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Lugar llamado Kindberg Llamado Kindberg, a traducir ingenuamente por montaña de los niños o a verlo como la montaña gentil, la amable montaña, así o de otra manera un pueblo al que llegan de noche desde una lluvia que se lava rabiosamente la cara contra el parabrisas, un viejo hotel de galerías profundas donde todo está preparado para el olvido de lo que sigue allí afuera golpeando y arañando, el lugar por fin, poder cambiarse, saber que se está tan bien al abrigo; y la sopa en la gran sopera de plata, el vino blanco, partir el pan y darle el primer pedazo a Lina que lo recibe en la palma de la mano como si fuera un homenaje, y lo es, y entonces le sopla por encima vaya a saber por qué pero tan bonito ver que el flequillo de Lina se alza un poco y tiembla como si el soplido devuelto por la mano y por el pan fuera a levantar el telón de un diminuto teatro, casi como si desde ese momento Marcelo pudiera ver salir a escena los pensamientos de Lina, las imágenes y los recuerdos de Lina que sorbe su sopa sabrosa soplando siempre sonriendo. Y no, la frente lisa y aniñada no se altera, al principio es sólo la voz que va dejando caer pedazos de persona, componiendo una primera aproximación a Lina chilena, por ejemplo, y un tema canturreado de Archie Shepp, las uñas un poco comidas pero muy pulcras contra una ropa sucia de auto-stop y dormir en granjas o albergues de la juventud. La juventud, se ríe Lina sorbiendo la sopa como una osita, seguro que no te la imaginas: fósiles, fíjate, cadáveres vagando como en esa película de miedo de Romero. Marcelo está por preguntarle qué Romero, primera noticia del tal Romero, pero mejor dejarla hablar, lo divierte asistir a esa felicidad de comida caliente, como antes su contento en la pieza con chimenea esperando crepitando, la burbuja burguesa protectora de una billetera de viajero sin problemas, la lluvia estrellándose ahí afuera contra la burbuja como esa tarde en la cara blanquísima de Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando esperando ahí en la pieza de gran cama Habsburgo, de espejos hasta

Cuentos Cortazar (varios)

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Cuentos Cortazar (varios)

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Lugar llamado KindbergLlamado Kindberg, a traducir ingenuamente por montaa de los nios o a verlo como la montaa gentil, la amable montaa, as o de otra manera un pueblo al que llegan de noche desde una lluvia que se lava rabiosamente la cara contra el parabrisas, un viejo hotel de galeras profundas donde todo est preparado para el olvido de lo que sigue all afuera golpeando y araando, el lugar por fin, poder cambiarse, saber que se est tan bien al abrigo; y la sopa en la gran sopera de plata, el vino blanco, partir el pan y darle el primer pedazo a Lina que lo recibe en la palma de la mano como si fuera un homenaje, y lo es, y entonces le sopla por encima vaya a saber por qu pero tan bonito ver que el flequillo de Lina se alza un poco y tiembla como si el soplido devuelto por la mano y por el pan fuera a levantar el teln de un diminuto teatro, casi como si desde ese momento Marcelo pudiera ver salir a escena los pensamientos de Lina, las imgenes y los recuerdos de Lina que sorbe su sopa sabrosa soplando siempre sonriendo.

Y no, la frente lisa y aniada no se altera, al principio es slo la voz que va dejando caer pedazos de persona, componiendo una primera aproximacin a Lina chilena, por ejemplo, y un tema canturreado de Archie Shepp, las uas un poco comidas pero muy pulcras contra una ropa sucia de auto-stop y dormir en granjas o albergues de la juventud. La juventud, se re Lina sorbiendo la sopa como una osita, seguro que no te la imaginas: fsiles, fjate, cadveres vagando como en esa pelcula de miedo de Romero.Marcelo est por preguntarle qu Romero, primera noticia del tal Romero, pero mejor dejarla hablar, lo divierte asistir a esa felicidad de comida caliente, como antes su contento en la pieza con chimenea esperando crepitando, la burbuja burguesa protectora de una billetera de viajero sin problemas, la lluvia estrellndose ah afuera contra la burbuja como esa tarde en la cara blanqusima de Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepsculo, qu lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cmame que necesita salvarse de una angina, el pelo todava hmedo pero ya chimenea crepitando esperando ah en la pieza de gran cama Habsburgo, de espejos hasta el suelo con mesitas y caireles y cortinas y por qu estabas ah bajo el agua decime un poco, tu mam te hubiera dado una paliza.Cadveres, repite Lina, mejor andar sola, claro que si llueve pero no te creas el abrigo es impermeable de veras, no ms que un poco el pelo y las piernas, ya est, una aspirina si acaso. Y entre la panera vaca y la nueva llenita que ya la osezna saquea y qu manteca ms rica, y t qu haces, por qu viajas en ese tremendo auto, y t por qu, ah y t argentino? Doble aceptacin de que el azar hace bien las cosas, el previsible recuerdo de que si ocho kilmetros antes Marcelo no se hubiera detenido a beber un trago, la osita ahora metida en otro auto o todava en el bosque, soy corredor de materiales prefabricados, es algo que obliga a viajar mucho pero esta vez ando vagando entre dos obligaciones. Osezna atenta y casi grave, qu es eso de prefabricados, pero desde luego tema aburrido, qu le va a hacer, no puede decirle que es domador de fieras o director de cine o Paul McCartney: la sal. Esa manera brusca de insecto o pjaro aunque osita flequillo bailotendole, el refrn recurrente de Archie Shepp, tienes los discos, pero cmo, ah bueno. Dndose cuenta, piensa irnico Marcelo, de que lo normal sera que l no tuviera los discos de Archie Shepp y es idiota porque en realidad claro que los tiene y a veces los escucha con Marlene en Bruselas y solamente no sabe vivirlos como Lina que de golpe canturrea un trozo entre dos mordiscos, su sonrisa suma de free-jazz y bocado gulasch y osita hmeda de auto-stop, nunca tuve tanta suerte, fuiste bueno. Bueno y consecuente, entona Marcelo revancha bandonen, pero la pelota sale de la cancha, es otra generacin, es una osita Shepp, ya no tango, che.Por supuesto queda todava la cosquilla, casi un calambre agridulce de eso a la llegada a Kindberg, el parking del hotel en el enorme hangar vetusto, la vieja alumbrndoles el camino con una linterna de poca, Marcelo valija y portafolios, Lina mochila y chapoteo, la invitacin a cenar aceptada antes de Kindberg, as charlamos un poco, la noche y la metralla de la lluvia, mala cosa seguir, mejor paramos en Kindberg y te invito a cenar, oh s gracias qu rico, as se te seca la ropa, lo mejor es quedarse aqu hasta maana, que llueva que llueva la vieja est en la cueva, oh s dijo Lina, y entonces el parking, las galeras resonantes gticas hasta la recepcin, qu calentito este hotel, qu suerte una gota de agua la ltima en el borde del flequillo, la mochila colgando osezna girl-scout con to bueno, voy a pedir las piezas as te secas un poco antes de cenar. Y la cosquilla, casi un calambre ah abajo, Lina mirndolo toda flequillo, las piezas qu tontera, pide una sola. Y l no mirndola pero la cosquilla agradesagradable, entonces es un yiro, entonces es una delicia, entonces osita sopa chimenea, entonces una ms y qu suerte viejo porque est bien linda. Pero despus vindola sacar de la mochila el otro par de blue-jeans y el pull-over negro, dndole la espalda charlando qu chimenea, huele, fuego perfumado, buscndole aspirinas en el fondo de la valija entre vitaminas y desodorantes y after-shave y hasta dnde penss llegar, no s, tengo una carta para unos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescriptible la mochila sobre la mesa franciscojos dorada y arabescos James Baldwin kleenex botones anteojos negros cajas de cartn Pablo Neruda paquetitos higinicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, despus acabas de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirndolo: Yo no arreglo nunca nada, para qu, la mochila es como yo y este viaje y la poltica, todo mezclado y qu importa. Mocosa, pens Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del caf, efecto ms rpido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales, esos vos tan joven y cmo puede ser que viajes as sola, en mitad de la sopa se haba redo: la juventud, fsiles, fjate, cadveres vagando como en esa pelcula de Romero. Y el gulasch y poco a poco desde el calor y la osezna de nuevo contenta y el vino, la cosquilla en el estmago cediendo a una especie de alegra, a una paz, que dijera tonteras, que siguiera explicndole su visin de un mundo que a lo mejor haba sido tambin su visin alguna vez aunque ya no estaba para acordarse, que lo mirara desde el teatro de su flequillo, de golpe seria y como preocupada y despus bruscamente Shepp, diciendo tan bueno estar as, sentirse seca y dentro de la burbuja y una vez en Avignon cinco horas esperando un stop con un viento que arrancaba las tejas, vi estrellarse un pjaro contra un rbol, cay como un pauelo fjate: la pimienta por favor.

Entonces (se llevaban la fuente vaca) penss seguir hasta Dinamarca siempre as, pero tens un poco de plata o qu? Claro que voy a seguir, no comes la lechuga?, psamela entonces, todava tengo hambre, una manera de plegar las hojas con el tenedor y masticarlas despacio canturrendoles Shepp con de cuando en cuando una burbujita plateada plop en los labios hmedos, boca bonita recortada terminando justo donde deba, esos dibujos del renacimiento, Florencia en otoo con Marlene, esas bocas que pederastas geniales haban amado tanto, sinuosamente sensuales sutiles etctera, se te est yendo a la cabeza este Riesling sesenta y cuatro, escuchndola entre mordiscos y canturreos no s cmo acab filosofa en Santiago, quisiera leer muchas cosas, es ahora que tengo que empezar a leer. Previsible, pobre osita tan contenta con su lechuga y su plan de tragarse Spinoza en seis meses mezclado con Allen Ginsberg y otra vez Shepp: cunto lugar comn desfilara hasta el caf (no olvidarse de darle la aspirina, si me empieza a estornudar es un problema, mocosa con el pelo mojado la cara toda flequillo pegado la lluvia manotendola al borde del camino) pero paralelamente entre Shepp y el fin del gulasch todo iba como girando de a poco, cambiando, eran las mismas frases y Spinoza o Copenhague y a la vez diferente, Lina ah frente a l partiendo el pan bebiendo el vino mirndolo contenta, lejos y cerca al mismo tiempo, cambiando con el giro de la noche, aunque lejos y cerca no era una explicacin, otra cosa, algo como una mostracin, Lina mostrndole algo que no era ella misma pero entonces qu, decime un poco. Y dos tajadas al hilo de gruyere, por qu no comes, Marcelo, es riqusimo, no comiste nada, tonto, todo un seor como t, porque t eres un seor, no?, y ah fumando mando mando mando sin comer nada, oye, y un poquito ms de vino, t querras, no?, porque con este queso te imaginas, hay que darle una bajadita de nada, anda, come un poco: ms pan, es increble lo que como de pan, siempre me vaticinaron gordura, lo que oyes, es cierto que ya tengo barriguita, no parece pero s, te juro, Shepp.

Intil esperar que hablara de cualquier cosa sensata y por qu esperar (porque t eres un seor, no?), osezna entre las flores del postre mirando deslumbrada y a la vez con ojos calculadores el carrito de ruedas lleno de tortas compotas merengues, barriguita, s, le haban vaticinado gordura, sic, sta con ms crema, y por qu no te gusta Copenhague, Marcelo. Pero Marcelo no haba dicho que no le gustara Copenhague, solamente un poco absurdo eso de viajar en plena lluvia y semanas y mochila para lo ms probablemente descubrir que los hippies ya andaban por California, pero no te das cuenta que no importa, te dije que no los conozco, les llevo unos dibujos que me dieron Cecilia y Marcos en Santiago y un disquito de Mothers of lnvention, aqu no tendrn un tocadiscos para que te lo ponga?, probablemente demasiado tarde y Kindberg, date cuenta, todava si fueran violines gitanos pero esas madres, che, la sola idea, y Lina rindose con mucha crema y barriguita bajo pull-over negro, los dos rindose al pensar en las madres aullando en Kindberg, la cara del hotelero y ese calor que haca rato reemplazaba la cosquilla en el estmago, preguntndose si no se hara la difcil, si al final la espada legendaria en la cama, en todo caso el rollo de la almohada y uno de cada lado barrera moral espada moderna, Shepp, ya est, empezs a estornudar, tom la aspirina que ya traen el caf, voy a pedir coac que activa el saliclico, lo aprend de buena fuente. Y en realidad l no haba dicho que no le gustara Copenhague pero la osita pareca entender el tono de su voz ms que las palabras, como l cuando aquella maestra de la que se haba enamorado a los doce aos, que importaban las palabras frente a ese arrullo, eso que naca de la voz como un deseo de calor, de que lo arroparan y caricias en el pelo, tantos aos despus el psicoanlisis: angustia, bah, nostalgia del tero primordial, todo al fin y al cabo desde el vamos flotaba sobre las aguas, lea la Biblia, cincuenta mil pesos para curarse de los vrtigos y ahora esa mocosa que le estaba como sacando pedazos de s mismo, Shepp, pero claro, si te la tragas en seco cmo no se te va a pegar en la garganta, bobeta. Y ella revolviendo el caf, de golpe levantando unos ojos aplicados y mirndolo con un respeto nuevo, claro que si le empezaba a tomar el pelo se lo iba a pagar doble pero no, de veras Marcelo, me gustas cuando te pones tan doctor y pap, no te enojes, siempre digo lo que no tendra que, no te enojes, pero si no me enojo, pavota, s te enojaste un poquito porque te dije doctor y pap, no era en ese sentido pero justamente se te nota tan bueno cuando me hablas de la aspirina y fjate que te acordaste de buscarla y traerla, yo ya me haba olvidado, Shepp, ves cmo me haca falta, y eres un poco cmico porque me miras tan doctor, no te enojes, Marcelo, qu rico este coac con el caf, qu bien para dormir, t sabes que. Y s, en la carretera desde las siete de la maana, tres autos y un camin, bastante bien en conjunto salvo la tormenta al final pero entonces Marcelo y Kindberg y el coac Shepp. Y dejar la mano muy quieta, palma hacia arriba sobre el mantel lleno de miguitas cuando l se la acarici levemente para decirle que no, que no estaba enojado porque ahora saba que era cierto, que de veras la haba conmovido ese cuidado nimio, el comprimido que l haba sacado del bolsillo con instrucciones detalladas, mucha agua para que no se pegara en la garganta, caf y coac; de golpe amigos, pero de veras, y el fuego deba estar entibiando todava ms el cuarto, la camarera ya habra plegado las sbanas como sin duda siempre en Kindberg, una especie de ceremonia antigua, de bienvenida al viajero cansado, a las oseznas bobas que queran mojarse hasta Copenhague y despus, pero qu importa despus, Marcelo, ya te dije que no quiero atarme, noquiero-noquiero, Copenhague es como un hombre que encuentras y dejas (ah), un da que pasa, no creo en el futuro, en mi familia no hablan ms que del futuro, me hinchan los huevos con el futuro, y a l tambin su to Roberto convertido en el tirano carioso para cuidar de Marcelito hurfano de padre y tan chiquito todava el pobre, hay que pensar en el maana m'hijo, la jubilacin ridcula del to Roberto, lo que hace falta es un gobierno fuerte, la juventud de hoy no piensa ms que en divertirse, carajo, en mis tiempos en cambio, y la osezna dejndole la mano sobre el mantel y por qu esa succin idiota, ese volver a un Buenos Aires del treinta o del cuarenta, mejor Copenhague, che, mejor Copenhague y los hippies y la lluvia al borde del camino, pero l nunca haba hecho stop, prcticamente nunca, una o dos veces antes de entrar en la universidad, despus ya tena para ir tirando, para el sastre, y sin embargo hubiera podido aquella vez que los muchachos planeaban tomarse juntos un velero que tardaba tres meses en ir a Rotterdam, carga y escalas y total seiscientos pesos o algo as, ayudando un poco a la tripulacin, divirtindose claro que vamos, en el caf Rub del Once, claro que vamos, Monito, hay que juntar los seiscientos gruyos, no era fcil, se te va el sueldo en cigarrillos y alguna mina, un da ya no se vieron ms, ya no se hablaba del velero, hay que pensar en el maana, m'hijo, Shepp. Ah, otra vez; ven, tens que descansar, Lina. S doctor, pero un momentito apenas ms, fjate que me queda este fondo de coac tan tibio, prubalo, s, ves cmo est tibio. Y algo que l haba debido decir sin saber qu mientras se acordaba del Rub porque de nuevo Lina con esa manera de adivinarle la voz, lo que realmente deca su voz ms que lo que le estaba diciendo que era siempre idiota y aspirina y tens que descansar o para qu ir a Copenhague por ejemplo cuando ahora, con esa manita blanca y caliente bajo la suya, todo poda llamarse Copenhague, todo hubiera podido llamarse velero si seiscientos pesos, si huevos, si poesa. Y Lina mirndolo y despus bajando rpido los ojos como si todo eso estuviera ah sobre la mesa, entre las migas, ya basura del tiempo, como si l le hubiera hablado de todo eso en vez de repetirle ven, tens que descansar sin animarse al plural ms lgico, ven vamos a dormir, y Lina que se relama y se acordaba de unos caballos (o eran vacas, le escuchaba apenas el final de la frase), unos caballos cruzando el campo como si algo los hubiera espantado de golpe: dos caballos blancos y uno alazn, en el fundo de mis tos no sabes lo que era galopar por la tarde contra el viento, volver tarde y cansada y claro los reproches, machona, ya mismo, espera que termino este traguito y ya, ya mismo, mirndolo con todo el flequillo al viento como si a caballo en el fundo, soplndose en la nariz porque el coac tan fuerte, tena que ser idiota para plantearse problemas cuando haba sido ella en el gran corredor negro, ella chapoteando y contenta y dos piezas qu tontera, pide una sola, asumiendo por supuesto todo el sentido de esa economa, sabiendo y a lo mejor acostumbrada y esperando eso al acabar cada etapa, pero y si al final no era as puesto que no pareca, as, si al final sorpresas, la espada en la mitad de la cama, si al final bruscamente en el canap del rincn, claro que entonces l, un caballero, no te olvides de la chalina, nunca vi una escalera tan ancha, seguro que fue un palacio, hubo condes que daban fiestas con candelabros y cosas, y las puertas, fjate esa puerta, pero si es la nuestra, pintada con ciervos y pastores, no puede ser. Y el fuego, las rojas salamandras huyentes y la cama abierta blanqusima enorme y las cortinas ahogando las ventanas, ah qu rico, qu bueno, Marcelo, cmo vamos a dormir, espera que por lo menos te muestre el disco, tiene una tapa preciosa, les va a gustar, lo tengo aqu en el fondo con las cartas y los planos, no lo habr perdido, Shepp. Maana me lo mostrs, te ests resfriando de veras, desvestite rpido, mejor apago as vemos el fuego, oh s Marcelo, qu brasas, todos los gatos juntos, mira las chispas, se est bien en la oscuridad, da pena dormir, y l dejando el saco en el respaldo de un silln, acercndose a la osezna acurrucada contra la chimenea, sacndose los zapatos junto a ella, agachndose para sentarse frente al fuego, vindole correr la lumbre y las sombras por el pelo suelto, ayudndola a soltarse la blusa, buscndole el cierre del sostn, su boca ya contra el hombro desnudo, las manos yendo de caza entre las chispas, mocosa chiquita, osita boba, en algn momento ya desnudos de pie frente al fuego y besndose, fra la cama y blanca y de golpe ya nada, un fuego total corriendo por la piel, la boca de Lina en su pelo, en su pecho, las manos por la espalda, los cuerpos dejndose llevar y conocer y un quejido apenas, una respiracin anhelosa y tener que decirle porque eso s tena que decrselo, antes del fuego y del sueo tena que decrselo, Lina, no es por agradecimiento que lo haces, verdad?, y las manos perdidas en su espalda subiendo como ltigos a su cara, a su garganta, apretndolo furiosas, inofensivas, dulcsimas y furiosas, chiquitas y rabiosamente hincadas, casi un sollozo, un quejido de protesta y negacin, una rabia tambin en la voz, cmo puedes, cmo puedes Marcelo, y ya as, entonces s, todo bien as, perdoname mi amor perdoname tena que decrtelo perdoname dulce perdoname, las bocas, el otro fuego, las caricias de rosados bordes, la burbuja que tiembla entre los labios, fases del conocimiento, silencios en que todo es piel o lento correr de pelo, rfaga de prpado, negacin y demanda, botella de agua mineral que se bebe del gollete, que va pasando por una misma sed de una boca a otra, terminando en los dedos que tantean en la mesa de luz, que encienden, hay ese gesto de cubrir la pantalla con un slip, con cualquier cosa, de dorar el aire para empezar a mirar a Lina de espaldas, a la osezna de lado, a la osita boca abajo, la piel liviana de Lina que le pide un cigarrillo, que se sienta contra las almohadas, eres huesudo y peludsimo, Shepp, espera que te tape un poco si encuentro la frazada, mrala ah a los pies, me parece que se le chamuscaron los bordes, Shepp.

Despus el fuego lento y bajo en la chimenea, en ellos, decreciendo y dorndose, ya el agua bebida, los cigarrillos, los cursos universitarios eran un asco, me aburra tanto, lo mejor lo fui aprendiendo en los cafs, leyendo antes del cine, hablando con Cecilia y con Pirucho, y l oyndola, el Rub, tan parecidamente el Rub veinte aos antes, Arlt y Rilke y Eliot y Borges, slo que Lina s, ella s en su velero de auto-stop, en sus singladuras de Renault o de Volkswagen, la osezna entre hojas secas y lluvia en el flequillo, pero por qu otra vez tanto velero y tanto Rub, ella que no los conoca, que no haba nacido siquiera, chilenita mocosa vagabunda Copenhague, por qu desde el comienzo, desde la sopa y el vino blanco ese irle tirando a la cara sin saberlo tanta cosa pasada y perdida, tanto perro enterrado, tanto velero por seiscientos pesos, Lina mirndolo desde el semisueo, resbalando en las almohadas con un suspiro de bicho satisfecho, buscndole la cara con las manos, t me gustas huesudo, t ya leste todos los libros, Shepp, quiero decir que contigo se est bien, ests de vuelta, tienes esas manos grandes y fuertes, tienes vida detrs, t no eres viejo. De manera que la osezna lo senta vivo a pesar de, ms vivo que los de su edad, los cadveres de la pelcula de Romero y quin sera se debajo del flequillo donde el pequeo teatro resbalaba ahora hmedo hacia el sueo, los ojos entornados y mirndolo, tomarla dulcemente una vez ms, sintindola y dejndola a la vez, escuchar su ronrn de protesta a medias, tengo sueo, Marcelo, as no, s mi amor, s, su cuerpo liviano y duro, los muslos tensos, el ataque devuelto duplicado sin tregua, no ya Marlene en Bruselas, las mujeres como l pausadas y seguras, con todos los libros ledos, ella la osezna, su manera de recibir su fuerza y contestarla pero despus, todava en el borde de ese viento lleno de lluvia y gritos resbalando a su vez al semisueo, darse cuenta de que tambin eso era velero y Copenhague, su cara hundida entre los senos de Lina era la cara del Rub, las primeras noches adolescentes con Mabel o con Nlida en el departamento prestado del Monito, las rfagas furiosas y elsticas y casi enseguida por qu no salimos a dar una vuelta por el centro, dame los bombones, si mam se entera. Entonces ni siquiera as, ni siquiera en el amor se abola ese espejo hacia atrs, el viejo retrato de s mismo joven que Lina le pona por delante acaricindolo y Shepp y durmmonos ya y otro poquito de agua por favor; como haber sido ella, desde ella en cada cosa, insoportablemente absurdo irreversible y al final el sueo entre las ltimas caricias murmuradas y todo el pelo de la osezna barrindole la cara como si algo en ella supiera, como si quisiera borrarlo para que se despertara otra vez Marcelo, como se despert a las nueve y Lina en el sof se peinaba canturreando, vestida ya para otra carretera y otra lluvia. No hablaron mucho, fue un desayuno breve y haba sol, a muchos kilmetros de Kindberg se pararon a tomar otro caf, Lina cuatro terrones y la cara como lavada, ausente, una especie de felicidad abstracta, y entonces t sabes, no te enojes, dime que no te vas a enojar, pero claro que no, decime lo que sea, si necesitas algo, detenindose justo al borde del lugar comn porque la palabra haba estado ah como los billetes en su cartera, esperando que los usaran y ya a punto de decirla cuando la mano de Lina tmida en la suya, el flequillo tapndole los ojos y por fin preguntarle si poda seguir otro poco con l aunque ya no fuera la misma ruta, qu importaba, seguir un poco ms con l porque se senta tan bien, que durara un poquito ms con este sol, dormiremos en un bosque, te mostrar el disco y los dibujos, solamente hasta la noche si quieres, y sentir que s, que quera, que no haba ninguna razn para que no quisiera, y apartar lentamente la mano y decirle que no, mejor no, sabes, aqu vas a encontrar fcil, es un gran cruce, y la osezna acatando como bruscamente golpeada y lejana, comindose cara abajo los terrones de azcar, vindolo pagar y levantarse y traerle la mochila y besarla en el pelo y darle la espalda y perderse en un furioso cambio de velocidades, cincuenta, ochenta, ciento diez, la ruta abierta para los corredores de materiales prefabricados, la ruta sin Copenhague y solamente llena de veleros podridos en las cunetas, de empleos cada vez mejor pagados, del murmullo porteo del Rub, de la sombra del pltano solitario en el viraje, del tronco donde se incrust a ciento sesenta con la cara metida en el volante como Lina haba bajado la cara porque as la bajan las ositas para comer el azcar.Segunda vez No ms que los esperbamos, cada uno tena su fecha y su hora, pero eso s, sin apuro, fumando despacio, de cuando en cuando el negro Lpez vena con caf y entonces dejbamos de trabajar y comentbamos las novedades, casi siempre lo mismo, la visita del jefe, los cambios de arriba, las performances en San Isidro. Ellos, claro, no podan saber que los estbamos esperando, lo que se dice esperando, esas cosas tenan que pasar sin escombro, ustedes proceden tranquilos, palabra del jefe, cada tanto lo repeta por las dudas, ustedes la van piano piano, total era fcil, si algo patinaba no se la iban a tomar con nosotros, los responsables estaban arriba y el jefe era de ley, ustedes tranquilos, muchachos, si hay lo aqu la cara la doy yo, lo nico que les pido es que no se me vayan a equivocar de sujeto, primero la averiguacin para no meter la pata y despus pueden proceder noms.Francamente no daban trabajo, el jefe haba elegido oficinas funcionales para que no se amontonaran, y nosotros los recibamos de a uno como corresponde, con todo el tiempo necesario. Para educados nosotros, che, el jefe lo deca vuelta a vuelta y era cierto, todo sincronizado que rete de las IBM, aqu se trabajaba con vaselina, minga de apuro ni de crranse adelante. Tenamos tiempo para los cafecitos y los pronsticos del domingo, y el jefe era el primero en venir a buscar las fijas que para eso el flaco Bianchetti era propiamente un orculo. As que todos los das lo mismo, llegbamos con los diarios, el negro Lpez traa el primer caf y al rato empezaban a caer para el trmite. La convocatoria deca eso, trmite que le concierne, nosotros solamente ah esperando. Ahora que eso s, aunque venga en papel amarillo una convocatoria siempre tiene un aire serio; por eso Mara Elena la haba mirado muchas veces en su casa, el sello verde rodeando la firma ilegible y las indicaciones de fecha y lugar. En el mnibus volvi a sacarla de la cartera y le dio cuerda al reloj para ms seguridad. La citaban a una oficina de la calle Maza, era raro que ah hubiera un ministerio pero su hermana haba dicho que estaban instalando oficinas en cualquier parte porque los ministerios ya resultaban chicos, y apenas se baj del mnibus vio que deba ser cierto, el barrio era cualquier cosa, con casas de tres o cuatro pisos y sobre todo mucho comercio al por menor, hasta algunos rboles de los pocos que iban quedando en la zona.Por lo menos tendr una bandera, pens Mara Elena al acercarse a la cuadra del setecientos, a lo mejor era como las embajadas que estaban en los barrios residenciales pero se distinguan desde lejos por el trapo de colores en algn balcn. Aunque el nmero figuraba clarito en la convocatoria, la sorprendi no ver la bandera patria y por un momento se qued en la esquina (era demasiado temprano, poda hacer tiempo) y sin ninguna razn le pregunt al del quiosco de diarios si en esa cuadra estabala Direccin.Claro que est dijo el hombre, ah a la mitad de cuadra, pero antes por qu no se queda un poquito para hacerme compaa, mire lo solo que estoy.A la vuelta le sonri Mara Elena yndose sin apuro y consultando una vez ms el papel amarillo. Casi no haba trfico ni gente, un gato delante de un almacn y una gorda con una nena que salan de un zagun. Los pocos autos estaban estacionados a la altura dela Direccin, casi todos con alguien en el volante leyendo el diario o fumando. La entrada era angosta como todas en la cuadra, con un zagun de maylicas y la escalera al fondo; la chapa en la puerta pareca apenas la de un mdico o un dentista, sucia y con un papel pegado en la parte de abajo para tapar alguna de las inscripciones. Era raro que no hubiese ascensor, un tercer piso y tener que subir a pie despus de ese papel tan serio con el sello verde y la firma y todo.La puerta del tercero estaba cerrada y no se vea ni timbre ni chapa. Mara Elena tante el picaporte y la puerta se abri sin ruido; el humo del tabaco le lleg antes que las maylicas verdosas del pasillo y los bancos a los dos lados con la gente sentada. No eran muchos, pero con ese humo y el pasillo tan angosto pareca que se tocaban con las rodillas, las dos seoras ancianas, el seor calvo y el muchacho de la corbata verde. Seguro que haban estado hablando para matar el tiempo, justo al abrir la puerta Mara Elena alcanz un final de frase de una de las seoras, pero como siempre se quedaron callados de golpe mirando a la que llegaba ltimo, y tambin como siempre y sintindose tan sonsa Mara Elena se puso colorada y apenas si le sali la voz para decir buenos das y quedarse parada al lado de la puerta hasta que el muchacho le hizo una sea mostrndole el banco vaco a su lado. Justo cuando se sentaba, dndole las gracias, la puerta del otro extremo del pasillo se entorn para dejar salir a un hombre de pelo colorado que se abri paso entre las rodillas de los otros sin molestarse en pedir permiso. El empleado mantuvo la puerta abierta con un pie, esperando hasta que una de las dos seoras se enderez dificultosamente y disculpndose pas entre Mara Elena y el seor calvo; la puerta de salida y la de la oficina se cerraron casi al mismo tiempo, y los que quedaban empezaron de nuevo a charlar, estirndose un poco en los bancos que crujan.Cada uno tena su tema, como siempre, el seor calvo la lentitud de los trmites, si esto es as la primera vez qu se puede esperar, dgame un poco, ms de media hora para total qu, a lo mejor cuatro preguntas y chau, por lo menos supongo.No se crea dijo el muchacho de la corbata verde, yo es la segunda vez y le aseguro que no es tan corto, entre que copian todo a mquina y por ah uno no se acuerda bien de una fecha, esas cosas, al final dura bastante.El seor calvo y la seora anciana lo escuchaban interesados porque para ellos era evidentemente la primera vez, lo mismo que Mara Elena aunque no se senta con derecho a entrar en la conversacin. El seor calvo quera saber cunto tiempo pasaba entre la primera y la segunda convocatoria, y el muchacho explic que en su caso haba sido cosa de tres das. Pero por qu dos convocatorias?, quiso preguntar Mara Elena, y otra vez sinti que le suban los colores a la cara y esper que alguien le hablara y le diera confianza, la dejara formar parte, no ser ya ms la ltima. La seora anciana haba sacado un frasquito como de sales y lo ola suspirando. Capaz que tanto humo la estaba descomponiendo, el muchacho se ofreci a apagar el cigarrillo y el seor calvo dijo que claro, que ese pasillo era una vergenza, mejor apagaban los cigarrillos si se senta mal, pero la seora dijo que no, un poco de fatiga solamente que se le pasaba enseguida, en su casa el marido y los hijos fumaban todo el tiempo, ya casi no me doy cuenta. Mara Elena que tambin haba tenido ganas de sacar un cigarrillo vio que los hombres apagaban los suyos, que el muchacho lo aplastaba contra la suela del zapato, siempre se fuma demasiado cuando se tiene que esperar, la otra vez haba sido peor porque haba siete u ocho personas antes, y al final ya no se vea nada en el pasillo con tanto humo.La vida es una sala de espera dijo el seor calvo, pisando el cigarrillo con mucho cuidado y mirndose las manos como si ya no supiera qu hacer con ellas, y la seora anciana suspir un asentimiento de muchos aos y guard el frasquito justo cuando se abra la puerta del fondo y la otra seora sala con ese aire que todos le envidiaron, el buenos das casi compasivo al llegar a la puerta de salida. Pero entonces no se tardaba tanto, pens Mara Elena, tres personas antes que ella, pongamos tres cuartos de hora, claro que en una de sas el trmite se haca ms largo con algunos, el muchacho ya haba estado una primera vez y lo haba dicho. Pero cuando el seor calvo entr en la oficina, Mara Elena se anim a preguntar para estar ms segura, y el muchacho se qued pensando y despus dijo que la primera vez algunos haban tardado mucho y otros menos, nunca se poda saber. La seora anciana hizo notar que la otra seora haba salido casi enseguida, pero el seor de pelo colorado haba tardado una eternidad.Menos mal que quedamos pocos dijo Mara Elena, estos lugares deprimen.Hay que tomarlo con filosofa dijo el muchacho, no se olvide que va a tener que volver, as que mejor quedarse tranquila. Cuando yo vine la primera vez no haba nadie con quien hablar, ramos un montn pero no s, no se congeniaba, y en cambio hoy desde que llegu el tiempo va pasando bien porque se cambian ideas.A Mara Elena le gustaba seguir charlando con el muchacho y la seora, casi no sinti pasar el tiempo hasta que el seor calvo sali y la seora se levant con una rapidez que no le habran sospechado a sus aos, la pobre quera acabar rpido con los trmites.Bueno, ahora nosotros dijo el muchacho. No le molesta si fumo un pitillo? No aguanto ms, pero la seora pareca tan descompuesta...Yo tambin tengo ganas de fumar.Acept el cigarrillo que l le ofreca y se dijeron sus nombres, dnde trabajaban, les haca bien cambiar impresiones olvidndose del pasillo, del silencio que por momentos pareca demasiado, como si las calles y la gente hubieran quedado muy lejos. Mara Elena tambin haba vivido en Floresta pero de chica, ahora viva por Constitucin. A Carlos no le gustaba ese barrio, prefera el oeste, mejor aire, los rboles. Su ideal hubiera sido vivir en Villa del Parque, cuando se casara a lo mejor alquilaba un departamento por ese lado, su futuro suegro le haba prometido ayudarlo, era un seor con muchas relaciones y en una de sas consegua algo.Yo no s por qu, pero algo me dice que voy a vivir toda mi vida por Constitucin dijo Mara Elena. No est tan mal, despus de todo. Y si alguna vez...Vio abrirse la puerta del fondo y mir casi sorprendida al muchacho que le sonrea al levantarse, ya ve cmo pas el tiempo charlando, la seora los saludaba amablemente, pareca tan contenta de irse, todo el mundo tena un aire ms joven y ms gil al salir, como un peso que les hubieran quitado de encima, el trmite acabado, una diligencia menos y afuera la calle, los cafs donde a lo mejor entraran a tomarse una copita o un t para sentirse realmente del otro lado de la sala de espera y los formularios. Ahora el tiempo se le iba a hacer ms largo a Mara Elena sola, aunque si todo segua as Carlos saldra bastante pronto, pero en una de sas tardaba ms que los otros porque era la segunda vez y vaya a saber qu trmite tendra.Casi no comprendi al principio cuando vio abrirse la puerta y el empleado la mir y le hizo un gesto con la cabeza para que pasara. Pens que entonces era as, que Carlos tendra que quedarse todava un rato llenando papeles y que entretanto se ocuparan de ella. Salud al empleado y entr en la oficina; apenas haba pasado la puerta cuando otro empleado le mostr una silla delante de un escritorio negro. Haba varios empleados en la oficina, solamente hombres, pero no vio a Carlos. Del otro lado del escritorio un empleado de cara enfermiza miraba una planilla; sin levantar los ojos tendi la mano y Mara Elena tard en comprender que le estaba pidiendo la convocatoria, de golpe se dio cuenta y la busc un poco perdida, murmurando excusas, sac dos o tres cosas de la cartera hasta encontrar el papel amarillo.Vaya llenando esto dijo el empleado alcanzndole un formulario. Con maysculas, bien clarito.Eran las pavadas de siempre, nombre y apellido, edad, sexo, domicilio. Entre dos palabras Mara Elena sinti como que algo le molestaba, algo que no estaba del todo claro. No en la planilla, donde era fcil ir llenando los huecos; algo afuera, algo que faltaba o que no estaba en su sitio. Dej de escribir y ech una mirada alrededor, las otras mesas con los empleados trabajando o hablando entre ellos, las paredes sucias con carteles y fotos, las dos ventanas, la puerta por donde haba entrado, la nica puerta de la oficina. Profesin, y al lado la lnea punteada; automticamente rellen el hueco. La nica puerta de la oficina, pero Carlos no estaba ah. Antigedad en el empleo. Con maysculas, bien clarito.Cuando firm al pie, el empleado la estaba mirando como si hubiera tardado demasiado en llenar la planilla. Estudi un momento el papel, no le encontr defectos y lo guard en una carpeta. El resto fueron preguntas, algunas intiles porque ella ya las haba contestado en la planilla, pero tambin sobre la familia, los cambios de domicilio en los ltimos aos, los seguros, si viajaba con frecuencia y adonde, si haba sacado pasaporte o pensaba sacarlo. Nadie pareca preocuparse mucho por las respuestas, y en todo caso el empleado no las anotaba. Bruscamente le dijo a Mara Elena que poda irse y que volviera tres das despus a las once; no haca falta convocatoria por escrito, pero que no se le fuera a olvidar.S, seor -dijo Mara Elena levantndose, entonces el jueves a las once.Que le vaya bien dijo el empleado sin mirarla.En el pasillo no haba nadie, y recorrerlo fue como para todos los otros, un apurarse, un respirar liviano, unas ganas de llegar a la calle y dejar lo otro atrs. Mara Elena abri la puerta de salida y al empezar a bajar la escalera pens de nuevo en Carlos, era raro que Carlos no hubiera salido como los otros. Era raro porque la oficina tena solamente una puerta, claro que en una de sas no haba mirado bien porque eso no poda ser, el empleado haba abierto la puerta para que ella entrara y Carlos no se haba cruzado con ella, no haba salido primero como todos los otros, el hombre del pelo colorado, las seoras, todos menos Carlos.El sol se estrellaba contra la vereda, era el ruido y el aire de la calle; Mara Elena camin unos pasos y se qued parada al lado de un rbol, en un sitio donde no haba autos estacionados. Mir hacia la puerta de la casa, se dijo que iba a esperar un momento para ver salir a Carlos. No poda ser que Carlos no saliera, todos haban salido al terminar el trmite. Pens que acaso l tardaba porque era el nico que haba venido por segunda vez; vaya a saber, a lo mejor era eso. Pareca tan raro no haberlo visto en la oficina, aunque a lo mejor haba una puerta disimulada por los carteles, algo que se le haba escapado, pero lo mismo era raro porque todo el mundo haba salido por el pasillo como ella, todos los que haban venido por primera vez haban salido por el pasillo.Antes de irse (haba esperado un rato, pero ya no poda seguir as) pens que el jueves tendra que volver. Capaz que entonces las cosas cambiaban y que la hacan salir por otro lado aunque no supiera por dnde ni por qu. Ella no, claro, pero nosotros s lo sabamos, nosotros la estaramos esperando a ella y a los otros, fumando despacito y charlando mientras el negro Lpez preparaba otro de los tantos cafs de la maana.