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Cien por cien alcublanos

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Alicia Garrigó

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Cien por cien alcublanos Pronto se acercaría a aquel paraíso, de su inocente infancia, donde las moscas en los veranos cálidos, se ponían muy pesadas, y atontadas se posaban como una pesadilla, en todas partes, perseguirlas era como una tarea inútil y requería de una paciencia inagotable. Recordaba las voces del cabrero, cada mañana haciendo tertulia con sus paisanos, aquellas voces la despertaban siempre. Tampoco le importaba, entonces, aún tenía energía para levantarse pronto y madrugar, era feliz trasteando en la cocina, preparando los desayunos de los afortunados que dormían en otro lado, le gustaba disponerlo todo en bandejas, con las tazas de porcelana blanca. Las tostadas se le quemaban a menudo y las rascaba, hasta que quedaban crujientes y doradas, las ponía sobre el plato blanco de loza, aquel plato tenía unas venitas azules o grises de viejo que estaba, pesaba mucho, pero le daba la sensación que contribuía a una especie de recuerdo de otros momentos, en que aquel plato, con los otros once, llenaban la mesa, el mantel de cuadros verdes sobre fondo blanco y los cubiertos de alpaca con los mangos gruesos y robustos. Ni una miga de pan sobre la mesa ni antes, ni durante, ni después era como una manía maniática que la superaba, mientras la familia desayunaba, ella observaba que todo estuviera conforme tocaba, lo cierto es que además disfrutaba, viéndolos juntos, explicando sus planes del día, sus proyectos efímeros y pequeños, de las criaturas de ciudad que visitaban el pueblo y gozaban como nadie con una longaniza y un par de huevos fritos de las gallinas de casa.

Aquellos señoritos, le caían simpáticos de estiraos y bobos que los veía, la señora, una flor de pitiminí, preocupada por un gramo de más y con qué modelito escandaloso iba a pasearse por el pueblo, la abuela tocaba la campana, pero el paso de la cocina, al comedor, pasando por la despensa era un circuito tan largo, y siempre sonaba,la campana; dos veces. Cuando llegaba, los morros de la ama de la casa, eran fijos, pero los chiquillos que la adoraban siempre sonreían cuando ella secándose las manos con aquel delantal, aparecía, faltaba azúcar, más tostadas, otra cafetera, aquello era como un hotel en aquella comarca serrana. Tenía diecisiete años y en el pueblo mal porvenir le quedaba, no había trabajo, sus padres no podrían mantenerla mucho tiempo más, fue por eso, que cuando le

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propusieron irse a Barcelona con ellos, no le quedó más remedio que pensárselo muy en serio. Por una parte le hacía mucha ilusión su novio estaría contentó, habían pensado tanto en que juntos se irían lejos de Alcublas a hacer fortuna y con los años regresarían a tener una cuadrilla de “chiquillicos” guapos, o que con suerte, en Valencia, en la Horchatería el “Siglo” encontraría trabajo y poco a poco y ahorrando mucho, ella se haría una ajuar digno de una princesa, bordaría sus sábanas con sus iniciales y seria la envidia de todo el pueblo, él en el campo, labrando las tierras de sus padres sacaría un buen “jornalico”y entre los dos, se montarían la casa, y poco a poco… Pero por otro lado le daba miedo, ella sola, en casa de aquella señora tan mandona y exigente…

Cuando se lo explicó a su madre, se acabaron los peros, ella estaba encantada, aquella familia de bien, reconocida por toda la comunidad la habían escogido porque era la más prudente limpia y educada, no había nada más que hablar. Fue a casa de la prima a recoger aquella maleta de cartón tan fea, no tenían otra y sacó del armario, el traje de invierno, el abrigo gris largo, heredado de su tía y todo lo fue colgando en la recamara, para que se fuera oreando. Cogió la libretita, aquella libretita donde estaban las direcciones de toda la familia y de los amigos emigrados por razones parecidas y en la hoja de un cuaderno las fue transcribiendo, explicándole a la par los mil y un milagros de aquella gente, que ella ni sabía que existían. Sintió que su madre estaba muy feliz de quitársela de en medio, de dejar de mantenerla, de que se fuera del pueblo y además. le enviase el dinero. Por la tarde se asombró, aún más, cuando su madre invitó a las vecinas a un cortadito en casa y les explicaba, con todo lujo de detalles el gran futuro que a su hija le esperaba. Fijaros, decía:-Mi niña- si lo sabré yo- es la más limpia, la más cuidadosa !Claro¡ que se la llevan..Porque saben mucho estos señoritos, de lo que es bueno. Se sintió profundamente triste, y no le quedó duda alguna, de que se iba a servir le gustará o no a aquella ciudad y con aquella familia. Se fue a Barcelona, al empezar septiembre. Al principio las novedades y aquel pequeño tiempo de libertad, sin la sombra encima de todo el pueblo le hicieron de buen llevar todo el cambio. La casa era pequeña, los niños empezaron el colegio y la señora era más divertida de lo que le había imaginado. Barcelona le pareció una ciudad espléndida, en sus correrías visitó lo más concurrido. Le maravillaron las Ramblas y el puerto, que bonito era el mar, los barcos aparcados en

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el muelle, y todo aquel tumulto de gente desconocida que no saludaba a nadie y que corría más que andaba de un lado a otro. A los tres meses regresó a Alcublas. En la Chelvana, de camino a casa, iba pensando en todo , repasando en su cabeza, lo que diría, lo que callaría,se sentía más perdida que nunca. Bajó del autobús y su madre con pocas palabras le ayudó a recoger el equipaje, solo con gestos y sin besos se fueron a casa, una delante de otra y ella en la cola. A la mañana siguiente el cielo estaba gris, el frio se le arrapaba al cuerpo, con la humedad de la lluvia, tenía los pies fríos y la lumbre no prendía bien, se frotaba las manos “juntico” al fuego y estiraba el mantón negro para crecerlo y cubrirse el pecho. Sentía el frio fuera, pero dentro, tenía el corazón roto y le crujían los sesos, cansada de dormir mal y arrebujarse en las sabanas, de tirar de la manta para darla de sí ,a ver si calentaba un poco más. Estaba “nubla” y de mal genio, quería su malta de la mañana y tiritando calentó el agua. No tenia pan, no quedaba ni un “trocico” del pan de rollo, ni un mendrugo que tirarse al cuerpo aquella puñetera mañana. Cogió el “cociol” del agua y llenó la palangana, se lavó la cara, el agua estaba fría y arañaba la piel, renegó de su mala suerte, después alertada por el miedo, se santiguó y miró el crucifijo, deseando por lo bajo, que Dios si en algún sitio estaba, se acordará un poco de ella, que ya le hacía falta un empujoncito. Se peinó, mirándose a trozos, entre el espejo y la ventana, tenía que salir de casa … con aquel tiempo. Subió la rocha hasta el Planillo y en la “esquinica” del horno, lo vio, allí estaba él, como un señor, vestidito de domingo, “afeitaó” y “engominaó”, había hecho cola en el barbero. Tieso, engreído, con el meneíto, de a los que no tose, ni dios, “plantaó”, con sus amigotes a ritmo de carcajada. No podía mirarle sin sentir que se rompía toda, se agarró con fuerza el chal y estirando el cuello como una dama erguida ,paso por delante. Callaron, se hizo silencio, mientras ella pasaba y al instante, un cuchicheo hiriente y perverso con una sonrisa ahogada, se escucho bajito, como un viento mal intencionado.

Ella no respiró. Y no perdió el arte de mover las caderas… hacia ninguna parte. El silbó. Aquel silbidito que dice: que si… y que no. Cogió el pan y empezaba a chispear, sin parar de pensar con la cabeza hecha un lio iba repasando el recuerdo de aquella maldita noche de agosto:La fiesta, el baile..aquellas

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palabras susurradas al oído, aquellas manos ligeras en aquel portal, esas estrellas cómplices de un oscuridad propicia para los amantes, la fuente de San Agustin… Entró en la iglesia, Don Alejandro no estaba, mejor así. En el fondo, no quería explicarle nada al cura, que vergüenza contarle aquellas cosas, cogió y de rodillas, juntando las manos, como con rabia, empezó a “Aves María”, hasta que quedó exhausta. La virgen no respondía, la iglesia vacía, los bancos en fila, el olor de las velas y las flores marchitas, la oscuridad, aquel olor. Se sintió muy sola, muy pequeña, muy perdida. Sintió un gran mareo ,cayó, notó una humedad que se deslizaba entre sus muslos, un fluido viscoso parecido al agua, se desparramaba desde sus entrañas sin ensuciar nada, y un olor dulzón desconocido acompañaba a aquel líquido imparable, a un adiós definitivo . Cerró los ojos, sabía que pasaba, se había roto por dentro, de tanto desearlo, de tanto rezar a la Virgen se había hecho milagro, no quedaba nada por lo que esconderse. Se sintió tan triste, tan vacía, tan muerta. Nunca creyó que el corazón doliera hasta aquel punto rompió a llorar, pero, por dentro, sin que nadie supiera que su corazón exhalaba tantas ganas de morirse, de dejar la vida. En aquella iglesia todo se convirtió en olvido.. Las malas lenguas explican, que: “Él vino en un barco, con nombre extranjero… y entre sus labios, se dejó olvidado, el beso de amante… que la enveneno.” No saben, que los besos hurtados de un mal amor, una noche de agosto, bajo las estrellas,cerca de la Plaza de San Agustín, en un no saber… decir que.. no. Fueron cien por cien, alcublanos.