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Cuentos del cuervo de Arabel Joan Aiken Ilustraciones de Quentin Blake os del o de Arabel ISBN 956-239-265-1 .. 9 '789562"392655" Cuando la señora Jones entra una mañana en su cocina se encuentra con que hay un "espantoso pajarraco" en la nevera, que además se ha comido todo el queso, una tarta de moras, ci neo botellas de leche, un cuenco de salsa y medio ki lo de salchichas. Sin embargo, a la hija de la señora Jones, Arabel, le gusta ese cuervo negro y grande. Y decide llamarlo Mortimer.

Cuentos Del Cuervo de Arabel

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Cuentos del cuervo de Arabel Joan Aiken Ilustraciones de Quentin Blake

os del o de Arabel

ISBN 956-239-265-1

"~ ..~--9 '789562"392655"

AL~RA

Cuando la señora Jones entra una mañana en su cocina se encuentra con que hay un "espantoso pajarraco" en la nevera, que además se ha comido

~

todo el queso, una tarta de moras, ci neo botellas de leche, un cuenco de salsa y medio ki lo de salchichas. Sin embargo, a la hija de la señora Jones, Arabel, le gusta ese cuervo negro y grande. Y decide llamarlo Mortimer.

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Título original: 'IAf.!:"S OF TUf:' AI¿.lHH S N/l\/:"\' @ ¡)"Ile};{o, J'1'2, J'r;'~, JS)i'¡:.J{)¡\NAIKE~

© D, las Jid,,[;'aci(Jne~: J()7;;. 197.3, 1974 Q\·~.V1'l" lh "le «:) De J;¡ tr"jucciún' f\A)m\Jt~ MC:SHASF y JAVII~ ,.\.m~YA ntos t) DC' eS[;l "Jieión

....guilar Chi!elliI oc fdJCioncs, Uda. deDr. 1\níbal Ari7tia 1~4;', Pmv'ideIlC"\ Sanuago de ehik

• C;rupo ~nlillana tle Ecl.icíol1e' S.A. Joan Aiken Tcipt'bgu I1J W ..180'U :I-'larlnd, E.G¡X1il<l

lIus.traciones dú Quentin Blake• Aguilar,"'lte~ 'f\1urus, Alf.aguarJ. S.A. de C. V Avda 1'lllVf'r"" lad. 7(,7. C"lon;n del V;¡llc, México D.E (lj100

• Agllilar,Alu::a,Tauruo.Alfaguar.l,S Bc';l~iL') .;8(,0, 1437 IlI¡enos Aires, AIg;:nnl1:

• S:mliUana. S.A. Avda. San Felipe ¡y¡, .k,'(¡"; ~'Jaria. Lirna, I'en', Edi<:IOl1CS SamHl~l1a S.A. Ct)n~rjIlI<:¡nf1 i,~g9, I P:H)!) Montevideo. I iru¡.way

• SantiJl:U,l;l S.A. A,.ua. \'l'[lI;'Zlldll ;-''''' :F(, c' :\-Jet! r.ópc''l, y E'lxlr'~!,

,"une i:~I,. l'ara'lu.l)' • Samillana de ülidnne~ S.A.

Aveb. Arc" 2.r;,1. ' mr," Jkl.<cnr,lo UL¡Iil'rrcl y Bcli.,;:¡n,., Salmas, I,,¡ p;¡z. 1'l.olivia

l~!:l!\; 9'i6-2j')2Cl'i ­l'rimr.r;1 cd,,:;or¡ en Out,' ,eplll":II"'I'C de 20<ri 11lIpreso '~/1 Chile.' 1',lnled in f hile

DiscflO de cokn:,ón: Manuel Fstr,lda

rod,,, k,.' dl'l'(,c1.to, reoer.·;,¡d,,' E....la pllhJ¡caClon 110 ¡"",cI,· ._0 r",producida n! l'" (ud!, ni en par1<' ni reglslrac1l en. () rran.smilida !lor, un "'I,',n:I ele rt'<,:upcf>lción "k inl"oona"'{lD. en njngurl.. lorn1a ni por l1In .. gún medio, se.. nlc<.álli('o. ('o[oquím1co, cl('C{rún,co, m~;.;·

¡¡éIlCO, c!<::ClrOlljlt;',:o, por rOIO(Opia, .:¡ nl.;ll'lllicr (¡(re), sin t:I pCrnllM) [lrCYlo por ,'senIl! rle. i:I edil"";:!!

AL~RA

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INDIC

El cuervo de Arabel ... ... 9­

a coora negra escapaaa 85

a panera ... '" ..... , ... 15

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1

~.

ntosa noche del mes mucho tiempo,

ado Ebenezer J0­

tarde, atrave­sando el un tanto perigroso y sinies distrito londinense de Rumbury Town. El señor Jones pasaba junto a un sola ancho y desolado, namado Rumbury Waste, cuando no muy lejos observó un objeto grande, oscuro y en posición ver­tical. Era tm poco más pequeño que un cubo de carbón y algo mayor que una botella de sidra y avanzaba lentamente por la calle.

El señor Jones estaba a unos quin­ce metros del objeto cuando un motorista con un side-car le pasó como una flecha y se fue a poner justo delante de él. El señor Jones frenó en seco y miró por el espejo retrovisor. Cuando volvió a mi­

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r hacia adelanLe vio que el motorista debía de haber golpeado al objeto al pa­sar porque éste ahora estaba tumbado junto a sus ruedas delanteras.

Paró el taxi. "A lo mejor aciende el tonto "', pensó. "Hay muell0S

en esta parte de la ciudad que 10 mejor es dejarles en paz. Pero no puedes ver

na cosa así sin pararte a ver qué ha ocu­·rido. "

jó dd coche. lit Lo que encontró en la carretera

era un enorme pájaro negro. de más de medio metro, con una orla de pelusa alre­

edor del pico. Al principio creyó que estaba muerto. Pero 'cuando se acer el pájaro abrió un poco un ojo y luego 10 volvió acerrar.

"Pobrecito, seguramente está conmocionado", pensó el señor Jones.

Su horóscopo en Hackney Dri­ver's Herald había dicho aquella maña­na: "Gracias a su pericia salvará hoy una vida." El señor Jones iba preocupado de

uelta a casa porque hasta aquel momen­to, por lo que podía saber, no le había

.,111 salvado la vida a nadie, a menos que s tuviera en cuenta a los imprudentes pea-

L

tones que cruzaban (a calzada sin mirar. " Esta debe de ser la vida que me

ha tocado salvar", pensó. Ij Debe de ser porque ya han pasado cinco minutos de la medianoche" I Y volvió al taxi en busc'a de una botella de coñac y una cucharita que siempre llevaba en la caja de herra­mientas por si a alguna pasajera le daba por desmayars....

No tiene nada de fácil darle co­ñac a un pájaro grande que yace incons­ciente en medio de la calzada. Al cabo de cinco minutos había una buena can­tidad de coñac en el suelo, un poco en la

..

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manga Gel señor Jones y otro poco en sus zapatos, pero no estaba seguro de que el pájaro hubiera tragado algo. La dificu·· tad estrihaba en que necesitaba por lo menos tres manos: una para sostener 1 botella,,,otra para la cuchara y una ter­cera para abrir el pico del pájaro. Si usa-

el mango de la cuchara para abrir el pico, se cerraba antes de que tuviera tiem­I po de darle la vuelta a la cuchara y verter un poco de coñac.

e repente una mano cayó sobre el nombro del señor Tones.

-¿Qué está usted haciendo? -preguntó uno de los dos· policías gu habían dejado su furgoneta y estaban de pie a su lado.

El otro se puso a olisquear de 1'1 orma desaprobadora

-Le estaba dando coñac a este grajo -explicó. Se sentía un poco incó­modo porque había vertido mucho coñac.

-¿Grajo? Este no es ningún 'ajo -dijo el policía que olisqueaba-o

Es un cuervo. Mire l~ pelusa de su pie...,.

11.1

[111:

I -Sea lo que sea está conmocio Itlllll nado -dijo el señor Tones-. Le ha gol­

peado una motocicleta.

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---Ah -dijo el segundo poli­cía-, habrá sido la pareja que acaba de robar treinta mil libras del banco en High Street. Los muchachos de Dinero y Qui­lates, que han cometido un montón de atracos por aquí recientemente. ¿ Vio ha­cia dónde fueron?

-No -dijo el señor Jones, le· vantando la cabeza del cuervo-, pero tendrán una abolladura en la moto. ¿Pue­de sostener uno de ustedes la botella.

-No debe darle coñac. Lo que le debe dar es un té caliente y dulce.

--Eso es -dijo el otro policía-o, y un trozo de hielo en la cabeza.

-y quemar plumas delante de su pICO.

rle golpecitos en las manos. esatar los cordones de sus za­

patos. -Meterle en la nevera. -na tiene cordones de zapatos

-dijo el señor Jones, que no estaba nada contento por todos aquellos consejos-o Si no van a sostener la botella, ¿por qué no van detrás de los tipos que lo atrope­llaron?

-Oh, es que ya estarán muy le·

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jos. Además van armados. Vamos a vol­

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1111/

,11 ver a la comisaría -dijo el primer poU­cía-o Y usted no debe quedarse aquí ia­toxicando con licores a un páj aro. o si no le vamos a tener que detener por andar por ahí haciendo cosas sospechosas.

-No puedo dejar al pájaro ti­rado en la carretera -dijo el señor Janes.

1 -Uévelo con usted, entonces. -¿No le pueden llevar a [a co­

misaría? -Desde luego que no -dijo

segundo policia-. No tenemos instala­ciones para cuervos.

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I1

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e miraron con los brazos cruza­dos mienlras el señor Jones recogía Jen­tamenteal pájaro y lo metía en su taxi. y le siguieron mirando cuando arrancó y se marchó.

Así fue como el señor Tones se llevó el pá.laro a su casa del número 6 de Rainwater Crescent, N,W' j a las 3112 de una ventosa noche de mar

Cuando llegó a casa todos dor­mían, lo cual no tenía nada de sorpren­dente a esas horas. Le hubieru gustado despertar a su hija Arabel, a la que le encantaban los pájaros y toda clase de animales. Pero como era muy pequeña -todavía no había empezado el coJe­gio- pensó que sería mejor no hacerlo. y sabía que no debía despertar a su es­posa, Martha, porque tenía que estafO en Round and Round, la tienda de gramó­fonos de High Street, a las nueve de la mañana.

Posó el cuervo en el suelo de ]a cocina, abrió la ventana para que le diera el aire, puso la tetera al fuego para hacer té caliente y dulce y, ya que había encen­dido una cerilla, quemó un plumero bajo el pico del cuervo. Nada ocurrió como

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"'­ _._-..-~~.

no fuera que el señor rones se puso a to­ser. No había forma de dar go'pecitos e

s manos del cuervo ni de deshacerle los cordones de los zapatos, así que sacó hie­lo y una jarra de leche de la nevera. L dejó abierta porque tenía las manos oc-·­padas, y porque además solía cerrarse sí misma. Con mucho cuidado deslizó unos cuantos cubos de hielo sobre el co­gote del cuervo.

La tetera hirvió e hizo el té: tres cucharadas, una para cada uno y otra de sobra. También se untó una rebanada de pan con pasta de pescado, ya que no veía por qué no iba a tener que tomar él algo a la vez que el pájaro. Se sirvió una ta de té y llenó una huevera para el cuerv", .. echando en los dos un montón de azúcar. Pero cuando dio la vuelta, la huevera en la mano, el cuervo había desaparecido.

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s mio! -dijo el señor Jo­nes-. ¡ vaya ingratitud! ¡Después de todo lo que he hecho por él! Supongo qu se habrá ido volando por la ventana; se­guramente gracias al hielo. ¿No sería bue­na idea llevar unos cubos de hielo ca'-­migo en el taxi? Podría meterlos en un termo; quizá sea mejor que el coñac si las pasajeras se nrrare

!v1ientras pensaba en todo eso ter­minó su té (y el del cuervo; para qué iba a dejar que se enfriara), apagó la luz y se fue a la cama.

En medio de la noche pensó; " ¿ Metí otra vez la leche en la nevera?"

Y pensó: "No." y volvió a pensar: "Debería le­

vantarme y guardarla." y luego otra vez: "Hace frío esta

noche, la leche no se va a estropear. Ade­más mañana es jueves, mi dl9 de leva..­tarme temprano.'

Así que se dio la vuelta V se aue­dódormido.

Todos los jueves el señor rones llevaba al pescadero, el señor Finney, a Colchester para comprar ostras a las cin­co de la mañana. Así que a la mañana

dnr uU

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siguiente se levantó y se fue. Se hizo una taza de té, terminó la leche que había e

jatTa y no miró en la nevera. Una hora después de que se hub

marchado, la señora Tones se levan tó par calentat el té. Como la jarra de leche es~

taba vaCía se dirigió bostezando a la Uf'­

vera y la abrió, sin darse cuenta de que no estaba cerrada del todo porque el ma",­go de un plumero quemado se había en­ganchado en una bisagra. Pero desde lue­go que sí se dio cuenta de lo que había en la nevera. Pegó un chillido que hizo que Arabe] bajara precipitadamente las eSCa­leras.

bia y tenia 'són blan­

co que le daba el aspecto de una pantalla de lámpara con dos pies que sobresalía or debajo. En uno de los pies había un

calcetín de color azul. '0 / M? d"-¿ ue pasa, .a. - lJO.

!y un pajarraco espantoso en la nevera -sollozó la señora Tones-. y se ha comido todo el queso, una tarta de moras, cinco botellas de leche. un cuenco de saisa y medIo quijo de salchichas. Sóio

jiu queda la lechuga.

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-Entonces desayunaremos le­chuga -dijo Arabel.

Pero la señora Jones dijo que no le apetecía una lechuga que había pasad la noche en la nevera con aquel espantoso pajarraco.

-¿y cómo le vamos a sacar de ahí?

-lA la lechuga? -jAl pájaro! ~ijo la señora

Jones apagando la tetera y vertiendo agua en un recipiente sin té.

Arabel abrió la puerta de la ne­vera, que se había cerrado. Allí sentado

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I 11 I

II,~

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estaba el pájaro entre botellas leche, pero era bastante mayo Había bastante estropicio a su aLreCle.uo -papel de aluminio roto, envolturas del queso, manchas de leche, trozos de hoja-­dre, gr-umos de grasa, y las desdeñadas hojas de lechuga. Parecía Rumbury Was­te después de las meriendas dominJlue­ras.

rabel miró al cuervo y éste la miró a ella.

-Se llama Martimer ·-dijo. -Not ni hablar, ni hablar -gri­

tó la señora Jones, sacando una barra de pan de la panera y metiéndola distraí.... ­mente debajo del grifo--. Te dijimos que podrías tener un hámster cuando cum •

plieras los cinco años, o un cachorro o n gatito cuando cumplieras los seis, y

desde luego ponerle el nombre que qui­sieras, j pero cielos, mira las uñas que tiene ese bicho!, si es que se le pueden llamar uñas, pero no un pájaro como ése, esa horrible cosa llena de pelusa que se 10 come todo, tan grande como un extin­or de incendios y todo negro.

Pero ATabe} miraba al cuervo yIIIIlU I éste la miraba a ella.

111U1 J

,

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-Se llama Mortimer -dijo. rodeó con sus brazos al cuervo, lo cual no tenía nada de fácil ya que estaba me­tido entre las botellas de leche, y lo sacó de allí.

-Pesa mucho -dijo, y lo depo­sitó en el suelo de la cocina.

-No me extraña, teniendo en cuenta que se ha tragado medio quilo de salchichas, cinco botellas de leche, u cuarto de quilo de queso de Nueva Ze­landa y una tarta de moras -dijo la se­ñora Jones--. Vaya abrir la ventana. ver si sale volando.

brió la ventana. Pero Mortimer no se movió. Estaba muy ocupado mirán­dolo todo detalladamente en la cocina.

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Dio unos golpecitos con su pico en las patas de la mesa, que era de metal y tin­tinearon, Luego 10 sacó todo del cubo de la basura: medio quilo de cáscal'as d cacahuete, dos latas vacías y dos cajas de tarta de...mermelada, Le gustaban mucho las cajas de las tartas porque las podía meter bajo el linóleo. Luego se fue an­dando hasta el fogón (era una cocina all­tigua) y comenzó a sacar la argamasa que habia entre los ladrillos,

•• J

"II~

La señora Jones miraba al cuervo como si estuviera hechizada, pero cuando comenzó con el fogón dijo:

--¡No le dej.es hacer esol -Mortimer -dijo Arabel-o,

por favor, nos gustaría que no hicieras eso,

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Mortimer volvió la cabeza todo lo que pudo sobre su cuello negro y elU­

plumado Y lanzó a Arabel una mirada pensativa. Luego hizo su primer comen­tario, que fue un graznido profundo, ron-o co Y chirriante.

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--Crac. Lo dijo con tanta claridad como

si fueran palabras: CI Pues muy bien, n 10 haré esta vez, pero no prometo qu no 10 volveré a hacer alguna vez. Y creo que te comportas de un modo irracio­nal. ti

-¿No te gustaría conocer e'l res­to de la casa, Mortimer? --dijo ATabe1. y abrió la puerta de la cocina. Mortimer anduvo (nunca daba sa1titos) muy lenta­mente por el vestíbulo, y echó un vistazo a la escalera. Pareció interesarle mucho y comenzó a subirla paso a paso.

Cuando llegó a la mitad sonó el teléfono. Estaba colocado en el alféizar de la ventana y Mortimer miró cuan" do la señora Jones se acercó Dara con­testar.

El señor Jones llamaba desde CO··

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chester para preguntar si su esposa quería ostras.

-¡Ostras! -dijo-. El pájaro que dejaste en la nevera se ha comido salchichas, queso, salsa, una tarta de mo~

ras, bebió cinco botellas de leche y ahora picotea las escaleras, ¿y aún me pregun­tas si quiero ostras? ¿Por qué no darle un poco de caviar?

-¿El pájaro que yo dejé en nevera? -El señor Jones estaba descon­certado-. ¿Qué pájaro, Martha?

-Ese enorme pajarraco negro o lo que sea. Arabelle ha puesto Mortimer y lo está llevando por toda la casa, y ro ha cogido las bobinas de algodón del ca­jón de costura y las está metiendo bajo el felpudo.

-No es ese, Ma, es Mortimer -dijo Arabe!, mientras iba a la puerta principal a coger las cartas del cartero. Pero Mortimer llegó antes y recibió las cartas en el pico.

El cartero se quedó tan sorpren­dido que dejó caer toda la saca del correo en un charco y jadeó:

-¡No volveré a quedarme hasta después de las diez y media en el Baile

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del Club de la Gente Extraña, ni beberé nada más fuerte que limonada dcl Cari­be, nunca más.

-Nunca más -dijo Mortimer metiendo dos cuentas y una tarjeta postal bajo el.felpudo. Luego volvió a coger la tarjeta y le abrió un agujero en medio. La señora Jones lanzó un aullido.

-¡Arabel, no puedes cstar en ca­misón en la calle! Mira lo que ha hecho el pájaro, se ha comido la cuenta del gas. ¡Desde fuego que nunca más! Es el mo~

mento de decir se acabó. No quiero OS~

tras, Ebenezer Jones, ¿y quieres cerrar la puerta de casa y no dejar que ese pájaro meta todas las flores de plástico bajo 1 alfombra de la escalera?

J señor Jones no entendia nada. así que colgó. Cinco minutos más tarde volvió a sonar el teléfono. Esta vez era la hermana de la señora fones, Brenda para preguntar a i\1artha si quería jugar al bingo esa tarde. Pero esa vez Mortimer llegó antes al teléfono; cogió el aUrlcula con su pata, exactamente como había vis­to hacer a la señora Jones, emitiendo un ruidoso chasquido y dijo: "¡Nunca más!"

Luego volvió a colocar el ,apa­

rato. -iPor Dios! -dijo Brenda a su

marido--. Vaya pelea que han dehido de tener Ben y Martha; jcontestó al teléfono pero no parecía él en absoluto!

Entre tanto Mortimer habfa subi­do la escalera y estaba en el cuarto de baño probando los grifos; le costó menos de cinco minutos aprender a abrirlos. Le gustaba mirar cómo corria el agua fría, pero la caliente, con sus nubes de vapOl por alguna razón le resultaba molesta, así que empezó a meter cosas en el grifo: tro­zos de jabón, esponjas, cepillos de uñas, paños para la cara.

Todo aqueHo obturó el desagüe y al poco tiempo el agua salia por todo el cuarto de baño.

-Mortimer, creo que no debes quedarte en el cuarto de baño -dijo Arabel.

Mortimer era un especialista en lanzar miradas siniestras; le lanzó una de esas miradas a Arabel. Pero ella se hizo la desentendida.

, Atabel tenía un carrito rojo que habla estado lleno de cubitos de madera

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para nacer constrocciones. Los cubitos se habían perdido, pero el carro estaba en buen us...,.

-Mortimer, ¿quieres dar un pa·

seo en tni carro rojo? "Mortimer se mostró de acuerdo.

Subió al carro Yse quedó esperando. Ara·

¡ bel tomó el asa y comenzÓ a llevarle. Cuando la señora Janes miró a Arabel casi le da un alaqu",.

-No es suficiente con que hayas adoptado a este pájaro gTandc, feo y mai· humorado, sino que hasta tienes que lle­varle en un carro. ¿Es que no le funcio­

¡,! nan las patas? ¿Te puedo preguntar por

qué no anda? -Es que ahora no tiene ganas

1, de andar -dijo Arabel.

-iPor supuesto! ¿Y supongo que se habrá olvidado de volar?

-Me gusta Jlevarle en el carro _dijo Arabel Y le llevó hasta el jar­

dín. Al poco tiempo la señora Jones

se fue a trabajar a Round and Round, la

tienda de gramófonos, y la abuela vine a cuidar a Arabel. La abuela no hacía más que sentarse y hacer calceta. Tam­bién le gustaba contestar al teléfono, pero ahora cada vez que sonaba Mortimer lle­gaba antes, cogía el auricular v decía: "Nunca más."

La gente que llamaba para pedir un taxi se quedaba desconcertada y se decían unos a otros: "El señor Jones se debe de haber retirado."

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I~I

Tomaron judías guisadas a la hora del almuerzo. A Mortimer le gusta­ban mucho las judias, pero sus modales en la mesa eran un tanto despreocupa­dos. Le gustaba tirar al suelo cucharas y tenedores, meterlos bajo la estera y sac<:ll'. los de nuevo con gran revuelo, A lé:! abue­'a no le hacía demasiada gracia.

Mientras In abuela dormía la .,ies· ta, Arabel miraba sus tebeos y Mortimer miraba la escalera, Había algo en la cs­calera que le atraía mucho.

Cuando el señor Jones volvió a casn a la hora del té, la primera cosa qU~

dijo fue:

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-¿Qué ha pasado con los tres primeros peldaños?

-¿Pues qué ha pasado? -pre­guntó la abuehl, que era corta de vista . estaba muy ocupada untando su pan de mermelada,

-No están. -Pues Mortimer no tiene la cul­

pa -dijo Arabel-. No tiene por qué saber que necesitamos escaleras.

-¿Mortimer? ¿ Quién es Mor­timer?

En aquel momento Hegó la seño­ra Jones.

-Ese pájaro no puede quedarse aquí -dijo el señor Jones, en tono acu­sador, cuando ella dejó la cesta de la com­pra y se quitó el abrigo.

-¿Quién fue a hablar? Fuiste tú quien 10 dejó en la nevera.

Mortimer estaba de lo más adus­to, malhumorado y encapotado ante las palabras de la señora Jones. Hundió la cabeza entre los hombros y erizó la pelu­sa en tomo a su pico e hizo girar ha­cia dentro los dedos de sus patas, como si no le importara quedarse o marchar­se. Pero Arabel se puso tan pálida Que

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su padre pensó que iba a desmayarse. -Si Mortimer se marcha -di·

'o- lloraré sin parar. ¡Muy probable­mente me moriré!

-Oh, de acuerdo ... -dijo el señor ~ones-. Pero, cuidado, ¡si se aue­da no puede comer más peldaños!

io lo mismo. Más o menos du­rame la semana siguiente. Mortimer s comió otros seis peldaños. La familia te­nia que ir a la cama subiendo por UOH

escalera de mano. Afortunadamente era una escalera de aluminio para recoger fruta, porque si no Mortimer proba1 mente se la hubiera comido también: le encantaba la madera.

Hubo un poco de jaleo porque se empeñó en dormir todas las noches en 1 nevera. pero la señora Jones terminó con aquello: por fin aceptó dormir en un al" nario ropero. y hubo también otros pro­blemas porque metió el jabón y todos los cepillos de dientes debajo del linóleo de cuarto de batía y no se podía abrir la puerta. Los bomberos tuvieron que entror por la ventana para abrir la puerta,

~.-No se le puede dejar solo en la casa -dijo el señor Tones-. los días en

que Arabel vaya al jardín de infancia, tendrá que ir al trabajo contigo. Martha.

-¿Por qué no puede ir al jar­dín de infancia conmigo? -preguntó Arabel.

El señor Jones se limitó a reír ante la pregunta.

La sefiora Jones no tenía el me­nor deseo de llevar a Mortimer al trabajo con ella.

-¿De manera que vaya llevarle por todo High Street en ese carrito rojo? Tú estás de broma, I -Puedes llevarle en el carrito de ,a compra -dijo Arabel-, Le gustará.

Al principio los dueños de la tien­

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da de gramófonos, el señor ROlmd y el señor Toby Round, estaban muy conlen­tos de tener a Mortimer alJí sentado sobre el mostrador. La gente que vivía en Rum~

bury Town oyó hablar del cuervo de la tienda· de discos y sintió curiosidad ¡ e,,­traban a ver y luego ponía.n discos y mu­chas veces hasta los compraban. Al prin­cipio Mortimer estaba tan asombrado con la música que se sentaba muy quieto en el mostrador durante horas como si fuera un pájaro disecado. A la hora del té, cuan~

do Arabe1 volvía del jardín de infancL. ella le contaba lo que había hecho y le llevaba en el carro rojo.

Pero pronto Mortimer comenzó aburrirse de estar allí sentado sjn hacer otra cosa que escuchar música. Comenzó a contestar al teléfono diciendo: "¡Nun­ca más!" Luego comenzó a dar mordiscos triangulares en los bordes de los discos, después de 10 cual no era muy fáciJ ven­derlos. Luego se fijó que h,abía una eseSI •

lera de caracol que bajaba a los depalh!­mentos de música clásica y foIkIórica. Una mañana el señor Round y el señor Toby Round y la señora Jones estaban muy ocupados poniendo nuevos discos en

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Scaparate. Cuando terminaron descu­l e e . 1 b' 'dbrieron que MortImer se la ·la COilll o 1 escalera de caracol. a -Señora Jones, usted y su pá­

. ro van a tener que marcharse, Tenemos ~na naturaleza bondadosa y sufrida, pero Mortimer ha ocasionado pérdidas por va­lor de ochocientas diecisiete libras y se­senta y siete peniques. Le daremos un año para devolver esa cantidad. Por fa­vor. no se moleste en volver nunca más.

-Me alegro de no tener una na­turaleza bondadosa y sufrida ·-dijo ]41 señora Jones muy enfadada; luego tiró a Mortimer encima de su carro de compras y le llevó a casa.

-jEscaleras! -le dijo a Ar~­bel-. ¿Para qué sirve un pájaro que come escaleras? Dios sabe que hay bas­tante basura en el mundo; ¿por qué no puede comer botellas de tónica, cartones de helado, coches usados o mareas ne­gras, quieres decirme? j Pero no! Tiene que comer precisamente la única cosa que une el piso de arriba con el de abajo.

-¡Como que me lo vaya creer! . Arabel y Mortimer se sentaron Juntos en el último peldaño de la escalera

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de mano, apoyándose el uno conlra el. otro, muy quietos.

_'Cuando sea mayor -le diJo Atabel a Mortimer- vamos a vivir en 4na casa que tenga cien peldaños y te po­drás comer todos.

~ntretanto, desde el asalto al banco la noche en que el señor fones hfl~ bía encontrado a Morthner, habían sido saqueados varios lugares en Rumbury Town. La ferretería de Browll, la pesca­

l dería del señor Finney y la dulcería Tutti-Frutd.

1 día después de que hubiera dejado Round and Round, la señora To­nes encontró otro trabajo, en la joyerí' de Peter Stone, en High Street. Tenía que llevar tanto a Arabel como a Mortimer

su trabajo. porque el jardín de infanci estaba cerrado hasta después de Pase y la abuela se había ido de visita a South­end. Arabelllevaba a Mortimer a la tien­da todos los días en el carrito rojo. Peter Stone no puso ningún reparo a que v

i-

mera. n la-Cuanta más gente h' e atraCOtienda hay menos posibilidades

19 clema­-dijo-o Me parece que se ha

3

siado de la banda de Dinero y Quilates. Ayer robaron el supermercado; se lleva­ron mil latas dcl mejor café mezclado de Jamaica, porquc la caja estaba atrancada. ¡Café! ¿Qué van a hacer con mil latas'?

-A lo mejor tenían sed -dijo Arabe!. Ella y Mortimer veían sus imáge­nes en una vitrina llena de pulseras. Mo·­timer dio golpeeitos en d cristal con su pico a modo de experimen."".

-Ese pájaro -dijo Peter Stone, mirando de modo pensativo a Morti­mer- se portará bien. ¿no? ¿No se ir' a tragar ningún diamante? Ese broche que mira en este momento vale cuarenta mil libras.

La señora Jones se irguió, muy digna.

-¿Comportarse bien? Na mente que se comporlará bien. ¡Le garan­tizo que devolveré cualquier diamante que trague!

Un sargento de policía entró en la tienda.

-Tengo un recado para su ma­rido -dijo a la señora Jones-. Hemos e?contrado una motocicleta y nos gusta­na qUe viniera a la comisaría para ver si

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denado, pero

que no el sargento.

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puede identificarla como la que le adelan· tó la noche en que atracaron el banco. -Luego vio a Mortimer-·. ¿No es és el pájaro atropellado? Será mejor que venga también; a ver si se ajusta a la ubo· lladura del depósito de gasolina.

-Nunca más -dijo Mortimer que tenía los ojos fijos en un reloj grande bajo una campana de cristal.

--Será mejor que no hable asf con el Super -dijo el sargento-·, le acu­sarán de obstrucción a la policí~.

-,¿Tiemm ustedes alguna teoría acerca la identidad de la banda?

-No, siempre llevan máscaras. Pero estamos seguros de que es gente de aquí v tienen un escondite en algún lugar

4J

de la zona, porque siempre les perdemos rápidamente la pista. ,Otra cosa rara_es que tienen un compllce muy- pequeno, más o menos del tamaño de ese pájaro -dijo el sargento echando una dura mi· rada a Mortimer.

-¿Cómo lo sabe? -Cuando robaron el supermer·

cado, alguien entró por la gatera y abrió una ventana desde dentro. Si los pájaros tuvieran huellas dactilares no me moJes­taría entintar las patas de ese pajarraco

. de mirada astuta. Desde luego que a él no le costaría nada pasar por una gatera.

-Sus opiniones son de lo más impertinente -dijo la señora Jones--. Nuestro Mortimer puede ser un atolon· drado, a veces incluso es un tanto desor­

es más bueno que el pan, sépalo. y la noche en que robaron el su­permercado estaba en nuestro armario ro­pero con la cabeza bajo el ala.

-He conocido a algunos panes tienen nada de buenos -dijo

-Craac- dijo Mortimer.

Page 21: Cuentos Del Cuervo de Arabel

3

1""

Cinco minutos después de que se hiera marchado el sargento, PeLer Sto­

ne se fue a almorzar. y cinco minutos después de eso.

os hombres enmascarados entraron en la tienda.

Uno de ellos apuntó a la señora Jones y a Arabel con una pistola, mie.,,-· tras que el otro rompía la vitrina y sacaba el broche de diamantes que Peter Stone había dicho que valía cuarenta mi! libras.

:1 bolsillo del pistolero salió na arailla gris con una expresión terri· femente malvada. Miró con aire satis­

fecho a toda la tienda. -Vaya bicoca este trabajito

-dijo el hombre enmascarado que había cogido el broche de diamantes-o Le da­remos el broche a Sam y él utilizará al pajarraco para llevárnoslo a casa. Luego

43

si los polis nos paran no nos podrán col­gar el muerto.

Mortimer, que comía uno de los bocadillos de queso que la señora Jones había traído para su propio almuerzo, se encontró de repente con una pistola me­ti4a en las costillas.

--Será mejor para ti que coope­res, cara de carbón -dijo el pistolero-. Esto es un secuestro. Será mejor que vue­

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les adonde diga Sam o te hago pedazos. Sam lleva una bomba colgada al cuell con un cordón de los zapatos; no íieo más que quitar la anilla con los dientes.

, por favor, no vuelen Mortim~r -dijo Arabel al pistolero-. Creo que se ha olvidado de volar.

--Pues será mejor que se acuer­de enseguida.

-Oh, querido Mortimer t q . sea mejor que te acuerdes enseguida.

-Oh, querido Mortimer. m rece que 10 mejor será que hagas lo que ellos te dicen.

Con un crujido que se oyó en toda la joyería, Mortlmer desplegó sus alas y, para su sorpresa tanto como para la de los demás, voló atravesando la puer­ta abierta. Los dos ladrones le sigtJieron caminando tranquilamente.

Tan pronto como se fueron. la señora Jones se puso histérica y Arabel hizo sonar el timbre de alarma.

En un segundo, un coche de la policía frenó bruscamente en la calle con la sirena sonando y las luces parpadean' tes. Peter Stone volvió a toda prisa desde el Bar del Pez.

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La señora Jones estaba histérica,

ero Arabel dijo:P -Dos hombres robaron un bro­'h de diamantes. se lo dieron a una ardilla e e , h'd . para que 10 llevara y esta se a 1 o vo­lando en nuestro cuervo. ¡Por favor, qu nos 10 devuelvan!

_¿Hacia dónde fueron los dos

hombres? -Subieron andando High Strect. -A mí todo esto me huele a cha­

musquina -dijo el sargento de policía, que era el mismo que estuvo allí antes-o ¿Estás segura de que no le diste el bro­che al pájaro y le dijiste que se largara con él donde el vendedor de cosas roba­das más cercano?

-Oh, ¿cómo puede decir una cosa así -lloriqueó la señora Jones­cuando nuestro Mortimer es el cuervo d mejor corazón de todo Rumbury Town, a~~que de vez en cuando parezca un poco S101estro? , -¿Hay alguna pista? -pregun­

to el sargento a sus hombres. -Hay una pista de migas de que­

so aqu' d"J - lJO el agente-o Vamos a verhast d' d .a on e la podemos seguir.

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4746

Los policías se marcnaron si­gUlenao el rastro de queso por Rumbur High Street, pasando el banco, la peSCH­dería, el supermercado, la ferretería, la tienda de discos, el monumento conm~­morativa de la guerra Yse detuvieron ante

la estación de ro­s han fastidiado -dilO el

sargento-, Se fueron en metro. ¿Ha comprado un pajarraco negro un billete a algún sitio hac-e diez. minutos? --le pre­guntó al señor GumbreJl, el cobrador.

-No. -Pudo comprar el bHlcte en una

máquina -indicó uno de los agentes. --Todas dicen fuera de sel'viciv. -De todas maneras, ¿pOI' qué

va a comprar un pájaro un billete? Pudo entrar en el tren voiando -dijo el otro agente-o A lo mejor la niña dice la

verdad. A todos los pasajeros que hab'an

viajado en la línea Rumberloo les pregun­taron si aquella mañana habían visto a un pajarraco negro que llevaba un bro· che de diamantes. Ninguna había vist'

nada. Jon-No se ofenda, señ

_dijo Peter Stone-, per.o a la ,vist . tas dudosas circunstancIas serta mejore:e no volviera después. del almuerzo.

~or el momento no hablaremos de las uarenta mil libras que cuesta el broche. ~amos a esperar a que cojan al pájaro

con él. -No lo robó -dijo ArabeI-,

ya 10 verá usted. Arabel y la señora Iones volvie­

ron andando hasta el número 6 de Rain­water Crescent. Arabel estaba pálida y silenciosa, pero la señora Tones le fue ri­ñendo durante todo el camino.

-Cualquier pájaro con un poco de valor le hubiera quitado el broche a esa maldita rata de ardilla. ¡Debería dar­le vergüenza! Mortimer no nos ha dado más que problemas y dolores de cabeza desde que está en la familia; esperemos no volver a verle.

Arabel dijo que no quería té y se fue a la cama y lloró hasta que se quedó dormida.

Aquella tarde el señor Jones fue a la comisaría e identificó la motocicleta cobmo la que le había pasado la noche que ro aran el banco.

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8

-Muy bien --dijo eJ sargelJ­to-o Hemos encontrado un par de plu. mas negras pegadas a un poco de grasa

ue había en el depósito. Si quiere sabe mi opinión, ese pájaro eslá metido hasta las cejas en todo este oscuro negocio.

-¿Cómo va a estar nletido en so? --dijo el señor Jones-, E:;taba

cruzando la calzada cuando pasó la mo­tocicleta.

vez ellos le entregaroH la pasaban. ese caso lo hubiéramos vis­

o nosotros, ¿no? ¿Sabe de quién es la motocicleta?

-La encontramos abandonada a1 lado de la línea de metro. de Rumber­loo, a la salida de un túnel. Tenemos una teoría. pero no se la voy a decit' a Liste'/' su familia es sospechosa. No se ausente del barrio sin informarnos.

J señor Tones no tenía ningun.a intención de salir del barrio.

--Queremos que encuentren a Mortimer. Mi hija está muy trastornada.

Arabel estaba más que trastorna­da, estaba desesperada. Se paseaba po" la casa todo el día, mirando las cosa'" f1UC

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daban a Mortimer -los ladriuosle recor 11: b d.'

1f O'n sin argamasa, la a J..om ra es.­de og . d 1 '1 h da los platos con roturas e ta­hl ac a , 'd d'

maño de su pico, los tapIza os me 10 co~ 'dos todas las cosas que se enCOll­

mI , b 1 J' "1ban bajo las alfom ras y e lno eo, tra 'd T d .la escalera desaparecI a, o aVta ny . había venido el carpIntero para po­ner los peldaños y el señor Jones es­taba demasiado deprimido corno para recordarlo.

-Nunca hubiera pensado que podía coger cariño tan rápidamente a U

pájaro -dijo-. Echo de menos su car enfurruñada y negra, su aspecto tan serio y el ruido que hacía cuando andaba co­miendo por la casa. Toma tu té, Arabel. querida, sé buena. Supongo que Mor mer encontrará pronto el camino de vuelta,

Pero Arabel no podía comer. Las lágrimas corrían por su nariz cayendo Su­

bre el pan y la mermelada hasta-que todo se empapó, Eso le recordó la inundación provocada por Mortimer atrancando el d~sagüe de la bañera y las lágrimas co­rrIeron con más fuerza aún.

-Mortimer no conoce nuestras

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señas -dijo-. ¡Ni siquiera salJe como nos llamamos!

-Ofreceremos una recompensa de cinco libras por su devolución -dijo el señor Jones,

-¡Cinco libras! --dijo la senora Jones que acababa de volver a casa des­de el supermercado donde ahora traba­jaba--, ¿Vamos a ofrecer cinco libras por la devolución de esa fiera negra cuan· do debemos ochocientas diecisiete libras y sesenta y siete peniques a Round nnd Round, y otras cuarenta mil a Petcl' Stone?

De todos modos el señor Jones puso un anuncio ofreciendo esa recom­pensa en la oficina de correos local, junt? con otro de Peter Stone que ofrecía mIl

51

'b s por cualquier información que pu­

dl

'l ra 1 dI" d ba conducir a a evo UClOn e su ro­ter "'1 d ~ b

Yotros anunclOS snm ares el: anco,hc e, , 1 d'de la ferreterla Y a pesc~ ena: .

Entretanto, ¿que habla pasado con Mortimer Y la ardilla?

Habían volado hasta la estación del metro, Allí, Sam, mediante patadas a Mortimer en las costillas y un puñetaz en la cabeza, le hizo entrar volando en la estación,

La estación de Rumbury Town era muy vieja, Las dos entradas tienen grandes arcos con puertas corredizas de

ierro forjado, y la estación tenía las pa­redes cubiertas de baldosines brillantes de color de carne cruda. Un cartel esmal­tado de color azul oscuro decía:

Compañía General Londinense de Omnibus y Ferrocarril Subterráneo

Por nombramiento de Su Majestad el Rey Eduardo VI

Durante casi cincuenta años sólo había habido un ascensor lento y traque­teante que llevaba a la gente hasta donde se detenían los trenes, Había un cartel

1"

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.,2

que decía: Prohibido el transporte de más de 12 pasajeros. La gente que se im­pacientaba esperándolo tenía que bajar mil peldaños de una escalera de caracol Pero recientemente se había moderniza­do la estación con un par de hermosas escaleras mecánicas, una para arriba, otra para abajo, que sustituyeron a la es­calera de caracol. Lo demás era todo an­tiguo: las máquinas para sacar biUetes eran tan viejas que la gente decía que sólo funcionaban con peniques de la época de la Reina Victoria; ]a librería estaba sielll­pre cerrada; la máquina de venta de cho­colates llevaba vacía varias generaciones;

allá abajo, al igual que en los andenes de los metros, había Lada clase de viejas galerías misteriosas. En ios días en que había tranvías en Londres, Rumbury ha­bía sido también una estación subterrá­nea de tranvías, que conectaba con Kings­way, Aldwych y la línea Spurgeon 's Ta­bernacle.

No paran muchos trenes ,en RUI11­

bury Town; la mayoría van directamente desde Nutmeg Hill hasta Canon's Green.

El viejo señor Gumbrell, el cobra­dor, era el tío del señor Jones. Además

.,3

de vender billetes, también accionaba el ascensor. Era demasiado corto de vista como para poder ver desde el despacho de biJJetes hasta el ascensor, así que cuan­do había vendido doce billetes cerraba su despacho y bajaba el ascensor. Eso significaba que a menudo la gente tenía que esperar mucho tiempo, pero realmen­te daba igual porque a veces no pasaba un tren durante horas. Sin embargo, al final hubo quejas, y por eso se instalaron las escaleras rodantes. Al señor Gumbrell le gustaba viaJar por las escaleras rodan­tes, a las que llamaba escalantes; solía dejar el ascensor abajo y subía por ellas.

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54 55

so es lo que hizo el día en qUe ortimer y la ardilla llegaron. Bajaba

lentamente en el a~censor sin darse cuen· ta de que Mortimel', con La ardilla Sam agarrándole torvamente, estaba posad llá arr.jba, cerca del techo, en el marco

un carte.. El señor Gumbrell dejó aba,io e

ascensor y subió volando por la escalera mecánica,. mascullando para sus aden­tros: "Arr j estas escaleras que se mueven son una maravilla de la ciencia. ¡.Qué ¡... ventarán ahora1"

Cuando el señor Gumbre11 llegó otra vez arriba se encontró a la policía que examinaba la pista de las migas queso que se detenía junto a la entrada de la estación. Los agentes permaneciera allí mucho tiempo, pero el señor Gum­breU no pudo darles ninguna información que valiera la pena.

-¡Pájaros y ardillas! --mascu­lló cuando se hubieron marchadv-· ¿Cómo se van a ver pájaros y ardillas con broches de diamantes en una estación de metro?

Sonó el teléfono. Sólo ha bin un teléfono en la estación, una cabina pú­

. la que le faltaba la puerta, así quebltea a , 1 - G . 1 ien quena llamar a senor Uttl-SI a gu ,brell -10 cual no ocurna muy ~ menu­do-- tenia que hacerlo por_esa lmea,

Esta vez era el senor Jones. -¿Eres tú, tío Arthur. -iClaro que soy yo! ¿Quién iDa

a ser si no? -Queríamos saber si has visto

al cuervo de Arabel. Dice la policía que la pista de las migas de queso lleva hasta donde tú estás.

-No he visto a ningún cuervo -dijo irritado el señor Gumhre]]-. La bofia ha estado aquí toda la tarde dán­dome la lata, pero no he visto nada. No he visto ni cacatúas, ni faisanes, ni aves del Paraíso. Esta es una estación de me­tro, no un jardín zoológico.

-De todas maneras, ¿quieres f.i. jarte? -dijo el señor Jones.

El señor Gumbrell colgó de un golpe el auricular. Estaba harto de ton­~erías. "Si espero más tiempo aquí", dijo,

SOn capaces de aparecer también los sol­dIlados, los guardas de la Torre la caba­er' l '

la y a policía de tráfico. Voy a cerrartodo." ,

Page 28: Cuentos Del Cuervo de Arabel

56

La estación de Rurnbury Town se debía cerrar entre la 1 y las 5 de la madrugada. pero en realidad el señor GumbreH solía cerrarla antes si le moles­taba el dedo de un pie. Todavía nadie se había quejado.

"Aunque todavía no me duela el pie va a empezar en cualquier momento, con tantas sandeces como ocurren". se dijo el señor Gumbrell. Así que desco­nectó las escaleras mecánicas, cerró las puertas del ascensor y el despacho de bi­

etes, apagó las luces, Hamó a NULmeg my a Canon's Green para avisarles de ue no parara aHí ningún tren, cerró el

candado de la gran puerta enrejada y se fue a casa a cenar.

4

A la mañana siguiente había mu­cha gente esperando al primer tren par'" ir a sus trabajos cuando el señor Gum­brellllegó para abrir. Todos entraron con rapidez cuando corrió las puertas y no se detuvieron en el despacho de biHetcs por­que llevaban abonos. Pero cuando llega­ron al comienzo de ]a escalera rodan­te se detuvieron consternados y asom­brados.

Porque las escaleras no estaban allí: no había más que un agujero grande y negro.

-Alguien ha robado la escalera -dijo un cargador de Covent Carden.

-No seas tonto. ¿Cómo van a rabar una escalera mecánica? -dijo un1echero.

.. -Pues ha desaparecido, ¿no? -dIJo un conductor de autobús-o ¿ Cuál

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58 5

es tu teoría? ¿Terremoto? ¿Que se na hundido en la tierra?

-v-cupantcs de casas Hegales -dijo un maquinista de trenes-o Segu. ramente, se la han llevado esos.

". --¿ y cómo [a pasaron por la puerta cerrada? ¿ Y además, para qué la

ieren? -Para instalarse en eJla, por su·

puesto. El señor Gumbrell estaba allí ras­

cándose la cabeza. -.Se han llevado mls escalant

--dijo con aire apenado-o ¿Por qué lO

habrán hecho? Si se hubieran llevado el ascensor no me molestaría tanto. Bueno.

ais a tener que bajar en el ascem·Ql; como no llegáis a doce no pasa nJda.

Pero sí pasaba algo. Cuando tiró de la palanca que dcbÍa subir el ascen· sor, no se movió nada.

-y te voy ,a decir por qué -djj el maquinista, mirando a través de las puertas cerradas--; alguien ha roto el cable del ascensor masticándolo.

-¿Quieres decir que lo han se­rrado?

lIbieran~No, es como si lo

mordido o mascado de algún modo: lo han dejado hecho una pena. Menos ma que la corriente estaba apagada, de lo contrario el que lo hizo hubiera quedado

frito. -Alguien ha estado saboteando

la estación -dijo el con?uctor de auto­bús-. Los hinchas de futbol, supongo.

-Más bien hippies. -Alguien debe llamar a la bofia. -jA la bofia! -gruñó el seña"

Gumbrel1-. ¡Ni pensarlo! Bastante lat me dieron ayer buscando cuervos y ar­dillas.

Otra razón por la que no quería que apareciera por allí la policía era que no quería reconocer que había dejado sola la estación durante tanto tiempo. Pero aquellos primeros viajeros, ya que no podían coger el tren allí. camin.aron hasta la siguiente parada de la línea, Nut­m~g Hill. Contaron allí lo que había ocu­mdo y la historia se fue difundiendo. Pronto Un reportero del Rumbury Boro­ugh News llamó a la estación de metro para confirmar la historia.

b -¿Es ésa la estación de Rum­ury Town? ¿Puede decirme, por favor,

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6160

51 lOS trenes funcionan con norm aI¡dad? -¡Nunca más! -graznó una

voz áspera, y luego alguien colgó estre. pitosamente el aparato.

-Será mejor que vayas il ver lo ue pasa ~dijo el director cuando su parlero le contó tan desconc~rtantccon.

versación. Así que el reportel'o -que se

llamaba Dick Otter- tomó un autobús hasta la estación de metr...."

Era un día oscuro, l1uvioso y ne' blinoso, y cuando miró hacia denLro, en la entrada de la estación, le pareCIó como una cueva con sus arcos, las máquinali de billetes. con sus opacas lucecita~ que pa­recian estalagmitas, el suelo cle bClldo~as

blancas similar a una capa de hielo, las máquinas verdes de venla de ch(/colate parecían manchas de moho en las pare­des y el viejo serlOr GumbreU, con sus bigotes blancos, sentado dentro del des' pacho de billetes, era como un duende enjuto con sus pilas de tarjetas que indi­caban a la gente a dónde podía ir.

--¿Está abierta la csLoción? -preguntó Dick.

-¿Ha entrado, no? PerO na

puede ir a ningún sitio -dijo el señor

Gumbrell. Dick se acercó y mir6 el enorme

agujero dond~ antes h~bía _~stado la es­calera mecámca. El senor Gumbrell ha­bía puesto un par de cadenas para que la gente no se cayera.

Luego Dick miró por el hueco del ascensor.

Luego volvió al señor GumbrelL que leía los resultados de los partidos de fútbol del día anterior a la luz de una vela. La entrada de la estación estab muy oscura porque casi todos los conuJU­tadores de luz estaban en ]a planta de abajo y el señor GumbreIl no podía bajar hasta allí.

-¿Quién cree usted que se ha llevado la escalera mecánica '1 -pregun­tó Dick sacando su cuaderno de notas.

El señor GumbreIl había estado pensando mucho en ello a lo largo dp toda la mañana. f -Los fdntasmas --dijcr-. L05

antasmas, que no gustan de los inventos :~rnos. ~reo que la estación está em­

lada. MIentras estaba aquí, toda -la nana sentado, me ha llegado de vez

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I

conductores de tranvías. ¿Que por qué lo pienso? Mire usted estos billetes.

El señor Gumbrell le enseñó una pila de billetes verdes de metro. A cada uno le faltaba un pedazo triangular.

-iVe! Obra de un fant~l.SII1a ¡dijo con aire triunfal--. ¿Quién pue­b~ haber entrado si no en mi despacho de dIetes? El único sitio por donde podría nt

rar es por la ventanilla, ¿ ve?, que es Por el lugar por donde los viajeros pagan

1)

62

en cuando una voz fantasmal que me graznaba en el oído:. "Nunca más, nUn­ca más". Por eso no he llamado a la bo­fia. ¿Qué puede hacer? Lo que quiere decir esa voz es que nunca más se va a utilizar esta estación.

-Ya entiendo -dijo Dick con aire pensativo. Escribió en su cuaderno: ¿Está embrujada la estación de metro o el cobrador está chiflado?

~¿Qué otras cosas le hacen Den· está embruja

Bueno --dij,o el señor Grum­bell-·, no podía haber nadie abajo. ¿no? Cerré anoche después de que se ruera el tren de las nueve hacia el sur y tlamé a

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N trneg Hill y Canon 's Grcen para decir­u

que no d'eJaran que pararan trenesIes l' d ·Nuí hasta que es aVisara e nuevo... ~.-aq . 'd "ddie pudo bajar aqUl espues e e,so, pero de vez en cuando me parece Olr voces que vienen desde el hueco del ascensor como gritando ¡socorro, socorro! Lo que es una contradicción de la naturaleza, puesto que nadie podría estar aHí abajo.

-¿y si hu bieran bajado anoche antes de que usted cerrara?

-Hubieran cogido el tren de las nueve al sur, ¿no? No, desde luego 10 que hay ahí son fantasmas.

-¿De quién son los fantasmas, según usted?

-Los fantasmas de los vieJos

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sus billetes. Un chico no podrta pasar por ahí, pero si un fantasma. Y fUe un fan. ta6ma del conduc~or de uno de esos vle· jos tranvías, que añoraba picar billett:;s como en los viejos tiempos, ¡. ve '! y el mismo fantasma me comió el bocad1l10 de jamón que guardaba para mi desayu. no y todo 10 que ha dejado son m 19as. Por eso no he llamado tampoco a h.. ofi· cina central~ porque, ¿para qué va a ser­vir? Porque si instalaran un par de. nue·

s escaleras mecánicas y arregle ",m el ascensor, los nuevos desaparecerüm al día siguiente. Eso es lo que ql~h~l,-e dcdr la voz cuando dice "Nunca más".

-¿y usted, cree que puede oír 1"1

voces gritando" socorro, sacar w" pot el hueco del ascensor? -Dick se ~i("el'có e intentó escuchar I pero en f..se momento allí no se oía nada.

---Probablemente soy el único ue puede oírlas -dijo ;~1 señor Guro-·

bren. -,Me parece que puedo ofer algo

-dijo Dick: olisqueando. Del hueco del as censor !'ulJía el

olor habitual de una estación de metrO, un olor extraño, cálido, .'~Iagamenh~ mctá­

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lico como el jengibre en po,lvo. Pero al mismo tiempo que ese habla otro olor, romático Y tentador.

a -Huele a café -dijo Dick. _jPues ya está! -gritó triunfal­

mente el señor Gumbrell-. Los conduc­tores de los viejos tranvías solían prepa­rar una enorme cafetera mientras espera­ban al último tranvía para Brixton por la noche.

-Me gustaría sacar algunas fo­tos de la estación -dijo Dick, y se diri­gió al teléfono público y marcó el número de su oficina para pedir un fotógrafo, Pero mientras esperaba con la moneda en la mano, a punto de meterla en la ranura cuando empezara a sonar la señal, de re· pente algo grande y negro le rozó la ca­beza en la sombra, le arrancó el aparato y Susurró ásperamente en su oído: ¡Nun­H

ca más!"

Al día siguiente los titulares del Rumbury Borough News eran: ¿ESTÁ EM­

BRUJADA NUESTRA ESTACIÓN DE METRO?

y debajo: "El señor Gumbrell, cobrador en ella desde hace cuarenta años, afircTl8 que lo está." "Los fantasmas de los con­

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ductores de los viejos tranvías", dice "' juegan al dominó y beben agua de rcga~ liz Jj (Dick Otter había telefoneado su re. lato desde el teléfono público de la ofi. ina de f,;orreos y la muchacha de la re.

dacción en vez de entender" utilizan la cnfetera" creyó oír" se atizan ~~on la re. gadera)J. lo que pensó que no ten ia sen­tido y lo cambió por "beben agua de re­galiz") .

--Me da vergüenza lllirar a la gente por la caBe -dijo el señur Jones . Tu tio Arthur está más loco (T¡ue una ca­bra, sin duda. ¡Una estac!.ón de metro embrujada! ¿No crees que lo mejor &ería llevarlo al médico?

El cartero llamó. Tra ía una carta certificada de una firma de abogados: los señores Gumme, Hardbot1 f.e. IokDen Y Rule. Decía:

Querida senara: Como representant es de los seño'

's Round y Tob)' Raund quere­mos saber cuán, ~lo será conve­niente paTa usteCit pagar {as Qt:ho­dentas veintisiet e libras vsesenta-

siete peniqw:"s por las dan~ o.

~

67

producidos ~ / nuestrc:s client por DestrucClOn de Bienes.

La señora Jones se puso nervio­sísima. "¡Que ten,ga que vivir yo el día en que nos echaran de nuestra casa por culpa de esa fiera siniestra ~e paj~rraco encontrado en la calle por ml proplO ma­rido y llevado a todas partes en un carri to de madera roja por mi propia hiJa! "

-Bueno, no lo has vivido toda­vía -dijo el señor Jones-. A los cuer­vos se les considera criaturas salvajes, ~í que según la ley no nos pueden res­

ponsabilizar por las acciones del pájaro. Voy a pasar a decírselo a los tipos esos y tú lo mejor que puedes hacer es hacer algo para animar a Arabel. Nunca he vis­to a la niña tan delgada y tris tona.

Fue con su taxi a la tienda de discos de los Round and Round pero ex­t~añamente no se veía ni al señ~r Round I al señor Toby Round; el lugar estaba

cerrado, silencioso y polvoriento. b Después de intentar convencer a

hrb el para que desayu,nara -pero no d~po forma, porque ArabeI no estaba

uesta a comer--, la señora Jones se.

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tío Arthur para de. cirle que debía ir a ver a un médico por lo de los nervios. Llamó u la estación de metro, pero el teléfono sonó y nadie contestó. (La razón era que había llna gran cantidad de curiosos que al Jeer la noticia en el periódico fueron a mira a estación¡ y el señor Gumbrdl se lo es­

taba pasando la mar de bien ( onlándoles las costumbres de los conduc Lores de los viejos tranvías.) Mientras la sf.:oñora Iones estaba con el teléfono escucllamlo la se­ñal de llamada, hubo otra Uamada, dcsd la puerta principal.

--Problemas, problemas. nada más que problemas -gruñrj ID señora Jones--. Aquí, Arabel. bonita. coge el teléfono y di "Hola, tío Ar'tbur. Mamá quiere hablarte" , si es que cl..mtesta. mien­tras yo voy a ver quién esW en 1a puerta.

Arabel cogió el au dcular y la se· ñora Jones fue hasta la pu erta. en la qU,e había dos policías. Ella -emitió un chI" llido.

-Nü vale la pena que ese par de ~stafadores les envíen a detenerme para cC)brar sus ochocientas i,'Hecisiete libras. ·N . ~si o las tengo aunque TI 1e cojan por

69

'~ ".

pies, me den la vuelta y me sacudan hasta el mes de septiembre!

Los policías parecían desconce,­tados y uno dijo:

-Me parece que ha habido al­gún error. No queremos darle la vuelta, lo que queremos es preguntarle si reco­nOCe esto.

Llevaba un pequeño objeto en la PaJilla de la mano.

La señora Jones lo miró deteni~damente.

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o

-CLaro que sí ---dijo-. cs el al. 'iler de corbata del señol' Round, El qUe

dó que le hicieran con una de su~ mudas que se te cayó cuando comía un

lato de guisado irlandés Entretanto Arabel seguía senta­I

da en las escaleras a medio terminar con el auricular en el oído. cuando de reptmte escuchó tm áspero susurro:

·-¡Nunca más Arabel se quedó tan asombraoa

asi dejó c.aer el teléfono. Miró a su dor pero DO habia nadie por nin­

gún lado. Luego miró al teléfono pt:r ya estaba en silencio. Al cabo de un mi­nuto una voz diferente ladró:

--¿Quién es? --Hola. tío Arthut', soy Arabel,

amá quiere hablar contigo. -Pues yo no quiero hablar con

ella -diío el señor GumbreJI. v colgó. Ara bel se sentó en la cs~alcra Y

se dijo: "Era Mottimer. Debe de estar en la estación de metro, poraue a11i es dende está el tío Arthur."

5

Arabel viajaba en metro con fre­cuencia y sabía cómo llegar a la estación. Sacó su carro rojo y se puso su gabán grueso, cálido y lanudo, saliendo por la puerta trasera porque su madre segu' hablando en la puerta principal y Arabe} no quería que la detuvieran. Fue por High Street y pasó por delante del ban­co. El apoderado miró hacia fuera y se dijo: "Esa niña es demasiado pequeñ' para estar fuera de casa sola, debo se­guirla para averiguar quién es."

Comenzó a seguirla. Después Arabel pasó por delante

del supennercado. El encargado la miró y se dijo: "Es la pequeña de la señora Iones. Voy a ir detrás de ella v pregun­tarl dó d' " . ,e n e esta hoy su madre." ASl que se fue detrás de Arabel.

Luego pasó ante la tienda de dis­

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72 73

cas de Round and Round, pero no ha. bía nadie dentro, pues el señor }ones se había cansado de esperar y se había mar. chado con su taxi.

Luego pasó por la joyería de Pe­ter Stone. Peter Stone la vio a lravés del escaparate y pensó: "Esa chiquilla pare· ce como si supiera adónde quiere ir. Fue la única que demostró un poco de sentido común después del robo. Quizá fUera ver· dad la historia de la ardilla y el cuervo. De todas formas, no pierdo nada en se· guirla a ver hacia dónde va." Cerró la tienda y la sigui.....

Arabel pasó por cielan te del par­que de bomberos. Generalmente los bom· beros la saludaban (eran amigos desde que habían tenido que ir a entrar por la ventana del cuarto de baño de los fOlles), pero hoy estaban poniéndose' Los casCOS para salir a toda velocidad. Y nada más pasar ella el camión salió a toda ma~' cha y la adelantó haciendo sonar su SI'

rena. Por fin Arabel negó a la estaciót1

de metro. La primera persona a la que: vio fue a su tia abuela Annie GurnbreU.

-¡Arabellones! ¿Qué es lo que

haces tú andando sola por High Street, donde te pueden atropellar, raptar, ase­sinar Y secuestrar y algo peor? ¡Vaya idear ¿Dónde está tu madre y adónde

vas? -Estoy buscando a Mortimer

-dijo Arabel y siguió caminando--. He ido por la misma acera todo el rat~ y n? tengo por qué cruzar la calle -dIJO mI­rándola por encima del hombro mientras entraba en la estación de metro.

La tía Annie fue a la estación para decirle al tío Arthur que se estaba comportando como un tonto y que debía volver a casa, pero no pudo acercarse a él por la cantidad de gente que había. En realidad Arabe1 fue la única persona que pudo entrar en la estación, debido a que era muy pequeña; había sólo espacio para ella y después el si tío se puso de bote en bote. La tía Annie no pudo entrar en absoluto. Cuando Arabel estuvo dentro alguien tuvo la amabilidad de cogerla y pOnerla sobre las máquinas de billetes para que mirara.

-¿Qué pasa? -preguntó, -Creen que alguien está atrapa-

en el ascensor allá en el fondo. Van a

Page 37: Cuentos Del Cuervo de Arabel

enviar a un bombero, que tendrá !1 ue pa· sar por la trampilla del techo del ascen­sor para sacarle ---dijo su tia abul~10 Ar­thur, que estaba a su lado--. Les dije

na y otra vez que son los fantasmas de los conductores de los viejos tr anvíasl pero no me hicieron el menor Cai"iO.

~¿Por qué no envían ,Jn tren desde Nutmeg HUI para aue oundan eo­trar a ver lo que pasa. . .

-El sindicato de ]os TI laqmnIS­

tas de tren no les deja. Dicen q tle si son los fantasmas de los conductoL'es de loS viejos tranvías los que están en el aseen­

75

esa corresponde a otro sindicato y a sor, . ellos no les conCIerne.

Los bomberos, que habían estado observando cuidadosamente el ascensor, pidieron a todo el mundo que saliera a la calle o que se apartara para disponer de sitio. Habían puesto una luz, porque la estación estaba completamente a oscu­ras, Y trajeron una polea como las que suelen emplearse para rescatar a la gente atrapada en las torres de una iglesia o e los tejados de los edificios en llamas. Ba· jaron a un bombero por una cuerda y toda la población de Rumbury Town, reunida en la calle, dijo" jOooh!" v se quedó sin aliento.

Al rato se oyó un grito que venia de abajo.

-Han encontrado a alguien -dijeron los bomberos y todos exc1ama­f?n ".iOooh!" y se quedaron de nuevo sm ahento.

En ese mismo momento Al-aóel ~~ue seguía sentada sobre I~ máquina de illetes, porque allí no molestaba a na­dIe) sintió un golpe seco en su hombro erecho. Menor mal que llevaba su abri­

go espeso, cálido y lanudo, porque dos

Page 38: Cuentos Del Cuervo de Arabel

'6

Tras se engancharon en su hombro su­jetándola como los dientes de un bull-dog. Un cariños'o graz.nido dijo en su oído: "¡Nunca más! lJ

-iMortimeT! -dijo Arabel y se smno tah encantada que se hubiera caído de La máquina de billetes si Mortl1l1er [lO

hubiera extendido sus alas como el para­sol de un funambuiista y los dos se hu­bieran equilibrado.

Mortimer estaba tan encamado de ver a Arabel como ella a él Cuando se hubieron equilibrado la abrazó con su

a izquierda y dijo" Nunca más" cinco

77

o seis veces, co~ un tono de gran satis­

facción y en!USlasmo.. ' . _Mua, Mortlmer. estan sublen­

do a alguien.Poco a poco fue subiendo la cuet'­

da y quien salió de allí no fue otro sino I señor Toby Round, con aspecto ham­

briento y derrotado. En el momento e que le sacaron, toda clase de gente ama­ble, los de la ambulancia ~e St. John y los camilleros y los clérigos y la matro­na del hospital Rumbury Central, corrie­ron hacia él con vendas y tazas de ,~

diciendo:

Page 39: Cuentos Del Cuervo de Arabel

78

_Está usted bien? Se lo hubieran lle,'! ado, pero dijo

que tenia que esperar a s u hermano a cuerda volvió abajar. Al cabo

de unos minutos subió con el otro señor Round. Tan pronto. con10 llegó se fijó

Atabel y Mortimer posados sobre la maquina de billetes y na da más verlos se

uso histérico. -¡Cojan a ese p i.íj1aro! -gJ'itu-.

s la causa de todos los ))roblemas. ¡Rovó I cable del ascensor y se comió la esca·

lera mecánica y nos df:.j6 a mi hermano a mí atrapados duran te cuarenta y ocho

horas! --¿Y qué hadan ustedes ahí BOa·

umó Gum'brell con rece que bub iera pasado el tren

ueve? En ese momt;nto negó una [tIIgO­

neta nena de policía s, con la señora Jo· nes, que parecía medio enloquedd...

---¡Ahí está.~;! -gritó en cuanto vio a ArabeJ---. Y yo que estaba casi des­esperada, oh Dios I'l1ío, y ah.í está ese ho· rrible pajarraco, como si no hubiera bas­antes 'cosr.'lS de las que prcocuparno¡il,

ero la policía ro deó coD1l\ un

79

. robre a los hermanos Round y el sar­enJa gento dijo: .

-Tengo una orden de arresto ontra ustedes dos como sospechosos de ~aber robado el dinero del banco el mes pasado y si ~u.ieren saber por qU,é ,cree­mos que 10 hlCleron ustedes, les dne que es porque encontramos el alfiler de cor~ bata hecho de una muela en la caja fuerte y una de las huellas dactilai'es de Toby en la motocicleta abandonada, Y no me sorprendería nada que ustedes sean los de los trabajitos en el supermcrcado l la joyería y todo lo demás.

-¡No es verdad! -gritó el señor Toby Round-. ¡Nosotros no lo hicimos! No hemos hecho nada. Estuvimos con mi cuñada en Romford en todas esas oca­siones. Su nombre es señora Flossie Wil­kes y vive en Dos-cero-cero-uno Station Approach. Si quiere mi opinión le diré que ese cuervo es el ladrón.

Pero el sargento le quitaba ya la mano del bolsillo al señor Toby Round :ral~sfosarle, y al hacerlo lo que salió

ueat 1 te Sam la ardilla, y ¿qué era 10 dien a en sus patitas?, pues el broche

amantes del señor Peter Stone.

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81 80

jaro, si es él quien comió mis escalantes ha averiado mi ascensor. ¿Cómo pode­

mos saber que no es un cómplice de esos tíos y de sus atracos? Fue él quien ayudó a la ardilla a largarse con el broche dediamantes.

-Le secuestraron, no pudo ha­cer otra COsa -dijo Arabe!.

-De detenerle nada -dijo el apoderado del banco--; recibirá una re­

-¡Nunca másl ··-dijo Mortimer. -¡Un mornento! -dijo tío Ar­

thUT, que llevaba mucho tiempo silenciO­so dándole vueltas a las cosas en su c~­beza-, también deberían detener al pa­

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82

compensa del banco por ayudar a atrapa a los delincuentes. r

. -Yo también le daré una --dijo·, Peter Stone. -y yo -dijo el director del ~u.

pennercado. -Vamos, Atabel, por favor

-dijo la señora Tones-. Dios mío, mira la hora; tu padre estará 'en casa esperan­do su té y preguntándose dónde 'lOS ha.

remos metido. Arabel cogió su carrito rojo, que

había clejadc fuera, y Mortimer subió a bordo.

--¡Cielos! -.gritó la señora lo­nes-. No pensarás llevar ese pajarraco negro y malhumorado en un carri to cuan­do sabemos perfectamente que puede vo­lar, ei muy zángano. ¡Nunca he oído nada tan uHraiante; nunca!

-.Le gusta que le Ucven ~-dijo Arabe!, y así se fueron a casa. El apode­'rada del balleo, el director del s'upermer­cado, el señor Peter Stone y Ull montón de personas ies acompañaron hasta la puerta del jardL.

El señor Jones estab a dentro.Y acababa de hacer d té. Cll~llldo les VIO

83

entrar por el jardín vertió té en una hue­vera para Mortimer.

Todos se sentaron a la mesa de la cocina Y tomaron el te. Mortimer tomo varias hueveras llenas y, en cuanto a Ara­be!, se recuperó de todas las comidas per­didas durante el tiempo en que Mortimer estuvo fuera.

I I

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1

Fue poco después de que Morti~ mer, el cuervo, fijara su residencia en casa de la familia Jones en el número 6 de Rainwater Crescent, Rumbury Town, Londres, N.W. 3 112, cuando el señor y la señora Jones recibieron una invitación para asistir al Baile Despreocupado d los Peleteros en los Salones de Reunión, Rumbury Town.

-¿Qué es un Baile Despreocu­pado? -preguntó Arabel. Arabeler queña y rubia y aún demasiado joven para ir al colegio.

Estaba desayunando. Mortimer, ~~;uervo, estaba sentado en su hombro, Ja~dose en su huevo cocido para ver si ~~la dentro algún diamante. Mortimer

ba pasando por una fase en la que elspe~a~a encontrar diamantes por todos Os SItIos.

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88

En el huevo no había diamante -Un Baile Despreocupado -d~~

jo el señor Jones con aire sombrío ponién. ose su abrigo de conductor de taxi_

son seis horas de pie después de un día de trabajo duro, con tu m(~jor traje asfi. xiándote y sólo patatas fritas para co. mero

··-Craaac --dijo MortiJner. Le gustaban todavía más la s patatas fritas que los diamantes.

Arabel imaginó a todos con sus mej,Ol"eS ropas y bailando despreocupa­damente por los Salon~ de Reunión, que eran majestuosos, con paredes rojas y ra­cimos de uvas doradafi colgando de ellas.

-Vais a ir al 'baile, ¿no? -pre­guntó con ansiedad--. Enwnces Chris

ross podrá venir d cuidanne. -No creo que nos quede más re­

.edio -diJo el señ'::lr Jones mirando los rostros llenos de es peranza de su cspo~

de su hija-o. ¡Pr.;ro ojo! Si viene Chrls o debe tocar su guitarra después de las

e. La últiJna vez tuvimos quejas te los vecinos d e los dos lados de la cal e. hasta el sem áfo~...,. u

io un beso de despedida a s

familia y saludó con la cabeza a Morti mer y se marchó a su taxi. .,

Cuando cerró la puerta prmcIpal, Mortimer se cayó de cabeza en el huevo cocido de Arabel.

--Oh, Dios mío, Arabel -dijo la señora Jones-; por qué, en el nombre de todos los santos, no puedes enseñar a ese maldito pájaro a conservar el equÍ­li~r¡o. ¡Lo normal sería esperar qUC una natura COn alas tuviera el sentido co­o "'n suficiente de no inclinar.se tanto ha­a delante corno para caerse! ¡Mira toda

porquería! Si viviera hasta los no­

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90

venta años °erm.inara mis días en l'e.l.­nambuco no e'Ü que pudiera ver nada igual.

-·Nmv.;a más --dijo Mortimer. Como todavía tenía la cabe~a me­

tida en el hll'evo las palabras le salieron apagadas.

--1.Tienen huevos cocidos en ernambnco? -dijo Arabe..

o··-¿Cómo voy a saberlo? ·-dijo la señora Tones muy irritada, m:ientras uitaba los platos del desayuno-o Ca­

ramba, ATabe!, lleva ese pájaro al baño y métele la cabeza bajo el grif.J, ¡no sé ni cómo voy a llegar a tiempo a \a ofi­. e

;a señora Jones trabaj,aba ahora en Nuggett and Cake, la car"oonería. A Arabel y Mortimer les encan taba ir allí a visitarla; a Arabe! le gust aba el her­moso fuego que ardía siempt 'e en la res­plandeciente estufa y a Moti jme, le gus· taban los trozos de muestras de coque, carbón y antracita en 1m; cuencos de plás­tico rosado que había en el mostrador.

Pero Arabe! ne, metió ft Morrimer

en el baño. Le puso eon el ht:mvo cocido encima en su cano r ojo y se lo llevó al

91

'ardín. Mortimer nunca caminaba si po­~ía ir sobre r~edas. Y sólo volaba unas dos veces al ano.

-Ese pájaro tiene un huevo so­bre la cabeza -dijo el lechero, dejando dos botellas de leche, dos de zumo de naranja, una tarta, una docena de huevos con sabor a jamón y tres yogures (uno de ron, otro de coñac y otro de salsa de wor­cestershire) .

-¿ y por qué no va a llevar hue­vos si quiere? -dijo Arabe!.

El lechero no supo responderle, así que se fue en su vehículo eléctrico calle arriba .

Al cabo de un rato, el huevo se cay6 y la abucla vino a cuidar a ArabeI y Mortimer y la señora fones se fue al trabajo.

La abuela hizo tortitas para el al­muerzo y 1\tIortimer le ayudó a darles la vuelta. La abuela no estaba totalmente de acuerdo, pero ArabeI dijo que pro~7­blemente no habría tortitas en el .o:iL!D

de donde venía Mortimer y debía darle la oportunid::ld de aprender cómo eran,

De toddS maneras habían fregado

Page 46: Cuentos Del Cuervo de Arabel

)

el suelo de la cocina much nlfS dt:: que la señora 'ones volviera.

La noche del Baile espl'COCu Pa. do de los Peleteros, Chris rOS~5 v 1110 a

cuidarles. ~'1.rabel le gustaba Chris. Era

bastante joven, todavía no estélba en la Universidad sino estudiando e:'=.l el Cole­gio de Rumbury y tenía ideas t sLupendas sobre la manera de pasar 1,1 velada en casa de los Tones. Cada vez se le ocmría algo diferente y nuevo. La ülfirna v~z ha­bían hecho un Pastel de Verano emplean· do .todo lo que había en la c<)cina. TClm­bién cantaba y tocaba herm osas baladas con su guitarra.

-A rabel tiene que ir él la cama a las ocho y media ·--dijo f.:! señor )anes.

-¿y Mortimer( ? -preguntó Chris. Él y Mortime!' rlC'J se habían co­nocido antes', se obser l1aban con cui' dado.

ede ir a "la cama cuando quiera. Pero no debe el armir en la neve­ra ni en el armario ro.pero -dijo la se· ñora fones poniéndose: el abrigo. Llevaba un vestido de satén ro sado con ahalarÍos.

-No hagas demasiado ruido con la guitarra -dijo el señor Iones.

-He traído también mi trompe­ta; si prefiere la tocaré -dijo Chris.

El señor Jones dijo que sería me­jor la guitarra.

-y no toques la trompeta des­pués de las ocho, en absoluto -dijo.

-La cena está en la cocina --di­jo la señora fones-. Empanadillas de carne, pastelitos de queso, tomate y pata­tas fritas.

-Craaac -dijo Mortimer. f . -¿De qué sabor son las patatas ntas? -preguntó Arabe!.

-De sardina.

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94

El señor y la señora Tanes se mal­charon en su taxi y Chris comenzó en seguida a cantar una nana:

ni h

en lo Dr···

del

u

- ¿J. -~-

A Arabel le encantaba escuchar cantar a Chris. Se metió el dedo en la boca y se quedó sentada muy quieta. Mor­

hóntimer, sentado en el cubo del car ,

95

ehaba también. Nunca antes había escU . e ' bId tocar la gUItarra. omenzo a so re·· 01 o . . 1 1 bexcitarse; dio unos CIen sa tos en e c~ 0,

desplegando y cerrando sus alas y gntan­, " do .. Nunca mas .

-¿No le gusta la canción? _preguntó Chris.

-Oh, claro que sí -replicó Ara­beJ-, sólo que no está acostumbrado.

-¿y si nos disfrazamos de ro­manos Y jugamos al escondite';

-¿y cómo nos vestimos de ro­manos?

-Con toallas y cascos. Arabel se puso un cazo como cas­

co y Chris la olla a presión. -Una toalla va a ser demasiado

grande para Mortimer -dijo. -Puede llevar una toallita.

una lata de sardinas como casco. Arabel pensó que con una lata

de ,zumo de naranja congelado tendría mejor aspecto,

Mortimer estaba muy asombrado con d' f1 su, IS Taz de romano. Le sujetaron c~~oalhta con imperdibles. Cuando Ir ,?­

a esconderse se metía en el ¡rl'mano ropero (tuvieron que abrirl(~ para sacar

Page 48: Cuentos Del Cuervo de Arabel

las toallas). Mientras CSlu·\.' o en el arma­rio se dedicó a buscar diar.nantes con en· tusiasmo, rompiendo alg u.nas~ábanas y undas de almohada y dr.;.jando huellas de

carbón en los camison es de terylene de la señora Iones. No tP.contró ningún dia­mante. Se le cayó el casco.

-En el a';ma do hace mucho té!­101' -diJo Atabe!'. cuando encontró a Mor­timer. (Sabía E',nseguida dónde buscarle. ya que le gU~'jtaba mucho el armario ro­pero.)

-,.,-Dios mío, mamá ha dejado en­cendidC' J el calentador de inmersión Yel depós;,to del agua caliente está casi hi"­

97

viendo. Será mejor que 10 apague. _ ..y lo hizo-· Ma se alegrará mucho de Que haya pensado en eso --dijo.

Cuando le tocó a Chris esconder­se les costó mucho encontrarle, ya que se había metido muy encogido en la cest' de la ropa sucia y había puetlto la tapa encima. Tenía un libro en el bolsillo por­que pensaba ponerse a leer, pero en lugar de ello se qued6 dormido.

Arabel buscó a Chris por toda la casa.

Entretanto Mortimer tuvo otr idea. Se preguntó si tal vez habría dia­mantes en el hueco de la guitarra de Chris. Se fue a investigar, dejando que ArabeI buscara sola. Ella encontr6 su bota de goma del pie derecho, que había perdido hacía una semana, encontró un huevo de chocolate que faltaba desde las Pascuas, encontró tres tortitas olvidadas dentro del gramófono, pero no encont.ró a Chris.

Sin embargo, Mortimer estaba uy molesto cuando descubrió que Chris,

que euidaba mucho de su her~osa gui­arra, la había puesto, junto con la trom­

Peta, sobre el armario de las escobas.

Page 49: Cuentos Del Cuervo de Arabel

98

Como Mortimer nunca volaba salvu qUe o pudiera hacer otra cosa, la guitarro

estaba fuera de su alcance. Mir6 ¡tdtado or la cocina~ con sus ojillos negros tan

brillantes como moras. a tabla dela plancha no estaba

'I~UY lejos. Mortimer era muy fuertt:. Co­

enz6 a empujar Ul tabla de la plancha por el suelo de la cocina. Al cabo de cin. :0 minutos la tenía arrimada contra el armario.

Mientras tanto Arabel seguía bus­cando a Chris. Buscó en el armario de los sombreros y los abrigos. bajo la esca· lera. Allí se encontró con una pala de plástico que había usado en Littkhamp· ton el año pasado y dos botellas de charo·

án que et señor Iones esconclió como regalo de Na.vidad para la señora Jones. Pero Chds no estab....

Morlimer, entre tanto, miraba.H: jamente la tabla de la plancha. Luego tu'O

el cubo de la basura, esparciéndola; su' ió :,1 una silla con el cubo ngarrado Y

)asó de la silla a la tabla de la planc~ Cohocóel cubo sobre la tabla _al reyes.

S.U bíó encima.

99

Todavía no podía alcanzar la par­te de arriba del armario de las escobas. Arabel buscó a Chris debajo de todas fas camas. No 10 encontró pero sí uno de sus calcetines azules de ir a la cama, una pas­ta de jengibre, el suplemento en color del último domingo y un dien te perdido ha­cía tres semanas.

Mortimer bajó del cubo de ba­

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a

10(

sura y se enconlró un rallador. Volvió a la tabla de la planc.ha, subió y puso el ra. llador sobre el cubo vueho del revés' luego trepó con cuidado y se PUScl de ga~ rras encima del borde del raHudor. El cubo se bamboleaba; no estaba muy fir­

e sobre la tabla de la plancha. Todavía seguía sin poder alcan­

zar la parle de a rriba del annado de las escobas.

Arabe! buscó él Chris debajo de la bañera. No le encontró per D sí encon­tró todos los cuchillos y tenedores con mangos de perlas de imitadól"¡ ¡cubertería para fruta:, que habian sido rilO regalo de boda para la señora 1ones. desapal'ecidos al poco tiempo de vivir {\11 o rtirncr en la casa. Se creía que los hahía robad'J un ladrón.

--·-Ma estará feliz --se dijo Af'" bel. Llevó todos los cuchill..Js y tenedore a la cocina envuel tos en una esqui na de su toalla de romana. .

Cuando negó a la ¡:.:odna lo pTl­mero que vio fue aiVlortirner.

abía metido una bole) la de le­che dentro del rallador de queso. que er taba encima del cubo del revél) sobre

10]

tabla de la plancha Yahora subía con todo cuidado para ponerse sobre la botella.

El cubo se balanceó mucho más, porque Mortimer lo había echado a un lado en sus subidas y bajadas.

-¡Oh, l\.1ortimer! -dijo ArabeI. Al oír su voz, Mortimer volvió

la cabeza y ocurrieron muchas cosas a la vez. El cubo se cayó de la tabla de plan­char, que a su vez se vino abajo, el ralla­dor se cayó del cubo, la botella de leche (llena de la leche más rica) se soltó del rallador con Mortimer agarrado. El rui­do que hicieron todas esas cosas al des" plomarse a la vez fue considerabL.

Fue igual que el ruido del camión de basura cuando sube su parte trasera y aplasta todas las cajas vacías, botellas y lat~~ juntas con un estruendo poderoso, crujiente y estrujador.

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I~I

'"1,­...

ruido que ruzo MortÍl oel y to­das aqueUaf, cosas que se caían una tras otfa despertaron a Chds Cross, que es­taba acurrucado y dormido den lro de la cesta de la ropa sucia.

UI~ a ver lo que pasa ba en la cocina.

Arabel con un cepillo V un reco­gedor barría los cristales rot( )s. Morti­mer, sentado en el guardarUf' 'gos de 1 chimenea, parecía un tanto de~oricntadv. Había algunos charcos bastanl e grandes de leche y por el suelo había bastantes ot ras cosas.

---Menos mal que ha) Jía dos bo­tellas de leche --dijo Arabel, 'r~cordQndo que a Chris le gustaba much'J.

_.-¿Qué ha pasado? --.-dijo Crys· tal bostezando. . er

---Creo que tal ver~. Mortln1

quería ver tu guitarra.

103

-Nunca más --dijo Mortimer, pero su voz no sonaba como si lo dijera

de verdad.. ... -Será mejor que la guitarra Slg

ahí arriba, encima del armario -dijo chris, echando una severa mirada a !\10r­timer.

-Ya que estamos en la cocine¡ ¿por qué no cenamos? -preguntó Ara­be!.

No le gustaban mucho los paste­litos de queso que había hecho la señora Jones, así que Arabe1 sacó carne adobada congelada de la nevera (que le gustaba muchísimo). Mientras la deshelaba bajo el grifo de agua caliente, !vfortimer se sentó sobre el grifo del agua fda, dando saltos de impaciencia y murmurando por Jo bajo "Nunca más". Como estaba de­masiado excitado para esperar más Uem­po, cogió el paquete, abrió un agujero e.n el aluminio con su pico grande, pun­tIagudo y peludo y se comió la carne adobada de manera muy peco educada. Arabel extendió el periódico de la tarde por el suelo y echó un poco de salsa de carne por encima. Luego Mortimer, al Percibir unos crujidos, se día cuenta de

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w .- ~------

105

"

., II'lo.

í\ \1\ ~ ~~4

ue los otros dos estaban Domiendo pata­

tas fritas. e subió al brazo d~; la silla de

be!. -¿Quieres unas patatas frilas,

Mortirner'? Mortimer se puso a dar saltitos,

Sus ojos negros bri1l.aban c( )mo pasas en

J1 bollo. Arabel le puso unas, cuantas pa-

tatas tritas en la mesa. Mortimer comenzó a comerlas

como hiciera con las tortit as; las tirab al aire y luego intent.aba at rav\~sarlos con el pico antes de que cayeran al suel..J

", •

Realmente lo hf'c1a n-.uy bien. ucno mejor que Chri~ y Ar.nbel. qUe

:lO te­comenzaron a imitarlt;. con 1 nían pico cogían las pa"

boca. Mortimer atravesaba su patata frita número cuarenta y nueve cuando chocó contra la botella de leche que es­taba junto a Chris. Se cavó al suelo y se

rompió._Menos mal que ya habianlOs

bebido la mitad --dijo Arabel. Desgraciadamente Cl1l'is se cort

la mano mientras recogía los trozos de

cristal. --Ma dice que se debe recoge.

el cristal roto con un cepillo --cl.iio Ara­bel-. ¿Qué te pasa, Chris?

Chris se había quedado pálido y en silencio. Luego se puso verde. Dijo: "Siempre me mareo al ver sangre." Des­pués se desmayó, chocando contra el mario de las escobas al caer. Su trompe­ta, con el golpe, se cayó al suelo.

-Oh, Mortimer, querido -dijo Arabel-. Es una lástima que hayas teni­do que tirar esa botella. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Mortimer no hizo el menor caso a la pregunta de ArabeL Estudiaba co",

Page 53: Cuentos Del Cuervo de Arabel

ran atención la trompeta de Chris¡ pri­mero metió el pico dentro de cada aguje­ro; luego metió la cabeza dentro del pa­bellón; después se fue a la parte de atrás y miró inquisitivamente la embocadur....

Arabel mojó una toan i ta en la !eche vertida y frotó la frente de Chris con ella. Luego encendió el t;alelltador para calentarle los pies desc81(zOS. Des· pués puso una cucharadita de rnermelada

e jengibre en su boca. Eso le hizo pesta­ñear ..Morlimer gritó a su oído" ¡Nunca

.s!". Luego volvió a pestafJear y se in­corporó.

-¿Qué ha. pasado? _preguntó. -Te has desmayado -.-dijo Ara­

be.. --Siempre me desmayo al ver

sangre -dijo Chris. mlrrmdo su dedo cortado.

-Pues no vuelvas <1, desmayarte otra vez -dijo ArabeI-, Véndate el dedo con eso. -Atrancó un trozo de la toallita y vendó el dedo de Chris.

Este se puso de pie, tambaleán­dose un poco.

-Debes tomar un poco de coñac para sentirte mejor -dijo Arabel-. Pero Pa guarda el coñac en su taxi por si alguna pasajera se marea.

-Prefiero leche -dijo Chris. Sin embargo, las dos botellas se

hablan roto,

-Hay una máquina que expen~ e I~~he junto a la lechería en High Street

-dIJO Chris-. Voy a salir y comprar más.

d . -Ma dijo que no debes salir yeJ~e sola -dijo ArabeI-. Me iré

COntigo.

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108

---Es hora de que le acuestes. -Todavía no~ me quedan cinco

minutos por el reloj de la cocma. Vám nos enseguida.

Arabel decidió que no necesitaba un abrigo, ya que seguía llevando su dis­fraz de romana, consistente en una toalla muy gruesa de color naranja y 1.ln cazo amo casco. Cogió la llave de la puerta

principal de un c1avn que había sobre la cómoda.

amanos ntonees --_o-dijo ehrL.

--¿ No seria mejor que H~vara­mas también a Mortimer? A Ma no 1 gusta g\le se quede solo en cas•. ­

Cuando comenzaron a buscar a Mortimer, que había estado muy quie

urante los últimos minutos, se dieron cuenta que se había metido denlro de I

ompeta de Chris con toalla y todo. Tira' ron de sus patas, que sobresaHan, pcro no le pudieron soltar.

-Habrá estado buscando di'" mantes dentro -dijo Arabel-. Será m~· jor que no esperemos. Le podremos sacar al volver; supongo que si vertemos un p". co de aceite de cocina le [¡'adremos soltar.

109

-iMuchas gracias! --dijo Chris-. ¿Cómo vaya tocar mi trompeta llena de aceite de girasol

-Bueno, sería mejor aceite para máquinas -dijo Arabel-. Y no la po­drás tocar mientras Mortimer esté dentro.

Afortunadamente la trompeta de Chris tenía un agujero (la había compra­do por cincuenta peniques en la tienda de Oxfam y le ponía una tirita sobre el agu­jero cuando tocaba), así que Mortimer no se sofocaría. Arabe! la plISO en su ca­rrito rojo y subieron caminando hasta e final de Rainwater Crescent, donde se une con Rumbury High Street en el se­máforo.

Era una noche oscura y ventosa. No había nadie por las calles aunque se podían oír música y voces que salían de club juvenil al final de la caneo

Cuando llegaron a la máquina que estaba junto a la lechería Chris des­e b ., ' u no que no tenía más que una moneda

de . .Clncuenta penIques y unas cuantas más de uno. En la máquina no se podian poner ' mas que monedas de cinco. ju . -Podemos cambiar en el club

ventl -dijo Arabel-. Sería una ton­

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11

tería volver sin leche ya que hemos He. gado hasta aquí.

Caminaron hacia el club .iuvenil. Había que pasar por una arcada para lle. gar hasta él, con máquinas de juego en cada lado. Arabel tenía un penique y 10 metió en una de las máquinas. Se enc~n .. dieron unas bolas de 1Ul, corrieron, eno. e,aran y pasaron a través de agujeros sal· t¿mdo sobre palancas- y de repente hubo un montón de monedas de uno. cinco y cincuenta que cayeron en un recipiente metálico, al tiempo que se encendla un cartel que dedo: "¡Es us,ted el ganador! 'Casi es roiHanarío! ¿Por CJué noorucba e nuevo?"

Mortimer estaba asombrado. Ca­sualmente estaba mirando a través del agujero de la trompeta.

-Ya no tenemos que cambiar tu oneda de cincuenta, menos mal -diju

Arabel-. Podemos volver a 'a máquina de la leche.

Así que dieron la vuelta. Mucha.~ personas se fijaron en el dinero que gano Arabel, porque la máquina había hecho mucho ruido.

Un palO de üpos de aspecto SI­

J ] 1

iestro miraban a Mortimer. No se veía ~áS que su estómago, las puntas de sus alas Yel rabo y sus dos patas con pelusu, que sobresalí~n de la ~:ompeta.

-¡MIra! -dIJO uno de los hom­bres dándole un codazo al otro-. ¡Te apuesto que es él!

-iCreo que tienes razón! Es un tipo de disfraz muy extravagante -dijo el otro--. Vamos a seguirles.

Subieron a un coche deportivo, que estaba ilegalmente aparcado en las dobles líneas amarillas junto a la arcada y siguieron por la calle a Arabel y Chris

..-~

~-, C::'.

c.:'-' ...:::­~c>::::,-) ......-".

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-- ­ J

3

! \.

Chtis y Al'abel anduvieron por moury High SUleet, con Mortimer de~

trás en el carrito rojo de Arabe!. Cuand legaron a ]a máquina ex.pendedora d~

leche. Cmis metió una moneda de cinco en la ranura. Dieron vueltas las ruedas y las palancas chirriaron de arriba a aba­jo; de repente un cartón de leche salió dando vueltas.

Esta vez Mortimer miraba con gran atención a través del agujero de 1 trompeta de Chris. Cuando salió el car­tón de leche dijo fI ¡Craac!" varias veces y comenzó a dar saltitos en el carrito tojo, con trompeta y todo.

reo que quiere que metas otra .l:oneda -dijo Arabel.

Esta vez, cuando Chris metió la moneda de cinco, salieron seis cartone

e leche.

113

-Cáspita -dijo Arabel--. NO

hemos pagado por tantos cartoncs. Debes mcter cinco monedas más.

-Por qué --dijo Chris--. Nos­otros no tenemos la culpa si la máquina está loca.

---Tenemos dinero suficiente. Te­nemos diez libras, ochenta y cinco peni­ques y nueve monedas de dos peniques. Las he contado.

De manera que Chris metió cin­co monedas m.is. No ocurrió nada. La máquina de leche estaba vaciu.

Mientras Chris y Arabe' amon­tonaban los siete cartones de leche en el carrito rojo junto a Mortimer, uno de los hombres de aspecto siniestro del coche deportivo (que estaba aparcado cerca) susurró al otro:

-Debe de ser él. ¿no te parece, Bill ?

_.._-------------­r.;::::-...~~~

Page 57: Cuentos Del Cuervo de Arabel

114

EI.otro dijo que si con la cabeza. jefe se va a quedar muy con­

Ilto con esto, ¿no te parece. Sid? Po­demos cogerle más adelante en la calle, 'onde no haya genL.

-Supongo que le han metido en la trompeta para disfrazarle.

-Es un disfraz de lo ulás extra­te --murmuró BiU, soltando el fre­

o oc mano y dejando que el coche rodar lentamente por la cane.

Arabe!, Chris y Mo rtimer iban ia casa. Pero Mortimer aún no te·

nía muchas ganas de volve'c. Nunca ha­bia visto una máquina automática antes. Creía que era la cosa más interesante que había visto en su vida y c,uería conocerla me,or.

Cuando el can'ito fOjO pasó por delante de Gaskett and Dent. el garaje

ande de la esquh;¡a t 1Vtortimer miró a través del agujer(.) de la trompeta y djjo "¡Craac!". A veces cuando hablaba den tro de la trompe\a soplaba accidentalmen­te una Dota P:IUY alta. Esta vez lo hizo y el coche de;portivo dio un bl'llsCO viraje.

-'¿ Qué quiel'e Mortimer? _pre­guntó Ch'ds.

1J5

reo que aUlere aue metamos monedas en es

¿ Parafina? ¿ Para qué quere· mos paraflna'?

-Podemos usarla en vez de acei­te para sacar a MOl'timer de la trompeta.

-Oh, muy bien -dijo Chris. Metió una moneda de diez peniques y sacó W1a lata de parafina. A Mortimer le hubiera gustado que lo hiciera otra vez, pero Chris pensó que con esa par~­fina era suficiente.

--Hay una máquina de pan junto a la panadert8 --dijo Arabel.

-Deberías haberte ido ya a la cama. Ya es hora.

-No 10 sabemos -observó Ara­bel- porque no tenemos reloj. A MortL

mer le gUSk1.rla mucho tener una barra de pan de la máquina.

Pero una vez al lado de la p dería se llevaron una desilusión. La má­quina no funcionaba. Lo decía un car­tel.

-Nunca más -dUo Mortimer desde el interior de la trompeta.

-Pobrecito, parece cada vez más triste por estar ah.í dentro -dijo Chris-.

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I ~

-1

11 ¡ ¡

116

ira. ya que hemos llegado hasta aquí, os hasta la estación de metro. A11r

hay muchas máquinas. --¡Oh, sí! --dijo Ara.­La Estación de Rmnhury TowTl.

había sido recientemente modernizada or dentro, después del H accidente" aue

le ocurrió al ascensor ya las escaleras cánicas. Habían instalado un montón de nuevas máquinas automáticas en la en-rada de la estación.

Una vendía leche, sopa. chocola­-e caliente. té Ycafé, con ~cchc o s010, con

sin azúcar. Otra tenia manzanas peras y pla­

anos. Otra tenía bocadill os Y empa~

-ladas. Otra. tenja libros de bolsillo. OtTa te limpiaba 1os;tapalos. Olra te hacia una fot,)grafía con

expresIón de haber visto un f~mtasm... Otra te daba masajes en las olan­

tas de los pies.Otra te decía un poem,) reconfor­

tante al tiempo que te cogía una manu. Otra imprimía tu nOtnbre Y lUb

señas en un disquito de ~at6n.

J17

Otra te decía tu Des tu horós­copo

Otra te sonaba las narices con un pañuelo limpio de papel si metías lu riz en uua ranura t a la vez que te daba una tableta de vitamina e y dos carclffiP

­

los de menta para la garganta. todo Dor dos peniques y medio.

abía también una máquina muy útil que te proporc.ionaba el cambio oara utilizar las otras.

1 tío abuelo de Arabel, Arthur, era el cobrador. "Aar, solía decir, "hay muchas clases de máquinas en la estación de RUlTIbury: con todas eUas un hombre no necesita ni amigos. ni parientes, ni una esposa ni una familia; podría estarse toda la vida ,en la estación y esas máquL

nas maravillosas le harían todo lo que necesíta. Hasta podría llevar su ropa a limpiar a la lavanderia; 10 único que no hacen por ti es dormir" .

ro el tia Arlhur nunca necesi­taba que nadie durmiera por él. Estaba dormido en ese momento, utilizando co­mo almohada un mont6n de billetes d veln te peniques y roncando como u.. brontosaurio.

Page 59: Cuentos Del Cuervo de Arabel

__

118

~v1ortimer miró todas las máqui­nas automáticas con f)US ventanillas )' las clivers,!\s cosas que tenían que relucían tras los cristales; sus ojos brillaron .'1 tra·

-s del agujero de la trompeta com o bo~ tones en unas botas de charol.

-¿Dónde empezamos? --diio ·abeL

Sid y Hin h ilegalmente aparcado fuerasobre la doble línea amarilla y st~ acerc~~

ron a la entrada. Se quedaron a!ü conlra la pared; mirando hacia adentro.

--Es demasiado exp·uesto aquí o .ijo Bnl. Sid diio eme sí.

[l m-­s Pe·

119

teteros, la señora Jones dejó de pronto a su pareja (el señor Finney, el pescade­ro), corrió hacia el señor Jones, que comía sin ganas patatas fritas en el bufet, re agarró por las solapas y le dijo:

-jBen! jAcabo de recordarlo! ¡He dejado encendido el calentador de agua! ¡Cielos!, ¿no crees que el depósito podría estallar, destrozar nuestras sába­nas y toallas? ¿ Y qué pasará Con Arabel y Mortimer y ese chico, Chris, aunque sepa cuidarse de sí mismo? ¿ Cree~ .": se escaldarán? Dios mío, Qué tonta ~

¿Qué vamos a hacer? -No va a estallar -dijo el señor

Jones--, pero nos estará costando un di­neral. Llamaré a casa y le diré a Chris que lo apague.

-Iré al teléfono contigo -·dijo la señora Jones·-- para asegurarme de que Arabel está en la cama y todo marcha bien.

Había un teléfono de pared en el vestíbulo de los Salones de Reunión. fl señor Jones marcó el número de su ('.:Isa, pero nadie respondió. La llamad~ sonó una y otra vez.

-Qué extraño --di.iO-. A lo

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__../ J ... I

¡

o bar otuelor he marcado mal. Voy

vez. Probó de nuevo. Pero nadie res·

pondJa. -¡Oh, Ben! -dijo la señora lv­

nes con miedo-o ¿Qué habrá ocurrido'? ¿Habrá ardido la casa?

-No seas tonta, Martha. ¿Cómo va a sonar el teléfono sí hubiera ardido la casa? Quizá sea .una línea cruzada. Vaya llamar a: la.telefónica para que vean qué ocur..,....

/ Llamó a la telefónica. Pe,'o todo 10 que le pudieron decir es que nadie con­testaba en el número Rumburv cero·uno­

o-cero. -iOh, Ben! ¿Qué habrá ocurri­

do? ¿Crees que habrá estallado el calen­tador? O a 10 peor q\le se haya producido un escape de gas y estén todos incons­cientes o les atraquen unos pistoleros en­mascarados y no les dejan acercarse teléfono, o que hubiera algo e,l1vcnenaC10 en los pastelitos de queso Y e~tán agoni­zando arrastrándose por las escalerav

,

tal vez haya una cobra negra escapada del zoo enroscándose en el pas amanoS y no pueden' pasar. Siempre he dicho que

121

es idiota tener el teléfono en medio de J

escalera. ¡Oh, Dios mío, debemos de it a casa enseguida!

-jNo seas tonta, no tenemos gas, .Martha, así que cómo se va a escapar!

-¡Del zoo! -gritó la señora Jo­nes frenéticamente blandiendo el res­guardo del guardarropa ante la señora que tricotaba en el mostrador.

-Por favor, querida, búsqueme mi abrigo rápidamente, porque hay una mortífera cobra enmascarada que se ha escapado de la fábrica de gas y se ha me­tido en los pastelilJos de queso y si no llegamos a casa enseguida no quedará nadie para contarlo.

-¿Para contar qué? -·dijo la señora del guardarropa, un tanto descon­

Page 61: Cuentos Del Cuervo de Arabel

122

certada, Y más aún cuando 1eyó el res· guardo que decía Limpieza YArreglo d un Vestido de Satén rosa

-Es éste, es éste -dijo la se­ñora Jones, que distraídamente sacó otro de sli bolso que decía Biblioteca del Ba­rrio de Rumbury Sección de No-Ficció...

Es ése, ese abrigo negro con el broche brillante en forma de mariposa~ oh, por favor. dese prisa o vov a desma­yarme de ansied

_¿Por qué se han marchado '~""";damenle el señor y la señora Jones. -preguntó la prima de la señora del guardaI'ropa~ la senora Finney, ~uando le trajo unas oatatas fritas V una copa de

si.dra. -,¡Oh, Grace, es terrible! Una

esas mortíferas cobras de queso se ha escapado de la telefónica Yhay unoS pis­toleros buscándola porque tiene un alien­to que es como gas envenenado y está e la casa del señor Jones enroscada en la caldera del calentador Y todos han muer­to y alguien acaba de Bamar desA

!" f'l ZOD

para decirles que se fueran a casa. _jCielos1 Se 10 voy a contar a

mi marido; es un gran amigo del p

3

señor Jones. Perce, Perce, escucha: una cobra mortífera se ha escapado de la casa del señor Jones y está en la telefónica con una pistola y están intentando gasearla con queso mortífero y toda la familia del señor Tones está inconsciente dentro de la caldera y su casa ha quedado destruida por el fuego.

aram ba -dijo el señor Fin­ney, que era miembro de la Btigada de Bomberos Auxiliares-. Me voy ensegui­da, seguramente nos van a necesitar.

Se fue hacia la entrada murmu­rando:

--¿Y por qué se habrán metido en la caldv....

-jLleva tu máscara antigás! -le chilló su esposa.

La mayoría de los hombres que estaban en el Baile de los Peleteros se quedaron la mar de contentos por tener una justificación para seguir al señor Fin­ney y todas sus esposas fueron detrás de ellos, llenas de curiosidad por ver lo que pasaba en el número seis de Rainwater Crescent. Una procesión de automóviles siguió desde los Salones de Reunión al taxi del señor Jones. .

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l

124

y la señor' Tones habían llegado al número seis.

--Al menos la casa sigue ah. -gritó la señora J()nes--. Abre la puer~ a, Ben; yo no podría hacerlo por nad del mundo, mis manos tieroblan Y mi maldito páncreas da vuehas como una segadora.

El señor Jones abrió la puerta y entraron a toda prisa.

-Atabel _·_-gritó ~a seno nes-, ArabeL cariño, ¿dónde Mamá y papá han venido a salvar!.....

No hubo respuesta.

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4

a señora Tones corrió a la cae donde estaba la luz encendida y gritó.

-¡Por todos los santos, mira! ¡Ben! ¿Qué ha ocurrido aquí? Hay cris­tales rotos por todas partes-sangre-lechc~

toallas, ¿qué hace la guitarra sobre el ar­mario? El rallador de queso en el suelo, patatas frilas por todas partes, la tapa la olla a presión en la cesta de la rop sucia. jAquí ha estado toda una banda de cobras! íHan saqueado la casa!

Hasta el señor fones tuvo que ad·, mitir que parecía como si hubiera habido una luch~.

-Será mejor que llame a .la po­licía -dijo sombríamente, después de haber buscado por toda la casa para ase­gurarse de que no estaban ni Arabe!' ni Mortimer, ni Chris.

_J...la pasado algo raro en el ar­

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26

mario ropero; pero una cosa, los intrusos par,ecen haber tenido el sentido común de apagar el calentador de agua. Y a tiern·· po. El agua está hirviendo.

-Oh, cómo puedes hablar de ca­lentadores de agua cuando mi hija ha sido amordazada y atada con sábanas y toallas --se lamentó la señora Jones-. Secues­trados, eso es lo que les han hecho? po una banda de esos espantosos gorilas que viven en el río Jordán. ¡Oh, Ben! Nunca volveremos a verles. ¡Mi pequeña Ara­bel! ¡Y Mortimer! ¡Cómo he podido cri­ticarle alguna vez! ¡Pensar que nunc.a vol­veré a verle buscando diamantes en el cubo del carbón!

-Oh, venga, Martha; quizá las cosas no sean tan horríbles -dijo el se­ñor Iones dubitativamente-. De todos modos vamos a ver lo que dice la policía.

Fue al teléfono y marcó el 999. -!viandarán un rizo de su pelo

en una caja de cerillas, eso es 10 que ba­tán -gimoteó la señora Tones-. ¡O tal vez una garra! En el fondo ese pájaro te­nía un corazón de oro; era un diamante en bruto con plumas. Muchas veces le he visto mirarme .como si le hubiera gustado

127

mostrarse amable SI su naturaleza se 10 hubiera permiti .

-Quiero hablar con la policía -dijo el señor Jones por teléfono.

Pero en aquel momento la poli­cía, tres agentes, entraron por la puerta principal, que estaba abierta.

Era el sargento Pike, que había conocido no l1acía mucho tiempo al señor Tones, cuando Mortimer había ayudado a detener a los chicos del Dinero y e Quilate. Con el sargento venían otros dos agentes.

-Buenas tardes, señor Jones -dijo el sal'gento-. ¿ Tiene algún pro­blema, no? Alguien ha dicho que tiene una serpieote venenosa en la casa, ¿escierto?

-¿Serpiente? ¿Quién ha habla­do de serpientes?

El señor Jones estaba confuso, -No, es mi hija, nuestro cuervo

Mortimer y el chico que les cuidaba, que parecen haber sido secuestrados, sargen­to. No están en la casa. Como puede ver, aquÍ ha habido una pelea. Mire esa san­gre en el suelo.

-Los han llevado a Arabía sua­

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vita una banda de esas de gorilas --dijo sollozando la señora 'ones--. Van a sal­tar por el aire en ese avión secuestrado en cualquier momento sobre ese espan~

toso desie -Laque hay en e\ suelo es sa..w

I gre humana, desde luego ··---dijo uno d 1 los agentes como si nadie la hübiera vista

antes. \ -Se nota que ha habido una pe­

lea. Alguien ha arrancado un tl'OZO dt: esa 1 toalla.I ·-Para hacer una mordaz8- me

l imagino. -Durante la pel ea tiraron la

11 guitarra sobre el armario, I

I -Tiraron el cubo de la baSUl'fl

I durante la gresca.

L..

-Tiraron la tabla de la plancha durante el follón.

m metido una botella de le­che en la cabeza de alguie...

-y luego el otro tipo cogió otra botella de leche y te devoJvió el golpe.

y mientras le tenía en el suelo le ras pó con el rallador.

--Un rallador de queso -dijo el sargento pensaüvamente-. ¿No nos di­jeron algo en la ciudad de pastelillos de queso envenenados?

En ese mismo momento hube un tremendo estruendo de campanillazos y el camión de los bomberos se detuvo fuera.

-¿Podemos ayudar? -gritó el señor Finney que, al igual que sus com­pañeros, llevaba su uniforme de bombero auxiliar.

ntraron corriendo en la casa, tragándose todavía 10 que quedaba de los bocadillos que habían cogido en el bufet de los Salones de Reunión, blandiendo sus hachas y buscando ansiosamente a las cobras.

-No lo sé --.dijo el sargento-o ¿Por qué llevan máscaras antigás?

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11 I ¡ I l.] I I

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130

-,Alguien dijo que explotó una caldera llena de cobras mortíferas y oue

abía mucho gas. Ahora las señoras del Baile de

los .Peleteros asomaron, todas con el as­pecto de formar parte de un coro de una obra sobre el Antiguo Egipto.

-¿Uónde está el té caliente Y las mantas? --gritó la ~ ;eñora Fínney ¿Dónde están los heric\os?

-Vaya lío -dijo el sargento--. ¿Cómo vaya hacer algo con tanto albo­roto?

La gente corrí::! por toda la casa, mirando los restos de 1Ia pelea. Todas t

31

habitaciones esta1ban llenas de señoras, mantas, bomberos y hachas.

--¿ De verdad cre·es que puedes lavar tu [regadero ron Dizz, cariño? -dijo la señora Finney a la señora Jo­nes--. Me parece que Swoosh limpia mu­cho mejOl'.

-¿Cúmo es . ticuadas cortinas de plástico en la coci­na? Le dan un aspecto de lo más antiguo, ¿no te parece? Mí maridito me hizo que pusiera persianas, que son mucho más modernas j dan menos trabajo y son de estilo Continental. de lo más sofisticado.

-¿No has pensado alguna vez instalar una máquina para tdturar la ba­sura, querida?

-He perdido a mi amada hija y a mi muy estimado cuervo -dijo la se­ñora rones con dignidad-o Así que ten~ gan la bondad de dejarme a solas con mi dolor.

-Sí, por qué no se van todas us­tedes, señoras, a la calle a ver si encuen­tran a la niña -dijo el sargento- o una de esas cobras que dicen que llevan pis­tola. Márchense, lárguense, fuera, lo que necesitamos es un poco de paz, ¿vale.

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13'

--....--Si nos encontramos con las co­ras, ¿qué debemos hacer.

--No son cobras~ son gorilas -aulló la señora Iones.

-No intenten pelea r con ehas, smo avisen a la policía -dijo el sargent,

Pike-·. Si patrullan la calle principal e upos de seis estarán seguraE:.

hó a las maldispuestas damas de la casa.

--¿Y nosot Finney con interés" buscando algo que romper con su hacha de bombero. Con su máscara antigás parecía unG'. criatura salida de la5 profundidades del mar.

--Ustedes pueden dedicarse a pa· sear en su camión de bomberos ioor Hig Street y ayudar a las damas en ~HIS pes­

uisas --les dijo el sargento Pike) .v echó también al señor Finney-. AJlora señaI

y señora Jones, si quieren acompañ.'lflT1e hasta la comisaría para hacer una dt.:c1a­ración, tal vez podamos poner en marcha este caso de manera correcta y ordennda.1"

-¿Por qué vamos a ir hasta ese sitio? Oh, delos, ¿por qué no I~ode~ mas hacer aquí nuestra dcclaradó n Y que mi Arabel en estos momentos ~,/ace

133

atada y amordazada en una vía de tren en medio del desierto con todos los Caba­lleros de la Tabla Redonda Árabe dis­puestos a hacerla pedazos si mueve un dedo?

Los agentes Brown y Smith, que habían estado investigando por la casa, vinieron a informar.

19uien ha estado encerrado en el armario ropero -dijo el agente Smith----. Hay Una lata vacia de jugo de naranja, pastas de jengibre. un huevo de chocolate y tres tortitas agujereadas.

-Ah -dijo el sargento Pike-, eso demuestra que ha sido un trabajo cui­dadosamente planeado y premeditado. El intruso debió de esconderse en el armario ropero antes de que ustedes se fueran al baile, señor Tones, esperando hasta que estuvieron fuera de casa. A Jo mejor has­ta llevaba días ahí dentro.

-Entonces tenía que ser muy pequeño -gimoteó la señora Jones-, porque no le vi cuando encendí el calen­tador para el baño de Arabel. Oh Dios mío, habrá sido uno de esos enanos ma.­vados y diabólicos que tienen una fuerza sobrehumana, como el señor Quilp de La

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Tienda ele Antigüedades (\ el jorobado de la Presa de Asuán )~. Pem,ar que ha eS~a­do en casa todo este tiem'po, ¡oh mis po­bres nervios!

-Por todos los santos, vámonos a la Comisaría -dijo el sargento Pike,

tIe empezó a sentir que perdía Id control ~quel caso-o ¿,Ouicren acompañar·

nos en el coche de la policía () vendrán detrás en el taxi? .

-Le::; seguiremos -dijo el señor Jones.

espués d.~ que se h ub o marcha­do la policía. el señor Jonl~s cerró con cuidado la casa y él Y la sefiora Jortes se fueron en el taxi.

Pero no pudieron i r detrás ud coche de la policía, porque cada vez que ia señora Jones veía un gru po de señonlS buscando por las calles hai ~~ía que su ma· rido se deíuviera y asorJllaba ]a cabeza por la ventanilla. gritand o:

-Después de to do no son gorj· as, son diabólicos Ca) baHeros .Árabes

enanos con espadas cur' vadas que van a

* La señora Jones sr, está refiriendo a pcr­sonujes de programas de la rJBC. (N. del r,)

35

las tiendas de antigüedades para destt"'Í­par COjmes.

El señor HaUweJl, el apoderado del banco, un hombre al que le gustaban mucho los trabajos de casa, se vio ata­cado por un grupo de señoras muy deci­didas que creían que los veinte metros de cinta aislante patentada que llevaba a casa colgada en torno al cuello eran una feroz cobra negra que le arrastraba a su guarida.

Afortunadamente el señor y la señora Jones llegaron en el taxi en ese momento; el señor Janes condujo lcntp mente entre el grupo tocando la be>t:1113

y las señoras se vieron obligadas a ~.onrle paso. El señor Halliwell consip-tiíÓ esca~ parse por una calle lateral ~lt·re6 de que le atraparan de nuevo.

Entre tanto en \00:; Salones de

Page 68: Cuentos Del Cuervo de Arabel

36

Reunión se' había iniciado un Fondo Desastres f4 favol" de la familia) ones. La colecta había negado a las nueve libras, cincuenta y tres peniques y medlio, y un

ar de fl)emelos de diamantes y me'dio bo­cadillo de Dalla.

ora, señora Jones --dijo el superintendente, cuando los Tones J1eg~·

TCJO a la comisaría-, ¿dice usted que Lie­

'¡je indicios para pensar-que su hija Pu-abel ha sido secuestrada?

nuestro cuervo Mortilner y 1 chico que les cuidaba, Chris Cross.

--Vamos poco a poco, por f a VOl'.

Señora Jones, ¿qué hacía su hija AI'abel úhima vez que la vio?

a señora Jones se ruborizó" -Oh, no lo puedo deci.. -Venga, venga, ~Ieñora "ones

éste es momento de reticencias. Con tal que su hija no estuviera come­tiendo algún delito; o hasta si lo est~ vier(l.

-No es nada de- eso -le intl;­lmpió el señor Tones, muy irritado---,

La última vez que vi a mi hija Arabel enía un pulvert~ad.or de polvos de talcu esodorantes y estaba rociando con eHo~:

137

mis, calcetines. Era idea de su madre. -¿y después se puso usted esos

calcetines. -No, 10s dejé en el cuarto de

baño. Uno de Jos agentes movió la ca­

beza. -Había un par de calcetines en

el cuarto de baño empapados de un polvo blanco de fuerte olor. Creí que los ha­brían usado para drogar a alguien, así que los he traído.

-¿y qué hacía Mortimcr, e cuervo, la última vez que le vio?

-Se había metido entre el pul­verizador y los calcetines y se quedó em­papado de polvo desodorante. Estaba bastante fastidiado. Antes de eso había estado tirando por la ventana bolitas de papel.

-¿Estaría enviando mensajes a sus cómplices?

El señor Tones dijo que no con la cabeza:

-Mortimer, no. -¿Por qué no?

. -No hay cómplice que se pu­dIera entender con Mortimer.

Page 69: Cuentos Del Cuervo de Arabel

138

·_¿Y el chico que les cuidaba? ¿Qué hacía?

-Toca a su gnitarra y cantaba a canción de pistülero tramposo uc

ansas. -Muy sosper.:h,oso

perintendente-. Indicios claros de se­cuestro. Hágame Ci.tSO, ¡el chico estaba mezclado en el corrl.plot!

,1 I

5

Entre tanto, en la estación de me­tro, Arabel, Mortimer y Chris estaban pasándolo muy bien. Mortímer daba sal­titos de loca excitación dentro de su trom­peta, mirándoles meter monedas en todas las máquinas, una por una. Encima del carrito rojo, además de varios cartones de leche y parafina, tenían un paquete de caramelos, dos tabletas de chocolate, una de nueces y pasas, unos cuantos cigarri­llos, un bocadillo de jamón, cuatro tazas vacías (una de chocolate, otra de leche, otra de café y otra de sopa), una manzana, una pera, un plátano, un libro de bolsillo titulado Muerte en el desierto, un disco autograbado por Chris cantando su can­ción sobre la luna, una empanada, una chapa de identidad con el nombre de Mor­timer y las señas impresas, una fotografía de Arabel con Mortimer sobre el hombro

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p--------­140

metido en su trompeta~una larjeta que de­cía que Chris pesaha sesenta y tres quilo y que se i.ba a casa I' con una chi.ca moren y tendría seis hi'Jos, una tableta de vita y

mina e y dos caramelos de menta pa,la la garganta. Tumbién una de las máqUl­nas había son::1do las narices de Aral

".

y otra había cwdo un masaje a las pata~;

de Mortimer. 10 cual le dejó muy asom­brado.

-Se :acabó -dijo Arabel con pesar. después de meter los caramelos de mentol para 1a garganta en una laza va­cía que antefi contuviera sopa de toma­te-· . ¿Podennos volver a empezar? .

--NrJ, debemos de ir a casa _dI' .;0 Chris-~.Es hora de acostarte.,

14

-Podemos despertar al tío Ar':' thur y preguntarle a él la hora por si. acaso.

-No, no vamos a hacerlo, pare­ce de 10 más tranquilo. Vamos, podemos hacer chocolate caliente en casa, porque tenemos mucha leche.

Sacaron a Mortimer de la esta­ción de metro en su carrito y comenzaron a bajar la cuesta.

Los dos hombres que habían es­tado esperando, subieron al coche y les siguieron lentamente.

Cuando Mortimer descubrió que se había terminado su entretenimiento de la tarde, se sintió muy abatido. Co­menzó a quejarse dentro de la trom­peta y a murmurar y a aletear o al me­nos intentarlo y dio una patada a la lata de parafina, gritando i( ¡Nunca más!" con una voz fuerte y colérica.

-Está trastornado porque no ha podido meter dinero en una máquina -dijo Arabel.

-y entonces, ¿por qué se metió en mi trompeta?

-Si le pudiéramos sacar de ahí -dijo Arabel- podríamos coger Ly.kc­

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142

wake Lane y volver a casa por ese cami­no. Hay una mercería que tiene una má­uina fuera que cuando metes dos peni­

ques te cose un botón mientras esperas. -¿Quién necesi ta oue le cosan

m botón? -A lo mejor a Mortimer le RUS­

taría tener uno en su toallita. -Muy bie... Así que tomamll Lykewake Lane

(por poco se encuentran con los grupos de señoras y la máquina de bomberos que patrullaba por High Street) y los dos hombres les siguieron en su coche.

Cuando negaron a la mercería, que se llamaba Algodón y Botón, Arabel

ijo: -Mortimer, ¿quieres dejar de

ritar "¡Nunca más!" y escucharme? Va­mos a intentar sacarte de la trompeta si podemos y luego tú podrás meter dos pe­

iques en esa máquina y te coserá un botón.

Silencio en el interior de la trom­peta mientras Mortimer pensaba.

-¿Realmente crees que le debe­mos de echar parafina encima? - --djj Chris-. ¿Qué pasaría si le hace daño?

143

y además mi trompeta va a oler a rayos. -Bueno--dijo Arabel-, si

crees que no debemos hacerlo, Pa me dijo que hay una tienda de comestibles ita­liana en Highate y allí hay una máquina de aceite de oliva.

-No voy a ir andando hasta Highate.

-En ese casO tenemos que em­plear parafina -dijo Arabel-. Morti­mer, vamos a darte la vuelta y verter un poco de parafina en la trompeta para ver si te aflojas y te podemos sacar. Lo hace­mos. por tu bien. Por favor, intenta no moverte, ¿quieres?

Silencio. Arabe! recogió la trompeta y le

dio la vuelta. Chris cogió el recipiente de parafina.

En ese momento los dos hombres que habían estado siguiéndoles en su co­che se pusieron silenciosamente a su lado. Los dos llevaban pistolas.

-Un momento, nene --dijo el llamado Sid-. Es un pájaro muy valioso ese que está ahí en la trompeta. No le eches parafina encima o se estropeará.

~Ya sabemos que es valioso

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~ L _

-dijo Arabel-. tos timer.

or­

-¿Cómo le vamos a sacar f)i nO

le echamos paraflna por endma? --pre­guntó Chris.

-¿Por qué llevan pistolas. -dijo Arabel-. Están ustedes bastant ridículos.

-Ese pájaro no es ningún cuer­vo. Es un mainato, un pájaro muy valio­so, propiedad de Symigton el Listo, el mi­llonario que tiene propiedades en Soho. Este pájaro ha sido capturado por un

145

banda rival la semana pasada y tenemos el propósito de apoderarnos de él de nuevo. Así que dádnoslo.

-¿Darles a Mortimer? -dijo Arabel-. ¡Ni pensarlo! Es mi cuervo, me quiere, y desde luego' no es un men­tecato o como se diga.

-Ya veremos -dijo HilI. Posan­do su pistola en el carrito rojo y agarró trompeta con las manos, a la vez que Sid, que posó también su pistola, cogía las patas de Mortimer.

Hubo una lucha breve e intensa, durante la cual fue difícil ,averiguar lo que estaba pasando. Luego la escena se clari­ficó, mostrando a Mortimer sentado so­bre el hombro de Arabel. Se le había SOi­

tado la toalla. La trompeta estaba en el suelo. Los dos hombres estaban sangran­do y tenían val*ias heridas.

-Nunca más -dijo Mortimer. -Desde luego que nunca .t1laS

-dijo Bill-. Este no es n1.ngán mainato. -Vaya fiera _-dijo Sid-. Me­

nos mal que no me pkó en la yugular. Tie­ne razón, señorita. es un cuervo y todo lo que puedo decirle es que lo pase bien con ese bruto negro.

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146

o siento si la hemos molesta-o --aijo Bill-·-. Vámonos, Sido vamos

rápido al Hm,pital Central de Rumbury para que nOf) pongan inyecciones anti­tetánicas ant es de que nos estemos revol­cando como en un espectáculo cinético

En Lraron a toda prisa en su co­che y se marcharon, entrando en Hlgh Street cuando acababa de irse el camión

e los bomberos. --Oigan -gritó Arabel-, han

dejado sus pistolas a'quí. Pero era deInasiado tarde, se ha­

bían nlarchado. :Bueno ·--dijo Arabel-. tal

vez vengan a bw:;carlas mañana. De to­as maneras, Nlortimer, ahora pueden

coserte unos curmtos botones. Nos que­dan dieciocho monedas de diez pcnj­

ues. siÍ que Mortimcr, saltando con

c'ntusiasmo 'j satisfacción, metió dieci~ ocho nibneüas de diez peniques en ]a ra­nura de 181 máquina que cosió dieciocho botones f;n la toallita. (Una de las mone­das de Ijos peniques era un vicjo medio peniqu. e con un agujero.) Volvieron a casa y abrieron la puerta con la llave de

147

Arabel. Limpiaron la CQe

ropero. Chris fregó el suelo. Luego hizo un cazo lleno de chocolate caliente mien­tras Arabel se bañaba, y le ]levó una taza caliente a la cama, que la niña se be­bió. Tuvo que levantarse de nuevo para limpiarse los dientes. Después se fue a dormir.

Mortimer ya estaba donnido en el cubo del carbón. Estaba muy cansado. Chris metió todos los cartones de leche, salvo el cartón que había usado para ha­cer el chocolate, en la nevera, junto al bocadillo de jamón, la empanada, los ca­ramelos, las tabletas de chocolate y las

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48 149

pastillas para la garganta; puso los ciga­rrillos, la manzana, la pera y el Ubro de bolsillo en la cómoda, y la parafina iiue~'04,

en el cobertizo. Cogió las nueces, las sas y el plátano ..

No sabía qué hacer con la~:) pis­tolas, así que las dejó en el carrJto rojo de Arabel.

Luego puso el disco que habí grabado en el gramófono y se sentÓ' para escucharlo.

¡ 1/

Luna de la mañana, que /lenas mis hom­bros de luz celeste.

. ¿Quién te pidi6 que te metieras en lo profundo de mi sueño.

En aquel IDümento se abrió es­trepitosamente Ja puerta principal y entraron a toda prisa el señor y la se­ñora Tones, la policía, los bomberos y muchas señoras con mantas y termos de té.

-¿Arabel? Oh, ¿dónde está mi hija? -gritó la señora Jones cuando vio a Chris.

---¿Dónde están los gorHas? -dijo la señora Finney.

-¿y las cobras? -dijo el señor Finney.

I

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151150

-¿y esa pandilla de enanos jo robados árabes? -preguntó el sargento Pike.

--¿Arabe!? Está en la cama. /jor~

mida -,-dijo Chris, desconcertad ¿Dónde i'ba a estar? ¿Han vuelto tem~

prano, 1.'lO?'

La señ.ora Jones subió corriend las escaleras.

. Desde luego allí estaba A rabel durmiendo en la cama.

-¿Dónde. está Mortimer? Está dormido en el cubo de

carbón.

lbo un larguísimo silencio mientras todo el mundo observaba la co­cina limpi...

Por fin el señor Jones dijo: -.-¿ Qué hace la guitarra sobre el

armario de las escobas? -La puse ahí para que Mor­

timer no pudiera alcanzarla -dijo Chris-. Quería buscar diamantes den­tro.

-Eso hace a veces --dijo el se­ñor Jones, afinnando CDn la cabeza.

Después de otro largo silencio, e sargento Pike dijo:

_.Si quieren saber mi opinión

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IIII

--¿Arabel? Está en la cama, Ijor­ida --dijo Chris, desconcertado-.

¿Dónde iba a estar? ¿Han vuelto tem­prano, no?

La señora Jones subió corricn ~as esca leras.

Desde luego allí estaba abel durmkndo en la camu.

-¿Dónde está Mortimer? -Es'tá donnido en el cubo de

carbón.

-(,y esa pandilla de enanos jo·· robados árabes? -preguntó el sargento Pike.

151

uno un larguísimo silencio mientras todo el Inundo observaba la co­cina limpia.

Por fin el señor Jones dijo: -¿Qué hace la guitarra sobre el

armario de las escobas? -La puse ahí para que Mor­

timer no pudiera alcanzarla -dijo chris-. Quería buscar diamantes den. tro.

-Eso ace a veces -dijo el se­ñor Jones, afr

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nando con la cabeza. Despu e otro largo silencio, e

sargento Pike -Si meren saber mi opinión,

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152

todo el mundo en esta habitación na su­frido alucinaciones en masa. Si quieten saber nú opinión. lo mejor sería que nos olvidáramos de todo lo que ha ocurri­

o esta tarde y que nos fuéramos a la cama.

Todos estaban de acuerdo. Salie­ron en silencio de la cocina de la señora

nes y de la casa. señor Finney mu

-Tal vez haya sid de gas y nos haya afectado una intoxicación con la comlaa. t.sas pa­tatas fritas de lOS Salones de Re;unión no

. parecían muy frescas. El señor y la señora Jemes paga~

ron a Chris el dinero que le ("lebían por idar a Arabel y el chico se marchó 8

sao Luego se fueron a la C3Ina. Estaban casi tan cansados como Mf)l'timer.

Al día siguiente, después de que el señor Tones se hubiera marchado con su taxi, la señora Jones le elijo 8 Ara­beI:

_J Por qué hay tanta leche en la y una empanadiHa y un bocadill ón? - .. abíamos tf ~rminado toda la

153

leche! así que fuimos a sacal' más de la máquina automática.

-¿Salisteis después de la hor de acostarse?

-No j eran las ocho y veinticin­co. Sacamos otras cosas también de las máquinas automáticas. Hay unos ciu;.o. rrillos que son un regalo para P.e y ese libro es para ti

La señora Jones mir6 el Iibrode bolsillo titulado Muerte en el desierto. Tenía un dibujo de una oersona ata la vía del tren.

-Gracias, carmo. Lo leeré cu do tenga tiempo --dijo, y lo puso en el estante de arriba de la cómoda. Luego dijo-: ¿ De quién son esas pistolas de juguete?

-No creo que sean de juguete -dijo Arabel-. Me parece que son de dos mineros, que crefan que Mortimer era un pájaro escapado de las minas. Pero en seguida se dieron cuenta de quena.

--Es extraño -dijo la F,,'iío-n

Jones-. Pero creo que usan rJfaros e: las minas para oler si hay,C.;;capes de gas. Aunque no sabía qu"" lOS mineros lleva­

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en pistolas. Bueno, seguramente volve­rán a buscadas.

uso las pistolas encima de otro estante alto.

Mucho tiempo después la gente de Rumbury Town seguía hablando de la tarde en la que la mortífera cQb¡"a se es­capó de la lábrica de gas.

" señora Janes estaba tan con­tenta de tener de nuevo sus c-uchiHos y tenedores de mangos de perlas que per­

55

donó a ArabeJ los diecisiete botones cosi­dos en la toaUita y el trozo arrancado de ella.

Mortimer durmió en el cubo del caroón durante diecisiete horas. Luego se despertó y comenzó a buscar diaman­tes. Tiró todo el carbón sobre la alfombra de la cocina hasta vaciar el cu

Pero no encontró ningún dia­mante dentro.

6".

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Todo esto ocurdó durante una semana terrible, alocada y húmeda del mes de febrero, cuando Mortimer, el cuervo. llevaba varios meses viviendo con la famHia Iones en Rumbury Town. Londres N.W. 3 1J2. El tiempo había sido tan espantoso en la última temporada que toda la familia, si no estaba de mal genio, sí al menos estaba menos alegre de 1 normal.

La señora Jones se quejaba de que hasta el pan parecía húmedo, a menos que lo tostara. Arabel tenía los comien­zos de un constipado, el señor Jones esta·· ba harto de conducir su taxi baJo las fuer­tes lluvias por carreteras resbaladizas y Mortimer, el cuervo, se sentía fastidiado porque quería hacer dos cosas, y no le dejaban hacer ninguna de ellas. Quería que le llevaran por el jardín en el carrito

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160

rojo de Atabel (la señora Jones no lo per­o al mal tielupo); y quería la panera y dorm;r en ella.

Le parecía muy irracional que no le deja­an hacerlo.

-Podernos guardar el pan en otro sitio -diJo Atabel.

-_·Yo he comprado una panc ra que me cost.6 ochenta y siete peniques .Y

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medio para que ese pajarraco negro, en­furruñado Y vago duerma ahí, ¿no? ¿ Ya no le gusta el cubo del carbón? Lleva tres semanas durmiendo ahí. ¿ Y ahora por qué no lo encuentra cómodo?

La señora Jones acababa de vol­ver de hacer la compra completamente calada; comenzó a sacar la comida y las verduras de su carrito de compras y las puso en el suelo de la cocina. Colgó su empapado paraguas junto a los paños de cocina.

-Necesita un cambio -dijo Arabel, mirando por la ventana las líneas grises de lluvia que cruzaban el jardín como cables telefónicos.

-jOh, naturalmente! Mermela­da de jengibre con buñuelos que este pá­jaro toma de desayuno, e~pagLletti con a]­bóndigas de almuerzo, pastas de coñac para la cena, se le permite sentarse enci­ma del reloj de péndulo cuando le da la gana, y baja las escaleras encima de mi mejor bande.ia de regalo de bodas píntada de gladíolos rosas y verdes ¿ y encima ne­cesita un cambio? Ese pájaro recibe más atenciones que el Lord Mayor de Hyde­rabad.

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162

-Él no lo sabe --.dijo Arabel-. No ha ,estado nunca en Hydl.~l'abad.

--Á todos nos vendría bien un cambio -.-di.io la señora Jones-. ¿ Por qué va a tener él un cambio y nosotros

no? rabel y Mortimer se fueron len­

tamente hacia la entrada prindpal. Al cabo de un momento Arabd recogió Mortirner y lo sentó sobre uno de sus pa·· tines, atado cc,n una cuerda. y le dio un

.ta por la planta baja de 'la casa, PeTO ninguno d'e ¡os dos se senti.a muy [diLo

garganta de Arabel le dolia y le cos­quilleaba. Mortimer conocía f3sa parte la casa demasiado bien como para senlir interés por el viaje. Se dejó llevar con la cabeza hundida entre los h\ombro~, so pico entre las plumas del pecho y las plmnas de su espalda y sus alas lodas

163

revueltas, como si no le importara haCla dónde apuntas

Sonó el teléfono. Mortimer quiso llegar el primero

-le gustaba mucho contestar al teléfo­no--, pero una de las uñas de sus garras se había enganchado en el patín. Dando patadas y moviendo las alas para librarse del patín comenzó a rodar, pasando por la puerta del pasillo, atravesando la co­cina, tirando el recipiente de las verdu­ras, que tenía dos quilas de coles de Bru­selas en la parte de arriba y desde allí s lanzó sobre una bolsa de granos de café y un recipiente alto de líquido para lim­piar el horno, que comenzó a disparar una espuma espesa. El paraguas de la señora Jones se cayó de la estantería de los paños y atravesó un melón maduro que había rodado debajo. Un espantoso humo blanco salió del líquido limpia­hornos haciendo toser a todo el mundo; la señora Jones se fue corriendo a abrir una ventana. Entró una gran cantidad de ll.uvia y viento, tirando un jarrón de nar­ClSOS atrompetados que estaba en el al­féizar de la ventana; Mortimer, al que le gustaba meter cosas ásperas y rugosas

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164

ajo el suelo plano, comenzó rápidamente a meterlos narcisos atrompetados (qu estaban h.echos de plástico) bajo la a·­fombra de la cocina.

--¡No toquéis la espuma! -dijo la señora Jones, y cogió un puñado • servilletas de papel para limpiad léfono siguió sonando.

Mortimer se dio cuenta de repente de que la ventana estaba abierla; de,ió los narcisos, comenzó a trepar rápidf]~

mente de por los tiradores de los cajones ajo la pila de la cocina, e5curriéndme

por el borde de ésta ~ deslizándose por el escurridor de platos. se puso en el alféizar y miró el jardín húmedo, ventoso e ínhóspito.

-j,Maldito teléfono! -dijo la señora Jones, que 1impió lo que quedab de la espuma J se fue corriendo al pasillo. Al llegar allí el teléfono dejó de sonar.

Mortimer, que se asomaba por la ventana, vio que el carrito rojo de Ara­bel estaba a11 á abajo en el césped, con unos cuatro centímetros de lluvia dentro. Salió de un salto.

---¡ Mortimer! --dijo Arabel-. ¡Vuelve adentro! Te. vas a mojar.

165

Pero Mortimer ya estaba mojad",. Le encantaba. No hizo el menor caso d Arabel.

Había media docena de castañas flotando en el carrito. El gato de la veci­na, Ginger, estaba debajo de un seto de acebo, tratando de no mojarse. Mortimer se quedó en el carrito (el agua le llegaba hasta las plumas de las rodillas) y co­menzó a tirarJe castañas a Ginger.

-iMortimer! --dijo Arabe1, que se asomó a la ventana-o No le debes tirar castañas a Ginger. Nunca te ha he­cho nada.

Mortimer no le hizo el meno caso. Tiró otra castaña.

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Arabe} bajó del escurridor oe l".latos. abrió la puerta trasera, salió CO~

rriendo al empapado jardín, cogj6 la uerda del carrito y 10 arrastró demro,

con lVlortimer a bordo. Salió una gran c·antidad de agua

que cayó al suelo de la cocina; pnrecía una marejada que llevaba granos dl~ café y coles de Bruselas hacia la puert a del pasillo.

-Arabel-dijo la señora Jones, que volvió a la cocina--. ¿Hag csuldo

r ,/ fuera en zapatHlas? Oh. cielos" si no tu coges un catarro horrible uno de estos días yo soy la Gitana Petulengl:o.

---Tuve que ir a busca.r a Morti­mer, se estaba mojando--diJe) Arabel Pero no salí del camino.

-¿Mojándose? -cájo la señora Jones-. ¿Por qué no se va rl mojar? ¿Tú crees que debemos secarle con el secador

. ,del peto? Los pájaros de ben mojarse, para eso' tierieÍi<plumas.

-Craac -'dijO. Me )ttimer. Sac"· dió sus plumas. Por la cbcj na volaronQo­tas de lluvia;· . '

señora J.ones llevó el carrito fuera y empujó la puer ta trasera y ca

---:--F.-~c:::=_~_. ~ c::::::-=::~'

J(

~-:....-::-.

menzó a fregar el suelo entre las coles de Bruselas y los granos de café.

1 teléfono volvió a sonar. A Arabel le par.eció que la idea

del secador de pelo era buena. Mientras la señora Jones iba corriendo a contestar al teléfono, Arabe1 sacó el secador del pelo de su caja, 10 enchufó y comenzó a secar con él a Mortimer, Lo puso entre sus pies (que se le fueron quedando fríos) para sujetarle, y lo fue secando al mismo tiempo.

Las plumas de Mortill1er se pu­sieron de punta hasta tomar el aspecto de un pavo. Se quecl..-J tan asombrado que dijo" ¡Nunca rnJÍs!" y dio un paso atrás

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168 J6'

/'"....--..

hasta un recip.iente Heno de panecJl.los que la señora

e

había colocado frente al fuego de la cocina. Se hundió en la masa hasta los tobillos y dejó el rastro de sus huellas a1 cruzar el recipiente. Pero le encantoó qm~ le secaran y dio varias vuel­tas para que Arabel pudiera selluir ha­ciéndolo.

---Era la tía Brcnda ---dijo la se· ñora Iones, al volver después de tener una larga charla. Se apresuró a terminar de fregar y no se dio cuenta de qtle Arabe! estaba guardando el secador de pelo­

o ce que v~ a llevar a las primas ala pista de patinaje y vendrá a recogernos.

--Oh -dijo Arabe!.

-¿No quieres ir a patinar? _preguntó la senara Jones.

-Bueno. supongo que a ~lorti­mer le gustará -dijo Arabe!.

-Sólo espero que no nos haga quedar mal --dijo la señora Jones, mi­rando a Mortimer con cara de malas puI­gas-o Pero no voy a salir y dejarle solo en casa. Nunca olvidaré; ni siquiera si vivo hasta los ochenta años y me eligen Reina de BeUeza de los Condados Cerca­nos, la vez que fuimos a ver Bebés en el Bosque y cuando volvimos se habia co­mido los pasamanos de las escaleras, la pila entera del cuarto de baño y dos pa­quetes y medio de Aceite de Baño Espu­moso Arco Iris.

-Nunca más -dijo Mortimer. --Promesas, promesas -dijo la

señora Jones. -La casa estaba preciosa • hena

de pompas de jabón -dijo Arabel-. Martimer también le gustó.

-Pues no le vamos a dar la opor­tunidad de que vuelva a hacerlo. Ponte el abrigo, que la tía Brenda estará aquí en diez minutos.

Arabe! se puso muy lentamente

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170

su abrigo. La garganta le dolia más que nunca; no tenía el menor deseo de salir, Tampoco J aunque eran sus primas" caían muy bien las hijas de la tía Brenda. Eran tres: se llamaban. IJndy, Min Cindy. Eran niñas horripilantes. Eran muy antipáticas y les gustaba deci'r Cosas aposta para herir los sentimientos ajenos. Siempre estaban comiendo, no porqu tuvieran hambre sino por gula; pensa.ba ue eran muy lis.tas porque le daban I

lata a su madre hasta que les compraba caramelos, botenas de coca-cola, bolsas de patatas fritc,is y helados de chocolate siempre que salían. Tenían tantos jugu~­tes que no sabían qué hacer con ellos. Y tenían un montón de manchas.

Todavía no conocían a Mortlmel'. La tía Brenda se detuvo enfrente

de la casa en su coche nuevo y resplan­deciente"

Cindy, Lindy y Mindy asomar su rostro por la ventanilla y dejaron de co­mer sus palitos de chocolate para gritar:

--¡Hola, Arabe!! Tenemos abri­gas, botas, capuchas y guan.tes forrado. y faldas y patines, ¡todo nUt~vol

_.Niñas consentida~, -munnuro

171

la señora Jones, metiendo los viejos pati­nes en su carrito de compra de tela esco­cesa-o Me gustaría saber por qué no usan los de antes. Cualquiera pensaría que su padre es el presidente del banco de Montecarlo.

En realidad su padre viajaba co­mo representante de armarios que se pue­den montar en casa: viajaba tanto que casi nunca estaba en casa.

Arabel fue al coche con su viejo abrigo, su vieja capucha, sus viejos guan­tes y sus viejas botas. Llevaba a Morti­mer muy apretado contra ella. Mortimer se mostró muy interesado por el coche, sus ojos brillaron como botones de satén negro.

-Vamos a ir en ese coche, Mor­timer -le dijo Arabe!.

.(J~.., I I,_~

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17 '

-Craac -dijo Mortimer. Lindy y Cindy aparec.ieron por la

ventanilla trasera gritando: Arabel, Ara­be!, horrible Arabel, horrible, horribL. horrible Arabe!.

Cuando vieron a l\/Iortimer sus ojos se pusieron como plat'Os.

-jOooh! -dijo Lindy-. ¿qué es eso?

-¿Qué es lo que, tienes ahí, ho­rrible Atabel? -dijo Cjndy.

-Es nuestro cuervo. Se llama f'Viortimet -dijo Arabd.

as tres niñas estallaron en car­cajadas.

--¿Un cuervo? ¿ Para Qué aUle­

l~

173

res un cuervo 7 De todas maneras no es un cuervo, es un grajo viejo y oxidado. Es una estúpida corneja. ¿Para qué sir­ve? ¿Puede hablar?

-Si quiere, sí -dijo Arabel. Cindy, Lindy y Mindy se rieron

todavía con más fuerza. -Supongo que todo lo que pue­

de decir es ¡Cá! ¡Corneja estúpida, todo lo aue sabe hacer es graznar y decir cá!

-Dejad de meteros con Arabe!, niñas, y hacedle sitio ahí detrás -di' la tía Brend~.

Arabel y Mortimer se metieron en el asiento trasero y se quedaron sin decir nada. Cindy iba a pellizcar las plu­mas de la cola de Mortimer, pero él voL vió su cabeza sobre su deslustrado cueIlo negro y le lanzó una mirada tan feroz que la niña lo dej~.

La señora Jones se puso delante, alIado de su hermana Brenda, y se mar­charon.

Mortimer nunca habia estado an­tes en un coche, al menos en estado cons­ciente. Le gustó. Tan pronto como se dio cuenta de que la primas de Arabe! no iban a atacarle en seguida, comenzó

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174

a aar saltitos suavemente sobre el hom­bro de ArabeI mientras miraba pasar ca apidez las tiendas de la High Strcct de

Rumbury, los autobuses rojos, las farol~ de la calle qu.e parecían una cuerda de margaritas de color salnlón y los buzones

olor carmesí y las verdu lerías. todas rojas, verdes, naranjas y amarillas.

-Nunca más --masculló Morti­ler--. Nunca más.

-Veis --dijo Arabel-·-, puede habla...

-¿Pero qué es lo que dice? --se rió tontamente Mindy.

-Lo que quiere decir es que de donde viene no hay autobuses, ni verdu­erías, ni farolas, ni buzones.

-No creo que sepas en absoJu lo Que quiere decir.

espués de eso, Arabel se quedo callada.

2

Cuando llegaron a la Pista de Patinaje del Municipio de Rumbury, Mortimer se quedó aún más asombrado al ver el letrero que había sobre la entra­da, formado por luces de color rosado. El principio de la pista era de baldosas amarillas.

-Compra tú las entradas, Mar­tha, mientras yo meto el coche en el apar­camiento -dijo la tía Brenda.

Las tres primas de Arabel eran patinadoras expertas. Iban a la pista dos o tres veces a la semana. Se pusieron sus nuevos patines y salieron como flechas hacia el centro de la pista, tirando al sue­lo a varias personas.

Arabe!, una vez que se puso los patines, fue lenta y cuidadosamente por el borde de la pista. No quería arries­garse a darse un golpe porque tenía

Page 89: Cuentos Del Cuervo de Arabel

Mortimer sentado sobre. su hombro. Se sentía, además, muy cansada.

La garganta ya no le cosquilleaba, sino que le dolía mucho. Y tenía los oies fríos. y te dolía la cabeza.

La tía Brenda volvió de aparcar el coche y se sentó junto a la señora Jones y las dos hermanas comenzaron a hablar como cotorras.

ndremos que quedarnos aqUl

oras, pensó Arabel.-¡Ven hasta el centro, cobardi­

cal Co, ca, ca, cobardica -le gritar,

Lindy y Cindy.

'177

-Sí, cariñito, no te va a pasar nada. no tienes por qué tener miedo -le dijo la tía Brenda. Pero Atabel dijo que no con la cabeza y se pegó al borde de la pista.

Mortimer se lo estaba pasando muy bien. No le molestaba que Arabel avanzara lentamente porque se sentía fas~

cinado mirando a los otros patinadores. Le gustaba ver cómo pasaban a toda ve­locidad por aquí y por allá, dando vuel­tas y más vueltas, y pasando y repasando una y otra vez. Hundió con mucho cariño sus garras en el hombro de Arabel.

-Si tuviera tres patines, Mo mer -dijo Arabel-, podrías sentarte sobre el tercero y yo te llevaría. Cómo me gustaría.

También a Mortimer. -Sabes lo que vamos a hacer

-dijo Arabel-. Me vaya quitar los pa­tines. No tengo ganas de patinar.

Se sentó en el borde, se quitó los patines y con uno en la mano puso a Mor­timer sobre el otro, que arrastró por los cordones.

-jVaya! -chilló Cindy que pa­saba casi volando-. Mira la miedica de

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178

Arabel arrastrando a su estúpido grajo. -Por la elegante pista corre el

harapiento grajo -gritó Mindy. -Tiene miedo de patinar, tlene

miedo de patinar -canturreó LindJ' Realmente eran unas niñas ho·

rribles. Arabe! se fue lentamente hacia

donde estaban sentadas su madre y su tía

Brenda. -¿Puedo ir a casa, por favor.

Me duelen las piernas. [ , vamos, cariño, inténtaio ,1 \

otra vez --dijo la tía Brenda-. No tie· es por qué tener miedo, de verdad. Ten·

drás que caerte un par de veces antes de que aprendas. No te harás daño.

Pero la señora Jones miró det...• nidamente a su hija y dijo:

-¿No te sientes bien. bonita? -No -dijo Arabe! y dos lágri­

mas rodaron por sus mejillas. La señor' Jones puso una mano en la frente d

Arabel. -Está caliente -dijo--. Creo

que nos debemos de ir a casa, Bre"· '11 , da. tía _.Oh, caramba -dijo ,

179

Brenda con cierta irritación-o ¿No pUro

de quedarse otra media hora? La señora Janes sacudió la ca­

beza. -No creo que deba hacerlo. -Oh, querida. Las niñas estarán

muy disgustadas. -Brenda levantó la voz dando un terrible bufido-o ¡Cindy! ¡Lindy! ¡M-i-nd-y! Venid, vuestra prima no se siente bien.

Las tres primas de Arabel se acer­caron lentamente, arrastrando los pies por la pista con caras enfurruñadas.

-¿Ahora qué pasa? -preguntó Mindy.

-Acabamos de negar -.dijo Cindy.

-Sólo porque la horrible Arabel no sabe patinar -dijo Lindy.

-¿Ma? ¿No podemos ir tú y yo a casa en autobús? -dijo Arabel.

La tía Brenda y las tres niñas pu­sieron una cara alegre al oír eso, pero la señora Jones negó de nuevo con la ca­beza.

---Creo que debemos llevarte a casa tan pronto como sea posible. Ade­más creo que he dejado mi carro de com­

11/

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180

en el maletero de tu coche. Brenda. -Oh, muy bien --di.jo Brend

con impaciencia-o Vámonos, niñas Se quitaron los patines muy len­

tamente y fueron caminando hacia el aparcamiento, que tenía varias planlas. El coche de la tía Brenda estaba en cuarta.

Mortimer lamentó mucho tener que abandonar la pista de patinaje. Si­guió mirando hacia atrás tristcmt"nle mientras pudo ver a los patinadores. Pero cuando vio el aparcamiento se alegró de ...uevo.

-No vale la pena esperar al as­censor -dijo la tía Brenda. Así que su­bieron a pie.

Las piernas de Arabd Le dolían cada vez más; Mortimer y los patines que llevaba r,esultaban cada vez más pesados. Pero Mortimer estaba todavía más inte­resado en el aparcamiento que en la pista de patinaje. Miró los grandes ded¡ve~ hormigón y los enormes trechos llanos Y los coches como manchas aquí y allá, amarillos, rojos, azules, verdes, negroS, naranjas y plateados, como fruta col~ada de un gran árbol de hormigón.

181

Los ojos de Mortimer resplan cieron como moras.

Mientras la tía Brenda buscaba la llave del coche en el fondo de su ates­tado bolso, los brazos de Arabel comen~ zaron a dolerle tanto que puso sus pat i.

nes en el suelo. Con un movimiento limpio, Mor­

timer se soltó de la mano de Arabel y subió a uno de sus patines. Luego abrj' un poco las alas y se dio un fuerte im­pulso. El patín, con Mortimer sentado encima, comenzó a rodar con la veloci­dad de un reactor por la pista de hormi­gón entre dos filas de coches aparcados.

-¡Oh, rápido, cogedle, cogedle! -dijo Arabel-. Va a bajar por la rampa.

Quiso gritar, pero no le salió más que un susurro.

Lindy, Mindy y Cindy se echaron a correr detrás de Mortimer. Pero choca­ron entre sí y llegaron demasiado tarde para atraparle. Así que salió como una flecha por la rampa hasta la tercera ·planta.

-¡Nunca más, nunca más, nun­ca más, nunca más! -gritaba alegremen­

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te, y se dio otro impulso con las alas, ha­ciendo palanca en un Citroen y subiendo la rampa del otro lado hasta la cuart

plant.... --¡Allá va, allá val -gritó ~a tIa

Brenda-. ¡Cogedle en seguida, niñas I -Pero Cind.y, Mindy y Lindy ya estaban

n la tercera planta y no la oí --Oh, cielos, ¿has visto algo más

terriblemente provocador en tu vida. -dijo La señora Jones-. No lo he vist nunca, ni siquiera cuando trabajaba en a repostería Hágalo usted mismo; no

empieces tú ahora a correr detrás de es monstruo de plumas negras, ArabeL aup­

date donde estás. Pero Arabel había subido con

gran esfuerzo hasta la quinta planta de­trás de Mortimer.

-¡Mortimer! ¡Por favor, vuelve!

183

-le imploró con una voz que apenas po­día escucharse--. Por favor, vuelve. No me siento muy bien. Te traeré aquí otro día cuando el viento no sea tan frío,

Mortimer no la oyó. Allí en la quinta planta el vient

era helado y silbaba como una sierra. Arabe! comenzó a tiritar sin parar.

~10rtimer 10 estaba pasando es­pléndidamente. subiendo y bajando las rampas, entre los coches, remando con sus alas a una formidable velocidad.

Otra gente, los dueños de los coches, comenzaron a correr detrás él.

-¡Detengan a ese pájaro! -gri­tó la tía Brenda y añadió con irritacióu, dirigiéndose a su hermana-o No puedo ni imaginarme por qué lo has traído aquí. ­

Muchas personas corrían detras de Mortimer, pero iba con tanta rapidez que le resultaba muy fácil esq uivarlos; había descubierto la manera de dirigir el patín con su cola; tomaba las curvas y corría entre las piernas'de la gente, los p,araguas y las cestas de la compra como SI estuviera participando en el Campeo­

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184

opa de Bobslcigh para Cuer­nato de vos.

1 cabo de diez minutos habla 01' 10 menos cincuenta personas corrien­

do de una rampa a otra, arriba y abajo en el aparcamiento.

Al final, una vigorosa mujer pudo oger a Mortimer por casualidad; habia

entrado por la escalera exterior y estaba quitando la llUVla de su para~uas antes

(

5

de cerrarlo. Mortimer f que estaba CIan­do la vuelta a un Ford Capri sobre una rueda, se dio de frente contra el para­guas Y se encontró enredado entre las varillas. Cuando pudieron sacarle la tía' Brenda estaba furiosa y le cogió por el cogote.

-Ahora a 10 mejor podemos marcharnos -dijo irritada y se lo llevó pataleando hasta el coche.

_.Mételo en tu carrito de com­pra, Martha -dijo sombríamente-; ahí no dará más la lata. De verdad que no comprendo por qué has querido veniT a una pista de patinaje con un cuervo.

La señora Jones estaba demasia .. do preocupada por Arabel como para dis­cutir. Al cabo de unos cinco minutos, Ljn­

dy, Cindy y Mindy volvieron jadeando y de mal humor de la cuarta planta, y Ara-­bel llegó tiritando de la quinta planta.

Todas subieron al coche.

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3

'1.

Cuando la tía Brenda salió del aparcamiento, Arabel se sentía muy rar

¿Dónde está Mortimer? -S'l.

~urró. -Está en el maletero y allí se

uedará hasta que lleguéis a casa -dijo la tía Brenda-. Ese pájaro es una de.::­gracIa.

Arabel comenzó a decir: -Él no sabía que estaba hacien­

o algo malo. Creía que el aparcamienL era una pista de patinaje para cuervOS -pero las palabras se le pegaron a la gar­ganta como si la tuviera llena de pkdras,

ara cuando llegaron a casa de los Jones, número sels de Rainwatel' Cl'''''c­cent, Arabel lloraba y tiritaba. Parecía que no podía dejar de hacer nin2:una de las dos cosas.

La señora Jones salió en seguid

,,¡

.187

del coche y llevó a Atabel casi en volan­das hasta la casa.

-¡Tu carrito de compra! -le gritó Brenda detrás de ella, sacando el carrito del maletero. .

~Mételo en el vestíbulo, Brenda. Brenda lo hizo. Pero ella y Mar­

tha tenían carritos de compra de tela es­cocesa que eran casi iguales. comprados juntos en una gran rebaja en el Bazar de Descuentos de Rumbury. Btenda colocó por equivocación su propio carrito en el vestíbulo. Dejó el otro con Mortimer den­tro en su maletero. Además de Mortimer tenía dentro un quilo de plátanos. Morti mer, al que le encantaban los plátanos y nunca se hartaba de comerlos, estaba en ese momento demasiado ocupado para quejarse por su encierro.

-Vámonos rápido a casa -dijo la tía Brenda-. No vamos a quedarnos aquÍ, no sea que Arabel tenga algo con~ tagioso.

De todas maneras tuvo que pa­rarse tres veces en el camino hacia casa. porque Cindy quería un helado, Lindy un refresco y Mindy un bolso de cara­tnelos blandos; todas esas cosas les fue­

¡¡

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188

ron compradas en diferentes tiendas. Para cuando llegaron a casa de la

tía Brenda, Mortimer ya había terminado los plátanos y estaba dispuesto a que le s'o1taran del carrito de tela escocesa.

'" Cuando la tía Brenda bajó la cre­mallera esperando ver bloques de helado de sabor de frambuesa, media docena de bombillas de cien vatios y una cabeza de apio, Mortimer salió disparado, dejan­do detrás de sí una mescolanza de cásca­ras vacías y plátanos espachurrados.

-jOh, diablos! -dijo la tía Brenda.

Mortimer estaba tan cubierto de plátano espachurrado que al principio ni siquiera lo reconoció, pero cuando al fin se dio cuenta de quién era gritó:

-¡Niñas! Es ese espantoso pá­jaro de ArabeL ¡Rápido! Coged a este horrible animaL Hay que darle una lec­ción.

t~, Lindy cogió un bastón, Cindy

una raqueta de tenis. Mindy encontró una red de pescar gambas que utilizaron el verano pasado en Pritlewell-on-Sea. Co­menzaron a perseguir a Mortimer por toda la casa.

]89

Mortimer volaba cuando no tenía más remedio; prefería caminar con paso digno o mejor aún, que le llevaran en el carrito; pero en ese momento le pareció mejor volar. Tuvo dificultades para abrir las alas debido a todo el plátano espa­churrado, pero por fin lo consiguió. Voló hasta la repisa de la sala de estar. Mindy intentó golpearle con la red y lo que hizo fUe tirar el reloj dorado con su campana de cristal.

Mortimer dejó la repisa y voló hasta la lámpara que había en el centro

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de la habitación; se colgó de ella del re­vés, como un murciélago, sacudiéndose

,1 para quitarse el plátano. Cindy le dio con su raqueta de tenis y envió la lámpara, la bombilla, la pantalla y demás a volar por la~. ventana. Mortimer acababa de abandonarla Y se había posado sobre la estantería. Lindy intentó engancharle con su bastón, pero todo lo que consiguió fue romper un cristal de la puerta de la estan­tería.

-Usad vuestras manos, idiotas --gritó la tía Brenda-. Estáis destro­zando toda la casa.

Así que dejaron sus bastones, ra­quetas y redes y fueron detrás de Morti­mer. Mortimer nunca jamás picoteaba a Arabel. Pero ella nunca le había tirado de la cola. ni le había cogido por una pata, ni casi arrancado un ala; pronto Cindy, Lindy y Mindy estuvieron cubiertas de picotazos y sangraban en abundancia.

La tía Brenda intentó echar un mantel sobre Mortimer. Pero no pudo atraparle; tiró una lámpara de mesa y un jarrón de crisantemos. Por fin, después de una larga persecución consiguió arrinco­narle en la chimenea.

]91

No había fuego. Mortimer subió por la chimenea. -Ahora está atrapado -dijo la

tía Brenda. -Saldrá volando por ahí arriba

-dijo Lindy. -No puede, hay un sombrerete

encima -dijo Cindy. Se podía oír a Mortimer escar­

bando allá arriba y murmurando "Nun· , " ca mas.

La tía Brenda llamó al desholli­nador, que se llamaba Ephreim Suckett; le dijo que viniera enseguida.

Llegó diez minutos después, lleno de curiosidad, con sus largas barritas fle­xibles, sus cepillos y su enorme aspira­dora que parecía un barril de alquitrán del cual salía un tubo.

-¿Ha habido una fiesta en casa? -dijo el señor Suckett mirando el sa­lón-. Los jóvenes son muy aficionados a las juergas.

-Tenemos un pájaro en la chi­menea -dijo la tía Brenda-. Quiero que lo saque tan pronto como pueda.

-Un pájaro, ¿eh? -dijo pru­dentemente el señor Suckett. observan­

L

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19

do los estropicios-o ¿No será tilla de esas anacondores que pueden extender las alas hasta siete metros? Sí es así pri· mero necesito un seguro aparte de mi Pó­liza de Accidentes Laborales.

\.,--Es un cuervo corriente y mo­liente -dijo irritada la tía Brenda-. Sá­quelo enseguida, por favor. Quiero en­cender la chimenea. Mí marido va a yol­ver enseguid.....

De manera que el señor Suckett metió una de sus barras por la chimenea hasta donde pudo negar, luego enro~c6 otra barra al extremo de esa y hurgó con las dos, luego tuvo que enroscar una ter­cera. Las barras se doblaban como rega­

1 liz. Cayó un montón de hollín." 1

_¿Cuándo fue la última vez qu limpiaron esta chimenea? -preguntI el señor Suckett-. lEl año de la Coro

ación? Mortimer se subió aún más por

dentro de la chimenea.

Entretanto, ¿qué había con Arabel?

La habían llevado al hospital. La señora Jones llamó al médico

193

nada más llegar a casa. El médico negó inmediatamente y dijo que Arabel tenía una bronquitis muy fuerte y que estaría mejor en el Hospital Central de Rumbu­ry. as! que el señor Jones, que acababa de llegar a casa, la llevó en seguida en su taxi, envuelta en tres mantas color de rOsa y con sus pies sobre una botella d agua caliente.

-¿Dónde está Mortimer, est bien? ---susurró Arabel en el taxi-., ¿Quién le dará su té?

-Papá le dará su té cuando lle­gue a casa después de dejarnos -dijo la señora Jones. A la señora Jones le habían permitido quedarse con Arabe!. Se había olvidado totalmente de que Mortimer es­taba metido en el carrito de tela escocesa.

El señor Jones dejó a su esposa y a su hija en el hospital y volvió a su casa en el taxi lenta y tristemente. Guar­dó su taxi en el cobertizo y en el vestíbulo se encontró con un carrito de compra de tela escocesa que contenía dos bloques de helados dy frambuesa, bombillas y una cabeza de apio. Comió el apio y guardó las otras cosas. « ¿Para qué habrá com­prado tantas bombillas?", se dijo. "De­

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195194

bería saber que hay una docena en el armario de las herramientas. JI

Como seguía con hambre después del apio, se hizo té y un gran plato de espagueti con salsa de queso, que era lo único Giue sabía preparar.

Luego,de repente, sedio cuenta d~ que la casa estaba inusitadamente tran­quila. Normalmente, cuando Mortimer andaba por allí, había chasquidos. nb­

pados, golpecitos, tintineos mientras el cuervo cuidadosamente hacía pedazos al­guna cosa o la tiraba él ver si se rompía. la masticaba para ver si era masticable o metía una cosa debajo de otra.

_¿ Mortimer? -llamó el seña Jones-. ¿Dónde estás? ¿Qué estás ha­

f ciendo? Deja de hacer lo que sea y ven11,

aquí.

Nadie le respondió. Nadie dijo "Nunca más". La casa seguía silenciosa. El señor Jones comenzó a inquietarse. Aunque no hacía muchos alardes, le te­nía mucho cariño a Mortímer. También quería estar seguro de que el cuervo no se estaba comiendo la parte trasera de la casa, cavando debajo de la caldera o des­hilachando toallas de baño (Mortimer podía deshilachar una toal1a de baño en­tera en exactamente tres minutos y medio dejando quince kilómetros de tela nudo­sa por el suelo) o comiendo la Enciclo­pedia del Hombre Hábil en el Hogar en diez volúmenes. O cualquier otra cosa.

El señor rones buscó a Mortimer por toda la casa, de arriba abajo y no lo encontró.

-Oh, cielos, ese pájaro f1abrá salido -pensó- sin que nos diéramos cuenta cuando I1evábamos a Ara bel al taxi con las mantas rosadas. Ella se in­quietará muchísimo cuando se entere de que se ha marchado.¿Cómo vamos a decír­selo? Adora a ese pájaro.

En ese momento sonó el teléfono. Cuando el señor Jones levantó el

aparato, se escuchó un largo alarido.

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96 197

_¿Qué es eso? -dijo el señor nes escuchando--. ¿Quién es? Este es

et Servicio de Taxis de Jones. en Rum­bury Town. lBrenda? ¡.Eres tú? ¿Pasa

algo? El alarido continuó. Todo 10 que

podía distinguir el seflor Tones era algo referente a crisantemos, hollín y un reloj.

~-Hollín en el reloj -pens I

Qué raro. Tal vez tenga un reloj que an con petróleo, supongo que existen cosas así, y Brenda presume de estar sie- ,,­pre a la últitna moda. No te puedo u-yu­dar, Brenda. lo siento -dijo por tetéfo no-. No sé gran cosa de refojes que an­dan con petróleo; en realida.d no sé nad en absoluto; tendrás que esperar hasta que vuelva Arthur. Aquí está todo patas arriba porque Arabel está en el hospital.

y colgó; creyó que t.enía Gosas más importantes de que ocuparse que ho­llín en el reloj de su cuñada.

¿Entretanto qué pasana con Mor­

timer? El señor Suckett, el deshollin<l­

dor, había enroscado todas :sus barra juntas y las había metido por "fa chinH~r1ea

de la tía Brenda. Mortimer se había ido a la parte más alta; pero no podía salir. A través de las ranuras del sombrerete podía ver y la vista era muy interesante, porque la casa estaba en lo alto de la" colina de Rumbury. Mortimer podía ver desde allí una gran panorámica más allá de Rumbury, e incluso Londres, hasta el edificio del Parlamento.

Las barras del señor Suckett no eran lo bastante largas como para desalo­jar a Mortimer; la chimenea de la tía Brenda era más alta de lo normal.

Al descubrirlo, el señ.or Suckett comenzó a bajar sus barras y desenros­carlas una por una.

-¿Qué va a hacer ahora? --pre­guntó Lindy.

-¿Tendrá que quitar la part de arriba de la chimenea? -preguntó Mindy.

-¿Vamos a encender el fuego y tostarle? -dijo Cindy.

-Hága10 de una manera u otra, pero hágalo rápido -dijo la tía Brenda.

. -Tendremos que sacarle con la aspIradora -dijo el deshoIlinador.

Sacó la última de sus barras y co­

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198

locó su aspiradora ju.nto a La chimenea. Era igual a una aspiradora casera, saivo que ocho veces mayor, con una fuerza de aspiración ocho veces mayor tanlbién. Tenía un enorme tambor de lona sobre sus ruedas donde iba todo el hollín que aspiraba el tubo. Cuando terminaba el trabajo de deshollinar una chimenea I el señor Suckett llevaba su tambor Hen de hollín y lo vendía a la gente a cincueu­ta peniques el medio quilo para ponerlo sobre las babosas. Iba mejor que las cás­caras de naranja.

Pero ahora el tambor de lona es­taba a punto de estallar de tanto hollín como habia en la chimenea de tía Bren­da, acumulado desde el Año de la Coro­nación.

El señor Suckett metió la boqui­lla en \a chimenea Y encendió el motO•.

"enÍa muchísima fuerza. Podía atrapar a un perro de San Bernardo Ysubirlo po una rampa de tres metros y un ángU: de treinta grados contra un viento de fuerza seis. Hizo bajar a Morlimer de la chimenea como si fuera una de sus

plumas.Entró al revés, como una bala, en

199

el tambor de lona, entre una tonelada de

hollín. Mortimer se había sentido muy

contento en la chimenea, porque aunque oscura, era interesante; además, tenía una vista agradable allá arriba.

Pero no le gu.staba en absoluto que le hubieran chupado con tanta rapi­dez -al revés y patas arriba- y mucho menos estar dentro de un bolso lleno de sofocante polvo negro.

Comenzó a dar patadas, a levan­tar las alas y a dar con el pico gritando "Nunca más" . En menos de 10 que se tar­da en contarlo, había abierto un enorme agujero en el costado del tambor de lona; salió por el agujero como una bomba ne~

gra, y la tonelada de hollín le siguió. La tía Brenda había abierto las

ventanas cuarido el señor Suckett comen­zó a meter sus barras por la chimenea; dijo que el olor de hollín la mareaba; Mortimer salió por una ventana con la velocidad de un Boeing 707; estaba harto de la casa de tía Brenda.

Dejó detrás suyo una escena de tanta negrura y confusión que creo que no vale la pena ni describirlo.

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~ lIJ1

"

Mortimer no voló muy lejos; real­mente no estaba muy de acuerdo con eso de volar. 'tan pronto como estuvo en ta caUe bajó planeando a tierra y comen­zó a andar. No tenía ni idea de dónde staba la casa de la tía Brenda, ni dónde la

casa de Arabet pero eso no le preocupó. Como la casa de la tía Brenda estaba al final de una cuesta la bajó andando miró ,cada puerta principal al pasar. a ver si era alguna de ellas fa gue quería. No fue así. Caminaba muy Lentamente.

El señor Jones estaba apunto de comer sus espaguetis y pensaba en q debería llamar al hospital a preguntar por Arabe! cuando sonó el teléfono. Era la señora Jones.

-¿Eres tú, Ben? --dHo-. Oh~ en, Arabel está muy enferma, dando

vueltas y delirando, sigue preguntando

por Mortimer y el médico dice que lo puedes traer aquí a ver si eso le hace al­gún bien.

El corazón del señor Jones se le cayó hasta sus zapatillas de piel de oveja.

-Pero Mortimer no está aquí -dijo.

-¿No está ahí? ¿Qué quieres decir, Ben? Tiene que estar ahí.

Luego por primera vez la señora Jones hizo memoria y le vino un sofoco de culpabilidad.

-Cielos, ¿cómo pude olvidarlo? Me he olvidado de ese pobre pájaro, aun­que Dios sabe las molestias que ha cau­sado Con los granos de café, en el apar­camiento y tirándole castañas a Ginger que en su vida ha tocado una DIurna de su cola (pero lo haría si pudier~, lo sé de

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02 203

sobra). De todas formas, un par de horas encerrado en un bolso de compras le ven­drá bien como castigo por todos los Hos que ha provocado, pero de todas formas sácale en seguida, pobrecit......

,,-¿Sacarle de dónde? -De mi carrito de comora d

tela escocesa. Está dentro. -No está, Martha --diio el se­

ñor Jones-··. Hay una cabeza de apio, dos bloques familiares de helado y media docena de bombillas de den viltios. ¿ Par qué las quedas?' Hay un monlón en el armario de ~as herramientas.

La señora Jones soltó otro chi­

llido. ~·iCaray. entonces es que está en

casa de Brenda! Se habrá equivocado de bolso, espero que esas chiquillas suyas no le estén haciendo perrerías. Lo mejor será que vayas allí 'j le cojas, Ben, y tráe1e al hospital, y trae también dos cam¡sones de ArabeL ¿puedes?, un paquete de bol­sas de té y mis caramelos digestivos de

menta. -¿En casa de Brenda, eh? .--di­

jo el señor Jones lentamente. Comenzó a comprender muchas cosas, el hollín. los

crisantemos y el reloj-o Vale, Martna iré a recogerle y te llevaré cuanto antes.

No le dijo nada a Martha sobre el reloj y los crisantemos; ya tenía sufi­ciente con que preocuparse. Colgó y mar~ có el número de Brenda.

Nadie respondió. Parecía como si la línea no funcionara; el señor Jones oyó una especie de sonido apagado al otro lado, pero nada más.

No era muy difícil adivinar que si había habido problemas en casa de Brenda, de un modo u otro Mortimer es­taría relacionado con ellos.

El señor Jones se rascó la cabeza. Luego se quitó las zapatillas y se puso los zapatos y el abrigo. Suspirando, sacó el taxi del garaje, giró a la derecha y si­guió hasta donde Rainwater Cl'escent se junta con Rumbury High StreeL Es un cruce bastante transitado y hay cuatro semáforos, o debería haberlos; esa noche parecía que no funcionaban.

Había un horrible atasco de trá­fico. Dos policías intentaban dirigirlo y un tercero inspeccionaba, con la ayuda de una linterna grande, unos restos masti­cados, que parecían como espárragos tri­

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111111

d e

205 204

turadas : eso era todo lo que quedab los semáforos en el cruce con Rainw:t

_ -Buenas tardes, Sid -dijo e~i senor Jones, asomando la cabeza por I ventanilla del taxi-o ¿Qué ha pasado~

--¿Eres tú, Ben? Pues vas a pe~­sar que estoy loco. pero parece que al­guien se ha comido los semáforos.

-Oh -dijo el señor Tones. Reflexionó. Dio media vuelta

-por suerte no había nadie detrás de él- y volvió a bajar de nuevo. Unos diez metros más abajo se apeó del taxi.

-¿Mortimer? -llamó-o ¿Dón­de estás.

-Nunca más -dijo una voz que estaba a la altura de su tobillo, en la som­bra. Aunque hahía esperado algo pareci­do, el señor Tones pegó un salto. Luego se dio la vuelta y vio a Mortimer, cuyos ojos brillaban a la luz de las farolas, ca­minando lentamente junto al seto, mi­rando las puertas principales de las casas por las que iba pasando. Estaba en el lado contrario de la calle, así. que ,proi bablemente hubiera pasado SIn mas e número seis y seguido vaya usted a saber

adónde.

1m

El señor Jones le recogió. Morti­mer nunca había sido un pájaro ligero, pero con un kilo de plátanos dentro pe­saba tanto como las guías telefónicas de Londres, con las páginas amarillas in­cluidas.

-Supongo que debo entregarte a la policía por haberte comido los semá­'oros y provocado una obstrucción de

tráfico -dijo severamente el señor Jo­es- pero Arabel está enferma en el

:pita}, así que te llevaré primero a vi­'la; mañana nos Ocuparemos de las

'as COsas. y será mejor que te portes

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bien en el hospital; ahí no te van a per­.tir hacer tonterías.

-Craac -dijo MorHmer. El se­ñor Jones no se quedó demasiado con~ tento por la forma en que Mortimer lo dijo. Pero ese no era el momento para en­trar en muchas explicaciones sobre hos· pitales; adelnás, muy probablemen~... , Mortimer no te escucharía.

El señor Jones volvi6 apresu damente a casa para recoger los cami50­nes, bolsas de té y carame\o6 digest

L

os. Mientras lo bacía,Morlimer se (ue a la cocina y vio un plato grande Heno de espaguetis que el señor lones habi preparado para su cena.

-Nunca más --dijo Icon trist~-

za. uio la vuelta al plato caminando. es· tudiándolo desde todos los lados.

A Mortimer le encantaban los es­

207

pagueti con salsa de queso -era uno de sus aperitivos preferidos antes de las co­midas-, pero en aquel momento estaba tan lleno de plátanos 'lue no fue capaz de comer ni un solo espagueti.

Aunque no podía comerlos no iba a dejar que se estropearan. Buscó una caja, un bote o cualquier recipiente para ponerlos; cuando le dejaban, Mor­timer se sentía feliz y ocupado duran mucho tiempo metiendo espagueti du­rante mucho tato en tarros de yogur o hueveras o lo que tuviera a mano.

Acababa de meter el último espa­gueti cuando el señor Jones volvió con las mantas y los camisones, cogió una caja de bolsas de té del armario de la co­cina, metió todas esas cosas en el carrito, se puso el abrigo y cogió a Mortimer.

No se había fijado en que el pla­to de espagueti estaba vaCÍo.

Era ya bastante tarde, pero el señor Jones pensó que aunque fuera des­pués de las horas de visita, estaría bien ir a! hospital, ya que el médico le había dIcho que trajera a Mortimer.

Fue en el taxi hasta Rumbury Central, estacionó en el enorme patio de­

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lantero y entró en el hospitaJ con Morti­mer sobre el hombro.

Mortimer se quedó asombrado por el hospital. Le pareció mucho más interesante que el aparcamiento. Había sido cor:rstruido hacía unos cien años po Florence Nightingale, de ladrillos de color

'JI morcilla. Era tan grande como una pri. sión; tenía kilómetros de pasillos. Los techos eran tan altos que los ecos de los sonidos más pequeños, incluso los lejanos ruidos que venían de la calle, retumbaban como ef trueno. Muchos de los enfermos creían que los médicos y las enfermera", podían conducir coches por los pasillos, pero eso no era del todo cierto.

1 señor Jones subió a la cuart planta en un ascensor grandioso y eru jiente tan amplio como una oficina de

rreos. Mortimer dijo u eraac" porqu el ascensor le recordó la estación de me· I tro de Rumbury Town. Anduvieron kI·,! lómetros de pasillos de suelo verde hasta que encontraron la Sala Balaclava.

Cuando llegaron a la puerw na había nadie por allí para decirle al señor Jones que podía entrar. Pero había dos portañolas en las puertas, así que el señor

209

J nes se puso de puntillas y con Morti­;er en su hombro miró hacia dentro.

Pudo ver una doble fila de camas blancas. seis por cada lado ~ en medio a su esposa, Martha, sentada Junto a una de ellas. Le hizo signos para llamar su atención; ella le indicó que esperara has­ta que la enfermera, que llevaba un go­rrito rizado y que se sentaba en una mesa cerca de la puerta, le viera y le dejara pasar.

El señor Jones dijo que sí con la cabeza para demostrar que la había com­prendido.

Metió las manos en los bolsillos yse preparó para esperar tranquilamente. Pero no esperó tranquilamente. En lugar de ello emitió una serie de gritos tan pe­netrantes que todos los enfermos de aque­lla zona del hospital se incorporaron automáticamente en sus camas, los en­fenneros chocaron con sus camillas en las puertas, las enfermeras dejaron caer b~ndejas llenas de instrumental y los mé­dICOS se tragaron sus estetoscopios. t Mortimer, que había estado sen­t=o muy quieto e interesado, observando

o lo que había a su alrededor. subió

I

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2lJ210

volando y. revoloteó moviendo las alas y chillando" ¡Nunca más, nunca más!".

El señor Jones cay6 desmaya al suet....

La enfermera jefe Bridget t1ager­ty salió corriendo de la sala. Era peque· ña, de cabellos negros y pecas; tenía los ojos tan azules como un detergente azul. cuando daba órdenes para que se hiciese algo, se hacía enseguida. Pero todo el mundo la quería.

-¿Qué demonios ocurre aquí?

sado! -dijo--. Ese pajarraco negro na atacado a este pobre señor. iPalgrave! ¿Dónde estás? ¡Ven aqUÍ. rápido!

Palgrave era el orden~nza de la sala. Había ido a coger una taza de café instantáneo para el médico. Venía co­rriendo por el pasillo.

-jPalgrave, saca ese pájaro de aquí inmediatamente!

-Sí, señor; en seguida, señor -dijo Palgrave y abrió la ventana del rellano. echando la taza de café caliente

-<lijo irritada. legó el doctor Anlonio. Estaba

a cargo de aquella zona del hospital es noche; acababa de empezar su servici..... No era el médico que le había dicho él 1 señora Jones que trajera a Mortimer; la verdad era que el doctor AnLonío odia­ba a los pájaros. Una amable cacat l1abía asustado yendo en su Gochecito cuando tenía tres años; y desde entonces la vista de cualquier ave mayor qu~-:. un pájaro carbonero le provocaba erupci"o nes cutáneas.

l ver a Mortimer le ,~aüer

chas de color carmesí. --jEstá bien claro lo que ha pa­

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212

sobre Mortinler que seguía dando vuei· tas allá arriba Y preguntándose qué le había pasado al señor Jones.

A Mortimer no le gustaba el café a menos que fuera muY dulce, y sus sen timientos se sintieron heridos; salió po

la ventana._Doctor t hay algo extraño en

cuantO a este señor -dijo la enfenllera Bridget, que estaba arrodillada junto al señor Jones-. ¿Por qué cree que tiene las manos cubiertas de espagueti con salsa

de queso? ___Quizá sea un asunto de que­maduras, una urgencia _sugirió el mé­<licG-. Quizá no pudiera utilizar otra cosa, así que empleó espagueti contra la quemadura. Sería mejor que le llevúra­mas a Accidentes. Palgrave, una camilla.

-Pero sus bolsillos también es­tán llenos de espagueti -dijo \a enfer­

mera Bridget._Quizá fuera a visitar a unOS

amigos italianos -dijo el dodor-· Tal vez sea italiano. ¿Parla italiano? _le

\ gritó esperanzadamente en un oído al

señor Jones.El señol' Jones gruñó.

213

--¿Parla italiano? -volvió a re­petir el médico.

El señor Jones, que había volado como piloto sobre ItaHa en la 1I Guer l

Mundial, dijo débilmente: -¿Nos hemos estrellado? ¿Dón­

de está mi artillero de cola? ¿Dónde está mi navegante?

-Un perturbado mental -dijo el doctor Antonio--. Habla inglés, tiene las manos cubiertas de espagueti, pre­gunta por su navegante; sin duda, un perturbado mental. Palgrave, coja una camisa de fuer~...

Palgrave bajó la camisa que aca~

baba de traer y se marchó de nuevo. Afortunadamente en ese mo­

mento la señora Jones salió de la sala Balaclava, preguntándose qué habría ocurrido y dónde estaba Ben. Cuan­do le vio en el suelo, con las manos cubiertas de espagueti, lanzó un grito sofocado:

-¡Oh, querido Ben! ¿Qué ha pasado?

-¿Conoce usted a este hombre, señora Jones? -preguntó la enfermera Bridget. I

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-jEs marido! i. Qué ha ocu­rrido?

-Parece que se ha desmayad -dijo la enfermera.

El señor Jones volvio un poco en sí. '-o

-¿Eres tú, Martha1 --dijo dé­bilmente-. Lombrices. Lombrices en mi bolsillo. Fue el SUSUJ.

-Oh, Dios mío, ya lo creo. ¿ qué mas? -gritó su mujer-o Lombrices en tu bolsillo, i. v cómo Ue)l;aton has

-No son lombrices, son esp'"­guetis -dijo la enfermera Bridget. ay..­dando aJ señor Jones a incorporarse abanicándole con la camisa de fuerza Que había traído Palgrav

-¿Podría traer una taza de t .... or I avor, Palgrave? ¿Cómo es qlle tení

los bolsillos llenos de espagueti, señor anes?

-Café instantáneo, camilla ins­tantánea, camisa de fuerza instantánea té instantáneo -se quejó Palgrave, (me se marchó muy enfurruñado.

-¿Espagueti? Oh, habrá sido ortimer, es muy de su estilo --dijo la

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señora Jones-. La última vez le dej solo debo te de un plato de espague­ti durante cinco minutos y metió plato entero entre mi lana Shetla hacer punto. Las amigas de ArabeI le seguían preguntando dónde había con­seguido su jersey a lo espagueti muchas semanas después. iBen.' ¿ Dónde est' MortÍmer?

El señor Jones se puso en pie pe. nosamente y bebió el té que acababa d traer Palgrave.

-¿Mortimer? ¿No está aquí': Estaba hace un momento. ¿Ha visto a ti

cuervo? -le preguntó a Palgrave. -¿ Un cuervo? ¿ Un pajarraco

peludo y negro? Acabo de echarle por la ,:,entana tirándole una taza de caf por las plumas de la cola -dijo Pal­grave-o El médico me dijo que lo hi­ciera.

-¡Oh, no! -aulló la señora Jo­nes-. El doctor Plantagenet dijo que la medicina no pareCÍa surtir ningún efecto Yque tal vez al ver a Mortimer, Arabel se sentiría mejor.

Miró con aire implorante a la en­fermera. La enfermera Bridget miró a

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19rave. Palgrave miró al médico, qu miró a sus pies.

--Sería mejor que saliera ahora mismo, comenzara a buscarle y rápido -. ,ijo la enferrnvu..

"' -Café instantáneo, camilla ins­antánea, camisa de fuerza instantánea, té

instantáneo, cuervo instantáneo --gruñó algrave y siguió al médico por la puerta ue daba a la escalera de incendios. Llo­

vía mucho y estaba muy oscuro.

5

¿y durante ese tiempo dónde es­taba Mortimer?

Por el exterior de la Sala Bala­clava había un balcón que daba la vuelta al edificio. Mortimer, cuando le echaron con tan poca educación de la ventan no había ido más allá del parapeto del balcón. Allí estaba sentado en fas tinie­blas, pensando en cosas lóbregas.

Estaba cansado. Había sido un día largo y agitado; primero la pista de patinaje, luego los plátanos, después la chimenea y el hollín y finalmente eJ paseo de unos cuatro kilómetros entre la casa de la tía Brenda y la de Rainwater Crescent. Para colmo, los semáforos.

A Mortimer le dolían las patas y tenía las plumas de su cola en mal es­tado después de recibir encima el café, estaba lleno de hollín y le dolían tambié

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las alas por donde Lindy, Mindy y Cindy le dieron tirones. Tenía ganas de dormir. Añoraba su hermosa y cómoda panera pintada de brillante esmalte blanco.

Pero también tenía la sensación de que Arabel no estaba lejos y quería verla.

No estaba tranquilo con respecto a ella.

Cojeando un poco, mascullando y graznando por 10 bajo comenzó a mo­verse cuidadosamente por el parapeto del balcón, mirando a través de las ventanas.

Detrás de la tercera ventana ha­bía una cama que a primera vista parecía no tener ningún enfermo en ella; la en­ferma era muy pequeña y yacía comple­tamente echada, sin moverse.

Mortimer saltó desde el parapeto hasta el alféizar de la ventana y miró a través del cristal, con sus ojos negros tan agudos como la punta de un lápiz.

-jCraac! -dijo. La persona de la cama no se

movió. Mortimer dio golpecitos con su

pico en la ventana cerrada. Nadie le abrió. La hermana Brid­

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get hablaba tranquilamente con los seño­res Jones en el otro extremo de la habi­tación. Los demás enfermos estaban dor­midos. Nadie oyó a Mortimer.

Allá abajo, en la lluvia incesanté, el doctor Antonio y Palgrave, pertrecha­dos con linternas y redes de mariposas, buscaban a Mortimer en los jardines del hospital. Pero no le encontraban.

Mortimer suspiró. Luego exten­dió las alas y se levantó en el aire. Voló a lo largo de la fila de ventanas dando golpecitos en cada una. Todas estaban cerradas. Había pequeños ventiladores que dejaban entrar aire fresco en la sala; pero no le servían a Mortimer.

Cuando hubo recorrido un lado de la sala y volvía para recorrer el otro, Mortimer subió pesadamente al tejado. Encontró una chimenea. Se posó sobre ella.

La chimenea tenía un olor fami­liar a hollín. Mortimer metió la cabeza dentro y escuchó. Luego olisqueó. Des­pués volvió a escuchar de nuevo. Picoteó el sombrerete de la chimenea. Después tomó una rápida decisión y se lanzó ca­beza abajo por la chimenea.

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I

¡:

ortunadameotc para Mortimer ya no se usaban las estufas para calentar Rumbury Central. En lugar de ello. usa­ban radiadores eléctricos. Pero las eslU fas seguían aHí. porque nadie se habí

reocupado de quitarlas Y además ha cerlo provocaría un follón,

En medio de la Sala Balac1av

había una estufa grande de carbón. de color azul brillante, con un tubo negl' que conectaba con la chimenea Ycon dos puertas delante. Estas tenían ventanillas de mica, así que cuando estaban cerradas

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se veía si el fuego estaba encendido. Mortimer bajó de cabeza con

gran estruendo por la chimenea y aterrizó dentro de la estufa (10 que le sorprendió mucho, porque no lo esperaba.) con mi kilo de escoria y un puñado de hollín, aunque mucho menos que en la chime­nea de la tía Brenda, porque esta chi­menea sí la limpiaban regularmente.

Hizo un ruido espantoso dentro de la estufa. Muchos enfermos se desper­taron, pensando que era Santa Claus.

La enfermera Bt'idget llegó ca·· rriendo.

Mortimer estaba intentando abrir las puertas pero no podía. Metió la cabe­za por una de las ventanillas de mica y miró furiosamente a la enfermera Bridget cuando se le acercó.

-¿Es éste su cuervo ( -pregun­tó la enfermera Bridget a la señora Tones.

-Oh. cielo santo, claro que es; pero cómo se habrá metido ahí dentro ese sinvergüenza, desde luego que no lo en­tiendo. ¡Pero, por favor, enfermera Brid­get, sáquelo rápido! Estoy tan preocupa­da por Arabel, no parece interesarse por nada.

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La enfermera Bridget desenroscó la tuerca que cerraba las puertas de la estufa. Cuando las abrió, Mortlmer salió colgando con la cabeza aún metida en la ventanilla de mica. La enfemlera BridgeL e cogió. No le hizo daño pero le sujetó

con fuerza mientras poco a poco sacaba su cabeza a través del agujero Que habi' hecho.

Luego le levantó y le miró con etenimient....

-jEn mi vida he visto a un pá­Jaro más sucio! Este pájaro necesita un baño antes de que pueda acercarse a su hija, señora Iones, o no me Hamo Moi~r

Bridget Hagerty. -Por favor, hágalo rápido -so~

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Hozó la señora Jones-, porque creo que es de verdad su única esperanza; cuánto lamento haber dicho algo contra sus pi­cotazOS en las escaleras, o los agujeros que hizo en el televisor... ; ¡y si mejorá Arabel le dejaré deshilachar todas las toallas de baño que hay en la casa y más si quiere!

La enfermera Bridget nevó a Mor­timer hasta una sala de baldosas blancas que llamaban la esclusa y allí de repente le metió debajo de un chorro de agua ca­liente y le cubrió de jabón líquido. Mor­timer lanzó un grito. Le gritó como si estuviera asándose en una barbacoa. Pero la enfermera Bridget no le hizo el menor caso. Le sostuvo debajo del agua hasta que le hubo quitado todo el hollín. Lue­go le metió debajo de un secador de pelo tan potente que antes de que uno pudiera silbar Dios Salve a la Reina, Mortim se quedó totalmente seco y sus plumas se erizaron como un diente de león.

Seguía tan negro como siempre. y ahora estaba de muy mal humor.

Cuando la enfermera Bridget le quitó el secador se le empezó a acercar Como si quisiera picotearla.

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Pero la enfermera Bridget no ad­mitía tonterías de nadie) nj de las o1ras enfermeras. ni de los médicos ni de Jos cuervos.

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-j Pórtate bien! --te elijo ener­gicamente a l\.forrimer y le volvió él: coger,

oniéndojo sobre la mesita que había Jun­to ala cama de Arabel.

--ArabeI, cariño -dijo la señ ra Jones-..Mortimer ha venido a ver cómo estás.

Arabel no respondió , Yacía muy pálida y quieta, con Jos ojos cerrados.

e vez en cuando tosía un poco. N' más.

El señor Iones tragó aire y se sonó la nariz.

Mortirner miró a Arabel. La miró durante un largo rato. Seguía sentado so­bre la mesita de madera encerada mirán- . dola fijamente. Arabel no se movía. Mo·­timer tampoco. Pero dos lágrimas corrie­ron a cada lado de su pico.

Luego saltó a la almohada ae Arabel.

Saltó junto a su cabeza y se puso a escuchar su oído izq.uierdo. Escuchó durante un largo rato. Luego hizo ro mis­mo en el otro lad......

Después dio un graznioo muy suave, como para sí mismo, e hízo un rui­dito arañando con sus garras la almoha­da. Luego esperó.

Hubo una pausa. l\1uy Ientamen­

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te, Arabel dio la vuelta y se puso boca abajo. Giró un poco su cara y abrió u ojo para ver justo a Mortim""..

-Hola, Mortimet -susurró. Todos contuvieron el aliento.

\- Luego Arabel volvió la cabez hacia el otro lado para poder ver a la se­ñora Tones.

-Mortimer está cansado. Quie­re su panera -susurró--. Está muy can· sado.

-Oh, Ben, rápido -dijo la se­ñora Jones.

El señor Jones salió rápida y si­lenciosamente de la sala. No se atrevió a echatse a correr hasta que hubo atra vesado )a puerta. Luego se lanzó como un loco escaleras abajo y pasó por la en. trada principal hasta su coche

io a Palgrave y al doctor Anto· nio en el patio rascándose la cabeza.

-Hemos ,encontrado al pájaro, voy a buscar la panera --dijo el señor Tones jadeando al pasarles corriendo. Condujo hasta casa lo más rápido que pudo y entró corriendo en la codrJa del número seis de Rainwater Crescent. Va­ció el pan negro, el de centeno, malla con

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pasas Y una bolsa. ,de bOllOS, que cay~: ron al suelo, recogm la panera y la llevo al taxi. Ni siquiera había apagado el motor.

Cuando volvió al hospital todos parecían estar exactamente en la misma postura que al marcharse él. salvo que allí estaba también Palgrave, con Una ca fetera llena de cacao y el doctor Antonio cubierto de ronchas rojas.

Arabel había cerrado el ojo de nuevo, pero cuando su padre dijo:

-Aquí está la panera. cariño -volvió a abrirlo.

-Ponla sobre la cama -susu­rró, doblando las piernas.

La señora Jones puso la panera sobre su barriga. Tenía dos agarraderas de esmalte a cada lado. Mortimer bajó d la almohada de Arabel y trepó 'con cui­dado, cogiéndose a una de las agarrade­ras y luego se puso sobre el borde de la panera. Permaneció allí un momento po­sado y luego se metió dentro. Metió la cabeza bajo el ala y se durmió.

Arabel sacó una mano de debajo de la ropa de cama y cogió la agarradera de esmalte. Luego, sujetándola, ella tam­

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bién se durmió tranquila pacífica­mente.

-Es increíble, ¿no? -dijo la nfermera Bridg~L'

El señor lones se sentó junto a la señora Jones y allí pasaron la noch junto a Arabe!.

La enfemlera Bridget se llevó al clor Antonio para ponerle algo que

"Hviara sus ronchas. Palgrave se bebió la cafetera en­

tera de cacao, ya que nadie la quería. or la maüana el doctor Plant¡¡­

genet vino a visitar a Arabel. Tt:aía las lejmaS con un poco de color y sus oj~S

brillaban ya un poco. Mortimer seml1a

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tan negro como sIempre y dormía con la cabeza bajo el ala.

----y a está fuera de peligro -dijo el doctor Plantagenet-. Pero 110 la de.~e salir a la lluvia durante mucho tiempo.

-Tendrá que pasarse la vida en­cerrada -dijo la señora lones--. Porque no creo que vaya a dejar de llover nunca.

Pero en ese mismo momento la lluvia cesó y luego un sol acuoso, débil, asomó a través de la ventana .del hospital. Arabel todavía se sentía demasiado cah~

sada para hablar, pero lo señaló con el dedo y sonrió.

El señor Jones se inclinó sobre su hija y le dio un beso, luego se fue con su taxi a comprar un nuevo cubo de carbón.

La señora Jones se puso a calce­tar junto a la cama de Arabe~.

Mortimer siguió durmiendo en la panera con la cabeza metida bajo el ala.

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----11: JOANAlKEN ~

\-aci6 en 1924 en Inglaterra. Es una de las

des autoras de literatura infantil y juve­ii. Autora muy prolífica en djversos gé-

IS: fantasía, suspense, humor. Pero quizá más conocida como la inventora de un .ero llamado unovela no-histórica", en el

ue combina el humor y la acción con mitos dicionales y elementos de los cuentos hadas. Ha reci bido varios premios en aterra y Estados Unidos.

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