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CON EL AMOR NO SE JUEGA ALFRED DE MUSSET Versión: Mg. Gonzalo Jiménez Mahecha

Con El Amor No Se Juega

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CON EL AMOR NO SE JUEGA

ALFRED DE MUSSET

Versión:Mg. Gonzalo Jiménez Mahecha

UNIVERSIDAD DE NARIÑOSAN JUAN DE PASTO

2010

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ALFRED DE MUSSET

Escritor francés, nacido en París (1810-1857). Renunció a sus estudios de derecho y medicina al imponerse su afición por la literatura. En 1829, publicó Cuentos de España y de Italia, que obtuvieron cierto éxito. En 1833 vio la luz el volumen poético Nolla, donde Musset dio expresión al llamado mal del siglo, del que se convirtió en uno de sus más insignes representantes. De igual modo, puede apreciarse ese desencanto artístico, cercano al hastío existencial, en su novela autobiográfica La confesión de un hijo del siglo (1836), donde, además, relata su aventura sentimental con George Sand durante un viaje a Venecia. Su obra poética, de la que se destacan sus diversas Noches (1835-1837),

lo sitúa como uno de los principales escritores franceses del romanticismo, posición reafirmada por su teatro, si bien, en éste, no logró los mismos niveles de intensidad expresiva que en su obra lírica.

PERSONAJES

EL BARÓNPERDICAN, su hijo.MAESTRO BLAZIUS, ayo de Perdican.MAESTRO BRIDAINE, cura.CAMILA, sobrina del barón.SEÑORA PLUCHE, su aya.ROSETTE, hermana nutricia de Camila.CAMPESINOS, CRIADOS, etc.

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ACTO I

Escena primera — Una plaza ante el castillo. MAESTRO BLAZIUS, SEÑORA PLUCHE, EL CORO.

EL CORO Mecido con suavidad sobre su mula fogosa, el señor Blazius avanza sobre los acianos floridos, con vestido nuevo, con el estuche de lápices a su lado. Como un bebé sobre la almohada, se balancea sobre su vientre rollizo, y con los ojos semicerrados, masculla un Pater noster en su triple mentón. (Al maestro.) Salud, maestro Blazius; usted llega a tiempo para la vendimia, parecido a una ánfora antigua. MAESTRO BLAZIUSQue los que quieran aprender algo importante me traigan aquí primero un vaso de vino fresco.EL COROEsta es nuestra mejor escudilla; beba, maestro Blazius; el vino es bueno; usted va a hablar luego.MAESTRO BLAZIUSVan a saber, hijos míos, que el joven Perdican, hijo de nuestro señor, acaba de llegar a su mayoría de edad y que se recibió como doctor en París. Hoy mismo regresa al castillo, con la boca muy llena de modos de hablar tan bellos y tan floridos, que las tres cuartas partes del tiempo no se sabe qué responderle. Toda su graciosa persona es un libro dorado; no ve una brizna de hierba en la tierra, que no les diga en latín cómo se llama; y cuando ventea o llueve, les dice con mucha claridad por qué. Abrirían unos ojos tan grandes como esa puerta, al verlo cómo desenrolla uno de los pergaminos que ha pintado con tintas de todos los colores, con sus propias manos y sin decírselo a nadie. En fin, es un fino diamante de pies a cabeza y eso es lo que vengo a anunciarle al señor barón. Creen que eso me produce alguna satisfacción, a mí, que soy su ayo desde los cuatro años; así, entonces, mis buenos amigos, traigan una silla, para que me baje de esta mula sin romperme la crisma; la bestia es un poco rebelde y no me disgustaría aun beber un trago antes de entrar.EL COROBeba, maestro Blazius, y recupere sus ánimos. Vimos nacer al pequeño Perdican y no era necesario, cuando usted llega, que nos dijera tanto. ¡Podíamos volver a hallar al niño en el corazón del hombre!MAESTRO BLAZIUSCaramba, la escudilla está vacía; no creí que lo había bebido todo. Adiós, preparé, cuando trotaba sobre la ruta, dos o tres frases sencillas que le van a agradar a monseñor; voy a tocar la campana. (Sale.)EL CORO Duramente sacudida sobre su asno casi ahogado, la señora Pluche sube la colina; su escudero helado aporrea con el brazo al pobre animal, que cabecea, con un cardo entre los dientes. Sus largas piernas delgadas patalean de cólera, mientras que, con sus manos huesudas, ella araña su rosario. (A la señora.) Hola, buenos días, señora Pluche, usted llega como la fiebre, con el viento que amarillea a los bosques. SEÑORA PLUCHE¡Un vaso de agua, pícaros, un vaso de agua y un poco de vinagre!EL CORO¿De dónde viene, Pluche, amiga?, sus falsos cabellos están enpolvados; ese es un tupé estropeado y su casto vestido se ha remangado hasta sus venerables ligas.

SEÑORA PLUCHE

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Sepan, patanes, que la bella Camila, la sobrina de su señor, llega hoy al castillo. Dejó el convento por orden expresa de monseñor, para venir en su momento y lugar a tener, como se debe, el gran legado que le dejó su madre. Su educación, a Dios gracias, terminó; y los que van a verla tendrán la alegría de aspirar una memorable flor de sabiduría y de devoción. Nunca nadie tuvo alguien tan puro, tan angelical, tan tierno y tan ingenuo como esta querida y única persona, ¡que el Señor Dios del cielo la guíe! Así sea. Compórtense, pícaros; me parece que tengo las piernas hinchadas. EL COROAlísese, honrada Pluche, y cuando le ruegue a Dios, pida la lluvia; nuestros trigos están tan secos como sus tibias.SEÑORA PLUCHEUstedes me trajeron el agua en una escudilla que huele a cocina; denme la mano para bajar; ustedes son unos brutos y unos maleducados. (Sale.)EL COROPongámonos nuestros vestidos de domingo y esperemos que el barón nos haga llamar. O mucho me equivoco o algún alegre jolgorio se respira en el aire hoy. (Salen.)

Escena 2 – El salón del barón. Entran EL BARÓN, el MAESTRO BRIDAINE y el MAESTRO BLAZIUS.

EL BARÓNMaestro Bridaine, usted es mi amigo; le presento al maestro Blazius, ayo de mi hijo. Ayer por la mañana, a mediodía y ocho minutos, mi hijo cumplió veintiún años justos; es doctor en cuatro materias. Maestro Blazius, le presento al maestro Bridaine, cura de la parroquia, que es mi amigo.MAESTRO BLAZIUS, que saluda.¡En cuatro materias, señor!: literatura, botánica, derecho romano, derecho canónico.EL BARÓNVaya a su alcoba, querido Blazius, mi hijo no va a tardar en llegar; aséese un poco y regrese cuando suene la campana. (Sale el maestro Blazius.)MAESTRO BRIDAINE¿Le diré lo que pienso, monseñor?, al ayo de su hijo le huele a vino la boca. EL BARÓNEso es imposible.MAESTRO BRIDAINEEstoy tan seguro de eso como de mi vida; luego me habló desde muy cerca; olía a vino que daba miedo.EL BARÓNDejemos eso; le repito que eso es imposible. (Entra la señora Pluche.) ¡Ahí está, buena señora Pluche! ¿Sin duda mi sobrina está con usted?SEÑORA PLUCHEElla me sigue, monseñor, me le adelanté algunos pasos.EL BARÓNMaestro Bridaine, usted es mi amigo. Le presento a la señora Pluche, aya de mi sobrina. Desde ayer, a las siete de la noche, mi sobrina llegó a la edad de dieciocho años; sale del mejor convento de Francia. Señora Pluche, le presento al maestro Bridaine, cura de la parroquia; es mi amigo. SEÑORA PLUCHE, que saluda.Del mejor convento de Francia, señor, y puedo añadir: la mejor cristiana del convento.EL BARÓNVaya, señora Pluche, arréglese un poco; mi sobrina va a llegar pronto, espero; esté lista para la hora de la cena. (La señora Pluche sale.)

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MAESTRO BRIDAINEEsa vieja damisela parece completamente llena de unción.EL BARÓNLlena de unción y de compunción, maestro Bridaine; su virtud es irreprochable.MAESTRO BRIDAINEPero el ayo huele a vino; tengo esa certeza.EL BARÓN Maestro Bridaine, hay momentos en que dudo de su amistad. ¿Tiene como tarea contradecirme? Ni una palabra más sobre eso. He tenido la idea de casar a mi hijo con mi sobrina; esa es una pareja perfecta: su educación me ha costado seis mil escudos.MAESTRO BRIDAINEVa a ser necesario lograr unas dispensas.EL BARÓNLas tengo, Bridaine; están sobre la mesa, en mi gabinete. ¡Oh, amigo mío!, oiga ahora cuán pleno de alegría estoy. Usted sabe que desde siempre le tuve un profundo horror a la soledad. Sin embargo, el lugar que ocupo y la seriedad de mi traje me obligan a permanecer en este castillo durante tres meses de invierno y tres de verano. Es imposible alcanzar la felicidad de los hombres en general, y de sus vasallos en particular, sin dar a veces al ayuda de cámara la orden rigurosa de que no deje entrar a nadie. ¡Cuán austero y difícil es el aislamiento del hombre de Estado y cuánto gusto no voy a hallar para atemperar con la presencia de mis dos hijos reunidos la sombría tristeza a la que necesariamente debo entregarme después de que el rey me nombró recaudador! MAESTRO BRIDAINE¿Este matrimonio se va a celebrar aquí o en París?EL BARÓNA eso quería llegar, Bridain; estaba seguro de este asunto. ¡Y bien!, amigo mío, ¿qué diría usted si sus manos, sí, Bridaine, sus mismas manos, — no las mire de un modo tan piadoso —, se destinaran a bendecir solemnemente la feliz confirmación de mis sueños más queridos, eh?MAESTRO BRIDAINEMe callo; este reconocimiento me cierra la boca.EL BARÓNMire por esa ventana; ¿no ve cómo mis gentes van todas a la cancela? Mis dos hijos llegan al mismo tiempo; esa es la unión más afortunada. He dispuesto las cosas como para preverlo todo. Mi sobrina va a entrar por esa puerta a la izquierda y mi hijo por esa puerta a la derecha. ¿Qué dice usted?, me alegro al ver cómo se van a relacionar, lo que van a decirse; seis mil escudos no son una bagatela, no es necesario engañarse con eso. Además, esos niños se querían muy tiernamente desde la cuna. — Bridaine, me viene una idea.MAESTRO BRIDAINE¿Cuál?EL BARÓNDurante la cena, sin darlo a entender, usted entiende, amigo mío, — todo cuando se vacíen algunas copas alegres; — usted sabe el latín, Bridaine. MAESTRO BRIDAINEIta aedepol, ¡caramba, si lo sé!EL BARÓNMe gustaría mucho que usted intente que ese muchacho, — con discreción, se entiende — ante su prima; eso no puede producir sino un buen efecto; — haga que hable un poco de latín, — no precisamente durante la cena, pues eso llegaría a ser fastidioso, y, en cuanto a mí, nada entiendo de eso; — pero en el postre, — ¿entiende?

MAESTRO BRIDAINE

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Si usted no entiende nada de eso, monseñor, es probable que su sobrina esté en el mismo caso.EL BARÓNRazón de más; ¿no quiere usted que una mujer admire lo que ella entiende; de dónde es usted, Bridaine? Ese es un razonamiento que da pena.MAESTRO BRIDAINESé poco sobre las mujeres; pero me parece que es difícil que admiren lo que no entienden.EL BARÓNLas conozco, Bridaine; sé sobre esos seres encantadores e indefinibles. Persuádase de que a ellas les agrada tener polvos en los ojos y que entre más les echan, más los abren para creer más que eso. (Perdican entra por un lado, Camila por el otro.) ¡Buenos días, hijos míos; buenos días, querida Camila, mi querido Perdican!, abrácenme y abrácense.PERDICAN¡Buenos días, padre mío, querida hermana mía, cuánta dicha, cuán feliz soy!CAMILAPadre mío y primo mío, los saludo.PERDICAN¡Cuánto has crecido, Camila, y estás hermosa como el día!EL BARÓN¿Cuándo saliste de París, Perdican?PERDICANEl miércoles, creo, o el martes. ¡Te has convertido en toda una mujer y ya soy un hombre! Me parece que fue ayer cuando te vi no más alta que esto.EL BARÓNDeben estar cansados; el camino es largo y hace calor.PERDICAN¡Oh, por Dios, no! Vea, padre, ¡cuán bonita está Camila!EL BARÓNVamos, Camila, abraza a tu primo.CAMILADiscúlpeme.EL BARÓN Una cortesía vale un beso; abrázala, Perdican.PERDICANSi mi prima retrocede cuando le tiendo la mano, a mi vez le voy a decir: Discúlpeme; el amor puede robar un beso, pero no la amistad. CAMILALa amistad y el amor sólo deben recibir lo que pueden dar. EL BARÓN, al maestro Bridaine.Ese es un comienzo de mal augurio, ¿eh?MAESTRO BRIDAINE, al barón.Sin duda, mucho recato es un error; pero el matrimonio supera muchos escrúpulos.EL BARÓN, al maestro Bridaine.Estoy contrariado, — herido —. Esa respuesta me desagradó. — ¡Excúseme! ¿Vio que ella hizo ademán de santiguarse? — Venga hasta aquí y le hablo. — Eso me apena muchísimo. Este momento, que debía serme tan dulce, se arruinó completamente. — Estoy molesto, picado. — ¡Diablos!, eso está muy mal.MAESTRO BRIDAINEDígales algo; ahí se dan la espalda.EL BARÓN¡Y bien!, hijos, ¿en qué piensan; qué haces ahí, Camila, ante ese tapiz?

CAMILA, que ve un cuadro.¡Ese es un bello retrato, tío! ¿No es ella una tía abuela nuestra?

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EL BARÓNSí, hija, es tu bisabuela, — o al menos la hermana de tu bisabuelo, — pues la querida señora nunca se casó, — por su parte, creo, de otro modo que en oraciones, — en el aumento de la familia. En verdad, esa era una santa mujer.CAMILA¡Oh, sí, una santa!, ella es mi tía abuela Isabel. ¡Cuán bien le queda su vestido religioso!EL BARÓNY tú, Perdican, ¿qué haces ante ese florero?PERDICANEsa es una flor encantadora, padre. Es un heliotropo.EL BARÓN ¿Te burlas?, es tosca como una mosca.PERDICANEsta florecita tosca como una mosca tiene su buen precio.MAESTRO BRIDAINE¡Sin duda!, el doctor tiene razón; pregúntele de qué sexo, a qué clase pertenece; qué elementos la forman, de dónde le vienen su savia y su color; los va a encantar hasta el éxtasis al detallarles los fenómenos de esta brizna de hierba, desde la raíz hasta la flor.PERDICANNo sé tanto, reverendo. Sé que huele bien, eso es todo.

Escena 3 – Ante el castillo. Entra EL CORO.

EL COROVarias cosas me divierten y despiertan mi curiosidad. Vengan, amigos, y sentémonos en este lugar. Dos formidables comensales están ahora presentes en el castillo, el maestro Bridaine y el maestro Blazius. ¿No se han dado cuenta?, cuando dos hombres casi parecidos, igualmente corpulentos, igualmente tontos, que tienen los mismos vicios y las mismas pasiones, llegan por casualidad a reunirse, por necesidad se adoran o se detestan. Debido a que los contrarios se atraen, a un hombre grande y seco le agrada un hombre pequeño y rollizo, los rubios buscan a los morenos y, de modo recíproco, preveo una lucha secreta entre el ayo y el cura. Ambos están armados con igual desvergüenza; ambos tienen un tonel como vientre; no sólo son glotones, sino gurmets; ambos van a disputar en la cena, no sólo la cantidad, sino la calidad. Si el pescado es pequeño, ¿qué hacer?, y en todos los casos, una lengua de carpa no puede dividirse y una carpa no puede tener dos lenguas. Además, ambos son habladores; pero, en última instancia, pueden hablar los dos sin oírse ni el uno ni el otro. Ya el maestro Bridaine le quiso hacer al joven Perdican varias preguntas pedantes y el ayo frunció el ceño. Le desagrada que otro quiera poner a prueba a su discípulo. Además, son tan ignorantes uno como el otro. Asimismo, ambos están listos; uno se va a jactar de su cura, el otro se va a pavonear de su cargo como ayo. El maestro Blazius testifica al hijo y el maestro Bridaine al padre. Ya, los veo apoyados sobre la mesa, con las mejillas encendidas, los ojos muy abiertos, que sacuden llenos de desprecio sus mentones triples. Se miran de la cabeza a los pies, anuncian leves escaramuzas; pronto se declara la guerra; las pedanterías groseras de todo tipo se cruzan e intercambian y, para colmo de males, entre los dos borrachines se mueve la señora Pluche, que a ambos los rechaza con sus afilados codos. Ahora cuando termina la cena, abren la cancela del castillo. Sale la concurrencia; retirémonos un poco. (Salen. Entran el barón y la señora Pluche.) EL BARÓNHonorable Pluche, estoy apenado.

SEÑORA PLUCHE¿Es posible, monseñor?EL BARÓN

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Sí, Pluche, es posible. Había contado desde hace mucho tiempo, — incluso había escrito, anotado, — en mi libro de memoria, — que este día debía ser el más agradable de todos, — sí, buena señora, el más agradable. — Usted no ignora que mi idea era casar a mi hijo con mi sobrina; — eso estaba resuelto, — convenido, — había hablado de eso con Bridaine, — y veo, creo que veo, que estos hijos se hablan fríamente; no se han dicho una palabra. SEÑORA PLUCHEAhí vienen, monseñor. ¿Los había prevenido sobre sus planes?EL BARÓNLes he dicho algo en particular. Creo que sería bueno, ya que están aquí reunidos, que nos sentemos bajo esa sombra propicia y que los dejemos juntos un instante. (Se retira con la señora Pluche. Entran Camila y Perdican.)PERDICAN¿Sabes que eso nada tiene de hermoso, Camila, el haberme rehusado un beso?CAMILAAsí soy; ese es mi modo de ser.PERDICAN¿Quieres mi brazo para dar una vuelta por el pueblo?CAMILANo, estoy fatigada.PERDICAN¿No te gustaría volver a ver la pradera; te acuerdas de nuestros paseos en la barca? Ven, bajaremos hasta los molinos; voy a llevar los remos y tú el timón.CAMILANo lo deseo.PERDICANMe rompes el alma. ¡Qué!, ¿ni un recuerdo, Camila; ni un latido del corazón por nuestra infancia, por todo ese pobre tiempo pasado, tan bueno, tan dulce, tan lleno de ñoñerías placenteras; no quieres venir a ver el sendero por donde íbamos a la granja?CAMILANo, no esta tarde.PERDICAN¡No esta tarde!, ¿y, entonces, cuándo? Toda nuestra vida está ahí.CAMILANo soy lo bastante joven como para divertirme con mis muñecas, ni lo bastante vieja como para amar el pasado.PERDICAN¿Cómo dices eso?CAMILADigo que los recuerdos de mi infancia no me gustan.PERDICAN¿Eso te fastidia?CAMILASí, eso me fastidia.PERDICAN¡Pobre niña!, sinceramente te compadezco. (Salen cada uno por su lado.)EL BARÓN, que vuelve a entrar con la señora Pluche.Usted lo ve, y lo entiende, honorable Pluche; yo esperaba la más suave armonía y me parece que asisto a un concierto donde el violín logra que suspire mi corazón, mientras que la flauta toca Viva Enrique IV. Piense en la discordancia horrible que produciría una combinación semejante. Sin embargo, eso es lo que ocurre en mi corazón. SEÑORA PLUCHELo reconozco; es imposible que censure a Camila, y nada es de peor tono, me parece, que los paseos en barca.

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EL BARÓN¿Habla usted en serio?SEÑORA PLUCHESeñor, una muchacha joven que se respete no se arriesga a ir en una nave.EL BARÓN Pero, entonces, tome en cuenta, señora Pluche, que su primo debe casarse con ella y que en cuanto…SEÑORA PLUCHELas reglas de urbanidad prohíben que se sostenga un timón y no es honesto dejar la tierra firme con un hombre joven.EL BARÓNPero repito… Le digo…SEÑORA PLUCHEEsa es mi opinión. EL BARÓN¿Está usted loca? En verdad, usted me haría decir… Hay algunas expresiones que no quiero… que me disgustan… Usted me hace desear… En verdad, si no me contuviera… ¡Usted es una tonta, Pluche!, no sé qué pensar sobre usted. (Sale.)

Escena 4 – Una plaza. EL CORO, PERDICAN.

PERDICANBuenos días, amigos. ¿Me reconocen?EL COROSeñor, usted se parece a un niño que quisimos mucho.PERDICAN¿No son ustedes los que me llevaron sobre sus hombros para pasar los arroyos de sus praderas, que me hicieron bailar en sus rodillas, que me pusieron en la grupa de sus robustos caballos, que me llevaron algunas veces hasta sus mesas para hacerme un lugar para cenar en la granja?EL CORONos acordamos de eso, señor. Usted era el peor diablillo y el mejor muchacho de la tierra.PERDICANY, entonces, ¿por qué no me abrazan, en lugar de saludarme como a un extraño?EL CORO¡Que Dios te bendiga, niño de nuestras entrañas!, cada uno de nosotros querría tenerte en sus brazos; pero somos viejos, monseñor, y usted ya es un hombre.PERDICANSí, hace diez años que no los he visto y en un solo día todo cambia bajo el sol. Me he alzado algunos pies hacia el cielo, y ustedes se han encorvado algunas pulgadas hacia la tumba. Sus cabezas blanquearon, sus pasos han llegado a ser más lentos; ya no pueden alzar de la tierra a su niño de antaño. Entonces, a mi me corresponde ser su padre, de ustedes que habían sido los míos.EL COROSu regreso es un día más feliz que el día de su nacimiento. Es más dulce volver a ver lo que se quiere que abrazar a un recién nacido.PERDICAN¡Entonces, ahí están mi querido valle, mis terrenos, mis senderos verdes, mi fuentecita, ahí los días pasados aún todos llenos de vida, ahí el mundo misterioso de los sueños de mi infancia! ¡Oh, patria, patria, palabra incomprensible!; ¿entonces, el hombre no nació sino para un rincón de la tierra, para hacer allí su nido y para vivir allí solo un día?EL CORONos dijeron que usted es un sabio, monseñor.

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PERDICANSí, también me lo dijeron. Las ciencias son algo bello, hijos míos; esos árboles y esas praderas enseñan en voz alta la más bella de todas, el olvido de lo que sabemos.EL COROHubo más de un cambio durante su ausencia. Hay muchachas casadas y muchachos que se fueron al ejército.PERDICANLuego me van a contar todo eso. Espero mucho lo nuevo; pero, en verdad, no lo quiero todavía. ¡Cuán pequeña es esta pileta!, antes me parecía inmensa; llevaba en mi cabeza un océano y unos bosques, y encuentro una gota de agua y unas briznas de hierba. ¿Y quién es esa joven que canta en la ventanta tras esos árboles?EL COROEsa es Rosette, la hermana de leche de su prima Camila.PERDICAN, que se adelanta.Baja pronto, Rosette, y ven aquí.ROSETTE, entra.Sí, monseñor.PERDICAN¿Me veías desde tu ventana y no venías, cruel muchacha? Dame pronto esa mano y esas mejillas, para que te bese.ROSETTESí, monseñor.PERDICAN¿Estás casada, pequeña?, me dijeron que lo estabas.ROSETTE¡Oh!, no.PERDICAN¿Por qué? No hay en el pueblo muchacha más linda que tú. Te vamos a casar, hija mía. EL COROMonseñor, ella quiere morir soltera.PERDICAN¿Eso es cierto, Rosette?ROSETTE¡Oh!, no.PERDICANTu hermana Camila llegó. ¿La viste? ROSETTEElla no ha venido todavía por aquí.PERDICANVe a ponerte pronto tu vestido nuevo y ven a cenar al castillo.

Escena 5 – Una sala. Entran EL BARÓN y el MAESTRO BLAZIUS.

MAESTRO BLAZIUSSeñor, tengo algo que decirle; el cura de la parroquia es un borracho.EL BARÓN¡Qué!, eso no puede ser.MAESTRO BLAZIUSEstoy seguro de eso; bebió en la cena tres botellas de vino.EL BARÓNEso es excesivo.MAESTRO BLAZIUSY, al dejar la mesa, se ha ido por los arriates.EL BARÓN

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¿Por los arriates? — Estoy confundido. — ¡Eso es muy extraño! — ¡Beber tres botellas de vino!, ¿ir por los arriates?, es incomprensible. ¿Y por qué no se iba por la alameda?MAESTRO BLAZIUSPorque iba de través.EL BARÓN, aparte.Empiezo a creer que Bridaine tenía razón esta mañana. Este Blazius huele a vino de un modo horrible.MAESTRO BLAZIUSAdemás, comió mucho; su habla era dificultosa.EL BARÓNEn verdad, también lo noté.MAESTRO BLAZIUSSoltó algunas palabras latinas; también eran solecismos. Señor, ese es un hombre vicioso.EL BARÓN, aparte.¡Uf!, este Blazius tiene un olor intolerable. Sepa, ayo, que tengo una cosa muy distinta en la cabeza y que nunca intervengo en lo que beben ni en lo que comen. No soy un mayordomo.MAESTRO BLAZIUSNo quiera Dios que yo lo disguste, señor barón. Su vino es bueno.EL BARÓNHay buen vino en mis bodegas.MAESTRO BRIDAINE, que entra.Señor, su hijo está en la plaza, seguido de todos los pícaros del pueblo.EL BARÓNEso es imposible.MAESTRO BRIDAINELo vi con mis propios ojos. Él recogía guijarros para tirarlos.EL BARÓN¿Tirar guijarros?, mi cabeza se extravía; mis ideas se trastornan. Usted me dice algo insensato, Bridaine. Es inaudito que un doctor tire guijarros.MAESTRO BRIDAINEAsómese a la ventana, monseñor, lo va a ver con sus propios ojos.EL BARÓN, aparte.¡Oh, cielos! Blazius tiene razón; Bridaine va de través.MAESTRO BRIDAINEMire, monseñor; ahí está al borde de la pileta. Tiene en sus brazos a una joven campesina.EL BARÓN¿Una joven campesina; mi hijo viene hasta aquí a pervertir a mis vasallos? ¡Una campesina en sus brazos y todos los pilluelos del pueblo en torno a él!, me siento fuera de mí. MAESTRO BRIDAINEEso pide venganza.EL BARÓN¡Todo está perdido! — ¡perdido sin remedio!, estoy perdido: Bridaine va de través, Blazius huele tanto a vino que produce horror y mi hijo seduce a todas las muchachas del pueblo tirando guijarros. (Sale.)

ACTO II

Escena primera — Un jardín. Entran el MAESTRO BLAZIUS y PERDICAN.

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MAESTRO BLAZIUSSeñor, su padre está desesperado.PERDICAN¿Y eso por qué?MAESTRO BLAZIUS¿Usted no ignora que él tenía la idea de unirlo a su prima Camila?PERDICANNo pido nada mejor.MAESTRO BLAZIUSSin embargo, el barón cree notar que sus caracteres no concuerdan.PERDICANEso es una desdicha; no puedo cambiar el mío.MAESTRO BLAZIUS¿Por eso va a volver imposible ese matrimonio?PERDICANLe repito que no pido nada mejor que casarme con Camila. Vaya hasta donde el barón y dígale eso.MAESTRO BLAZIUSSeñor, me retiro: ahí está su prima, que viene por ese lado. (Sale. Entra Camila.)PERDICAN¿Ya levantada, prima? Sigo diciendo lo que te dije ayer; eres linda como un corazón.CAMILAHablemos en serio, Perdican; su padre quiere casarnos. No sé lo que usted piensa sobre eso; pero creo que hago bien si le digo que ya tomé mi decisión sobre eso.PERDICANTanto peor para mí si le desagrado.CAMILANo más que para otro; no quiero casarme: nada hay allí con lo que pueda sufrir su orgullo. PERDICANAquí no es el orgullo; no estimo en eso ni las alegrías ni las penas.CAMILA Vine hasta aquí para recibir el legado de mi madre; regreso mañana al convento.PERDICANHay franqueza en tu conducta; toca ahí y seamos buenos amigos.CAMILA No me agradan las caricias.PERDICAN, la toma de la mano.Dame tu mano, Camila, te lo ruego. ¿Qué temes de mí; no quieres que nos casemos?, ¡y bien!, no lo hagamos; ¿esa es una razón para odiarnos; no somos hermano y hermana? Cuando tu madre ordenó este matrimonio en su testamento, ella quería que nuestra amistad fuera eterna, eso es todo lo que quiso. ¿Por qué casarnos? Esa es tu mano y esta la mía; y para que sigan unidas hasta el último suspiro, ¿crees que necesitamos un sacerdote? No necesitamos sino a Dios.CAMILAMe alegra que mi negativa le sea indiferente.

PERDICANNo es indiferente para mí, Camila. Tu amor me hubiera dado la vida, pero tu amistad me va a consolar por eso. No abandones el castillo mañana; ayer, te negaste a dar un paseo por el jardín, porque veías en mí a un marido que no querías. Quédate aquí algunos días, déjame la esperanza de que nuestra vida pasada nunca ha muerto en tu corazón.CAMILA

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Estoy obligada a partir.PERDICAN¿Por qué?CAMILA Ese es mi secreto.PERDICAN¿Amas a otro y no a mí?CAMILANo; pero quiero irme.PERDICAN¿Irrevocablemente?CAMILA Sí, irrevocablemente.PERDICAN¡Y bien!, adiós. Me hubiera gustado sentarme contigo bajo los castaños del bosquecito y cultivar una buena amistad una o dos horas. Pero si eso te disgusta, ya no hablemos más; adiós, niña mía. (Sale.)CAMILA, a la señora Pluche que entra. Señora Pluche, ¿todo está listo; nos vamos mañana; mi tutor terminó sus cuentas?SEÑORA PLUCHESí, querida paloma sin mancha. El barón me trató de tonta ayer por la tarde, y me encanta partir.CAMILAVaya, estas son unas palabras escritas que usted le va a llevar antes de cenar, de mi parte, a mi primo Perdican.SEÑORA PLUCHE¡Señor y Dios mío!, ¿es posible; le escribe un billete a un hombre?CAMILA¿No debo ser su mujer?, bien puedo escribirle a mi novio.SEÑORA PLUCHEEl señor Perdican salió de aquí. ¿Qué puede escribirle? Su novio, ¡misericordia! ¿Será cierto que usted olvida a Jesús?CAMILAHaga lo que le digo y disponga todo para nuestra partida. (Salen.)

Escena 2 – El comedor. — Se ponen los cubiertos. Entra el MAESTRO BRIDAINE.

MAESTRO BRIDAINEEso es cierto, hoy todavía le van a dar el lugar de honor. Esa silla que ocupé durante tanto tiempo a la derecha del barón va a ser la presa del ayo. ¡Oh, cuán infeliz soy; un asno albardado, un borracho deshonesto, me relega al otro extremo de la mesa! El mayordomo le va a llenar el primer vaso de Málaga, y cuando los platos lleguen hasta mí, van a estar medio fríos, y los mejores trozos ya engullidos; en torno ya no van a quedar perdigones ni coles ni zanahorias. ¡Oh, santa Iglesia Católica! Que le hubieran dado ese lugar ayer, se concebía; acababa de llegar; era la primera vez, luego de algunos años, que él se sentaba ante esta mesa. ¡Dios, cómo comía! No, nada me va a quedar sino huesos y patas de pollo. No voy a soportar esta afrenta. ¡Adiós, venerable silla donde he llevado a mi garganta tantas veces tantos suculentos manjares; adiós, botellas precintadas, buquet sin igual de gran caza cocida en su punto; adiós, mesa espléndida, noble comedor, ya no voy a decir la plegaria!, vuelvo a ser el cura; ya no me van a ver confundido entre la multitud de los comensales y, como a César, me gusta ser el primero en el pueblo y no el segundo en Roma. (Sale.)

Escena 3 – Un campo ante una casita. Entran ROSETTE y PERDICAN.

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PERDICANYa que tu madre no está, ven a dar un paseo.ROSETTE¿Cree usted que eso me haga bien, todos esos besos que me da?PERDICAN¿Qué mal ves en eso? Te abrazaría delante de tu madre. ¿No eres la hermana de Camila; no soy tu hermano, tanto como de ella?ROSETTELas palabras son palabras y los besos son besos. Apenas entiendo y me doy cuenta muy pronto que quiero decir algo. Las bellas señoras conocen su asunto, según les besen la mano derecha o la mano izquierda; sus padres las besan en la frente, sus hermanos en la mejilla, sus enamorados en los labios; a mí, todos me besan en las dos mejillas, y eso me apena.PERDICAN¡Cuán bonita eres, niña mía!ROSETTETampoco es para que se enfade por eso. ¡Qué triste parece esta mañana! ¿Su matrimonio no va bien?PERDICANLos campesinos de tu pueblo se acuerdan de que me querían; los perros del corral y los árboles del bosque también lo recuerdan; pero Camila no. Y tú, Rosette, ¿para cuándo es el matrimonio?ROSETTENo hablemos de eso, ¿quiere? Hablemos del tiempo que hace, de esas flores de ahí, de sus caballos y de mis gorros.PERDICANDe todo lo que te agrade, de todo lo que pueda pasar por tus labios sin que te despoje de esa sonrisa celestial que respeto más que a mi vida. (La besa.)ROSETTEUsted respeta mi sonrisa, pero apenas respeta mis labios, me parece. Ahora mire; esta es una gota de lluvia que me cae en la mano, y, sin embargo, el cielo está despejado.PERDICANPerdóneme.ROSETTE¿Qué le hice, para que llore? (Salen.)

Escena 4 – En el castillo. Entran el MAESTRO BLAZIUS y EL BARÓN.

MAESTRO BLAZIUSSeñor, tengo algo singular que decirle. Hace poco, estaba por casualidad en el despacho, quiero decir en la galería: ¿qué hubiera ido a hacer al despacho? Entonces, estaba en la galería. Por accidente había encontrado una botella, quiero decir una jarra de agua: ¿cómo hubiera encontrado una botella en la galería? Entonces, estaba por beber una copa de vino, quiero decir un vaso de agua, para pasar el tiempo, y miraba por la ventana, entre dos floreros que me parecían de un gusto moderno, aunque los imitaran del etrusco…EL BARÓN¡Qué insoportable modo de hablar ha adoptado, Blazius! Sus palabras son inexplicables.MAESTRO BLAZIUSEscúcheme, señor, atiéndame un momento. Entonces, yo miraba por la ventana. ¡No se impaciente, en nombre del cielo!, en eso va el honor de la familia. EL BARÓN¡De la familia! Eso es incomprensible. ¡El honor de la familia, Blazius! ¿Sabe que somos treinta y siete hombres y casi tantas mujeres, tanto en París como en provincia?

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MAESTRO BLAZIUSPermítame continuar. Mientras bebía una copa de vino, quiero decir un vaso de agua, para favorecer la digestión dificultosa, imagine que vi pasar, sin aliento, bajo la ventana a la señora Pluche.EL BARÓN¿Por qué sin aliento, Blazius? Eso es insólito.MAESTRO BLAZIUSY junto a ella, roja de la ira, a su sobrina Camila.EL BARÓN¿Quién estaba roja de la ira, mi sobrina, o la señora Pluche?MAESTRO BLAZIUSSu sobrina, señor.EL BARÓN¡Mi sobrina roja de la ira; eso es increíble! ¿Y cómo sabe que era de la ira? Podía estar roja por mil razones; sin duda había perseguido algunas mariposas en mi jardín.MAESTRO BLAZIUSNada puedo afirmar sobre eso; puede ser; pero ella exclamaba con fuerza: ¡Vaya, encuéntrelo, haga lo que le digo, usted es una tonta, lo quiero! Y golpeaba con su abanico en el codo a la señora Pluche, que producía un sobresalto en la mielga con cada exclamación.EL BARÓN¿En la mielga?... ¿Y qué respondía el aya ante las extravagancias de mi sobrina?, pues ese comportamiento merece calificarse así. MAESTRO BLAZIUSEl aya le respondía: ¡no quiero ir hasta ahí, no lo encontré; él corteja a las muchachas del pueblo, a las guardadoras de los pavos!, soy muy vieja para empezar a llevar mensajes amorosos; gracias a Dios, viví con las manos limpias hasta aquí y, siempre hablando, arrugaba en sus manos un papelito doblado en cuatro.EL BARÓNNo entiendo nada; mis ideas se confunden por completo. ¿Qué motivo podía tener la señora Pluche para arrugar un papel doblado en cuatro y sobresaltar a una mielga? No puedo creer en semejantes monstruosidades.MAESTRO BLAZIUSSeñor, ¿no entiende con claridad lo que eso significa?EL BARÓNNo, en verdad, no, amigo mío, no entiendo allí absolutamente nada. Todo eso me parece un comportamiento desordenado, es cierto, tanto sin motivo como sin excusa.MAESTRO BLAZIUSEso quiere decir que su sobrina tiene una correspondencia secreta.EL BARÓN¿Qué dice; piensa en lo que dice? Pese sus palabras, señor abad.MAESTRO BLAZIUSLas pesaría en la balanza celestial que debe pesar mi alma en el juicio final, y allí no encontraría una palabra que huela a falsa moneda. Su sobrina tiene una correspondencia secreta.EL BARÓNPero, amigo mío, piense que eso es imposible.

MAESTRO BLAZIUS¿Por qué le habría entregado una carta a su aya; por qué habría gritado: — ¡Encuéntrelo!, mientras la otra se enfurruñaba y refunfuñaba?EL BARÓN¿Y a quién iba dirigida esa carta?MAESTRO BLAZIUS

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Precisamente ese es el hic, monseñor, hic jacet lepus. ¿A quién iba dirigida esa carta?, a un hombre que corteja a una guardadora de pavos. Así pues, de un hombre que busca en público a una guardadora de pavos puede sospecharse con vehemencia que él mismo nació para guardarlos. Sin embargo, es imposible que su sobrina, con la educación que recibió, se prende de un hombre semejante; eso es lo que digo, y lo que hace que tampoco comprenda nada, como a usted le gusta decir.EL BARÓN¡Oh cielo!, mi sobrina me dijo esta misma mañana que rechazaba a su primo Perdican. ¿Amaría a un guardador de pavos? Vamos a mi gabinete; he tenido desde ayer sobresaltos tan violentos, que no puedo ordenar mis ideas. (Salen.)

Escena 5 – Una fuente en un bosque. Entra PERDICAN, que lee un billete.

PERDICAN“Esté a mediodía en la fuentecita”. ¿Qué quiere decir esto; tanta frialdad, un rechazo tan decidido, tan cruel, un orgullo tan insensible, y una cita por encima de todo? Si es para hablarme de negocios, ¿por qué escoger un sitio semejante; es coquetería? Esta mañana, cuando me paseaba con Rosette, oí que se movía la maleza, y me pareció que eran los pasos de una cierva. ¿Hay aquí alguna intriga? (Entra Camila.)CAMILABuenos días, primo; creí, equivocada o no, que me daba cuenta de que esta mañana usted me dejaba con tristeza. A pesar mío, me tomó la mano, le vengo a pedir que me dé la suya. Le rehusé un beso, aquí está (Lo besa.) Ahora, me dijo que estaría muy contento si cultivamos una buena amistad. Siéntese ahí y hagámoslo. (Ella se sienta.) PERDICAN¿Tuve un sueño, o tengo otro en este momento?CAMILALe pareció singular recibir un billete mío, ¿no es cierto?, soy de humor cambiante; me dijo esta mañana algo muy justo: “Ya que nos vamos a separar, separémonos como buenos amigos.” Usted no sabe el motivo por el que me voy, y vengo a decírselo: voy a tomar el velo.PERDICAN¿Es posible; eres tú, Camila, a la que veo en esta fuente, sentada sobre las margaritas, como en los días de antaño?CAMILASí, Perdican, soy yo. Acabo de revivir un cuarto de hora de la vida pasada. Le parecí brusca y altiva; eso es muy sencillo, renuncié al mundo. Sin embargo, antes de dejarlo, me alegraría mucho tener su opinión. ¿Cree que tengo razón al volverme religiosa?PERDICANNo me pregunte sobre eso, pues nunca me voy a convertir en monje.CAMILADespués de casi diez años en que vivimos alejados uno del otro, usted comenzó la experiencia de la vida. Sé qué hombre es usted y usted debe haber aprendido mucho en poco tiempo con un corazón y un espíritu como los suyos. Dígame, ¿tuvo amantes?PERDICAN¿Y a qué viene eso?CAMILARespóndame, le ruego, sin modestia y sin fatuidad.PERDICANLas tuve.CAMILA¿Las amó?PERDICAN

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Con todo mi corazón.CAMILA¿Ellas dónde están ahora; lo sabe?PERDICANEn verdad, esas son preguntas singulares. ¿Qué quiere que le diga? No era ni su marido ni su hermano; se fueron a donde quisieron.CAMILANecesariamente, debió haber una que prefirió a las otras. ¿Cuánto tiempo amó a la que más quiso? PERDICAN¡Qué muchacha tan rara eres! ¿Quieres convertirte en mi confesor?CAMILAEs un favor que le pido, que me responda con sinceridad. Usted no es un libertino, y creo que su corazón es justo. Debió inspirar el amor, pues lo merece, y no se dejaría llevar por un capricho. Respóndame, se lo ruego.PERDICANEn verdad, no me acuerdo.CAMILA¿Conoce a algún hombre que no hubiera amado sino a una mujer?PERDICANPor cierto, lo hay.CAMILA¿Es uno de sus amigos? Dígame su nombre.PERDICANNo hay nombre que decirle; pero creo que hay hombres capaces de no amar sino una sola vez.CAMILA¿Cuántas veces puede amar un hombre honesto?PERDICAN¿Quieres lograr que recite una letanía, o tú misma recitas un catecismo?CAMILAQuisiera instruirme y saber si me equivoco o tengo razón de convertirme en religiosa. Si me casara con usted, ¿no debería responder con franqueza a todas mis preguntas y mostrarme su corazón al desnudo? Lo estimo mucho y, por su educación y su naturaleza, lo creo superior a muchos otros hombres. Me enfada que ya no se acuerde de lo que le pregunto; tal vez si lo conozco mejor, me animo.PERDICAN¿A dónde quieres llegar?, habla; — voy a responder.CAMILAEntonces, responde mi primera pregunta. ¿Tengo razón para irme al convento?PERDICANNo.CAMILAEntonces, ¿haría mejor en casarme con usted?PERDICANSí.CAMILASi el cura de su parroquia soplara sobre un vaso de agua y le dijera que es un vaso de vino, ¿lo bebería como tal?PERDICANNo.CAMILA

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Si el cura de su parroquia soplara sobre usted y me dijera que usted me va a amar toda su vida, ¿yo tendría razón en creerle?PERDICANSí y no.CAMILA¿Qué me aconsejaría que hiciera el día en que viera que usted ya no me ama?PERDICANTener un amante.CAMILADespués, ¿qué haría el día en que mi amante ya no me amara?PERDICANVas a tener otro.CAMILA¿Cuánto tiempo va a durar eso?PERDICANHasta cuando tus cabellos estén grises y, entonces, los míos van a ser blancos.CAMILA¿Sabe qué son los claustros, Perdican; alguna vez se sentó un día entero en el banco de un convento?PERDICANSí; me senté.CAMILATengo como amiga a una hermana que no tiene sino treinta años y que, cuando tenía quince años, tuvo quinientas mil libras de renta. Es la más bella y más noble criatura que hubiera caminado sobre la tierra. Era par del parlamento y tenía como marido a uno de los hombres más distinguidos de Francia. Ninguna de las nobles facultades humanas había quedado sin cultivar en ella; y, como un arbolillo de una savia escogida, todas sus yemas habían producido sus ramajes. Nunca el amor y la dicha van a poner su corona florecida sobre una frente más bella; su marido la engañó; ella amó a otro hombre y se muere de desesperación.PERDICANEso es posible.CAMILACompartimos la misma celda y pasé noches enteras hablando de sus desdichas; casi llegaron a ser las mías; eso es singular, ¿no es cierto? No sé mucho por qué ocurre esto. Cuando me hablaba de su matrimonio, cuando me pintaba primero la embriaguez de los primeros días, luego la tranquilidad de los otros y cómo, en fin, todo había desaparecido; cómo se sentaba en la noche junto al fuego y él, junto a la ventana, sin decirse una sola palabra; cómo su amor había languidecido y cómo los esfuerzos para acercarse no llevaban sino a peleas; cómo una figura extraña vino poco a poco a colocarse entre ellos y deslizarse en sus sufrimientos, yo la veía que actuaba mientras ella hablaba. Cuando ella decía: “Ahí, fui feliz”, mi corazón saltaba; y cuando añadía: “Allí, lloré”, corrían mis lágrimas. Pero imagínese algo aun más singular; terminé por crearme una vida imaginaria; eso duró cuatro años; es inútil decirle por cuántas reflexiones, vueltas sobre mí misma, pasó todo eso. Lo que quería contarle como una curiosidad es que todos los relatos de Luisa, todas las ficciones de mis sueños se parecían a usted.

PERDICAN¿Parecido a mí?CAMILASí, y eso es natural: usted era el único hombre que yo conocía. En verdad, lo amé, Perdican.PERDICAN¿Qué edad tenías, Camila?CAMILA

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Dieciocho años.PERDICANSigue, sigue; escucho.CAMILAHay doscientas mujeres en nuestro convento; un pequeño número de ellas nunca va a conocer la vida, y todo el resto espera la muerte. Más de una de entre ellas salió del convento como salgo hoy, vírgenes y llenas de esperanzas. Regresaron poco tiempo después, viejas y desoladas. Todos los días mueren en nuestros dormitorios comunes y todos los días llegan nuevas a tomar el lugar de las muertas en los colchones de cerda de caballo. Los extraños que nos visitan admiran la tranquilidad y el orden de la casa; miran con atención la blancura de nuestros velos; pero se preguntan por qué los bajamos hasta nuestros ojos. ¿Qué piensa sobre estas mujeres, Perdican; están equivocadas o tienen razón? PERDICANNo sé nada sobre eso.CAMILAPrometió que me respondería.PERDICANCon mucha naturalidad, estoy dispensado de hacerlo; no creo que seas tú la que habla.CAMILAPuede ser, debe haber en todas mis ideas unas cosas muy ridículas. Puede ser que esta sea la lección y que yo no sea sino un loro que aprendió mal. Hay en la galería un cuadrito que representa a un monje inclinado sobre un misal; a través de los barrotes oscuros de su celda se desliza un débil rayo de sol y se ve una locanda italiana, ante la que baila un cabrero. ¿A cuál de estos hombres estima usted más?PERDICANNi a uno ni al otro y a los dos. Son dos hombres de carne y hueso; hay uno que lee y otro que baila; no veo allí nada distinto. Tienes razón al convertirte en religiosa.CAMILAHace poco me decías que no.PERDICAN¿Dije no? Es posible.CAMILA¿Así me lo aconseja?PERDICAN¿Así que no crees en nada?CAMILA¡Alza la cabeza, Perdican!, ¿cuál es el hombre que en nada cree?PERDICAN, que se levanta.Aquí hay uno; no creo en la vida inmortal. — Mi querida hermana, las religiosas te dieron su experiencia; pero, creeme, no es la tuya; no vas a morir sin amar.CAMILAQuiero amar, pero no quiero sufrir; quiero amar con un amor eterno y hacer juramentos que no se violen. Este es mi amado. (Muestra su crucifijo.)PERDICANEse amado no excluye a los otros.

CAMILAPara mí, al menos, los va a excluir. ¡No sonría, Perdican! Hacía diez años que no lo veía y me voy mañana. Dentro de otros diez años, si nos volvemos a ver, volveremos a hablar sobre esto. Quise no quedar en su recuerdo como una fría estatua, pues la insensibilidad lleva hasta el punto en que estoy. Escúcheme; vuelva a la vida y tanto como sea feliz, tanto como ame, como puede amarse sobre la tierra, olvide a su hermana Camila; pero si le ocurre que nunca

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lo olvidan o que usted mismo olvide, si el ángel de la esperanza lo abandona, cuando esté solo con el vacío en el corazón, piense en mí, que voy a rezar por usted.PERDICANEres una orgullosa; cuídate.CAMILA¿Por qué?PERDICAN¿Tienes dieciocho años y no crees en el amor?CAMILAUsted que habla, ¿cree en eso? Ahí está inclinado junto a mí con las rodillas que usó sobre los tapices de sus amantes y cuyo nombre ya no sabe. Lloró lágrimas de alegría y lágrimas de desesperación; pero sabía que el agua de las fuentes es más constante que sus lágrimas y que siempre estaría allí para lavar sus párpados hinchados. Cumple su oficio de hombre joven y sonríe cuando le hablan de mujeres desoladas; no cree que puedan morir de amor, usted que vive y que amó. Entonces, ¿qué es el mundo? Me parece que usted debía despreciar cordialmente a las mujeres que lo toman tal como es y que despiden a su último amante para atraerlo hasta sus brazos con los besos de otra sobre los labios. Hace poco le preguntaba si había amado; me respondió como un viajero al que se le preguntara si estuvo en Italia o en Alemania y que diría: Sí, estuve ahí; que luego pensaría en ir a Suiza o al primer país cercano. Entonces, ¿su amor es una moneda, para que así pueda pasar de mano en mano hasta la muerte? No, eso no es una moneda; pues la más delgada pieza de oro vale más que usted y en algunas manos por las que pasa conserva su efigie.PERDICAN¡Cuán bella eres, Camila, cuando se animan tus ojos!CAMILASí, soy bella, lo sé. Los aduladores no me van a enseñar nada. La fría monja que va a cortar mis cabellos va a palidecer ante su mutilación; pero no se van a cambiar por joyas y cadenas para correr hacia los camarines; no va a faltar uno solo sobre mi cabeza cuando el hierro pase por ahí; no quiero sino un tijeretazo y cuando el sacerdote que me bendiga me ponga en el dedo el anillo de oro de mi esposo celestial, el mechón de cabellos que le voy a dar podrá servirle como abrigo.PERDICANEn verdad, estás colérica.CAMILAErré al hablar; tengo toda mi vida en los labios. ¡Oh, Perdican!, no te burles; todo esto es muy triste.PERDICANPobre niña, te dejo que hables y tengo muchos deseos de decirte algo. Me hablas de una religiosa que, me parece, tuvo sobre ti una funesta influencia; dices que la engañaron, que ella misma engañó y que está desesperada. ¿Estás segura de que si su marido o su amante regresaran y le tendieran la mano a través de la reja del locutorio, no les tendería la suya?CAMILA¿Qué dices? Entendí mal.PERDICAN¿Estás segura de que si su marido o su amante regresaran a decirle que aún sufren, ella respondería que no?CAMILAEso creo.PERDICANHay doscientas mujeres en tu convento y, en el fondo del corazón, la mayoría tiene heridas profundas; hicieron que las toques; y colorearon tu pensamiento virginal con gotas de su sangre. Vivieron, ¿no es cierto?, y te mostraron horrorizadas el camino de su vida; te

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santiguaste ante sus cicatrices, como ante las llagas de Jesús; te abrieron un lugar en sus procesiones lúgubres y te aprietas contra esos cuerpos descarnados con un temor religioso, cuando ves que un hombre pasa. ¿Estás segura de que si el hombre que pasa fuera el que las engañó, aquel por el que lloran y sufren, aquel que maldicen cuando le rezan a Dios, estás segura de que al verlo no romperían sus cadenas para correr hacia sus infortunados pasados y para unir sus pechos sangrantes con el pecho que las hirió? ¡Oh, mi niña!, ¿conoces los sueños de esas mujeres que te dicen que no sueñan; sabes qué nombre murmuran cuando los sollozos, que salen de sus labios, hacen que tiemble la hostia que se les muestra? Ellas, que se sientan junto a ti con sus cabezas vacilantes para verter en tu oído su vejez marchita, que dejan oír en las ruinas de tu juventud el toque de alarma de su desesperación y que hacen que sientas en tu sangre bermeja el frescor de sus tumbas, ¿sabes quiénes son? CAMILAUsted me da miedo; también lo invade la ira.PERDICANDesdichada muchacha, ¿sabes lo que son unas monjas? Ellas, que te hacen imaginar el amor de los hombres como una mentira, ¿saben qué hay peor aún, la mentira del amor divino; saben el crimen que cometen, al venir a cuchichearle a una virgen palabras de mujer? ¡Ah, qué lección te dieron; cómo preví todo esto cuando te detuviste ante el retrato de nuestra vieja tía! Querías irte sin estrechar mi mano; no querías volver a ver ni este bosque, ni esta pobre fuentecita que nos mira bañada en lágrimas; renegabas de los días de tu infancia; y la máscara de yeso que las monjas te pegaron en las mejillas me negaba un beso fraternal; pero tu corazón palpitó; olvidó su lección, él que no sabe leer, y volviste a sentarte en la hierba donde estamos. ¡Y bien! Camila, esas mujeres hablaron bien; te pusieron en el verdadero camino; va a poder costarme la felicidad de mi vida; pero diles esto de mi parte: el cielo no es para ellas.CAMILANi para mí, ¿no es cierto?PERDICANAdiós, Camila, vuelve a tu convento y cuando te cuenten esos relatos abominables que te han envenenado, responde lo que voy a decirte: Todos los hombres son mentirosos, inconstantes, falsos, habladores, hipócritas, orgullosos y viles, despreciables y sensuales; todas las mujeres son pérfidas, astutas, vanidosas, curiosas y licenciosas; el mundo no es sino un colector sin fondo donde las focas más informes reptan y se retuercen sobre montañas de fango; pero en el mundo existe algo santo y sublime, es la unión de dos de esos seres tan imperfectos y tan horribles. Con frecuencia nos engañamos en el amor, a menudo estamos heridos y desdichados; pero amamos y, cuando estamos al borde de la tumba, se vuelve la vista para mirar hacia atrás; y decimos: “A menudo sufrí, a veces me equivoqué, pero amé. Yo viví y no un ser falso que mi orgullo y mi tedio crearon.” (Sale.)

ACTO III

Escena primera — Ante el castillo. Entran el EL BARÓN y el MAESTRO BLAZIUS.

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EL BARÓNIndependientemente de su ebriedad, usted es un bribón, maestro Blazius. Mis criados lo ven que entra furtivamente en el despacho y cuando usted se convence de que me robó mis botellas del modo más penoso, cree que se justifica al acusar a mi sobrina de una correspondencia secreta.MAESTRO BLAZIUSPero, monseñor, quiere recordar…EL BARÓN¡Váyase, señor abate, y nunca vuelva a aparecer ante mí!, es poco razonable obrar como lo hace y mi seriedad me obliga a ya no perdonarlo. (Sale; el maestro Blazius lo sigue. Entra Perdican.)PERDICANQuisiera saber si estoy enamorado. Por un lado, ese modo de preguntar es tan altivo, para una muchacha de dieciocho años; por el otro, las ideas con que esas monjas le llenaron la cabeza van a ser difíciles de corregir. Además, debe irse hoy. ¡Diablos!, la amo, eso es seguro. Después de todo, ¿quién sabe?, tal vez repetía una lección y, por lo demás, está claro que no se inquieta por mí. Por otra parte, por más que sea bonita, eso no impide que no tenga modales demasiado decididos y un tono muy brusco. Ya no tengo que pensar en eso; está claro que no la amo. Es cierto que es bonita; ¿pero por qué esta plática de ayer no quiere salir de mi cabeza? En verdad, pasé la noche desvariando. Entonces, ¿a dónde voy? — ¡Ah!, voy al pueblo. (Sale.)

Escena 2 – Un camino. Entra el MAESTRO BRIDAINE.

MAESTRO BRIDAINE¿Qué hacen ahora? ¡Ay!, es mediodía. — Están en la mesa. ¿Qué comen; qué no comen? Vi a la cocinera que atravesaba el pueblo, con un enorme pavo. El ayudante llevaba las trufas, con una cesta de uvas. (Entra el maestro Blazius.)MAESTRO BLAZIUS¡Oh, desgracia imprevista!, me despidieron del castillo, por consiguiente del comedor. Ya no voy a beber el vino del despacho.MAESTRO BRIDAINEYa no voy a ver cómo humean los platos; ya no voy a calentar mi generoso vientre en el fuego de la noble chimenea.MAESTRO BLAZIUS¿Por qué una fatal curiosidad me llevó a oír el diálogo de la señora Pluche y su sobrina; por qué le dije al barón todo lo que vi?MAESTRO BRIDAINE¿Por qué un vano orgullo me alejó de esa cena honorable, donde me acogían tan bien; qué me importaba que estuviera a la derecha o a la izquierda?MAESTRO BLAZIUS¡Ay!, estaba bebido, debo reconocerlo, cuando hice esa locura.MAESTRO BRIDAINE¡Ay!, el vino se me subió a la cabeza cuando fui tan imprudente.MAESTRO BLAZIUSMe parece que ahí está el cura.

MAESTRO BRIDAINEEse es el ayo en persona.MAESTRO BLAZIUS¡Oh, oh!, señor cura, ¿qué hace usted ahí?MAESTRO BRIDAINE¡Yo!, voy a cenar. ¿No viene usted?

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MAESTRO BLAZIUSHoy no. ¡Ay!, maestro Bridaine, interceda por mí; el barón me despidió. Acusé falsamente a la señorita Camila de que tenía una correspondencia secreta y, sin embargo, Dios es testigo de que vi o creí que veía a la señora Pluche en la mielga. Estoy perdido, señor cura.MAESTRO BRIDAINE¿Qué me cuenta?MAESTRO BLAZIUS¡Ay, ay!, la verdad. Estoy en desgracia completa por haber robado una botella.MAESTRO BRIDAINE¿De qué habla, monseñor, de botellas robadas a propósito de una mielga y de una correspondencia?MAESTRO BLAZIUSLe suplico que defienda mi causa. Soy honesto, señor Bridaine. ¡Oh, digno señor Bridaine, soy su servidor!MAESTRO BRIDAINE, aparte.¡Oh, fortuna!, ¿esto es un sueño? ¡Entonces, voy a sentarme sobre ti, oh silla bendita!MAESTRO BLAZIUSLe voy a agradecer por oír mi historia y querer excusarme, buen señor, querido cura.MAESTRO BRIDAINEEso me es imposible, señor, dio el mediodía y me voy a comer. Si el barón se queja de usted, es su asunto. No intercedo por un borracho. (Aparte.) Pronto, volemos hasta la cancela; y tú, vientre mío, redondéate. (Sale corriendo.)MAESTRO BLAZIUS, solo.¡Miserable Pluche!, tú vas a pagar por todos; sí, tú eres la causa de mi ruina, mujer desvergonzada, vil alcahueta, a ti le debo mi desgracia. ¡Oh, santa universidad de París, me tratan de borracho! Estoy perdido si no consigo una carta y si no le pruebo al barón que su sobrina tiene una correspondencia. Esta mañana la vi que escribía en su escritorio. ¡Paciencia! Aquí está de nuevo. (Pasa la señora Pluche y lleva una carta.) Pluche, deme esa carta.SEÑORA PLUCHE¿Qué significa eso? Esta es una carta de mi ama que voy a dejar hasta el correo en el pueblo.MAESTRO BLAZIUSDémela o la mato.SEÑORA PLUCHE¡Yo, muerta, muerta, María, Jesús, virgen y mártir!MAESTRO BLAZIUSSí, muerta, Pluche; deme ese papel. (Se golpean. Entra Perdican.)PERDICAN¿Qué ocurre; qué hace usted, Blazius; por qué intimidar a esta mujer?SEÑORA PLUCHEDevuélvame la carta. Me la quitó, señor; ¡justicia!MAESTRO BLAZIUSElla es una alcahueta, señor. Esta carta es un dulce billete.SEÑORA PLUCHEEs una carta de Camila, señor, de su prometida.MAESTRO BLAZIUSEs un dulce billete para un guardador de pavos.

SEÑORA PLUCHEMentiste en eso, abate. Aprende eso de mí.PERDICANDeme esa carta, no entiendo nada de su disputa; pero, como prometido de Camila, me arrogo el derecho de leerla. (Lee.) “A la hermana Luisa, en el convento de***” (Aparte.) ¡Qué

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maldita curiosidad me invade a pesar mío! Mi corazón palpita con fuerza y no sé lo que siento. — Retírese, señora Pluche, usted es una digna mujer, y el maestro Blazius es un tonto. Vayan a comer; me encargo de llevar esta carta al correo. (Salen el maestro Blazius y la señora Pluche.) Es un crimen abrir una carta, lo sé muy bien para hacerlo. ¿Qué le puede decir Camila a esa hermana? ¿Entonces, estoy enamorado; qué dominio ejerce sobre mí esta singular muchacha, para que las tres palabras escritas en esta dirección hagan que tiemble la mano? Esto es singular; Blazius, cuando forcejeaba con la señora Pluche, hizo saltar el sello. ¿Es un crimen abrirla? Bueno, no voy a cambiar nada. (Abre la carta y lee.) “Parto hoy, querida mía, y todo ocurrió como lo había previsto. Es algo terrible; pero este pobre joven tiene el puñal en el corazón; no se va a consolar por haberme perdido. Sin embargo, hice todo lo posible para que me rechazara. Dios me va a perdonar por haberlo llevado a la desesperación por mi rechazo. ¡Ay!, querida, ¿qué podía hacer ahí? Ruegue por mí; nos veremos mañana y hasta siempre. De usted con lo mejor de mi alma. CAMILA.” ¿Es posible; Camila escribe esto? Habla así de mí. ¡Yo desesperado por su rechazo; eh, buen Dios!, si fuera cierto, lo veríamos; ¿qué pena puede haber en amar; hizo todo lo posible para que la rechazara, dice, y tengo el puñal en el corazón; qué interés puede tener en inventar una novela semejante; entonces, lo que yo pensaba esa noche es verdad? ¿Oh, mujeres; esta pobre Camila tal vez tiene una gran piedad!; de corazón se entrega a Dios, pero resolvió y decretó que me dejaría en la desesperación. Lo habían convenido entre las grandes amigas antes de que saliera del convento. Decidieron que Camila iba a volver a ver a su primo, que querría casarse con él, que lo rechazaría y que el primo quedaría desolado. ¡Qué interesante, una jovencita que le sacrifica a Dios la felicidad de un primo! No, no, Camila, no te amo, no estoy desesperado, no tengo el puñal en el corazón y te lo voy a probar. Sí, vas a saber que amo a otra antes de que te vayas de aquí. ¡Hola!, amigo. (Entra un campesino.) Vaya al castillo, diga en la cocina que envíen a un criado para que le lleve a la señorita Camila este billete. (Escribe.)EL CAMPESINOSí, monseñor. (Sale.)PERDICANAhora a lo otro. ¡Ah, estoy desesperado; hola, Rosette, Rosette! (Golpea en una puerta.)ROSETTE, abre.¡Es usted, monseñor! Entre, mi madre está ahí.PERDICANPonte tu gorro más bonito, Rosette, y ven conmigo.ROSETTE¿A dónde?PERDICANTe lo diré; pídele permiso a tu madre, pero apúrate.ROSETTESí, monseñor. (Entra en la casa.)PERDICANLe pedí a Camila que nos reuniéramos de nuevo y estoy seguro de que va a venir; pero, por el cielo, no va a encontrar lo que ella espera. Voy a cortejar a Rosette ante la misma Camila.

Escena 3 – El bosquecito. Entran CAMILA y EL CAMPESINO.

EL CAMPESINOSeñorita, voy al castillo a llevarle una carta; ¿es necesario que se la dé o que la entregue en la cocina, como me lo dijo el señor Perdican?

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CAMILADémela.EL CAMPESINOSi quiere que se la lleve hasta el castillo, no importa que me demore un poco más.CAMILATe digo que me la des.EL CAMPESINOComo usted guste. (Le da la carta.)CAMILAVaya, toma por tu servicio.EL CAMPESINOMuchas gracias; me voy, ¿verdad?CAMILASi quieres.EL CAMPESINOMe voy, me voy. (Sale.)CAMILA, lee.Perdican quiere despedirse de mí, antes de partir, junto a la fuentecita hasta donde lo hice ir ayer. ¿Qué puede querer decirme? Justo ahí está la fuente y me interesa mucho. ¿Debo aceptar este segundo encuentro? ¡Ah! (Se oculta detrás de un árbol.) Ahí está Perdican, que se acerca con Rosette, mi hermana de leche. Supongo que la va a dejar; me alegro de que parece que no llegué de primera. (Entran Perdican y Rosette y se sientan. Camila oculta, aparte.) ¿Qué quiere decir esto; hace que ella se siente junto a él; me pide una cita para venir hasta aquí a platicar con otra?, tengo curiosidad de saber lo que le dice.PERDICAN, en voz alta, para que lo oiga Camila.¡Te amo, Rosette!, sólo tú no olvidaste nada de nuestros bellos días pasados; sólo tú recuerdas la vida que se fue; toma tu parte de mi nueva vida; dame tu corazón, querida niña; esta es la prenda de nuestro amor. (Le pone su cadena en el cuello.)ROSETTE¿Me da su cadena de oro?PERDICANAhora mira este anillo. Levántate y acerquémonos a la fuente. Nos ves a los dos, en la fuente, apoyados uno sobre el otro; ves tus bellos ojos cerca a los míos, tu mano en la mía? Mira cómo se borra todo eso. (Lanza su anillo al agua.) Mira cómo desapareció nuestra imagen; ahí vuelve poco a poco; el agua que se había perturbado recupera su equilibrio; todavía tiembla; grandes círculos negros corren en su superficie; paciencia, volvemos a aparecer; ya distingo de nuevo tus brazos enlazados con los míos; un minuto todavía y ya no va a haber una onda sobre tu cara bonita; ¡mira!, ese era un anillo que me había dado Camila.ROSETTE, aparte.Lanzó mi anillo al agua.PERDICAN¿Sabes qué es el amor, Rosette? ¡Escucha!, se calla el viento; la lluvia mañanera rueda en perlas sobre las hojas que se secan y el sol reanima. ¡Por la luz del cielo, por ese sol, te amo! Me quieres bien, ¿no es verdad? ¿No marchitaron tu juventud, no se internaron en tu sangre bermeja los restos de una sangre infortunada? No quieres convertirte en religiosa; aquí estás joven y bella en los brazos de un hombre joven. ¡Oh, Rosette, Rosette!, ¿sabes qué es el amor?ROSETTE¡Ay!, señor doctor, lo voy a amar como pueda.PERDICANSí, como puedas; y me vas a amar más, tan doctor como soy y tan campesina como eres, que esas pálidas estatuas que hacen las monjas, que tienen cabeza en vez de corazón y que salen de los claustros para venir a difundir en la vida la atmósfera húmeda de sus celdas; nada

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sabes; no leerías en un libro la plegaria que te enseña tu madre, como ella la aprendió de la suya; incluso no entiendes el sentido de las palabras que respetas, cuando te arrodillas junto a tu cama; pero entiendes que ruegas y eso es todo lo que Dios necesita.ROSETTE¡Cómo me habla, monseñor!PERDICANNo sabes leer; pero sabes lo que dicen esos bosques y esas praderas, esos tibios ríos, esos bellos campos cubiertos de cosechas, toda esa naturaleza de espléndida juventud. Reconoces a todos esos miles de hermanos, y a mí como a uno de entre ellos; levántate, vas a ser mi mujer y vamos a arraigar juntos en la savia del mundo omnipotente. (Sale con Rosette.)

Escena 4 – Entra EL CORO.

EL COROSeguramente ocurre algo raro en el castillo; Camila se negó a casarse con Perdican; debe regresar al convento de donde vino. Pero creo que el señor, su primo, se consoló con Rosette. ¡Ay!, la pobre muchacha no sabe el peligro que corre al oír las palabras de un joven y galante señor.SEÑORA PLUCHE, entra.¡Pronto, pronto, que ensillen mi asno!EL CORO¿Va a pasar como un viento leve, oh venerable señora; con tanta prontitud va a montar de nuevo a horcajadas en esa pobre bestia que está tan triste por llevarla?SEÑORA PLUCHEQueridos granujas, gracias a Dios no voy a morir aquí.EL COROMuera lejos, Pluche, amiga; muera desconocida en una covacha malsana. Vamos a hacer votos por su respetable resurrección.SEÑORA PLUCHEAquí llega mi ama. (A Camila, que entra.) Querida Camila, todo está listo para nuestra partida; el barón hizo sus cuentas y albardaron a mi asno.CAMILAVáyanse al demonio, usted y su asno; no partiré hoy (Sale.)EL CORO¿Qué quiere decir eso? La señora Pluche está pálida de terror; sus falsos cabellos tratan de erizarse, su pecho resuena con fuerza y sus dedos se alargan al crisparse.SEÑORA PLUCHE¡Señor Jesús; Camila blasfemó! (Sale.)

Escena 5 – Entran EL BARÓN y el MAESTRO BRIDAINE.

MAESTRO BRIDAINESeñor, es necesario que hable con usted. Su hijo corteja a una muchacha del pueblo.EL BARÓNEso es absurdo, amigo mío.

MAESTRO BRIDAINELo he visto claramente que pasaba por el brezal y le daba el brazo; se inclinaba hacia su oído y le prometía casarse con ella.EL BARÓNEso es terrible.MAESTRO BRIDAINEConvénzase de eso; le hizo un regalo notable, que la pequeña le mostró a su madre.

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EL BARÓN¡Oh, cielo!, ¿notable, Bridaine; en qué era notable?MAESTRO BRIDAINEPor el peso y por la consecuencia. Es la cadena de oro que llevaba en su gorro.EL BARÓNPasemos a mi gabinete; no sé a qué atenerme. (Salen.)

Escena 6 – La alcoba de Camila. Entran CAMILA y la SEÑORA PLUCHE.

CAMILA¿Él recibió mi carta, dices?SEÑORA PLUCHESí, niña mía, se encargó de llevarla al correo.CAMILAVaya hasta el salón, señora Pluche y deme el gusto de decirle a Perdican que lo espero aquí. (La señora Pluche sale.) Leyó mi carta, no hay duda; su escena en el bosque es una venganza, como su amor por Rosette. Quiso mostrarme que amaba a otra y no a mí, y representar el indiferente a pesar de su despecho. ¿Me amaría él, por casualidad? (Levanta la colgadura.) ¿Estás ahí, Rosette?ROSETTE, entra.Sí; ¿puedo entrar?CAMILA Óyeme, niña; ¿el señor Perdican no te corteja?ROSETTE¡Ay!, sí.CAMILA ¿Qué piensas sobre lo que te dijo esta mañana?ROSETTE¿Esta mañana; dónde?CAMILANo te hagas la hipócrita. — Esta mañana en la fuente en el bosquecito.ROSETTE¿Entonces, usted me vio?CAMILA ¡Pobre inocente! No, no te vi. Te dijo bellas palabras, ¿no es cierto? Apostemos que te prometió casarse contigo.ROSETTE¿Cómo lo sabe?CAMILA ¿Qué importa cómo lo sé; crees en sus promesas, Rosette?ROSETTE¿Cómo no creería en eso; entonces, me engañaría; por qué hacerlo?CAMILAPerdican no se va a casar contigo, niña.

ROSETTE¡Ay!, no sé nada sobre eso.CAMILALo amas, pobre muchacha; no se va a casar contigo y la prueba, voy a dártela; entra detrás de esa cortina, no vas a tener sino que oír y venir cuando te llame. (Rosette sale. Camila sola.) Yo, que creía que llevaba a cabo un acto de venganza, ¿haría un acto de humanidad? A la pobre muchacha le han robado el corazón. (Entra Perdican.) Buenos días, primo, siéntese. PERDICAN¡Qué vestido, Camila! ¿A quién quiere?

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CAMILA A usted, tal vez; estoy enfadada porque no pude ir a la cita que me pidió; ¿tenía algo que decirme?PERDICAN, aparte.Esa es, por mi vida, una mentirita algo grande, para un cordero sin mancha; la vi cómo oía la conversación detrás de un árbol. (En voz alta.) Nada tengo que decirle, sino adiós, Camila; creía que se iba; sin embargo, su caballo está en la caballeriza y usted no tiene el aspecto de estar con vestido de viaje. CAMILAMe agrada la discusión; no estoy muy segura de no desear pelear aún con usted.PERDICAN¿Para qué sirve pelear, cuando la compostura es imposible? El gusto por las disputas es el de hacer la paz.CAMILA¿Está convencido de que no quiero hacerla?PERDICANNo se burle; no deseo responderle.CAMILA Quisiera que me cortejara; no sé si se debe a que tengo un vestido nuevo, pero quiero divertirme. Usted me propuso ir hasta el pueblo, vamos, lo deseo mucho; embarquémonos; deseo ir a comer sobre la hierba o hacer una caminata hasta el bosque. ¿Va a haber claro de luna esta noche? Eso es singular, ya no tiene en el dedo el anillo que le di.PERDICANLo perdí.CAMILAEntonces, por eso lo encontré; tenga, Perdican, aquí está.PERDICAN¿Es posible; dónde lo encontró?CAMILAVe que mis manos están mojadas, ¿no es cierto? En verdad, arruiné el vestido del convento para alcanzar esta sonajita infantil de la fuente. Por eso me puse otro y, le digo, eso me cambió; póngalo en su dedo. PERDICAN¿Alcanzaste el anillo en el agua, Camila, con riesgo de caerte; es un sueño? ¡Y ahora, me lo pones en el dedo! ¡Ah!, Camila, ¿por qué me lo das, esta triste prenda de una dicha que ya se fue? Habla, coqueta e imprudente muchacha, ¿por qué te vas; por qué te quedas; por qué, de un momento a otro, cambias de aspecto y de color, como la piedra de este anillo con cada rayo del sol? CAMILA ¿Conoce usted el corazón de las mujeres, Perdican; está seguro de su inconstancia y sabe si ellas en realidad cambian de modo de pensar cuando cambian a veces de lenguaje? Hay quienes dicen que no. Sin duda, con frecuencia debemos representar un papel, a menudo mentir; ve que soy franca; pero, ¿está seguro que todo miente en una mujer, cuando su lengua miente; ha reflexionado mucho sobre el carácter de ese ser débil y arrebatado, el rigor con que lo juzgan, los principios que le imponen; y quien sabe si, obligada a engañar por el mundo, la cabeza de ese pequeño ser sin cerebro no puede encontrar placer en eso y mentir a veces como pasatiempo, por locura, como miente por necesidad?PERDICANNo entiendo nada de eso y nunca miento. Te amo, Camila, y eso es todo lo que sé.CAMILAUsted dice que me ama, ¿y nunca miente?PERDICANNunca.

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CAMILASin embargo, allí hay una que dice que eso le ocurre a veces. (Levanta la cortina, Rosette está en el fondo, desmayada sobre una silla.) ¿Qué le va a responder a esta niña, Perdican, cuando le pida cuentas por sus palabras? Si usted nunca miente, ¿entonces, por qué ella se desmayó al oír que usted me decía que me ama? Lo dejo con ella; intente reanimarla. (Ella quiere salir.)PERDICANUn momento, Camila, escúchame.CAMILA ¿Qué quiere decirme?, es necesario que hable con Rosette. No lo amo; no fui a buscar por despecho a esta infortunada niña hasta el fondo de su choza, para tener con ella una carnada, un juguete; no repetí imprudentemente ante ella palabras fervorosas dirigidas a otra; por ella, no fingí lanzar al viento el recuerdo de una querida amistad; no le puse mi cadena en el cuello; no le dije que me casaría con ella.PERDICAN¡Escúchame, escúchame!CAMILA¿No sonreíste luego cuando te dije que yo no había podido ir hasta la fuente? ¡Y bien!, sí, allí estaba y lo oí todo; pero, Dios es mi testigo en esto, allí no querría haber hablado como tú. ¿Qué vas a hacer con esta muchacha, ahora, cuando venga, con tus besos ardientes sobre los labios, a mostrarte llorando la herida que le hiciste? Quisiste vengarte de mí y castigarme por una carta que escribí para mi convento, ¿no es cierto? A toda costa, quisiste lanzarme alguna saeta que pudiera alcanzarme y para nada contabas con que tu flecha envenenada atravesara a esta niña, ya que, tras ella, también me hería. Me había vanagloriado de haberte inspirado algún amor, de dejarte alguna pena. ¿Eso te hirió en tu noble orgullo? ¡Y bien!, apréndelo de mí, me amas, entiendes; ¡pero te vas a casar con esta muchacha o no eres sino un vil! PERDICANSí, me casaré con ella.CAMILAY harás bien.PERDICANMuy bien, y mucho mejor que si me casara contigo misma. ¿Qué hay, Camila, que tanto te irrita? Esta niña se desmayó; la vamos a reanimar bien, para eso no necesitamos sino un frasco de vinagre; quisiste probarme que yo había mentido una vez en mi vida; eso es posible, pero me pareces audaz cuando decidiste en qué momento. Ven, ayúdame a socorrer a Rosette. (Salen.)

Escena 7 – Entran EL BARÓN y CAMILA.

EL BARÓNSi eso se hace, me voy a volver loco.CAMILAEmplee su autoridad.EL BARÓNMe voy a volver loco y no voy a dar mi consentimiento, no hay duda de eso.CAMILADebería hablarle y hacerlo entrar en razón.EL BARÓNEso me va a lanzar a la desesperación durante todo el carnaval y ni una vez voy a ir a la Corte. Ese es un matrimonio desigual. Nunca oímos hablar de casar a la hermana de leche de su prima; eso pasa todos los límites.CAMILA

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Haga que lo llamen y dígale claramente que ese matrimonio le desagrada. Créame, eso es una locura y no lo va a resistir.EL BARÓNVoy a estar vestido de negro este invierno; téngalo por seguro.CAMILAPero háblele, ¡en nombre del cielo! Da una cabezada; tal vez ya no hay tiempo; si habló de eso, lo hará.EL BARÓN Voy a encerrarme para entregarme a mi dolor. Dígale, si pregunta, que estoy encerrado y que me entrego a mi dolor de verlo que se casa con una muchacha anónima. (Sale.)CAMILA¿No voy a encontrar aquí un hombre de valor? En verdad, cuando lo buscamos, nos asustamos por su soledad. (Entra Perdican.) Y bien, primo, ¿cuándo es el matrimonio?PERDICANLo más pronto posible; ya hablé con el notario, con el cura y con todos los campesinos.CAMILAEntonces, ¿realmente cuenta con que se va a casar con Rosette?PERDICANSeguramente.CAMILA¿Qué va a decir su padre sobre eso?PERDICANTodo lo que quiera; me agrada casarme con esa muchacha; esa es una idea que le debo a usted y en eso me sostengo. ¿Es necesario que le repita los lugares comunes más barajados sobre su nacimiento y el mío? Ella es joven y bonita y me ama; eso es más de lo que necesitamos para ser tres veces felices. Que tenga carácter o no lo tenga, yo hubiera podido encontrar algo peor. Van a gritar y se van a burlar; me lavo las manos al respecto.CAMILANo hay nada risible en eso; hace muy bien en casarse con ella. Pero me enfada por usted sólo una cosa, que van a decir que usted lo hizo por despecho.PERDICAN¿Eso la enfada? ¡Oh!, no.CAMILASí, verdaderamente me enfada por usted. Eso perjudica a un hombre joven, no poder resistir a un momento de despecho.PERDICANEntonces, enfádese; en cuanto a mí, eso me da igual.CAMILAPero no piensa eso; nada es esa muchacha.PERDICANEntonces, ella va a ser algo, cuando sea mi mujer.CAMILAElla lo va a fastidiar antes de que el notario se haya puesto su toga nueva y sus zapatos para venir hasta aquí; el corazón se le va a detener en la cena de la boda y, la noche de la fiesta, usted va a hacer que le corten las manos y los pies, como en los cuentos árabes, porque ella va a oler el ragú.PERDICANUsted verá que no. Usted no me conoce; cuando una mujer es dulce y sensible, franca, buena y bella, soy capaz de contentarme con eso, sí, en verdad, hasta de no inquietarme por saber si ella habla el latín.CAMILAEs de lamentar que hubieran gastado tanto dinero para que usted lo aprendiera; esos son tres mil escudos perdidos.

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PERDICANSí, hubieran hecho mejor en darlos a los pobres.CAMILAUsted se va a encargar de eso, por lo menos de los pobres de espíritu.PERDICANY en cambio ellos me van a dar el reino de los cielos, pues es de ellos.CAMILA¿Cuánto tiempo va a durar esta broma?PERDICAN¿Cuál broma?CAMILASu matrimonio con Rosette.PERDICANMuy poco tiempo; Dios no hizo del hombre una obra duradera: treinta o cuarenta años, máximo.CAMILA¡Tengo curiosidad por bailar en su boda!PERDICANEscúcheme, Camila, ese es un tono de burla que no viene al caso.CAMILAMe gusta mucho para que lo deje.PERDICANEntonces, la dejo a usted; pues ahora mismo es suficiente para mí.CAMILA¿Va a la casa de su prometida?PERDICANSí, ahora voy hacia allá.CAMILAEntonces, deme su brazo, yo también voy. (Entra Rosette.)PERDICAN¡Ahí estás, niña mía! Ven, quiero presentarte a mi padre.ROSETTE, se arrodilla.Monseñor, vengo a pedirle un favor. Todas las personas del pueblo con las que hablé esta mañana me dijeron que usted amaba a su prima y que usted no me hizo la corte sino para divertirse los dos; se burlan de mí cuando paso y ya no voy a poder hallar marido en el lugar, después de haber servido de burla a todo el mundo. Permítame que le entregue el collar que me dio y vivir en paz en casa de mi madre.CAMILAEres una muchacha buena, Rosette; conserva ese collar, yo te lo doy, y mi primo va a tomar el mío en su lugar. En cuanto a un marido, no te inquietes, me encargo de buscarte uno.PERDICANEn efecto, eso no es difícil. Vamos, Rosette, ven, te llevo hasta donde mi padre.CAMILA¿Por qué? Eso es inútil.

PERDICANSí, tiene razón, mi padre nos va a recibir mal; es necesario dejar que pase el primer momento de sorpresa que ha sentido. Ven conmigo, volveremos al lugar. Me agrada que digan que no te amo cuando me caso contigo. ¡Claro!, vamos a hacer que se callen. (Sale con Rosette.)CAMILA¿Qué me ocurre? Él lo toma con un aspecto muy tranquilo. Eso es raro; me parece que la cabeza me da vueltas. ¿En serio, se va a casar con ella? ¡Hola, señora Pluche, señora Pluche! ¿Entonces, no hay nadie aquí? (Entra un criado.) Corra tras el señor Perdican; dígale pronto

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que regrese aquí, tengo que hablarle. (El criado sale.) ¿Pero, entonces, qué es todo esto? No puedo más, mis pies se niegan a sostenerme. (Vuelve a entrar Perdican.)PERDICAN¿Usted me llamó, Camila?CAMILANo, no.PERDICANEn verdad, está usted pálida; ¿qué tiene que decirme; hizo que me llamaran para hablar conmigo?CAMILANo, no. — ¡Oh, Señor Dios! (Ella sale.)

Escena 8 – Un oratorio. Entra CAMILA; se lanza al pie del altar.

CAMILA¿Oh, Dios mío, me ha abandonado? Usted lo sabe, cuando vine, había jurado serle fiel, cuando me negué a ser la esposa de alguien distinto a usted, creí hablar con sinceridad ante usted y mi conciencia; lo sabe, padre mío; entonces, ¿no quiere más de mí? ¡Oh!, ¿por qué permites que mienta la verdad misma; por qué soy tan débil? ¡Ah, infeliz, ya no puedo rezar! (Entra Perdican.) PERDICANOrgullo, el más fatal de los consejeros humanos, ¿qué viniste a hacer entre esta muchacha y yo? Ahí está pálida y atemorizada, el que presiona sobre las losas insensibles su corazón y su rostro. Ella hubiera podido amarme, y habíamos nacido el uno para el otro; ¿qué viniste a hacer en nuestros labios, orgullo, cuando nuestras manos iban a unirse?CAMILA ¿Quién me siguió; quién habla bajo esta bóveda; eres tú, Perdican?PERDICAN¡Cuán insensatos somos!, nos amamos. ¿Qué sueño tuvimos, Camila; qué vanas palabras, qué miserables locuras pasaron como un viento funesto entre nosotros dos; cuál de nosotros quiso engañar al otro? ¡Ay!, esta misma vida es un sueño tan penoso: ¿por qué aun mezclar allí los nuestros? ¡Oh, Dios mío, la felicidad es una perla tan rara en este océano aquí en la tierra! Nos habías dado, pescador celestial, nos habías lanzado desde las profundidades del abismo, esa inestimable joya; y nosotros, como niños mimados que somos, hicimos de ella un juguete. ¡El sendero verde que nos llevaba uno hacia el otro tenía un declive tan suave, estaba rodeado de matas tan florecidas, se perdía en un horizonte tan apacible; necesitamos que la vanidad, la habladuría y la ira vinieran a lanzar sus peñas informes en esta vía celeste, que nos hubiera llevado hasta ti en un beso! Necesitamos que no nos hiciéramos daño, pues somos seres humanos. ¡Oh, insensatos!, nos amamos. (La toma en sus brazos.)CAMILASí, nos amamos, Perdican; déjame que lo sienta en tu corazón. Este Dios que nos mira no va a ofenderse por eso; quiere que te ame; lo sabe hace quince años. PERDICAN¡Querida criatura, eres para mí! (La abraza; se oye un fuerte grito detrás del altar.) CAMILAEsa es la voz de mi hermana.PERDICAN¿Cómo está aquí?, la había dejado en la escalera, cuando hiciste que me llamaran. Entonces, me siguió sin que me diera cuenta.CAMILA Entremos en esa galería; allá gritaron.PERDICANNo sé lo que siento; me parece que mis manos están cubiertas de sangre.

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CAMILASin duda, la pobre niña nos vio; se desmayó otra vez; ven, vamos por ayuda; ¡ay!, todo esto es cruel.PERDICANNo, en verdad, no voy a entrar; siento un frío mortal que me paraliza. Ve allí, Camila, y trata de acompañarla. (Camila sale.) ¡Te lo suplico, Dios mío, no hagas de mí un asesino; ves lo que ocurre; somos dos niños insensatos y jugamos con la vida y con la muerte; pero nuestro corazón es puro; no mates a Rosette, justo Dios; le voy a encontrar un marido, voy a corregir mi error; ella es joven, va a ser rica, será feliz; no hagas eso, oh Dios!, usted puede bendecir aún a cuatro de sus hijos. ¡Y bien!, Camila, qué ocurre? (Camila vuelve a entrar.)CAMILAElla ha muerto. ¡Perdican, adiós!*

* TOMADO DE: MUSSET, Alfred de. On ne badine pas avec l’amour, de: Wikisource:Grandes œuvres de la littérature française - Wikisource, en: http://fr.wikisource.org/wiki/Wikisource:Grandes_%C5%93uvres_de_la_litt% C3%A9rature_fran%C3%A7aise, link: http://fr.wikisource.org/wiki/Auteur:Alfred_de_Musset, link:http://fr.wiki source.org/wiki/On_ne_badine_pas_avec_l%E2%80%99amour