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CORPORACIÓN AUTÓNOMA REGIONAL DEL CENTRO DE ANTIOQUIA CORANTIOQUIA PLAN INTEGRAL DE MANEJO DEL DISTRITO DE MANEJO INTEGRADO DE LOS RECURSOS NATURALES RENOVABLES DEL ÁREA DE RESERVA OCCIDENTAL DEL VALLE DE ABURRÁ TOMO I MEDELLÍN, JUNIO DE 2009

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CORPORACIÓN AUTÓNOMA REGIONAL DEL CENTRO DE ANTIOQUIA CORANTIOQUIA

PPLLAANN IINNTTEEGGRRAALL DDEE MMAANNEEJJOO DDEELL DDIISSTTRRIITTOO DDEE MMAANNEEJJOO IINNTTEEGGRRAADDOO DDEE LLOOSS RREECCUURRSSOOSS NNAATTUURRAALLEESS RREENNOOVVAABBLLEESS DDEELL ÁÁRREEAA DDEE RREESSEERRVVAA

OOCCCCIIDDEENNTTAALL DDEELL VVAALLLLEE DDEE AABBUURRRRÁÁ

TTOOMMOO II

MEDELLÍN, JUNIO DE 2009

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CONTRATO 8028 DE 2008

LUISA FERNANDA JARAMILLO CEBALLOS Ingeniera Forestal, MsC. en Desarrollo Rural

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P lan Integral de Manejo D is t r i to de Manejo In t eg rado de los Recursos Nat ura les Renovab les de l

Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

JUSTIFICACIÓN

La Constitución Política de Colombia de 1991, acoge la protección y defensa del medio ambiente como una obligación del Estado cuando determina en el artículo 79: … Es deber del Estado proteger la diversidad e integridad del ambiente, conservar las áreas de especial importancia ecológica y fomentar la educación para el logro de estos fines., y según en el Artículo 80: El Estado planificará el manejo y aprovechamiento de los recursos naturales, para garantizar su desarrollo sostenible, su conservación, restauración o sustitución. Además, deberá prevenir y controlar los factores de deterioro ambiental, imponer las sanciones legales y exigir la reparación de los daños causados.

El Decreto Ley 2811 de 1974, Código Nacional de los Recursos Naturales Renovables y de Protección al Medio Ambiente, Título II, “DE LAS ÁREAS DE MANEJO ESPECIAL”, Capitulo II, “DE LOS DISTRITOS DE MANEJO INTEGRADO DE LOS RECURSOS NATURALES RENOVABLES” en la parte XIII “DE LOS MODOS DE MANEJO DE LOS RECURSOS NATURALES RENOVABLES, establece con el fin de ordenar, planificar y regular el uso o manejo de los recursos naturales renovables y el medio ambiente, que “Teniendo en cuenta factores ambientales o socioeconómicos, podrán crearse Distritos de Manejo Integrado de los Recursos Naturales –DMI-, para que constituyan modelos de aprovechamientos racional. Dentro de esos distritos se permitirán actividades económicas controladas, investigativas, educativas y recreativas”.

El Artículo 31, numeral 16, de la Ley 99 de 1993, consagra que son funciones de las Corporaciones Autónomas Regionales: Reservar, alinderar, administrar o sustraer, en los términos y condiciones que fijen la Ley y los reglamentos, los distritos de manejo integrado de los recursos naturales renovables (…)

El Distrito de Manejo Integrado de los Recursos Naturales Renovables fue reglamentado mediante el Decreto 1974 de 1989, y lo define como: “un espacio de la biosfera que, por razón de factores ambientales o socioeconómicos, se delimita para que dentro de los criterios del desarrollo sostenible se ordene, planifique y regule el uso y manejo de los recursos naturales renovables y las actividades económicas que allí se desarrollen”.

Mediante la realización de estudios físicos, ecológicos, económicos y sociales, se pudo constatar que la zona occidental del valle de Aburrá contiene ecosistemas locales y regionales representativos, con alto grado de biodiversidad, endemismos y especies amenazadas, que denotan su alta fragilidad ambiental. Además en este territorio se desarrollan actividades económicas y existen asentamientos humanos que impactan en forma negativa los recursos naturales renovables, poniendo en riesgo la conservación de los ecosistemas que ofrecen bienes y servicios a la población local y externa al Distrito.

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P lan Integral de Manejo D is t r i to de Manejo In t eg rado de los Recursos Nat ura les Renovab les de l

Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

Teniendo en cuenta lo anterior, la Corporación Autónoma Regional del Centro de Antioquia, declaró mediante Acuerdo del Consejo Directivo No. 267 del 10 de septiembre de 2007, el Área Occidental del Valle de Aburrá como Distrito de Manejo Integrado de los Recursos Naturales Renovables, -DMI AROVA-. Localizado en jurisdicción de los municipio de Medellín, Bello, Itagüí, Caldas, Amagá, La Estrella, Angelópolis, Heliconia, Ebéjico, San Jerónimo y San Pedro de los Milagros.

Dando cumplimiento al Decreto 1974 de 1989, con el fin de regular y planificar el aprovechamiento, desarrollo, preservación, protección y manejo de los Recursos Naturales Renovables y de más actividades ambientales que se realicen dentro del Distrito en mención, la Corporación proyectó el “Plan Integral de Manejo” para su posterior aprobación y aplicación en el territorio; el cual contiene la información requerida por el Artículo 10 del Decreto 1794 de 1989. Y se basa en la información de: El Plan Maestro del AROVA, la orden de servicios 4237 de 2008 y el contrato 8028 de 2008, suscritos con la Corporación.

La declaratoria del DMI AROVA se encuentra dentro de la línea estratégica 3: Gestión Integral de Áreas Protegidas Estratégicas y de los recursos naturales para el desarrollo sostenible de las regiones, del Plan de Gestión Ambiental Regional -PGAR 2007 – 2019 de la Corporación. Esta línea se ejecuta a través del Programa IV, Proyecto 8: Consolidación del sistema regional de áreas protegidas y del espacio público con énfasis en lo natural, del Plan de Acción Trianual 2007-2009.

PPaannoorráámmiiccaa ddeell CCeerrrroo ddeell PPaaddrree AAmmaayyaa yy CCuucchhiillllaa LLaass BBaallddííaass ddeessddee SSaannttaa EElleennaa

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

11 AAPPRROOXXIIMMAACCIIÓÓNN TTEERRRRIITTOORRIIAALL

11..11 CCOONNTTEEXXTTOO RREEGGIIOONNAALL YY LLOOCCAALL

Desde la perspectiva geográfica, el territorio definido como Distrito de Manejo Integrado de los Recursos Naturales Renovables del Área de Reserva Occidental del Valle de Aburrá, se puede asumir como una unidad, conformada por un sistema cordillerano donde predominan Las cuchillas Baldías y Romeral y el cerro del Padre Amaya. Desde el punto de vista hidrográfico, no existe una cuenca predominante en este territorio, allí se localizan fuentes de agua tributarias de las cuencas de los ríos Aburra (Medellín) y Cauca.

En lo político-administrativo, es una agregación de territorios, pertenecientes a diferentes municipios, que no constituyen un todo, pero que mediante su declaratoria, por la Corporación Autónoma Regional del Centro de Antioquia – CORANTIOQUIA, se agrupan a partir de lineamientos de manejo ambiental, a través de la figura de los Distritos de Manejo Integrado de los Recursos Naturales Renovables.

Es un hecho determinante que este territorio representa en la actualidad una función clave en las relaciones entre el Sistema Urbano de la Región Metropolitana del Valle de Aburrá y el Sistema Territorial conformado por las vertientes caucanas.

El DMI AROVA está conformado de Sur a Norte, por parte del territorio de los municipios de Amagá, Caldas, La Estrella, Angelópolis, Heliconia, Itagüí, Medellín, Ebéjico, Bello, San Jerónimo y San Pedro de los Milagros. De estos municipios es Medellín el que mayor área involucra en el territorio. Por su alta concentración poblacional y de funciones políticas, administrativas y económicas que ha experimentado desde finales del siglo XIX, es el entorno urbano con mayores demandas energéticas y de recursos, muchas de las cuales históricamente fueron satisfechas por al territorio que agrupa el DMI, fundamentalmente con el recurso agua. En la actualidad sigue siendo importante su oferta hídrica, especialmente para los corregimientos de este municipio.

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

Es de recordar que para la segunda mitad del siglo XIX en Medellín, las actividades de manufactura comienzan a hacerse fuertes y ya para principios del siglo XX se presentan las primeras expresiones industriales. Es en verdad sugerente y significativo que tres de las industrias pioneras en la industrialización de Medellín y el Valle del Aburrá, instalaran sus plantas en la parte occidental del Valle, en lo que hoy sería la parte oriental del área de estudio; de norte a sur se implantaron sus factorías a orillas de cuencas hidrográficas para aprovechar su potencial energético la Compañía de Tejidos Bello, en la quebrada La García, los Talleres y Fundición Robledo a orillas de la quebrada La Iguaná y la Cervecería Unión, en la quebrada La María, las tres en el primer decenio del siglo XX. Esto indica por un lado la riqueza hídrica de este sector del Valle y, del otro, el conocimiento de su potencial por parte de los nuevos industriales que comenzaron a aprovecharlo desde estos años.

Paralelo al proceso de expansión de la malla urbana de la ciudad de Medellín hacia los lugares aledaños, está la incorporación y subordinación de los territorios que suministran los recursos y las energías que se demandan, las que han ido en aumento hasta acentuarse en la segunda mitad del siglo XX, cuando se da el mayor crecimiento demográfico y físico de la ciudad. Es claro que no es únicamente Medellín la que cumple dicha lógica, sino que ésta forma parte de los mecanismos propios de los entornos urbanos en expansión que al no ser autosuficientes deben recurrir a las demandas extraterritoriales.

Estos hechos tienen repercusiones en el territorio, que se manifiestan en factores tan determinantes como las conexiones viales, ya sean regionales o nacionales que tienen efecto en el territorio, el cual presenta una localización geográfica estratégica entre el Valle de Aburrá y el cañón del río Cauca, en donde los climas cálidos imperantes han permitido la creación de uno de los sitios de recreo más importantes de la población del Valle de Aburrá. De allí, las diversas inscripciones viales en su territorio, utilizado como corredor o conexión inmediata, por vías camineras, de arriería y carreteras.

De la infraestructura vial construida con impactos directos en el área de estudio, se señalan los principales corredores y sus efectos inmediatos, para tener en cuenta lo que podría ser la tendencia y la necesidad de romper una barrera montañosa como ésta para la comunicación con otras regiones. La Carretera al Mar, terminada para fines de 1940, que atraviesa el área por el Boquerón que conforman el Cerro del Padre Amaya y la serranía de Las Baldías, que buscaba integrar la región Occidente y el Golfo de Urabá a la capital de Antioquia. Vía que dinamizó actividades económicas agrícolas en los territorios de los corregimientos de San Cristóbal y Palmitas, pero igualmente aceleró la deforestación a lo largo de su ruta, al igual que lo sucedido con la vía al Altiplano Norte.

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

La Vía a Amagá con sus ramales a Angelópolis, La Estrella y San Antonio de Prado, favorecieron la aparición de asentamientos humanos en el costado suroccidental del área, en donde las restricciones topográficas y la concentración de la tierra, han contenido hasta la última década el avance urbanístico hacia las laderas occidentales del Valle, a pesar de la conexión vial existente por el Alto El Chuscas, entre San Antonio de Prado y el municipio de Heliconia, además de la Vía Parque Caldas – Angelópolis.

Al interior del área solamente se presenta un sistema vial de tipo terciario, conformado por la vía que une el Corregimiento de San Antonio de Prado con el Corregimiento de Altavista por el barrio Belén Aguas Frías, al que se interconecta un intrincado sistema de vías de penetración, utilizadas para la extracción de la madera de las plantaciones forestales existentes.

Como la obra vial de mayor importancia, se destaca la conexión vial Aburrá – Cauca con el Túnel de Occidente, que imprime nuevas dinámicas territoriales, relacionadas con la pérdida de importancia de la antigua Vía al Mar y las presiones que se generan en las bocas localizadas en San Cristóbal y la parte baja de Palmitas, que podrían favorecer en parte la conservación ambiental del área de influencia de la antigua vía.

A manera de síntesis se puede plantear que este sistema de Laderas Occidentales, al igual que el resto de ecosistemas que rodean al Valle de Aburrá, están contenidas en una estructura urbano regional, en donde las funciones territoriales y las singularidades de estos ecosistemas, obedecen a nuevos patrones de protagonismo socio-espacial, que pueden ser asumidos de una manera diferencial, de acuerdo con el papel específico en la dinámica ambiental del territorio, teniendo en cuenta sus niveles de integración o desarticulación con respecto al sistema central dominante.

De ahí la necesidad de construir un sistema diferencial en el que los ecosistemas de los cerros occidentales no sean percibidos como independientes, sino como ambientes de un sistema territorial, a partir precisamente de su entendimiento como una red de paisajes, o de un continuo de integraciones naturales y sociales en la que dichos cerros adquieren una valoración específica del papel que cumplen dentro del tejido de escenarios de estructuración territorial actual, dentro de un conglomerado urbano que demanda bienes y servicios ambientales que cada vez cobran mayor valor e importancia.

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

11..22 DDEELLIIMMIITTAACCIIÓÓNN

En la delimitación del territorio, se tuvo en cuenta la selección de áreas con importancia ambiental y paisajística, que han servido para la oferta de bienes y servicios ambientales a la población y que sus recursos naturales renovables presentan presiones antrópicas, por el cambio en las coberturas vegetales, la disminución de la biodiversidad y el aumento del proceso de urbanización hacia las laderas de la vertiente occidental del Valle de Aburrá. Los criterios de delimitación en detalle se presentan en el Plan Maestro del AROVA (Corantioquia, 2006).

En este territorio, según los planes de ordenamiento territorial de los municipios que lo conforman, se encontraron suelos rurales con características de protección, preservación, recuperación, ecosistemas estratégicos, fuentes de agua que surten acueductos veredales, actividad forestal protectora y productora, actividad agrícola, altas pendientes, zonas de riesgo y amenaza no recuperable.

Su delimitación es la que aparece en el Acuerdo 067 de 2007 aprobado por el Consejo Directivo de Corantioquia, mediante el cual se declara como DMI el territorio del AROVA. En el Artículo 2 del Acuerdo, se anota que se “Reserva” este territorio con el fin de ordenar, planificar y regular el uso y manejo de los recursos naturales renovables y las actividades económicas que allí se desarrollan en especial la actividad minera, dentro de los criterios de desarrollo sostenible. En el Artículo 3, se “Alindera” el área, la cual tiene una extensión de 28.015 has y está delimitada desde la cota 1.600 m.s.n.m., hasta los 3.130 m.s.n.m., donde existe un sistema de bosques alto andinos y subpáramos con alta diversidad biológica asociada a su flora y fauna y está comprendida entre límites descritos en el Anexo 1 del Tomo 1. Ver figura 1.

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Figura 1. DELIMITACIÓN DEL DMI AROVA (CORANTIOQUIA, 2006)

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22 RREESSEEÑÑAA HHIISSTTÓÓRRIICCAA DDEELL ÁREA DE RESERVA OCCIDENTAL DEL VALLE DE ABURRÁ -DDMMII AARROOVVAA--

Se retoma este capítulo textual del Plan Maestro (Corantioquia, 2006), donde se plantean siete momentos históricos básicos en las dinámicas y procesos de incorporación, apropiación, ocupación, poblamiento y transformación de los territorios dentro de los límites del Área de Reserva Occidental del Valle del Aburrá, teniendo presente que al no ser ésta una unidad territorial, buena parte de dichas acciones son indirectas, pues tienen ocurrencia en áreas aledañas o en centros poblacionales y político administrativos que crearon jurisdicción sobre estos territorios.

Precisamente las determinantes para estos cortes temporales tienen que ver con los acontecimientos que, ocurridos externamente, inciden directa o indirectamente en la transformación paisajística, territorial o poblacional en el DMI AROVA, ya desde un contexto amplio, económico o político, o por una acción inmediata en su entorno.

22..11 OOBBJJEETTIIVVOOSS GGeenneerraall Establecer las dinámicas históricas y económicas, que han incidido en los procesos de poblamiento y construcción socio territorial del área de reserva del Occidente del Valle de Aburrá.

EEssppeeccííffiiccooss Definir las dinámicas de cambio socio territorial en el área de estudio.

Hacer un análisis sistémico de la información, con la finalidad de plantear programas y proyectos de conservación, mejoramiento y aprovechamiento sostenible del patrimonio cultural y natural del área.

Elaborar mapas temáticos que contribuyan a una mejor comprensión de las problemáticas bajo estudio.

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22..22 MMEETTOODDOOLLOOGGÍÍAA

Se parte del reconocimiento de la inexistencia de una unidad territorial. En fragmentos territoriales dispersos en diversas unidades político administrativas, que en algunos casos tienen continuidad geográfica. En ciertos casos hay antecedentes históricos comunes pero jamás entendida desde la totalidad del territorio propuesto como DMI AROVA. Por tanto el trabajo implicó la lectura y revisión de diversos documentos que desde los diferentes fragmentos, en sus diversas escalas –veredal, corregimental, municipal-, participan de esta configuración planteada desde la planificación ambiental.

El punto de partida para la investigación histórica fueron los textos clásicos que han trabajado los procesos de ocupación y poblamiento en el valle del Aburrá y en la región del río Cauca, entre el área de influencia de Santa Fe de Antioquia, Ebéjico, Heliconia y Titiribí, para comprender así los fenómenos en las dos vertientes del territorio. Libros que van desde las transcripciones de las crónicas de la colonia, hasta los últimos los estudios históricos recientes pero que estudian los procesos desde el siglo XVI, como es el caso de la Historia de Medellín o la Historia de Antioquia, editadas por Suramericana con la Coordinación Editorial del Historiador Jorge Orlando Melo, libros que sin lugar a dudas hoy son referencia obligatoria. También en este grupo están los libros monográficos producidos en cada municipio, de los que se deriva información específica de las áreas involucradas, pero también de la interrelación de fenómenos entre la estructura urbana y los sectores rurales.

Un segundo grupo de fuentes documentales se deriva de los trabajos de tesis o de consultaría elaborados por antropólogos e historiadores, sobre temas específicos, sectores del territorio o áreas concretas. En unos casos sobre historia de caminos, en otros historias de corte ambiental, trabajos etnográficos con corte histórico, entre otras variables. Lo interesante es que estos trabajos aportan nuevas perspectivas de análisis, hacen uso de fuentes documentales inéditas –orales o escritas- y, por lo mismo, permiten nuevos análisis de las mismas o, en su defecto, a una nueva mirada y la deriva hacia otras fuentes inéditas.

Los vacíos dejados por los trabajos ya conocidos y los nuevos aportes investigativos se intentó llenar con investigación en fuentes primarias de archivos. Hay que tener en cuenta que por el tipo de trabajo, intereses y recursos es difícil hacer una investigación con documentos inéditos a partir de la exploración exhaustiva de archivos, no obstante se intentó un trabajo que permitiera una aproximación mas particular al territorio. Se utilizaron fundamentalmente fuentes del Archivo Histórico de Antioquia y el Archivo Histórico de Medellín; en ambos casos con documentación desde la Colonia hasta la República. Se hizo uso de libros de cabildos o los capitulares, memorias, visitas, informes -desde secretarios (Hacienda, Gobierno, etcétera) hasta inspectores de policía-, censos, padrones, demandas, entre otros documentos inéditos. De igual manera en el archivo municipal como en el departamental se logró la consecución de importantes documentos cartográficos, algunos ya conocidos y otros inéditos, que daban cuenta de porciones del

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territorio, de los municipios involucrados, de pequeños fragmentos, de rutas y caminos, pero, incluso, de imágenes construidas de todo el territorio desde visiones muy personales y pictóricas.

Se realizó otro complemento, especialmente con información relacionada con los siglos XIX y XX, a partir de la prensa oficial y no oficial. Las gacetas oficiales, municipales y departamentales, como los periódicos y revistas que circularon en Medellín y en municipios del área aportaron información de gran valor.

Toda esta información fue sistematizada mediante el convencional sistema de fichas manuales. En algunos casos se hizo la trascripción de los documentos modificando la ortografía pero conservando la grafía de nombres propios. En otros casos en los cuales se hizo cita literal se mantuvo la manera de la escritura del documento original. Los contenidos de estas fichas se utilizaron para darle contenido a cada uno de los periodos planteados, desde los enfoques dados a cada uno de ellos.

En el caso de los censos se recurrió al uso de tablas en Excel, tanto para establecer la base de datos sino hacer las graficaciones respectivas, desde los cuales poder entender las dinámicas demográficas y hacer algunos análisis comparativos.

Por último se hizo una revisión gráfica y fotográfica. No se pretendía con esta búsqueda tener imágenes a manera de ilustración sino que permitieran complementar los textos e incluso avanzar en las lecturas de las dinámicas territoriales y las transformaciones paisajísticas. De ahí que la fotografía retomada de archivos, de libros, periódicos y revistas, están al servicio del enfoque dado a este análisis de historia ambiental.

22..33 PPEERRIIOODDIIZZAACCIIÓÓNN HHIISSTTÓÓRRIICCAA DDEELL TTEERRRRIITTOORRIIOO 22..33..11 11553377 -- 11554477:: TTrráánnssiittoo,, RReeccoonnoocciimmiieennttoo ddee GGuuaaccaa yy eell VVaallllee ddeell AAbbuurrrráá

yy CCoonnffiigguurraacciióónn ddee llooss PPrriimmeerrooss AAsseennttaammiieennttooss HHiissppaannooss Son ya suficientemente conocidos los impactos y transformaciones sociales, culturales, económicas y políticas, además de los geográficos y territoriales que se produjeron en lo que sería conocido como América a partir del establecimiento de los españoles en el siglo XVI. El proceso de ocupación y poblamiento continental inicial estuvo determinado, en buena medida, por la obtención de recursos, entre los que el oro y la plata ocuparon el primer lugar. Buena parte de lo que hoy se conoce como Colombia y más concretamente región antioqueña fue conquistada, ocupada y poblada motivada por las aparentes riquezas de los pueblos nativos y las posibilidades de explotación minera, lo que implicó

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

posteriormente ocupar un lugar de relativa importancia y preeminencia dentro de la estructura colonial instaurada después del proceso de conquista.

A medida que se realizó el reconocimiento del territorio se sometieron los pueblos indígenas y se seleccionaron los lugares más aptos para el establecimiento de las avanzadas militares, primera forma de asentamiento en el proceso conquistador.

Una geografía hostil, donde ríos caudalosos, montañas escarpadas y abismos insondables, hasta esos momentos nunca vistos, se convertirían en verdaderas barreras que con dificultad superaron los conquistadores. De igual manera, quienes participaron en ellas exhibieron las formas más crueles de sometimiento y exterminio contra los que habitaban estos territorios, a tal punto que también se convirtió este encuentro, en uno de los exterminios más grandes de pueblos de la humanidad.

Mapa 1. Las rutas de los conquistadores según el médico Manuel Uribe Ángel, tomado de Crónica Municipal, Órgano del Concejo Municipal, Medellín, edición

especial, agosto de 1963

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En la mente de los españoles se fueron tejiendo increíbles leyendas, que se difundieron entre los expedicionarios (Ver Mapa 1). En ellas se describían lugares habitados por todo tipo de criaturas y ciudades maravillosas nunca antes imaginadas: seres con un solo pie, con varias cabezas y ciudades construidas en oro, plata y piedras preciosas, y manantiales que ofrecían la eterna juventud. En Antioquia fueron famosas las leyendas del cacique Dabeiba con sus tesoros, así como las de Cui-Cuy, Pan Zenú y Arbí.

Estas expediciones y la primera fundación en Antioquia hicieron parte de una fase tardía en la conquista de América, que Jacques Aprile Gniset denomina la “penetración andina”, con la primera red articulada de centros militares españoles, entre 1536 y 1560, después de la fase antillana, la exploración costera (1508-1525) y las bases militares del litoral Caribe (1525-1536). Tiempos en los cuales se había fundado San Sebastián de Urabá (1509) y Santa María de la Antigua del Darién (1510).

Entre las expediciones que sobresalieron en esta primera etapa de exploración que irrumpieron en la región antioqueña, se pueden identificar las que se aventuraron por el sector occidental al mando de Francisco Cesar en 1537, que salió de San Sebastián de Urabá llegó a Guaca a tierras del cacique Nutibara y regresó Urabá; la de Juan de Vadillo en 1538, que salió también de San Sebastián pasó por Buritica y siguió hacia Cartama y Anserma; y por la parte oriental, proviniendo del Perú, al sur, las tropas de Jorge Robledo que después de fundar Cartago y Santana (Anserma) llegaron al valle de Ebéjico para fundar Antioquia en diciembre de 1541. Las etnias que este último encontró a su paso fueron tomadas por diferentes a las que se habían repartido en la jurisdicción de la Villa de Santana (Anserma), que había sido fundada en 1538. Estas nuevas provincias fueron identificadas con los nombres de Ebéxicos, Pencos, Guacas, Guazuzes, Nories, Peques, Caruatas o Nitanas. Con estas poblaciones aborígenes se garantizaba la subsistencia de los españoles, pues estas “provincias étnicas” aportarían la fuerza de trabajo para la explotación de los recursos y la producción de alimentos.

Estos territorios de las primeras fundaciones habían sido habitados por una serie de pueblos, entre los que se distinguían los Nores y Noriscos, los cuales cultivaban maíz y raíces y recolectaban frutas. Su dieta alimenticia era complementada con productos provenientes de la caza y la pesca. Llamaron la atención de españoles por el trabajo en minas de oro de veta y aluvión, así como explotaciones de salados, sobre todo en la quebrada Noque. También eran hábiles productores de textiles estampados y sostenían relaciones comerciales con los grupos Peques, Ebejico e Ituango. Los españoles fueron atraídos hacia este territorio por leyendas sobre tesoros maravillosos y especialmente por los minerales que se hallaron en el cerro Buriticá.

Desde la primera fundación de Robledo en Antioquia hasta el traslado y unificación en una ciudad –Santa Fe de Antioquia- bajo el control de la autoridad española hacia 1548, pasaron diez años de disputas, reyertas, distribuciones y cambios por parte de los conquistadores proclives a Robledo o a Pedro de Heredia, lo que quería decir dependiente de Popayán o Cartagena.

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Á rea de Res erva Occ ident a l de l Va l le de Aburrá -DMI AROVA-

El primer emplazamiento la ubicaba en el llano de “La Ciénaga” situada en el paraje de “Santa Aguada”, el cual estaba a tres y media leguas hacia el norte de un sitio llamado “Las Cuatro” y legua y media al sur de la población de Peque. Al año siguiente, esto es, 1542, el poblado es reubicado en el valle de Nore, probablemente cercano a Frontino en un sitio que se conocía como Mangurama. Los investigadores que se han ocupado de este asunto no llegan tampoco a un consenso unánime sobre quien dio la orden para el traslado. En lo que sí se observa igualdad de opiniones, es sobre el sitio definitivo y sobre los motivos que originaron su traslado. El más importante era la continua hostilidad de los indígenas y su resistencia a ser sometidos.

Cuando Jorge Robledo retornó de España en el año de 1546 fundó a orillas del río Tonusco la villa de Santa Fe, a la que se refirió el cronista Pedro Cieza de en sus crónicas:

Le pareció (a Robledo) que estaría bien un pueblo de cristianos en las llanadas del río Grande minas que había en aquella comarca. Fundó una villa a la que puso por nombre Santa Fe en la cual dejó por capitán a Jerónimo Luis Téjelo…De este pueblo que estaba asentado en este cerro que se llama Buriticá nace un pequeño río; hace mucha llanada, casi a manera de valle, donde está asentada una villa que lleva por nombre Santa Fe y es sufragana a la ciudad de Antioquia1.

Cuando Gaspar de Rodas logró el reconocimiento de la autoridad de Popayán y sometió al control el territorio, unificó los dos caseríos para formar Santa Fe de Antioquia trasladando la primera fundación a la segunda. La riqueza de los territorios que la circundaban la hicieron digna ostentar, desde el año de 1544, el titulo de ciudad y en 1545 que se le otorgara el escudo de armas.

En estos diez años de conquista permitió no sólo un punto de avanzada militar, sino el dominio de buena parte de la población nativa mediante las encomiendas, el inicio de la explotación minera y el proceso de consolidación del poblamiento hispano, al punto que llegaron las primeras mujeres europeas y se trajo ganado vacuno (los cerdos llegaron con las primeras expediciones de Robledo), gallinas y algunas semillas europeas, como la caña de azúcar2. Esto implicaba no sólo la transformación de la geografía humana sino de los territorios y su paisaje por el inicio de su intervención, ya para su explotación minera o para su producción agrícola y ganadera a partir de este centro de irradiación.

De allí saldrían otras empresas de exploración de los territorios indígenas del valle de Guaca y del agradable, fértil y poblado valle de Aburrá. Según el cronista Sardela y el mismo Robledo en sus relaciones, este valle fue descubierto por el capitán Jerónimo Luís Téjelo, quien se encontraba a sus órdenes. Después de la fundación de la ciudad de Antioquia, 1Robledo envío desde allí tropas al mando de Téjelo por una ruta que seguía el río Cauca, hacia el sur, cercanos a los territorios de lo que hoy es la parte occidental del

1 Luz Elena Martinez García, Silvia Milena Botero Arcila, Oscar Darío Monsalve Salazar, Marta Cecília Ospina, Echeverri y Oscar Mejía Rivera, Medellín, Gruo de Asesoría e Investigación Ambiental Corporación GAIA, 2000, Corantioquia, pág. 348.

2 Jorge Orlando Melo, “La Conquista 1500-1580”, em Historia de Antioquia, Suramericana de Seguros, junio de 1991.

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AROVA, pasando por tierras de los llamados Ebéjicos, Pascuas, Poblanco, Cinifaná, las Peras (Amagá) y Murgía o Pueblo de Sal (Heliconia), hasta llegar por el sur al Valle del Aburrá, a donde arribaron el 23 de agosto de 1541. Fue un tránsito violento la de estas huestes conquistadores formada por 20 hombres armados, lo que implicó el enfrentamiento con los indígenas y el rancheo contra ellos. No hay ocupación ni poblamiento, sino un reconocimiento del territorio, de ahí que a finales de agosto salieron del Valle de Aburrá hacia el Llano de Ovejas, para luego de un tiempo de tortuoso trasegar regresar al río Cauca y al punto de partida.

Luego de ser informado del hallazgo del valle, Robledo se desplazó hasta éste. Encontró que su población natural cultivaba especialmente maíz, así como otros productos agrícolas. Según su descripción, no tenían el hábito de consumir carne humana, y eran pobres, pues no poseían casi oro. El interés en el valle se vería aplazado, pues el descubrimiento de oro en el río Cauca y en Buriticá, así como las fundaciones de las ciudades de Remedios y Zaragoza, concitó todo el interés hispano desde el principal centro urbano.

Este primer periodo de conquista, reconocimiento y avasallamiento no implicó actos fundacionales, ni poblamientos en el AROVA como tampoco en el entorno inmediato, pero si la valoración de su potencialidad económica y de la mano de obra indígena, como también su sujeción política a la ciudad de Antioquia, en la parte de la vertiente del río Cauca y los territorios del valle del Aburrá.

22..33..22 11557744 -- 11661155:: AAddjjuuddiiccaacciioonneess yy HHaattooss A partir de 1574, con la petición de Gaspar de Rodas, en ese momento Gobernador de Antioquia y con asiento en la ciudad de Santa Fe de Antioquia, para que se le adjudicaran mercedes de tierra en el Valle del Aburrá, se inició el proceso de ocupación de la parte oriental del AROVA, es decir, al occidente del río Aburrá hasta las estribaciones de las montañas; de sur a norte fueron adjudicadas mercedes a María de Rodas –al norte de Niquía-; Bartolomé Suárez de Alarcón en Hatoviejo; Antonio Machado –El Pedregal-, Gaspar de Rodas en la parte central del Valle entre el Paso del Alférez hasta la quebrada El Guayabal y al sur, María Quesada en las tierras de Guitagüí, hasta el Ancón de los Yamecies.

Las mercedes de tierra fueron convertidas prontamente en prósperos hatos ganaderos y áreas productivas de pancoger y de excedentes agrícolas para las zonas de explotación minera; allí se comenzó a producir maíz, plátano, frutales, hortalizas y caña de azúcar, con sus derivados de mieles, alcoholes y panela. Pero, también fueron importantes para la ganadería vacuna y mular, yeguas y asnos, estos últimos fundamentales para la actividad comercial y minera, por lo tanto bienes apetecidos y de bastante valor en esos años. Se estableció así un comercio entre el valle de Aburrá y Antioquia, por un camino que salía de Hatoviejo por el Pie de la Cuesta, Poleal y San Jerónimo, luego reconocido como el Camino Viejo, única ruta entre estas dos regiones, al menos hasta 1669, cuando

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se redescubrió el camino indígena por el Boquerón3, aunque éste sin mucha utilización por bastante tiempo.

Alrededor de las estancias de cada uno de los hatos se fueron insinuando asentamientos espontáneos, ya por las necesidades propias de los dueños de los hatos o por la ocupación de la mano de obra que estos demandaban. Así, los estancieros construyeron capillas, trapiches y lugares de habitación para esclavizados negros y la mano de obra libre, mestiza, mulata y blanca pobre; mientras que los demás habitantes se fueron aglutinando alrededor de estos entables por el trabajo temporal o por las posibilidades económicas derivadas y del “pasto” espiritual de los recintos religiosos.

Mientras que en el Valle del Aburrá se iban generando asentamientos espontáneos en San Juan de la Tasajera, Niquía, Hatoviejo, la Culata de Iguaná, el sitio de Aná, Guayabal e Itagüí, con sus diversas actividades productivas, al occidente de la actual Área de Reserva se mantenía el poblamiento y la actividad indígena, a la vez que se iniciaba una actividad productiva en las salinas de Guaca bajo control de españoles, los que a su vez recibieron indios en encomienda para éstas y otras actividades, como el caso de los indígenas asentados en Ebéjico entregados por Gaspar de Rodas a Manuel López Bravo en el año de 1585.

Este corto periodo es crucial, en tanto se determinó el control de los territorios por parte de los españoles, quienes comenzaron a delimitarlo, explotarlo y poblarlo. Mercedes de tierras que determinan el inicio de la propiedad privada, el señalamiento de nuevos límites y la resignificación del territorio mediante el renombramiento por parte de los españoles, con una toponimia que se superpuso, la mayoría de las veces, sobre los precedentes nombres indígenas.

22..33..33 11661166 -- 11778844:: CCoonnssoolliiddaacciióónn ddee SSiittiiooss yy FFuunnddaacciioonneess FFoorrmmaalleess CCoolloonniiaalleess Si bien algunas de las tierras, hatos y estancias adjudicados antes de 1615 se mantuvieron bajo control de las familias inicialmente beneficiadas, algunas se subdividieron por los enlaces familiares y otras fueron vendidas a nuevos propietarios. En el valle de Aburrá, a lo largo del siglo XVII, se establecieron nuevos propietarios como los casos de Juan Gómez de Salazar, Juan Jaramillo, Juan Mejía de Tovar, Fernando de Toro -en Itagüí-, María de Vivanco, Juan García de Ordas Figueroa –una parte en la Culata, es decir, San Cristóbal-, Diego Álvarez del Pino -parte de las tierras en la Culatilla y Picacho-, Luis Martín de Olarte, Juan de Piedrahita y Saavedra, Facundo Ramírez de Herrera, Antonio Zapata y Múnera –en Itagüí y Guayabal-, Juan Gómez de Ureña y Mateo Álvarez del Pino, entre otros, los que en buena medida eran autoridades civiles y eclesiásticas en Antioquia, esclavizadores y mineros en nuevas áreas de frontera, y

3 David Arnovis Hernández Carmona, San Cristóbal de la Culata al filo de la montaña 1771-1863, Medellín, Departamento de Historia-Facultad de Ciencias Sociales y Humanas-Universidad de Antioquia, Trabajo de Grado, 2003, pág. 72.

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ganaderos y productores agrícolas en el valle de Aburrá. Establecieron estancias de pan y caballería, hatos y cultivos, huertos y trapiches, o simplemente tierras para la extracción de maderas y otros recursos de las selvas.

Es necesario tener en cuenta que a partir del año de 1630 el Valle de Aburrá experimentó un importante flujo migratorio de propietarios de minas que vieron en estos territorios la posibilidad de ampliar y diversificar sus actividades económicas y productivas entre las que estaban la ganadería vacuna y mular, el cultivo de productos como la caña, el plátano y el maíz, la instalación de trapiches y la producción de mieles, y la explotación de unos cuantos salados como los de Prado que se encontraban en las tierras de doña María Quesada. Este paulatino cambio de la actividad de económica, fue el producto de la crisis minera que estaban experimentando los centros mineros de Zaragoza, Cáceres, Buriticá. El impacto social no se hizo esperar en todo el valle. Con los propietarios fueron trasladados cuadrillas de esclavizados, negros libertos manumitidos que se desempeñaron en oficios como los de cargueros o arrieros, mestizos y blancos pobres, que encontraron en este territorio una posibilidad de subsistencia. A la par, hubo necesidad de recomponer el poblamiento indígena con el fin de suplir su descenso demográfico y disponer de mano de obra para la creciente actividad económica.

La manifestación más clara del crecimiento y del reordenamiento poblacional que se experimentó a principios del siglo XVII en el valle fue la transformación paulatina del paisaje de un hábitat disperso, de casas de campo y ranchos, a la de centros poblacionales españoles, pueblos de indios, y la de caseríos aunque en este caso sin expresión urbana ni manzaneo formal, como los casos de El Potero de Barbosa, San Diego, El Totumo, La Matanza o Trajera, Hato Viejo, Aná, La Culata, La Otra Banda, El Guayabal y Guitagüí que, como se puede ver, algunos están en relación directa o en el área de influencia del Área de Reserva Occidental del Valle de Aburrá . Estos incipientes caseríos se irían consolidando en el transcurso del siglo XVII y principios del XVIII.

Sin duda que los hitos de mayor significación poblacional en este período fueron la erección del pueblo de indios de San Lorenzo de Aburrá y del pueblo de españoles, esto es, la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria. El primero se debió a la intervención del Visitador Francisco Herrera Campuzano quien erigió el pueblo y resguardo de San Lorenzo de Aburrá. Allí fueron congregados 80 indios “útiles” pertenecientes a los pueblos nativos de Aburraes, Yamecies, Peques, Ebéjicos, Moriscos y Maníes. Este resguardo comprendía los siguientes límites “desde la quebrada de Ana por el norte hasta aproximadamente la zona actual de Belén por el occidente; Guayabal y Envigado por el sur y los cerros orientales de Las Palmas y Santa Elena por le Oriente”.

Otro importante poblado que se consolidó en este periodo fue el Sitio de Aná. Este conglomerado surgió de la prohibición que tenían los vecinos libres-mulatos y mestizos de habitar las tierras de los resguardo indígenas. Se tiene noticia que su iglesia fue consagrada en el año de 1659 como parroquia. Desde 1671 el gobernador Francisco Montoya había escogido para construir el núcleo urbano el sitio de Aná por ser el más apropiado debido a que estaban “…agregados en él más de treinta familias de españoles

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y otras tantas de mulatos y mestizos y tener iglesia y cura…y estar la planta en forma de Pueblo, con sus divisiones de casas (sic) y solares, calles y plaza…”4. En este sitio de Aná, de acuerdo con la matrícula hecha por el gobernador don Miguel de Aguinaga el 19 de octubre de 1675, vivían 85 familias (29.51%), de las cuales 8 eran de blancos, 14 de mulatos, 6 de mestizos y 5 de indios”. En el resto del valle de Aburrá vivían 203 familias, es decir, el 70.48% del total.

Para el año de 1675 el crecimiento de la población del valle era tan sustancial, y la influencia de sus vecinos ilustres tan trascendente, que luego de peticiones y pese a la férrea resistencia de los habitantes de la ciudad de Santa Fe de Antioquia, se logró la autorización para erigir la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. Uno de los argumentos que más peso tuvo para esta erección era que “en dicho valle había más de mil personas mulatos y mestizos que no tiene domicilio y andan vagamundos”. Luego de la constitución oficial de la Villa, se ordenó que la población se repartiera según el origen racial. Primero se determinó que en el espacio urbano de la villa, antes sitio de Aná, se avecindaran exclusivamente los blancos españoles, en el poblado de San Lorenzo los indios, y en los suburbios de la villa (Guanteros) y ejidos los mulatos y mestizos; estos últimos debían también dejar de habitar los poblados de San Lorenzo y la Culata, donde se encontraban conviviendo con los indígenas para trasladarse al sector de Guanteros.

En el año 1685 se creó en el sitio de “la Sabaneta” el pueblo de Nuestra Señora de la Estrella para que los indígenas que estaban reunidos en el Resguardo de San Lorenzo de Aburrá se les asignaran lugar de habitación y labranza, a los que le sumaron los demás indígenas que aún vivían en el valle de Aburrá como era el caso de los indígenas de La Culata (San Cristóbal), que fueron trasladados allí ese mismo año. La presión de los habitantes, primero del Sitio de Aná y luego los de la Villa de la Candelaria de Medellín, debido a la cercanía con este resguardo, obligó al traslado de esta población hacia el nuevo resguardo.

Es necesario tener en cuenta que el pueblo de indios de San Lorenzo de Aburrá y la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, quedaron ubicados en la banda oriental del río Aburrá; a pesar que a ese lado del río se habían formalizado el poblamiento, no quería decir que en la parte occidental no hubiera un importante poblamiento, todo lo contrario, si tomamos en cuenta el mismo censo o matrícula de don Manuel de Aguinaga de 1675, en la parte oriental vivían 109 familias –el 54 %-, lo que quiere decir que en la parte occidental del valle estaba el 46 %, representado en 62 familias en el sitio de Guayabal, 35 en sitio de la Culata –San Cristóbal-, y en el sitio de Guitagüí 14 familias más, entre blancos, mulatos, mestizos, negros e indios. Había entonces una especie de equilibrio poblacional entre una y otra banda del río, aunque con preeminencia de la parte oriental por la ubicación de la villa española, con el correspondiente control administrativo, pero con un desarrollo importante al otro lado del río en tanto la actividad agrícola y

4 Roberto Luis Jaramillo, “De pueblo de aburraes a villa de Medellín”, en Jorge Orlando Melo (editor), Historia de Medellín I, Bogotá, Compañía Suramericana de Seguros, 1996, pág. 115.

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ganadera se empezó a desarrollar allí, como bien lo acota el historiador Roberto Luis Jaramillo:

Por los finales del siglo XVII, y después de erigido el Sitio de Aná como nueva villa de Medellín, tenían necesidad los vecinos de unos ejidos o terrenos comunales que, por estar cercanos al río, eran pantanosos; al frente, en la parte occidental –y río de por medio-, había una llanura con pocos desniveles, bien regada, verde y apetecida por los labradores y dueños de hatillos: era la Otra Banda, en la que se habían formado muchas pequeñas propiedades, casi todas cercanas a las quebradas del Mal Paso, La Corcovada, La Puerta, La Iguanacita (hoy, La Gómez), La Iguaná, El Salado, El Güeso (hoy, La Hueso), La Ana Díaz, La Matea, La Picacha o Aguas Frías, La Altavista, La Guayabala, La Doña María, y otras menores. Algunos se atrevieron a levantar casa y estancia en las vegas y orillas del río, por ser terrenos bajos, inundables y húmedos.

Por entonces unos pocos propietarios asentistas detentaban estancias y ganados en La Otra Banda, sitio donde muchos permanecían con pequeña hacienda y habitación, entre ellos Don Francisco Velásquez, en cuyas vecindades habitaban Marcos Franco, doña María Paladines (viuda de Arnedo), Lorenzo Tazón, y Alfonsa Arrendó, quienes compartían con familias de inferior calidad, y colindantes del río, como los Gil, los Zamora, Feliciano Urrego, y el sastre Juan de Quiroga. Eran muy notables dos agricultores españoles apellidados López de Restrepo, don Alonso –en la orilla del río-, don Marcos, dinámico procurador general de la villa, quien vivía de lo que le producían un corto hato en El Pedregal, y la reducida huerta de Nuestra Señora de Regla, situada cerca de La Iguaná. 5

En esta parte occidental del valle del Aburrá se estaba consolidando una fundamental transformación poblacional, social y paisajística, diferentes a lo de la parte oriental. Como se ve, aparte de los tres sitios donde se nucleaban familias, había un intenso proceso de subdivisión predial, manifestada en la aparición de hortelanos, esto es, agricultores independientes mestizos, mulatos y blancos, que reemplazaban en estas tierras a la población nativa, tanto en la propiedad, en el número y en la forma de producción. La consolidación de estos nuevos grupos poblacionales marcaba el descenso, la eliminación o el desplazamiento de los indígenas; así, en Guayabal, que fue el sitio donde derrotaron los españoles conquistadores a los indígenas aburraes en la primera incursión hacia 1541, para 1675 no estaba poblada por ninguna familia indígena, mientras vivían 62 familias españolas, como ya se ha anotado.

Aunque con un pequeño desfase, otro tanto ocurrió en caso del sitio de San Cristóbal, conocido inicialmente como La Culata, que fue poblado mayoritariamente por indígenas hasta finales del siglo XVI, como lo demuestra el hecho que en la matricula de 1675 de las 29 cabezas de familia indígenas censadas en todo el valle, 17, estos es, casi el 60 % vivían allí6. A pesar del intento de trasladar mulatos y mestizos de allí el mismo año de

5 Roberto Luis Jaramillo y Diego Suárez Vallejo, La sede de Otrabanda, Medellín, Suramericana, 2004, pág. 12. 6El 40 % restante de la población indígena se distribuía entre San Lorenzo, con 7 cabezas de familia, el Sitio de Aná con 5, la Tasajera con 1 y Otrabanda Abajo-Arriba con 1. Víctor M. Álvarez Morales, “Poblamiento y población en el Valle de Aburrá y

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1675 hacia Guanteros, esto no fue posible y, por el contrario, fueron los indígenas quienes terminaron por ser reubicados diez años después al nuevo resguardo indígena de La Estrella. En el censo realizado en el nuevo resguardo “indígenas como Dominguito, Sebastián, Luís Grande, entre otros, fueron reportados con su residencia en La Culata, de los cuales, “unos cuantos vivían en casa de paja con su familia y animales, y otros servían de criados o esclavos a mestizos y blancos pobres del lugar” 7.

Las tierras de San Cristóbal quedaron en manos de los colonos españoles que de esta manera se consolidaron en sitio, en donde se venían asentando más o menos desde 1669 cuando Pablo González del Pozo, un mestizo español, redescubrió un antiguo camino del valle de Aburra al Cauca, por el paso del Boquerón de la Culata, que empezó a ser mas utilizado para comunicar a la capital Antioquia con la Sitio de Aná –luego Villa de Medellín- que el mas largo y difícil por Hatoviejo8, el comúnmente utilizado hasta estos años; pero, también, sirvió como eje de poblamiento hacia La Culata, pues, “fue a partir de este camino –conocido como el de Las Rocerías- que los colonos y dueños de tierra en San Cristóbal empezaron a regarse en el territorio. Este camino partía del templo parroquial hacia el oriente, pero unos cuantos metros más allá se desviaba hacia la izquierda para subir por la Cuchilla El Frisol, un poco más abajo del Cerro del padre Amaya y, al atravesar la cordillera, confinaba en San Sebastián, Comunidad y por último en Antioquia”9.

Al norte, en la parte de Hatoviejo, igual que en resto del valle de Aburrá el poblamiento se incrementaba atrayendo un flujo de inmigrantes de españoles, payaneses y santafereños; uno de esos pobladores era el capitán Don Juan de Piedrahita y Saavedra, un inmigrante español de Toledo, que “había adquirido tierras y poseía 90 esclavos de “minas y servicios”. Pronto el territorio del sitio de Hato viejo, se convirtió en el lugar de habitación y trabajo de un pequeño grupo de blancos españoles apoyados por una heterogénea y también pequeña comunidad de mestizos, mulatos, pardos libres y esclavos abundantes para girar en torno de las estancias y haciendas ganaderas”10. Este hecho se corrobora en el padrón de 1675 ya mencionado en el cual se listan las familias radicadas en el sitio de Hatoviejo, distribuidos en varios puntos, como el Totumo, Ancón, Tasajera, Fontidueño11 y el propio Hatoviejo.; en los dos últimos sitios se asentaban “dueños de estancias rodeados por un grupo de mestizos, mulatos e indios asimilados: 12 familias blancas, 18 mestizos con sus familias, 3 mulatos y sus familias, y el indio Salvador con su familia”12, esto es, 34 familias, de las cuales en Hatoviejo, es decir, en el área de influencia del Área de Reserva del Occidente del Valle de Aburrá, estaban ubicadas 17

Medellín. 1541 – 1951.”, en Historia de Medellín Tomo I, Bogotá, Compañía Suramericana de Seguros 1996, p. 57. Cuadro Nº 2. 7 David Arnovis Hernández Carmona, San Cristóbal de la Culata al filo de la montaña 1771-1863, Medellín, Departamento

de Historia-Facultad de Ciencias Sociales y Humanas-Universidad de Antioquia, Trabajo de Grado, 2003, pág. 63. 8 A.H.A. Fondo: Gobierno, Sección: Colonia, Serie: Tierras, Tomo 164, doc. 4217, en Ibíd.

9 Ibíd., pág. 123. 10 Edgar Restrepo Gómez, “Para escarmiento y contención de la plebe”, revista Huella núm. 5, Bello, Centro de historia de

Bello, Diciembre 2003 – Marzo 2004, pág. 5. 11 En Fontidueño estaban localizadas las posesiones del Capitán Don Diego Beltrán de Castillo, Doña Isabel de Vivanco y el

Capitán Pedro Gutiérrez Colmenero; en la parte central las posesiones de Doña Ana de Castrillón, el Capitán Rodrigo García, Don Toribio de Villa, Don Pedro de Zelada, Doña Jacinta de Piedrahita, el Alférez Alonso López de Restrepo y el Licenciado Presbítero Alonso de Piedrahita

12 Edgar Restrepo Gómez,..Op. Cit., pág...5.

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familias -7 blancas, 2 libres, 8 mestizas y mulatas-, que representaban un 8 % del total de las familias censadas en el valle.

La dinámica de crecimiento demográfico, de subdivisión predial, de transformación de las tierras para la actividad productiva, de ascenso en la cota de poblamiento, fue acentuándose con el transcurrir de los años. Los fenómenos poblacionales del siglo XVIII definieron el surgimiento de nuevos sitios de poblamiento y la apropiación de nuevas tierras que fueron incorporadas a las actividades productivas ya no la parte baja del valle del Aburrá, próximas al río, sino sobre las partes medias y las estribaciones de todo el sistema montañoso oriental del valle, desde el norte en Hatoviejo hasta el sur en Itagüí, con su consiguiente transformación paisajística.

El censo de 1786 -- 1787, realizado durante la visita del oidor Juan Antonio Mon y Velarde, muestra que en casco urbano de la Villa fueron contabilizadas 271 familias y en los partidos y sitios unas 2208 familias. Al norte, en Hatoviejo se pasó de 67 familias a 168 familias; al sur, en Itagüí, se pasó de 14 familias a 373 de familias; y en el centro ya había dos partidos, pues Otrabanda era un partido diferenciado de San Cristóbal y ambos experimentaron un notable crecimiento, pues San Cristóbal pasó de 14 familias a 178 y en Otrabanda había 298 familias. El partido de Otra Banda, incluía las tierras comprendidas entre la quebrada de Guayabal y la quebrada de Iguaná, del total de familias, 134 habitaban en las inmediaciones de Altavista (Belén, El Rincón y Altavista), 30 estaban ubicadas cerca de la quebrada de Iguaná, 16 en el Salado de Correa (La América), 15 junto o detrás del Morro (hoy Cerro Nutibara) y 10 cerca del río.

En total 856 familias poblaban nuevos territorios y se localizaban también en nuevos sitios. Es muy significativo que Itagüí concentre el mayor crecimiento poblacional, en la medida que hacia esa parte sur del valle era punto nodal del movimiento poblacional que ya se comenzaba a presentar para ocupar las montañas que separaban el valle del Aburrá y el río Cauca, por el suroeste y el sur, primero hacia tierras de lo que luego sería Amagá y La Comunidad (Heliconia), y luego hacia Fredonia y demás tierras del sur.

Pero, de igual manera, se acrecentaba el poblamiento en las áreas próximas al área urbana de la villa, especialmente en la parte centro occidental, que correspondía a los partidos de Otrabanda y San Cristóbal, como se ha visto. En Otrabanda surgen nuevos sitios de poblamiento como Belén, El Rincón, Altavista y Salado de Correa, que dan cuenta como la población va subiendo de las partes llanas a las medias. Lo que indica sin ninguna duda la gran fragmentación que se experimenta en la propiedad para estos años.

Todavía quedaban para este siglo descendientes de los grandes propietarios como Doña Ana María Álvarez del Pino, viuda de Don Mateo Álvarez del Pino, que para 1786 tenía tierras en Otrabanda, en la vertiente a la Quebrada Guayabal, con trapiche, potrero de loma llamado La Mata, con producción de maíz y caña, con ganado vacuno y caballar y una cuadrilla de esclavizados que, para 1778, sumaban 36; Don Miguel Jerónimo de Posada, un comerciante, que para 1787 tenía entre otras propiedades, tierras en Altavista

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con ganado vacuno y caballar; o el minero Joaquín Barrientos, con tierras en Hatoviejo e Itagüí, también con ganado y esclavizados. Algunos de estos propietarios extendían sus propiedades al otro lado del AROVA, pues Doña Ana María Álvarez del Pino tenía en Guaca un potrero con producción de maíz y fríjol y Don Miguel Jerónimo de Posada poseía tierras en La Comunidad, con trapiche y maíz, lo que nos habla de ciertas conectividades que se debían establecer entre estos sitios y la villa donde residían los propietarios.

Pero a la gran propiedad que aun subsistía para este siglo se oponía la pequeña propiedad, en un fenómeno contrastante e incluso la carencia absoluta de tierras para una población en permanente crecimiento. Eran pequeñas parcelas donde se cultivaba maíces, fríjol, plátano, caña de azúcar, frutales y se destinaban otras áreas para los pastos. Previamente estas montañas se habían deforestado para la actividad agrícola y ganadera, pero seguía la explotación del bosque para proveer las actividades mineras en unos casos, o las maderas para casas y muebles de la villa. Una buena parte de los habitantes no tenían ni siquiera parcelas. La investigadora Ann Twinam es clara en tal sentido, teniendo presente el análisis que hace al censo de 1787:

178 de los 246 habitantes de Otrabanda, es decir, el 72.4 % poseían alguna tierra. El tamaño de las propiedades variaba enormemente: desde un décimo de acre13, difícilmente el espacio suficiente para una casa y una huerta, hasta 81.6 acres. Aproximadamente el 60 % de los vecinos de Otrabanda poseían menos de 6 acres; el total de sus propiedades correspondía al 32.7 % de las tierras enumeradas en el censo. La tierra restante estaba repartida entre 23 agricultores (9.3% de los vecinos) quienes poseían el 62.8 % de la tierra en el partido. Así en Otrabanda 153 vecinos poseían parcelas de menos de 6 acres, 16 cultivaban pequeños predios de 6 a 20 acres y 7 ocupaban fincas de 20 a 80 acres.

San Cristóbal, el partido menos fértil, muestra un patrón de distribución de tierra que difiere ligeramente. El tamaño de los predios variaba de medio acre a un cuarto de legua; y aunque la mayoría de los vecinos poseía alguna tierra, su porcentaje era menor que el de Otrabanda. El hecho de que la mayoría de los vecinos de San Cristóbal tuviera propiedades por fuera del partido, cosa que no ocurría en Otrabanda, se debía probablemente a que las cosechas obtenidas en San Cristóbal eran mas pequeñas, por lo que los vecinos se veían obligados a cultivar otras parcelas en las montañas de los alrededores. La ausencia de propiedades por encima de veinte acres puede reflejar también la pobreza de los suelos que no resistían el cultivo en gran escala. Ya sea que se tratara de tierras fértiles (Otrabanda) o no (San Cristóbal), una característica de la agricultura en Medellín era la división en pequeñas propiedades, en oposición al monopolio de la tierra de unos pocos14.

La existencia de tantos pobladores sin tierra, no sólo en estos partidos sino en el resto del valle de Aburrá, fue uno de los factores para el movimiento poblacional que ya se estaba presentando hacia el sur y suroeste. Pero, también es destacable el fenómeno particular de los pobladores de San Cristóbal que tenían propiedades fuera del partido, con

13 Un acre es igual a 0.4047 hectáreas y estas son equivalentes a 4.047 metros cuadrados. 14 Ann Twinam, Mineros, Comerciantes y Labradores: las raíces del espíritu empresarial en Antioquia: 1763 – 1810,

Medellín, FAES Biblioteca Colombiana de Ciencias Sociales, 1982, p. 165.

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repercusiones para el Área de Reserva Occidental del Valle de Aburrá, en tanto indica el proceso colonizador que siguieron sobre territorios contiguos y las redes de relaciones tejidas desde San Cristóbal hacia otros sitios al sur y al occidente; para ese año de 1787, “28 pobladores de San Cristóbal declararon en 1787 tener tierras en San Sebastián; 9 en Yarumal; 5 en Itagüí; 5 en La Sucia, jurisdicción de San Jerónimo; 4 en el propio sitio de San Jerónimo; 1 en Amagá; 1 en Ovejas y otro más en San Pedro. Por su parte, Fernando Bedoya declaró en el censo ser labrador y mercenario en tierras de doña María Álvarez en Amagá y no poseer tierras15. Hay, pues, un gran movimiento campesino agrario en marcha que hará explosión entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, con los consiguientes reconocimientos y manifestaciones físicas, el cual también va a tener repercusiones en las tierras contiguas al AROVA.

El proceso de crecimiento demográfico y de consolidación de estos parajes o sitios del occidente del valle de Aburrá permitió su reconocimiento, al menos en lo eclesiástico. Esto tenía un gran valor pues era el antecedente del reconocimiento civil. Las capillas que servían para los oficios religiosos en hatos y haciendas eran primero elevadas a la categoría de Viceparroquia y luego como parroquias en vista del aumento de la población y de la dificultad para trasladarse desde estos lugares, hasta la Villa de Medellín. Entre los poblados que experimentaron un mejoramiento de sus servicios espirituales se encontraban hacia el sur de valle el paraje de Itagüí, que para el año de 1743 contaba con dos capillas que pertenecían al curato de Envigado (Santa Gertrudis). La Culata (San Cristóbal) fue elevada la categoría de Viceparroquia en el año de 1752 y como Parroquia en el año de 1771. Estaban, igualmente, consolidándose sitios como los Guayabal, Otra Banda, Pedregal e Iguanacita.

Al finalizar el siglo XVIII estaban construidas en todo el valle de Aburrá 24 iglesias, de las cuales seis estaban en el plan de la villa como era conocida el área urbana de Medellín, mientras que las 18 restantes nucleaban los rancheríos o sitios, como simples capillas o sedes de viceparroquias, entre las que estaban las de Itagüí, La Estrella y Guayabal, las dos de Altavista, y las tres del Salado de Correa, es decir, 8 en este lado del río.

Para estos años seguían funcionado los antiguos caminos de Niquía pasando por Pie de Cuesta y la vía de Itagüí con paso sobre la Quebrada de Doña María, para Guaca, lo mismo que el camino por La Culata o el Boquerón. La tendencia para este siglo, al menos los tres primeros cuartos del siglo, era privilegiar los caminos del oriente para ir a Santa Fe de Bogotá o a Mariquita y por allí al Magdalena. Eran caminos difíciles y fragosos, situación de la que no se escapan ni los mismo caminos internos del valle, que comunicaban la cabecera de la villa con los sitios o partidos:

La situación para fines del siglo XVIII era idéntica a lo que ocurría hacia 1717 cuando se expidieron los autos para “pedir lo conbeniente en orden a la composición de caminos”16. Para ese año los caminos que comunicaban la Villa con sus fracciones,

15 AHM, Fondo: Cabildo Colonial, Sección: Libros Capitulares, Tomo 38, Doc. núm. 2, citado por David Arnovis Hernández Carmona, San Cristóbal de la Culata…Op. Cit., pág. 77.

16 A.H.M, Actas de libros capitulares, tomo 68, fl. 391. V.

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esto es, Itagüi, Guayabal, Hatoviejo, Envigado, Salado de Correa, Itagüí, etcétera, especialmente por la “Otrabanda”, estaban cerrados, de tal manera que los vecinos no podían viajar cómodamente, y en muchas partes era imposible hacerlo, debiendo caminar por el lecho del río y las quebradas.

Los encargados del cumplimiento de la apertura de los caminos, dejándolos “libres y desembarasados para el trajin del vien común”, fueron el Alférez Juan Zapata y Munera, y Antonio de Yarsa, Alcalde Ordinario, quienes ordenaron ese año abrir los caminos necesarios. En la otra banda del río debía quedar un Camino Real, desde la quebrada la Igüaná, “Villa arriba” y “Villa abajo”, es decir, hacia el sur y el norte respectivamente. Por el valle arriba, debía salir un trayecto por entre las cercas del Capitán Lázaro Correa y Joaquín de Masto, siguiendo por las tierras de estos y otros propietarios, hasta llegar a la casa de Margarita Velásquez y Joseph Restrepo, siguiendo el camino para los salados de José Gómez y otro trayecto hasta dar con las casas de Manuel Posada, siguiendo el camino real antiguo a salir al Guayabal y de allí hasta el sitio de Itagüí. Otro camino que se debería abrir para el sur o “Villa arriba”, era el que atravesaría la “serranía para la parte que llaman el Salado de Correa, Altamira y Boquerón. “Villa abajo” o el norte se determinó uno para la otra banda del río, y faldas del morro, camino antiguo, hasta el sitio de “Hatoviejo”.

Por esta banda del río -oriente-, se debía dejar un camino de la “Villa para arriba”, y otro por las playas del río a salir los dos al sitio de Itagüí. De la “Villa para abajo”, también por este lado del río, dos caminos: uno “por el llano y otro por la ladera asta el Bermejal, y de hay abajo asta el citio de Ancón y tierras que eran del Capitán Mateo de Castrillón, todos caminos reales antiguos”17.

Al occidente del Área de Reserva del Occidente del Valle de Aburrá, la actividad económica estaba dominada por la explotación de los salados de Guaca, convertidos desde el inicio en una de las actividades económicas fundamentales para los españoles, en tanto era básica para la alimentación y la conservación de la carne, siendo la carne salada la base proteínica de la población esclavizada de los sectores mineros. Hay que señalar que en varios sectores del AROVA, se ubicaron salados, como es el caso del Salado de Prado, el Salado de Correa –uno de cuyos propietarios por estos años fue Francisco de Guzmán-, pero la explotación más importante se concentraba en Guaca18. En Guaca se conoce como primer propietario a Simón de Murga que, independiente de la leyenda, aparece con títulos a principios del siglo XVII como lo atestigua la mortuoria de 1644; por los mismo años, 1630, recibieron títulos los hermanos Juan y Francisco Guzmán y posteriormente, en 1661, Juan Jaramillo de Andrade; después fueron varios los propietarios, ya recibidos por herencia, por compra a los primeros propietarios o por que registraron derechos mineros sobre nuevos “ojos de agua sal” en el área de Guaca: Juan Jaramillo Hijo en 1671, Juan Zapata Gómez de Múnera en 1713, los Guzmán vendieron a unos señores de la Cruz de Antioquia quienes a su vez vendieron a Mateo Álvarez del Pino en 1750. Para 1786 eran propietarios o tenían derechos Ana María Trujillo, María Antonia Vélez, Pedro Betancur -quien residía en Itagüí-, Antonio Uribe,

17 Luis Fernando González Escobar, Caminos republicanos en Antioquia. Los caminos de Medellín a Rionegro, las rutas por Santa Elena 1800 – 1928. En CORREA A., Elvia Inés. Poblamiento, Marcas Territoriales y estructuras en la cuenca media de la quebrada Santa Elena. Corantioquia, 2000. documento inédito, p. 8

18 En el Valle del Aburrá o en áreas cercanas habían otros sitios de explotación de sales como en el caso de la quebrada Aná, Matasano, Aguacatal, Bitiera, entre otros

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Manuel de Escobar, José Nicolás Ochoa, y los cuatro hermanos Álvarez del Pino, quienes heredaban los salados de su padre Mateo, esto es, Ana María –la que ya mencionamos con propiedades en el valle de Aburrá-, Bernardino, María Antonia y José Ignacio, éste último también propietario en el “Salado de Correa”.

Para estos años la explotación minera de la sal de Guaca tenía enorme dificultades, mostrando descenso en su productividad y rentabilidad, debido a la precariedad y falta de caminos para sacar la producción hacia otras regiones y, fundamentalmente, por el agotamiento de los bosques, de donde se sacaba la madera o leña que requerían los “fondos” para hervir y sacar las “panelas” de sal. El impacto sobre el bosque y el dimensionamiento de la problemática lo expuso el mismo Oidor Mon y Velarde en su informe de 1788: “…el sitio llamado Guaca, cuyas salinas son las más abundantes y mejores de todas las provincias tiene muchos dueños y su mal gobierno ha destruido y aniquilado los montes de tal manera que son ya escasos y muy costosas las leñas…”19

Pero el otro fenómeno destacado para este periodo es el proceso de ocupación de tierras entre las montañas al occidente del valle de Aburrá y el río Cauca, al sur y al suroeste. Ya destacamos como habitantes de San Cristóbal colonizaron los montes de las montañas de La Sucia, Palmitas y Ebéjico, estos dos últimos, con los nombres de Urquitá y La Comunidad. Los habitantes de San Cristóbal, llamados culateros –por habitar una de las dos Culatas del valle-, abrieron el camino a San Jerónimo y, como señala el historiador Roberto Luís Jaramillo, “por tal motivo les dieron las tierras de Urquitá, lo que originó un pleito. Urquitá cambió de nombre en el siglo XVIII y se llamó San Sebastián, dependiendo de San Jerónimo, pero dice el visitador Mon que se sentían vecinos de San Cristóbal”.

Otro proceso poblacional comenzó también a formarse en el área de lo que se llamó Omogá. Para 1755, según el historiador Roberto Luís Jaramillo,

José María García, se estableció como colono en las cabeceras de la quebrada Sinifaná; espantó las fieras y cultivó maíz, plátano y caña; tuvo trapiche y abrió un camino que sirvió para que otros colonos pasaran a poblar las montañas de Amagá. A los 5 años el gobernador hizo concesión de algunas tierras a don José Vélez y sus sucesores tuvieron pleito con el antiguo colono. Muchos campesinos de Envigado, Itagüí, Medellín, Rionegro se establecieron allí…20

En estas tierras es donde ordenaría el visitador Mon y Velarde la fundación de San Fernando de Borbón para el año de 1788, por petición de Miguel Pérez de Calle. Pero antes de ese acto fundacional se presentaron por otros sectores aledaños ocupaciones y adjudicaciones de tierras:

…don José Palacio Vélez pidió una tierra entre las quebradas de Potrerillo y La Clara y a lindes con tierras de los indios de La Estrella; descubrió un “valle de monte” y sugirió que entraran colonos para sacar frutos y proveer a la villa de Medellín; las remató en

19 Emilio Robledo, Bosquejo Biográfico del señor Oidor Juan Antonio Mon y Velarde visitador de Antioquia, 1785-1788, Tomo II, Bogotá, Publicaciones del Banco de la Republica-Archivo de la economía nacional, 1954, p. 302.

20 Roberto Luis Jaramillo, “Notas”, en Manuel Uribe Ángel, Geografía general del Estado de Antioquia en Colombia, Medellín, Ediciones Autores Antioqueños volumen 11, 1985, s.p.

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1779; también don Vicente Restrepo Guerra Peláez comenzó a poseer desde 1763 una tierra desde la cabecera de Potrerillo hasta su caída en la Amagá, las cuales remató legalmente 15 años más tarde; también lindaban con tierras de La Estrella21.

Otros sectores aledaños al Área de Reserva del Occidente del Valle de Aburrá, en el municipio de Heliconia, estaban para estos años definidas como fincas, subdivididos de los grandes predios que se adjudicaron desde la conquista; por ejemplo, Diego y Cornelio Tirado, en los años setenta del siglo XVIII subdividieron y vendieron su propiedad en tres partes: una a Isidro Gómez de Abreo, tierras después conocidas como El Tirol; otras a José Antonio Gaviria, conocidas como “El Llano de San Pedro”; y, una tercera, a Nicolás Villa de Ochoa, con el nombre de “Los Botes”.

Las tierras de la Loma de Quirimará (hoy Ebéjico), la Loma de Los Titiribies, como las de Murgia o Guaca, que habían estado desde la Colonia bajo el mando de encomendares o militares y funcionarios de Santa Fe de Antioquia, pero desde mediados del siglo XVIII comenzaron a ser compradas allí tierras con destino a la minería o a ser ocupadas por campesinos mineros y agricultores procedentes de Medellín, Rionegro, Envigado o, a medida que se consolidaban, de La Estrella, Itagüí o Amagá, para formar pueblos como Angelópolis, Heliconia, Ebéjico, Titiribí, La Mantequilla, Fredonia, entre otros, proceso colonizador que seguiría hacia el sur en todo el siglo XIX.

22..33..44 11778888 -- 11883399:: LLaa CCoolloonniizzaacciióónn AAggrraarriiaa ddeell SSuurrooeessttee yy llooss PPoobbllaammiieennttooss DDiirriiggiiddooss ddee llaa RReeffoorrmmaa BBoorrbbóónniiccaa Después de la segunda mitad del siglo XVIII se inició en Antioquia un importante proceso de recuperación demográfica y económica. Estos fenómenos estarán acompañados de una política administrativa que tenía como objetivo general la regulación y promoción de la colonización de nuevas tierras, el desarrollo minero, el comercio, las vías de comunicación y otros aspectos de la vida social como el control de a vagancia y el fomento al trabajo. Entre los funcionarios más representativos de estas reformas administrativas de la corona española, que se conocen como borbónicas, estarán Francisco Silvestre y José Antonio Mon y Velarde.

La provincia de Antioquia para mediados del siglo XVIII experimenta un aumento significativo de su población. Para el año de 1777 la cifra de sus habitantes se acerca a unos 44.167 hasta alcanzar progresivamente en el 1808 unos 110.662 que equivalen a un crecimiento anual del 2.5%. Entre las causas que estimularon este crecimiento se encontraron la estabilidad económica de pequeños propietarios: mestizos y mulatos libres, así como el mejoramiento de de las condiciones de vida de esclavos y el cambio del sistema de trabajo de los indígenas.

21 Ibíd. s.p

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El aumento constante de la población produjo una saturación y monopolización por parte de los blancos, de las tierras especialmente ubicadas en el Valle de Aburrá y en la zona aledaña a la ciudad de Santa Fe de Antioquia. Con la creciente expansión hacia el norte y el oriente (Rionegro y Marinilla) de la provincia, debido al descubrimiento de ricos yacimientos de oro y al avance de la frontera agrícola, las autoridades coloniales promovieron la fundación de pueblos hacia esta parte de la provincia (Ver Mapa 2). Además fomentaron la repartición de tierras entre blancos pobres y mestizos que estuvieran dispuestos a realizar actividades económicas de minería y agricultura con la intención por parte de la corona de aumentar su erario real.

“A fines del siglo las autoridades coloniales trataron, a través de un proceso dirigido de fundación de pueblos, de dar salida al problema de la población sin tierra. Este momento ha sido tomado por los historiadores como punto de partida del movimiento de migración que llevó a los antioqueños a poblar a lo largo del siglo XIX gran parte del occidente colombiano “22

22 Beatriz Patiño M., “La provincia en el siglo XVIII”, en Jorge Orlando Melo (editor), Historia de Antioquia, Medellín, Suramericana de Seguros, 1996, p. 74

Mapa 2 Mapa de San Fernando de Borbón de Amagá, 1791, A.H.A., Planoteca núm. 2104

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Ejemplos del proceso de regulación de la vida social de este momento y de reorganización administrativa, se pueden percibir en la orden de fundación de los pueblos de San Luís de Góngora (Yarumal), San Antonio de Infante (Don Matías), Carolina del Príncipe (en el Valle de los Osos) y San Fernando de Borbón (Amagá), el mismo año de 1788, por parte del Visitador don Juan Antonio Mon y Velarde.

Contrario a lo que sucedió en el último cuarto del siglo XVIII, durante los tres primeros decenios del siglo XIX los poblados que estaban bajo la orbita administrativa y económica de la Villa de la Candelaria sufrieron un retroceso demográfico y económico debido a los conflictos que produjo el proceso de independencia. A pesar del traumatismo natural de este periodo, la Villa, seguía concentrando una significativa actividad económica hasta el punto de rivalizar con Rionegro en términos de cual de estos dos centros urbanos tenían la preeminencia que perdía a pasos agigantados la antigua capital de Antioquia.

Si bien existieron proyectos que buscaron acercar a Antioquia e incluso la Villa, con el Chocó o el Occidente, la disputa entre las clases dirigentes de Rionegro y la Villa de la Candelaria fue por quién construía el camino mas corto al río Magdalena y, por tanto, quien quedaba mas cerca de él y con ello a los mercados del Caribe y la Metrópoli, que en estos momentos ya comenzaban a avizorarse teniendo como plataforma a la capital de Jamaica, esto es, Kingston. Aparte de lo anterior, estaba la conectividad entre los dos pueblos, lo que hacia que desde finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX los principales caminos, en cuanto a recursos, técnicas empleadas y actividad desarrollada se concentraran hacia el nororiente o el oriente.

Pero, a pesar de la importancia dada al puerto en el Magdalena y la conexión desde Rionegro o la Villa, el avance colonizador en San Fernando de Borbón y los territorios aledaños, con la consecuente actividad productiva y económica, generó diversas peticiones de los pobladores al gobierno de la Provincia de Antioquia, especialmente en la primera mitad del siglo XIX, para abrir o mejorar caminos que los comunicara con el Valle del Aburrá, a despecho de la decadente ciudad de Antioquia, por que en la Villa de la Candelaria se estaba configurando el principal mercado.

Mientras que la Villa luchaba por la preeminencia económica y política, su crecimiento demográfico era inocultable en el último cuarto del siglo XVIII. Crecimientos modestos pero notables, que se reflejaban tanto en su centro urbano, conocido como el marco o el plan de la Villa, como también en los sectores rurales, fundamentalmente la parte occidental, esto es, el otro lado del río.

Como se observa en la Tabla 1, del Padrón de Casas de la Villa, más de la mitad –el 54%- estaba en el Plan, es decir, que ya, al menos en cuanto número de viviendas, había una concentración urbana. Mientras tanto el 46% estaba en lo rural, pero el 28.7% en Otrabanda, que representaba casi el 63% de las viviendas rurales. Precisamente este partido es el que se corresponde en la actualidad con la parte Oriental del Área de

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Reserva del Occidente del Valle de Aburrá y desde entonces, fundamentalmente desde San Cristóbal hasta el sur, se convirtió en la gran zona agrícola de toda la Villa, concentrando gran parte de la producción en la parte de Belén, que desde estos inicios del siglo XIX se le denominó como “la huerta de la Villa”, a pesar de que en la primera mitad del siglo XIX la mayor producción agrícola con destino al mercado de la Villa se concentró en la nueva frontera de colonización del suroeste, desplazando del primer lugar a este sector.

Tabla 1 Padrón de Casas en la Villa de la Candelaria, 1798

SITIO CASAS BAJAS CASAS DE BALCÓN IGLESIAS

Plan de la Villa 242 29 6 Iguaná 23 0 0 Hatoviejo y Niquía 16 2 2 San Cristóbal 2 0 1 Itagüí 10 0 1 Pueblo de la Estrella 1 0 1 Guayabal y Otrabanda 20 0 1 Alta Vista (Belén) 42 0 2 Salado de Correa (La América) 14 0 3 128 2 11 Total 498 33 28

Fuente: José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, pág. 176.

Desde 1775, además del Marco o Recinto de la Villa y los arrabales, estaban oficialmente los sitios de San Cristóbal, el Envigado, Copacabana o Tasajera, Hatoviejo y Santo Domingo, para los cuales se nombraron durante el gobierno de Silvestre Alcaldes Pedáneos y de la Hermandad, además de estar provistos de curas. Ya en 1787, durante la administración de Mon y Velarde, fueron nombrados Alcaldes Pedáneos para los sitios de Hatogrande, Copacabana, Quebrada arriba, San Cristóbal, Hatoviejo, Aguacatala, Envigado, Itagüí y Otrabanda.

De estos sitios se destacaban los que ocupaban la banda occidental del río Medellín, es decir, la Iguaná, Salado de Correa y Alta Vista. Su crecimiento poblacional fue tan notable que se creó a finales del mismo siglo el partido de Otrabanda, como se ha señalado, nombrando Mon y Velarde como alcaldes pedáneos a Vicente de Restrepo y González, José Miguel de Uribe y José Antonio Chavarriaga. Otrabanda llegó a constituirse en el partido más poblado de la Villa…La importancia era tal que el propio Mon y Velarde en su momento ordenó construir uno o dos puentes en el río para el tráfico y comercio con los vecinos de otra “vanda”23.

23 Tomado de Luis Fernando González Escobar, Medellín Arquitectura y Ciudad 1879 – 1932. Los orígenes y la transición a la modernidad, Medellín, Fundación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología Banco de la República, agosto de 2002, documento inédito.

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De las 309 cabezas de familia censadas en la Villa en 1808, vivían en Otrabanda 109, es decir, el 35.2%, sin incluir la Iguaná que formaba parte en el censo del partido de San Cristóbal. Superaba a Hatoviejo (Bello), Hato Grande (Copacabana), Envigado o el mismo barrio San Benito, que tenían 27, 64, 48 y 26 cabezas de familia respectivamente (Ver Mapa 1.3).

Las ocupaciones y los movimientos poblacionales en este lado del río produjeron por estos años un reordenamiento territorial, administrativo y eclesiástico. El crecimiento de la población en el partido de Otrabanda implicó la subdivisión de éste a finales del siglo XVIII, manteniéndose como tal la parte baja, mientras que las partes altas hacia las montañas se definió como Sitio de La Iguanacita, un sector entre El Pedregal, San Cristóbal, El Salado de Correa, El Rincón de Altavista y la llanura de La Iguaná. Igual ocurrió en lo eclesiástico, pues Otrabanda sería definida como el Curato de Belén el año de 1814, mientras que el sitio de Iguanacita pasó parroquia de San Ciro de Aná en 1832, año en que la población de ésta última era una tercera parte de la Belén, es decir, unos 700 habitantes, pero para el año de 1835 ya eran 891 habitantes según el censo.

Mapa 3 Fragmento del Plan de la Villa y otros asentamientos

Este mismo incremento se experimentó hacia el norte en Hatoviejo que debido a su crecimiento fue erigida en parroquia en 1783 –Nuestra Señora de Hatoviejo-, terminando por absorber en los años siguientes las otras tres capillas de esta parte del valle de Aburra, esto es, la de Fontidueño y Sopetrán en 1793 y la de Niquía en 1837. También Hatoviejo fue erigido en Partido de la Villa hacia 1788, configurándose así, de norte a sur, una incipiente frontera urbana, a partir de los núcleos poblacionales que empezaron a configurarse desde finales del siglo XVIII: en Hatoviejo la construcción de la nueva iglesia parroquial “se configuró como el centro geométrico del nuevo trazado y ordenamiento determinado en 1796; este año se definió el trazado de la Plaza y el de las

Partido de Hatoviejo Partido de Otrabanda Población de Itagüí

Fragmento intervenido del Plan de la Villa, 1791. A.G.N., Colonia, Fondo Mejoras Materiales, Map. 4 Núm. 256 A.

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calles aledañas”24; Belén hace lo mismo en los años veinte del siglo XIX, cuando una comisión encabezada “por el Doctor Félix J. de Restrepo estuvo encargada de trazar plaza, calles, cárcel, cementerio e iglesia”. Frontera que, obviamente, presionaba por los recursos de las montañas aledañas, lo que hoy es la parte oriental de la AROVA.

Paradójicamente San Cristóbal, después de experimentar el crecimiento poblacional de finales del siglo XVIII en los primeros decenios del siglo XIX experimentó un retroceso poblacional; así de 134 familias en 1812 pasó a 111 en 1820, y no volvió a recuperarse sino después de la Independencia, hacia el tercer decenio (Ver Mapa 1.4).

La población total de 978 en 1787, 883 en 1812 y 634 en 1820, experimentando una leve mejoría hacia 1835 cuando ya contaba 824, 190 habitantes mas que hacia 15 años. Como ya se ha señalado la población de allí, no sólo por las guerras de Independencia, fenómeno que afectó a todo el valle del Aburrá sin reducir la población como en este caso, sino por las condiciones de pobreza de suelo, pequeñez o carencia de tierras, se

24 Luis Fernando González Escobar, Carolina Macias y Jaime Gómez, La iglesia de Hatoviejo Una memoria, un hito y una referencia del

poblamiento en el Valle del Aburrá, Medellín, Fundación Ferrocarril de Antioquia, documento inédito, junio de 2005, pág. 22.

Elaborado por José María Vélez. Del 2 al 1 es la entrada a Medellín por Pedregal; del 5 al 4 es la entrada a Medellín por Loma Hermosa; entre 5 y 6, tramo a las montañas de La Palma; del 7 al 8 es el camino por el Alto del Boquerón que lleva a Antioquia; del 9 al 10 el camino de la Cuchilla que gira a la Montaña del Frisol; del 11 al 12 los habitantes en el Tablazo y Chachafruto del Pedregal. Reproducido de Poesía de la Naturaleza. Una visión del paisaje en Antioquia, Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1997, pág. 40.

Mapa 4 Plano Iconográfico del sitio de San Cristóbal, 1817

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desplazaron hacia el sur y el occidente –atravesando la cordillera-, especialmente a las tierras donde se conformaron La Comunidad (Ebéjico) y San Sebastián, que para principios del S. XIX se nucleaba alrededor de una plaza (Ver Mapa 1.5).

Mapa 5 Plan Geográfico de los Partidos de La Comunidad (Ebéjico), arriba, y San Sebastián, abajo, en 1823

A y B, es la quebrada de La Sucia, que divide las dos jurisdicciones de las Alcaldías Pedáneas de la Comunidad que es en L, y San Sebastián en G.

D. La quebrada de La Frisola, que junta con La Sucia en la Y. que es donde está el puente de bestia, o ha estado, y ahora en el actual se está construyendo, por ser a beneficio de ambos Partidos, y para evitar gravísimos riesgos y peligros de las vidas de los transeúntes.

La línea roja, que pasa por la letra C. quebrada de La Legia, y por la F, paso de la Bolcana, y por G. paraje del Morro en San Sebastián, a dar a la C. paso de la quebrada de Miserengo, a salir a la M. que es paraje de Urquitá, partido de San Geronimo.

La línea roja de la letra H. hasta la Y es verosímil, que es partido de San Sebastián, y como la quebrada de La Sucia divide las dos jurisdicciones, es visto, que tanto el pedazo de caminito como la media quebrada, y medio puente corresponde al dicho Partido de San Sebastián. Y siendo este un bien publico, debe de ayudar el Partido que lo ase ver mas latamente en el informe que se me manda a ser por el Alcalde Ordinario de la Ciudad de

.A.H.A. Tomo 77, documento 2075, 1823, fl. 107 vto.

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Pero el movimiento poblacional se había concentrado inicialmente en el sur del valle del Aburrá, a donde se movilizó la población del norte y centro de éste valle, o llegados desde Rionegro y el Oriente, por eso un asentamiento como el de Itagüí se convirtió en un Partido desde finales del siglo XVIII, anexo al curato de Envigado, para luego desagregarse de él y ser erigido Distrito en 1831 y Parroquia en 1832. La Estrella, el antiguo resguardo, se pobló en tal magnitud que fue elevado a la categoría de municipio en 1833. Más al sur estaba el partido de La Miel, que para 1820 era habitado por 31 familias, solo dos consideradas como blancas y el resto eran los últimos reductos indígenas, pero luego fueron desplazados por colonos para constituir el caserío de La Valeria, antecedente inmediato del distrito de Caldas (Ver Mapa 1.6).

Tanto La Estrella, como Itagüí y San Antonio de Prado, eran puntos cruciales, cruce de caminos o punto de partida, para trasmontar las montañas por el sur y seguir hacia Amagá, Guaca y Fredonia, entre otros asentamientos que se consolidaron también; ya se ha visto como Amagá con el nombre de San Fernando de Borbón es fundado en 1788 para darle orden al proceso de poblamiento que se daba desde 1755; en 1804 se creó el Partido de la Comunidad, que también recibió gran afluencia de población llegada de San Cristóbal y San Jerónimo, un poblamiento que alcanzó tal dimensión que fue erigido distrito en 1833, con cabecera en el llano de Miraflores y con el nombre de Ebéjico; el Partido de Guaca, fue ordenado erigir en la Parroquia de Heliconia en 1814, cuando su población alcanzaba en esa fecha 893 habitantes, pero sólo se cumplió en 1831.

El proceso de poblamiento de esos años se evidencia en el censo de 1835, cuando la mayor parte de estos asentamientos formaban parte del Cantón de Medellín, dentro de la Provincia de Antioquia; así, en el lado occidental del valle de Aburrá, aparecen de norte a

Mapa del Partido de La Estrella, jurisdicción de Medellín, 1807. A.G.N., Mapoteca 4 Núm. 254 A.

Mapa 6 Mapa del Partido de La Estrella, jurisdicción de Medellín

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sur: Hatoviejo, San Cristóbal, Aná, Belén, Itagüí y La Estrella como distritos parroquiales y al otro lado los distritos de Amagá y Heliconia. Todos con crecimiento de población notables, como el caso de Itagüí que pasó de 2049 pobladores en 1786 a 3926 en 1835, 1877 habitantes más en un lapso de 49 años o Heliconia que en 21 años incrementó su población en 542 habitantes, aproximadamente el 60% tal como se muestra en los Gráficos 1.1 y 1.2.

Gráfico 1 Porcentaje compasivo de la Población de Medellín, 1835

Gráfico 2 Población Cantón de Medellín, según localidades, 1835

Como se puede observar en los gráficos, el más alto porcentaje de la población del Cantón estaba dentro del territorio que hoy corresponde al AROVA, en las proximidades o en los núcleos urbanos que se configuraban y en sus proximidades. Un 42% del total poblacional del Cantón, esto es, unos 19144 habitantes de los 44723 habitantes totales censados ese año de 1835.

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La dinámica poblacional era alta, reflejada no sólo en las concentraciones poblacionales y en las nuevas delimitaciones administrativas civiles o eclesiásticas, sino en la actividad económica, que seguía fundamentada en la explotación de los cultivos tradicionales –plátano, maíz, fríjol y caña de azúcar-, la producción de panela y mieles, la explotación maderera, la apertura de potreros y la ganadería, fundamentalmente de vacunos, la cría de cerdos, la explotación de salinas e incluso la explotación de minas auríferas que tomó un impulso por estos años, como una forma alternativa a la agricultura (Gráfico 1.3).

Gráfico 3 Comparativo de la Población del Cantón de Medellín, 1835

En San Cristóbal, por ejemplo, para 1787 el Alcalde del Partido, Ignacio Palacio, señalaba como habitantes de allí combinaban la labranza de la tierra y la actividad de minería: “…no podré menos que confesar en obsequio de la verdad que por lo que hace al partido de San Cristóbal es gente naturalmente entregada a su trabajo, y su diligencia, pues acabadas sus propias labranzas pasan a otras por conciertos a los minerales a rescates o a mazamorreos sin tener tiempo ocioso”25. A finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX se vivió en el Partido una actividad minera que se reflejó en el denuncio de minas, pues entre 1794 y 1825 se denunciaron unas 13 minas de aluvión y de veta, especialmente en la quebrada lguaná y afluentes, en el Alto de Boquerón y en la quebrada La García; una actividad que se adelantó en algunos casos con cuadrillas de esclavizados, como los casos de Miguel Mariaca –cuya cuadrilla heredó su esposa Josefa Ruiz-, Francisco José de la Sierra y Guerra, entre otros, pero buena parte se cumplió por habitantes y libres de la comunidad mediante las actividades de mazamorreo.

La actividad económica implicaba la demanda de las comunidades para la apertura o mejoramiento de los caminos, en los que se incluía, entre otras cosas, la construcción de puentes para vadear quebradas y ríos. Rutas que tenían como destino la Villa de Medellín, hacia donde convergían los intereses, en detrimento de Antioquia, aun en su área de influencia, pues cada vez más perdía importancia económica a pesar de

25 AHM. Fondo: Cabildo Colonial. Sección: Libros Capitulares. Tomo 38. Doc Nº 2, folio. 109v

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mantener el control político. Anotan los historiadores Orián Jiménez y Oscar Almario, como para 1800 los “vecinos del sitio de los Titiribies imploraban ante el gobierno provincial que se volviera abrir y a componer un camino que los comunicaba con Medellín. La vecindad también contaba con un camino que los conducía hacia la ciudad de Antioquia, pero debido a la decadente situación, como capital provincial, Medellín representaba mejor destino para efectuar sus actividades comerciales”26; aparte del argumento pragmático estaba el religioso, el “pasto espiritual”, pues necesitaban recibir los sacramentos o asistir a los oficios religiosos, sin tener que hacer largos y difíciles recorridos.

En otros casos, las comunidades se enfrentaban entre si para asumir las responsabilidades y costos de las obras ordenadas por el mismo gobierno, como es el caso que se presentó en 1823 por la “apertura, limpieza y aceo(sic) del camino, que corre del Alto del Boquerón al del Caunsal, paraje de San Sebastián”, el que enfrentó a los alcaldes de los partidos de San Sebastián y La Comunidad (Ebéjico), y al mismo de San Jerónimo, por los costos de las obras en un puente sobre la quebrada La Frisola, límite de los dos partidos; este camino le permitía a La Comunidad, que producía “granos de primera necesidad”, llevarlos a San Sebastián, San Jerónimo, San Cristóbal, Sopetrán y Medellín.

Ya para inicios de los años cuarenta había una intricada red de caminos que convergían a Medellín, muchos de los cuales pasaban por tierras que hoy forman los territorios del AROVA:

Por la parte norte

Medellín- San Jerónimo: camino a Copacabana, paso del río Medellín por el puente antes de la quebrada La Seca, Hatoviejo, Pie del Cerro, Alto Delgadito, Alto Julio, Alto Empalizada, quebrada La Ramírez, San Jerónimo.

Medellín-San Pedro: camino a Copacabana, paso del río Medellín por el puente antes de la quebrada La Seca, Hatoviejo, Guásima –pasando las quebradas Niquía y Guásima, dejando a la derecha el camino que va a Barbosa-, Alto Medina, quebrada Trocha, quebrada Pulgarín, San Pedro.

Por la parte central

Medellín- Heliconia: fue el primer camino construido para comunicar a Heliconia, fue conocido como camino del Astillero, pues pasaba por el paraje El Astilleros, después de pasar por Belén, Aguas Frías y seguir por el paraje Yarumal y el Alto de Maldonado, para llegar a Guaca.

Medellín-Ebéjico (San Jerónimo): por Aldea de Aná o por el Salado de Correa, Parroquia de San Cristóbal, Boquerón, Aldea de San Sebastián, quebrada Santa Lucía, después de la cual se bifurca a la izquierda para Ebéjico y la derecha, después

26 Orián Jiménez M. y Oscar Almario García, “Geografía y paisaje en Antioquia, 1750 – 1850”, en Agustín Codazzi, Geografía Física y Política de la Confederación Granadina, Volumen IV Estado de Antioquia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia – Universidad Eafit, noviembre de 2005, Pág. 55

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de pasar las quebradas Santa Juana, Guaraco, Muñoz y Ramírez, llegaba a San Jerónimo.

Por el sur

Medellín – Caldas: salía por Guanteros, Guamal, Envigado, paso del río Medellín a la altura de la quebrada La Bermejala, para seguir hacia el sur por la parte occidental, hasta el Partido de la Miel –Caldas-. Lo importante de este trayecto es que era parte del camino nacional que se empezó a configurar en los años treinta, para comunicar a Medellín con Popayán, por la ruta de Santa Bárbara, Caramanta, Vega de Supía, Anserma.

Medellín-Itagüí-Heliconia: paso del río saliendo por el camino hacia San Jerónimo por el Salado de Correa, pero se desvía a Belén, por el Charco de la Peña –confluencia de las quebradas La Hueso y Ana Díaz-, quebrada Los Ángeles, Itagüí, Apartaderos –por acá una desviación para ir por el Alto de Canoa a Ebéjico-, quebrada Doña María, Cumbre, quebrada La Sucia, Heliconia.

Medellín-Ebéjico: por Parroquia de Belén, Apartaderos, Quebrada Doña María, Alto de Canoa, Pie del Alto, unión con el camino de Heliconia, Parroquia de Ebéjico.

Estaban, además, los caminos Amagá – Heliconia pasando por el sitio La Clara, Pueblito, pasando las quebradas Las Animas y Horcones, hasta llegar a Heliconia; el camino Amagá – Ebéjico, por la quebrada Chachafruto.

22..33..55 11884400 -- 11991133:: DDee PPaarrrrooqquuiiaass aa MMuunniicciippiiooss El proceso de emancipación trajo para los territorios recién liberados, el reto de construir un Estado y una Nación. Colombia, como otros países latinoamericanos, se sintió sacudida por fuerzas tan antagónicas como las que insistían en mantener el legado espiritual de la cultura ibérica, enfrentadas a las ideas de progreso material y el pragmatismo racional que representaban países como Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Esta sería la vía, según unos, la más segura para salir del atraso y alcanzar el “progreso”.

Guerras civiles, cartas constitucionales, disputas partidistas, federalismo, centralismo, poderes regionales, intereses locales, proteccionismo, librecambio, catolicismo, libertad de culto, etcétera. Todas estas grandes discusiones nacionales al parecer no tocaron el ritmo cotidiano de los parroquianos, ya convertidos en ciudadanos, que veían aún como se conservaban parte de las estructuras locales tradicionales.

Con la entrada en vigencia del Federalismo a partir de la constitución de 1863, paulatinamente aquellas parroquias pasaron a designarse villas o aldeas, distritos o municipios, según la importancia y el lugar que ocuparan en las dinámicas políticas y en los circuitos económicos. Estas unidades territoriales fueron, a medida que avanzaba el siglo, trasformadas en sus límites, ya fuera por la integración a otros territorios,

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fraccionadas, desaparecidas, o simplemente creadas a partir del avance colonizador. A la vez, fueron agrupadas en unidades mayores, como cantones o provincias, que definían vecindades, comunidades de intereses, homogeneidades culturales o históricas, o, simplemente intereses políticos y económicos.

La búsqueda de mercados locales, regionales e internacionales llevó a que en las provincias sus elites impulsaran, como primer proyecto económico la explotación de los recursos naturales, para ofrecer a estos circuitos. Proyectos agroexportadores fueron el común denominador, sobre todo por la demanda de los mercados extranjeros. Ciclos de bonanza como los del tabaco, la quina, el añil y el oro movilizaron capitales y poblaciones, a la búsqueda de nuevas oportunidades que rompieran con el atraso y la pobreza de estas regiones. Para ello se impulsó sistemáticamente la construcción de vías de comunicación (fundamentalmente caminos, carreteros y algunos ferrocarriles) que conectaran las zonas más ricas y dinámicas de las regiones, con los ríos que llevaran los productos a los puertos, y de allí a los mercados internacionales.

En esta carrera hacia el progreso, Medellín, la ciudad capital de la Provincia, después Estado de Antioquia, puso a funcionar toda su experiencia comercial y el capital líquido que habían acumulado los comerciantes del producto de la actividad minera y comercial, ejercida desde la colonia. Estas condiciones aceleraron el crecimiento demográfico y la demanda de materias primas y productos para una ciudad que se perfiló desde los últimos decenios del siglo XIX como uno de los centros urbanos del país, y epicentro de las actividades industriales y comerciales a partir de los primeros años del siglo XX. Así, en Medellín, para la segunda mitad del siglo XIX las actividades de manufactura comienzan a hacerse fuertes y ya para principios del siglo XX hay las primeras expresiones industriales.

En este marco general se inscribe el proceso vivido en estos años por los territorios que forman parte de la AROVA, que recibe por todos los lados el influjo de la centralidad económica y del crecimiento poblacional y urbano; la villa se transforma en ciudad, y la ciudad desborda sus límites para avanzar en su expansión hacia el otra lado del río, la Otrabanda, cuyos asentamientos fueron dejando sus características predominantes rurales, de claro predominio agrícola, para convertirse sus tierras en parte del proceso suburbanizador, teniendo como puntos focales las viejas plazas trazadas o las nuevas que surgieron.

No es raro entonces que en esta parte del Valle del Aburrá comenzaran a crecer los principales poblados, hasta consolidar sus núcleos poblacionales, donde la construcción de grandes templos, con una arquitectura sólida e historicista, presidiendo las plazas, demostraba la importancia lograda. No es raro entonces que algunas de estas fracciones por periodos hayan sido distritos independientes. Así, Belén, Robledo y La América –Salado de Correa- o Guayabal, desde sus núcleos comenzaron a ser centro de atracción de nuevos pobladores, muchos de ellos artesanos e incluso obreros:

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La relación entre el marco de la Villa y estas áreas de poblamiento se potenciaron mas en estos años, fundamentalmente con la parte occidental y sur occidental, por la construcción de los puentes sobre el río Medellín, primero el de la Alameda –Colombia- en 1846 y después el de Guayaquil en 1864, que agilizó la comunicación pero también incentivo su poblamiento de esta parte del Valle de Aburrá, cumpliéndose muy tardíamente lo que había propuesto Mon y Velarde en 1788. Tal nexo originó que muchas veces se consideran estas parroquias como barrios y como tal son referenciados en muchos documentos27.

Adicionalmente los caminos que intercomunicaban las aldeas entre sí y con el marco de la Villa se fueron poblando y convirtiendo en especies de “avenidas”, factores que marcaron todavía un mayor atractivo para el crecimiento demográfico a este lado del río, a pesar que el crecimiento urbano más importante de Medellín se ubicó al oriente y al norte, de la misma.

San Ciro de Aná, después de creado en 1832, se mantuvo como distrito hasta 1849 cuando fue suprimido, pero fue vuelto a crear en 1852 pero con el nombre de Anápolis:

Ya en 1850 tenía 2000 habitantes, en su mayor parte agricultores, población que para 1870 se había incrementado a 2844. A esta parroquia le correspondían para 1859 cinco partidos: el del marco de la plaza, Pedregal, Cucaracho, Charco de la Peña y Salado de Correa –La América-, pasando las tres últimas posteriormente a ser veredas de la misma. En el poblado eran pocas las casas y mayoritariamente eran casas de campo. Pero se nucleaba inicialmente alrededor de una capilla, con su respectiva plaza y a partir de 1858 del nuevo templo que se construyó; tenía además su propio cementerio y centros escolares desde 183828.

27 Luis Fernando González Escobar, Medellín Arquitectura y Ciudad 1879 – 1932. Los orígenes y la transición a la modernidad, Medellín, Fundación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología Banco de la República, agosto de 2002, documento inédito.

28 Ibíd. sp.

Plaza de Belén en 1916, foto Benjamín de la Calle. Archivo B.P.P, reproducción de El Comercio en Medellín 1900-1930,

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Desafortunadamente, una avalancha de la quebrada La Iguaná la destruyó el 23 de abril de 1880, debiendo ser reubicado en el sitio donde hoy se encuentra, con el nombre de Robledo, alrededor de una nueva plaza y una nueva iglesia. Entre tanto el Salado de Correa cambió de nombre por La América a partir de 1877, cuando fue erigida como fracción, pero esta fracción había comenzado a configurarse a partir de una capilla: “En este sitio las autoridades religiosas en abril de 1869 autorizaron la construcción de una capilla, por iniciativa del señor Rafael Velásquez, alrededor de la cual se establecería un poblamiento concentrado, desarrollándose a partir de este momento una pequeña malla urbana”29.

Belén, igual que San Ciro de Aná, recibió por momento el reconocimiento de distrito, pero terminó siendo asumido como barrio de Medellín. En la segunda mitad del siglo XIX su crecimiento fue importante no obstante que Manuel Uribe Ángel lo describe en su libro publicado en 1885 como “un caserío de poca significación; pero como la mayor parte de los pueblos antioqueños, sus casas son de regular apariencia y aseadas”, que contaba con “un regular templo católico en el lado occidental de una espaciosa plaza, adornada en el centro con una fuente pública, y tiene además en sus cercanías las aguas puras del torrente de su nombre”30. Como se ve su estructuración a partir de una plaza, con el templo presidiéndolo, una pequeña traza urbana, y una vía que lo conecta con el marco de la Villa, siguiendo los mismos parámetros del poblamiento de los otros asentamientos, fue producto de la dinámica de la mitad del siglo XIX31.

El caso de Hatoviejo, todavía es más significativo, pues no sólo cambio de nombre en 1883 siendo conocido desde entonces como Bello, sino que empezó un proceso económico y un crecimiento demográfico muy importante a partir del último cuarto del siglo XIX, para “dispararse en los dos primeros decenios del siglo XX, cuando Bello, era junto a Caldas y Envigado, las poblaciones de mayor dinamismo en el valle del Aburrá”32. La actividad industrial, el crecimiento poblacional y los intereses de los industriales condujeron a que adquiriera la autonomía política administrativa como municipio en 1914.

En la segunda mitad del siglo XIX se presentó otro fenómeno particular que complejizó estas dinámicas territoriales y demográficas, y es el surgimiento de las casa de campo, que ocuparon las laderas del valle del Aburrá, principalmente en la parte occidental. Esta situación implicó la coexistencia de fincas campesinas con parcelas de recreo. Aparte de la expansión de los núcleos urbanos las casas de recreo comenzaron a desplazar la economía rural y llevar las ocupaciones a cotas más altas, con el consiguiente efecto sobre el paisaje. Desde las lomas del Cucaracho hasta Guayabal, pasando por Aná y La América, fueron ocupadas las colinas y montañas, aprovechando que la comunicación con el área urbana de Medellín se hizo mas expedita por la construcción de puentes sobre el río.

29 Ibíd. sp. 30 Manuel Uribe Ángel, Geografía General del Estado de Antioquia en Colombia, Medellín, Segunda Edición, Colección

Autores Antioqueño vol. 11, Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1985, p. 133 y 134. 31 Luis Fernando González Escobar, Medellín Arquitectura y Ciudad 1879 – 1932. Los orígenes y la transición a la

modernidad, Medellín, Fundación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología Banco de la República, agosto de 2002, documento inédito.

32 Luis Fernando González Escobar y otros, La iglesia de Hatoviejo...Op. Cit., p. 30

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Pero el crecimiento poblacional no sólo fue en el norte o el centro de la parte occidental del valle de Aburrá, sino también en el sur, esto es, en Itagüí, La Estrella y en el antiguo Partido de la Miel. Itagüí es un epicentro fundamental que para los años ochenta alcanza un crecimiento poblacional notable hacia 1888, también alrededor de una plaza presidida por un templo, desde la cual se estructura el poblamiento (Mapa 7).

El partido de La Miel se convirtió en el Distrito de Caldas a partir de 1848, aunque desde 1840 se había trazado la plaza por parte de Pedro y Nicanor Restrepo, quienes la demarcaron y lotearon por orden del propietario de las tierras de La Valeria donde se asentó el centro urbano del futuro distrito.

Mapa 7 El distrito de Caldas, 1873, A.H.A., tomo 5002

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Demografía al sur del valle de Aburrá

0

1000

2000

3000

4000

5000

6000

7000

1786 1835 1852 1888 1905

Años censales

Hab

itant

es Itagüí

Caldas

La Estrella

Gráfico 4 Demografía del Valle de Aburrá

Gráfico 5 Demografía de Heliconia

Las tierras del AROVA, para 1852, se repartían entre los cantones de Medellín y de Amagá; dentro de este Cantón estaba el distrito de Heliconia, con 2503 habitantes, “que se ocupan en la elaboración de una mui rica i perfectamente bien montada salina”; además, las aldeas de “Caldas, Itagüí y la Estrella, buenas poblaciones agrícolas al Sur de Medellín”33.

33 En Decretos, Resoluciones, etc de la Gobernación de la Provincia de Medellín, Medellín, Empresa de Jacobo F. Lince por Isidoro Pérez, 1852, p. 81.

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Mapa 8 Plano del distrito de Heliconia en 1873, A.H.A., tomo 2755, Doc. 3

Esto quiere decir que los territorios del sur, a un lado y otro del AROVA, tienen unidad administrativa, que da cuenta de su continuidad en el proceso histórico, como Amagá, Angelópolis, Heliconia y Ebéjico, se consolidan como centros urbanos y terminan por definir su delimitación político administrativa, para alcanzar el carácter de distritos o municipios; por ejemplo, Heliconia, que tuvo un notable incremento de población en todo el siglo XIX, desde 1850 era considerado como parroquia de la provincia de Medellín, y sucesivamente parroquia o distrito parroquial o municipio, del cantón de Amagá, del departamento de Medellín o del departamento del centro, dependiendo de la división político administrativa que definían las constituciones del siglo XIX. Angelópolis, entre tanto, en 1896 es reconocido como municipio a través de la Ordenanza 16, del 7 de junio de ese año.

Este crecimiento poblacional, de definiciones político administrativas, estuvo en relación con la expansión de las fronteras de producción agrícola tradicional, pero, también, con el surgimiento de nuevas alternativas económicas agrícolas, la renovación tecnológica para la explotación de producciones tradicionales, el aprovechamiento de nuevos recursos materiales que encontraron mercados y formas de explotación con las incorporaciones tecnológicas y, con estas, la utilización del potencial energético del AROVA, especialmente en este caso en la parte relacionada con el valle del Aburrá.

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Si para mediados del siglo XIX los maíces, fríjoles, plátanos, caña de azúcar, junto a la cría de cerdos seguían siendo la producción tradicional, en toda la parte occidental del valle, para el último cuarto del siglo y principios del XX, esta producción se mantiene, reducida y dándole espacio a otros productos agrícolas mas atractivos, con mejor mercado y precios, como es el caso del café que empezó a ser cultivado al sur del valle del Aburrá, después del Ancón sur, y entre éste sector hasta Fredonia, pasando por Amagá. Cultivo que se intensificó con la construcción del Ferrocarril de Amagá y convirtió a Caldas centro del beneficio del café traído de las fincas del suroeste, pues allí se ubicaron varias trilladoras.

El paisaje de estos sectores del sur del valle cambió radicalmente en la medida que también esta parte fue proveedora de madera, altamente demandada por los talleres de carpintería y ebanistería, y para una construcción en auge en las ciudades y pueblos del mismo valle, especialmente en Medellín. Fueron famosa entonces las balsas de madera rolliza o de cuartones, especialmente de laurel y comino colorado, que bajaban por el río Medellín desde Caldas; maderas altamente apetecidas por los constructores, las cuales se sacaban de los montes aledaños, especialmente de Caldas y aun de Fredonia, por aserradores que eran contratados directamente por los propietarios y quienes debían dejar la madera a “tiro de buey”, esto es, cerca de los caminos para luego seguir el viaje por el río hasta el “puerto” en Medellín, donde se realizaba la Feria de la Madera cada ocho días. La explotación maderera de estos años deforestó el bosque nativo y dejó listos los suelos ya para la producción cafetera o para la producción lechera que también fue un renglón importante de la economía de este sector del valle de Aburrá.

Feria de la Madera en Medellín, 1910, tomada de Medellín 20 de julio de 1910

Plaza de Itagüí a principios del siglo XX, Revista Progreso núm. 28, Medellín, 1928

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Para el primer decenio del siglo XX todo el paisaje de las montañas occidentales del valle del Aburrá había sido tan radicalmente intervenido por la acción de más de trescientos años de intervención, después de la primera merced de tierras en 1574, el bosque nativo ya prácticamente había desaparecido y no se apreciaban sino pequeños parches, generalmente en las cotas mas altas. El paisaje de sur a norte se caracterizaba entonces por la perdida de la cobertura boscosa y ciertas características productivas: en Caldas, café y potreros; en La Estrella y Prado, producción de plátanos, yucas y arracachas; en Guayabal, Belén y La América, caña de azúcar; en Robledo, duraznos, manzanas y fresas; en Bello, caña de azúcar y pastos.

La riqueza de aguas, de norte a sur, en toda la parte occidental del valle de Aburrá, fue factor fundamental para la instalación de empresas que aprovecharon el potencial energético de estas fuentes. Es en verdad sugerente y significativo que tres de las

Compañía de Tejidos Bello en 1910, a orillas de la quebrada La García, tomada de Medellín 20 de julio de 1910.

Paisaje del occidente del valle de Aburrá, desde Belén hasta Bello en el norte del valle de Aburrá en 1910, tomada de Medellín 20 de julio de 1910.

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industrias pioneras en la industrialización de Medellín y el Valle del Aburrá, instalaran sus plantas en la parte occidental del Valle, en lo que hoy sería la parte oriental del AROVA: la Compañía de Tejidos Bello, 1902-1905, en la quebrada La García, al norte, los Talleres y Fundición Robledo, 1902, a orillas de la quebrada La Iguaná, en el centro, y la Cervecería Antioqueña, 1901-1906, en la quebrada La María, al sur, todas tres en el primer decenio del siglo XX. Pero esto no era nuevo pues desde los años setenta del siglo XIX otros empresarios pioneros habían reconocido la importancia de la ubicación de sus incipientes industrias, no sólo por las aguas sino por los recursos naturales que ofrecía el medio; es el caso de las fundiciones de Antonio J. Quintero e Hijos, Jesús M. Estrada –en 1876- y Talleres Robledo en 1896, las dos primeras en Caldas y la segunda en La Estrella, antes de pasarse al sitio cerca de la quebrada La Iguaná en 1902. Otra industria que aprovechó recursos y ventajas geográficas y viales fue la Compañía de Cerámica Antioqueña, creada también en Caldas en 1881, cuya sede se terminó de construir en 1883, inicialmente para la producción de loza, pero después diversificó su producción con los cambios de propietarios a productos como vidrios planos, frascos, envases, adobes refractarios ; esta industria no sólo aprovechó el agua de La Valeria como fuerza motriz para operar las ruedas que giraban los tornos y para ablandar la pasta, sino que demandaban materia prima de “parajes aledaños a Caldas, tales como El Chilco, y de distritos vecinos, como La Clara en Amagá, El Tablazo en La Estrella o La Doctora en Sabaneta...y el carbón para los hornos provenía de Amagá”34. Aunque después de los años noventa se demandó arcillas del oriente de Antioquia, por ser estas de mejor calidad y requerirse para las producciones de loza de especificaciones mas livianas, finas y elegantes, al contrario de las bastas y quebradizas producidas con las arcillas locales. En 1906 la fábrica se dividió en dos, pasando la producción de vidrio a ser una empresa independiente con instalaciones propias, aunque contiguas a la anterior.

Al otro lado del AROVA, se montó el proyecto de la Ferrería Amagá, creada en 1866, la cual se mantuvo, pese a sus vicisitudes, hasta 1931, cuando definitivamente cerró. La Ferrería, como es obvio, fue montada para la producción de hierro, pero también se diversificó y tuvo un momento de auge cuando comenzó la producción de maquinas y equipos para la producción y procesamiento del café, y para la explotación minera. Esta empresa demandaba el carbón y las maderas de las áreas aledañas, con fuerte impacto en el paisaje ante la demanda energética.

En Pueblito, finca La Horcona, perteneciente a la jurisdicción de Heliconia, empresarios de Medellín intentaron en los años diez instalar una fábrica de “porcelanas” o loza, alcanzando a avanzar en su organización y la construcción de los edificios, pero al parecer fracaso por la falta de materia prima; tierras que mejor se dedicaron al café, plátano, caña y potreros. Otro tanto le ocurrió a la primera industria cementera, Compañía Industrial de Cemento Antioqueño, empresa formada en 1913, cuyas instalaciones se levantaron “en la orilla derecha de la quebrada La Guaca, a dos kilómetros de su desembocadura en el río Cauca, en tierras de la hacienda Leoncito, en el municipio de Heliconia”. El cemento, en empaques de cabuya y papel, era llevado en mulas y bueyes

34 Patricia Londoño Vega, “Los primeros cincuenta años de la fábrica de loza en Caldas, Antioquia, 1881 – 1931”, en Ana Lucía Ángel Mesa y Carmen de la Cuesta Benjumea –Editoras Académicas-, Un sueño en construcción El caso de la Loceria Colombia, 120 años, Medellín, Locería Colombiana S. A. - Editorial de la Universidad de Antioquia, agosto de 2001. p. 13

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hasta el ferrocarril de Amagá, en Piedecuesta, para ser llevado al mercado de Medellín, donde se distribuía.

Aún las salinas de Guaca vivieron un resurgir en la medida que incorporaron nuevas tecnologías para su explotación. Hasta 1897 se siguió explotando las salinas casi de la misma manera que en tiempos coloniales: “solo existían en las salinas “trenes” pequeños, como allí se les llamaba, que consistía en un reducido edificio con su horno correspondiente y con una paila o fondo recibidor de los aguasales y una o dos mas pequeñas, en donde sacaban la sal los arrendatarios: entonces esos hornos eran llamados “desahogues” y las parrillas que las complementaban eran confeccionadas en piedra labrada”35. Como combustible se utilizaba leña, pero después de la mitad del siglo se utilizó carbón de hulla, y para sacar las brasas no se utilizó palas sino arroyos de agua debajo de los hornos. En el último cuarto del siglo se hicieron las primeras maquinas, acudiendo al recurso local, pues tuberías, ruedas y molinos, fueron elaboradas en madera y guadua, por artesanos como Enrique Hauesler y Feliciano Rico, un maestro local conocido como “riquito”; sólo hasta 1906 se introdujeron las tuberías metálicas y las ruedas pelton. Además el ingeniero y escritor Efe Gómez, introdujo un mejoramiento para aprovechar de mejor manera el cisco o carbón menudo que, obviamente, sirvió para disminuir la presión por el bosque, ya de por sí bastante agotado.

Las arcillas de la parte occidental se diferenciaban entre las especiales para ladrillos y las especiales para tejas. Hubo tejares desde la colonia, pero la producción de ladrillos, quemados en hornos con carbón a altas temperaturas, solo se introdujo desde los años setenta del siglo XIX. Primero en Fontidueño y luego en sectores como El Volador, La Asomadera y, en buena medida en Belén y Altavista, en esta parte, aunque todavía tenía campos de cultivos, cuidados con “esmero, en figuras geométricas de artísticos contornos, que dan al conjunto una variedad de colorido inimitable, por la alternación de clases de cultivos”, como decía un cronista de la época, debía compartir su paisaje con los tejares y ladrilleras que comenzaron a posicionarse desde el último cuarto del siglo XIX, cuando el ladrillo se convirtió en el principal material de construcción. Tejar de Juan Baltasar Melguizo, estaba ubicado en Belén, suministro ladrillo a las principales obras constructivas de la ciudad a finales del siglo XIX y pasó a propiedad de la sociedad de Eduardo y Julián Vásquez en 1893.

Pero los cambios en la arquitectura y el espacio urbano demandó nuevos materiales que encontraron en la parte occidental del valle manera de proveerlos, así la cuenca de la quebrada La Iguaná fue mirada y utilizada como una gran mina inagotable de cascajo y arena, para la construcción de caminos, calles y edificios. No sólo las laderas sino las cuencas hidrográficas del AROVA, fueron utilizadas para satisfacer la demanda de una ciudad que crecía y que para 1912 ya era la segunda ciudad mas poblada e importante del país, como lo fue Medellín.

35 Luis Carlos Montoya, Monografía del Municipio de Heliconia (Guaca), 1938, pág. 16.

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Este periodo marcó un trascendental cambio en las comunicaciones pues se pasó de los antiguos caminos a mitad de siglo, a los carreteros en los años setenta y el ferrocarril en los primeros años del siglo XX. Un cambio en el sistema de transporte que incidió en los procesos económicos, en el crecimiento demográfico, en cambios de usos de los terrenos y en el paisaje de los trayectos recorridos y en el área de influencia.

En los Apuntamientos topográficos i estadísticos de la Provincia de Medellín, escritos por Carlos Segismundo de Greiff, en el año de 1852, se señalan como de las principales vías de la Provincia, que eran cuatro, dos pasaban por el AROVA: el Camino Nacional de Urabá y el camino provincial que iba a las provincias del Sur, esto es, Fredonia y Caramanta, hasta el río Arquía, límite con el Cauca. Pero, adicionalmente, estaban los caminos públicos distritales, cantorales y parroquiales; por ejemplo, en 1857, se declararon como caminos públicos de los distritos del estado, en el Departamento del Centro, para comunicar a Medellín con San Jerónimo del “el que actualmente comunica sus cabeceras por las cuestas de la Delgadita i Cabuyal; entre Medellín i San Cristóbal el que actualmente comunica sus cabeceras, pasando por el Cucaracho…, entre San Cristóbal y San Sebastián el que actualmente comunica sus cabeceras; entre San Sebastián i San Jerónimo del Departamento de Sopetrán, el que actualmente comunica sus cabeceras; entre San Sebastián i Ebéjico de dicho Departamento, el que actualmente comunica sus cabeceras; entre San Cristóbal i Belén el que actualmente comunica sus cabeceras, pasando por el paraje denominado especialmente Belén […]36

Para 1874, de acuerdo con el Decreto del 6 de febrero, entre los caminos públicos de primera clase estaban tres, en el área de influencia del AROVA: Medellín-Arquía: “de la ciudad de Medellín pasa por las fracciones de Aná, San Cristóbal y San Sebastián y por los distritos de San Jerónimo, Sopetrán, Antioquia y Urrao, hasta el puerto del río Arquía, límite con el Estado soberano del Cauca”; Medellín-fronteras del mismo Estado del Cauca, pasando por los distritos de Itagüí, Estrella, Caldas, Fredonia, Jericó, Andes y Bolívar, y que partiendo de Medellín con dirección al sur termina en el río Chinchiná, pasa por la villa de María en el cauca, atravesando por los distritos de Rionegro, Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira y Manizales. Mientras que en junio de ese año de 1874, se designaron los caminos públicos de segunda y de tercera clase en el Departamento del Centro, entre ellos estaban “los que en el distrito de Medellín comunica así: la fracción de San Sebastián con el distrito de Evéjico; la fracción San Cristóbal con la de Belén, por la loma llamada de la “Culata” y por el “Salado de Correa”; la fracción de Aná con la de Belén por el callejón llamado “De Torres” y por el punto conocido con el nombre de “Charco de la Peñol”; y la fracción de Hatoviejo con el distrito de San Pedro por la cuesta de la “Delgadita”37.

Ya para los años setenta la prioridad constructiva de nuevos proyectos no estaba centrada en los caminos sino en las nuevas vías de comunicación. La discusión estaba entre los carreteros y los ferrocarriles que comunicaran a Medellín con un puerto en el río Magdalena. En los setenta se definió construir una troncal carretera que comunicara a

36 El Constitucional de Antioquia núm. 3, Medellín, Nueva Granada – Estado de Antioquia,, 1° de Abril de 1858, p., 723 – 724.

37 Boletín Oficial. Estado Soberano de Antioquia. Medellín, lunes 6 de Junio de 1874. Año XI, Número 643, p. 737.

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Barbosa con Caldas, es decir, todo el valle de Aburrá del extremo norte a sur. El tramo sur se empezó a construir en 1871, no carente de dificultades y parálisis en su ejecución.

En 1875, en una solicitud de la corporación municipal de Itagüí, acerca de la vía carreteable que debía conducir de Medellín a Caldas, planteaban los beneficios que llevaría a la zona, que incluía al propio Itagüí, Caldas, La Estrella, Amagá, Titiribí y sucesivos; además, opinaban que la carretera debía ocupar todo el camino antiguo, esto debido a lo económico que resultaba aprovechar el trazado existente, como en buena medida se hizo, con la dirección del ingeniero Uladislao Vásquez. Para 1876 el ingeniero daba cuenta de la llegada a la “Vuelta de Cano” y, prácticamente, la construcción del carretero, superando las dificultades naturales por la gran cantidad de quebradas y amagamientos, las que fueron superadas con la construcción de puentes, cañerías, desagües, subterráneos, trinchos de piedra, y puentes, sobre quebradas como “La Cascajona”, “La Ospina”, “La Estrella”, “La Chocolate”, “La Manita”, “La Saladita”, y “La Chocha”.

En esta última se construyó un puente de arco de cal y adobe y de estas dimensiones; 11,75 de largo, 3,m de ojo de luz y 5,50 de altura, con un ancho de piedra de 4m de alto por 25 m. de largo”. A pesar de estar prácticamente terminada el ingeniero aclaraba en un informe presentado ese año que todavía hacía falta trabajos de puentes y desagües subterráneos, los que estaban planeados para ser terminados en el mes de junio del mismo año:

“A las cañerías se ha procurado darles la mayor solidez posible, lo mismo que al puente que se construye sobre la quebrada “La Chocha”, y lo propio se hará con respecto a los que faltan por hacer de mayor magnitud sobre las quebradas: “La Grande”, “La Bermejala”, “La Culebra”, y “La Valeria” y dos más pequeñas entre esta última y “La Culebra”; observando lo mismo con relación a las cañerías o desagües que aún faltan todavía”38

Para 1876 se dejaron atrás los puentes de madera, por estar sujetos a continuas reparaciones. A cambio se comenzaron a construir puentes de adobe y cal, que ya se habían experimentado en el área urbana y también se ejecutaron en el carretero Norte. Se le dio forma de “lomo de tortuga”: “que es la mas adoptada en las carreteras de tanto tráfico, como esta”; ya para abril este año se empezó la macadamización39.El Ferrocarril de Amagá fue una empresa de inversionistas privadas que se planteaba desde finales del siglo XIX, teniendo en cuenta la actividad minera, ganadera y de la frontera agrícolas del suroeste, pero que sólo se concretó entre 1907, cuando se formó la sociedad anónima responsable del proyecto. En 1911 se inauguró el primer tramo entre Medellín y Caldas, el cual se había iniciado en 1909. Sólo hasta 1917 llegó a Angelópolis y en 1924 a la estación Camilo C. La ruta, que salía del sector de Guayaquil, al lado de la estación Terminal del Ferrocarril de Antioquia, tenía los siguientes puntos de referencia: estación Poblado, Paradero de Aguacatala, Estaciones “Uribe Ángel” en Envigado, Sabaneta, Itagüí y Ancón, esta última al servicio de La Estrella, paradero La Tablaza, Estación

38 Informe de Uladislao Vásquez, Boletín Oficial num. 70, Medellín, 27 de marzo de 1876, p. 279 39 Ibíd. p.279

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Caldas, paradero La Primavera, estaciones Amagá, Angelópolis, Piedecuesta y Camilo C. Restrepo, última estación del tramo inicialmente construido.

Las repercusiones que el carretero y el ferrocarril tuvieron sobre la economía fueron fundamentales en la medida que permitieron a las industrias establecidas acceder a materias primas mas lejanas y baratas, también traer equipos y maquinarias que le permitieron renovar tecnología, abaratar fletes y acceder nuevos mercados. Ese acceder a materias primas aceleró la presión sobre bosques, ya para las materias primas o para convertir los suelos en tierras productivas agrícolas, fundamentalmente café, o ganaderas –de carne y leche-, por las posibilidades de transporte en grandes volúmenes y a más y numerosos mercados, especialmente el de Medellín y aún del exterior. Por otro lado generó un bucolismo en el paisaje, ya que las familias ricas o pudientes de Medellín, aprovecharon la vía férrea para adquirir tierras para convertirlas en fincas de recreo, algo que será mas determinante a partir de los años veinte; igual hay que decir que a la par que se devastaba el bosque nativo se reforestaba a orillas de las vías o en las fincas de recreo. Una sustitución de paisaje que hizo tan particular el sur del valle del Aburrá.

Estación Ancón, Ferrocarril de Amagá, que servía al municipio de La Estrella en 1912. Reproducida de Revista Avanti núm. 3, Medellín, abril de 1912

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22..33..66 11991144 hhaassttaa llooss AAññooss CCuuaarreennttaa:: CCrreecciimmiieennttooss yy EExxpplloossiioonneess UUrrbbaannaass En el último cuarto del siglo XIX el proceso de modernización de las infraestructuras y economías, de la sociedad y su cultura, es un fenómeno latente en Colombia pero que empezó a manifestarse con mayor vigor en el segundo decenio del siglo XX, hasta alcanzar momentos de gran significación en los años veinte. Los mercados limitados, de carácter regional, propios del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, comenzaron a romper los límites para crear mercados intraregionales en la segunda mitad del mismo XIX y configurar un incipiente mercado nacional desde los años veinte. Primero fueron los ferrocarriles y después las carreteras, las que permitieron las conectividades y el desplazamiento de productos entre los principales centros regionales. La construcción de carreteras fue un propósito impuesto desde el gobierno central que tuvo gran acogida en las dirigencias locales, con lo cual le dieron la bienvenida al vehículo automotor, el cuál entró a competir con la locomotora y el ferrocarril, para después, de manera paulatina, reemplazarlos en buena parte de la geografía nacional. Las infraestructuras viales que conectaran los principales centros poblados, fueron a la vez consecuencia y factor de desarrollo de las actividades industriales. El país pasó en la principales ciudades de la actividad fabril a la industrial que, como se ha visto, ya se había iniciado desde finales del siglo XIX en ciudades como Medellín, por lo cual necesitaba que los mercados se ampliaran en la medida que crecía la productividad, pero también sucedió a la inversa, mientras se creaba un mercado regional y nacional, con la construcción de las vías se incentivaba la creación de nuevas industrias. La irrupción de la fábrica en el escenario urbano plantea la demanda de mano de obra y el surgimiento del obrero como un nuevo habitante de la ciudad. Esto genera un incremento poblacional significativo en los principales centros urbanos que se configuraron en epicentros de productividad, cambiando el mapa nacional e iniciando el proceso de urbanización del país.

Medellín ya es para estos años uno de los principales epicentros urbanos del país, por su actividad industrial y por su población. Su definida centralidad geográfica y económica se consolida, hasta convertirse en la segunda ciudad del país en población y el principal centro productivo e industrial. Medellín pasó de 29765 habitantes que tenía en 1870 a 79146 en 1918, cuando ya era la segunda ciudad, y en 1938 llegó a 168266 habitantes, sólo superada por Bogotá, que la duplicaba en población. Igual que en otras ciudades, la población urbana ya no sólo era la más numerosa, fenómeno que se presentó desde el siglo XIX, sino que para 1905 la duplicaba, en 1908 la triplicaba, en 1928 la cuadruplicaba y para 1938 ya la relación era siete veces mas numerosa la población urbana que rural, como se puede apreciar en el gráfico 6.

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Gráfico 6 Comparación población rural urbana en Medellín La ciudad de Medellín confirmó su centralidad económica en la medida que fortaleció el sistema vial, al que la clase dirigente hizo confluir allí. Primero con los ferrocarriles: el de Amagá que conectó al Valle de Aburrá con la producción carbonífera, agrícola, cafetera y ganadera del suroeste, entre 1911 y 1924, y con llegada del Ferrocarril de Antioquia en 1914, que cumplía el sueño de conectarlo con el Magdalena y de allí a los mercados europeos y norteamericanos. Segundo con el proyecto del tranvía que conectó el Valle del Aburrá con el altiplano del Oriente. Tercero con el proyecto de anillo vial o de carreteras troncales, en la segunda mitad de los años veinte, que lo conectaba con los cuatro puntos cardinales; entre estas troncales estaban las que comunicaban a Antioquia con el Urabá, otro de los grandes sueños, proyecto conocido como la Carretera al Mar, y el del Sur que llevaba, de Caldas a Fredonia, en un ramal al suroeste y otro que seguía hacia Santa Bárbara, en un proyecto de integración nacional. Desde 1926 y 1927 había definido la Asamblea la construcción de estos proyectos viales, que incluía entre otras la señalada de Medellín - Santa Bárbara.

Construcción de la Carretera al Mar, subida a Boquerón. Reproducción del libro

Urabá, Medellín, 1923.

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Para el año de 1929 estaban construidos de la Carretera al Mar los 21 kilómetros entre Robledo y Boquerón, los 15 de Boquerón hasta San Jerónimo y 43 kilómetros más de la Carretera para sumar 79 kilómetros que avanzaban hasta el sitio Toyo40. Sólo entre Boquerón y San Jerónimo se movieron más dos millones de metros cúbicos de tierra, lo que da una idea de la modificación sustancial del paisaje41.

Para el año de 1929 también se trabajaba en la obras del túnel de la Quiebra, en el Tranvía de Oriente, se avanzaba con el Ferrocarril de Amagá hasta Bolombolo –que llegó este año hasta allí-, y, adicionalmente, en los desarrollos viales de las troncales del Sur, Oriente, Suroeste y Norte. La Troncal del Sur formaba parte del proyecto que comunicaría a Bogotá con el Atlántico, pasando por Sonsón y Medellín, avanzaba al inicio de este año en el trayecto La Ceja - Sonsón; la del Oriente, prestaba servicio entre Medellín y Santuario, y se avanzaba de éste último pueblo a Cocorná; de la del Norte, ya existían los 135 kilómetros entre Medellín y Yarumal; mientras que de la del Suroeste se decía: “Las tierras mas feraces que tiene Antioquia, sin duda alguna, son las de la región del suroeste, las que en buena parte quedarán servidas con la troncal que se construye a lo largo del río San Juan, en una longitud de 52 kilómetros, entre Bolombolo y Andes. Hoy se tienen en construcción muy avanzada 30 kilómetros, y sólo faltan por construir 22, que quizá sean los más fáciles de esa dificilísima obra”42. La carretera Medellín-Caldas-Santa Bárbara-La Pintada, fue inaugurada en 1933 y, al menos, hasta Caldas, era totalmente pavimentada, siendo transitada por automóviles, camiones, autobuses, motocicletas, bicicletas y aún carros de tracción animal.

40 El Heraldo de Antioquia núm. 472, Medellín, 2 de enero de 1929, p. 2 41 Ibid. 42 El Heraldo de Antioquia núm. 472, Medellín, 2 de enero de 1929, p. 3

Construcción de la Carretera al Mar en la cuenca de la quebrada La Iguaná. Tomada de Revista La Carretera al Mar núm. 13, Medellín, 1928

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Los cambios y dinámicas de estos años, también se reflejó en el crecimiento y expansión de la estructura urbana, con el surgimiento de nuevos barrios para la población obrera y los nuevos sectores medios. La ciudad creció desde las proximidades del perímetro urbano, que varió constantemente en los primeros decenios del siglo XX, extendiéndose hacia el Oriente y el Norte, en un inicio, pero también saltando hacia la Otrabanda del río Medellín, donde los antiguos centros poblados de las veredas se convirtieron en nuevos y dinámicos barrios:

Posteriormente se construyeron otras líneas que llevaban a Buenos Aires, Aranjuez, El Poblado y Robledo, esta última inaugurada en octubre de 1924, y en 1926 la que llegaba hasta Belén:

La construcción de las líneas del tranvía hacia las áreas suburbanas no sólo reconocía el crecimiento poblacional de estos sectores sino que incorporaron terrenos a proyectos de urbanización, mediante esta amplia red de transporte que llegaría hasta los 36 kilómetros. El planeamiento inicial del tranvía se hizo pensando en la conexión vial con La América que había crecido en su población y mostraba un intenso tráfico de tiempo atrás por la parte sur de ciudad desde la construcción de la Plaza de Mercado en 1894, intensificándose desde la inauguración de la estación terminal del ferrocarril; para 1917 en el análisis del tráfico peatonal se decía: “se puede calcular que hace ocho o nueva años pasaban a diario por el puente de San Juan, cuando allí se cobraba pontazgo, 500 individuos, no en promedio, sino como mínimos. Hoy ese número se ha elevado a una cifra asombrosa.

Tramo de la carretera entre Itagüí y La Estrella, años treinta aproximadamente. Reproducida de Municipio de La Estrella, La Estrella,

S.e., S.f.

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Hay una gran cantidad de carros, que hacen constantemente el transporte de pasajeros entre la América y Medellín. La cifra mínima de los carros ocupados en este servicio es 60”. Lo cierto es que para 1918, según el censo de ese año la población de La América era la tercera de todo el municipio, con el 5.7% del total, después del centro –o la ciudad, como se denominaba-, y de Belén-Guayabal que tenía el 7.9% pero también accedía por este sector. Todo esto hacia ver la importancia de estos sectores y la necesidad de comunicarlos, pero sin dejar de pensar la valorización de los terrenos “de la otra banda del río, las facilidades para vivir en la América muchas familias pobres, el sinnúmero de ventajas que trae la realización de una empresa de esta naturaleza”; entre las ventajas no dichas allí, sino en otro artículo, estaban las entradas que le procuraría al tesoro municipal y el “acercamiento de tierras que hoy nos parecen inurbanizables”43.

Como se puede percibir el impacto de la nueva infraestructura vial sobre el AROVA es bastante fuerte en muchos órdenes:

La posibilidad de acceder con mayor facilidad y en menor tiempo al centro de la ciudad, amplió la demanda de suelos de urbanización a áreas cada vez más lejanas, llevando la frontera urbana a nuevas tierras con vocación agrícola, obligando a su cambio de uso. La urbanización de estos antiguos sitios los llevó a ser incorporados como barrios y a desarrollarse bajo los lineamientos urbanísticos y viales de la ciudad. Además, los centros poblacionales tradicionales sobre la parte occidental del valle de Aburrá, en su proceso de crecimiento y densificación aumentaron las demandas de recursos, especialmente los hídricos, haciendo uso de las fuentes de agua de la ladera oriental del AROVA, ubicándose en varios sectores tanques de aprovisionamiento y distribución de agua potable, por parte de las empresas municipales.

43 Ibíd. p.3

Tramo de la carretera entre Itagüí y La Estrella, años treinta aproximadamente. Reproducida de Municipio de La Estrella, La Estrella,

S.e., S.f.

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El poblamiento se extendió no sólo a los antiguos sitios, poblados o caseríos tradicionales, conectados con el centro urbano de Medellín, sino que se extendió a nuevas sitios, en la medida que fueron construidas nuevas carreteras menores que conectaban entre sí estos poblados; así, por ejemplo, la construcción de la carretera entre Itagüí y San Antonio de Prado en 1920, aceleró el poblamiento de este último; igual se puede decir de las conexiones: Itagüí- La Estrella, Belén –La América, Robledo – San Cristóbal, Medellín – Bello, etcétera. En estos casos hay un claro fenómeno de suburbanización, que implicó también la disminución de áreas agrícolas y la demanda de recursos del medio local.

Otro fenómeno importante fue la extensión del fenómeno de las fincas y casas de veraneo, que había comenzado desde finales del siglo XIX. Con esto se ocuparon nuevas áreas más lejanas, siguiendo el ferrocarril de Amagá y las diferentes carreteras, especialmente la del Mar y su derivación a San Pedro, construida en los años treinta, como también las ya mencionadas de San Antonio y entre Itagüí y La Estrella. La Estrella, celebrada como “La arcadia antioqueña”, Caldas e Itagüí, vieron sustituir la producción agrícola de las parcelas tradicionales, por los pastos, árboles frutales y jardines ornamentales de las casas de recreo y residencias temporales de las elites de Medellín. Una variada arquitectura se tomó el sur del valle del Aburrá, tanto en la parte plana como en las laderas; desde las casas de campo mas tradicionales con sus patios centrales, hasta las casas quintas, con formas moriscas o neocoloniales.

Alrededores de La Estrella, Finca Maracay, años treinta aproximadamente. Reproducida de Municipio de La Estrella, La

Estrella, S.e., S.f.

Desembocadura de la quebrada La García, Bello,

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Otro tanto ocurrió en la subida a Robledo, hacia el Boquerón y en su derivación a San Pedro, donde fueron construidas nuevas viviendas para el descanso e incluso sitios de recreación y restaurantes, que aprovecharon la cercanía a la ciudad y su impactante visual sobre el valle del Aburrá, para convocar a la elite que podía acceder en sus vehículos hasta estos sitios, antecedentes y primeros ejemplos de los estaderos y miradores de común uso en la actualidad. Uno de esos casos es el restaurante Gambrinus Campestre, en el alto del Boquerón, propiedad del alemán Ewald Duch, tal vez uno de los pioneros de esta actividad pues funcionaba allí a finales de los años treinta.

Pero la infraestructura vial no sólo impacto el AROVA, por el proceso de poblamiento y urbanización, sino que tuvo otros efectos directos e indirectos. El hecho de pasar directamente por el área, con sus grandes cortes, implicaba un efecto sobre los suelos y la geología, las corrientes de agua y los cambios de uso, esto ocurrió tanto en la Carretera al Mar y su derivación a San Pedro, como en la carretera de San Antonio de Prado hacia Armenia y Heliconia por el Alto del Chuscal. Estas carreteras también cortaron los antiguos caminos, los suplantaron o se superpusieron a ellos, determinando el fin del uso de la mayoría de ellos, como el caso del antiguo camino del Boquerón o los dos ramales que partían de la Primavera, en Caldas, hacia Fredonia y Amagá, que quedaron subutilizados y casi abandonados por el uso del tren.

La industria siguió aprovechando los recursos hídricos para su actividad productiva, e incluso aumento las demandas, en la medida que diversificaron sus actividades o surgieron nuevas industrias, debido a las posibilidades que le brindaban el ferrocarril y las carreteras. En Caldas, por ejemplo, la antigua Cerámica Antioqueña, como señala la historiadora Patricia Londoño, diversificó su producción y amplió el rango de su mercado aprovechando el ferrocarril; también en Caldas, debido a la misma circunstancia del ferrocarril surgieron otras empresas como el Taller Industrial de Caldas, de Greffenstein

Publicidad del Taller Industrial de Caldas, reproducida del Album de Medellín 1932, Editorial Félix de Bedout e Hijos.

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Ángel y Cía, los que no sólo demandaron y atrajeron mano de obra, sino recursos e insumos de índole local y regional.

Aparte de lo que significaban las industrias en términos de demandas energéticas y de impulso al crecimiento demográfico local, hay que señalar que las instalaciones se convierten en un hito urbano, en referente arquitectónico fundamental, por su tamaño, forma y lenguaje. Dentro de esta arquitectura se destacaban desde la estación del Ferrocarril en Caldas, pasando por la fábrica de cervezas en Itagüí, la Locería y el Taller Industrial, también en Caldas, o la fábrica de textiles en Bello.

Al norte, en Bello, la expansión de la producción textil de la empresa Fabricato, implicó que la mayor demanda del recurso hídrico fuera atendida con la captación de las aguas de la quebrada La García y la construcción de una represa para el servicio particular de la empresa a finales de los años veinte.

Este periodo se caracteriza entonces por el aumento de las demandas sobre los territorios que hoy forman el AROVA, la intensificación en los cambios de uso, la transformación paisajística y la definición de nuevos usos para la ciudad, como el caso de los miradores paisajístico. Hay sin ninguna duda una perdida de tierras para la producción agrícola por la urbanización, la suburbanización y por la implantación de fincas de recreo, pero, a su vez, se aumentó la concentración campesina en unos núcleos rurales –San Antonio, Palmitas, San Cristóbal, San Félix-, con predios menores pero con producción agrícola intensiva. También es destacable la ampliación de la producción lechera tanto al norte –

Zona de captación de agua en la quebrada La García, 1930. Reproducción de El Heraldo de

Antioquia, marzo de 1930

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San Félix- como en el sur –Caldas-. Una descripción que se hace sobre Caldas en 1915, da cuenta de lo que va a ser predominante en estos años en la actividad productiva del sur del valle del Aburrá: “las plantaciones de plátano, yuca, café y caña, crecen en las faldas que circundan el valle; sus fincas para ganado son hoy una riqueza, pues allí se fundan las mejores lecherías para nuestra villa44.

Producción cafetera y lechera que también va a ser destacable en el paisaje hacia ciertas partes de Amagá, Heliconia y Ebéjico, que corresponden al AROVA. Aunque para la parte de Heliconia seguiría siendo destacable la producción de sal de Guaca, que era producto de mayor importancia para la economía local, al menos hasta los años cincuenta o sesenta del siglo XX, por la demanda en el mercado de Medellín, donde las “Sales de Guaca” tenían un prestigio ganado tanto para el consumo humano como para tratar la carne vacuna; en el primer caso se le endilgaba los usos medicinales que impedían el “coto” y enfermedades de la garganta, y en el segundo caso impedían su corrupción o descomposición, como ocurría con otras sales. Se seguía vendiendo en los clásicos capachos y buena parte era producida, al menos para los años treinta, por la empresa “Comunidad Unida de Guaca”.

44 Periódico Mundial, Semanario de Literatura y Actualidades núm. 56, Medellín, 29 de enero de 1915

Sal De Guaca en “capacho” y publicidad de la empresa de la Comunidad Unida de Guaca, 1932. Tomado de Medellín en 1932,

Imprenta Editorial Librería Pérez.

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22..33..77 DDee 11995500 hhaassttaa llaa AAccttuuaalliiddaadd:: MMeettrrooppoolliizzaacciióónn El proceso de crecimiento urbano desde los años cuarenta implicó la necesidad de replantear la manera de planificar no sólo la ciudad de Medellín sino el Valle del Aburrá. Desde el Plan de Wiener y Sert, elaborado a finales de los años cuarenta pero aprobado oficialmente hacia 1951 se planteó un proyecto de área metropolitana. Una visión integral que iba desde el corredor multimodal del río, como reserva al futuro sistema vial o de transporte, hasta una concepción de protección de las laderas. Desafortunadamente este plan, aprobado pero no cumplido y luego tergiversado en cuanto a lo planteado y sus probables efectos, no se cumplió y dejó que el crecimiento demográfico y urbano del Valle fuera cada vez más negativo en su impacto.

Sin duda que los sectores mas perjudicados no fueron el mismo centro o los barrios formales, sino las partes medias y altas de las laderas orientales y occidentales del Valle, que fueron ocupadas paulatinamente de manera caótica, por encima de cotas de servicios, perímetros urbanos, cordones verdes, restricciones geológicas, etcétera. Nada pudo impedir que el Valle del Aburrá se conurbara desde Bello hasta Itagüí en su parte occidental, ni que cada vez las poblaciones reptaran por sus laderas hasta alcanzar cotas insospechadas.

Tanto en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, cuando en el país se instauró la violencia política, como a finales de los años noventa y principios del siglo XXI, cuando el conflicto armado entre la guerrilla, los paramilitares y el ejercito, desplazó entre dos y tres millones de pobladores rurales de Colombia45, en uno de los mayores dramas de la humanidad, Medellín se convirtió en una de las ciudades que mayor población desplazada ha recibido.

168266

358189

772887

1093191

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1938 1951 1964 1973 1985

Gráfico 7 Población total de Medellín 1935 - 1985

45 Existe disparidad en los datos: si es desde el gobierno son dos millones, si es desde las ONG’s aumenta a los tres millones.

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En los periodos censales de 1938-1951 y 1951-1964, Medellín duplicó la población, y en los años cincuenta creció en más de cuatrocientos mil pobladores, mientras que para este año, se esperan cuatrocientos mil pobladores mas de los que se habían previstos por las autoridades municipales, cifras que muestran no sólo los dramático del fenómeno sino que en términos pragmáticos plantean el problema del acceso al suelo, la vivienda y la infraestructura. Obviamente, desde finales de los años cincuenta y, especialmente desde los años sesenta, se empezó el fenómeno del surgimiento de barrios piratas y de asentamientos de invasión, que ocuparon principalmente las laderas orientales y occidentales del valle de Aburrá.

Tal fenómeno superó siempre la normativa, la determinación de cotas de servicio, de perímetro urbano, de restricciones geológicas y riesgos, de retiro de ríos y quebradas, y la declaratoria de ilegalidad urbana. Así que la población desplazada fue ocupando y poblando en mayor medida la parte occidental del valle del Aburrá, siguiendo un patrón de asentamiento lineal la mayoría de las veces, pues se ubicaban siguiendo una vía de acceso generalmente paralela a una quebrada; así, fueron ocupadas quebradas como la Guayabaza, Aguasfrías, Ana Díaz o La Hueso, al sur; la cuenca de la quebrada La Iguaná al centro o La Malpaso, La Quintana, La Cantera o La Madera al norte, en la parte oriental del AROVA. Así surgieron nuevos barrios ilegales o asentamientos, algunos hoy normalizados, como La Pradera, 20 de julio, La Independencia o Nuevos Conquistadores, en lo que hoy es la Comuna 13, en la parte centro occidental de Medellín; entre Robledo y San Cristóbal, surgieron los asentamientos de Pajarito, Palenque. En la cuenca de La Iguaná surgieron asentamientos como El Pesebre, Vallejuelos, Fuente Clara, El Porvenir, Masaville, Olaya Herrera, Pedregal o Sapotieso, entre otros.

Foto Carretera a Itagüí y puente sobre la quebrada Doña a principios del siglo XX.

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Fenómeno del que no escaparon los corregimientos que vieron como creció su población con nuevos núcleos poblacionales que cambiaron su dinámica productiva y cultural, con un proceso acelerado de suburbanización. En Altavista desde los años setenta surgen núcleos como Guanteros, Santa Clara, Aguas Frías, San Pablo o Altavista o Loma Vicente, San Ferrer, Barrio Nuevo sobre la quebrada La Leonarda. En San Cristóbal surgieron asentamientos subnormales como Loma Hermosa, Primavera, San José parte Alta y Baja, Pedregal Alto y Bajo.

Este es un fenómeno que creo no sólo un cordón periférico a la ciudad y que está en el límite del AROVA, sino que penetra en ella siguiendo las diferentes fuentes hídricas que nacen allí y caen al valle del Aburrá. Pero no sólo es la ilegalidad la que sigue transformando las tierras agrícolas rurales, sino los fenómenos de urbanización legal, con el amparo de las mismas normatividades que han permitido integrar los suelos rurales al mercado del suelo urbano, aún en los corregimientos y veredas, especialmente hacia San Antonio de Prado y San Cristóbal, cuyas cabeceras fueron integradas y suburbanizadas.

Pero en la segunda mitad del siglo XX no sólo la actividad urbanizadora gana suelos para su provecho sino también la actividad forestal, la porcícola, avícola y la ganadera. Es destacable en este periodo la gran actividad de reforestación por parte de empresas, como en el caso de la “reforestadota doña María”, inicialmente filial del grupo Coltejer, que inicia en las proximidades de la ciudad la explotación a escala del bosque, con un proceso de concentración de propiedad de la tierra entre San Antonio de Prado –cuenca de La Doña María- y Belén – Altavista.

Es cierto que la presión urbana, desde el siglo XIX tenía deforestado y potrerizada gran parte del área occidental del Valle, pero esto se intensificó en el siglo XX con la gran explosión demográfica. La presión conjunta ha llevado a que en el paisaje del AROVA, haya menos bosques naturales o, apenas, unos pequeños relictos que sobreviven a más de cuatrocientos años de demanda.

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