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Cuento corto infantil.
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EXPEDIENTE HORMIGA | Cuentos cortos infantiles
Lidia, una niña de cinco años despierta y muy observadora, creía haber
revelado un importante misterio para la Humanidad. Estaba convencida de
haber descubierto el origen de los marcianos.
Dedicaba horas, en sus ratos libres, a estar en el campo con sus abuelos. Horas
en las cuales observaba, muy atentamente, la naturaleza y todo cuanto sucedía
a su alrededor, acurrucada bajo el viejo chopo del tatarabuelo Rufo. Pero de
todo cuanto podía admirar, sin duda, lo que más le apasionaba eran las
hormigas.
A la pequeña Lidia le inquietaba ver de qué manera aquellos minúsculos
bichitos iban y venían, de un lado para otro, a lo largo del día. Su manera de
actuar parecía demostrar que todas aquellas hormigas supiesen perfectamente
a qué punto exacto de la casa o de la huerta del tatarabuelo Rufo debían
dirigirse en cada momento y por qué motivo.
Siempre que había pizcas de miga de pan en la cocina, las dichosas hormigas
comenzaban a acudir desde el viejo chopo, situado a no menos de cien metros
de la casa. Una vez allí, y organizadas en dos bloques perfectos de filas indias,
se disponían para recoger los pequeños cuscurros de pan y volvían hasta la
sombra del viejo chopo, bajo la cual se enterraban en su hormiguero,
desapareciendo, como si no hubiesen estado allí jamás. ¿Cómo podían saber
aquellos diminutos seres dónde se encontraba la cocina? ¿Y por qué parecían
saber la hora exacta en la cual tendrían dispuestos siempre sus abuelos los
cuscurros o las miguitas de pan para llevárselas?, se preguntaba Lidia, atónita,
cada vez que observaba el fenómeno. Con toda seguridad, aquellas hormigas
debían de pertenecer a algún grupo o familia muy unida y avanzada. En
ocasiones, desplegaba su gran lupa y hasta le parecía que reían entre ellas y
llegaban a conversar.
Lidia había oído a los adultos hablar sobre todo aquello de las naves espaciales
y los extraterrestres…y poco a poco, todo parecía encajar. Observar a aquellas
hormigas tan atentamente la había llevado al convencimiento absoluto de que
aquellos extraños seres debían de tener algún sistema de control sobre
nosotros. Un sistema, tan avanzado, que ni siquiera les hacía falta usar naves
para visitarnos, haciéndolo a cuerpo descubierto y enfrentándose a grandes
peligros, como la gran pisada del pie del abuelo Pipe.
– ¡Ajá! ¡Os he descubierto! –Exclamó Lidia observando la boca del hormiguero.
Y la pequeña se echó la siesta aquella tarde, increíblemente feliz, bajo la
sombra del viejo chopo del tatarabuelo Rufo.
Había dado con el secreto de los marcianos…