Curtis Garland - Cyborg

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    CYBORG

    CURTIS GARLAND"Existir algn da un ser que, poseyendo un sistema de organizacin superior alhombre, ponga a disposicin de este superhombre funciones de adaptacin a todas lascondiciones de la vida, permitindole responder a todas las informaciones recibidas?El hombre es el nico ser terrestre que puede suplir las insuficiencias de sus mediosfsicos, por medio de aparatos que l mismo ha creado..."ANDRE GOUDOT PERROT, CYBERNTIQUE ET BIOLOGIE.

    PRIMER LIBROOLIMPADA 2200

    CAPTULO PRIMERO

    Conoc a Mark Fury aquella vspera de inauguracin de la Olimpada del 2200.

    Las normas olmpicas haban sido adaptadas mundialmente para que todo coincidiera enesa fecha, exactamente, y as celebrar con grandiosidad deportiva adecuada la entradaen el siglo XXIII.

    Los atletas, habituados ya paulatinamente a toda clase de dificultades de clima, altas

    presiones atmosfricas diversas o condiciones realmente difciles para la humananaturaleza y sus alardes fsicos para batir rcords cuyas cifras y lmites siempre ibanms y ms all, ahora se enfrentaran a un nuevo problema, a un obstculo ms a salvar

    por sus facultades biolgicas. Ya no se trataba de mayor altitud terrestre, clima seco ohmedo, problemas de adaptacin y de latitudes...

    Ahora se trataba de algo ms. De mucho ms.

    Del gran estadio Olmpico Universal.

    Situado en el espacio. En el espacio exterior, desde luego. En el vaco. Ms all de la

    Tierra, de su atmsfera. De la Luna, incluso.

    En el Cosmos. En la inmensidad sideral. Flotando sobre el planeta Tierra y su satlitenatural. All estaba el gran estadio Olmpico Universal, Conocido popularmente, comoalgo ms breve y expresivo, como Universalia Stadium. Mis compatriotas, losamericanos, haban reducido ms an, por una idiosincrasia incorregible, siempre

    propensa a la reduccin, a la brevedad, ese nombre nuevo. El U-Stadium era para losnorteamericanos el recinto donde se iban a disputar las pruebas atlticas mssensacionales e imprevisibles de todos los tiempos, desde que en la antigua Olimpiacomenzaron lo juegos, con su simbolismo de paz, de puro deporte, de esfuerzo fsicogeneroso y desinteresado. En suma, de todo eso que el mundo, nuestro mundo, fue

    perdiendo paulatinamente a lo largo de los siglos, hasta llegar a la materializacin ydeshumanizacin de nuestros tiempos actuales, en este bendito ao de 2199 de la era

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    cristiana, que maana, justamente maana, da primero de enero, termina en nuestroglobo.

    Y con el primer da de enero del ao 2200, se inauguraban los Juegos Olmpicos delsiglo XXIII. La gran Olimpada del 2200.

    Esperaba lo mejor para ella. Todos lo esperbamos. Especialmente los americanos,nosotros los orgullosos yanquis, con nuestro plantel envidiable de atletas. Y, entre ellos,el mejor de Amrica. El mejor del mundo: El mejor de todos los tiempos.

    Mark Fury.

    Yo era crtico deportivo. Al menos, sera mi labor en la Olimpada. Comentarista de laWorld 3-D Broadcasting. La gran cadena mundial de televisin en relieve, encargada enexclusiva de la retransmisin especial de las pruebas atlticas desde el U-Stadium.

    Para m, Mark Fury era el gran favorito. Como para todos. No poda haber otro.Sinceramente, no lo haba.

    Hasta entonces, nunca supe de un recordman mundial que pudiera homologar, a la vez,la mnima duracin en natacin, carrera atltica, de obstculos o en liso, lanzamiento de

    jabalina, salto de altura, triple salto, e incluso boxeo, en peso pesado sin rival enAmrica ni en Europa. Y menos an en Asia.

    Mark Fury era un fenmeno. Adems poda alinearse como jugador excepcional derugby, ftbol o bisbol. Un monstruo. Un caso nico.

    Si el superhombre exista realmente, y no era an la clsica utopa de todos los tiempos,all estaba el superhombre. Mark Fury, el gran atleta terrestre. La superacin de todaslas facultades fsicas imaginables. Baloncesto, atletismo, natacin, pugilismo. Todo ello

    practicado excepcionalmente bien, en tcnica y en facultades, por aquel rubio coloso dedos metros diez centmetros de estatura y ciento diez kilos de peso. Armonioso comoApolo, perfecto como Prometeo, sublime como Perseo, poderoso como Hrcules,virilmente hermoso como Aquiles o como el germano Sigfrido.

    El superhombre en arrogancia varonil, msculos, inteligencia, vitalidad, conocimientos,tcnicos de todo deporte. Ese era Mark Fury. Ni ms ni menos.

    Confieso que, en cuanto a inteligencia, siempre tuve mis dudas. Saba que erainteligente en la prctica de los deportes y en su vida privada. Pero eso no bastaba.Poda ser una inteligencia media, exclusivamente dedicada a aquella superdotada

    prctica de sportman perfecto.

    Pero he aqu que entonces supe que, adems de todo eso, Mark Fury, el fenmenohumano de una poca, y posiblemente de todos los tiempos... era inteligente. Realmenteinteligente, culto y cordial. Adems, sin orgullo, sin arrogancia, sin altivez. Como si nofuese una excepcin dentro de lo humano. Como si, realmente, l fuese tan slo unciudadano cualquiera, uno ms en el mundo.

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    Me tuve que descubrir tericamente ante l. Mark Fury me asombr. Me maravill.Como persona, sobre todo. Que era donde mayores haban sido mis dudas.

    Mark Fury tena solamente veintisis aos. Fsicamente, posea la vitalidad de unmuchacho de diecinueve aos. Mentalmente, no supe qu pensar. Aquel hombre era un

    coloso. En todos los terrenos.

    Me present el presidente del Comit Olmpico Internacional, doctor Haupman. Deb deagradecer siempre a aquel afable caballero germano su cortesa para conmigo. Porque loque en principio no era sirio un detalle de vulgar protocolo, iba a ser algo ms, muchoms en realidad, andando el tiempo.

    Slo que entonces yo no lo poda saber, ni sospechar siquiera. Ni ninguno de nosotros,en realidad.

    As, cuando el doctor Kurt Haupman me puso frente a aquel prodigio fsico que era

    Mark Fury, me sent como intimidado, encogido, avasallado por su tremendapersonalidad, que quiz hubiera sido lo mismo de medir l unas cuantas pulgadasmenos.

    -Este es Mark. Mark Fury, mi querido amigo Grant.

    Mark, te presento al periodista y comentarista de la televisin mundial, Patrick Grant.

    -Es un placer, Grant -me sonri, estrechando mi mano entre su prodigioso manojo demsculos, sin la fuerza ni rudeza habitual en un deportista superdotado, sino como sifuese un autntico gentleman ms elegante y distinguido que fsicamente fuerte-. Esperoque en esta Olimpada vea realmente algo bueno.

    -En eso confiamos todos-dije, risueo-. Especialmente, por lo que a usted respecta,Mark.

    -Espero no defraudarles -se encogi de hombros, sin conceder gran importancia al tema-. Pero a veces las cosas no salen como uno desea. Hay tantos imponderables, Grant.Usted, como escritor y espectador de pruebas atlticas, quiz lo sepa mejor que yo.

    -S, s a lo que se refiere. Pero eso reza para los dems. No para Mark Fury.

    -Recuerde algo, amigo mo -me dijo, con un brillo jovial en sus ojos, sorprendentementeverdes y lmpidos-. Mark Fury es solamente un hombre, un ser humano. Por encima detoda otra circunstancia.

    -Contemplndole, y conociendo sus rcords, uno llega a dudarlo -sonre.

    -Es posible -se alis, mecnicamente, con gesto pensativo, su largo, liso, cabello rubio,dorado y brillante... Sus verdes pupilas revelaron simpata-. Pero, en el fondo, todossomos criaturas humanas, llenas de virtudes y defectos. La Naturaleza me ha concedidounos dones fsicos, y los aprovecho. Eso es todo. Pero puedo equivocarme como

    cualquiera, Grant. Debajo de esta epidermis, solamente hay tejidos normales. Y lospuntos vitales de cualquier ser viviente: pulmones, corazn, nervios, un cerebro sin nada

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    notable... No, amigo mo., Disto mucho de ser ese superhombre que se han inventadosus compaeros de profesin.

    -Puede llegar a serlo, al menos deportivamente, en esta Olimpada -seal.

    -Al menos deportivamente -acept, con un asentimiento de cabeza-. S, eso s. Tengo feen mis posibilidades. Si me acompaa la suerte, puedo llegar lejos. Pero no hay nadaseguro an. No est dicha la ltima palabra, Grant. Habr atletas formidables de todoslos pases. Y todos con el afn de derribar los pronsticos que se han hecho sobre m. Lalucha va a ser dura, reida. Pondr cuanto est en mi mano para triunfar. Dios quieraque as sea..., slo por quienes confiaron en m.

    Hubo una luz peculiar en el fondo de aquellas fantsticas y hermosas pupilas verdes. Youtilic rpidamente mi olfato periodstico. Y mi proverbial indiscrecin:

    -Una mujer, por ejemplo?

    Me mir, sin enfado. Afirm despacio, dibujando una leve sonrisa en sus labioscarnosos, bien dibujados, de estatua griega.

    -S -convino-. Una mujer. Entre otros, claro.

    -Como uno ms? O diferente a los otros?

    -Diferente -admiti, tras una leve duda-. Diferente, s, Mucho.

    -Las gacetillas no hablan de eso. No he ledo reportaje alguno al efecto.

    -Lo mantuve callado, lo admito. Forma, parte de mi vida privada, no del atleta popular.

    -Los hombres populares no tienen vida privada -coment-. Quin es ella?

    -Vale ms no decir su nombre.

    -Por qu?

    -Es discreta. Le gusta el anonimato. La Prensa, la televisin y los noticiarios caeran

    sobre ella como un alud, en cuanto supieran su nombre, su identidad.

    -S, es cierto -admit-. Respeto ese punto, Fury. Pero al menos s podr decirme algo...

    -Qu?

    -Ella..., es su prometida, su novia...?

    -No del todo -suspir-. Estoy enamorado de ella, si eso le interesa. Y creo que ella dem. Pero ah termina todo. No hay compromiso oficial. Lo habr despus de lasOlimpadas. Gane o pierda. Pero ella puso mucha ilusin en esto. No quiero,

    defraudarla.

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    -Le comprendo. No la defraudar, Fury -contempl su estampa impresionante y, a lavez, increblemente armoniosa-. S, le comprendo muy bien. Y le deseo toda la suertedel mundo. Sinceramente. El resto, es usted quien ha de ponerlo. Y s que lo har.

    -Gracias, Grant -sonri l-. Los periodistas nunca me fueron particularmente simpticos,

    para serle franco. Creo que con usted es diferente. Muy diferente.

    -Confidencia por confidencia -me inclin, riendo, hacia el rubio olmpico-. Losdeportistas no me resultan arrebatadores precisamente, ni tan siquiera los amateurs.Usted es distinto tambin.

    Y cuando nos estrechamos la mano, supe que en el fondo habamos iniciado una buenay cordial amistad ambos.

    Lo que yo no saba, es lo que nos reservaba el destino. Ni Mark Fury ni yo podamossospecharlo ni de lejos. Y, sin embargo, iba a ocurrir de un momento a otro. Cayendo

    demoledor sobre nuestras vidas.

    Y sobre la Olimpada 2200. Y sobre el mundo entero, a la misma vez.

    Pero todo eso haba comenzado ya. Slo que no podamos imaginarlo siquiera. Ni aquelsuperdotado titn de la competicin olmpica, ni yo. Y, posiblemente, menos an quenadie, su misteriosa dama, aquella por la que Mark iba a luchar con ms fuerza quenunca en la Olimpada del naciente ao 2200...

    * * *

    Yo entonces no poda saberlo. Nadie lo poda saber. Tampoco estuve en el mundontimo de cada uno de los personajes que seran, andando el tiempo, protagonistascentrales de la historia increble que iba a vivir yo, como un personaje ms, acaso conmayor importancia en el papel asignado, pero inmerso del mismo modo que los demsen el torbellino trgico y alucinante de una historia que hubiera estremecido de pavor, yde incredulidad tambin, a slo unas pocas generaciones anteriores a nuestro incipientey bendito siglo XXIII.

    Pero la misin del periodista, del informador, es a veces la de convertirse en una especiede duendecillo que pueda alzar los tejados de las casas como aquel inefable "Diablo

    cojuelo" de la picaresca espaola, o como el navideo espritu del inefable seorScrooge, del "Cuento de Navidad" de Dickens- y penetrar en el mundo ajeno, como unespectador invisible, refiriendo cosas que no vio, conversaciones que no escuch,reacciones, ideas y pensamientos que no capt, pero que formaron parte del mosaicohumano, inaudito, de la ms asombrosa historia vivida nunca por el gnero humano, laciencia, la tcnica... y el propio hombre y su sociedad, como autntico centro vital,como protagonista autntico del drama.

    S. Yo nunca estuve en casa de Golda Welsh, cuando ella pensaba con amor en suadmirado y fabuloso Mark Fury. Golda Welsh, la amada cuyo nombre ocultaracelosamente Mark en su inicial conversacin conmigo.

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    Yo nunca estuve en el laboratorio electrnico y biolgico de aquella eminencia mundialde la Biociberntica, llamado Wilheim Frobbe, continuador avanzado y genial de las yaviejas tcnicas de Norbert Wiener y de Albert Ducrocq o el americano Walter L.Wasserman, todos en el ya remoto pero revolucionario y pionero siglo XX, el de losgrandes avances iniciales en tanto terreno tecnolgico y cientfico.

    Y, ciertamente, tuve la fortuna de no estar en el satlite Penal cuando la revuelta. Nitampoco en el satlite de la Ciencia cuando tuvo lugar su ocupacin posterior... Ni,mucho menos, a bordo del rocket UNWMS106 cuando fue interceptado en su ruta hacialas remotas estrellas.

    No. No estuve ah, palabra. Pero mi misin de cronista de mi tiempo consiste enrelatarlo todo tal como sucedi. Y esos incidentes sueltos, esos hechos aislados entre s,tendran luego la mayor trascendencia en la historia de la que me hago eco en estascrnicas de la Olimpada del 2200 y cuanto a ella sigui.

    Por ello debo presentarlo aqu en tercera persona.

    Como si yo estuviera presente, mudo y tambin invisible, pero presente. Todo lo que serefiere lo supe ms tarde por mediacin de referencias de otras personas. Pero entoncesse perdera el hilvn cierto y cronolgico de esta historia. Ello le mermara, tal vez,coherencia. Y su exacta medida.

    Por ello yo, Patrick Grant, de la World Televisin 3D-Color Service, en la, InternationalBroadcasting Programs, acto aqu como testigo de algo que nunca presenci.

    Pero al menos mi lector, si alguna vez existe un lector de estas crnicas, seguir paso apaso cuanto sucedi. Y los personajes de este relato cobrarn ante sus ojos su autnticadimensin humana.

    Espero haber acertado en el procedimiento. Si no... perdn. Perdn a todos.

    CAPTULO II

    -Mioelectricidad, seorita Dark. Eso simplemente: mioelectricidad.

    -Slo eso? -dud, perpleja, Karin Dark, pestaeando.

    -Slo eso -suspir Wilheim Frobbe, profesor en Biologa y en Biociberntica-. Sencillo,no cree?

    -Muy sencillo -la esbelta joven, de uniforme azul cobalto, con el emblema de laSeguridad Espacial sobre uno de sus juveniles y bien moldeados senos, exactamente elizquierdo, pestae, revelando una tibia luz de inters en el fondo de sus pupilas azules,

    profesionales y fras tras las gafas estilizadas, de montura platinada, que las mujeresparecan seguir prefiriendo a las lentillas de todo tipo, acaso por coquetera; haba quienaseguraba que nada realzaba ms el sexy y atractivo de una mujer que unas gafas devidrios no demasiado gruesos y de montura estilizada y gil. Los vidrios levementeamarillos de las gafas de Karin Dark apenas si parecan otra cosa que cristales de

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    ventana, transparentes y lmpidos, realzando todo el encanto inteligente de sus celestespupilas.

    -Sin embargo, es la clave -musit el profesor-. La clave de todo.

    -Incluso del EMG-Biocntrico?

    -No slo de l. En realidad, es la base de ese ingenio-seal la caja rectangular, gris,hermtica, sobre una de las mesas de trabajo de su complejo y bien dotado laboratorio-.El EMG-Biocntrico es pura y simplemente eso: una fuente de mioelectricidadamplificada hasta lmites inauditos.

    -Podra explicrmelo con cifras?

    -Sera demasiado complicado, seorita Dark. Y nada hay ms aborrecible que hablar defras cifras matemticas entre un hombre y una mujer, aunque sea entre un sabio

    distrado y absurdo, y una bonita joven que sirve en la Seguridad Espacial, Divisin dela Ciencia -sus pequeos ojos bizquearon risueos, bajo la leonina, desordenadacabellera gris-blanca que remataba su abombada, amplia frente. Las manos largas,huesudas, expresivas, se agitaron, en un ademn vivaz y elocuente-. Pero sepa algo,seorita Dark; la mioelectricidad es tan vieja como el mundo y el hombre mismo: Diosdot ya a Adn de ese poder. Cada msculo del hombre, casi cada clula, generaelectricidad. El cerebro es nuestro centro vital en ese sentido, nuestra autntica centralelctrica... Lo que Hans Berger descubri hace siglos, con su famoso ritmo alfa decorrientes mentales elctricas, aquello que fue el inicio y origen de loselectroencefalogramas, y de una nueva rama de la ciencia, era solamente el principio, el

    balbuceo inicial de algo gigantesco que, bien canalizado, sera la revolucin de nuestrotiempo, el cambio ms radical e increble de la especie humana y de sus avancescientficos y tcnicos en el futuro, seorita Dark. Podra ser, incluso, el Levntate yanda! de Cristo, aplicado a todos los hombres muertos, y con la ciencia en el puestodel Mesas.

    -Eso casi suena a sacrilegio, no?

    -Dios me libre de ello -musit el sabio europeo. Pase nervioso por el laboratorio-. Slodigo que el hombre, siempre con la ayuda del Seor, puede llegar tan lejos como desee.Y conocer un da los secretos de la vida y de la muerte. E incluso dar vida a lo ya

    muerto. Se hace parcialmente desde hace aos. Recuerde : miembros amputados,mecanismos para que los ciegos vean o capten sensaciones luminosas...Mioelectricidad todo. El hombre genera una energa elctrica diminuta. Bastacanalizarla, amplificarla, como se amplifican los latidos del corazn o los impulsoselctricos en los electroencefalogramas.

    -Sigo bien su relato, profesor. Adonde llega exactamente su EMG-Biocntrico?

    -Justamente a eso: es el centro biolgico y amplificador de las EMG o sealeselectromiograficas. Corrientes dbilsimas, del orden de los quince a cincuentamicrovoltios, se convierten ah dentro en corrientes normales e incluso superiores a lo

    normal, por medios amplificadores y potenciadores que, si para encender una vulgar

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    bombilla seran del orden de los diez millones de veces, para mis propsitos tendranque ser, como mnimo, de los cien mil millones de veces.

    Karin Dark exhal un suspiro hondo. Mene despacio su cabecita pelirroja, en sentidonegativo. Cruzse de piernas en su asiento de suspensin magntica, y su brevsima,

    insignificante falda azul cobalto del uniforme, revel la belleza de sus muslos ypantorrillas, por encima de sus botas de materia sinttica, de idntico color, y ribetesblancos, segn las ordenanzas militares de los uniformes de la Seguridad Espacial.

    -Espera conseguir algo prctico alguna vez?

    -Lo espero, seorita Dark -afirm el sabio-. De otro modo, mis estudios enBiociberntica y en Mioelectricidad seran intiles. S que lo conseguir. Algo ms quedarle impulsos elctricos a un brazo o una pierna, o reactivar un cerebro enfermomediante ondas elctricas. Ms, mucho ms. Lo que ello sea, an est por ver. Perollegar, no lo dude. Y mi sueo dorado, un da ser realidad.

    -Su sueo dorado... Cul es ese sueo, profesor Frobbe? -indag ella, intrigada.

    -Crear el superhombre.

    Hubo un silencio. Karin inclin la cabeza, haciendo pendular una de sus bellas piernas,sobre la otra. Las crudas luces azules del laboratorio se reflejaban en el charolado de sus

    botas graciosas, hasta la corva del muslo bien torneado.

    -El superhombre... -musit-. El moderno Prometeo, como dijo Mary Shelley en 1817,hace casi cuatrocientos, aos, profesor.

    -Mary Shelley dijo eso, s -afirm el sabio-. Y qu hizo?. Crear un monstruo: el de supersonaje, Frankenstein. No, no trato de repetir la ejemplar experiencia de ese libro yaapolillado por el tiempo. No har un monstruo de Frankenstein, crame, sino unsuperhombre, en todo el sentido de la palabra:

    -Qu ser, realmente, un superhombre? Una mquina, un ngel... o sencillamente unhombre mejor o peor que los dems?

    -Quiz la mezcla de todo ello, seorita Dark. Hombre y mquina. Y tambin algo de

    ngel.

    -Y si fracasara... y surgiera el demonio en vez del ngel? -sonri ella, pensativa.

    -Volvemos a la inefable Mary Shelley y su monstruo pseudocientfico -ri entre dientesFrobbe, moviendo su figura baja, rechoncha, nervuda, por entre las complicadasinstalaciones de su laboratorio-. Abordamos el tema desde un punto equivocado. Yohablo de ciencia. De tecnologa, fra y desapasionada, no de una supuesta cirugaimposible, con tejidos y vsceras humanas.

    -Los tiempos y las teoras cambian, profesor. No puede ser el resultado final el mismo?

    -No -neg rotundo Frobbe-. No lo ser. Se lo aseguro.

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    -Bien..., -ella se incorpor ahora, despacio. Alis la faldita sobre sus muslos. Camin,con gracioso contoneo de caderas. Su figura de maniqu hermoso y animado, deambul

    por el complejo laboratorio electrnico del sabio-. En resumen, profesor; eso quieredecir que sigue empeado en su idea inicial. Renuncia a su cargo en Ciencia Espacial.

    -S -afirm, muy convencido, el sabio alemn-. Renuncio, seorita Dark.

    -Definitivamente?

    -Definitivamente.

    Ella se mordi el labio inferior, rojo y gordezuelo. Suspir. Pareca vencida por algosuperior a ella y a su voluntad. Mir pensativa al cientfico.

    -Vamos a echarle mucho de menos all -dijo al fin, dolida.

    -Lo s. Y lo siento -sonri l, animoso, enternecido-. Yo tambin les recordar mucho,hija ma. Pero s que mi trabajo con Ustedes no es imprescindible. Hay otros expertosen Ciberntica: Van Heusen, Clifford, Rubinstein, Dutronc... Acudan a ellos. No se meechar en falta. Son tareas rutinarias. Simple oficio. Esto, no. Esto es diferente. Muydiferente.

    -Tal vez. Le deseo suerte, profesor -se encamin a la salida-. Mi informe ser favorablea sus ideas. No tienen por qu sancionarle. No hay indisciplina en su actitud, sino firmeconviccin en un trabajo propio. Espritu de sacrificio por la ciencia.

    -Gracias, seorita Dark. Es usted muy bondadosa conmigo.

    -No -le mir, desde el centelleo de los vidrios transparentes de sus bellas gafas-.Simplemente, trato siempre de ser justa. La Delegacin de Seguridad Espacial tema queusted sufriera algn trastorno, o fuese un problema para nosotros, con todo cuanto sabesobre secretos del Spacial Center. Veo que nada hay que temer. Usted slo quiereencontrar a su moderno Prometeo.

    -S -ri-. Pero no un Frankenstein, recuerde.

    -No, no un monstruo -convino ella, preocupada. Le mir, enarcando las cejas-. Nada

    ms y nada menos que... un superhombre.

    -Bueno, no se lo diga as a ellos. No lo entenderan. La gente, hoy en da, no cree ya enel superhombre, quiz porque est decepcionada de muchas cosas, quiz porque perdien gran parte su capacidad de soar, arrollada por las propias realidades de unamaravillosa y deslumbrante poca de conquistas tecnolgicas que no se detiene desdehace ya dos siglos. Dgales..., dgales otra cosa.

    -Como por ejemplo...?

    -Dgales que busco la mquina perfecta. El cerebro electrnico que, a la vez, sea

    humano. El hombre que, al mismo tiempo, sea mquina.

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    -Cmo podra definir yo todo eso ante el Comit de Seguridad? -sonri Karin, irnica.

    -Con una simple palabra, hija ma -suspir el sabio-. Cyborg.

    * * *

    -Cyborg.

    -Eso dijo, s: Cyborg.

    McKern, presidente del Comit de Actividades por la Seguridad Espacial de lasNaciones Unidas del Mundo, mene su canosa, elegante cabeza con energa. Su mentnde luchador se encaj casi con fiereza.

    -No cree que est loco, seorita Dark?

    -Quin? Frobbe?

    -Por supuesto. Wilheim Frobbe, nuestro flamante experto en Biociberntica. La mayorade los genios acaban chiflados. Frobbe siempre fue un genio.

    -Personalmente, no lo creo. No, no creo que est loco, ni mucho menos.

    -Al menos, le habr notado algo raro...

    -Quin no not siempre algo raro en el profesor Frobbe? -solt ella una suave, musical

    carcajada, de buena gana-. Vamos, seor McKern, si hubiera visto completamentenormal al profesor... entonces s que sera cosa de pensar en su demencia.

    -De modo que est como siempre. -Esa es la expresin ms idnea: como siempre, s.

    -Pero quiere crear un..., un Cyborg -dijo con sarcasmo McKern.

    -Eso dijo -sonri ella, pensativa.

    -Sabe usted lo que es un Cyborg?

    -Por quin me toma, seor McKern? -casi se ofendi ella.

    -Perdone -se mes los cabellos bien peinados con dedos iracundos. Pase hasta elventanal amplio, circular, asomado al Astrdromo Nacional, en el Centro del Espacio.Pareci contemplar las rampas y torres de lanzamiento, los turbovas en el aire,circulando sobre el vasto y lineal casco urbano, all lejos, tras las llanuras sin fin de laszonas acotadas por los servicios espaciales. Luego, estudi ceudo el hangar once, queera su obsesin desde haca mucho tiempo. Y habl sarcstico, pero no con Karin Dark,sino como si estuviera hacindolo consigo mismo, en un monlogo irritado, movido porsu enfado interior-: Un Cyborg... Es la cosa ms absurda que o. Un juego de nios. Oun cuento de fantasa cientfica. Impropio de una eminencia como Frobbe... Un

    Cyborg! Un monstruo, dira yo. Mitad robot, mitad hombre. Mitad mquina, mitad serviviente de carne y hueso. Un hombre con vida y medios mecnicos, un ser vivo, dotado

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    de autodefensas y de recursos de autmata... Eso fue siempre un Cyborg, para lamentalidad de gentes infantiles y llenas de imaginacin. Los cientficos desecharon esohace tiempo. De nio lea yo relatos de hombres con corazones de acero, armas letalesen sus manos y piernas, mecanismos en su estmago, un centro elctrico en su crneo,movido por extraas energas imaginadas por escritores, dibujantes y guionistas.

    Absurdos, seorita Dark. Absurdos todos!.

    Y peg un seco golpe contra los marcos de metal del gran ventanal. Karin se situ a sulado. Le tranquiliz, con su voz serena, educada, suave:

    -:Seor McKern, no debe disgustarse demasiado. Creo que el profesor sabe lo quebusca. No s si llegar a lograrlo o no, pero vale la pena intentarlo. Investiga losimpulsos elctricos de los msculos, nervios y clulas del hombre. Sobre todo, de sucerebro. Y los desarrolla a enorme proporcin, con un mecanismo creado por l. Puedeser el principio...

    -El principio..., de qu?

    -No s -suspir ella-. Todo tiene siempre un principio. Lo bueno y lo malo.

    Se quedaron silenciosos ambos. Miraron al exterior. Como de comn impulso, al mismolugar: el hangar once del cosmodromo. Tras la prolongada pausa, fue McKern quienhabl, sordamente:

    -S. Todo tiene Un principio: lo bueno y lo malo. Todo puede ser bueno. Los hombresmismos nos encargamos de que sea malo.

    -Exacto -afirm ella. Se estremeci, mirando fija al hangar once-. Usted piensa en lomismo que yo, no?

    -En lo mismo -convino l-. UNWMS106.

    -El cohete maldito... -suspir Karin Dark.

    Tambin ahora se estremeci el presidente del Comit de Seguridad- Espacial. Su vozson ahogada:

    -Lo que contiene el UNWMS106, podra ser de gran provecho para la Humanidad.Siempre que se empleara bien, en beneficio de todos. Pero, quin puede garantizarnostal cosa, seorita Dark?

    -Nadie... Hacen bien en destruirla. Es un peligro. Para toda la Humanidad. Para nuestroplaneta, incluso. Para todo lo creado.

    McKern, sombro, regres del ventanal al centro de su confortable, circular despacho,situado en la planta alta de la Torre del Espacio, en el centro mismo del ingentecosmodromo.

    -All a donde va ahora, no har dao alguno. Los sistemas automticos de a bordo,harn entrar en accin el fulminante. No habr nada en torno. Nada de materia en

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    millones de millones de millas a la redonda, entre galaxia y galaxia. La energa mortalse esparcir y diluir sin producir dao ni destrozo. Est cientficamente comprobado.En el vaco absoluto, ese horrible ingenio que lleva el United Nations-World MilitaryService 106 Rocket, se disolver solo, sin perjuicio para nadie. Ni siquiera paracualquier remoto y posible mundo habitado. Tenamos que pensar en todo, usted lo

    sabe.

    -S, yo lo s -convino ella apagadamente. Sus azules, limpios ojos inteligentes seentornaban tras las estilizadas, bellas gafas. Contempl profundamente preocupada elgris, hermtico, estrechamente vigilado hangar once, en torno al cual se movanincesantes las patrullas de verde uniforme de la Fuerza Militar Espacial. Y aadironcamente la bella Karin Dark, agente de Seguridad Espacial-: Dios mo... Es horribleimaginar que esa bomba, esa superbomba, mejor dicho, hubiera terminado, por simplereaccin, con todo lo conocido. La materia toda... destruida por la fuerza msaniquiladora creada por el hombre: la superbomba de antimateria...

    * * *

    -Antimateria -suspir con inquietud Walter R. Marston, comandante de vuelosespaciales del cosmodromo del Centro Espacial de los Estados Unidos-. Nada menosque eso, Kirkwood.

    Glenn Kirkwood, teniente de la Fuerza Espacial de Vuelo, se estremeci. Sus grisesojos pestaearon bajo las rojas cejas espesas. El rostro, joven y enrgico, revelincertidumbre. Y algo de miedo tal vez.

    -Dios... -susurr-. Es que la gente se ha vuelto loca? Para qu quieren la antimaterialos sabios, los cientficos de hoy?

    -Nadie lo sabe. Investigaban algo. Y dieron justamente con lo menos adecuado: elsecreto de la antimateria controlada. Ya entiende, Kirkwood. Liberarla, dejar queacte... y adis la materia. Es un principio bsico: antimateria y materia se destruyenmutuamente. Una delicia. La hecatombe en cadena. El Apocalipsis.

    -Y la estupidez -jade el teniente con ira-. Eso es como manejar nitroglicerina dentro deun vehculo en constante trepidacin. Una duda, el explosivo que cae... y adis. Adis atodo, malditos sean los investigadores.

    -Nosotros hemos sido los designados para deshacer al mundo de lo que el mundo,neciamente, ha producido -mascull el comandante Marston, ceudo. Su crneo rapado,muy rubio, se movi bajo la cruda luz vertical del alojamiento de guardia en elcosmodromo-. Es esta noche. El cohete UNWMS106 parte hacia la nada. Hacia galaxiasremotas. Nuestra misin es tripularlo hasta la rbita de Jpiter, mas all del Cinturn deAsteroides Van Alien. Una vez all, el cuerpo de la nave que nos conduzca, se separarde la cpsula donde reposa la superbomba. Y volveremos a la Tierra. Si Dios quiere,claro.

    -Una deliciosa tarea, no? -brome sarcstico el teniente Kirkwood. Solt un resoplido-.

    Deberan ir sus inventores en persona, malditos sean todos.

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    -Opino igual -suspir Walter R. Marston con tono resignado-. Por desgracia, nada sepuede hacer en ese sentido. Unos laboran por fastidiar al mundo. Otros hemos de ponernuestra contribucin personal para hacerle sobrevivir.

    -Hermoso modo de entender las cosas -Kirkwood peg un puetazo violento a una

    fotografa estereoscpica del muro, donde se vea una gran forma esfrica, azul,hermosa casi, flotando en el vaco negro del espacio, con la Tierra, ms azul y bella an,como fondo de la imagen estelar. En la superficie del cuerpo esfrico, azul, metlico, selean dos enormes letras luminescentes: SS-01.

    -Satlite Cientfico 01! -rugi Kirkwood, irritado-. Monstruos todos de la ciencia!

    El Science Satelyte 01, por supuesto, permaneci inmutable en la fotografa mural,tridimensional, indiferente a los golpes con que el joven Kirkwood desahogaba suimpetuosa ira contra los cientficos del mundo. Ciertamente, la lite de la cienciauniversal se encerraba en las dependencias de aquel fabuloso producto de la tecnologa

    terrestre que era el Satlite Cientfico, primero situado en el Cosmos, en rbita en tornoa la Tierra, para desde l estudiar el espacio, investigar al hombre y su circunstanciacsmica actual, y cuantos fenmenos de todo tipo ofreca la conquista paulatina delUniverso por el ser humano y sus ingenios siderales.

    -Sernese, Kirkwood -habl con voz calmosa Walter R. Marston-. Nada va a impedir yaque cumplamos esa misin. Lo haremos todo lo mejor posible. Por nosotros y por laHumanidad. Luego, que la antimateria se disuelva en el vaco, entre galaxias, a miles demillones de aos de nosotros y de todo mundo habitado. Es lo que se espera denosotros. Y lo que hemos de hacer.

    -Por qu no salimos antes hacia ese punto equis del espacio donde debemos soltar labasura cientfica que todo lo destruye? -indag Kirkwood curioso-. Cada hora quetranscurre, con esa superbomba encerrada en nuestros hangares, el peligro es mayor.Imagine una evasin de lo que contiene, y...

    -Por fortuna, las medidas de seguridad son estrictas -murmur el comandante,pensativo-. Pero opino como usted. No estoy seguro de nada hasta dejar ese artefactodel diablo a mucha distancia del planeta Tierra y de los dems mundos. La suficiente

    para que la antimateria no encuentre materia, y estalle por s sola en el vaco absoluto.Saldra gustosamente a primeras horas de hoy, pero... desgraciadamente hay ya un vuelo

    que sale hoy del cosmodromo, a hora temprana, y hemos de esperarnos, para evitarcualquier colisin.

    -Un vuelo espacial? -se sorprendi el teniente Kirkwood-. No saba de ninguno,comandante.

    -Es especial. Una nave de penados, en ruta al Satlite Penal.

    -El Satlite Penal... -se estremeci Kirkwood-. Eso s que es un cubil maldito. Y no slopor los recluidos all a perpetuidad, sino por su propio alcaide y carceleros... No s sison peores los penados, o sus guardianes. Y no hablemos nada de su jefe...

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    -Orrie Orlov? -el gesto de Marston se endureci-. S, es tan vil y tan despiadado comosus reclusos ms feroces. Tengo la seguridad de que tortura a sus cautivos. Siempreestuve convencido de ello, en los tres o cuatro viajes que he hecho con los cohetes

    penales, conduciendo nuevos reclusos al satlite...

    -Orrie Orlov es un monstruo. Un ser brutal, feroz, ambicioso y cruel como pocos. Deberesignarse a ser alcaide de un satlite maldito como se, con una poblacin deinhumanos celadores y vengativos y ruines condenados por delitos comunes de la peorespecie. Eso le tiene amargado y furioso. Es capaz de cualquier cosa con tal dedesahogar su ira, su impotente y profundo rencor hacia la sociedad, el mundo, sussuperiores... No me gustara nunca verme con un Orlov que tuviera autoridad algunasobre m, comandante. Estoy de acuerdo con usted; debe hacer torturar a sus presos.Estoy seguro de que si hubiera una investigacin de los Gobiernos, o del ControlMundial sobre ese Satlite Penal, se descubriran muchas infamias que nos aterraran.

    -Mi querido teniente Kirkwood, por fortuna nosotros estamos muy por encima de todo

    eso, y la autoridad de Orrie Orlov no nos afecta demasiado -sonri Marston, haciendoun gesto evasivo-. De modo que dejemos de pensar en todo ello... y pensemosexclusivamente en nuestra misin. En el UNWMS106. Y en la superbomba deantimateria. Eso es todo.

    -S, mi comandante -suspir Kirkwood, resignado-. Pensemos en eso. Slo en eso... Nisiquiera nos quedar el consuelo de ver por televisin la Olimpada en el U-Stadium.Tendremos que mantener nuestros circuitos con la base, sin poder conectar con loscanales comerciales e informativos...

    -Resignacin, Kirkwood -Marston se encogi de hombros-. Para nosotros, la Olimpadaes cosa prohibida. Pero est seguro de algo para nuestro regreso: Mark Fury, nuestrocompatriota, habr ganado al menos diez medallas de oro, si no son ms. Y ser elganador legtimo de la gran medalla individual de los Juegos Olmpicos, del sigloXXIII. Est seguro.

    -S, lo estoy -al final sonri, con orgullo nacional, Glenn Kirkwood-. No hay nadie en elmundo como Mark Fury...

    CAPTULO III

    No. No haba nadie como Mark Fury.

    No slo en los Estados Unidos. En ninguna parte del mundo. Ni en las coloniasespaciales. Ni en los satlites habitados. En ningn sitio.

    Mark Fury era nico.

    Y no slo como atleta, sino como hombre, como persona, como ser adorable. Al menos,era lo que ella pensaba. Y ella le amaba.

    Golda Welsh pein cuidadosamente sus cabellos platinados, delante del espejograduable. Cay la cascada de platino hilado natural sobre, sus hombros desnudos.Subi por encima de sus rotundos, erectos senos virginales, plenos como los de una

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    antigua "madonna" de Tiziano, el tejido sutil, tenue, translcido, de sus livianas ropasbreves, a la moda, envolviendo estrictamente aquella parte de su cuerpo que deba serenvuelta, cubierta a ojos de los dems.

    Los ojos de un tono ambarino, jaspeado, increble casi, flotaron en el aire, pero

    realmente parecan hallarse en el vaco. Pensando en la imagen soada, ideal. La imagende Mark Fury. Y jams pudo ser ms ideal la imagen de un hombre amado por unamujer, al menos desde que Penelope am a Ulises; Kirene, la ninfa tesalia, a Apolo;Briseida a Aquiles, o la rubia Sif al escandinavo Thor.

    Porque Mark Fury era la mezcla fsica de todos los dioses y seres mitolgicos hechocarne viva. Porque Mark Fury era un coloso, un gigante hermoso, armnico, esbelto,alto y rubio, de larga melena lisa, de grandes y profundos ojos verdes, de vividainteligencia, honda sensibilidad y dimensin humansima y sencilla. Era el dios perfectosoado por los que, a lo largo de los tiempos, crearon la mitologa griega, escandinava,germnica o britnica.

    Y, adems, ella le amaba.

    Le amaba profunda, tierna, entraablemente. Apasionadamente tambin. Si l la hubierapedido que fuese suya, ella hubiese aceptado sin vacilar, sin dudarlo un solo instante.Pero Mark no peda tal cosa. Mark esperaba. Mark saba que su vida, su fuerza toda,estaba en el deporte. En practicarlos todos, en vencer en todos. No por arrogancia niorgullo, no por ambicin ni altanera, sino, para demostrar que el hombre, el hombre porexcelencia, poda superarse a s mismo, ser, en suma, ese atleta colosal, ese superdotadodel que hablara en tiempos Albert Ducrocq, para decir de l que cada uno reciba laantorcha que le tiende la vida, con el nimo bien dispuesto para la ms importantecarrera que soarse pudo. La carrera ser para el que venza en la lucha contra el azar.

    Y en ese terico, filosfico relevo realmente pattico, Mark Fury haba cogido suantorcha para proseguir la marcha, la carrera, por las imaginarias pistas de ceniza delos estadios olmpicos de la existencia humana y del progreso cientfico y fisiolgico,

    para alcanzar el rcord, universal, en la lucha por la superacin de los lmites mismos dela naturaleza del hombre, en lucha contra s mismo, contra sus propias limitacionesfsicas y contra el ciclo natural de la evolucin, anticipndose a sta y buscando, en el

    podium del estadio olmpico del orbe, la medalla de oro de la Creacin, en su mssublime y suprema expresin de la criatura hecha del barro, un da en que las sombras

    acababan de dar paso al Gnesis, de la misma mano de Yahv, nuestro seor Dios...La mente de Golda Welsh flotaba en esas divagaciones hermosas y admirables, quetenan siempre por epicentro al hombre amado. A Mark, A su Mark. Al ser por s solo,sin sus atributos fsicos de prodigio. A una simple mirada verde y profunda, al brillo deuna luz en unos lacios cabellos de oro, a una sonrisa dulce en una boca enrgica y dura.A una caricia de unos dedos que saban triturar si queran; a un abrazo de unosmsculos que, de desearlo, seran los de un nuevo Hrcules, contra el len de Nemea, lahidra de Lerna, el toro de Creta o el monstruoso gigante Gerin, durante sus fabulosostrabajos.

    -Mark, mi vida... -susurr ella, estremecida, modulando sus labios carnosos, rojos, unasonrisa que era una entreabierta invitacin al ausente Fury, ahora concentrado con los

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    dems atletas de todos los pases, razas y colores de la Sociedad Aliada Mundial delDeporte, all arriba, en el espacio exterior. En el primer estadio olmpico del Cosmos.En Universalia Stadium... Y aadi grave, profundamente, con ternura que slo ella

    poda ahora percibir, porque Mark no estaba all para recoger el gran amor y laspalabras clidas y emotivas de su amada-: Mark, no me importarn tus medallas, ni tus

    triunfos olmpicos, sino t, t mismo y tu honradez en la lucha deportiva, como en lalucha en el terreno de la propia vida, enfrentado a ti mismo, a los dems, a m, a lossentimientos...

    Bes el espejo. Lo bes, soando con Mark Fury. El superhombre, para loscomentaristas de televisin y noticiarios proyectables en los telecines domiciliarios. Elcoloso casi mtico, de la crtica deportiva universal. El hombre, sencillamente, para ella.Mark. Su Mark. Slo eso. Nada menos que eso...

    Termin su peinado, digno de una diosa de la hermosura, de una moradora del Olimpo,junto al dios Zeus en persona, amo y seor de todos los dioses y semidioses de ese

    fabuloso mundo mitolgico al qu Mark Fury pareca pertenecer por derecho propio. Yse puso en pie. Camin, majestuosa, sobre sus zapatos de plata y estrellas de pedrera,hacia la amplia, confortable, area cama de majestuosas pero esquemticas lneasultramodernas, sobre soportes invisibles magnticos.

    Iba a dormir aquella ltima noche, del 2199. Iba a velar, en sueos, el inicio de unnuevo siglo, de la centuria XXIII de la era cristiana. El principio de otra era, tal vez,llena de fascinantes novedades y maravillas. El arranque de una Olimpada nica en lahistoria del mundo.

    Golda durmi pronto. Y so. So con l. Con Mark Fury.

    No hubiera podido ser de otro modo.

    * * *

    Orrie Orlov se acerc al cuadro de mandos electrnicos del Satlite Penal.

    -Conforme -dijo-. Terminemos con los rebeldes. Con los que no colaboran.

    Presion un botn rojo. Era el del gas letal para las cmaras de ejecucin. Funcion el

    sistema de matanza masiva. En una pantalla de televisin de circuito cerradoaparecieron gentes encerradas en celdas diversas. Por los tubos de entrada penetraronoleadas verdes, humeantes.

    Era el veneno. La forma de muerte masiva.

    Empezaron a gritar las mujeres, los ancianos, los hombres enjutos, sudorosos, vencidosen su mayora por las fatigas y agotamiento de las tareas forzosas en el satlite. Rostroscomo cartulas de angustia y de agona, ojos vidriados, desorbitados, bocas convulsas,lenguas que surgan anhelantes, entre dientes espumeantes, entre labios lvidos,formaron una secuencia alucinante y pavorosa, una sinfona visual de horror viviente.

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    Luego, lentamente, el gas letal fue terminando con uno tras otro. Cuerpos humanos,brillantes de sudor, huesudos, torturados, doloridos, se abatan unos sobre otros comoformas de pesadilla, formando atroces piras funerarias, en medio de la verde niebla demuerte.

    -Todo va bien -coment, riendo, el penado Zoltan I Shark, fusil en mano-. Hemosvencido, Orlov.

    -S, hemos vencido -Orrie Orlov le contempl, con su rifle magntico tambin en lamano-. Pero recuerda algo; aqu yo soy el amo. El jefe supremo, Shark.

    -Claro -ri el asesino, convicto de veintids homicidios-. T eres el amo. El jefesupremo. Yo slo soy un esbirro, un humilde, un miserable ayudante...

    -No, eso tampoco -sonri ferozmente Orlov, el alcaide del Satlite Penal-. Eres ms;algo ms que todo eso. Eres mi camarada, mi amigo. T me has ayudado. Eres el

    hombre fuerte de los reclusos. Aquel a quien ellos obedecen y aceptan como jefe.

    -Ellos? -brome Shark-. No todos, Orlov, no todos.

    -Bueno, ahora s son todos -seal las cmaras de televisin, con sus pilas de cadveresentre niebla verde-. Los que no estaban de acuerdo han sido eliminados. Una buenamatanza, eh, Shark?

    -No demasiados, alcaide -ri el convicto-. Solamente un centenar de personas... o pocoms. Poca cosa, verdad?

    -Muy poca -la maligna mueca risuea de Orrie Orlov, alcaide del satlite de lospenados, revel su escaso remordimiento ante aquella reciente matanza, movida por supropio dedo sobre el control automtico del gas mortfero-. Llevo ejecutados ms desetecientos seres humanos en dos aos

    -Y casi doscientos muertos por torturas, recurdelo bien, alcaide,-le refresc sumemoria, suponiendo que ello fuera realmente preciso, el hombre que ahora, de

    principal recluso a muerte a bordo del metlico satlite artificial, en rbita en tomo a laTierra, se haba convertido en un alto jefe del mismo, en un cabecilla, solamentesubordinado a un hombre; a su ex alcaide Orrie Orlov, ahora autntico lder del recinto

    espacial hecho prisin.

    -Muy cierto -la maligna mirada negra del moreno, pequeo, enjuto y fro Orlov, revelsu indiferencia total por las cifras de vctimas a cargar en su conciencia, suponiendo queexistiera tal cosa en su ser-. Muy cierto, s... Te felicito, Shark. Tienes una granmemoria para las cifras...

    -S, sobre todo para cierta clase de cifras... Yo pude haber formado parte de ellas, no esverdad, alcaide?

    -Pero no fue as -la risa perversa de Orlov escap de sus delgados, apretados, finos

    labios-. Y eso ya supone, algo, no es verdad? Colaboraste, fuiste buen muchacho... omuy inteligente. Y ahora recibes tu premio.

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    -Eso es; ahora recibo mi premio... -una risita hueca se elev a su vez de la boca torcidadel muy rubio, casi albino criminal que era Zoltan Shark-. Soy el lugarteniente del muygrande, poderoso y temido Orrie Orlov... Y subjefe de un ejrcito de reclusos, adictos...y de celadores sometidos a la nueva disciplina. Los dems... cayeron bajo el gas letal.Reclusos o guardianes, indistintamente.

    -Sin bromas, Shark -le avis, sibilina, la voz de su interlocutor-. Eres mi segundo. Milugarteniente. Seamos sinceros; eres tan granuja, tan ambicioso y tan falto de escrpuloscomo yo mismo. Por eso nos hemos entendido bien desde un principio. Tenemos Unafuerza despreciable, sucia y asquerosa, formada por asesinos, ladrones y truhanes de la

    peor especie. El mejor de ellos, matara a su madre por cien crditos de oro, estoyseguro. Hay mujeres libidinosas, asesinas y estafadoras, ladronas y prevaricadoras;ninfomanacas y golfas de la peor especie; drogadas y enfermas mentales. Todo eso esnuestro gran ejrcito actual; eso, y un puado de guardianes o celadores que aceptaroncambiar y ser fueras de la ley, enfrentndose a toda la sociedad universal. Ellos tenanalgo que perder como yo mismo. Pero aceptaron. T y los dems sois basura, miseria

    humana, suciedad viviente. Aceptasteis porque no perdais nada y ganabais mucho:libertad, emancipacin, armas, acaso fortuna, poder...

    -Aceptamos a un jefe que es slo un alcaide de una penitenciara espacial -le avisduramente Zoltan Shark, entornando sus ojos claros, de un azul mortecino y fro comosu piel y su cabello rubio albino-. Qu vamos a ganar con ello? Morir, si acaso, de otromodo que en una vulgar cmara de gas letal, Orlov.

    -O conquistar el mundo -replic con acritud, con voz arrogante y altiva, el ex alcaide dela prisin terrestre en el espacio.

    Hubo un silencio. Shark le mir asombrado. Luego, estall en una larga, profunda,hiriente carcajada, plena de sarcasmo.

    -Conquistar el mundo! -repiti, con voz cuajada de irona, de malvola burla-. Altezaimperial Orlov, qu manda Su Majestad?

    -Imbcil -jade con ira el ex alcaide-. Ni soy alteza imperial, ni sera majestad, en casode ser tal cosa. Eres un sucio y condenado ignorante.

    -Cuidado -mascull el recluso liberado. Y alz, rpido, su fusil desintegrador contra su

    interlocutor-. No me insultes, puerco soador. O te hago aicos en un momento.-Hazlo -ri Orlov, sardnico-. Anda, hazlo si te atreves, asqueroso bastardo. No ereshombre ni para eso, sabandija.

    Era demasiado. Demasiado, sobre todo para un hombre impulsivo, brutal y feroz comosu ex prisionero. Orlov le haba insultado, desafiado, burlado. Zoltan Shark, el asesinoconvicto y confeso, el monstruo de maldad internado all, en el espacio exterior, por largida y justa ley terrestre, reaccion como era de prever. Como se poda temer, en talcaso.

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    Su arma llame contra Orlov. Un fogonazo azul vivido, deslumbrante, de una cegadoralividez. Una carga desintegrante de enorme poder estall contra el cuerpo de OrrieOrlov en el acto.

    Hubo un silencio luego. Estupefacto, acaso arrepentido, Shark contempl a su vctima.

    Si un elefante reciba aquella carga desintegradora, se convertira en polvoinmediatamente. Si un edificio o un bloque de piedra era el afectado, suceda algosimilar.

    Sin embargo, ahora nada haba sucedido. Orrie Orlov, alcaide del Satlite Penal hastapocas horas antes, estaba all, erguido ante l. Indemne, fuerte, seguro de s. Lleno devida, a pesar de la carga corrosiva lanzada sobre l.

    -Qu..., qu significa...? -jade Shark-. No quise hacerte nada, Orlov, pero..., pero meofusqu... Sin embargo... Sin embargo...

    Baj su arma humeante. Mir, confuso, al hombre risueo, fro, hermtico, erguido antel. No era posible que su blanco hubiera fallado. Y no obstante...

    -Shark, sigues siendo un maldito cerdo sin cerebro -silabe Orlov-. Lo sers toda tuvida, sucio rufin. Pudiste haber causado un gran mal. Por fortuna, hay algo entre losdos. Algo que no ves. Y que tu pobre mente obtusa sera incapaz de sospechar. Algoque te impide hacer nada contra m. Pero que no me impedira aniquilarte impunementea ti.

    -No..., no te entiendo... -humedeci sus labios, plido y estremecido.

    -Una pantalla, estpido. Una pantalla invisible magntica. No hay carga alguna capaz desalvarla si es disparada hacia m. Porque la emito yo. Yo mismo. Y no te dir cmo,claro est. Esa pantalla o campana aislante magntica, que rechaza todo ataque odisparo contra mi persona, me acompaa siempre. Pero es monofsica. Es decir, slotiene actividad y efectividad en una direccin: hacia dentro. Hacia m. Hacia fuera, estan frgil como un delgado vidrio. Si te disparo yo, te destruyo. Quieres comprobarlo,

    puerco?

    Y levant su propio fusil corto, chato, de cargas corrosivas de gran potencia trmica,cpsulas calorficas, capaces de fundir a un ser humano, a ms de setecientos grados

    centgrados sobre cero.

    -No, no! -aull, horrorizado, Shark, retrocediendo y soltando su rifle-. No, por favor,por piedad...

    -Piedad... Favor... -repiti, despectivo, Orlov, con una agria carcajada de burla-. Acasosabes t lo que todo eso significa realmente? Lo supiste alguna vez? No, malditoimbcil, asqueroso y torpe cobarde. No sabes nada de nada. No perdonaste jams anadie. No sentiste nunca nada humano por nadie. Pero aun siendo un tipo despreciable

    para muchos, no soy tan necio como piensan. Te desprecio y te odio. Te vigilo y no mefo de ti, Shark. Pero te necesito. Y te necesito de veras. Seguirs vivo, no temas. Pero

    slo porque me eres necesario, entiendes? De tu propia mentalidad, de tu sentidocomn, depende el que sigas vivo o no. Es mi ltima palabra. La ltima, enterado?

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    -S, s... -jade el ex convicto-. La ltima..., la ltima, Orlov. Perdona. Perdona miestpido error. Nunca ms suceder. Nunca ms intentar hacerte dao alguno...

    -Claro que no. Por la cuenta que te tiene, nunca ms lo hars, imbcil. Si as fuera...sera lo ltimo que haras. Tu ataque golpeara la campana magntica. El mo, en

    cambio..., te llegara con toda su potencia. Te hara pedazos. Te desintegrara en un parde segundos, sin dejar de ti el menor rastro.

    -No volver a suceder. Nunca, Orlov. Nunca...

    -As est mejor -suspir calmosamente el actual amo y seor del satlite penitenciario- .Ahora, escucha esto, necio. Te dije antes algo que te hizo rer. Algo que provoc esteincidente: voy a conquistar el mundo. Ser el primero y autntico amo del mundo,Shark!

    -Tonteras. Eso nunca suceder. Otros lo intentaron antes que t. Y eran genios:

    Napolen, Hitler... Nadie lleg nunca a dominar el mundo, por mucho que lo intent.

    -Yo lo har.

    -Cmo, Orlov? Eres solamente un ex alcaide. Dominas este satlite. Pero en cuantoellos lancen contra este simple cuerpo metlico cualquier arma destructiva, qusuceder?

    -Ahora sera nuestra ruina. El desastre -Orlov solt una carcajada-. Dentro de dos o tresdas... ser el desastre de todos. Del mundo. Del sistema solar. De todo. No se atrevern.

    -Ests loco. No te entiendo.

    -Vas a entenderme pronto., Y no es una locura. Primero, hay algo fundamental: nadiesabe en la Tierra lo sucedido. No pueden saberlo. Yo mandaba aqu. Yo sigo mandando.Los encargados de comunicar son los mismos. Las claves, idnticas. Los informes, los

    previstos. Quin puede sospechar nada anormal? Y as ser, en tanto no llegue unainspeccin o sospechen algo. Segundo: vamos a invadir un satlite vecino.

    -Invadir?. Cul?

    -El de la Ciencia.

    -Imposible! Tiene militares, sistemas de seguridad, armas...

    -Yo conozco su funcionamiento. Todo. Antes fui jefe de defensa de ese satlite. Lopodra dominar en diez minutos, sin que nadie en la Tierra supiera nada. Luego...

    -Luego... qu, Orlov? Habrs dominado dos satlites artificiales. Eso ser todo. No esconquistar el mundo, precisamente. Ni mucho menos.

    -Eres un necio. Como alcaide de este satlite penitenciario, recibo puntualmente

    informes y datos del cosmodromo del Centro Espacial. Por ello s que parte una naveespacial, en ruta hacia Jpiter.

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    -Jpiter? -silb el recluso-. Eso est muy lejos...

    -Va ms lejos an. Pero solamente una parte del cohete. El resto, tripulado, se queda enla rbita de Jpiter, y regresa a la Tierra a supervelocidad, por medio de los motoresinicos. La cabeza del cohete sigue rumbo a las estrellas. A las galaxias. Pero no llegar

    jams a ellas. Cuando alcance una zona vaca, amplsima, del espacio sideral... boom!,estallar.

    -Qu es lo que estallar? Una bomba de hidrgeno? Gas letal?

    -Peor an. Antimateria.

    -Antimateria! -pestae el ex recluso Zoltan Shark-. Qu es eso?

    -Grandsimo ignorante... -mascull Orlov, con sus negros ojos fulgurantes-. Antimateriaes lo contrario a la materia, claro est. Pero eso no lo explica todo. Existe un principio

    fsico inmutable. Si se produce alguna vez antimateria, sta destruye a la materia, alencontrarse ambas. Entiendes lo que significa? Chocan ambas fuerzas y... adis a todo.T, yo, aqul, la humanidad entera. El mundo, los soles, satlites, planetas. Todo. Esmaterial Est hecho de materia. Al ser bombardeado por partculas de antimateria, lareaccin en cadena lo anula todo. Lo destruye. Lo borra. Ni planeta, ni gente, ni cosaalguna slida. El vaco. El fin. Eso es la antimateria.

    -Diablos... -se estremeci Shark, rascndose la cabeza-. Y para qu quieren una cosaas?

    -Para nada, naturalmente. Los cientficos investigan, inventan, inventan, inventan... Yde repente se encuentran con cosas as: energa nuclear, hidrgeno, cobalto,antimateria... A veces tiene utilidad pacfica. A veces, no. Como los gases paralizantes omortferos. Y han de destruirlos. Bien. Se destruyen. Y eso deja las cosas como estabanantes del error.

    -De modo que van a destruir la antimateria...

    -Eso pretenden. Es una superbomba. Viaja en esa nave. Pasar entre el Satlite de laCiencia y el nuestro. Es el momento adecuado. S cmo detenerlo, cmo frenar susmotores inicos. Una vez en nuestro poder...

    -Qu? -jade Shark-. Entonces s que sabrn en la Tierra que algo ha sucedido en estossatlites...

    -Claro que lo sabrn. Qu nos importar entonces?

    -Pero, Orlov, pueden enviarnos una flota de guerra, aniquilarnos...

    -Desde luego -ri el ex alcaide-. Pueden hacerlo. Yo no podra impedrselo.

    -Entonces...?

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    -Pero piensa un poco. Si lo hacen, la superbomba de antimateria estar en mi poder. Ysu ataque a nuestros satlites la hara estallar. Eso sera el final para todos.Sinceramente, Shark, brees que los gobernantes del mundo se atrevern a destruirnos,destruyendo a la vez la superbomba de antimateria... y con ella al Sistema Solarcompleto, y acaso a toda la Va Lctea sin excepcin?

    Por primera vez, brillaron con astucia y aire de triunfo los ojos del asesino prisionero enel satlite de los penados. Mene negativamente la cabeza, con nfasis.

    -No. En se caso, no. Eres genial, Orlov. Pero..., cmo vas a conseguir esa maravillosabomba?

    -Es cuenta ma, Shark -ri entre dientes Orrie Orlov-. Pero no va a ser muy difcil. No,amigo mo. Contra lo que muchos puedan pensar, apoderarse de la superbomba deantimateria, cuando se sabe cmo hacerlo, es sumamente fcil para m...

    CAPTULO IV-Apoderarse de la superbomba... Est loco, Orlov?

    -Rematadamente, sin duda -el ex alcaide solt una carcajada. Tena su rifledesintegrador fijo en los dos pilotos, en el teniente Glenn Kirkwood y en el comandanteWalter R. Marston-. Su viaje ha terminado, amigos.

    -Hizo accionar los frenos magnticos de emergencia, los que solamente se utilizancuando una nave va a la deriva, sin posible remedio. Ese no era nuestro caso, y usted lo

    sabe.

    -Claro que lo s -mir de soslayo a la hilera de hombres armados, con traje espacial yartefactos destructores, que rodeaban en semicrculo al piloto y copiloto de la naveinterceptada en el vaco. Uno estaba an cerrando las tapas hermticas de acceso a

    bordo, movidas por ellos desde el exterior, apenas frenaron al UNWMS106-. Pero ahorasoy yo el que manda a bordo. Comandante Marston, queda relevado del mando.

    -Eso es un motn. Un acto de piratera, exactamente -protest con viveza Kirkwood.

    -Teniente, usted tambin queda relevado de su obligacin de suplir a su jefe recin

    relevado. Ambos son mis prisioneros.

    -Prisioneros, de quin? -quiso saber el comandante-. De un alcaide de prisin legal?

    -De un ex alcaide -rectific altivamente Orrie Orlov, irguindose-. Ya dej de ser unhombrecillo insignificante y vulgar. Soy Orlov, el conquistador. Orlov, el dominador.Orlov, el amo del mundo.

    Kirkwood y Marston se miraron, perplejos, asombrados. Como de comn acuerdo,ambos estallaron en una carcajada que tena mucho de despectiva. Los ojos negros del

    pequeo Orlov centellearon con ira contenida. Muy mal contenida, por cierto.

    -El conquistador, el dominador! -repiti Marston, irnico.

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    -El amo del mundo! -corrobor Kirkwood, sardnico-. No es admirable, seor? Nadamenos que el inimitable, inteligente, poderoso, admirable Orlov, oscuro y humildealcaide de una penitenciara espacial..., convertido en un dominante y prodigioso amodel mundo... Para rer hasta la muerte, seor!

    -Eso es, teniente Kirkwood -jade convulso el alcaide-. Para morir hasta la muerte... Yesto es su muerte, imbcil!

    Dispar furiosamente su carga letal contra Glenn Kirkwood, copiloto del UNWJMS106.Al joven oficial de la Fuerza Espacial le cogi por sorpresa aquel ataque asesino: Seencogi en su asiento de mando de la nave. Eso dur un instante. Uno, dos segundostodo lo ms, mientras una cpsula trmica, de cientos de grados sobre cero, reventaba,en un estallido como de crdeno fuego de artificio, que repentinamente se volvi rojocandente, y luego azul, envolviendo en una masa rojiza, azulada luego, y negruzcadespus, al infortunado piloto del espacio.

    Cuando la llamarada se volatiliz dentro de la, cabina, la masa negra que era el cuerpoantes joven y vital de Glenn Kirkwood, se desmoron en fragmentos negruzcos, ensimples pavesas crujientes y acartonadas, que poco antes haban sido una formahumana, un ser vivo y lleno de vida.

    -Cobarde, asesino! -aull Walter R. Marston, perdido todo control de s mismo ante elhorrible asesinato cometido ante sus ojos.

    Y quiz pensando en que vala la pena sacrificarse, para eliminar al monstruo, hizofuego, con pasmosa celeridad, extrayendo de sus ropas especiales un arma corta ymanejable: una pistola de cilndrico can ancho, que vomit dos esferas azules,restallantes, contra la figura del criminal.

    Orrie Orlov, el asesino alcaide, hubiera sido envuelto inexorablemente en aquellas doscargas corrosivas de alto poder qumico. Pero lo nico que logr Marston fue ver cmo,inexplicablemente, se estrellaban en una especie de fogonazos intiles, formando dosestrellas azules, fugaces, como de nieve pulverizada y disolvente, contra algo, un muroinvisible, cristalino, transparente, delante mismo de su vctima segura.

    Orlov ri: Y sigui riendo mientras pavesas azules, lvidas, inermes, caan al suelo, alreventar las cargas de modo estril. Marston, furioso, se ech atrs en su asiento,

    empezando a entender.-Maldito... -mascull-. Una pared... Un muro magntico monofsico...

    -Exactamente, amigo -Orlov solt una agria, cruel carcajada. Y framente, condeliberada lentitud y parsimonia, recrendose en su crimen, apret el gatillo de su riflecontra Walter R. Marston.

    Los resultados no podan ser otros. Se repiti la alucinante ejecucin. Como Kirkwood,su camarada Marston, jefe del vuelo del UNWMS106, recibi una carga de fulgurantetono crdeno, lvido, que se transform rpidamente en rojo intenso, para terminar en un

    azul apagado, que envolva ya una figura primero crdena, luego escarlata ardiente ypor fin azulada, hasta un negro intenso, de carbn, crepitante y deslavazado, que

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    difcilmente, al desmoronarse en fragmentos sobre el suelo de la cabina, se hubierapodido relacionar con lo que muy pocos segundos antes era un slido y macizo cuerpohumano, con el uniforme de la Fuerza Espacial y el grado de comandante de vuelo.

    -Asunto liquidado -habl glacialmente Orlov bajando el arma. Mir al fondo, a la

    metlica puerta de seguridad antirradiactiva, que cerraba la cpsula en donde viajaba lasuperbomba. Hizo una sea expresiva a sus hombres-: Es nuestra, muchachos.Tenemos, ya en nuestro poder la superbomba. Trasladadla al Satlite de la Ciencia,donde tenemos a todos los rehenes vivos. Pronto sabrn lo sucedido en la Tierra, perono tendrn idea de cmo reaccionar. Sobre todo, contra el Satlite de la Ciencia y susrehenes vivos. Nosotros, en cambio, disponemos de la antimateria. Esa es el arma paraaniquilar al mundo... si el mundo no me admite como su indiscutible amo y seor!

    Se irgui, solemne. Hinch orgullosamente su torso. Se senta seguro, dueo de s. A suespalda, lentamente, avanz ahora el ex recluso Zoltan Shark que, malvola peroadmirativamente, le contempl en silencio, arma en ristre, capitaneando al grupo de

    gente armada del malvado alcaide.

    En una pantalla de televisin de a bordo la imagen en color de un presentador se puso ahablar enfticamente, sobre un fondo de anillos olmpicos, estrellas y msica deportiva:

    -Seoras y seores telespectadores de la World 3D-TV Color Broadcasting, en suretransmisin especial en cadena desde el Universalia Stadium del espacio, iniciando las

    pruebas deportivas con una exhibicin especial de Mark Fury, gran favorito mundial deestos Juegos Olmpicos extraordinarios... Feliz ao 2200... y adelante el U-Stadium,desde el espacio! Patrick Grant, comentarista deportivo de la televisin, sigue conustedes, amigos...

    La imagen arrogante y firme del joven Patrick Grant, comentarista especial de deportespara la retransmisin mundial de la Olimpada 2200, se difumin de la pequea pantallaen color del rocket UNWMS106, para ser sustituida por una gran panormica delinterior del estadio olmpico espacial de Universalia, repleto de un pblico heterogneo,multicolor y ruidoso, que aplauda al gran coloso, al superfavorito de los JuegosOlmpicos del siglo XXIII, Mark Fury.

    Superpuesta la imagen, hasta cobrar toda su nitidez, emergi la de Mark Fury, con suuniforme de atleta norteamericano, en el centro de la gran pista de pruebas olmpicas,

    dispuesto a una exhibicin especial ante los millares de espectadores reunidos en el U-Stadium, situado en rbita alrededor del mundo.

    -Bah! Deportes, atletismo... y ese rubio gigante a punto de hacer tonteras ante lamasa... -mascull con desprecio el alcaide Orlov, cerrando de golpe el receptor detelevisin de a bordo. No me interesa el deporte, ni el espritu olmpico, ni nada denada, de todas esas estpidas exhibiciones de monstruos de feria... Mark Fury y suinsoportable aire de superhombre...! Ante mis armas quisiera yo ver a ese pobre manojode msculos sin cerebro...

    Luego, de repente, dej de hablar. Sus ojos adquirieron una maligna expresin. Su

    rostro todo se crisp, movido por un impulso de maldad y ferocidad sin lmites. Al final,estall en spera, brusca, hiriente carcajada.

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    Intrigado, Zoltan Shark se movi hacia l. Le pregunt:

    -Orlov, qu te ocurre ahora? Qu es lo que hay de gracioso en todo eso de laOlimpada del ao 2200? Creo que te entiendo menos que nunca...

    Dej de rer, para contemplarle casi con desprecio, con sarcasmo rebosante. Afirm,enftico:.

    -T nunca entiendes nada, sabandija, escoria de la sociedad... Tu cerebro de asesino noda para ms, verdad? S, he pensado algo... Algo muy gracioso, relacionado con esaridcula Olimpada... He pensado.;., he pensado que necesitamos un golpe inicial. Ungran golpe, sangriento y terrible, que estremezca al mundo, que le cause pavor, queaterrorice a los Gobiernos y acobarde a los pueblos... Un golpe de efecto. Teatral,demoledor... S, sa era mi idea. Pero no saba dnde... No tena la menor idea del lugarni el momento adecuados para causar un impacto mundial, Shark... Ahora es diferente.Ahora ya lo s...

    -Quieres decir,..? -Shark se qued sin aliento. Era un asesino sin piedad; aun as,palideci intensamente-. Ests dando a entender que pretendes...?

    -S, ahora me has entendido -ri sarcstico-. Lo has acertado, Shark, pobre imbcil. Yatengo elegido mi lugar ideal. La Olimpada...

    -Cielos, no...! -jade el criminal, lvido.

    -Eso es: miles de muertos. Vctimas a mansalva. Un caos. Un horror universal. El U-Stadium... atacado por el gran poder de Orlov. Entiendes? El principio del fin! La

    primera oleada del futuro amo del mundo! La hecatombe, el holocausto, el Apocalipsis,la muerte, la sangre y el horror... en el Universalia Stadium en plena Olimpada...!

    * * *

    Y en plena Olimpada sucedi.

    Fue el caos ms alucinante que pudieron registrar las crnicas de la poca. El mayor yms devastador holocausto humano en mucho tiempo, desde que terminaron las guerrasentre potencias terrestres.

    Fue el horror, la hecatombe, el infierno estremecedor y sangriento que a m, como atantos otros, me toc vivir en aquella trgica efemrides que nunca olvidar mientrasviva. Ni ser olvidada jams por cuantos lo presenciaron, a travs de las retransmisionestelevisadas o, lo que fue peor, como testigos directos, presenciales, en el mismo teatrode la tragedia.

    Fue la primera prueba del poder delirante de Orrie Orlov, aunque por entonces yo nopoda saber eso, ni tan siquiera sospecharlo. Fue su golpe de muerte sobre unahumanidad que ya solamente pensaba en paz, deporte, progreso y convivencia.

    Fue el gran holocausto con que se inici trgicamente el siglo XXIII. El Olmpico aoespacial 2200. Entre sangre, muerte, destruccin, horror y tinieblas.

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    Yo estaba all. Yo fui testigo directo. Yo fui personaje a la vez. Yo sobreviv, sin saber aciencia cierta cmo. Pero sobreviv.

    Y eso s que puedo contarlo por m mismo. Por mi directa y personal impresin, por midolorosa, lacerante experiencia.

    Yo, Patrick Grant, de la World 3D TV Broadcasting, viv de este modo aquel espantoso,inolvidable da en el espacial y hermoso Universalia Stadium, destinado a ser centrouniversal del deporte en su ms pura expresin..., y fue reservado por la fatalidad paraser tumba, escenario de muerte y dolor para tantos miles de seres humanos...

    Yo lo viv as...

    * * *

    Mark Fury acababa de ser anunciado por el gran juego de altavoces del U-Stadium.

    Iban a comenzar las pruebas decisivas de atletismo. Mark se integraba al gruponombrado paulatinamente, y en lnea all abajo, en las grandes pistas de competicin,

    bajo miradas de luces de los espejos solares, que llenaban de claridad artificiosamentediurna, todo el vasto recinto olmpico, repleto de miles y miles de entusiastasespectadores. Las cifras de los indicadores electrnicos, sealaban una asistenciaaproximada de doscientos noventa mil espectadores, en los apretujados graderos delrecinto deportivo espacial.

    Abajo, los atletas eran acogidos con ovaciones clamorosas. Pero la mayor de todas esas

    ovaciones, estuvo destinada, naturalmente, a Mark. Fury. Al favorito de todos, alcolosal, al superdotado Mark Fury, el gigante del deporte atltico mundial en cualquierade sus facetas.

    El gigante rubio salud humilde, sencillamente, como todos los dems, desde la zona desalida de la gran carrera atltica inicial. Los dems compaeros le contemplaron concierta irreprimible envidia. Saban que no podan hacer nada frente a aquel coloso delesfuerzo fsico. Pero haban de competir, porque eso era lo importante. Ganar, resultabasecundario para cualquier atleta ntegro.

    Cuando se inici la prueba, un silencio impresionante reinaba en el U-Stadium. Yo me

    volv, en la gran tribuna central, destinada a prensa, televisin y personal especial detodo tipo, a mi vecino de asiento, que result ser vecina. La Vi aplaudir con entusiasmola aparicin del hroe casi mitolgico. Y ahora segua con vivo inters el movimientortmico de las piernas y brazos del titn, all abajo, seguido por cientos de cmarastridimensionales y cromticas, para la retransmisin a la Tierra y colonias terrestres.

    Yo estaba encargado en esta jornada del comentario sobre las pruebas, para unaretransmisin tcnica posterior. Al siguiente da, me ocupara de comentar lasincidencias de la retransmisin.

    A mi lado, mi vecina se morda el labio inferior, animosa y entusiasmada por el magno

    espectculo olmpico, Creo que nadie poda imaginar lo que iba a suceder en aquel

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    soberbio recinto, orgullo de la ingeniera y la tcnica humanas, solamente unos minutosms tarde....

    La primera noticia la tuve por medio de mi compaera de asiento precisamente. Enplena prueba, agitadamente, un funcionario de la central, de comunicaciones mltiples

    del Universalia Stadium, lleg hasta ella por la amplia fila entre nuestra hilera deasientos y la anterior. Le entreg algo, un mensaje en el que, fugazmente, vi elmembrete azul de la Seguridad Espacial, con el distintivo de Comunicaciones Urgentes.

    Ella lo ley. La vi palidecer: Rpido, dirig una ojeada de soslayo a su papel escrito porel teletipo espacial. Soy curioso, lo admito. Un periodista debe serlo siempre, aunquecon ello pequ de inoportuno y de entrometido.

    El texto era escalofriante. Casi no di crdito a mis ojos cuando lo capt, fugazmente.

    Satlite Penal ocupado por sediciosos. Satlite de la Ciencia sin conexin con Centro

    Espacial. Cohete UNWMS106 desaparecido.

    Ella se incorpor vivamente. La vi correr hacia las cabinas encristaladas deComunicaciones Mltiples. Tena el rostro del color del papel que haba tomado pocoantes.

    El Satlite Penal ocupado... Era grave, pens. Y ms grave no tener conexin con elSatlite de la Ciencia.

    Pero lo peor era el ltimo informe. Para mucha gente, las cifras UNWMS106 nosignificaba nada. Para m, s.

    Tena buenas amistades en el Centro Espacial. Saba de aquel cohete del que la gentedel Centro hablaba como de un feo tab. El United Nations-World Military Service106, llevaba un artefacto peligrossimo, para ser destruido. Un ingenio aniquilador sin

    precedentes. No se deca exactamente lo que era, al menos de un modo oficial. Pero yohaba captado rumores, cuchicheos. Un reportero siempre caza cosas as. Aquelingenio destructor, aquel arma letal... poda ser antimateria.

    Sent un escalofro hasta el fondo de mis huesos. Ya ni siquiera la victoria de MarkFury, indiscutible en la ltima recta de carrera, me importaba lo ms mnimo. La

    majestuosa Olimpada, haba dejado de tener sentido para m. No representaba nada.Nada, salvo una incongruencia feliz, dentro de un mundo en peligro tal vez. En el peorde los peligros jams imaginados...

    Me dispuse a seguir a mi vecina de asiento, fuese ella quien fuese, hasta la cabina decomunicaciones mltiples del U-Stadium. Me levant de mi asiento en la gran tribunacentral, y as lo hice.

    Eso creo que salv mi vida. Y tambin la de ella.

    Pero cuando yo fui en pos de la dama, no poda imaginar tal cosa. Sencillamente,

    buscaba curiosear, informarme, saber algo ms de aquella ominosa informacin secretay urgente...

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    El destino estaba a mi favor. Y al de ella. Como al de algunos de los presentes en laprimera Olimpada Espacial. Algunos, no muchos...

    Todo comenz cuando yo estaba cerca de la gran vidriera semicircular de acceso a lasiluminadas cabinas de comunicaciones mltiples. O, ms bien, debera decir que

    entonces todo acab...

    Porque entonces estall la primera carga explosiva.

    Las luces oscilaron, apagndose en principio, para encenderse luego por medio de losconductos de emergencia. Un estruendo formidable sacudi los mbitos livianos,

    plastificados, del enorme estadio espacial.

    Se resquebrajaron las grandes cpulas blancas, casi celestiales de puro bellas yestilizadas. Se desmoronaron enormes segmentos murales. Gradas, cornisas y tribunasempezaron a abrirse dramticamente, entre alaridos de la multitud.

    Luego, son el segundo estampido, un nuevo bamboleo del Satlite Olmpico, que nosvolte a todos, arrojndonos de ac para all, o lanzndonos unos contra otros, endramtico y aterrador enjambre. La oscuridad ahora fue total, con el fondo angustiosodel sistema automtico de alarma, estremeciendo los mbitos con alaridos de sirenas yulular de resortes electrnicos de peligro.

    Dur cosa de cinco o seis segundos la tiniebla total. Cuando las luces de emergenciamxima del Satlite del Deporte, con su claridad inferior a un veinte por ciento de laclaridad total, volvieron a brillar, extinguidas las bateras solares, en derredor mo, todoera confusin.

    Me dola tremendamente la cabeza, la frente en especial. Retir de ella mi mano baadaen sangre. Vidrios, plsticos y metales retorcidos me envolvan por doquier. Todo a mialrededor era un espantoso caos humeante, convulso, ensangrentado. Me rodeabandocenas de cuerpos sin vida. Y el mo lo hubiera estado tambin, bajo cualquier pila decadveres o de agonizantes seres destrozados, de no tener la enorme, increble fortuna,de que uno de los soportes de aluminio plastificado de la seccin de comunicacionesmltiples, me hubiera cado encima, sirvindome de soporte, donde rebotaron infinidadde cadveres y moribundos, desperdigndose por doquier.

    Ante m, las propias oficinas de Comunicaciones eran un pandemnium aterrador, concuerpos desgajados, colgados, o bien triturados por un alud de fragmentos de metal yplstico. No quise, ni mirar, atrs, a las amplias tribunas y graderos dnde los alaridos,llantos y gritos ponan la piel de gallina y provocaban un pavor desconocido encualquier ser humano. De las pistas de atletismo, ni siquiera un gemido poda llegar am.

    En medio de aquellas semipenumbras, entre ulular de sirenas, sangre y chillidos oestertores, me mov convulso, estremecido, sintiendo que la sangre corra por mi rostro,que mi pierna derecha estaba lesionada de importancia, aunque poda arrastrarla con

    bastante energa, y que, por puro milagro, era un superviviente, al menos por el

    momento, en medio de un cementerio pavoroso e increble, donde antes, todo era luz,alegra y entusiasmo sano y deportivo.

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    Tuve que apartar cuerpos. Creo, que por primera vez en mi vida, vomit.

    Dbil, tambaleante, aterrorizado, pude dar unos pasos ms, sintindome ligeramentemejor. Me tuve que apoyar en una vidriera medio destruida, entre teletipos, telfonos y

    pantallas de televisin tridimensional, monitores y toda clase de cables procedentes de

    conexiones espaciales.

    Tcnicos, expertos, comentaristas, reporteros... Caras conocidas, familiares. Muchachasazafatas, hermosas, con el liviano uniforme de la Olimpada, encargadas de servir a losnumerosos periodistas y corresponsales de todo el mundo, yacan ac y all, entre otroscuerpos. Piernas bien formadas de mujer, inertes o ensangrentadas, exhiban en una

    panormica dantesca sus curvas ya sin atractivo, puras formas de cuerpos muertos,inertes, abatidos por la feroz guadaa de una hecatombe inexplicable an para m.

    Llegu a la Seccin de Comunicaciones Militares del Espacio. All estaba mi vecina delocalidad. Creo que era el nico ser vivo en medio de un montculo informe de

    cadveres.

    Con ojos dilatados, que sin embargo no podan afearse a pesar de su evidente aire dehorror, sangrante su brazo herido, sangrante su muslo derecho tambin, y con algunosaraazos y roces en el rostro y cabeza, entre los cabellos, que se tean de rojo entre lasraces, algo menos rojas, o al menos de un rojo distinto al de la sangre...

    Sus gafas de montura estilizada yacan junto a ella, salpicadas tambin de sangre,partidas en dos. Pero eso no importaba mucho. El Satlite del Deporte, el majestuoso U-Stadium en rbita, oscilaba peligrosamente, bambolendose en su rbita, cargadorealmente con cientos de miles de muertos.

    -Dios sea loado, es el Apocalipsis -musit, inclinndome sobre la muchacha. La tomentre mis brazos, la alc con todas mis energas posibles, apartndola de tanto ser sinvida, triturado ac y all, y corr con ella, fuera de lo que, tras ser nuestro recinto desalvacin, poda convertirse inmediatamente en un cepo de muerte para ambos.

    No me equivoqu mucho. Hubo otro enorme crujido, un bamboleo siniestro, aterrador,que pens partira en dos el Universalia Stadium, arrojando a todos al vaco, y todo elPabelln de Comunicaciones Mltiples se hizo aicos al venirse abajo, con un crujidoseco y rotundo.

    Para entonces, yo estaba fuera, con mi carga femenina en brazos, movindome agitada,enloquecidamente, en medio de un caos aterrador de sangre, muertos, gritos y estertores.

    No ramos, por fortuna, los nicos supervivientes en aquel cataclismo espacial sinprecedentes. Me tropec, de sbito, con un rostro convulso, lvido, conocido. HerrDoktor Haupman, el poderoso y risueo Kurt Haupman, presidente del ComitOlmpico Internacional, se encar con nosotros en ese momento, como un poseso. Memir, alucinado. Creo que en principio, ni siquiera me conoci. Luego, al descubrir alfin a dos seres vivos, como l mismo, se detuvo, me aferr un brazo, me zarande,crispado.

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    -Cielos, usted... -le o musitar con una voz que no pareca la suya-. Es Grant, s... PatrickGrant, de la televisin...

    -No s lo que soy ni quin soy -dije roncamente, tomando aliento-. No s nada denada... Slo s que vivo. Que an vivo, herr Haupman...

    -S, es Grant, amigo... -afirm, rotundo, como quien hace un descubrimiento genial-. Esusted, muchacho... Cmo..., cmo pudo salvarse?

    -De milagro, no s... Nunca se saben esas cosas... Herr Haupman, qu sucedi?

    -Dios, si pudiera responder a eso... -gimi l, y vi correr lgrimas de sus ojosenrojecidos. Me contempl. Y vio el cuerpo balbuceante que yo transportaba-. Ella...,ella es la seorita Dark;... Karin Dark...

    -Ignoro quin es. Ocupaba un asiento en la gran tribuna, junto a m...

    -Es Karin Dark, seguro. De Seguridad Espacial...

    -S, es lo que creo -suspir-. Pero nunca la vi antes de ahora. Era mi vecina de fila, en lagran tribuna...

    -La gran tribuna -esta vez s se ech a llorar. Me seal patticamente atrs, en tantocruja, sobre nuestras cabezas, amenazadoramente, la enorme cpula y los alerosvolantes del estadio espacial-. Dios mo, no se acerque all! Es horrible... Espantoso,Grant... Ni un superviviente... Ni uno solo!

    -Es imposible -me asust-. Eramos miles...

    -Miles? Cientos de miles en todo el satlite! Cientos de miles de cadveres, amigomo! Un inmenso cementerio, una masacre, una carnicera terrorfica...! Eso es, ahora,el lugar donde estamos...! Y tal vez ni siquiera nosotros nos salvemos, Grant...

    No supe qu decirle. No poda hacer gran cosa. Pero empec a moverme, como undesesperado, hacia el nico punto factible para huir: los conductos colectivos hacia losaparcamientos de aeronaves y de cosmobuses hacia la Tierra.

    Esta vez no haba la aglomeracin de los grandes estadios deportivos. No tuve queluchar contra nadie.

    Cont a los dems que huan conmigo, delante o atrs, sangrantes y despavoridos.

    En los grandes conductos colectivos de pblico para desalojar el estadio, bloqueados enparte por inmensas pilas de muertos y agonizantes, no seramos en esos momentos msde mil o dos mil los fugitivos que podamos huir a la muerte, ms o menos heridos...

    Aun as, la gran incgnita estaba an latente en aquel cuerpo artificial, en rbitaalrededor del planeta Tierra: podramos llegar sanos y salvos a los grandes

    aparcamientos inferiores, bajo las pistas atlticas del U-Stadium? Funcionaran los

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    vehculos espaciales? Nos dejara escapar aquel horror desencadenadoinesperadamente sobre el gran estadio de las Olimpadas del 2200?

    No podamos saberlo nadie. Eso no tena respuesta an. Pero pronto bamos aconocerla.

    CAPTULO V

    Todo result bien.

    Los vehculos funcionaban e iban saliendo de la estacin espacial. Los supervivienteshuan, desesperados, del infierno csmico que era ahora U-Stadium. Yo era uno deellos. Y conmigo, la inconsciente muchacha de Seguridad. Espacial que, segn herrHaupman, era Karin Dark.

    Slo que yo, en el ltimo momento, cuando iba a disponer de uno de los numerososvehculos privados de los que ya no hara nunca uso su dueo, masacrado all arriba, enel orgulloso estadio espacial, tuve un arranque de curiosidad profesional. O tal vez dehumano inters por un semejante. Por un semejante nada vulgar ni corriente. Por elhombre que, a lo largo de meses enteros, haba polarizado la atraccin y el inters delmundo entero.

    Mark Fury.

    Qu habra sido de l? Sobrevivi el superhombre fsico a la gran hecatombedesencadenada sobre el U-Stadium? Pereci en l, como Aquiles alcanzado en su taln

    vulnerable?

    Los dioses tambin mueren. Incluso en la Mitologa.

    Yo sent terror ante esa idea. Mi instinto primario de conservacin, natural egosmocomo ser humano en peligro, trataba de dominar toda otra emocin o sentimiento. Perocreo que todo ser viviente es un hombre, por encima de su profesin. Todos, menos los

    periodistas. Yo era periodista, Y fui periodista antes que hombre. Antes que serhumano.

    Dej a Karin Dark en manos del doctor Haupman. El presidente del Comit Olmpico

    Internacional me contempl con estupor, cuando yo le hice entrega de la joven y leinvit a salir con una de las naves privadas aparcadas all. Haba tantas, que superabancon mucho al nmero de supervivientes. No haba lucha por poseer una de ellas.

    -Llvesela, herr Haupman -invit-. Pronto, trate de volver a la Tierra!

    -Grant, usted est loco... -me mir, atnito-. Rematadamente loco. No pensar quedarseaqu ahora...

    -Tengo que ver algo. Seguir en seguida, en otro vehculo. Desgraciadamente, muchosde estos transportes espaciales se quedarn aqu para siempre, con miles y miles demuertos en derredor..:

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    -Este satlite est destrozado, hundido! -aull Haupman, asustado-. En menos demedia hora puede abrirse del todo, entrar el vaco exterior, desalojando el aire, y

    pereciendo en el interior todos los supervivientes retrasados! O pueden lanzar sobre luna nueva carga explosiva, y aniquilarlo totalmente!

    -S todo eso, herr Haupman -sonre-. De todos modos, haga lo que le digo. Nos veremosen la Tierra, est seguro. Tenga fe en ello, amigo mo. Y ponga a salvo a esa joven seaella quien fuere. Gracias a su vecindad en la gran tribuna, sigo vivo an.:.

    Y sin aadir ms, corr hacia una de las bocas de acceso a las pistas de atletismo ycompeticin, situadas sobre el inmenso aparcamiento.

    Los sistemas electrnicos no funcionaban casi en absoluto. Pese a ello, una de las cintaselevadoras mecnicas, an rodaba, aunque pausadamente. Sub por ella, ayudndomecon la propia velocidad de mis piernas inseguras, vacilantes. Alcanc los accesos a las

    pistas de pruebas en escaso tiempo.

    Normalmente, docenas de empleados de los Juegos Olmpicos, me hubieran impedidollegar a las grandes pistas de hierba artificial, bajo las grandes lmparas de espejossolares. Pero ahora, no haba empleados, sino cadveres y sangre. No haba luces, sinofocos de emergencia dispersos. Y no haba atletas, sino fragmentos de hombres ymujeres, abatidos criminalmente sobre la hierba artificiosa, salpicada de rojo intenso acy all.

    Nadie, pues, pudo impedirme salir a las pistas inmensas, que poco antes eran centro deatraccin de millares de espectadores fascinados, y de objetivos de televisin en color yrelieve, para el orbe entero. Pis la alfombra plastificada, verde brillante, como uncompetidor deportivo ms.

    Aqulla era la Olimpada de la Muerte. Y creo que jams ser humano alguno, en lahistoria del mundo, se enfrent a espectculo tan alucinante y aterrador como aqul.Solo y erguido en un inmenso estadio de trescientas mil plazas humanas en losgraderos. Rodeado de una enorme forma oval de gradas y tribunas antes gesticulantes yemocionadas. Ahora silentes y petrificadas. Goteando sangre por sus peldaos, asientosy vallas. Con una gran tribuna que era un muestrario atroz de cuerpos destrozados. Congraderos abatidos, cadveres colgantes o aplastados abajo. Miles, cientos de miles demuertos alrededor. Un bao de sangre. Un pblico inmenso y callado para siempre. La

    muerte como duea nica del U-Stadium. :Y los atletas?

    Ellos...

    Dios mo. An me estremezco al recordarlo. An tiemblo cuando evoco aquella imagenapocalptica, de jvenes de ambos sexos, con atuendo deportivo, abatidos ac y all,vencidos en plena prueba atltica por el peor corredor que pudieron tener a su lado: laMuerte.

    Me mov como un diminuto espectro por entre cadveres ms o menos mutilados, entretremendas erosiones provocadas por no s qu clase de proyectiles o explosivos. Vi,

  • 8/13/2019 Curtis Garland - Cyborg

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    colgando all, frente a m, la gran tribuna donde yo hubiera colgado, como un pingajohumano ms, baado en sangre, de no mediar mi vecina, la damita pelirroja deSeguridad Espacial. Y aquel inquietante mensaje llegado del Pabelln deComunicaciones Mltiples del Uriiversalia Stadium.

    No quise mirar ms. Ni fijarme en los atletas muertos, aplastados o desgajados. No mira nadie. Sencillamente, busqu a uno. A uno solo. A un hombre excepcional, a undeportista fabuloso, llamado Mark Fury.

    Y lo encontr.

    Estaba all; Junto a la lnea de meta. Haba llegado a rozarla con su calzado de corredor.Era ganador por mucha ventaja sobre los dems competidores. Solamente a la Muerteno pudo vencerla.

    Porque estaba muerto.

    Muerto.

    Mark Fury, el superhombre, el coloso de la fuerza y el poder fsico, haba muerto. Comotodos los dems. Como todo hombre, superhombre o dios mitolgico. Haba muerto,sencilla y llanamente.

    Apenas unas leves manchas de sangre, y un hilo escarlata corriendo entre sus labiossobre el rostro lvido, estirado, sorprendido por el trgico final. Intacto, hermoso yarrogante como siempre fuera en vida. Pero inmvil. Inmvil para siempre.

    * * *

    -Muerto...

    -S. Desgraciadamente, muerto.

    Rein el silencio en la amplia sala. Creo que se hubiera percibido el sonido de unasimple mosca, pese a la enorme amplitud de aquel recinto, de haber existido tal moscaen un ambiente perfectamente asptico y aislado de cualquier contaminacin exterior,como era el Centro de Proteccin Presidencial.

    Desde luego, el presidente de las Naciones Unidas, y los principales jefes de Estado,gobernantes y dirigentes de todos los pases y federaciones continentales del mundo, no

    podan sentirse ya demasiado impresionados por un cadver ms o menos.

    En los grandes tableros luminosos de los contadores electrnicos, iban apareciendo, conescalofriante celeridad, cifras y cifras continuadas. La suma de cadveres ydesaparecidos en la hecatombe espacial del Universalia Stadium, daba cantidadesaterradoras. La ltima que yo haba escudriado en el sumador automtico, daba la cifrade doscientos noventa y siete mil ciento ochenta cadveres. Entre pblico, atletas,

    pe