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Cuentos del Mytilus 01

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Fanzine con cuentos de diversos géneros e ilustraciones

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Concepción, Chile, N°1 Mayo de 2012

Editorial Bienvenidos lectores de todas las edades. Mytilus zarpa desde las costas de la fantasía para iniciar su recorrido contigo a bordo.   Breves vistazos de un futuro oscuro, el sueño de una noche de historietas y los brujos del sur te esperan en esta nuestra primera edición de Cuentos del Mytilus.   Pasa la página y disfruta el viaje, venimos a llevarte por la ruta correcta.                

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Indice. Ichida……………………………………………p4 Bajo mi ventana…………………………….p8 Las que se ocultan bajo las plumas……………………………p10

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Era Este un mundo nuevo y mejorado. De nuevas plataformas comunicacionales y avanzada integración social a través del uso de la red global autónoma de comunicación, conocida como GAC. Los usuarios podían hacer uso de un sistema GAC personalizado que permitía el libre acceso y aporte voluntario en la red. El sistema era una máquina de trabajo al alcance de todos. Sin embargo para Ichida Mazooka era un mundo conocido que de a poco resurgía en su memoria. Sus nuevos implantes ópticos recién se ajustaban al uso y funcionamiento de su organismo, por lo mismo el mundo a su alrededor le había parecido nuevo en un principio, pero ya sus globos oculares mecánicos se acostumbraban a la luz artificial del neón y volvía a ser su entorno el mismo de siempre, que existía desde mucho antes de que ella naciera.

Ichida era habitante del nuevo distrito de Amérika, de una de las subdivisiones costeras, el Sector 7G, dónde se había instalado la central de un organismo conocido como La Fábrica, una gigantesca empresa dedicada a la explotación de materias primas e indagaciones científicas; principalmente reconocida por abastecer al continente entero de energía y mantener el correcto funcionamiento de la GAC. Los altos mandos de La Fábrica eran los responsables directos de los nuevos implantes de Ichida.

A sus diecisiete años Ichida ya demostraba ser una de las pioneras del Centro Educacional del Sector 7G. Ella sola había diseñado un sistema de ecuaciones como base para los primeros hologramas táctiles de uso doméstico. Sobre ella se había posado la atención de los altos mandos de La Fábrica y fue contratada como portavoz oficial del consorcio. Los nuevos implantes oculares eran una mejora desarrollada por un joven científico empleado por el conglomerado. Ahora sus ojos tenían un brillo único que estilizaba los rasgos ya delicados de la muchacha, y produjeron en el joven científico un interés más allá de la ciencia.

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ICHIDA CUENTOS DEL MYTILUS PRESENTA:

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A Ichida le intimidaba la presencia de su compañero de trabajo. Era hombre inteligente y muy reservado. El joven científico tenía una fascinación por el perfeccionamiento del cuerpo humano ligado a los avances tecnológicos. Ichida no opuso resistencia cuando la nombraron sujeto de pruebas para el nuevo tratamiento óseo dirigido por el joven científico. En la mesa de operaciones Ichida sintió ruborizarse cuando las manos delicadas del especialista rozaron su piel. Más allá de los guantes de látex ella se imaginaba la sangre bombeando con rapidez desde el corazón de su compañero hacia los dedos manejando el bisturí, que abría su piel justo debajo del coxis. Se imaginaba al atractivo joven cauterizando su herida a besos y sellando la cicatriz con caricias.

Los nuevos circuitos neurales tardaron un tiempo en acostumbrarse al organismo de Ichida casi provocándole una sicosis extrema. Los altos mandos de La Fábrica ordenaron recluirla en una instalación médica por un período de rehabilitación, tiempo que aprovechó para ejercitar las nuevas extremidades hechas a base de una aleación de silicona, y un desconocido metal flexible extraído de un meteorito que hallaron en el fondo del océano. Los ejercicios fueron directamente supervisados por el joven científico, quién últimamente se observaba cabizbajo y decaído en ánimos. Desde Tokyo había llegado un nuevo suplemento adherible al carbono que superaba la capacidad del metal de meteorito. También habían desarrollado un sistema para almacenar información en los átomos de oxígeno, lo que volvía a los fallidos circuitos neuronales cosa del pasado. El científico, quién se viera siempre atraído por los adelantos, perdió interés en Ichida y se le veía ahora siempre acompañado por dos gemelas asiáticas que representaban la cúspide de la tecnología genética desarrollada por los Tokyanos. Se decía que el científico pronto iniciaría los trámites pertinentes para un traslado rápido a la instalación asiática de La Fábrica. Un día un hombre de negro vino al centro médico a informar a Ichida que los experimentos planeados para ella serían congelados ,y sería indemnizada por su valioso aporte a La Fábrica.

ICHIDA

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Ichida se volcó hacia los apuntes de sus días de universidad, modificó algunas de las ecuaciones en su desarrollo de hologramas táctiles. La primera iniciativa dio buenos resultados. La Fábrica inició el papeleo para traer de vuelta al joven científico. Ichida se hizo implantar nuevos globos oculares que refractaban la luz en colores codificados que hacían liberar endorfinas en el cerebro de quién los mirase directamente. Cuando el científico la vio de nuevo, se sintió halagado. Ichida y el científico comenzaron nuevamente a trabajar juntos, aplicando en el cuerpo de la mujer los nuevos implementos creados por el científico en Asia. Comenzaron por renovar parte de su médula espinal por una artificial que tenía conexión directa con la GAC. Los trozos desechados del cuerpo de Ichida fueron almacenados en una cámara de refrigeración que había sido reabierta por La Fábrica. La mujer se mostró nuevamente dispuesta a dejarse modificar por su atractivo compañero que día a día implantaba en ella las nuevas mejoras desarrolladas en Asia, haciendo de Ichida un objeto cada vez más deseable.

Casi 30 años habían pasado cuando el último de los implantes fue ajustado al cuero cabelludo de Ichida por el científico, que ya no tenía nada de joven. Era una cabellera sintética que reaccionaba al color del cielo, cambiando al contrario del espectro cromático. Después de la satisfactoria operación Ichida abrió los ojos y se encontró con el hombre, tan apuesto, como siempre, mirándola con deseo. La visión infrarroja detectaba un aura púrpura alrededor del científico, cuyos códigos respondían estructuralmente a una fetidez insoportable. La imagen no compatibilizaba con la visión en alta definición, y fue necesario reducir la resolución para definir con exactitud los pixeles.

Ichida al principio creyó que se trataba de un mal funcionamiento en su nuevo sistema, pero la sinapsis electrónica no tardó mucho en revelar datos conclusivos.

El científico ya no le parecía atractivo. El hombre era solamente para ella el anhelo de un cuerpo desechado.

ICHIDA

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ICHIDA

Fin

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Tenía yo 23 años la noche en que Héctor Germán Oesterheld se materializó bajo mi ventana. Héctor Germán Oesterheld: argentino, historietista y montonero, mayormente recordado por su obra “El Eternauta”; en la que Oesterheld describe cómo, una noche en su estudio, se materializó frente a él un tipo que se hacía llamar El Eternauta, el viajero de la eternidad. Aparecido de la nada con la misma espontaneidad con que se me apareció esa noche Oesterheld bajo mi ventana.   El Eternauta venía a hablarle del “Continum”, término con el que designaba el conjunto de dimensiones paralelas existentes; En palabras simples, como me lo explicara Oesterheld, más allá de este mundo en el que vivimos existe otro. Y otro más allá de ese. Y así hasta el infinito.   De partida me asusté. Yo sabía que este tipo, Héctor Germán, se había convertido en 1977 en uno de los desaparecidos del llamado Proceso de Reorganización Nacional, nombre con que se conocía a la Dictadura en Argentina por ese año. Oesterheld me tranquilizó, y me explicó que después de su muerte el Eternauta vino a buscarlo y juntos recorrieron la Infinidad del Continum. Me contó el historietista que a menudo en sus viajes volvían a encontrarse aquí, en nuestro mundo. Y eso porque aquí eran muchas las puertas abiertas al Continum. Y en nuestro mundo les damos el nombre de Obras Maestras. Los buenos autores son personas especiales que llevan en su mente, cada uno, la puerta a una dimensión distinta en el Continum; por eso lo que llamamos obra maestra nos parece tan perfecto, porque así está construido, porque así es de completa, porque así existe. Piensa en un actor, imagina que es soberbio pero la producción de la obra es pobre o quizás la trama, eso es porque dentro de la obra el único con la puerta en su cabeza es aquél actor, y si le sale bien es porque está imitando a un habitante del mundo detrás de esa puerta. De seguro, en las otras dimensiones, hay más de un ser que tiene en su cabeza la puerta que da a nuestro mundo.  

Bajo mi Ventana

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  Yo también era historietista. El relato de Oesterheld me tenía fascinado, era de ciencia ficción que no me creía. Me sentía honrado de tenerlo bajo mi ventana, como él tuvo al Eternauta en su estudio, como lo cuenta en su historieta que no hace mucho había terminado de leer por recomendación de un amigo.   Me dirigí al maestro con la pregunta que hace rato me quemaba desde adentro, desde que me habló de las puertas del Continum. ¿Y yo, maestro? ¿Yo también soy de los especiales?- Me dijo que no. Que “El Eternauta”, la historieta, es una puerta; que los que terminan de leerlo a menudo sueñan con él.   Entonces se desvaneció.   Y hoy me doy cuenta que él tenía razón. No sé como terminar esta historia. Fin

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Las que se ocultan bajo las plumas Y ahí me encontraba yo, rodeado por el mismo escenario que me viera crecer, esta casa ya vieja dónde el aire incluso se respira añejo. Tanto tiempo había evitado aparecerme por acá, pero ahora la situación lo ameritaba. Y así, en estado de alerta, trataba de imaginarme a cuál de mis desagradables parientes vería primero.

-Aquí todos te extrañamos, Emilio.-

 

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Las que se ocultan bajo las plumas Fácil no era para mí estar aquí de nuevo. Ya advertía lo incómodo que resultaría ser mi reencuentro. Tenía expectativas de que esta vieja música me calmara al menos. Pero aquella fascinante melodía fantasma, que otrora me ofreciera momentos de paz tan sublime y primordial, había envejecido con el resto del lugar. Y recordé lo asfixiante que se hizo para mí este mundo, tan lleno cómo era de juicios, susurros, cuchicheos, secretos y mentiras.

-Pero nunca nadie quiso que te fueras. Y tú también tanto te has guardado.-

Al menos me sentía cómodo sabiendo que el menor de nosotros se encontraba aún durmiendo, eran los despiertos los que me apenaban. Pero justamente es eso lo que más me molesta de esta casa, que por momentos se sintió un hogar; cuando llegué a compadecerme de los que aquí habitan, fue el momento en que mi barco quiso cambiar de rumbo, por así decirlo.

-Pero serás siempre bienvenido a este puerto, si así quieres verlo.-

-Héctor.-

-Emilio, estás solo. Y yo tanto que me acuerdo lo mucho que te gustaba la compañía.-

-Bueno, de vez en cuando. Cuando me entretiene.-

-Tengo un buen vino. Y bien que te subía los ánimos.-

- No tengo problema en hacerte compañía. Hace tiempo que no lo hago.-

-Y tan bien que la pasábamos juntos. ¿Te acuerdas? -Sí, pero no quiero hablar de eso. Hoy no. Ya no.

                                                               

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Las que se ocultan bajo las plumas -¿Y de qué otra cosa podríamos hablar? Eres terco. ¿Qué te hizo ser así? ¿Qué fue de ti en los años que anduviste perdido?-

-¿De mí? Mucho. Pero se me viene a la mente algo en particular, sí. Creo que te agradaría escucharlo.- -Empieza. Pero primero dime cómo se llama la involucrada. Si el mundo de mi hermanito, Emilio Suazo, gira en torno a ellas.-

-Ya no, no mucho. Porque me encontré con que a medida que a ellas las vas

conociendo mejor, el mundo se reduce, se te hace más pequeño. Queda tan poco por descubrir.

-Al contrario, yo diría que mucho. Sigues siendo un pesimista, Emilio. Cuenta el cuento.-

-Bueno, pero te advierto que no es cuento corto.

Era primavera la época en que dejé la casa, y el tiempo transcurrió de manera que se fue llevando todo interés por volver ver a cualquiera de ustedes o a este lugar. Acostumbrado no estaba a lo que me pudiera ofrecer el mundo y el festejo, no sin sus consejos. Bien niño era a mis 20 años todavía, pero ya cuando cumplí los 22 me había formado más confianza en mis capacidades, en mi personalidad, mis atributos y demás. Pero si he de confesarme en serio, nunca dejé de ser un niño, no en ese entonces. Sentía la necesidad de probarme a mí mismo que de todos los Suazo era yo el mejor, y esa misma necesidad pronto se transformó en un anhelo vacío, sin ninguna importancia en lo absoluto. Y así sucedió con todo lo que alguna vez llegó a

importarme; veía yo a mí alrededor tantas cosas, una y otra vez, repitiéndose y

resolviéndose siempre de la misma manera. La vida parecía seguir la dinámica de la suela de un zapato, gastando su propia forma en caminos que ya había visto recorrer, y otros que yo mismo había recorrido. No voy a entrar en detalles sobre este tipo de ocurrencias, pues varias merecen ser

contadas por si solas de manera ajena a esta que comienzo a relatar. Solo necesito

que entiendas lo mucho ya que me sentía hastiado de todo y todos.

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Las que se ocultan bajo las plumas Lo cual en parte por mi edad, y más aún porque sentía las ganas de hacerlo, me llevó a frecuentar reuniones de alocado desinterés. Si acaso los vicios me sirvieran como una suerte de anestesia, o me había vuelto yo un sin seso, no te lo puedo decir. Me basta con decirte que tuve mis buenos ratos, buenas risas, y me podía ir a la cama sonriendo; De borracho o de feliz, de drogado o qué sé yo. A fin de cuentas me sentía bien conmigo mismo tal como era, siendo yo indistinguible del montón, pero parte de su flujo.

-Tú siempre me pareciste diferente al resto del mundo, Emilio. Y estoy más que seguro de que alguien habrá notado eso también.- -Si lo hicieron en ese tiempo, no tendría como saberlo. Ni me interesaba saberlo. Las cosas eran buenas tal como estaban, las personas eran aceptables, no

divertidas pero tampoco insufribles. Entre mis amigos se encontraba una que ya

había conocido tiempo atrás, y la dejaba acercarse por la fascinante manera en que ella lo hacía. Pronto comencé a preguntarme si acaso algo estaba creciendo entre nosotros. Pero, por ese entonces, no tenía intenciones de verme metido en ese tipo de enredos. Cierta noche me excusé y decidí irme temprano a casa. No quería tener que vérmelas con nada que llegase a ser importante...

Estaba lloviendo esa noche, y por la calle vacía se oía apenas el sonido de unos pasos ligeros, muy rápidos, acercándose a mí. Apenas di la vuelta me encontré con un hombre muy anciano, corriendo con la mirada perdida, quizás gastando más fuerza de la que su edad permitía y derramando a su paso, sin darse cuenta, un extraño polvillo blanco y cristalino que apenas tocaba las pozas se disolvía. Seguro ya, con una idea bien formada, me arriesgue a poner los dedos sobre el agua y

llevármelos a la boca, para sentir una caricia dulzona en la lengua. Era azúcar. El hombre ya casi se perdía a la vuelta de una esquina, y por curiosidad

había atinado a correr detrás de él. Lo seguí sin que me notase hasta el canal que cruza la ciudad; detrás de una plaza pequeña, un terreno de potreros, vacío, con espinas y arbustos tan altos como uno y desgarrándote el pantalón; y esto era antes de llegar a los árboles, de copas torcidas cubrían el cielo nocturno siendo inmensos, dejando a la vista nada más que un denso color azabache.

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Las que se ocultan bajo las plumas Fue aquí donde di por perdido a tan carismático personaje que me había sacado del trance y la duda cotidiana. Luego me lamenté de no haber renunciado antes a la persecución, pues con un pie metido en el barro, me había dado cuenta que no sabría cómo salir de ese paraje. Me había perdido, dentro de ese negro azabache. Oía a las aves nocturnas revolotear en algún lugar más allá de esa oscuridad. Traté de retomar el camino por el cual había entrado, pero me encontré con árboles que hacían de obstáculo, y cada vez que los rodeaba más me daba la impresión de que me encontraba caminando en círculos. Todavía bajo los efectos de un cigarro de marihuana, mis sensores de miedo se hallaban amplificados e imagínate el terror cuando sobre mi vi revolotear lo que en un principio pensé que era un cuervo, acompañado por el sonido de varios de los de su especie. Era bien curioso este pájaro, más grande y más redondo que un cuervo. Yo, escondido tras un árbol, lo vi posarse con sus compañeros, directo al festín de un animal recién muerto. Esta bandada se asemejaba más a una jauría, con sus picos empapados en sangre y ese cotorreo interrumpido cuando engullían las tripas de su presa. Metí mi mano en una poza, cerca de mí, tratando de no llamar la atención, pues si me oían, huirían despavoridos dejando al descubierto su comida esparcida por el suelo y me asqueaba la idea de tener que observar. Para prevenir el sonido de mis propias

arcadas, a causa del hedor, bebí el agua de la poza. Fue entonces cuando noté de nuevo en mi boca ese sabor dulzón. Las aves revoloteaban felices, era como si celebrasen aquella comida. Y entre ese frenético aletear pude ver el rostro del hombre a quién venía siguiendo.

   Con los ojos bien abiertos, el rostro teñido de rojo y una delicada pluma negra sobre su frente, el cadáver se dejaba recorrer por las garras hambrientas que desgarraban ya sus entrañas. Si no fuera por lo que oí entre tanto cotorreo, aquello que me obligó a salir de mi estupor, y alejarme tan sigilosa como rápidamente pudiera; me hubiese desmayado.

-¿Y qué fue lo que oíste?-

-“Sírvase un poco más, comadre. Si bien rica que está la carne.”

Y así fue cómo conocí a las que se ocultan bajo plumas.

Continuará…  

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Las que se ocultan bajo las plumas

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