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2 de octubre de 2020 6 CAUSA 37/1953 La primera victoria del Moncada (II y final) Un testimonio de primera mano Por LÁZARO BARREDO MEDINA / Fotos de Archivo E N 1972, como reportero de Juventud Rebelde, entrevisté al doctor Bau- dilio Castellanos (Bilito), joven abogado oriental que, recién graduado, ejercía en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. Amigo de Fidel desde la infan- cia, compañero de lucha en la universidad, tuvo el mérito de asumir la defensa de la inmen- sa mayoría de los moncadistas. En vísperas del XX Aniversa- rio de los asaltos a los cuarte- les Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el interés de la entrevista era conocer porme- nores del proceso judicial al que se vio enfrentado Fidel, el ambiente del juicio, los comen- tarios sobre el tribunal y, sobre todo, cómo se trazó la estrate- gia del juicio, el papel relevante y desconocido que en ello de- sempeñó Raúl, y muchas otras cosas más que inmortalizan la Causa 37, iniciada el 21 de sep- tiembre de 1953. Por su valor testimonial, BOHEMIA reproduce la en- trevista. Batista se había hecho una imagen de hombre fuerte, el que tenía la bala en el directo y había usado ya el golpe de Estado, y resulta que una serie de desconocidos le atacan la segunda fortaleza militar y le matan 22 guardias. Ya esa soberbia los embru- tece y lo que hicieron fue acu- sar a todo el mundo, a toda la oposición. Entonces, la ortodoxia cayó, bueno, Millo Ochoa (6), Millo Ochoa acusado. Del Par- tido Socialista los acusaron a todos, a todos los dirigentes desde Juan Marinello, Lázaro Peña, a todos, todos. Partido que sumergió en la clandesti- nidad a algunos de ellos, y los hicieron aparecer cuando la situación estuvo más calmada. De los auténticos, bueno pues, acusaron a Carlos Prío (7), que no estaba, desde luego, y algu- nas otras personalidades allí. Estaban todos, absolutamente todos los partidos, todos los partidos. ¿Qué es lo que pasó con esto? Batista, sin pretenderlo, movilizó a la opinión pública, porque como acusó a todo el mundo, Cuba entera estaba allí; porque detrás de cada adepto, de cada acusado, casi todos los dirigentes políticos, estaban los periodistas; aque- llo era una actividad muy fuer- te de los periodistas. Cuando Fidel y este grupo de sus compañeros salvan la vida y se sienten acusados, ya le habían salvado la vida, aunque la vanguardia había pagado caro porque le había costado sesenta y tantos compañeros, muy caro... Habían muerto mu- chachos muy talentosos, como Abel, como Boris, como Renato y muchos otros, pero quedaba el resto. En ese momento ya Fidel era intocable y la vanguardia de la Revolución se había sal- vado. Entonces hay unos mo- mentos en la historia donde uno no sabe cuándo el reloj hace un giro de 180 grados o no, y Fidel declarando allí sin poderlo matar, la vanguardia allí sin poderla matar; había empezado otro momento de la historia política de Cuba. Es decir, cuando Fidel me dice que lo peor ha pasado, en ese momento ya él tiene la comprensión, con esa gran in- tuición política suya, que evi- dentemente ha demostrado tantas pero tantas veces, de que la corriente política, la vida política había dado un cambio, y que no solo eso, si no que en términos marxistas, como de- cimos nosotros, la iniciativa del proceso político en Cuba la tenían sus compañeros, esa Fidel en el Vivac de Santiago de Cuba, de izquierda a derecha, el combatiente José Suárez, los comandantes Rafael Morales y Andrés Pérez Chaumont y el coronel Alberto R. del Río Chaviano.

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2 de octubre de 20206

CAUSA 37/1953La primera victoria del Moncada (II y fi nal)Un testimonio de primera manoPor LÁZARO BARREDO MEDINA / Fotos de Archivo

EN 1972, como reportero de Juventud Rebelde, entrevisté al doctor Bau-

dilio Castellanos (Bilito), joven abogado oriental que, recién graduado, ejercía en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. Amigo de Fidel desde la infan-cia, compañero de lucha en la universidad, tuvo el mérito de asumir la defensa de la inmen-sa mayoría de los moncadistas. En vísperas del XX Aniversa-rio de los asaltos a los cuarte-les Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el interés de la entrevista era conocer porme-nores del proceso judicial al que se vio enfrentado Fidel, el ambiente del juicio, los comen-tarios sobre el tribunal y, sobre todo, cómo se trazó la estrate-gia del juicio, el papel relevante

y desconocido que en ello de-sempeñó Raúl, y muchas otras cosas más que inmortalizan la Causa 37, iniciada el 21 de sep-tiembre de 1953.

Por su valor testimonial, BOHEMIA reproduce la en-trevista.

Batista se había hecho una imagen de hombre fuerte, el que tenía la bala en el directo y había usado ya el golpe de Estado, y resulta que una serie de desconocidos le atacan la segunda fortaleza militar y le matan 22 guardias.

Ya esa soberbia los embru-tece y lo que hicieron fue acu-sar a todo el mundo, a toda la oposición. Entonces, la ortodoxia cayó, bueno, Millo Ochoa (6), Millo Ochoa acusado. Del Par-tido Socialista los acusaron a

todos, a todos los dirigentes desde Juan Marinello, Lázaro Peña, a todos, todos. Partido que sumergió en la clandesti-nidad a algunos de ellos, y los hicieron aparecer cuando la situación estuvo más calmada. De los auténticos, bueno pues, acusaron a Carlos Prío (7), que no estaba, desde luego, y algu-nas otras personalidades allí. Estaban todos, absolutamente todos los partidos, todos los partidos.

¿Qué es lo que pasó con esto? Batista, sin pretenderlo, movilizó a la opinión pública, porque como acusó a todo el mundo, Cuba entera estaba allí; porque detrás de cada adepto, de cada acusado, casi todos los dirigentes políticos, estaban los periodistas; aque-llo era una actividad muy fuer-te de los periodistas.

Cuando Fidel y este grupo de sus compañeros salvan la vida y se sienten acusados, ya le habían salvado la vida, aunque la vanguardia había pagado caro porque le había costado sesenta y tantos compañeros, muy caro... Habían muerto mu-chachos muy talentosos, como Abel, como Boris, como Renato y muchos otros, pero quedaba el resto.

En ese momento ya Fidel era intocable y la vanguardia de la Revolución se había sal-vado. Entonces hay unos mo-mentos en la historia donde uno no sabe cuándo el reloj hace un giro de 180 grados o no, y Fidel declarando allí sin poderlo matar, la vanguardia allí sin poderla matar; había empezado otro momento de la historia política de Cuba.

Es decir, cuando Fidel me dice que lo peor ha pasado, en ese momento ya él tiene la comprensión, con esa gran in-tuición política suya, que evi-dentemente ha demostrado tantas pero tantas veces, de que la corriente política, la vida política había dado un cambio, y que no solo eso, si no que en términos marxistas, como de-cimos nosotros, la iniciativa del proceso político en Cuba la tenían sus compañeros, esa

Fidel en el Vivac de Santiago de Cuba, de izquierda a derecha, el combatiente José Suárez, los comandantes Rafael Morales y Andrés Pérez Chaumont y el coronel Alberto R. del Río Chaviano.

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vanguardia que había salvado la vida. No todo el mundo se percató, porque para mucha gente...; bueno, esa acción de ir a atacar al Moncada era senci-llamente una locura, y era una locura meterse en la Sierra.

En aquel instante más bien hablamos brevemente de las tendencias, de los “paquetes” que quería montar la dictadu-ra, de cómo querían imputar influencias internacionales, porque en las actas, como dije, hasta hablaban de indios putu-mayos. Yo no sé por qué le dio a Chaviano por decir estas cosas que además no las creía nadie, ni él mismo.

Allí Fidel me orientó en el sentido de que siguiera el con-tacto con Raúl, porque él sabía que lo iban a aislar. Su decla-ración fue muy dramática, de mucho respeto por parte del fi scal Paquito Mendieta. Es que en esta primera sesión ya la autoridad moral de Fidel es preponderante entre los ma-gistrados y, bueno, el fi scal te-nía que preguntarle algo.

Lo que más pudo incrimi-narle el fi scal Mendieta era algo así como: “¿Usted no sa-bía que esta acción iba a costar la vida de mucha gente?”. Esa fue la incriminación más fuerte del fi scal, es decir, el fi scal no se atrevió en ningún momento a faltarle el respeto; porque, además, Fidel tenía una sólida

palabra de acusación, muy mo-ral, muy fuerte, tremendamen-te fuerte.

Ahí fue donde respondió a aquella pregunta sobre quién era el autor intelectual de la ac-ción y dijo sencillamente: “Fue José Martí”. Y se responsabili-zó con todo lo del Moncada.

Posición de triunfoDespués de esta sesión, Fidel no asistió más, por los hechos que ya se conocen. Cuando Melba leyó en el juicio la de-nuncia de él, había una presión tremenda sobre el presidente del tribunal, y se suscitó el cho-que con Chaviano, pues al de-mandar la presencia de Fidel, el gobierno se negó por temor a que aquello se convirtiera en un mitin político.

Los otros momentos dramá-ticos del juicio fueron cuando los compañeros comenzaron a acusar a los esbirros por los asesinatos perpetrados. Eso hacía las sesiones intermina-bles, porque cada vez que iba un compañero a hablar, denun-ciaba un crimen.

Ciro Redondo, por ejemplo, contó cómo, ya prisioneros, mataron a un compañero de él por la espalda. Nosotros veíamos momentos de vida de los muertos en los ojos de los muchachos cada vez que tomaban la palabra para decir estas cosas.

Pedrito Miret se enfrentó al capitán Porro para denun-ciar cómo se torturaba a los combatientes heridos y se les inyectaba alcanfor en las ve-nas. Pedrito, muy bien vesti-do, parecía un “lord”, sereno, muy elegante, diciéndole las verdades a aquel hombre de siete pies de estatura, grueso y tosco, que era muy amigo de Chaviano y muy odiado. Todas estas cosas frente a frente, con una fuerza moral tan grande en Pedrito, que se notaba vi-siblemente que Porro estaba a la defensiva. Y esta posición de triunfo de los muchachos, que acusaban cada vez más a los esbirros por sus asesinatos, ayudaba mucho.

Recuerdo que ya en ese ambiente mandaron a un cabo del Ejército. Lo mandó Agus-tín Lavastida (8), jefe del SIM, para que dijera que había gra-nadas en el asalto. Ya anterior-mente hubo que luchar, entre otras cosas, contra una acu-sación de Chaviano de que los compañeros que penetraron en el Hospital Civil habían apuñalado a los militares en-fermos, con lo cual se trataba de crear odio entre el Ejército y los muchachos.

El caso del anónEntonces toda la labor nuestra estuvo dirigida a desmontar esa acusación y demostrar que

En el Vivac de Santiago de Cuba dando declaraciones tras su arresto.

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esto era completamente falso: “¿Usted vio heridos de arma blanca, vio cuchillos?”, pregun-tábamos a los soldados. Y con sus negativas logramos elimi-nar esta acusación.

Ahora se aparecían con lo de las granadas. Pero, since-ramente, la atmósfera estaba a nuestro favor, y le pregun-tamos al cabo: “¿Usted vio a algunos de los asaltantes con algo así en la mano?”, y le en-señé el puño. Dijo que sí, que era una cosa así como yo le se-ñalaba. Le inquirí: “¿Esto era más o menos redondo?”, y res-pondió que sí, que era algo más o menos redondo.

Decidí preguntarle: “Cabo, ¿y tenía punticas de colores, como negro, así de piececi-tas?”, y me dijo que sí también. Dentro de aquel silencio del diálogo no me quedó otra alter-nativa que preguntarle: “Cabo, ¿y en vez de una granada, no sería un anón?”. Aquello se cayó abajo de la risa, el cabo se turbó y en vez de replicar-me se quedó en silencio muy

ridiculizado, de tal forma que me llamaron la atención.

Había un viejo abogado, muy simpático, llamado Pe-pón Badel, muerto ya, que tenía una agilidad literaria tremenda e improvisó una coplita y la circuló por toda la mesa de los abogados y hasta por el público.

Sobre el anón se formó la confusión,/ cuestión de fruta cambiada,/ donde Baudilio vio anón, el cabo vio una granada.

Y se la pasaron a los magis-trados también y aquello ayudó a desprestigiar las acusaciones hechas por el Ejército, que que-dó ridiculizado por completo.

El tribunalAntes de seguir la narración del juicio, creo que debiéramos hablar del tribunal para com-prender algunas de sus posi-ciones.

El tribunal lo presidía Nieto. Este señor era un hombre que quería hacer carrera judicial. Era un viejo santiaguero que se apresuró mucho y aceptó el

cargo de magistrado del tribu-nal supremo de la dictadura; él sabía que habría un cambio político en este país, pero se apresuró mucho. Estaba tam-bién Díaz Oliveras, que era un hombre conservador, civilista burgués más bien, al cual me-tieron en aquella sala y solo hizo una pregunta para favore-cer a Jesús Blanco, estudiante de Medicina, pues la madre lo había vuelto loco en la casa pidiéndole que le cuidara a su hijo, y el hombre, por compa-decerse de la infeliz mujer, hizo una pregunta para favorecer a Blanco. Y estaba el tercero, cuyo nombre no recuerdo, que era un hombre muy decente.

Este tribunal no tenía nin-gún interés político, salvo Nie-to, que era un gran líder social en Santiago, Vista Alegre y todo eso. Todos eran burgueses que tenían encima una presión so-cial tremenda de condena mo-ral por los crímenes de la tiranía. En verdad la población estaba repugnada con los crímenes, de los procesamientos hechos

El teniente Sarría desobedeció la orden de llevar al prisionero Fidel Castro al Moncada y lo condujo al Vivac. La foto es a la entrada del recinto y junto a él se aprecia a Juan Almeida, Armando Mestre, Oscar Alcalde, entre otros.

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contra los políticos “oposito-res”, y dondequiera que ellos asistían, recibían esta presión, aun en las sociedades donde se reunía la burguesía local, tanto en Vista Alegre como en el Tenis Club.

Por eso es necesario ver es-tas cosas para comprender la adecuación de la sentencia, por-que ellos la fueron modifi cando un poco: a Fidel, desde luego, el dirigente, lo castigaron más; empiezan a mostrarse un poco menos severos con los miem-bros del Estado Mayor y más fl exibles todavía con la masa de combatientes, y así les impo-nen condenas de quince, trece y diez años.

Quedaban el caso de Haydée y el de Melba. Empecé a plan-tear una tesis de que ellas esta-ban en el grupo por solidaridad humana, porque estaban el her-mano, el novio; y comenzamos a plantear que por estos motivos fueron de enfermeras, pero que en modo alguno habían partici-

pado ni en la ideación conspira-tiva, ni tomado parte en actos materiales, y que su conducta, por tanto, no confi guraba un delito, y que por lo demás era histórico en las guerras, en las revoluciones, que hubiera en-fermeras, etcétera, etcétera.

Un día le dije al presidente del tribunal que iba a plantear esa tesis y me respondió que él creía que daría una sorpre-sa. Yo lo que creía era que las iban a absolver, y fui a decírselo a Haydée. Aquí radica una de las virtudes de nuestras com-pañeras. Nunca esperé esta fuerza humana de solidaridad, porque Haydée –secundada por Melba– se ofendió cuando dije que las iban a absolver, y me dijo que no, que ellas tenían que estar en la cárcel con sus com-pañeros, y que de ningún modo aceptarían esa libertad.

El juicio de FidelEl juicio de Fidel se celebró en el hospital por la excusa de que

estaba enfermo, y asistí porque defendía a Abelardo Crespo en el mismo proceso. Defendí a Abelardo Crespo y traté de sa-carlo absuelto por autorizarlo Raúl, pues él estaba muy grave, tenía muchas infecciones, pero lo condenaron.

La salita del Saturnino Lora estaba copada por los militares; era un cuartico, una salita del hospital, donde la impresión era que se iba a dictar una gran conferencia. Y así fue.

En su alegato, Fidel pare-cía un profesor de cátedra que estaba dictando una conferen-cia ante los discípulos, que lo atendían con mucho interés. Y todo el mundo, las enferme-ras y los médicos con sus ba-tas blancas, asomándose; los guardias, en silencio, con un respeto tremendo, y los magis-trados también; era como si el que estuviese hablando dijera cosas nunca dichas que había que oír con mucha atención.

Dibujos con la fi rma de H. Maza fueron publicados en el suplemento gráfi co, en colores, del periódico Revolución donde se describe la autodefensa de Fidel en el juicio en la salita del hospital.

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Al llevar a Fidel a aquella sali-ta lograron resolver el problema que estaban encarando; la cosa era impedir que se celebrara el juicio público, porque hacerlo era atentar contra el Gobierno. La tiranía era una gran contra-dicción y el poder judicial era un poder corrupto, pero por ahí había personas decentes que se iban a dejar infl uenciar por la presión popular. Por eso el Go-bierno reaccionó en cuanto vio que aquello se iba a convertir en un mitin público, y no dejaron que Fidel fuera más.

Esa fue la mayor inconse-cuencia del tribunal: aceptar la presión de los militares para que Fidel no siguiera en el jui-cio, por temor también a que el proceso tomara vías más com-plejas, con lo cual, o no hubiera habido juicio o hubiera existido un enfrentamiento del tribunal con la dictadura, cosa que nunca iban a hacer bajo ningún modo y menos lo iba a aceptar Nieto.

Aquello fue, fi nalmente, una gran negociación del tribunal; ellos sabían lo que tenían que ceder; sabían las presiones que estaban recibiendo; busca-ron una política de equilibrio, y dijeron: “Bueno, yo sí admito que Fidel no venga”. Y sabían

(6) Emilio Ochoa Ochoa. Jun-to a Eduardo Chibás participó en la fundación del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y se convirtió en uno de sus principa-les líderes. Tras el triunfo de la Revolución abandonó Cuba y se radicó en Miami.

(7) Carlos Prío Socarrás. Pre-sidente de la República entre 1948 y 1952. Su mandato se caracterizó por la agudización de todos los males del país, en especial la corrupción, el ganste-rismo, la represión anticomunis-ta y el sometimiento al imperia-lismo norteamericano. Derrocado por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, se asiló en la embajada de México y luego marchó al extranjero.

(8) Agustín Lavastida Álvarez. Fue uno de los más sanguina-rios torturadores de la dictadura batistiana. Antes de ser militar y uno de los jefes del Servicio de Inteligencia Militar, fue un joven que se dedicaba al juego, las drogas y el proxenetismo. Tras el triunfo revolucionario de 1959 huyó del país hacia los Es-tados Unidos.

que estaban incumpliendo la legalidad jurídica.

Pero también dijeron des-pués: “Todo el que pueda ayudar, ayuda; y a todo el que confesó en el SIM, pero que no venga el SIM a acusarlo aquí, lo absuelvo; y a todo el que niegue y no lo acusen con plena prue-ba, lo absuelvo; y a Haydée y a Melba les pongo siete meses nada más”. Esa fue la posición visible del tribunal.

El Gobierno decía que el Moncada había sido una de-rrota militar, y desde el punto de vista táctico fue así; pero no supo valorar otros factores, no quiso o no tuvo la visión de comprender que estratégica-mente aquella Causa 37 signifi -caba como 10 victorias de más peso que el hecho en sí de ata-car la fortaleza.

En el mismo juicio, en la con-ducta viril de los asaltantes, re-conociendo su participación en el combate; en las denuncias de los asesinatos que desmo-ronaban a las fuerzas represi-vas; en las simpatías que creó en el pueblo esta actitud y en el programa político en que se convirtió el alegato de Fidel La historia me absolverá, se ges-taba el nacimiento de una vic-

toria, la Primera Victoria del Moncada.

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