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COMUNIDAD DE SANTA CLARA
SANTA KLARA KOMUNITATEA
Hoja Dominical nº 353 – 29 de octubre de 2017
Lectura del santo evangelio según san MATEO 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar
a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le pre-
guntó para ponerlo a prueba: –Maestro, ¿cuál es el man-
damiento principal de la Ley?
Él le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todo tu ser».
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es
semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los pro-
fetas.
Palabra del Señor
El amor místico antes
ha sido carnal, es de-
cir, el amor no es una
idea sino un pálpito
real de carne y sangre,
que se traduce en un
abrazo, un apretón de
manos o un beso.
ORACION Te damos gracias, Padre nuestro, porque nos has enseñado la uni-dad del amor haciéndote uno con nosotros. Que nuestra religiosi-dad sea siempre compromiso y nuestro compromiso sea religio-sidad.
COMENTARIO- Amar a Dios y al prójimo
Los primeros libros de la Biblia hebrea contienen las principales leyes del an-tiguo pueblo de Israel. Leyes políticas, sociales y religiosas convivían forman-do una unidad. Por si éstas fueran pocas, los fariseos añadieron una serie de mandatos que, aunque no estaban escritos en la Ley, se habían transmitido de forma oral. Y el resultado fue una carga abrumadora de preceptos para la gente. Los pobres y los campesinos, que no conocían la Ley de Dios en pro-fundidad, se veían incapaces de cumplir tanto mandato.
La pregunta del fariseo experto en la Ley es muy lógica. Desea saber cuál es el mandamiento más importante. Y Jesús, que quiere que los humildes y senci-llos tengan acceso a Dios, simplifica tantos mandamientos. Lo importante de la respuesta de Jesús es la relación que establece entre el amor a Dios y amor al prójimo. Los dos deben estar juntos. Si se pres-cinde de cualquiera de ellos, todos los mandamientos pierden su sentido.
SABÍAS QUE... El Buen Pastor. Frente al dios-juez de los fariseos, esús propone a Dios como «Buen Pastor»: Yahvé cuida a
su pueblo como el buen pastor que ofrece la vida por sus ovejas. El profeta Ezequiel, siglos
antes de que naciera Jesús de Nazareth, describió las acciones del Buen Pastor en favor de
su pueblo (Ez 34). Jesús de Nazareth hizo suya esta idea y vivió de tal manera que sus discí-
pulos, viéndole, comprendieron que era el buen pastor anunciado por el profeta Ezequiel.
La imagen del «Buen Pastor» es la imagen más veces dibujada en las catacumbas cristianas
de Roma.
ORACIÓN
Señor, cumplimos y obedecemos muchas normas y muchas leyes... pero nos olvidamos del amor.
Señor, nuestros días están llenos de comodidades y caprichos... pero olvidamos la solidaridad.
Señor, exigimos nuestros derechos y el respeto que se nos debe... pero olvida-mos la justicia.
Señor, ayúdanos a hacer del amor la primera y más grande de todas las preocupaciones.
REFLEXIÓN
Dios y prójimo: dos realidades in-
separables
Podemos hacer una separación,
quizá muy simple, pero correcta,
de nuestro comportamiento reli-
gioso con los demás. Entendiendo
que Dios es «alguien» a quien
amar, y no un sentimiento interior
difuso y confuso.
Los que aman a Dios
Todos conocemos a predicadores, catequistas, religiosos, padres y madres de
familia, gente de bien, que insisten en que hay que amar a Dios sobre todas las
cosas. Primero es Dios; luego lo demás. Pero quizá la cosa no sea tan sencilla.
Pronto saldrán frente a estos defensores a ultranza de Dios, aquellos que nos re-
cuerden que «a Dios rogando y con el mazo dando»; no basta con apelar a la divi-
nidad, sino mojarse, comprometerse, jugarse el tipo. Otros, más duros, nos re-
cordarán que «obras son amores, y no buenas razones». El riesgo, siempre per-
manente, de vivir solo para Dios dejando a un lado la realidad cotidiana, las per-
sonas que sufren, es un camino que conduce al fundamentalismo religioso. Un
cristiano no puede transitar por él.
Los que aman al prójimo
En la otra parte de la escena aparecen aquellos que piden amar al ser humano
concreto, antes e incluso independientemente del amor a Dios. Es más, se atre-
ven a cita la Escritura, cuando nos pregunta de forma incisiva, apelando a nuestra
conciencia: ¿cómo dices que amas a Dios a quien ves, si no amas al prójimo, a
quien no ves? Los tiempos en los que nos movemos son propensos a esta según a
opción. Hace años pensábamos, quizá ingenuamente, que solo los cristianos o los
creyentes de corazón noble podían entregar su vida por los demás. Hoy sabemos
por experiencia, conocemos con nombres, a personas y grupos que trabajan por
los demás sin que hagan una profesión explícita de fe religiosa.
La clave es unir y no separar
Los judíos recitaban y recitan el Shema, oración diaria al amanecer y al
atardecer. En ella recuerdan la unicidad de Dios y que solo a Dios se puede
adorar, en un gesto inequívoco de amor. La Escritura, de la misma forma,
recuerda en el libro el Levítico que Dios manda amar al prójimo. No se
trata de un mandamiento aislado, pues en el libro del Éxodo, tal como lee-
mos en la primera lectura, Dios prohíbe explícitamente abusar de los po-
bres; si ellos gritan, Dios los escuchará e intervendrá. El Dios de Israel está
con los débiles y pequeños. Jesús, que transparenta el rostro humano del
Dios misericordioso, une los dos. No se pueden disociar; no hay contradic-
ción posible entre ellos. Este es el reto para el cristiano del siglo xxi: amar
a Dios sobre todas las cosas, amando al prójimo débil, pequeño, empobre-
cido; y amar a la persona que camina contigo, incluso en lo más extremo,
amándola a ella, y amando en ella a Dios. ¿Es posible? Seguro que sí.
1. EL CONTEXTO. La espiritualidad autorreferencial La sociedad en la que estamos nos ahoga. “Un mundo sin hogar”, lo llamaba el so-ciólogo Peter L. Berger. Y la gente busca ese hogar cálido y humanizador, lejos del entramado hostil de una civilización fríamente funcional y unidimensional. La gen-te busca el espíritu y lo espiritual. Y surgen una enorme cantidad de ofertas espiri-tuales muy variadas, pero casi todas ellas en una misma línea que a veces es difícil distinguir: encontrar y amar a un dios que me ayude a estar bien conmigo mismo. Escapada a un mundo lejos de la tierra pero unificado en un “todo” global cósmico. Muchas veces, un amor sin tierra. Muchas veces, un amor autorreferencia, como lo llama el papa Francisco, un amor sin trascendencia ni alteridad: un amor “intrascendente”… Una aparente humanización deshumanizadora. 2. LA OFERTA DEL EVANGELIO. La alteridad del amor Amor a Dios y al prójimo son una sola y única realidad. Es la experiencia de Jesús, su experiencia del Abbá y el Reino como una única realidad. Lo “profano” es sagra-do, porque el otro, frente a mí, es Dios para mí y conmigo, más aún si el otro es el herido o es incluso mi enemigo. Sólo se ama a Dios amándole en el prójimo que necesita ser amado: enfermo, desnudo, encarcelado, hambriento, extranjero… Dios débil y pedigüeño y el hombre engrandecido por encima de sí mismo. El au-téntico amor es humanizante.