Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

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    LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE

    LA POSTGUERRA Y SU REPERCUSIN EN LA

    VIABILIDAD DELMODELO SOCIAL EUROPEO (*)

    P o r R A F A E L C A P A R R O S

    Es perjudicial cualquier cosa que oscurezca la fundamental naturaleza

    moral de los problemas sociales.

    John Dewey,

    The Public an d its Problems

    (1985)

    As, la carga de los mercados ha logrado cubrirnos como una segunda

    piel, considerada ms adecuada para nosotros que la de nuestro propio

    cuerpo humano.

    Viviane Forrester ,

    L 'horreur conom ique

    (1996)

    SUMARIO

    I . LOS ELEMENTOS DE LA CRISIS.II. LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS.III. LAS CAUSAS

    DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORATIVISMO.IV. EL DECLIVE DEL NEOC0RPORATIVISM0, LA

    SALIDA NEOLIBERAL DE LA CRISIS Y LA INVIABILIDAD DEL

    MODELO SOCIAL EUROPEO.

    I. LOS ELEMEN TOS DE LA CRISIS

    Aunque con el modelo de crecimiento econmico inaugurado tras la II Guerra

    Mundial, que, como es sabido, coincidi con una fase de expansin econmica casi

    ininterrumpida, evidentemente no se superaran los problemas de desigualdad social,

    concentracin de capitales y otros aspectos de desequilibrio y/o malestar sociales, lo

    cierto es que, en general, ese perodo que va desde 1945 a 1973, designado como la

    (*) Quiero expresar mi agradecimiento a Rafael Duran y Juan Torres, profesores de la Universidad

    de Mlaga, a Carlos Romn, de la Universidad de Sevilla, a Rogelio Velasco, de la Universidad de Gra-

    nada, y a Fernando Vallespn, de la Autnoma de M adrid, por sus interesantes sugerencias, comentarios y

    crticas a este trabajo.

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    Revista de Estudios Polticos

    (Nueva poca)

    Nm. 105. Julio-Septiembre 1999

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    RAFAEL

    CAPARROS

    edad de oro del Estado de Bienestar

    por Ian Gouh (1), se caracteriza por haber con-

    seguido el triunfo d e un mod elo socioeconm ico de bienestar social basad o en los

    pactos polticos keynesianos de la postguerra, implcita y sucesivamente ratificados

    por los dirigentes de la democracia cristiana, el liberalismo, la socialdemocracia, y

    con el apoyo de los comunistas, es decir, de los principales partidos polticos euro-

    peos (2), que se tradujo en unos niveles muy aceptables de estabilidad, integra-

    cin y satisfaccin sociales, derivados del pleno empleo, la masiva provisin pbli-

    ca de bienes colectivos, el aumento regular de la capacidad adquisitiva de los traba-

    jadores, as como de la utilizacin generalizada y sistemtica en los pases

    europeo-occidentales de polticas de redistribucin social.

    La aceptacin por las partes firmantes de ese pacto de crecimiento econmico

    y la poltica social expansiva funcionaron considerablemente bien en la prctica, re-

    forzndose de ese modo la recproca confianza entre los actores sociopolticos. Lo

    que, a su vez, propici la sistemtica canalizacin del conflicto de clases hacia su

    pacfica resolucin en una permanente concertacin social que inclua una norma

    neutral y, en consecuencia, estabilizadora: el crecimiento de los salarios se acom-

    pasaba al de la productividad , llevada a cabo fundamen talmente med iante los pro-

    cedimientos de la intermediacin neocorporativa.

    Ello fue posible gracias a la obtencin de los altos beneficios, derivados de las

    inversiones de c apital en las diferentes actividades ind ustriales, y a la definitiva ins -

    titucionalizacin del capitalismo de consumo en los pases europeo-occidentales, lo

    que implicaba la implantacin de una

    norm a social de consumo obrero,

    que se tra-

    dujo en la satisfaccin generalizada de unas cada vez ms amplias necesidades so-

    ciales, en gran medida inducidas por el propio sistema neocapitalista. Se trata, se-

    gn Michel Aglietta (3), de una nueva estructura de consumo de masas, basada tanto

    en la adquisicin de los antiguos bienes de subsistencia, nica y exclusivamente en

    su forma mercanca (alimentacin, vivienda, consumos corrientes en general), como

    en la propiedad individual de nuevas mercancas (automvil, electrodomsticos,

    consumos duraderos, etc.), que antes o no existan o haban sido consumos suntua-

    rios exclusivos de las clases acomodadas. Es precisamente en este sentido en el que

    utiliza el concepto el profesor Ort:

    Pienso, por mi parte, que ms all de la guerra civil del 36, el Plan de Estabiliza-

    cin de 1959 tiende a separar dos pocas del capitalismo espaol: una, primera, de

    capitalismo constituyente o primitivo , en la que la que la expansin tiene lugar

    con extraccin deplusvalas absolutas, o, si se quiere, con salarios reales constantes,

    con escasa elevacin del nivel de vida de las masas trabajadoras; otra, posterior, de

    (1) I.

    GOUH: Economa poltica del Estado del bienestar,

    H . Blume, Madrid, 1982.

    (2) Se trata de ese acontecimiento al que Dahrendorf ha denom inado el

    pacto social-liberal

    o el

    consenso social-democrtico.

    (Cfr. R.

    DAHRENDORF:

    T he End of Social Democratic Consensus?, en R.

    DAHRENDORF:

    Life Chances,

    Chicago University Press, Chicago, 1979, pgs. 117 y ss.).

    (3) Cfr. M.

    AGLIETTA: Regulacin y crisis del capitalismo,

    Siglo XX I, Madrid, 1979,

    pgs. 131-146.

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    LA

    CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    neocapitalismo de consumo , con la alta productividad inducida por la importacin

    del capital y la tecnologa extranjera, constitucin de una

    norma de consumo obrero,

    y

    extraccin de

    plusvalas relativas

    (4).

    De este modo, ese permanente reformismo poltico en que consista el Estado de

    Bienestar de la postguerra a medio camino entre los excesos del capitalismo libe-

    ral clsico, el llamado capitalismo manchesteriano, y los no menos considerables

    excesos del socialismo realmente existente, y que posteriormente sera conocido

    como elmodelo social europeo,llegara a consolidarse ante la opinin pblica mun-

    dial como u na fructfera y progresista tercera va para la consecucin de los obje-

    tivos generales de las libertades democrticas, el crecimiento econmico, la redistri-

    bucin social de la renta y el mantenimiento de unos niveles de justicia social sufi-

    cientes como para eliminar los riesgos de convulsiones polticas revolucionarias,

    manteniendo al mismo tiempo en esencia el orden capitalista dominante.

    H asta tal punto este modelo de Estado de bienestar llega a ser universalmente

    deseable que, como afirmara Fabin Estap en su prlogo de 1969 a la primera edi-

    cin espaola del libro de Galbraith,

    The affluent society,

    viene a ser una especie de estacin terminal hacia la que dirigen sus esfuerzos e

    ilusiones todos los pueblos de la tierra (5).

    Y ms recientemente, apuntaba Joaqun Estefana que

    El Estado de bienestar tena como objeto proteger a los perdedores (o a los me-

    nos ganadores) de la evolucin econmica; los trabajadores saban que cuando venan

    mal dadas, el Estado ese invento europeo los protega hasta que recuperaban la

    normalidad. Y ello lleg a formar parte de la cultura general de losderechosadqui-

    ridos

    de los ciudadanos, al menos de los europeos; para esto tambin queramos los

    espaoles entrar en la Comunidad Econmica Europea, para disfrutar de un Estado de

    bienestar que desconocamos, pero al que admirbamos (6).

    Incluso en la actualidad, pese a los importantes embates a que ha debido hacer

    frente en las dcadas de los ochenta y noventa, el modelo social europeosigue sien-

    do el ms prestigioso, como comentaba recientemente Manuel Castells, al referirse a

    la imagen de Europa prevaleciente en la comunidad acadmica norteamericana:

    Se admira y respeta a Europa profundamente y hay, de hecho, un acuerdo gene-

    ral en que es el rea privilegiada del mundo donde riqueza, libertad y solidaridad al-

    canzan la combinacin ptima (7).

    (4) Cfr. A.

    ORT:

    E stratificacin social y estructura del poder: viejas y nuev as clases medias en la

    reconstruccin de la hegemona burguesa, en

    Poltica y sociedad. Estudios en homenaje a Francisco

    Murillo Ferrol,

    vol. II, Centro de Investigaciones Sociolgicas, Centro de Estudios Constitucionales,

    Madrid, 1987, pg. 716).

    (5) F.

    ESTAP:

    Prlogo, J. K.

    GALBRAITH: La sociedad opulenta,

    Ariel, Barcelona, 1969.

    (6) J.

    ESTEFANA: La Nueva Economa. La Globalizacin,

    Crculo de Lectores, Barcelona, 1998,

    pgs. 71-72.

    (7) Visiones del Milenio (Entrevista de Elvira H uelves),

    El Pas Domingo,

    19 de julio de 1998,

    pg. 7.

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    RAFAELCAPARROS

    Por lo dems, la profundidad del inicial consenso tanto social como poltico en

    torno a la idea del Estado de bienestar, incluso en Gran Bretaa, el pas tradicional-

    mente ms refractario al

    mo delo social europeo

    (8), se pone de m anifiesto en el si-

    guiente texto de Richard Titmuss, quien escribe en 1958 que

    desde 1948 los sucesivos gobiernos, conservadores y laboristas, se han preocu-

    pado del funcionamiento ms efectivo de los diversos servicios, con extensiones aqu

    y ajustes all, y ambos partidos, dentro y fuera de su gestin, han proclamado el man-

    tenimiento del "Estado de B ienestar"como artculo de fe (9).

    Ahora bien, a partir de mediados de los setenta, y coincidiendo con la subida

    de los precios del petrleo, provocada por la Guerra del Yom Kippur, as como con

    los primeros acuerdos de la OPEP (1973), y los posteriores acuerdos poltico-econ-

    micos del G-7 (1976), comienza a evidenciarse la quiebra poltico-econmica del

    modelo de bienestar de la postguerra.

    Aunque, de hecho, ese modelo socio-poltico ya haba venido siendo ideolgi-

    co-culturalmente cuestionado con anterioridad por las llamadas revoluciones so-

    ciales, que tienen lugar en diversas sociedades occidentales principal, aunque no

    exclusivamente: la llamada Primavera de Praga de 1968 demuestra que no todos

    los pases de Europa oriental escaparon al signo revolucionario del Zeitgeist , a fi-

    nales de los aos sesenta y comienzos de los setenta. Se trata de ese conjunto de

    acontecimientos sociales de alta intensidad simblico-poltica, que expresan el dete-

    rioro de la estabilidad social anteriormente existente, y que va desde las revueltas

    estudiantiles en Europa (mayo/68 en Francia y A lemania) y Am rica (Estados Uni-

    dos y Mxico), a la crisis cultural de la juventud norteamericana agravada por la

    guerra de Vietnam, los movimientos por los derechos civiles de las minoras tnicas,

    la escenificacin del llamado Gran Rechazo

    (Big Refusal)

    contracultural en los

    campuses

    de numerosas universidades norteamericanas desde el movimiento

    hip-

    piea las diversas contraculturas ticas, polticas y/o estticas y europeas desde

    las Comunas de Berln a los nuevos movimientos situacionistas, provos, beat-

    niks, etc., por no mencionar el terrorismo poltico de extrema izquierda alemn o

    italiano , el auge de los marxismos (desde el estructuralismo m arxista a los mar-

    xismos pro ch ino, pro cubano, etc.) y la proliferacin de todo tipo de an lisis crticos

    del capitalismo (10).

    (8) Sobre las tortuosas relaciones histrico-polticas de Gran Bretaa con la Europa continental, en

    general, y, concretamente, con el proceso histrico de integracin europea, es indispensable la reciente,

    polmica y, a mi entender, definitiva obra de H ugo Young. (H . YOUNG: This Blessed Plot. Britain and

    Europe from Churchill to Blair, Macmillan, London, 1998).

    (9) R.TITMUSS:Essays on the Welfare State,Alien & Unw in, 1958, pg. 34. No obstante, elWelfa-

    re State no puede circunscribirse al perodo de los llamados treinta gloriosos (1945-1975), ya que el

    modelo escandinavo es anterior, ni carece de antecedentes tericos y prcticos, ya que la Revolucin de

    octubre dio carta de naturaleza a nuevos derechos sociales universales trabajo, salud, educacin, pen-

    siones, etc. que seran recogidos en la Carta del Atlntico, firmada por Churchill y Roosevelt en 1944,

    y luego aplicada en la Europa postblica.

    (10) Aun que, obviam ente, esas manifestaciones poltico-culturales no tuvieron la misma intensi-

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    LA

    CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    Como veremos ms adelante, todas estas manifestaciones del malestar de la

    cultura contribuirn a la formulacin por parte del pensamiento neoconservador de

    un determinado diagnstico de la crisis del modelo de bienestar, como crisis de go-

    bernabilidad de las dem ocracias (H untington), y, por ende , a la legitimacin de la

    solucin neoliberal.

    Desde el punto de vista especficamente econmico, la crisis del modelo de

    bienestar tendr, com o ha destacado Juan Torres (11), tres grandes man ifestaciones,

    y una consecuencia principal: la cada en el nivel de beneficio de las empresas, lo

    que,

    a su vez, conllevar la progresiva disminucin de las inversiones de capital y la

    subsiguiente masifcacin y cronificacin del desempleo. La primera expresin de

    la quiebra econmica del modelo es la crisis de produccin, que comienza a eviden-

    ciarse a finales de los setenta con la saturacin d e los mercados. El consumo de ma-

    sas,

    en efecto, dejaba de adecuarse cada vez ms a unas estrategias de produccin

    intensiva que se haban venido desarrollando al margen de cualquier plan de produc-

    cin que tuviera en cuenta las futuras necesidades de la poblacin y la capacidad

    real de los mercados para absorber a medio plazo dicha produccin.

    Por otra parte, al socaire de la acumulacin, se haba venido modificando la es-

    tructura de los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de realizacin de

    beneficios para las empresas que haban sido dom inantes hasta ese momento. Princi-

    palmente porque las empresas europeas y americanas empezaban a sufrir la dura com-

    petencia de las empresas asiticas de los NICs

    (Newly Industrialized Co untries),

    de la

    cuenca del Pacfico, a los que ms adelante nos referiremos, y cuyos costes unitarios

    de produccin eran muy inferiores a los de los productos de los pases desarrollados,

    lo que contribuy al crecimiento de sus

    stocks

    y a la cada de sus ventas.

    La segunda manifestacin fae la crisis financiera. El continuo recurso al crdito,

    en lugar de favorecer la realizacin de una oferta en permanente expansin, dio lu-

    gar a una excesiva monetizacin y al endeudamiento generalizado; a su vez, el des-

    mantelamiento del sistema monetario internacional, basado en la fortaleza del dlar,

    favoreci la multiplicacin desordenada de los activos financieros rentables y la in-

    seguridad cambiara. Todo eso origin un desarrollo de la actividad financiera sin

    proporcin con la actividad productiva, que llevaba necesariamente consigo la ines-

    dad, ni las mismas consecuencias poltico-econmicas en los diversos pases afectados. [Vid.,por ejem-

    plo, M.SALVATI:May 1968 and the H ot Autumn of 1969: the responses of two ruling classes en S. D.

    BERGER (ed.):Organizing Interest in Western Europe. Pluralism, corporatism and the transformation of

    politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1986, pgs. 329-363].

    (11) Cfr. J. TORRES LPEZ:La estrategia del bienestar en el nuevo rgimen de competencia mun-

    dial,

    en

    El Socialismo del Futuro,

    nm s. 9/10, monogrfico sobre

    El Futuro del Estado de Bienestar,

    di-

    ciembre de 1994, pgs. 207-219. Vid.,asimismo, J. TORRES LPEZ: Desigualdad y crisis econmica. El

    reparto de la tarta.Sistema, M adrid, 1 995. Se trata de dos excelentes trabajos de sntesis de procesos his-

    tricos complejos, de cuyos planteamientos econmicos generales me hago eco, a veces literalmente, en

    las pginas siguientes. Lo que no significa, por sup uesto, que deban atribuirse a su autor mis propios erro-

    res o insuficiencias en el anlisis de la crisis del mod elo de bienestar y su repercusin e n la representacin

    de intereses organizados y en la viabilidad del modelo social europeo.

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    RAFAEL

    CAPARROS

    tab i l idad monetar ia y un desar ro l lo exacerbado de la c irculacin f inanciera , que no

    har s ino aumentar en las dos dcadas poster iores hasta n iveles previamente incon-

    ceb ib les . H as ta ta l pun to que , com o ha sea lado Dav id H e ld ,

    La expansin de los flujos financieros globales por todo el mundo en los ltimos

    diez o quince aos ha sido asombrosa. El crecimiento del volumen de los mercados fi-

    nancieros internacionales alcanza ya el billn de dlares diarios. El volume n del m ovi-

    miento diario de bonos, obligaciones, y otros valores es asimismo algo sin preceden-

    tes. (...) La proporcin del volumen de negocios de los mercados financieros interna-

    cionales con respecto al del comercio real se ha incrementado de una relacin de once

    dlares a uno a cincuenta y cinco dlares a uno en los ltimos trece o catorce aos;

    esto es, que por cada cincuenta y cinco dlares invertidos en los m ercados financieros

    internacionales, se invierte un dlar en el comercio real (...)(12).

    Anthony Giddens, por su par te , af i rma al respecto que

    Del billn de dlares USA en divisas que se intercambia a diario, slo el 5 por

    100 deriva del comercio y otras transacciones econmicas sustantivas. El otro 95 por

    100 est compuesto por especulaciones y arbitrajes, al buscar los negociantes que m a-

    nejan sumas enormes beneficios rpidos en fluctuaciones de tipos de cambio y dife-

    renciales de tipos de inters. Estas actividades distorsionan las seales que dan los

    mercados para las operaciones a largo plazo y el comercio (13).

    No obstante , la magnitud de la especulacin f inanciera ha seguido aumentando

    exponen c ia lmen te en es tos l t imos c inco aos . H as ta e l pun to de que , segn r ec ien -

    tes man i fes tac iones de l P res iden te de l Banco Mund ia l , James Wolfensohn ,

    existen en este momento 26 billones de dlares (3.900 billones de pesetas) de

    capital especulativo rodando por el mundo en busca de rentabilidad (14).

    Es evidente , pues , que a lo largo de las dcadas de los ochenta y noventa hemos

    venido as is t iendo a un fenmeno h is tr icamente indi to de ominosas consecuencias

    pol t ico-sociales y econm icas: la absolu ta preem inencia de la econom a f inanciera

    sobre la econo ma real . Y, de la m ano de d icha preemine ncia , a l nacimiento de lo qu e

    Toura ine ha l lam ado la ideologa de la g lobal izacin, segn la cual d icha g lobal iza-

    cin es considerada como una fuerza natural , las sociedades se reducen a sus econo-

    m a s ,

    las eco nom as a los m erca dos y los m erca dos a los f lujos f inancieros (15).

    (12) D.

    HELD:

    Democracy and Globalization,

    MPIfG Working Paper,

    97/5, 1997: pgs. 4-5;

    [http://www.mpi.-fg-koeln.mpg.de/publikation/working_papers/mp97-5_e/index.hrml]

    (13) A.

    GIDDENS:La tercera va. La renovacinde la socialdemocracia

    (Trad. cast. de Pedro Ci-

    fuentes H uertas), Taurus, Madrid, 1999, pg. 174.

    (14) C.

    GARCA-ABADILLO:

    La ratonera de la especulacin,

    El Mundo-Economa,

    4 de octubre de

    1998,

    pg. 46.

    (15) H oy estamos dominados escribe Touraine por una ideologa neoliberal cuyo principio

    central es afirmar que la liberacin de la economa y la supresin de las formas caducas y degradadas de

    intervencin estatal son suficientes para garantizar nuestro desarrollo (...) E sta ideologa ha inventado un

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    LA

    CRISISDEL MODELODECRECIMIENTODE LA POSTGUERRA

    Y de ah tambin que en esta dcada finisecular la economa mundial haya aca-

    bado por convertirse, como ha destacado el premio Nobel de Economa, Maurice

    Aliis, en un gran casino, en donde los recursos financieros se mueven exclusiva-

    mente por la lgica de la especulacin y el beneficio, en lugar de hacerlo, como era

    habitual, por la de la creacin de riqueza (16).

    Por ltimo, se produjo una no menos importante crisis social. Se trata de la lla-

    mada cultura del ms, caracterstica de aquellos aos. Recurdese lo sealado al

    respecto por Sevilla Segura:

    Parece claro que,nisiquieraamedio plazo,esposib le alterarloselementos claves

    que conforman lo quehemos denominado,enexpresin rousseauniana,elcompromiso

    social. Dicho compromiso,en lamayor p artealmenos,de lassociedades actuales,con-

    sisteenofrecera lageneralidadde losciudadanosporpartedelcolectivo dirigenteau-

    mentos continuados

    en el

    nivel

    de

    vida

    a

    cambio

    de lo

    cual

    los

    ciudadanos

    son

    felices

    ynocuestionan,nimucho m enos ponenenpeligro,elorden social,esdecir,lasposicio-

    nes relativas de cada grupoy las instituciones correspondientes.Enotras palabras,a

    cambiodecrecimientosen elniveldevida,lagran m asade lapoblacin renunciade he-

    choaoperarenpoltica.Seconvierteen esa mayora silenciosa. Esta circunstanciase

    producenosloenregmenesms omenos au toritarios, sino igualmenteen losregme-

    nes democrticos.Elincump limientode esecompromiso,talcomo sucedeenetapasde

    depresin econmica, abre situaciones decrisis social ypoltica quepueden originar

    desde cadasde losgobiernos h asta cambiosms omenos profundosen elcolectivodi-

    rigente. Por consiguiente,entantoque elcontenidodelcomprom iso socialnovare,la

    nica forma

    de

    salir

    de la

    crisis consistir

    en

    restaurar

    una

    senda

    de

    crecimiento estable.

    Cuestin distinta, desde luego, aunquedeenorme importancia, sera decidiren qu me-

    didalaizquierda poltica debera sustituirlaformaeinclusoelfondodedicho com pro-

    miso social,enlugardeofrecer, como normalmente sucedeenEuropa, ms ymejor

    delomismo, cuando resulta bastante evidenteel carcter explosivoy noextrapolable

    del modelo quegenera el compromiso social vigente(17).

    Esa cultura del ms era, en parte, el resultado del consenso fordista subyacente

    al Estado de Bienestar de la postguerra como permanente sumistrador de bienes p-

    blicos. Lo que, junto a fenmenos tales como la explosin de la publicidad, con su

    constante incitacin al consumo y la expansin del crdito, provocaron un autntico

    concepto:el de laglobalizacin.Setratade unaconstruccin ideolgicay no de ladescripcinde unnue-

    vo entorno econmico.

    (Cfr. A.TOURAINE:La

    globalizacin como ideologa,

    ElPas,29 de

    septiem-

    br e de 1996.)

    Sobre la compleja problemtica poltico-econmica de la globalizacin, vid. P. HIRST, y G.

    THOMPSON: GlobalizationinQuestion,

    Polity Press, Cambridge,

    1996; H.-P.MARTIN,y H.SCHUMANN:

    La trampade laglobalizacin.Elataque contralademocraciay elbienestar, Taurus, Madrid, 1998 y,

    especialmente,

    la

    excelente obra

    de U.

    BECK: Qu

    es la

    globalizacin? Falacias

    del

    globalismo,

    res-

    puestas a la globalizacin, Paids, Barcelona,1998.

    (16) Cit. por J.TORRES LPEZ:ElEuro.Lo que no nosquieren contar,DesdeelSur. Cuadernos

    de Economa

    y

    Sociedad,

    nm. 2,

    Mlaga, marzo,

    1999, pg. 27.

    (17)

    J. V. SEVILLA SEGURA: Economa poltica de la crisis espaola,

    Crtica, Barcelona,

    1985,

    pgs. 159-160n.

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    CAPARROS

    desbordamiento social y productivo. Pues, como tantas veces se ha sealado, en una

    sociedad escindida en clases sociales, el pleno empleo y la abundancia son los peores

    enemigos de la estabilidad social y de la paz laboral. En efecto, esa situacin de pleno

    empleo, junto con la proliferacin de los planteamientos po lticos fuertemente crticos

    hacia el sistema capitalista y el correlativo auge de las ideologas revolucionarias, aca-

    baran dando alas a los asalariados, de manera que como acertadamente haba pre-

    visto Kalecki no slo se reivindicaban ms salarios, sino que incluso se llegaba a

    poner en entredicho el propio orden jerrquico dentro de la empresa:

    En realidad escriba el economista polaco en

    1943,

    bajo un rgimen de ple-

    no empleo permanente, el despido dejara de jugar su papel como medida discipli-

    naria. La posicin social del jefe se vera paulatinamente socavada y la clase trabaja-

    dora tendra mayor confianza en s misma y mayor conciencia de clase. Las huelgas en

    demanda de aumentos salariales y por un mejoramiento de las condiciones laborales

    crearan tensiones polticas... Pero la disciplina de las fbricas y la estabilidad pol-

    tica son ms apreciadas por los dirigentes de las fbricas que las ganancias. Su instin-

    to de clase les dice que el pleno empleo duradero es errneo desde su punto de vista y

    que el desempleo constituye una parte integral del sistema capitalista normal (18).

    As, se multiplicaban las demanda s sa lariales, se perda la disciplina en las fbri-

    cas y se generaba el descontento de unos trabajadores casi exclusivamente interesa-

    dos en consum ir ms bienes, m s ocio y esas crecientes medidas de proteccin esta-

    tal,

    que se les ofrecan a cambio del consenso. Ahora bien, esa relajacin laboral

    con muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando hay pleno em-

    pleo y la prdida de la mesura reivindicativa cuando la indiciacin de los sala-

    rios no respetaba la evolucin de la productividad, deterioraban el equipo produc-

    tivo y reducan drsticamente la productividad hasta el punto de amenazar seriamen-

    te la existencia misma de los beneficios empresariales.

    Todo ello iba acompaado de un creciente desequilibrio macroeconmico. Pues

    bajo el peso de una progresiva burocratizacin, el sector pblico de las economas

    occidentales se haba ido convirtiendo en una especie de saco sin fondo, adonde

    iban a parar las explotaciones y actuaciones no rentables para el sector privado, la

    proteccin social permanentemente reivindicada por la poblacin, y todo un ejrcito

    de funcionarios, que hacan aumentar sin medida los desembolsos necesarios para el

    gasto corriente de las Administraciones Pblicas.

    No obstante, una vez que la crisis se hizo evidente, los gobiernos no slo man-

    tendran el ritmo del gasto social, que al fin y al cabo era el soporte principal de su

    legitimacin poltica, sino que, al producirse en las dcadas posteriores el desem-

    pleo masivo y crnico, y aumentar la entrada al mercado de trabajo de las mujeres y

    de unas nuevas cohortes generacionales de poblacin activa, comparativamente m u-

    cho ms nutridas por el llamado

    baby boom

    demogrfico de los aos sesenta, y

    reducirse, al mismo tiempo, la recaudacin impositiva, incurriran en dficit pbli-

    (18) M. KALECKI: Sobre el capitalismo contemporneo, Crtica, Barcelona, 1979, pgs. 28-29.

    104

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    9/50

    LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    eos cada vez m s elevad os, lo que hara muc ho ms difcil la aplicacin de las tradi-

    cionales recetas keynesianas de poltica econmica, que haban permitido gobernar

    de manera estable y satisfactoria las democracias liberales europeas durante los aos

    de la expansin, precisamente cuando los crecientes niveles de desempleo hacan

    ms necesaria que nunca la intervencin estatal.

    Desde la perspectiva econm ica neoliberal, los elementos fundamentales desen-

    cadenantes de la crisis del modelo de crecimiento de la postguerra no eran muy dife-

    rentes, aunque, como seguidamente veremos, s lo fuera el alcance causal atribuido

    a sus diversos elementos.

    Segn el profesor R ojo, un muy cualificado representante de la nueva o rtodoxia

    econmica, las perturbaciones que afectan a todas las economas europeas, en ma-

    yor o menor medida, dependiendo de sus respectivas posiciones relativas, tienen su

    origen en tres tipos de causas bsicas:

    1. El fuerte aumento de los precios del petrleo en 1973-74 y en 1979-80, as

    como el de otros alimentos y materias primas (...) En cada una de estas ocasiones, tales

    perturbaciones generaron efectos inflacionistas y depresivos en las economas europeas

    y afectaron negativamente a sus cuentas exteriores. Al mismo tiempo, introdujeron un

    cambio sustancial en el marco condicionante del funcionamiento de esas econom as: su

    relacin real de intercambio con el resto del mundo haba mejorado en ms de un 20

    por 100 durante el perodo 1950-70, contribuyendo a la expansin de la economa euro-

    pea de postguerra; pero, en 1981 , esa relacin real de intercambio se encontraba ya un

    30 por 100 por debajo de su nivel en 1973, con la consiguiente prdida de renta dispo-

    nible europea en favor del resto del mundo, y, concretamente, de los pases productores

    de petrleo. Esa prdida de renta disponible, segn

    la ortodoxia econm ica dom inante,

    1) requera descensos en los costes reales del trabajo para mantener los niveles de em-

    pleo; 2) implicaba reducciones de los tipos de beneficio, que incidan negativamente

    sobre la demanda de bienes de inversin; e iba unida a 3) variaciones considerables en

    la estructura de costes y precios relativos que afectaban a la composicin de la demanda

    agregada, as como a las tcnicas preferibles de produccin y que, por tanto, 4) acelera-

    ban la obsolescencia de piezas importantes del capital productivo instalado.

    2. U n segundo tipo de perturbaciones se produjo por la modificacin del esque-

    ma de ventajas comparativas internacionales en favor de un grupo de pases, los

    NICs,

    de nueva industrializacin principalmente, los llamados dragones del Pac-

    fico, Corea del Sur, Taiwan, H ong-Kong, Singapur, Malasia y otros de Extremo

    Oriente, Indonesia, Filipinas, etc., pero tambin otros como India, China, Brasil o M-

    xico.

    La competencia econmica con los productos comerciales e industriales de estos

    pases empez a ser irresistible para Europa en sectores como el textil, la confeccin y

    el calzado, la electrnica de consumo, la siderurgia y la construccin naval, es decir,

    en aquellos sectores don de tradicionalmente la industria europea haba desempeado

    papeles de liderazgo clave y donde por tanto el empleo industrial era muy elevado.

    3. Por ltimo , el ajuste europeo a estos problemas se habra visto condiciona-

    do por un tercer tipo de perturbaciones: las procedentes de la poltica monetaria nor-

    teamericana. La inflacin mundial de 1972-73, las fluctuaciones del dlar desde

    105

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    RAFAELCAPARROS

    1973 y el alto nivel de los tipos de inters en los mercad os financieros internaciona-

    les desde 1979 tienen ese origen estadounidense y habra ocasionado considerables

    perturbaciones a las economas europeas.

    Pero las economas europeas se han resistido a adaptarse rpidamente a las nue-

    vas circunstancias econmicas internacionales. Despus de la II Guerra Mundial, y

    al hilo tanto del crecimiento econmico prolongado de las dcadas de los cincuenta

    y sesenta, como del llamado consenso social-democrtico, la may or parte de los pa-

    ses europeos construyen el

    W elfare State,

    con sus sistemas de bienestar social y de

    concertacin de intereses, que, segn la incipiente ortodoxia econmica que co-

    mienzan a establecer tanto el FM I, como el Banco M undial, implican rigideces ex-

    cesivas en los imprescindibles procesos de adaptacin de las economas europeas a

    las nuevas realidades de la economa y el comercio internacionales.

    La inmediata adaptacin, no obstante, implicaba importantes costes sociales y

    polticos para los pases europeos, por lo que la mayora de ellos intentarn eludir

    los ajustes en los aos setenta, pretendiendo diluir en el tiempo los efectos de las

    perturbaciones recibidas. As llegan a finales de los setenta con altas tasas de infla-

    cin, frecuentes desequilibrios de sus cuentas exteriores, dficit pblicos crecientes

    y tasas de paro en aume nto. Slo aquellos pases que haban seg uido polticas antiin-

    flacionistas ms rigurosas presentaban a finales de la dcada mejores resultados

    comparativos en crecimiento y empleo.

    Ante tal situacin, agravada en 1979-80 por el segundo encarecimiento sbito

    de los precios de los productos petrolferos y la adopcin de una poltica antiinfla-

    cionista por parte de la econom a norteamericana, Alem ania inicia lo que inm ediata-

    mente se convertir ennueva poltica econm ica europea.Dicha poltica se propone

    una reduccin de la tasa de inflacin y de los tipos de inters, a travs de polticas

    mo netarias restrictivas y d e polticas fiscales tendentes a contener y redu cir los dfi-

    cit pblico s. Con objeto de recuperar la rentabilidad d e las empresas y crear em pleo,

    se propone la moderacin salarial y, en todo caso, se renuncia a polticas neokeyne-

    sianas de expansin de la demanda.

    Duran te la prime ra mitad de la dcada de los ochenta, tales polticas obtienen en

    Europa resultados positivos, estimulados, adems, por la reactivacin econmica

    norteam ericana de 1983-84, y, luego, por la propia d eman da europea (19).

    Ahora bien, la interpretacin liberal-conservadora de la crisis econmica parece

    incurrir en la falacia lgica post hoc, ergo propter hoc, al calificarla como crisis

    energtica, considerando que estuvo principalmente causada por las sbitas e in-

    tensas alzas de los precios del petrleo. Pues, aun cuando sea innegable el impacto

    econmico inmediato de la subida de los precios del petrleo sobre las economas

    europeas, cabe plantear por qu no se regresa a la situacin anterior de indiscutida

    viabilidad del modelo de crecimiento de la postguerra, a partir de los importantes

    (19) Tal es, a grandes rasgos, la dinmica de la crisis econm ica, segn el profesor Rojo [Cfr. L. A.

    ROJO:

    La crisis de la economa espaola, en J.

    NADAL,

    A.

    CARRERAS,

    y C.

    SUDRI

    (comp.):

    La econo-

    ma espa ola del siglo XX. U na perspectiva histrica, Ariel, Barcelona, 1987].

    106

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    11/50

    LA CRISIS DEL MO DELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    descensos de tales precios de la segunda mitad de la dcada de los ochenta... Sin

    duda, deben de haber sido otros los factores realmente determinantes del curso pos-

    terior de los acontecimientos. Es decir, que ms all de su condicin de causa conc o-

    mitante del desenc adenam iento de la crisis econm ica, el peso relativo de la crisis

    energtica en la definitiva formulacin del diagnstico de dicha crisis, ha debido

    de ser menor que el de las restantes concausas. Sobre todo, porque, como ha seala-

    do a ese respecto Juan Torres,

    los estudios empricos ponen de manifiesto que la incidencia de la crisis del pe-

    trleo fue bastante reducida sobre las grandes magnitudes econmicas. Nordhaus

    concluy que slo pueden explicar un 6 por 100 de la disminucin de la tasa media de

    crecimiento del PNB, un 11 por 100 del aumento de la tasa de inflacin, un 10 por 100

    del aumento de la tasa de desempleo y un 6 por 100 de la reduccin de la tasa de creci-

    miento de la productividad (20).

    Seguidamente, veremos qu papel concreto asignan las diferentes interpretacio-

    nes de la crisis a sus diversos elementos integrantes, y en qu medida ello influye

    tanto en el diagnstico, como en el tratamiento propuesto para su superacin.

    I I . LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS

    What do we perceive besides our own ideas and perceptions?

    G. B erkeley,

    Principies of Hum an K nowledge, 4.

    En ese nuevo contexto de la crisis del modelo de crecimiento de la postguerra,

    las polticas reformistas socialdemcratas no slo dejaban de ser apropiadas, sino

    que en s mismas constituan u n serio obstculo para la efectiva recuperacin de los

    beneficios empresariales. Uno de los primeros autores en ponerlo de manifiesto ha-

    bra de ser un economista neomarxista norteamericano, James O'Connor, en su jus-

    tamente clebre obra

    La crisis fiscal del Estado,

    publicada en 1972 aunque ya en

    1970,

    en un artculo de idntico ttulo publicado en la revista Socialist Revolution

    (nm. 1, enero-febrero de 1970, pg s. 12-54), haba enunciado lo fundamental de

    su tesis, segn la cual el Estado capitalista moderno estaba dedicado a dos funcio-

    nes esenciales y con frecuencia contradictorias: primero, el Estado debe asegurarse

    de que tenga lugar una inversin neta continua, una formacin de capital o un proce-

    so de acumulacin de capital por parte de los capitalistas. sta es la funcin acu-

    mulativa del Estado; junto a ella, y simultneamente, el Estado debe preocuparse

    por mantener su propia legitimidad poltica, proporcionando a la poblacin los ade-

    cuados niveles de consumo, salud y educacin. sta sera la funcin de legitima-

    cin del Estado.

    Nuestra primera premisa escribe O'Connor es que el Estado capitalista debe

    tratar de cumplir dos funciones bsicas, a menudo contradictorias:

    acumulaciny legi-

    timacin. Esto significa que el Estado debe tratar de mantener o crear las condiciones

    (20) J. TORRES LP EZ :

    Op. cit.,

    pgs. 37 .

    107

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    RAFAEL

    CAPARROS

    en las que sea posible la acumulacin provechosa de capital. Pero el Estado tambin

    debe tratar de mantener o crear las condiciones de la armona social. Un E stado capita-

    lista que use abiertamente sus fuerzas coercitivas para ayudar a una clase a acumular

    capital a expensas de otras clases, pierde su legitimidad y por ende socava las bases de

    la lealtad y el apoyo hacia l. Pero un Estado que ignore la necesidad de ayudar al pro-

    ceso de acumulacin de capital, corre el riesgo de secar las fuentes de su propio poder,

    la capacidad de produccin de plusvala de la economa y los impuestos derivados de

    esta plusvala (y otras formas de capital) (21).

    Pero por qu esas funciones son contradictorias entre s? Aunque O'Connor no lo

    dice claramente, s suministra numerosos ejemplos de tendencias deficitarias del presu-

    puesto, la inflacin y e l rechazo social a las subidas de los impuestos ocasionadas po r la

    expansin de lo que denominaba elWarfare-WelfareState,por lo que, en definitiva,

    la acumulacin de capital social y gastos sociales [para la salud, la educacin y el

    bienestar] es un proceso irracional desde el punto de v ista de la coherencia administrati-

    va, la estabilidad fiscal y la acumulacin de capital potencialmente provec hosa (22).

    Ahora b ien , esa tes is sobre la causal idad de la cr is is ser a inmediatamente reela-

    borada a su propia conveniencia por e l pensamiento conservador , in iciando con tan

    peculiar reelaboracin una autnt ica ofensiva contra e l modelo social europeo, qu e

    tendr consecuenc ias de la rgo a lcance . Alber t H i r schman ha des tacado e l ca rc te r

    ambiguo, manipulator io e incluso contradictor io , de la recepcin de la tes is de

    O 'Connor po r par te de l pensamien to conservador ,

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    LA CR ISIS DEL MODELO DE CREC IMIENTO DE LA POSTGUERRA

    Unidos,

    la

    debilidad tanto de los gobiernos conservadores como laboristas en G ran Bre-

    taa,labrusca escalada del terrorism o enlaAlemania Occidentalylas incertidumbres

    delaFrancia postgaullista. Sin em bargo, mu chos analistas polticos tendieronahablar

    de una general crisis de gobernabilidad (o ingobernabilidad) de las dem ocracias como

    si fuera u na afliccin uniforme. H ubo tambin mucha palabrera acerca dela sobrecar-

    ga gubernamental , trmino que insinuaba el comienzo de un diagnstico de la crisis se-

    alando

    con el

    dedo acusador

    a

    diversas actividades

    no

    mencionadas

    del

    Estado.

    Estas preocupaciones estaban tan difundidas que fueron escogidas como campo

    de estudio porla Comisin Trilateral, grupodeciudadanos prominentesdeEuropa

    Occidental, JapnyEstados Unidos que se haba constituidoen1973 para considerar

    problemas comunes. En 1975 fue esbozado un informe delaCom isin por tres promi-

    nentes cientficos socialesyse public en 1975 con el llamativo ttulo deT he Crisis of

    Democracy (23).Elcaptulo referidoalos Estados U nidos, escrito por Samuel H un-

    tington, se convirti en una declaracin ampliamente ledaymuy influyente. M anifes-

    taba un nuevo argumento tendentearesponsabilizara lareciente ex pansin del g asto

    en bienestar social delallamada crisis de gobernab ilidad delademo cracia estadouni-

    dense.ElrazonamientodeH untingtonesbastante franco, aunquenodesprovistode

    ornamento retrico. Una primera seccin acercadelos acontecimientosde ladcada

    de los sesenta parece celebrar inicialmentela vitalidad delademocracia estadouni-

    dense expresada en

    el

    renovado compromiso con

    la

    idea de igualdad para las mino-

    ras, las mu jeresylos pobres. Pero p rontoellado oscuro de este im pulso en apariencia

    excelente,elcostodeese brote democrtico ,sedesnuda en una frase lapidaria:

    La

    vitalidad de la democracia en los Estados Unidos en la dcada de los sesenta prod ujo

    un aumen to considerable de actividad gubername ntal

    y

    una disminucin considerable

    de la autoridad gubernamental(pg. 64; cursiva eneloriginal). La d isminucin dela

    autoridad est

    a su vez en el

    fondo

    de la

    crisis

    de

    gobernabilidad .

    Cul era pues

    la

    naturaleza del aumento

    de

    actividad gubernamental,

    o

    sobrecar-

    ga , que estaba tan ntimamente ligadaaese sombro resultado? Enlasegunda mitad de

    su ensayo H untington contestaaesta pregunta sealandoelaumento absolutoyrelativo

    de varios gastos paralasalud,laeducacinyel bienestar social enladcada de los sesen-

    ta. Llamaaesta expansin el giro al bienestar

    (WelfareShift),

    en contraste con el giroa

    la defensa (Defense Shift)mucho ms limitado que siguia laguerra de Corea enlad-

    cada de los cincuenta. Aqu menciona destacadamente

    a

    O'Connor

    y

    su tesis neomarxista,

    que ve tambin en la expansin del gasto en bienestar una fuente de crisis ,ycritica slo

    a O 'Connor por habe r interpretado errneamente la crisis como del capitalismo es decir,

    como econmica, enlugar de esencialmente polticapor sunaturaleza.

    El resto del ensayosededicaauna vivida descripcin delaerosinde laautori-

    dad gubernamental durante los ltimos aos sesenta

    y

    los primeros setenta. Extraa-

    ^ S ) Su ttulo completo eraThe Crisis of Democracy: Report on the governability

    of

    D emocracies

    to the Trilateral Comission,

    deMICHELJ.

    CROZIER,

    SAMUELP.HUNTINGTONyJOJ WATANUKI,New York

    University Press, New Y ork, 1975. Bsicamen te, estos autores detectan

    y

    denuncian que la perversin de

    la democracia es elresultado de un malentendido acerca de suverdadera naturaleza poltica:

    La idea democrtica segnlacualelgobierno es responsable anteelpueblo, crelaexpectativa de

    que el gobierno estaba obligadoaresponderalas necesidadesy acorregir los males que afectanagrupos

    especficos en la sociedad (pg.16).

    109

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

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    RAFAEL

    CAPARROS

    me nte, en sus conclusiones H untington no retorna al Estado benefactor que ha ba

    identificado anteriormente como el culpable original de la crisis de la demo cracia , y

    aboga simplem ente por una mayor moderacin y meno s credo apasionado en la ciu-

    dadana como remedios a los males de la democracia.

    No obstante, todo lector atento

    al ensayo en su conjunto saca d e esa lectura la sensacin d e que, en buena lgica, hay

    que hacer algo con el giro al bienestar si es que la democracia estadounidense debe

    recuperar su fuerza y su autoridad(24).

    Frente a ese diagnstico de H untington, segn el cual los problemas de goberna-

    bilidad se derivan de un exceso de democracia, que es preciso corregir y, en con-

    secuencia, la moderacin en la democracia viene a ser la nica va para resolver

    los problemas de las sociedades occidentales actuales (25), la tesis de Claus Offe al

    respecto parte de la siguiente consideracin:

    No hace falta hacer un gran esfuerzo de interpretacin para descifrar la crisis de

    gobernabilidad detectada como la manifestacin polticamente distorsionada del con-

    flicto de clase entre trabajo asalariado y capital, o para ser ms precisos: entre la exi-

    gencias polticas de reproduccin de la clase obrera y las estrategias privadas de repro-

    duccin del capital (26).

    De ah que para Offe, ms all de las mixtificaciones ideolgicas conservadoras

    al respecto, el verdadero asunto consista en lo siguiente:

    Desde mediados de los setenta, toda una serie de analistas en su mayor parte

    conservadores han calificado este ciclo como extremadamente viciado y peligroso,

    que tiene que producir, a su juicio, una erosin acumulativa de la autoridad poltica e

    incluso de la capacidad de gobernar (H untington, 1975),a no ser que setomenmedi-

    das eficaces que liberen la economa de una intervencin poltica excesivamente deta-

    llada y ambiciosa,y que hagan inmunes a las lites polticas de las presiones, inquie-

    tudes y accione s de los ciudadanos. Con otras palabras,la solucin propuesta consiste

    en una redefinicin restrictiva de lo que puede y debe ser considerado "poltico", con

    la correspondiente eliminacin del temario de los gobiernos de todas las cuestiones,

    prcticas, exigencias y responsabilidades definidas como exteriore s a la esfera de la

    verdadera poltica. ste es el proyecto neoconservador de aislamiento de lo poltico

    frente a lo no-poltico. (...) El proyecto neoconservador trata de restaurar los funda-

    mentos no-polticos, no-contingentes e incontestables de la sociedad civil (como la

    propiedad, el mercado, la tica del trabajo, la familia, la verdad cientfica) con el obje-

    tivo de salvaguardar una esfera de la autoridad estatal m s restringida y por consi-

    guiente ms slida e instituciones polticas menos sobrecargadas (27).

    (24) A. O.

    HIRSCHMAN: The Rhetoric of Reaction. Perversity, Futility, Jeopardy,

    H arvard Univer-

    sity Press, 1991, pgs. 131-139 (Trad. cast. en A. O.

    HIRSCHMAN

    A. O.:

    Retricas de la intransigencia,

    FCE, Mxico, 1994) (El nfasis del prrafo final es mo, R.C.).

    (25) S. P.

    HUNTINGTON,

    en M.

    CROZIER

    (ed.):

    Op. cit,

    1975, pg. 113.

    (26) C.

    OFFE:

    Ingobernabilidad . Sobre el renacimiento de teoras conservadoras de la crisis, en

    C.

    OFFE:

    Partidos polticos y nuevos movimientos sociales,

    Sistema, Madrid, 1988, pg. 42.

    (27) C.

    OFFE: LOS

    nuevos movimientos sociales cuestionan los lmites de la poltica institucional,

    Ibidem,

    pgs. 164-167 (Cursiva ma, R. C). Para una visin general de los diversos enfoques marxistas

    110

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    LA CRISIS DEL MODEL O DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERR A

    En una l nea s imi lar , Alber to Ol ie t ha destacado tambin e l aspecto ms impor-

    tante de la uni la tera l idad del planteamiento neoconservador ,

    (El neoconservadurismo) no puede obviamente traslucir una falta de fe en el sistema

    democrtico. Pero en la crtica al Estado benefactor, en su versin de la crisis del mismo,

    se dejan sentir los ecos de las viejas propuestas conservadoras. La ingobernab ilidad de-

    riva de la sobrecarga de expectativas que, impulsadas por los acuerdos institucionales de

    la democracia de masas, no puede asumir la administracin estatal.No se plantea el pro-

    blema deforma inversa, es decir, buscando su ca usa en las propias condiciones de acu-

    mulacin del capital que no ven renovadas sus pautas de legitimacin(28).

    Pese a ello, la mayora de las interpretaciones liberales y/o conservadoras de la cri-

    sis acabaran por hacerse eco de esa reformulacin ms

    poltica

    que propiamente

    eco-

    nmica,

    de la causalidad de la crisis, establecida por el mencionado planteamiento de

    H untington. As, por ejemplo, para el politgo conservador britnico Samuel Brittan, la

    causa de la famosa sobrecarga

    (overload)

    del Estado de B ienestar, o rigen de la crisis

    econmica de los setenta, era asimismo fundamentalmente poltica: obedeca a las ex-

    cesivas expectativas generadas por la propia dem ocracia (29). Por lo dems, los anli-

    sis conservadores de la crisis econmica subrayaban, en general, su carcter espiritual:

    la crisis contempornea es ms que ninguna otra cosa una crisis espiritual. El

    problema es que nuestros valores estn llenos de vacos, nuestra moral y nuestra edu-

    cacin corrompidas (30).

    O bien relacionaban la crisis econmica con la contradiccin cultural clave

    apuntada por Daniel Bell entre la santificacin protestante del trabajo, con su ti-

    ca del sacrificio y del diferimiento de la gratificacin, de una parte, y el hedonismo

    modernista promovido por la comercializacin capitalista, que estatuye y universali-

    za los valores de la gratificacin instantnea, el lujo, el confort y el libertinaje, de

    otra. Lo que, en definitiva, socava los cimientos morales de la sociedad (31), si

    bien, desde la perspectiva estrictamente econmica, Bell, al igual que otros socilo-

    gos y politlogos conservadores, acababa por conceder verosimilitud a la tesis neo-

    marxista de O'Connor (32).

    y/o neomarxistas de la crisis econmica,

    vid.

    G.

    ARRIGHI:et al, Dinamiche della Crisi Mond iale,

    Editori

    Reuniti, Roma, 1988; J.O'CONNOR: Accumulation Crisis,Basil Blackwell, 1984 y J.O'CONNOR:El signi-

    ficado de la crisis. Una introduccin terica,Editorial Revolucin, Madrid, 1989; J. HABERMAS:Legiti-

    mation Crisis,Beacon Press, 1975 y C. OFFE:The theory of the capitalist state and the problem of the

    policy fomalism, en L. N. LINDBERO et al. (eds.): Stress and Contradiction in modern capitalism, Le -

    xington, 1975.

    (28) A.

    OLIET PALA:

    Neoconservadurismo, en F.

    VALLESPIN

    (ed.):

    Historia de la Teo ra Poltica,

    vol. 5, Alianza, Madrid, 1993. pgs. 483-484 (Cursiva ma, R. C) .

    (29) Cfr. S. BRITTAN: The Economic Contradictions of Democracy,British Journal ofPolitical

    Science, 5, 1975, pg. 14.

    (30) P. STEINFELS: The neoconservatives, Simn & Schuster, New York, 1979, pg. 55.

    (31) Cfr. D.

    BELL:

    Las contradicciones culturales del capitalismo

    (Trad. cast. de

    NSTOR

    A.

    MGUEZ), Alianza, Madrid, 1982, pgs. 88-89.

    (32) D.

    BELL:

    Ibidem, pg. 219.

    111

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    16/50

    RAFAELCAPARROS

    Por su parte, las variantes neoclsicas de las explicaciones estructural istas de la

    crisis,

    en genera l , la atribuan, en la lnea de H untin gto n, a la sobrecarga genera l de

    la economa capital ista por los gravmenes financieros y regulat ivos del

    Welfare

    State (33) .

    Tan favorable a cogida doct r ina l a la reformulacin pol t ica de H unt ing ton de la

    causal idad de la cr i s i s probablemente se re lac ionaba con e l hecho de que incorpora-

    ba en s misma la a l te rnat iva a la c r i s i s ms coherente con la na tura leza misma del

    sis tema l ibera l -democr t ico capi ta l i s ta . Pues, como oportunamente mat izaba a l res-

    pecto Rafael de l gui la ,

    el demcrata sabe que la descripcin de nuestras sociedades como sociedades

    democrticas con controles liberales descripcin, por lo dem s, muy usual en nue s-

    tra jerga politolgica es incorrecta. Ms bien vivimos en sociedades profundamente

    liberales a las que se interponen controles democrticos (34).

    Ahora bien, no es menos c ier to que , como ha sostenido Chanta l Mouffe , la de-

    fensa de la democracia l ibera l no t iene por qu confundirse necesar iamente con la

    defensa de l capi ta l i smo:

    Una objecin a la estrategia de democratizacin concebida como cumplimiento de

    los principios de la democracia liberal es que el capitalismo constituye un obstculo insu-

    perable para la realizacin de la democracia. Y es cierto que el liberalismo se ha identifi-

    cado generalmente con la defensa de la propiedad privada y la economa capitalista. Sin

    embargo, esta identificacin no es necesaria, como han alegado algunos liberales. Mas

    bien, es el resultado de una prctica articulatoria, y como tal puede por tanto romperse. El

    liberalismo poltico y el liberalismo econmico necesitan ser distinguidos y luego separa-

    dos el uno del otro. Defender y valorar la forma poltica de una especfica sociedad como

    democracia liberal no nos compromete en absoluto con el sistema econmico capitalista.

    ste es un punto que ha sido cada vez ms reconocido por liberales tales como John

    Rawls, cuya concepcin de la justicia efectivamente no hace de la propiedad privada de

    los medios de produccin un prerrequisito del liberalismo poltico (35).

    Esa reformulac in co nse rvadora de H unt ing ton , p roporc ionaba por s mi sm a ,

    adems, la l nea de menor resistencia pol t ica posible, lo que, a su vez, faci l i taba la

    viabi l idad prc t ica de las soluciones impl c i tamente propuestas . De este modo, una

    vez formulada la divisa esta tofbica neoconservadora , de inequvoco regusto pa leo-

    l iberal Menos Estado, ms mercado, y apoy ndo se en los xi tos e lec tora les de

    (33) Vid.,por ejemplo, L. N.LINDBECK: Overcoming the Obstacles to Successful Performance of

    the Western Economies,en Business Economics, 1980, 15: 81-84; R.BACON/W. ELTIS:Britain's Econo-

    mics Problem: Too Few Producers,

    Macmillan, London, 1978 y M.

    OLSON: The Rise and Decline ofNa-

    tions, New H aven, 1982.

    (34) R. DEL GUILA: El centauro transmoderno: Liberalismo y democracia en la democracia libe-

    ral,en F.

    VALLESPN

    (ed.):

    Historia de la Teora Poltica,

    vol. 6, Alianza, Madrid, 1995, pg. 634.

    (35) C. MOUFFE: Democratic Politics Today, en C.MOUFFE(ed.):Dimensions of Radical D emo-

    cracy,

    Verso, London, 1992, pgs. 2-4.

    Cabria matizar, no ob stante, que, puesto que la oposicin al sistema capitalista tout courtparece, hoy

    112

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    17/50

    LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    Reagan y Thatcher a lo largo de la dcada de los ochenta, la nueva ortodoxia econ-

    mica neoliberal entronizar al mercado como nico mecanismo vlido de asignacin

    social de recursos, y apoyndose en lasRolling back the State T heories cuyo pun-

    to de partida es la famosa afirmacin de Ronald Reagan, Government is not the so-

    lution to our problem ... Go vernm ent is the problem

    , encaminadas a la implanta-

    cin del

    Minimal State,

    instrumentar unas reformas fiscales y monetarias que enri-

    quecern a los ricos y empobrecern an ms a los pobres (36), proscribir las

    polticas sociales, y acabar dec larando una guerra sin cuartel al

    modelo social euro-

    peo(37), y postulando, en consecuencia, el desmantelamiento del Estado de Bienes-

    tar, al que se considera com o el verdadero culpable de todos los males sociales (38).

    Pero, como ha sealado Ulrich Beck, ese fundamentalismo de mercado no es

    sino una forma de analfabetismo democrtico, y cabra aadir que histrico, pues

    la domesticacin del capitalismo liberal clsico mediante la poltica keynesiana y

    la constitucionalizacin de los derechos econmicos y sociales de la ciudadana,

    teorizada por primera vez en su formulacin contempornea por el socilogo brit-

    nico T.H . Marshall (39), no fue el fruto de un capricho, ms o menos intolerable en

    pocas de pretendida escasez, sino la respuesta ms racional a aquellas catstrofes

    sociales y polticas, provocad as en los aos treinta precisamente p or su inco ntrolado

    por hoy, po co realista, se tratara, ms bien, d e no aceptar acriticamente la identificacin entre el liberalis-

    mo poltico y el neoliberalismo econmico, postulada por ese neoconservadurismo que pretende implan-

    tar en toda Europa el

    capitalismo neoamericano

    frente al tradicional modelo europeo del

    capitalismo re-

    nano,

    por utilizar la terminologa acuada por Michel Albert (Cfr. M.

    ALBERT: Capitalismo contra capi-

    talismo,

    Paids, Barcelona, 1992).

    (36) Sobre la cada vez ms desgualitaria pauta de distribucin de las rentas salariales en USA a lo

    largo de las dos ltimas d cadas, y la progresiva implantacin de un m odelo de sociedad en la que el ga-

    nador se lo lleva todo,

    vid.

    la extraordinariamente reveladora obra de R. H .

    FRANK,

    y P. J.

    COOK: Th e

    Winner-Take-All Society. Why the Few at the Top Get So Much More Than the Rest ofUs,

    Penguin, New

    York, 1996.

    (37) Cfr. al

    respecto,

    M.

    ALBERT:

    Op. cit.

    (38) Com o afirma, por ejemplo, David Marsland,

    Recordaremos al Estado de bienestar con la misma sorna despreciativa con que ahora contemplamos

    la esclavitud como medio de organizar un trabajo eficaz, motivado. [El Estado de bienestar] inflige un

    dao enormemente destructivo a sus supuestos beneficiarios: los vulnerables, los marginados y los des-

    graciados... debilita el espritu emprendedor y valiente de los hombres y mujeres individuales, y coloca

    una carga de profundidad de resentimiento explosivo bajo los fundamentos de nuestra sociedad libre.

    (D. MARSLAND: Welfare or Welfare States?,

    Basingstoke, Macmillan, 1996, pg. 212) (Cit. por A.

    GIDDENS: La tercera va. La renovacin de la socialdemocracia, op. cit.,

    pg. 24).

    Un enfoque similar, aunque ms inteligentemente expresado, en A. DE

    JASAY:The State,

    Blackwell,

    Londo n, 1985 (H ay trad. cast. de

    RAFAEL CAPARROS

    en A.

    DE JASAY:El Estado. La lgica del poder poli-

    tico,

    Alianza, Madrid, 1993).

    (39) T. H .

    MARSHALL: Citizenship and Social Class,

    H einemann, London, 1950 (H ay trad. cast. de

    PEPA LINARES,

    en T. H .

    MARSHALL: Ciudadana y clase social,

    Alianza, Madrid, 1998). Sobre la validez

    de los planteamientos de

    MARSHALL

    en la actualidad,

    vid.

    M .

    BULMER,

    y A. M.

    REES: Citizenship Today:

    The contemporary relevance

    ofT.H.

    Marshall,

    UCL Press, London, 1996, donde un conjunto de destaca-

    dos especialistas Dahrendorf, H ewitt, Giddens, Newby, M ann, Goldthorpe, y otros se pronuncian al

    respecto.

    113

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    18/50

    RAFAELCAPARROS

    funcionamiento, que finalmente condujeron a la radicalizacin po ltica de los fascis-

    mos y a la II Guerra Mundial (40). Por lo que, en definitiva, concluye Beck,

    Slo las personas que tienen una vivienda y un puesto de trabajo seguro y, por

    tanto, un futuro material, son ciudadanos que hacen suya la democracia y la vivifican.

    La pura verdad es que sin seguridad material no hay libertad poltica. No hay demo-

    cracia, sino amenaza de todos por los nuevos y viejos regmenes e ideologas totalita-

    rias (41).

    Un planteamiento, por c ier to , muy simi lar a l que rec ientemente formulaba Fer-

    nando Savater ,

    Creo que hoy la principal diferencia entre izquierda y derecha en las democracias

    desarrolladas es que la primera sostiene que si ciertos derechos no son garantizados p or

    las instituciones pblicas a todos a despecho de azares biogrficos o intereses mer-

    cantiles, la nocin mism a de ciudadana se vaca de contenido. La sociedad puede ser

    una palestra, pero no el circo romano dond e algunos privilegiados tienen seguro el palco

    cuando salen a la arena los leones; puede ser en ciertos aspectos un casino, pero siempre

    que un mnimo de fichas est asegurado a cada jugador como punto de partida y que na-

    die se vea obligado a las primeras de cambio a empear su camisa mientras que otros

    pueden jugarse hasta la camisa de los dems. Nuestras sociedades se mueven hoy en un

    crculo ciegamente vicioso: entre una creciente desregulacin de la legislacin social

    que aumenta el nivel de pobreza efectiva existente, dejando a ms y ms individuos en

    la zona precaria de la que cada vez hay menos probabilidades de salir, y una normativa

    rgida que frena la iniciativa privada, obstaculiza el reparto de trabajo y bloquea la posi-

    bilidad de actividades alternativas socialmente tiles. Sera deseable desde la izquierda

    romper este crculo estudiando la posibilidad de un ingreso bsico general de ciudada-

    na, entendido no como un subsidio (parados, jvenes, ancianos), sino como un derecho

    de todos,a partir del cual pudiera optarse por trabajos remunerados, servicios sociales

    voluntarios...o la vida contemplativa. Es un proyecto revolucionario, si se quiere, pero

    no m s de lo que lo fue en su da el sufragio universal. Ob ligara a redefinir el mercado

    de trabajo, la relacin entre productividad y retribucin, el sentido de la proteccin so-

    cial, etctera. Tambin se alcanzara una nueva dimensin de la responsabilidad indivi-

    dual, entendida desde la libertad y no desde la cruda necesidad (42).

    (40) Uno de los ms destacados socilogos conservadores, el norteamericano D aniel Bell, as lo re-

    conoce sin ambages:

    El problema de la desocupacin del decenio de 1930 fue contem plado por la mayora de las socieda-

    des como insoluble. Evidentemente, pocos de los regmenes democrticos burgueses saban qu hacer

    para comb atir la crisis econmica. To da la sociedad occidental estaba sumergida en la crisis por entonces.

    Slo la aceptacin de polticas econmicas heterodoxas permitieron a estas economas recuperarse. La

    crisis, obviamente, fue una de las fuerzas que llevaron al fascismo en el decenio de 1930. (D .BELL:Las

    contradicciones culturales del capitalismo, op. cit., pg. 174).

    (41) U. BECK: Kapitalismus ohne Arbeit enDer Spiegel, 20, 1996 (cit. por H .-P. MARTIN, y H .

    SCHUMANN: La trampa de la globalizacin. El ataque contra la democracia y el bienestar,

    Taurus, Ma-

    drid, 1998, pg. 284) (subrayado mo, R.C.).

    (42) F.

    SAVATER:

    Otra izquierda para Espaa,

    El Pas,

    17 de enero de 1999, pg. 16. Una formu-

    lacin muy similar puede verse en G. ESPING-ANDERSEN: The three political economies of the Welfare

    State, Canadian Review of Sociology and Anthropology, 26 (1), 1989, pgs. 10-36.

    114

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    19/50

    LA CRISIS DEL MODELODECRECIMIENTODE LA POSTGUERRA

    Se trata,

    en

    efecto,

    de esa

    nocin sustantiva

    de la

    ciudadana social,

    que en

    estas

    dos ltimas dcadas

    ha

    sido objeto

    de un

    intenso d ebate

    en la

    Ciencia Po ltica an glo-

    sajona entre partidarios

    y

    detractores

    de

    estos derechos caractersticos

    del

    Estado

    Social.

    No

    obstante,

    hay una

    coincidencia casi generalizada

    en la

    consideracin

    de

    que, en

    principio,

    la

    efectiva vigencia

    de los

    derechos sociales

    y

    econmicos

    de ciu-

    dadanason un prerrequisito indispensable para garantizarel libre ejercicio de los

    derechos civilesypolticos caractersticosde lasliberal-dem ocraciasdemasas(43).

    Y,sinembargo,lociertoque, en lascondiciones actuales, com ohasubrayado

    Giddens,

    Quedan totalmente expuestosloslmitesdelconceptodeciudadana econmica

    propuestos

    por

    Marshall.

    No se

    puede considerar que

    los

    derechos legales polticos

    es-

    tn asentados ni queconstituyanunabase estable paralos derechos sociales .Por

    el contrario, suponen

    un

    combate

    por la

    democracia

    que

    involucra

    a

    sectores enteros

    delapoblacin (comolasmujeres)que, en lapocadeM arshall,nohaban rotoan

    con

    su

    situacin tradicional. Marshall juzgaba

    la

    ciudadana econmica

    de una ma-

    nera demasiado pasivaypaternalistaydabapordescontadalarelacin entrelaciuda-

    dana

    y el

    Estado nacional,

    en

    lugar

    de

    examinarla enrgicamente

    (44).

    En efecto, como veremos

    ms

    adelante,

    el

    problema

    de la

    efectiva vigencia

    de

    estos derechos

    de

    ciudadana

    en la

    Europa actual

    y,

    sobre todo,

    en la del

    previsible

    futuro, resulta

    ser

    tanto

    ms

    espino so, cu anto

    que los

    procesos simultneos

    de glo-

    balizacin econmica

    y

    financiera,

    de una

    parte,

    y de

    integracin europea,

    de

    otra,

    conllevan

    una

    creciente p rdida

    de

    capacidad regulatoria

    de los

    Estados nacionales,

    y

    un

    desplazamiento, tanto

    del

    mbito

    del

    posible debate poltico democrtico,

    como

    del de la

    escala adecuada para

    la

    toma

    de

    decisiones polticas efectivas.

    Lo

    que, enausenciade undemos,de unsistemadepartidosy de unaopinin pblica

    europeos, propiamente dichos, hace muchomsdificultoso cualquier intento serio

    de plantear siquiera las posibles soluciones del problema.

    (43) Paralaposicin favorablealindispensable carcter instrumentaldeestos derechos respectoal

    ejerciciode losderechos polticos,vid.,porejemplo,D.KlNG,y J.

    WALDRON:

    Citizenship, social citi-

    zenship and the defence of welfare provisin,

    British Journal

    of

    Poltica Science,

    18, 1988,

    pgs. 415-443;enidntico sentido, aunq ue desdeunaperspectivamsflosfico-poltica,P.VAN

    PARIJS:

    Qu

    es una

    sociedad justa? Introduccin

    a la

    prctica

    de la

    filosofa poltica,

    Ariel, Barcelona,1993;

    un anlisis pormenorizado deltemaen E.

    MEEHAN: Citizenship

    and the

    European Comm unity,

    Sage,

    London, 1993, especialmenteen loscaptulos2, 3 y 5;

    Vid.,

    asimismoalrespecto,elinteresante trabajo

    de Ricard Zapata, dondesecontraponen las diversas posiciones ideolgico-polticasenrelacincon la

    naturalezay loscontenidosde laciudadana socialen elcontextode lacrisisdelEstadodebienestar.(R.

    ZAPATA BARRERO:

    CiudadanayEstadosdeBienestaroDe la

    ingravidez

    de lo

    slido

    en un

    mundo

    que

    se "desnewtoniza" social

    y

    politicamente. Sistema,

    nm. 130,

    enero,

    1996,

    pgs. 75-86).

    (44)

    A.

    GIDDENS:

    Ms

    all

    de la

    izquierda

    y la

    derecha. E l futuro

    de

    las polticas radicales (Trad.

    cast. de M.

    a

    LUISA RODRGUEZ TAPIA), Ctedra, Madrid, 1994, pg. 82.

    115

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    20/50

    RAFAEL

    CAPARROS

    III. LAS CAUSAS DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORA TIVISMO

    Los beneficios empresariales de hoy son las inversiones de maana y

    los puestos de trabajo de pasado maana.

    H elmut Schmidt

    Como ya se ha indicado, en los primeros aos de la crisis del modelo, la res-

    puesta poltico-econmica predominante fue todava de carcter keynesiano, tpica-

    mente socialdemcrata. Por ello, la recuperacin operada a partir de 1975 y que du-

    rara hasta finales de los setenta, presentaba esas caractersticas: aumento del gasto

    pblico, de los salarios reales, de los gastos de proteccin social y del crdito en el

    conjunto de las economas.

    Ahora bien, es precisamente entonces cuando se pone de manifiesto que en la

    nueva situacin de estanflacin (estancamiento con inflacin), las polticas de esa

    naturaleza podan, en efecto, generar crecimiento, pero no eran capaces de acabar

    con la inflacin, ni con el desempleo, ni, lo que resultaba mucho ms importante

    desde la ptica de la propia funcionalidad sistmica, garantizaban la recuperacin de

    los beneficios empresariales; por el contrario, propiciaban una distribucin de la

    renta que terminaba por favorecer a las rentas salariales. De hecho, en tal recupera-

    cin se registra un increm ento de los salarios reales que se traduce en un aumen to de

    entre un 3 y un 4 por 100 de la participacin de los salarios en la renta nacional entre

    1975 y 1979 para el conjunto de los pases de la OCD E; mientras qu e, por el contra-

    rio,

    la participacin d el beneficio no llegaba a ser suficiente para impedir la cada de

    la inversin en capital fijo que precisaba la reestructuracin produc tiva (45).

    La OCDE se quejara, en efecto, aos ms tarde de que al amparo de esas situa-

    ciones se haba producido una corriente de militancia sindical (...) cuya herencia

    iba a ser duradera y se haba favorecido el mantenim iento de polticas keynesianas,

    lo que

    cre fuertes presiones para una expansin continuada de los privilegios, para la

    aceptacin de medidas restrictivas en los mercados de factores y de productos, y para

    la proliferacin de compromisos de gasto que desbordaron ampliamente el margen su-

    ministrado por el crecimiento econmico (46).

    Es decir, que era precisamente el papel de estas polticas keynesia-

    no-socialdemcratas, en las que las frmulas neocorporatvistas desempeaban un

    papel tan destacado como elemento integrador de la conflictividad social (47), lo

    (45) Cfr. Ph. ARMSTRONG, A. GLYN, y J. HARRISON: Capitalism since 1945, Basil Blackwell,

    Oxford, 1991, pgs. 233 y ss.

    (46) OCDE: Ajuste estructural y comportamiento de la economa,Ministerio de Trabajo y Seguri-

    dad Social, Madrid, 1990, pgs. 42-43.

    (47) Como ha demostrado Schmitter, hay una estrecha vinculacin histrica entre el predominio de

    los partidos socialdemcratas y el neocorporativismo, en cuanto que existe una elevada correlacin posi-

    tiva en toda Europa (excepto en Gran Bretaa) entre gobiernos socialdemcratas y pactos sociales neo-

    116

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    21/50

    LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    que iba a ser puesto en cuestin en adelante, precisamente porque dificultaba el ob-

    jetivo principal exigido por una salida de la crisis coherente con el sistema de pro-

    piedad existente: la redistribucin de las rentas en favor del beneficio emp resarial.

    De ah que las nuevas polticas econmicas d e ajuste la contencin del gas-

    to (y del dficit) pb lico, el control de los aum entos salariales, la obsesin antiinfla-

    cionista, la progresiva desaparicin de las polticas so ciales redistributivas, la poten-

    ciacin de polticas de estmulo de la oferta, la reestructuracin de sectores produ cti-

    vos ineficaces, las polticas monetarias restrictivas, etc. que iban a adoptarse a

    partir de los primeros aos ochenta no fueran, en realidad, tanto el resultado de un

    debate sobre la validez y/o la sostenibilidad, empricamente establecidas, de las po-

    lticas econmicas keynesianas aplicadas (48), cuanto la consecuencia poltica (de

    carcterdecisionista) (49) de que, como sealara Robert Solow, un economista tan

    prestigioso como poco inclinado a la heterodoxia,

    era necesaria la redistribucin de la riqueza en favor de los ms ricos y del poder

    en favor de los ms poderosos (50).

    Y, en consecu encia, la lucha contra la inflacin se convertir en el objetivo p rio-

    ritario de la nueva poltica econmica ortodoxa, mientras que el desempleo masivo

    y crnico pasar a desempear una funcin instrumental clave al servicio de dicho

    objetivo. Como ha manifestado Juan Torres, a ese respecto,

    Es claro que el mantenimiento de los altos niveles de desempleo ha sido un ins-

    trumento perfectamente adecuado para lograr contener la presin salarial, aumentar la

    docilidad en los procesos de trabajo para aumentar su productividad y, en definitiva,

    para que la relocalizacin ms rentable de los capitales se pudiera llevar a cabo con la

    mayor libertad posible.

    sa ha sido la razn de que los gobiernos hayan sido tan reacios a situar la lucha

    contra el paro entre los objetivos prioritarios que perseguan sus polticas econmicas,

    como veremos ms adelante. Y no slo eso, sino que stas se llevaron deliberadamen-

    corporativos (Cfr. Ph.

    SCHMITTER:

    Interest intermediation and regime governability in contemporary

    Western Europe and North America, en S.

    BEROER

    (ed.):

    op. cit.,

    1986, pgs. 285-327). H arold W i-

    lensky ha definido al neocorporativismo como la capacidad de grupos de inters econm ico, fuertemen-

    te organizados y centralizados, actuando bajo los auspicios del gobierno en un m arco semip blico, de ge-

    nerar pactos acerca de las polticas sociales, fiscales, monetarias y de rentas los principales temas qu e,

    interrelacionados en tre s, configuran la econom a poltica modern a. H .

    WILENSKY:

    Leftism, Catholi-

    cism, and Democratic Corporatism: the Role of Political Parties in Recent Welfare State Development

    en P.

    FLORA,

    y A. J.

    HEIDENHEIMER

    (eds.):

    T he Development of Welfare States in Europe and Am erica,

    Transaction Books, New Brunswick, 1981, pg. 345).

    (48) Com o sostiene, por ejemplo, Skidelsky [Cfr.

    SKIDELSKY:

    Decadencia de la poltica keynesia-

    na,

    en C.

    CROUCH

    (comp.):

    Estado y econom a en el capitalismo contemporneo,

    Ministerio de Trabajo

    y Seguridad Social, Madrid, 1988].

    (49) Sobre algunos aspectos significativos del decisionismo poltico,

    vid.

    G.

    GMEZ ORFANEL:

    Cari Schmitt y el decisionismo poltico, en F.

    VALLESPIN

    (ed.):

    Historia de la Teora Poltica,

    vol. 5,

    Alianza, Madrid, 1993, pgs. 243-272.

    (50) R.

    SOLOW:

    The Conservative Revolution: A Roundtable Discussion,

    Economic Policy,

    oct.

    1987,

    pg. 182.

    117

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    22/50

    RAFAELCAPARROS

    te a cabo para mantenerlo. Como dijo a mediados de los aos setenta un economista

    no precisamente heterodoxo, H . G. Johnson (1981,p. 281), la falta de puestos de tra-

    bajo hoy da tiene que atribuirse a una decisin deliberada de las autoridades econm i-

    cas (51).

    En efecto, a part ir del establecimiento del carcter priori tario de la lucha contra

    la inflacin, se invert ir la relacin preexistente entre el empleo y la inflacin como

    objetivos fundamentales de la pol t ica econmica. Por decirlo en los trminos de un

    destacado miembro de la OIT, Guy Standing,

    Una forma de caracterizar el principal cambio que se ha producido en el pensa-

    miento econmico es que en la era keynesiana

    (rea

    1944-74) se esperaba que la

    poltica macroeconmica asegurara el pleno empleo, mientras que la poltica micro-

    econmica mantena a raya las presiones inflacionistas. En la era neoliberal

    (rea

    1975-96?), la poltica macroe conm ica iba dirigida a controlar la inflacin mientras se

    esperaba que la poltica microeconmica influyera en el empleo pero no que asegurara

    el pleno empleo (52).

    Pero es que, adems, el carcter priori tario otorgado a ese objet ivo de la lucha

    contra la inflacin exp resa ba ya en s m ism o la natu raleza pol t ica de la opc in final-

    mente adoptada para la sal ida de la crisis. Pues lo que refleja la inflacin es siempre

    la existencia de una pugna distributiva, en cuanto que consti tuye un intento de algn

    o a lgunos agen tes socia les por s i tuarse m s favorablemen te q ue los dem s en e l re-

    par to de la ta r ta. Como ha observado Juan Torres ,

    Ya se trate de incrementos salariales por encima de las ganancias de productividad,

    de aum entos en los precios de las materias primas, de estrategias para lograr aumentar los

    beneficios en un contexto de escasa competencia, o de cualquier otro fenmeno, lo que

    ocurre es que alguien est procurndose una ganancia en el reparto a costa de otro.

    Y eso, naturalmente, es peligroso, sea cual sea el beneficiario. Entre otras cosas,

    porque su resultado no depende de leyes econmicas, sino de la fortaleza poltica de

    cada agente, de su poder para imponer decisiones a la hora de firmar un convenio co-

    lectivo, de operar en un mercado internacional o de aprovecharse de que oferta un bien

    necesario y sin competidores que le hagan som bra, por ejemplo. Y, como todos sabe-

    mos,

    la fuerza p oltica es acumulativa: un xito hoy es la mejor garan ta para conse-

    guir otro mayor maana.

    Ah radicaba, y radica, el autntico peligro de los brotes inflacionistas (...). Mu cho

    ms lo era cuando todo indicaba que las principales causas de la inflacin d e los seten-

    ta se asociaban a los costes salariales (la otra cara del beneficio a la hora del reparto) y

    a los precios de las materias primas procedentes de los pases de la periferia (la otra

    parte del comercio mundial a la hora de apropiarse de las ganancias del intercambio).

    Es d ecir, las dos piedras angulares de la rentabilidad capitalista (53).

    (51) J. TORRES LPEZ: op. cit,

    pgs. 80-81.

    (52) G.

    STANDING:

    The New Insecurities, en P.

    GOWAN,

    y P.

    ANDERSON

    (eds.):

    The Question of

    Europe, Verso, London, 1987, pg. 219.

    (53) J. TORRES LPEZ: op. cit., pgs. 82-83.

    118

  • 7/23/2019 Crisis Modelo Crecimiento - Estado Bienestar

    23/50

    LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA

    A partir de entonces, la consideracin de la lucha contra la inflacin como meta ab-

    solutamente prioritaria ir secuestrando poco a poco a todos los dems objetivos tra-

    dicionales de la poltica econmica, incluyendo al propio crecimiento econmico

    como lo demuestran la aparicin de indicadores como la NAIRU

    (Non-accelerating

    inflation rate of

    unemployment o de conceptos como el de tasa natural de desem-

    pleo (54), la poltica monetaria ir desempeando cada vez ms la funcin instru-

    mental bsica antes asignada a la poltica fiscal, el nivel de desempleo en todas las eco-

    nomas europeo-occidentales ir hacindose cada vez ms masivo y crnico y de este

    mod o se iniciar un proceso de fragmentacin social que, como ha destacado Guy Stan-

    ding, tendr posteriormente importantes consecuencias polticas,

    Tradicionalmente, la poltica (social y de mercado de trabajo) se conceba, se en-

    caminaba y se pona en prctica porque quienes la desarrollaban crean que era la

    apropiada, y de manera tpica uno de los motivos principales habra sido el considerar-

    la de algn mo do vinculada al principio de la diferencia rawlsian o: las med idas esta-

    ban justificadas si caba esperar que contribuiran a mejorar la situacin econmica de

    los grupos ms desfavorecidos de la sociedad. Esta ya empezaba a dejar de ser la nor-

    ma. Cada v ez m s, pareca que las iniciativas polticas haban pasado a depender de su

    atractivo percibido por el votante medio . Dicho claramente, a no ser que se percibie-

    ra que un cam bio iba a ser considerado como favorable por un bloque clave de votan-

    tes, probablemente no se pondra en prctica.

    Este electoralismo refleja en parte la erosin de las tradicionales nociones de

    clase como base de la produccin y la distribucin, y el crecimiento de la fragmenta-

    cin social. Cuando la clase trabajadora era percibida como el mayor bloque de vo-

    tantes y como poseedora de un conjunto esencialmente homogneo de intereses, y

    quienes se consideraban sus representantes polticos contemplaban el avance del mo-

    vimiento obrero como la gradual (o rpida) redistribucin de la renta y el control, el

    pleno empleo y el Estado de bienestar eran cada vez ms reclamados (55).

    Sin embargo, a lo largo del perodo 1948-75, en que no existan problemas de

    acumulacin, la mxima ambicin tanto de los titulares del capital inversionistas

    y dirigentes empresariales, a travs de procedimientos de cogestin (Alemania,

    Austria, pases escandinavos, etc.), como an en los primeros aos ochenta, en

    que ya comienzan a plantearse abiertamente tales problemas de acumulacin, de los

    responsables polticos y sociales Presidentes de gobiernos, ministros econmicos

    y dirigentes em presariales y sindicales implicados en la fijacin de pactos sociales

    neocorporativos, etc., era promover laconcertacin,mediante el llamadodilo-

    go social,

    con objeto de encauzar el conflicto de clases y garantizar una disciplina

    colectiva que no pusiera en cuestin la pauta distributiva existente (56).

    (54)

    Vid.,

    al respecto, J.

    ROCA JUSMET:

    Reflexiones sobre el desempleo masivo: Anlisis y polti-

    cas,

    en O. DE

    JUAN,

    J.

    ROCA,

    y L.

    TOHARIA:El desempleo en Espaa. Tres ensayos crticos,

    Universidad

    Castilla-La Mancha, Cuenca, 1996, pgs. 63-102.

    (55) G.

    STANDING:

    Ibidem,

    pg. 212.

    (56) Cfr. J.-P.

    THOMAS: Les politiques conomiques au XXe sicle,

    Armand Colin, Pars, 1990,

    pg. 142.

    119

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    24/50

    RAFAEL

    CAPARROS

    Para Claus Offe, los dos factores que permitieron la compatibilidad entre el ca-

    pitalismo y la democracia en Europa durante dicho perodo fueron, por una parte,

    los partidos polticos de masas y la competencia entre ellos y, de otra, el Estado de

    Bienestar keynesiano (57). En ese contexto, considera Offe que el neocorporativis-

    mo no es, en realidad, ms que una nueva estrategia de dominacin del capital, que

    facilita la gobernabilidad en situaciones de crisis y que puede incluirse en el m ar-

    co tctico de un neoconservadurismo cada vez ms hegem nico. Dado el monopolio

    representativo otorgado por el Estado, los acuerdos neocorporativos tripartitos

    (Estado-sindicatos-empresarios) posibilitan la penetracin indirecta de la autoridad

    estatal en esos grupos sociales dominados que formulan demandas de bienestar y

    que,

    por med io de la accin de los dirigentes sindicales, sern persuad idos, no slo

    para el disciplinado cumplimiento de tales pactos, sino tambin para la moderacin

    de sus reivindicaciones. Paralelamente, se tratar de sustraer determinados temas

    econmicos del mbito de las decisiones polticas estatales, hasta ahora establecidos

    a travs del debate democrtico y del proceso de competicin electoral, para devol-

    verlos al mbito econmico del mercado, aligerando, mediante la delegacin neo-

    corporativa, la pretendida sobrecarga del Estado.

    En este sentido, pues, cabe afirmar que el resurgimiento de las estructuras cor-

    porativas para incorporar polticamente a la clase obrera organizada constituye un

    buen e jemplo, habida cu enta de las limitaciones establecidas por la propia funciona-

    lidad sistmica y de su posicin subordinada en esa incorporacin, del intento deli-

    berado de aislar la regulacin poltica de la economa del control de la clase obrera.

    Shonfield, por ejemplo, hacindose eco de la clsica tesis funcionalista de Dahren-

    dorf,

    sostiene que el surgimiento histrico del Estado capitalista intervencionista,

    que pretende mantener el pleno empleo, regular la conflictividad laboral, controlar

    la inflacin y estabilizar el ciclo econmico, ha ido sistemticamente asociado a la

    institucionalizacin del conflicto de clases (58).

    Pero posiblemente sea Claus Offe quien de manera ms sistemtica ha puesto de

    manifiesto el carcter profundamente asimtrico-desigualitario de la incorporacin

    de la clase obrera organizada a las estructuras neocorporativas:

    Los intentos corporativos por encontrar la solucin a los problemas globales

    unen tanto m s fcilmente el tringulo del Estado, los sindicatos y los inversores o pa-

    tronos, cuanto ms

    igualmente

    afectados se vean los actores colectivos involucrados

    por los problemas no resueltos del sistema, y cuanto ms sensibles sean hacia todos

    estos problemassin excepciny ms capaces de tomarlos en consideracin. De hecho,

    (57) Cfr. C.OFFE:Democracia de competencia entre partidos y el Estado de Bienestar keynesiano.

    Factores de estabilidad y de desorganizacin, en C.

    OFFE: Partidos polticos y nuevos movimientos so-

    ciales,

    Sistema, Madrid, 1992. pgs. 55-88.

    (58) Cfr. A.

    SHONFIELD:Modern Capitalism,

    Oxford University Press, New York, 1965. La tesis de

    Dahrendorf, como es sabido , constituye la pionera explicitacin terica del mo delo de regulacin e insti-

    tucionalizacin poltica del conflicto de clases en las sociedades capitalistas desarrolladas (Cfr. R.

    DAHRENDORF:

    Class and Class Conflict in Industrial Society,

    Standford University Press, 1959).

    120

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    LA

    CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERR A

    todos

    tienen que estar metidos en el mismo bote . Sin embargo, precisamente en los

    co