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Cuando oía la campana a mediodía, siempre me acordaba de las palabras de mi madre y, dondequiera que estuviese, rezaba el Ángelus.

Cuando oía la campana a mediodía, siempre me acordaba de las palabras de mi madre y, dondequiera que estuviese, rezaba el Ángelus

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Cuando oía la campana a mediodía, siempre me acordaba de las palabras de mi madre y, dondequiera que estuviese, rezaba el Ángelus.

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Un día llegó llegó mi tío y me propuso retomar los estudios. Imaginaos mi alegría al poder aceptar esta propuesta, volver a casa y abrazar a mi madre.

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Para estudar, debía recorrer, cada día, 16 km a pie. Y muchas veces con lluvia, nieve, viento...

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- Vete a dormir, Juanito. Es tarde.- Espera un poco más, mamá. Tengo que terminarlo.

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Así hasta que encontré una familia que me acogiese. Cuando mi madre venía a traerle algo al dueño, éste no lo quería aceptar por mi buena conducta...

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Otro año continué mis estudios en la ciudad de Chieri, con miras a ingresar en el seminario. La Providencia llegó a mi casa a través de muchos donativos...

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Dejé a mi familia, para pasar al segundo ciclo. Me sustentaba a base de varios oficios...

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Muchos amigos se acercaban a mí. Con ellos comenzé un grupo: la “Sociedad de la alegría”, con el objetivo de unir a los buenos amigos.

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- ¡Juan tú sigue con su vocación! Pero acuérdate de lo que te digo, como te vuelvas un sacerdote rico no cuentes con que vaya a visitarte nunca.

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Depués de tantas dificuldades y estudios, a los 26 años, fui ordenado sacerdote. Fui un día dichoso para mi madre, que recibió el Cuerpo de Jesús de manos de su hijo.

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Por la noche, después de las celebraciones, a solas me dijo mi madre:- Recuerda, Juan, que comenzar a decir misa es comenzar a sufrir.

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Al comienzo de mi vida sacerdotal, tuve de nuevo aquel sueño de los 9 años: “Éste es tu campo, aquí debes trabajar“ Sólo esperaba la oportunidad para empezar...

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Fue el 8 de diciembre de 1841, cuando encontré al primer joven pobre y avandonado, en la sacristía de una iglesia de Turín: Bartolomé Garelli. Comezó el Oratorio.

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El Oratorio se volvió casa que acoge, parroquia que evangeliza, escuela que encamina para la vida y patio para encontrarse con amigos y vivir en alegría.

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Agotado por el gran trabajo entre los jóvenes, tuve que recuperarme en mi casa, com mi nmadre. “Lleva a tu madre contigo”, me sugirió el párroco. Y aceptó.

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- ¡Ésta es nuestra nueva casa!Para mi madre comenzaba un período de 10 años de trabajo junto a mí para los jóvenes.

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‘Está bien claro que no se limitaba a ser quien cocinaba y lavaba la ropa: los jóvenes tenían con ella una confianza total, tan era el afecto que los huérfanos se sentían queridos’

(Pascual Chávez)

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Muchos jóvenes no tenían casa donde vivir, ni familiares con los que hospedarse. Así comencé a acogerlos en el oratorio.

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Al principio, los hospedados se fueron con la ropa de la cama y todo lo qyue pudieron llevar.

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Varias veces intenté acoger más jóvenes, y siempre con el mismo resultado. Mi madre y yo no sabíamos que hacer...

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Hasta que llegó el momento preparado por Dios. Después de tener un lecho preparado, se quedó con nosotros un niño que no tenía donde dormir...

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- Esta noche vas a dormir aquí. Pero no hagas como los otros que huyeron llevándonlo todo. Mañana Dios proveerá... Y, antes de dormir, recemos juntos.

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Así tuvo lugar el primer internado del Oratorio de los primeros huérfanos abandonados: comenzamos con 15 en 1849, llegamos a tener con nosotros cerca de 100 jóvenes en 1854.

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Un día la paciencia de mamá Margarita se acabó. ¡Su pequeña huerta, cultivada com tanto esfuerzo y amor, estaba completamente destruida!

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- ¡No aguanto más! Todos los días los miños inventan alguna novedad... Déjame irme ahora. Déjame volver al pueblo para acabar tranquila mis días.

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Dicho esto, fijé mis ojos en mi madre. Depués miré al crucifijo. Mi madre lo entendió:- ¡Tienes tazón, tienes trazón!

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‘Desde ese momento, jamás salió de sus labios una palabra de insatisfacción’

(Memórias Biográficas)

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La vida de mi madre se confundirá con la mía en la fundación de la obra salesiana

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Cuantas veces, para asegurarme que mis escritos serían entendidos por todos, se los leía a mi madre antes de mandarlos a la imprenta.

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Los consejos de mi madre me ayudaban y defendía de muchos ataques de mis ‘enemigos’.Ella me avisaba, pero...