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CARLOS CHORDÁ

Ciencia para Nicolás

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www.puntodelectura.com/es/

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Carlos Chordá nació en Castellón en 1965 y

vive en Tafalla, Navarra. En 1988 se licenció en

Ciencias Biológicas en la Universidad de Nava-

rra y en 1994 se doctoró en el Departamento

de Hematología de esa Universidad. Desde

1996 desarrolla su labor como profesor de Bio-

logía y Geología, Física, Química y Matemáticas

en la etapa de Secundaria en el colegio de las

Escuelas Pías de Tafalla. Su formación en inves-

tigación, su pasión por la lectura de ensayos

científicos y, sobre todo, su actividad como do-

cente le han inspirado Ciencia para Nicolás, su

primer libro.

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CARLOS CHORDÁ

Ciencia para NicolásPrólogo de Javier Armentia

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© 2004, Carlos Chordá Navarro© De la primera edición: Editorial Laetoli, S.L., 2005 © De esta edición: 2006, Santillana Ediciones Generales, S.L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España)Teléfono 91 744 90 60www.puntodelectura.com

Reservados todos los derechos

ISBN: 978-84-663-6842-1Depósito legal: B-23.886-2009Impreso en España – Printed in Spain

Diseño e ilustración de cubierta: © Jesús Acevedo

Primera edición: octubre 2006Segunda edición: mayo 2009

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

Todos los derechos reservados. Esta publicaciónno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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Para Leyre e Íñigo

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Índice

Carta de Nicolás a Carlos Chordá, por Javier Armentia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

La ciencia es bella . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

11. Las palabras de la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2512. ¿Qué es la ciencia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4513. El alma de la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7714. Cuenta con el mol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11915. Infinito es mucho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13316. Lo ves o no lo ves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15717. Evita problemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19318. Incultura científica, simplemente incultura . . . . 22119. Una invitación a la ciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257

Anexo 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271Anexo 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273Anexo 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281Sigue leyendo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283

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Javier ArmentiaCarta de Nicolás a Carlos Chordá

Querido maestro,

Permíteme que aproveche la introducción del libroque me dedicas para escribirte yo. Sé que no es habitual,porque este texto lo has hecho pensando en mí, y no alrevés. Por otro lado, seguro que para los lectores puedeser un poco confuso: esperaban encontrar “ciencia paraNicolás” y me encuentran a mí escribiéndote una carta.Contigo he aprendido, sin embargo, que la ciencia nostiene que preparar incluso para sorpresas como ésta.Aunque no sé si la ciencia o más bien la paciencia: ya sécuánto cuesta enseñar ciencia. Por eso te escribo como“maestro”, reconociendo, más que mi incapacidad inicialpara encontrar algo entretenido en lo que nos ibas a ha-cer estudiar, la capacidad —tan generosa— con que aco-metiste esa labor, cómo has conseguido entretenernos yconvencernos de que no estábamos perdiendo el tiempo.

Hace poco, cuando se produjo el maremoto de In-donesia, el día de Navidad de 2004, me enteré de una no-ticia curiosa: una niña, que estaba en una playa turísticaen Malasia, se fijó en que el agua de la costa se retiraba agran velocidad, cómo burbujeaba todo... y recordó que su

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profesor de ciencias le había explicado que algo así suce-día antes de la llegada de un tsunami. La niña alertó a sufamilia y ellos corrieron la voz, consiguiendo que, al me-nos en esa playa, se salvaran cientos de personas que hu-yeron rápidamente antes de la llegada de la ola asesina.¿No te suena como una apología perfecta de la necesidadde la ciencia? Por supuesto, cuando pensamos que aúnsomos incapaces de pronosticar o predecir tantas catás-trofes naturales, esa historia se nos queda como un pe-queñito homenaje a los buenos maestros. También, ahoraque lo pienso, la casualidad hizo que esa niña tuviera unospadres que hacen caso a los hijos. Lo más probable es queotros padres le hubieran contestado cualquier cosa, “an-da, nena, sigue jugando con tus castillos”, que los adultosno suelen ser, precisamente, tampoco unas lumbreras enesto de la ciencia. Imagino que algo así también te lo ima-ginabas tú al escribir este libro. Que aunque lo has titula-do Ciencia para Nicolás, también es ciencia para los padresde Nicolás. Los míos y los de otros, desde luego.

A lo que iba. Uno va, con los años, dándose cuentade lo importante que es tener un maestro. Y entonces va-lora más poder llamarse Nicolás y estar contigo, leyendoy emocionándonos juntos con esa aventura humana tansorprendente que es la ciencia. A pesar de que sigamossiendo casi analfabetos totales, a pesar de que vivamos enuna sociedad que ni valora ni comprende su importancia,a pesar de que tan fácilmente caigamos en las manos dequienes se visten de ciencia para vendernos misterios oproductos milagrosos.

A todo esto, ¿sabes que ahora cuando estoy viendolos anuncios de la televisión no puedo dejar de fijarme en

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las tonterías que dicen? Esas palabras rimbombantes,que antes me parecían tan sólidas como el libro de texto,ahora me hacen fruncir el ceño y recordar que no siem-pre lo que parece científico lo es realmente. El otro díamiraba un anuncio de un champú que debe ser maravi-lloso, a juzgar por la belleza de la modelo casi desnudaque aparecía. Supuestamente, el producto tenía unosaminoácidos capaces de regenerar las proteínas del peloy mantenerlo suave y brillante durante más tiempo.“¡Ja!”, solté en alto, y mi madre se quedó como asustada.“Es que todo lo que dicen es una tontería, mamá”, le ex-pliqué. “Una majadería sin sentido”. Creo que le voy adejar a mi madre este libro, para que se entere un poco.A ella, como a muchos otros, consiguieron meterle en elcuerpo una ignorancia y un miedo a la ciencia que meparece sorprendente. Aunque a mí me ha costado tam-bién cambiar de actitud.

Leía no hace mucho uno de esos informes que eva-lúan el conocimiento que tenemos los jóvenes de dife-rentes materias al salir de la educación obligatoria. EnEspaña, aunque también en muchos otros países euro-peos —con la excepción curiosa de Finlandia— se detec-taba no sólo que no se aprendía casi nada, sino que ademásexistían unas actitudes más bien de odio y temor a cosascomo las matemáticas, la física y otras ciencias. Muchomás de lo que pasaba con la historia o la literatura, y esoque en esas materias tampoco se llegaba a aprobar alsistema educativo. Me temo que hay un problema gordo,muy gordo, en las actitudes y los valores. Del alumnadoy del profesorado también. Eso, claro está, aparte dela falta de medios y la desidia bastante patente de la

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administración responsable (responsable de nombre,porque visto lo visto...). Por eso me he animado a escri-bir esta carta: porque con tu “ciencia para Nicolás” abresun camino que podría cambiar esa situación. Si tenemosque aprender una serie de contenidos, unos métodos, pa-ra poder movernos en un mundo que está continuamen-te empeñado en hacernos la vida casi imposible, ¿cómono exigir una mayor preocupación en conseguir los obje-tivos sin matarnos de aburrimiento, o sin dejarnos con laconvicción de que “eso no es para nosotros”?

Ahora, con tu libro, he vuelto a recordar que muchosde los conceptos de eso que llamamos “ciencia” los tene-mos por todos los sitios. Considerando lo que me va to-cando vivir, creo que lo más útil de todo es ese espíritu crí-tico que intentabas transmitirnos y del que este libro estálleno. A menudo nos hablabas de lo engañosa que es nues-tra intuición. ¡Cuánta razón tienes! Los mayores bataca-zos nos los pegamos por seguir esa intuición, que a menu-do es también inercia, seguir la corriente o lo más fácil.Porque está claro que salirnos de ese camino cuesta traba-jo, mucho trabajo, y no siempre estamos con ganas. Porno discutir, por no mirarlo en Internet o en la enciclope-dia… Mejor dejarlo así. Sin embargo, le he cogido gusto aimaginar lo que implica algo que nos dicen. “Si esto es así,entonces…”, me digo, y lo voy llevando. A menudo descu-bro un absurdo o uno de esos infinitos de los que nos ha-blas en el libro. Otras veces, también, me gusta establecerun “modelo”. De hecho, me he dado cuenta de que nospasamos el día realizando modelos de todo lo que vemos.

Estábamos el fin de semana discutiendo sobre lascampañas de Tráfico con el asunto de los jóvenes, la

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conducción y la bebida. Siempre se nos culpabiliza de todo.Y, sin querer negar la evidencia —que mucha gente aga-rra el coche completamente borracha, y que vamos muyrápido, porque es así, una descarga de adrenalina— locierto es que a veces se nos criminaliza por el hecho deser jóvenes. El otro día leía unas cifras de accidentes enun fin de semana. De los muertos ese sábado por la no-che (qué horror, cómo asumimos esa cuota de muertecomo si no fuera con nosotros) había un 20% de meno-res de 30 años, según informaba la radio. La conclusiónde los tertulianos era clara: los jóvenes eran un peligro alvolante. Sin embargo, me puse a pensar en qué propor-ción de los conductores de fin de semana por la nocheson menores de 30 años. ¿Una tercera parte? Quizá más.Igual la mitad. Sin embargo, sólo una quinta parte de losaccidentes correspondían a esos jóvenes. Por otro lado,en la noticia tampoco se especificaba si los jóvenes muer-tos eran conductores, pasajeros o habían sido sin másvíctimas (otro coche había chocado contra ellos). Total,que me daba la sensación de que quizá el “efecto juven-tud” no era el más importante. Igual ni existía tal comose nos estaba vendiendo.

Tengo que confesarte que, por mucho que nos lo ex-plicaras, y aunque aquí en el libro lo cuentas tan bien, esode la resolución de problemas resulta a veces muy difícil.¿Cómo encontrar en la vida real el enunciado correcto delas cosas, entender cuáles son las variables que tienen quever con el asunto, antes de plantearte siquiera una posiblerespuesta? Ojalá todo fuera tan sencillo como aquellosodiosos problemas de poleas y planos inclinados. Aunquemirándolos ahora con cierta distancia, me sorprendo de

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que fuera capaz de seguir todo el proceso hasta llegar alresultado. Me da la sensación de que en la vida real, sinembargo, no encaramos los problemas con ese tipo de ac-titud científica, sino demasiadas veces guiados más pornuestros prejuicios. Así nos luce el pelo, maestro.

En fin, mi carta ha sido más larga de lo que quería.Me alegro mucho de que te hayas animado a recoger to-das esas vivencias de la ciencia en un libro, y sobre todoque me lo hayas dedicado. Estoy convencido de que amuchos otros como yo les permitirá darse cuenta de quela ciencia es parte tan íntima de nuestra cultura que se-pararlas, o incluso enfrentarlas, no tiene sentido. Ojaláque la gente, antes de irse al homeópata, llamar al telé-fono de un vidente o comprar inventos como el imánque mejora la calidad del agua, piense un poco en lo queestá comprando, en qué implica lo que le cuentan y có-mo esos timos (sofisticados o no) se aprovechan denuestra incultura.

Estoy convencido de que la ciencia que me presen-taste, Carlos, me ha hecho más libre. Más crítico, másresponsable. ¿Fue Newton quien dijo que estaba con-tento por haber llegado a donde había llegado pues ca-balgaba a hombros de gigantes? Se refería a los científi-cos del pasado, a la gente que supo hacerse preguntas aveces incómodas y evitó las respuestas complacientes.Siempre que caminemos por la ciencia iremos a hom-bros de gigantes. Pero si lo olvidamos, tendremos quereiniciar el camino. O perdernos entre los engaños delas falsas ciencias.

En fin, espero que los lectores puedan disfrutar tan-to como yo lo he hecho recordando esas clases en las que

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entrábamos sin saber lo que iba a pasar. Al final del cami-no, como me ha pasado al llegar al final del libro, he mi-rado hacia atrás y me he dado cuenta de lo mucho quehabíamos andado.

Lo malo es que también sé que esto solo es el co-mienzo y que quedan muchos más caminos por reco-rrer. Espero que puedas seguir ayudándome a dar pasosseguros.

Un abrazo,

Nicolás

Nota de Javier Armentia:

Cuando me solicitaron que escribiera un prólogopara este libro no conocía aún a Nicolás. La lectura de sucarta me hizo entender que apenas podría aportar nadamás. Me permití robarle entonces sus palabras, porquetodos somos como este Nicolás que, a pesar del descono-cimiento, el miedo o el rechazo, podemos encontrar quela descripción del mundo en que vivimos resulta más ní-tida y enriquecedora si echamos mano de la ciencia. Po-siblemente, además, sólo con ella podemos realmente al-canzar a disfrutarlo plenamente.

Pamplona, 1 de enero de 2005Año Internacional de la Física

Cuarto Centenario de la publicación del Quijote

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La ciencia es bella

Produce una inmensa tristeza pensar quela naturaleza habla mientras el génerohumano no escucha.

Víctor Hugo

Tengo la gran suerte de ser profesor de ciencias en se-cundaria, lo que, además de permitirme estar en contac-to con gente joven como tú, Nicolás, me obliga a mante-ner la mente bien despierta. Los profesores pretendemosque nuestro mensaje llegue a los cerebros de los alumnoscon la menor distorsión posible. Eso se consigue con unadoble estrategia. Por un lado, se trata de captar vuestraatención durante la mayor parte del tiempo, y para elloes necesario transmitir la propia pasión por lo que unoenseña. Por otro, se hace necesario en muchas ocasionespresentar la información desde ángulos que nunca anteshabíamos tenido en cuenta.

Ser profesor de ciencias me ha permitido constatarque lo que se pretende en los planes de estudio es que losalumnos terminéis aprendiendo, sobre todo, conoci-mientos adquiridos por la ciencia: desde las leyes deNewton al funcionamiento del riñón humano, desde laformulación de las oxisales hasta la fotosíntesis, desdela polinización hasta la deriva continental. Sin embar-go, apenas comienza ahora a aparecer en los planes de

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estudio de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO)una breve unidad didáctica en la que se explica en quéconsiste la ciencia. En mi opinión, este pequeño cambioes positivo, pero insuficiente.

La ciencia es una herramienta muy poderosa paradescifrar el funcionamiento del mundo, y no hay másque estar un poco atento a nuestro alrededor para com-probar que muy pocas personas comprenden no solo có-mo funciona dicha herramienta sino también qué la dife-rencia de otras actividades humanas relacionadas con laadquisición del saber, algunas tan válidas como la filoso-fía, y otras, como las que podríamos denominar pseudo-ciencias, cuando menos erróneas.

Un conocimiento más profundo de los modos deactuar de la ciencia puede proporcionar a todas las per-sonas el fundamento en el que basar un sentido crítico yun sano escepticismo, en el buen sentido de la palabra,para caminar por la vida de una forma más racional y, meatrevería a añadir, con más libertad. Eso sin olvidar quela cultura científica —si es que se puede poner calificati-vos a la cultura— es en sí misma una inmensa fuente desatisfacción para quien la posee. En definitiva, creo queconviene promover el conocimiento de las “interiorida-des” de la ciencia, así como la reflexión sobre qué es real-mente esa forma de pensar que ha permitido en los últi-mos siglos la aparición, para bien o para mal, de unasociedad a la que podríamos calificar como científico-técnica: la nuestra.

A partir de estas reflexiones me he animado a escribireste libro. En él abordo la ciencia y sus modos de actuar, ylo escribo a partir de ideas que he ido “coleccionando”,

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motivado por el contacto con mis alumnos y por charlasintrascendentes de sobremesa. Por eso te lo dirijo a ti, Ni-colás, uno de mis últimos alumnos. Imagino que bastantesotros lectores serán como tú, estudiantes adolescentes deenseñanzas medias. Sin embargo, pretendo que el abanicode esos posibles lectores sea lo más amplio posible.

Además de a ti y a otros estudiantes, este libro pue-de resultar interesante a vuestros padres, que muchas ve-ces intentan colaborar en vuestros estudios, a otros pro-fesores de ciencias naturales, a quienes ya abandonaronhace tiempo los estudios y quieren recordar conceptosque han escapado de su memoria, a quienes por unas uotras razones no tuvieron la ocasión de completar los es-tudios básicos, a quienes sienten dudas cuando se les pre-senta la información científica y, sobre todo, a quienestienen alguna inquietud por comprender en qué consistela labor de los científicos y sospechan que no es oro todolo que reluce cuando se apela a la ciencia como garantede muchas presuntas verdades.

Al fin y al cabo, continuamente estamos oyendoopiniones, y emitiéndolas, sobre temas de honda raízcientífica como la validez farmacológica de determinadassustancias, actuaciones medioambientales, dinero desti-nado a la investigación, genética humana, etc. En todosesos asuntos las decisiones que se toman son de gran re-levancia y tenemos derecho a saber e incluso a decidirpor nosotros mismos. No es, sin embargo, el propósitode este libro explicar en qué consisten dichas cuestiones.Aunque sí me gustaría lograr con él despertar tu curiosi-dad, y la de otros lectores, y motivarte a buscar respues-tas a las dudas que puedas tener al respecto.

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Con este libro, por tanto, no pretendo divulgar co-nocimientos científicos. Haré referencia a alguno de elloscuando sea necesario, o como ejemplo que te ayude a en-tender la idea principal, además de para hacer más lleva-dera tu lectura. Pero insisto en que mi interés se centra enque conozcas mejor los fundamentos de la ciencia.

En el primer capítulo, “Las palabras de la ciencia”,hago un repaso a las relaciones entre la ciencia y el idio-ma, ya que conocemos los logros de aquélla gracias a éstey muchas de las palabras de la calle forman parte delmundo de la ciencia. En “¿Qué es la ciencia?”, abordo es-pecíficamente lo que se ha dado en llamar el métodocientífico, es decir, el proceso lógico que conduce desdeel planteamiento de un problema hasta el establecimientode una ley científica. En el tercer capítulo, “El alma de laciencia”, una vez asumido que la medición es el procesoprincipal del método científico, planteo el acierto del es-tablecimiento del Sistema Internacional de Unidades eintento que se comprendan las principales magnitudes.Una de la unidades básicas del Sistema Internacional ladejo para el capítulo siguiente, “Cuenta con el mol”, yaque mi experiencia docente me ha enseñado que es unode los conceptos que a los alumnos de secundaria más oscuesta captar. Ello me dio la idea de dedicar un capítulo aotro de los conceptos que tradicionalmente plantea difi-cultades a alumnos como tú, en este caso por su abstrac-ción: el capítulo quinto, “Infinito es mucho”. En “Lo veso no lo ves” pretendo motivarte para que cuando estés le-yendo un texto científico —o, simplemente, un libro detexto— visualices lo que se te presenta: no solo lo conoce-rás con más exactitud, sino que, en muchos casos, te

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sorprenderá. El capítulo séptimo, “Evita problemas”, esquizás el más específico para los estudiantes. Como su tí-tulo indica, consiste en una serie de consejos que preten-den facilitar la resolución de los problemas y ejerciciosque acompañan a vuestro aprendizaje de las ciencias, porlo que quien no sea estudiante muy bien puede prescindirde él. Sin embargo, sí que recomiendo a todos la lecturadel capítulo siguiente, “Incultura científica, simplementeincultura”, donde hago un repaso de algunos efectos quetiene la ignorancia de las ciencias tanto sobre la sociedadcomo sobre el individuo. Finalmente, el capítulo noveno,“Una invitación a la ciencia”, pretende sobre todo, Nico-lás, que no olvides que la ciencia nos proporciona unaforma de pensar racional, que modifica nuestro mundo apasos agigantados y que, además, es bella.

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