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Cuerpos Efimeros

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LOS CUERPOS EFÍMEROS

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1. Los textos adquirieron su primer cuerpo histórico con el nacimiento del códice, ese dispositivo de comunicación que puede ser interpretado como el regalo de Hermes a la naciente civilización cristiana (regalo hecho sin duda a espaldas de Zeus, que debió estar, como siempre, durmiendo la siesta) y que la hizo posible, simplemente porque le permitió al cristianismo primitivo tomar distancia del cuerpo pagano del orador de la tradición greco-romana como depositario encarnado, hasta entonces, de los discursos - un cuerpo concreto, con sus órganos, sus músculos, sus zonas erógenas y por lo tanto extremadamente peligroso, aún cubierto con esas grandes capas con las que los oradores iban a las discusiones del Senado - reemplazándolo por un cuerpo técnico, extremadamente denso (en comparación con los antiguos rollos) pero transportable, accesible pero impersonal, independiente de los actores de la comunicación y continente misterioso del discurso de dios: habían nacido las sagradas escrituras y los principales problemas de la circulación del discurso en el mundo del cristianismo primitivo quedaban (en relación al menos con las necesidades del momento) resueltos.

Quien dice circulación dice condiciones de acceso. Los cristianos primitivos simplemente adaptaron la institución filosófica de los Scriptoria, donde los textos sagrados se copiaban, anotaban, comentaban y discutían bajo la autoridad de un Maestro, cuyo cuerpo biológico debía ser el anti-cuerpo del orador: penitente, sometido al dolor y al ayuno, ensordecido en sus impulsos y deseos y regularmente castigado, como condición necesaria de su acceso privilegiado a los cuerpos densos de los códices, que guardaban la palabra de dios. La auto-castración a la que se sometió Orígenes fue sin duda un caso extremo, pero el acceso a la palabra divina tenía su precio, aunque no fuese todavía un precio de mercado1.

A partir del momento en que hasta el emperador se proclamó cristiano, la creciente burocracia eclesiástica se hizo cargo de la ulterior historia de la civilización dominante en Occidente. Los monasterios, conventos y abadías, pasaron a ser los custodios de los cuerpos densos de los códices. Lo importante es no olvidar que durante prácticamente un milenio (hasta la invención de la imprenta) el códice, dispositivo central de materialización de los textos, operó, en la dimensión de la temporalidad, por oposición tanto al tiempo histórico económico-político, cuanto al tiempo cotidiano de los actores individuales. En tanto

1 Sobre la oposición cuerpo del orador/cuerpo del monje véase la introducción del libro de Megan Halle Williams, The Monk and the Book. Jerome and the Making of the Christian Scholarship , Chicago, the University of Chicago Press, 2006.

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depositaria de las verdades universales de la filosofía o de la religión, la discursividad de los códices no estaba contextualizada en el presente de su enunciación y era por definición trascendente a las contingencias de las guerras, las luchas familiares entre las dinastías que se disputaban el poder y la riqueza, y las demás locuras de la historia de los hombres. Esto es válido tanto de los textos religiosos - particularmente las sagradas escrituras pero también los numerosos textos heréticos o en ruptura con el cristianismo dominante -, cuanto de los discursos filosóficos que se fueron preservando, con mayor o menor exactitud, a lo largo de la Edad Media.

2. Durante el largo período de la escritura manuscrita hubo también, claro está, textualidades más directamente asociadas al presente de su enunciación. Por un lado los usos técnico-administrativos, vinculados con los intercambios comerciales y con las decisiones políticas, usos que fueron dominantes, según Goody, en los primeros tiempos que siguieron a la emergencia del dispositivo de la escritura2. Por otro lado los usos polémicos, vinculados siempre a controversias filosóficas o religiosas y que perduraron a lo largo de toda la historia de los códices. Las Sagradas Escrituras en particular, fueron siempre condiciones de producción de innumerables textos de exégesis y comentario, muchos de los cuales, por su autoridad interpretativa, iban a su vez adquiriendo poco a poco un carácter atemporal, desprendiéndose de su contexto histórico de enunciación.

Textos breves y circunstanciales, satíricos o polémicos, circularon en la antigüedad y existieron también en distintos momentos de la historia de la escritura manuscrita bajo la forma de anuncios, conmemoraciones, proclamas institucionales, etc., leídos muchas veces en voz alta en los espacios públicos. Pero fue la invención de la imprenta la que provocó (entre muchas otras cosas), la eclosión de nuevos fenómenos discursivos, algunos de los cuales son los ancestros de los medios informativos de la modernidad y por lo tanto de lo que hemos conocido después como el periodismo.

Por su relación – inédita – con la temporalidad social, hablaré en general de cuerpos textuales efímeros (por oposición a los cuerpos densos de los códices). De estos nuevos fenómenos textuales que aquí interesan, ha habido en la historia distintos tipos. Una primera familia incluye el libelo, el panfleto, el tract (en ingles y francés), la brochure (en francés) - el vocabulario de los investigadores de estos temas es bastante fluctuante. Se trata de textos que son mucho más breves que un códice (es decir, más

2 Cf. Jack Goody, The Domestication of the Savage Mind, Cambridge, Cambridge University Press, 1977.

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breves que un libro), que no son por consiguiente cuerpos densos, pero que tienen una unidad material y sensorial propia y circulan socialmente como tales. En un mundo escritural y con un desplazamiento pre-mecánico de las personas, esos textos representaron, por decirlo así, una primera forma del “en vivo y en directo” de la primera modernidad.

El broadside o broadsheet forma parte de esta misma familia. “Unica hoja de papel conteniendo material impreso de un solo lado. El broadside fue utilizado desde el comienzo mismo de la imprenta para las proclamaciones reales, las indulgencias papales y documentos similares. Inglaterra parece haber sido su principal hogar, donde fue usado principalmente para baladas, particularmente en el siglo XVI, pero también como medio de agitación política y para toda clase de formulaciones personales, especialmente para la diseminación de las palabras de los moribundos y las confesiones de los criminales”3.

3. La imprenta fue inventada en la década de 1440. Produjo una transformación profunda de las condiciones de circulación de los textos4. Un aspecto de esta transformación fue la emergencia, por primera vez, de discursividades que en “tiempo real” operaron como condensadores de las tensiones sociales. A partir de la invención de la imprenta, hubo “estallidos” de estos cuerpos efímeros, que se corresponden con momentos de fuerte conflictividad política y social.

Un primer momento importante fue la brusca emergencia de la reforma luterana. Lutero nace en 1483 – es decir, unos treinta años después de la impresión de la famosa primera Biblia de Gutenberg - y para entonces los talleres de imprenta estaban instalándose rápidamente en Europa. Las famosas 95 tesis sobre el poder y la eficacia de las indulgencias, escritas en latín por el profesor de teología Martín Lutero en 1517, tenían por objeto, como el propio autor lo explica en una carta al papa León X unos meses después de haber propuesto el debate sobre las indulgencias, ordenar las discusiones “de nuestro círculo académico aquí” 3 Classic Encyclopedia, based on the 11th Edition of the Encyclopaedia Britannica, 1911 encyclopedia.org /Broadside

4 La interpretación de la importancia y de las consecuencias de la invención de la imprenta ha dado lugar, en las últimas décadas, a innumerables discusiones en el mundo de la investigación histórica, que no podemos abordar aquí. Por las rápidas observaciones que voy a hacer en este capítulo, el lector podrá constatar que mi punto de vista es más próximo a la perspectiva de los trabajos de Elizabeth Eisenstein, que a las de muchos de sus críticos. Véase el gran clásico de Elizabeth L. Eisenstein, The Printing Press as an Agent of Change, Cambridge, Cambridge University Press, 2 volúmenes, 1979 (con una versión abreviada, The Printing Revolution in Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 1983) y también su muy reciente Divine Art, Infernal Machine, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 2011. Una colección de trabajos críticos se encontrará en Julia Crick y Alexandra Walsham (eds.) The Uses of Script and Print, 1300-1700, Cambridge, Cambridge University Press, 2004. Reenvío al lector a un libro en preparación sobre la historia de la mediatización, en el que discuto estos temas con mayor detalle.

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[en la ciudad de Wittenberg] y “estaban escritas en un lenguaje que la gente común difícilmente puede entender”5. En su origen, las 95 tesis no estaban pues destinadas a una amplia difusión, y ni siquiera ha sido probado que fueran exhibidas, con el acuerdo de Lutero, en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg. Pero ya en diciembre de 1517 se imprimen tres ediciones separadas del panfleto de las 95 tesis en tres ciudades diferentes, por obra de “amigos” de Lutero a los que éste, según Eisenstein, probablemente ayudó.

El hecho es que las tesis de Lutero se propagaron por Europa a una velocidad totalmente desconocida en aquella época. “Se ha dicho que las tesis de Lutero fueron conocidas en Alemania en dos semanas y en toda Europa en un mes…La imprenta es reconocida como un nuevo poder y nace la publicidad (…) los talleres de imprenta transformaron el campo de la comunicación y generaron una revuelta internacional. Era una revolución”6.

“La fuerte demanda de copias de las proposiciones de Lutero sobre las Indulgencias, sorprendió a su autor y le mostró que Alemania sólo estaba esperando un signo, un líder, para afirmar públicamente sus sentimientos secretos. La imprenta envió esa señal. (…) Lutero escribió su llamado A la nobleza cristiana de la Nación alemana (1520) en alemán, porque estaba dirigido a la audiencia más amplia posible, a pesar de que continuaba escribiendo sus réplicas a los teólogos ortodoxos en latín. Miles de copias de sus sermones, de sus libelos edificantes y de sus textos polémicos, todos en la lengua común, salieron de la imprenta de Wittenberg. Estos panfletos fueron inmediatamente reimpresos a lo largo de toda Alemania, ligeros, fácilmente transportables, y que sin embargo estaban bien impresos, con títulos claros y provocativos, con hermosos bordes decorados al estilo germánico. No se indicaba lugar de publicación ni fecha, pero sí el resonante nombre de Lutero en el frente, a menudo acompañado por su retrato, con lo cual su apariencia se volvió familiar para los lectores. Toda Alemania se incendió. Panfletos con el trueno de una prosa violenta aparecieron por todas partes”7.

En Inglaterra, las múltiples vicisitudes políticas que produjeron las resonancias de la Reforma y las luchas entre protestantes y católicos, estuvieron también profundamente marcadas por los fenómenos

5 Elizabeth Eisenstein, The Printing Revolution in Early Modern Europe, op. cit., pág. 168.

6 Margaret Aston, The Fifteenth Century: The Prospects of Europe, London, 1968. Citado en Eisenstein, op.cit., pág. 171.

7 Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, The coming of the Book. The Impact of Printing, 1450-1800, London, Verso, 2010 [1958] págs. 290-91.

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panfletarios. Se fueron perfilando figuras de líderes que eran a la vez brillantes predicadores y autores de textos extremadamente críticos sobre la situación político-religiosa del momento. Uno de ellos fue John Knox, líder de la reforma protestante en Escocia, quien durante sus años de exilio frecuentó a los más notorios voceros de la reforma, particularmente a Calvino. Como lo señala Eisenstein a propósito de los llamados “exiliados marianos” que escapaban de Inglaterra y de Escocia hacia el continente, estos viajeros “nunca estaban lejos de los talleres de imprenta”8. En 1558, Knox publicó de manera anónima su más famoso panfleto, “El primer estruendo de la trompeta contra el régimen monstruoso de las mujeres”, que fue prohibido en Inglaterra por subversivo y quedó asociado a la revolución de los nobles que al año siguiente depusieron a Mary de Guise como regente de Escocia. Otro importante panfletario fue Christopher Goodman, amigo de Knox y autor del tract contra Mary I, reina de Inglaterra desde 1553, titulado “Cómo los Poderes superiores deben ser obedecidos por sus sujetos, y cuándo deben ser desobedecidos y resistidos en nombre de la palabra de Dios”, difundido también en 1558. Durante el exilio no se abandonaba la militancia: Knox y Goodman ejercieron como pastores en Ginebra.

Con intensidad variable, las “guerras de los panfletos” atravesaron la historia inglesa de todo el siglo XVII, en particular en el proceso que llevó a caída de la monarquía y a la breve república liderada por Oliver Cromwell. Eisenstein habla de la “explosión mediática” de la década de 1640 (op.cit., págs. 52 y ss.).

En Francia, entretanto, la difusión de las ideas de la reforma luterana había dado lugar rápidamente a una política represiva por parte de la Facultad de Teología de París y del Parlamento, que fue en un primer momento relativamente ineficaz y que estimuló un mercado negro de los panfletos luteranos y también de las sagradas escrituras, traducidas, siguiendo la inspiración de Lutero, al francés vernáculo. En algunas ciudades fronterizas (como Antwerp, Estrasburgo y Basilea), se habían concentrado imprentas especializadas en producir propaganda destinada a ser introducida clandestinamente en Francia. A partir de 1530, la censura francesa se hizo más severa. En 1534 se produjo el famoso “caso de los carteles” (L’affaire des placards), la exhibición, el 18 de octubre de 1534, por parte de protestantes franceses en distintos lugares del país - y según parece hasta en la puerta de la habitación del rey Francisco 1º -, de carteles que descalificaban la misa católica y el sacramento de la Eucaristía en términos claramente “blasfemos”. La reacción del rey y de las autoridades, que ofrecieron recompensas a quienes señalaran a los

8 Elizabeth Eisenstein, Divine Art, Infernal Machine, op.cit., pág. 36.

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heréticos, generó una ola de denuncias que llevó, en el mes de noviembre de ese año, a la ejecución de varios “herejes”, entre los cuales se contaban representantes de las profesiones del libro: la represión culminó en la condena a la hoguera de varios imprenteros y libreros (Febvre y Martin, op.cit., págs. 296-312).

Uno de los momentos fuertes de esta historia de la textualidad efímera panfletaria fue la Revolución Francesa. Las listas del Catálogo de la historia de Francia de la Biblioteca Nacional de París, muestran el crecimiento de la circulación panfletaria: el número de panfletos pasa de 819 en 1788 a 3.305 en 1789, el año de la Revolución. Sobre un total de 13.608 panfletos difundidos en los 25 años que van de 1774 a 1799, 9.635 corresponden a los cuatro años cruciales de la Revolución: 1789-17929. Antoine De Baecque distingue, en este universo, cuatro sub-categorías: reflexiones sobre el gobierno y las instituciones, ensayo político, comentarios sobre la actualidad inmediata y lo que considera como “el género más significativo”, la polémica política. “Durante los diez años de la Revolución, [la polémica política] fue estimulada por la lucha constante entre facciones, a cuyos líderes los panfleteros, con entusiasmo real o fingido, seguían. Aparecía un trabajo, otro se publicaba como réplica, un tercero replicaba a la réplica y así en adelante, en una suerte de ‘conflicto de papel’, como lo calificó un contemporáneo. Semejantes conflictos, que involucraban tal vez docenas de panfletos con sus distintas posiciones y objetivos, es para el investigador un verdadero nudo de alambres de púa (…) Un constante juego de palabras, con un uso exagerado de la metáfora para exaltar o para humillar, busca activar el interés del lector con nuevas revelaciones y denuncias; construye la escena de una controversia política donde el imaginario aparece tan grande como lo real, tejiendo con su retórica una entera red de mitología política” (De Baecque, op.cit., pág. 166-167).

Las especies de esta primera familia de discursividades efímeras (panfleto, libelo, brochure, tract, broadside) tienen en común, desde el punto de vista enunciativo, una modalidad particular de legitimación. El acto de enunciación, asociado a un presente más o menos próximo, se justifica esencialmente por el contenido en el que tiene su origen: por la importancia, gravedad, dignidad o indignidad, de aquello que se relata. En este contrato enunciativo el tiempo interviene bajo la figura de la urgencia, y esta urgencia modaliza el acto de enunciación en el sentido en que lo califica de indispensable: el panfleto materializa la necesidad de intervenir en la secuencia polémica de los hechos, decisiones o puntos de

9 Antoine De Baecque, “Pamphlets: Libel and Political Mythology”, en: Robert Darnton y Daniel Roche (eds.) Revolution in Print. The Press in France, 1775-1800, Berkeley, University of California Press, 1989, págs. 141-142.

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vista de los que, justamente, se habla. Satisfecha esa urgencia a través de la intervención en que consiste el acto panfletario, el contrato de comunicación se desvanece, aunque pueda dar lugar a la secuencia de denuncia/réplica/contra-réplica a la que alude De Baecque. Esta secuencia sigue articulada al hecho que la provocó, pues es éste el que le da sentido. Podemos decir entonces que el tiempo, en este caso, tiene un carácter puntual, está presente en el contrato enunciativo como instante y no como dimensión10.

4. Una segunda familia de cuerpos efímeros que tuvo gran importancia histórica, se caracteriza justamente por una temporalidad que aparece como dimensión, más específicamente como tiempo cíclico. Me refiero a los almanaques. Retomando el esquema luhmaniano evocado en la primera parte de este libro, podríamos decir que el almanaque implica una interpenetración entre sistema social y sistema psíquico más compleja que el caso del panfleto.

A través de sus múltiples variantes y características específicas en distintos países, el almanaque fue un género que tuvo una enorme difusión en Europa y luego en América, a partir de la invención de la imprenta. Algunos autores sostienen que el primer almanaque impreso fue obra del propio Gutenberg, antes o después de su famosa Biblia. Se trata de publicaciones anuales que, además del calendario del año, contenían distintas combinaciones de una cantidad de elementos: pronósticos del tiempo, datos sobre la salida y la puesta del sol y la luna, sobre los eclipses, informaciones y consejos sobre las distintas prácticas agrícolas, pronósticos y consejos sobre la salud, calendario de fiestas y celebraciones, eventualmente horóscopos y astrología, proverbios y otras observaciones relativas a la sabiduría popular, historias humorísticas, etc., etc. En Francia, la primera edición conocida del Gran Calendario y abono compuesto de los pastores es de 1488. En la historiografía sobre los calendarios europeos de los siglos XVI y XVII, se señalan con frecuencia cifras de circulación de varios centenares de miles de ejemplares por año.

En Estados Unidos, aparentemente el primer almanaque fue realizado por William Pierce y editado por Stephen Daye en Cambridge, Massachusetts, en 1639. El Diario y Almanaque Astronómico de Nathanael Ames comenzó a publicarse en Boston en 1725. Hacia fines

10 Es verdad, como lo subraya Robert Darnton, que hubo una acumulación histórica de la literatura panfletaria, una suerte de configuración estilística y retórica que formó un “marco narrativo” estable “que podía imponerse a las situaciones a medida que las circunstancias evolucionaban” (Robert Darnton, The Forbidden Best-Sellers of Pre-Revolutionary France, New York, Norton & Co., 1996, cap. 8, “The History of Political Libel”). Este proceso, que tiene que ver con la memoria social, no me parece contradecir la lógica del instante propia del acto enunciativo panfletario.

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del siglo XVIII comenzaron a publicarse los Almanaques del Agricultor (Farmer’s Almanac) algunos de los cuales se siguen editando todavía. El propio Benjamin Franklin fue un autor del género, bajo el nombre de Almanaque del pobre Richard (Poor Richard’s Almanack).

El almanaque representó una primera articulación de una producción discursiva periódica con la vida cotidiana, en particular con la vida de los agricultores, donde la toma de palabra quedaba legitimada sin tensiones por la reiteración del ciclo natural representado por el calendario. Esto explica tan ver el carácter, por decirlo así, “compacto” del discurso del almanaque, que atravesó múltiples crisis políticas sin que su textualidad fuera realmente afectada. Un buen ejemplo, que destaca Lise Andries, es el de la Revolución Francesa: “Estos almanaques tenían enormes ediciones (al parecer 150.000 copias del Mathieu Laensberg circulaban cada año) y sufrieron muy pocos cambios durante la Revolución. Sus lectores eran principalmente la clase baja y la clase rural (…) Los revolucionarios, que pretendían seguir los principios racionalistas del Iluminismo, atacaron frecuentemente a los almanaques, a la vez con parodias y con presión política. En 1794, el Dieu soit béni publicó por primera vez el calendario republicano y citaba ciertas acciones de alto valor patriótico. Sin embargo, al año siguiente todo volvió a la normalidad”11

5. Simultáneamente se estaba gestando, de manera lenta y contradictoria, otro contrato de textos efímeros articulados al tiempo como dimensión, que culminó en la prensa gráfica moderna: los newspapers. Creo que cuando se discuten los aspectos históricos, la traducción más adecuada al castellano es la literal: papeles de noticias. El primer papel de noticias impreso de la historia es, al parecer, Relation, que comienza en 1605 en la ciudad de Estrasburgo, que por aquel entonces pertenecía a Alemania12. En Inglaterra, el primer papel de noticias, con textos traducidos del holandés, es Corante, de 1621 - denominación que produjo un genérico, “los corantos” – autorizado por las autoridades a publicar sólo noticias de otros países, pero no noticias locales. En 1631 se funda La Gazette, primer papel de noticias francés controlado por la corte, que en 1762 se convierte en La Gazette de France y es “el órgano oficial del Gobierno Real”. En América, el primero es Publick Occurrences, que comienza a publicarse en Boston en 1690.

11 Lise Andries, “Almanacs: Revolutionizing a Tradicional Genre” en: Robert Darnton y Daniel Roche (eds.), Revolution in Print, op.cit., pág.205

12 Hubo como antecedentes lo que en la literatura se suele llamar newsbooks. Un caso frecuentemente citado es de 1588: en Colonia, Alemania, se publica un libro de noticias de 24 páginas, informando sobre la derrota de la armada española, que había tenido lugar varios meses antes. En su tapa aparece un grabado que muestra a los barcos españoles abandonando las costas de Inglaterra.

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La cuestión central aquí es comprender cómo se construyó, históricamente, el contrato de periodicidad. Casos como el de La Gazette en Francia son los menos interesantes, porque se trata de papeles de noticias que operaron como órganos oficiales del poder de turno: la periodicidad reenviaba simplemente a los tiempos de la burocracia gubernamental (el cardenal Richelieu era un asiduo colaborador de La Gazette).

En todos los otros casos, los papeles de noticias se caracterizaron en un principio por una articulación problemática entre el compromiso de la periodicidad y la modalidad enunciativa de los panfletos (defensa /denuncia de determinado punto de vista a propósito del relato de un hecho). El caso de Publick Occurrences merece un comentario, porque encierra de manera perfecta la paradoja contractual que me interesa subrayar. Su editor, Benjamin Harris, explica en su primer número que la publicación tendrá lugar “una vez al mes o, si algún Exceso de Ocurrencias se produjera, con mayor frecuencia” (“once a month, or, if any Glut of Occurrences happen, oftener”). La cuestión central queda así directamente planteada: ¿cómo se justifica la toma de palabra informativa periódica? En este caso particular, la verdadera ironía de la historia fue que la autoridad real británica, preocupada por un proyecto de publicaciones que no tendrían su consentimiento explícito, decidió prohibir el Publick Occurrences: el primer número del papel de noticias de Benjamin Harris fue también el último.

¿Por qué paradoja contractual? Porque lo que estaba cobrando forma con los papeles de noticias era un vínculo de comunicación que parecía fundarse, por primera vez en la historia, en el puro principio de la periodicidad, es decir, en un compromiso enunciativo justificado sólo por el tiempo, y no por los contenidos del discurso, vinculados a su vez a tal o cual noticia. Como si el contrato dijera: “me comprometo a hablarte una vez por mes (o por semana, o por día) pero no sé qué te voy a decir la próxima vez, no puedo saber de qué te voy a hablar”. Estaba planteada así una novedad radical con respecto a los contratos enunciativos de la palabra efímera, legitimados hasta entonces por la importancia de los contenidos a comunicar en un momento determinado. Esa paradoja es el núcleo duro inicial del periodismo moderno, que no tenía ninguna articulación posible con un “ciclo natural” que justificara la periodicidad, como era el caso de los almanaques. Y como el principio de la periodicidad se aplicaba a un discurso que asumía, en la mayoría de los casos, la función histórica ya instalada del discurso panfletario, el resultado era necesariamente paradójico: un panfleto periódico es una contradicción en los términos, porque el acto enunciativo de defensa (o de denuncia) de un cierto punto de vista, se justifica exclusivamente por el

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carácter impactante de una situación que obliga a reaccionar y que no se puede anticipar. Dada esta paradoja, durante mucho tiempo el contrato de comunicación de los papeles de noticias fue ciertamente inestable y fue traicionado una y otra vez: en muchos casos, el periódico desaparecía sin dejar rastros o modificaba sin aviso su compromiso inicial.

La estabilidad de semejante contrato llegó por dos caminos, que en distintos momentos se cruzaron y finalmente convergieron.

Por un lado, el de la lógica política, orientada por la estrategia de los actores, que por definición iba más allá de tal o cual episodio más o menos escandaloso. Tanto en Europa como, luego, en los Estados Unidos, los papeles de noticias fueron desde su origen, directa y explícitamente, instrumentos de los actores políticos y esencialmente financiados por ellos. En la Revolución Francesa se produjo, a este respecto, una verdadera explosión: en París se lanzaron 184 nuevos papeles de noticias en 1789 y 335 en 179013. La investigación de Jeffrey L. Pasley sobre el caso de los Estados Unidos es particularmente interesante14. “En este pasaje al siglo XXI – dice Pasley – es común comentar que los periodistas se han vuelto más famosos y más poderosos que los políticos a los que cubren. Es mucho menos sabido (fuera de un pequeño círculo de especialistas de la historia) que los periodistas en una época fueron políticos, y que algunos de ellos se contaron entre los más prominentes candidatos, funcionarios y operadores de los partidos de la Nación (…) A partir de 1790, ningún político soñaba con montar una campaña, lanzar un nuevo movimiento o ganar en una nueva área geográfica, sin un papel de noticias (newspaper) (…) Durante la mayor parte del siglo XIX, las facciones partidarias lucharon furiosamente por controlar los papeles de noticias claves. Cuando las alianzas políticas se quebraban, la secuela más probable era la creación de un nuevo papel de noticias” (págs. 1 y 9).

El otro camino de estabilización del contrato de periodicidad de los papeles de noticias fue el de la lógica comercial. Desde este punto de vista, los papeles de noticias se volvieron estables cuando se transformaron, de manera clara y definitiva, en un negocio. El problema de la financiación de los papeles de noticias estuvo siempre presente a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y era el principal problema de los editores, clandestinos o no. Pero el negocio acabó estructurándose de un modo sustentable y con una lógica propia, durante la primera mitad del

13 Jeremy D. Popkin, “Journals: the New Face of News”, en: Robert Darnton y Daniel Roche (eds.), Revolution in Print, op.cit., pág. 150.

14 Jeffrey L. Pasley, “The Tyranny of Printers”. Newspaper Politics in the Early American Republic, Charlottesville y Londres, University of Virginia Press, 2001.

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siglo XIX. Un caso famoso, que ya ha sido estudiado con cierto detalle, es el de La Presse de Emile de Girardin15.

Girardin fue sin duda, en Francia, el primer gran empresario de la comunicación mediatizada. En abril de 1828 funda Le Voleur (“El ladrón”), que reproduce, aprovechando la ausencia de legislación sobre la propiedad literaria, una selección de los mejores materiales aparecidos en las revistas y periódicos provinciales. Incluye al mismo tiempo textos de autores ya célebres en aquel momento: en 1830-31 publica una serie de textos inéditos de Balzac. En octubre de 1829 lanza el semanario La Mode, revue des modes, galerie des mœurs, organe des salons. Lo siguen el Journal des connaissance utiles, Le Musée des familles, Le courrier des électeurs, L’Aigle, Le Garde National, el Journal des instituteurs primaires, L’Almanach de France, entre otros periódicos: publicaciones que buscan articularse a los múltiples aspectos de la vida social y cotidiana de la época, aspectos que se condensarán después en el diario La Presse, cuyo número 1 aparece el 1º de julio de 1836. La Presse propone así un contrato de lectura nuevo, un espacio discursivo donde la política sigue siendo central, pero en el que se abren, en abanico, los diferentes intereses profesionales, históricos, culturales, sociales, estéticos, de la burguesía francesa letrada. Proyecto encuadrado en una lógica comercial coherente: búsqueda de un público más amplio, y por lo tanto necesidad de bajar el precio (Girardin lanza La Presse con un abono anual de 40 francos, la mitad del practicado por los otros diarios en ese momento) y privilegio acordado a la publicidad (los “anuncios”) como la otra fuente fundamental de ingresos.

Thérenty y Vaillant subrayan muy claramente los aspectos esenciales de la ideología encarnada por Girardin y que se expresó en La Presse. “El periódico no puede ser solamente la correa de transmisión de un grupo de opinión – aún cuando no deja por cierto de serlo – sino que se comporta como una empresa en sentido estricto (…) con sus objetivos de crecimiento, su estrategia de desarrollo y esa imbricación inextricable de lo económico y lo cultural a la que hoy estamos acostumbrados (…) Por otro lado, puesto que es una empresa, el periódico no puede contentarse con un discurso de convicción o de verdad: debe seducir a su público, retenerlo con el placer que le procura” (L’An 1 de l’ère médiatique, op.cit., pág. 13). Como es sabido, uno de los componentes fundamentales del diario de Girardin fue el folletín de ficción, ubicado en lo que se llamó la “planta baja” de la primera página, pero que en algunos

15 Marie-Ève Thérenty y Alain Vaillant, L’An I de lère médiatique. Analyse littéraire et historique de La Presse de Girardin, Paris, Editions Nouveau Monde, 2001. Véase también Oscar Traversa (“Comentarios acerca de la aparición de La Presse”, revista Figuraciones, Nº 9, Buenos Aires, IUNA), a quien debo el haber apreciado la importancia del caso Girardin.

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casos podía ocupar también la “planta baja” de las páginas subsiguientes, y entre cuyos autores se contaron Balzac y Alejandro Dumas.

En este contexto, Girardin presenta a La Presse como un diario investido de la misión a la vez pedagógica y política de convocar “a la intelectualidad universal del país”. “Los que han tenido la idea de este periódico, estiman que la instrucción pública es el primer medio de mejoramiento”. Una de las razones por las cuales los gobiernos deberían buscar una alianza con la clase ilustrada es que “la clase ilustrada hace la opinión, y la opinión hace el poder” ( Girardin, citado en Thérenty y Vaillant, op.cit., págs. 50-52).

Siguiendo a Thérenty y Vaillant, parece razonable considerar esta transformación de los papeles de noticias en los primeros diarios modernos como uno de los síntomas preanunciadores, entre otros, de la Segunda Revolución Industrial16. Thérenty y Vaillant ubican la cuestión de la periodicidad en el marco general de una mutación del tiempo social. “Antes, la vida parecía seguir las lentas evoluciones de la naturaleza, la religión o la historia dinástica (…) Ahora [en el transcurso del siglo XIX] la vida se presenta como una sucesión de momentos y una superposición de ritmos, como una acumulación de tiempos fragmentarios a causa del peso acumulado de los ciclos inducidos por la nueva organización económica y social: ciclos de actividad política y parlamentaria, de la industria y de los transportes modernos, de los medios, de la vida ciudadana, etc. Esta nueva relación con el tiempo se acompaña de una mayor movilidad en el espacio: los medios de comunicación se modernizan, los viajes se generalizan (…) Una de las formas más visibles de esta civilización del ritmo generalizado es el desarrollo, en el siglo XIX, de la prensa periódica” (Thérenty y Vaillant, op.cit., pág. 9). Esta reestructuración (y creciente complejización) del tiempo generó nuevas necesidades, nuevos intereses, nuevos problemas prácticos y, en consecuencia, nuevas posibilidades de negocios. Emile de Girardin fue uno de los primeros en comprenderlo.

En síntesis. Los papeles de noticias nacieron como discursividad política, estrechamente asociados a la textualidad efímera de la retórica panfletaria, practicada intensamente desde que la imprenta permitió su generalización y su rápida circulación. A partir de un cierto momento (aproximadamente en el pasaje del siglo XVI al XVII, y luego a lo largo del siglo XVIII) el concepto de periodicidad buscó trascender el carácter puntual e instantáneo del panfleto y el libelo, a partir del momento en que una regularidad de publicación permitía contemplar la posibilidad de un negocio más estable. Progresivamente, la creciente complejidad de las

16 Oscar Traversa, op.cit., loc. cit., comparte este punto de vista.

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sociedades surgidas de la primera revolución industrial proporcionó, a partir de los inicios del siglo XIX, un fundamento mucho más firme a los proyectos de carácter empresario, y generó una creciente sensibilidad a las expectativas de la demanda. En ese momento, los principales papeles de noticias se habían transformado en diarios, y la periodicidad de la toma de palabra aparecía sólidamente legitimada por los nuevos ritmos de la vida social. La discursividad política, núcleo de los papeles de noticias, no desapareció, pero insertada en un discurso más diversificado, perdió visibilidad.

Acompañando este proceso de creciente solidez empresarial y de creciente importancia social de los diarios en los países industriales, se consolida, a lo largo del siglo XIX, el mito del poder desmesurado de la prensa escrita. Ya en 1840, Thomas Carlyle, atribuyendo a Edmund Burke el concepto del “cuarto poder”, afirmaba que “los periodistas son ahora nuestros verdaderos reyes y clérigos” y que “La verdadera iglesia de Inglaterra son los editores de nuestros diarios”. Más tarde, uno de los factores, no menor, de este proceso, fue la sátira de Maurice Joly, publicada en 1864 en Ginebra y rápidamente secuestrada por la policía francesa, que presenta un diálogo entre Machiavelo y Montesquieu en el infierno, y que al parecer fue plagiada después en los fraudulentos y famosos Protocolos de los sabios de Zion17.

En su diatriba contra Napoleón III, Maurice Joly aborda el tema de la manipulación de la opinión pública a través de los diarios y lo pone en boca de Maquiavelo: “Espero tener un órgano leal en todos los campos, en todos los partidos…un órgano republicano, un órgano revolucionario, un órgano anarquista…Como el dios Vishnu, mi prensa tendrá un centenar de brazos, y estos brazos van a extender sus manos a través de todo el país, dando forma delicadamente a todos los modos de opinión. Todos pertenecerán a mi partido sin saberlo…Los que piensan que están marchando bajo su propio estandarte, estarán marchando bajo el mío…[Yo puedo] darle a la opinión pública la forma que quiero, en todas las cuestiones de la política local o de la política exterior…Se dirá que soy un hombre del pueblo y que hay una simpatía secreta y misteriosa que me une a su voluntad”18

17 Maurice Joly, Dialogue aux Enfers entre Machiavel et Montesquieu ou, La politique de Maquiavel au XIX siècle [1864] , Paris, Calmann-Lévy, 1948. Véase Elizabeth Eisenstein, Divine Art, Infernal Machine, op.cit., cap. 6. Los Protocolos de los sabios de Zion es uno de los temas centrales de la última novela de Umberto Eco (El cementerio de Praga, Barcelona, Lumen, 2010), relato cuya materia argumental es la teoría del complot.

18 Maurice Joly, op.cit., citado en Elizabeth Eisenstein, ibid., pág. 210.

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6. En su libro sobre el rol central de los papeles de noticias en los Estados Unidos, Pasley ubica a mediados de la primera mitad del siglo XX los primeros síntomas de un “despegue” de los grandes diarios respecto del sistema político. La emergencia de una ideología profesional fundada en la “objetividad” como valor fundamental del periodismo, y en la necesaria “neutralidad” de los medios informativos respecto del campo de la lucha política, es entonces un fenómeno extremadamente tardío, que abarca aproximadamente sesenta años de una historia que ya tiene cuatrocientos.

¿Cómo se explica el surgimiento de ese sistema de valores profesional? Ubicados en los comienzos del siglo XXI, casi podríamos decir que los grandes papeles de noticias del siglo XX se enfrentaron a algo así como una misión imposible. En primer lugar, hay que tener en cuenta la aceleración mediática que comienza hacia fines del siglo XIX. Únicos administradores de los ritmos del tiempo social y político público durante más de dos siglos, a partir de fines del XIX los diarios ya no estaban solos: la fotografía, el cine, la radio y finalmente la televisión, comenzarán a disputarse entonces, durante el siglo XX, las funciones semióticas, obligando al periodismo a construir una ideología profesional que no hace otra cosa que expresar su búsqueda de un lugar propio. Los diarios comienzan a “despegarse” del sistema político a partir del momento en que la radio se apropia de las emociones y de la instantaneidad del contacto y cuando el cine ya se ha convertido en el lugar de los grandes relatos.

En segundo lugar, otro proceso fundamental se está produciendo en los países centrales capitalistas. Como respuesta a los problemas de desigualdad y de injusticia inherentes al capitalismo moderno, brutalmente insertados en la agenda mundial por el marxismo, el discurso político de las democracias republicanas va a producir una creciente disociación entre el sistema político y el sistema económico: durante el siglo XX y con la ayuda de innumerables especialistas de las flamantes ciencias humanas y sociales, la economía se irá transformando en la “naturaleza” de las sociedades modernas, cuyas leyes la política intentará con mayor o menor fortuna “controlar” pero que no puede cambiar. Si en el mundo económico se supone que el racional choice es rey, al mismo tiempo y como consecuencia, es el sistema político el que deberá hacerse cargo de la gestión de toda la irracionalidad consumista de los ciudadanos: los deseos, los afectos, las pasiones, quedan encapsulados en el campo político, articulados al individualismo que impregna, de una manera cada vez más completa, la sociedad civil del consumo. Creo que se puede decir que hubo múltiples esfuerzos destinados a asimilar los comportamientos políticos a la racional instrumental, pero que fracasaron

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conceptualmente19. En el contexto dominante del racionalismo neo-liberal, a los políticos sólo les queda, por decirlo así, la gestión de la locura humana.

Ahora bien, habiendo tomado distancia de la lucha política (al parecer en un mal momento), los grandes diarios tenían ya poco que ver con ese mundo de pasiones: la televisión aparece oportunamente como el administrador ideal de los afectos y las emociones del individuo moderno. Despojados de las pasiones y de los relatos, a los grandes diarios del pasado sólo les queda entonces la reflexión y el análisis, sobre la base de una distinción no negociable entre hechos y opiniones, de un principio de objetividad como toma de distancia, y de una supuesta neutralidad política como modo de evitar tanto la complicidad como las epopeyas. O sea: de las dos grandes energías que impulsaron la historia de los papeles de noticias - la de la lógica política y la de la lógica comercial - sólo les queda a los diarios la segunda. Pero por desgracia, el mercado les ha ido mostrando que la televisión se ha apropiado definitivamente de la inmediatez emocionante de los hechos y que la reflexión y el análisis no son una oferta que asegure un negocio sustentable.

Recordar este proceso histórico - evocado aquí de una manera sin duda excesivamente esquemática - tal vez permita explicar una coincidencia que, salvo error u omisión, ha sido pocas veces señalada: es más o menos en el mismo momento (entre fines de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado) que la clase política por un lado, y las empresas periodísticas por otro lado deciden, de una manera públicamente notoria, solicitar la ayuda de los profesionales de la comunicación. Al menos en los países europeos, el marketing político y el marketing de los medios informativos nacen, en efecto, más o menos al mismo tiempo (tal vez el marketing político unos pocos años antes)20. Esta coincidencia me parece el síntoma de una transformación profunda. Después de la Revolución Francesa en Europa, y de las sucesivas revoluciones de independencia en las Américas, los profesionales de la

19 Véanse, sobre este tema, los importantes trabajos del sociólogo italiano Alessandro Pizzorno.

20 Mi primera intervención en ese campo fue un trabajo sobre “La revista Paris Match en el universo de la información”, para el grupo Hachette. El concepto de ‘contrato de lectura’, ampliamente usado después en los estudios de posicionamiento de los medios informativos, fue presentado por primera vez en Paris en 1985; véase: Eliseo Verón, “L'analyse du 'contrat de lecture': une nouvelle méthode pour les études de positionnement des supports presse” en: Les médias, Expériences, recherches actuelles, applications, París, Institut de Recherches et d'Etudes Publicitaires, pp. 203-230, 1985. Poco después comenzaron las investigaciones para el grupo Marie Claire. Realicé un primer análisis del contrato de lectura del diario Le Monde en 1992. Las intervenciones de los consultores en comunicación en el campo politico (y las discusiones) comenzaron en Francia durante la campaña presidencial de 1981.

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política y los profesionales de la información le hablaron durante mucho tiempo a un mismo colectivo: el colectivo de los ciudadanos. Cuando el discurso informativo de los grandes diarios se despega del sistema político, esto debería haber producido, en el largo plazo, una diferenciación entre el colectivo de la política y el colectivo de la información. Si algo pudo esbozarse en esa dirección, no duró mucho ni tampoco se estabilizó. La disociación que el discurso político de las democracias republicanas operó respecto del sistema económico, impidió toda diferenciación y produjo en definitiva una nueva convergencia con el discurso de la información: los políticos y los periodistas le hablan hoy a un mismo colectivo, despolitizado: el colectivo de los consumidores – consumidores de candidatos, de información y de muchos otros “bienes de consumo”. Parece entonces natural que ambos soliciten los servicios profesionales de los especialistas de marketing.

7. El lector de esos papeles en el tiempo, esas hojas al viento que constituyen la segunda parte de este pequeño códice, habrá comprendido que pienso que la última etapa de la historia de los cuerpos efímeros de la información, que acabo de recordar, configura una situación que puede ser una tentación irresistible para el oportunismo político (que hoy algunos califican de neo-populismo); que pienso que eso está ocurriendo en distintos países del mundo y particularmente en la Argentina, y que la cuestión me resulta preocupante. Para el oportunismo político, elegir como enemigo principal a los medios de información es la opción más sencilla y al mismo tiempo sin duda, la más eficaz políticamente: como la legitimidad que les queda a los medios sólo reposa en la lógica comercial, el discurso de la “objetividad” no se lo cree nadie. Y si los medios buscaran rearticularse a la política, caerían en contradicción con la ideología que durante años usaron para definir su propia identidad. Lo único que el oportunismo necesita es exacerbar esa trampa que los propios medios se construyeron a lo largo del tiempo. ¿Y que pasa con los enemigos políticos del oportunismo? Justamente: van a salir todos a defender a los medios en nombre de la libertad de expresión, del rol fundamental de la información en la democracia y de otras cosas por el estilo, que los dejarán igualmente desacreditados: todo eso es historia antigua.

Y me parece que, efectivamente, así es.

El problema que tienen hoy los papeles de noticias es que operaron - durante un período histórico por suerte comparativamente breve – con una mala epistemología. Que la historia permita comprender por qué lo hicieron, no justifica que esa epistemología se pueda seguir defendiendo. En el siglo XX, hasta tuvieron por momentos el apoyo de sectores del

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mundo científico encandilados con el positivismo lógico y que hoy están igualmente desacreditados. Ahora bien, que una actividad profesional opere con una mala epistemología puede o no tener importancia social (no quiero ni pensar con qué epistemología se practican ciertas profesiones). Pero la importancia de los errores es proporcional a la ambición, y el periodismo se posicionó, durante ese período del siglo XX que evoqué más arriba, nada menos que como eslabón central del funcionamiento de los regímenes democráticos.

No hay discurso humano que sea ‘objetivo’, ‘neutral’ ‘imparcial’ o ‘verdadero’ en lo absoluto. Todo discurso, no siendo el único posible sobre aquello de que habla, sólo puede producirse a partir de un mundo específico. Y por fortuna, la evolución comunicacional de la especie ha hecho posibles muchos mundos. Esa posibilidad se materializó en la ruptura epistemológica que fue la fundación de las democracias modernas. Podría no haber ocurrido, pero ocurrió. A partir de esa ruptura, el único valor universal que todos compartimos en democracia, es que no necesitamos compartir ningún otro valor para estar juntos. La divergencia es estructural, la convergencia hay que construirla y cuando ello ocurre, bienvenida sea, pero no puede ser una condición de la vida comunitaria. Olvidar ese único valor compartido que es el acuerdo sobre la necesaria divergencia estructural, es sinónimo de violencia y de muerte.

El punto débil del oportunismo neo-populista es que comparte la misma mala epistemología que marcó históricamente al sistema de medios que el neo-populismo combate: la idea de un discurso verdadero, auténtico, con acceso privilegiado a la “realidad”, representada en su caso particular por “el pueblo”. El oportunista, como el déspota que describe el Machiavelo ficticio de Maurice Joly al calor de las llamas del infierno, piensa que “soy un hombre [o una mujer] del pueblo y que hay una simpatía secreta y misteriosa que me une a su voluntad”. La sátira de Maurice Joly es, desde este punto de vista, admirable, porque ya en 1864 había comprendido que el delirio sobre el papel desmesurado de los medios no es otra cosa que la proyección de la propia omnipotencia.

Se puede formular aquí una importante objeción a mi razonamiento. Mi propio discurso se presenta como el discurso correcto, como el discurso aceptable y convincente para el lector, en suma: como verdadero. ¿ Se puede acaso producir discurso en otras condiciones? Touché. Es aquí donde tenemos que volver a la cuestión de los niveles y las posiciones de observación, evocadas en la primera parte de este trabajo.

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En primer lugar, sí: se puede producir discurso en otras condiciones que no son las de la convicción de verdad: el ejemplo más obvio es el del enunciador que miente a sabiendas. Pero bajo lo que se ha llamado condiciones de sinceridad, es imposible producir un discurso que no esté marcado por la convicción de que es el discurso correcto. El problema es que aquí necesitamos activar por lo menos tres niveles. En un primer nivel, enuncio algo marcado por la convicción de verdad (E1). En un segundo nivel, indico que lo que digo ha sido producido en condiciones de sinceridad a partir de un mundo (E2). En un tercer nivel (E3), señalo que sé que mi discurso entra en un espacio en el que hay otros mundos, y lo único que solicito es que la eventual descalificación o desacuerdo con (E1) no implique descalificación de (E2).

Esto que yo acabo de hacer para mi lector ¿no lo puede hacer un diario, o cualquier otro medio de información? Por supuesto que sí. En la situación actual, a los medios informativos no les queda otra alternativa que retomar la política de una manera inédita, enmarcando su tarea en un meta-discurso situado en un nuevo nivel de complejidad. Esto me parece válido tanto para las viejas materialidades que nos permitieron durante mucho tiempo designar a los cuerpos efímeros como papeles de noticia, cuanto para los nuevos cuerpos eléctricos, no menos efímeros, que pululan en la Red.

Lo que no hay que olvidar es que el discurso periódico de un medio informativo es una operación dentro del sistema social, es un producto colectivo sin autor, insertado por un instante en la cadena infinita de la semiosis, pero en el que han intervenido múltiples sistemas psíquicos, portadores de sus mundos individuales. Ahora bien, hay modalidades institucionales que facilitan los procesos que Luhmann llama de interpenetración entre el sistema social y los sistemas psíquicos, y modalidades que la obstaculizan, la hacen trabajosa o terminan generando innumerables conflictos en ambos sistemas. No me caben dudas de que, en este siglo XXI que estamos comenzando a transitar, el discurso de la información debe modificarse profundamente. Pero para que ello ocurra, hay que repensarlo todo: las modalidades de organización de los procesos operativos, las relaciones de autoridad, las rutinas de trabajo, los criterios de evaluación.

Sugiero prenderle unas velitas a Charles Darwin.

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