revisionistas por parte de los públicos; en esa apropiación, la clave se halló en el

peronismo. Allí no solo se verificaba la evocada conversión del propio Perón al

revisionismo -acontecimiento que, en virtud de tipo de movimiento del que se trataba, era

de un peso decisivo-, sino que el aparato sindical y partidario incrementaba una adhesión

que se tornaba estridente. En el nivel de los rituales, la conmemoración del combate de la

Vuelta de Obligado, que los revisionistas iniciales habían realizado ya desde los años

treinta invitando a representantes del gobierno, se transformaba en actos claramente

políticos con la participación activa de grupos peronistas57. En la misma línea, se

imponían los nombres de los caudillos a locales y agrupaciones, e inclusive algunas sedes

del interior del Instituto Rosas se establecían en locales gremiales. La “memoria larga” del

55

Ver Terán, Oscar: Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966, Bs.As., Puntosur, 1991, p. 64.

56

Cfr. Terán, O, Nuestros años sesentas , citado, p. 76.

57

Todavía en 1982, el peronismo, lanzado a la campaña electoral, celebraba una de sus mayores concentraciones en Rosario, el 20 de noviembre.

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peronismo, en los años sesenta, hacía de Rosas un jefe antiimperialista que conducía las

fuerzas "nacionales", integradas por el gauchaje y los demás grupos populares, los

ganaderos saladeristas ligados a la producción y los militares, incluso los antiguos

unitarios que, abandonando la actitud facciosa, optaban por la Nación, agredida por

potencias extranjeras. La facilidad con que esta construcción podía “traducirse” al siglo

XX, y más precisamente al frente que el peronismo suponía constituir en sí mismo, es

evidente58.

La expansión del revisionismo aparece así entramada con la suerte de los dispersos y

muchas veces contradictorios emprendimientos político-culturales del heterogéneo bloque

peronista. Es probable que esa relación influyera en la recepción del revisionismo por

parte del mundo cultural argentino en los años sesenta, dado que para buena parte de

quienes lo habitaban el problema central era, precisamente, el del peronismo: de acuerdo

con Terán “la relectura del peronismo conllevará una revisión de la doctrina y la tradición

del liberalismo, que ya no será considerado como un escalón dentro del progreso

argentino, sino como una etapa de la dependencia nacional”; así, “el revisionismo

histórico va a teñir la cultura de izquierda en estos años”59.

Es que no solo el revisionismo estaba sufriendo cambios, sino que también los demás

grupos se veían afectados por transformaciones de cierta profundidad. En el campo del

nacionalismo, varios sectores se ubicaban en un “atlantismo” más cercano a Franco que a

José Antonio, retornando una línea conservadora que nunca habla olvidado por completo,

mientras que otros iniciaban una deriva hacia posiciones radicalizadas, que ocasionalmente

terminarían en alianzas con grupos de izquierda y del peronismo, y aún en la lucha armada

Parte de la izquierda iniciaba su mencionada reinterpretación de este movimiento,

impulsada por la tenaz adhesión popular puesta pronto de manifiesto, pero también por los

58

No desconocemos, desde ya, la multitud de tendencias que poblaban el peronismo de la época; no obstante,

la reivindicación de Rosas, o de algún conjunto de caudillos federales, fue patrimonio de prácticamente todas ellas. Algunos ejemplos de las actividades mencionadas, en el Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 3, octubre-noviembre de 1968, p. 17, número 5, mayo de 1969, p. 17; número 8, marzo de 1970, p. 20. Esa imagen de Rosas, por otra parte, era bosquejada por algunos de los historiadores del revisionismo en libros de divulgación; un ejemplo en Rosa, José maría, Rosas, nuestro contemporáneo, Bs.As., 1974. Acerca de lo que ha denominado “memoria larga”, ver Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y

esperanzas colectivas, citado, p. 191, pp. 186 y ss. 59

Cfr. Terán, O., Nuestros años sesenta, citado, páginas 64 y 63, respectivamente.

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ecos de procesos políticos y sociales internacionales: las luchas de la descolonización; la

experiencia china; la muerte de Stalin, el breve ensayo de apertura y Hungría; Cuba, que

obligaba a repensar, una vez más, los temas del antimperialismo y de las relaciones entre el

nacionalismo y el socialismo60.

Estos interlocutores en trance de modificar sus posiciones sostenían diálogos

relativamente novedosos, que se expresan con claridad, por ejemplo, en algunas de las

respuestas que José María Rosa daba a los lectores desde el semanario peronista Mayoría.

Allí, un '”joven comunista”, no importa si real o imaginario dado que lo que cuenta es la

respuesta de Rosa, sostenía: "'Los revisionistas me han convencido de la defensa del país

hecha por Rosas; no creo en la leyenda de su tiranía sangrienta. Pero no puedo compartir

la política derechista y retrógrada de Rosas". Luego de desestimar el uso de estos

calificativos, Rosa responde:

“[...]. lo cierto es que su gobierno [el de Rosas] puede llamarse

'socialista' (de aquel socialismo social de 1848, tan diferente al

individualismo usurpador del nombre). La Confederación Argentina de

Rosas, con su sufragio universal, igualdad de clases, fuerte nacionalismo

y equitativa distribución de la riqueza era tenida corno una verdadera y

sólida república 'socialista' adelantada al tiempo y nacida lejos de

Europa”

La conclusión de Rosa era tajante: “Rosas fue socialista, progresista y demócrata”.61 Si

puede dudarse de la opinión del autor, el texto parece constituir en cambio un testimonio

cabal del tono y de los asuntos de aquellos diálogos.

En ese clima cultural, el revisionismo en sus varias versiones encontraba nuevos

interlocutores, nuevos adversarios con quienes debatir, e incluso nuevos -y en ocasiones

60

Para el clima cultural de los sesenta, sugerimos el texto ya citado de Oscar Terán, así como Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década de 1960, Bs.As., Puntosur, 1991; Tarcus, Horacio, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Bs.As., El Cielo por Asalto, 1996. Sigue siendo útil e interesante, acerca de la situación internacional, la consulta de Hobsbawm, Eric, Revolucionarios, Barcelona, Ariel, 1978 61 Cfr. Rosa, J. M., El revisionismo responde, citado. páginas 160, 164 y 166 respectivamente. Los artículos

correspondientes se titulan “¿Rosas fue derechista o izquierdista?”-, y “¿Rosas fue regresista o progresista?”.

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30

incómodos- compañeros de ruta. Entre ellos se contaban los llamados revisionistas

socialistas, que como hemos indicado tenían con el revisionismo tradicional una relación

ambivalente: si por una parte decían valorar su crítica de la historia “oficial”, por otra

indicaban que se trataba de una versión también centrada en los intereses porteños. Jorge

Abelardo Ramos fue quizás la figura más notoria entre quienes, desde la “izquierda

nacional”, se dedicaron al estudio de la historia argentina, pero el conjunto incluía a Blas

Alberti y a Alfredo Terzaga entre otros; ya luego de 1973, Norberto Galasso presentaba su

biografía de Manuel Ugarte, publicada por EUDEBA; Ugarte había sido convertido en uno

de los “próceres” en estos ambientes: socialista, latinoamericanista, y embajador del

peronismo. Estas líneas, bosquejada por la izquierda trosquista que había apoyado

críticamente a los primeros gobiernos peronistas, conocieron en los años sesenta una

amplia acogida entre militantes y activistas, y no sólo en los dedicados por completo al

combate político: Ernesto Laclau era dirigente de las agrupaciones de la izquierda nacional

en los años sesenta, mientras se dedicaba las tareas académicas en la universidad.62

Entre los integrantes de las instituciones universitarias dedicadas a la historia, hasta

1966 la situación del revisionismo fue curiosa: si bien lograba "imponer" algunos centros

de discusión, se hallaba casi absolutamente excluido de ellas. En esos ámbitos, se había

producido luego de 1955 la aparición de un grupo que, nucleado alrededor de la cátedra de

Historia Social dirigida por José Luis Romero y de algunos centros del interior, se

proponía una renovación de la práctica de la disciplina y de la agenda de problemas de los

que los historiadores argentinos debían hacerse cargo; es corriente la opinión que indica

que las redes y la biblioteca que esos grupos construían iban desde los Annales

braudelianos hasta el marxismo británico, sin excluir corrientes de la sociología

norteamericana63. En la universidad, los herederos de la “nueva escuela”, mejor instalados

62

Acerca de la izquierda nacional, remitimos a Galasso, Norberto, La izquierda nacional y el FIP, Bs.As.,

CEAL, 1983, (en p. 111 el dato sobre Laclau) y La corriente historiográfica socialista, federal-provinciana o latinoamericana, Bs.As., Centro Cultural “E.S. Discépolo”, 1999. Los debates con otros sectores de la izquierda fueron analizados por Horacio Tarcus, en El marxismo olvidado en la Argentina, citado. 63

Sobre estos grupos de la renovación, ver Halperin Donghi, Tulio, “Un cuarto de siglo de Un cuarto de siglo de historiografía argentina (1960-1985)", en Desarrollo Económico, Bs.As., vol. 25, núm. 100, enero-marzo 1986; Hourcade, Eduardo, “La historia como ciencia social, en Rosario, entre 1955 y 1966”, en La

historiografía argentina en el siglo XX (II), CEAL, Bs. As., 1994; Devoto, Fernando, “Itinerario de un problema: Annales y la historiografía argentina (1929-1965)”, en Anuario, IHES, número 10, 1995 y Romero,

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31

y dedicados a la historia política de viejo tipo, no parecía un interlocutor interesante para la

los historiadores de la renovación. Tampoco lo era el revisionismo, que insistía en sus

temas y enfoques tradicionales

Las constelaciones de referencias europeas que estos grupos exhibían, y la historia

que practicaban, ponen de manifiesto la distancia que los separaba. Julio lrazusta publicaba

en 1955 bajo el título Las dificultades de la historia científica un libro dedicado a la crítica

de la obra Rosas, de Ernesto Celesia. lrazusta señala como deficiencias de la obra la

ausencia de actualización bibliográfica, la manipulación de documentos, y la falta de

lógica interna en algunos argumentos: todo ella quiebra, a juicio de lrazusta, la

"objetividad", y resulta un "método" impropio de la historia científica. Si nada puede

objetarse a la pertinencia de aquellas críticas, es posible en cambio suponer que un texto

sobre la historia científica y su método podían, en 1955, exceder largamente estas temas,

que el autor, por otra parte, analizaba con el apoyo ocasional de algunas citas de Croce.

Trece años después, hacia 1968, José María Rosa y sostenía que se trataba de “reconstruir

críticamente los hechos históricos con el método objetivo de Ranke” 64. El revisionismo

hacía de este modo evidente cuánto compartía con el adversario que había construido,

cuyas evoluciones en cuantos a temas tratados y cánones para el ejercicio de la disciplina

eran casi inexistentes; el propio Rosas de Celesia es una prueba de ello.

La vuelta del peronismo al gobierno en 1973, en el contexto de una movilización social

muy intensa y con actores políticos cuya radicalización era una nota importante, encontró a

muchos de los revisionistas con inserción en aquel movimiento, y a su visión del pasado

nacional transformada en una interpretación muy extendida. Acerca de los destinos del

revisionismo luego de aquellas fechas, sólo es posible realizar observaciones muy

provisorias, y señalar cuestiones sobre las que puede ser útil intentar investigaciones en

regla. Algunos integrantes de la corriente llegaron a la universidad; en la Facultad de

Luis Alberto, “La historiografía argentina en la democracia. Los problemas de la construcción de un campo profesional”, en Entrepasados, número 10, 1996. 64 Ver lrazusta, Julio, Las dificultades de la historia científica, Bs.As, Alpe. 1955, en particular páginas 24,

25, 35, 72 , y 135 y ss. Las observaciones de Rosa, en Historia del revisionismo y otros ensayos, Bs.As., Merlín, 1968, p. 70 y pp. 8 y 9, respectivamente.

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Filosofía y Letras de Buenos Aires se registran los casos de Fermín Chávez y Rodolfo

Ortega Peña, ambos miembros del Instituto Rosas hacia 1970, cuya trayectorias quedaron,

como otras, sujetas a los avatares de la lucha interna del peronismo. Ortega Peña sería

asesinado en 1974 en el marco de esa disputa. Durante los años de la dictadura militar, los

revisionistas que habían elegido una tarea más académica lograron alguna presencia en la

estructura de investigación, y también ocuparon ciertas cátedras universitarias. Hacia 1989,

el gobierno de Menem cumplía una de las más viejas reivindicaciones revisionistas, al

repatriar los restos de Rosas; un Instituto Rosas reorganizado, a su vez, era convertido en

una dependencia estatal, en el ámbito de la Secretaría de Cultura, en 1997. En 2000,

durante la presidencia de De la Rúa, ese decreto de nacionalización era derogado, y el

trámite se encuentra en sede judicial. Desde la recuperación democrática de 1983, con

continuidad cambiante, el Instituto publicaba su Revista.

A comienzos del nuevo siglo, entonces, al situación del revisionismo puede parecer

paradójica. El anhelado reconocimiento estatal llegaba finalmente, pero tan atado a los

cambios de coyuntura política que no puede suponérselo estable. En aquella otra actividad,

la estrictamente historiográfica, tampoco la situación es clara; historiadores que forman en

el Instituto Rosas tienen inserción en el sistema de Investigación, y sus publicaciones se

mantienen, aunque otros sectores de la historiografía argentina, preocupados por

problemas históricos diferentes y con itinerarios académicos y políticos muy diversos de

los del revisionismo, no sostienen con él diálogo alguno. En la historia universitaria, por

ejemplo, el revisionismo es más un objeto de estudio que un interlocutor o un polemista.

En los balances que el revisionismo realizó solía insistir en que la batalla por Rosas

estaba ganada desde el punto de vista de los “hechos”; más adelante, en los sesenta,

planteaba estar satisfecho de la aceptación de sus argumentos por parte de grupos amplios,

cuando estimaba que “casi todos eran rosistas”. Quedaba sí pendiente la transformación en

una nueva “historia oficial”. Desde ya, no es del todo legítimo cotejar el programa que se

dibuja por detrás de estos diagnósticos con una situación que, como señalamos, no sólo es

incierta, sino cambiante. Pero él puede utilizarse como guía para realizar algunas

observaciones. El revisionismo no parece hoy un actor de importancia en los debates

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político-culturales argentinos; cierto es, no obstante, que tampoco puede identificarse otro

grupo de historiadores que sí lo sea. Algunos de sus planteos, sin embargo, parecen

constituir un conjunto de certezas, algo vagas pero firmes, tanto en sectores del cuerpo

docente secundario, como en franjas considerables de la opinión pública: no tanto los

centrados en la reivindicación de los gobiernos rosistas como los referidos a la historia

“falsificada”, imagen que si bien no era una creación original del revisionismo sí fue

difundida masivamente por él. La convicción de que existe una versión del pasado

deformada por intereses políticos, que el poder utilizar para ocultar la historia “verdadera”

cuyo conocimiento serviría para ver con mayor claridad nuestros problemas está, en estos

tiempos, muy extendida. Una vez más, entonces, es posible preguntarse cómo la política

vuelve a influir en los destinos de una disciplina que, en los últimos veinte años, creyó

poder constituir un espacio ajena a ella.

.

.