Concilium 033 Marzo 1968

Embed Size (px)

Citation preview

  • CONCILIUM Revista internacional de Teologa

    PASTORAL

    Marzo 1968

    Schlier Rahner Schreuder Congar Bctye Golwitz>er ^ ^ _ ^ ^ _ Castagna ^r ^^r Waltermann ^ ^

  • C O N C I L I U M Revista internacional de Teologa

    Diez nmeros al ao, dedicados cada uno de ellos a una disciplina teolgica: Dogma, Liturgia, Pastoral, Ecumenismo, Moral, Cuestiones Fronterizas, Histo-ria de la Iglesia, Derecho Cannico, Espiritualidad y Sagrada Escritura.

    CONTENIDO DE ESTE NUMERO H. Schlier: Rasgos fundamentales de una teo-

    loga de la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento 363

    fC. Rahner: El problema de la desmitologiza-cin y el ejercicio de la predicacin 374

    3. Schreuder: Mecanismos de la predicacin. 395 {. Congar: Relacin entre culto o sacramento

    y predicacin de la palabra 409 '. Bockle: Temas morales urgentes en la pre-

    dicacin moderna 423 I. Gollwitzer: Cmo predicar hoy la reden-

    cin 441 ). Castagna: Debe predicar boy el laico? ... 453 *eo Waltermann: La radio como pulpito? ... 459 OLETINES

    [. Rahner-K. Lehmann: Situacin actual de la predicacin y de sus medios auxiliares ... 477 En Espaa, 479; en Italia, 481; en I'rancia, 485; en los pases de habla alemana, 489; en Holanda, 492; en Polonia, 495; en Bra-sil, 498; en Chile, 501; en el mundo de ha-bla inglesa, 503.

    [. Schuster-K. Hoffmann: Predicacin y me-dios de comunicacin social 507

    3CUMENTACION CONCILIUM 517

    Traductores de este nmero: Un grupo de profesores del

    Seminario Diocesano de Madrid

    Director de la edicin espaola: P. JOS MUOZ SENDINO

    S

    Editor en lengua espaola: EDICIONES CRISTIANDAD

    Aptdo. 14.898. - MADRID

    C O N C I L I U M Revista internacional de Teologa

    33 PASTORAL

    LA PREDICACIN CRISTIANA

    i

    EDICIONES CRISTIANDAD MADRID

    1968

  • CON CENSURA ECLESISTICA Depsito legal: M. 1.399.1965

    COMIT DE DIRECCIN Directores de seccin: Prof. Dr. E. Schillebeeckx OP Mons. Dr. J. Wagner Prof. Dr. K. Rahner sj Prof. Dr. H. Kng Prof. Dr. Bbckle Prof. Dr. J.-B. Metz

    Prof. Dr. R. Aubert

    Mons. Dr. N. Edelby

    Prof. Dr. T. I. Jimnez Urresti

    Prof. Dr. Chr. Duquoc OP Prof. Dr. P. Benolt OP

    Prof. Dr. R. Murphy o. CARM.

    (Dogma) (Liturgia) (Pastoral) (Ecumenismo) (Moral) (Cuestiones

    fronterizas) (Historia de la

    Iglesia) (Derecho

    Cannico) (Derecho

    Cannico) (Espiritualidad) (Sagrada

    Escritura) (Sagrada

    Escritura)

    Nimega Trveris Mnster Tubinga Bonn Mnster

    Lovaina

    Damasco

    Bilbao

    Lyon Jerusaln

    Washington

    Holanda Alemania Alemania Alemania Alemania Alemania

    Blgica

    Siria

    Espaa

    Francia Jordania

    U.S. A.

    Consejeros: Dr. L. Alting von Geusau Ludolf Baas Dr. M. Cardoso Peres OP Marie-Dominique Chenu OP Mons. Dr. C. Colombo Prof. Dr. Y. Congar OP Prof. Dr. G. Diekmann OSB Prof. Dr. J. Meja Roberto Tucci sj Secretario general: Dr. M. C. Vanhengel

    Secretario adjunto: Jan Peters

    Groninga Holanda Amersfoort Holanda Ftima Portugal Pars Francia Vrese Italia Estrasburgo Francia Collegeville U.S. A. Buenos Aires Argentina Roma Italia

    Nimega Holanda

    Smakt-Venray Holanda

    Secretariado General: Arksteestraat 3-5, Nimega, Holanda

  • COMIT DE REDACCIN DE ESTE NUMERO

    Director-

    Prof. Dr. Karl Rahner sj Mnster Alemania Occidental

    Director adjunto:

    Prof. Dr. Heinz Schuster Saarbrcken Alemania Occidental

    Miembros:

    Me. Ludolph Baas Mons. Willem van Bekkum SVD Mons. Joseph Blomjous PB Prof. Fernand Boulard Dr. Paul Bourgy OP Prof. Dr. Georges Delcuve sj Mons. William Duschak SVD Prof. Dr. Henri Fret OP Prof. Dr. Casiano Floristn Prof. Dr. Domenico Grasso sj Prof. Alfonso Gregory Dr. Norbert Greinacher Prof. Dr. Johannes Hofinger sj Dr. Francois Houtart Dr. Jess Iribarren Prof. Dr. Jan Kerkhofs sj Prof. Dr. Francois Lepargneur Prof. Dr. Pierre-Andr Lig OP Prof. Dr. Jzef Majka Prof. Dr. Luis Maldonado Prof. Dr. Alois Mller Prof. Dr. Juan Ochagava sj Dr. Gustavo Prez Ramrez Prof. Dr. Emile Pin sj Prof. Dr. Jos Rodrguez Medina Prof. Dr. Vctor Schurr CSSR Mons. Emile de Smedt Dr. Cornelis Trimbos Prof. Dr. Manuel Useros Carretero

    Amersfoort Ruteng Friburgo Pars Bruselas Bruselas Calapan Pars Madrid Roma Ro de Janeiro Reutlingen Manila Lovaina Madrid Heverlee-Lovaina Sao Paulo Pars Tarnow Madrid Friburgo Santiago Bogot Roma Salamanca Gars am Inn Brujas Utrecht Salamanca

    Holanda Indonesia Suiza Francia Blgica Blgica Filipinas Francia Espaa Italia Brasil Alemania Occidental Filipinas Blgica Espaa Blgica Brasil Francia Polonia Espaa Suiza Chile Colombia Italia Espaa Alemania Occidental Blgica Holanda Espaa

    PRESENTACIN

    I

    Desde sus comienzos, CONCILWM se haba propuesto abordar las cuestiones candentes en la doctrina y en la prctica actual de la Iglesia. Es indudable que entre esas cuestiones acucian-tes sobresale la que se ha dado en llamar problema de la pre-dicacin. Predicadores y fieles saben a qu dificultades se alude con tal expresin. Muchas personas abandonan la Igle-sia porque el lenguaje empleado en los pulpitos ya no les dice nada, no tiene conexin con su propia vida y pasa por alto muchas cuestiones criticas y arduas de la vida actual. De he-cho, no raras veces la predicacin vena a ser un ensayo dog-matizante y doctrinario, venido exclusivamente desde fuera y apoyado en una autoridad formal, o bien un intento morali-zante de apariencia tal vez orgullosa y farisaica, o una evasin en torno a problemas polticos o culturales contra los que la Iglesia presenta sus reivindicaciones. Tal era al menos la im-presin de numerosos oyentes. En tales circunstancias no es extrao que el predicador suba al pulpito con nerviosismo, timidez e inseguridad. El peso cada vez mayor de las tareas pastorales, la postura cada vez ms crtica de los oyentes, los problemas planteados a la interpretacin bblica por el des-arrollo de las ciencias modernas y, en general, las crecientes complicaciones de la vida moderna son otros tantos factores que agravan el problema de la predicacin.

    Por otra parte, es una terrible realidad que la formacin de los sacerdotes para el ministerio de la predicacin ha sido durante largo tiempo extraordinariamente precaria. En la ma-

  • 358 Presentacin

    yora de los casos, toda la formacin se reduca a una ense-anza retrica bastante ineficaz, cierta educacin de la voz, una serie de criterios formales sobre la predicacin y un re-sumen de historia de la homiltica. Esta formacin, enten-dida como tcnica pastoral, significaba muy poco en el conjun-to de las disciplinas teolgicas, pero adems los profesores de las disciplinas principales apenas si se preocupaban por el pro-blema de la predicacin en la Iglesia. El arte peculiar de tra-ducir el contenido de la teologa al lenguaje de la predicacin se dejaba encomendado a la aptitud o ineptitud de cada sacer-dote, o bien se plasmaba de acuerdo con las normas formales de una retrica concreta.

    TJltimamente se han registrado algunos cambios en este campo. Sin embargo, los esfuerzos por reformar la predicacin como muestra nuestro boletn se encuentran todava en los comienzos o avanzan por unos caminos un tanto discuti-bles. Con frecuencia se emplea una jerga superficial, moderna, profana o teolgica con la esperanza de producir impacto en l oyente; pero esto termina por delatar la impotencia y resignacin ante una tarea ms profunda. Aun reconociendo los esfuerzos por revalorizar y hacer comprender la homila en su naturaleza y funcin dentro de la celebracin eucarstica, un observador leal de la situacin debe admitir que este expe-rimento no carece de dificultades: el texto bblico sirve a me-nudo solamente de trampoln para saltar, tras unas cuantas palabras introductorias, a un contexto totalmente distinto; la predicacin se reduce a una exposicin exegtica o teolgica, si es que no evita los problemas reales del texto. La adopcin de la homila en un sentido exclusivo comporta una seleccin bastante discutible de los temas, y la renuncia expresa a tratar temas de dogmtica, teologa moral y liturgia desemboca con frecuencia en un sustancial empobrecimiento del contenido de la predicacin.

    Quien escucha la predicacin de nuestras iglesias en un da de fiesta (Navidad, Pascua, Pentecosts, etc.) comprende que no basta una reforma basada exclusivamente en la exge-sis. La introduccin de la lengua vulgar en la liturgia ha hecho mas patente la pobreza de nuestra predicacin, pues la fami-

    Presentacin 359

    liaridad con el texto directo de la Escritura descubre cuan le-jos estamos de comprenderlo. Frente a la seriedad que exige el cristianismo cabra una capitulacin definitiva: rehuir las verdades centrales de la fe para refugiarse en la exposicin constante de unos cuantos temas: el acercamiento del cristiano al mundo, la necesidad del amor fraterno, el compromiso po-ltico del cristiano, etc.

    Indudablemente, todo esto es muy importante e incluso puede constituir una gua decisiva para estructurar la predica-cin actual, pero sta resulta de hecho abstracta y profunda-mente ajena a la vida porque no tiene suficiente arraigo en la entraa de la fe cristiana. El cristiano que vive realmente de las fuentes de la fe, la esperanza y el amor, que se esfuerza hoy particularmente por mantener la integridad, l dinamismo y la fuerza misionera de su fe, siente efectivamente la impre-sin de que el predicador le ha abandonado en materias que son decisivas.

    II

    El presente nmero de CONCILWM ha nacido como una res-puesta a este problema de la predicacin actual y como un fruto de la inquietud por la misin evangelizadora de la Igle-sia de hoy. De acuerdo con el carcter de esta revista, y en particular con el objetivo pastoral de la seccin, era preciso ofrecer alguna ayuda prctica, si bien no hay que confundirla con una receta lista para el uso. En concreto, ha sido necesario incluir el duro manjar y no siempre fcilmente digestible de la reflexin cientfica. Slo si se ataca el mal en la raz cabe esperar una reforma fructuosa. Y no extraar que este pro-ceso exija un retorno a las fuentes y los orgenes de la fe.

    El artculo de teologa bblica esclarece el concepto Pala-bra de Dios y muestra cmo toda predicacin debe remon-tarse a Jesucristo mismo, a su palabra y su Iglesia; al mismo tiempo se destacan las cualidades que debe poseer un buen predicador. Los aspectos dogmticos se estudian en dos artcu-los. En primer lugar, un intento de dar una respuesta al con-

  • 360 Presentacin I

    junto de problemas que suscita el trmino desmitizacin. All se presentan los distintos niveles de la realidad salvfica y se insiste en la importancia de tenerlos en cuenta a la hora de preparar y pronunciar el sermn. El segundo artculo dog-mtico procura aportar alguna luz a la relacin existente entre palabra y sacramento; los trabajos teolgicos de los ltimos aos, las exigencias del Concilio y, de manera especial, los pro-blemas del continente latinoamericano en el campo de la prc-tica sacramental postulaban un estudio serio de tales cuestio-nes. Dado que la predicacin moral en el mejor sentido de esta palabra apenas si se practica, hemos pedido un ar-tculo a un conocido moralista. Vara no dar lugar a una imagen demasiado ingenua de los mtodos, de la aceptacin y la inte-ligibilidad de la predicacin, un socilogo, que es tambin te-logo, estudia sus estructuras psicolgicas y sociolgicas. Este estudio es tanto ms instructivo cuanto que demuestra la n-tima conexin de la predicacin con otras formas de actividad pastoral. Un redactor de radio informa sobre su trabajo y sus experiencias en el campo de la predicacin ante el micrfono. Este artculo sirve de complemento plstico al anterior, pues da cuenta de la actitud crtica del oyente ante una proclama-cin de la palabra que se presenta sobria y seria, tcnicamente transmitida y, en cierto modo, secularizada, con lo cual se ponen de relieve las posibilidades y la responsabilidad de la predicacin concreta. Esto demuestra cuan lejos se halla en la prctica nuestra predicacin de las esperanzas e incluso de los sentimientos del hombre moderno. Dos breves colabora-ciones se refieren a dos importantes cuestiones. Un conocido telogo evanglico describe el contexto de la experiencia hu-mana, en el cual ciertas realidades como redencin, sal-vacin y reconciliacin pueden hacerse inteligibles sin menoscabo del sentido teolgico. Un telogo sudamericano responde clara y concisamente a la pregunta de si hoy es in-evitable, en determinadas ocasiones, que prediquen los laicos.

    Nuestra intencin era ofrecer dos boletines. Ya en 1966, el nmero dedicado a Sagrada Escritura (n. 20, pp. 478-508) presentaba un resumen bibliogrfico sobre la homila, al cual remitimos ahora a nuestros lectores. El primer boletn del

    Presentacin 361

    presente nmero pasa revista a los medios con que cuenta la predicacin en los diversos pases: qu se hace para resolver el problema de la predicacin por medio de instituciones, con-gresos y revistas? En una introduccin especial se presenta el resultado de nuestra propia investigacin. En un segundo bo-letn pensbamos determinar, con ayuda de varios colaborado-res especializados, hasta qu punto y de qu forma puede lo-grar su objetivo la predicacin a travs de los medios de comunicacin social (radio y televisin). Un panorama de las distintas situaciones en cada pas poda proporcionar valiosas sugerencias. Pero, a pesar de todos los esfuerzos, no ha sido posible conseguir a tiempo el material necesario. Esto nos ha obligado a dejar para mejor ocasin un informe detallado; sin embargo, ha parecido importante salir al paso de las dificulta-des llamando la atencin sobre la actualidad de esta tarea. Tal es el objeto del ltimo artculo.

    Haba que prescindir de muchas cuestiones. As, por ejem-plo, se ha omitido una colaboracin, planeada hace tiempo, sobre la utilidad y las posibilidades de la predicacin ocasio-nal (en los entierros, bautizos, bodas, etc.). Habra sido interesante ofrecer un boletn sobre los esfuerzos de tipo ins-titucional y literario hechos por parte protestante para mejo-rar la predicacin. No obstante, pese a su carcter incompleto y provisional, este nmero dedicado a los resultados de la in-vestigacin sobre los medios con que cuenta la predicacin puede ser una buena orientacin para el lector. Tal es su fi-nalidad.

    K. RAHNER

  • RASGOS FUNDAMENTALES DE UNA TEOLOGA DE LA PALABRA DE DIOS

    EN EL NUEVO TESTAMENTO

    La base de todo discurso sobre la Palabra de Dios es para el Nuevo Testamento el que Dios mismo se haya hecho car-ne en su Palabra (Jn l , ls. l4). Dios se ha enunciado en el Logos encarnado, en Jess de Nazaret (Jn 1,18). Dios se ha expresado definitivamente en la Persona e historia de Je-ss; con l ha entrado en la historia la Palabra, a la que debe su existencia la Creacin; con l ha llegado a su plenitud hist-rica la palabra del pacto de Dios con Israel (cf. 2 Cor l,19s). En l ha tenido lugar la Palabra de Dios.

    JESUCRISTO COMO PALABRA DEFINITIVA DE DIOS

    Esta idea, claramente expresada en el Evangelio de Juan, aunque no como objeto explcito de reflexin, aparece tambin ocasionalmente en otros lugares del Nuevo Testamento. As tenemos que en Heb l , ls se habla de las palabras de Dios en el Hijo como de su Palabra nica y definitiva en el fi-nal de los das frente a la palabra mltiple y circunstancial de los profetas en otro tiempo. La Palabra de Dios se con-dens, pues, en su Palabra definitiva en el Hijo. Pero tam-bin el texto de Act 10,36s viene al caso. Aqu se dice que Dios envi la Palabra (tv "kyov) a los hijos de Israel anun-cindoles de este modo la paz por Jesucristo. Esta Palabra es lo que ha tenido lugar en toda la Judea. El concepto pipa significa aqu, como la traduccin ordinaria de dabar en los LXX, el acontecimiento en cuanto que se expresa en el acn-

  • 364 H. Schlier

    tecer mismo e interpela a los hombres remitindolos a lo acontecido. Y as, la Palabra que Dios envi a los hijos de Israel es el acontecimiento salvfico de Jesucristo, que tuvo lugar en Judea (y que luego se resume kerigmticamente en los textos subsiguientes); la historia de Jesucristo desde el bautismo de Juan hasta la cruz y la resurreccin de Jesucristo, a quien Dios ha constituido tambin Juez de vivos y muertos. El apstol Pablo se apoya asimismo en el hecho de que Jesu-cristo es Palabra de Dios en la medida en que Cristo, que ha entrado en el kerigma y es proclamado en l, es el amn pronunciado ahora por Dios a todas sus promesas (2 Cor 1, 19s). En Ap 3,14 se le llama amn. En Ap 19,13 el nom-bre incomprensible del futuro Vencedor y Juez es Palabra de Dios ( "KYOC, TOO GEO).

    CORRESPONDENCIA DE LA PREDICACIN APOSTLICA CON JESS COMO PALABRA DE DIOS

    Por otra parte, tenemos que en el Nuevo Testamento tam-bin es Palabra de Dios y a veces as se la define la pre-dicacin apostlica, aquella realidad que recibe el nombre de evangelio (de Dios o de Cristo), testimonio (de Cristo), kerig-ma y en ocasiones doctrina, y que, segn Le 5,1; 8,11; 8,21; 11,28, se remonta ya a labios de Jess. Qu relacin hay entre esta Palabra de Dios y la Palabra que es Jess mismo? La existencia de tal relacin nos la da a conocer el texto, por otra parte no muy claro, de Rom 10,17, donde se dice que la fe viene de la predicacin, y sta viene mediante el aconteci-miento ( = palabra, pipa) de Cristo. El acontecimiento de Cristo da lugar a la predicacin o ms exactamente a lo odo, a lo que se da a or, y esto da lugar a la fe. Pero cmo ocurre esto? Es posible dar una respuesta fundada en los tes-timonios de Pablo, Juan y Lucas.

    Pablo: revelacin del Seor glorificado Para probar el Apstol que su evangelio no es una palabra

    humana, sino Palabra de Dios, alude a la revelacin de Jesu-cristo, es decir, a la revelacin inmediata de Jesucristo glori-ficado que le ha cado personalmente en suerte y que es un anticipo de la revelacin escatolgica. Esta revelacin es a la vez una iluminacin de su palabra para el evangelio. Jesu-cristo glorificado ha sido tan inmediatamente revelado por Dios a Pablo que le hace Palabra de su palabra (cf. Gal 1,1 lss; tambin 2 Cor 4,6). La Palabra de Dios, segn el sentido del evangelio, es en virtud de su origen natural una plasma-cin de la autorrevelacin luminosa de Jesucristo en la palabra apostlica, desde la cual ahora habla, segn Ef 3,3, el cono-cimiento del misterio de Cristo.

    Evangelio de ]uan: recordacin del Espritu

    Segn el Evangelio de Juan, el Jess que asciende al es-plendor magnfico (8a) de la Palabra originaria del amor de Dios (Jn 17,5.24) se expresa manifiesta e inconfundiblemente en su camino y en su obra por el Espritu. Teniendo en cuenta el evangelio, se dice, por ejemplo: El (el Espritu) dar testimonio de m (15,26); hablar lo que oyere (16, 13). En formulacin pregnante puede tambin decirse: Y l (el Espritu) os traer a la memoria todo lo que yo os he dicho (Jn 14,26). Recordar (\)izop.iiwt)) significa aqu, rela-cionndolo con Espritu, tres cosas en una: actualizar, ma-nifestar e interpretar, dar a experimentar. El Espritu, que lo es del Padre y de Jess, hace que en su interpretacin se actua-lice la persona y obra de Jess de tal manera que se la eche de ver en su verdad. De este modo, el Espritu conduce hacia la verdad completa con la manifestacin de la doxa de Jess (Jn 16,13) y se manifiesta a s mismo como Espritu de verdad, de la realidad desvelada y vigente (Jn 14,17; 15,26; 16,13). Pero este Espritu, esta virtud que manifiesta la aper-

  • 366 H. Schlier

    tura personal de Dios y de Jesucristo, se hace Palabra en las palabras de los apstoles, de quienes se ha apoderado perso-nalmente. Cuando venga el abogado que yo os enviar de parte del Padre, el Espritu de verdad, que procede del Padre, l dar testimonio de m, y vosotros daris tambin testimonio porque desde el principio estis conmigo (Jn 15,26). El Es-pritu es testigo de Jess, pero tambin los apstoles lo son. Claro que no conjuntamente, sino de tal modo que ellos pre-dican a Jess en su verdad por medio del Espritu, y ste por medio de los apstoles. La palabra de stos prosigue as la Palabra de Jess, que es Palabra de Dios (cf. 15,20; 17,20).

    Pero el concepto joanneo sobre la naturaleza de la palabra apostlica como palabra del Espritu y el concepto paulino como palabra de la revelacin no se excluyen. Porque, por una parte, segn Juan, el Espritu sopla slo a partir de Jess glo-rificado (Jn 7,39; 16,7); es el Resucitado que se acerca a su glorificacin y que se manifiesta a partir de ste el que por vez primera le garantiza (20,19ss). Segn Juan, Pascua y Pente-costs tienen lugar conjuntamente. Por otra parte, segn Pablo, el evangelio se manifiesta por razn de la revelacin de Cristo en la virtud del Espritu, que es asimismo segn el propio Pablo el Espritu, en quien se revelan Dios mismo y Cristo (cf. 1 Cor 2,10ss; Rom 8,9ss). Cristo mismo pronuncia la Palabra, en cuyo interior l se ha manifestado por la virtud de su Espritu, que procura la experiencia de Cristo y, por tanto, de Dios (cf. Rom 8,2; 1 Cor 2,13; 2 Cor 11,4; Ef 6,17).

    Escritos de Lucas: el ver y or al Resucitado

    A estos testimonios podemos aadir el de los Hechos. Se-gn este libro, donde la Palabra de Dios ocupa incluso terminolgicamente un lugar fijo, esta Palabra tiene su origen inequvoco en la aparicin del Resucitado ante los tes-tigos elegidos (Act 10,40s; cf. 1,3; 3,15; 5,32; 13,31, etc.). Estos testigos dan fe de lo que han visto y odo (1,8.22; 2,32). Para esto han sido comisionados por el Resucitado y se les ha asignado este servicio (1,2; 20,24; cf. 1,17.25). Pero

    La Palabra de Dios en el Nuevo Testamento 367

    el que manifiesta en la Palabra de su boca al Resucitado es decir, a Jess en toda su historia como el Resucitado es el Espritu Santo. Este poder luminoso (Svanu;) se ha co-municado a los apstoles como don del Glorificado al lenguaje de salvacin que abre las bocas y los corazones (1,8; 2,4.17ss. 33ss; 4,31; 5,32; 10,44ss, etc.). Tambin la Palabra de Dios que predica el Pablo de los Hechos tiene origen en lo visto y odo, como se desprende claramente de los captulos 9, 22 y 26. Slo que Pablo habla del Kyrios glorificado, que se deja ver y or en el esplendor de su luz celestial, as como da a co-nocer en s mismo la voluntad de Dios, para que Pablo, testi-go enviado por l a los gentiles y servidor de su manifestacin en la virtud del Espritu, anuncie a este Jess como Hijo de Dios con vistas a la conversin y salvacin de los hombres.

    Palabra de Dios en la palabra humana y palabra humana como Palabra de Dios

    De este modo, la Palabra de Dios es siempre Palabra de Dios en la palabra humana y palabra humana como Palabra de Dios; en la palabra histrica es Palabra de Dios. Esto es lo que implcitamente nos dice Le 10,16: El que a vosotros oye, a m me oye. Aparece claro en los Hechos, donde vemos que es Dios el que predica (17,30), o el Resucitado (26,23); por otra parte, la Palabra de Dios sale de la boca de los apstoles (15,7), y los servidores de Dios la hablan (4,29), Pedro y Juan (8,23), Pablo (17,13; 18,5.11), Pablo y Berna-b (13,5.46; 14,25; 15,36). Clarsimamente vuelve a formular Pablo este hecho llamando incluso al evangelio de Dios o de Cristo mi o nuestro evangelio (cf. Rom 2,16; 16,25; 1 Cor 2,4; 15,1; 2 Cor 4,3; Gal 1,11; 2,2; 1 Tes 1,5.8; 2 Tes 2,14; 2 Tim 2,8). En 1 Tes 2,13 dice a los cristianos de Tesa-lnica que incesantemente da gracias a Dios de que al or la Palabra de Dios que os predicamos (Xyov xofj

  • 368 H. Schlier

    La Palabra de Dios se oculta en la palabra del hombre. Pero la fe la acepta, y lo hace sabiendo lo que es en realidad. Dios predica por medio de nosotros (2 Cor 5,20; cf. tambin Rom 15,18).

    LA FUERZA ORIGINARIA DE LA PALABRA DE DIOS

    Misin oficial y entrega en servicio y testimonio Dos cosas hay que tener, adems, en cuenta. Una, que

    esta Palabra de Dios, atendiendo a su origen, va acompaada de una misin y un servicio. No se trata de una palabra flotan-te y a la deriva. Para Pablo est claro, por ms que l conozca una palabra carismtica por excelencia, que la gracia (que es eficaz en el evangelio) y el apostolado (omotrcoX'/)) tienen un origen comn en Cristo (Rom 1,5), del mismo modo que la palabra de la reconciliacin ha sido creada por Dios junto con el servicio de reconciliacin (2 Cor 5,18s). Si, pues, la Palabra de Dios tiene por su origen una especie de carcter ministerial Pablo habla de su oxovopa (1 Cor 9,17; cf. 4,1 s), slo aparece como Palabra de Dios cuando su por-tador, el Apstol, se pone incondicionalmente a su disposicin. La Palabra de Dios es, en cierto modo, independiente de l y est sobre l (cf. 1 Cor 14,36; Flp 1,12; 4,15; 1 Tes 1,5, etc.). Segn Act 20,32, Pablo encomienda al consejo presbiteral al Seor y a la palabra de su gracia (cf. tambin Act 6,7; 11,1; 12,24, etc.). De este modo, es la misma palabra la que toma a su servicio al predicador. Pablo es el servidor del evange-lio (Col 1,23; Ef 3,7; cf. 1 Cor 4,1; tambin Le 1,2; Act 6, 2.4; 1 Tim 1,12). Y a este servicio al evangelio pertenece es-pecialmente la entrega personal al evangelio, la cual lo man-tiene libre. El Apstol no debe ponerle trabas con su egosmo, ya sea con sus reivindicaciones sobre los medios de subsisten-cia, ya por otros motivos turbios en su predicacin (cf. 1 Cor 9,1; 1 Tes 2; 2 Cor 4,lss), ya jugando la carta de la sabidura humana (cf. 1 Cor 2,lss), o incluso de la experiencia espiritual, pues estos medios pueden encubrirla (cf. 2 Cor ll,23ss; 12,

    La Palabra de Dios en el Nuevo Testamento 369

    lss). El Apstol considera que l no se limita a llevar una vida santa por el espritu de la fe con que habla (2 Cor 1, 12; 4,2), o a ejercer una ascesis por amor al evangelio (1 Cor 9,27ss), sino que acepta el sufrimiento por la Palabra, atesti-guando de este modo la Pasin de Cristo (cf. 2 Cor l,3ss; 4,6; ll,23ss; 12,7). El servicio a la Palabra queda cumplido cuan-do la vida del Apstol se convierte en testimonio hasta el punto de poder decir: Practicad lo que habis aprendido y visto en m (Flp 4,9).

    La presencia de la salvacin en la Palabra de Dios

    Mediante esta su Palabra en la palabra humana se hace presente a los hombres el que habla mediante esa palabra hu-mana por medio de los hombres. En esta Palabra, la salvacin de Dios sale al encuentro de los hombres. Incluso los giros helensticos como xa-caYYXXav, ocnpiiao-Eiv TV Xpio-rv (Flp 1,17; 1 Cor 1,23; 2 Cor 1,19; Col 1,28, etc.) no slo quieren decir que es Cristo el que predica, sino que se hace presente en la predicacin (cf. tambin 1 Cor 11,26). En la palabra de la reconciliacin se brinda la reconciliacin que viene de Dios (cf. 2 Cor 5,19s). Cuando Pablo c-o

  • 370 H. Schlier

    intencin divina se propone, como es natural, realizar con Cris-to y en Cristo la justicia, la reconciliacin, la verdad, la salud, la vida, la paz, la libertad, la gracia (cf. por ejemplo, 2 Cor 4,10ss; 1 Cor 7,15; 7,22.25; Gal 1,6; 5,13; Ef 4,4; Flp 2,16; Col 1,6.23.27; 1 Tim 6,12, etc.); inaugurar la xouvr) Zicti-hm (2 Cor 3,6); congregar en el pueblo de los llamados y san-tos a aquellos a quienes se ha prometido y brindado estos bienes escatolgicos; perfeccionar la olxo8ou/r) del Cuerpo de Cristo en la Iglesia (cf. 1 Cor 3,9; 14,3ss; 2 Cor 10,8; 12,19; Ef 4,12.16) y hacer aqu visible y palpable la multiforme sabi-dura de Dios (Ef 3,8ss). El evangelio hace as efectivas las promesas de la Palabra de Dios a los padres, las mismas pro-mesas que Cristo ha corroborado (Rom 15,8; cf. 2 Cor 1, 20). En la palabra apostlica se ha hecho definitiva, a partir de Cristo, la Palabra de Dios y determina como tal en el pre-sente la poca ahora escatolgica del mundo: Este es el tiem-po propicio, ste es el da de la salud (2 Cor 6,ls). Ahora, cuando el olor del conocimiento de Cristo, un olor de muerte para muerte y un olor de vida para vida, se extiende sobre la tierra merced a la predicacin del Apstol (2 Cor 2,14ss) y va surgiendo de este modo la nueva criatura (2 Cor 5,17).

    EVOLUCIN E INTERPRETACIN DE LA PALABRA APOSTLICA EN LA PREDICACIN ECLESIAL

    Llegamos al ltimo punto de nuestra consideracin. Esta Palabra de Dios en la palabra apostlica se fija y conserva de muchas maneras en la Iglesia, en el pueblo que la ha puesto en escena: en tradiciones digmoslo esquemticamente homologticas, catequticas, litrgicas, jurdicas y, por ltimo, en la Escritura. Pero hay ms: este hecho determinante y determinado por la Palabra se contina en la predicacin ul-terior.

    Hecho y modo de la transmisin

    El hecho aparece ya en las cartas paulinas. As, cuando Pa-blo dice de sus colaboradores que han entrado en la obra del Seor y los llama colaboradores de Dios en el evangelio (1 Cor 16,10; 1 Tes 3,2; cf. 2 Cor 1,19; 8,23; Flp 2,22; Ef 6,22, etc.). Cabe, naturalmente, una interpretacin amplia, pensando en todos aquellos que, al igual que Esteban y Felipe, se mencionan en los Hechos con la frase zva.yxzkiZpii.woi TOV Xyov (Act 6,8ss; 8,4ss), o incluso tambin en los obispos, presbteros, administradores, etc., que en los Hechos aparecen con Pablo, y tambin en las cartas pastorales. Asimismo es conveniente recordar aqu que tambin se intima a los miem-bros de la comunidad y se ha pensado ante todo en los ca-rismticos a edificarse mutuamente o a consolarse unos a otros (1 Tes 5,11; 2 Tes 3,15; Heb 3,13; 10,25, etc.; cf. Rom 15,14; 1 Cor 14,lss.26ss). Pero ahora se pregunta de qu modo su predicacin prosigue la predicacin apostlica y, consiguientemente, la predicacin de la Palabra de Dios. Teniendo en cuenta las cartas paulinas podemos remitir a los textos siguientes: los colaboradores del Apstol tienen, como ensea 1 Cor 4,17, la tarea de traer al recuerdo de los miem-bros de la comunidad mis caminos (los del Apstol) en Cristo Jess y cul es mi enseanza por doquier en todas las iglesias. Al igual que se inflaman los carismas en la Iglesia en general, tambin se inflaman los de la palabra, y la razn es que el testimonio de Cristo ha sido confirmado entre vosotros, es decir, por medio del Apstol (1 Cor 1,6). Y cuando se invita a los cristianos de Tesalnica a consolarse mutuamente (TCOC-paxaXsv), prosigue el Apstol: Con estas palabras (es decir, con las suyas propias, con las que acaba de escribirles; 1 Tes 4,18; cf. 1 Cor 11,2). Por tanto, lo que se hace palabra en esta palabra de los colaboradores y miembros de la comu-nidad es la palabra apostlica recordada, asumida y trans-mitida como obligatoria, en la medida en que no slo es ob-jeto de recapitulacin, sino que, propiamente hablando, es objeto de una interpretacin autnoma y de una evolucin.

  • 372 H. Schlier

    Asimismo, como tal, es Palabra de Dios en la medida en que la palabra apostlica la hace palabra. En este sentido es Pala-bra derivada de Dios. Porque ya no tiene su origen en la re-velacin personal e inmediata de Jesucristo dentro de la Pala-bra (el evangelio) en virtud del Espritu que le descubre y le manifiesta como Resucitado y Glorificado, sino que su origen es la palabra apostlica, y slo mediante sta es reve-lacin. Esta revelacin est clausurada y es irrepetible (cf. 1 Cor 3,10s; 15,8ss; Ef 2,20). Pero esto no quiere decir que Jesu-cristo no pueda seguir estando presente en la palabra, sino que slo puede hacerlo en la medida en que la palabra de los su-cesores de los apstoles reproduzca la misma palabra apost-lica y en ella la Palabra de Dios.

    Condiciones de la verdadera prosecucin

    Esta problemtica de la prosecucin de la Palabra de Dios aparece sobre todo en las cartas pastorales, que son ms tar-das. Esto has de predicar y ensear, se le intima a Timoteo (1 Tim 4,11; cf. 5,7; 6,3). Esto has de recordar (2 Tim 2, 14; 3,1; cf. 1 Tim 3,15; Tit 2,1; 3,8, etc.). Esta recordacin incluye, por una parte, que el discpulo y sucesor acepte y transmita la palabra apostlica y no otra palabra (1 Tim 4,16; 6,14.20), pero implica adems que no la repita mecnicamente, sino entendindola como algo que evoluciona de muchas ma-neras segn la situacin concreta. Para esto es necesario, na-turalmente, que se haya nutrido en las palabras de la fe y de la buena doctrina que has alcanzado (1 Tim 4,6) y que haga que el Seor le d la inteligencia de todo (2 Tim 2,7). Esto se realiza por iniciativa del Espritu, que virtualmente se le ha dado (1 Tim 4,14s; 2 Tim l,6s.l4), y en el contexto de una vida gastada en la imitacin concreta de Jesucristo y del Apstol (1 Tim l,18ss; 4,14s; 6,1 lss; 2 Tim 3,10, etc.). En consecuencia, por lo que se refiere a la continuidad y pro-secucin de la Palabra de Dios en la predicacin de la Iglesia, tambin es cierto que la palabra revelada constituye el dato fundamental, que es entendida y expresada por la fuerza del

    La Palabra de Dios en el Nuevo Testamento 373

    Espritu y que se actualiza en su apertura como Palabra de Dios mediante una entrega personal. De este modo, el servicio de la Palabra queda integrado en el servicio general de la Igle-sia. Por eso se puede decir: El don que cada uno haya reci-bido, pngalo al servicio de los otros, como buenos dispensa-dores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, sean sentencias de Dios. Si alguno ejerce un ministerio, sea con poder que Dios otorga, a fin de que en todo sea Dios glorifi-cado por Jesucristo... (1 Pe 4,11).

    H. SCHLIER

    B I B L I O G R A F A 1) R. Asting, Die Verkndigung des Wortes Gottes im Ur-

    christentum. Dargestellt an den Begriffen Wort Gottes, Evangelium und Zeugnis, Stuttgart, 1939.

    2) K. H. Schelkle, Das Wort Gottes in der Kirche: ThQ 133 (1953), 278-293.

    3) R. Bultmann, Der Begriff des Wortes Gottes im NT: Glaube und Verstehen, I (Tubinga, 21954), 268-293.

    4) G. Bornkamm, Gotteswort und Menschenwort im NT: Kirche in der Zeit, 12 (1957), 301-305 = G. Bornkamm, Studien zu Antike und Christentum, Munich, 1963, 223-236.

    5) H. Schlier, Wort Gottes, Wurzburgo, 21962; el mismo, Va-labra, II, en Conceptos fundamentales de la teologa, III, Madrid, 1966, 295-321.

    6) O. Semmelroth, Wirkendes Wort. Zur Theologie der Ver-kndigung, Francfort, 1962.

    7) L. Scheffczyk, Von der Heilsmacht des Wortes, Munich, 1966.

  • EL PROBLEMA DE LA DESMITOLOGIZACIN Y EL EJERCICIO DE LA PREDICACIN

    La palabra desmitologizacin se ha convertido desde hace tiempo en una expresin de moda a partir de una idea de Rudolf Bultmann en torno a la comprensin de la hermenu-tica bblica y teolgica. Esta expresin lo dice todo y no dice nada; cada cual se sirve de ella a placer. No nos es posible, en este artculo, definir ni analizar crticamente cmo la entiende Bultmann o los telogos que son discpulos suyos (o que creen serlo). Tampoco podemos realizar aqu una precisacin termi-nolgica de la palabra ni decir lo que es ese mito que posi-blemente se ha introducido en la forma del enunciado cristia-no, ya que no en su fondo. En un artculo de teologa pastoral no es, por otra parte, indicado concretar la relacin ms exacta y difcil del fondo y de la forma del enunciado, de lo dicho y de lo que se quiere decir, de la idea y del concepto, del enun-ciado y del modelo conceptual que se emplea; es una relacin bastante ms complicada de lo que veremos en este estudio. (Claro que esto no implica necesariamente un perjuicio a la utilidad de cuanto aqu se diga.)

    I. DESMITOLOGIZACIN COMO LABOR DE TRADUCCIN

    1. Necesidad de una interpretacin renovada

    La palabra desmitologizacin que figura en el ttulo del artculo es slo una clave que resume esta sencilla pregun-ta: cul es la forma de predicar que exige el estado actual de la teologa y sobre todo de la exgesis? Decimos forma,

    El problema de la desmitologizacin 375

    no fondo, de la predicacin, si bien es verdad que estos dos aspectos de la predicacin estn ntimamente ligados. Porque es claro que el predicador tiene obligacin de anunciar como fondo el mensaje del evangelio tal como lo entiende la Iglesia y nada ms. Pero precisamente este fondo nico y perma-nente pisa terrenos de la Escritura (y naturalmente tambin de la tradicin) en los conceptos ms dispares, halla su expre-sin en los ms diversos horizontes y nexos expositivos; estos conceptos tienen a menudo una historia llena de vicisitudes, que no admite un control autnomo por parte de la Iglesia; no se han comprendido igual en todas las pocas; lo declarable y lo hermenutico, lo cuestionable y lo evidente no han sido siempre iguales, pueden incluso cambiar de lugar. La estruc-tura de la predicacin de una poca debe traducirse a la estructura de otra, manteniendo el fondo; hay que entender esta predicacin en toda su realidad, hay que conservarla in-cluso tal como ella es. Porque no puede llevarse a cabo esta conservacin, esta salvaguardia, limitndose a una mera repe-ticin de viejas frmulas, cuando vemos que en realidad van alterndose los horizontes del conocimiento y los conceptos del plano temporal en una historia sobre la que no es la Iglesia la nica en disponer. Hay que partir reiteradamente de la an-tigua frmula de un enunciado teolgico y retornar a ella, pero hay que traducirla en la predicacin, y este enunciado tradu-cido puede constituir, en algunas circunstancias, la parte prin-cipal o incluso la totalidad de la predicacin sin predicar la traduccin por s misma y formalmente si queremos que sea inteligible y creble.

    2. Revelacin en el lenguaje mundano El lenguaje de la Iglesia no es un lenguaje especial ni aut-

    nomo, sino ei mismo del mundo con toda la precisin y mol-deamiento que le imponen los temas de la revelacin. Porque la revelacin de Dios habla el lenguaje de los hombres, con palabras que ya existan anteriormente y tenan un sentido bien concreto impuesto por el mundo. Este sentido no queda

  • 376 K. Rahner

    eliminado por el hecho de que una de esas palabras se trans-forme por el uso de la Iglesia en un enunciado de la revelacin. Si vemos que cambia este lenguaje con los nuevos tiempos, que cambia el sentido, el alcance, la claridad de las palabras (que siguen siendo las mismas casi slo en su fontica), tiene tambin que transformarse por esta misma razn el lenguaje de la Iglesia. Ya no puede hablarse sin ms ni ms, por ejem-plo, de transustanciacin al tratar de explicar la Eucarista, si el hombre de hoy, a partir de sus estudios qumicos, entien-de por sustancia una cosa que con toda certeza no se trans-forma en la consagracin. Tampoco puede hablarse tan fcil-mente de tres personas en Dios (aunque no suprimimos la frmula) si el oyente moderno entiende por persona algo cuya triple admisin en Dios constituira una hereja, no un dogma. El hecho de que los clrigos no reparemos a menudo en esto procede de que nosotros (pero no nuestros oyentes), como ms o menos hace cualquier hombre de hoy, hablamos varios lenguajes (uno de especialistas, otro vulgar, etc.), y de este modo nunca reparamos en el trnsito que hacemos en parte traduciendo de un lenguaje a otro. Gagarin, que estuvo arriba con su nave espacial, pero que no habla nuestro len-guaje, slo ve un despropsito que le hace rer en la expresin de que Dios est arriba en los cielos. Mientras no le expli-quemos lo que muy razonablemente pensamos y queremos decir, no acabar de verlo. Tenamos que haberle hablado ya desde el principio traduciendo. Qu pensar un mdico moderno cuando le hablamos, sin traducrselo de antemano, de nuestra redencin por la sangre de Jess? Le tiene que parecer un cuento pasado de moda, pura mitologa, porque personalmente no cuenta con el tiempo preciso para aprender conjuntamente, al igual que nosotros los clrigos, su lenguaje y el antiguo lenguaje religioso. Tendramos que darle tradu-cido lo que tratamos de expresar, aun cuando en la Escritura y en la tradicin se hable de la sangre de Jess. Cuando llegue la hora oportuna, podremos retornar a la antigua frmu-la de la predicacin, decirle que con esta frmula se le quiere decir aquello mismo que se le ha dicho traducido. Lo que tratamos de expresar con la frase fuego del infierno pode-

    El problema de la desmitologizacin 377

    mos decirlo sin fuego, y hacemos bien al obrar as si el oyente de hoy entiende por fuego un fenmeno de trans-formacin con adicin de oxgeno, y tendramos que tomarnos grandes molestias en explicarle que en nuestro lenguaje no hemos querido decir nada de eso. Ya no se puede pensar hoy da (con Santo Toms de Aquino) que todo el mundo ve claro lo que queremos significar con el trmino Dios, y lo que principalmente importa es llevar al oyente a la conviccin de que este Dios existe realmente.

    3. Interferencia de lenguajes y posibilidades de inteligencia Desmitologizacin y predicacin entraa, pues, para el

    predicador una cuestin bastante clara: qu principios for-males ha de tener en cuenta en la forma de traducir el len-guaje de la Escritura y de la tradicin a un lenguaje que hoy se pueda entender. A esta traduccin se la puede llamar tam-bin desmitologizacin cuando en ella se eliminan elemen-tos mticos que existan en el antiguo material verbal, no en lo que queran decir. Pero fundamentalmente la traduccin lleva consigo una tarea mucho ms compleja: el traslado del mensaje permanente desde el lenguaje de una poca al de otra, la cual est sujeta a profundas y rpidas transformaciones. Damos por supuesto que este hecho siempre es necesario y ahora ms que nunca.

    Rogamos al lector que actualice personalmente estos su-puestos. Debe tener muy en cuenta que el lenguaje que de hecho habla, en el que predica, es una hechura muy comple-ja que l nunca ha reflexionado totalmente en sus elementos, que nunca es idntica en absoluto en unos hombres y otros, que se concibe siempre en perodo de transformacin. Cada cual habla un conglomerado diverso de lenguaje vulgar, len-guaje castizo, lenguaje de un grupo social, lenguaje potico y lenguaje sacral. Todos estos lenguajes en bloque se hallan en interferencia continua. Cada cual habla y se entiende a s mis-mo y a los dems slo en una comunidad de lenguaje, que muchas veces no tiene nada de homogneo, sino de plura-

  • 378 K. Rahner

    lstico. No hay palabra que tenga un significado por s misma, sino que forma parte de una complicada urdimbre de palabras (sujetas a la modificacin de cada hombre en particular), y su sentido slo aparece dentro de esa urdimbre. Cada palabra se halla empedrada de distintas asociaciones, sentimientos, expe-riencias; cada palabra tiene una categora de valores dis-tinta en cada individuo. Todo se halla sujeto a una continua transformacin; la rapidez o lentitud de esta transformacin es un problema secundario. No hay que olvidar, por lo que a nuestro objetivo respecta, que la definicin del signifi-cado de una palabra no es irreducible: se define con otras palabras que habra tambin que definir; pero no se sigue definiendo, porque no se puede proceder de este modo hasta el infinito, aun cuando no es verdad que existan palabras que de suyo sean absolutamente claras y no necesiten explica-cin ulterior. Uno se abandona, pues, a la oscura claridad, re-flejamente incontrolable, del lenguaje, confiando entender lo que no puede decir mediante la adicin de otras palabras.

    II. REGLAS PARA LA TRADUCCIN EXACTA EN LA PREDICACIN

    Cuanto hemos dicho y podramos decir vale tambin del lenguaje religioso y hay que darlo por supuesto aqu, al igual que la necesidad de que todo discurso religioso en la Iglesia versa sobre el contenido de un enunciado tradicional que est traducido a un enunciado de hoy; o, mejor dicho, que debie-ra estarlo.

    1. Suposicin de un trabajo teolgico ms serio

    Lo primero que hay que tener en cuenta es que esta tra-duccin supone, por parte del predicador, la realizacin de un trabajo cada vez ms serio. No puede pensar que ya lo ha hecho suficientemente durante su formacin teolgica, de la que quiz ya hace aos disfrut. Cierto que la dogmtica, la

    El problema de la desmitologizacin 379

    teologa moral y la teologa bblica estudiadas anteriormente han sido ya una traduccin de este tipo: se parti de textos del magisterio y de la Biblia, se trat de entenderlos y de ex-poner lo que trataban de decir. Necesariamente haba que em-plear nuevas palabras al hacerlo, pues no se puede decir con las mismas palabras lo que hay que elucidar y lo elucidado, y ocurre a menudo que estas palabras aclaratorias no estn a dis-posicin de aquel cuyos textos hay que aclarar, y que, en con-secuencia, proceden en cierto modo de otro lenguaje distinto: alguien tradujo. Pero si la teologa estudiada anteriormente era tambin traduccin, esto no quiere decir que entonces se tradujese todo como lo tiene que hacer el predicador. Este debe seguir elaborando su teologa, pues su traduccin tiene que ser distinta de la de hace veinte aos, y este trabajo pro-sigue su marcha en la teologa misma. De esto tiene que to-mar nota.

    2. Or con los odos del mundo

    El predicador debe poseer sensibilidad para escuchar los lenguajes entre los que se mueve con su traduccin y para sus diferencias, cosa que no resulta tan evidente como parece. Estos lenguajes no son claros ni reflejamente separados unos de otros; no hay diccionarios que los registren ni donde se pueda constatar a qu idioma pertenece una palabra concreta y cmo se puede traducir eventualmente a otro lenguaje. El predicador habla inconscientemente una especie de mezcla de estos lenguajes; sin darse cuenta usa en ellos, por as decirlo, palabras extranjeras, que sus oyentes, en ciertas circunstan-cias, no entienden o entienden falsamente. Habla quiz con toda franqueza, por ejemplo, de las pobres almas del purga-torio, y no repara en que su oyente no se imagina nada o piensa algo falso acerca de los conceptos almas, pobres y purgatorio. Quiz tambin hable de la infusin de la gracia santificante, sin or personalmente estas palabras tal como de hecho las escucha su oyente, dentro de cuyo campo lingstico han de entenderse o, las ms de las veces, mal-

  • 380 K. Rahner

    entenderse. Dice pecado original sin darse cuenta de que su oyente entiende por tal cosa algo que en realidad no existe, y no le sirve de adoctrinamiento, sino de fuente de dudas en la fe, porque hace mucho que ha olvidado una antigua expli-cacin que le dieron acerca de esta oscursima expresin, si es que ha recibido alguna que haya sido lo suficientemente clara. Decimos penas temporales por los pecados, y nues-tros oyentes lo entienden a modo de una sancin civil de un par de meses de crcel, y luego se admiran de que en la otra vida haya tambin cosas de sas. Quiz sera ms provechoso el modelo de una neurosis torturante contrada por los pro-pios pecados personales y que sigue mantenindose tras la recusacin de esa culpa. Pero cmo puede llegar a esto el oyente si hablamos de las penas temporales por los pecados como si se tratase de una cosa evidente sin ms?

    El predicador debe poder or su propia predicacin con los odos de sus oyentes efectivos. Entonces se dar cuenta por s mismo de qu hay que traducir y dnde hay que hacerlo. Debe saber (por seguir con el smil) que personalmente habla muchas veces, merced a su educacin y a la situacin de su vida clerical, un dialecto religioso-teolgico del que slo unas pocas palabras han pasado en realidad al lenguaje de sus oyen-tes. Con esto no decimos, por otra parte, que tales expresiones susciten una verdadera comprensin por encima de sus sentidos usuales. Quiz digamos, por ejemplo, Ascensin de Jess. La expresin le suena al oyente como algo conocido. Su vincu-lacin a un sentido que le sea realizable y fidedigno consti-tuye un problema completamente distinto.

    3. Vigilancia crtica ante la propia traduccin

    El predicador ha de traducir con toda exactitud. Ante una traduccin como la que nos ocupa es posible abreviar o falsear el sentido de las palabras que hay que traducir, puede darse paso a una hereja. Este es el gran peligro que encierra el pro-grama de la desmitologizacin. El control de la exactitud en la traduccin es tarea de la teologa en general y del predi-

    El problema de la desmitologizacin 381

    cador en particular, en dilogo sumiso con el magisterio de la Iglesia (que no entrega por s mismo esta traduccin al len-guaje de los hombres de hoy como algo acabado, pero tiene el deber de vigilar por la exactitud de la traduccin). Este con-trol puede durar muchsimo tiempo y revestir grandes difi-cultades. Conocida es, por ejemplo, la controversia sobre si se puede o no se debe traducir transustanciacin y sobre cmo hay que hacerlo para hablar hoy de una manera inteligible. Otro ejemplo: cuando decimos que hemos heredado el pe-cado original de Adn por generacin (monogenismo o no?), qu significa generacin (de seguro que no una sim-ple cpula, ni tampoco una cpula normal o incluso libidi-nosa, puesto que una fecundacin artificial no impide el peca-do original)?, qu significa heredado (puesto que no he-redamos el pecado de comisin hecho por Adn)?

    Cmo, pues, traducir de modo que el dogma quede a salvo y no se transmitan, por otra parte, en la traduccin opi-niones que no constituyen dogma alguno y que hoy son inve-rosmiles? De todos modos, el predicador tiene el deber de mostrarse seriamente crtico ante su traduccin y de exami-narla continuamente en su exactitud teolgica y eclesial. Tam-poco puede buscar su comodidad ni facilitar excesivamente su trabajo limitndose a repetir frmulas del magisterio ecle-sistico y de la teologa escolstica transformndolas retrica-mente. Porque en este caso no tendra garanta de que llegan al oyente despertando su fe, ni constara con seguridad que admitidas e interpretadas en los horizontes de comprensin y en el campo lingstico del oyente no iban a engendrar una hereja en vez de un dogma.

    4. El mdulo en la libertad de traduccin

    En muchos casos, el predicador de hoy ejercer el minis-terio de la palabra, predicar slo traduciendo; en muchos otros debe expresar lo que hay que traducir y la traduccin. Cuando, por ejemplo, tiene que interpretar un texto bblico o cuando se trata de formulaciones oficiales muy solemnes del

  • 382 K. Rahner

    magisterio de la Iglesia, mencionar necesariamente tambin las antiguas frmulas de la Escritura y de la tradicin y dar a entender que las respeta y las ama, aun cuando luego las explique y traduzca. En otros casos puede con toda tran-quilidad predicar traduciendo, porque tanto l como sus oyentes disponen de tiempo limitado y de capacidad mental peculiar. Lo que, por ejemplo, se trata de decir con la expre-sin tesoro de la Iglesia puede expresarse hoy de modo dis-tinto y mucho mejor sin tener necesidad de emplear para nada la expresin tesoro de la Iglesia ante el gran pblico (a di-ferencia de la teologa erudita, que trabaja necesariamente con la historia de los dogmas y de las ideas) porque, por ejemplo, comunidad con Cristo y con todos los unidos en el amor de Dios (que es preferible a con todos los santos) dice con ms claridad y rapidez lo que se trata de expresar diciendo tesoro de la Iglesia. Dnde se da uno de los casos y dnde el otro es asunto que debe decidir el modo de pensar de la Iglesia y el tacto pedaggico-religioso del predicador.

    5. Problemas teolgicos en el pulpito?

    Las controversias teolgicas propiamente dichas en torno a la traduccin exacta, sobre la desmitologizacin, no son propias del pulpito. No porque al oyente haya que tenerle por inepto, ni porque no deba saber nada acerca de controversias teolgicas, sino porque el pulpito y la verdadera predicacin (a diferencia de las conferencias teolgicas) son para predicar el evangelio, no para suscitar problemas teolgicos. El que oye la predicacin debe ser edificado, es decir, confrontado con las exigencias de Dios sobre su vida, debe brindrsele la gracia de Dios en la palabra eficaz del evangelio. Tal es el sen-tido de la verdadera predicacin. El predicador teolgicamente bien formado puede predicar bastante y decir todo lo realmen-te decisivo, aun evitando o dando de lado estas controversias. Puede predicar autnticamente, por ejemplo, sobre los sucesos de la Pascua (incluso partiendo de las percopas bblicas) sin adentrarse con una exgesis erudita en el problema de lo que,

    El problema de la desmitologizacin 383

    en los relatos de las apariciones de la Pascua en particular, pertenece a la dimensin de la experiencia histrica de los apstoles. Tambin se puede predicar estupendamente, por ejemplo, sobre el significado verdaderamente teolgico de cuanto se narra en el bautismo de Jess, sin plantearse el pro-blema de lo que era en realidad la forma de paloma, rela-cionndola con un problema dentro de una concepcin mo-derna del mundo y sin aparentar que hay que mantenerse aferrado a la realidad fsica de esta paloma, caso de querer seguir siendo ortodoxo. En estos casos hay que dejar que el enunciado de la Escritura se mantenga en la unidad indivisa de fondo y forma, e interpretar este todo mirando al fondo seguro y verdadero, importante en el plano religioso y exis-tencial, sin declarar explcitamente determinados elementos como simple imagen y momento conceptual.

    El predicador ha de tener conciencia de estas controversias y predicar de tal modo que ni en l ni en sus oyentes teolgi-camente formados quede lesionada la conciencia crtico-cien-tfica de la verdad. Tal predicacin es posible. Pero estas con-troversias no constituyen como tales tema de predicacin. Si el predicador sabe que estos problemas controvertidos entra-an para sus oyentes formados un problema real que no ha sido superado ya por su predicacin, o despierta en ellos una perturbacin de la fe, debe adoctrinarles sobre estos proble-mas, pero en conferencias teolgicas, no en la predicacin. Si lo que le importa al predicador es la realidad del evangelio en una interpretacin existencial (pero ortodoxa en abso-luto) y no una demostracin de su propia agudeza y saber teo-lgicos, no le costar mucho observar esta regla. Pero con esto no queremos decir que, en el plano de la realidad, sea siempre fcil distinguir en cada caso particular entre la predi-cacin que traduce exactamente el evangelio (en el pulpito) y el anlisis de cuestiones disputadas acerca de la traduccin adecuada, ya que puede suceder a veces que slo se cuente con oyentes al pie del pulpito y por ello sea preciso aprovechar subsidiariamente la ocasin para un adoctrinamiento en pro-blemas teolgicos. Cuando un predicador no puede adquirir una seguridad (moral) suficiente sobre la legitimidad de

  • 384 K. Rahner

    una traduccin, guarde esa traduccin para s y diga en lenguaje tradicional lo que tiene que predicar. Porque es in-dudable que todos los hombres hablan en una mezcla de len-guajes, nunca reflexionados en sus propios elementos. Por todo ello el predicador puede tambin, cuando es inevitable, dirigirse a su auditorio en un lenguaje religioso tradicional, no traducido en su totalidad.

    I I I . REGLAS ESPECIALES PARA PREDICAR LOS HECHOS DE LA HISTORIA DE LA SALVACIN

    Las reglas dadas hasta ahora tienen que especificarse ulteriormente con respecto al enunciado traducible de los he-chos de la historia de la salvacin que se narran en los Libros santos. Estos hechos deben seguir constituyendo materia de tradicin en nuestros das y por eso hay que interpretarlos {actualizarlos). Con este problema se relaciona a grandes rasgos el programa de la desmitologizacin.

    1. Ni mera reduccin a lo abstractamente ideal ni a lo existencial

    Resulta claro, en primer lugar, que el predicador no debe informar sobre estos relatos pertenecientes a la historia de la salvacin como si su intencin fuera tan slo presentar una idea, aun cuando sta se entienda y suponga tan existen-cial que slo (por qu?) nos diga algo mediante una de estas historias, por ejemplo, de la Cruz y de la Muerte de Jess. Existe una historia que, realizada una vez por siempre, significa como tal nuestra salvacin. Seguimos vinculados a esta historia, que no se deja transformar por una interpreta-cin existencial en una idea que en el fondo sigue siendo abstracta. Porque el hombre opera su salvacin en su historia y no ms all de ella; esta historia se experimentar siempre como historia que se halla remitida a travs de todas las dimen-siones del hombre hacia el todo de la historia de la humanidad

    El problema de la desmitologizacin 385

    y que slo se entiende a s misma en su encuentro con ella. Dios acta en y al lado de esta historia apareciendo personal-mente en ella y haciendo aparecer su voluntad. Lo que ha ocurrido una vez aqu y ahora puede ser de importancia salvfica para todos. Este hecho histrico-salvfico no se acerca slo a los hombres de otras pocas desde otro tiempo y desde afuera como algo extrao. Porque lo que entonces apareci como una piadosa voluntad salvfica de Dios y se convirti en un hecho irrevocable en la historia escatolgica de Jess, en la gracia de Dios como fundamento ltimo y l-tima dinmica de toda la historia, acta tambin en la ltima profundidad de la existencia humana. De este modo se en-cuentra y se halla a s mismo en la historia slo extraa en apariencia. Tambin el predicador, hoy como ayer, debe pro-clamar (al igual que Pablo: 1 Cor 15,1) la historia de la sal-vacin de Dios para con los hombres como efectivamente realizada y como salvacin de sus oyentes. Debe adems pre-gonar siempre esta historia como una presencia viva, de modo que el hombre moderno, con su pensamiento racional-cient-fico, tcnico y, por tanto, no histrico, pueda darse cuenta de que es un hombre, es decir, un ser perteneciente a la his-toria, desde la cual llega a sus manos lo que desde el abismo de su ser afectado por la gracia opera continuamente en l. En la proclamacin de la historia de la salvacin deben ir siempre de la mano el relato histrico, que nunca es una his-toria puramente neutral, y la llamada de la existencia.

    2. Ni arcaizacin ni armonizacin

    Pero con todo lo dicho no hemos dado an una solucin moderna al problema de la predicacin adecuada sobre la his-toria de la salvacin. Por lo que a nosotros respecta, hoy da no puede tratarse simplemente de narrar el relato de la histo-ria de la salvacin ni ms ni menos que como se relata en la Escritura, si debemos hablar nosotros mismos; en este caso, nuestro enunciado, como un disco repetido, dara la impre-sin de que todo se ha desarrollado en la dimensin de la

    25

  • 386 K. Rahner

    historia emprica exactamente igual que como nosotros lo re-petimos. Cuando volvemos a contar, por ejemplo, las palabras de Jess, especialmente en la versin de San Juan, no debemos dar la impresin de que proceden de un registro en cinta magnetofnica, a lo sumo un poco abreviada, de los discursos del Jess histrico. No tenemos necesidad de armonizar un tanto violentamente las apariciones de la Pascua ni actuar como si supiramos histricamente sobre ellas ms que Pa-blo en 1 Cor 15, y como si no tuviramos que suponer que algunas de las cosas narradas en estos relatos pueden ser una ilustracin dramtica del hecho de la victoria de Jess, cons-tatado con toda sencillez en la fe. Con toda imparcialidad hay que dar por descontado que en la historia de la infancia se contiene una pieza midrshica, ilustracin explicativa de los comienzos del Mesas.

    3. La combinacin de relato histrico e interpretacin teolgica

    Tambin hay que traducir si queremos seguir ha-blando sistemticamente ante los relatos de sucesos hist-rico-salvficos que personalmente enunciamos, lo que en nues-tro caso significa que hay que diferenciar. No como si el fenmeno de esta diferenciacin (que hay que detallar ms) hubiera que realizarlo tambin en el pulpito. Esto estara en contradiccin en la mayora de los casos con la regla anterior-mente enunciada (cf. I I , 5). Pero el predicador tiene que co-nocer esta diferenciacin y predicar la historia de la salvacin diferenciadamente all donde habla l mismo y no lee textos. Los relatos histrico-salvficos de la Escritura son en una uni-dad, que las ms de las veces no es refleja, relato de lo hist-rico y su interpretacin en el enunciado de la dimensin profunda de lo histrico. Aqu es donde vinieron a buscar estos tiempos antiguos la profundidad de la historia de la salvacin operada por Dios en su enunciado y al mismo tiempo en el plano de su manifestacin histrica, en una experiencia que apenas si se diferenciaba en su propia vida de la experien-

    El problema de la desmitologizacin 387

    cia de cada da. Contaron esta historia real de esa forma sen-cilla en la que el hecho histrico y su interpretacin (ver-dadera, que alcanza la autntica profundidad de esta realidad) se enuncian en unidad no refleja, y esta visin profunda de la realidad se hace grfica. De aqu se origina un gnero litera-rio de estos relatos de la historia de la salvacin, diferenciado extraordinariamente, como es natural, en s mismo y que para nosotros no resulta tan comprensible'. Para esta especie de relacin eran bien vistos los prodigios (cuya verdadera y leg-tima naturaleza no podemos analizar aqu) y a la vez se inter-pretaban como milagrosos: acontecimientos para esta misma experiencia de cada da que constata lo normal; la Resurrec-cin de Jess fue casi como un acontecimiento que vuelve a poner a Jess en el espacio existencial que dej definitiva y verdaderamente con su muerte; Jess mismo apareci como un hombre en quien con un poco de buena voluntad se vea en seguida la procedencia celestial.

    4. Visin ms diferenciada del hecho de la revelacin No es, por tanto, extrao al modo de pensar de los tiem-

    pos antiguos nosotros s que nos extraamos que la ex-periencia de la vida posapostlica apenas nos suministre ejem-plos que sirvan de modelo para imaginarnos los primeros su-cesos de la historia de la salvacin antigua. Por lo que a nos-otros respecta, hoy da tenemos que pensar y hablar de otro modo precisamente para salvaguardar lo que vio y crey la antigua fe cristiana, aunque en una forma histricamente con-dicionada, un tanto despegada, en vez de ser una forma que se abre paso hasta dentro de las profundidades de la historia. Debemos ver en un espacio visual diferenciado y hablar en

    1 El autor se toma la libertad de repetir, cambiando ligeramen-

    te la forma, algunos argumentos citados en su artculo Der Glaube des Priesters heute del libro Knechte Christi. Meditationen zutn Vriestertum (Friburgo, 1967, numerosas ediciones), pp. 13-44, es-pecialmente 28ss.

  • 388 K. Rahner

    consecuencia. El hombre es, por una parte y esto lo ates-tigua tambin nuestra moderna y total experiencia existen-cial, el ser que irrumpe en la incomprensibilidad del misterio absoluto que llamamos Dios. Por eso, absolutamente ha-blando, los datos de la experiencia de cada da, cientficamente experimentable y crticamente verificable, no son sin ms ni ms la realidad y la historia por excelencia, por mucho que se trate de bautizar a esta experiencia de cada da con las pala-bras historia e histrico. Por otra parte, la dimensin divina, es decir, la dimensin religiosa de las profundidades del hombre y de su historia real, llevada a su plenitud por la comunicacin personal, santificadora, indulgente y revelante de Dios en la gracia, no es un espacio desmembrado de la totalidad de su existencia histrica ni hermticamente cerrado en s mismo, como sera el espacio de una existencia abs-tracta. Esta comunicacin personal de Dios y su experiencia se abre ms bien camino hacia la anchura de la existencia his-trica del hombre y del mundo, va reestructurando este espa-cio, se revela en l, lo interpreta, se objetiva en la palabra, en el culto y en la sociedad religiosa, y de este modo retorna a s mismo sin cobijarse nunca de una manera adecuada con estas sus objetivaciones en la dimensin de la experiencia de cada da.

    Donde estas objetivaciones llegan en toda su autenticidad y pureza a ser reales y efectivas, como ocurre en el pueblo de Israel y en sus grandes creyentes, tenemos una historia de la revelacin y de la salvacin en el pleno sentido de la palabra. Donde se divulga esta objetivacin de la automanifestacin divina en la profundidad y continuidad de la historia de modo que aparece a aquel que est dispuesto a creerla como vigen-te, insuperable, irreversible y definitivamente fidedigna, tene-mos a Jess crucificado y resucitado, que es por excelencia el Hijo del Padre, el nico que ha logrado una perfecta entre-ga a la voluntad del Padre en la profundidad de su existencia. Justamente por esto tenemos que tomar ahora radicalmente en serio con ms reflexin que antes el antiguo dogma de la humanidad de Jess y debemos dejar a la historia de la salvacin y de la revelacin hasta Jess su unidad y la dife-

    El problema de la desmitologizacin 389

    rencia de sus dimensiones. No se puede buscar en esta historia y de manera idntica lo divino, pues en ella existe ante todo profanidad, finitud histrica y limitacin por varios concep-tos, palabra humana, horizontes limitados a la inteligencia y modelos limitados de representacin. Por otra parte, no se puede disgregar ni proscribir lo divino de la nica realidad a la que tambin pertenece la dimensin de la experiencia cotidiana; no se le puede discutir a lo divino el derecho a di-vulgarse en esta historicidad emprica de modo que el ojo de la fe pueda ver, a partir de la profundidad de la experiencia graciosa aceptada como tal, estas articulaciones en la dimen-sin de la realidad emprica, si el hombre quiere ver cre-yendo.

    5. Comprensin de la imagen pluridimensional de las realidades salvficas

    La teologa moderna trata de poner de relieve esta pluri-dimensionalidad (si se nos permite la expresin) de la imagen de la realidad salvfica revelada con una diferencia relativa respecto a la visin anteriormente reinante, que recalc la pro-fundidad de la historia operada por Dios en su plano de cada da. Todos los mtodos crticos de la hermenutica teolgica, histrica y exegtico-bblica en especial (por ejemplo, la his-toria de las formas), de la teologa fundamental crtica y de la historia de los dogmas que aprende y ensea a ver la histo-ria, todos estos mtodos son, en la medida de su relevancia teolgica y kerigmtica en la fe, slo medios y formas de apren-der a ver pluridimensionalmente esta realidad />/n'dimensio-nal. A la vez tienen estos medios y formas la obligacin de mostrar que esa realidad as entendida siempre ha sido as y as sigue siendo, aun cuando una visin ms antigua, y en cier-to modo casi slo bidimensional, slo fuera capaz de ver esta profundidad de la realidad cuando estaba proyectada en este plano, o cuando esta realidad profunda desaparece sin ms ni ms en el crtico moderno que slo a medias entiende su oficio,

  • 390 K. Rahner

    cuando (con toda razn) ha dejado de verla en el primer plano de la imagen.

    La teologa moderna nos ensea a hacer trabajosamente esta distincin, y el predicador debe tenerla en cuenta, aun cuando su oficio en el pulpito sea predicar, no hacer teologa crtica ni exgesis. Hay que distinguir cuidadosamente entre prodigio y milagro; la unin hiposttca no debe dar lu-gar a un monofisismo latente. El Hijo de Dios no es un Dios revestido de la librea de una apariencia humana, sino un ver-dadero hombre de creatureidad radical en actitud de adoracin y obediencia, sellado con la impronta de su medio ambiente, dotado del lenguaje y pensamiento teolgicos de su poca, con un destino autnticamente humano lleno de tinieblas y de muerte, pero cuya ltima verdad y realidad es radicalmente la verdad y realidad del mismo Dios. El descenso del Logos a la carne debe a la vez mostrar que este descenso es para Je-ss mismo, y ante todo para nuestra experiencia de l, la his-toria de la elevacin y subida al misterio insondable de Dios. Hoy tenemos que recorrer de nuevo la historia de la cristo-logia neotestamentaria desde los comienzos prepaulinos, pa-sando por Marcos (sin prescindir del patrimonio de la tradi-cin ms antigua) y Pablo, hasta llegar a Juan. No hay que comenzar simplemente donde Pablo y Juan (cada uno a su manera) han acabado. Este comienzo es la historia del hombre Jess, que ha comenzado para nosotros con la experiencia: en esto fue hombre como nosotros. La verdadera tradicin divina no es una transmisin telefnica de palabras cadas del cielo, sino una toma de conciencia, histrica y objetivante, de la autocomunicacin graciosa de Dios en el fondo del hombre y de su historia, cuyo control y entelequia personal es Dios, es el mismo Seor.

    6. Desigualdad temporal y lentitud para la visin pluridimensional

    No es de extraar que tal estructuracin de la forma de ver necesite tiempo, no se realice simultneamente en todas

    El problema de la desmitologizacin 391

    las cosas, pueda llevar a cegueras totales o parciales y plantee la pregunta acerca de si todos cuantos deseamos creer en la Iglesia vemos lo mismo. Con esta interpretacin de la situa-cin teolgica no hemos dado una frmula patentada que nos abra la posibilidad de una solucin total y fcil de los proble-mas particulares que encierra la teologa; en cada caso espe-cial hay que preguntar muy a menudo pacientemente lo que en un enunciado procede del asunto mismo que se piensa y lo que en l es resultado de la forma de ver; con mucha fre-cuencia no aparecer la decisin en toda claridad. El telogo moderno puede correr el peligro dada su forma de ver con-creta, bsicamente justificada de descubrir efectivamente en un caso concreto menos de lo que all existe y de lo que se vio en la antigua forma de ver. Pero (hablando ms en general que hasta ahora) podemos decir que la diferencia siempre existente entre el fondo del enunciado a que se ha aludido y la forma de ver y de enunciar es hoy ms clara y refleja. Y esto vale no slo respecto de las realidades trascendentales de la fe, sino tambin en cuanto a los enunciados sobre las reali-dades histricas de nuestra historia de la salvacin.

    7. La tarea de la predicacin, siempre igual

    Aunque parece un disparate y en su laconismo est ex-puesto a una mala inteligencia, habra que decir, caso de en-tenderlo bien, que el predicador de hoy debe predicar sincera y dogmticamente acerca de los acontecimientos salvficos del principio. De lo dicho no es posible sacar aqu aplicaciones ms exactas para el predicador. No tiene digmoslo una vez ms que echar mano en el pulpito de esa diferenciacin crtica de dimensiones en la imagen de la historia de la salva-cin que le presenta la Escritura. Todo esto ocurre en la ex-gesis y en la teologa, que l debe conocer. Ms bien ha de predicar estos acontecimientos de modo que, por una parte, pueda comprenderse la profundidad del hecho histrico-salv-fico que interpela al oyente, y por otra, no se les considere en su totalidad prodigiosa y nica como milagrosos. Para

  • 392 K. Rahner

    el cumplimiento de este segundo deseo quiz tenga el predica-dor un criterio sencillo: debe preguntarse si esperando la adhesin de la fe intelectualmente sincera, no edificando sobre la violencia de la fatalidad racionalista y emprica lo narra-ra as en el caso de que tuviera que relatar al hombre de hoy el hecho como ocurrido aqu y ahora (no en tiempos anti-qusimos).

    IV. EL CARCTER DEL LENGUAJE DE LA PREDICACIN

    1. Predicacin cristiana como predicacin a los gentiles

    El predicador debe traducir al lenguaje del pblico que realmente tiene delante. El verdadero pblico de nuestra predicacin es con frecuencia muy distinto del que creemos. Sera un error capital y lamentable, as como una negligencia por parte de la Iglesia que predica, que sta pensara adaptar la formulacin de su predicacin en primera y ltima instan-cia a la mentalidad del pueblo de Dios que llamamos bueno, fiel, que sigue subsistiendo como un resto desprendido del de antes. Tenemos que predicar en primer trmino a los pa-ganos que hay entre nosotros, hablar su lenguaje, lo que nada tiene que ver con un modernismo y afectacin a ultranza, que incomoda y contrara al oyente. Luego prediquemos tambin a los cristianos, pues tambin son hombres de hoy, cuyo ver-dadero carcter est sobrecargado de tradicionalismos y mo-dismos lingsticos de aluvin que impiden se entienda bien el lenguaje ordinario, que llegue al verdadero centro de su espritu y corazn. Con relacin a esto hay que decir que el predicador no debe defender la sencillez de su lenguaje en favor del pueblo sencillo, cuando en realidad no hace ms que calcar en su predicacin, por holgazanera y pereza teo-lgicas, los cliss tradicionales de la teologa. Aunque la gen-te corriente no sabe hablar teolgicamente, puede or teo-lgicamente y posee un instinto finsimo para ver si el predi-cador ha dicho, mediante su labor personal de traduccin,

    El problema de la desmitologizacin 393

    algo que pueda creerse o slo habla por comodidad un argot (anticuado o moderno)2.

    2. Lenguaje profano y sagrado Esta traduccin ha de hacerse a un lenguaje religioso. Si

    la predicacin debe hablar partiendo del campo lingstico del hombre moderno y traducir a l, esto no significa, como es natural y hay que advertir expresamente de esto, que la traduccin deba secularizar el fondo del enunciado o lo que hace a nuestro caso que el mismo lenguaje pueda inclu-so seguir siendo profano. No es posible por razn de la re-ciprocidad y dependencia efectiva entre lenguaje y objeto pen-sado, que son precisamente Dios y sus relaciones para con el hombre. Por eso existe hoy y seguir existiendo maana un lenguaje sagrado. Porque cuando no slo se trata de claves cientficas y tcnicas, sino de expresar la existencia humana que se da siempre, pero que no siempre se puede dirigir nicamente bajo el aspecto cientfico, las palabras, incluso las ms sencillas y modernas, tienen siempre a partir de s mismas una trascendencia abismal, una referencia al miste-rio que llamamos Dios.

    En los casos particulares hay que tener gusto, instinto: en algunas circunstancias pueden surgir comparaciones y s-miles que pasan del mundo tcnico al lenguaje sagrado, quiz incluso llegan a convertirse en expresiones teolgicas cualifi-cadas. A la inversa, frmulas del lenguaje antiguo pueden per-manecer vivas hoy, aunque no puedan prescindir totalmente de una traduccin. No hay que condenar toda tendencia ar-caizante en el lenguaje religioso. Tampoco hay que olvidar que puede darse en el hombre moderno algo as como los ar-quetipos de C. G. Jung, suscitables y evocables dentro de un lenguaje sagrado. No es verdad que una transformacin

    2 Estos principios los ha discutido a fondo K. Lehmann, Pre-

    dicacin cristiana a los no creyentes de hoy: mximas de teologa pastoral: Concilium, 23 (1967), 465-488.

  • 394 K. Rahner

    del lenguaje signifique una absoluta discontinuidad e incon-mensurabilidad entre los lenguajes de las diversas pocas, pues en tal caso la historia del lenguaje se convertira en una inco-herencia, y resultara imposible una inteligencia de los len-guajes anteriores. El Seor es mi pastor, por ejemplo, sigue siendo una expresin perfectamente inteligible, aun cuando en nuestra sociedad burocrtica la palabra seor haya lle-gado a ser un concepto oscuro; aunque muchsima gente no haya visto en su vida un pastor. La expresin, de suyo tan bella, ha empalidecido un tanto. Por el contrario, podemos decir con un sentido intenso que los hombres sufren de re-presin de Dios, aunque este concepto de represin con el significado que aqu le damos slo exista desde Freud.

    K. RAHNER

    MECANISMOS DE LA PREDICACIN

    Hoy se habla mucho de la falta de predicacin en las iglesias. No se puede decir que sea una exageracin. Primera-mente, porque es un hecho que la masa de los creyentes tiene un conocimiento ms que pobre de su fe. Una encuesta ame-ricana consistente en un cuestionario sobre Biblia y dogma llev a la conclusin de que la predicacin y la instruccin reli-giosa tienen muy poco efecto. Los catlicos quedaban espe-cialmente malparados \ En segundo lugar hay otro hecho: muchos de los que acuden a la iglesia con cierta regularidad se muestran abiertamente descontentos de los sermones. Los sondeos realizados en Holanda sugieren la siguiente hiptesis: la mayora acepta el sermn como una institucin, pero son prcticamente incapaces de repetir lo que acaban de escuchar y no se sienten conmovidos por el sermn2. No hay que asom-brarse de que un amplio grupo de personas que respondieron a una encuesta por escrito lo cual supone una mejor forma-cin y un mayor inters por el tema se quejasen amarga-mente de todo lo que se les ofrece desde el pulpito3. En tercer

    1 W. Schroeder y V. Obenhaus, Religin in American Culture,

    Glencoe, 111., 1964, 93s. 2 C. Straver, Massacomunicatie en godsdienstige beinvloeding,

    Hilversum, 1967, 162s. 3 Esta es la conclusin que se deduce del informe, no estricta-

    mente cientfico, realizado en el semanario alemn Mann in der Zeit sobre 1.200 respuestas a una encuesta por escrito, por G. Trk y J. Walter (Universidad de Wrzburg).

  • 396 O. Schreuder

    lugar, los mismos clrigos tampoco se muestran, ni mucho menos, unnimemente satisfechos. Tambin ellos sienten, y quiz ms an que los laicos, que el sermn no se prepara ade-cuadamente, que la predicacin resulta pobre y que la ense-anza recibida en el seminario es insuficiente para esta tarea \ Normalmente, los miembros de una profesin saben calibrar mejor que los clientes el valor de sus servicios profesionales. Por ello hemos de atribuir una especial importancia a este jui-cio negativo de los mismos predicadores, que, por una vez, se han dejado de teoras y estn tratando de descender al te-rreno de los hechos, con relacin a lo que el pulpito ofrece actualmente. Tal importancia no merma por el hecho de que la investigacin no se lleve con estricto rigor cientfico5.

    Cuanto me dispongo a decir parece que viene apoyado por unas muy importantes investigaciones llevadas a cabo en Fran-cia e Italia, si bien no he podido ver an las conclusiones fi-nales 6.

    Con tal panorama, es comprensible que, a nuestro juicio, haya que recurrir a las ciencias empricas. Pero, desgraciada-mente, tampoco podemos disponer de muchos elementos en este terreno; las investigaciones socio-religiosas comenzaron a desarrollarse solamente despus de la segunda guerra mun-dial y el tema de la predicacin ha sido pocas veces abordado. Por tanto, lo nico que puedo hacer en las pginas siguientes es anotar unas cuantas observaciones, a veces hipotticas, so-bre este problema candente, fundndome en la investigacin realizada, sobre todo en Amrica, sobre la comunicacin de masas.

    4 Este es el resultado de una investigacin, no publicada, en

    Holanda. Cf. tambin J. Fichter, Priest and People, Nueva York, 1965, 194 y 186.

    5 W. von Bissing, Die evangelische Predigt in der modemen

    Gesellschaft: Zeitschr. f. Evang. Ethik, 51 (1961), 105s. 6 S. Burgalessi, Aspetti psicosociologi della predicazione:

    Rivista di Sociologa, 7 (1965), 51-112; H. Jourde y D. Pzeril, Dialogues sur la prdication, en Sem. relig. de Pars (18 diciembre 1965), 1257-80.

    LEYES BSICAS DE LA COMUNICACIN DE MASAS

    Los medios de que dispone la comunicacin de masas dis-tan mucho de ser omnipotentes; lo individual jams queda indefenso. Desde el emisor al receptor se tiende toda una cadena de factores intermedios que influyen poderosa-mente sobre la eficacia de los medios, y ello hasta tal punto que resulta imposible considerar tales medios masivos como una explicacin suficiente y necesaria de cuanto se produce en el receptor; ordinariamente, la influencia de tales medios es secundaria. Sin embargo, sea sta la que fuere, normalmen-te consiste en que vienen a confirmar y reforzar lo que el re-ceptor pensaba ya antes. Si el mensaje recibido no va de acuerdo con lo que pensaba antes el receptor, es rechazado, o es desviado de forma que venga a confirmar los anteriores puntos de vista. La comunicacin por medios masivos puede considerarse nicamente como una causa primaria que produce un cambio cuando tambin los factores intermedios vienen a inducir la necesidad del cambio, o cuando el mensaje apunta hacia unos temas que no tienen relacin con los factores inter-medios y, por tanto, hace referencia a lo que llamamos un vaco ideolgico. Esta es, brevemente, la conclusin a que llega J. T. Klapper, partiendo de 270 estudios que represen-tan un amplio campo de 1.000 encuestas7.

    MECANISMOS DE SELECCIN

    El primer grupo de factores que intervienen inmediata-mente con su influencia y actan en la direccin antes descrita est formado por un cierto nmero de mecanismos de selec-cin. El oyente responde de mejor gana a la comunicacin de

    7 J. Klapper, The Effects of Mass Communication, Glencoe,

    111., 1960, 7s.

  • 398 O. Schreuder

    algo que va de acuerdo con sus propios puntos de vista, gus-tos, necesidades e intereses, que a la de algo que no es as. Los catlicos prefieren leer peridicos y semanarios que mues-tran tendencias coincidentes con las suyas. Los asistentes ha-bituales a la iglesia que han contrado un matrimonio mixto o que se ven obligados a limitar el nmero de hijos se des-conectarn ms fcilmente que otros cuando, por ejemplo, en la fiesta de la Sagrada Familia, el sermn aborde el tema del matrimonio desde un punto de vista contrario a su si-tuacin.

    Ms importantes son los mecanismos, difcilmente detecta-bles, de percepcin e interpretacin selectivas. De una misma comunicacin, tal persona captar un punto, y tal otra, un punto distinto. Y si la comunicacin se desarrolla como un ra-zonamiento unitario, tambin entonces ser interpretada en diferentes formas, segn las convicciones individuales, etc. Esto ocurre con las caricaturas que ridiculizan prejuicios racia-les o confesionales, que unos las interpretan correctamente, mientras que otros encuentran en ellas una glorificacin del puro americanismo o invenciones judaicas con vistas a explotar las tensiones entre los distintos grupos religiosos. Del mismo modo, un sermn en que se predica autnticamente la conver-sin evanglica, uno lo entiende bien, mientras que otro ve en l una crtica injusta contra la Iglesia y un tercero lo inter-preta como una demostracin de moralismo negativo contra el mundo malvado.

    Finalmente, he de mencionar el mecanismo de memoria selectiva: aquello con lo que se est de acuerdo es ms fcil-mente recordado que aquello otro con lo que no se est. Y as sucesivamente.

    FORMAS DE ADHESIN A LA F E

    Los mecanismos de seleccin vienen regulados por com-plejos ms profundos y extensos. De la mayor importancia es aqu la funcin que en el oyente cumple la religin y la actitud

    Mecanismos de la predicacin 395

    que de ah se deriva, consciente o inconsciente, ante la institu-cin eclesistica 8.

    Para muchos, la Iglesia sigue siendo la institucin carac-terstica del anden rgirne, la Iglesia de todos a la que es necesario pertenecer porque es ella quien ofrece a cada indi-viduo los medios para salvarse, y quien garantiza, por sus tra-diciones, la implantacin de un orden moral en la sociedad. En este caso, lo ritual se sita en primer plano, seguido por el sermn, que, en cierto sentido, ha llegado a convertirse en parte del ritual. Se supone que la tarea ms importante de la Iglesia es la de inculcar a su auditorio las reglas del juego mo-ralmente vlidas y exigir que estas reglas sean observadas para salvaguardia de la paz y del orden. Segn esto, al predicador se le exige que respete las estructuras del grupo local y que se dedique a justificar el statu quo. Nadie espera que se pro-duzca nada en la lnea del profetismo. Se oyen cosas ya bien sabidas y que, por tanto, no exigen mucha atencin. Como adems el sermn se ha convertido en una parte ms del ritual, los hombres se sienten justificados si se distraen por unos minutos, o se desentienden por cualquier otro medio de matar el tiempo, quedndose, por ejemplo, en el bar cercano.

    Donde los catlicos constituyen una minora, ya no se considera a la Iglesia como institucin propia del grupo local, sino ms bien como la organizacin central en torno a la cual se agrupa un sector de la poblacin. Se toman medidas para defenderla contra los ataques que vienen de fuera y para man-tener el grupo inclume; se lucha en favor de los derechos de la Iglesia y por los del grupo. Es la celebracin de la ortodo-xia y de la conformidad. El sermn se considera muy impor-tante y se inspira totalmente en la institucin. Se convierte en un mecanismo de adoctrinamiento, dogmtico y moral. El contenido institucionalizado del dogma y las normas de la moral han de saberse bien y han de mantenerse hasta en su ms pequeo detalle. El creyente debe saber lo que le distingue de todos los dems, lo que es catlico y lo que no lo es. Los

    8 Cf. O. Schreuder, Gestaltwandel der Kirche, Olten, 1967,

    61s.

  • 400 O. Schreuder

    exactos e inmutables principios de la Iglesia han de explicarse en cada uno de sus aspectos concretos. Los problemas de la vida, del tiempo y de la sociedad son debatidos exhaustiva-mente en la medida en que puedan significar un peligro para la institucin y sus estructuras. Se pone mucho nfasis en las virtudes formales: obediencia, fidelidad, unidad, uniformidad, espritu militante y otras por el estilo.

    La Iglesia de todos y la Iglesia de la minora son, en gran parte, cosas del pasado. El grupo catlico se va integran-do ya casi por completo en la sociedad, el clima espiritual tiende a hacerse pluralista y la tolerancia se ha erigido en prin-cipio. Consecuentemente, la nocin de Iglesia est sufrien-do un cambio en las mentes y en los corazones de los fieles. La Iglesia pasa a ser una ms entre las denominaciones cris-tianas que estn realmente fundadas en el Evangelio, pero que no han de convertirse en absolutos. Al mismo tiempo se da una gran diferenciacin en los lazos que mantienen unida a la Iglesia.

    Para algunos, la Iglesia se ha convertido principalmente en una institucin de servicio que ha de habrselas con las ne-cesidades de tipo espiritual y psicolgico que las circunstancias concretas de la vida plantean al individuo. Si alguien cree que el sermn sigue desempeando una funcin importante, en-tonces pedir que el sermn se centre sobre el cliente, pre-ocupado por las necesidades mundanas que asedian al indi-viduo, y que ofrezca ayuda y orientacin en las dificultades prcticas, consuelo en las contrariedades, descanso de la agi-tacin de la vida diaria y algn alivio para el corazn. Al mismo tiempo se exige que el predicador justifique las exigen-cias e intereses del creyente. Se presta menos inters a la Bi-blia, el dogma, la moral y las normas institucionales. Tampoco quieren estos oyentes que los inquieten con una teologa de conversin o proftica. Si, a pesar de todo, se sigue conside-rando que la Iglesia es responsable de una cierta tica de fra-ternidad, se presta, sin embargo, menos atencin a la inter-vencin que en ello puedan tener los individuos. Segn esto, el sermn debe partir de la sociedad. Se espera que el predi-cador aborde tales problemas a la luz del Evangelio, que esti-

    Mecanismos de la predicacin 401

    mul la actividad de los cristianos y la transformacin cristiana del mundo. Tambin, en este caso, hay poca atencin hacia el dogma, la moral individual y las normas institucionales. Hay una fuerte exigencia en pro de la justificacin del statu quo social, si bien se deja un cierto margen a la protesta en deter-minados casos.

    Hay un tercer grupo que considera a la Iglesia fundamen-talmente como una institucin que debe ocuparse, ante todo, de problemas filosficos. Este tipo de auditorio pide que el sermn se convierta en una explicacin de la existencia. El inters se centra principalmente en problemas tan amplios como puedan serlo la existencia de Dios, la persona de Cristo, la vida eterna, la muerte, y as por el estilo. A los predicadores se les pide que se las entiendan competentemente con todo lo que est a la venta en el mercado filosfico. Los problemas sociales e individuales han de ser tratados tambin en una tal perspectiva bblica o teolgica de explicacin de la existen-cia (Existenzerhellung).

    Estas variadas formas de la actitud creyente que acabo de esquematizar, simplificndolas, por tanto, tienen carcter slo de hiptesis; no han sido verificadas empricamente, aunque no faltaran algunos elementos de confirmacin que aducir9. Pero si, a pesar de todo, los datos que se han recogido aqu apuntan en una misma direccin, entonces queda claro que los mecanismos de seleccin actuarn de diferente manera en cada uno de los grupos, segn la forma concreta de fe que en ellos predomine.

    LA IMAGEN DE LA FUENTE DE COMUNICACIN

    Si pedimos a un cierto nmero de personas que tomen parte en un experimento catalogando una serie de tareas sacer-dotales por orden de importancia, es de esperar que los resul-tados sern distintos. De ah se deducir que hay modos dis-

    9 Cf. R. Koster, Die Kircbentreuen, Stuttgart, 1959, 68s;

    L'Eglise catholique et les prtres: Sondages, 24 (1962), 1, 23s. 26

  • 402 O. Schreuder

    tintos de concebir la imagen ideal del sacerdote: el ministro de la liturgia y los sacramentos, el predicador, el consejero, el hombre clave de la parroquia, etc. Y, por supuesto, cuanto ms elevado sea el puesto que se atribuye a la proclamacin, mayores sern las expectativas respecto al sermn, mayores las exigencias y menor el margen de tolerancia cuando tales expectativas quedan frustradas, etc.

    Un segundo elemento importante consiste en