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A cargo de TONI PRADAS Año 113/No. 30 21 CIENCIAS MARINAS CIENCIAS MARINAS B ENDECIDO se sentirá un náufrago si sus ple- garias son escuchadas y, como ayuda, la marea le lleva una botella plástica donde lan- zar al mar un mensaje de S.O.S. en su interior. Pero no llega una… ¡arriban cientos más! Sobresaltado, comprobará que no es pesadilla, sino que se ha- lla en medio de una isla de ba- sura. Derrotado, gritará a los cielos y se preguntará por qué no zozobró en otra época de menos polución. Cuenta la Agencia de Pro- tección Ambiental de los Es- tados Unidos que solo en ese país –el de mayor consumo en el planeta–, los plásticos, en la década de 1960, eran menos de uno por ciento de los residuos sólidos municipales. Diez años Nuevas tecnologías buscan limpiar las islas de basura que apacible pero peligrosamente flotan sobre los océanos Un cucharón para Un cucharón para la sopa de plástico la sopa de plástico después constituían más del 12 por ciento y la cifra sigue cre- ciendo logarítmicamente. Pero no suena tan alarmante ese dato si no se piensa en que un gran porcentaje del plástico producido cada año es utiliza- do una sola vez, como son las envolturas descartables, o se utiliza para un propósito único. Desgraciadamente, una ínfima parte se recicla o con relativa suerte termina en un vertedero; el resto impactará el ambiente durante varias generaciones. Aquel plástico que llega a un vertedero encuentra numero- sos microrganismos que ace- leran su biodegradación. Mas, al descomponerse, se libera metano, un poderoso gas de efecto invernadero que contri- buye significativamente al ca- lentamiento global. Por suerte, algunos rellenos sanitarios han podido instalar dispositivos para capturar el metano y con este producir energía; sin embargo, muchos no tienen acceso a esa tecnología. A la intemperie, los plásticos también se degradan, pero este proceso tarda más tiempo en realizarse y el gas se libera a sus anchas. Las malas noticias, se sabe, llegan juntas. Si le pone los pelos de punta pensar en el escenario anterior, es mejor abandonar la lectura de este texto antes de que hablemos del drama de los mares. Mas, si decidió continuar, debe saber que una gran can- tidad de desechos plásticos van a parar a nuestros océanos por obra y gracia de las descargas de aguas servidas, la actividad turística irresponsable y la “limpieza” de los barcos, entre otras fuentes. Los plásticos suelen tardar un año en degradarse en los océanos, aunque no por com- pleto, y en este proceso ciertos químicos tóxicos, como el bis- fenol A y poliestireno, pueden ser liberados. Según datos que manejan la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y agencias multi- laterales, nacionales y privadas, un envase plástico se descom- pone en 500 años (otros calcu- lan 1000), un pañal desechable en 450 y un filtro de cigarro, en cinco. Pero otros productos son más duros de pelar. El poliesti- reno expandido (EPS), que es un material plástico espumado (conocido en Cuba como polies- puma), nunca se degrada. La polución por plástico pue- de envenenar a los animales, en particular a los grandes mamí- feros marinos. Las tortugas de mar, por ejemplo, suelen tomar por golosinas esos productos y casi siempre pagan caro su gula: el plástico les bloquea el aparato ECOINVENTOS ECOINVENTOS

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Page 1: CCIENCIAS MARINASIENCIAS MARINAS UUn cucharón para …

A cargo de TONI PRADAS

Año 113/No. 30 21

CIENCIAS MARINASCIENCIAS MARINAS

BENDECIDO se sentirá un náufrago si sus ple-garias son escuchadas y,

como ayuda, la marea le lleva una botella plástica donde lan-zar al mar un mensaje de S.O.S. en su interior. Pero no llega una… ¡arriban cientos más! Sobresaltado, comprobará que no es pesadilla, sino que se ha-lla en medio de una isla de ba-sura. Derrotado, gritará a los cielos y se preguntará por qué no zozobró en otra época de menos polución.

Cuenta la Agencia de Pro-tección Ambiental de los Es-tados Unidos que solo en ese país –el de mayor consumo en el planeta–, los plásticos, en la década de 1960, eran menos de uno por ciento de los residuos sólidos municipales. Diez años

Nuevas tecnologías buscan limpiar las islas de basura que apacible pero peligrosamente fl otan sobre los océanos

Un cucharón para Un cucharón para la sopa de plásticola sopa de plástico

después constituían más del 12 por ciento y la cifra sigue cre-ciendo logarítmicamente.

Pero no suena tan alarmante ese dato si no se piensa en que un gran porcentaje del plástico producido cada año es utiliza-do una sola vez, como son las envolturas descartables, o se utiliza para un propósito único. Desgraciadamente, una ínfi ma parte se recicla o con relativa suerte termina en un vertedero; el resto impactará el ambiente durante varias generaciones.

Aquel plástico que llega a un vertedero encuentra numero-sos microrganismos que ace-leran su biodegradación. Mas, al descomponerse, se libera metano, un poderoso gas de efecto invernadero que contri-buye signifi cativamente al ca-

lentamiento global. Por suerte, algunos rellenos sanitarios han podido instalar dispositivos para capturar el metano y con este producir energía; sin embargo, muchos no tienen acceso a esa tecnología. A la intemperie, los plásticos también se degradan, pero este proceso tarda más tiempo en realizarse y el gas se libera a sus anchas.

Las malas noticias, se sabe, llegan juntas. Si le pone los pelos de punta pensar en el escenario anterior, es mejor abandonar la lectura de este texto antes de que hablemos del drama de los mares.

Mas, si decidió continuar, debe saber que una gran can-tidad de desechos plásticos van a parar a nuestros océanos por obra y gracia de las descargas de aguas servidas, la actividad turística irresponsable y la “limpieza” de los barcos, entre otras fuentes.

Los plásticos suelen tardar un año en degradarse en los océanos, aunque no por com-pleto, y en este proceso ciertos químicos tóxicos, como el bis-fenol A y poliestireno, pueden ser liberados.

Según datos que manejan la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y agencias multi-laterales, nacionales y privadas, un envase plástico se descom-pone en 500 años (otros calcu-lan 1000), un pañal desechable en 450 y un fi ltro de cigarro, en cinco. Pero otros productos son más duros de pelar. El poliesti-reno expandido (EPS), que es un material plástico espumado (conocido en Cuba como polies-puma), nunca se degrada.

La polución por plástico pue-de envenenar a los animales, en particular a los grandes mamí-feros marinos. Las tortugas de mar, por ejemplo, suelen tomar por golosinas esos productos y casi siempre pagan caro su gula: el plástico les bloquea el aparato

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8 de octubre de 202122

digestivo y mueren de hambre. Otros ejemplares quedan enre-dados en plásticos como redes de pesca, que los dañan o matan al no poder comer.

Más de 260 especies, inclui-dos invertebrados, han ingerido o se han enredado con esos ele-mentos artifi ciales, según dicen algunos registros. Se ha estima-do que más de 400 000 mamífe-ros marinos y más de un millón de aves marinas mueren cada año por esa causa.

Este caos puede parecernos ajeno, hasta que una idea nos nubla la cabeza: ¿Cuántas es-pecies del mar que comemos recibieron como dieta, o cala-ron por su piel, algunas dosis de plástico?

Plastisfera, la capa artifi cial del planeta

Con un absorbente a modo de mondadientes, nuestro hipo-tético náufrago agradece ha-ber cenado un pez con sabor a pomo. Mientras entierra los restos espinosos, calcula que si caminara por sobre la alfombra de botellas y bolsas podría lle-gar a tierra fi rme.

Hacerlo, claro está, es impo-sible. La idea tiene su lógica: Existe una gran mancha de

basura en el centro del Pacífi co Norte (si es amante de la geo-grafía, estas son sus coordena-das: 135° a 155°O y 35° a 42°N), cuya dimensión se estima entre 710 000 y 17 millones de kilóme-tros cuadrados, según el um-bral de concentración de piezas de plástico que se considere.

No les falta razón a quienes le llaman continente de plástico, isla de basura o isla tóxica, pues este vertedero oceánico, forma-do por un vórtice de corrientes oceánicas, tiene concentracio-nes excepcionalmente altas de plástico suspendido y otros desechos atrapados en las co-rrientes del giro del Pacífi co Norte.

Pero más que de botellas u otros recipientes, su compo-sición es de microfragmentos plásticos del tamaño de un gra-no de arroz, que contaminan y destruyen lentamente ese ecosistema.

A pesar de su tamaño y den-sidad, la impura sopa es difícil de ver en fotografías satelitales o localizarse por radares. De hecho, fue descubierta al nave-garla Charles Moore, un inves-tigador oceanográfi co y capitán marítimo californiano que, des-pués de competir en la carrera

náutica Transpac, en 1997, deci-dió volver a casa por una ruta que nadie toma. Entonces dio la voz.

Después de estudiarla sin parpadear, los investigadores calcularon que el área –donde las corrientes predominantes favorecen la creación de ma-sas de agua relativamente es-tables– puede contener unos 100 millones de toneladas de partículas, que al ser fotode-gradadas son cada vez más pequeñas, pero siguen siendo polímeros. Esa basura pro-viene de zonas terrestres (80 por ciento) y de barcos (20 por ciento), que las corrientes por-tan hacia el vórtice desde la costa oeste de Norteamérica, en unos cinco años, y del este de Asia, en un año o menos.

Por supuesto, los estudiosos llegaron a la conclusión de que en condiciones similares el fe-nómeno podría ocurrir en otras partes. En efecto, en 2009 se descubrió la mancha de basura del Atlántico Norte, relacionada con el giro oceánico de esa re-gión. En 2011 se identifi có otro vertedero en el Pacífi co Sur.

De manera que esta contami-nación marina es hoy un proble-ma global: todos los ecosistemas del planeta, hasta la Antártida, sufren sus efectos nocivos y, quién lo duda, también la cade-na alimentaria de la que depen-den los seres humanos.

Tan globalizado es, que la nueva capa terrícola ha sido bautizada como plastisfera. El término fue acuñado por la doctora Linda Amaral-Zettler, microbióloga marina de varias universidades de los Estados Unidos y del Instituto Real de Investigación del Mar de los Países Bajos, quien estudia los efectos de la vida bacteria-na que se adhiere, se multiplica y se traslada sobre las superfi -cies plásticas.

“Estaba tratando de pen-sar en un vocablo conveniente para describir la comunidad...”, recordó Amaral-Zettler a The Guardian. Y acotó: “El término

Más de 260 especies han sido víctimas de los plásticos.

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puede ser reciente, pero el fe-nómeno no lo es: La plastisfe-ra existe desde que existe el plástico”.

De las redes al grifoCómo limpiar los plásticos de los mares ha mantenido a los científi cos con más insomnio que la cafeína. Rodeadas de dudas por su impensable cos-to, diversas ideas han fl orecido, desde la recogida de parte de los desechos por los pescado-res, hasta el uso de navíos y re-des que los capturen y lleven a tierra para enterrar.

Hasta que surgió una audaz visión en 2013, el Proyecto The Ocean Cleanup (Limpieza de Océanos), basado en barre-ras de captura que han teni-do que hacer muchos ajustes en su diseño. En un principio, la idea del sistema era anclar una enorme barrera fl otante en forma de U al fondo marino, que aprovecharía las corrien-tes del océano para recoger los residuos de plástico a medida que fueran llegando a la zona.

Las versiones posteriores adoptaron un enfoque de fl ota-ción libre, impulsadas por las corrientes, las olas y el viento, a fi n de crear así un diferencial

de velocidad con los residuos que permitía recogerlos a me-dida que la barrera se despla-zaba por el agua.

Sin embargo, las pruebas realizadas en el continente de basura del Pacífi co demos-traron que el sistema tenía difi cultades para mantener la velocidad necesaria para reco-ger la basura.

Para sortear el contratiem-po, se ideó, entre otras me-joras, un enorme paracaídas diseñado para ralentizar la barrera y mantener una velo-cidad constante, de modo que el plástico que se movía más rápido pudiera derivar hacia la abertura y permanecer allí.

Esto tampoco contentó a los promotores del proyecto. Ni cortos ni perezosos, decidieron recientemente dar un vuelco a su pensamiento y pasaron del diseño pasivo, que dependía de las fuerzas del océano, a otro más efi ciente, con propulsión activa.

Este último utiliza embar-caciones tripuladas en cada punto de la barrera en forma de U, que la remolcan a través del agua a una velocidad cons-tante de 1.5 nudos. La idea es canalizar el plástico recogido

hacia una zona de retención en el extremo más alejado.

Una de las ventajas de ser remolcada la barrera por bar-cos con tripulación es que pue-de dirigirse hacia zonas de alta concentración de residuos. Otra virtud, según The Ocean Cleanup, es que su ampliación será más viable desde el punto de vista comercial.

Este diseño, llamado Jenny, es el primer sistema a gran escala de The Ocean Cleanup y su barrera tiene 800 metros de largo.

A mediados de agosto se desplegó por primera vez en el continente de basura del Pacífi co para someterse a más de 70 pruebas distintas du-rante 60 semanas. Con estos ensayos el equipo pretende no solo validar el diseño, sino de-mostrar que tiene un impacto medioambiental limitado y no presenta problemas de segu-ridad, al tiempo que recoge una cantidad significativa de plástico.

Paralelamente, el proyecto quiere recoger gran parte de los residuos cuando llegan al mar desde los ríos más conta-minados, con un sistema lla-mado El Interceptor. De esa manera, espera reducir los plásticos fl otantes en el océa-no en un 90 por ciento para 2040.

Las micropartículas, eso sí, no tendrán solución por ahora.

Por tanto, la mejor solución será dejar de usar el plásti-co como embalaje desechable –compre el contenido y no el continente, recomiendan–, así como concienciar sobre la ges-tión del reciclaje.

El doctor Max Liboiron, in-vestigador canadiense cono-cido por sus contribuciones al estudio de la contaminación plástica y por su enfoque anti-colonial de la ciencia, lo explica con una metáfora: “Si entraras a tu baño y vieras agua saliendo de la bañera, ¿correrías para agarrar un trapeador o cerra-rías el grifo primero?

Bueno es limpiar; mejor no ensuciar.

Theoceancleanup.comTheoceancleanup.com