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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 127 ¡D. Enrique ha muerto! Estas fueron las primeras palabras que el día 27 del mes pasado, por la mañana, oímos con espanto al salir a la calle, refiriéndose a nuestro respetado y amadísimo Director. “¡D. Enrique ha muerto!...”. Y quedamos mudos, asombrados, sin movimiento, heridos en lo más profundo del corazón, sin acertar a pensar, ni sentir, ni desplegar los labios en tales momentos. ¡Dios mío! Aquello no podía ser; aquello no era; debían engañarse… ¿Por qué nos habían dicho aquella palabra tan extraña, tan inverosímil, tan cruel, tan imposible? Fuimos apresurados, casi tambaleándonos, a ver a las Hermanas de la Compañía y… su estupefacción y sus lágrimas nos lo dijeron todo. Nuestros ojos se humedecieron, salieron nuestras lágrimas ante la idea de aquella muerte. ¡Bendito sea el Señor! exclamamos para fortificar nuestro corazón que desfallecía.- ¡Hágase, Dios mío, vuestra santísima voluntad en todas las cosas y en todos vuestros siervos! Sí, lectores teresianos: nuestro Director D. Enrique de Ossó, cuyos artículos habéis venido leyendo y saboreando con fruición tan íntima, con tanta edificación para vuestras almas; el fervoroso, apasionado apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús, a quién no parecía sino que el Señor le había enviado para extender por todas partes las sabrosísimas llamas de ese celestial y santificante amor; el Fundador ilustre de la popularísima Archicofradía Teresiana, de la benemérita “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, del “Rebañito del Niño Jesús”; el autor piadosísimo y suavísimo de tantos libros que, como el Cuarto de hora de oración, han alcanzado en pocos años quince numerosas ediciones; nuestro amigo del alma y compañero muy querido desde hace más de cuarenta años, casi toda la vida, ¡ha muerto! Pero ha muerto, como había vivido, ha muerto en el Señor, como mueren los justos, en su santa Casa, trabajando por Él, pensando sólo en Él y en su alma, colocado en santa soledad. ¡Bienaventurados los que mueren en el Señor! El día 27 de este mes, así que se recibió por las Hermanas del Colegio Mayor un telegrama anunciando la tristísimo noticia, la Superiora General, que hace mucho tiempo se halla bastante delicada de salud, con la consternación que es de suponer, dispuso que sin perder tiempo, se pusiesen en camino tres Hermanas del Consejo, la Visitadora General, la Prefecta de Estudios y la Procuradora General, y aunque antes de llegar al Convento Sancti Spiritus (cerca de Sagunto, Valencia) ya supieron que se había dado sepultura al cadáver, quisieron ir a orar sobre la sepultura, que acaba de cerrarse, de su Padre Fundador, recoger las últimas impresiones, santos recuerdos que acababa de dejar en aquella santa Casa franciscana. Desde el día 2 de Enero que se hallaba entre aquellos observantes hijos de San Francisco, a donde le había acompañado, desde el Desierto de las Palmas, el Muy Rdo. Provincial de los Carmelitas, su amigo, pues, en aquella ocasión, deseaba nuestro Director mayor apartamiento todavía que el que le ofrecía el por él tan visitado y amado Desierto carmelitano. El día 6 predicó en la iglesia del convento sobre la festividad del día, dejando a los religiosos edificados y complacidos por todo extremo con su palabra caldeada siempre en el amor a Dios y su Teresa. En ese mismo día empezó a practicar santos ejercicios espirituales, los cuales duraron hasta el día trece. Había empezado a escribir algunos libros, y proseguía escribiendo algún otro que tenía empezado, por ejemplo, Un Pequeño tratado sobre la vida mística, cuyas primeras páginas fueron publicadas en el número anterior de esta Revista, en forma de folletín. Estaba muy bueno de salud actualmente, y alternaba sus estudios y trabajos intelectuales con la oración, no sin dedicar alguna hora de la tarde a esparcir su ánimo paseando por los deliciosos alrededores del convento en compañía de los Religiosos y algún otro sacerdote de una parroquia vecina. El día 27, fiesta de la Sagrada Familia y de San José Crisóstomo, acompañado de algunos Padres salió a paseo, y como se acercase uno de ellos a una fuente y quisiera beber en ella, D. Enrique, viendo sin duda que su compañero no podía hacerlo cómodamente, después de lavar sus manos las unió formando una como concha para recoger toda el agua posible y hacer que bebiese en ellas. Aquella misma noche se recogió a la hora de costumbre, y aunque se sentía molestado por algún malestar en su cuerpo, no hizo caso de ello. Mas serían sobre las once y media cuando los Padres, oyendo recios golpes en la puerta de la clausura, bajaron a abrir, conociendo con asombro que quien llamaba no era sino su respetable y venerado huésped D. Enrique, el cual, sintiéndose indudablemente herido de muerte, se había levantado de la cama

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 127

¡D. Enrique ha muerto! Estas fueron las primeras palabras que el día 27 del mes pasado, por la mañana, oímos con espanto al salir a la calle, refiriéndose a nuestro respetado y amadísimo Director. “¡D. Enrique ha muerto!...”. Y quedamos mudos, asombrados, sin movimiento, heridos en lo más profundo del corazón, sin acertar a pensar, ni sentir, ni desplegar los labios en tales momentos. ¡Dios mío! Aquello no podía ser; aquello no era; debían engañarse… ¿Por qué nos habían dicho aquella palabra tan extraña, tan inverosímil, tan cruel, tan imposible? Fuimos apresurados, casi tambaleándonos, a ver a las Hermanas de la Compañía y… su estupefacción y sus lágrimas nos lo dijeron todo. Nuestros ojos se humedecieron, salieron nuestras lágrimas ante la idea de aquella muerte. ¡Bendito sea el Señor! – exclamamos para fortificar nuestro corazón que desfallecía.- ¡Hágase, Dios mío, vuestra santísima voluntad en todas las cosas y en todos vuestros siervos! Sí, lectores teresianos: nuestro Director D. Enrique de Ossó, cuyos artículos habéis venido leyendo y saboreando con fruición tan íntima, con tanta edificación para vuestras almas; el fervoroso, apasionado apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús, a quién no parecía sino que el Señor le había enviado para extender por todas partes las sabrosísimas llamas de ese celestial y santificante amor; el Fundador ilustre de la popularísima Archicofradía Teresiana, de la benemérita “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, del “Rebañito del Niño Jesús”; el autor piadosísimo y suavísimo de tantos libros que, como el Cuarto de hora de oración, han alcanzado en pocos años quince numerosas ediciones; nuestro amigo del alma y compañero muy querido desde hace más de cuarenta años, casi toda la vida, ¡ha muerto! Pero ha muerto, como había vivido, ha muerto en el Señor, como mueren los justos, en su santa Casa, trabajando por Él, pensando sólo en Él y en su alma, colocado en santa soledad. ¡Bienaventurados los que mueren en el Señor! El día 27 de este mes, así que se recibió por las Hermanas del Colegio Mayor un telegrama anunciando la tristísimo noticia, la Superiora General, que hace mucho tiempo se halla bastante delicada de salud, con la consternación que es de suponer, dispuso que sin perder tiempo, se pusiesen en camino tres Hermanas del Consejo, la Visitadora General, la Prefecta de Estudios y la Procuradora General, y aunque antes de llegar al Convento Sancti Spiritus (cerca de Sagunto, Valencia) ya supieron que se había dado sepultura al cadáver, quisieron ir a orar sobre la sepultura, que acaba de cerrarse, de su Padre Fundador, recoger las últimas impresiones, santos recuerdos que acababa de dejar en aquella santa Casa franciscana.

Desde el día 2 de Enero que se hallaba entre aquellos observantes hijos de San Francisco, a donde le había acompañado, desde el Desierto de las Palmas, el Muy Rdo. Provincial de los Carmelitas, su amigo, pues, en aquella ocasión, deseaba nuestro Director mayor apartamiento todavía que el que le ofrecía el por él tan visitado y amado Desierto carmelitano. El día 6 predicó en la iglesia del convento sobre la festividad del día, dejando a los religiosos edificados y complacidos por todo extremo con su palabra caldeada siempre en el amor a Dios y su Teresa. En ese mismo día empezó a practicar santos ejercicios espirituales, los cuales duraron hasta el día trece. Había empezado a escribir algunos libros, y proseguía escribiendo algún otro que tenía empezado, por ejemplo, Un Pequeño tratado sobre la vida mística, cuyas primeras páginas fueron publicadas en el número anterior de esta Revista, en forma de folletín. Estaba muy bueno de salud actualmente, y alternaba sus estudios y trabajos intelectuales con la oración, no sin dedicar alguna hora de la tarde a esparcir su ánimo paseando por los deliciosos alrededores del convento en compañía de los Religiosos y algún otro sacerdote de una parroquia vecina. El día 27, fiesta de la Sagrada Familia y de San José Crisóstomo, acompañado de algunos Padres salió a paseo, y como se acercase uno de ellos a una fuente y quisiera beber en ella, D. Enrique, viendo sin duda que su compañero no podía hacerlo cómodamente, después de lavar sus manos las unió formando una como concha para recoger toda el agua posible y hacer que bebiese en ellas.

Aquella misma noche se recogió a la hora de costumbre, y aunque se sentía molestado por algún malestar en su cuerpo, no hizo caso de ello. Mas serían sobre las once y media cuando los Padres, oyendo recios golpes en la puerta de la clausura, bajaron a abrir, conociendo con asombro que quien llamaba no era sino su respetable y venerado huésped D. Enrique, el cual, sintiéndose indudablemente herido de muerte, se había levantado de la cama

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envuelto en una manta, para llamar a los Religiosos. Al preguntarle éstos a nuestro amigo si se sentía enfermo, les contestó con un movimiento de la cabeza que sí. Cogiéronle en sus brazos dos Religiosos para llevarle a la cama. Al llegar a ella, pareciéndole a uno de ellos que nuestro Director se hallaba en los últimos momentos, le dio la absolución sacramental. Aquella misma mañana había confesado. Paréciales en parte que su querido y venerado huésped estaba muerto, pero se resistían los Padres a creerlo, viendo la flexibilidad de sus miembros y suave paz de su rostro, por lo cual esperaron por espacio de dos horas a que recobrara los sentidos. Inútilmente lo esperaron. D. Enrique había muerto.

Aquellos observantes Hijos de San Francisco, llenos de inmenso dolor ante aquel tan inesperado espectáculo, pero también profunda a íntimamente consolados en su espíritu por todo cuanto habían visto y conocido en su amado huésped, después del Oficio de cuerpo presente que celebraron en sufragio de su alma, dieron sepultura en su propio y humilde cementerio al cuerpo del que ha sido ejemplarísimo sacerdote y nuestro muy amado Director.

Pero su alma se fue al Cielo, como piadosamente creemos. Los pormenores que por conducto de los Padres Franciscanos han llegado a nuestra noticia; las palabras que han salido de los labios del Padre que fue último Director espiritual de D. Enrique en aquel recogido Claustro; la profundísima veneración que despertó en todos ellos nuestro amigo; el piadoso afán que han demostrado todos ellos por poseer y conservar cualquier objeto, por insignificante que sea, que haya pertenecido al ilustre difunto; todo ello, y otras cosas que sabemos, y otras más iremos sabiendo, con el favor de Dios, todo ello nos induce, nos obliga a creer, que el que fue nuestro querido y respetable amigo, descansa dichosamente en la paz eterna del Señor.

Amador del silencio y de la soledad, no se contentaba nuestro amigo con la vida tan oculta y abstraída que habitualmente llevaba, sino que solía retirarse muy a menudo en lugares todavía más desiertos, como Montserrat, el Desierto de las Palmas, y algún otro, en donde se ejercitaba espiritualmente, escribía sus libros y meditaba alguna nueva empresa a la gloria de Dios y salvación de las almas. Pero esta vez, pocos días antes de morir, escogió y encontró para su retiro un lugar muy recogido a la vez que delicioso, en donde creyó que no le conocerían sus moradores, pues nunca había estado en él, y a dónde no era fácil, por otra parte, que llegasen personas conocidas. Ni los amigos, ni aún las Hermanas de la Compañía tenían conocimiento del lugar en donde a la sazón se hallaba su Padre fundador. Sólo a un Padre de Valencia había comunicado este secreto, siendo el encargado de recibir y transmitirle la correspondencia. ¿Por qué esta vez tanto secreto para con todo el mundo? ¿Por qué tanto deseo de completa soledad, de olvido, de apartamiento, de silencio tan profundo?

No lo sabemos. Pero si reflexionamos ahora sobre las palabras misteriosas que encerrando algo como un adiós se desprendieron de los labios de nuestro Director antes de salir de esta ciudad; si nos fijamos en algunos párrafos de sus últimas cartas a las Hermanas y a un sobrino suyo, en donde no parecía sino que se despidiese para largo viaje; si atendemos a otras circunstancias que ya entonces no pudieron menos de causar grande extrañeza, pero que meditadas ahora, dan no poco que pensar, ¿no hemos de asentir a lo que ha dicho uno de los Padres Franciscanos, sus últimos compañeros (el cual tenía motivos para conocer los secretos del alma de D. Enrique), a saber, que el Señor ha ido disponiendo de la manera más suave e inefablemente amorosa la muerte del que nosotros lloramos?...

Sí, aquel Solitario que, desde hace veinticuatro años, no cesaba todos los meses de clamar desde las páginas de esta Revista: “Orad, orad, que todo lo puede la oración”, a imitación de su amadísima Madre Santa Teresa de Jesús: el que cansado y fatigado de las miserias y naderías de este mundo, experimentaba la dulce y melancólica nostalgia del Cielo, como lo demostraba de tantos modos, singularmente en sus mensuales preciosos artículos titulados Desde le Soledad, en donde el alma y el corazón del Solitario se desahogaban con mayor libertad de espíritu ocultándose tras el seudónimo: el que después de luchar y trabajar tanto, llevado de su ardiente celo, nunca hallaba en la tierra un lugar de bastante reposo y paz para su espíritu superior, especialmente estos últimos años: el alma grande y hermosa de D. Enrique, en fin, ha hallado aquella suspirada Ciudad de paz y de eterno descanso, como piadosamente pensamos.

¡Descansa, sí, en la gloriosa y bendita paz del Señor, sabio, virtuoso y amadísimo Director de esta tu querida Revista, nacida al fecundo calor de tu santo celo! Es verdad que, secada ya tu mano por la muerte y rota tu pluma, empapada siempre en las dulzuras del amor a Jesús, María, José y Santa Teresa, no seguirás dejando periódicamente estampadas en estas páginas, como lo hacías, las luminosas huellas de tu alma. Pero… ¿cómo dudarlo? Desde el Cielo seguirás, sigues amando lo que aquí tanto amaste en el Señor, bendiciendo y favoreciendo tus obras de celo, así como también a tus amigos sacerdotes, continuadores de

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ellas; a tus edificantes y valerosas Hijas, las Hermanas de tu predilecta Compañía, esparcidas por España, Portugal, África y América; a las piadosas jóvenes de tu Archicofradía teresiana que llenan España; a las infantiles asociadas del Rebañito del Niño Jesús, a las alumnas de los Colegios teresianos, a los párvulos, que fueron tus delicias; a los suscriptores y lectores de esta Revista, con sus redactores; y a cuántos conociéndote te amaron en la tierra, y hoy lloran inconsolables tu tristísima e inesperada separación.

JUAN B. ALTÉS, Pbro.

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 133

HONRAS FÚNEBRES

EN EL COELGIO MAYOR DE LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA

Las Hermanas de la Compañía han celebrado con gran solemnidad el día 4 del corriente, los funerales en sufragio del alma de su muy amado Padre Fundador, en el Oratorio del Colegio Mayor que tiene la Compañía en San Gervasio. Han revestido mayor importancia, a pesar de su carácter privado, por hallarse en dicho colegio el Ilmo. Sr. Dr. D. Ramón Ibarra, Obispo de Chilapa (México), quien celebró de Pontifical la Misa de Réquiem, siendo ministros asistentes el muy ilustrado Director de la Revista Popular doctor D. Félix Sardá y Salvany y el Dr. D. Buenaventura Riba y Aguilera, beneficiado de la catedral. Bajo la dirección acertada del maestro Sr. Porta, la capilla de música de Belén ejecutó con buen gusto y maestría una de las mejores misas de su repertorio. Completamente enlutado el Oratorio del Colegio presentaba un aspecto imponente y severo: ocupaban el coro bajo interior las Religiosas, las señoritas colegialas y numerosas comisiones de señoritas de los colegios de Barcelona. Presidían el duelo cuatro sacerdotes íntimos amigos del Padre Fundador y los sobrinos de éste, y el numeroso concurso que asistió daba bien a entender con su recogimiento y compostura que el dolor embargaba su corazón por tan sensible pérdida. Después del Responso final, el Ilmo. Sr. Obispo pronunció una breve oración fúnebre con tanta unción y ternura, que conmovió al auditorio, señalando a grandes rasgos los hechos que enaltecen la vida del ilustre finado, las fundaciones y escritos que revelan su virtud y su ciencia. Al mencionar la fundación de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, el espíritu que le infundió y las sabias reglas que le ha dado, oíanse los sollozos de las Hermanas, y las lágrimas corrieron abundantes cuando en un rasgo de cristiana elocuencia ponderaba el premio que el Señor había dado al ilustre Fundador por su celo apostólico, figurándose que rasgados los cielos contemplaba a don Enrique entre los coros de bienaventurados, acompañado por la Santa de su corazón, Santa Teresa, bendiciendo a Dios e implorando la protección divina a favor de la Compañía, su obra predilecta. Terminados los funerales, los sacerdotes y gran número de personas distinguidas pasaron a saludar al Sr. Obispo, que les recibió visiblemente conmovido, dispensándonos el singular favor de leer un telegrama, que se acababa de recibir de Roma, en que el Emmo. Cardenal Rampolla daba el pésame a la Superiora General de la Compañía; y también se dignó leer y traducir el documento oficial recibido en la misma mañana en que el ilustre Purpurado comunica que Su Santidad le ha nombrado Cardenal Protector de la Compañía de Santa Teresa de Jesús; sobre cuyo hecho decía el Sr. Obispo que era la primera gracia que en el Cielo D. Enrique había alcanzado a favor de la Compañía. J. M. ELÍAS, Pbro.

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 134

OBRAS PRINCIPALES DE CELO

LLEVADAS A CABO POR EL MUY RDO. D. ENRIQUE DE OSSÓ, PBRO.

La fundación de esta Revista fue en 1872. La de la “Archicofradía Teresiana” en 1873. La del “Rebañito del Niño Jesús” en 1875. La de la “Compañía de Santa Teresa de Jesús” en 1876. La Peregrinación teresiana a la cuna y sepulcro de Santa Teresa de Jesús se verificó en 1875. La Peregrinación teresiana a Nuestra Señora de Montserrat en 1882 (tercer centenario). Todos los libros escritos y publicados por el que fue nuestro Director van anunciados en las cubiertas de esta Revista.

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 136

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

I

Sus primeros años

El día 16 de Octubre del año 1840, al día siguiente de la fiesta de Santa Teresa de Jesús, nació en Vinebre, hermoso pueblecito situado a las orillas del Ebro, provincia de Tarragona, diócesis de Tortosa, el niño Enrique de Ossó y Cervelló. Fue el tercero y último hijo que tuvieron sus padres D. Jaime y Dª Miguela, hijos también los dos de Vinebre. Los otros dos hijos anteriores se llamaron Jaime (que murió en Barcelona hace algunos años) y Dolores, que vive actualmente en Tarragona. Aquellos que le conocieron y le trataron, siendo todavía niño, aseguran contestes que fue Enrique un niño dócil, obediente a sus padres y superiores, muy aplicado al estudio y dado desde entonces a frecuentar la iglesia y practicar los ejercicios piadosos. Hemos oído referir a personas que le trataron íntimamente, que a la edad de seis años, cuando oía resonar la campanilla del sagrado Viático, al ser llevado a un enfermo, ya dejaba Enrique a sus compañeros de juego y se dirigía a acompañar devotamente al Santísimo Cuerpo del Señor. Este solo detalle de su infancia ya nos revela claramente cómo el Señor prevenía con bendiciones de dulzura y amor el alma de aquel niño, destinado sin duda para grandes cosas. Siendo el menor de todos sus hijos, y acaso el más dócil y amable, no era extraño que su cristiana y piadosa madre le quisiese y amase por modo más afectuoso y entrañable, y le infundiese, al par que su sentir y cariño, su espíritu de piedad y amor a Dios nuestro Señor. Algunas veces, en esas amorosas confidencias habidas entre las madres y los hijos, a quienes forman moralmente en la escuela del maternal regazo, solía decirle Dª Miguela: “Mira, quisiera que fueses sacerdote”. Cuando tales eran los deseos de aquella buena madre, es de suponer que sus pensamientos, oraciones, obras, buenos ejemplos e inspiraciones se encaminarían a la consecución de tan piadosos anhelos. Por lo cual no era extraño, sino muy natural, que al calor dulce del hogar cristiano, fuesen poco a poco desarrollándose en el corazón del niño los gérmenes de virtud sembrados en la tierra virgen de su corazón. Aunque por aquel entonces no respondiese el niño a aquellas palabras de su madre, podemos decir que las guardaba grabadas en el fondo de su corazón. Cuanto a sus adelantamientos en la escuela, diremos que eran conformes a su natural despejo y talento, a su aplicación al estudio, a su docilidad y juicio prematuro. Hemos tenido en las manos y hojeado a nuestro sabor sus primeros escritos, aún algunos de los cartapacios en donde aprendía a trazar las letras, conservados por caso extraño, si no providencial, hasta el presente, y es de ver allí, la facilidad, la soltura, hasta la elegancia de sus primeros escritos. Un golpe fatal, terrible por todo extremo, fue el que recibió Enrique con la muerte de su madre, de aquella madre tan buena como amada, cuya pérdida influyó tal vez de una manera decisiva en la vida del afligido niño. Esta muerte acaeció en el año 1853, cuando el cólera morbo hacía tantas víctimas en muchas partes de España. Doña Miguela, que había contraído el terrible azote muchos días antes, se hallaba mejor y fuera, al parecer, de peligro, cuando inesperadamente se agravó, sucumbiendo en pocos momentos. Su tierno hijo estaba en aquellos momentos en otro piso de la casa cuando, de repente (según refieren personas de su familia), sin saber ni oír nada, dijo: “Ved a mi madre que se sube al Cielo”. En aquellos instantes, efectivamente, Dª MIguela acaba de espirar. Algo de muy extraordinario e inexplicable hubo de pasar por el fondo del corazón de Enrique, según fueron los posteriores sucesos que vamos a referir.

II

Quién me dará alas como de paloma… Tal vez accediendo a los consejos de su padre, o no sabemos si llevado de sus propios deseos, es el caso, que Enrique fue colocado de dependiente en una casa de comercio de ropa

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en la ciudad de Reus. El principal de la casa se llamaba D. Pedro Ortal, como consta en una pequeña cuenta que, firmada por Enrique en aquella época, se conserva y tenemos a la vista. Pocos meses haría que se hallaba en aquella casa, cuando, con gran sorpresa del Sr. Ortal y sus dependientes, advirtieron que Enrique no parecía por ninguna parte, sin saber adónde ni por qué motivo se había marchado. Afortunadamente, encontraron una carta escrita por él y dirigida a su padre, la cual les tranquilizó algún tanto. Tenemos a la vista el mismo original de la carta que, por caso raro, ya que no diga providencial, se ha conservado, sin él saberlo, hasta el presente. La Carta, a la cual sólo añadimos algún punto y coma al darla a la imprenta, dice así textualmente: “Sr. D. Jaime de Ossó.- Vinebre. Llegado ha el tiempo de pediros vuestra bendición y marcharme, según lo mandan nuestros Padres. Os causará grave dolor mi ausencia, pero, padre, la gloria y el servicio de Dios lo han motivado; por lo que debéis consolaros y encomendarme a Dios para que me mantenga fiel en su santo servicio, según es mi deseo. No lloréis, ni me busquéis, ni os entristezcáis por haberme separado de vuestro lado, pues pronto nos juntaremos para siempre en el Cielo con mi amada Madre, para no separarnos más y vivir en compañía de los ángeles y Santos y Dios, para alabarle y glorificarle por toda la eternidad. Vuestro dolor se trocará en alegría si pensáis que pronto nos veremos en la gloria. Dejo a vuestro parecer mis bienes, pero es mi voluntad pague los papeles rubricados por mi mano, que se le presentarán, hechos por mí mismo, y dictados según mi conciencia, y después de haber satisfecho lo que llevan notado, repartirá mi ropa y todo lo que me pertenece, a su voluntad, a todos los pobres de más necesidad, encargándoles me encomienden a Dios, para que siga sus caminos y no deje de recogerles y hacerles caridad en todo lo que sea posible. Nuestra vida es corta y nada se hace de las riquezas, si no se hace algún bien. Procure encomendar y cuidar de mi hermano; mirad que tenéis que dar cuenta de vuestros hijos, y si sabéis que obran mal y no los corregís, el Señor os castigará. Ya veis cuántos males os afligen en los campos y cuerpos, y de todo es causa el pecado, porque hay pocos que cuiden de su salvación y del fin a que somos criados: sólo piensan los amadores del mundo en amontonar riquezas y cumplir sus malos deseos, y no miran que de allí reciben el dolor y el castigo de Dios. Sentiría, amado Padre, sin ponderar el dolor, que fueseis de estos carnales; seguid y practicad los mandamientos de Dios y viviréis bien mortificándoos en todo, y por estos cortos trabajos recibiremos el imponderable premio de la gloria eterna para siempre. Amén. ENRIQUE DE OSSÖ”. Despedida. Me marcho; no temáis por mí; Dios será mi protector y mi defensor. La gloria y el servicio de mis Eternos Padres han motivado mi ausencia; a Dios. Esperad. Nuestros lectores, edificados y admirados sin duda del espíritu que campea en estas preciosas líneas, se harán por sí solos todos los comentarios que nosotros fácilmente podríamos hacer. Dígannos, les rogamos, si quien así pensaba y sentía, pero principalmente obraba, no desearía tener ligeras alas de paloma para volar y refugiarse en amada soledad. Al leer esta carta, júzguese de la sorpresa y disgusto que experimentaría el corazón del padre y toda la familia de Enrique. Al tener noticia de todo esto, el hermano mayor de éste, llamado Jaime como su padre, y que a la sazón se hallaba de dependiente en una casa de comercio de Barcelona, cuyo principal se llamaba D. José Serra, marchó con precipitación a Reus para enterarse personalmente de lo sucedido y recoger las cosas de su hermano menor. Examinó la maleta o cofre de éste, y como, entre otros libros piadosos, hallase alguno referente al monasterio de Montserrat, pensó que a ninguna parte se habría ido sino al célebre santuario de la Patrona de Cataluña. Sin perder tiempo se dirigió don Jaime al monasterio de Montserrat. Preguntó a los Padres si por allí habrían visto a algún muchacho de las señas que les diera. Contestáronle ellos que sí, que un muchacho que les parecía bueno y religioso, aunque pobremente vestido, se les había acercado pidiéndoles con humildad algo para comer. Con tales noticias, un si es o no es satisfactorias, se dispuso D. Jaime a buscar a su hermano, confiando en que no tardaría en encontrarle. Penetró en el Santuario de María, cruzó la vasta nave, acercóse al altar mayor, saludó a la Virgen, y ¡cuál sería su alegría mezclada de enternecimiento y compasión al ver y reconocer a su hermano Enrique en aquel muchacho de

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rostro pálido, macilento, con el vestido pobre, roto, destrozado, el cual, hincado de rodillas, se hallaba casi oculto en el rincón del altar de la izquierda mano, inmediato al mayor, en donde actualmente está el altar de San José. ¿Qué haces ahí? – le preguntó.- Vente conmigo enseguida. No quiero venir – le contestó Enrique, - pues deseo ser ermitaño o Religioso. Ven, ven conmigo, Enrique, que todo se arreglará. Yo te lo aseguro, - le dijo su hermano. Muy a pesar suyo hubo Enrique de obedecer a su padre y hermano, esperando sin duda que, según D. Jaime le acababa de decir, accederían a los deseos que tenía de consagrarse a Dios nuestro Señor, y a su divina Madre María. Al preguntarle sobre el vestido que llevaba, contestó Enrique que el suyo lo había cambiado con el que llevaba un pobre que había encontrado en Papiol. Sin duda D. Enrique se acordaba con fruición inexplicable de esta su primera visita a Nuestra Señora de Montserrat, enlazando su devoción a María con el amor a su madre Dª Miguela, cuando, con motivo de celebrar en el mismo monasterio sus bodas sacerdotales de plata, escribió, hace cinco años, un hermoso librito titulado Tres Florecillas a la Virgen de Montserrat, de cuyo prólogo, de carácter evidentemente autobiográfico, copiamos estas líneas encantadoras: “Os busqué solo en mi mocedad. No os conocía; mas oí hablar de Vos, percibí el olor de esta rosa celestial y dejé el mundo, padres y parientes corriendo al olor de sus virtudes, postrándome a vuestros pies. Nadie sabía darme razón de Vos…Sólo y por caminos difíciles llegué a vuestros pies. ¡Cuán cansado del mundo! ¡Con cuántas heridas! ¡Cuántos desengaños en el corazón! A vuestros pies hallé la paz perdida… ¡Bendita Reina de las gracias! A las gradas de vuestro trono sentí revivir en mi pecho recuerdos dulcísimos de mi cristiana madre, que en el cielo sin duda forma vuestra corte y cortejo. ¡Era tan buena! ¡Dábame tan santos consejos! Nunca los olvidaré. Cabe el trono de vuestras misericordias desperté como de un sueño profundo… Creí, deseé y amé lo que nunca debía haber olvidado. El recuerdo de la Madre del Cielo despertó en mí el recuerdo de la madre de la tierra, sus ruegos, sus consejos santos, sus buenos ejemplos…Hallé mi vocación. Vos me guiasteis sin que yo recuerde cómo. Estrella de los mares, Estrella de la mañana, de Cataluña, brillasteis a mis ojos, seguí su luz y al mostrarme a Jesús, fruto bendito de vuestro vientre, al verle tan agraciado y hermoso dije: Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y de amor. A vuestras plantas, ante vuestro altar resolví ser ministro de Jesús, sacerdote eternamente según el orden de Melchisedech, y a vuestro altar celebré la primera misa, el día del Rosario, trece años después; mas no solo: rodeado de mi padre y hermanos y tíos y amigos queridos. Sólo un vacío notaba: la presencia visible, corporal de mi buena madre de este mundo. Pero ¿qué importa? Estaba allí presente su espíritu, alentaba en medio de tan espléndida función. Al entreabrirse los cielos para bajar por primera vez a mis manos el Hijo de María, asomaronse por sus puertas mis buenas madres, María Inmaculada, Madre de Dios, y Miguela, mi madre de la tierra. Y se gozaron con este nuevo y divino espectáculo. Razón tenían. A ellas se debía. Les di gracias y siempre he conservado en mi corazón tan dulce recuerdo. ¡Benditas Madres mías María y Micaela! Todo lo debo a vosotras, después de Dios”. (Se continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 147

SUFRAGIOS POR EL ALMA DE D. ENRIQUE DE OSSÓ, PBRO.

El Jesús (Tortosa)

COLEGIO DEL NOVICIADO DE LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA

El día 4 de este mes se celebraron en el oratorio de esta Casa Matriz solemnes funerales en sufragio del alma de su amadísimo Fundador. No hay que decir que las devotísimas oraciones y rezos fueron acompañados de las lágrimas de las Hermanas y de los señores Sacerdotes, amigos del finado, que, todos enternecidos, tributaban este fúnebre obsequio al benemérito sacerdote que tantos edificantes y santos recuerdos ha dejado en aquella Casa.

Madrid

El día 6 de Febrero celebraron las Hermanas los funerales en sufragio del alma de nuestro venerable Padre Fundador en su hermosa Iglesia de San Antonio de los Alemanes. Celebró de pontificial el Excmo. Sr. Obispo de Palencia Dr. D. Enrique Almaraz muy íntimo de nuestro Padre. Presidieron el duelo el M. I. Sr. Secretario de Cámara del Arzobispo-Obispo de Madrid-Alcalá, el Muy Rdo. Padre Font Agustino y los M. Iltres. Señores de la Junta de la Santa y Real Hermandad del Refugio.

Maella

En la iglesia del Convento de las Hermanas se celebraron los funerales de 1ª clase. Fueron muy solemnes, asistió el Ayuntamiento en corporación, las niñas y párvulos y casi todo el pueblo.

Villanueva y Geltrú

El día 6 se celebraron funerales en la capilla de las Hermanas. Fueron muy concurridos, especialmente la misa cantada. Asistieron trece sacerdotes, cantando con tanta solemnidad, que hicieron derramar abundantes lágrimas a los asistentes. Concurrieron también las niñas y párvulos, con mucha devoción y buena compostura. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 281, febrero 1896, pág. 148

LA PRENSA CATÓLICA HONRANDO AL DIFUNTO

Don Enrique Ossó, Pbro. Nombre perfectamente conocido en el campo apostólico, nombre generalmente estimado entre los católicos españoles, nombre singularmente amado por las almas entregadas a la piedad. Ha fallecido en el convento de Padres Franciscanos de Sancti-Spiritus, cerca de Sagunto (Valencia) el 27 del pasado, a donde se había retirado a primeros de año para practicar los Santos Ejercicios Espirituales, edificando a aquellos religiosos con su recogimiento y altos ejemplos de virtud. Las páginas de un opúsculo, por lo menos, necesitaríamos para dar noticia de una vida tan laboriosa en el campo del Señor, pues D. Enrique Ossó, sacerdote de corazón gigante, llevó a cabo, sin otro auxilio que el de la gracia Divina, la fundación de una Orden tan esmeradamente pensada como la de las Religiosas, llamada “Compañía de Santa Teresa de Jesús”; escribió muchas obras de piedad, entre ellas el Devoto Josefino, el Cuarto de Hora de Oración, y dirigió la revista titulada Santa Teresa de Jesús, en la que demostraba su vastísima erudición, y el intenso amor que asesoraba su corazón para la Santa Doctora. El clero español, tan fecundo en hombres de ese temple y de ese fervor, pierde uno de los más intrépidos; a él, pues, principalmente, acompañamos en el sentimiento y también a sus Hijas espirituales, las edificantes religiosas de la Compañía de Santa Teresa. Y pedimos también al Cielo por el eterno descanso de su alma. (El Basco, de Bilbao) Dolorosa sorpresa causó en esta ciudad el viernes último la noticia del fallecimiento de nuestro buen compañero de propaganda y particular amigo, Rdo. D. Enrique de Ossó, Pbro., acaecida el 27 de Enero en el convento Sancti Spiritus, de Valencia, donde se hallaba nuestro piadosísimo amigo terminando con el acostumbrado fervor su anual retiro de Ejercicios espirituales. Nombre por demás glorioso deja el reverendo. De Ossó entre los amigos de Dios, por el recuerdo que lleva en sí de una vida toda entera consagrada a las tareas del más fecundo apostolado católico. Llevado de su ardiente amor a la gloriosa avilesa Santa Teresa de Jesús, hizo de las virtudes y escritos de esta mujer insigne, tema de todos sus trabajos, así en la prensa con la publicación de la Revista que lleva su título y de multitud de obrillas ascéticas inspiradas todas en los escritos de la Santa, como en la organización de su Archicofradía y Hermandad, y más tarde de su valiosísima Congregación de Hermanas, que en poco más de veinte años se ha dado a conocer por toda Europa, Portugal, África y América, en términos de contarse hoy de este Instituto más de treinta Colegios o Residencias con universal aceptación. Nadie, que sepamos, desde el siglo de Santa Teresa hasta hoy, había trabajado con el celo y ardor de nuestro compaisano en popularizar el culto y devoción a la Santa Doctora, y en hacer penetrar su influencia en todos los corazones, particularmente en el de la mujer. En esta empresa empleó su existencia entera y los cuantiosos intereses de su mayorazgo, y a nuestro entender hasta su salud y vida agobiadas en los últimos tiempos por lo excesivo de la fatiga, por viajes continuos, y contrariedades y amarguras, de las que acompañan siempre las grandes empresas, y que acibararon e hicieron sin duda más meritorios los postreros años de nuestro llorado compañero. Descanse en la paz del Señor. Nunca con mayor propiedad pudo recordarse aquel Sagrado Texto, que en la Misa de difuntos leemos de los que mueren en el servicio de Dios: Requiescant a laboribus suis, opera enim illorum sequuntur illos. Descanse, sí, de sus trabajos y cristianas empresas el incansable propagandista teresiano. Ellos le habrán sido hermoso corona en la presencia del Señor.- R. I. P. A. F. S. y S. (Revista Popular)

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Descanse en paz.- Tenemos el sentimiento de participar a nuestros lectores el fallecimiento del fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, D. Enrique de Ossó y Cervelló, Pbro., acaecida el día 27 del pasado Enero en el convento de PP. Franciscanos de Sancti-Espíritus cerca de Sagunto, a donde se había retirado desde primeros de mes, para practicar los Santos Ejercicios Espirituales, edificando a aquellos religiosos con su recogimiento y altos ejemplos de virtud, hasta el momento fatal en que un violento ataque de apoplejía le privó de los sentidos y acabó en breve con su preciosa existencia. (Semana católica, de Valencia) La muerte del apóstol teresiano.- El día 27 del pasado mes falleció en el convento de Padres Franciscanos de Santi Spiritus el reverendo D. Enrique de Ossó y Cervelló, Pbro., Director de la Revista mensual ilustrada titulada Santa Teresa de Jesús, que hace veinticuatro años se viene publicando en la vecina capital; fundador del instituto religioso “Compañía de Santa Teresa”, cuyo Colegio Mayor se levanta cerca de la vecina Estación de Bosanova; fundador, además de la Archicofradía teresiana, “Rebañito del Niño Jesús”, etc., obras todas ellas que han contribuido poderosamente a extender en todas partes la devoción a la ínclita Doctora española. En el número próximo publicaremos el retrato de tan benemérito sacerdote. El martes, próximo se celebrarán en el indicado Colegio Mayor solemnes funerales en sufragio de su alma, oficiando el Ilmo. Sr. Obispo de Chilapa (América) Dr. D. ramón Ibarra.- R. I. P. A. (El Sarrianés)

El jueves próximo pasado se recibió en esta villa la triste noticia del fallecimiento del Rdo. D. Enrique de Ossó y Cervelló, Pbro., acaecido en el convento de Padres Franciscanos de Sancti Spiritus (Valencia). Sabido es de todos que el ilustre finado era director de la revista mensual ilustrada Santa Teresa de Jesús, fundador del instituto de enseñanza Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de las Archicofradías de jóvenes Teresianas, y autor de varios piadosos libros.

Muchas eran las simpatías de que gozaba el respetable difunto en esta población: poderoso motivo para que su muerte sea sentida de cuántos nos honrábamos con su amistad y conocíamos su afabilísimo trato.

Grande premio se habrá conquistado en el cielo por sus trabajos apostólicos y celo por la gloria de Dios, por eso no debe ser obstáculo para que encarguemos a nuestros cristianos lectores, una oración en sufragio del alma del sacerdote difunto.- R. I. P. A.

(La Defensa, de Villanueva y Geltrú) Ha fallecido en Valencia víctima de repentina y cruel enfermedad el virtuoso sacerdote

D. Enrique de Ossó muy apreciado en esta ciudad y fundador de la Orden de Hermanas de Santa Teresa, que dirigen casas de enseñanza en esta ciudad y otros muchos puntos, no sólo en España sino también en el extranjero.

El Sr. de Ossó, autor de muchas obras y opúsculos piadosos extendidos por todo el mundo, era muy querido de cuantos le trataron por su piedad, erudición y virtud.

Dios haya acogido, como lo esperamos, en su santo seno el alma del sacerdote benemérito, que por espacio de muchos años venía infiltrando el espíritu de la ínclita DOCTORA Santa Teresa en los corazones españoles, valiéndose de su instituto de enseñanza, de la REVISTA TERESIANA y de sus numerosas producciones. Si eran notables sus talentos y grandes sus merecimientos, mayor era todavía su humildad, pues a pesar de habérsele ofrecido Prebendas y beneficios, nosotros sabemos que los rehusó, no queriendo ser otra cosa que humilde presbítero, dedicado a atraer las almas a Jesucristo, por medio de la devoción a Santa Teresa. Pero el honor y lustre de que el Rdo. de Ossó huyó siempre, lo ha obtenido con sus numerosas obras de celo, a las cuales irá vinculado el nombre del insigne sacerdote catalán. La Cruz se honra publicando su retrato en lugar preferente de este número.- R. I. P. A.

(La Cruz)

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Todos los periódicos que se publican en Tortosa y muchos de esta capital han dedicado también sentidos sueltos necrológicos al difunto.

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REVISTA TERESIANA Nº 282, marzo 1896, pág. 179

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

(Continuación)

Antes de pasar adelante, bueno será consignar aquí que, además de la carta que Enrique escribió y mandó a su padre, escribió otras dos para sus tías Dª María y Dª Mariana, piadosas señoras que vivían en compañía de su hermano mayor D. José, abogado. Dichas cartas (cuyos originales tenemos a la vista, pues sus piadosas tías los conservaban religiosamente) son un tejido de consejos y máximas espirituales, y van acompañadas de algunas oraciones a la Virgen María, en prosa y verso. Alrededor de estas páginas, formando como una orla, corre una larga línea que dice: “24 cartas he escrito a diferentes sujetos anunciándoles mi marcha y al mismo tiempo encomendándoles algunas máximas para haceros perfectos , pues viendo del modo en que se halla el mundo a causa de nuestros pecados, he querido, amados, volváis al Señor por medio de las devociones que os remito de la Santísima Virgen Madre María, y considerándoos a vos (le dice a Dª María) buena para hacer los encargos que os hago y para aumentar más y más y enseñar la devoción de nuestra Madre amada María, pues vemos todos los días infinidad de bienes que derrama sobre sus devotos, os envío esta carta. Vendrá día en que se os recompensarán los trabajos que os costará el hacer entender y saber esto, a vuestros hermanos, pues aunque sean ignorantes en las letras, solamente es necesario que sean buenos”. La carta dirigida a su tía Dª María dice así: “En el nombre del Señor nuestro Dios y su Madre la Virgen Santísima, a quien pido sea nuestra abogada en la hora de la muerte, salud, gracia y bendición a todos los siervos del Señor. Mi digna y respetada tía: uno de mis deberes es el participaros la marcha que he emprendido en el camino del Señor, asistido de su gracia, para apartarme de las vanidades y engaños que trae el mundo que nos tienta continuamente para hacernos perder la gracia de Dios. Por el bien que le deseo, he querido ponerle algunas saludables máximas para su eterna felicidad. No penséis que venga a reprenderos si os halláis fuera del camino de la virtud (aunque no lo creo), sino para que volváis a ella; y pedid auxilio a Nuestra Madre amorosa; porque nunca iréis mal. Amad a Dios de todo corazón y por él dad vuestra alma, y amad a nuestro prójimo y cumpliréis con la ley de Dios. Oíd y poned por obra las palabras de Dios, las santas inspiraciones, los santos consejos, y seréis sabios y santos. Lo que no queráis para vosotras, no lo hagáis y lo tratéis con nadie; juzgad vuestros corazones por el ajeno; seáis amigos de los pobres y tenedles mucha lástima; doleos de sus trabajos, y desead el remediarlos. La avaricia en los ricos no es más que una pobreza miserable. No deseéis saber ni preguntar faltas de vuestros prójimos; que muchas tiene cada uno en sí y sólo Dios es el que las ha de juzgar. Cada uno viva contento con lo que Dios le ha puesto, porque así es su voluntad, y guarde religión, que siendo así, tiene bien en qué merecer. No reprendáis a nadie sino con discreción y humildad y con una confesión secreta se vuestros propios defectos. Mezclad siempre algo de espiritual y edificante en las conversaciones en que toméis parte, a fin de evitar así las palabras inútiles y cualesquiera contestaciones desagradables. Estad siempre animados de un vivo deseo de sufrir por Jesucristo en todas las cosas y en cuantas ocasiones puedan presentarse. Desapegad vuestro corazón de todas las cosas mundanas; buscad a Dios y le hallareis; conservad cuidadosamente en vuestro corazón aquellos sentimientos decorosos que os vienen de Dios. Poned en práctica todos los buenos deseos que os inspira en la oración. En los días consagrados a la fiesta de los santos considerad cuáles han sido sus virtudes y rogad al Señor que os las dé. Cuidad muchísimo de hacer el examen de conciencia todas las noches, porque no sabemos si llegaremos a mañana con seguridad. Acordaos que no tenéis sino un alma, que sólo moriréis una vez, que no tenéis sino una vida, cuya duración es corta, y que no hay más que una gloria cuya duración es eterna. Este pensamiento os desaficionará de muchas cosas. Que vuestro deseo sea sólo de ver a Dios, vuestro temor de perderle, vuestro dolor de no poseerle aún, vuestra alegría de todo lo que pueda acercaros a él, y vosotros viviréis en un grande reposo. Procuremos, pues, hermanos míos, el vencer nuestras desordenadas pasiones y deseos, y la enmienda en gracia de Dios. Esto sólo os pido para calmar mi reposo cuando me hallo separado de vosotras, para que después de este

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destierro nos veamos juntos en el Cielo, para adorar al Padre, glorificar al Hijo y gozar del Espíritu Santo y toda la corte celestial, con nuestra Santísima Virgen Madre María, Reina de los cielos y tierra, para siempre. Amén. ENRIQUE DE OSSÓ. A Dª María de Ossó, mi tía.

5 Septiembre miércoles”. Cuantos hayan conocido y tratado con alguna intimidad a D. Enrique, aún en su

adolescencia y juventud, echarán de ver, como a nosotros nos sucede, que en esta carta se refleja con hermoso colorido el alma buena y piadosa de su joven autor. En estas líneas se acierta a descubrir alguna máxima de Santa Teresa de Jesús, aún con sus mismas palabras. ¿Es que ya entonces, a la edad de trece o catorce años, sabía engolosinarse con los escritos de la ínclita Doctora, que, algunos años después, vendrían a ser el ordinario y delicioso alimento de su espíritu?

Las oraciones a la Santísima Virgen que acompañan a estas cartas, quería el piadoso jovencito que sus tías las diesen a conocer a sus demás tíos y parientes, sus amos de Reus y otras personas que cita en una nota. El tierno y dulce amor que bien se ve que profesaba ya entonces a la Virgen María, y que se desprendía suavemente de su corazón para embalsamar y embellecer estos sus primeros escritos, quería él que llenase asimismo el corazón de todos los suyos para hacerlos felices. ¿Qué extraño es que el tierno y candoroso corazón de Enrique, enamorado con tanto extremo de su Madre María, emprendiese ligero vuelo como de paloma a aquella amada soledad, en donde, como hemos visto, deseaba saciarse del amor de su Madre? Algunos años después, siendo estudiante, compuso unos versos titulados La Palomita. Las primeras estrofas dicen así:

Una palomita triste, del gavilán acosada, con acento dolorido exclamaba a su señor. ¿Por qué no me das abrigo contra tan fiera emboscada, y no encuentro fuerte nido, ya que me falta valor? Cuitada, vivo sin fuerzas sin astucia, sin consuelo, nadie conoce mi duelo, nadie escucha mi clamor. ¿En qué parte ¡ay infelice! hallaré puerto seguro que me libre de este apuro y mitigue mi dolor? Volar, sí, volar por otros espacios más puros y dilatados que los espacios de la tierra,

deseaba ciertamente aquella alma, a quien por su amable candor y amorosa sencillez podemos comparar a la paloma.

(Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 282, marzo 1896, pág. 183

SUFRAGIOS POR EL ALMA DE D. ENRIQUE DE OSSÓ, PBRO.

Tortosa.- Como quiera que las jóvenes teresianas de Tortosa dedicaron honras fúnebres a su inolvidable Fundador, en la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, el sábado día 15 del pasado mes, no creo inoportuno que en tan triste ocasión, una de ellas, en nombre de todas, dirija cuatro renglones a la Revista, siquiera sea para derramar nuevas lágrimas sobre la tumba de aquél, o para consolarnos mutuamente. ¡Y cómo no llorar!...Nuestra santa Madre Teresa de Jesús, que no era nada mujer, lloraba a lágrima viva, inconsolable, cuando moría algún sabio y celoso sacerdote, porque decía, con mucha razón, que la Iglesia pierde una gran columna y las almas una ayuda muy poderosa…Y que tales virtudes y otras muchas resplandecían en nuestro don Enrique ¿quién lo duda?...Además, ¡nosotras le debemos tanto y tanto!...que no es extraño que al reunirse la Junta directiva y celadoras de Coro para tratar de honrar su memoria, luchasen nuestros grandes deseos de hacerlo con la mayor suntuosidad posible y la severidad del acto; la grandeza y gloria merecida, con la humildad y pobreza; virtudes características del ilustre finado y que nosotras, debíamos, en alguna manera imitar. Se acordó, pues, la celebración de sufragios de modo que todas las Teresianas tomasen parte en ellas. Misa de Comunión general, Misas rezadas y solemne Oficio de difuntos, en el que queríamos se pronunciara oración fúnebre para oír una vez más su heroica vida. Hubo quien indicó a V. para desempeñar tal cometido; ¡pero era V. parte interesada!... ¡se hallaría V. tan emocionado!...Era tan comprometido el caso…; por fin, desistimos que la hubiese. Pero Dios Nuestro Señor que se complace en poner de manifiesto sus promesas, terminado el Oficio y Responsos, cumplió aquella de “El que se humilla será exaltado”, puesto que inspiró a nuestra primera autoridad eclesiástica, el M. I. Sr. Vicario General, a que se acercara al lado del Evangelio y pronunciara una sentidísima y elocuente oración fúnebre… No sé describir con qué avidez se agrupó el emocionado auditorio para no perder ninguna de sus frases; que autorizadas por su amistad íntima con el finado y por haber sido Censor de la revista durante algunos años, hacían su mayor elogio. Puso de manifiesto sus heroicas virtudes, sobre todo su gran fe y confianza en Dios solo; su humildad; su espíritu de pobreza; su gran paciencia en las contrariedades que hubo de sufrir, basada en aquel “Nada te turbe” de Santa Teresa de Jesús. Recordó sus principales fundaciones y el acierto que tuvo en escoger los medios, pues conociendo D. Enrique la influencia que tiene la mujer en la sociedad, a ella buscó principalmente para formar su corazón según las máximas del Evangelio, hacerla excelentemente católica y regenerar, por este medio, el mundo entero, a mayor gloria de Dios. El Rebañito del Niño Jesús, puesto que la santidad no se improvisa, en él se enseña e inclina a las pequeñitas a conocer y amar a Dios…En fin, señor Director, tan exquisitos conceptos los guarda cada cual en su corazón para saborearlos a su placer; pero no se confían a plumas tan mal cortadas como la mía. A mí sólo me toca decir que la gratitud de las Hijas de la agradecida Teresa hacia el Iltre. Vicario General, que se ofreció él mismo a celebrar el Oficio divino y colocó, después, a su Padre Fundador, sobre el pedestal de sus virtudes, no reconoce límites; lo recordarán agradecidas toda la vida. En el centro del enlutado templo, como humilde catafalco se destacaba un sencillo paño negro orlado de aterciopelado galón blanco ostentando las insignias sacerdotales; el escudo de familia del finado, velado por negros crespones; y la Cruz, signo de nuestra redención, que según frase del mismo Sr. Ossó, quería fuese el único mausoleo que cobijara sus cenizas. La Junta directiva, a cuyo frente se halla este año la señorita Rosario Falcó, próxima parienta de D. Enrique presidía el duelo; ocupando también, en el presbiterio, sitio distinguido, el Iltre. Sr. Doctoral D. Ramón O´Callaghan; D. José Biarnés, pariente del finado; el Sr. Director de la Archicofradía Rdo. D. Agustín Pauli; el Vicedirector de la misma Pbro. D. Salvador Rey; Rdos. Curas Párrocos de la Catedral; Sres. Canónigos y Sacerdotes, en gran número; asimismo señoras y caballeros, en testimonio del aprecio general de que gozaba nuestro D. Enrique. La misa de Comunión la celebró el Sr. Corrector de dicha iglesia de los Dolores Iltre. Sr. D. Miguel de los Santos Camps, asistido en la distribución de la Sagrada Eucaristía por el joven Pbro. Vicedirector de la Archicofradía, mientras que el Rdo. Director de la misma desde el púlpito, enfervorizaba a los comulgantes, alternando con piadosos motetes alusivos al acto,

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el coro de Teresianas que, dirigido por el Pbro. D. Leopoldo Roch, tan bien llena siempre su cometido. Desde que se erigió la Asociación Teresiana en nuestra ciudad hemos celebrado, como V. sabe, muchas, muchísimas funciones religioso-festivas; y al tratarse ahora de funerales, y funerales de D. Enrique muerto, no acertamos a creer si es sueño o realidad. ¡D. Enrique ha muerto!...Decimos mal; para el justo el morir es empezar a vivir para siempre, como dice la seráfica Doctora, y así no es de extrañar que nosotras, después de dedicarles las oraciones prescritas por la Iglesia a favor de los difuntos, le invoquemos por intercesor nuestro cabe el trono de María Inmaculada y Teresa de Jesús.

De los Claustros Han llegado hasta nosotros algunos de los gemidos dolorosos que se han escapado de los corazones religiosos consagrados a Dios Nuestro Señor, al tener noticia de la muerte del varón apostólico que tantas almas ha llevado al conocimiento y servicio de Dios. Una de esas almas nos decía, desde el convento de una población de Cataluña, en carta que tenemos a la vista. “Al abrir la REVISTA TERESIANA, mis ojos se han convertido en dos ríos de lágrimas, sin poder leer casi nada hasta después de buen rato que he logrado algo de serenidad. He ido registrando las páginas, leyendo y llorando, sin poder contener las lágrimas, recordando a nuestro amado D. Enrique, quien por sus heroicas virtudes y bondadoso trato se hacía digno del amor de cuantos tenían el consuelo de tratarle. Como V. sabe bien, muchas de las que gozamos de las delicias del Claustro confesamos, que después de Nuestro Señor, debemos la vocación religiosa a la gracia de habernos alistado bajo la bandera de la Archicofradía teresiana, merced debida a su santo Fundador. Como V. puede suponer, no podemos olvidar a aquel de quien nuestro celestial Esposo se valió, como de instrumento adecuado, para que nosotras gozásemos de este cielo anticipado en la tierra. Yo no puedo olvidar gracias tan particulares como las que he recibido por medio de tan santo Fundador, y no puedo menos de levantar la vista al Cielo y pedirle su protección, ya que en la tierra fue nuestro Padre y bienhechor. No puedo más, no puedo acabar con las lágrimas. Me hallo muy afectada; no sé cómo su muerte me ha hecho tanta impresión”.- (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 282, marzo 1896, pág. 186

LA PRENSA CATÓLICA HONRANDO AL DIFUNTO El día 27 de Enero último falleció en el Convento de Sancti-Spiritus, donde se había

retirado para hacer ejercicios espirituales y terminar una obrita que tenía empezada, el reverendo D. Enrique de Ossó. La noticia de su muerte se propagó rápidamente, sorprendiendo a todos mucho por lo inesperada, y más a nosotros que tuvimos el consuelo de saludarle unos días antes y ver que los trabajos continuos no le habían quitado alientos ni hecho mella en su robusta salud.

Hijo de esta Diócesis, hizo sus estudios en nuestro Seminario, del que fue después profesor, distinguiéndose siempre por sus condiciones de carácter y atrayendo hacia sí el respeto de cuantos le rodeaban, aunque éstos se llamaran condiscípulos y amigos.

Tortosa puede gloriarse con haber sido el campo que recibió las primicias de su apostolado, pues ya en los primeros años de su vida sacerdotal, restableció la Catequística, tomando grande desarrollo bajo su constante acción; a su iniciativa se debió en la misma época que viera la luz El Amigo del pueblo, publicación semanal que recibieron con gozo indecible todos los buenos católicos en aquellos aciagos días. En Tortosa fundó también un poco más tarde el Rebañito del Niño Jesús, la Hermandad Josefina para solos hombres y la Archicofradía de jóvenes católicas Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús, que se extendió rápidamente por toda la Diócesis, fundando como órgano de ella la Revista Teresiana, de que fue constante Director. Desde esta ciudad partió bajo su iniciativa e impulso la primera peregrinación española al sepulcro de la Reformadora del Carmelo. Aquí, finalmente, estableció la Casa-Matriz de la Congregación de Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que tan conocida es y tan extendida se halla en España y fuera de ella.

Nosotros, que le conocimos y le tratamos, pudimos admirar más de una vez su talento, su actividad y su celo, y a él debemos también ciertos alientos y las normas para la propaganda de algunas empresas de gloria de Dios.

Que descanse en la paz del Señor el benemérito sacerdote nuestro amigo, como lo pedimos al Señor y rogamos a nuestros lectores lo hagan como nosotros.

(El Congregante de San Luis de Tortosa) Además de los periódicos y revistas indicados en el número anterior, han escrito

sueltos necrológicos El Tradicionalista de Castellón de la Plana, el Semanario Católico de Reus, El Correo de la Provincia, de Tarragona; y publicado biografía con el retrato de D. Enrique, la Semana Católica de Valencia, la Revista Popular de Barcelona y El Estandarte Católico de Tortosa.

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REVISTA TERESIANA Nº 283, abril 1896, pág. 192

VARÓN ESCOGIDO DEL SEÑOR

Cuando más deshecha estaba la tormenta contra la Iglesia de Jesús en España; cuando, envalentonados los enemigos de la Cruz, con sus efímeros y aparentes triunfos, habían logrado infundir el terror por todas partes, y logrado impedir que, públicamente, se hiciera ningún acto de religión; cuando la mayor parte de la prensa secundaba sus nefandos planes, y la juventud española respiraba los corrompidos aires del escándalo, de la disolución, del libertinaje y de la impiedad, parece que la más grande de las almas Españolas que están en el Cielo, la que, mientras vivió sobre la tierra, más que otra alguna, cuidó de los divinos intereses del Salvador del mundo, acudió al Trono de su Esposo divino, y le pidió gracia por el atribulado pueblo de su querida Patria; su inolvidable España.

Según se ve, el Señor la escuchó con amor, y generoso le concedió la gracia de que ella misma eligiese, entre el pueblo español, un corazón que fuera según sus amorosos designios, y dócil para seguir sus inspiraciones celestiales.

La Santa lo halló, y lo halló en la soledad entregado a la oración, y gimiendo ante el Altar santo, ofreciéndose, como víctima de expiación, por la salud de sus hermanos.

Inspiróle lo que convenía hacer, para curar tantos males como aquejaban a la nación española, tan grande, tan poderosa, tan respetada, admirada y temida, en el siglo XVI: siglo de fe: siglo de Santos.

Levantóse de repente ese varón escogido del Señor, por mediación de la Compatrona de las Españas, Santa Teresa de Jesús: abrió sus labios, y sus palabras resonaron, no sólo en la Nación de San Fernando, sino que pasaron los Pirineos, y se extendieron por todos los pueblos levantados más allá de los mares.

“Españoles todos, dijo, sin distinción de clases, opiniones, ni partidos: hora est jam nos de sommo surgere. Oid la voz de uno de vuestros hermanos, que se interesa por el bien y felicidad de nuestra Patria infortunada. Despertemos de nuestro letargo: hora es ya de que cese nuestro olvido e ingratitud a los dones del Cielo, al favor y protección singular que nos ofrece para el remedio de nuestros males, en las oraciones de Santa Teresa de Jesús. El infierno trabaja mucho para hacernos olvidar a los españoles los tesoros inmensos de gracia y bendición, que tenemos en esta gran Santa española, en sus oraciones, en su vida y escritos admirables. Quizá, en la recién tempestad que nos azota, y que parece van a hundirse con ella, la Religión y la Patria, sólo falta que importunemos al amable Jesús, que aparenta dormir descuidado de lo que pasa, por la voz de su vigilante Esposa Teresa”.

¿Quiere saberse de dónde era ese hombre que así hablaba desde la soledad, y cómo se llamaba?

Catalán era, y bien conocido es su querido nombre, en el mundo religioso y literario: es el de ENRIQUE DE OSSÓ.

Este ejemplar y celoso Sacerdote del Obispado de Tortosa, era ilustrado Catedrático del Seminario Conciliar del mismo, cuando la Revolución arrebató al V. Sr. Obispo de aquella Diócesis, el edificio que le servía para formar a los jóvenes que Dios llamaba al Santuario. Afligióse en gran manera el corazón del digno Catedrático, al ver lo que pasaba en España, y más aún al considerar las tristes consecuencias que aquel desbordamiento de doctrinas impías, anti-católicas y anti-sociales, habían de tener en la Patria de la admirable Madre Teresa de Jesús; por esto, movido de Dios, fue a oír su amoroso voz, y a abrirle a la vez su apostólico corazón, en la santa soledad del Desierto de las Palmas.

Allí oró al Señor, y pidió con fe, con confianza, con amor y santa perseverancia. Una y otra vez llamó en su ayuda a la Santa predilecta de Jesús, gloria de España y protectora incansable de su real grandeza y verdadera felicidad. La gloriosa Santa que, en Dios, conocía muy bien lo que era el fiel ministro del Señor que con tanta fe y confianza la invocaba, acudió en su auxilio, lo consoló, lo alentó e inspiró la grande idea que, con la bendición del V. Sr. D. Benito Vilamitjana, dignísimo Obispo de Tortosa, realizó.

Entonces apareció la nunca bastante ponderada REVISTA TERESIANA: era esto en Octubre de 1872.

El Fundador confesaba ingenuamente que no era más que un mero instrumento de la Providencia divina: nuestra plantación, decía, es obra de Teresa de Jesús; por esto así se expresaba:

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“Ven, siglo sin fe, a contemplar la hermosura y las riquezas de esta celestial virtud, al resplandor de las luces que despide, en Teresa de Jesús. Ven, siglo sin caridad y amor fraternal, a calmar la sed que devora tus entrañas, con las cristalinas aguas de la oración, de que la Santa es Maestra. Ven, siglo insustancial y vano, helado por el frío de falsas doctrinas, a vigorizarte con la lectura de los escritos de una Virgen, que levantan, por donde pasan, llamas de amor divino. Ven, y serás salvo, porque, con la devoción a Santa Teresa de Jesús, Maestra insigne de la oración, derramará el Señor sobre la España indiferente, el espíritu de la celestial oración, con el que vienen todos los bienes a las almas; el espíritu de fe práctica, que las fortalece y vigoriza; el espíritu de amor, que endulza todas las penalidades de este miserable destierro.

La Revista Teresiana llenó perfectamente sus levantados y nobilísimos propósitos, mereciendo que los VV. SS. Obispos de España la bendijeran, encomiaran y recomendaran: por su medio, la gran M. Santa Teresa de Jesús, fue conocida y amada, propagándose su devoción por todas partes, en particular en Cataluña, de una manera extraordinaria.

Son indecibles los triunfos que consiguió la Santa Reformadora del Carmelo, en el primer año de la aparición de la hermosa Revista que ella inspirara; y como es tan generosa, como, después de la Inmaculada Madre de Jesús, nadie le gane en hallar medios para frustrar los planes de Satanás, y lograr que se realicen los amorosos designios del divino Salvador, inspiró a su fiel devoto D. Enrique de Ossó, otro pensamiento, que debía dar abundantísimos frutos, atendida la preparación, con que durante un año, sin parar, por medio de la Revista, se había dispuesto a los corazones de las almas nobles, sobre todo los de la juventud, que más expuestos estaban y más peligros corrían.

Funda una Asociación de doncellas, de las que viven en el mundo, le dijo la Santa Madre, que a la sombra de María Inmaculada, lean mis escritos, sigan mis pasos, e imiten mis virtudes, para que Jesús las ame y sean dignos instrumentos, de lo que su amor quiere hacer, por su medio, en Cataluña, en España y en el mundo entero.

El V. Sr. Obispo de Tortosa estudió y examinó detenidamente el plan y objeto de la nueva Asociación Teresiana, y no titubeó en llamarla, para los tiempos presentes, admirablemente oportuna: y bajo sus auspicios, aprobada y bendecida por él, se erigió: era esto en Julio de 1873.

JOSÉ RECORDER, Pbro. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 283, abril 1896, pág. 207

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

III

Sus primeros años de estudio A los catorce años de edad (1854) empezó Enrique los estudios de la carrera eclesiástica, matriculándose en el Seminario Conciliar de Tortosa, del cual era rector a la sazón el Rdo. P. Fr. Buenaventura Gran, Dominico, y vicerrector el Rdo. D. Manuel Boix. Tuvo de profesor de Latín y Humanidad a los Sres. Prades y D. José Sena, los cuales gozaron fama de excelentes latinos en dicha ciudad. Por consideración a la edad que tenía, y principalmente por los rápidos progresos que había hecho en las asignaturas, Enrique ganó en tres años los cuatro cursos de Gramática y Humanidades. Su profesor el Sr. Sena declaró paladinamente que ya no sabía qué enseñarle. Verdad es que también muy pocos, o casi nadie, estaba dotado de la constante aplicación, talentos excepcionales y conducta ejemplar de nuestro estudiante. Entre sus compañeros de estudio era mirado con cierto instintivo respeto, y todos le guardaban atenciones delicadas que no se tenían con ningún otro. El carácter bondadoso de Enrique atraía suavemente el aprecio de los demás, y aún a los muchachos más díscolos y traviesos les inspiraba afectuosa confianza al tiempo que saludable respeto. Después de haber cursado la Gramática latina y Humanidades, obteniendo las mejores notas en los exámenes, estudió dos cursos de Filosofía con el Dr. D. Dionisio Brull, que explicaba esta asignatura en el Seminario. Las aulas de Gramática estaban entonces en el Colegio, antiguamente llamado de San Matías, y ahora de San Luis. Aunque sumamente aplicado y estudioso, y empleando no pocas horas en el estudio de lecciones y en hacer apuntes de las explicaciones de clase, para lo cual procuraba con grande ahínco el retiro y silencio convenientes, no era nuestro estudiante nada malhumorado ni misántropo, antes era de carácter afable con los condiscípulos, salía a paseo con buenos compañeros por los deliciosos alrededores de la ciudad, y solía dentro de casa jugar a los bolos, a la pelota, a los birlos, a la Aduana, etc., aunque harto se conocía que nunca era llevado por el codicioso afán de la ganancia. Lo regular era jugar sin ningún interés, aunque no sin dejar de poner en el juego todo su empeño y habilidad, que era también grandes en todo. Bien se puede asegurar con toda verdad que en el juego no ejercitaba nuestro estudiante sino una excelente virtud, a la vez que tales esparcimientos constituían una necesidad higiénica para el desarrollo de su cuerpo. Era muy animado, listo, habilidoso en estos sanos ejercicios, particularmente en el juego de la pelota, saliendo por regla general vencedor de sus compañeros. Algunas veces se entretenía, después de las horas de estudio, en dibujar y copiar con el lápiz cuadros religiosos y paisajes, así como en cincelar, valiéndose del cortaplumas, pequeñitas imágenes de madera. Su padre le colocó, para seguir los estudios, en casa de un respetable y bondadoso sacerdote, conocido suyo, llamado D. Ramón Alabart, beneficiado de la Santa Iglesia Catedral, en cuya compañía y la de algún sobrino o pariente estudiantes, pasó todos los años de su carrera que estuvo en Tortosa, y continuó en la misma casa siendo ya presbítero, hasta la muerte de dicho eclesiástico. Este señor estaba ciertamente edificado y en extremo satisfecho de la vida retirada, edificante, espiritual que llevaba a Enrique, a quien ello es cierto que no tuvo nunca que reprender ni avisar cosa alguna referente a su conducta moral ni literaria. En el tercer piso de la casa tenía su cuartito, el más retirado de todos, en donde, encerrándose siempre, era a la vez teatro, o mejor dicho, santuario oculto de sus devociones, de su oración, de sus mortificaciones. Como quiera que guardase su secreto para sí, como era natural, nadie, aunque lo pretendiese, podía sorprenderle en sus ejercicios piadosos. Era tan sumamente reservado en las cosas de su alma, que hablando con referencia a esto decía muchas veces el respetable sacerdote: “Enrique es una caja cerrada (es una caixa tancada)”. Algo, sin embargo, se traslució de sus largos ratos de oración y de otras mortificaciones. Una hora de oración mental al levantarse de la cama era el suave y sustancioso alimento de su alma, mediante el cual pudo adquirir todo género de sólidas virtudes.

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Ya por este tiempo se hizo socio de la Conferencia de San Vicente de Paúl, y visitaba a los pobres de la ciudad en compañía de sus piadosos consocios, generalmente personas de alguna edad. Ellos se sentían animados y fortalecidos por los hermosos ejemplos de caridad, de abnegación y de celo que les daba un joven tan distinguido y que en todo revelaba tanta piedad como talento. Ellos, si algunos viven todavía, podrían tal vez revelarnos algunos de aquellos sus piadosos secretos de caridad, practicada en obsequio de Dios, en la persona de sus hijos predilectos los pobres. Entonces fue cuando ya se dio a conocer su espíritu emprendedor y propagandista de buena ley, hijo del ardiente celo por la salvación de las almas. Los opúsculos del Padre Claret, que en aquella época corrían con tanta abundancia, por su bondad y baratura, entre las personas piadosas, pues apenas si se publicaban otros del mismo género, que fueran tan ricos de amena piedad como aquellas inolvidables leyendas y alegorías, servían a maravilla a nuestro joven para extender entre sus compañeros y demás estudiantes las buenas y edificantes lecturas, que ya entonces eran una verdadera necesidad. D. Gabino Tejado publicó en Madrid por aquel tiempo, traducida del francés con la perfección con que él solía hacerlo, una pequeña y económica biblioteca de libros muy escogidos, de los cuales el celoso estudiante hizo venir a Tortosa muchas remesas y los extendió grandemente, nosotros sabemos con cuánto fruto para las almas, sobre todo de la juventud escolar. En sus paseos, durante el invierno, los cuales tenían por término y descanso los parajes más escondidos del barranco del Rastro, o los que caían a la parte de Capuchinos, solía siempre llevar en el bolsillo alguno de esos libros, para tener un rato de lectura espiritual con sus compañeros, mientras descansaban del largo paseo, sentados y ocultos en aquellas, muchas veces, verdaderas grutas, que a Enrique le recordarían sin duda las de su amado Montserrat. Después del paseo, su última e inexcusable visita, antes de ir a la vela de estudio, era para Jesús Sacramentado, visita que hacía ordinariamente en la capilla del Sagrario, de la catedral. No se contentaba con oír Misa cada día, con comulgar cada mes, según se prevenía a todos los alumnos del Seminario, y lo verificaban en común en su iglesia, sino que antes de comer visitaba al Señor en la iglesia de la Purísima, recibía en su pecho al Señor Sacramentado todos los domingos, y creemos con fundamento que todas las demás solemnidades de la Iglesia. Además de los libros que arriba hemos citado, hojeaba también por este tiempo el fervoroso seminarista algunos otros de la Librería Religiosa de Barcelona, especialmente las obras de Santa Teresa de Jesús, de la cual solía hablar con extraordinario entusiasmo a sus discípulos el profesor de Latín D. José Sena. La devoción a la mística Doctora echaba ya indudablemente profundas raíces en el corazón de nuestro joven estudiante. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 283, abril 1896, pág. 211

SUFRAGIOS POR EL ALMA DE D. ENRIQUE DE OSSÓ, PBRO.

Lérida.- La Archicofradía Teresiana de Lérida supo con profundo sentimiento la inesperada muerte del varón apostólico e incansable propagador de las glorias de nuestra heroína, Santa Teresa, Rdo. D. Enrique de Ossó, Pbro. (Q. E. P. D.). Aunque, piadosamente hablando, es de creer que estará ya en el cielo tan ejemplar sacerdote, gozando de Dios en compañía de su amada Teresa, sin embargo, como deuda de gratitud, esta Archicofradía, por indicación de su Director, Dr. Canónigo Rahola, no sólo ha ofrecido al Señor muchas comuniones en sufragio del ama del malogrado don Enrique, sino que también celebró el día 13 del corriente, con el mismo objeto, un solemne funeral, con asistencia de los Sres. Directores y buen número de asociadas. También debo participarle que esta Archicofradía celebró en el año último, lo mismo que en todos los anteriores, solemne Novena en obsequio de su amadísima Patrona Santa Teresa de Jesús, cinco días de santos Ejercicios y un Triduo solemne a su principal Patrona la Virgen Inmaculada; esto, aparte de las funciones mensuales en todos los segundos domingos de mes. Termino expresando la esperanza de que nuestro admirado y llorado D. Enrique, que tanto trabajó en vida para que Jesús y su Teresa reinasen en los corazones de todos, eficazmente protegerá desde el cielo las obras del apostólico celo que dejó empezadas, no haciendo falta quien las prosiga hasta llevarlas a feliz término. Barcelona.- Colegio de la Compañía, Pasaje Méndez-Vigo.- A las oraciones y Misas que por el alma de nuestro muy amado Fundador ha hecho celebrar la Compañía de Santa Teresa de Jesús en este Colegio, se deben añadir las muchas que le han ofrecido las alumnas de dicho Colegio, en especial los parvulitos. A una de las Misas que se celebraron por el eterno descanso de su alma, asistieron todas las niñas, demostrando durante ella grande piedad y devoción, pues hubo niñas, en especial parvulitas, que permanecieron inmóviles, con las manos juntas y los ojos fijos en el altar. Lo mismo podemos decir, y aún más, de los niños que asistieron al día siguiente, saliendo de sus inocentes labios repetidas veces esta angelical petición: Niñito Jesús, lleva el alma del Padre Fundador al Cielo, asegurándonos algunos de ellos que lo habían repetido hasta cien veces. No es menos de admirar el silencio y devoción (cosa rara para la niñez) con que por espacio de nueve días han rezado el santo Rosario y han hecho otras varias devociones, dejándonos admiradas y llenas de ternura, a nosotras sus Profesoras. Mas uno de ellos, llamado Ramoncito, el cual siempre se distingue por su piedad y buen corazón, no se contentó con los sufragios generales, sino que ha querido dar una muestra particular del amor que profesaba a nuestro Padre haciendo el acto, heroico para un niño, de romper su hucha para sacar sus ahorrillos. Habiendo reunido la cantidad de cincuenta céntimos de peseta, se fue muy ufano al Colegio, suplicando hiciesen celebrar una Misa y comprasen una vela, todo en sufragio del P. Fundador. ¿Quién sabe si este pequeño obsequio habrá sido el más acepto a Dios, por la voluntad, inocencia y sacrificio con que fue hecho? Pues, como decía Santa Teresa de Jesús, “el Señor no mira la grandeza de la obra, sino el amor con que se hace”. Batea (Tarragona).- La Archicofradía Teresiana de esta población dispuso celebrar solemne funeral en sufragio del alma del que fue fundador de ella. Hubo a este acto grande asistencia de los vecinos de dicha población, entre los cuales contaba el finado con algunos parientes (distinguidos amigos nuestros) y muchísimos amigos y conocidos. La Junta de la Archicofradía y Asociadas se apresuraron a rendir en masa este merecido tributo de oraciones y sufragios al que fue nuestro Director. La Palma (Tarragona).- El Rdo. D. Bernardo Borrás, Pbro., Cura párroco de esta religiosa población, invitó a sus feligreses al funeral que celebró en sufragio del alma del que fue su respetado y queridísimo maestro y amigo D. Enrique, de quien el expresado Sr. Borrás

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guarda indelebles y santos recuerdos, que al evocarlos ahora han conmovido su corazón y llenado sus ojos de lágrimas. Vilafranca del Cid.- Se han celebrado en esta parroquia tres Misas en sufragio del alma de nuestro querido Director, que en los años 1876 y 77 dio Santos Ejercicios Espirituales a las jóvenes asociadas de la Archicofradía. Además, el venerable Sr. Cura D. Manuel Ferrer ha dispuesto se rece todo el año un “Padrenuestro” al Ofertorio de la Misa Mayor, en sufragio del alma del difunto, considerándole en esto como hijo de dicha población, disposición que ha sido muy del agrado del católico vecindario. Vinebre (Tarragona).- En esta parroquia, con asistencia de los Rdos. Curas párrocos de García y Vandellós, respectivamente, se celebró en sufragio del alma del malogrado D. Enrique de Ossó, solemne funeral, con tres misas cantadas, y al final el responso Libera me Domine. Enguera (Valencia).- Se hicieron los funerales más solemnes que en esta villa se pueden celebrar, con grande asistencia, pues era mucha la multitud de gentes. Todos lloraron la muerte de nuestro Padre Fundador. Ciudad Rodrigo.- El día 15 de Febrero celebraron las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús y la Archicofradía Teresiana solemnes funerales por el ama de su venerable P. fundador D. Enrique de Ossó, en la iglesia del Colegio (San Agustín). El Excmo. e Ilmo. r. Obispo de esta Diócesis, que en tanta estima tenía al finado, celebró en sufragio de su alma el santo sacrificio de la Misa, a las 6 y media de la mañana, distribuyendo la Sagrada Comunión a las Hermanas y alumnas internas del Colegio. A las 9 y media celebró también por el alma del finado nuestro particular amigo D. Perfecto González, Canónigo de esta Catedral, asistiendo a su Misa todas las niñas de las clases externas y párvulos del Colegio, de los cuales fue siempre tan amante el finado, y a quienes juzgando piadosamente, estará mirando complacido desde el Cielo. El funeral dio principio a las 10 y media. Un nutrido coro de bajos cantó con toda solemnidad el Oficio de difuntos y la Misa de Réquiem que celebró el M. I. Sr. Provisor y Vicario General de esta Diócesis don Santiago Sevillano, amigo íntimo del Fundador de la Compañía de Santa Teresa, al cual sin duda quiso dar esta prueba del aprecio que le profesaba y de la estima en que tenía sus virtudes. Fueron ministros asistentes los señores Capitulares D. Fabián Mediero y D. Perfecto González. Presidió el duelo nuestro Reverendísimo Prelado acompañado de los Sres. D. Leonardo Malo y D. Alejo Calama, Deán y Canónigo respectivamente de esta Santa Iglesia Catedral. Los demás Canónigos, y muchos sacerdotes y numeroso concurso de fieles de uno y otro sexo ocupaban los bancos de la iglesia, en cuyo centro se levantaba un modesto, pero elegante catafalco, en el que se veían las insignias sacerdotales. Los frontis de los altares y el púlpito estaban cubiertos de paños negros, presentando el templo un carácter severo y majestuoso. Descanse en paz el ilustre Sacerdote que pasó toda su vida consagrada a propagar la devoción al Serafín del Carmelo, empleando su portentoso talento, vasta erudición y su cuantiosa fortuna en obras de celo tan importantes como la Archicofradía Teresiana y la Compañía de Santa Teresa de Jesús (su obra predilecta), para quienes deja escritos infinidad de libros de piedad y devoción. Barcelona (Parroquia del Pino).- La Archicofradía Teresiana dispuso se celebrasen tres Misas en el altar de la Santa, que fueron muy concurridas por las jóvenes asociadas. El día antes, en el sermón de la función propia de la dominica mensual, el orador nuestro compañero Rdo. don Juan B. Altés, al dedicar un sentido recuerdo a D. Enrique, que emocionó al auditorio, encareció a las piadosas teresianas la asistencia a dichos actos y que, como hemos dicho, estuvieron muy concurridos. Tarragona.- Las Hermanas han hecho los sufragios por el alma de N. Padre. Además, el día 6 se celebró un Oficio de Réquiem, al que asistieron las pensionistas, externas y parvulitos y algunas distinguidas señoras. Celebró el Rdo. Párroco de la Santísima Trinidad Dr. Torras. El canto estuvo a cargo del maestro Sr. Roig.

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Calahorra.- Se celebraron tres Misas en sufragio de N. Padre. Uno de los tres días, las niñas comulgaron. Rubí.- Colegio.- Se celebraron tres Misas, asistiendo los párvulos y niñas. En la parroquia las señoras de la Conferencia de San Vicente de Paúl le hicieron celebrar una Misa, con mucha asistencia y gran número de Comuniones. Zacatecas (América).- En el Colegio Teresiano de Nuestra Señora de Guadalupe, el día 5 de Febrero hubo Misa de Réquiem, y se celebraron también las Misas de San Gregorio en sufragio del alma de nuestro Padre. Además, las misas que celebró durante 30 días, a contar del 15 de dicho mes, el Sr. Pbro. Lic. D. Luis B. Velasco, en el templo de Santo Domingo, fueron en sufragio del alma del finado Sr. Ossó. Desde los claustros.- De un Convento de Religiosas, de Aragón, nos escribe una Religiosa: “Triste es la noticia que he recibido de la muerte de nuestro amado y respetado D. Enrique (Q. E. P. D.). No parece esto una realidad, sino un sueño; pero no hay que hacerme ilusiones… ¡ha muerto!...Bendito sea el Señor, que ha querido premiar sus fatigas tan pronto; bendito sea, porque ha querido privar al mundo de una columna tan fuerte, y de una antorcha que con su luz iluminaba desde el oriente al occidente. He sentido mucho su muerte, pues con seguridad puedo decir a V. que a su celo debo la vocación al estado Religioso, y como yo hay casi un sinnúmero de almas que hemos abrazado este estado, por sus trabajos en extender la Archicofradía Teresiana por tantas partes. ¿Cómo no sentir estas muertes?...Y más las que hemos tenido la dicha de tratarle y recibir por algún tiempo sus consejos. Todavía conservaba dos cartas del mismo, que llenas de consejos, más de una vez han servido de consuelo a mi alma, y siento mucho que se me extraviasen; pero conservo una estampita con un escrito al dorso por su propia mano, y la guardo como reliquia, porque siempre le he tenido por Santo, y si he de decir verdad, tengo consuelo de encomendarme al mismo, porque creo estará muy cerca del trono de Dios lleno de Gloria. Doy a mi amada Compañía el pésame, juntamente a V. y a toda la Archicofradía Teresiana por tan irreparable pérdida; yo nunca me olvidaré de encomendarlo a Dios y ofrecerle todos los sufragios que pueda por su alma, pues le debo tanto que no podré nunca recompensárselo”.

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REVISTA TERESIANA Nº 283, abril 1896, pág. 216

LA PRENSA CATÓLICA HONRANDO AL DIFUNTO

Don Enrique de Ossó, fundador de la Archicofradía Teresiana, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús para instrucción de las niñas, y del Rebañito del Niño Jesús, el autor inspiradísimo de tantos libros piadosos que le han merecido la especial bendición de Su Santidad el Papa León XIII, falleció el 27 de Enero del corriente año al terminar los Ejercicios Espirituales en el convento franciscano de Sancti Spiritus, cerca de Sagunto; recibiendo a los dos días la reverendísima Madre Superiora General de dicha Compañía de Santa Teresa la gran noticia de haber sido nombrado Protector de la misma al Emmo. Cardenal Rampolla. La vida del fervoroso presbítero fue la de un Santo, sus trabajos los de un Apóstol, sus tribulaciones las de un Mártir, sus producciones literarias semejantes a las de los Doctores de los últimos tiempos; su entusiasmo por Santa Teresa indescriptible. Sin duda alguna el fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús en España goza de Dios, formando parte en el cielo de la gloriosa Compañía de Santa Teresa a que pertenecen San Juan de la Cruz, San Pedro Alcántara, San Francisco Borja, el Beato Juan de Ávila, el Beato Juan Bautista de la Concepción y otros, y probablemente Felipe II. (Semana Católica, de Madrid)

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REVISTA TERESIANA Nº 284, mayo 1896, pág. 224

VARÓN ESCOGIDO DEL SEÑOR

(Continuación)

Han pasado ya quince años, tres lustros, durante los cuales, constantemente, sin cesar, la voz del celoso Ministro del Señor, del confidente de la gran Celadora celestial, Maestra de los Doctores y Sol de los Reformadores, sin cansarse nunca, con nuevos alientos siempre, venciendo mil y mil dificultades, y superando obstáculos que parecían irresistibles, desde Cataluña, se ha dejado oír en todas las ciudades, villas y pueblos del Principado de Cataluña, confundiendo al infierno y trastornando sus satánicos planes; y los fieles la han escuchado con gusto, y las jóvenes, la más bella esperanza del porvenir del pueblo catalán, presurosas, han acudido al llamamiento, y no a centenares, sino a millares, se han alistado al bello estandarte que tremola en su mano el Teresiano Heraldo, en el que se lee este celestial lema: Hijas de María Inmaculada y de Teresa de Jesús. Desde entonces, empezóse a cumplir, de un modo particular, lo que dice el pensamiento que se lee al frente de este humilde trabajo: Es de Cataluña de donde sale hoy la voz que anima y alienta a las jóvenes españolas, a seguir los bellos y nobles ejemplos de la admirable Teresa de Jesús. Si la aparición de la Revista Teresiana fue aplaudida y bendecida por los esclarecidos obispos de España, no lo fue menos la fundación de la nueva Asociación, que bajo la común bandera de María Inmaculada y de Teresa de Jesús, acababa de realizarse en el Principado de Cataluña: y se multiplicaron los aplausos, y se reiteraron las bendiciones, tan luego se vieron y se palparon los frutos de tan admirable Asociación. Los límites que nos hemos fijado no nos permiten extendernos, cual sería necesario, para dar, siquiera una ligera idea de los bienes inmensos que la juventud española, las familias y la sociedad en general, ha reportado y sigue gozando, desde que se fundó la Asociación Teresiana, llamada hoy Archicofradía (1) que con gráfica expresión, calificó de admirablemente oportuna el esclarecido Obispo de Tortosa, que con general sentimiento, siendo Arzobispo de Tarragona, acaba de bajar al sepulcro (2). Mas, para que se pueda conocer algo de lo que la Sociedad puede esperar de esa Teresiana Archicofradía, entre los mil y mil testimonios que pudiéramos aducir, véase el primero que se nos ha presentado al abrir, al acaso, el tomo de la revista Teresiana, correspondiente al séptimo año de su publicación. “Igualada, dice, la primera, en la Diócesis de Vich, que levantó esclarecido estandarte de María Inmaculada y de Teresa de Jesús, a cuya salvadora sombra se cobijan hoy en esta villa quinientas jóvenes, que por su conducta ejemplar y por sus cristianas virtudes, son el consuelo de todos y el encanto de sus queridas Madres, han presenciado, en estos días que las jóvenes Teresianas han hecho los santos Ejercicios, un cuadro bello y altamente consolador para el porvenir de la Sociedad”. Después de describir lo que se hizo durante aquellos días santos termina la relación: “¡Gloria y honor a Jesús de Teresa y a Teresa de Jesús! ¡Ojalá esas valerosas jóvenes, celando como celan los intereses de Jesús, logren arrancar de la indiferencia a tantas doncellas cristianas, que viven en el mundo ciegas y engañadas, y las vean alistarse bajo la bandera de María Inmaculada y Teresa de Jesús!”. El entusiasmo por la nueva Asociación no se contuvo en los límites de Cataluña: quería la Santa iniciadora que fuera popular y del todo nacional, por esto, en breve, no hubo Obispo en España, que con entusiasmo no levantara el pendón de María Inmaculada y Teresa de Jesús, y a imitación de las jóvenes catalanas, las de Valencia, Aragón, Castilla, León, Andalucía, Navarra y Provincias Vascongadas, lo mismo que las de Asturias y Galicia, se apresuraron a alistarse, y se esmeraron en imitar los ejemplos, seguir las pisadas y adornarse con las virtudes de la más grande y preclara española, Teresa de Jesús. Establecida, sólidamente arraigada, y por todos encomiada la Teresiana Archicofradía, contempló desde el Cielo su bella obra la incansable Madre Teresa de Jesús, y queriendo dar otra prueba de su predilección a su querida Cataluña hizo, que de la misma frondosa Archicofradía brotara un tallo, tan delicado, tan hermoso y encantador que, todos a una voz lo llamaron: Obra del Cielo. Tal fue la fundación, tan propiamente llamada: Rebañito del Niño Jesús, que tantas almas ha conducido ya al Cielo y a tantas otras, preservándolas del naufragio que a un sin número hace perecer la corrompida sociedad de nuestros días,

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adornadas aún con la cándida estola bautismal, las ve hoy alistadas en la Archicofradía Teresiana, animosas y resueltas a trabajar sin descanso por los sagrados intereses de Jesús. Parecía que ya nada faltaba para la rehabilitación completa del pueblo español: las jóvenes, esto es, el porvenir de las familias, de los pueblos y de la Nación estaban ya a salvo: lo establecido en Cataluña podía lamentarse, y se estaba haciendo casi en todos los pueblos de España, y los resultados consoladores y altamente admirables que se estaban experimentando en todas las poblaciones del Principado, donde flotaba el precioso estandarte de María Inmaculada y Teresa de Jesús, podían sentirlos también todas las demás de la Nación española. El Rebañito del Niño Jesús, dirigiendo a las candorosas niñas, desde sus más tiernos años, hacia los caminos de la virtud, cobijándolas bajo el manto de la Virgen incomparable, celadora incansable de las almas, al inclinarlas al bien, descubriéndoles los dulces encantos que disfrutan, y las delicias inefables que gozan las almas que se consagran a Jesús y lo sirven y aman, como lo amó y sirvió, desde su niñez, la encantadora Teresa de Jesús, contribuía a hacer más sólida y más indestructible la obra de la regeneración social, e influía ya poderosamente, al más pronto y definitivo restablecimiento del reinado social de Jesucristo. Sin embargo, el grandioso plan que concibiera la valerosa e intrépida Capitana del Carmelo y que inspirara a su mil veces afortunado y fiel Devoto, aún no estaba del todo realizado. Mucho se había conseguido, haciendo conocer, por medio de la Revista Teresiana, lo que era la heroína española Teresa de Jesús, cuán inmenso valimiento tenía cerca del Trono del Dios de amor y lo que España, con fundamento, podía esperar de ella, si con fe imploraba su protección. Por todas partes observóse un movimiento extraordinario, una reacción singular, hacia la Santa que más ama al pueblo español. El establecimiento de la Asociación Teresiana y del Rebañito del Niño Jesús, reprodujo el encantador espectáculo, que llenó de rabia a las satánicas huestes y de alegría a los Coros Celestiales, cuando se levantó en Barcelona el glorioso estandarte Josefino: entonces, se agruparon a su alrededor, centenares de miles de fieles devotos, resueltos, no sólo a santificarse, imitando las virtudes del glorioso San José, sino aún a trabajar por la Iglesia y por la libertad del Padre Santo: de la misma manera, fueron sin número las fervorosas jóvenes, que, anhelando seguir los ejemplos de la gran Madre Teresa de Jesús, a su sombra se pusieron y a sus banderas se alistaron. JOSÉ RECORDER, Pbro. (Continuará) (1) Su Santidad el Papa Pío IX el Grande, la elevó a tal en sus magníficas Letras Apostólicas, que en forma de breve, dio el 17 de Diciembre de 1875. (2) Falleció en su Palacio Arzobispal de Tarragona, a las nueve de la mañana del 3 de Septiembre, del año de 1888. Era muy teresiano y gran protector de todas sus obras.

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REVISTA TERESIANA Nº 284, mayo 1896, pág. 232

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

IV

Sus vacaciones de verano No hay duda de que éste es el tiempo más peligroso para la juventud estudiosa, especialmente para la que frecuenta los Seminarios, por la libertad, ociosidad y desahogo que parecen propios de estas largas temporadas de descanso. Para evitar los múltiples peligros y escollos casi inevitables que rodean a los jóvenes durante las vacaciones, menester es abroquelarse con sólidas virtudes y tomar exquisitas precauciones, con las cuales difícilmente se aviene la inexperta juventud. En esta parte no vacilamos en asegurar que nuestro Enrique se puede presentar como modelo a los jóvenes. Un retiro moderado, algunas horas de estudio, la oración, la santa Misa, estas y otras prácticas cotidianas eran las que, durante este tiempo, conservaban y aún vigorizaban en su corazón aquel espíritu de piedad que venía atesorando y fomentando en la capital de la Diócesis. Algunos días solía ir por la tarde a paseo por las florecientes huertas de Vinebre, por donde se desliza el Ebro, pero lo hacía siempre en compañía de sus tíos o de su padre, y con muchísima frecuencia, del cura párroco de la población. No, su espíritu elevado, su carácter juicioso, su alma delicada y exquisita no gozaban con la compañía de jóvenes frívolos, que por desgracia no faltan en ninguna población. Solamente compasión le inspiraban los bulliciosos grupos de atolondrados jóvenes que no temen desperdiciar y malbaratar en diversiones peligrosas los ricos dones que el Señor con tanta generosidad ha depositado en sus almas. No se olvidaba de hacer su diaria visita a Jesús Sacramentado, el único amigo constante, verdaderamente fiel, que venía guiando con solicitud amorosa los pasos de su juventud. Tampoco dejaba de fortalecerse semanalmente con el divino Pan de los fuertes, después de acercarse con fervor y humildad al Sacramento de la Penitencia. ¿Qué más? Gran cosa es el procurar servir y amar a Dios Nuestro Señor, como lo procuraba hacer nuestro joven, llevando tan acertado plan de vida espiritual. Pero esto no puede bastar, ni bastaba a un corazón como el suyo, que, según parece, ya se sentía inflamado con los ardores del divino celo por la salvación de las almas. De ahí es que todos los días después de comer, a aquella hora la más incómoda y pesada del día durante el verano, nuestro seminarista reunía en la escalera y bajos de su casa a los muchachos del pueblo, especialmente a los que aquel año habían de hacer la primera Comunión. Allí les enseñaba la doctrina cristiana, les explicaba las respuestas aprendidas, les refería ejemplos edificantes, los exhortaba a la virtud, y en una palabra, procuraba hacerles participantes de los íntimos bienes espirituales que poseía su alma. Regalándoles estampas, confites, librillos, medallas, etc., les atraía todos los días a aquella que podríamos llamar escuela catequística rudimentaria, aunque no por ello menos provechosa. Aunque nosotros creemos que el mayor atractivo para los niños, sería el dulce fuego de caridad que acompañaba a las palabras afectuosas y persuasivas del joven seminarista, contribuyendo no poco al buen éxito de sus instrucciones, el prestigio y buen nombre de que gozaba entre todos los vecinos. Después de pasados muchos años, hemos sido muchas veces testigos de escenas las más consoladoras, que probaban claramente que aquellas instrucciones no habían sido infructuosas. ¡Cuántos hombres del pueblo, trabajadores, jornaleros, al encontrar, siendo ya sacerdote, a D. Enrique en Barcelona o en otras partes, hemos visto cómo se han acercado gozosos a saludarle, descubriendo respetuosamente su cabeza, y recordándole con sonrisa de satisfacción que él les había enseñado la doctrina cristiana! Seguramente que no la habían olvidado los que así honraban y veneraban al sacerdote. De esta manera empleaba Enrique el tiempo de vacaciones, que tan erizado de peligros suele estar para los jóvenes estudiantes. Pero no se satisfacía con todo esto nuestro joven. Por poco que pudiese, aprovechaba la ocasión del largo descanso veraniego para ejercitarse de un modo particular en las prácticas espirituales, y adelantar en la carrera de su santificación. Tenemos noticias seguras de que ya por el año 1860 ó 61, cuando nuestro Enrique tenía 20 ó 21 años, empezó a ir, si es que no fue antes, al Desierto de las Palmas

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(Provincia de Castellón), en donde, bajo la dirección de los ejemplares Hijos de Santa Teresa, los Padres Carmelitas Descalzos, tan respetados y queridos en toda la comarca, hacía Santos Ejercicios Espirituales, templando y fortaleciendo las armas de su espíritu en la aventajada escuela de Santa Teresa de Jesús. Desde aquella deliciosa soledad escribió, entre otros, a un íntimo amigo nuestro, describiéndole con el más fervoroso entusiasmo los encantos de aquella escondida morada de paz, de salud y de consuelo, seguro puerto para las almas que no quieren ser arrebatadas por las corrientes cenagosas del mundo, todo con el fin de que otros jóvenes disfrutasen de tan regalada y dichosa soledad. Cuán agradable y deleitoso debió de ser para el alma de Enrique aquel santo Desierto carmelitano, lo prueba evidentemente la preferencia que, entre otros lugares, le dio después, durante toda su vida, para pasar en él sus días de acostumbrado retiro vacando al Señor, para escribir sus libros piadosos, para estudiar y madurar en el recogimiento y oración sus obras de celo encaminadas a dar a conocer y amar a Nuestro Señor Jesucristo. Durante los días o semanas que pasaba nuestro joven en el convento carmelitano, nosotros sabemos que llevaba la misma vida austera y mortificada de los edificantes Hijos de Santa Teresa, de suerte que éstos se sentían, no sólo profundamente admirados, sino también edificados en extremo del recogimiento, humildad y modestia que veían resplandecer en el semblante y persona del joven seminarista. Así hubo de manifestarlo en cierta ocasión el Superior del convento a uno de nuestros respetables amigos. Ya por aquel tiempo empezaba nuestro fervoroso joven a preocuparse de los males sin cuento que aquejaban y aquejan todavía a nuestra sociedad malaventuraza, debido en grandísima parte a la enseñanza heretical y corrompida que se daba y se da aún en universidades y otros centros de Enseñanza. De ahí es que al leer en El Pensamiento Español los notables artículos que sobre este asunto publicó, con el título de Textos vivos, el católico escritor D. Francisco Navarro Villoslada, y que tan justa resonancia tuvieron en España por aquel tiempo, nuestro celoso seminarista secundó y propagó con calor aquel religioso movimiento, en que formaron parte principal los padres católicos, saliendo a la defensa de las almas de sus hijos puestas en peligro de ser envenenadas con los más groseros y perniciosos errores. Entonces fue cuando de todas partes se elevaron al Gobierno exposiciones llenas de firmas para que pusiese remedio a tan gravísimo mal. A pesar de no pocos inconvenientes, venciendo el celo del fervoroso seminarista todo linaje de consideraciones sociales, que a otros muchos hubieran detenido en su empresa, trabajó y se desvivió e hizo cuanto pudo durante el verano, para que aquella manifestación católica resultase espléndida e imponente, como efectivamente resultó, aunque, por desgracia, sin grandes resultados en el objeto que se proponía. Por este tiempo (1862), en el Plan de vida que, para su uso y aprovechamiento espiritual, escribió nuestro joven seminarista y que sometió antes a la aprobación de su Director, D. J. P., escribió estas líneas, que copiamos del mismo original: “Como fundamento de la vida espiritual, grabaré en mi alma, con la gracia de Dios, y tendré siempre presente en mis acciones, aquella resolución tan generosa y noble de Santa Teresa de Jesús, mi especial protectora: Húndase todo, húndase el mundo antes que ofender a mi Dios, porque más debo a mi Dios que a nadie; luego a Él debo antes que todos contentar y servir. En su servicio seré, con su gracia, atente, devote confidenter, alacriter et ferventer”. Quién desde tan joven tenía por máxima y norma de su vida, aquellas palabras de Santa Teresa: “Húndase el mundo antes que ofender a mi Dios”, máxima que, por estar tan esculpida en su alma, repitió muy a menudo en sus escritos, sermones y conversaciones, durante su vida, poco caso había de hacer de las contrariedades que ya entonces se oponían al género de vida que con tan generosos alientos había emprendido, contrariedades que, naturalmente, se acentuaban más y más cuando las obras revestían cierto carácter de publicidad, como sucedió con las expresadas exposiciones al Gobierno. Esta máxima “húndase el mundo antes que ofender a Dios”, fue entonces, y a nuestro entender lo fue siempre, la clave de aquella constancia y firmeza invencibles en llevar a cabo las obras y empresas acometidas, algunos años después, a la gloria de Dios Nuestro Señor. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 284, mayo 1896, pág. 238

SUFRAGIOS POR EL ALMA DE D. ENRIQUE DE OSSÓ, PRBO.

San Mateo (Castellón de la Plana).- Las hijas de Santa Teresa de Jesús, de esta villa, deseosas de enviar un recuerdo al Rdo. Fundador D. Enrique de Ossó, quien tantos esfuerzos hizo por nuestro bien espiritual, el día quince de este mes se celebraron con gran concurso y toda la solemnidad posible un Oficio funeral, seguras de que habrá servido de gran consuelo al alma del muy laborioso D. Enrique, quien, a su vez, esperamos que, agradecido, continuará, desde la eternidad dichosa, mirando por nuestro honor y eterna salvación. Ribera del Fresno (Badajoz).- Doy a usted y a toda la querida familia del P. D. Enrique de Ossó (q. s. p. h.) el más sentido pésame, lamentando no haberlo hecho antes por causa de ausencia. ¡Qué pérdida tan irreparable la de nuestro querido P. Ossó, señor Altés! Porque no es difícil encontrar un hombre adornado de ciencia o de santidad; pero un Apóstol que con su palabra y ejemplo lleve al Cielo innumerables almas…esto es y será siempre extraordinario y maravilloso en la Casa de Dios. Y tal se nos presenta nuestro inolvidable y amante teresiano, cantor, como nadie, de las glorias del Serafín del Carmelo. La fundación y escritos de la revista Teresiana, la multitud de sus libros llenos de unción y que respiran el aroma de la más delicada piedad, el Rebañito del Niño Jesús, la Archicofradía Teresiana… ¿quién será capaz de apreciar lo que estas obras de celo y otras muchas, suyas también, han influido y seguirán influyendo en la salvación de las almas? Y a esto con ser mucho supera indudablemente lo que podemos llamar su obra, su inspirada obra de la Compañía de Santa Teresa; la cual semejante al árbol del Evangelio extenderá sus ramas por toda la tierra, como destinada por Dios a dar días de gloria a la Iglesia católica, salvando innumerables almas en la serie de los siglos. ¡Qué fundación tan admirable! ¡Qué porvenir tan brillante por nuestra Santa y divina Religión! ¡Cuántas almas, como aquella que deseaba alas de paloma, según las Sagradas Letras, volarán y descansarán entre las flores llenas de amor, sabiduría y santidad que han de brotar continuamente de esta planta divina y linda azucena de los vergeles celestiales, la incomparable y esclarecida Compañía de Teresa! Obra providencial que llenará las páginas de la Iglesia, y por lo mismo dará nombre ilustre y perpetuo a nuestro querido P. Enrique. Y bien merecido lo tiene aquella alma bondadosa abierta siempre a los más puros y delicados sentimientos, aquel corazón de oro abrasado en amor divino y embellecido con todos los dones del Cielo, aquel apóstol, en fin, que cifró todas sus glorias en llevar almas al Corazón de Jesús por la Virgen Inmaculada e intercesión de la rosa del Carmelo, nuestra amantísima Madre Teresa de Jesús. Descansa en paz, hijo predilecto de la gran Teresa, de aquella que decía que sólo Dios basta para el alma en este valle de lágrimas, descansa en paz, padre de mi corazón, y no te olvides del que tanto tuvo que agradecerte en vida y hoy no le queda más consuelo que derramar lágrimas sobre tu inolvidable y santo sepulcro.

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REVISTA TERESIANA Nº 285, junio 1896, pág. 262

VARÓN ESCOGIDO DEL SEÑOR

(Conclusión)

Pero, aún quedaban muchas y muchas jóvenes errantes, en medio del mundo, cegadas por las pasiones, seducidas por los halagos, y caminando a su perdición, más por ignorancia, que por malicia. A pesar del Rebañito del Niño Jesús, en el cual, centenares de inocentes niñas, respiraban el suave perfume de las virtudes de los Ángeles, y se formaba su corazón y se desarrollaba su inteligencia, con la suave leche de la doctrina Católica, emanada de los bellos ejemplos y celestiales escritos del Serafín del Carmelo, sin embargo, veíanse miles de miles de niñas candorosas, que, ya por descuido de sus padres, ya por la mala educación que en las escuelas recibían, ya por los perniciosos ejemplos que veían, ya por las conversaciones inmorales e impías que oían, caminaban precipitadamente hacia los caminos de la deshonra y de la infelicidad. A remediar estos males, acudió el celo de la esclarecida Reformadora Carmelitana, queriendo que así como en Cataluña, con tan admirable éxito se habían realizado sus dos primeras obras, allí también se iniciara la tercera, que venía a ser como el complemento de las dos anteriores, sirviéndose de su celoso e incansable Devoto. Así, en 1876, con la bendición y especial aprobación del Venerable Sr. Obispo de Tortosa, se instaló la nueva obra, llamada con tanta propiedad: COMPAÑÍA DE SANTA TERESA DE JESÚS. Basta fijarse en la divisa que la caracteriza, en el fin que se propone, y las armas que emplea, para descubrir desde luego en ella, no sólo una cosa grandiosa, sino aún celestial y divina. Viva Jesús y muera el pecado.- He ahí su consigna. Ser las primeras en el mundo, en conocerse, para humillarse, y conocer a Jesús, para amarlo, y trabajar sin descanso, para hacerlo amar por todos los corazones, con María, José y Teresa de Jesús: es el objeto a que se dirigen los esfuerzos de todas las almas afortunadas, a quienes el amable Jesús, por medio de su muy querida Teresa, llama a trabajar en tan santa Compañía. Oración, enseñanza, celo por los intereses de Jesús, magnanimidad y sacrificio, son las armas que ostenta su noble, apostólica e inmaculada bandera. Quisiéramos podernos extender, para manifestar la grandiosidad e importancia de esta nueva obra Teresiana, que tanto ennoblece a Cataluña, tanto consuela al Cielo y días de gloria, grande muy grande, ha de proporcionar a España y a todas las Naciones, que logren establecerla en su seno: mas ya que esto hoy no podemos, bastará para ello, aunque brevemente compendiado, pero con Suprema Autoridad hecho, demos el resumen que acaba de publicar la agrada Congregación de Obispos y Regulares, en su importante Decreto, de 22 de Setiembre del presente año de 1888, en el que, reproduciendo las hermosas palabras que salieron de los augustos labios del gran Pontífice, el sabio y santo León XIII, dice: Su Santidad, se dignó alabar y recomendar, sobremanera, el fin u objeto de la pía Compañía de Hermanas de Santa Teresa de Jesús, del mismo modo que se alaba y recomienda, sobre todo encarecimiento, la expresada Compañía y su fin por el presente Decreto. Esta pía Congregación, dice la sagrada Congregación, tuvo origen en la Ciudad de Tortosa, fundada por el Presbítero Enrique de Ossó, en 1876; luego de nacida, obtuvo la bendición del Arzobispo de Tarragona y Obispo de Tortosa, y aún que no cuenta más que 12 años de existencia, no obstante ha crecido de un modo maravilloso, puesto que al presente tiene más de 250 Hermanas, en veinte y tres Colegios del Instituto, en los cuales cerca de tres mil niñas, reciben enseñanza católica y literaria, porque, además de la propia santificación de las Hermanas, la formación de las niñas en la piedad y letras, constituye el fin peculiar y objeto de esta pía Compañía (1). De esta manera se vieron magníficamente realizadas las esperanzas que concibiera el preclaro Obispo de Tortosa, cuando, a fines de 1875, predicando a las jóvenes católicas de la Asociación Teresiana, de dicha Ciudad, les decía: Vuestra Asociación, es como la levadura santa que ha de regenerar los pueblos. Obra ella, como la lluvia suave y benéfica, que, infiltrándose en la tierra, hace germinar las plantas y los árboles, haciéndoles producir hermosos y abundantes frutos. Muy dichosos son los pueblos que tienen ya en su seno, vuestra Teresiana Asociación. Sí, dichosos son, y mil veces afortunados, los pueblos do flota el

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encantador estandarte de María Inmaculada y Teresa de Jesús, convocando a las jóvenes esforzadas, de corazón noble y de alma real, a procurar su santificación y a trabajar sin descanso, por la salvación de las demás, que no aman a Jesús, porque no le conocen, y no practican la virtud, porque ignoran los consuelos inefables y delicias celestiales, que hace gozar, a los que la aman y practican. Sí, de nuevo repetimos, son felices y dichosos esos pueblos, porque la gran Maestra de los Doctores y abrasado Serafín del Carmelo, sobre ellos ha dirigido su tierna mirada y se ha dignado escoger, de su Asociación Teresiana, las virtuosas y ejemplares jóvenes que, con gloria de Cataluña, de España y del Catolicismo entero, forman hoy la esclarecida Compañía de Santa Teresa de Jesús, que después de haber merecido las bendiciones y aprobaciones, encomios y elogios de los VV. Señores, Prelados de España, Arzobispo de Lisboa y Obispo de Orán (2), acaba de verse, no sólo bendecida, sino altamente elogiada, por el mismo Augusto Vicario de Jesucristo. Todo ha sido obra de la Virgen de la gratitud, y Vencedora de los imposibles. Así ha manifestado, que no olvida lo que un catalán hizo por ella, en los días de su mayor tribulación; así ha demostrado el placer con que ve que en Cataluña se extiende y arraiga, cada día más y más, la devoción y el culto a su poderoso y muy querido Patriarca, el Señor San José, y el gusto con que se interesa por el bien, y felicidad verdadera del pueblo catalán. JOSÉ RECORDER, Pbro. (1) Sanctitas Sua, finem seu scopum piae Societatis Sororum S. Theresiae a Jesu, summopere laudare et commendare dignata est, prout Societas ipsa illiusque scopus praesentis Decreti tenore, summopere laudatur et commendatur. Dertusae in Hispania, anno 1876, auctore Presbytero Henrico de Ossó ortum duxit pia Sororum Congregatio, quae Societas Sanctae Theresiae de Jesu nuncapata fuit, Archiepiscopus Tarraconensis, nec non Episcopus Dertusensis, haud mora, incoepto operi benedixerunt. Pia haec Societas, licet non amplius quam duodecim numeret existentiae suae annos, mirum tamen in modum crevit; siquidem in praesens plusquam biscentum quiaquaginta Sorores habeat in viginti tribus Instituti Collegiis distributs, in quibus tria circiter millia puellarum una cum litterarum atudiis, catholica doctrina imbuuntur. Etenim praeter propiam membrorum santificationem christiana puellarum institutio peculiarem piae Societatis finem et scopum constituit. (2) Establecióse la Compañía en Portugal, en Mayo de 1884. A Orán (África) fue, en Febrero de 1885.

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REVISTA TERESIANA Nº 285, junio 1896, pág. 266

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

V

Sus últimos años de estudiante

Quien con tan buenos auspicios comenzó su carrera, así en el orden literario como en el espiritual, nos es extraño que la siguiese y terminase en las aulas con tanto lucimiento ante la sociedad, como con frutos los más ricos y sazonados para su alma, ante las miradas de Dios. De ahí es, que todo cuanto podía con razón augurarse de Enrique, al contemplarle en los hermosos años de su floreciente y a la vez fecunda adolescencia, todo ello se fue realizando cumplidamente y con creces, como quiera que, al par que en los años, fue siempre creciendo en discreción, sabiduría y virtud, a la manera que se va difundiendo y levantando la luz de la mañana, hasta convertirse en espléndido día primaveral. Ya en el curso de Física y Química, que estudio en el Seminario de Barcelona, teniendo por catedrático al sabio profesor Dr. D. Jaime Arbós, dio claras muestras de su privilegiado talento. El insigne catedrático cobró el mayor afecto, la más tierna amistad, a su aventajado alumno, el cual hubo de sustituirle no pocas veces en la clase, cuando aquél no podía asistir. Nosotros vimos reunidos a los dos en Tortosa, algún tiempo después, con motivo, si mal no recordamos, de instalar en dicha ciudad un nuevo invento del célebre Químico, Dr. Arbós, y recordamos cuán íntima y cariñosa era la amistad que unía al profesor y al alumno, a la sazón del Seminario de Barcelona. Dotado nuestro joven de notables aptitudes, así para las ciencias abstractas como para las morales, se vio muy pronto que con la misma facilidad resolvía un problema de matemáticas, que desentrañaba un caso de Moral, o exponía luminosamente una cuestión teológica. Su espíritu le guiaba, claro está, a la esfera de ideas y conocimientos que se dan mejor la mano con la piedad de un alma como la suya, pero no dudamos en asegurar, que D. Enrique hubiera brillado, por modo extraordinario, en las ciencias físicas, si a ellas se hubiese dedicado. Pero la Sagrada Teología, la ciencia de Dios, era la senda de luz por donde el alma de Enrique, sintiéndose impelida, como por dos alas poderosas, de su clara inteligencia y de su fervorosa virtud, debía, no correr, sino volar, ávida de penetrar en los divinos secretos de la Religión de Jesucristo, que con ser arcanos secretos, abren a la razón inmensos horizontes de luz, al tiempo que ofrecen a la voluntad el pasto más sabroso y nutritivo. El Dr. D. Pablo Foguet (que falleció hace algunos años en Tortosa) y el Dr. D. Bernardo Lázaro, canónigo actualmente de la Catedral de Segorbe, fueron sus dignísimos catedráticos de Teología en el Seminario dertosense, y ambos manifestaron muchas veces el alta estima y concepto elevado que les merecía su aventajado discípulo D. Enrique. El señor Foguet, de cuya cátedra salieron tan notables teólogos, declaró no pocas veces, que en sus largos años de profesorado no había tenido ningún discípulo tan brillante como Ossó y Cervelló. Cuanto al M. I. Sr. Canónigo Dr. D. Bernardo Lázaro, hace pocos días se complacía en manifestar y consignar, que D. Enrique “se comportó tan dignamente en clase, que jamás tuvo que hacerle la más insignificante advertencia para corregirle de algún defecto, ni tampoco le halló descuidado en las lecciones y explicaciones”, añadiendo que “si bien es verdad que tenía otros discípulos listos y aplicados (hoy brillan algunos por su saber y elocuencia), ninguno de ellos se le podía comparar, ni en talento ni en aplicación”. De ahí es, añade, que “mereció por su brillante examen la censura de Meritissimus (sobresaliente), la única que se dio aquel curso”. “Respecto de su conducta moral y religiosa (agrega el Dr. Lázaro), sólo diré que fue, bajo todo punto de vista, intachable, pues era un modelo de virtud en que podían mirarse los jóvenes aspirantes a ella”. Uno de los primeros cursos de Teología, recibió nuestro estudiante el grado de Bachiller en el Seminario de Barcelona, del cual nunca habló, sólo si acaso mucho después, al decir sonriendo con los compañeros, que no era sino Bachiller. Creemos, con fundamento, que al fin condescendió en tomar ese grado para dar gusto a su familia, la cual, teniendo sin duda miras diferentes de las de Enrique, deseaba vivamente que tomase todos los grados de la carrera eclesiástica. Pero, a pesar de los reiterados consejos, cariñosas exhortaciones y

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ruegos insistentes de los suyos, nunca pudieron conseguir de él que recibiera los grados de Licenciado y Doctor. ¿Será preciso decir a nuestros avisados lectores el motivo porque un estudiante tan aventajado y benemérito como D. Enrique no quisiera adornase con esos honrosos títulos, que tanto suelen halagar a la juventud, y le abren muchas veces las que algunos llaman doradas puertas del porvenir? Ya comprende, sin decirlo nosotros, que todo eso no se avenía con su profunda humildad, y sin duda alguna debía de pugnar con los elevados proyectos que ya entonces debía de acariciar su espíritu, deseoso, sí, de encumbrarse, pero por alturas muy distintas y no tan peligrosas como las que se dan la mano con las dignidades y honores de la tierra. Y aunque sea de paso, bien podemos apuntar aquí, ya que casualmente hablamos de dignidades y honores, que, algunos años después, nosotros sabemos muy bien (como que alguna vez fuimos testigos de ello) que algunos Sres. Obispos le llamaron con grandes instancias, ofreciéndole generosamente canonicatos y dignidades en sus iglesias catedrales, ofrecimientos que siempre rehusó D. Enrique, no sabemos nosotros en qué forma, pero de seguro inspirándose siempre en sentimientos de profunda humildad, no sin mostrar por ello su agradecimiento a los Prelados. Acaso les pretextaría que no era sino Bachiller. Por algo sería cuando no quiso recibir ningún otro grado el humilde, pero sabio sacerdote. Terminados los cursos de Teología Dogmática, y estudiando la Teología Moral en el Seminario de Barcelona (1865) nuestro estudiante recibió la clerical Tonsura y Órdenes menores, queriendo seguir paso a paso la ordenada gradación que lleva como término al Sacerdocio, para irse mejor disponiendo a este sublime y espinoso ministerio. Al año siguiente, a últimos de Mayo, en las Órdenes de la SS. Trinidad, cuando contaba 27 años, dio nuestro seminarista el paso decisivo, tan ardientemente suspirado y deseado por su alma, de recibir el Orden del Subdiaconado, en la misma Barcelona. ¿Cómo se prepararía para este acto, uno de los más trascendentales de su vida? Fácil cosa será adivinar algo de ello, para quienes hayan conocido a D. Enrique, o cuando menos hayan leído lo escrito hasta aquí en los ligeros apuntes que vamos borroneando. Por fortuna nuestra, ha caído en nuestras manos el manuscrito original de un plan de su vida espiritual titulado: Ordo vitae: Vince te ipsum, en cuya última página acertamos a leer, como título y fecha de lo que sigue, estas palabras: “Mayo de 1866. Ejercicios Espirituales de Subdiaconado en la Casa-Misión de Gracia”. A continuación siguen algunas sublimes enseñanzas salidas de los labios de Nuestro Señor Jesucristo, las cuales debía de meditar y saborear deliciosamente el espíritu del joven levita colocado en aquella santa soledad. La primera sentencia es: Disce a me, quia mitis sum et humilis corde. (Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón). A continuación, siguen estas palabras: “Fin. Imitar y copiar en mi corazón y exterior a Jesús, de modo que se pueda de mi decir lo que al ver a San Francisco de Sales: Así se portaba Jesús”. Como quiera que una de las devociones predilectas de D. Enrique fuese la que consagró siempre al dulcísimo y suavísimo San Francisco, de quien vivió enamorado desde su juventud, ¿qué extraño es que en los escritos, palabras y carácter, aún en el mismo semblante de aquél, se hayan visto por no pocas personas muchos puntos de contacto con el inspirado autor de Introducción a la vida devota? Después de copiar en latín algunas máximas de perfección, sacadas de la Sagrada Escritura, escribió el nuevo Ordenando algunas frases, que vienen precedidas de esta fecha: “20 de Mayo, 9 y media de la noche”; frases sencillas y espontáneas, que revelan los sentimientos nobilísimos que henchían por completo los senos de su corazón, caldeado sin duda alguna por las divinas llamas del Espíritu Santo. Dicen así: “¡Oh Espíritu de Dios! En tu día una gracia te pido. Ya que dentro de poco voy a consagrarme a Dios, para ser de un modo especial su Templo y su Ministro eternamente, llena mi corazón de tus sagrados dones, que me infundan un espíritu de oración y celo como a los Apóstoles, y en especial more en mí siempre el don de sabiduría y santo temor de Dios”. Y luego copia dos estrofas del precioso himno de la fiesta: Veni Sancte Spiritus, para mejor desahogar sin duda alguna los santos ardores de su corazón, abierto seguramente de par en par a las celestiales influencias del Espíritu Santo, dador de todo bien y lumbre de corazones puros. Copia luego en latín algunos documentos de perfección, sacados de la Sagrada Escritura, y termina con un hermosísimo pensamiento, que no podemos menos de reproducir aquí, para consuelo y esperanza de nuestros queridos lectores. Dice así: “Dios se ha con nosotros como un padre con su hijo pequeño, que corre y anda en su presencia, y cae…; más le mueven a compasión sus caídas que a enojo”. Y acaba con esta sentencia: Servi Domino in letitia. (Sirve al Señor con alegría). De ninguna manera podríamos dar a conocer a nuestros lectores los sentimientos que animan el corazón del joven seminarista al recibir Órdenes Sagradas, y entrar

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por tanto en ese como noviciado del Sacerdocio, que poner ante su vista las líneas escritas por su mano, trémula de emoción en aquellos momentos solemnes, para saborearlas deliciosamente a solas, consigo mismo, y en la presencia de Dios, sin pensar ni sospechar que nadie pudiese jamás sorprender aquellas interiores confidencias del alma virginal con su Esposo divino, y mucho menos publicarlas, como ahora lo hacemos, sabe Dios con cuanto consuelo para muchas almas. En otro capítulo anterior hemos copiado alguna estrofa de una composición poética escrita, entre algunas otras, por el fervoroso estudiante, con lo cual se declara la afición que tenía a la bella literatura. Sabía de memoria muchos versos del incomparable poeta Fray Luis de León, y a menudo se complacía en citar en sus artículos piadosos o morales, inspiradas estrofas del insigne vate agustiniano. Por modo extraordinario le gustaba la obra titulada “Los Nombres de Cristo”, del mismo autor, así como los libros del gran prosista Fray Luis de Granada, amén de los de Santa Teresa de Jesús, que no soltaba de las manos. Gustábanle por extremo las alegorías de que algunos autores del siglo XVII se valían para inculcar principios y máximas morales, y mostrar a la vez la agudeza de su ingenio, las cuales alegorías solía nuestro seminarista proponerlas a sus compañeros en las horas de paseo o de solaz, invitándoles a descubrir el sentido moral o piadoso que en ellas se encerraba. ¡Cuánto gozaba D. Enrique con estos sencillos entretenimientos de ingenio y de devoción a la vez! En el Seminario de Barcelona había establecida a la sazón una “Academia de Oratoria bajo la advocación de San Juan Crisóstomo”, en la cual ingresaban solamente los alumnos internos más distinguidos, como premio debido a una aplicación, virtud y talento notables. El estudiante tortosino fue admitido desde luego a tan honrosa Academia, de donde salió una brillante pléyade de jóvenes sacerdotes, que con su palma o con su acento, puestos al servicio de su celo sacerdotal, han dado gloria a la Iglesia y conquistado para Dios muchas almas. Algunos de ellos viven aún. Tenemos a la vista un trabajo literario de D. Enrique, con este título en la portada: “Discurso pronunciado por el socio D. Enrique de Ossó en 25 de Febrero de 1864 sobre el tema “La Virgen María es el amparo del hombre pecador” (1). Al hojearle nosotros ahora, hemos sentido las más dulces y consoladoras impresiones, al tiempo que hemos admirado el corazón y la mente juveniles de donde brotaron conceptos tan delicados y efusiones tan hermosas en obsequio de María, para consuelo y esperanza del pobre pecador. Reconciliar a éste, por medio de María, con Dios ofendido: he aquí el pensamiento desarrollado en el que fue tal vez el primer discurso oratorio que pronunció. Y creemos que, exteriorizado de mil modos y formas, no fue otro el pensamiento que llenó toda la vida del llorado sacerdote. (Continuará) (1) Lo publicaremos, Dios mediante, en las páginas de esta Revista.

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REVISTA TERESIANA Nº 285, junio 1896, pág. 278

SUFRAGIOS POR EL ALMA DE D. ENRIQUE DE OSSÓ, PBRO.

Montevideo (América).- Profundamente enamoradas por el tributo de amor y gratitud que acabamos de rendir a nuestro querido e inolvidable Padre Fundador, las Hermanas de este Colegio de Montevideo, no pueden menos de ponerlo en conocimiento de V. y lectores de la Revista bien persuadidas de que lo leerán con consuelo, según es el afecto que siempre han profesado a nuestro amado Padre (e. p. d.). Desde el día que tuvimos la triste noticia de su muerte, se sucedieron, por espacio de algunos días, en la Capilla de nuestro Colegio, las Misas en sufragio de su alma, empezando por el excelentísimo e ilustrísimo señor Obispo diocesano doctor don Mariano Soler; siguieron el ilustrísimo Sr. Obispo Auxiliar y otro Sr. Obispo titular, Mr. Estella; y a su ejemplo Mr. Eusebio de León, secretario del Ilmo. Sr. Obispo; el Rdo. D. José Semería; el reverendo Sr. Cura de la Aguada P. Bimbolino y otros. Todos quisieron dar muestras de caridad y aprecio hacia el Sacerdote del Señor, a quien, si bien algunos no conocían personalmente, le amaban por sus obras y virtudes. El reverendísimo Sr. Vicario General Dr. D. Santiago Hareche, después de haber ofrecido varias Misas por la misma intención, fue el celebrante en el funeral solemne que se celebró el 23 de Abril. El diácono era el Rdo. Dr. Pons, compañero de estudios del finado y su antiguo amigo. Asistió a este acto numerosa concurrencia, entre ella varios señores sacerdotes, como Mr. De León, P. Simería; Bimbolino, etc., y distinguidas señoras de la alta sociedad. La capilla presentaba el más triste espectáculo. Las paredes del presbiterio se entapizaron de luto y cubría el suelo una negra alfombra. El coro de Hermanas cantó la Misa propia para el caso, del P. Guzmán, Monje Benedictino de Montserrat y todas las niñas del Colegio acompañaron a las Hermanas a la Sagrada Mesa ofreciendo la comunión en sufragio del Padre Fundador a quien aquellas tanto deseaban conocer. Sólo una cosa mitigaba nuestra aflicción, y era la voz de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, cuya imagen, brillando entre los tapices negros del altar, nos decía, a nuestro parecer, que nuestro Padre Fundador reinaba ya en el Cielo en su compañía; haciendo resonar en nuestros corazones aquella tan preciosa máxima. Para los santos, el morir es comenzar a vivir para siempre. Siendo esto así, de creer es que nuestro muy amado Padre ha empezado a existir en aquella vida de arriba – que es la vida verdadera. Él nos proteja desde aquella Mansión celestial y nos alcance de Jesús y María que allá podamos muy pronto acompañarle para siempre. Manresa.- El día 30 de Abril se celebraron en el altar de la Asociación unos funerales con orquesta, en sufragio del alma del Rdo. D. Enrique de Ossó, celebrando el reverendo Director de la Archicofradía Teresiana, ilustre don Antonio Roca, estando el templo completamente enlutado y con asistencia de numerosas asociadas y muchísimos amigos y conocidos del finado, que se asociaron a dichos sufragios, como prueba de la estimación y afecto que profesaban a tan virtuoso sacerdote.

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REVISTA TERESIANA Nº 285, junio 1896, pág. 280.

HUMILDE HOMENAJE

A LA MEMORIA DE DON ENRIQUE DE OSSÓ

Largo tiempo ha transcurrido desde el último mes en que me vi precisado a abandonar mi mal dirigida péñola por motivos graves de salud. Mucho sentí dejar mi humilde trabajo mensual para la presente Revista, que amo con toda mi alma. Gracias al Dios de Bondad, puedo reanudar mis antiguas y gratas tareas literarias, si tal epíteto merecen mis desaliñados escritos. Pero al enristrar de nuevo mi palillero, un recuerdo triste asalta a mi mente, recuerdo que cubre a mi corazón con el velo del dolor, y anubla mis ojos con lágrimas de vivo sentimiento. Cuando abandoné temporalmente esta Revista gozaba de plena salud en ser muy querido, y que ahora en vano busco, porque descansa en la región de los muertos. Ese ser privilegiado, ese hombre sabio y santo fácilmente adivinas, cara lector, quién es. Sí; ya lo sabes, y que a buen seguro sientes su pérdida al par mío. Es D. Enrique de Ossó. Y ¿cómo puedo yo emprender de nuevo mis trabajos en el presente número sin tributar mi humilde homenaje a la memoria de tan ilustre varón, con cuya amistad me honraba? Enrique de Ossó era un sabio, cuya ciencia ocultó tras el manto de la humildad, y era un santo, cuya virtud escondió sin alarde en el recóndito santuario de su conciencia. Pero Dios que a los humildes exalta, mientras a los soberbios abate hasta el polvo, no ha permitido que el nombre de Enrique de Ossó quedara relegado a la remota región del olvido. A ciencia de D. Enrique sellada con pasmosa lucidez en innumerables obras e infinitos artículos de fondo ha sido admirada por la España teresiana y ensalzada por toda la prensa católica. Su santidad admirable fulgura con hermosos destellos en su obra magna, en su Compañía de Santa Teresa de Jesús, en su Rebañito del Niño Jesús y en sus Archicofradías Teresianas; y digo que en estos tres grupos brilla su santidad, porque sólo un varón santo, un varón de probada virtud, puede merecer de Dios los ópimos frutos que D. Enrique ha obtenido en su celo de verdadero apóstol. No me detendré aquí en elogiar al malogrado Director de esta Revista, pues con justo empeño lo han hecho las mejores plumas con que cuenta el catolicismo en España, y sobre todo porque temo desvirtuar con mi enmohida pluma la alta figura de D. Enrique. Me resignaré con depositar el modesto granito de mi admiración y respeto al pie del soberbio pedestal que la España le ha erigido, mientras en los pliegues de mi alma guardaré siempre el vivo sentimiento por la pérdida irreparable de un fiel amigo, al par que de mi memoria jamás se apartarán sus sabios y prudentes consejos. ¡Descansa en paz, ilustre campeón de la Iglesia militante! FRANCISCO DE P. TORRELLA

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REVISTA TERESIANA Nº 286, julio 1896, pág. 293

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

VI

Sus primeras obras de celo sacerdotal.- La catequística Después de recibir el sagrado Orden del diaconado en Abril de 1867, el joven levita fue admitido al Sacerdocio, el día 21 de Septiembre del mismo año. El primer domingo de Octubre inmediato cantó su primera Misa en… ¿En dónde había de ser, sino en su querido Montserrat? Rodeado de su señor padre, hermanos, tíos, sobrinos, parientes, amigos, así como de los Religiosos que moran en la llamada Catedral de las Montañas, ofreció sobre aquel celebérrimo altar de María el sacrificio incruento de su Santísimo Hijo, por la salvación de todos, así vivos como difuntos. “Sólo un vacío notaba (decía D. Enrique al recordar, hace pocos años, este suceso en un escrito que ya antes hemos citado): Sólo un vacío notaba: la presencia visible, corporal de mi buena madre de este mundo. Pero ¿qué importa? Estaba allí presente su espíritu, alentaba en medio de tan espléndida función. Al entreabrirse los cielos para bajar por primera vez a mis manos el Hijo de María, asomáronse por sus puertas mis buenas madres, María Inmaculada, Madre de Dios, y Miguela, mi madre de la tierra. Y se gozaron con este nuevo y divino espectáculo. Razón tenían”. Y razón tenía también el fiel hijo de ambas, añadimos nosotros, para gozarse íntimamente con dicha tan suspirada e inefable. Este extraordinario gozo suyo, no nos lo refiere el joven sacerdote. Ni aunque hubiese querido hacerlo, habría podido. Secretos son esos que, por lo misteriosos y profundos, sólo pasan entre el alma y Dios Nuestro Señor. La emoción inexplicable, las involuntarias y dulces lágrimas que derramó D. Enrique, hubieran podido, si acaso, dejarnos adivinar algo de la felicidad casi colmada del nuevo sacerdote en tales momentos. Fue orador en esta solemnidad el Rdo. Padre Martorell, jesuita (que murió joven hace ya algunos años), de arrebatada elocuencia, nervioso estilo y palabra fervorosísima, el cual supo con arte maravilloso enlazar en su brillante y conmovedora oración estos tres puntos, no sabemos cuál de ellos más sublime: “¡El Santísimo Rosario! ¡Montserrat! ¡Una Primera Misa!”. Sólo diremos respecto de este discurso, que fue digno orador tan preclaro, no menos que de aquella interesante solemnidad en que oficiaba el que fue su siempre querido amigo D. Enrique. Después de desahogar holgada y libremente su corazón sacerdotal, lleno de gratitud y celestes consolaciones, al pie de aquellos altares, por tanto extremo conocidos t amados desde los primeros fulgores de su adolescencia, el joven presbítero se dirigió a Tortosa, en cuyo Seminario cursó el último año de su carrera, obteniendo, como en todos los anteriores, la nota de sobresaliente. Era casi a últimos del año 1868. Acababa de resonar en España el estampido de la revolución. Sus estragos en el orden moral y religioso se dejaron sentir en Tortosa, como casi en todas partes. No fuera posible, aunque lo pretendiésemos, referir aquí las ofensas, vejaciones, persecución, injurias inferidas al Obispo, al Clero, a los católicos; la expulsión de Religiosos, prohibición de procesiones y de Sacramentos; los escándalos públicos, las manifestaciones impías, la difusión de papeles los más asquerosos, hasta ateos… en fin, cuanto el infierno puede inspirar en esas horas tenebrosas. Porque todo ello se dejó sentir en la católica ciudad del Ebro. ¿Qué es lo que sentía a vista de esto el corazón del celoso cuanto joven sacerdote? El Prelado de la diócesis, que lo era a la sazón el inolvidable Dr. D. Benito Vilamitjana, el cual conocía bien el valor y virtudes del que fue modelo de alumnos en su Seminario, le nombró enseguida Catedrático del mismo establecimiento, no queriendo verse privado de su inmediata cooperación, mucho menos en tan críticas circunstancias. Desgraciadamente, la mermada juventud escolar del Seminario había de cursar en casas particulares y como a escondidas, pues la revolución se incautó de los edificios; pero ello no fue óbice, sino acicate poderoso para que nuestro D. Enrique, llevado de ardoroso celo por la salvación de las almas, sobre todo de la juventud y niñez que veía en inminente peligro de ser

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arrastradas por aquellas corrientes cenagosas y corrompidas, abriese unas como cátedras públicas de religión, de doctrina cristiana y de los más piadosos ejemplos. Él mismo lo refiere en el prólogo del libro Guía práctica del Catequista, que publicó el año 1872. Dice así: “Nos hallábamos a raíz de la revolución de Septiembre, a la que algunos han dado en llamar la gloriosa, con la misma justicia que a Escipión se le llamó africano, cuando nuestro celoso prelado, el Dr. D. Benito Vilamitjana y Vila, ordenó me encargase de la enseñanza metódica y constante de la Doctrina cristiana a los niños. Empezamos con algunos jóvenes seminaristas tan santa obra, y, a los pocos días, reunimos como unos quinientos entre niños y niñas. Siguió su marcha progresiva, y al despedirnos para ir a vacaciones contábamos cerca de ochocientos. El curso próximo, del 70 al 71, fue ya más numerosa la asistencia, porque andaba mejor organizada; así es que al hacer por San José una visita todas las secciones catequísticas (eran ocho) al Santo glorioso para consagrarle su corazón la niñez, los alistados no bajaron de mil doscientos. Sólo del arrabal de Jesús entró una sección ordenada que no bajaba de doscientos niños. Al fin de curso hicimos dos solemnes funciones: una para los que ya comulgaban, otra para los más pequeños. Comulgaron el 21 de Mayo trescientos entre niños y niñas, de manos de nuestro ilustrísimo Pastor, quien les hizo una devota plática antes de comulgar, por la tarde se les impuso el escapulario de la Purísima Concepción, se cantó un Trisagio, se rezó la corona de desagravios y alabanzas al Niño Jesús, y les hizo un sermón que no bajó de media hora nuestro celoso Prelado, encargándoles la perseverancia, la fuga de las malas compañías y la devoción a María Santísima, rezándola todos los días tres Ave Marías. Acto continuo, mientras un coro de niños y niñas iba cantando la tierna plegaria A Jesús nuestro hermanito, besaban todos el anillo de S. I., y depositaban en manos de una agraciada imagen del Niño Jesús una carta-memorial, en la que ofrecían a su amado Jesús un buen propósito, y le pedían alguna gracia, en especial una santa mujer: esta carta la habían llevado sobre su pecho al comulgar por la mañana, para que así Jesús despachase mejor sus ruegos; se les repartió, por fin, una estampa a todos. El domingo siguiente, después de haberse confesado, hicieron también su funcioncita a su querido Jesús todos los niños y niñas más pequeños, que aún no comulgaban. De cada catequística venían con su Prefecto y socios a la iglesia de San Antonio, llevando un pendón y cantando alguna letrilla, y así que llegaban, recitaban unos versos al Niño Dios. No bajaron de mil los niños allí reunidos, los que hicieron el acto de consagración a Jesús, María y José, cantaron los gozos de la Purísima Concepción y la marcha real, pidieron por el Papa Pío IX, y al besar la imagen del Niño depositaron a sus pies una flor, símbolo de la inocencia y candor de su alma, que acababan de consagrarle. Estas flores, lo mismo que las cartas de los que comulgaron, fueron depositadas, después de un tierno discurso pronunciado por un niño, en manos de nuestro ilustrísimo Prelado, para que las custodiase, y con su bendición las hiciese fructificar. Y ciertamente, fructificaron copiosamente para Tortosa las peticiones y súplicas que brotaron de aquella multitud de corazones puros e inocentes, al calor de la devoción a Jesús y María, adquirida y conservada esa devoción merced al riego constante de los jóvenes catequistas, especialmente de su Director. Porque, lo que él no refiere en ese prólogo, ni en ninguna otra parte, pero que ya lo supondrán nuestros lectores, nuestro celoso sacerdote se mostraba infatigable en estos trabajos catequísticos, ora reuniendo a los jóvenes catequísticas para darles consejos y adiestrarles en este apostolado; ora organizando funciones religiosas, comuniones, procesiones, romerías; ya iniciando suscripciones con el objeto de adquirir imágenes de Jesús y de María para las secciones catequísticas; ya proveyendo de estampas, medallas, libros, etc., etc., a los prefectos para repartirlos entre los pequeñuelos; ya, sobre todo, acudiendo él mismo en persona a todas partes, multiplicándose, recorriendo todas las secciones, aún las de los suburbios más apartados, predicando a los niños y niñas, animándolo todo con su palabra y ejemplo, poniendo orden y concierto allí donde era útil o necesario. Verdaderamente, parecía, y lo era, un genio organizador para esos trabajos, que si parecen a alguno de poca importancia, no lo son en realidad, ni lo fueron en aquel entonces, sino muy fecundos en resultados. Al recordar ahora aquello, nos parece un hermoso ensueño. ¿Quién podía resistir aquella poderosa y dulcísimo corriente de niños y niñas? Los barrios más recalcitrantes, las familias más opuestas a esas prácticas, los padres más envueltos por las olas revolucionarias se vieron dichosamente invadidos por aquella muchedumbre invencible de niños y niñas, tan hermosos como inocentes. ¿Cómo no habían de vencer al enemigo, si los vencedores eran sus mismos hijos e hijas? Cada uno de ellos era en su casa un elocuente panegirista de la religión,

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de los sacerdotes, de la virtud y de todo lo bueno. ¡Cuánto bien no hicieron en aquella época y cuánto mal no evitaron a la ciudad aquellos niños! Algo de esto se consignó en una página del libro que, impreso en 1872, hemos citado antes, en donde su autor D. Enrique, dice así: “En el primer año de la revolución en que no hubo Catequística, no podía salirse por las calles sin oír canciones las más provocativas e insultantes contra la Religión y sus ministros. Pues bien, recórranse ahora las mismas calles, y no se oirán más que canciones religiosas y santas. ¡Cosa digna de atención! El barrio de San Pedro, o de pescadores, que era el que se había distinguido más por sus cantos de impiedad, es hoy día el más notable por su fervor religioso; y creo que uno de los medios principales de su mudanza ha sido el canto. Allí es donde se oyen de día y de noche cánticos-plegarias a María Inmaculada por Pío IX; allí se alaba en todos los tonos a María siempre Virgen sin interrupción; allí se canta guerra contra Lucifer en todos los momentos; allí se respira un aire embalsamado con los acentos de la inocencia que de continuo elevan alabanzas a Jesús, María, José, o a Pío IX. Y antes, dos años atrás, ¿qué se oía allí? ¡Ah! no hay necesidad de decirlo, porque con mayor elocuencia lo pregonan las lágrimas de gratitud y consuelo que derraman muchas madres al darnos las gracias por la mudanza que han observado sus hijos, desde que asisten al Catecismo. ¡Esto es un cielo! nos decía una anciana mujer: ¡no se oyen sino cánticos de alabanza por las casas y calles! ¡Loado sea Dios! ¡Y qué recompensa les guarda en el cielo! ¡Nadie podía pensar tres años atrás que esto sucediera!”. Tal vez nos hemos excedido en ésta que podemos llamar primera obra de su celo sacerdotal, la que fue fundamento de todas las demás, y a la cual, como él aseguraba después, se debió todo o la mayor parte del éxito admirable de las demás obras emprendidas posteriormente. ¿Qué es lo que no es capaz de obtener del Cielo la oración en común y perseverante de tantos centenares de almas inocentes y puras? A ellas recurría siempre el celoso Director de la Catequística, y era en él habitual hacerles rezar después de toda plática, y en otras ocasiones, no sin pronunciar antes estas palabras: A mi intención, advertencia que era el más poderoso incentivo de devoción para toda aquella multitud de niños y niñas, que con verdadero entusiasmo amaban a su Mosén Enrique. A esta obra de celo siguieron otras y otras no menos interesantes y fecundas, que iremos relatando en los siguientes capítulos, con el favor de Dios. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 287, agosto 1896, pág. 326

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

VII

Primeros frutos de su celo sacerdotal.- Congregantes de la Purísima.-

El Amigo del Pueblo.- Guía Práctica del Catequista.- Proyecto

Como era natural y razonable, el joven sacerdote se preocupó antes que todo de aquella multitud de niños y niñas que pedían el pan de la doctrina cristiana, de los buenos ejemplos y de las prácticas piadosas, de todo lo cual se sentía indudablemente una necesidad más grave y perentoria en aquellos días oscuros y tormentosos. Ya se ha visto cómo acudió a socorrer esta necesidad el infatigable D. Enrique, y los frutos obtenidos por la obra de la Catequística. Pero no menos grave era también el riesgo que de perderse corría a la sazón la juventud, sobre todo la numerosa de los campos, ya que Tortosa es una ciudad agrícola en su mayor parte; por lo cual el celoso y joven presbítero procuró rodearse de de piadosos jóvenes labradores, y fundar para ellos y toda su clase una Adopción religiosa, que les sirviese como de muro de defensa que les librase de todo aquel cenagoso diluvio de libertades perniciosas. “Congregantes de la Purísima Concepción” se llamó esta Asociación de jóvenes labradores, los cuales encontraron en ella seguro refugio y puerto de salvación en medio de tantos peligros para sus almas. ¡Cuán hermoso y encantador espectáculo ofrecía aquella sana y robusta juventud de los campos que florecen a orillas del Ebro, reunida alrededor del nuevo altar de la Virgen purísima, erigido recientemente en la iglesia de San Antonio Abad, del gremio de labradores! Dicho altar, costeado por D. Enrique y con algunas limosnas que recogió, mereció siempre y de tal manera su predilección, que ante aquella imagen de la Inmaculada podríamos decir que han germinado y florecido la mayor parte de sus obras de celo. A los jóvenes congregantes de la Purísima se les hizo alguna que otra vez asociarse a algunos actos piadosos de la Catequística, como para dar a los niños ejemplos de piedad, que no eran poco necesarios. Como ya hemos apuntado antes, también en Tortosa se empezaron a publicar por aquel entonces periódicos nauseabundos, entre ellos, tal vez el peor de todos, uno que se titulaba El Hombre. Para mayor claridad, debiera haberse titulado El Hombre-bestia. Con esto basta para declarar que tal serían las doctrinas y el lenguaje del papelucho aquel. Para desenmascararle, combatirle y ridiculizarle, D. Enrique se hizo periodista, fundando en compañía de dos o tres personas El Amigo del Pueblo, semanario católico, de batalla, que fue muy leído, y no hay duda que hizo mucho bien. Además del articulito de fondo que firmaba El Amigo, y era escrito por el celoso cuanto ilustre Director D. Enrique, recordamos que se insertaban en sus columnas Apólogos, poesías, variedades, costumbres populares, etc. Lo que más llamaba la atención en el semanario católico era el ver que cada semana, al aparecer el número de la mañana del domingo, el artículo de fondo que traía en sus columnas ya versaba sobre el mismo asunto religioso que baboseaba bestialmente El Hombre. De manera que tras el veneno, venía enseguida la triaca, tras el error, la verdad sólidamente probada. ¿Era esto una coincidencia? ¿Era providencia? Nosotros, que tenemos noticias fidedignas de todo ello, pues se nos han comunicado por las mismas personas que intervinieron en este asunto, vamos a descifrar el enigma. Dos jóvenes, fervorosos católicos, no poco avisados, y hombres de acción, por si convenía, supieron hallar la manera de enterarse de los infames escritos de El Hombre antes de publicarse en sus columnas. Ya supondrá el lector que no lo hacían sino a impulsos de su celo, y procuraron no faltar a ninguna conveniencia. De esta manera podía el Director de El Amigo combatir y triturar las necias y blasfemas lucubraciones del papel ateo, aún antes que llegasen a la vista ni oídos de nadie. El humilde, pero valiente semanario católico, no vivió tanto tiempo como tenía derecho a vivir. A pesar del diluvio de libertades que ahogaban a España, murió El Amigo del Pueblo a mano airada. Al acercarse la fiesta del Patriarca San José (creemos que en 1872), pedíase con fervorosas instancias al Santo que todo lo puede, que obrase un nuevo milagro a

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favor de España. Como quiera que por aquel entonces se verificó un acontecimiento político, se creyó o se fingió creer por los que mandaban, que el autor de las súplicas a San José publicadas en El Amigo tenía vistas o se refería a aquel acontecimiento. Se creyó entonces por muchos católicos, que aquello fue solamente un pretexto para acabar con El Amigo, dejando que campasen libérrimamente por sus respetos El Hombre enemigo y los de su misma calaña. No hay qué decir cuánto sintió este percance nuestro celoso propagandista D. Enrique, no menos que los numerosos lectores católicos del semanario. Pero no se abatió por eso el espíritu que, bien templado en la fragua del amor a Dios, animaba al celoso sacerdote. Este mismo año publicaba en Barcelona un libro de 340 páginas titulado Guía Práctica del Catequista, a que nos hemos referido en el capítulo anterior. “Erudición copiosa, unción, celo, minuciosidad en los pormenores prácticos sobre el modo de dirigir con fruto el catecismo de los niños, tales son las principales cualidades” que el sabio censor del libro D. Félix Sardá y Salvany descubría en aquellas animadas páginas. ¿Cómo no ser eminentemente práctico este libro de D. Enrique, cuando era fruto de su experiencia e ilustradísimo celo en la apostólica tarea de adoctrinar a los niños? No contentándose con esto, en su ardoroso afán por catequizar a la niñez y adiestrar a los jóvenes catequistas, acariciaba el proyecto de publicar un Boletín o Revista dedicada a este objeto, en la cual, además de artículos doctrinales, se publicase multitud de ejemplos, cantos con la letra y música, etc. Recordamos haber visto alguno de esos cantos sueltos que hizo litografiar en Tortosa para darlos juntamente con los números del proyectado Boletín. Pero si no pasó de proyecto esta publicación, en cambio, vino a ser una magnífica realidad el proyecto que hacía tiempo le preocupaba, de una Revista dedicada a fomentar la devoción a aquella Virgen encantadora, que no parecía sino que le había robado el corazón desde los días de su primera juventud. Lo veremos en otro capítulo, con el favor de Dios. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 288, septiembre 1896, pag. 366

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

VIII

La Revista Teresiana.- Ilustres colaboradores.- Carta interesante

Algunos meses después (Octubre de 1872) de haber sido sacrificado el periódico semanal titulado El Amigo del Pueblo, aparecía en Barcelona una revista con el expresivo título de Santa Teresa de Jesús. ¿Cómo callar en tan críticas circunstancias nuestro celosísimo sacerdote? ¿Cómo dejar de escribir cuando Dios le había puesto una pluma en la mano, y eran tantas las que vertían la hiel y el veneno de los vicios y errores en las almas? ¿Cómo no trabajar y desvivirse por la causa de Dios y su Religión, cuando pululaban por todas partes infatigables apóstoles de toda impostura y maldad? Dominado su espíritu por este solo pensamiento, lleno su corazón de ese sentimiento divino, que se apellida celo por la salvación de las almas, exclamaba D. Enrique en su exposición al Sr. Obispo de Tortosa Dr. D. Benito Vilamitjana: “Parece nos hallamos en aquellos aciagos días profetizados por San Juan en el Apocalipsis, en que el diablo desciende al mundo con gran furor para dañarle, porque conoce que le queda poco tiempo. ¡Tan ruda y cruel es la guerra que levanta contra todo lo que esparce el buen olor de Jesucristo! ¿Qué diría, qué haría Teresa de Jesús, si viviese hoy entre nosotros, al ver desvastado el jardín de sus desvelos, destruidos los templos, los monasterios y casas de oración convertidos en establos, o cosas peores, protegidos, mimados por la autoridad los protestantes, España sin la unidad de fe, llorando los sacerdotes y obispos la corrupción de costumbres, y preso el Vicario de Jesucristo? Teresa de Jesús, que por salvar una sola alma, gustosa, como ella misma afirma, hubiera sufrido hasta el fin del mundo todos los tormentos del purgatorio, ¿qué sintiera hoy día al ver como en su España la juventud bebe la iniquidad como el agua en libros y escuelas ateas, y las doncellas van perdiendo el pudor y recato, y la familia la santidad y cristiana educación? España de Teresa de Jesús y España del siglo XIX, ¡cuánto os desemejáis!”. Después de manifestar que no desmayaba su corazón a pesar de tantos y casi irremediables males, porque la Iglesia de Santa Teresa permanece unida en la fe, y tenemos acá el recuerdo de sus virtudes y enseñanzas llenas de celestial sabiduría, y allá en la gloria sus oraciones y poderosa intercesión; explicaba cuál era el fin de su revista con estas hermosas palabras: “Aspira nuestra humilde publicación a hermanar estos dos sentimientos, los más nobles y grandes del corazón humano, el sentimiento religioso y el patrio, lo que se logrará cumplidamente por medio de la propagación entre los españoles de la devoción sincera a Santa Teresa de Jesús, porque con ella se fomenta en el alma la devoción especial a Jesús, por cuyo amor renunció la Santa a los títulos de su ilustre alcurnia para apellidarse meramente Teresa de Jesús; el amor a María, a la que eligió por Madre especial a los doce años, y cuyo culto propagó maravillosamente con la reforma del Carmelo; la confianza en San José, cuyo poderoso valimiento descubrió y extendió por todo el mundo; y la devoción a la Iglesia, porque después de protestar mil veces en sus escritos su obediencia, y haberse consagrado su vida a trabajar por reparar las pérdidas que el error y la herejía le causaban, murió repitiendo: “Yo soy hija de la Iglesia”. He aquí el sentimiento religioso en toda su pureza y perfección”. Concedida con la mayor benevolencia la licencia del sabio y piadoso Prelado, salió el primer número de la Revista el día 15 de Octubre de 1872. Aún recordamos con deleite purísimo, mezclado ahora con íntima amargura, la impresión que produjo en nuestra alma aquel primer número, empapado todo él en aromas los más suaves y consoladores. Estábamos enfermos y con el ánimo descaecido. Como un soplo confortador y refrigerante, aquellas páginas en donde se dibujaba con celestiales arreboles la hermosa figura de Santa Teresa de Jesús, llevaron a nuestra alma, y aún a nuestro cuerpo, gérmenes de salud y de consuelo. ¡Bendita sea la que tanto puede y alcanza de su Esposo divino!

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Algún amigo de D. Enrique le ayudó desde luego a llenar las páginas de la Revista, siendo no pocas veces avaloradas con los escritos preciosos del Ilmo. Sr. Obispo Vilamitjana y algún otro Sr. Obispo. Pero quién más enriqueció con su pluma aquellas páginas teresianas, publicando en ella largas series de inspirados artículos, fue el entonces señor Obispo de Jaén, ahora eminentísimo Cardenal Primado de España, Dr. D. Antolín Monescillo, amador entusiasta de Santa Teresa de Jesús, y gloria preciadísima de la Iglesia católica. El pensamiento de Santa Teresa de Jesús y de su Revista le acompañaba a todas partes. Al terminarse el curso escolar, ya era costumbre en D. Enrique el llevar a otras partes el fuego sagrado de la devoción teresiana. Retirábase algunos días para templar mejor su espíritu en la soledad y luego otra vez hacía misiones a los hombres y a los niños. Escrita por este tiempo tenemos una carta familiar, que dirigida a un íntimo amigo nuestro, deja adivinar perfectamente las interioridades del celosísimo sacerdote y sus gustos sencillos y poéticos. Al mismo tiempo servirá esta carta para amenizar este desaliñado relato.

“Benicasí (a vista del mar) 25 Julio 1873. ¿En dónde te hallará ésta, mi buen amigo? ¿Sudando en tierra árida y seca? ¿Por qué no creíste a tu amigo? ¿por qué no viniste al Desierto de las Palmas a descansar y cobrar nuevo aliento en deliciosa soledad? ¿Por qué? Si hubieses venido conmigo, ayer habrías llegado de mi excursión última a Borriol y Desierto y te hallarías en casa de la tía Inés, mujer buena en todo, pero algo sorda, con cuatro devotas hijas, al lado de una linda capilla nueva, a un tiro de ballesta del mar. Hay un padre Jesuita, y mañana pasado espero al Rdo. Martorell tu condiscípulo. Una hojosa parra cubre mi ventana que mira al mar y al compás de las ondas y suave y refrescante brisa te escribo. Hoy empiezo baños. Tengo un cocinero que ha bajado del Desierto, y él me arregla comida. Estamos solos y bien acompañados. Algunas familias de Castellón devotas están por ahí, y quiero descansar… Hoy y mañana confío concluir Revista de Agosto… y quiero descansar…Veo lo necesito. En Borriol hemos hecho casi una misión. Hemos confesado todos los niños y niñas y muchos grandes. Todo por Jesús. Te envío una oración popular de Santa Teresa, recogida de boca de una devota mujer. Los pensamientos son verdaderos y bellos, pero el verso le falta algo. Podrías tú retocarla, y añadirle o quitar, y la imprimiríamos en el mes de Octubre. Aquel mes quiero consagrarle a la santa todo el número entero. Haríamos tirada aparte y la imprimiría en el librito de las jóvenes católicas. En ésta, paz octaviana. Dios nos la conserve, y la dé a toda España. Saluda a esos buenos sacerdotes, parientes y amigos. Tuyo en Jesús, ENRIQUE DE OSSÓ” Este era el género de deleitosísimas vacaciones con que acostumbraba solazarse el sabio y fervoroso catedrático del Seminario de Tortosa. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 290, noviembre 1896, pág. 45.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

IX

Carta del Obispo de Ávila.- Cultos a Santa Teresa.- Día 15 de cada mes.- Inauguración de la Congregación Teresiana.- Llamamiento a las jóvenes.-

Es elevada la Asociación a Archicofradía.- Los Obispos más entusiastas de la Obra.- Una página gloriosa para la Archicofradía

En el capítulo anterior hemos dicho alguna cosa acerca de la fundación de la REVISTA TERESIANA, que, como vamos a ver, no era sino el primer anillo de una rica y hermosa cadena de Obras teresianas, con que nuestro celoso sacerdote trataba de atraer las almas al amor de Jesús. Órgano de todas ellas fue asimismo dicha publicación, pues le sirvió no poco para la extensión y propagación de las mismas, no sólo en España, sino muy pronto en el extranjero, sobre todo en Francia y América. Antes de pasar adelante, para que se vea cuán perfectamente acogida fue dicha Revista, vean nuestros lectores cómo hablaba de la misma, poco tiempo después, el Excmo. Sr. Arzobispo de Ávila, Fray Fernando Blanco. “Ávila, Marzo de 1874. Muy señor mío y de mi distinguido aprecio: No me perdonaría a mí mismo si omitiese dar a V. un millar de gracias por lo mucho y muy bueno que V. está haciendo en honor de mi Santa, y por los libritos, estampas, etc., que V. se ha servido remitirme, y que estimo como preciosos regalos. Estoy suscrito a la Revista, y la leo con interés, y la doy a leer, y bendigo de lo íntimo de mi corazón este y todos los trabajos de V. en obsequio de Jesús y de Teresa de Jesús. Como ella ha sido, es y será tan robadora de corazones, creo que el darla a conocer más y más ha de ser de grandes resultados para la reforma de costumbres y reflorecimiento de la piedad en los países católicos azotados y casi agostados por el soplo mortífero de la herejía y de la piedad. Ella es como un lugar teológico aún para algunos que apenas admiten otros. Felicísimo pensamiento fue el de V. de utilizarla para común provecho. Siga V. animoso con su Revista, y Dios le bendiga y fecundice como yo deseo y pido: y a V. harto bien se lo pagará la agradecida amante de Jesús. Con que sólo se logre despertar el deseo de leer las obras de la Santa, se hace negocio, y se dará a Dios mucha gloria. He de ver de honrarme alguna vez diciendo algo en la Revista Teresiana, pues sería cosa recia, siendo Obispo de Ávila, y Dominico, y qué sé yo que más, no echar alguna flor, como quiera que sea, en el canastillo que V. y otros van llenado a las mil maravillas. Deseo no me falta; tiempo es lo que necesito”. No bastaba a D. Enrique el propagar la devoción a la Santa por medio de sus escritos, era necesario a un corazón tan amante como el suyo el procurar que en todas partes se le dedicasen fervorosos y espléndidos cultos, como nunca se habían visto hasta entonces. El mismo año (Septiembre de 1873) escribió y publicó D. Enrique El día quince de cada mes, opúsculo el más a propósito para dedicar ese día a la Santa, y además para hacer la Novena a la misma Virgen. En ese libro van doce largas meditaciones acerca de las virtudes de Santa Teresa, acompañadas de oraciones, máximas y ejemplos, casi todo sacado textualmente, con mucho tino y oportunidad, de las obras de la Santa Madre. Sirvió este primer libro teresiano de D. Enrique para practicar la novena que este primer año se verificó en la espaciosa iglesia del Seminario. Fue todo un acontecimiento esta novena, por la solemnidad, esplendidez, devoción y concurso, de suerte que bien puede asegurarse que no se había visto otra en Tortosa, no sólo consagrada a Santa Teresa de Jesús (hasta entonces no se hacía de ninguna manera), pero a ningún otro Santo o Santa. El ornato del altar e iglesia, la iluminación, escudos, cartelones, oriflama, tapices, sermones, comuniones, música, concurrencia: todo ello llamó vivamente la atención de Tortosa entera, como recordarán de seguro muchas personas que pasen la vista por estas líneas. El día último de la novena, fiesta de la Santa, después de dirigir su palabra fervorosa y entusiasta desde la sagrada cátedra el Ilmo. Sr. Obispo Dr. D. Benito Vilamitjana a

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la apiñada multitud de fieles que llenaba el templo, se inauguró la Asociación, ahora Archicofradía teresiana, tan provechosa y extendida al presente por todas partes. Siete piadosas doncellas de Tortosa, con voz clara y firme, con blandones encendidos, arrodilladas a la barandilla del presbiterio, renovaron las promesas del santo Bautismo en medio de un silencio solemne de todo el inmenso concurso de fieles de toda clase y condición que llenaba la espaciosa iglesia del Seminario: prometieron no avergonzarse de su profesión de cristianas, practicar la virtud y cumplir las reglas de la Asociación. Acto continuo el ilustre señor Vicario General, acompañado de los ministros, dio la bendición con el santísimo Sacramento, para que confirmase el buen Jesús las promesas y propósitos santos, tan agradables a su Corazón divino, que acababan de expresar las animosas jóvenes. Dos días antes, o sea el 12 de Octubre, fiesta de Nuestra Señora del Pilar, celebraron sesión preparatoria dichas jóvenes con otras muchas compañeras en la iglesia de San Antonio, ante el altar de la Purísima Concepción, en donde, después de exponer D. Enrique el objeto y bases de la Asociación, aceptadas por las jóvenes allí reunidas, pasó a elegir la Junta de Gobierno. No bajaron de trescientas jóvenes las que aquel día se apresuraron a ingresar en la naciente Asociación. De un llamamiento que dirigió a las doncellas el celoso fundador, entresacamos estos párrafos: “El objeto de mi Asociación es el mismo que nos propone la Iglesia al admitirnos en su gremio: renunciar a Satanás, a sus obras y pompas, para hacer lugar al Espíritu Santo: echar de las almas a Lucifer, para que viva y reine en ellas Cristo Jesús. No se trata de que entréis monjas, ni siquiera de cargaros con nuevas obligaciones o de imponeros duros sacrificios: no se trata sino de que seáis cristianas de veras y de facilitaros los medios de serlo. Lo primero es un deber riguroso, imprescindible: los segundos los encontrareis en la Asociación a que se os llama. ¿Habrá alguna que no responda al llamamiento? No es posible, puesto que sois católicas y españolas. Además, en la Asociación de María y Teresa cada una de vosotras se encontrará en su propia casa. ¿Sois nobles y de ilustre cuna? María era hija de cien reyes y Teresa de Jesús emparentaba con los nombres más ilustres de la tierra hidalga de Castilla. ¿Sois artesanas? María no se desdeñó de ser y llamarse esposa de un carpintero de Nazaret, y Teresa de Jesús hallaba sus delicias en confundirse con la gente del pueblo. ¿Sois labradoras? Ocupadas María y Teresa en los quehaceres domésticos y de la familia, no hacían sino lo que vosotras hacéis”. Después de decir que el fuego del amor divino se había extinguido casi en Europa, y añadir que las jóvenes católicas serían el conductor de ese divino fuego, añade: “¿Se ha visto nunca al mundo resistir la acción simpática, la ardorosa influencia de la mujer? Corazón de la familia, reina del hogar doméstico, dulce encanto de la sociedad y gloria de la religión; la mujer católica posee la virtud de asimilación, pero virtud sin límites e irresistible. El mundo ha sido siempre lo que le han hecho las mujeres. Y un mundo hecho por vosotras, formadas según el modelo de la Virgen María con las enseñanzas de Teresa; un mundo que, rendido a los pies de María, lea a Teresa, no podrá ser sino un mundo de Santos. Manos, pues, a la obra, que el tiempo urge y apremian las circunstancias”. Y termina la alocución con estas palabras: “Que Teresa de Jesús os sostenga en vuestro camino, os aliente en la lucha y confirme en el amor de Dios. Que María Inmaculada os acoja bajo su manto virginal y os preserve de las seducciones del siglo. Que el amor de Jesús forme las delicias de vuestras almas, llene vuestros corazones y reine en vosotras hasta que vosotras reinéis con Él, ceñidas vuestras sienes con la corona de gloria e inmortalidad reservada al mérito de las batallas que habréis sostenido contra sus enemigos, y del celo por la santificación y propagación de su santo nombre”. El grano de semilla plantado por la mano del joven sacerdote fue fructificando por modo tan admirable, que dos años después, (Octubre 1874) podía con razón escribir estos párrafos en la REVISTA TERESIANA: “Estamos contentos, porque nuestra admirablemente oportuna Asociación de Hijas de María Inmaculada está fundada ya en muchos pueblos y va dando frutos de bendición en muchas almas. Calaceite, Benicarló, Ulldecona, Fatarella, Corbera, Todolella, Alcanar, Cherta, Vinebre, Godall, la tienen de días establecida. Y ciudades como Teruel, Medina del Campo, Jaca, Calahorra, Valencia, Ávila, Tarragona, Badajoz, Barcelona, Gracia, Cuenca y otras la tendrán establecida a estas horas, o se está trabajando para establecerla cuanto antes. Estamos contentos, porque en un segundo Breve el gran Pío IX se ha dignado conceder nuevas indulgencias a nuestra querida Asociación.

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Estamos contentos, porque a pesar de haber nacido nuestra humilde predicación en plena revolución (Octubre de 1872), que es lo mismo que decir en circunstancias las menos favorables, y más aún, hostiles a toda publicación religiosa, a pesar de las dificultades cada día mayores para la circulación de impresos por el mal o nulo, en algunos puntos, servicio de correos, va creciendo este grano de mostaza sembrado en el corazón de la España católica, y todo hace augurar nuevos y mejores días para la Religión y la patria de Teresa de Jesús. Estamos contentos, porque tiene ya lectores la Revista en Francia, Italia, Bélgica, Inglaterra, Portugal, y en la América y Filipinas. Estamos contentos, porque un solo corazón que hubiese en el mundo que por nuestros desvelos conociese un tantico más a Santa Teresa de Jesús, los daríamos por debidamente recompensados. ¿Cuánto más constándonos que no uno, sino miles de corazones que antes no amaban o amaban tibiamente a Teresa de Jesús, hoy la aman con filial cariño y singular predilección? Estamos contentos, sí…Mas no satisfechos, ni lo estaremos hasta que veamos tanto celo por los intereses de Jesús de Teresa en los que se precian de amantes de Teresa de Jesús, que nada dejen por desear. No estaremos satisfechos mientras haya un español que no admire y ame a su hermana la gran Mujer, la gran Escritora y la gran Santa, la hidalga Teresa de Jesús, ornamento el más singular de la España católica”. Efectivamente el dulce y fecundante fuego de la devoción a Santa Teresa, y como es consiguiente, del conocimiento y amor a Jesús, cundía y se propagaba en todas partes, sobre todo en los corazones de las jóvenes doncellas. Dióse en la flor de decir por aquel entonces, que estaba de moda (¡bendita moda!) la devoción a Santa Teresa de Jesús; de ahí es que no había población en donde la juventud femenil no se proporcionase los figurines, por así decirlo, de esta devoción salvadora. Además de las ciudades arriba apuntadas, Teruel y Cádiz fueron de las primeras en admitir en su seno la naciente Asociación. En Diciembre de 1875 el sumo Pontífice Pío IX, elevó esta Congregación al rango de Archicofradía primaria, con todos los derechos, honores y prerrogativas acostumbradas, y con facultad de comunicarlas a todas las congregaciones de Jóvenes Católicas, Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús que haya o establezcan en el reino de las Españas. Todos los Obispos acogieron y bendijeron gustosamente esta Obra, pero se distinguieron de un modo particular en acogerla con verdadero entusiasmo ya en aquel entonces, el hoy eminentísimo Cardenal y Primado Sr. Monescillo, el entonces Excmo. Sr. Arzobispo de Salamanca, después primer y malogrado Obispo de Madrid, Sr. Izquierdo; el antes nombrado Arzobispo de Ávila, Fray Fernando Blanco, y, no hay que decirlo, el tan sabio como celoso Prelado a la sazón de Tortosa, Dr. D. Benito Vilamitjana. Este Prelado proclamó de la manera más solemne el alto concepto que tenía formado de esta Archicofradía y las hermosas cuanto legítimas esperanzas que tenía cifradas en ella, cuando, al publicar en su Boletín Eclesiástico (Mayo 1876) la relación de los Ejercicios espirituales practicados por las jóvenes teresianas de la parroquia de Cherta, añadía esta página tan elocuente como justa y no menos gloriosa para la Archicofradía: “Por motivos de una delicadeza, quizás excesiva, el Boletín ha guardado hasta ahora silencio absoluto acerca de la piadosa Asociación de Jóvenes católicas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús, fundada en 1873 en la capital de la Diócesis. Como quiera, no existiendo ya aquellos motivos, ha llegado el momento de romperlo. El Boletín lo rompe hoy, y lo rompe de la manera más elocuente. ¿Hay por ventura elocuencia más persuasiva y eficaz que la de los hechos? Los Ejercicios de Cherta, cuyo resultado acaba de verse, son uno de los hechos más brillantes de la Asociación, pero no son el único. Muchos pueblos de la Diócesis y de fuera, donde está establecida, los han visto parecidos. La Asociación está por consiguiente juzgada: el árbol se conoce por los frutos. Ya no falta sino que se extienda y se consolide: lo demás es obra del tiempo y de la gracia. Y ese además es no menos que el renacimiento de la fe en las familias, el restablecimiento del reino social de Nuestro Señor Jesucristo y la salvación de España. Ni se diga que son exageradas y absurdas estas aspiraciones de una humilde Asociación de jóvenes doncellas. ¿Qué hay que no lo pueda la mujer? La fe de una Mujer introdujo en el mundo a Jesucristo, una Mujer lo dio a conocer a las naciones, una Mujer lo sostuvo en su glorioso trono contra los porfiados asaltos de todos sus enemigos: Gaude Maria Virgo, cunctas haereses sola interemisti in universo Mundo. Lo que esa gran Mujer hizo una primera vez, ¿por qué no podrá

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hacerlo una segunda? Y las jóvenes católicas serán, así lo esperamos, cooperadoras poderosas de esa gloriosa y salvadora restauración. Colocadas bajo los auspicios de la gran Madre de Dios, la mujer que hizo aquellas maravillas, y acaudilladas por otra mujer que no puede ciertamente comparársele, pero que no es indigna de ella, por la ínclita Teresa de Jesús, que ha sido apellidada justamente “el martillo de la herejía, el sostén del Catolicismo y el apóstol de España”, las jóvenes católicas reanimarán las antiguas creencias, y harán revivir el espíritu religioso amortiguado en las familias; y en cuanto esto suceda, será otra vez cristiano el espíritu público y cristiana la sociedad, porque ésta es lo que son las familias que la constituyen. Manos españolas, a despecho de la España, están abriendo al error las puertas de la nación. Pongamos por nuestra parte a la puerta del hogar doméstico a la joven católica, armada con el escudo de la fe y el encanto moral de sus virtudes; y ella le cerrará la entrada. Más aún. Si por sorpresa, por incuria, por culpable complicidad de los naturales guardadores de los intereses religiosos de la familia, el error llegare a franquearla y a tomar asiento en medio de ésta; la joven católica le impondrá respeto, le creará obstáculos, le aislará, le hostilizará, no le dará tregua hasta que lo haya arrojado de su seno. Siempre, en esta clase de luchas, a la mujer católica, para vencer, le ha bastado combatir, porque nunca el error ha podido arraigar donde la mujer católica no se ha hecho su cómplice. Nada, pues, más natural que el favor que a la Asociación de Jóvenes católicas han dispensado los Prelados de la Iglesia, y singularmente el Sumo Pontífice”. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 292, enero 1987, pág. 105

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

X

El cuarto de hora.- Espíritu de Santa Teresa.- Viva Jesús.- Rebañito del Niño Jesús.- Viaje teresiano.- Íntimos consuelos.-

Las carmelitas descalzas.- Los Sres. Obispos A fin de facilitar a las jóvenes asociadas a la Archicofradía teresiana la práctica provechosísima de la meditación diaria a que vienen obligadas al ingresar en la Congregación, su celoso fundador y Director D. Enrique escribió desde luego un oportuno y precioso libro, El Cuarto de hora de oración, que contiene una ordenada una serie de puntos de meditación para todos los días del mes, todos ellos perfectamente adaptados a las jóvenes asociadas. Libro fue éste, y lo sigue siendo, de grandísima y merecida aceptación, del cual se han hecho hasta el presente hasta quince ediciones muy numerosas. En los últimos años, al hacer nuevas ediciones, el autor ha venido aumentando considerablemente el número de sus meditaciones, y puesto al principio una introducción acerca del modo de meditar. Casi puede asegurarse que la inmensa mayoría de jóvenes teresianas se han hecho con este precioso manual de la oración, sumamente provechoso para sus almas. Publicó además unos opúsculos titulados El Espíritu de Santa Teresa de Jesús, los cuales contienen máximas y pensamientos, sacados textualmente por el mismo autor de las obras de la Santa. Al año siguiente (1875) escribió y publicó otro opúsculo con el título de Viva Jesús, que contiene sabrosas y tiernas meditaciones, para uso de las niñas que, no pudiendo ser todavía teresianas, pertenecen a la infantil Asociación titulada Rebañito del Niño Jesús, la cual dijérase que nació espontáneamente, como delicada y fragante florecilla, al calor de la Archicofradía Teresiana. Era y sigue siendo esta Asociación infantil un hermoso plantel de fervorosas teresianas, y por consiguiente de piadosas y edificantes doncellas, como quiera que desde temprana edad han sido adiestradas por celosas jóvenes teresianas, apellidadas pastorcillas, en el uso y práctica de la meditación. Sabe Dios solamente los bienes que esta semilla arrojada en el tierno corazón de las inocentes niñas ha producido y produce donde quiera que se ha instalado esta Asociación. El opúsculo Viva Jesús es el más a propósito para hacer conocer y amar a las tiernas niñas al celestial Pastorcillo de sus almas. Las meditaciones que encierra, las dictó D. Enrique estando enfermo de una fístula en los ojos. ¡Qué espirituales complacencias experimentaba su alma al ver cómo fructificaba y se propagaba esta pequeña Asociación! ¡Cuánto gozaba en sus sencillas y encantadoras fiestas! Enamorado su corazón de su Maestra y Madre Santa Teresa de Jesús, hacía tiempo que D. Enrique deseaba visitar la Cuna y Sepulcro de su Amada, tal vez para inspirarse mejor todavía en las obras y empresas que meditaba llevar a cabo para gloria de Jesús y su Teresa, como efectivamente lo hizo, según irán viendo en estos apuntes nuestros lectores. Acompañado de otro joven sacerdote, íntimo amigo nuestro, salió D. Enrique de Tortosa, a mediados de Agosto de este año (1875), en dirección de Ávila, pasando antes por Villanueva de la Jara (Cuenca), en cuyo convento de Carmelitas Descalzas, dejó una postulante, (que profesó y vive todavía), la cual había pertenecido a la Junta de Gobierno de la Asociación teresiana de Tortosa. Pasando rápidamente por Madrid, en donde no estaba el tesoro que buscaba su corazón, llegó el viajero teresiano a Ávila, visitó enseguida la iglesia y convento que fue cada de la Santa, entró en aquella habitación, ahora capilla veneranda, en donde su Amada nació; y allí sí que descansó de todas veras D. Enrique. ¡Con qué piedad tan fervorosa celebró la santa Misa en aquellos altares santificados por los recuerdos, y embalsamados con el sagrado perfume de Santa Teresa! Al visitar el convento de la Encarnación, ¡con qué íntima devoción e inexplicable consuelo veneró y adoró aquellas rejas, aquel comulgatorio, aquella capilla de la Transverberación de la favorecida Esposa de Jesús, aquellos preciosos objetos que, por espacio de veintisiete años, fueron testigos de la santidad y heroicas virtudes de Teresa! Se apresuró a visitar el Convento de San José, el primero que fundó la Santa, y en donde conservan las Madres muy preciosas reliquias de la insigne Fundadora, libros de su

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uso personal, con notas de su pluma, etc., etc. En esta iglesia de los Santos, como el Señor la llamó hablando con Santa Teresa, fácil es presumir cuánto disfrutó el devotísimo y teresiano sacerdote. En ella se inauguró la Asociación teresiana, predicando en la función de la tarde, no sólo don Enrique, sino también el Sr. Obispo, sumamente complacido de aquel acto. Mas faltábale ver a D. Enrique el sepulcro de su Amada, y allá se dirigió el 25 de Agosto. Lo que allí sintió y experimentó y gozó su corazón, no es posible imaginarlo ni menos expresarlo nosotros. En una carta que escribió por aquel entonces y se insertó en esta Revista, al referir D. Enrique este viaje, decía así: “Cinco días en Alba de Tormes, donde se venera el corazón y cuerpo incorruptos de nuestra adorada Madre Santa Teresa de Jesús, en el mes y día consagrado a su transverberado corazón, ¿puede darse mayor dicha en este mundo? Cinco días orando, celebrando Misa y oficiando en la solemne del día de la Transverberación, ¿puede apetecerse mayor consuelo? ¡Ah! para nuestro pecho teresiano, lo confesamos ingenuamente, no cabe otro mayor en este miserable destierro. No puede explicarse lo que mi corazón sintió al ver tan de cerca la profunda y ancha herida que le abrió el Serafín, y las espinas que brotan de él…La herida ¡oh la herida! causa estremecimiento y grandísima compasión al contemplarla, pues corta casi de parte a parte el corazón. Deseos me vinieron de reconvenir al Serafín que tan despiadada y cruelmente hirió tan hermoso y puro corazón. Mas ¡ay! que el amor es fuerte como la muerte y duro como el infierno; y no podía menos el Señor, ansioso de hacer la voluntad de los que le temen y aman, que complacer a su Amada, haciéndole gustar las dulzuras y amarguras del amor, arrojándola en las llamas de este divino infierno, como ella dice”. También en esta insigne basílica de Santa Teresa se inauguró la Asociación de Jóvenes Teresianas, con grande contentamiento de las Religiosas Carmelitas, de las Jóvenes y del vecindario todo, predicando mañana y tarde D. Enrique, y desahogando públicamente su corazón ante el Seráfico de su Madre Teresa de Jesús, estando Éste de manifiesto. Al regresar a Salamanca, visitó asimismo al convento de Madres Carmelitas fundado por la Santa, la nombrada Casa de los Estudiantes y los famosos edificios y templos de la monumental ciudad. Al volver a Tortosa, y pasando por Zaragoza, visitó en esta ciudad el convento de Carmelitas, celebrando Misa, como era natural, en la basílica de Nuestra Señora del Pilar, de la cual era muy devoto el teresiano viajero. Las religiosas Carmelitas Descalzas de todos los conventos que D. Enrique tuvo el consuelo de visitar en este viaje, acogieron con grandísima veneración, más aún, con fraternal afecto y espiritual alegría (lo sabemos bien), al malogrado fundador y Director de esta Revista; pues el eco de su nombre, de sus escritos, obras, apostolado y espíritu, eminentemente teresiano, había penetrado, como no podía menos de suceder, en los Claustros edificantes donde moran las Hijas de Santa Teresa de Jesús. Harto le demostraron ellas de mil modos el fino agradecimiento de sus almas por cuanto había hecho y hacía en obsequio de su querida Santa Madre. No sólo las Religiosas, sino los venerables Prelados que en esta ocasión conocieron y trataron a D. Enrique, le demostraron especialísimo afecto y confianza, hasta el punto de que alguno, o algunos de ellos, trataron con empeño de retenerle consigo, ofreciéndole puestos honoríficos en sus catedrales. El sabio, elocuente y piadosísimo Prelado señor Izquierdo, después primero y malogrado Obispo de Madrid, le distinguió hasta su muerte con la más cariñosa e íntima amistad, amistad que no dudamos se habrá estrechado ahora más, al hallarse reunidos en el reino del eterno y divino amor. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 293, febrero 1897, pág. 143

EL PRIMER ANIVERSARIO

El día 27 del pasado mes, se conmemoró debidamente esta luctuosa fecha para los devotos de la Santa, celebrando solemne Oficio de difuntos en el Colegio Mayor de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, establecido en San Gervasio, en sufragio del llorado fundador del Instituto. Fue celebrante el M. I, señor Dr. D. Javier Marsal, canónigo Magistral y Vicario General de Zamora, amigo íntimo y cariñoso del difunto. Fueron Ministros nuestros amigos y compañeros reverendos Sres. Altés y Elías. No hay que decir cuán grande fue la emoción y consuelo a la vez con que la M. Rda. Superiora General y todas las Hermanas que residen en el Colegio, asistieron a la sagrada ceremonia. Los Rdos. sacerdotes Dr. Navarro, Dr. Sr. Riba y Aguilera y D. Enrique de Ossó, sobrino del difunto, presidieron el duelo de los caballeros, y el de las señoras, la hermana política del difunto Dª Teresa Serra y las hijas de ésta señoritas Dª Flora y Dª Elvira. Muchos amigos y conocidos de D. Enrique acudieron a rendir ese cristiano tributo al que fue nuestro querido Director. La capilla que dirige el Sr. Portas, ejecutó con grande acierto una escogida misa de Réquiem. Haga el Señor que la santa memoria del difunto Sacerdote nos aliente y anime en trabajar como él trabajó por la gloria de Jesús y su Teresa. Amén. M: T:

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REVISTA TERESIANA Nº 294, marzo 1897, pág. 171

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XI

Su devoción a San José.- Oración al Santo.- Hermandad Josefina.- Reglamento, Novena, el devoto Josefino.- Cultos al Santo.-

Escultura.- Nuevo Convento Carmelitano.- Acta. Nadie ignora que Santa Teresa de Jesús, no sólo fue devotísima del Patriarca San José, sino también el apóstol más insigne de su devoción cuando vivía acá en la tierra. Y aún ahora podemos decir que sigue siéndolo por medio de sus inspirados libros, en los cuales podemos ver numerosos pasajes en donde la Santa insinúa dulcemente y de la manera más eficaz en el ánimo de los lectores la devoción más tierna al Santísimo Patriarca y una confianza ilimitada en su poderoso patrocinio. Porque ello no es extraño, sino lo más natural, que una alma tan enamorada de Santa Teresa de Jesús, como la de D. Enrique, lo estuviese asimismo del Padre adoptivo de Jesús. Hemos observado que estas devociones suelen andar juntas en los corazones cristianos. Ya desde joven las profesaba con fervor extraordinario nuestro teresiano sacerdote. En el Plan de vida a que nos hemos referido en otra ocasión (escrito en 1865), se leen estas palabras: “Cada día elegiré un Santo Patrono de aquel día con la oración propia y será: Domingo, San José; Lunes, Santa Teresa; y corresponden a los demás días de la semana San Francisco de Sales, Santo Rey David, San Juan Evangelista, San Luis Gonzaga, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Sena y San Bernardo”. En este plan de vida se halla ya la oración a San José, la cual seguramente fue redactada por el entonces piadoso seminarista. Dice así: “Domingo.- Amabilísimo San José, Padre putativo de Jesús, virginal Esposo de María, de quien recibisteis tantos y tan señalados favores, y singularmente el amarle siempre y morir entre sus brazos; alcanzadme, glorioso Santo, las virtudes de que tengo mayor necesidad. Enseñadme a hablar con Jesús en la oración, a vivir en él y por él, y que todas mis acciones sean un acto de su amor. Hacedme humilde y casto como Jesús y María, y en el trance de la muerte amparad el alma mía, para venir a gozar de su amable presencia con vos, por toda la eternidad. Así sea. Jaculatoria: Jesús, Josef y María, vuestro es el corazón y alma mía, amparadme en la agonía”. Nada extraño es, repetimos, que al tratar de extender y propagar por doquiera y de todos modos la devoción a Santa Teresa de Jesús, deseara hacer una cosa semejante con la de San José. Y así lo hizo. Con el título de Hermandad Josefina estableció en Tortosa, en el mes de Marzo de 1876, una Congregación espiritual de hombres solamente, pudiendo ingresar en ella desde que han hecho la primera Comunión. El día del Santo Patriarca se instaló en la iglesia del Seminario de dicha ciudad, contando ya desde el primer día cerca de doscientos socios, personas distinguidas y respetables, gran número de ellos. La primera función religiosa, de carácter oficial y solemne, que celebró en dicha iglesia fue en Julio, fiesta del Patrocinio del Santo. Con grande pompa, con numerosa concurrencia, sobre todo de hombres, presidiendo el Sr. Obispo Villamitjana, se cantó solemne Oficio, publicando en él las glorias del Santo Patriarca y señalando los deberes que la Hermandad impone a los socios el mismo D. Enrique. No es para decirse el gozo extraordinario que experimentó su corazón en aquel día. “Tengo para mí, decía, que así como a Santa Teresa de Jesús está reservado en estos últimos tiempos regenerar a España por medio de la juventud femenil, educándola según su espíritu de fe, de oración y de celo por los intereses de Jesús, a San José está confiada la salvación de los hombres, inspirándoles amor al trabajo y al cumplimiento de sus deberes cristianos”. Escribió y publicó con aprobación del señor Obispo un Reglamento para la Hermandad, en donde se prescriben oportunas y sencillas prácticas para cada día, semana, mes y ano, a imitación del que tiene la Archicofradía teresiana. Además de este Reglamento y del opúsculo titulado Los Siete Domingos de San José, escribió una Novena dedicada al Santo, la cual contiene hermosas oraciones, nueve asuntos de meditación sobre las principales virtudes de San José, ejemplos, etc., etc. Además,

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hará unos seis o siete años que dio a la estampa un abultado devocionario titulado El Devoto Josefino, en donde reunió todas las devociones y obsequios con que puede honrarse al benditísimo Patriarca, y que contiene, además, una larga y preciosa serie de meditaciones que versan sobre la vida, virtudes, excelencias, devoción, etc., del mismo Santo. Son numerosísimos los artículos que escribió con el mismo objeto y en los cuales se reflejan, enfervorizando a las almas, los sentimientos de devoción tiernísima que el autor profesaba al Santo sin igual, a cuya protección y amparo acudió siempre, experimentando en todas ocasiones el poder y valimiento del excelso Patriarca. Tenemos motivos muy fundados para creer que, aunque habla de otra persona, no es sino el alma del mismo autor, la que por intercesión de San José, recibió señalados beneficios, según es de ver en el ejemplo del quinto domingo, del libro Los Siete Domingos. Antes de fundarse la Hermandad Josefina, eran sumamente humildes los cultos que en Tortosa se tributaban a San José, y contado el número de personas que acudían a ellos, aunque no podemos decir por eso que fuesen pocos, sino muchos sus devotos. Pero sabido es de los fieles de la ciudad del Ebro que lo que había hecho por realizar el culto y devoción a Santa Teresa, eso mismo hizo D. Enrique respecto del culto y devoción a San José. Sus fiestas y novenas empezaron a ser sumamente espléndidas, piadosas y concurridas, terminándose con devotísimas Comuniones generales, en que dominaban siempre los hombres, y con solemnes procesiones, que alentaban y consolaban a los buenos y alegraban a los Ángeles. Como quiera que residíamos allí por aquel tiempo, aún lo recordamos ahora con placer. La iglesia del Seminario se veía durante los nueve o diez días de la Novena, siempre llena. Novena por la mañanita, durante la Misa, a la cual generalmente acudían las personas piadosas; Novena después de comer, para la infinidad de niños y niñas de la Catequística, que inundaban y alegraban la vasta nave de la iglesia; Novena al anochecer, frecuentada por toda clase de personas, especialmente hombres: parecía aquello un perpetuo sábado josefino, del cual participaban todos; pero ¿quién mejor que el alma del celoso sacerdote? Por San José todo el mundo se confesaba; aún las almas más apartadas de las prácticas religiosas, y por consiguiente de Dios, caían dulcemente rendidas a las plantas de San José. ¡Loado sea Dios! Nos consta que aquella Hermandad Josefina, con sus Novenas, fiestas, Comuniones y procesiones, persevera en Tortosa en su primitivo fervor. Para presidir estas funciones hizo construir D. Enrique una preciosa escultura de San José, de grandes proporciones, la cual resplandecía en el altar entre luces innumerables distribuidas en forma de palmeras. Esta imagen fue regalada después al nuevo Convento de Carmelitas Descalzas, situado en El Jesús, extramuros de Tortosa, cuya primera piedra se puso el 6 de Agosto de ese mismo año. Primer fruto de la Archicofradía Teresiana, llamaba don Enrique a este nuevo convento, ya que desde la revista y desde el púlpito no cesaba de encargar oraciones a los fieles para obtener de Dios esta fundación. A las seis de la tarde del expresado día, en medio de inmenso gentío de toda clase, sexo y condición, pero especialmente jóvenes teresianas de la ciudad y comarca; D. Enrique, delegado del Sr. Obispo, siendo asistido de varios sacerdotes, bendijo y colocó la primera piedra de la iglesia y convento, dedicado al glorioso Patriarca San José y la Madre Santa Teresa de Jesús. Acto continuo se levantó Acta de este suceso, la cual copiamos a continuación:

“¡VIVA JESÚS DE TERESA!

A honra y gloria de la Santa e individua Trinidad y exaltación de la santa fe católica y aumento de la Iglesia y del culto de la Virgen Inmaculada, de su excelso esposo San José y de Santa Teresa de Jesús, en la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, domingo, día seis de Agosto de mil ochocientos setenta y seis, en el trigésimo primer año del pontificado del inmortal Pío Papa IX, cautivo y despojado del patrimonio de San Pedro por hijos ingratos; siendo dignísimo Obispo de Tortosa el sabio y celoso prelado Dr. D. Benito Vilamitjana y Vila, y reinando en España Alfonso XII; perdida la unidad católica con la ley de libertad o tolerancia de cultos votada por las Cortes; en el año cuarto de la fundación de la Revista intitulada SANTA TERESA DE JESÚS, dedicada a hacer conocer y amar a tan gran Santa; en el año tercero de la instalación de la Congregación de Jóvenes Católicas Hijas de María Inmaculada y de Santa Teresa de Jesús y en el segundo año de haber sido elevada a Archicofradía primaria por el teresiano Pontífice Pío IX; delegado por el señor Obispo D. Enrique de Ossó, puso la primera piedra de la nueva iglesia bajo la advocación del señor San José y de Santa Teresa de Jesús y Convento de Carmelitas Descalzas de la Reforma y

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Constituciones de la anta Madre Teresa de Jesús, en una finca que cedió graciosamente a este fin la noble Sra. Dª Magdalena de Grau y de Gras, en el arrabal de Jesús. Y para buena memoria de tan fausto suceso lo firman los testigos presentes en el mismo día y lugar antes nombrado. Enrique de Ossó, Pbro.- José Sánchez, Cura de Jesús, Mateo Auxachs, prior de Mora de Ebro.- Mariano García. Ecónomo de la Catedral de Tortosa. (Siguen las firmas)”. La inauguración solemne de este convento se verificó en Octubre del año siguiente, como veremos más adelante.

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REVISTA TERESIANA Nº 311, marzo 1898, pág. 178.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGÁFRICOS

XII

Romería española de Santa Teresa.- Su viaje a Roma.- Sus profundas impresiones.- Mensaje de la Archicofradía a Pío IX.- Bendiciones del Papa a la Revista.-

Peregrinación Teresiana Tierna, apasionada, profunda era la devoción que nuestro teresiano profesó siempre a la Silla de Pedro, que a la sazón ocupaba el grande Pío IX, de gloriosa memoria. Y esta devoción al Vicario de Jesucristo, que procuraba extender y propagar por donde quiera, por medio de su palabra, de sus escritos y de cuantas maneras le sugería su ardiente celo, la demostró harto en la Romería de Santa Teresa de Jesús, que, como es sabido, tuvo lugar en Octubre de 1876. En Junio de dicho año, dirigiéndose a los devotos de Santa Teresa de Jesús, escribía en esta Revista: “Iremos a Roma si la celestial Baratona y la gran Bullidora de negocios, a mayor gloria de su Jesús encaminados, nos deja unos días libres o un tanto libres para reiterar personalmente al gran Pontífice nuestra adhesión omnímoda e inquebrantable a su Persona y a su Cátedra infalible”.

Y luego invitando a sus amigos y lectores, añadía: “No iréis solos, amigos míos, iremos muchos, muchísimos; que la España católica, la patria de las Teresas de Jesús y de los Ignacios de Loyola debe probar en esta ocasión solemne que si manos no españolas han trabajado y trabajan por romper el anillo de oro que une nuestra fe y amor a la Cátedra del Pontífice, al trono del Papa-Rey, representante de Cristo sobre la tierra, los verdaderos hijos de la Iglesia y herederos del espíritu de fe de sus padres no participan de estas ideas, detestan todo conato de arma y de rebelión, todo asomo de desunión, todo síntoma de desamor, la más leve falta de confianza en la doctrina y enseñanza y persona del romano Pontífice”.

Y después de recordar las circunstancias luctuosas en que ya entonces se hallaba la capital del Orbe católico, escribía: “Sí, amigos míos, vamos a Roma a probar a nuestro querido y atribulado Padre que aún hay en esta noble tierra de España corazones animosos y llenos de fe pura y sólida que creen, esperan y aman lo que creyó, esperó y amó la Santa de nuestro corazón, la gran Teresa de Jesús”.

Acordándose luego con tierna emoción de la persona augusta y encantadora de Pío IX, escribía estas palabras: “Vamos a Roma a bañar nuestros ojos con los rayos de purísima lumbre que despide la mirada viva, dulcísimo y celestial del bondadoso Pío IX. Vamos a Roma a enardecer nuestro espíritu con los ejemplos heroicos de virtud del Mártir de la impiedad. Vamos a Roma a templar nuestra alma con la grandeza y firmeza inquebrantable del Pontífice. Vamos a Roma para poder exclamar después de haber contemplado al Pontífice de la Inmaculada, de San José, del Corazón de Jesús y de nuestra noble Heroína: Ya moriremos gozosos, porque hemos visto la más grande maravilla que Dios ha puesto sobre la tierra, el sostén del mundo, el salvador del derecho hollado, el defensor del pobre, del desvalido, del oprimido contra los poderosos de la tierra, el único que con firmeza nunca oída exclama desde su prisión a toda injusticia: No es lícito. No puedo transigir con la maldad. Vamos a Roma, amigos míos, para que nuestro pobre corazón henchido de fortaleza, de alegría y de paz se revista de las virtudes del hombre de Dios y así viva en gracia y muera en el ósculo del Señor”.

Mucho trabajó y se desvivió D. Enrique para que esta empresa prosperase, coadyuvando en las orillas del Ebro a los grandes y admirables resultados que dio, efectivamente, pues fueron ocho mil los españoles que se trasladaron a Roma, y en el

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señalado día de la fiesta de Santa Teresa, que dio nombre y alentó esta gran empresa, pudieron consolar al gran Pontífice de la Inmaculada con su presencia y amorosos obsequios de hijos amantes. Sin embargo, entre estos peregrinos no se halló, no pudo hallarse, como ya lo temía, D. Enrique. Era ésta la época en que se hallaban en estado de ebullición, por así decirlo, sus grandes obras teresianas, y por más que se multiplicase, por grandes y vivas que fueran las llamas de su celo apostólico y devoción a Santa Teresa, no bastaban su prodigiosa actividad y poderosos alientos para poder acudir, como él deseaba, a tantas empresas, y mucho menos podía abandonar su campo de operaciones, aunque fuese para acudir a obra tan simpática para su corazón, como lo era la Romería española. Nuevas fundaciones de la Archicofradía, ejercicios espirituales a las Asociaciones, los importantes y complejos asuntos de las nuevas obras que iba preparando, todo esto, además de las obligaciones de su sagrado ministerio y de la cátedra del Seminario, le tenía absorbido hasta el punto de que no le quedaba un solo momento libre. ¿Qué extraño que no hubiese podido ir en la Peregrinación a Roma, como con harto sentimiento receló antes que tal le sucediera? ¿Pero no vio D. Enrique al gran Pío IX? Sí, seis años antes, en 1870, con motivo del Concilio Vaticano, estuvo D. Enrique en la ciudad de los Papas, y vio al gran Pontífice, devoto entusiasta, como es sabido, de Santa Teresa de Jesús. En compañía de su íntimo amigo y compañero Rdo. Dr. D. Manuel Domingo Sol, presbítero tan docto como virtuoso en Tortosa (1), salió nuestro biografiado de dicha ciudad el 29 de Mayo del expresado año, en tren y coche hasta Perpiñán, y en vapor desde Marsella hasta Civitavechia, llegando a Roma el 3 de Junio. El día 4 asistieron a los solemnes funerales que, con asistencia de muchos Prelados españoles, se celebraron en la Ciudad Eterna en sufragio del alma del que fue conspicuo editor de obras católicas, Sr. Villoslada. A la mañana siguiente, fiesta del Espíritu Santo, vieron don Enrique y su compañero por primera vez a Pío IX, al cual oyeron cantar con la mayor solemnidad la Misa en el altar de la Confesión de San Pedro. El día 16, fiesta del Corpus, tuvieron la dicha (que ya no podemos tener los católicos, hasta que Dios quiera), de ver la magnífica sobre toda ponderación y augusta e incomparable procesión que, cuando el Papa era de hecho Rey de Roma, se verificaba a lo largo de las balaustradas de la plaza inmensa del Vaticano, en cuyo acto fueron asistentes, en esa día a que nos referimos, cuatrocientos cincuenta Obispos. Pío IX llevado en la silla gestatoria sostenía en sus manos la Sagrada Custodia. Cuán grande, imponente, arrobador, casi celestial había de ser acto semejante, no es fácil que lo concibamos nosotros ni nuestros lectores. D. Enrique nos habló muchas veces cuando vivía de este acontecimiento con tal entusiasmo religioso, con fruición tan íntima, tan cumplida, que sería de todo punto imposible expresarlo nosotros con palabras: “Yo he visto al Papa en sus grandes días nos decía con inmenso júbilo); tal como debe aparecer a los ojos de los fieles, en todo su esplendor, rodeado de toda majestad, como conviene al Vicario de Jesucristo… ¡Ah! (añadía tristemente) vosotros ya no lo podréis ver por ahora, como yo lo vi.”. El día 20, víspera de la fiesta de San Luis Gonzaga, los dos sacerdotes de Tortosa fueron recibidos en audiencia por el Papa, y no hay que decir cuán profundo, cuán inefable fue el consuelo de D. Enrique al besar el pie al Vicario de Jesucristo en la tierra. ¿Qué extraño es que después, recordando y renovando todas estas impresiones, así en sus sermones como en sus escritos y conversaciones, al hablar de Pío IX se sintiese tan dulcemente conmovido? Después de visitar en Roma los grandiosos monumentos de la piedad y del arte católicos, como las basílicas de San Juan de Letrán y de San Pablo, etc., regresaron el día 30, descansando en Marsella, donde dijeron Misa en Nuestra Señora de la Guardia, y llegando dentro de pocos días a Tortosa con toda felicidad. Años después fue a Roma otras dos veces, visitando siempre con apasionada devoción al Vicario de Jesucristo. Entre las pruebas que dio D. Enrique de amor al Sumo Pontífice durante aquellos tiempos, tan tristes y azarosos para Pío IX, merece consignarse en estas páginas el mensaje que la Archicofradía teresiana, envió a Pío IX en Abril de 1877, en compañía de un magnífico álbum que contenía más de once mil firmas de las asociadas, con motivo de celebrar S. S. el quincuagésimo aniversario de su consagración episcopal. Acompañaba además al mensaje una respetable cantidad, resultado de las limosnas de las Hijas de Santa Teresa, y un cuadro al óleo de gran mérito artístico, obra de un aventajado pintor de Barcelona. Sería tarea en exceso prolija expresar aquí por menudo los actos de desagravio, comuniones, Novenas, peregrinaciones que promovió por esta tiempo, valiéndose de la

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Asociación Catequística, de que aún era director, y de la Asociación teresiana, `para que el Señor no permitiese más tribulaciones a su Iglesia y a su Vicario. Pío IX tuvo la dignidad de bendecir a D. Enrique y redactores de esta Revista en 15 de Febrero de 1875, madándole un precioso autógrafo con estas palabras: Virgo Theresia dirigat mentes et manus. Deus autem benedicat et illuminet. También León XIII en Octubre de 1878 envió a los mismos otro autógrafo con estas palabras: Dominus dirigat corda et intelligentias vestras, meritis et auspicio S. Theresiae. Autógrafos que recibió y conservó con toda la veneración sagrada de que era capaz su alma tan amante de la Cátedra de Pedro, haciendo sacar de ellos copias, por medio del fotograbado, para regalarlas a los amigos. Otro de los importantes trabajos teresianos que le impidieron asistir personalmente a la Romería Nacional fue la Peregrinación teresiana, que ya por este tiempo estaba preparando, y tuvo lugar antes de transcurrir un año, en Agosto de 1877. Largo y tendido podríamos escribir sobre este acontecimiento teresiano, en que, por dicha nuestra, tomamos parte personal, acontecimiento que tuvo grande resonancia, así por el número y circunstancias de los peregrinos, como por la explosión de devoción a la Santa que produjo y ha venido produciendo en muchas partes, ya que aquella peregrinación, fue como el primer anillo de la cadena de peregrinaciones teresianas que posteriormente se han verificado. Hasta las contradicciones, por no decir recias batallas, que hubo de sostener esta obra, la dieron más publicidad, y tal vez fueron causa de sus mejores resultados. El día 20 de Agosto de 1870 salieron los peregrinos de Tortosa, aumentados por los que vinieron de Barcelona, Gracia, Mataró y Tarragona. En casi todas las estaciones del reino de Valencia donde paraba el tren, eran saludados los peregrinos por las Asociaciones teresianas, las cuales se disputaban el honor de obsequiarlos, no sin envidiarles la dicha de ir a venerar la Cuna y el Sepulcro de la Santa de su corazón. La peregrinación, reforzada con peregrinos de Alicante y Zaragoza llegó el día 23 por la tarde a Ávila, siendo recibida por dos señores Obispos, el de Ávila, Ilmo, Sr. Carrascosa, y el de Eugenia (Baja California), Ilmo. Dr. don Ramón Moreno, con otros muchos distinguidos caballeros, que la acogieron con la mayor cordialidad. Dirigiéronse los peregrinos en procesión a la iglesia de Nuestra Señora de la Portería, siendo precedidos por todos los estandartes de las corporaciones religiosas de Ávila. De esta iglesia, acompañada ya de bastante número de Padres Carmelitas y Dominicos, cantando, estos últimos, el Santo Rosario, a través de las calles de la ciudad teresiana, llegó la peregrinación a la Santa, esto es, al venerando templo que fue casa natal de Santa Teresa. El júbilo inmenso de los peregrinos aumentó, si cabe, con las palabras elocuentísimas del Prelado Sr. Carrascosa, que les dio la bienvenida con frases entusiastas y conmovedoras. A la mañana siguiente, después de la Comunión general, en que predicó el Prelado, fue el solemne Oficio, pontificando el joven obispo americano. Por no alargar demasiado estos apuntes, bastará decir que D. Enrique y todos los peregrinos, especialmente las Teresianas, al visitar y venerar los objetos y lugares santificados por la Santa, incluso los conventos de la Encarnación y de San José, gozaron en aquella primera etapa de la peregrinación lo que sólo puede imaginarse. Y que Ávila de los Caballeros (como antes se la llamaba) dio pruebas de aquella nobleza y caballerosidad de sentimientos que la distinguen, para con todos los peregrinos. A la madrugada del día siguiente se dirigió la peregrinación a Salamanca, deteniéndose en Medina. Íbase a inaugurar el ferrocarril desde Pedroso hasta Salamanca, y fueron los peregrinos teresianos los que estrenaron la nueva vía. Como en Ávila, fue en Salamanca recibida con grandes muestras de respeto y de alegría la peregrinación, así por el venerable Prelado Excmo. Sr. Izquierdo, de bendita memoria, como el Cabildo, clero y católicos de la nobilísima ciudad. Se dirigieron los peregrinos procesionalmente a la Real Capilla de San Marcos, en donde se cantó solemne Salve. En la iglesia de las Madres Carmelitas hubo función por la tarde, en obsequio de los peregrinos, predicando un señor Beneficiado de la Catedral. A la mañana siguiente fueron aquellos a Alba de Tormes, en donde se halla el inestimable tesoro de sus corazones. Del sepulcro de la Santa y de su Corazón maravilloso no sabían separarse sus devotos peregrinos. En la primera función que tuvo lugar en aquella basílica predicó el Sr. Obispo de Ávila; al día siguiente el que era entonces Obispo de Oviedo, llmo. Sr. Sanz, después cardenal arzobispo de Sevilla; y el tercer día, por la mañana, el Obispo de Eugenia, y por la tarde el de Salamanca, Excmo. Sr. Izquierdo. La procesión que se verificó por aquellas orillas del Tormes fue de lo más grandioso que hemos visto.

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No descendemos a más pormenores en estos apuntes. La crónica de esta peregrinación se publicó en esta Revista y en libro aparte. Añadiremos solamente algo de lo que sintió el corazón de D. Enrique solamente algo de lo que sintió el corazón de D. Enrique, copiando para ello algunas líneas del artículo, que bajo el seudónimo de El Solitario, escribió en esta Revista por aquel tiempo: “¡Bien para mis queridos hermanos, los devotos y teresianos peregrinos que dejando las comodidades del hogar, y sin reparar en gastos y sacrificios han sido los primeros en recorrer toda España, haciendo oír los ecos del nombre suavísimo de Teresa, embalsamando los aires, santificando las vías férreas con las alabanzas y oraciones a Teresa de Jesús! Vosotros, amigos míos, vueltos a vuestros hogares ¡cuán henchido de consuelo tendréis el corazón! Paréceme que todos os hallareis en ocasión de exclamar al meditar en silencio el camino recorrido, las gracias alcanzadas, con una devotísima peregrina: “Padre, necesito descanso, y más que descanso apartamiento del mundo y soledad, pues mi espíritu ya no puede sobrellevar el peso abrumador de las gracias extraordinarias que Jesús y su Teresa me han dispensado en Tortosa, Valencia, Ávila, Salamanca, Zaragoza, y sobre todo en Alba de Tormes y Montserrat, es decir, en el término de la peregrinación teresiana y mariana”. ¿No es verdad, amigos míos, que eso experimentáis? Pues dad gracias a Dios, dad gracias a Jesús y a su Teresa”.

Y hablando del carácter peculiar de esta peregrinación escribía: “Es la primera de las peregrinaciones que se han hecho en obsequio de la celestial Andariega, y siempre la Revista de Santa Teresa de Jesús tendrá la gloria indisputable de haber concebido y llevado a cabo con toda felicidad este pensamiento santo. Vendrán, no lo dudamos, tras esta peregrinación teresiana otras muchas, pues la gran Bullidora y Robadora de corazones, Teresa de Jesús, aunque la miramos contentísima con este primer ensayo, digámoslo así, de peregrinación, no estará satisfecha, y por de pronto ya están anunciadas para el 15 del próximo Octubre una nueva peregrinación a Ávila y otra a Alba de Tormes. Serán, si se quiere, las peregrinaciones teresianas venideras más numerosas, más gloriosas, más ruidosas; pero no más devotos, más amantes del Serafín del Carmelo. En cuestión de amor a nadie cedemos la palma. Confesamos ingenuamente, y con mayor verdad que Teresa de Jesús, que estamos hechos una imperfección, menos en los deseos y amor”.

A. B. J.

(1) A la bondad de este señor debemos los minuciosos pormenores de este viaje.

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REVISTA TERESIANA Nº 313, mayo 1898, pág. 242.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XIII

Inauguración del Convento de Carmelitas Descalzas de El Jesús.- El Obispo de Eumenia.- Ocúltase D. Enrique.- Gentío inmenso.

Apenas terminada felizmente la Peregrinación Teresiana, como hemos visto en el capítulo anterior, tuvo lugar en Tortosa otro acontecimiento religioso, de carácter también teresiano, para cuya realización no escaseó D. Enrique, sino que prodigó todos los recursos de su celo, de su actividad, de sus sacrificios de todo género, pues todo ello era necesario para la fundación de un convento. Cierto que la noble cuanto caritativa señora Dª Magdalena de Gras, cedió gratis terreno sobrado para esta fundación, con una generosidad que habla muy alto a favor de sus virtudes cristianas y sólida piedad. Pero aún contando con esta base, ¡cuántos sacrificios representaba el tener levantado ya el edificio y dispuesto todo lo necesario para que en él pudiesen habitar las Religiosas Carmelitas! Sin embargo, habiendo D. Enrique nombrado cajero de esta obra a San José, como acostumbraba hacerlo Santa Teresa en sus fundaciones, consiguió también como ella, que en un tiempo relativamente corto, tratándose de una obra hecha de limosnas como era ésta, se pudiese celebrar el acto solemne y extraordinario que vamos a detallar. El día 12 de Octubre de 1877, fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, era el designado para la solemne inauguración. El día 9 de este mismo mes salían del Convento de Santa Teresa de Zaragoza (vulgo Fecetas), cuatro animosas hijas de la insigne Reformadora, llamadas Petra, Carmen, Candelaria y Rosa, tomando el tren de Barcelona con dirección a Tortosa, no sin ser acompañadas por tres respetables sacerdotes y la arriba expresada Sra. Dª Magdalena de Gras. El día 11, después de un viaje felicísimo, llegaron en el tren de la madrugada a la Estación de Tortosa. En Barcelona se les unió para acompañarlas el Ilmo. Dr. D. Fray Ramón Moreno, Obispo americano de Eumenia. Hospedáronse las Religiosas en el convento de las Hermanas de la Consolación, en el arrabal de Tortosa El Jesús, y el Sr. Obispo en el palacio episcopal. Por la mañana del día 12 era verdaderamente admirable y consolador el religioso movimiento de personas de toda condición, edad y sexo que se notaba por aquellas riberas del Ebro, pues no cesaba el hormiguero de gentes que se observaba ir desde la ciudad al arrabal y viceversa. Eran las ocho de la mañana cuando, con un concurso de fieles tan grande que pocas veces se habrá visto en aquel templo, el Ilmo. Sr. Obispo de la diócesis, Dr. D. Benito Vilamitjana, dijo una Misa rezada, mientras un coro de niños de la Capilla de la Catedral, acompañados del harmonio, ejecutaron delicados y piadosos motetes. Las Religiosas fundadoras, cubiertas de largos velos, arrodilladas y apoyándose en sus reclinatorios estaban en el presbiterio, edificando a todos con su ejemplar piedad. Cabe las Religiosas se sentaba la noble Sra. Dª Magdalena de Gras. Más cerca del altar se sentaban dos Padres Carmelitas Descalzos venidos para realzar este acto desde el Desierto de las Palmas. El Sr. Obispo de Eumenia, que asimismo ocupaba su sitial en el presbiterio, al terminarse la Misa ocupó la sagrada cátedra, y habló con grande y pasmosa elocuencia sobre la influencia salvadora de los claustros religiosos, dando a conocer las maravillosas excelencias de los conventos de Santa Teresa de Jesús. El ilustre Prelado teresiano logró con su inspirada oración arrebatar los corazones de la apiñada multitud, elevándoles a más sublimes esferas. Organizóse seguidamente la procesión para trasladar el Santísimo Sacramento a la iglesia interina del nuevo convento. Detrás de la Cruz seguían gran número de niñas vestidas unas de ángeles y figurando otras a pequeñas Santas Teresas; luego seguían las jóvenes Teresianas de la parroquia; tras ellas venían numerosos fieles, entre los que figuraban personas de distinción de la ciudad llevando cirios encendidos; y después de desfilar gran número de sacerdotes, el prelado de la diócesis llevaba bajo palio a Su Divina Majestad, escoltando al Señor las cuatro Carmelitas, a quienes acompañaba Dª Magdalena de Gras. La procesión era cerrada finalmente por el Sr. Obispo de Eumenia, a quien acompañaban los Padres Carmelitas, honrándoles con su asistencia las autoridades de la población. Una banda de música dejaba oír religiosas y alegres armonías, mientras que, al pasar por las calles

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atestadas de gente, desde ventanas y balcones se arrojaba a las Religiosas blancas palomas adornadas con lazos de colores, guirnaldas de flores, versos impresos, etc. Al llegar al campo vecino a la población donde se había edificado el convento, era de ver la inmensa multitud de personas que se extendía por aquella vasta extensión. Largos y vistosos festones de verde follaje y olorosas flores, de los cuales pendían elegantes escudos y grandes cartelones, decoraban las inmediaciones del edificio. En los cartelones se leían dedicatorias entusiastas a las Hijas de Santa Teresa y elogios a la Santa. ¡Bellísimo y encantador era el cuadro que, en obsequio de las Hijas de Santa Teresa, se desplegaba en aquellas orillas del Ebro! Acompañadas las Religiosas de los Sres. Obispos, Religiosos y sacerdotes a la portería del convento, como cándidas palomas que sólo aman la soledad y suspiran por ella, las Hijas de Teresa penetraron con vivas ansias en aquel nuevo Palomarcito que la Santa les tenía preparado. ¿Pero en dónde estaba, en aquellos instantes, nuestro biografiado? ¿Qué hacía entre tanto D. Enrique? Hacía entonces lo que había hecho en los actos más solemnes de la Peregrinación. Un compañero nuestro hablando de ella, nos dijo: “He visto a D. Enrique confundido entre los fieles, casi ocultándose, sin llamar la atención, como el más humilde de los sacerdotes allí reunidos, pero gozando a solas de íntimo gozo, al ver tan festejada y honrada a Santa Teresa de Jesús”. El que lo movía todo, el que con largos desvelos todo lo había previsto y atendido a todo, logrando llevar su entusiasmo teresiano al corazón de gran número de sacerdotes y de tantas personas piadosas; el que había vencido tan poderosos obstáculos y se había sobrepuesto a tanta variedad de contrariedades, poniendo al servicio de su celo aquel su carácter tan dulce pero fuerte a la vez, aquella su voluntad de hierro apoyada en la confianza en Dios; cuando era llegada la hora de mostrarse al exterior el coronamiento solemne y ostentoso de tantos desvelos, trabajos y sacrificios por la gloria de Jesús y su Teresa, no parece sino que D. Enrique se escondiese de todos, y era preciso, como aconteció varias veces, buscarle mucho para encontrarle como perdido entre la piadosa multitud”. Pero volviendo al cuento de nuestra relación, hemos de añadir que la tarde del mismo 12, se verificó en la iglesia interina del nuevo convento una función religiosa, de carácter eminentemente teresiano, en que predicó el Reverendo P. Francisco Navarro, Superior del Desierto de las Palmas. Al terminarse el acto, fue llevada procesionalmente una imagen del Niño Fundador a la portería del convento, presidiendo el infatigable Obispo de Eumenia. Al llegar el día 15, fiesta de la Santa, el joven Prelado americano vistió el hábito de la Descalsez Carmelitana a tres novicias. Después del solemne Trisagio cantado por un coro de jovencitas teresianas, subió el mismo Sr. Obispo al púlpito, que fue colocado bajo el mismo dintel de la puerta, lo cual permitía que el acento del ilustre orador pudiese ser oído de la inmensa multitud de fieles que se agolpaban en el vasto campo inmediato. Al describir con acento elocuentísimo la vida de los claustros en contraposición a la del siglo, todo aquel inmenso gentío que recogía con santa avidez aquellas enseñanzas apostólicas, no podía menos de experimentar las emociones más dulces y consoladoras, que harto se necesitaban en aquella época no menos triste que la presente. De seguro que no pocas personas de las que pasen los ojos por estas mal trazadas líneas, recordarán con delicia aquellos días bañados en los destalles de una lumbre superior. Nada faltó a esta inauguración teresiana. Un Obispo y Religiosos hijos de Santa Teresa: gran multitud de doncellas Teresianas, que se llaman también hijas de la Santa; y entre ellas las animosas iniciadoras de otra nueva e importantísima Obra teresiana, daban carácter a este acontecimiento, que tenía lugar a la sombra de un pueblo que, llamado El Jesús, no parece indigno de este sagrado nombre por su fe y cristianas costumbres.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 315, julio 1898, pag. 299.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

XIV

Escultura: Ferrer, Cerveto, Pagés.- Fotografía: Masdeu, Thomas.- Pintura: Marqués, Dolz, Cerveto, Ferreres.-

Música: Pedrell, P. Guzmán, Llatse, Roca, Candi, Portas, Samper.- Literatura: Aparici, Teresianas, Hermanas.

Antes de pasar a hablar de la obra más importante de D. Enrique, la predilecta de su corazón, no será inoportuno decir alguna cosa relativa a las bellas artes teresianas. Conocía bien D. Enrique los bienes incalculables que pueden producir, y realmente producen, las bellas artes puestas al servicio de la religión y la piedad. Por ello se mostró, cuanto le fue posible, generoso protector de los artistas, sobre todo si eran católicos, en quienes veía poderosos auxiliares suyos en la empresa que acometiera de hacer conocer y amar a Jesús, María, San José y Santa Teresa, que formaban los amores predilectos de su alma. Ya en los primeros años de su ministerio sacerdotal (1870), merced a sus iniciativas, y en gran parte a su desprendimiento, el artista D. Félix Ferrer, hermano de la Venerable Filomena de Valls, construyó, como tenemos indicado, hermosos altares en Tortosa, Alcanar y Vinebre, dando ya entonces (que no eran sino los comienzos de su carrera artística) claras muestras de lo que vendría a ser después este notable estatuario que, laureado en sus estudios de París y después pensionado en Roma, tan valiosas obras de arte religioso ha producido. Muchas imágenes del Niño Jesús y de Santa Teresa le fueron posteriormente encargadas al Sr. Ferrer por D. Enrique, con destino a España y a la América. Pero merece entre todas consignarse el grandioso relieve que se le encargó con destino al nuevo Colegio de Vinebre, en cuyo hermoso trabajo le sorprendió la muerte de su amado protector y amigo. Pero el artista que, sin duda por residir siempre en Tortosa, ha cincelado más imágenes de Santa Teresa de Jesús, por encargo de D. Enrique, es indudablemente el escultor tortosino D. Ramón Cerveto. Sólo en dos años, desde el 74 hasta el 76, salieron de su taller unas treinta imágenes de la Santa, que medían 6, 8 y 8 y medio palmos de altura. Esto sin contar no pocas imágenes del Niño Jesús, para la infantil Asociación del Rebañito, y otras tantas del Patriarca San José. Era imposible al Sr. Cerveto, por mucho que se trabajase en su taller, el satisfacer los deseos de D. Enrique, y de las nuevas Asociaciones teresianas que le suplicaban no demorase el envío de su amada Santa Teresa. Algunas imágenes de la Santa posteriormente han salido también del taller del notable escultor de Barcelona, Sr. Pagés. Pero para un corazón como el de nuestro biografiado, que solía decir: “Yo quisiera que en todas partes se viese con sus gracias la imagen de la gran Robadora de corazones para cautivarlos todos en las redes del divino amor”, con ser bastante, era muy poco todo eso. ¿Cómo multiplicar, a ser posible hasta lo infinito, estas imágenes de la Santa? Para ello acudió a la fotografía. Aún recordamos con todas sus minuciosas circunstancias el día en que la imagen de la Santa, propiedad de la Asociación de Tortosa, fue subida al alto retrete del fotógrafo Sr. Masdeu, de Tortosa, en donde, después de ser ricamente adornada con cariño de hijas por algunas señoritas de la Asociación, fue reproducido en el cristal de la hermosa imagen, para sacar millares de millares de copias de todos los tamaños imaginables. No tenemos ninguna nota del número de ejemplares, pero recordamos muy bien (aún mejor lo recordará el artista) que cada día se le hacían nuevos y más numerosos pedidos de aquella imagen fotografiada, que no había devoto ni devota de la Santa que no llevase en el devocionario. En estos últimos años, sirviéndose de los nuevos procedimientos, hizo reproducir por medio de la fotolitografía al artista Sr. Thomas, de Barcelona, la imagen de Santa Teresa, con el título de Nueva Débora.

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Como no podía menos de suceder, del pincel del pintor se sirvió asimismo D. Enrique para hacer conocer y amar a la amada de su corazón. Marqués (D. Manuel), D. José Dolz, Cerveto (D. Antonio), Ferreres (D. Vicente), se dedicaron, por encargo de D. Enrique a reproducir en el lienzo las naturales gracias del Serafín del Carmelo, débil reflejo de las escondidas e inefables de su alma. El último trabajo pictórico hecho por su encargo, y que no pudo ver terminado D. Enrique, fue el precioso y vasto lienzo que figura la Transverberación de la Santa, obra que acredita el valer y talento de su joven autor D. Antonio Cerveto. Las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa lo conservan en su Colegio de Tortosa. No menos se desvivió D. Enrique por tener escogido repertorio de música para cantar y glorificar en todas partes a su amada Santa Teresa. El eruditísimo maestro tortosino D. Felipe Pedrell, que tantas y notables obras musicales ha venido produciendo, compuso en los comienzos de su carrera, por indicación de D. Enrique, varias composiciones de indiscutible mérito, que aún se cantan en las fiestas teresianas. Al P. Guzmán, monje benedictino, tan conocido en toda España por sus inspiradas partituras, hubo de encargarle varios trabajos, entre otros unos delicadísimos cánticos para la profesión de Hermanas, y una notable misa dedicada al Instituto de la Compañía, y que suele cantarse en sus fiestas. No debemos olvidar aquí al organista de Castellón, Rdo. D. Juan Llatse, y al difunto presbítero D. Juan Roca, maestro de música que fue de las Hermanas de la Compañía, en Tarragona, los cuales, llevados no menos de su apasionada devoción a la Santa, que del afecto que profesaban a D. Enrique, nos han dejado muy bellas y sentidas composiciones, dedicadas a cantar la santidad y gracias de la ínclita Poetisa de Ávila. El M. I. canónigo de Tortosa, D. Marcelino Samper, y los muy reputados Maestros de Barcelona, Sr. Portas y D. Cándido Candi, y algún otro compositor que no recordamos, han contribuido asimismo con sus bellos cantos a aumentar el ya rico repertorio de música teresiana (1), merced a la iniciativa y celo de nuestro llorado e inolvidable sacerdote. No sólo en obsequio de Santa Teresa, sino también de Jesús y de San José, procuró D. Enrique que se cantasen las grandezas y glorias por los mencionados compositores. La hermosa colección de cantos a San José se ha publicado en Barcelona. La Literatura y la Poesía queríalas ver D. Enrique a las plantas de la gran escritora e inspirada Poetisa española del siglo XVI, ofreciéndole sus ricos presentes y sus flores más exquisitas. Propósito suyo fue, según nos refirió, el encargar al eximio literario católico D. Antonio Aparisi y Guijarro, una obra crítica acerca de los escritos de la Santa, y aún no sabemos si realmente le hizo el encargo. Mas sí nos consta que, merced a la muerte sentidísima del gran escritor valenciano, no pudieron satisfacer tales deseos. Algunos de nuestros amigos recordarán el decidido empeño con que D. Enrique procura estimular su ingenio para tejer olorosas guirnaldas en obsequio de la encantadora y amabilísima Virgen de Ávila. Alguna vez abrió certamen entre las jóvenes teresianas de Tortosa, con este objeto, y nos consta también que fomentaba entre las Hermanas de la Compañía las aficiones literarias y poéticas de su santa Madre. En estos actos literarios y justas poéticas que solían tener lugar en los Colegios teresianos, para celebrar las grandezas y hermosuras de la amadísima Santa, cuya imagen se destacaba floreciente sobre risueño pénsil de plantas y de flores, ¡cuánto gozaba y se dilataba el corazón de nuestro inolvidable amigo, formado por Dios, según parece, para sentir por modo extraordinario la grandeza de la virtud y la delicadeza de los sentimientos puros! Enamorado como estaba del Serafín del Carmelo, no es extraño que participase de sus aficiones santas, claro está que expurgadas por ende de todo resabio mundano, y templadas y purificadas en el dulce fuego del amor de Dios.

A. B. J. (1) El celoso sacerdote D. Leopoldo Roch, que está al frente del coro musical de la Asociación teresiana de Tortosa, ha venido recogiendo todas estas composiciones, muchas de ellas publicadas por separado.

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REVISTA TERESIANA Nº 317, septiembre 1898, pag. 348.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

XV

Orígenes de la Compañía teresiana.- Dª Magdalena Mallol.- Primer pensamiento de la Obra.- Aprobación de los Prelados.-

El grano de mostaza. Vamos en este capítulo a tratar de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, obra la más importante y trascendental de todas las que llevó a cabo D. Enrique; la más tiernamente amada de su corazón, y a la cual consagró, hasta el día de su muerte, los mayores desvelos, trabajos y sacrificios. Para ello nos valdremos de los datos que nos han proporcionado las Hermanas más antiguas de la Compañía. Complemento de las obras teresianas, Relicario del espíritu de Santa Teresa (como con galana frase hubo de apellidarla, siendo Obispo de Ávila, el Ilmo. Sr. Martínez Izquierdo), fue concebida su fundación el día 2 de Abril, domingo de Pasión de 1876; el día mismo en que se terminaban los cultos solemnísimos con que la Asociación Catequística y Rebañito del Niño Jesús, de Tortosa, habían honrado a San José durante todo el mes consagrado a este Santo. “Las oraciones de estas almas inocentes, decía D. Enrique, habían conmovido sin duda el Corazón de Jesús y de ellas puedo decir que es hija nuestra humilde Compañía”. Algunos meses antes de este acontecimiento había conocido en Tarragona a una piadosa señora llamada Dª Magdalena Mallol, Profesora de Instrucción Primaria, que sosteniendo varios colegios, pidió a D. Enrique se dignase ayudarle en su cristiana empresa, proporcionándole alumnas, a quienes ella garantizaba la preparación para obtener el título. El teresiano español, que en la enseñanza profundamente católica veía el único medio de regeneración social, así para España como para todo el mundo, respondió gustoso a este llamamiento, y por sus diligencias se reunieron con la citada señora varias señoritas de muy buenas disposiciones. Pero como Dª Magdalena, sea por lo que fuere, no pudiese cumplir los compromisos contraídos con ellas, éstas lo expusieron así a D. Enrique, quien encomendando fervorosamente a Dios el asunto, fue favorecido del Señor con el pensamiento y plan, que podemos llamar inspirado, según el cual había de formar esta nueva milicia femenil, tan admirablemente oportuna para las necesidades de los tiempos modernos. Sucedió esto, como queda indicado al terminar el mes de San José de 1876, y al día siguiente, 1º de Abril, había sido la función de acción de gracias, que acabó muy tarde. Hacia las dos o las tres de la madrugada del día 2, hallándose D. Enrique todavía en fervorosa oración, concibió el pensamiento de esta obra teresiana. Tomó la pluma y delineó a grandes rasgos su proyecto en un papel, cuyo original se guarda con gran veneración en el Archivo del Colegio Primario de la Compañía, y aquel mismo día lo remitió a su Director espiritual, el canónigo Sr. Peñarroya, con estas sencillísimas Palabras: “Mi estimado D. Jacinto: Examine este informe proyecto. Medítelo y vea si Dios lo quiere que se pase adelante en ocasión oportuna, o que se tenga en cuenta. ¿Le parece lo vea el Prelado, o desecharlo? Quedará, cualquiera que sea la resolución, tranquilo su affmo. Que espera sus órdenes ENRIQUE Día del cumpleaños del Bautismo de Santa Teresa de Jesús (4 Abril de 1876), en Tortosa”. Parece que nuestro biografiado, en un principio sólo pensó en formar simplemente una Compañía de Profesoras Católicas; mas el Señor tenía reservado a su

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pequeña obra un lugar entre las Congregaciones Religiosas que la Iglesia había de bendecir dentro de breve tiempo, y le dio más de lo que creía. Leído que fue dicho plan por su Director espiritual, mereció el dictamen de que se presentase al Sr. Obispo. Era entonces Prelado de Tortosa, como es sabido, el ilustrísimo Dr. D. Benito Vilamitjana y Vila, Prelado enriquecido con grandes dotes de sabiduría, discreción y celo por la gloria de Dios. Conocía muy bien los relevantes méritos de D. Enrique, por la serie de apostólicos trabajos con que en aquellos tiempos le ayudaba a cultivar su dilatada diócesis. La enseñanza de la Doctrina cristiana, pujante como nunca en sus doce Catequísticas en sola la ciudad de Tortosa; la Archicofradía Teresiana; el Rebañito del Niño Jesús; la devoción al glorioso Patriarca San José y otros muchos trabajos, como tenemos dicho en anteriores capítulos, obras eran que consolaban grandemente el corazón del Prelado en aquella época de revolución desatentada, y que sabía perfectamente se debían en su principal parte al celo del joven sacerdote, que contaba a la sazón 36 años de edad. Enterado el doctísimo Prelado del plan de la nueva Obra, y con la madurez que el caso requería, un poco más adelante dio su permiso para que se pusiera en práctica. Y no sólo eso, sino que él mismo en compañía de D. Enrique comenzó a dar trazas para comenzar. Seguro ya de la favorable voluntad del Prelado, dejó vislumbrar D. Enrique su pensamiento a las jóvenes alumnas de Tarragona, y lo comunicó también a algunos amigos suyos y celosos sacerdotes. La dificultad estaba en la persona que se había de poner al frente para dirigir el instituto de la Compañía, pues si bien es cierto que contaba ya con las jóvenes de Tarragona, ninguna de ellas parecía la indicada para Madre y Maestra de esta Obra teresiana. Quiso Dios, según se vio, que sobre los hombros de D. Enrique gravitase por entero la pesada carga de Fundador, y por lo mismo no le deparó, como a San Francisco de Sales, una Santa Francisca Chantal; él lo hizo todo, y fue para las Hermanas, Padre por la autoridad y respeto, y Madre por la afectuosa solicitud con que velaba por su bien espiritual y temporal. Fundóse, pues la Compañía de Santa Teresa de Jesús en la ciudad de Tarragona a los 23 días del mes de Junio del año 1876, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, con la aprobación del Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de la misma Dr. D. Constantino Bonet y Sanuy, y la del Ilmo. Sr. Obispo de Tortosa, Dr. D. Benito Vilamitjana y Vila. Comenzaron las Hermanas su vida de Compañía por unos rigurosos ejercicios espirituales que les dio el mismo D. Enrique, durante los cuales les explicó más detalladamente el plan de la Obra y les dio instrucciones para cómo habían de vivir en adelante. Alquilaron las Hermanas un piso en la calle “Bajada del Patriarca”, y comenzó a funcionar el naciente Instituto del modo más pobre y humilde que se puede imaginar. A los ojos del mundo la Obra de D. Enrique era un género de temeridad, algo como una locura, que no podía subsistir en cuanto el celoso sacerdote dejase de darle impulso. Ahora, cuanto a los ojos de la fe, era el pequeño grano de mostaza, que arrojado en el surco se convertiría en majestuoso árbol. No sin razón exclamaba en son de queja por aquellos tiempos, en uno de los números de esta REVISTA, su corazón siempre ansioso de grandes obras a la mayor gloria de Dios: “Nos arredra y nos retrae de hacer cosas de mayor gloria de Dios casi siempre la falta de recursos. Y es que miramos el remate y no el principio de las obras de Dios. Las obras de Dios siempre empiezan por poco; su principio es humilde, oscuro, despreciable a los ojos humanos. El remate, el fin de la obra es siempre grande, sublime, admirable, divino, como obra de Dios. Así confunde el Señor nuestro orgullo y demuestra mejor su poder”. ¿No parecen estas palabras una como historia profética de su naciente Compañía teresiana? Humildísima en su origen, ha llegado en el transcurso de 28 años a ser, efectivamente, árbol frondoso, a cuya sombra bienhechora se han cobijado más de 600 Hermanas y donde reciben educación e instrucción sólidamente cristianas millares de niñas y parvulitos. Como quiera que nos queda mucho que decir de una Obra, proseguiremos en el próximo número, con el favor de Dios.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 319, noviembre 1898, pág. 49.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS

XVI

Libre de la cátedra se dedica mejor a su obra predilecta.- Se llenan con exceso las vacantes.- Cuatro Obispos honran y alaban a la Compañía.-

Palabras del Obispo de Eumenia.- Primera piedra del Colegio.- Funciones religiosas.- Progresos de las Hermanas.-

Ensayo de Colegio.- Escribe D. Enrique las Reglas de la Compañía. Por este tiempo (1876) nuestro respetable biografiado, que seguía desempeñando en el Seminario de Tortosa la cátedra de Matemáticas, solía trasladarse todos los sábados a Tarragona, en donde su presencia era necesaria al naciente Instituto. Durante su corta estancia en dicha ciudad (pues regresaba a Tortosa el domingo por la tarde), poseído de aquel celo infatigable que le caracterizaba, comunicaba a las Hermanas, a la vez que sólidas instrucciones y consejos, alientos poderosos, de que no poco habían de necesitar en aquellos principios tan penosos y erizados de dificultades de toda clase. Dos años después, libre ya de las trabas de la enseñanza, pudo con más holgura dedicarse a cultivar su obra predilecta. Era a principios del año 1877 cuando nuevas aspirantes a militar en la Compañía Teresiana se presentaron a don Enrique, para cubrir con exceso las vacantes que causó la salida de algunas jóvenes que, faltas de vocación verdadera para una obra de tanto sacrificio, naciente además, y por lo tanto de dudosos resultados para no pocas gentes. Asegurada por completo la paz en las Hermanas, pudo D. Enrique organizar los estudios y clases, a fin de que aquéllas pudiesen habilitarse para sacar los títulos oficiales de profesoras. Este mismo año, en que se verificó, como queda referido en capítulos anteriores, la primera peregrinación al Sepulcro de Santa Teresa de Jesús, diose a conocer en más amplia esfera el naciente Instituto de la Compañía Teresiana, pues entre los peregrinos figuraba la Hermana Dª Saturnina Jasá, una de las primeras fundadoras y Superiora General de la Congregación durante los doce primeros años. Aún recordamos la grande estima que en la persona de la Hermana Dª Saturnina, hizo de la Compañía Teresiana el sapientísimo e Ilmo. Sr. Izquierdo, obispo, a la sazón, de Salamanca, el cual tuvo la dignación de querer ser investido con la medalla y lazo de peregrino, de manos de la expresada Hermana, actualmente dignísima Superiora del grandioso colegio de Chilapa. No sólo el Sr. Izquierdo, sino también los otros tres venerables prelados reunidos en Alba de Tormes con motivo de la Peregrinación, como queda dicho, al tener conocimiento de la obra que llevaba entre manos D. Enrique, alabaron, bendijeron y aprobaron un pensamiento tan elevado, que consideraron oportunísimo y fecundo en grandes resultados para la gloria de Dios y bien de las almas. Es muy de notar a este propósito lo que refirió, en aquel entonces, el venerable Sr. Obispo de Eumenia. Cabalmente en su viaje a España traía el intento de fundar una Congregación para la enseñanza religiosa en México, en donde las leyes del país no permiten el uso de hábitos monacales. De ahí es que al conocer a las Hermanas de la Compañía Teresiana y su modo de vivir y vestir, exclamó: “Ya está hecho en ustedes lo que yo buscaba”. Porque sabido es que el hábito de las Hermanas, aunque modestísimo y religioso, no revela austeridad ni infunde recelos de ningún género a los fanáticos enemigos de las Órdenes monásticas. Tal acontece con algunos institutos religiosos de hombres, que visten como sacerdotes seculares. Como era natural, D. Enrique pensó desde luego en proporcionar al naciente Instituto religioso casa propia, que reuniese las condiciones convenientes a un establecimiento de esta naturaleza. Después de haber examinado varios puntos, por fin se decidió a escoger solar en un terreno inmediato al Convento de Carmelitas Descalzas, obra teresiana de la cual nos hemos ocupado en capítulos anteriores. A este fin, el 12 de Mayo, domingo, fiesta del Patrocinio de San José, se colocó la primera piedra de la iglesia y Colegio de Santa Teresa de Jesús, acto que revistió grande solemnidad, y al que acudió numeroso concurso. Nuestro infatigable fundador celebró por la mañanita Misa de Comunión General en la iglesia de las MM. Carmelitas Descalzas, dirigiendo fervorosa plática a los comulgantes, la mayor parte

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Teresianas. En la misma misa se cantó, por las Madres Carmelitas, solemne Oficio, siendo celebrante el infatigable teresiano D. Mateo Auxachs, y publicando desde el púlpito las glorias y valimento de San José el joven presbítero don Agustín Pauli. Las niñas del “Rebañito del Niño Jesús”, preparadas con Ejercicios y purificadas por la Confesión, obsequiaron también al gran Patriarca con tiernas devociones y procesión al sitio en donde debía colocarse la primera piedra del edificio. Los cantos y vivas de las niñas a Jesús, María, José y Teresa de Jesús, a las Madres Carmelitas y a la Compañía de Santa Teresa, resonaron largo rato por aquellas orillas del Ebro. Se repartieron estampas y dulces a todas las niñas. Por la tarde, a las cinco, se expuso S. D. M. en la iglesia parroquial de El Jesús, turnando en la vela las Teresianas; siguió el canto de un solemne Trisagio y sermón que predicó el Dr. D. Agustín Ferrer, cura-párroco de Castellfort. La importancia del acto que se iba a celebrar en aquellas calamidades circunstancias y en tiempos en que las cátedras del error pululaban (¡y pululan!) en todas partes, fue el asunto de su oportuno y fogoso discurso. Terminado el acto con la bendición del Santísimo Sacramento, se dirigieron todos los concurrentes al campo donde se iba a verificar la ceremonia. El M. I. Dr. D. Gerardo Camps, vicario general del obispado, hizo la bendición solemne de la primera piedra con todas las hermosas e interesantes ceremonias que prescribe el Ritual. Un himno entusiasta alusivo al acto, que compuso ex profeso el joven seminarista D. Juan Llatse, fue cantado al armonio por nutrido coro de Teresianas. Se soltaron palomas adornadas de vistosos lazos y se echaron con abundancia flores y dulces a la gente menuda desde la casa de la mandadera de las Madres Carmelitas adherida al Convento, las cuales se asociaron con entusiasmo al júbilo universal. Levantóse acta de ese acontecimiento, que firmaron muchos de los asistentes, y que deseando que figure en estos Apuntes, como es natural, copiamos textualmente a continuación: “En nombre y a mayor gloria de la Beatísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de María siempre virgen inmaculada, de nuestro señor y Padre San José, de la heroína española Santa Teresa de Jesús, de San Francisco de Sales, de San Miguel Arcángel y Santos Ángeles Custodios, se puso esta primera piedra de la iglesia y colegio de Santa Teresa de Jesús el día 12 de Mayo de 1878, fiesta del Patrocinio de San José; para formar en espíritu y letras a las jóvenes católicas más animosas y de buen entendimiento que se sientan llamadas a promover los intereses de Jesús en el mayor grado posible por medio del Apostolado de la Oración, enseñanza y sacrificio; para dar enseñanza y esmerada educación cristiana a las niñas, ya sea en clase de pensionistas, ya de medio pensionistas o externas, gratuitamente a las pobres; y para proporcionar un lugar de retiro donde puedan tener en soledad unos días de ejercicios espirituales todos los años las personas del sexo devoto que desean ordenar su vida, o acertar en la delicada elección de estado. Era Sumo Pontífice de la Iglesia católica León Papa XIII, digno obispo de Tortosa Dr. D. Benito Vilamitjana y Vila, y rey de España Alfonso XII.- Gerardo Camps, vicario general.- Ramón O´Callaghan, canónigo Doctoral.- Jacinto Penarroya, canónigo Penitenciario.- Lorenzo Llorens, canónigo.- José Aguiló, canónigo.- Enrique de Ossó, Pbro.- Mateo Auxachs, Prior de Mora de Ebro.- José Sánchez, Vicario de Jesús.- Tomás Llop, Pbro.- Juan Bautista Altés, Pbro., catedrático del Seminario.- Agustí Pauli, presbítero, catedrático del Seminario.- Lic. Juan Sol, Pbro., catedrático del Seminario.- Dr. Domingo Bladé, Pbro., catedrático del Seminario.- Lic. Buenaventura Pallarés, Pbro.- Lic. Joaquín Cedó, Pbro.- Lic. Agustín Ferrer, Cura de Castellfort.- Lic. Pedro Reicharc, catedrático del colegio de San Luis.- Zacarías Albesa, catedrático de Obras.- José de salvador, abogado y propietario.- Ángel Lluis, licenciado en Medicina y Cirugía.- José Alberich, labrador propietario.- Leopoldo Roch, Pbro.- Francisco Vives, diácono.- Teresa Guillamón y Dolores Soler, de la Compañía de Santa Teresa de Jesús.- Genoveva Queralt, Encarnación Pitarch, Francisca Plá, Josefa Beltrán, Josefa Vericart, Consuelo Senar y Carmen Chavarria, teresianas de Jesús.- Antonia Reñé, Hermana mayor de las teresianas de Tortosa.- Rosario Lluis, vice-Hermana Mayor.- María de la Cinta Balaguer, Secretaria.- Cinta Ponciano, Hermana Mayor de las teresianas de Jesús.- Ramona Gaya, secretaria”. Por este tiempo, comunicaba D. Enrique desde Tarragona a un querido amigo nuestro, en carta que tenemos a la vista, algunas noticias sobre esta Obra. Entre otras cosas le decía: “La Compañía marcha bien, a Dios gracias. Da gusto ver comunidad tan numerosa, uniformada ya casi toda, y en silencio, recogimiento, oración y estudio. Ya levantan mapas y hacen reglas de tres y dibujan flores y frutos. Me parece que en este año vamos a tener más de 20 profesoras. Hay muchísimas pretendientes de estas tierras catalanas. ¡Oh, qué gran bullidora es la gran Teresa!”. En cuanto las Hermanas tuvieron los títulos oficiales de profesora, determinó nuestro biografiado hacer, de acuerdo con un amigo suyo sacerdote, algo como un ensayo de fundación de Colegio de la Compañía, en el pueblo de Villalonga, cerca de Tarragona, y, efectivamente, se llevó a cabo dicha fundación, con gran alegría del pueblo, el 29 de Septiembre, yendo tres Hermanas a encargarse de las clases.

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A todo esto la Compañía se iba paulatinamente extendiendo y desarrollando, dando claras muestras de ser obra de Dios. Necesitaba, por lo mismo, unas Reglas y Constituciones que, señalando a las Hermanas sus deberes y la alteza de su fin, les marcaran el camino por el cual placía al Señor conducirlas a encumbrada perfección. Si bien es cierto que D. Enrique pensaba incesantemente en tan importante asunto, sin embargo no quería, en cosa de tantísima trascendencia, obrar a la ligera. Esperó, pues, que la experiencia viniese a confirmar la bondad de aquellos medios que él proponía a las Hermanas y que éstas predicaban con santo ardor, y al cabo casi de tres años de prueba, se resolvió a unificar y completar los admirables documentos de santidad que forman las Reglas del Instituto. Retiróse para ello a la soledad, recurrió a Dios por medio de la oración, según acostumbraba en todas sus empresas, y alejándose del bullicio del mundo, fuese al pueblo de Figuerola, en cuya parroquia estaba de Cura su amigo el Dr. D. Francisco Marsal (1), persona de mucho entendimiento y virtud, que, muy estimado de D. Enrique, se interesaba grandemente por sus obras teresianas. Habiendo permanecido allí D. Enrique algunos tres meses, por fin, el día 23 de Junio del año 1879, tercer aniversario de la fundación de la Compañía, presentó a las Hermanas las Constituciones nuevamente escritas y expuestas con mucho mayor detalle y extensión que los breves documentos por los cuales hasta entonces se habían gobernado. Con esto formalizóse la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Algo nos falta que decir acerca de esta Obra, y lo haremos en el capítulo siguiente, con el favor de Dios.

A. B. J. (1) Actualmente M. I. Canónigo Magistral y Vicario general de Zamora, a quien, hace pocos días, hemos tenido el gusto de saludar en esta ciudad.- (N. del D.)

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REVISTA TERESIANA Nº 321, enero 1899, pag. 109.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS XVII

Discurso de D. Vicente Olivares.- Idea de las Constituciones de las Hermanas.- Su laboriosidad.- Su propagación.- Sustituyen a las Hermanas de la Caridad.-

Muerte de las Hermanas. Además de los Prelados de la Santa Iglesia, otras entidades valiosísimas han rendido justo y merecido homenaje de admiración y aliento a las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa. En el Congreso Católico celebrado en Madrid el año 1889, el Dr. D. Vicente Olivares, que pronunció un notable discurso sobre los Instituto religiosos, dedicó elocuentes y expresivos párrafos a éste en que nos ocupamos. Creemos que en estos Apuntes deben figurar los juicios formulados por persona tan autorizada. “Entre las fundaciones de esta clase, dijo, se halla la de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, iniciada en Tortosa en el año 1876 por la piedad del presbítero D. Enrique de Ossó, obra que desde luego mereció la bendición de varios Prelados españoles, recibiendo más tarde, en el año próximo pasado, las alabanzas y recomendaciones de Su Santidad el Pontífice León XIII (q. D. g.), y cuyo objeto se encierra en tres poderosas claves, la oración y el sacrificio para la propia salvación de las Hermanas y ejercer con fruto el interesante apostolado de educar a la mujer bajo la sombra de la celestial doctrina de la mística Doctora. Es por demás interesante el examen de las sapientísimas Constituciones de esta Compañía llenas de máximas y consejos que edifican y con las cuales consiguen estas Hermanas, después de armarse con la fuerza que comunica la perseverancia en la oración, la humildad y mansedumbre, que por modo especial disponen a la obediencia sin sacrificio, y la pureza angelical que permite mirar con amor la pobreza, sobresaliente entre sus capítulos, e imprimiendo al Instituto un sello especial lleno de simpáticos atractivos, el que se refiere al silencio, impuesto con plausible discreción y con perfecto conocimiento de las funestas consecuencias de la locuacidad, y el que señala la distribución de tiempo, en el que, además de designarse las horas de las prácticas piadosas y las del trabajo, se fijan repetidas ocasiones durante cada día en las que hayan de entregarse al estudio de las asignaturas que cada una de las Hermanas aprenda o enseñe. Los que enfáticamente se presentan como modelo de laboriosidad, echando sobre cuantos pertenecen a Institutos religiosos la nota denigrante de holganza, registren el Capítulo XIX de estas Constituciones y en él verán que si para ellos el tiempo es oro, para las Hermanas de Santa Teresa de Jesús vale tanto como Dios, puesto que en un instante es posible ganarle o perderle para siempre, según se lee en su párrafo primero, por cuya razón consigna además, que la vida es para trabajar y la eternidad para holgar y descansar. Con tales elementos no es de extrañar que las Hermanas Teresianas hayan vencido cuántas dificultades ofrecieron sus enemigos, muy parecidas por cierto a las contrariedades que también amargaron la vida de su Santa Patrona durante los trabajos de fundación, y de tal modo han salvado aquellos escollos con el poder de la oración y con la paciente resistencia de resignada mansedumbre, que sus esforzadas huestes, cuyo contingente se eleva en la actualidad al número de 250 Hermanas profesas y 90 Novicias en la Casa Matriz, no sólo se hallan extendidas por muchas poblaciones de España dirigiendo más de 27 Colegios, modelo de recogimiento y de disciplina, sino en Portugal, África y América, en algunas de cuyas repúblicas, unidas a nosotros por vínculos fortísimos de origen, prestan servicios de toda clase, tanto al frente de establecimientos de enseñanza, como sustituyendo en otros a las Hijas de la Caridad, que no pudiendo arrancarse la gloriosa toca que cubre sus cabezas y que sin duda no pueden mirar sin sonrojarse algunos pueblos descreídos, tuvieron que abandonarlos, aunque con el consuelo de verse reemplazadas por las Hermanas Teresianas, en cuyo modesto traje apenas se descubre la organización de un Instituto religioso. Y es tan gloriosa también en este punto la historia del naciente Instituto, que disputó al cólera de 1885 con infatigable valor en Tortosa, Tarragona, San Carlos de la Rápita, la Almunia, Maella y otros puntos, muchas de sus presas, pereciendo en la contienda varias Hermanas; triunfo que enardecía a las demás, haciéndolas ver como un favor especial del

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cielo, el encontrar la muerte en aquella titánica y amorosa liza. Así se explica que aquellos pueblos heridos por tan terrible azote, vieran en las Hijas de Santa Teresa el consuelo del moribundo, el fuerte báculo del convaleciente y los ángeles de la Caridad, según consta en documentos oficiales. Con no pequeña complacencia pondría término a esta breve reseña que el tiempo disponible me obliga con apremio a concluir, con algunas reflexiones sobre un hecho por demás interesante, observando sin excepción hasta ahora al fallecer las Hermanas de esta simpática Compañía, si me creyera autorizado como para residenciarlas, siquiera fuese respetuosamente en tan solemne momento; me limito, por tanto, a decir que D. Enrique de Ossó, su piadoso Fundador, al recoger los últimos alientos de muchas de aquellas Hijas, y los pueblos que casi en masa han rodeado el lecho de sus nunca rendidas protectoras, por la plácida sonrisa de sus semblantes, por las palabras amorosas de sus fervorosas despedidas, por las predicciones del momento de su muerte, y por el punto en que clavaron siempre su última mirada, han creído verlas volar al Cielo para recibir sin dilación el premio de su santa vida. Vuestra ilustrada piedad habrá sin duda descubierto por entre estas desaliñadas frases que el Instituto de las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús se halla dirigido por el dedo de Dios, inflamándole en los purísimos ardores de la Caridad; lenguaje que por cierto no han de comprender desgraciadamente aquellos que apartados de tan sublimes atmósferas, únicamente alivian indirectamente las necesidades del que sufre por medio de sangrientos espectáculos o de voluptuosas solemnidades, celebradas con peligro quizá del pudor y con escarnio siempre de la pobreza…”.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 321, enero 1899, pág. 115.

TERCER ANIVERSARIO

El día 27 de este mes se cumplirán tres años de la inesperada y llorada muerte del que fue nuestro amadísimo amigo y compañero, el fundador y director que fue de esta Revista, Rdo. D. Enrique de Ossó y Cervelló, (que santa Gloria haya). Al recordar esta luctuosa fecha y consignarla en estas páginas, nos parece un sueño, no desvanecido todavía, la separación de nuestro amigo del alma, cuando joven aún y con grandes alientos y deseos para llevar a cabo nuevas empresas teresianas, fue piadosamente llamado por el Señor, para gozar sin duda del descanso que merecían sus apostólicos y teresianos trabajos. ¡Dichoso él!, según creemos, que dejando las miserias y ruindades de esta vida, voló a la bienaventurada Patria, por la cual, a imitación de su amadísima Santa Teresa, suspiraba y cantaba a menudo: Que muero porque no muero, Cantará mi corazón, Mientras mi alma se halle presa En esta oscura prisión. Pero ¡pobres de nosotros, que nos quedamos sin un verdadero y fidelísimo amigo y consejero, y tantas y escogidas almas sin un padre y director amantísimo, consagrado a formar los espíritus según el soberano y seráfico de Santa Teresa de Jesús! Aunque estando en el Cielo, como creemos, podemos confiar que no nos faltarán, a cuantos correspondimos al amor que nos tenía, aquel su favor y ayuda que, implorados en obsequio de nosotros, tampoco le han de negar su Jesús y su Teresa. Con nuestro cariñoso recuerdo elevemos, sin embargo, nuestras oraciones por el descanso eterno de su alma, especialmente el día 27 de este mes. R. I. P. A. JUAN B. ALTÉS, Pbro.

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REVISTA TERESIANA Nº 324, abril 1899, pág. 210.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XVIII

Número y fecha de las fundaciones de Colegios de la Compañía.- Decreto de Roma alabando y recomendando sobremanera este Instituto.-

Decreto honrosísimo del Gobierno español. Aunque nos hemos extendido algún tanto en la obra más importante y trascendental de todas las que llevó a cabo nuestro llorado sacerdote D. Enrique, esto es, en la “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, tendríamos que escribir mucho más de lo escrito, si, lo que no permiten estos Apuntes, hubiéramos de entretenernos en referir por menudo el desarrollo de esta obra, la fundación de sus ya numerosos Colegios, sus vicisitudes, contradicciones, gloriosos triunfos de las Hermanas, y bienes que han reportado y vienen reportando a la sociedad, allí donde han sido instalados. Nos habremos de contentar, por lo tanto, en poner a la vista de nuestros lectores el cuadro de estas fundaciones de Colegios Teresianos, y a continuación publicaremos dos notabilísimos documentos, emanados, uno de la Santa Sede y el otro del gobierno de España, en donde se pone de relieve el valer y merecimientos de este nuevo Instituto de Enseñanza católica. Véase el cuadro de estas fundaciones desde su origen hasta la fecha: 1ª Tarragona, el día 23 de Junio del año 1876. 2ª Vilallonga (Tarragona), 1º de Septiembre de 1878. 3ª Aleixar (id.), 15 de Mayo de 1879. 4ª El Jesús de Tortosa (id.), 12 de Octubre de 1879. 5ª Maella (Zaragoza), 15 de Diciembre de 1879. 6ª Roda (Tarragona), 20 de Diciembre de 1879. 7ª San Carlos (id.), 5 de Junio de 1880. 8ª Gracia (Barcelona), 25 de Julio de 1880. 9ª Rubí (id.), 8 de Mayo de 1881. 10 Ensanche de Barcelona, 15 de Agosto de 1881. 11 Barcelona (conferencias), 15 de Septiembre de 1881. 12 Barcelona (calle Junqueras), 1º de Mayo de 1882. 13 Almunia (Zaragoza), 27 de Junio de 1882. 14 La Fraga (Portugal), 20 de Mayo de 1884. 15 Almunia (Zaragoza), 27 de Agosto de 1884. 16 Villanueva (Barcelona), 1º de Septiembre de 1884. 17 Orán (África), 15 de Febrero de 1885. 18 San Celoni (Barcelona), 29 de Agosto de 1885. 19 Enguera (valencia), 15 de Noviembre de 1885. 20 San Gervasio (Barcelona), 1º de Agosto de 1886. 21 Alcira (Valencia), 31 de Agosto de 1886. 22 Orán (África), 10 de Octubre de 1886. 23 Ciudad Rodrigo (Salamanca), 4 de Septiembre de 1887. 24 Torres Novas (Portugal), 29 de Septiembre de 1887. 25 Vinebre (Tarragona), 4 de Noviembre de 1887. 26 Calahorra (Logroño), 19 de Marzo de 1888. 27 Puebla (Méjico), 25 de Diciembre de 1888. 28 Madrid, 25 de Enero de 1889. 29 Morelia (Méjico), 5 de Junio 1891. 30 Montevideo (Uruguay), 24 de Noviembre de 1891. 31 Mérida (Méjico), 26 de Diciembre de 1892. 32 Chilapa (id.), 4 de Marzo de 1893.

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33 Valencia, 28 de Julio de 1893. 34 Zacatecas (Méjico), 14 de Diciembre de 1894. 35 Toluca (Méjico), 18 de Marzo de 1895. 36 Tortosa (Tarragona), 13 de Septiembre de 1895. 37 San Tirso (Portugal), 10 de Enero de 1897. 38 Dueñas (Palencia), 16 de Octubre de 1898. Como se ve, son 38 los Colegios que en el espacio de 23 años han fundado en España y fuera de ella las Hermanas de la Compañía, bajo la dirección, impulso y trabajos de su insigne y malogrado fundador. El honrosísimo decreto emanado de la Santa Sede ya en 1888, está concebido en los siguientes términos: “En la ciudad de Tortosa (España) tuvo origen, fundada por el presbítero Enrique de Ossó, el año 1876, una pía Congregación de Hermanas, titulada: “Compañía de Santa Teresa de Jesús”. Luego de nacida la nueva obra obtuvo la bendición del Arzobispo de Tarragona y Obispo de Tortosa. Esta pía Compañía, aunque no cuenta más que doce años de existencia, ha crecido, no obstante, de un modo maravilloso; puesto que al presente tiene más de 250 Hermanas, en 23 Colegios del Instituto, en los cuales cerca de 3.000 niñas reciben enseñanza católica y literaria, porque además de la propia santificación de las Hermanas, la formación de las niñas en la piedad y letras, constituye el fin peculiar y objeto de esta pía Compañía. Las Hermanas viven en Comunidad, llevan hábito propio del Instituto, están sujetas a una Superiora general, y hacen primeramente los tres votos comunes simples y temporales de obediencia, castidad y pobreza, y después los perpetuos. La Superiora general ha poco tiempo vino a Roma, con ocasión de celebrarse el faustísimo Jubileo del quincuagésimo aniversario de la primera Misa de nuestro Santísimo Padre Papa León XIII, y rogó con grandes instancias a Su Santidad se dignase aprobar con su benignidad apostólica la pía Compañía, confiando, que enrarecida ésta con el público testimonio de la Santa Sede, recibiría mayores bendiciones de Dios, y las Hermanas cumplirían con más fervor los deberes de su vocación. A este fin, sujetó a examen las Constituciones por que se rige la pía Compañía, acompañadas de las letras comendaticias de los Emmos. Cardenales de la Santa Romana Iglesia, Patriarca de Lisboa y Arzobispos de Valencia y Zaragoza, y de otros Obispos de los lugares, en cuyas diócesis hay Colegios de la misma pía Compañía. Después de un diligente y maduro examen de todo lo expuesto, Su Santidad en audiencia tenida por Mí Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, el día 16 de Septiembre de 1888, se dignó alabar y recomendar sobremanera el fin u objeto de la precitada pía Compañía de Hermanas de Santa Teresa de Jesús, del mismo modo que se alaba y recomienda sobremanera la misma Compañía y su fin por el presente Decreto. Dado en Roma por la Secretaría antedicha de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, el día 22 de Septiembre de 1888. IGNACIO, Cardenal Massoti, Prefecto. (Hay un sello) FR. LUIS, Obispo de Calinio, Secretario”. El decreto dado por el Gobierno de España en 1893 a favor de la Compañía teresiana es del tenor siguiente: “Ministerio de Gracia y Justicia. (Hay un sello). Vista la instancia elevada por V. S. a este Ministerio con fecha 10 de Mayo de 1891, solicitando se aprobase el Instituto religioso, de que es fundador, denominado “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, cuyas Constituciones acompañaba y de las cuales resulta, que tiene por objeto la enseñanza de niñas y párvulos de ambos sexos, gratis para los pobres: vistos los favorables informes emitidos por los RR. Obispo de Tortosa y Barcelona y por los Gobernadores civiles de las provincias respectivas en que existen ya, con autorización canónica y recomendación de Su Santidad, casas del Instituto: Considerando el fin altamente moral y social del Instituto y el bien que está llamado a producir por medio de la enseñanza cristiana: S. M. la Reina (q. D. g.) Regente del

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Reino, en nombre de su Augusto Hijo, ha tenido a bien aprobar dicho Instituto religioso de mujeres y su establecimiento en las Diócesis de Tortosa y Barcelona donde existen ya casas del mismo, entendiéndose esta concesión sin gravamen alguno para el Estado y en cuanto las Religiosas cumplan exactamente con sus Constituciones, y autorizar fundaciones sucesivas en España, bajo el mismo concepto, si bien necesitando siempre para ello previo permiso de las Autoridades eclesiástica y civil respectivas, del cual se dará cuenta y mandará copia, en su día, a este Ministerio. De Real orden lo digo a V. S. para su conocimiento, satisfacción y efectos consiguientes. Dios guarde a V. S. muchos años. Madrid 1º de Mayo de 1893. MONTERO RÍOS Al Presbítero Señor Don Enrique de Ossó, fundador del Instituto de Religiosas denominado “Compañía de Santa Teresa de Jesús” Barcelona-San Gervasio, Colegio Primario de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, Noviembre de 1893”. En otro artículo seguiremos, Dios mediante, añadiendo nuevos perfiles a este cuadro, a fin de dar a conocer mejor la benemérita personalidad de nuestro ilustre biografiado.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 328, agosto 1899, pág. 313.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XIX

Un gran carácter.- La nota en él dominante.- Firmeza, no obstinación.- Palabras notables de un Prelado.- Su firmeza en la Peregrinación teresiana

Por lo que referido queda en los capítulos anteriores al tratar de las obras emprendidas y llevadas a cabo por nuestro benemérito sacerdote, fácilmente comprenderán nuestros lectores, que quien así trabajaba y obraba, obteniendo tan admirables resultados, no podía menos de estar dotado de algunas nobles cualidades que, raramente reunidas en una sola persona, constituyen lo que se llama un “gran carácter”. Porque la nota que dominaba en la personalidad de nuestro ilustre biografiado, no era precisamente, a nuestro entender y al de personas que le trataron con grande intimidad, su entendimiento privilegiado, ni sus vastos conocimientos en las ciencias divinas y humanas, ni sus condiciones de orador sagrado, ni su talento de escritor piadoso, en cuyo género ha dejado libros muy estimables; ni tampoco (lo que aún es más extraño) sus cristianas virtudes, de las cuales declaramos que no nos proponemos hablar directamente, porque sin asomos de modestia, estamos persuadidos de que no sabríamos hacerlo de una manera que a nosotros mismos nos satisface; ni como sabio, ni como escritor, ni como varón virtuoso le admirábamos tanto como al considerarle como hombre de acción. Y para serlo como él lo fue, necesitaba ser todo un carácter. Abundan hoy, tal vez demasiado, los hombres verbosos y hasta elocuentes; no faltan hombres doctos, y hasta cierto punto sabios; ni escasean por la misericordia de Dios sacerdotes piadosos, ejemplares, perfectos; pero no podemos decir otro tanto de esos hombres privilegiados, que por la madurez de juicio en concebir, su valor en emprender y su fortaleza en sostener y llevar a cabo nobilísimas empresas, son con justo título considerados como grandes caracteres, únicos que, enamorados de la acción más que de la palabra, dejan huellas profundas en la historia y anchos regueros de luz, por donde puedan caminar con seguridad sus hermanos. Que nuestro D. Enrique de Ossó perteneció a esa raza de hombres, lo prueban suficientemente sus obras. Lo que queremos aquí estudiar, aunque someramente, es algunos de los elementos que formaban su carácter. La firmeza en sostener y llevar a cabo las obras que concibiera a la mayor gloria de Dios y bien de las almas, es la cualidad que primero se ofrece a nuestra consideración, al estudiar el carácter de nuestro biografiado. Ya en otra parte hemos dicho cuánto meditaba y detenidamente estudiaba la idea y el plan de la sobras que se proponía llevar a cabo; cómo tomaba largo consejo de personas prudentes, sabias y virtuosas antes de decidirse a desarrollar y poner por obra el pensamiento concebido, no sin pedir al Señor sus divinas luces y encomendar sus proyectos a las oraciones de almas buenas. Pero una vez hecho todo esto, así que su voluntad se decidía y resolvía a emprender la realización de sus proyectos, no había contradicción, ni oposición, por poderosa que fuese, (siempre la tienen las obras santas) que fuesen parte para hacerle desistir de su empresa. Claro está que en nuestros tiempos, en que dominan los temperamentos flojos y débiles, cuando se busca y se encuentra fácilmente transacción y componendas para todo, aún para aquello en que no puede haberlas, la conducta varonil y resuelta de nuestro biografiado había por necesidad de chocar con esa ductilidad de los caracteres, con la debilidad y cobardía de las almas, canonizada acaso con el especioso título de prudencia; y como es consiguiente, aquello que era nobilísima firmeza y constancia de ánimo en don Enrique, se apellidó alguna vez tenacidad y obstinación reprobables, por quienes tal vez no eran capaces, no diremos de realizar, pero ni siquiera de concebir obras tan excelentes y provechosas. Recordamos muy bien que un ilustre y sabio Prelado dotado de grandes iniciativas y energías poderosas decía en cierta ocasión: “Francamente, yo no me atrevería a

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acometer esa empresa, no me considero con fuerzas para ello; pero tampoco puedo ni sé oponerme al espíritu alentado de don Enrique, antes le secundo y bendigo sus trabajos”. Y como este Prelado, que era también un carácter y dio pruebas de serlo al luchar a brazo partido con la impiedad, soberbia y avasalladora a la sazón, otros varones no menos ilustres, si por una parte se consideraban personalmente como acobardados ante la magnitud de las obras de D. Enrique; al verle y oírle por otra, y conocer su espíritu, no podían menos de aplaudirle y secundarle en sus trabajos. No es para decirse en pocas palabras lo que tuvo que luchar el teresiano sacerdote para llevar a feliz término, y del modo que él quería, la peregrinación a la Cuna y Sepulcro de Santa Teresa (que tuvo lugar el año 1877), peregrinación piadosa, ejemplar, sin mundanas miras, ni significación política, ni secundando planes ajenos a una obra como aquella. No citaremos aquí nombres, ni menos dirigiremos el más leve cargo a persona ni corporación ninguna, al recordar este acontecimiento. Ni nuestro objeto al escribir estas líneas lo permite, ni la memoria de D. Enrique, el cual nunca, ni un momento, abrigó un solo átomo de odio, malquerencia ni resentimiento contra sus contradictores, nos perdonaría semejante inconveniencia. Sólo sí hemos de consignar, que la oposición, o mejor dicho, la guerra aquella fue terrible, tenaz, poderosa; pero los enconados tiros se estrellaron todos en la firmeza y constancia inalterables del ilustre apóstol teresiano; y la peregrinación resultó un acto grandioso y edificante para todo el mundo, tal vez sin el ostentoso esplendor que comunican a estos actos las doradas y soberbias grandezas de la tierra, pero engalanadas, en cambio, con aquel decoro superior que sólo dan las virtudes, la piedad, el sacrificio, y es el más a propósito para influir santamente en las almas y merecer las bendiciones de Dios. No solamente en esta ocasión, sino en otras muchas, que omitimos por no ser prolijos, pudo conocerse el fino temple del carácter de D. Enrique. Como quiera que, muy lejos de ambiciosas miras, no buscaba en sus obras sino el aumento de la gloria de Dios y el bien de las almas, no temía incurrir por ello en el desagrado de los hombres, aunque fuesen poderosos, y despechados se conjurasen después contra él y sus obras. Participando, como es sabido, del espíritu de Santa Teresa de Jesús, no extrañaba de ningún modo que hubiese de sufrir contradicciones, antes parece como que ellas le daban ánimo y esfuerzo, temiendo y recelando, al igual de la Santa, de la bondad de aquellas obras que no suscitaban ningún linaje de contradicción, que, al decir de la ínclita Doctora, es el sello de toda empresa santa. De ahí es, que aunque combatido, injuriado algunas veces y no pocas amenazado, no perdía por eso la igualdad de ánimo, su espíritu conservaba la calma y sosiego habituales, los cuales venían a reflejarse perfectamente en la serenidad de su rostro apacible y en la dulzura de sus palabras. Otro día continuaremos, con el favor de Dios.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 331, noviembre 1899, pág. 44.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XX

Su firmeza y su dulzura de carácter.- Hasta dónde llegaba ésta.- Se imponía a todos sin pretenderlo.- Su calma admirable en medio de las

contradicciones.- Resultados de esta dulzura.

Tal vez podría imaginarse por alguno que a la firmeza de carácter de que estaba dotado nuestro malogrado sacerdote D. Enrique, según hemos visto en el capítulo anterior, se unía, como suele acontecer muchas veces, un genio áspero e intratable, palabras acres y duras, maneras repulsivas y toscas. De ninguna manera. Como quiera que dicha firmeza de carácter no era precisamente fruto de sus hábitos y temperamento, sino hija de excelentes virtudes, principalmente de su encendida caridad, de su ardiente celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, de su profunda e invencible confianza en la gracia del Señor, y humilde desconfianza de sí mismo, de ahí es que la dulzura y mansedumbre se avenían perfectamente en el alma de D. Enrique con aquella tranquila y reposada firmeza, tan necesaria para quien está destinado por Dios para llevar a cabo empresas de grande importancia. No sabemos si esa suavidad y dulzura de carácter la adquirió D. Enrique, como se refiere de S. Francisco de Sales, luchando a brazo partido contra sus propias inclinaciones, lo cual no fuera del todo extraño se verificase en quien tanta devoción profesaba al ilustre Fundador de las Salesas, a quién tomó desde su juventud por patrono y por modelo. Lo que sí podemos afirmar, con asentimiento de todas las personas que tuvieron la dicha de tratarle, es que ni aún en medio de las más grandes contradicciones que hubo de experimentar en sus empresas, se le vio dejarse llevar, no sólo de los arrebatos de la pasión, pero ni aún de aquel justo y legítimo sentimiento de disgusto y queja que experimentan los varones amantes de la rectitud y justicia. Y no es que se viese en D. Enrique uno de esos corazones tiernos, sensibles y amorosos, fácilmente apasionados, de palabras cariñosas y con amabilidades y obsequiosas atenciones que en el trato social se atraen a la generalidad de las gentes, y aún cautivan a ciertas personas, más o menos impresionables. Nada de esto. Su dulzura, su amabilidad, participaban de aquella serenidad y calma que le acompañaba siempre, dulzura y amabilidad que, sin exteriorizarse gran cosa, se insinuaban con tanta suavidad como fuerza en el corazón de las personas que le trataban. A propósito de esto recordamos haber oído decir a algunas personas que tuvieron esta dicha: - Yo no sé qué tiene don Enrique, decían, que sin mandarlo, sin tratar de imponerse para nada, sólo insinuándonos las cosas que deberían hacerse, no puede ni sabe uno negarse a darle gusto, por más que le repugne y le cueste hacerlas”. De ahí es que las personas que, naturalmente, hubieron de ayudarle en sus obras y empresas, al sentirse gustosa y voluntariamente inclinadas a trabajar a su lado, por regla general ni se fatigaban ni se quejaban de lo que hacían, principalmente, a nuestro entender, por esa dulzura, tan poderosa sin él quererlo, con que disponía las cosas, y luego por verse claramente en él aquel divino celo de que estaba poseído, aquel desinterés y generosidad tan grandes, y, finalmente, aquella sencillez y llaneza de su trato. “Lo que más y mejor me da la medida de la virtud de D. Enrique (decía una respetable persona que le trató con grande intimidad) es la conducta que le he visto observar con sus contradictores, aún los que más le han combatido. Nunca le he oído decir nada, ni pequeño ni grande, contra ellos. Si me ha referido el caso, lo ha hecho con admirable sangre fría, como si se tratase no de él, sino de otra cualquiera persona. Y aún cuando yo (añadía) poseído de indignación por tanta iniquidad e injustificado apasionamiento, no he podido contenerme prorrumpiendo en amargas quejas y recriminaciones contra semejantes enemigos, siempre él ha permanecido tranquilo y con su habitual mansedumbre, dejándome lleno de admiración y no poco edificado”.

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Algunas veces, en estos últimos tiempos, acaecía que a su lado los compañeros solían departir, en ratos de recreación, acerca de las cuestiones político-religiosas que preocupaban a todos. Los ánimos se agitaban, se discutía con calor, se apasionaban los contendientes en uno u otro sentido, y en aquella atmósfera caldeada parecía casi imposible que alguien pudiera sustraerse a tan alta temperatura. Sin embargo, a D. Enrique se le veía con la serenidad y calma de siempre; apenas si pronunciaba una sola palabra en aquellos momentos; sólo una tenue sonrisa se dibujaba en sus labios; y lo regular era, que la tempestad se desvanecía ante su actitud y semblante, bañado en la suave paz que rebosaba de su espíritu. Por lo cual verificábase en él lo que nos refiere la historia de esas almas grandes que, habiendo sabido imitar la dulzura y mansedumbre del Corazón de Jesús, aprendida en la comunicación y trato diario con el Señor, han sido tanto más poderosos para atraer los corazones de los hombres a los caminos del bien y de la virtud, cuánto más débiles y pobres han aparecido por su mansedumbre y humildad. Estas, que por regla general fueron siempre las armas más victoriosas de los Santos, fueron las que solía esgrimir asimismo nuestro teresiano Sacerdote, hermanándose perfectamente esta virtud con aquella inquebrantable firmeza de carácter de que hemos hablado en el capítulo anterior.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 333, enero 1900, pag. 106.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XX

Su sencillez y llaneza.- Se observa en sus libros y vida privada.- En sus devociones y escenas de familia.- Lo que refieren algunas personas.-

Nunca se rebajaba.- Acercábase a todos para llevarlos a Dios.

Al discurrir en el capítulo anterior sobre la dulzura de carácter de nuestro teresiano apóstol, hubimos de mentar, aunque de paso, la sencillez y llaneza de su trato, cualidad que, a nuestro entender, constituye una de las líneas más expresivas de su fisonomía moral. Vamos a insistir algún tanto en este punto, ya que él nos ofrecerá luz abundante para conocer y ver una de las más interesantes fases de su hermosa alma. Por lo que llevamos dicho de su vida, aficiones y gustos, ya se deja entender, que nada era más contrario a su carácter que el entono, el aire de superioridad, la afectación y seriedad presuntuosa, que no suelen andar escasas por esos mundos, aún cuando se trate de personas adornadas, por otra parte, de brillantes cualidades. Quien, como nuestro don Enrique, había siempre tenido sus mayores complacencias en rodearse de la niñez y de la juventud; quien prefería el trato franco de las gentes del pueblo, para infiltrar en los corazones de todos ellos las semillas de las verdades eternas y de las virtudes cristianas, necesariamente había de estar adornado de estas humildes florecillas, que se apellidan sencillez y llaneza. Verdad es que ese que se llama el gran mundo, así como el vulgo de las gentes, no estiman, como se merecen, esas virtudes que suelen caracterizar, sin embargo, a los varones apostólicos y a las almas justas, los cuales muy lejos de querer acomodarse a las leyes del siglo, sólo tienen por norma las del Evangelio, en donde los niños, los sencillos y humildes son los preferidos, como verdadera aristocracia de las almas. Quien haya hojeado el “Guía práctica del Catequista”, el “Viva Jesús”, el “Tesoro de la Niñez” y otros opúsculos escritos por nuestro ilustre biografiado, no podrá menos de reconocer cuán vivo y ardoroso era el afecto que profesaba a la niñez, a la juventud, a las gentes del pueblo, deseando acercarlas a Dios, por el conocimiento y el amor, valiéndose para ello de cuantos medios le sugería su celo, pero acompañándolos siempre de aquella franca y amorosa efusión de su alma, con que atraía y cautivaba a los corazones sanos y sencillos para ganarlos a Dios. Fácil cosa nos sería copiar párrafos y capítulos enteros de sus libros y demás escritos, en donde se refleja con toda claridad esta hermosa cualidad de su alma. Pero donde mejor ella se descubría, era en su vida privada y en su trato con los niños y niñas. Sus íntimos amigos, las personas que tuvieron la dicha de vivir con él en familia, con quienes hemos hablado largamente sobre este particular, están contentos en declarar, que no vieron ni trataron a persona alguna que a tantos talentos y elevados pensamientos, sublimes virtudes y trascendentales empresas uniese aquella amable llaneza suya, y la sencillez de niño de que estaba adornaba su alma. Gustaba de platicar con los pequeñuelos, quería enterarse de sus rezos, de sus estudios, de sus labores, de sus juegos; les hablaba de todo cuanto a ellos les interesaba, y no pocas veces hasta tomaba alguna parte en sus inocentes juegos, animándoles con sus palabras y ejemplo. Harto se conocía que su corazón gozaba de veras, al contemplarle tan gustosamente entretenido con sus inocentes amiguitos, a quienes, finalmente, regalaba medallas, estampas y librillos. “A la gente joven y tierna, decía, hemos de procurar atraer principalmente y ganar para Dios; que con los grandes, poco se puede ya lograr”. ¡Qué extraño es que aún en las horas de delirio que pasó durante su penúltima y grave enfermedad, no hiciese casi otra cosa sino hablar de los parvulitos de los colegios teresianos e interesarse vivamente por ellos! Hace poco tiempo que una piadosa joven nos refería los apuros que pensó cuando, siendo niña de unos seis o siete años, acertó D. Enrique a ir a casa de sus padres en

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los momentos en que ella hacía una labor de crochet. Dirigiéndose a ella le dijo, que él no sabía hacer aquello, y que le enseñase ella a hacer cosas tan lindas. No podía en aquel entonces comprender cómo una persona de tan altos merecimientos se abajase hasta ella y sus cosas; mas ahora comprende perfectamente la piadosa joven que todo ello no era sino muy propio de un alma tan sencilla, buena y humilde como la de D. Enrique. En sus devociones al Niño Jesús, a María Inmaculada, a San José y Santa Teresa ostentábase con hermoso colorido esta cualidad que tratamos de estudiar en el alma de nuestro malogrado Sacerdote. En estas sus devociones se advertían a las veces aquellos piadosos entretenimientos, aquellas expansiones santas, aquellos juegos y donaires inocentes que se nos refieren en las historias de algunos Santos, y que no eran sino algo como destellos y chispas que saltaban afuera y procedían del fuego de devoción que, como horno encendido, ardía en el seno de sus almas. En esos ratos de intimidad que ofrece la vida de familia, solía excitar a los jóvenes compañeros que con él vivían, a obsequiar al Niño Jesús y a la Virgen Inmaculada, con el canto del Magnificat y otros piadosos cánticos, pero acompañándolos de toda la expresión y mímica que les podía inspirar la devoción ardorosa de cada uno. Y era de ver lo complacido y gozoso con que don Enrique presenciaba estas deliciosas escenas, en las que solía tomar parte no pequeña, especialmente animado y estimulando con sus aplausos y sonrisas a sus compañeros. Es que su corazón bondadoso, sencillo y amante gozaba grandemente en estas expansiones de familia, en el fondo de las cuales palpitaba el sentimiento del amor a Jesús y María. “Nunca me olvidaré (nos refería un amigo) de la grata impresión que me causó, en cierta ocasión en que pasé al pueblo de M…, al ver a D. Enrique rodeado de numerosa y cristiana familia bajo el ancha y encendida chimenea de una casa de labradores (pues era por el mes de Diciembre), y dirigir con fervoroso entusiasmo el canto de los Gozos de la Virgen Inmaculada. Era de ver cómo todos se complacían en tomar parte en aquel canto, sobre todo al verse dirigidos y animados por una persona a quien profesaban tanta veneración como afecto. Yo mismo, nos añadía, participé de tan dulce contagio, y canté y gocé como todos, bajo la influencia de aquella comunicativa devoción”. No hay que decir que los saludables consejos, los documentos espirituales, las piadosas exhortaciones del celoso Sacerdote producían maravilloso efecto en sus oyentes, al alternar con estas amables manifestaciones de la sencillez de su alma y llaneza de su trato. Ni tampoco hay que advertir, porque lo supondrán nuestros lectores, conociéndole como ya le conocen algún tanto, que con estas efusiones de su corazón perdiese D. Enrique lo más mínimo en el respeto y veneración que todos le profesaban; porque si se hacía asequible y tratable de todos, nunca por ello se rebajaba y deprimía, antes, conservándose siempre a la misma altura de su dignidad y carácter, lograba atraer a todos para llevarlos a Dios Nuestro Señor. Que cuando es el amor de Dios el que anima y vivifica nuestros actos, no pueden menos de exhalar el perfume de pureza y santidad que emana de Aquél que es la misma pureza y la santidad misma; y todo cuanto ese amor inspira no es sino luz y claridad y hermosura. Tal acontece con las nubes y celajes de la tarde, que se convierten en resplandor y belleza al ser embestidos y tocados por los rayos del sol.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 335, marzo 1900, pag. 172.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXII

Notables palabras de un escritor.- Su desprecio de las riquezas.- Fue robado por un muchacho.- Su desprendimiento en repartir libros.-

Sumamente parco en lo que tocaba a su persona.- Sentimientos elevados; no ridículos.

“Es una máxima muy general y muy cierta la de que un alma superior y elevada mira con desdén los intereses pecuniarios; y por más que el siglo de ideas positivas quiera condenarla al ridículo y relegarla al zaquizamín literario de los idilios y las pastorelas, quedará esta máxima una eterna verdad, mientras haya almas superiores y elevadas”. Estas palabras, que acabamos de leer en un distinguido escritor de costumbres contemporáneo, han despertado en nuestra mente el dulce recuerdo del respetable sacerdote a quien dedicamos estos apuntes, el cual, si se distinguió grandemente por su elevación y superioridad de miras, como harto lo declaran sus empresas, no menos se caracterizó por el desdén de intereses pecuniarios, como pueden atestiguarlo cuantos tuvieron la dicha de tratarle con alguna intimidad. Quien como nuestro D. Enrique, siendo todavía muy joven, guardaba el dinerillo que sus padres le daban, para irlo dejando periódicamente en la bolsa que se pasaba entre los socios de la Conferencia de San Vicente de Paúl, a que pertenecía, para luego ser repartido entre los pobres; quién, algunos años después, empleaba la asignación de la cátedra que desempeñaba en encargar y costear imágenes de santos y altares, aunque por ello mereciese alguna reconvención de alguna persona de su familia, intentando reprimir los impulsos de su piadoso desprendimiento; quién durante toda su vida no se cansaba de repartir con verdadera prodigalidad estampas, medallas, cruces y libros entre la niñez y juventud de ambos sexos, invirtiendo no escasas cantidades en estos “pertrechos de guerra”, como él los llamaba en un sentido espiritual; quién no quiso admitir ninguna prebenda eclesiástica con la cual se le brindaba, y que le hubiera proporcionado, además del honor y consideración consiguientes, algún interés pecuniario, con que tanto hubiera podido favorecer las altas empresas que ya a la sazón meditaba; quién, finalmente, gastó todo su patrimonio, y más que hubiera tenido, en estas mismas costosas fundaciones, muriendo pobre, como había vivido, aunque siendo rico y haciendo ricos a todos, según la expresión de San Pablo; quién esto hacía, decimos, no es necesario esforzarnos en aducir muchos razonamientos para dar a entender claramente a nuestros lectores el aborrecimiento y desdén con que miraba el dinero, y manifestar por consiguiente, cuán elevados eran los sentimientos de su alma. Por persona que, en el tiempo a que nos referimos, vivía en su compañía, hace poco se nos refirió lo que sigue. Como quiera que apreciaba tan poco el dinero, tenía por costumbre el dejarlo sobre la mesa en que escribía revuelto entre los papeles, sin cuidar de encerrarlo, la mayor parte de las veces, en el cajón de la misma, ni aún procurar enterarse de las cantidades que se le entregaban. Las personas que habitaban con él como de familia, merecían la más completa confianza, y no podían abusar de este descuido y desinterés. Pero aconteció que, por atenciones a cierta buena persona, se admitió en casa a un chico no poco travieso, aunque de poca edad, a ver si con la buena compañía se corregía. No debió de suceder así, cuando, después de algún tiempo, se supo, por conducto de la vecindad, que el chico aquél venía gastando, o mejor dicho, derrochando mucho dinero en diversiones, y aún vicios. Se procuró vigilarle y cortarle los pasos, y resultó que hacía mucho tiempo, según declaró el raterillo, que tomaba dinero de la mesa de don Enrique. ¿Pero conocerlo él, ni advertirlo, ni descubrir la cantidad robada? Imposible de todo punto, tratándose de persona que con tanto desdén miraba los intereses. El muchacho fue sacado de casa, y pudo D. Enrique continuar siendo tan descuidado en eso como siempre. Cuanto a la repartición de sus libros, sólo diremos, omitiendo el hablar de muchos otros, que el precioso libro titulado Guía práctica del Catequista andaba en manos de

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todos los jóvenes que, distribuidos en muchas secciones, enseñaban el Catecismo en Tortosa, durante el largo tiempo que fue Director de esta obra D. Enrique. Merced en gran parte a este Guía, que adiestraba en la enseñanza a los jóvenes, los frutos recogidos en tan preciosa labor fueron abundantes, como recordamos haber dicho en uno de los capítulos anteriores. De otro librillo muy interesante titulado Tesoro de la niñez, escrito algunos años antes de morir, repartió gratuitamente muchos centenares por todas partes, pues quiso que todos los niños y niñas asistentes a los Colegios teresianos tuviesen, para hacer sus devociones, este manualito, que trabajó con todo esmero el celoso cuanto desprendido autor, en obsequio de las almas inocentes, a quienes tanto amaba. Pero si tan generoso se mostraba para con los demás, hemos de añadir que no lo era para consigo mismo. Aunque siempre fue limpio y aseado, sus sombreros, manteos y sotanas, que nunca pecaron de ricos ni lujosos, aparecían muchas veces desteñidos, gastados y zurcidos de puro viejos, y era preciso que las personas que le rodeaban, o los amigos, le advirtiesen de que había llegado el caso de haber de renovar aquellas prendas. No siempre se conseguía que atendiese a semejantes observaciones, por justas y prudentes que fuesen. Además de esto, contentábase siempre con tener un par de zapatos, y conceptuaba lujo excesivo el tener más de un manteo y de una sotana. Lo mismo acontecía con su mueblaje, sus libros e imágenes. Su cama fue siempre la de un estudiante. El que había costeado y regalado tan preciosas imágenes, especialmente del Niño Jesús, de María, de San José, de Santa Teresa, no tenía nunca ninguna en su cuarto, para adorno del mismo y regalo de su alma. Devotas y piadosas estampitas sobre la mesa en que estudiaba y rezaba, bastábanle para avivar y fomentar su devoción que, por otra parte, no necesitaba, según es de creer, de muchos despertadores. De mesas de escritorio, estantes, pupitres, veladores elegantes, etc., no se hable. Todo respiraba sencillez en su habitación, como en su persona. Hasta los postreros años de su vida en que compró, estando en Roma, un juego de breviarios, siempre usó aquel primero y económico breviario que adquirió al ordenarse in sacris, por lo cual estaba, como es de suponer, bastante deteriorado. Con todo esto queremos decir, sin penetrar más hondo en su espíritu, que al mirar con desdén los intereses mundanos, desdeñaba asimismo las comodidades que ellos proporcionan, y sólo era generoso, desprendido y magnánimo para con los demás. Harto sabemos que estos elevados sentimientos y semejante modo de obrar apenas si se conciben en nuestros tiempos por extremo positivistas, en que no parece sino que el dinero absorbe toda la atención de los hombres. Casi casi se tiene hoy por entre ridículo al hombre superior que con semejante desdén y hasta desprecio mira las riquezas, que a la hora presente se diría que no hay nada que no alcancen y puedan. Compréndese y se explica de algún modo que esto suceda con las personas metidas en los negocios lucrativos del siglo; compréndese que tan ardoroso culto se tribute al ídolo de oro por quienes no aspiran a otra felicidad que a la de los sentidos en este mundo, cuyos goces se obtienen con el dinero; pero ¿sería tan fácil explicarse esto mismo, si se tratase de personas o entidades que atienden o deben atender ante todo y sobre todo a los intereses y riquezas del alma? Bien es cierto que nunca faltarían a los tales razones y motivos, poderosos a más no poder, para cohonestar y aún santificar, aunque tal vez no delante de Dios, el afán inmoderado de atesorar riquezas; tal vez pretendieran con ello dar más gloria a aquel Dios, que contra los ricos y riquezas tiene solemnemente pronunciadas palabras las más terribles; pero sucederá siempre, que mientras quede en el mundo almas verdaderamente superiores y elevadas, como ha dicho el escritor a quien antes hemos aludido, los hermosos sentimientos que acabamos de descubrir en el alma de don Enrique serán siempre justamente estimados y encomiados por su elevación y verdadera grandeza. Y si recordamos aquellas palabras que ha dicho el Señor: “Bienaventurado el varón que no anduvo afanoso tras el oro ni puso su esperanza en las riquezas y en los tesoros”, no podremos menos de alentarnos y consolarnos con el pensamiento de la bienaventuranza y felicidad eterna que el Señor tiene prometida a los que, como nuestro benemérito sacerdote, ni anduvieron tras el oro, ni colocaron sus esperanzas en las riquezas ni en los tesoros, sino en la imitación de Jesús, humilde, sencillo y pobre.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 341, septiembre 1900, pág. 365.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXIV

Sus obras declaran su celo.- Quilates de esta virtud en su alma.- No era exclusivista.- Todo lo bueno alababa.

Como prometimos en el capítulo anterior, vamos a decir alguna cosa acerca del celo que veíase resplandecer y como echar llamas en el alma de D. Enrique. Virtud es esta que no puede ocultarse de los demás, ni es necesario atender ni reflexionar mucho para advertirla en un alma, como quiera que, fruto preciosísimo de la caridad, se manifiesta al exterior con obras edificantes, viniendo a herir gratamente nuestros ojos con refulgente claridad. “Por sus frutos u obras los conoceréis” ha dicho el Señor. No por las palabras, que muchas veces están vacías de espíritu y no vienen a ser otra cosa que sonantes hojas de vanidad, juguete del viento; sino por los sustanciosos frutos de buenas obras se conocen las almas en donde hervorosamente centellea el fuego de la caridad, del cual se origina el fecundante calor del divino celo. Si echamos una ojeada a las obras que emprendió y llevó a término feliz nuestro teresiano apóstol, no podremos menos de reconocer y admirar en su alma tan preciosa virtud. ¿Por qué, ya desde su primera juventud, se le vio afanarse y trabajar con tanto ardor para que la niñez conociese y amase a Jesús y su Madre María, procurando atraerla con todo género de dulces reclamos a los sagrados altares, proporcionarla saludables enseñanzas y disponerla para recibir los santos Sacramentos? ¿Por qué tantos afanes, que nunca cesaron, sino por el insaciable hervor de su celo? ¿Por qué dirigió en seguida sus miradas a la cristiana juventud, y procurando con suavidad y delicadeza tocar los resortes de esos corazones generosos que forman la esperanza del porvenir se dedicó a llevarlos al amor de Dios y a la piadosa imitación de las virtudes de Jesús, de la Virgen Inmaculada, del castísimo Patriarca, de la atractiva y simpática Santa Teresa de Jesús? ¿Quién no ve resplandecer con la mayor viveza la llama de un celo extraordinario en esa constante labor, que llenó toda su vida? ¿Y no era este mismo celo por la salvación de las almas el que le compelía a fundar la Archicofradía teresiana, en donde vislumbró que la juventud femenil encontraría, como encontró, nueva Arca de salvación en medio de los crecientes peligros de estos tiempos? Y esa su predilecta “Compañía de Santa Teresa de Jesús” que tiene todos los caracteres de obra de divino celo, pues con ella se multiplican las almas consagradas al apostolado de católica enseñanza, de activo amor de Dios, de sacrificio por la salvación de las almas, que tantos bienes viene ya produciendo, ¿no declara con la mayor elocuencia el ardoroso celo que abrasaba el alma de don Enrique por la gloria de Dios? Sus libros, en cuyas páginas bien claro se ve que no se propuso vanidosamente vaciar brillantes galas ni flores retóricas que le acreditasen de escritor elegante, pero que no pudo impedir que en ellas derramase su alma aquellos hermosísimos afectos, conceptos delicadísimos y fulgurantes efusiones de caridad, con los cuales deseaba atraer y cautivar para Dios, los corazones de los lectores, y nadie dirá que no supo lograrlo a maravilla; esos libros, repetimos, ¿no están diciendo bien alto, que sólo el celo por la gloria de Dios y salvación de las almas podía guiar su pluma al escribirlos? Nos cansaríamos inútilmente si quisiéramos analizar una por una las obras y acciones, solo las más culminantes, de D. Enrique que llevan profundamente marcado este sello del celo por la salvación de sus prójimos. Sólo queremos añadir a lo dicho algo que por ventura dará mejor a conocer los quilates de esta virtud en su alma. Siendo como es tan deficiente el pobre corazón humano, tan incompleto en sus sentimientos, tan expuesto a sufrir con el tiempo desgastes y quebrantos, no hemos de extrañarnos si advertimos, que almas que acaso se veían brillar adornadas de grandes virtudes, a lo mejor aparecen como oscurecidas y empañadas por el humo de pasiones y

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miserias humanas, y lo que antes era oro puro se ve deslustrado por el grosero polvo de la tierra. Aunque se veía siempre en D. Enrique el carácter de apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús, y era fiel a la misión que el Señor le había sin duda confiado, no se crea por ello que, por favorecer sus obras teresianas, se opusiese en lo más mínimo a otros caminos espirituales, a otros medios, a otras devociones, a otras obras de celo con que el Señor ha enriquecido el vasto campo de la Santa Iglesia, todo ello para atender con delicadeza y suavidad de padre amoroso a las varias disposiciones de las almas. Por personas que le trataron con mucha intimidad durante su vida, nunca se le oyó desdeñar ni aún mirar con indiferencia, las otras obras de celo, a los demás institutos religiosos, las otras devociones, los demás caminos de salvación, mientras los aprobase la Santa Iglesia. Y no solamente eso, sino que, como bien claramente lo dicen sus libros, y los artículos que escribía en esta su Revista, de todos los institutos religiosos, de todas las devociones aparece siempre fervoroso paladín. No conocía su alma grande las pequeñeces de los celos, que no siempre, por desgracia, se saben evitar hasta por personas por buenas, cuando se trata de la propaganda de sus devociones favoritas. En una ocasión, al ver que un joven sacerdote, de mucho valer, en quien D. Enrique había puesto los ojos para hacerle cooperador de su apostolado, entró en una Orden religiosa, separándose de su compañía, díjole sonriendo: “Veo que otro santo fundador ha ganado esta vez a Santa Teresa”. Y con el afecto de siempre le distinguía y trataba, como merecía persona tan digna. ¿Quién no sabe lo que ha escrito y trabajado por propagar las devociones que llevan al amor de Dios, especialmente la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús, a María Inmaculada, al Patriarca San José, a San Francisco de Sales? Los Padres Carmelitas Descalzos, los Hijos de San Ignacio, los <padres Dominicos, los Padres Franciscanos, los Misioneros del P. Claret, los Cooperadores Diocesanos, fundación reciente de su íntimo amigo Dr. D. Manuel Sol, todos los institutos religiosos, en una palabra, si trataron con nuestro teresiano apóstol, pudieron ver en él un corazón que, demasiado grande para sentir ningún género de mezquinos exclusivismos, no aspiraba a otra cosa que a dar a conocer y amar a Jesús, único Bien de las almas. Hijo su celo de la Caridad, y trabajando sólo por Jesús, amaba todo lo bueno, todo lo bueno loaba, como dice Santa Teresa que lo hacen quienes de veras aman a Dios; y en las llamas de ese divino fuego quedaba abrasado cuanto no pudiese ser digna ofrenda a los ojos purísimos de Su Divina Majestad.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 346, febrero 1901, pág. 147.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXV

No podía ocultar su amor a Dios.- En sus palabras y sermones.- En sus escritos.- Desde la soledad.- Su devoción y petición favoritas.-

Cuando celebraba la Misa.- Últimos propósitos. Claro está, que no siendo el celo, sino efecto, hijo predilecto de la caridad, y habiendo visto en el capítulo anterior cuán vivo, ardiente e infatigable se ostentó aquél en el alma de don Enrique, mostrándose al exterior con obras y acciones tan admirables, necesariamente hemos de deducir de ello la grandeza de su caridad, de esa virtud que siendo madre y reina de las demás virtudes, a todas ellas comunica su savia y hermosura. Ciertamente, es imposible, por más que se quiera, ocultar por completo allá en los profundos escondrijos del alma, el fuego del amor que en ella arde. Y como quiera que en el corazón de nuestro sacerdote ardía vivísimo el fuego del divino amor, de ahí es que sus palabras, como si estuvieran envueltas en ardor sagrado, venían a tocar dulcemente los corazones de los que le oían, para acercarlos suavemente al corazón de Dios. Cuando desde el púlpito dirigía su palabra a los fieles en general, y en particular a las piadosas Teresianas, o a sus hijas las Hermanas de la Compañía, al tiempo que trataba de despertar y avivar en las almas el amor a Cristo Jesús, bien claramente se veía como centellear el que ardorosamente hervía en su alma, y eran sus palabras como saetas encendidas, que penetraban los corazones; su acento adquiría a las veces sorprendente sonoridad y fuerza, y, sobre todo al hablar del amor que nos tiene Jesús, como si se le ablandase el corazón de ternura, su voz parecía desfallecer y venía a convertirse en amoroso gemido. En aquellas reflexione suyas, que él preparaba más en la oración que por medio del estudio, había algo que, sin apartarse por ello de las reglas, era sobre las reglas; algo que, muy lejos del aparato retórico, y de la pompa de estilo, se apoderaba, sin saber cómo, de las almas, las conmovía hondamente y las llevaba al amor de Dios. Es que en sus palabras iba envuelta su alma, su alma llena de este divino amor. Lo mismo cabe decir de su palabra escrita. En sus libros, principalmente al hablar del amor que Dios nos tiene, o nosotros le debemos tener, nadie habrá que no lea entre líneas, el amor ardoroso, vehemente que bullía en el alma del autor. Véase su “Mes del Sagrado Corazón de Jesús” o “Las siete Moradas en el Sagrado Corazón”, y veré el que leyere cómo aquellas frases caldeadas en divino fuego, parecen saltar como brasas del corazón de Jesús, pasando por el de D. Enrique. Preciosísimas son asimismo aquellas meditaciones que con el título “Amemos a Jesús”, trae su manual de meditaciones titulado “El Cuarto de hora de oración”, y que están ordenadas para la “Décima semana”. Las dos últimas de este grupo, y que tituló el autor: “Jesús mío, ¿por qué me amáis tanto?”, y la que sigue, “¡Pobre Jesús!”, quisiéramos, a ser posible, copiarlas aquí, y nada más sería necesario añadir sobre este asunto. Sabido es, por lo que tenemos dicho, que D. Enrique solía escribir mensualmente en esta Revista un articulito titulada “Desde la Soledad”, con la firma de El Solitario. Tuvo empeño en guardar siempre el secreto de ser autor de estos articulitos (*), en donde su alma solía abandonarse a sus más íntimos pensamientos y afectos. Allí es donde se mostraba mejor su hermosa alma. Alguien que por necesidad había de estar en el secreto, leía antes que todo al Solitario, tratando de adivinar las interioridades del espíritu de D. Enrique. El amor a Jesús, los deseos de ir al cielo, el cansancio del mundo, amorosos gemidos de un alma que quiere alzar su vuelo…he aquí los pensamientos y afectos que solían campear en los escritos del Solitario. Del último de estos articulitos, que escribió pocos días antes de morir (Enero de 1896), copiamos, solamente como muestra, los siguientes párrafos, que no parecen sino suspiros de su corazón.

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“¡Oh Jesús mío y todas mis cosas! O amarte o morir; o mejor vivir y morir amándote sobre todas las cosas, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. No vaya yo de este mundo, Jesús mío, sin haberte amado y hecho conocer y amar cuanto me es posible. Aumenta mi amor, Jesús mío y todas mis cosas. Oye mis súplicas, Jesús mío; quisiera amarte como Tú mismo te amas a Ti y a tu Padre celestial. ¿No es posible, Jesús mío de mi alma, amarte como Tú mismo te amas? Pues a lo menos ámete cuanto te puedo amar. Da, si quieres, Jesús mío, amor mío de mi corazón, da, si quieres, a otros corazones honores, glorias, riquezas, bienandanza y felicidad acá. A mí, tu siervo, dame sólo tu amor sobre todos, y esto me basta. Sólo Dios basta, y tú eres el Dios de mi corazón. Quisiera decirte con todo el afecto y verdad que mi seráfica Madre Santa Teresa de Jesús: “Que haya otros en el cielo y en la tierra que tengan más gloria que yo, pase; mas que haya otro corazón, otra alma que os ame más que yo, no sé si podré ponerlo a paciencia; y en el cielo, si puede haber afrenta, estaré yo allí afrentado, si veo que otras almas os aman más que yo. ¡Oh Jesús mío y todas mis cosas! ¡Viva Jesús mi amor! ¡Os amo sobre todas las cosas, con todo mi corazón! Quisiera amaros como Vos mismo os amáis, y si esto no es posible, a lo menos ameos cuánto os pueda amar, y viva y muera abrasado de Vuestro divino amor”. Su petición más común y repetida era el tener “vida y muerte de amor”. Su devoción más favorita y que deseaba se practicase en todas las funciones religiosas de las Teresianas y de las Hermanas de la Compañía, era la “Coronilla de desagravios y alabanzas al Sagrado Corazón de Jesús”. ¡Con qué espíritu y fervor se complacía en cantar con el pueblo el “¡Viva Jesús mi amor!”. Edificaba a todo el mundo al verle y oírle cantar con aquella piadosa, angelical sencillez de un niño, enamorado de Jesús. No menos, sino más edificaba todavía nuestro sacerdote cuando sobre el altar celebraba el santo sacrificio de la Misa. Su devoción, su modestia, su recogimiento, sus acciones y ceremonias, su abstracción profunda, llamaban y fijaban poderosamente la atención de los fieles, inspirándoles los sentimientos más propios de acto semejante. No nos extrañamos de que muchas personas al verle celebrar, se moviesen a contrición y amor de Dios. En cierta ocasión dijo a un amigo nuestro que una persona muy piadosa le refirió que, para escoger confesor y director de su alma, bastábale ver cómo los sacerdotes celebraban la Misa. Aunque D. Enrique no lo dijese, nuestro amigo estaba persuadido que este caso le había pasado a él, y es de notar que esta devoción y recogimiento tan grandes con que celebraba el santo sacrificio, no le retenían en exceso sobre el altar, de suerte que resultase el acto pesado para los fieles. Justo es añadir aquí, que todo cuanto se relacionaba con el culto, especialmente los ornamentos sagrados, quería él que fuese todo lo más rico posible, y siempre y en todo caso, aseado y limpio. Cualquier defecto o falta en esto le hacía sufrir de todas veras. Además de esta riqueza y limpieza, quería que los sagrarios tuviesen tales condiciones de solidez, que no le bastaba que fuesen de recia madera, sino de fortísimo metal por dentro, y de tal suerte colocados, que fuera casi imposible sacarlos del altar y robar al Rey de su alma por ladrones sacrílegos. Hizo construir algunos sagrarios de esta clase para las iglesias y capillas de las Hermanas de la Compañía. Todo cuanto durante su vida había trabajado, escrito y orado a impulsos del amor a Jesús, y para que Éste fuese más y más conocido y amado de todos, le parecía poco o nada en los últimos días de su vida. De ahí es, que estando en el convento de Sancti Spiritus, pocos días antes de morir, yendo una tarde de paseo con dos padres ejemplarísimos, les dijo – “¡Jesús, ay, es muy poco amado! ¿Vamos a hacer entre los tres, Padres míos, un librillo para acrecentar en el mundo el amor a Jesús?”. Y pasaron el rato de paseo santamente, dictando cada uno medios para lograr este objeto. El amor a Dios, ese amor ardiente que parecía darle alas y empujarle siempre hacia arriba, es el que, tres horas antes de morir, contemplando desde la ventana de su celda el hermoso cielo, le inspiraba indudablemente estas palabras, dirigidas a un hermano lego: - “Hermano: ¡qué hermosa es la luna! ¡qué hermoso está el cielo! ¡Ay, Dios mío!”. ¿Quién duda que, en alas de ese amor, voló dentro de poco a ese Cielo por el cual había suspirado siempre?

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A. B. J. (*) Cuando alguna persona amiga se atrevía a preguntarle, quién era el Solitario, solía D. Enrique responder sonriendo, que era un venerable anciano, de barba blanca, que vivía en la soledad.

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REVISTA TERESIANA Nº 349, mayo 1901, pág. 237.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXVI

Su amor al prójimo.- Imita a San Francisco de Sales en esta virtud.- Su devoción al Santo.- Tributo amoroso.- Su sensibilidad para con los animales.-

Recuerdos de un amigo suyo.

Amando tan de veras y de obra a Dios Nuestro Señor, como hemos visto en el capítulo anterior que D. Enrique le amaba, precisamente había de mostrarse la viveza de ese amor en el que profesaba a sus prójimos, ya que andaban los dos amores tan íntimamente encadenados, que no pueden separarse uno de otro, y ambos constituyen un solo y único amor. Como quiera que esta caridad informaba todos sus actos, sus virtudes y obras de celo, no repetiremos aquí lo que hemos dicho anteriormente, como prueba de su amor para con el prójimo. Nos limitaremos solamente a citar algunos de sus actos en donde de un modo directo resplandece mejor su amor a sus hermanos. Ya desde su juventud se vio en nuestro sacerdote una voluntad decidida y feliz disposición para conciliar los ánimos de personas enemistadas, consiguiendo apagar el fuego de la ira y malquerencia con sus palabras impregnadas de dulzura y caridad: “¡Ah!, si hubiera seis en cada ciudad y uno en cada pueblo como D. Enrique (decía con este motivo un anciano sacerdote que le trató íntimamente por espacio de muchos años), de seguro que no tendríamos que lamentar en las familias y en la sociedad tantos males originados de las rencillas y divisiones”. Nadie le oyó hablar de los vicios y defectos de sus semejantes; antes solía interpretar en sentido favorable, por poco que pudiese, las acciones de los demás, o hacía resaltar sus virtudes y buenas cualidades, sin cansarse de alabarlas siempre que se ofrecía ocasión para ello. Considerábase dichoso cuando podía favorecer a los necesitados y pobres. Un día compareció al Colegio Primario con un manteo muy viejo y raído, que no era el suyo.- Pero, Padre, ¿qué manteo es ese?, le dijo una Hermana al notar aquel cambio.- ¿Qué has de hacer, hija?, le contestó sonriendo, dando a entender (y así lo comprendió la Hermana) que había voluntariamente trocado su manteo casi nuevo por el echado a perder de un sacerdote pobre. Si amar al prójimo es también sufrirle las impertinencias y molestias con que viene a mortificarnos, nuestro sacerdote las sufría de tal suerte, que no lograban jamás hacerle perder su bondadosa serenidad. ¿Cómo había de perderla cuando ni las más graves injurias y hasta calumnias con que fue combatido pudieron ser parte para, no sólo apagar en su alma ese su gran amor al prójimo, sino ni aún quejarse, como ya lo apuntamos al tratar de sus obras de celo? No en vano había tomado por patrono, desde su juventud, a San Francisco de Sales, cuya dulzura, suavidad y amor al prójimo supo imitar con tanta perfección durante su vida, que bien podemos decir que hubo entre estas dos almas muchos puntos de semejanza. De su devoción al Santo Obispo de Ginebra nos dejó clara muestra, escribiendo y publicando don Enrique, dos años antes de morir (1894), una preciosa obrita en honor del Santo titulada Tributo amoroso al dulcísimo doctor San Francisco de Sales. Si nos fuera posible copiar aquí algunas páginas de este libro, que acabamos de hojear, nuestros lectores podrían observar fácilmente, que lo que se escribe allí de San Francisco, se podría aplicar con toda exactitud al autor de esas encantadoras páginas (1). Y no sólo en estas virtudes imitaba al Santo, sino también en la amable y poética sensibilidad de su alma para los animales, avecillas, plantas y flores, etc. “Al visitar el magnífico Colegio Primario que la Compañía teresiana tiene en San Gervasio (nos decía hace poco un amigo nuestro, y que lo fue de D. Enrique), paréceme que aún le veo acompañarme cariñosamente, como solía hacerlo muchas veces, por aquellas sendas y caminos del huerto, contemplando los tablares plantados de hortaliza y orlados de árboles frutales. ¡Con qué dulce complacencia y afectuosas palabras me obligaba a llenarme las faltriqueras de sabrosas frutas, que él mismo me cogía! No contento con eso, me obligaba a mandarle la criada para que

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pudiese probar las verduras de su huerto, recordándome a mí a aquel D. Francisco de Salcedo, de quien Santa Teresa nos cuenta en sus Cartas que era tan galán y solía regalarle manzanas, rábanos y lechugas. En una ocasión (seguía refiriendo nuestro amigo) halléle plantando en un bosquecillo matas de romero, espliego y otras plantas olorosas que trajo de su amado Montserrat, invitándome a ayudarle en su labor, a que él se entregaba con sencillo y delicioso afán, logrando ver pronto convertido en frondoso bosque aquel su tierno plantel, símbolo de otras magníficas plantaciones espirituales que ha llevado a cabo. Sus palabras, sus observaciones impregnadas del espíritu de Santa Teresa, venían a perfumar y santificar estos ratos de expansión, que se tomaba D. Enrique después de sus gravísimas ocupaciones, meditaciones profundas y escritos espirituales. Referíame el gozo que experimentaba su alma al contemplar al sol naciente y verle aparecer por encima de la vecina y pintoresca colinita que se eleva a la izquierda del Colegio, cuando los dulces fulgores reverberaban en los cristales de aquellas preciosas quintas o torres que animan el paisaje, y las avecillas saludaban al astro día, y despedían más penetrante aroma los árboles y flores que rodean y aún parece que quieren abrazar la fachada del grandioso edificio. Lo que no me refería, y es sin duda lo mejor, cómo su espíritu remontaba su vuelo en alas de la oración ante semejante espectáculo. Al mastín que tienen las Hermanas para guardar de noche el Colegio, así como a otros animalitos, acariciábales con tal blandura y suavidad, que no me parecía sino que daban ellos muestras de adivinar y agradecer la bondad de quien así los trataba. Era amigo decidido de las inocentes avecillas, a quienes, sentado en cierto sitio del jardín donde muchas de aquéllas solían reunirse, las llamaba y les daba migas de pan, sobre todo en el tiempo crudo del invierno, y mejor aún, si la nieve tapizaba el suelo. Era de ver el cuadro encantador que ofrecía nuestro sacerdote rodeado de los pajarillos, que confiadamente se le acercaban, como si diesen a entender la confianza y simpatía que les inspiraba su buen amigo. Como tal, nunca permitía que se les persiguiese ni se les hiciese daño. A una Hermana que echó una piedrezuela a una de aquellas “criaturitas de Dios”, como él las llamaba, la reprendió con grande severidad. En fin (acabó por decir nuestro amigo), yo me cansaría si hubiese de referirle los recuerdos de D. Enrique que se agolpan a mi mente cuando visitó dicho Colegio, los cuales, aparte de sus grandes virtudes, vienen a declararme la delicadeza, bondad y poesía espiritual de sus sentimientos que, reflejo de su hermosa alma, le hicieron tan amable y bondadoso para cuantos le trataron”. Por nuestra parte, añadiremos que aquellos pasajes de los libros de Santa Teresa, de Fray Luis de León, de San Francisco de Sales, y de algunos otros, en donde se trata de la serenidad, orden y belleza de las obras admirables de Dios, embelesaban a D. Enrique, los sabía de memoria y solía citarlos a menudo, como puede verse en sus libros y artículos. Si los campos, agua y flores, como nos refiere Santa Teresa, despiertan en el alma la memoria del Criador y la recogen para la oración, no hemos de extrañar que estas mismas aficiones y gustos contribuyeran grandemente en D. Enrique a que fuera su oración tan constante y fervorosa. Lo veremos en otro articulito. A. B. J. (1) Cuando en 1877 Pío IX designó al nuevo Doctor de la Iglesia San Francisco de Sales por Protector especial de la prensa católica, escribió D. Enrique estas palabras: “Aunque este Santo dulcísimo no reuniese el título de Doctor, ya le profesábamos especial cariño y devoción. No le conocíamos apenas, y tierno niño le amábamos con pasión por sus inspirados escritos, que formaron nuestras delicias en nuestra adolescencia. El extracto que hicimos de todas sus obras, de las que entresacamos sus más delicados pensamientos a la edad de 15 años, nos ha servido de guía segurísima en todos los contratiempos de la vida, y de luz y consejo para muchas almas. Sus Entretenimientos, sobre todo, donde con sus Cartas está mejor retratado el corazón del Santo amabilísimo, fueron y son aún nuestra más sabrosa lectura. Además, el ser este Santo suavísimo muy devoto de nuestra santa Madre Teresa de Jesús, a la que nombra a cada paso en sus escritos, y hasta copia, digámoslo así, páginas enteras, como sucede en la Práctica del divino amor, nos lo haría hoy más amable si no lo fuese por su carácter y condición, la más semejante a la de nuestra seráfica Doctora. Leyendo a Teresa parece oírse a Francisco de Sales, y leyendo a Francisco de Sales se oye a Teresa. Tan semejantes son estas dos almas amabilísimas destinadas a ser el martillo de la herejía,

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Apóstoles de la fe, Robadora de corazones, y las dos almas que han hecho más fácil, seguro, llano y amable el camino de la virtud. Además de que San Francisco de Sales es Patrón y Protector especial de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, y está destinada a hacer revivir la fe y verdadera piedad y devoción en el mundo”.

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REVISTA TERESIANA Nº 350, junio 1901, pág. 261.

LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA DE JESÚS

MEMORIA HISTÓRICA

Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.- Bodas de Plata de la Compañía.- Estreno de la Casa-Noviciado.

¡Oh, qué tres acontecimientos tan grandiosos, tan sublimes, tan consoladores para las Hijas de la Compañía! ¡Oh, qué tres grandes ideas, madres fecundas de muchas otras, las cuales, no sólo las guardamos como un recuerdo indeleble en nuestra memoria, sino que estos mismos sucesos, triples en su forma y uno en su esencia, los tenemos grabados en nuestra propia alma, van envueltos en nuestro modo de ser, y constituyen el estado de la Compañía, ya en su pasado, ya en su presente, y ya en su porvenir! ¡Fiesta del Sagrado Corazón! El solo recuerdo de las bondades del Corazón Divino, evoca para nosotros el origen, nacimiento, desarrollo, crecimiento y la vida toda de nuestra Madre la Compañía. Sí, del Corazón Sagrado y en el día de su propia fiesta, viernes, a los 23 días del mes de Junio del año del Señor 1876, brotó esta obra de celo, a la cual se le dio el nombre de la invicta Fundadora, gran Santa y gran Mujer, nuestra Madre muy amada, Santa Teresa de Jesús. Cual una gota del océano de las bondades del Corazón Divino se deslizó sobre la tierra esta mínima Compañía y cayó sobre el mundo, tan humilde como ignorada, tan pobre como privada de los auxilios humanos, tan deleznable en las personas que la habían de formar, como suele Dios hacerlo al tratar de llevar a cabo sus grandes obras. Las Bodas de Plata que, cual fausto acontecimiento, celebramos con júbilo en este día, recuerdan a nuestra Compañía cinco lustros cabales de existencia. ¡Veinticinco años de vida, movimiento y acción, procurando nuestra perfección y la de nuestros prójimos! ¡Veinticinco años de oración, estudio y enseñanza! ¡Veinticinco años de gracias por parte de Dios, y veinticinco años también de experiencia por nuestra parte! Comenzamos casi niñas, y hoy, después de cruzar el mundo en brazos de nuestra Madre la Compañía, nos encontramos en el mundo de la realidad, de lo verdadero, de lo formal, de lo recto. Bogando en todas direcciones en la frágil barquilla de la Compañía, veinticinco años que buscamos a Dios, y a Dios hemos encontrado. Lo ha encontrado nuestro entendimiento y lo han encontrado sobre todo nuestra alma y nuestro corazón. Dios-Verdad se deja encontrar de los que le buscan; Jesucristo-Camino nos conduce a Sí mismo, y Cristo Jesús, Vida de las almas, vivifica con su divino contacto todo cuanto se le acerca. ¡Qué verdad tan consoladora! Esta nueva Casa no es más que un símil de los templos vivos que Jesucristo pide de cada alma que habite dentro de estos muros, que ya el Señor ha santificado con su presencia. Y la multitud de ángeles que moran en este recinto, santuario del Señor, hoy se complacen en vernos aquí congregados en nombre de nuestro Rey; y a los cuales saludamos reverentes, nos unimos a ellos para adorar a Jesús Eucaristía, y les suplicamos que nos ayuden siempre y en todas las cosas, para que, cuanto aquí se ore, se estudie y se trabaje, sea todo en honra y gloria del Sagrado Corazón. ¡Gloria, honor, alabanza y raudales de gracia al Corazón Divino que aquí nos ha juntado para celebrar tan memorables fiestas! Justo es, que, como homenaje de adoración y gratitud filial, vengamos esta noche a depositar a sus sagradas plantas la amorosa gratitud que por Él sentimos, en las tres fiestas, tres solemnidades y tres fechas, las cuales envuelven las tres fases de la historia de la Compañía, esto es, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro porvenir. Comencemos por nuestro pasado. Sabido es que era el día 2 de Abril y Domingo de Pasión del año 1876, cuando nuestro ilustre Padre Fundador tuvo la feliz idea de fundar la Compañía; la cual tiene por fin el extender el reinado del conocimiento y amor de Jesucristo por todo el mundo. Por armas, la oración, la enseñanza y el sacrificio; por objeto, salvar las almas; por bandera, Viva Jesús; su

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deber, consolar a Jesucristo; por fundamento, la santa humildad y por ocupación continua, sacrificarse por la perfección propia y la de nuestros prójimos. He ahí en pocas palabras lo que es la Compañía. Engendrada, como se ha dicho, en el día de Pasión, que es todo cruz y dolor, y nacida en el día del Sagrado Corazón, que es la manifestación más tierna de su amor, necesariamente debía sacar un espíritu conforme al Sagrado Corazón, esto es, un espíritu de dolor amoroso y de un amor lleno de sacrificios. Este es el mejor espíritu que debe informar siempre a la Compañía, porque es el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo; enseñando a las almas, las amaba con toda la inexplicable ternura del Corazón de un Dios Hombre, y al mismo tiempo, padecía por ellos los más indecibles tormentos interiores. Todas las almas que quieren seguir a Jesucristo por el camino del Cielo, es preciso que pongan los pies en sus huellas ensangrentadas; de lo contrario, vanos serán nuestros frutos. Respecto a lo que atañe a la parte material y moral de nuestra historia, cúmplenos decir que caracteriza esta época dichosa del principio de la Compañía, primero, la santa pobreza; un poco más tarde, la contradicción de buenos, y si añadimos a esto el encontrarnos todas las que la componíamos, casi en la infancia de la vida espiritual y al principio de la vida religiosa, tendremos el cuadro completo de aquellos tiempos. Nuestra pobreza era suma. Esta santa virtud ha sido la verdadera madre de la Compañía, y a la cual debemos el ser y la prosperidad. Testigos son esas paredes que acabamos de dejar, de momentos críticos en que nos faltaba todo. Si es verdad que sufríamos privaciones de todo género; no obstante, un raudal de interior alegría inundaba nuestro pecho. La primera capilla se componía, en vez de paredes, de un entretejido de cañas, que sin más aliño ni compostura, cerraban el ángulo de una pequeña estancia. Nuestra mesa de comedor era un cañizo, nuestra cocina un hornillo ambulante, nuestra despensa una cesta. Vivimos todo el rigor de un invierno sin que hubiera puertas ni ventanas para cerrar, con ropa escasa, con alimentos muy pobres, que se procuraban como se podía, con necesidades mil; y sin embargo, el Señor nos hizo la gracia de que estuviésemos siempre contentas, siempre felices, siempre llenas de gozo en el Señor. No parece sino que aquella vida de tantas privaciones, inclinó la Misericordia Divina para ayudarnos a pasar con constancia otra serie de penas que nos han tenido oprimidas hasta el momento en que, a Dios gracias, hemos venido a cobijarnos bajo este techo que la Providencia Divina nos ha deparado. ¿A qué recordar la historia más o menos verídica de la Casa que acabamos de dejar? Diferentes opiniones y cambio de pareceres de personas buenas, fue el origen de una serie de trabajos para nosotros de índole desconocida. ¡Oh! ¡Con qué suave complacencia recordamos todavía el cúmulo de penas que entonces se agruparon en nuestro corazón! ¡Gracias, Corazón Divino, gracias! En este momento solemne recibe del corazón nuestro la más viva gratitud, por habernos dejado probar una gota de mirra en honor Tuyo, y perdona nuestra ignorancia, por la cual surgieron tantas dificultades. Y todos los que de algún modo contribuyeron a todos aquellos sucesos, reciban nuestro voto sincero de acción de gracias, y haciendo especial mención de los que ya no existen, cubrimos sus tumbas con las flores de nuestra modesta gratitud, y rogamos al Corazón Divino, les pague y recompense los muchos bienes que nosotros les debemos. Este ha sido nuestro pasado. Digamos ahora dos palabras acerca de lo presente. Considerada la Compañía tal como hoy existe, en su organización material, ha tenido para su supremo y especial gobierno cuatro Superioras Generales: 1ª Dª Teresa de Jesús Pla, que la gobernó cuatro años. 2ª Dª Saturnina del Corazón Agonizante de Jesús Jasá, ocho años y medio. 3ª Dª Rosario del Corazón de Jesús Elíes, nueve años, y Dª Teresa de Jesús Blanch, la cual rige hoy día sus destinos. Cuenta con un personal de 440 hermanas y 67 que han pasado a mejor vida con una muerte edificante. Consta de cuatro provincias que se extienden por tres partes del mundo, Europa, África y las dos Américas. Tiene 35 Colegios, en donde reciben educación cristiana más de 9.000 niñas, y cada día ensancha más sus conquistas por medio de los dos Apostolados de oración y enseñanza. Los intereses morales e intelectuales de la Compañía el Señor los multiplica también con largas bendiciones, pues cuenta con 19 profesoras de título Superior, 54 de

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elemental, 30 profesoras de párvulos, gran número de auxiliares, varias hermanas estudiantes, 14 coadjutoras, 58 novicias y algunas Postulantes. Nadie extrañe mi digresión, pues llegados aquí, me es forzoso volver los ojos al Señor para decirle: ¡Corazón Divino! Vos sabéis que no hemos sabido corresponder a estos beneficios, a este cúmulo de gracias; os lo confesamos para confusión nuestra; más así y todo, a semejanza de las aves que van aprendiendo a volar, así nosotras, me consta que todas estas almas os lo quieren agradecer todo a Vos; que estudian, sí, pero su primero y más grandioso libro es el libro de vuestro Sagrado Corazón, y con Él, ciencia y virtudes, lo quieren todo para disponerse a cumplir nuestra alta misión sobre la tierra, la cual nos impone el deber de hacer conocer a Jesucristo y hacer que sea amado por todos los ámbitos del mundo. Mas esta consideración nos conduce ya a la segunda parte de nuestro discurso, que es dar una mirada al porvenir de la Compañía; por lo tanto, se hace preciso que a este deber, tan grato para nuestro corazón, le demos punto y lugar aparte. S. T. J. (1) (Concluirá) (1) Con estas iniciales firman modestamente sus escritos las Hermanas de la Compañía teresiana.- (N. del T.).

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REVISTA TERESIANA Nº 350, junio 1901, pág. 268.

DESEO REALIZADO

El Rdo. P. Gracián, en una nota puesta a una de las cartas de la Seráfica Madre Teresa de Jesús, dice: “Tenía Santa Teresa de Jesús tanto de celo de las almas y estaba tan fervorosa en este ministerio y deseosa de él, que no solamente en una villa, sino en todas las ciudades y villas de España, gustara se hiciese otro tanto de fundar colegios para la educación de las doncellas”. Mas lo que no pudo la celestial Maestra, a pesar de sus deseos y esfuerzos, lo pudo, con el auxilio de Dios, uno de sus más aventajados discípulos; lo que no pasó de ser un pequeño ensayo, a pesar de los esfuerzos de la gran celadora de los intereses de Jesús, es hoy una obra desarrollada, con las alabanzas del Sumo Pontífice y las bendiciones de los Obispos, merced a los apostólicos trabajos de su muy ilustre admirador y perfecto imitador. Eranse los albores del mes de Abril de 1876, Domingo de Pasión y fiesta de San Francisco de Paula, y en la bella ciudad del Ebro, en la antigua Tubal, por esencia Mariano-Teresiana, ya que mucho se ama y venera en ella a María y a Teresa; en la deliciosa Tortosa, finalmente, la infinita providencia de Dios deja caer un átomo de bondad y misericordia desprendido de su suavísimo Corazón, y Teresa de Jesús, esa mística jardinera toma este minutísimo grano de mostaza, siémbralo en el alma de un devotísimo hijo suyo, y como esta bella alma es tierra muy bien dispuesta y preparada, concibe un muy levantado pensamiento, acaricia un nobilísimo deseo, que es muy luego traducido en hecho. Fija su mente en sólo la mayor gloria de Dios y honra de la Santa que le tenía el Corazón robado, y apoyado en los consejos y luces de prudentes y sabios Obispos y en la discreción y las oraciones de virtuosísimas personas, presenta en el día 23 de Junio de 1876, fiesta del sacratísimo Corazón de Jesús, en la antigua e ilustre Tarragona, frondosa y robusta planta, que convertida hoy en frondoso árbol, cobija bajo sus ramas, que se extienden hasta las más apartadas regiones, a multitud de avecillas, esto es, de almas que se forman en el conocimiento y amor de Jesús, María, José y Teresa de Jesús. Este es el deseo realizado, deseo que con verdadero amor acarició la gloriosa Santa en Medina del Campo, pero que no llegó a realizarse por ciertas exigencias del Abad de Valladolid D. Alonso Mendoza, a las que la Santa con firme entereza no quiso acceder; deseo que vino a realizar en nuestros tiempos su fervoroso devoto, su apasionado hijo, el malogrado apóstol de la devoción de la Santa, el nunca bastante llorado Rdo. D. Enrique de Ossó y Cervelló, el que por su celo y por sus obras teresianas mereció oír de autorizados labios, cuando la romería al sepulcro de la gloriosa Santa (Agosto de 1877) estas palabras: “Castilla guarda el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, pero Cataluña posee su corazón”; deseo realizado con la fundación de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, cuyo benemérito Instituto cuenta con diversas residencias fundadas, no sólo en diversas provincias de España, si que también en Portugal, África y en las repúblicas de Méjico y del Uruguay. ¡Alabanza, honra y gloria a Dios nuestro Señor! ¡Por siglos de los siglos sea bendito y ensalzado! Su bondad y misericordia infinitas han hecho que en estos tiempos, más desgraciados aún que los tiempos de Teresa de Jesús, se viesen realizados los deseos de esta su seráfica Esposa. Vele continuamente su eterna providencia sobre las nuevas Hijas de Santa Teresa que constituyen su Compañía, para que siendo fieles al plan que en las Constituciones les tiene trazado su esclarecido Fundador, sean siempre, lo que les ordena la Constitución IV, núm. 12 “Deben ser las primeras en extender el reinado del conocimiento y amor de Jesús en medio de un mundo perverso y corrompido que clama de continuo con sus palabras y obras: No queremos que Cristo Jesús reine sobre nosotros. No le serviré. Por esto en las de la Compañía todo: vestido, ademanes, miradas, modales, palabras y acciones deben clamar: “Viva Jesús; soy toda de Jesús; amemos a Jesús”. Deben embalsamar el mundo con el buen olor de Cristo Jesús, como su Madre, Maestra y Capitana Santa Teresa de Jesús. De suerte que al verlas el mundo se vea forzado a exclamar: “Así hablaba, andaba, conversaba y obraba Santa Teresa de Jesús”. ¡Pobre D. Enrique, fiel instrumento de la divina bondad para llevar a feliz término la regeneración de la mujer, por medio de sus fundaciones teresianas! Nuevo Moisés, desde el destierro, en el que no pocos disgustos tuvo que sufrir y no pocos sinsabores que devorar, vio la tierra de promisión que había de fluir leche y miel para sus hijas, bendijo y dio gracias al Señor en lo interior de su corazón de fuego; y su hermosísima alma voló al Cielo para alcanzar más copiosas bendiciones para su obra. Bien quisiera, cumpliendo con lo que dice la Escritura

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Santa: Alaba al hombre después de su muerte, dedicar recuerdo de fina gratitud al respetable amigo del alma, al dignísimo compañero de quien tan saludables enseñanzas recibí y en quien tan bellas virtudes admiré; pero no me siento con ánimo para ello. Basta para honrar su memoria recordar lo siguiente: “Por los frutos conoceréis el árbol”, dijo el divino Salvador. Mírense los frutos producidos por su incansable celo, a saber: la Compañía de Santa Teresa, la Archicofradía Teresiana, el Rebañito del Niño Jesús, la Asociación Catequística, la Hermandad Josefina, etc., etc. y esto predicará suficientemente quién era el nunca ponderado Sr. de Ossó. El Excmo. Sr. Vilamitjana, dignísimo Obispo de Tortosa, conocedor de las íntimas y estrechas relaciones que me unían con el Rdo. Sr. de Ossó díjome en cierta ocasión: “¡Ojalá se hallasen dos o tres Ossós en cada Diócesis de España!”. Venerable y respetable sacerdote, desde el trono de subida gloria en que, piadosamente pensando, te sientas en el Cielo, bendice a éste tu amigo que te amó y respetó y que te admira y venera, bendice a tu Compañía y demás obras teresianas, bendice a tu Tortosa y tu España, y alcanza del Señor bendiciones y días de bienandanza para la Iglesia y para el Sumo Pontífice. AGUSTÍN PAULI, Pbro.

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REVISTA TERESIANA Nº 351, julio 1901, pág. 292.

LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA DE JESÚS

MEMORIA HISTÓRICA

(Conclusión)

¿Quién es capaz de hablar con acierto del porvenir de la Compañía? Esta tarea, hasta cierto punto es imposible, porque sería tanto como penetrar las gracias que encierra el Corazón Divino para aquellas almas, de entre nosotras, que de veras le sean fieles. No obstante, mucho hay que decir, porque mucho hay que hacer. Es tan interesante este punto, que nos va en ello, nada menos que el perfeccionamiento o no, de toda la Compañía. Al tratar de nuestro porvenir, no vamos a mirar si de aquí a otros 25 años tendremos gran número de ricas casas, o hermosos Colegios; no pretendemos saber si entonces seremos pobres o ricas; nada nos importa si en aquel entonces gozaremos de honras o de muchos méritos personales. Nada de eso; atrás todo; pues si en nuestros cálculos entrasen estas cantidades negativas, de seguro que el problema del porvenir obtendría un fatalísimo resultado. Otras son nuestras miras, otros nuestros cuidados, otros los deseos de nuestro corazón. La Compañía está destinada a desarrollarse y a ensanchar su esfera de acción en el siglo XX que ahora comenzamos, el cual es llamado por antonomasia, el siglo del reinado de Jesucristo, por medio de su Corazón Sagrado; y he ahí el punto donde se deben reconcentrar todos nuestros trabajos, todos nuestros esfuerzos, toda nuestra vida, así espiritual, como intelectual y moral. ¡Que reine el Sagrado Corazón de Jesús sobre toda la tierra! Que reine por su fe en los entendimientos. Que reine por su Ley en las costumbres; por su Cruz en las almas y por su amor en los corazones. Como los antiguos Patriarcas, clamaban por la venida del Mesías, la Compañía clama por el reinado del Sagrado Corazón de Jesús. Que venga ya su Reino sobre toda la tierra y que nosotros seamos a la vez el Reino suyo. ¡Ven, Jesús, ven y reina en el mundo, y muy especialmente en los corazones que tan ardientemente te desean, para que ellos extiendan sus conquistas por todas partes, pues no es Reino prestado el que tenéis, sino ganado con la sangre preciosa de vuestras sagradas venas! Esto queremos, esto deseamos, esto pedimos, para esto hay que templar las almas de todas las hijas de la Compañía, este es nuestro único deber, para el porvenir que comienza hoy. Al considerar los adelantos que en estos años se han hecho en la Compañía, no hemos podido menos de preguntarnos algunas veces. ¿En este progreso material; gozando de este viento en popa en que parece marcha todo, está el ideal que busca la Compañía para dar a conocer a Jesucristo, para hacer todo el fruto que se debe en las almas? Yo misma me respondía que no. Esto, indirectamente, puede ser enderezado a este fin, mas otra cosa es lo que tanto buscamos. ¡Pues qué! ¿Estará en enseñar a tantas miles de alumnas que llenan nuestros Colegios, como ya se hace? ¿En tantos exámenes brillantes, en tanto empeño por las letras y el saber? Esto ya es algo más, pero tampoco es eso. ¿Pues consistirá todo el mérito de la Compañía en la oración mental y vocal que en ella se practica por las necesidades propias, para que haya santos y sabios sacerdotes, para que se salve el mundo? Esto ya es mucho más, pero todavía no es bastante. Todas estas cosas muy buenas son en sí, porque por la oración llevamos las almas a Dios, con la enseñanza llevamos a Dios a las almas; pero todavía falta algo muy interesante. Mas cuando he tenido el consuelo de ver, de entre nosotras, almas enamoradas del Sacrificio y de la Humildad, que lo buscan, que lo ansían, que lo quieren; ahora sí, me he dicho para mis adentros; ahora sí que la Compañía empieza a disponerse para ser lo que Dios quiere que sea; ahora sí, que comienza a sacar la semejanza con su Madre Santa Teresa, tan humilde y tan sedienta de padecer; ahora sí que la Compañía promete ópimos frutos para el porvenir.

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Dos grandes pasos hemos dado en los tiempos pasados, orar y enseñar; ahora ya hemos de dar otros dos más adelante, el sacrificio y la humillación. Hemos orado y enseñado, es verdad; pero no nos hemos sacrificado y humillado bastante; de aquí nace la perfecta caridad. Venid, almas valerosas, que suspiráis por el desarrollo del apostolado del Sacrificio, este es el día vuestro. Y las almas débiles que teméis los rigores imaginarios de la Cruz, que aún no conocéis, venid también; este es para todos el día nuestro, el día que hizo el Señor desde la eternidad, para fundirnos en un solo pensamiento, en un solo corazón, en un solo espíritu, espíritu de nuestra Madre la Compañía, que ha de sustentar nuestra alma, como la sangre de nuestras venas sustenta el cuerpo. Nuestras Reglas exhortan a cada una cupe su lugar de preferencia en el Corazón de Jesús. Mirad este lugar y ¡oh sorpresa! en el lugar preferente del Corazón Divino vemos una Cruz. ¡Quién lo había de pensar! ¡Luego, para ocupar nuestro puesto de honor, se hace preciso ponerse en lugar de esa Cruz, o vivir siempre abrazada con ella toda la vida! ¡Cierto que sí! y la que allí no ha llegado, que vaya apretando el paso. Todos sabemos lo que respondió Jesús a la madre de los Zebedeos, que pedía para sus hijos los primeros puestos. “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. “Podemos”, dijeron ellos. Pues si podemos nosotros quitar de ese Sacrosanto Corazón, la Cruz que tiene clavada hasta el fondo que simboliza todo el mar de sus dolores internos, para plantarla en el corazón nuestro, fácil serán todas las cosas a las Hijas de la Compañía. ¡Oh! ¡Cuánto precio tiene el apostolado del Sacrificio! Con él pagamos a Dios por nuestros pecados. Consolamos al Corazón divino. Tanto como sufrimos nosotros, disminuimos el dolor suyo. Compramos en cierto modo sus virtudes y gracias. Salvamos las almas con Jesucristo, pues se convierte en Dolor Redentor. El Sacrificio, introducido en el fondo del alma, por amor a Jesús, saca al punto cuanto desordenado encuentra el ella, desapega el corazón de todas las cosas, forma el vacío en el alma y entra a llenarlo el Espíritu Santo con sus gracias, sus dones y sus frutos. Frutos que el Señor concede con abundancia a las almas que todo lo sacrifican por amor suyo. El corazón lleno de sacrificios es un receptáculo de agua refrigerante en donde Jesús recibe consuelo en todo su ser. El sacrificio es el viento bonacible de popa, que hinche las velas del amor en la barquilla del alma, y es también su lastre, porque produce humildad. ¡Sacrificio y humildad! He ahí los dos secretos encerrados en el Corazón Sagrado, los cuales el mundo no conoce ni sabe aprovechar, y es preciso que la Compañía tome por su cuenta la divina tarea de sembrar por doquiera esta semilla toda celestial. El porvenir todo de la Compañía, su pujanza, sus méritos, su valor, sus triunfos, sus conquistas, su dicha, su paz y su todo, está cifrado en este divino aprendizaje del sacrificio y de la humildad del Corazón Divino. Sabrá grabar a Jesucristo en las almas, si primero cada una de sus hijas lo copia en sí misma, y copiar a Jesús en la propia alma, es sumergirse en el dolor voluntariamente. Sólo las almas de celo sacrificado y humilde pueden servir de conductor a Jesucristo para comunicar la vida de su Corazón al corazón de sus hijos. ¡Oh Señor! ¡Dadnos más y más amor al sacrificio y a la humildad, y después dejadnos hablar de Vos! ¡Dejadnos decir a las gentes que vuestro Corazón es el cielo de la tierra, que por la herida y en las gotas de sangre que destila, afluyen sobre nosotros, como una rica fuente, las gracias, los beneficios, los dones, la misericordia, las riquezas, la ciencia, la paz, las virtudes todas, y que cuanto existe en los cielos de los cielos se nos viene al mundo por el maravilloso conducto de vuestro Santo y Sagrado Corazón! Dejadnos también plantar esa cruz en el corazón de los hombres, pues sólo así despertaremos a todos del letargo en que nos tienen las comunidades de la vida y la pereza del espíritu. ¡Ah! El mundo está narcotizado por la sensualidad, Señor; siquiera en el corazón de la infancia dejadnos primero plantar la cruz para que no se adormezcan en ella los dones que recibieron en el Bautismo. ¡¡Tantas almas bellísimas que debían ser santas, y por falta de sacrificios no lo serán!! Las gentes apenas conocen a Jesucristo su Salvador; de ahí la gran necesidad de que se enseñe, sobre todo a los niños, que ese Jesús tiene vida, y esa vida radica en su propio Corazón, y que ese Corazón y esa vida, es la vida y el Corazón de todo el linaje humano. “En Él vivimos, nos movemos y somos”. ¡¡Oh!! ¡Y cuánta ignorancia hay en las almas, ignorancia de quién es Jesucristo, y de las operaciones divinas de ese Corazón Sacratísimo, que vive, que siente, que ama, que palpita, que padece y en el cual radica la perfección

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indecible, porque participa de la santidad del Verbo! Ese Corazón, asiento de aquella alma criada por Dios, su Padre, con todas las prerrogativas, gracias y excelencias que plugo a Él concederle. Ese Corazón, sagrado trono en que se contienen los dones más excelentes del Espíritu Santo y océano de maravillas y hermosura, que toda una eternidad no ha de bastar para amar y comprender. ¡Oh dolor! Se considera a Jesucristo, y aún por casi la mayor parte de los que hacen profesión de rendir culto al Sagrado Corazón, como una cosa inanimada, destituida de vida y de sentido y separado de nosotros, como si Él viviera solo, allá en los cielos, y nosotros en la tierra sin más relaciones ni dependencia que la que resulta de una vida tibia y regalada. De esta triste verdad se desprende la gran necesidad de llevar almas a Jesucristo, de acercarlas, de ponerlas en contacto con su Corazón Sagrado, para que se enamoren de sus perfecciones divinas, se calienten con el suave celo de su Corazón y se les comunique ese amor a su cruz, que es la señal infalible de las almas predestinadas. Aquí sí que vendría bien decir que, para lograr esto, “el que tenga celo que clame, el que tenga ciencia que enseñe, el que tenga pluma que escriba, el que tenga bienes que gaste y el que tenga valor que padezca y que obre”. El misterioso significado de esas espinas, de esas llamas, de esa herida, de esa Cruz, de esa sangre, de ese amor, de ese dolor, es el amoroso lenguaje con que nos habla y nos urge a trabajar por Él. ¡Feliz el que lo entienda! ¡Oh Jesús! Dignaos abrir ya las puertas de ese Corazón Sagrado para aprender de Él vuestra actividad divina. ¡Sois todo nuestro! ¡Enseñadnos a trabajar para conoceros a Vos, imitaros, ayudaros a sufrir, salvaros las almas, amaros sin cesar! – Si los estudios humanos producen cada día nuevos inventos, ¿qué inventos divinos no se descubrirán en el Corazón Sagrado, con el estudio y práctica de la santa humildad? Dado este sólido fundamento en la Compañía, fácil nos sería sacar el retrato verdadero de sus Hijas en el porvenir. Ved a las almas de este temple cómo trabajan con la mirada fija en solo Cristo; no se distraen por nada de su santo pensamiento. Con la espada del sacrificio, y desde los profundos abismos de su Nada, van dando muerte uno a uno a todos los actos que les producen las pasiones, tan conformes a la ley del pecado y en esta muerte de todos los instantes, en que ellas mismas sacrifican su propio corazón, Jesús les va dando la vida del suyo, como amoroso retorno de su fiel correspondencia. Si ellas se sacrifican por Él, en el propio sacrificio, Él les retorna su propia vida, vida llena y abundante para Sí y para los demás. Y, cosa particular, bien digna de notarse. Cuando decimos que a Dios damos nuestro Corazón, nuestra alma, nuestra vida, cualquiera de las cosas que nos pertenecen, esa palabra no tiene sentido, ese dar no es una verdad si no sacrificamos antes el don que le ofrecemos. Si ese corazón, si esa alma, si esa vida, no se la sacrifica antes, Jesús no la recibe. Podrá, sí, como amoroso Padre de los pecadores, recibir los deseos vagos de entregarse las almas a Él, pero no admitirá jamás la ofrenda misma, si antes no se le sacrifica. ¡Al sacrificio pues! Sólo estas almas que se sumergen en ese mar, son enérgicas ante la dificultad, saben esconderse en su bajeza cuando les embiste la soberbia, sonrientes cuando la cruz interna las tritura, y esto se comprende: porque la vida que se compone de sacrificios produce una atmósfera de pureza, como cuando quitados los miasmas de un cuerpo infectado, lo sanamos, renovándole el aire y dándoselo puro. Estas almas son las de mirada de águila para todo lo espiritual y santo, al mismo tiempo que comprenden maravillosamente las emboscadas del corazón. Viviendo siempre para los demás, y con la insaciable sed de perfección, por complacer las complacencias divinas, quisiera a cada instante aniquilarse a sí misma en Dios, e introducir en el Corazón Divino cuantas almas componen esa humanidad ingrata. Este es el tipo de verdadera hija de la Compañía. Estos los efectos santos de la humildad. Por lo tanto, señores, en esta noche solemne, en esta fecha memorable, aquí, cabe el trono del Sagrado Corazón, venimos a pedirle una gracia, a saber: Sacrificio y Humildad. Sacrificio y humildad, para asemejarnos a Vos y daros un consuelo; ¡sacrificio y humildad! para que fructifiquen los trabajos de la enseñanza en las almas; ¡sacrificio y humildad! os pedimos, para poder llegar a cumplir con fidelidad nuestros votos sagrados. Ante el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, postrada de hinojos toda la Compañía, damos al Sacratísimo Corazón de Jesús, por medio de nuestro Iltre. P. Fundador, de bendita memoria, acciones de gracias las más rendidas por todos los beneficios y privilegios que tan generosamente se ha dignado concederla desde que está fundada.

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Os damos también ¡oh Corazón Sagrado! todo cuanto tenemos, valemos y somos, nos ponemos a vuestra disposición como un poco de blanda cera; imprimid en nosotras la imagen de vuestra Divina Bondad, a nada queremos resistirnos. Os pedimos públicamente perdón de cuantas faltas hemos cometido, desagradando a Vuestra Divina Majestad, y ahora, tal como somos, llenas de imperfecciones faltas y miserias, nos lanzamos a vuestro piadoso Corazón para que nos forméis de nuevo a vuestro placer. La Compañía ¡oh Rey nuestro muy amable! necesita vivir ya con vuestra propia vida: Los latidos de vuestro Corazón Sagrado son nuestros propios latidos; vuestra Divina Inteligencia es nuestro númen; vuestra Voluntad, nuestra ley; vuestras santas Doctrinas nuestras enseñanzas; vuestra Faz amorosa nuestro consuelo, y nuestra morada, vuestro propio Corazón. Miradnos, débiles criaturas, expuestas a los vendavales de un mundo seductor, mas en Vos sólo ponemos toda nuestra confianza; para Vos sólo es todo nuestro amor; la Compañía y sus hijas a vuestras plantas se rinden, y a sólo Cristo se entregan. Plantad esa Cruz en el Corazón de la Compañía, en nuestro propio corazón, y nosotros solemnemente os prometemos ayudaros a extenderla por toda la tierra, puesto que el Reinado del Sagrado Corazón, es el Reinado de la Cruz, y el Reinado de la Cruz, el triunfo del Sagrado Corazón. S. T. J. Valencia 20 de Abril de 1901.

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REVISTA TERESIANA Nº 352, agosto 1901, pág. 338.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXVIII

Oración que hacía desde su primera juventud.- Tema de sus discursos.- Asunto principal del “Solitario”.- Sus palabras sobre la oración.-

Sus dos Diálogos sobre esta virtud.- Sus pláticas a las Hermanas.- Buscaba los sitios más solitarios.- Su libro póstumo.- Una página más.

Todo cuanto hemos dicho hasta ahora, y tal vez diremos aún, acerca de nuestro ilustre biografiado, de sus conspicuas virtudes, de sus apostólicos trabajos, de sus obras admirables, de su vida consagrada al bien de las almas, apenas si todo ello tendría cumplida explicación sin esta palabra, que es la clave de todo: la oración. A la manera que tampoco, la riqueza de arbustos, plantas y flores de delicioso jardín, tendría razón de ser sin el elemento del agua, que da vida, hermosura, lozanía y perfumes a plantas y flores. La oración, a la cual (como ligeramente hemos apuntado en artículos anteriores), desde su primera juventud se consagró con asiduidad y constancia D. Enrique, fue indudablemente aquella virtud y ejercicio celestial que atrajo de la divina misericordia los copiosos raudales de gracia, que tan fecundo como delicioso vergel hicieron de su alma. Por persona que tenía motivos para saberlo bien, nos consta que siendo aún joven estudiante, el Sr. de Ossó se dedicaba diariamente al ejercicio de la oración mental por espacio de una hora, aparte de otros habituales y diarios ejercicios piadosos, como el oír la santa Misa, rezar el santo Rosario, visitar a Jesús Sacramentado antes y después de comer y al recogerse en su casa. Por otra respetable persona que vivía, algunos años después, en compañía de D. Enrique sabemos que, recogiéndose de costumbre a las diez de la noche en su cuartito, que cuidaba bien de cerrar, no se acostaba hasta las doce de la noche, juzgando con fundados motivos que su alma se dedicaba durante aquel tiempo al dulce descanso de la meditación y trato suavísimo con su Dios. Con tales principios, con fundamentos tan sólidos para adquirir virtudes, e ir subiendo su alma en esa mística escala de Jacob, no es extraño que fueran siendo de cada día más admirables las obras de celo con que se manifestó al exterior su vida del espíritu. Pero fijándonos en esta virtud y práctica de la oración y meditación, bien sabido es de todos cuantos le conocieron, oyeron o trataron, que el principal, o más común tema de sus discursos era la oración, tratando de su necesidad, su excelencia, sus grados, su facilidad, sus consuelos, sus frutos, su eficacia, etc., etc. Sobre todo cuando predicaba a las jóvenes de la Archicofradía Teresiana o a sus Hijas de la Compañía, procuraba adiestrarlas discreta, ingeniosa y sabiamente en el uso de esta arma espiritual. Conocidos son por ello los frutos recogidos, merced a esta labor continua e infatigable. No bastándole ya su palabra viva para cimentar, extender y aún perpetuar su empresa, fundó, algunos meses antes de la Archicofradía, esta Revista, en cuyas páginas pudo desahogar dulcemente el ardor de su alma, ejerciendo principalmente este apostolado de la oración. Ya en uno de los primeros números de la Revista (núm. 5, Febrero, 1873) poniendo por epígrafe: “¡Orad, hermanos, porque todo lo puede la oración!”. (Santa Teresa de Jesús, carta nº 56) escribía estas líneas: “Nunca con mayor motivo que en estos tiempos malaventurados la Iglesia, como buena madre, nos repite a sus queridos hijos este encargo: Orad, hijos míos. Jamás el sacerdote de Cristo clamará al mundo con mayor oportunidad una y otra vez: Orad, hermanos; porque todo en este tiempo nos convida a orar. Sí, orad, hijos míos, nos encarga siempre Pío IX, que cual otro Pedro hállase prisionero, a fin de que descienda un Ángel del cielo, y haga caer las cadenas de sus manos. Orad, hijos míos, claman nuestros Obispos españoles al ver el estado angustiosísimo de la Iglesia en nuestra patria, para que el Señor abrevie los días de prueba y amanezca la suspirada paz. Orad, fieles míos, dice Jesús a todos los cristianos. Orad sin intermisión, nos enseña el Apóstol. Orad, nos grita Teresa de Jesús a sus

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devotos; y orad, por fin, os repite a los lectores de la Revista Teresiana un hijo humilde de Teresa que mora en la mansión de paz”.

Mas adelante, suponiendo que los piadosos lectores de la Revista suplicaban al Solitario les explicase qué sea oración, les habla así: “No puedo satisfacer vuestros justos deseos en una sola carta, mis buenos amigos, pero sí que os prometo con el favor de Dios y la ayuda de nuestra Santa, Doctora insigne de la oración, ofreceros doctrina que os facilite esta práctica importantísima. ¡Oh! si la Revista Teresiana lograse tan sólo con sus trabajos que una sola alma se dedicara al ejercicio de la oración. Todo lo daría por colmadamente recompensado; porque con esto hubiera logrado asegurar la salvación de aquella alma. Sí; nos asegura la Santa, es imposible que ore un alma y se condene; porque o dejará el pecado, o dejará la oración. Si persevera en la oración, perseverará en la gracia. Lo que no puede decirse de los demás ejercicios del cristiano. Puede uno darse a las prácticas de piedad más santas, a la confesión, a la Comunión, y no obstante vivir en el pecado, adormecerse en el estado de la culpa, perderse eternamente. Por esto la Revista Teresiana da tanta importancia a la oración; y más todavía el que os dirige estos mal trazados renglones, que habita oculto en apacible soledad. No llevéis, pues, a mal, si una y otra vez os saludo con las palabras de Jesucristo, de la Iglesia y de todos los Santos: Orad, hermanos. Ni os maravilléis os recomiende con instancia que oréis; porque si esto hacéis, todo está hecho; si no oráis, todo va perdido. Orad, y haced lo que queráis, que vuestra salvación está asegurada. Como, pues, os amo tanto, me intereso tanto por vuestra felicidad, aún la que se puede tener acá en este destierro, como quiero dulcificaros las espinas de la vida, no me reprendáis, os ruego otra vez, si os repito en mis cartas y os saludo: Orad, hermanos, porque todo lo puede la oración.

Por estas encendidas palabras, (que no pueden salir sino de un corazón y de un alma purificados y enardecidos merced al fuego que sólo se aviva por medio de la meditación), al tiempo que sin quererlo se revela y descubre su espíritu el Solitario, manifiesta a los lectores cuál es la empresa que acomete, para nunca desistir de ella en lo sucesivo. Mostrando ser hijo y discípulo aventajado de la gran Maestra de la oración, son innumerables los artículos que escribe D. Enrique (el Solitario), en los cuales trata siempre con novedad y oportunidad, acerca de la oración, excitando a ella a los lectores, no sin terminar sus artículos “Desde la soledad”, con estas o semejantes palabras: “Y si a ello unes el tener todos los días un cuarto de hora de meditación en soledad, de parte de Teresa de Jesús te promete el cielo, El Solitario”. No cabe omitir aquí el decir algo de su libro, que publicó por aquel tiempo, titulado El Cuarto de hora de oración, devocionario que tanto bien ha hecho y continúa haciendo a las almas, sobre todo de la juventud femenil. Sus dos diálogos que versan sobre la oración, (el uno precede a las meditaciones y el otro está intercalado en ellas), son verdaderamente preciosos. El autor, conocedor profundo, como sabemos, de todos los escritos y espíritu de la Santa, supo tejer primorosamente estos diálogos con palabras y pensamientos de la misma Doctora, pero dispuestos con tan sabia y suave gradación, tanta oportunidad, interés y gracia tan notables, que dudo que haya una lección más adecuada a una joven, para aprender deleitosamente el asunto de que tratan. Respecto de las meditaciones, sólo diremos que son del Solitario. En sus pláticas a las Hermanas de la “Compañía de Santa Teresa” era también muy común hablarles de la oración, ya que no sólo almas de oración, sino maestras de oración habían de ser, según les decía. Como quiera que uno de sus mayores empeños era el facilitar, y aún vulgarizar, por así decirlo, este ejercicio y práctica de la meditación, en una de sus conferencias, al explicarlas el segundo modo de orar, las decía así, poco más o menos: “El segundo modo de orar es ir meditando y considerando cada palabra de una oración aprobada por la Iglesia, por ejemplo la oración del Padre nuestro y decir: “Padre…Dios es mi Padre… ¡qué dicha ser hija de Dios!...Dios es mi Padre y Padre nuestro” (y seguía explicándoles esta palabra acabando con la petición). Pues ya veis, continuaba: Jesucristo al enseñarnos a orar, primero puso una salutación: “Padre nuestro, que estás en los cielos”. Porque cuando se ha de pedir una cosa a una persona, primero se la saluda: “Dios guarde a V. o buenos días tenga V.” etc., (y luego siguió exponiendo las siete peticiones, en las cuales está incluido todo). “No hay otra oración, añadió, tan hermosa como la del Padre nuestro y Avemaría”. “En cuanto a mí, terminó diciendo: cuanto más va, menos afición tengo a rezar otras oraciones, y siempre me voy a la del Padre nuestro”.

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En los últimos años de su vida, que consagró casi por completo a perfeccionar y dejar bien cimentado el instituto de la “Compañía de Santa Teresa”, ora escribiendo sus Reglas y Estatutos, en donde el apostolado de la oración ocupa atención preferente, ora entendiendo con paternal solicitud en los graves asuntos del Instituto; como quiere que residiese largas temporadas en el Colegio Primario de Bosanova, las Hermanas no pudieron menos de observar el recogimiento interior y presencia de Dios de que gozaba su Padre Fundador. Algunas veces ocurrido que la Hermana portera hubo por necesidad de buscarle por el extenso huerto-jardín, pues solicitaban verle personas de fuera. En tales casos, solía encontrarle bajo una pomposa higuera que está a un extremo del huerto, o en medio de un espeso bosquecillo, que merecía su predilección. ¿Pero cómo? Bien claramente notaba la Hermana, temerosa de haberle distraído, que, recogido en los sitios más solitarios, gustaba de los consuelos de la oración, tan necesarios siempre al alma, cualquiera que sea su interior situación o estado. Creemos que, por este tiempo, cuando escribió otro libro de oración, que dejó inédito, al ir a gozar de Dios. Tal es el preciosísimo libro que, titulado Ejercicios espirituales, compuso para uso de sus hijas las Hermanas de la Compañía, y hace algunas semanas que se ha estampado. En sus páginas, destinadas a producir grandes bienes en las almas, nadie habrá que no acierte a ver entre líneas aquel espíritu de D. Enrique, apóstol fervoroso de la oración (1). Aunque resulta ya largo este artículo; no queremos terminarlo sin copiar una página más del Solitario, página que escrita en tiempos aciagos y tristes como los actuales (Julio 1873) no puede ser hoy más oportuna y de mayor actualidad. Dice así: “¿Por qué, me he preguntado varias veces en el silencio de mi soledad, presa mi corazón de inexplicable amargura a vista de los males de España y de toda la Europa; por qué un puñado de hombres desalmados han de cocear y escupir el rostro de miles de hombres honrados? ¿Por qué una docena de hombres viles, de almas ruines, han de dominar a todo un pueblo de ciudadanos decentes? ¿Por qué unos cuantos impíos han de insultar a mansalva, con todo descaro y osadía, la fe y creencias de millones de cristianos? He examinado a luz del Santuario este fenómeno que hoy se repite casi en todos los pueblos y ciudades de España, y, francamente lo digo, no he hallado otra explicación más que esta: No se ora como se debe por los que se llaman católicos; y así su fe es tibia, su corazón está frío e indiferente en las cosas de Dios. Hay, sí, muchas almas que se apellidan católicas, pero enclenques y debilísimas para batallar las batallas del Señor y defender, hasta derramar la sangre, sus derechos sagrados y los de su Iglesia. ¡Cómo se cumple al pie de la letra la profunda verdad de la gran Maestra de la oración! Alma sin oración es como un cuerpo con perlesía o tullido: todos sus movimientos son tardíos y difíciles. Hay muchas almas católicas, sí, pero enfermas, atacadas de parálisis, las cuales no pueden obrar encontrando oposición. Nos faltan Santos; algunas de aquellas almas viriles, fuertes con la fortaleza de Dios, que digan en su nombre a la revolución: “Retrocede al abismo de donde saliste”. Y a los que se glorían de su malicia y se muestran poderosos en la impiedad: “Calla, enmudece. ¿Quién cómo Dios? ¡Qué grandeza de Dios, exclama la gran Teresa, que puede más a las veces un hombre un hombre solo o dos que digan verdad, que muchos juntos! Como haya uno o dos que sin temor sigan lo mejor, luego torna el Señor poco a poco a ganar lo perdido”. Mas ¿dónde están estas almas hoy día en nuestra España, las que como muro de bronce se opongan a la iniquidad triunfante? Siglo de Teresa de Jesús, tan rico en grandes almas y en grandes Santos, ¿por qué no te renuevas en nuestros días? ¿Por qué entonces tanta grandeza y dignidad, y hoy tanta ruindad y vileza? – Porque no oramos, como en el siglo de Teresa. No sube la oración al cielo, no desciende la misericordia de Dios sobre nosotros. Hoy se habla más, se escribe más, se obra más si se quiere, pero se ora menos. Y sin la oración la palabra no fructifica, los escritos no mueven los corazones, las obras son poco aceptas a Dios. ¡Oh almas, redimidas con la sangre de Cristo, entendeos y habed lástima de vosotras y de vuestros prójimos! ¡Almas! orad, orad, orad, porque todo lo puede la oración. La oración puede cerrar el infierno, abrir el cielo, y vencer al mismo Dios, justamente airado. En la oración es donde el alma recibe luz, vida y valor; donde se despoja de sus cualidades terrenas y se reviste de las condiciones de Dios, pues quien se une a Dios en espíritu, una cosa se hace con él. Oremos, pues, hermanos, y oremos sin cesar y con fervor. Nuestras armas invencibles son la súplica y la oración. Clamemos al Corazón de Jesús con su Esposa Teresa: O dad fin al mundo, Señor, o poned remedio en tan gravísimos males, que no hay corazón que lo sufra, aún de los que somos ruines. Suplícoos, pues, o hermoso o santísimo Corazón de Cristo, que no lo sufráis ya Vos. Atajad este fuego, Señor, que si queréis podéis: habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced a vuestra Iglesia y vuestra España. No permitáis ya más daños en la cristiandad, y dad ya luz a estas tinieblas, y salvadnos, Señor mío, que perecemos.

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Oremos por España, y ruegue por ella desde el Cielo el que fue nuestro piadosísimo amigo.

A. B. J.

(1) Este libro póstumo de D. Enrique, cuyas cuartillas escritas en lápiz, como solía hacerlo, se hallaron después de su muerte, no habiendo sido revisadas y corregidas por su malogrado autor, tal vez se resientan en el estilo, o cosa así, de alguna deficiencia, como es natural suceda en tales casos, si bien se ha procurado evitar esto por personas inteligentes, admiradoras como nadie de la sabiduría y celo de D. Enrique. Lo que sí nos consta es, que tal vez hubiera el autor añadido alguna meditación o suprimido alguna otra de las impresas (¿pero cómo suprimir ninguna, siendo todas tan hermosas?), así como hubiera acaso añadido al final del libro lecturas más abundantes y otros documentos. En otra edición se subsanará, Dios mediante, esto último, añadiendo lecturas y documentos salidos de la misma pluma. En cuanto al prólogo que pudiera o debiera tener el libro, ¿qué mejor prólogo que el nombre del autor? (N. del D.).

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REVISTA TERESIANA Nº 357, enero 1902, pág. 108.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXIX

Su paciencia.- En sus enfermedades.- En sus empresas.- En el trato con sus Hijas.- En sus ministerios.- Enseñanzas sobre esta virtud. La virtud de la paciencia que, al decir de un ilustre escritor, es la raíz y guarda de toda otra virtud, halló en el alma de nuestro sacerdote campo fértil y convenientemente abonado para mostrarse al exterior en abundancia de flores y frutos de santificación y de gracia. Como es natural que suceda con varones que no suelen andar por los caminos trillados del vulgo de las almas, las obras y empresas de D. Enrique hubieron forzosamente de suscitarle contradicciones no escasas ni de poca importancia. El fervoroso hijo y apóstol de Santa Teresa de Jesús, había de parecerse también en esto, como en tantas otras cosas, a su Madre. Sin duda quiso el Señor que la virtud de D. Enrique fuese bien probada y aquilatada en este crisol, de donde, despojado de la más ligera escoria, sale resplandeciente el oro purísimo de toda sólida y maciza virtud. Aunque de carácter activo, animoso, emprendedor, y a veces enérgico, armado D. Enrique con la virtud invencible de la paciencia, como de fortísimo broquel en donde se estrellan todos los tiros de los enemigos, supo guardar su espíritu en aquella atmósfera de paz y serenidad, de igualdad de ánimo, como apuntamos en otra parte, que es sólo patrimonio de las almas superiores. Se puede bien afirmar (nos han dicho personas que le trataron íntimamente), que nunca, ni aún en las pruebas más difíciles de su vida, se le vio inquieto y desasosegado, ni en palabras ni en acciones, no dando nunca señales de impaciencia. En sus varias enfermedades (según nos han referido testigos oculares de las mismas), nada había más dulce y resignado, nada más sufrido y complaciente que D. Enrique. Ni la más ligera queja salía de sus labios. También entonces, sufriendo, callando, obediente a cuanto se les prescribía por los médicos y las personas que le cuidaban, no menos que desde el púlpito predicaba y aleccionaba con su ejemplo a cuantos le visitaban. “Veinte años hubo de tratar con mujeres (nos decía una de las Hermanas de la Compañía Teresiana), y nunca notamos que mostrase enfado alguno, a pesar de las impertinencias, de las rarezas, ignorancias e inconstancias propias de nuestro sexo. Aunque cien veces hubiese de repetir las mismas advertencias, las mismas cosas, para nada se alteraba ni turbaba su serenidad y paciencia. A las aspirantes y novicias (nos decía) debéis tomarlas como son, y hacerlas como deben ser: Regla que él practicaba perfectamente con sus Hijas”. Sucedió en cierta ocasión que, habiendo dejado en una silla de su habitación, una cartera en donde guardaba documentos importantísimos, que por aquellos días había de llevar personalmente a Roma (pues, según creemos, se trataba nada menos que de las Constituciones del Instituto), al arreglar la habitación una Hermana ayudante, echó inadvertidamente un buen chorro de agua dentro de la cartera y observar aquellos papeles completamente mojados y que ya no podían servir, sin mostrar ningún enfado, antes con su acostumbrada dulzura y paciencia, D. Enrique la dijo solamente estas palabras: “¿Qué ha hecho, Hermana? ¡Válgame Santa Teresa de Jesús!”. En el ejercicio de su ministerio, en la enseñanza del Catecismo a la niñez, a que se dedicó por espacio de muchos años, en las confesiones, en la predicación, en los Ejercicios Espirituales que dirigía, claramente manifestaba el abundante caudal que había reunido de esta virtud, guarda y fundamento de tantas otras. Aquellas notables enseñanzas de Santa Teresa de Jesús acerca de esta virtud, o propias para alcanzarla; documentos que tantas veces solía comentar D. Enrique en sus conversaciones y escritos, como por ejemplo: “La paciencia todo lo alcanza”, “o morir o padecer”, “el Señor a quien más ama da mayores trabajos”, “Dadme Calvario o Tabor – Consuelo o desconsuelo”, etc., etc., supo, con la gracia de Dios, interpretarlos tan admirablemente con las obras, durante su vida, que bien puede

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asegurarse, que si es verdad que sabía y reproducía y comentaba sabiamente tales documentos, aún los practicaba con mayor perfección, siendo vivo ejemplo de ellos. Las contradicciones, las persecuciones, todo linaje de dificultades que muy de ordinario solía encontrar en el camino de sus piadosas empresas y que eran capaces de abatir el ánimo de espíritus varoniles, no le hacían mella alguna; como si todo aquello que le sucedía lo tuviese ya descontado. Cuando alguna persona manifestaba haber recibido algún disgusto, solía decir con mucha gracia: “Lo habéis recibido, porque habéis querido; aunque te lo den, no lo tomes; y ya está remediado”. Tiempo es ahora de trabajar, de sufrir, de padecer, decía: aprovechémoslo cuando podemos; que al morir, nada de esto podremos. “Todos, todos hemos de padecer (escribía en una de sus meditaciones), en este mundo: es sentencia de Dios, airado justamente por la prevaricación de nuestros primeros padres, y nadie la puede evadir. No creas a los falsos engañadores que predican que el hombre ha nacido para gozar y que debe procurar por todos los medios posibles convertir este destierro en un paraíso. Yerran, yerran los que tal dicen, porque no puede el hombre por rico y poderoso que sea, dejar de cumplir la condena de Dios…No te tiente tampoco la paz y felicidad aparentes de que gozan los ricos y pecadores, porque bajo el manto de púrpura y las ricas telas de holanda y las sedas más suaves y preciosas, hay un cuerpo mortal, pasto de gusanos, que más pronto o más tarde, como hecho de tierra, polvo es y en polvo, gusanos, ceniza, nada, se convertirá…Fode parietem, te diré con el Profeta; cava, cava la pared; esto es, penetra en la casa, en la familia, en las interioridades del corazón de ese rico, de ese hombre feliz según el mundo, que parece nada tiene que sufrir, y verás y descubrirás mil miserias, dolores y trabajos, que nos los hallarás en la choza del pobre, y en el que come un mendrugo de pan con el sudor de su rostro, contento de su suerte y bendiciendo al Señor. No está la felicidad del hombre en este destierro en huir del padecer, sino en salirle al encuentro, aceptarlo, bendecidlo como un azote de Dios, que al fin y al cabo es Padre amoroso que conoce lo deleznable de nuestra condición, y da las lágrimas con medida, y nunca nos envía mayores trabajos que los que podemos sobrellevar” (1).

No queremos terminar este capítulo, sin copiar aquí, para nuestro aprovechamiento, lo que escribió D. Enrique sobre los tres grados que asigna a esta virtud. “El 1º es padecer con calma, con tranquilidad de espíritu, sin quejas ni murmuraciones contra Dios y los hombres. El 2º es padecer con resignación, conformándose con la voluntad de Dios en todo, no queriendo esto más que aquello, sino que se haga en todo su voluntad soberana, diciéndole de corazón con la Santa del morir o padecer, Santa Teresa de Jesús: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué queréis, Señor, de mí?”. El 3º es padecer con gozo, encontrando la consolación en padecer, engolosinándose con la cruz, como enseña la seráfica Doctora Teresa de Jesús. Esto es lo que pasaba a los Santos Apóstoles, que salían gozosos del Concilio de los judíos porque habían sido dignos de padecer contumelias por el nombre de Jesús. Esto es lo que nos encarga el apóstol Santiago, cuando nos exhorta a que nos gocemos en nuestros trabajos. Esto es lo que nos dice el apóstol San Pablo: “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones, que sufro por Cristo”. ¿En qué grado te hallas, alma cristiana?...A todos nos es necesaria la paciencia, a lo menos la del primer grado, porque sin ella no entraremos en el reino de los cielos. ¿La posees? Mas el alma amante del Corazón de Cristo paciente no debe contentarse con padecer sin pecar; es menester que pase más adelante, y diga en todos los trabajos de la vida: Señor, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Quiero padecer contigo, no sólo resignado, sino gozoso, porque yo sé que Tú me amas. Padre mío, y no permitirás jamás me sobrevenga ningún trabajo sin darme tu gracia para sobrellevarlo con fruto” (2).

Con la palabra y con el ejemplo, como se ve, nos enseñó nuestro teresiano sacerdote, la hermosísima virtud de la paciencia, tan necesaria a todos y en todas las condiciones de la vida. A. B. J.

(1) Devoto Josefino. (2) Un mes en la escuela del sagrado Corazón de Jesús.

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REVISTA TERESIANA Nº 366, octubre 1902, pág. 15.

DOS GRACIAS O FAVORES ALCANZADOS POR

INTERCESIÓN DE D. ENRIQUE

La Srta. Dª Ana de Ossó, prima del que fue nuestro llorado amigo y respetable Director D. Enrique (que santa Gloria haya) nos escribe desde Gandesa entre otras cosas lo siguiente: “Desearía que me hiciera usted el favor de insertar en la REVISTA TERESIANA dos gracias que tengo recibidas por intercesión del Padre Fundador de la Archicofradía y Compañía Teresianas. El primer favor es: que estaba agonizando hacía tres días, víctima de una tisis muy aguda, el joven Luis Bertrán, y asombrados los facultativos y todos cuantos le asistieron, de que durara tanto su agonía, y considerando su familia que tal vez el enfermo debía de esperar algo para morir; al ver yo la penosísima angustia en que se halla la familia, anhelante de adivinar lo que esperaba el enfermo, se me ocurrió hacer poner por una prima suya, una estampita que tenía como recuerdo del Padre Fundador, mi venerable primo, al lado de la cabeza del enfermo, sin que lo advirtiera nadie, y pidiendo al mismo tiempo a D. Enrique que se lo llevara al Cielo, si tal era la voluntad del Señor, y lo sacara pronto de tan extraordinarios padecimientos. Así sucedió como le pedí. El segundo favor es el siguiente: Asociándome al sentimiento de una familia amiga mía, que tenía un hijo puesto ya en el trance de la muerte, al estar viaticándole, poseída de viva fe pedí a San Expedito y a San Eutropio que intercedieran, juntamente con mi difunto primo D. Enrique, y me alcanzaran de Dios la gracia de devolverle la salud, si tal era la voluntad de Dios. A los tres días de haber empezado una novena a San Expedito e invocando la intercesión de mi venerable primo D. Enrique para que me alcanzaran la gracia que pedía, ya me avisaron que el enfermo estaba mejor, cosa que engañó por completo a los tres médicos que le asistían, uno de Barcelona llamado Sr. Ribas y dos de esta ciudad, los cuales hicieron el diagnóstico de que llegando al periodo a que llegó el enfermo, era imposible sobrevivir a tanto mal; si bien yo les contesté que bien podía Dios hacer un milagro. Dios le haya perdonado, me contestó uno de ellos. Entonces en mi interior redoblé yo mis súplicas, y el caso es que el joven, que se llama Santiago Fontanet, está relativamente bien, de suerte que ha hecho un viaje a Barcelona y ha regresado muy bien. Gracias por todo a Dios y a la intercesión de San Expedito, San Eutropio y el Padre Fundador”.- Ana de Ossó.

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REVISTA TERESIANA Nº 367, noviembre 1902, pág. 39.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO. (1)

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXX

Su devoción a la Virgen María.- En sus prácticas piadosas.- En las obras que funda.-

En sus libros y escritos.

Alguna cosa hemos dicho en otra parte, aunque no tanto como pudiéramos, acerca de la devoción, tan tierna, como profunda y constante, que profesaba D. Enrique al Patriarca San José. Menos todavía, y sólo de pasada, hemos hablado de su devoción, tiernísima y cordial, de todos los días y de todas las horas, a su amadísima Madre y protectora, la santísima Virgen María, Madre de Dios. Parecerá ello imposible a nuestros lectores, y sin embargo es verdad, que no faltó quien, al fundar la Archicofradía, se atrevió a decir que el teresiano apóstol se olvidaba de la Virgen María, para acordarse solamente de Santa Teresa de Jesús. ¡Solemnísimo disparate! Ya comprenderán nuestros lectores, sin insistir nosotros en ello, porque no es necesario, que sólo un apasionamiento y ceguera inconcebibles podían inspirar a su extraviado émulo tan horrible aseveración. ¿Olvidarse D. Enrique de su predilecta y cariñosísima Madre María? Su devoción, su amor a la Virgen Santísima venía a ser para él algo como la respiración de su alma, algo como un linaje de bálsamo suave que impregnaba todos sus pensamientos, sus afectos toda su vida, alegrándola y consolándola durante el curso de su existencia. Estamos seguros (nos decía un íntimo amigo suyo) de que desde el amanecer hasta el momento de dormirse, su mente y su corazón iban continuamente acompañados de este dulcísimo afecto a su divina Madre. Y porque su alma se regalaba tanto con esta suavísima leche espiritual, procuraba que todos, así niños como jóvenes y adultos de uno y otro sexo, saboreasen manjar tan puro y delicioso. Nunca ni nada dejaba de rezar diariamente el santo Rosario y el Ángelus; ayunaba el sábado en obsequio de la Virgen; ya desde estudiante hacía su diaria visita a la Virgen (estando en Tortosa la hacía en la iglesia de la Purísima); nada inculcaba tanto a los niños y niñas como rezar tres Avemarías al acostarse y levantarse por la mañana; procuraba, siendo Director de la Catequesis, que en todas las secciones se celebrase el Mes de Mayo, y la novena de la Inmaculada Concepción, y que todos se confesasen durante estos obsequios, y fuesen adoctrinados en la devoción a María por medio de pláticas adaptadas a su capacidad. Los que fueron sus amigos y colaboradores en dicha Catequesis recuerdan aún con edificación la actividad, el celo, el alegre entusiasmo desplegados en procurar que niñez honrase, imitase a María y cantase sus glorias. ¡Con qué evidentes muestras de alegría hacía cantar (y él mismo cantaba) los gozos de la Inmaculada Virgen a los niños y niñas, durante el mes de Mayo y en la novena de la Inmaculada! Quien deseó vivamente celebrar, como lo hizo, su primera Misa ante la Virgen de Montserrat, y en el mismo día de la Virgen del Rosario; quien no se cansaba de visitarla a menudo en esta su Catedral de las Montañas; quien, asimismo, visitaba asiduamente a la Virgen del Carmelo en el Desierto de las Palmas; quien en el primer sermón que hizo no habló sino de María, presentándola como Amparo del pecador; quien durante toda su vida vestía con grande piedad el escapulario azul de la Inmaculada y el de Ntra. Sra. del Carmen, procurando que lo vistiesen los demás; quien no predicaba ni exhortaba nunca a los fieles sin que de sus labios, porque rebosaban de su corazón, brotasen sentimientos de la devoción más tierna y el amor más ardiente a María, ¿puede decirse que olvidaba a María? ¿Qué más? Al fundar la Archicofradía Teresiana tuvo verdadero empeño en que las asociadas no se llamasen sino Hijas de María Inmaculada y de Santa Teresa de Jesús, prescribiendo en el Reglamento que todos los años se celebrase por ellas solemne fiesta en obsequio de su amantísima Madre, como se acostumbra hacer. Difícil sobremanera sería el bosquejar un cuadro en donde apareciese en toda su viveza y colorido la devoción profunda y el amor filial entrañable que D. Enrique profesaba a su Madre María. Algo de esto puede colegirse, sin embargo, de lo que tiene escrito en libros y

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artículos innumerables, en donde vació los pensamientos y afectos de su alma con relación a María. No un capítulo, ni muchos, sino una obra voluminosa formarían todos esos escritos dedicados a la madre de Dios. En esta Revista, en la “Guía práctica del Catequista”, en el “Cuarto de hora”, en el devocionario “Tesoro de la Juventud”, en “Las tres Florecillas”, a la “Virgen de Montserrat y, sobre todo, en su libro “María al Corazón de sus hijos” podríamos recoger abundantes materiales para formar ese libro. Y ya que no nos es posible hacer otra cosa nos limitaremos a citar aquí, sin afirmar que sean las mejores, porque es difícil escoger, las meditaciones pertenecientes a los días 22, 23 y 24 del libro citado en último lugar, y que se titulan “Grandezas de María”, “Bondades de María” y “Gracia y gracias a María”. A la profundidad de los pensamientos, a la escogida erudición, bebida en los Santos Padres, se agrega la exquisita delicadeza de los sentimientos y unción penetrante que, manando de su alma, venían a impregnar las líneas que trazaba. Hablando de las grandezas de María, vean nuestros lectores lo que, poniéndolo en su boca, escribía D. Enrique: “Sólo Dios es grande, hijo mío, sólo Dios es Santo, sólo Dios es altísimo…Las criaturas en su presencia no somos otra cosa que nada, o un átomo de polvillo que lo disipa el viento…No obstante, hijo mío, su infinita Majestad y grandeza, Dios nos ama tanto, que parece no puede ser feliz sin el hombre: y de este amor provienen todos los bienes preciosos que se encuentran en las criaturas. Mira la grandeza de los cielos, la variedad de las plantas, la hermosura de las aves, la multitud de los peces, y todo el concierto admirable del universo… ¿No es verdad que todo esto cautiva y arrebata tu consideración? Pues sabe, hijo mío, que todas estas cosas no son más que limosnitas de amor que nuestro Dios y Señor os ha hecho a los hijos de Adán…Sube luego a ponderar la hermosura y grandeza del mundo espiritual, o de la gracia, y crecerá inmensamente tu admiración; la sabiduría de todos los Doctores, la luz de los Profetas, el celo de los Apóstoles, la fortaleza de los Mártires, la pureza de las Vírgenes, la virtud de los Confesores, la gracia y gloria de todos los Ángeles y Santos que fueron, son y serán…¡Oh, hijo mío! ¿No es verdad que te confunde tanta riqueza y tanta gracia?...Pues finge ahora en tu interior una criatura que ella sola reúna todas las armonías y gracias y perfecciones derramadas en el mundo de la naturaleza y de la gracia, ¿no es cierto que esta criatura sería la más grande y la que mejor reflejaría todos los atributos y perfecciones del Criador?...Pues sábete, hijo mío, que existe esta criatura, obra maestra del poder, sabiduría y amor de Dios. ¿No conoces a tan privilegiada criatura? ¿No has oído su nombre excelso?... ¿Quieres oírlo? …Pues,…es María Inmaculada; soy Yo, tu Madre, trofeo y medida de la omnipotencia de Dios. Yo soy María, hijo mío, más grande que los cielos, más inmensa que el mar, más fecunda que toda la tierra, más perfecta que todos los santos, más encumbrada que todos los Serafines… Dios me crió como un mundo especialísimo para Sí, como su Paraíso de delicias, toda hermosa, toda inmaculada, toda perfecta, porque Yo soy María, Madre de Dios, pues de Mí nació Jesús, Hijo de Dios…Puede criar el Señor un mundo más hermoso, unos Ángeles más bellos; mas ¡ay! no, no puede criar una Madre suya más perfecta… ¡Oh, hijo mío! concibe, si te es posible, lo que es ser Hijo de Dios, y entonces concebirás lo que es ser Madre de Dios; porque la excelencia de lo uno te hará conocer la excelencia del otro, y si la dignidad del Hijo es incomprensible, lo es también la de la Madre…Ni Yo misma, hijo mío, puedo comprender toda mi grandeza, porque es un abismo sin fondo, que sólo Dios, que me crió, puede medir y sondear. Soy Madre de Dios…de Mí nació Jesús, Hijo de Dios…He ahí el timbre de todas mis grandezas. Medítalas, y adóralas y admíralas en silencio, hijo mío, y da gracias conmigo al Señor por todas ellas”.

Y después de estos pensamientos, he aquí los cariñosos desahogos de su corazón: “¡Oh Madre querida de mi corazón! permitidme desahogar mi alma contemplando vuestras soberanas grandezas, que tan en honra son de Dios, de Vos y nuestras, porque la gloria de una Madre se refleja y redunda en gloria de sus hijos. Jesús es mi Padre y María es mi Madre…Jesús es mi Rey y Mediador, María es mi Reina y Mediadora… Jesús es la sabiduría eterna, María es su trono, su asiento…Jesús es Padre de misericordia, María es Madre de misericordia…Jesús es todopoderoso por Sí, María lo es por su Hijo…Jesús es el Autor de la gracia, María es la Madre de ella…Jesús es el dueño de los tesoros del cielo, María es su dispensadora…Jesús es el camino del cielo, María es la puerta…Jesús está sentado a la derecha de Dios su Padre, María a la derecha de Dios su Hijo…Jesús es el Rey de cielos y tierra, María es la Reina…Al nombre de Jesús doblan su rodilla los Ángeles, los hombres y los demonios: lo mismo hacen al oír el nombre de María…Jesús es Hijo Unigénito del Padre, Jesús es Hijo Unigénito de María; y si el Padre Eterno dice a Jesús: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado en los resplandores de mi gloria eternamente; María dice a Jesús: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado en el tiempo en los resplandores de mi grandeza…¿Mas donde me lleva mi entusiasmo, Madre querida? Todo esto y muchísimo más merecen vuestras grandezas…Mas en la imposibilidad de celebrarlas dignamente, y temiendo desdorarlas con mi rudeza, me callaré y las contemplaré en silencio con el más

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profundo respeto, amor y gratitud hacia Dios y hacia Vos, suplicándoos os dignéis obtenerme la gracia de contemplarlas un día con Vos en los esplendores de la eterna gloria”. Al tratar de la gracia y gracias de María, haciendo hablar a ésta, decía así: “Represéntate, hijo mío, para que mejor comprendas de algún modo la inmensidad y el abismo insondable de mi gracia santificante, que es la que hermosea el alma y la torna graciosa y amable a los ojos de Dios: considera, digo, que Nuestro Señor y Dios, queriendo hacer ostentación de su poder y magnificencia, ha ido derramando por espacio de muchos siglos sobre los Ángeles y los hombres miles de gracias o grados de gracia a cual más preciosos…Figúrate, para mejor comprenderlo, que todas estas gracias las escribe en la pizarra de los siglos, y que tantas son, que si se grabasen en la bóveda del firmamento no habría bastante espacio para escribir las cantidades de gracias derramadas por Dios en sus Ángeles y Santos…Mira después cómo el Señor de las ciencias suma todas estas cantidades de gracias, y esta suma total de gracia elevada a la mayor potencia imaginable y aún posible, la coloca en mi alma…y entonces podrás tener alguna idea de la gracia y de las gracias que mi alma atesora…Sí, hijo mío, a los otros Santos y Ángeles, como a siervos suyos, el Señor les ha comunicado su gracia por partes; a mi alma, que soy su Madre y la Reina de sus siervos, la ha comunicado en toda su plenitud…Por esto el Arcángel me saludó, para distinguirme de todas las criaturas y como con mi propio nombre: Llena de gracia…¿No es verdad que asombra y pasma tanta gracia, hijo mío?...pues aún hay

más que maravillar en el abismo de gracias que mi Corazón encierra, y es el acrecentamiento que en él se obró durante toda mi vida…Ya en el primer instante de mi Inmaculada Concepción con el uso de razón se me comunicó por mi Dios una gracia tan grande, que ningún Santo ni Serafín pudo llegar jamás a poseerla, porque mis fundamentos, hijo mío, se echaron sobre los montes santos, y el Señor amó más las puertas de Sión que todos mis edificios más acabados de Jacob; esto es, la gracia primera fue en Mí desde el principio, en el grado donde la perfección de los otros Santos puede acabar…Con la Encarnación de mi Hijo Jesús en mi seno, con los castos abrazos y besos y comunicación por treinta y tres años, con el Bautismo y Confirmación, y sobre todo con la recepción diaria de la Santa Eucaristía, en los veinticuatro años que sobreviví a mi Hijo Jesús, conservando de un día para otro las especies sacramentales en mi pecho, que era como una custodia o tabernáculo vivo, ¿quién puede calcular el aumento de mi primera gracia?...Si el hábito de la caridad, hijo mío, crecía en Mí a medida de los actos, y los actos se conformaban con la intención del hábito, y no había en mi alma cosa que retardase o impidiese esta multiplicación de la gracia, y por otra parte mi Dios es tan largo en dispensar sus tesoros, que los redobla a proporción de la correspondencia, y por setenta y dos años, aún durmiendo, mi alma negociaba con suma fidelidad este caudal…¡oh! no puede calcularse por nadie el abismo inmenso de gracia y caridad que atesoró mi alma en toda su vida…Sólo Dios, hijo mío, puede mentir este caudal de gracias, porque lo crió…Admira, pues, y reverencia, hijo mío, este abismo de gracias, y aprovéchate de él con tu devoción y confianza”.

Y después, en los afectos, así exclamaba dulcemente: “Yo os ofrezco como mías todas las alabanzas que os han ofrecido y os ofrecerán los Ángeles y los hombres, oh Madre de la divina gracia; y yo me glorío en tal grado de ser vuestro hijo y siervo, que no trocaría este título por los más pomposos del mundo…Mirad a mi poquedad y a la pobreza de mi corazón, y por lo tanto, Vos, oh gran Señora, que tenéis la llave de los tesoros de la gracia y de la gloria, no seáis escasa, os ruego, en derramarlos sobre mi pobre corazón…Desde el colmo y plenitud de vuestra gracia y gloria mirad con amorosos y piadosos ojos a vuestro pobrecito esclavito, que en Vos tiene puesta toda su confianza, y espera que no será jamás confundido…Yo no os pido ni honores, ni riquezas, ni bienes temporales; sólo os pido la gracia y amistad de vuestro Hijo y de Vos, que vale más que todos los bienes de la tierra y millares de mundos…No podéis negarme esta gracia, Madre de la vida eterna, porque tan inmenso caudal de gracias lo ha puesto en Vos Jesucristo, para que repartáis de ella a todos los mortales y sobre todo a los hijos de vuestro Corazón, que os invocan por su Madre, y que tienen puesta en Vos toda su confianza después de Dios…Si no, decidme, Madre querida: ¿para qué habíais de tener tan gran tesoro, si habíais de ser avara o escasa en comunicarlo a los necesitados?...¿Podéis negar las riquezas y poder de vuestra intercesión a quien no ha negado la sangre de vuestro Hijo, ni el poder y amor de vuestro patrocinio?...Esta es, pues, toda mi confianza Madre querida, y ya que estáis llena de gracia, derramadla sobre mi alma, vacía y sedienta de la divina misericordia…Si Vos no quisierais concedérmela, decidme, Madre de misericordia, ¿a qué corazón puedo ir yo a llamar más generoso, compasivo, clemente y dadivoso que el vuestro?...Pues no lo hay ni puede haber, oh María, más que el de vuestro Santísimo Hijo Jesucristo, por eso os ruego me lo mostréis en el cielo por ser Fruto de vuestro vientre, después de haber sabido conservar y multiplicar en la tierra su gracia y amor en el mayor grado posible para mi alma”.

Para terminar. Escrito lo que antecede, acaba de imprimirse una obrita póstuma de nuestro malogrado sacerdote, dedicada también a la Santísima Virgen Inmaculada. Es una preciosa Novena que escribió pocos meses antes de morir (en Febrero de 1895, como reza la portada), consagrada a su queridísima Madre, a quien dice sentidamente en la dedicatoria: “Es

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verdad, Madre querida, que alguna que otra florecilla en vuestro obsequio os he ofrecido en el paso de m i vida, y algún fruto he depositado a los pies de vuestra Purísima Concepción”; como teniendo por muy poco o por nada lo hecho antes en obsequio de su Madre. Para mejor confirmarlo que nos proponemos en este capítulo, vamos a copiar aquí una página siquiera de esta última producción de D. Enrique, en donde se desahogó dulcemente su corazón de hijo enamorado. “De todas mis prerrogativas, privilegios, grandezas y gracias, la más amada de mi Corazón fue y es haber sido Inmaculada desde el primer instante, porque esta gracia importa el haber sido siempre grata a los ojos de mi Dios. Si Dios me hubiese dado a elegir el ser Inmaculada o dejar de ser Madre de Dios, hubiese renunciado a la dignidad, casi infinita, de Madre de Dios, para ser siempre Inmaculada. ¡Oh, hijo mío! ¿Te has parado alguna vez a considerar qué mal tan grande es el haber sido un momento sólo objeto de ira y de maldición por Dios bueno? ¡Un momento sólo de no haber sido amado de Dios! ¡Un momento sólo de haber sido esclavo de Satanás! ¡Ay, horroriza sólo el pensarlo al corazón que ama a Dios y conoce lo que es amarle y ser amado por Él! ¡Oh!, no es posible hallar gracia más preciosa que el poder decir mi corazón con verdad: “¡Dios mío, Yo siempre os amé y he sido amada de Vos!”. Por eso el demonio y sus secuaces los herejes han combatido siempre con ardimiento este privilegio mío, y han odiado con mayor saña a la festividad de mi Concepción que a todas mis otras festividades. Por eso también mis amantes hijos, es la que más han de honrar, ensalzar y celebrar. Sí, hijo mío, llámame Madre de Dios, Reina de los Ángeles y de los hombres, Emperatriz soberana de los cielos y de la tierra; nada de esto me satisface ni recrea tanto, como si me llamas Inmaculada, siempre pura, hermosa y santa. No lo olvides, hijo mío, tres son los títulos más gloriosos para mí, que más me gustan y recrean. El primero, que me llames Inmaculada; el segundo Virgen, y el tercero Madre de Dios. Porque si estaba resuelta a renunciar antes a la dignidad de Madre de Dios que a perder mi virginidad, ¿cuánto más hubiese preferido el perderlo todo antes que dejar de ser pura e inmaculada siempre a los ojos de mi Dios? Este amor mío y aprecio por la pureza de mi alma, te enseña, hijo mío, a apreciar sobre todas las cosas la gracia de Dios y a sufrir mil muertes antes que manchar la pureza de tu cuerpo y alma con el más leve pecado. Llena de gracia sois, Madre mía, desde el primer instante de vuestra Inmaculada Concepción. Y si llena de gracia, prevenida por la gracia, ¿qué tenía qué ver con Vos la culpa, que es privación de la gracia? Por eso vuestro nombre propio y con el caudal os saludó el Arcángel ¡oh María! es llena de gracia. Llena de gracia en vuestra alma, en vuestro cuerpo, en vuestras potencias, en vuestros

sentidos, en vuestro interior y en vuestro exterior. Con el uso de razón, que se os comunicó ya en el primer instante de vuestra Concepción, tuvisteis una gracia tan grande, tan perfecta; hermoseó tanto vuestra alma y la hizo tan amable a los ojos del Altísimo, que Él mismo os ruega apartéis de Él vuestra mirada, porque le hace salir de Sí mismo. Tan perfecta fue esta gracia, que ningún Santo, ni Serafín llegaron jamás a poseerla, porque los fundamentos de vuestra santidad se echaron sobre los montes santos, y por eso el Señor tres veces Santo amó más las puertas de Sión que todos los edificios más perfectos y acabados de Jacob; esto es, la gracia primera fue en Vos desde el principio con tanta plenitud, que jamás los otros Santos en el fin de su vida pudieron alcanzar. ¡Oh Reina de la gracia y de la gloria! Humillado me postro ante vuestra presencia para admirar y reverenciar en silencio vuestra incomparable belleza y gracia. Si ya en el primer instante sois abismo de gracia, ¡oh Purísima y agraciada María! ¿cuál será vuestra gracia en el declinar de la vida, después de haber negociado con este caudal inmenso todos los instantes por más de setenta años? Sólo Dios que se ha complacido en hacer cosas grandes en vuestra alma, puede medir y sondear tanta belleza, tantos méritos y tanta gloria. Yo glorifico por ello y doy gracias a Dios y a Vos, y os pido, no honores ni riquezas, ni pompas vanas, sino la gracia y amistad de vuestro Hijo Jesús y la vuestra. ¡Oh Madre de la eterna vida y de la divina gracia! Ya que Vos sois la dispensadora de ella, ¡oh llena de gracia, Inmaculada María! derramadla a raudales sobre el alma de este vuestro pobrecito y esclavito, esta gracia preciosa para que sepa conservarla y multiplicarla, y gozar con Vos de su premio en la eterna gloria”.

¿No es verdad que ya no puede pensarse ni sentirse más profunda y tiernamente por un hijo enamorado de su Madre María?

A. B. J. (1) Como quiera que tenemos verdadero empeño en que se terminen pronto estos Apuntes biográficos, nos proponemos publicar sin interrupción los pocos capítulos que faltan, a fin de dar gusto a las muchas y respetables personas que así lo desean; así como el coleccionar y publicar dichos artículos en tomo separado, con el favor de Dios.

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REVISTA TERESIANA Nº 368, diciembre 1902, pág. 74.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXXI

El amor que a la santísima Virgen María profesaba su fidelísimo y enamorado hijo D. Enrique mostrábase, mejor aún que en lo dicho en el capítulo anterior, en la imitación de las virtudes que por modo tan eminente resplandecían en la Madre de Dios. Para conocer esta imitación, remitimos al lector a los capítulos anteriores que hemos dedicado al estudio de las virtudes que tanto hermoseaban el corazón de nuestro sacerdote. Sin embargo, en este capítulo queremos hacer hincapié en la modestia, una de las virtudes que, habiendo resplandecido como estrella fulgentísima en torno de las sienes de la Virgen, atrajo singularmente la atención y cariño de don Enrique, para copiarla en su alma. Quien le haya visto y conocido, aún sin haberle tratado, no podrá menos de recordar aquel sello y aire de modestia que circundaba su rostro venerable y envolvía toda su persona, atrayendo el respeto y afectote cuantos se le acercaban. Ni en sus modales, compostura, palabras ni acciones se veía cosa alguna que no fuese inspirado por esta virtud. Jamás se le vio, ni aún en la intimidad y confianza de su casa o habitación, poniendo una pierna sobre otra, ni en postura parecida; así como tampoco en el trato y conversación con sus mayores amigos se le vio poner su mano sobre el hombro o brazo de ninguno de ellos. Ni aún solía alargar fácilmente la mano para saludar, ni para darla a besar a los demás, si no es a los niños, a quienes acostumbraba a acariciar con señaladas muestras de cariño. Habitualmente llevaba en su casa o habitación puesta una manteleta sobre la sotana, y sin ella no se presentaba delante de ninguna persona. De ahí es que las Hermanas y cuantas personas se le acercaban, sentíanse penetradas de profunda veneración, mezclada de estimación y afecto. Claro está que nadie era capaz de permitirse en su presencia conversaciones ni palabras propias para ofender a esta virtud; pero ni aún de lejos quería oír pronunciar el nombre del vicio contrario, repitiendo algunas veces aquellas palabras del Apóstol: Nec nominetur in vobis. Ni en sus discursos, ni en sus escritos, cuando tenía que aludir a la corrupción, empleaba palabras demasiado vivas, o de un realismo poco pulcro, demostrando con ello la exquisita delicadeza de su alma angelical. En cierta ocasión hubo de visitarle una distinguida señora, que sería indudablemente buena persona, pero que por sus modales y palabras se mostraba algún tanto inmodesta y en exceso pegajosa, por lo cual disgustó tanto a D. Enrique, que encargó a las Hermanas que no permitiesen que persona semejante se le presentase delante. En otra ocasión, no fue sino una joven, de seguro piadosa y tal vez con excelentes propósitos, pues trataba de solicitar que se la admitiese como Hermana en la Compañía teresiana. Pero sucedió que al presentarse delante de nuestro modestísimo sacerdote, exclamó levantando los brazos y haciendo extremos de indiscreto entusiasmo: “¡Don Enrique es un santo! ¡Un santo es este hombre!”, con lo cual consiguió solamente que ni entonces ni después fuese admitida al teresiano Instituto. Aparte de saludo tan inconveniente, no dudamos que conocería el P. Fundador que dicha joven no era apta para ser Hermana. A pesar de las injurias y verdaderas calumnias de todo género con que hubo de ser atrozmente combatido por los contradictores y émulos de sus santas empresas, nunca, sin embargo, fue herido, que sepamos, por el dardo de la maledicencia contra su modestia; tal era el profundo respeto que a sus mismos enemigos infundía la sólida virtud y ejemplar modestia de nuestro sacerdote. En el retrato que en su Tributo amoroso hizo de la modestia de San Francisco de Sales, (a quien en tantas cosas se pareció) hallamos hecho su mismo retrato, respecto de esta virtud. “La modestia cristiana es como el manto real que cubre y adorna y presta realce a todas las virtudes. Ella regula todas las acciones según el orden y la decencia en todo tiempo y lugar, lo mismo en la soledad que en la sociedad, por respeto a Dios y a sus Ángeles, a los hombres y aún a nosotros mismos. Es muy excelente esta virtud, y de las que más edifican al prójimo, y le recuerda y le predica su deber con más eficacia y continuamente. Es fruto de ánimo grande, porque pide una sujeción continua, y es un vivo homenaje de todos los instantes de nuestra vida a la presencia de Dios.

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La modestia en el hablar del Santo era muy perfecta: su tono de voz era moderado, ni muy alto ni muy bajo, lo necesario para ser bien oído; lleno de dignidad y sencillez: nunca brusco ni imperioso; dulce, benéfico, sin ser meloso ni tímido. Prefería oír hablar a los otros que hablar él; no obstante hablaba con humildad o por ella, y lo conveniente para no mostrase retraído ni pesado en la conversación. Nunca interrumpía al que hablaba, ni respondía precipitadamente. En las disputas hablaba siempre el último, y con sencillez y moderación decía su parecer: aún en las cosas más indiferentes hallaba observaciones cristianas que guiaban a Dios a los que le escuchaban. Prefería en las cosas dudosas, después de decir con ingenuidad su parecer, ceder con dulzura que triunfar disputando con obstinación o acrimonia. A la modestia en el hablar juntaba el Santo la modestia en el vestir. Miraba la limpieza y el orden en todas las cosas como una virtud, y el desorden y falta de aseo como un vicio, y no permitía que sus vestidos estuviesen sucios, manchados o rotos, sino acomodados a su persona. Odiaba el lujo y el aire aseglarado, y todo su traje resplandecía por la sencillez y la pobreza que edificaba, porque iba unido a la decencia y limpieza que revelaba al hombre de orden y de buena casa, al cristiano regulado en el interior por la virtud que se refleja en el exterior; porque en verdad, todos estos actos y prácticas no eran otra cosa que un reflejo de la virtud o modestia que residía en su interior regulando las tres potencias de su alma angelical, ordenada santísimamente”.

Al tratar de la modestia de María en su libro “María al corazón de sus hijos”, dice así D. Enrique: “Debo ser modesto en mi cuerpo, en mi semblante, en mi lenguaje, en mi vestido, en mi entendimiento y en mi voluntad… Quiero, sobre todo, observar la modestia en mi alma, apartando de mi entendimiento la presunción, precipitación, negligencia o curiosidad excesivas…Quiero ser modesto en mi voluntad, observando con todo cuidado la firmeza y la condescendencia. No quiero dejarme llevar de mis caprichos y veleidades, ni tampoco ser obstinado en mi parecer. Sólo quiero lo que debo querer y nada más; y sólo no quiero lo que no es conveniente que quiera…Seré condescendiente cuanto pueda sin ofender a Dios. Dios me ve, Dios me oye, Dios me ha de juzgar. No haré, pues, cosa, ni pensaré, ni desearé, que pueda desagradar a Dios, que tiene siempre fijos sus ojos sobre mí…Quiero que mi modestia sea manifiesta a todos, así como lo ha sido mi inmodestia, y ser causa de edificación a los que tal vez he sido hoy causa de ruina…La modestia, Madre querida, ya sé que siempre ha excitado la admiración de los hombres, aún de los más pervertidos, que a los modestos les llaman Ángeles, y que es más persuasiva que todos los sermones…por esto quiero ser en todo tiempo y lugar modesto. Yo quiero exhalar el buen olor de Jesucristo y vuestro; yo quiero embalsamar el mundo con el olor de mi modestia cristiana, para atraeros miles de almas a Vos, y reparar todo el daño que he hecho con mis malos ejemplos… ¡Oh modestísima Maria! Es sin duda la modestia la mejor señal para probaros que se os ama. No quiero, pues, hacer jamás cosa alguna contra tan preciosa virtud…Quiero ser, oh María, uno de los hijos más amados de vuestro Corazón, por esto quiero esmerarme por ser uno de los más modestos en mis vestidos y exterior y en mi compostura interior. Ayudadme con vuestro auxilio, y seré un ejemplo de modestia digno de Vos.

De esta suerte hace hablar al hijo de María en esta meditación sobre la modestia, virtud preciosa, que practicada admirablemente por D. Enrique, con tanta discreción como delicadeza, supo estudiarla en su apasionado maestro San Francisco de Sales.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 369, enero 1903, pág. 112

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXXII

Su devoción a Santa Teresa de Jesús.- La prueban sus escritos.- Los cultos que le dedicó.- Su viaje y Peregrinación.- Convento Carmelitano.-

La Archicofradía, Compañía, Rebañito.- Las artes en obsequio a la santa. Después de haber tratado de la devoción singularísima que nuestro sacerdote profesaba a la Madre de Dios, no nos parece inoportuno tratar de la que profesaba a su amadísima Santa Teresa de Jesús. Ciertamente, no dejo de comprender que casi parecerá superfluo a mis lectores el tratar de esta devoción suya, cuando se tienen bien sabido que la vida entera de don Enrique, sus obras todas, no respiraban sino esta devoción, de suerte que ha podido decirse muy bien por un escritor ilustre por un escritor ilustre que su entusiasmo por la Santa era indescriptible, esto es, que no había palabras bastante expresivas para encarecerla; que otros hayan dicho que estaba enteresianado hasta la médula de los huesos y como nadie lo estuvo; y aún se ha añadido por personas venerables, que hecho él más extender la devoción a Santa Teresa de Jesús en nuestros tiempos, que todos los demás juntos. Sin embargo, aunque todo esto sea verdad, y aunque hayamos dicho bastante en los capítulos anteriores acerca de esta su apasionada devoción, porque es imposible tratar de las obras de D. Enrique sin hablar de la devoción a Santa Teresa de Jesús, todavía creemos que nos formaremos concepto más acabado sobre este punto, si ofrecemos como en un reducido boceto los motivos por los cuales justamente se ha llamado a D. Enrique “Apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús”. ¿Qué resortes no ha tocado nuestro sacerdote para extender por todas partes esta devoción? ¿De qué medios no se ha valido para aficionar las almas a Santa Teresa de Jesús? ¿Qué fatigas ni trabajos han sido parte para detenerle en su apostólica tarea de difundir el salvador espíritu de la insigne Reformadora? ¿Qué sacrificios de todo género, qué contrariedades, qué persecuciones, qué injuriosas imputaciones lograron desanimarle ni abatir su ánimo esforzado cuando se trataba de proseguir y llevar a cabo sus obras en obsequio a la Santa de su corazón? Ante todo se valió para ello de su palabra ardorosa y persuasiva, así como de su pluma, empapada dulcemente en el amor a su Teresa. Fundó con este objeto una Revista (1872), en donde hasta el día de su muerte venía publicando artículos y más artículos sobre Santa Teresa de Jesús, considerándola en todas sus fases, poniendo de relieve y a buena luz sus grandes virtudes, examinando sus cualidades excelsas, su carácter peregrino, casi único en la historia de los Santos, su espíritu encumbrado de águila caudal, su corazón por ningún otro tal vez sobrepujado (fuera de los de Jesús y María), sin que se agotase nunca el represado torrente de conceptos, afectos, inspiraciones que atesoraba su alma. No le bastaba aún la Revista para extender la devoción teresiana, sino que vino escribiendo libros y más libros, o bien acerca de la Santa, o bien calcándolos en su doctrina y espíritu, como el Cuarto de hora, el Tesoro de la Juventud, Novena de Santa Teresa, Espíritu de Santa Teresa, Viva Jesús, etc., etc. Los espléndidos y suntuosos cultos a Santa Teresa, nunca vistos hasta entonces, sobre todo en Tortosa, cuna de este reflorecimiento religioso, fueron otro de los medios de que se valió nuestro sacerdote para extender esta devoción. Con brillantes y piadosísimas funciones religiosas, en donde la simpática imagen de Santa Teresa se destacaba entre millares de luces, y a quien daban a conocer elocuentes oradores, atraía a las plantas de la Virgen avilesa, no sólo a la juventud femenil, sino a toda clase de cristianos que, dulcemente sorprendidos ante la vista de la gran Santa, a quien antes apenas conocían, cobraban de cada día apasionada devoción a tan esclarecida Reformadora. Y esto acontecía, no precisamente en la ciudad del Ebro, sino en la mayor parte de las parroquias diocesanas, y se extendía rápidamente el teresiano fuego a las demás

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poblaciones y capitales, aún las más apartadas, haciendo que el nombre y el espíritu de Santa Teresa, siendo más conocido y amado en todas partes, produjese abundantes frutos de santificación. Poderoso medio para lograr más fácilmente todo esto fue la fundación de la Archicofradía que hizo D. Enrique (1874), convirtiendo con ello en insinuante apóstol de esta devoción a cada una de las asociadas. Desde este momento las Teresianas, adoctrinadas con ejercicios espirituales, que en muchas partes dirigía nuestro sacerdote (debiendo multiplicarse asombrosamente para ello), y alimentado el espíritu de las jóvenes en su “Cuarto de hora de oración”, piedra angular de la Asociación, venían ejerciendo en las poblaciones admirable y eficacísima influencia, determinando corrientes poderosas de salud espiritual y de gracia, en donde millares de almas hallaron su verdadera arca de salvación. Tras la Archicofradía vino el “Rebañito del Niño Jesús”, Asociación para las jovencitas, en donde innumerables niñas, que aún no podían ingresar en la Archicofradía, se disponían y formaban, con devociones y prácticas acomodadas a su edad, para pertenecer, así que comulgasen, a tan salvadora Archicofradía. De nada se olvidaba D. Enrique para despertar, avivar, fomentar, consolidar y perpetuar la devoción a la Santa incomparable. No le bastaba ya el que las niñas y las doncellas viniesen a formar parte de esas falanges de corazones que, adiestradas en el manejo de la oración, bajo la bandera de Santa Teresa de Jesús, desplegada por D. Enrique, procurasen defender en todas partes los sagrados intereses de Jesús y su Iglesia. Érale preciso coger el agua desde más lejos, desde su mismo manantial, o sea desde el seno de las familias, para depositar en ellos copiosos y fecundos gérmenes de salud, según el espíritu de Santa Teresa de Jesús. Para ello fundó una obra nueva, un instituto de enseñanza que, cogiendo desde la infancia a niños y niñas, modelasen en sus tiernos corazones, para no borrarse fácilmente, la imagen de Jesús de Teresa, formando así en los colegios y escuelas esencialmente teresianas, nuevas generaciones, amamantadas en la dulcísimo leche de la celestial doctrina teresiana. Ya comprenden nuestros lectores que ese instituto no es otro que la “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, la obra predilecta y la más costosa de D. Enrique, destinada a producir, como ya los produce, frutos copiosísimos de santificación, no en España solamente, sino en todo el mundo. Ni se olvidaba por ello de los Claustros Carmelitanos, de la Reforma teresiana, a quienes profesaba y profesó siempre profunda veneración y afecto, siendo debidamente correspondido, ello es cierto, por los hijos e hijas de Santa Teresa, como harto se lo demostraron en su viaje primero, y después en su peregrinación a la Cuna y Sepulcro de la Santa. Elocuente prueba de esta veneración y afecto por parte de D. Enrique, fue la fundación del Convento de Carmelitas descalzas, en el Jesús de Tortosa, siendo ayudado de algunas personas piadosas, pero siendo él el primer móvil y la poderosa voluntad que logró llevar a término feliz esta obra. Como si quisiera templar mejor su espíritu, más aún de lo que lo estaba, en la fragua de los amores de Teresa de Jesús, hizo el viaje y llevó a cabo la Peregrinación a la Cuna y Sepulcro de la Santa (1875), a que nos referíamos antes. Con este motivo le fue cosa fácil por demás el visitar a muchos conventos carmelitanos, fundados la mayor parte de ellos por Santa Teresa de Jesús. En otra parte (Viaje teresiano) hállase consignado, con cuanto extremo se prodigaron las más obsequiosas atenciones de veneración y afecto a la persona de nuestro teresiano apóstol, por parte de los hijos e hijas de la Santa. Sólo diremos aquí (porque lo sabemos muy bien) que aquella visita fue algo semejante a deliciosa cadena de júbilos y consuelos espirituales para los Claustros teresianos, no menos que para el corazón del piadoso sacerdote que los visitaba. ¿Y qué diremos aquí de lo que se desvivió para fomentar sus nacientes Obras teresianas, amamantándolas, por decirlo así, al calor de su espíritu? Para mejor consagrarse a éstas apostólicas tareas, hubo de abandonar la Cátedra del Seminario de Tortosa. Entonces sí que podía dedicarse de lleno a su teresiano apostolado. A donde quiera que se le llamaba para fundar nuevas Asociaciones, o nuevos Colegios de la Compañía, o dar ejercicios espirituales, dirigíase nuestro sacerdote en alas de su celo, sin rehuir jamás molestias, fatigas ni trabajos, ni atender jamás a otra recompensa que la de poder dar gloria a Jesús y su Teresa. Tampoco será preciso que recordemos el ardoroso afán con que, queriendo que no hubiese ningún alma que se escapase de la red amorosa de la teresiana devoción, valíase de todas las artes que se llaman liberales, para que, multiplicando por este medio en todas las formas imaginables la hermosura y gracias hechizadoras de Aquélla que le había robado el

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corazón, no quedase nadie sin conocer, admirar y amar a Santa Teresa de Jesús. A costa suya la mayor de las veces, y siempre por su poderosa iniciativa, puso a contribución los trabajos de fotógrafos, de escultores, de pintores, de músicos, de literatos en obsequio de la que, siendo una gran Santa, fue a la vez insigne escritora y poetisa, asunto el más dulce y simpático, no menos para la pluma de los escritores místicos que para la inspiración de los artistas.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 370, febrero 1903, pág. 140.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXXIII

Su devoción al Sagrado Corazón de Jesús.- Al dulce Nombre de Jesús.- Al Espíritu Santo.- Novena.- A los Santos Ángeles.- A San Miguel.

No conoceríamos bien el espíritu de nuestro ilustre biografiado, si no dedicáramos un capítulo siquiera a tratar de otras preciosísimas devociones que, aparte de las referidas, venían a consolar y vigorizar su alma, elevada habitualmente a las alturas de la perfección. En el Corazón Sacratísimo de Jesús es en donde, olvidándose de mundanales ruidos y terrenos gustos, D. Enrique descansaba y se recreaba como en morada deleitosísima, cobrando en ella nuevos alientos y bríos indomables, como los necesitaba para llevar a feliz término sus obras. En las prácticas de esta suavísima devoción, hallaba su alma sus más gustosos regalos y puras delicias, y procuraba que todos los demás disfrutasen de este mismo tesoro inestimable. En sus devocionarios y libros se observa que nada recomienda tanto como esta exquisita devoción. No sólo escribió, para inculcarla a los fieles, el hermosísimo libro titulado las Siete moradas en el Corazón de Jesús, sino que, para mejor desahogar los ardorosos sentimientos de su alma en obsequio de tan sacratísimo objeto, escribió y publicó otro libro con el título de Un mes en la Escuela del Sagrado Corazón de Jesús, añadiendo a él un Triduo, Novena y Primer viernes (1). Es preciso leer las páginas de este libro, algunas siquiera, para comprender desde luego que aquellas palabras suyas, aquellos conceptos y sentimientos delicadísimos no brotaban, en medio de su espontánea sencillez, no podían brotar exclusivamente de un cerebro ni de un corazón, por bien organizados, por soberanamente cultivados y privilegiados que los queramos suponer. Al leer esas páginas se ve claramente que sólo de un alma abrasada en el amor de Jesús, sólo de un espíritu abrevado de continuo en las dulcísimas corrientes que manan del Corazón divino, podían brotar semejantes meditaciones. Es difícil sobremanera escoger alguna siquiera de las meditaciones que contiene este libro, porque en todas se hallan particular embeleso y nueva sorpresa deliciosa. Pensábamos transcribir aquí la titulada “Delicadezas del Corazón de Jesús” o “Unión con el Corazón de Jesús”, para recrear por deliciosa manera al lector; pero preferimos poner la que se rotula “Dos frutos del Corazón de Jesús”, porque acertamos a ver en ella algo de íntimo, de personalismo de su venerable autor. “Si la muerte es el eco de la vida, dice, no se puede dudar que el alma amante del Corazón de Jesús, que ha pasado su vida en amarle y desagraviarle, ha de hallar una muerte feliz en este deífico Corazón. A una vida de amor divino corresponde una muerte de amor de Dios. Este es el mayor beneficio que nos puede proporcionar esta eximia devoción. ¡Oh cuán dulce cosa será el morir, para el alma que en vida amó e hizo su morada en el Corazón de Jesús! Será como el viajero que aborda a las playas eternas guiado por el mejor piloto y en el esquife más seguro, para saltar a la tierra de promisión. ¿Qué importa que el esquife se rompa, esto es, que se deshaga este nuestro cuerpo mortal, y se rompan las ataduras con que aprisionaba al alma, si el alma encarcelada ve con esto que se le abren las puertas de la celestial Sión, y entra a formar parte de aquellos felices y libres ciudadanos? Después que Jesús murió por nuestro amor, la muerte es preciosa, porque nos abre las puertas del paraíso y nos introduce en el gozo de Nuestro Señor. El lecho del dolor, sea probado con penosa y larga enfermedad del alma y del cuerpo, sea con prolongada agonía, es siempre una misericordia del Corazón de Jesús, nuestro Padre, que purifica, santifica y enriquece de celestiales bienes a sus siervos. Como desea tan buen Padre abrazar a sus hijos queridos de su Corazón que vuelven de tan largo destierro así que piensen los umbrales de la eternidad, abrevia esta hora de prueba o la dulzura, haciéndonos exclamar: Jamás pensé ser cosa tan dulce el morir. Es la muerte en verdad un castigo, el estipendio del pecado, pero en manos del buen Jesús, y pasando por su Corazón adorable que la santificó y la endulzó, es un regalo de su amor. Mejor que la más cariñosa madre, que procura poner blando el lecho en aquella hora, para mitigar los dolores de su hijo enfermo, el Señor con blanda mano alivia los dolores, que primero Él probó en su muerte de cruz, quitándoles todo el amargor. “¡Oh, yo deseo ser disuelto y estar con Cristo! ¡tanto es el

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bien que espero, que las penas me son deleite! Que muero porque no muero”, y así por el estilo exclaman los amantes del Corazón de Cristo en aquella hora, y se duermen tranquilos en los brazos de la misericordia del buen Jesús en el tiempo, para despertar dentro su Corazón anegados en un mar de amor y delicias por toda la eternidad. ¡Oh muerte feliz, quién pudiera lograrte! ¡Alma mía! esmérate en ser devota del Corazón de Jesús, y tendrás dulce muerte, pues así lo prometió a su sierva la Beata Alacoque. ¡Quien pudiera, Jesús mío, merecer como vuestra sierva Santa Teresa de Jesús, morir no de la violencia de la enfermedad corporal, sino por la vehemencia intolerable de un amoroso incendio, de una mayor avenida y golpe de vuestro amor! Esta, Señor, es la única gracia que pido a vuestro amoroso Corazón, por premio de todos mis obsequios y trabajos empleados en vuestro servicio y en extender el reinado de vuestro conocimiento y amor por todo el mundo: una vida de amor vuestro cortada, consumida a la postre por un acto intensísimo de vuestro amor, el cual introduzca mi alma toda inflamada a cantar, amar y admirar las delicias de vuestro amor eterno. ¿Qué os cuesta esto, mi Señor y mi Dios? ¿Qué hay imposible al que todo lo puede? A otros siervos vuestros y devotos de vuestro Sagrado Corazón lo concedisteis: yo os lo pido por su intercesión. Ya sé, Jesús mío, que no lo merezco; mas lo merecéis Vos, que moristeis por mí en la cruz. Ya que debo vivir, quiero vivir por sólo Vos. Ya que debo morir, quiero morir por sólo Vos. La muerte destruirá el muro de mi cuerpo que me impide penetrar en vuestra eterna Sión. Las enfermedades y trabajos son otros tantos golpes que van deshaciendo este muro, para que yo pueda sin cortapisa unirme a Vos, y la muerte da el último golpe que lo derriba enteramente para mostrarme vuestro rostro. Por eso yo quiero ensayarme aquí, Jesús mío, a vivir la vida que he de vivir en la eternidad. Este mi destierro voy a convertirlo con vuestro amor en una antesala del Cielo. Allí os veré, os amaré, os alabaré por toda la eternidad: Videbimus, amabimus, laudabimus. Aquí os veré por la fe viviendo vida de fe, avivando mi fe; os amaré con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas; os alabaré noche y día, en las alegrías y pesares, en los dolores y gozos, en salud y enfermedad, porque todo viene de Vos, que me amáis. Yo quiero, pues, Señor, y pido y suplico a vuestro adorable Corazón, que cada día crezcan en tal grado mis afectos de fe viva, alabanza, adoración y amor, que la muerte me sorprenda en tan divino ejercicio, y al traslumbrar los albores de la eterna vida cercana, al sentir más de cerca vuestra presencia amorosa, al vislumbrar con más claridad la belleza de vuestro rostro, al oír con más suavidad el timbre de vuestra voz, mi corazón se encienda, se avive, se inflame, se derrita, y se consuma y muera de amor que no pueda contener, y sea una ola la más impetuosa de vuestro divino amor la que me arroje en las playas serenas del eterno amor, donde cante anegado en el gozo de vuestro amor soberano eternamente vuestras misericordias. Amén”.

No era menos ardorosa y constante la devoción que profesaba al dulce Nombre de Jesús con el cual regalaba a menudo sus labios y su corazón. Gustaba asimismo de considerar a Jesús adolescente, a Jesús agonizante, como puede adivinarse por las meditaciones y prácticas piadosas que compuso y andan esparcidas en sus libros piadosos. ¿Y qué diremos de la devoción extraordinaria que profesó desde su juventud a los Santos Ángeles? En sus sermones y escritos piadosos no cesaba de recomendar eficazmente esta devoción tan suave y fácil como fecunda en grandes resultados espirituales para aquellos que la practican. A las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús encargábales con especial ahínco esta veneración afectuosa a los Santos Ángeles; ni se olvidó de consignarlo así en la Santa Regla ni en el Plan de Estudios que redactó para ellas. En la Santa Regla se lee lo siguiente: “Debéis aspirar a ser apóstoles de la devoción a los Santos Ángeles de la Guarda y San

Miguel, los primeros celadores de la gloria de Dios y los que muy eficazmente os ayudarán a que sea fecundo y de maravillosos resultados vuestro apostolado de oración y enseñanza. Invocadles con toda confianza antes de la oración, estudios y clases, y antes de tratar con las personas cuyo corazón pretendáis mover al amor de la virtud. Para andar y resplandecer con la modestia y mansedumbre de Cristo Jesús, acordaos que tenéis siempre presente a vuestro lado a vuestro Ángel de Guarda. Saludad a Jesús Sacramentado en todos los pueblos que viereis y al Ángel del lugar; y al subir al tren, coche o conductor cualquiera, saludad a todos los Ángeles de la Guarda de las personas que allí hubiere, compañeros de viaje”. Entre los medios para reanimar y sostener el espíritu de fe, pone este: “Poned sumo cuidado en la devoción e invocación de los Santos Ángeles de la Guarda en

todos los actos, a lo menos en los más importantes; no resistiendo, sino siguiendo con fidelidad y docilidad sus inspiraciones. En el Plan de Estudios encontramos este párrafo: “Todas las Profesoras de la Compañía de Santa Teresa de Jesús deben sobresalir por su espíritu de fe, saludando a menudo a los Santos Ángeles de sus educandos para que les abran el corazón a la inteligencia de sus enseñanzas”.

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Ya en otro capítulo anterior hemos indicado algo de su devoción al Arcángel San Miguel, cuyo bendito nombre llevaba su amadísima madre. En Vinebre, su pueblo natal, se profesaba al glorioso Arcángel y se le viene profesando fervorosa veneración por sus cristianos habitantes, los cuales visitan a menudo la pintoresca ermita que le tienen erigida en delicioso y recogido valle. Así es que la devoción que desde su infancia profesaba D. Enrique al insigne celador y defensor de la gloria de Dios, San Miguel, de día en día creció y se perfeccionó en su alma, y por medio de sus libros y escritos la propone muy encarecidamente a las almas deseosas de su perfección. No queremos terminar este capítulo sin apuntar, aunque de paso, cuán íntimamente se hallaba penetrada su alma de rendida y constante adoración al Espíritu Santo, a quien, ya al recibir la sagrada orden del Subdiaconado, se dirigió en efusiones dulcísimas, como hemos indicado anteriormente, al recordar este acontecimiento, tan feliz y suspirado de su alma en su primera juventud. Y no sólo en ella, sino también en la edad madura, y aún pocas semanas antes de su muerte, demostró por modo evidente, cuán agradecido se sentía a las luces, consuelos y dones abundantes que recibiera del Divino Espíritu Paráclito, escribiendo una preciosa Novena que no dudamos producirá exquisitos y regalados frutos de santificación para las almas que la practiquen (2). No queremos privar a nuestros lectores de alguna ligera muestra de este importantísimo trabajo, en donde tal vez se guardan y atesoran aquellos sublimes pensamientos y afectos que antes de morir hicieran vibrar su escogidísima alma y la dispusieron indudablemente para mejor y más pronto unirse con su Dios, trino y uno. ¡Ojalá sepamos nosotros sentir, al leer sus mismas palabras, los mismos sagrados ardores e impulsos que abrasarían su corazón, al escribirlas y meditarlas! Al discurrir acerca de los dones del Espíritu Santo, dice así: “Para obtener la gracia del Espíritu Santo, y por consiguiente con mayor razón al mismo Espíritu Santo, es necesaria de toda necesidad la oración. Porque, sin ninguna gracia del Cielo desciende sobre la tierra de nuestros corazones sin la oración, ¿cuánto menos descenderá, si no oramos, el Espíritu Santo, santificador, que es la fuente y principio de todas las gracias celestiales? Por esta razón vemos a los Apóstoles que, para recibir al Espíritu Santo, se unen todos para orar con perseverancia (Act. 1). Es muy digno de ponderar aquí, que no se lee en el Santo Evangelio, que los Apóstoles orasen antes de subirse Jesús a los Cielos, y que ni siquiera repitiesen la sublime oración dominical, que con tanta dignación les había enseñado este su divino Maestro, como fórmula la más breve, la más completa, más admirable y más divina de oración. Así se lo echa en cara con delicadeza el buen Jesús en la última cena cuando les dice (J. 16): “Hasta ahora nada habéis pedido”. Mas después de la Ascensión de Jesucristo, no sucede así: al instante se reúnen para orar, y no paran día y noche de orar para recibir y hasta recibir al Espíritu Santo. Los Apóstoles que no oraron para verse libres de sus caídas en la Pasión y Muerte del Salvador, oran de continuo después al esperar al Espíritu Santo, para hacerse dignos de recibirlo, a pesar de que están ciertos de que descenderá, según la promesa de Jesucristo. ¿Por qué? Para enseñarnos a todos la necesidad absoluta de la oración para recibir el don de los dones del Cielo. Si el Espíritu Santo mismo ruega por nosotros con gemidos inenarrables, como dice el Apóstol (Rom. 8), ¿cómo podrá dispensarnos de que nosotros le acompañemos en tan divina y necesaria ocupación?... Oremos, pues, y oremos con perseverancia, como la Virgen y los Apóstoles, si queremos recibir el Espíritu Santo, porque todo el que pide recibe; luego si no pedimos, no recibiremos. El mismo Espíritu Santo pide por nosotros, y por consiguiente, estemos ciertos de que será oída por el Eterno Padre nuestra oración, porque este mismo Padre nos ama, como nos asegura Jesucristo, y amándole vendrá a nuestra alma con el Hijo y el Espíritu Santo, y hará en ella su mansión, porque sus delicias son estar con los hijos de los hombres. Digamos y grabemos en nuestros corazones lo que dijo un día Jesucristo a nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, y tengámoslo dicho a nosotros, si amamos a Dios: “Haz lo que es en ti, y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada. Mi padre se deleita contigo y el Espíritu Santo te ama (Rel. 3)”. ¡Oh qué felicidad! “¿Quieres testimonios más concluyentes de la necesidad que tienes de hacer oración para salvarte? Pues, ¿por qué no oras, u oras tan poco, o tan mal? ¿Cómo está tu corazón respecto de este santo ejercicio de la oración? ¡Ay dolor! Tal vez la oración que debía ser tu primer ejercicio, es el último, y para todo tienes tiempo de sobras menos para orar. Por esto andas tan mal, tan desordenada tu vida; tan inquieto tu ánimo, tan poca paz en tu corazón, tan poca firmeza en el bien; oras poco y aún ese poco mal; más bien que oración, parece un insulto a Dios. ¿Por qué estás tan distraído al orar? ¿Por qué no sabe tu corazón lo que dicen tus labios? ¿Por qué tanta negligencia en lo que más te importa? ¡Ah! es porque no tienes fe viva; sí, alma mía; antes de orar aviva la fe de que vas a hablar con Dios, tu Padre amantísimo, pero de infinita grandeza; aviva tu fe y piensa la multitud innumerable de tus necesidades, y pide entonces con humildad, con confianza, con atención, con perseverancia, y no dudes que serás oída en tus súplicas. El Espíritu Santo moverá

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entonces tu corazón y tus labios, te enseñará a orar, o mejor, orará contigo con gemidos inexplicables, y subirá al Cielo tu oración, y bajará sobre ti la divina misericordia. ¡Oh Espíritu Consolador de las almas! Enseñadme a orar y perseverar en la oración, pues no necesito otra gracia para salvarme. ¡Oh Padre de los pobrecitos, Espíritu Santo Dios! Venid y socorred con el don de la oración a esta alma que habíais santificado con vuestra presencia, y jamás os arroje de sí por el pecado. Amén”.

Por lo poco que, acerca de las devociones de D. Enrique dejamos apuntado, ya colegirán nuestros lectores cuán encumbrado debía de ser el vuelo de su espíritu, cerniéndose por las sublimes alturas de la perfección cristiana, desde donde, fortalecido ya con superiores gracias y alentado con maravillosas energías, descendía al trillado campo de las almas, para elevarlas y enardecerlas como lo estaba la suya.

A. B. J. (1) “Mi libro del corazón” le llamaba a este devocionario, que escribía en Roma, después de hacer su diaria visita al Coliseo y meditar en la sangre de los mártires derramada con tanta abundancia en aquel sitio venerado (2) Se está imprimiendo mientras escribimos estas líneas.

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REVISTA TERESIANA Nº 371, marzo 1903, pág. 174.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXXIV

Escoge un lugar más retirado para hacer Ejercicios Espirituales.- Parecía presentir su muerte.- Detalles de su estancia en “Sancti Spiritus”.-

Sus proyectos de nuevas obras.- Sus últimos momentos.- Carta interesante del Religioso que fue su confesor.

Amador del silencio y de la soledad, no se contentaba don Enrique con la vida tan oculta y abstraída que habitualmente llevaba, sino que solía retirarse muy a menudo en lugares todavía más desiertos, como Montserrat, el Desierto de las Palmas, y algún otro, en donde se ejercitaba espiritualmente, escribía sus libros y meditaba alguna nueva empresa a la gloria de Dios y salvación de las almas. Pero esta vez, pocos días antes de morir, escogió y encontró para su retiro un lugar muy recogido a la vez que delicioso, en donde creyó que no le conocerían sus moradores, pues nunca había estado en él, y a donde no era fácil, por otra parte, que llegasen personas conocidas. Ni los amigos, ni aún las Hermanas de la Compañía tenían conocimiento del lugar en donde a la sazón se hallaba su Padre Fundador. Sólo a un Religioso de Valencia había comunicado este secreto, siendo el encargado de recibir y transmitirle la correspondencia. ¿Por qué esta vez tanto secreto para con todo el mundo? ¿Por qué tanto deseo de completa soledad, de olvido, de apartamiento, de silencio tan profundo? No lo sabemos. Pero si reflexionamos ahora acerca de las palabras misteriosas que, encerrando algo como un adiós, se desprendieron de los labios de nuestro sacerdote antes de salir de esta ciudad; si nos fijamos en algunos párrafos de sus últimas cartas a las Hermanas y a un sobrino suyo, en donde no parecía sino que se despidiese para largo viaje; si atendemos a otras circunstancias que ya entonces no pudieron menos de causar grande extrañeza, pero que meditadas ahora, dan no poco qué pensar, ¿no hemos de asentir a lo que ha dicho uno de los Padres Franciscanos, sus últimos compañeros (el cual tenía motivos para conocer los secretos del alma de D. Enrique), a saber, que el Señor ha ido disponiendo de la manera más suave e inefablemente amorosa la muerte del que nosotros lloramos?... Desde el día 2 de Enero que se hallaba entre aquellos observantes hijos de San Francisco, a donde le había acompañado, desde el Desierto de las Palmas, el muy Rdo. P. Provincial de los Carmelitas, su amigo, pues, en aquella ocasión, deseaba nuestro biografiado mayor apartamiento todavía que el que le ofrecía aquel por él tan visitado y amado Desierto carmelitano. El día 6 predicó en la iglesia del convento sobre la festividad del día, dejando a los Religiosos edificados y complacidos por todo extremo con su palabra caldeada siempre en el amor a Dios y su Teresa. En ese mismo día empezó a practicar santos ejercicios espirituales, los cuales duraron hasta el día trece. Había empezado a escribir algunos libros, y proseguía escribiendo algún otro que tenía comenzado, por ejemplo, Un Pequeño tratado sobre la vida mística. Estaba a la sazón muy bueno de salud, y alternaba sus estudios y trabajos intelectuales con la oración, no sin dedicar alguna hora de la tarde a esparcir su ánimo paseando por los deliciosos alrededores del convento, en compañía de los Religiosos y de algún otro sacerdote de una parroquia vecina. El día 27, fiesta de la Sagrada Familia y de San Juan Crisóstomo, acompañado de algunos Padres salió a paseo, y como se acercase uno de ellos a una fuente y quisiera beber en ella, D. Enrique, viendo sin duda que su compañero no podría hacerlo cómodamente, después de lavar sus manos las unió formando una como concha para recoger toda el agua posible y hacer que el Religioso bebiese en ellas. Aquella misma noche se recogió a la hora de costumbre, y aunque se sentía molestado por algún malestar en su cuerpo, no hizo caso de ello. Mas serían sobre las once y media cuando los Padres, oyendo recios golpes en la puerta de la clausura, bajaron a abrir, conociendo con asombro que quien llamaba no era sino su respetable y venerado huésped D. Enrique, el cual, sintiéndose indudablemente herido de muerte, se había levantado de la cama envuelto con una manta, para llamar a los Religiosos. Al preguntarle éstos si se sentía

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enfermo, les contestó con un movimiento de cabeza que sí. Cogiéronle en sus brazos dos Religiosos para llevarle a la cama. Al llegar a ella, pareciéndole a uno de ellos que D. Enrique se hallaba en sus últimos momentos, le dio la absolución sacramental. Aquella misma mañana había confesado. Parecíales en parte que su querido y venerado huésped esta muerto, pero se resistían los Padres a creerlo, notando la flexibilidad de sus miembros y suave paz de su rostro, por lo cual esperaron por espacio de dos horas a que recobrara los sentidos. Inútilmente lo esperaron. ¡D. Enrique había muerto! Aquellos observantes Hijos de San Francisco, llenos de inmenso dolor ante aquel tan inesperado espectáculo, pero también profunda e íntimamente consolados en su espíritu por todo cuanto habían visto y conocido en su amado huésped, después del Oficio de cuerpo presente que celebraron en sufragio de su alma, dieron sepultura en su propio y humilde cementerio al cuerpo del celosísimo Fundador y ejemplarísimo sacerdote. Pero su alma se fue al Cielo, como piadosamente creemos. Los pormenores que por conducto de los Padres Franciscanos llegaron a nuestra noticia; las palabras que salieron de los labios del Padre que fue el último Director espiritual de don Enrique en aquel recogido Claustro; la profundísima veneración que despertó en todos ellos nuestro venerado amigo; el piadoso afán que demostraron todos ellos por poseer y conservar cualquier objeto, por insignificante que fuese, que hubiese pertenecido al ilustre difunto, todo ello nos induce, nos obliga a creer, que el que fue insigne apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús, descansa dichosamente en la paz eterna del Señor. Creemos que nuestros lectores leerán con grandísimo consuelo la carta que, a raíz de la muerte de D. Enrique, escribió desde Sancti Spiritus el que fue su confesor en aquella apacible soledad. Dice así: “Alabado sea el Santísimo Sacramento. Convento de Sancti Spiritus 11 Febrero de 1896. Muy Iltre. Sr. D. Francisco Marsal: Aunque no está nuestro Rdo. P. Guardián en el Convento por tener capítulo Provincial en el de Onteniente el día 13 del que rige, con todo voy a darle algunas noticias del santo varón D. Enrique de Ossó (R. I. P.). A últimos del pasado año, llegó al Convento del Desierto de las Palmas (provincia de Castellón), para hacer sus santos ejercicios anuales y con ánimo de terminar algunos trabajos de propaganda católica. Se encontraba entonces en aquel Convento el muy Rdo. P. Provincial de los Carmelitas descalzos, amigo suyo, y al saber el fin que se proponía, le dijo que estaría mejor en este Convento, porque allí había bastante gente forastera y le distraerían. Nunca había estado en este Convento, y lo acompañó el mencionado P. Provincial carmelita el día 1º del pasado Enero. Grandísima verdad es, que los hombres se mueven y Dios los conduce, y no hay duda que el espíritu Santo condujo a D. Enrique a esta santa soledad, para desde aquí trasladarlo al Cielo. Veinte y siete días pasó entre nosotros, edificándonos en todo. Sus conversaciones versaban sobre cosas santas, halagando a la práctica de la virtud. Su humildad profundísima se veía tratando con mucho gusto con los legos y dándonos a los sacerdotes sus producciones literarias para que las corrigiésemos. Aquí dio la última mano a una novena que había escrito en obsequio de la Concepción Inmaculada de María Santísima. Aquí escribió un opusculito para propagar el amor a Jesucristo. Aquí escribió una novena del Espíritu Santo. Aquí redactó una Carta para los confesores de sus Religiosas, dándoles sapientísimos consejos para la dirección de las mismas. Aquí estaba formando las Constituciones para una nueva congregación de sacerdotes, titulada del Oratorio de Santa Teresa. Al estudiar la importancia de esta última empresa, desfallecía algún tanto su ánimo y se decía: “¿Yo miserable, pretendo ser fundador? ¿No hay ya bastantes Órdenes religiosas?”. Volvía a reflexionar sobre el mismo asunto y le halagaba el que hubiese una Congregación de sacerdotes teresianos, que comunicasen al mundo el espíritu de la seráfica Doctora, dando ejercicios espirituales, predicando y enseñando en los Seminarios la cátedra de moral, y sola ella. En este estado le sorprendió la muerte el lunes 27 del pasado Enero, cerca de media noche. Al sentirse con el fuerte ataque apoplético, subió la escalera para llamar y

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pedir auxilio, y apenas lo advirtieron dos Padres y un hermano, se llegaron a la puerta del Claustro y lo encontraron casi muerto; lo pusieron en seguida en la cama con grande angustia, y al preguntarle si quería arrojar, o vomitar algo, expiró (R. I. P.). El día antes se confesó y celebró el Santo Sacrificio el mismo día de su muerte, sin quejarse de enfermedad alguna. Se puso muy grueso el tiempo que estuvo en este Convento; comía con mucho apetito y disfrutaba en dar paseos por estas montañas. Yo le acompañaba casi siempre, y se franqueaba conmigo con muchísima confianza. Me eligió por su confesor, e hizo conmigo la confesión general al terminar los santos ejercicios, que los principió el día de los Santos Reyes por la noche; el mismo día por la mañana nos predicó con santo celo en la Misa mayor sobre el santo Evangelio del día. Me edificó oír su confesión general, en la que nada hubo de faltas graves, y sí tan sólo algunas pequeñas faltitas, originadas algunas de ellas del grande celo que le animaba en todas sus empresas de propaganda y esmerado cuidado de su instituto, la Compañía de Santa Teresa. Vivía enteresianado hasta la médula de sus huesos, y su corazón estaba identificado con el de la Santa Doctora. Yendo un día de paseo nuestro P. Provincial, (que también murió en muy santa opinión el día de la Purificación de la Santísima Virgen = Nunc dimitis) D. Enrique y yo, nos dijo: “Vamos entre los tres a redactar un librito para acrecentar en el mundo el amor a Jesús, dictando medios al efecto cada uno”. Así pasamos santamente el rato de paseo. Los dos creo que están en el Cielo. De los dos he recibido sus últimas confesiones generales y me han edificado sobremanera. De los dos espero oraciones en mi favor para cumplir la voluntad de Dios, viviendo santamente para volver a disfrutar de su amable compañía en el Cielo. Amén. La noche misma que murió, después de cenar, estaba contemplando el hermoso cielo, y le decía a un hermanito lego: “Hermano, ¡qué hermosa es la luna! ¡qué hermoso está el cielo!”. Y a las tres horas de estas santas admiraciones entró en la claridad eterna, donde le creo disfrutando de la presencia de Dios y de la Santísima Virgen María, Ángeles y Santos. A la mañana siguiente a su entierro, llegaron a este Convento el P. Provincial de los Carmelitas descalzos, un sacerdote amigo del finado, la Superiora general de la Compañía de Santa Teresa, del colegio de Barcelona, y dos Religiosas más; no pudieron ya ver su cadáver, enterrado en nuestro cementerio. La intachable vida de D. Enrique, me hace creer que está en el Cielo; con todo, como los juicios de Dios son inescrutables, roguemos para que si algo tiene que purgar pronto su alma (R. I. P.). Le ama en el S. C., Fr. Francisco Domingo Payá” Algunos comentarios y observaciones a este documento nos reservamos hacer, Dios mediante, en el siguiente capítulo.

A. B. J.

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REVISTA TERESIANA Nº 375, julio 1903, pág. 300.

D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ, PBRO.

APUNTES BIOGRÁFICOS

XXXV Y ÚLTIMO

Fue su entierro pobre y humilde.- Sus últimos proyectos.- Su Epitafio.- Traslación de su cadáver.

Logró ciertamente D. Enrique lo que, a nuestro entender, tanto había deseado siempre, a saber, morir en dichosa y santa soledad, en lugar oculto, desconocido de los que le rodeaban, en cuanto era posible; apartado de parientes y amigos, aún de sus amantes Hijas, las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Aquello que por todo extremo amó tanto durante toda su vida, no quiso seguramente que le faltase en la hora de su muerte. La soledad en Dios, el retiro, la abstracción y apartamiento de deudos y amigos, aún la privación de los santos consuelos que las Teresianas y las Hermanas de la Compañía podían proporcionarle con sus oraciones y lágrimas al rodear su lecho de muerte, esto es que, según creemos, deseó y anheló durante toda su vida, lo obtuvo en su muerte cumplidamente, como ya han podido ver nuestros lectores en el capítulo anterior. Aunque acompañado de las fervorosas plegarias y sufragios de los Religiosos de aquella ejemplar Comunidad, el entierro de nuestro humildísimo sacerdote fue sin concurrencia, humilde, sin ninguna fúnebre pompa. Su cadáver fue sepultado en el modesto cementerio del convento, en un lugar reducido, cercado de mezquita pared de piedra, bajo tosca cruz de madera, todo pobre y humilde, como él seguramente había deseado, conforme a su espíritu durante su vida. Las dos Hermanas que a la primera noticia salieron del Colegio de la Bonanova (1) con dirección al convento de Santi Spiritus, no pudieron sino orar sobre la sepultura recién cerrada del que fue su amadísimo Fundador. Derramando abundantísimas lágrimas, adoraron los decretos inescrutables de la divina Providencia que por modo tan súbito e inesperado, los privaba de la dirección y consejos de su Padre amadísimo. Por lo que naturalmente se desprende de la carta anteriormente copiada y por lo que de otra parte sabemos nosotros, nuestro celosísimo Sacerdote, después de practicar los Santos Ejercicios espirituales, e iluminada su alma con nuevas y abundantes luces del Espíritu Santo, iba a consagrarse de lleno a la fundación de un nuevo instituto teresiano, obra desde mucho tiempo atrás acariciada, y que, a su entender, no sólo coronaría sus demás obras teresianas, sino que contribuiría por modo evidente a darlas condiciones de vida próspera y floreciente. Tal era la congregación de Misioneros teresianos, dedicados casi exclusivamente a dar Ejercicios Espirituales a las Archicofradías de Teresianas y a los Colegios de Hermanas de la Compañía. Aunque no hay duda de que era difícil la nueva empresa, sin embargo no era imposible para quien, como nuestro teresiano apóstol, se sentía con los varoniles alientos que Dios puso en su alma, y quedan bien patentizados en sus obras. Sin hablar ahora de las cosas extraordinarias que experimentaron en el día de su muerte algunas Hermanas de la Compañía, según testimonio de las mismas; ni tampoco de los favores o gracias que otras personas alcanzaron del Cielo, invocando al venerable Sacerdote, recordaremos solamente el concepto altísimo que de la virtud de D. Enrique tenía formado el Rdo. P. Fray Francisco Domingo Payá, su último confesor, según lo manifiesta en la preciosa carta que hemos copiado en el capítulo antecedente. Estando como dice que “su corazón estaba identificado con el de la Santa Doctora”, ¿qué extraño es que viviese y muriese de amor a Jesús de Teresa? Según testimonios que no se pueden recusar, nuestro teresiano apóstol había escrito el epitafio que deseaba pusiesen en su sepultura, y consiste en estas pocas palabras:

YO DESCANSO EN JESÚS

Nada más conciso, pero tampoco nada más expresivo y elocuente que esta inscripción. Porque para quien tanto se fatigó, sin darse punto de reposo mientras vivía,

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pareciendo que no tenía sino que le faltase tiempo para extender por doquiera el conocimiento y amor de Jesús, por medio de Teresa; para quien decía a menudo, como quejándose de que fuese así, que muriendo se acabaría el trabajar y fatigarse por Jesús de Teresa; para quien era ordinario el aplicar a sí e inculcarlo a sus Hijas las Hermanas de la Compañía, aquello de “trabajar hasta enfermar, y después descansar” ¿qué mejor epitafio, que por modo tan gráfico sintetice su vida entera que éste:

YO DESCANSO EN JESÚS?

Es de creer, por lo tanto, que éste y no otro epitafio se ha de poner sobre la tumba o sarcófago que pronto, según tenemos entendido, erigirán las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, al que fue su dignísimo y venerable Fundador. No conocemos todavía el lugar en donde se erigirá este monumento. Nos consta que un célebre Monasterio y famoso Santuario desearía guardar como riquísimo tesoro los venerados restos del que fue insigne apóstol de la devoción a Santa Teresa de Jesús. De otra parte, no ignoramos que, deseando para sí merecidamente esta misma honra las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa, aspiran ardientemente, a fuer de Hijas predilectas del que fue su amado Fundador y Padre, a custodiar y venerar su precioso cadáver en alguna de sus principales Casas-Colegios, tal vez en la Casa-Noviciado de el Jesús (Tortosa) teatro principal de las obras y apostólicos trabajos de D. Enrique. De todos modos, creemos que no se pasará mucho tiempo sin que se dé, entre nosotros, honrosa y definitiva sepultura cristiana al venerable cadáver del Fundador de la Compañía teresiana. Si es verdad que D. Enrique deseó, y lo logró ciertamente, morir en lugar donde apenas fuese conocido, y lejos de los suyos, que tanto le querían y admiraban, sin los consuelos que esto le hubiese proporcionado; sin embargo, no pudo impedir que, al conocerse su muerte, la prensa católica manifestase la profunda aflicción que experimentaron todas las almas buenas por la pérdida de varón tan esclarecido, consagrando artículos y sueltos necrológicos a recordar las virtudes, trabajos apostólicos y talentos de quien tan inopinadamente dejó este mundo, para recibir en otro mejor el galardón glorioso que había merecido. En otro artículo reproduciremos cuanto a raíz de su muerte publicó en sus columnas esta prensa católica (2).

A. B. J. (1) Eran Dª Teresa Pla y Dª Teresa Blanch; aquélla Procuradora general, y ésta Visitadora general, actualmente Superiora General del Instituto. (2) Como quiera que se copió a la sazón, en esta Revista, no lo reproduciremos en estas páginas.

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REVISTA TERESIANA Nº 430, febrero 1908, pág. 130.

BENDICIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA

DE LA

NUEVA IGLESIA DE LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA DE JESÚS

EN SAN GERVASIO

Fue de veras gratísima para los devotos de Santa Teresa de Jesús y para los entusiastas de la Compañía, de cada vez más numerosos, la fiesta celebrada por las beneméritas Hermanas de este Instituto, las cuales proyectan construir una nueva y hermosa iglesia en su Colegio máximo de la calle de Gandúxer de esta capital (San Gervasio). El domingo 19 de Enero próximo pasado, festividad del Dulcísimo Nombre de Jesús, se hizo la solemne bendición y colocación de la primera piedra, celebrándose con tal motivo una espléndida fiesta que dejará grato recuerdo, no sólo en las Religiosas de la Compañía, que la organizaron, sino también en las distinguidas familias y numerosas personas que, accediendo a la amable y cortés invitación de la Superiora general y Hermanas del Instituto, acudieron a presenciarla y honrarla. Ya en los días anteriores se notaba en el Colegio ese movimiento y animación que preceden a los grandes acontecimientos. Tan pronto como el Emmo. Sr. Cardenal Casañas se dignó participar que asistiría al acto y celebraría personalmente la función litúrgica, se apresuraron las Hermanas a disponer los preparativos para recibir, tan dignamente como se merece, al ilustre Purpurado, no menos que para dar a la fiesta toda la solemnidad y esplendor que ella requiere. A este objeto, en la avenida del jardín que conduce desde la puerta exterior a la del edificio-colegio, y frente a éste, se construyó un elegante arco triunfal, en el que se leían afectuosas inscripciones dedicadas a Su Emma. Más allá, al extremo Oeste del mismo jardín, y cerca del sitio que ha de ocupar el ábside de la proyectada iglesia, se levantaba un grande y magnífico toldo, interiormente adornado con ricas alfombras y colgaduras, destinado a revestirse el señor Cardenal celebrante y con asientos para las personas más distinguidas. Por cima del entoldado y a su alrededor, flotaban airosos gallardetes y banderas nacionales y catalanas; una alta cruz de madera, recubierta con flores y ramaje, ocupaba el sitio destinado al altar mayor del nuevo templo, y rodeaba los cimientos abiertos del mismo una inmensa guirnalda de ramos y flores, que separaba del público el sitio de la nueva construcción. Dentro del entoldado, y sobre ancha y decorada mesa, se veían los ricos ornamentos pontificales con que debía revestirse el señor Cardenal-Obispo, produciendo todo el conjunto del engalanado jardín un efecto por demás vistoso y animado. Eran las diez de la mañana cuando a la puerta del Colegio se apeó del coche Su Emma., que fue recibido por varios señores sacerdotes, por la Comunidad de las Religiosas y Colegio de educandas, alineadas todas dentro del jardín, y a los acordes de la banda salesiana de Sarriá, al efecto invitada, que tocó un hermoso himno coreado por niñas y Hermanas, mientras la numerosa y distinguida concurrencia vitoreaba calurosamente al insigne Prelado, cuyo bondadoso semblante reflejaba, al pasar en medio de la multitud, por debajo del arco de triunfo, entre plantas y flores, el gozo y satisfacción de su alma paternal. Mientras Su Emma. se dirigía entre aclamaciones al sitio que se le tenía dispuesto, en la sacristía de la capilla provisional del Colegio se revestían los ministros que en la función debían asociársele y fueron los Sres. Dr. D. Santiago Estebanell, como cura párroco de aquella feligresía y el Director del Seminario Conciliar de Barcelona, Rdo. Dr. D. Felipe Tena. Tanto la Comunidad de Religiosas como las personas invitadas ocuparon sus respectivos lugares, destacándose, en el área interior de lo que ha de ser nuevo templo, el interesante y compacto grupo de colegialas internas con su elegante uniforme. Fuera de este recinto se veían también muchas alumnas de los otros colegios de la Compañía de Santa Teresa y una considerable multitud de espectadores, en la que descollaba la banda salesiana por detrás de las pensiones internas y frente al entoldado. Poco después los ministros, acompañados del Maestro de Ceremonias de la Santa Iglesia Catedral y precedidos de cruz alzada, se dirigieron al entoldado que ocupaba el señor Cardenal, quien, revistiéndose de los ornamentos pontificales, empezó la solemne bendición de la primera piedra, al efecto adornada con cintas y flores y sostenida por una

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cabría encima de un profuso foso, cavado en el sitio que ha de ser ábside del nuevo templo teresiano. La piedra es un bloque de granito de 60 centímetros en cubo, en el que aparece, en relieve grabado, el anagrama de Santa Teresa de Jesús. La ceremonia religiosa fue larga y solemne: iba el Prelado celebrante recorriendo y bendiciendo, conforme a ritual, los cimientos de la obra nueva, mientras los sacerdotes acompañantes, revestidos de sobrepelliz, recitaban los salmos litúrgicos, y al regresar el señor Cardenal al foso de la primera piedra, donde en linda pellada habíase preparado el mortero, echó de él una paletada en el cimiento, siguiéndole en esta operación la señora Madrina y otras respetables personas, y asentándose la piedra en el sitio propio, mientras se recitaban las oraciones de rúbrica. En los intermedios, la banda salesiana ejecutaba a maravilla escogidas piezas e himnos, coreados éstos a menudo por las niñas del Colegio, terminándose la solemnidad a las doce, en que el notario público D. Miguel Martín Beza, extendió el acta correspondiente que, con el señor Cardenal, firmaron la Madrina, Excma. Sra. Marquesa de Castellar Medina, el diputado a Cortes Sr. Garriga, el Teniente Alcalde de esta ciudad Sr. Puig Alfonso, la Superiora general del Instituto y la local del Colegio, el señor arquitecto director de la obra D. Gabriel Borrel, D. Francisco Marsal, dignidad de Chantre de Zamora, el párroco de la localidad Dr. Estebanell, el do. D. Felipe Tena, el maestro de la obra D. Claudio Alsina y otras distinguidas personas. Una copia autorizada del acta notarial, con algunas monedas, medallas, periódicos y revistas, se depositó en un hueco previamente practicado en la piedra bendecida. Terminada la solemnidad litúrgica con la bendición del señor Cardenal-Obispo, Su Emma. se dignó honrar a la Comunidad religiosa aceptando la cordial invitación de pasar en su Casa-Colegio lo que restaba del día, con gran contento de las Hermanas y educandas, que no se cansaban de manifestarle su profunda adhesión y filial cariño, y le obsequiaron por la tarde con una cultísima e interesante velada literario-musical, que bien merece otro párrafo. Empezó la velada a las tres, y terminaba a las cuatro y media. Nunca creyéramos, a no haberlo visto, que podrían las beneméritas Hermanas y alumnas internas del Colegio, en el poco tiempo de que dispusieron, organizar y ejecutar con tal gusto y primor un acto como el que presenciamos en tarde tan amena e interesante. Bien se ve que aquellas candorosas jóvenes e inocentes niñas no se contentan con aprender a maravilla, junto con la piedad católica, las múltiples y variadas labores propias de su sexo, que tan bien les enseñan en el Colegio teresiano, pues aquella tarde declamaron sentidas y correctas poesías en castellano y catalán; cantaron con gran afinación y ajuste, y tocaron el arpa, piano y bandurrias, violín y harmonium, himnos y piezas musicales de un sabor exquisito; representaron, con particular distinción y elegante desembarazo, una juguetona escena de cantos y flores en lengua francesa, que hizo las delicias del eminentísimo Prelado y de los concurrentes, impregnado todo ello de un aroma tal de piedad, distinción y verdadera cultura, que no sólo nos llenaba el alma de purísimo gozo, sino que nos inducía a cotejar estos incomparables centros de educación religiosa, nacidos y alentados al calor de la Santa Iglesia, con esos otros laicos, fríos y malsanos, que en la formación de la juventud quieren prescindir del principal elemento, Jesucristo y su Religión santa, sin el cual se trabajará siempre en vano para modelar y pulir el corazón humano, especialmente el de la mujer. Al retirarse Su Emma., después de tan hermosa velada, iba manifestando su paternal agrado y complacencia a las Hermanas y educandas, a quienes bendecía y alentaba, recibiendo en cambio sinceras y ardorosas muestras del profundo agradecimiento de todas por haberse dignado honrarlas con su presencia en aquel día para ellas tan fausto. No nos es posible hacer mención de todas las distinguidas familias y personalidades que presenciaron la fiesta de la bendición de la primera piedra, pero entre ellas recordamos, además de las anteriormente nombradas, a las familias de Mas, Caralt, Bertrán, Muntadas, Sansalvador, Tintoré, Oller, Negre, Boada, Paredes, Mercader, Maciá, Balasch, Torre, Lafuente, Lleonart, Gra, Carles, Vives, Acosta, Cullaré, Sarrá, Valarino, Serra, Cirera, Batlló, Ferrer, Acosta, Piferrer, Coll, etc., etc. No podemos soltar la pluma sin dirigir entusiasta y cordial felicitación a la Superiora General y Hermanas de la Compañía de Santa Teresa, tanto por la nueva iglesia que en su Colegio de San Gervasio van a levantar a la mayor gloria de Dios y de la Santa Madre, cuyo título llevará, como por su acierto y gusto en organizar y celebrar sus solemnidades, de lo que es una prueba palpable la fiesta que reseñamos. No es este el primer templo, y esperamos que tampoco será el último, que a Dios levanta el reciente y ya ilustre Instituto de la Compañía de Santa Teresa, extendido por España y Portugal, por el África y por ambas Américas. Se cuentan, además, por millares las jóvenes y niñas que las Hermanas educan en el santo temor de Dios y en las disciplinas humanas,

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basándose en el espíritu y enseñanzas de la gran Santa española y mística Doctora, y procurando, por su parte, cumplir lo que la Iglesia quiere y ruega con tanto ahínco en la oración litúrgica de la misma Santa: “Que nos nutramos del pábulo de su celestial doctrina”. Terminaremos con las gráficas frases del sabio, piadoso y malogrado fundador del Instituto, Rdo. D. Enrique de Ossó, sacerdote celosísimo y ejemplar, si los hay, entre los que ilustraron nuestra región catalana en el pasado siglo: “La Compañía de Santa Teresa, nos decía, en los actuales tiempos de fe mortecina, o es una obra de ardiente celo, o no es nada. Debe llevar la solución al arduo problema que, en su gran corazón del todo endiosado, procuraría hoy resolver la Santa eminente, a saber: el apostolado de la mujer en todos los órdenes de la vida humana, por medio de la oración, de la enseñanza y del sacrificio, constituyendo una fuerte milicia femenina, formidable al infierno y a sus secuaces. El fin más próximo de la Compañía debe ser, junto con la santificación propia, la sólida formación de la juventud y niñez, según el temple genuinamente católico y español, del que es acabado tipo nuestra magnánima y esforzada Santa y Doctora. Bajo su celestial protección y amparo, y forjándose las Hermanas en el fortísimo yunque del excelso espíritu y gran carácter de su gran Capitana y Maestra, saldrán de sus colegios doncellas de acrisolada virtud, sabias y varoniles, que como hijas, esposas y madres, en sus relaciones de amistad y familia y en todas partes, propaguen e inoculen en las almas el conocimiento y amor práctico de Jesús, de María, de José y de Teresa, que son también los preferentes amores de esta obra de celo”. ¿Y no son una prueba palpable de que el Instituto teresiano va cumpliendo fielmente sus altos destinos en la tierra, previstos por su venerable Fundador, esos nuevos templos y colegios que, todavía en los albores de su vida, ya en varias partes levanta, y esas hermosas solemnidades que, a menudo y en distintos puntos del orbe, celebra? El cronista se asocia, con toda su alma, a los actuales triunfos, prosperidades y satisfacciones de la ínclita Compañía de Santa Teresa, deseando y pidiendo al Señor que se los aumente, como en todos tiempos (aún desde la cuna del Instituto) ha tomado también parte, y de corazón, en sus rudas pruebas que tampoco le han faltado, propias de las obras de Dios. ¡Adelante siempre, entre penas y gozos, pero incesantemente orando y trabajando, en promover su santísima gloria!

E. M.

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REVISTA TERESIANA Nº 435, julio 1908, pág. 300.

TRASLACIÓN DE LOS RESTOS MORTALES

DEL PRESBÍTERO

DON ENRIQUE DE OSSÓ

PRELIMINARES

Domingo 12 A las dos de la madrugada salimos de Tortosa el Rdo. don Agustín Galcerán y el que esto escribe acompañando a las Rdas. Dª Teresa Blanch y Dª Rosario Elíes, con dirección a la histórica Sagunto, con el objeto de traer desde el Monasterio franciscano de Sancti Spiritus las venerandas cenizas del ilustre fundador de la “Compañía de Santa Teresa de Jesús”. Llegados a la expresada ciudad, hallamos en la Estación el carruaje y a algunas amables personas que nos aguardaban. Sin pérdida de tiempo subimos en el vehículo preparado, emprendiendo la marcha hacia Gilet por una carretera bastante regular, aunque solamente a trechos. Verdad es que, al llegar a cierto punto en que la carretera se bifurca, nos dirigimos por la mano derecha al Monasterio; el camino se hacía tan accidentado, que algunas veces nos veíamos precisados a bajar del carricoche, temerosos de volcar en tan ásperas y peligrosas revueltas. Las dos Religiosas se entretenían y consolaban recordando las peripecias de su santa Madre Fundadora, al andar Ella en carros con sus animosas Hijas por andurriales y caminos tal vez más ásperos y peligrosos aún. Por fortuna, la Santa tenía a su lado un célebre Carmelita, que todo se lo facilitaba en algunas ocasiones, sobre todo en las últimas fundaciones. Recordando nosotros estos buenos servicios que hiciera a la Santa el santo (aunque tan perseguido y calumniado) Padre Gracián, casi sentíamos no poder ser parte nosotros para prestar tan buenos servicios a las beneméritas Hermanas de la Compañía Teresiana, fieles Hijas de Santa Teresa de Jesús. Aunque justo es añadir, que se les hizo lo que buenamente se pudo, sobre todo por un joven teresiano que gustosamente nos acompañaba. Por fin, llegamos al Monasterio franciscano, retiro sosegado, solitario, escondido entre pinares, separado del mundanal ruido, tal como lo desean los fieles seguidores de Dios, y donde, escogido precisamente, o mejor dicho, providencialmente, por nuestro D. Enrique acabó sus días en la tierra, tan oculto como había deseado.

DESCÚBRESE SU SEPULTURA

Después de saludar cariñosamente a aquellos buenos Padres y a la Superiora General y su Secretaria, con algunos caballeros que allí habían acudido anticipadamente, y después de tomar algún refrigerio, nos dirigimos todos al cementerio, donde se procedió por algunos Hermanos legos a la labor de descubrir la sepultura y desenterrar el ataúd del difunto, estando rodeados de las Hermanas, Padres, sacerdotes y caballeros que allí habían acudido con este objeto. ¡Con qué ahínco y piadoso afán iban los fervorosos legos sacando tierra y más tierra con los azadones, así que se les señaló el lugar de la sepultura! Desde luego se conoció que estaba muy profunda la fosa allí abierta. Los Hermanos sepultureros, que seguían con ardoroso afán en su cristiana labor, derramaban copioso sudor por sus frentes, hasta el punto de que la Superiora General hubo de advertirles varias veces, que descansasen, que no se fatigasen tanto, pues había tiempo para todo. A duras penas accedieron a ellos los Hermanos, descansando algunos momentos. Mas a seguida volvieron a su labor, descubriendo el deseado féretro. La piadosa avidez de todos los circunstantes era grande, como si anhelaran el descubrimiento de un verdadero tesoro. Por la parte donde debía de hallarse la cabeza, acertóse a ver un agujero en el ataúd. Creció entonces la ansiedad de todos, y todo era procurar los más inmediatos a la fosa, esforzarse en descubrir algo siquiera de los restos del querido difunto. Al ver que pronto iban a ver conseguido su objeto, ya no pararon en sacar tierra y más tierra de la que aprisionaba fuertemente el ataúd, logrando al fin, ponerlo al descubierto. Levantóse la tapa, a la orden que se les diera, y apareció a la vista de todos y a la luz brillante del sol de julio, la figura momificada, casi esqueleto, del Padre Fundador D. Enrique.

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¡No podía esperarse otra cosa, según nos dijo antes de salir y despedirnos el Obispo de la Diócesis! Doce años y medio que estaba allí sepultado, en pobre ataúd, sin nicho alguno (con ligero cobertizo en aquel sitio), enterrado con aquella pobreza franciscana, pero eso sí, con largo acompañamiento de oraciones y sufragios por su alma (que es la verdadera pompa y sólida riqueza de almas como la de D. Enrique); allí encontró, como eran sus deseos más vivos, cristiana y honrosa sepultura. Con los más solícitos cuidados y la más profunda veneración, los Hermanos sacaron la parte del féretro en que yacían los amados restos de D. Enrique, depositándola a pocos pasos de la sepultura. ¡Ahí están los mortales restos del que fue nuestro venerado D. Enrique! – nos dijo solemnemente uno de los Padres; seguidamente se rezó por todos los presentes un responso y, como impulsados por misterioso resorte, fueron todos hincando sucesivamente sus rodillas, para imprimir un ósculo de veneración y respeto en el cráneo, órgano principal de aquel que fue varón esclarecido. Ciertamente, al recordar aún ahora aquel acto solemnísimo, en que así los Padres, como los sacerdotes, las Hermanas y demás cristianos allí reunidos iban desfilando ante el cadáver, ungiéndole con sus lágrimas, no era fácil cosa dominarse y no experimentar sentimientos indefinibles; sentimientos de piedad, de consuelo, de esperanza en Dios, de desengaño de la vida de este mundo, de súplica…Cuanto a nosotros, no nos duele confesar que aquellos momentos hicieron bien, grande bien a nuestra alma. Otro espectáculo presenciamos luego que, aunque no menos emocionante, pero ya nos pareció más consolador. Habiéndose de llevar el ataúd desde allí a la iglesia del Monasterio, vimos como, así los Padres, como sacerdotes, Hermanas y algún caballero se acercaron, como en competencia, a los costados del féretro para llevarle, verdad que con alguna molestia, pero que debió de parecerles gustosísima. Creemos que el joven aquél que (según hemos dicho antes) nos acompañaba, enfocó su máquina fotográfica para sacar una vista de este fúnebre acto. A continuación la tienen nuestros lectores. Sin pérdida de tiempo nos acercamos todos a la iglesia, y fueron depositados los restos en la espaciosa sacristía. Las Rdas. Hermanas, sobre todo la Superiora General y su secretaria hicieron…lo que no cabe explicar con palabras. ¡Tenían allí al que fue su amadísimo Padre fundador! ¡Y ellas eran sus Hijas predilectas!...Más de doce años hacía que, llamado por la voz de Dios, se separó de Tortosa y su Diócesis para morir providencialmente en aquella apartada soledad, olvidado, desconocido de todos, según eran sus deseos…Y allí le encontraron ahora las Hermanas, pero en otra forma, en sus despojos o reliquias, pues veían su alma en el cielo…desde donde comprenden harto que les protege…¿Cómo no tributarle ahora cumplidísimo homenaje de veneración y filial cariño?...Oímos decir a alguien que no le parecían sino la Magdalena y la Virgen en la muerte del Salvador. Todos los sacerdotes y caballeros fueron invitados a entrar en el refectorio, donde la ejemplar Comunidad franciscana mostró ser tan espléndida y delicada para con sus huéspedes, como ella es austera y mortificada consigo misma. En cambio, Las Hermanas hubieron de tomar en el atrio algún bocado (caso de que pudieran tomarlo), pues a las señoras no se les permite entrar en aquel Claustro. Sería cosa de las cinco de la tarde cuando se trató de bajar los restos a Gilet, pero colocados ya en un féretro de madera de cedro, encerrado en otro de cinc. Se hizo entrega de los restos de D. Enrique a la Superiora General, y se levantó acta notarial de este acto ante D. Antonio Martín Navarro, notario de Sagunto. Así este documento como el otro referente a la recepción de los restos en Tortosa, los publicaremos, D. M., en el próximo número. Colocado convenientemente el féretro, y bien asegurado, (por ser por lo regular tan escabrosos los caminos hasta Sagunto), acompañado de las Hermanas que allí subieron, de los sacerdotes y cristianos caballeros que presenciaron los fúnebres actos, bajamos sin ningún incidente desagradable a Gilet y luego a Sagunto, donde pudimos descansar de nuestro trajín y penosos caminos. Los señores que estuvieron presentes fueron los que siguen: D. Francisco Palomo Marín, Párroco de Gilet; D. Francisco Gil Campos, diocesano del mismo; D. Ramón Jiménez, Presbítero; D. Arturo Regolf, Diácono; D. Joaquín Llopis, Presbítero; D. Rafael Marín, Beneficiado de los Santos Juanes de Valencia; D. Juan Sanchermos, Seminarista; D. José Pellicer, Escribano; Varios PP. Del Convento; D. Rafael Moya, Médico de Sagunto; don Antonio Martín Navarro, Notario; D. Rafael Criado, Abogado (propietario de la casa del Oratorio donde se celebraron dos Misas antes de salir), y varios vecinos de Gilet y pueblos circunvecinos.

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Martes 14 DOS MISAS DE CUERPO PRESENTE

Antes de salir del Monasterio preocupaba a las Hermanas el pensamiento de dónde podrían depositarse los restos en Sagunto; cuando he aquí que D. Rafael Criado, a quien encontramos en el Monasterio y que tantos inolvidables servicios nos prestó a todos, indicó a la Superiora General, que en su casa de Sagunto tenía un Oratorio público, donde féretro podría depositarse perfectamente, así como también podrían hospedarse cómodamente las Hermanas. Así se hizo efectivamente. La gran caja de madera, donde se hallaba encerrado el doble féretro con los restos, fue colocada en la capilla, con grande satisfacción de sus piadosos dueños (que si son ricos en haciendas, aún lo son más en virtudes, por dicha suya). No hay palabras que basten a explicar debidamente la satisfacción, consuelo y alegría que experimentaron D. Rafael y su amabilísima esposa Dª Pilar Becerril (la primera persona que encontramos y que nos estaba esperando en la Estación de Sagunto). “Los trabajos son conformes al amor”, decía Santa Teresa, hablando de la paga que da Dios a aquellos que bien le sirven; y así lo ha probado el Señor con personas tan buenas. ¡Dios les haga unos santos! A la mañana siguiente, después de descansar plácidamente, pues harto lo necesitaban nuestros cuerpos, molidos y quebrantados por los pésimos caminos, nos presentamos en el Oratorio de D. Rafael. Una de las Hermanas que en la casa se habían hospedado, nos refería que por la noche, como quiera que una ventana de su aposento daba al Oratorio, y desde allí veía el resplandor de las luces…se desvelaba a menudo. Tal le sucedía a Santa Teresa de Jesús (le dijo un sacerdote) cuando en un caso casi análogo se desvelaba, temerosa de que los luteranos le robasen a Su Divina Majestad. Nos pareció el día anterior que tal vez no fuese del todo decoroso celebrar allí la Santa Misa. Pero sin saber cómo, nos decidimos a ir allá y celebrarla en sufragio del difunto presente. Recibieron la Sagrada Comunión las Hermanas. El mismo D. Rafael ayudó devotamente la segunda Misa, que dijo Don Agustín Galcerán. A las ocho habíamos de acudir a la Estación para tomar el tren. Al llegar al coche-furgón, donde habían de colocarse los despojos mortales de D. Enrique, ya vimos a dos Hermanas que, habiendo venido desde Valencia, estaban transformando aquel espacioso furgón en algo como capilla ardiente. Lo vimos del todo tapizado: las paredes y fondo de telas moradas, y orlado todo con numerosas franjas de negra gasa en forma de pabellones, que le daban un aspecto fúnebre. Colocóse el féretro sobre un catafalco, cubierto de lujoso tapete morado con orlas de oro. Las Hermanas que decoraron el furgón con piadoso consuelo, fueron Dª Petra Temprado y Dª Conchita Montagur, prima amantísima de Dª Pilar Becerril. ¡Y cómo nos complacimos en bendecir al Señor por la señaladísima merced que nos hizo en proporcionarnos tan excelente casa y dueños más excelentes todavía! Acompañando a los restos estuvieron los Rdos. D. Agustín Galcerán, D. Juan Altés, (subiendo en algunas Estaciones el Sr. Canónigo Dr. Marsal) y siempre el joven fotógrafo, que tan buenos servicios nos prestó. En casi todas las Estaciones salieron sacerdotes, religiosos y gentes deseosas de rendir piadoso recuerdo al difunto. En Alcalá de Gisbert vimos en la Estación y luego acercarse dos Frailes franciscanos, el P. Sabater uno de ellos. En Burriana y Villarreal, acercáronse piadosas gentes a rezar un Padre nuestro, en sufragio del difunto a quien conocieron. En Castellón de la Plana salieron el Sr. Cura párroco D. Hermenegildo Montaner y el Rdo. Sr. Segarra, rezando un Responso. En Ulldecona hicieron otro tanto el señor Cura D. Juan de Dios Rubio y su Vicario. Advertidas por el aparato fúnebre, las gentes se acercaban al furgón como nos sucedió en Benicarló con dos guardias civiles y dos marineros que, hijos de Tortosa estos dos últimos, conocieron a D. Enrique. Llegados a Tortosa sobre las tres de la tarde, pudimos descansar un buen rato y, cerrado el furgón, mientras se hacían maniobras en la vía, se procedió a colocar el féretro en un coche de primera clase y disponer la comitiva fúnebre. Las Hermanas subieron a uno que les ofreció, creemos, el Marqués de Bellet. Allí, en la Estación, ya vimos a los que luego fueron concurrentes al acto, a saber: Srta. Dª concepción de Ossó, prima del difunto y sobrinas Srtas. Pura, Flora, Elvira; D. Enrique de Ossó y Serra, sobrino; D. Félix Ferrer, escultor; D. José Cerveto, escultor; señora e hijas de D. Cayetano Pareja, Abogado barcelonés; don Pedro Vidiella, abogado; Rdo.

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D. Carlos Altés, cura de Badalona y su Vicario; D. Antonio Mª Huerta; D. José Delsors, del comercio; D. José Mª de Salvador; D. Luis Cruells; reverendos Lic. Elías; Dr. Forcades; Dª Magdalena Sabater y Busón; Dª Filomena Carceller; D. Juan Sol, canónigo doctoral; D. Antonio de Wenetz; D. Ramón Curto, Pbro.; N. Miralles, cura de Salsadella; D. José Mª Escudé, Pbro.; D. Julián Ferrer, canónigo; el Delegado del Sr. Obispo para recibir los restos; D. Pedro de la Madre de Dios, Superior de los Misioneros en Persia; D. Francisco Tena, Pbro.; D. Joaquín Gamundi, presbítero; Dª María Font, de Gandesa; Dª Francisca Altés Jiménez; algunas devotas señoras, y muchas otras personas que sentimos no recordar. Así que llegó el clero de la S. I. Catedral, después de cantarse por la Capilla un responso con música, salió de la Estación la fúnebre comitiva con dirección al portal y puente de la Santa Cinta, pasando por las calles de San Juan, Puente de Piedra, Plaza del Obispo Aznar, etc., etc. Antes de entrar en el puente, y cantado que fue un responso, el Clero se volvió a la Catedral, y los demás concurrentes subimos a los coches allí preparados. Antes de llegar al pueblo del Jesús, ya nos aguardaba el Clero de la parroquia. Se cantó un Responso y nos dirigimos a la Casa-Noviciado, término de la fúnebre comitiva, y donde estaba dispuesto el definitivo enterramiento de los venerandos restos de D. Enrique. En el campo inmediato al magnífico edificio que allí se levanta, inmenso gentío vimos como por ambas partes se agolpaba, deseoso de presenciar el paso del fúnebre cortejo, con claras muestras de sentimiento y piedad por lo que allí veían y por el difunto personaje a quien se dedicaban tales honras. En dos largas hileras salieron a recibirle las Hermanas de la Compañía, seguidas de las novicias y luego de las postulantes. El féretro era allí llevado piadosamente en hombros de jóvenes sacerdotes, satisfechos de honrar la memoria y los restos de tan querido y venerado sacerdote al depositarlos en la iglesia. Miércoles 15

SOLEMNÍSIMAS EXEQUIAS

Dos fueron los periódicos de Tortosa que dedicaron en dicho día un número extraordinario a este lúgubre, a la vez que solemne acto. El Restaurados y La Libertad dedicaron hermosos trabajos religioso-literarios a este acontecimiento, trabajos que tal vez trasladaremos en parte, a esta REVISTA. Séanos permitido entretanto, copiar la reseña que hizo de esta solemnidad El Restaurador. “Como teníamos anunciado, esta mañana a las nueve y media en la hermosa iglesia del Noviciado de Santa Teresa, se ha celebrado la misa exequias y Oficio de sepelio del ilustre don Enrique de Ossó y Cervelló. El acto ha revestido una solemnidad extraordinaria e imponente. Ha sido celebrante el canónigo de Zamora doctor Marsal asistido de los Rdos. D. Juan Bta. Altés y D. Leopoldo Roch. Ha ocupado la Cátedra del Espíritu Santo, el Rvdo. Padre Ludovico de los Sagrados Corazones. Cuanto digamos del discurso, ha de resultar pálido en comparación de la realidad, pues ha estado el humilde religioso tan elocuente, tan oportuno y tan emocionante, como pocas veces lo habrá estado ese coloso de la oratoria. El numeroso auditorio ha escuchado con verdadera fruición aquel discurso que, a pesar de haber durado hora y media, ha parecido breve. Ha presidido el Ilustrísimo Sr. Obispo, a quien acompañaban numerosos sacerdotes. Después se ha verificado el sepelio en la forma que oportunamente anunciamos. Ha sido la fiesta de hoy un acontecimiento religioso que perdurará en la memoria de cuántos han tenido la satisfacción de presenciarla”. En igual sentido y con los mismos justos y piadosos encarecimientos se expresó la Libertad, cuyos conceptos no tenemos espacio ni tiempo para copiar. Justo es agregar a todo esto, que las partituras de la misa y de los responsos son obra de Perosi, según nos dijo el Maestro de esta capilla Sr. Torres, que interpretó por modo admirable las composiciones del maestro italiano. Debemos añadir, que en el próximo número de esta REVISTA, empezaremos a publicar, D. M., la preciosa y grandilocuente oración fúnebre del P. Ludovico, nuestro amigo estimadísimo, para luego publicarla aparte y en forma de folleto.

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Después de la magnífica solemnidad religiosa, la Madre Superiora General y Comunidad de Hermanas tuvieron a grande honra el obsequiar al complacidísimo Prelado Dr. Rocamora, a quien acompañaban el Padre Rector de los Padres Jesuitas, delegado de S. E. para la recepción de los restos de D. Enrique; el Sr. Magistral Dr. Llópez; el Padre Ludovico; varios Operarios diocesanos, representando a D. Manuel Domingo Sol; el hoy M. I. Sr. Vicario general de Ciudad Rodrigo, doctor Marsal; D. Feliz Ferrer, escultor, amigo íntimo del difunto; los Teresianos Lic. Elías y Dr. Forcades, de Barcelona; el Capellán de la Casa-Noviciado Sr. Galcerán y Rdo. Sr. Altés, con algún otro sacerdote. La Superiora General se acercó con algunas otras Hermanas a la mesa, momentos antes de terminar, y dio las más expresivas gracias al Prelado por haberse dignado presidir la función religiosa; y luego el Dr. Rocamora levantóse de la mesa para dar todos gracias al Señor. Después de dar un paseito por los hermosos alrededores del grandioso Colegio-Noviciado, que compite con el Primario de Barcelona, y esperando el último acto de la inhumación de los venerandos restos, serían las cuatro de la tarde cuando se presentó el notario de Tortosa Sr. Salvia, para levantar acta del suceso, presidiendo el Sr. Obispo y su Delegado el P. Rector. Asistían muchísimos sacerdotes y la familia de D. Enrique. Las Madres de la Compañía Teresiana, las Hermanas, novicias y postulantes ocupaban el crucero del precioso templo. Lo restante estaba invadido por multitud de fieles. El féretro, que se había bajado del elevado catafalco, estaba abierto a la vista de todos. Sobre todo las Hermanas, novicias y postulantes, al permitirlas venerar los despojos del que fue su Fundador, fueron presentando rosarios, medallas, cristos, etc., para que los sacerdotes los fuesen tocando en las reliquias, lo cual no pudo menos de enternecernos a todos. Después de ser inhumados los restos mortales del Fundador de la “Compañía de Santa Teresa de Jesús”, D. Enrique de Ossó y Cervelló, en el sitio que se le tenía destinado; y después de cerrar la tumba con losa de mármol, donde inteligente artista grabara en caracteres góticos el sencillo y expresivo epitafio que dejó en testamento D. Enrique, todos los sacerdotes allí presentes, presidiendo el Prelado, cantaron un último responsorio en sufragio del alma del difunto.- R. I. P. A. J. ALTÉS

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REVISTA TERESIANA Nº 436, agosto 1908, pág. 324.

MI RECUERDO

Quisiera tener la pluma bien cortada para dedicar unos parrafitos a la memoria del ejemplar sacerdote D. Enrique de Ossó, pero…si grande es mi voluntad, grande es también mi nulidad. Alabado sea Dios, y si mi inteligencia no sabe coordinar, haced, Señor, que mi corazón sepa amar. Yo que tuve la inmensa dicha de conocer a D. Enrique y hablar con él; yo que pude escuchar de sus labios lecciones de virtud; ya que pude admirar al docto varón, más angelical que humano; yo que recibí del Apóstol teresiano una ráfaga de teresiana luz, justo es que me una al regocijo de las almas teresianas, al regocijo de las Hermanas de “La Compañía de Santa Teresa de Jesús”, y dedique a su Padre Fundador, al héroe teresiano del siglo XIX mi sencillo recuerdo. Con fruición leí en la Revista de Julio último, la hermosa reseña de la traslación de los restos mortales del llorado don Enrique; seguí con respeto y amor todo lo sucedido en la realización del acto; lágrimas de emoción derramaron mis ojos al recorrer tan interesante relato, y gran satisfacción sintió mi alma al ver en los grabados a PP. Franciscanos y Hermanas de la Compañía. En ellos se me representaron San Pedro de Alcántara y Santa Teresa: allí vi reunidos mis dos amores después de Jesús, María y José; allí vi perpetuado el espíritu de mi amadísimo Padre San Francisco y el de mi amantísima Maestra Santa Teresa de Jesús. Si terribles son las congojas del espíritu, gratas, muy gratas son las emociones del mismo. Acostumbrada estoy a sufrir grandes pesadumbres, y el mismo dolor se me convierte en gozo cuando mi mente y mi espíritu se levantan en alas de su amor hasta vislumbrar los focos más luminosos del cielo: Francisco y Teresa. ¡Qué contrastes hay en la vida! y ¡qué providencial es todo lo de este mundo! El mismo día que recibí la Revista que tanto consuelo me proporcionó, recibí una carta… ¡Qué carta, Dios mío! Una carta que me entristeció mucho, una carta que puso a mi alma en terrible congoja, una carta que será siempre testigo de un sufrimiento espiritual, que no es capaz el mundo de comprender y que sólo Dios conoce. Y si lágrimas derramo, cuando no tengo otro testigo que la presencia de mi Dios, a Dios ruego que, por los méritos de su siervo D. Enrique, se digne ampararme en los contratiempos de mi vida, se digne consolarme en la amargura presente y se digne deshacer lo que tanto me hace sufrir. ¡Oh D. Enrique, apóstol amantísimo de mi amada Santa Teresa, acuérdate de mí! Yo abogo en mi favor la ley de la compensación; yo me acuerdo de ti, y tanto me acuerdo, y tanta confianza me inspiras, que varias veces he pensado (y a tu buen amigo el Rdo. D. Juan B. Altés se lo manifesté) cuánto me alegraría se trabajara y se pidiera tu beatificación. Dios quiera que la traslación de tus restos sea el primer paso que a este fin se encamine, y Dios quiera que la expansión de mi alma en hacer público mi ideal, sea bien acogida por ti; y en cambio de mi entusiasmo, me alcances del Señor la gracia que, por tus méritos, le pido; y como nobleza a nobleza obliga, quedo en hacer público mi agradecimiento, si de ti consigo el favor. Yo que en el cielo te admiro coronado de esplendor, de hinojos me postro a tus pies, suplicándote intercedas por mí; te pido, también, aceptes mi recuerdo, que si no te lo envío perfumado de incienso, te lo envío, sí, envuelto en puro afecto, te lo envío, sí, regado con lágrimas de mis ojos, con sangre de mi alma. SOLEDAD DE JESÚS

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REVISTA TERESIANA Nº 436, agosto 1908, pág. 331.

CENIZAS Y CENIZAS

No recuerdo quien ha proclamado la igualdad de los hombres ante el sepulcro. La frase podrá ser todo lo filosófica que se quiera, pero no me resulta exacta. Si en la vida se dan clases entre los hombres, también en la fosa podemos establecer diferencias muy marcadas entre cenizas y cenizas. Las hay que llevan en sí el germen de las más delicadas virtudes y de los más generosos heroísmos; otras en cambio, no pueden removerse, porque son un foco de pútridos miasmas capaces de inficionar la tierra. No hace mucho se abrieron dos sepulcros: uno en Persiceto, el otro en París. El de París encerraba los restos de Zola, el de Italia los del P. Cardaveraz. En vida fue el primero panegirista de lo más bajo, vil y repugnante de la materia; el segundo heraldo de los purísimos amores del Corazón de Cristo. ¿Sería conforme a los dictados de la justicia proclamar iguales las cenizas del enamoramiento de la bestia que las de Ángel de Hernani? Hace unos trece años la muerte visitó allá en la soledad del monasterio de Sancti Spiritus a otro muy fino amante del Corazón de Cristo. El perfume de sus virtudes embalsama todavía la tierra que le vio nacer y la que fue campo de sus apostólicas tareas. Tortosa recordará siempre con gratitud el nombre del por tantos títulos ilustre Enrique de Ossó. Con pena y a la vez con profunda satisfacción ha visto el traslado de sus venerandos restos. Con pena, porque el recuerdo de la pérdida de un Apóstol arranca en los corazones bien nacidos suspiros de dolor y lágrimas de verdadero sentimiento; con satisfacción, porque los restos venerandos del Fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús son una gloria que le pertenece, y en ninguna parte estarán mejor y más cuidadosamente guardados que en la Casa donde se forman las heroínas que tratan de emular en pleno siglo XX las singulares hazañas del Serafín del Carmelo. Haz cenizas que contienen el germen de las más delicadas virtudes y de los más heroicos sacrificios, y a su contacto los corazones se truecan de mezquinos y cobardes en generosos y valientes. Tal es la propiedad de las cenizas de los verdaderos siervos de Dios. Ya lo comprenderán prácticamente las hijas de Santa Teresa de Jesús, pues junto a los restos de su Fundador y Padre se les han de hacer por fuerza más llevaderas las contradicciones de la vida, más fáciles los trabajos en la conquista de las almas, más sabrosas las cruces de la tribulación, más asequibles las cumbres de la virtud y más llano el camino del sacrificio; porque desde el sepulcro continuará enseñándolas todo el mérito que se encierra en las contradicciones, el valor imponderable de los trabajos, el rico y celestial tesoro que ha vinculado el Señor en las cruces, el premio grande que merecerán las virtudes y lo dulce y regalado que es el sacrificio de la propia vida cuando a él se siguen aumentos de gloria de Dios y provechos para las almas. Quien no suspiró durante su vida más que por el triunfo de la Iglesia, gloria de Dios y salvación de las almas, bien está que descanse después de muerto a la sombra del templo santo, a la presencia de Dios de nuestros Altares y en medio de aquellas nobles y delicadas almas abiertas a todos los grandes ideales de virtud y perfección que se llaman Novicias. Bien está que el que después de muerto se declara todavía hijo sumiso de la Iglesia, espere confiadamente la resurrección de la carne entre los seres que le fueron más queridos y junto al Prisionero del Sagrario. Las Hijas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús han obrado como quienes son al reclamar el tesoro de los restos de su Fundador y Padre; el Padre y Fundador; en justa correspondencia por tan delicada solicitud, les alcanzará del Cielo la gracia de crecer continuamente en sabiduría y perfección, y así podrán llenar los designios amorosos de Jesús en toda la redondez de la tierra. Si en los hombres se dan clases, también en la fosa hemos de establecer diferencias muy macadas entre cenizas y cenizas. J. B. CALATAYUD

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REVISTA TERESIANA Nº 437, septiembre 1908, pág. 355.

A MI AMADO PADRE FUNDADOR

Padre: deja ya esa tumba solitaria: Ven de tu ausencia la herida a restañar; Yo quiero depositar una plegaria Sobre el mármol de esa losa funeraria, Florón preciado de nuestro amante hogar. Yo quiero de tu sepulcro en lo sillares Recordar lo que olvidar jamás debí; Quiero venir a contarte mis pesares… ¡Ah, sí! No importa que sean mis cantares Indignos de decidírtelos a ti Iba yo por los desiertos de la vida: ¡Qué de cosas me contaron!... ¡Ilusión! ¡Ay! Pero… ¡cuán fácil es, alma atrevida, Que llegándote a la fruta prohibida Hieras de muerte a tu pobre corazón! Dios me quiso proteger: por dicha mía Mientras iba volando de flor en flor, Noble Teresa, tu santa Compañía Tales olores de cielo despedía Que me hallé en tu seno extática de amor. Allí te vi, Padre mío. ¡Qué nobleza! ¡Qué poema de virtud leí en tu faz!!! Tú me mostraste la flor de la pureza, De la humilde sujeción, de la pobreza: Las cogí, las abracé y hallé la paz. Tú me contaste del mundo fementido, Donde en tantos la inocencia sucumbió, Tú me abriste este vergel siempre florido, Me mostraste el corazón de Dios herido Y mi alma amor eterno le juró. Ya escogido por mansión tan dulce nido, Sabios consejos tu celo me dictó; Pero un día de placer desposeído, Me dijeron, padre mío, que eres ido… Que tu espíritu a los cielos ya voló. Desde entonces, ¡cuán solo, cuán vacío, Se me ha quedado mi desierto corazón! Como el cáliz de las flores en estío Sucumbiera sin las perlas de rocío Que desprende de los cielos la oración. Más…de la restitución llegó el gran día; Padre: desde que moras en nuestro hogar, Oye voces el alma que antes no oía, Vagas emanaciones de poesía, Éxtasis de la mente que sabe amar.

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Delicadas canciones, a cuyo encanto Se endulza la amargura del corazón Y a mis cansados ojos se agolpa el llanto, Silencioso gemido, recuerdo santo, De amor y pena confusa emanación. Santas aspiraciones tienden el vuelo… ¿Cómo dudar de que llegan hasta ti? Si siento que me bendices desde el cielo, Cual bendecirme solías en el suelo Ansiando verme, ansiando verme allí. Luminosos destellos de la esperanza Festiva ostenta la aurora al despertar; Tú eres nuestro iris de bienandanza: El alma con tu recuerdo a Dios se lanza, Y de su ofrenda, tu tumba es el altar. Estos son, Padre mío, mis sentimientos: Que tu espíritu los haga germinar; Son ecos del destierro, tristes acentos, Con ellos hago un ramo de pensamientos Y en tu sepulcro los vengo a colocar. S. T. J. Barcelona, Julio 1908.

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REVISTA TERESIANA Nº 437, septiembre 1908, pág. 357.

Los restos de nuestro venerado Fundador y Director

ACTAS NOTARIALES

Copia del acta de exhumación de los restos mortales del reverendo Presbítero D. Enrique de Ossó y Cervelló, en el Cementerio

del Convento de Franciscanos de Sancti Spiritus del Monte en Gilet, autorizada por D. Antonio Martín y Navarro, Notario de Sagunto,

en 13 de Julio de 1908. En el Convento de Religiosos Franciscanos de Sancti Spiritus del Monte, término municipal de Gilet, a trece de Julio de mil novecientos ocho. Requerido yo, Antonio Martín Navarro, Notario y Abogado de los Ilustres Colegios de Valencia, con residencia en la ciudad de Sagunto, por la Reverenda Madre Superiora General de la Compañía de Santa Teresa, Dª Saturnina Jassá y Fontcuberta por sí y en nombre del Instituto que representa, para presenciar y levantar acta de la exhumación de los restos mortales del Presbítero Reverendo D. Enrique de Ossó y Cervelló cuya traslación a la Iglesia del Noviciado que en Jesús de Tortosa está acordada, me constituí en el cementerio de este Convento donde fue enterrado el cadáver del expresado padre hace más de doce años, habiéndoseme exhibido las oportunas licencias para ello y estando presentes a este acto además de la requirente, las Hermanas de dicho Instituto Dª Teresa de Jesús Blanch y Bretó, Consultora General; Dª María Teresa de la Transverberación Rubio Asensio, Consultora y Secretaria General; Dª Rosario del Corazón de Jesús Elíes y Dosdad, Prefecta provincial de estudios; Reverendo P. Fr. Nicolás Villanueva, Guardián; Fr. Francisco Payá; Fr. Estanislao Domínguez; Fr. Cándido Alcayna; Fray Julián Rivera; el Dr. D. Francisco Marsal Gevellí, dignidad de Chantre de Zamora; D. Agustín Galcerán, Capellán de la casa Noviciado de dicha Compañía; D. Francisco Palanca Masiá, Cura de Gilet; D. Vicente Pastor Burguesa, Cura Regente de Bétera; D. Joaquín Llopis Vidal, Capellán del Colegio de Enguera, de la citada Compañía; D. Rafael Marín Piqueras, Beneficiado de los Santos Juanes de Valencia; D. Francisco Gil Campos, Diácono; el Dr. D. Rafael Moya Alcover, Subdelegado de medicina de este distrito; D. Rafael Criado Cervera, abogado; D. Juan Bautista Altés Alabart y D. Juan Altés Roig; y otros muchos frailes, sacerdotes y seglares, se dio comienzo siendo las nueve horas y treinta minutos próximamente a socavar la fosa por los Hermanos legos de este Convento, Fray Julián Rivera Puchol, Vicente Polo Villuenda y José Vila, siguiendo las indicaciones que respecto al sitio del enterramiento hacen en este acto los señores D. Rafael Marín Piqueras y P. Fr. Francisco Domingo Payá, que presenciaron el enterramiento. Comenzado el trabajo se prosiguió hasta la profundidad de unos ochenta centímetros, apareciendo la caja que contiene dichos restos, bastante deteriorada, y levantada que fue la tapa superior se encontró el cadáver que fue reconocido inmediatamente por los señores Marín y Fr. Francisco Domingo por varias señales, como el mismo de D. Enrique de Ossó. El señor Subdelegado de medicina, encontró el cadáver en muy buen estado de conservación, teniendo en cuenta los doce años transcurridos de su muerte, pues en vez de huesos completamente limpios y muchos calcinados, como corresponde al último periodo de los fenómenos de la putrefacción, no sucedió así, pues se encontró la mortaja en muy buen estado y los huesos todos completos y cubiertos todavía de jabón animal y algunos pelos, lo cual unido a la completa conservación del esqueleto, acusa un caso no común de retraso de putrefacción. Inmediatamente se rezó un responso por el Reverendo P. Payá, y extraído cuidadosamente el féretro de la fosa, fue conducido por las Hermanas, Padres Franciscanos y sacerdotes, a la Sacristía de este Convento, en cuyo local, fueron trasladados los restos a una caja de cinc contenida a su vez en otra de madera de ciprés, forrada de terciopelo, cuyas medidas son un metro noventa y cuatro centímetros de largo, sesenta y seis centímetros ancho en la parte de la cabeza y cuarenta y tres centímetros a los pies, cerradas con llave las dos tapas de cinc y de madera, de manera que no pueden abrirse y además ha sido precintado con tres lazadas de cinta de seda blanca de siete centímetros de ancha la del centro de la caja y cinco centímetros de ancho las dos de los extremos, sobre las cuales se ha puesto un sello en tinta azul que dice: “Colegio Compañía Santa Teresa de Jesús” y en la junta de las cintas un sello en cada una de lacre rojo en los que se ha estampado el cuño de la sortija de la Reverenda Madre General que lleva el lema “Viva Jesús”. Ultimado todo

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esto, hace entrega de dicho féretro el Reverendo P. Guardián de este Convento Fr. Nicolás Villanueva a la expresa Madre Superiora General que se hace cargo del mismo a mi presencia, quedando en su poder la llave de la doble caja para ser transportada dentro de otro cajón de madera de pino, preparado al efecto, por ferrocarril a la población de Tortosa para su definitivo enterramiento. Y para que conste y surta los efectos oportunos donde hubiere lugar, extiendo la presente acta en dos pliegos de la clase undécima, números tres millones ciento cuatro mil ciento nueve y el siguiente que firman conmigo todos los concurrentes que han aguardado hasta el fin del acto referido. De todo lo cual doy fe.- Saturnina Jassá y Fontcuberta, Superiora General.- Teresa de Jesús Blanch.- Mª Teresa Rubio Asencio.- Rosario Elíes.- Fr. Nicolás Villanueva, Guardián.- Fr. Francisco Domingo Payá. Fr. Estanislao Domínguez.- Dr. Francisco Marsal.- Agustín Galcerán, Pbro.- Juan Bautista Altés, Pbro.- Fr. Cándido Alcayna.- Joaquín Llopis, presbítero.- Juan Altés Roig.- Vicente pastor.- Francisco Palanca, Cura.- Rafael Marín, Pbro.- Francisco Gil, Diácono.- Rafael Criado.- Dr. Rafael Moya Alcover.- Signado y rubricado.- Antonio Martín. Concuerda fielmente esta primera copia con su original matriz número ciento setenta y nueve de mi protocolo corriente de escrituras públicas, a que me remito, y en fe de ello, yo el autorizante a requerimiento de la Reverenda Madre Superiora General de la Compañía de Santa Teresa Dª Saturnina Jassá y Fontcuberta; libro la presente en un pliego de la clase décima, número un millón quinientos setenta y un mil novecientos nueve y este de la undécima número tres millones ciento cuatro mil ciento ochenta y nueve que signo y firmo Sagunto fecha de su autorización.

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REVISTA TERESIANA Nº 437, septiembre 1908, pág. 360.

Escritura o copia del acta notarial justificativa de la inhumación

del cadáver del Rdo. Sr. D. Enrique de Ossó y Cervelló, autorizada en Tortosa a 15 de Julio de 1908,

por el Notario D. Antonio Salvia Peyró, Abogado y Notario con residencia en Tortosa.

Número doscientos treinta y nueve.- En el Convento de Monjas Teresianas, sito en las afueras del arrabal de Jesús, barrio de esta ciudad, a quince de Julio de mil novecientos ocho. Yo D. Antonio Salvia Peyró, Abogado, Notario del Ilustre Colegio de Barcelona, con vecindad y residencia en la presente ciudad de Tortosa, me he constituido en la Iglesia del expresado Convento, a requerimiento de la Rda. Madre Superiora General de la Compañía de Santa Teresa, Dª Saturnina Jassá Fontcuberta, quien hace el requerimiento con tal carácter de Superiora General en nombre del Instituto que representa y manifiesta: que en trece del actual, fueron exhumados los restos mortales del que en vida fue D. Enrique de Ossó y Cervelló, del cementerio del Convento de Religiosos Franciscanos de Sancti Spiritus del Monte, en el término municipal del pueblo de Gilet, los cuales restos fueron encerrados en una caja de cinc, metida ésta a su vez en otra de madera, las dos cerradas con llave convenientemente precintada la de madera para que no se pudiera abrir sin estropear los precintos según todo ello se hizo constar en acta autorizada en la referida fecha y lugar expresado por el Notario de la ciudad de Sagunto D. Antonio Martín Navarro, a requerimiento también de la misma manifestante, las cuales cajas mortuorias y restos del expresado D. Enrique de Ossó, se hallan en este momento colocados sobre un túmulo levantado en la misma iglesia debajo del crucero de ella; y me requiere para que examine si se hallan intactos los referidos precintos y presencié después la apertura de las cajas y examiné los referidos restos, dando fe de la inhumación de estos, describiendo el sitio o lugar del Templo que ha de servir de sepultura en lo sucesivo a dichos restos. Bajada que ha sido del referido túmulo la caja mortuoria, he observado que la primera venía perfectamente cerrada y sujeta exteriormente por tres cintas de seda blanca, dos en los extremos de la caja y otra en medio, de anchura esta de siete centímetros y de cinco centímetros las otras dos, hallándose estampada sobre las tres un sello en tinta azul que dice: “Colegio Compañía de Santa Teresa de Jesús” y en los extremos por donde se unían dichas cintas, he observado un sello en cada una de ellas de lacre rojo en los que hay estampado un cuño con el lema: “Viva Jesús”. Todo ello está intacto sin observarse ninguna señal de violencia, siendo imposible haber abierto las cajas sin el quebrantamiento de estos últimos sellos, por lo que es evidente que dentro de ella deben de encontrarse la otra caja de cinc y los restos del finado D. Enrique de Ossó en los términos que fueron encerrados y de que dio fe mi compañero el Notario antes nombrado D. Antonio Martín Navarro. Efectivamente cortadas por la señora requirente a mi presencia las tres cintas que servían de precintos y abierta con llave la primera caja o cubierta de ella que quedado al descubierto la otra de cinc, que abierta también ha dejado a la vista los restos mortales de D. Enrique de Ossó y Cervelló en regular estado de conservación dado el mucho tiempo en que ocurrió su fallecimiento. Se halla el cuerpo o tronco de dichos restos cubierto o vestido con sotana, alba y casulla, teniendo también cubierta la parte superior del cráneo con un velo blanco. Acto seguido el Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo de esta Diócesis, ha bendecido el cadáver y elevado una oración por su alma que han secundado todos los fieles que en gran número había en el Templo; y seguidamente han vuelto a encerrar con llave las cajas de cinc y madera y se ha procedido a inhumar el cadáver en una sepultura abierta también debajo del crucero de la iglesia y frente al altar Mayor a distancia en la parte más próxima de este de cuarenta y nueve centímetros medidos desde la base de la primera grada que sirve para subir al referido altar. Previamente se han medido las dimensiones de dicha sepultura que han resultado ser noventa y dos centímetros de profundidad, dos metros treinta y cinco centímetros de longitud y un metro diez centímetros de latitud en el fondo o parte interior, teniendo en su parte superior un borde de ladrillo y cemento sobre el que ha descansar la lápida, cuya luz (la del borde), es de un metro sesenta y seis centímetros de longitud y setenta y un centímetro de

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anchura. En dicha sepultura se han depositado las referidas cajas con los restos humanos que contienen, habiéndose colocado la cabeza del cadáver en la parte más próxima del altar. Y seguidamente se ha colocado, cerrando la sepultura, una lápida de mármol que contiene las iniciales Alfa y Omega y entre ellas el anagrama de Cristo y después la inscripción siguiente:

VIVA JESÚS Y SU TERESA SOY HIJO DE LA IGLESIA

EXPECTO RESURRECTIONEM MORTUORUM

ENRICUS DE OSSÓ PRESBITER

NACIÓ EN 16 DE OCTUBRE DE 1840 MURIÓ EN 27 DE ENERO DE 1896

ROGAD POR ÉL. R. I. P. A.

Terminado el acto por varios señores sacerdotes se ha cantado un responso con el ritual de costumbre en casos tales. Se han hallado presentes a dicho acto entre otras muchas personas los que firman esta acta, señores siguientes. Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo de esta Diócesis D. Pedro Rocamora y García.- D. Enrique de Ossó y Serra, sobrino carnal del difunto en cuya memoria se ha realizado dicho acto.- Los sobrinos segundos del mismo difunto D. Pascual y D. Pío de Ossó y Catalá.- Rdo. P. D. Luis Adroer y Viñals, Rector de la Compañía de Jesús.- Rdo. Sr. Dr. Francisco Marsal Gevelli, Canónigo, Chantre de la Santa iglesia Catedral de Zamora.- Rdo. Sr. D. Pascual Llopez Pomares, Canónigo Magistral de esta santa iglesia Catedral.- Rdo. Sr. D. Juan Bautista Calatayud, Operario Diocesano.- D. Juan Bautista Altés Alabart, presbítero, Director de la Revista Teresiana.- D. Juan Altés Roig.- Rdo. P. D. Luis Pujades Bombardó.- D. Leopoldo Roch Oliva, Pbro., Coadjutor de la santa iglesia Catedral de esta ciudad.- D. Agustín Galcerán y Pedret, Pbro., Capellán de la Casa Noviciado.- Dr. D. Luis Burgarolas Serradosa, presbítero.- Rdo. D. Miguel Pujol, Pbro.- D. Félix Ferrer Galcerán.- D. Carlos Altés y Sanabra, Pbro.- D. Joaquín Rocamora y Cartagena, Pbro., y Dr. D. José María Elías Correo, Pbro. La presente se ha extendido en este y otro pliego de igual clase undécima, números dos millones setecientos noventa mil novecientos ochenta y seis y dos millones setecientos noventa mil novecientos ochenta y dos. De todo lo cual, de conocer a la señora requirente y lo demás consignado en esta acta, yo el Notario doy fe.- Pedro, Obispo de Tortosa.- Saturnina Jassá y Fontcuberta.- Enrique de Ossó.- Pascual de Ossó.- Pío de Ossó.- Luis Androer Viñals, S. J.- Pascual Llopez, Magistral.- Dr. Francisco Marsal.- Juan Bta. Calatayud, Pbro.- Juan Bat. Altés Alabart, Pbro.- Juan Altés Roig.- Luis Pujades Bombardó, S. J.- Leopoldo Roch, Pbro.- Agustín Galcerán, Pbro.- Dr. Luis Brugarolas, Pbro.- Félix Ferrer Galcerán.- Joaquín Rocamora, Pbro.- Carlos Altés, Pbro.- José María Elías y Correo, Pbro.- Lic. N. Miguel Pujol, Pbro.- Está mi signo.- Licenciado Antonio Salvia Peyró.- Está mi rúbrica. La precedente, es copia literal de su matriz, obrante en mi protocolo corriente de instrumentos públicos, bajo el número indicado, a cuyo margen queda anotado el libramiento de la presente que, en fe de ello, expido para Reverenda Madre requirente en un pliego de clase décima número 1.587,703 y otro de la clase undécima número 2.790,172 en Tortosa a diez y siete de Julio de mil novecientos ocho.

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REVISTA TERESIANA Nº 437, septiembre 1908, pág. 364.

Canción fúnebre a la memoria de nuestro Padre Fundador

DESDE YUCATÁN El mundo entristecido lágrimas vierte de sin par ternura; y todo conmovido, parece que Natura oculta su esplendor y su hermosura. Espesos nubarrones cargados de aflicción y de tristeza, cubren los corazones de aquellos que a Teresa llamar Madre tuvieron por nobleza. Tristes y desoladas desde pueblos do extienden sus banderas, hoy fijan sus miradas del Ebro en las riberas mirando lo que pasa en sus praderas. Allí, junto a Tortosa, dejando de Jesús la villa a un lado, una casa ostentosa que llaman Noviciado de fúnebre crespón se ve enlutado. No suenan la armonía y los dulces y místicos cantares que en suave melodía al pie de los altares entonaban novicias a millares. Suspiros lastimeros se oyen sólo en torno del Sagrario, y allá…entre cien mecheros se ostenta un relicario de metal y de aspecto funerario. Las hijas de Teresa de pena y dolor hoy traspasadas, se miran con sorpresa, y al cielo orando, hincadas, parecen a otro mundo arrebatadas. ¿Tal vez les causa espanto aquella hermosa kha funeraria? ¡Ay! no; que encierra un Santo; y en su casa Primaria les era su presencia necesaria. ¡Ay! no; que son de un Padre las cenizas o restos que contiene, y con amor de madre para instruirlas, viene a darles los consejos que conviene.

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De escondido desierto, donde ya trece años que yacía, de unánime concierto, quiso su Compañía se lleve al Noviciado en este día. Allí; desde su tumba velará de las reglas la observancia, y porque no sucumba la heroica constancia, desde allí clamará “perseverancia”. Sobre su losa fría las novicias formarán sus corazones oyendo cada día paternales lecciones, que luego llevarán a mil regiones. Con razón, pues tus hijas ¡oh Padre! se contemplan asombradas venerando prolijas tus cenizas sagradas, que serán cual de un Santo respetadas. Felices las Hermanas de tan sublime escena admiradoras; pero ¡ay! aunque lejanas del sepulcro en que moras, os saludamos, Padre, a todas horas. Yo envidio y ambiciono encontrarme en la casa Noviciado; allí con bajo tono todo cuanto ha pasado te diría mi espíritu cansado. Allí, sobre tus restos iría recorriendo mi memoria los lugares opuestos que me hablan de tu Historia, formando nuestra dicha y nuestra gloria. Allí, de tu sepulcro mandarías mil luces a mi alma, y tu espíritu pulcro me haría hallar la calma que de virgen y mártir da la palma. Mas ya que no me es dado el cruzar para verte vastos mares, acepta ¡oh Padre amado! estos pobres cantares que te envío de trópicos lugares. En cambio, desde el cielo no olvides a tus hijas desterradas, que en este ardiente suelo trabajan afanadas so el manto de Teresa cobijadas.

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Y pide con anhelo que la fiel trovadora que hoy te canta, al salir de este suelo goce de dicha tanta, que sea, de entre todas, la más santa. S. T. J. Mérida, Julio-15-1908.

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REVISTA TERESIANA Nº 437, septiembre 1908, pág. 367.

A LA MEMORIA

DEL

RDO. D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ. (1) La traslación de los restos mortales del ilustre fundador del Instituto religioso de enseñanza “Compañía de Santa Teresa de Jesús” y el oficio y misa solemnes de difuntos cantados en el hermoso Templo del Noviciado de Santa Teresa, en Jesús de Tortosa, constituyen para esta ciudad y su diócesis un memorable acontecimiento, que formará época, y son el tema obligado del día, especialmente para quien, como el que emborrona estas cuartillas, se siente ferviente Teresiano y entusiasta admirador del nunca jamás bien llorado D. Enrique de Ossó. Conocí al benemérito D. Enrique por sus excelentes obras, pletóricas todas ellas de sobrenatural vida. Por vez primera le conocí en la “Revista de Santa Teresa de Jesús”. Después le conocí y admiré ya su espíritu eminentemente teresiano, al saborear la amena e interesante lectura de sus hermosas producciones literarias y tiernas composiciones ascético-místicas, entre otras la La mujer grande, por él corregida y aumentada; el Cuarto de hora de oración, y la Guía del catequista. Más tarde le conocí mejor y me convencí de su celo de varón apostólico, cuando, durante cinco años, desempeñé en Alicante el cargo de Director de la Archicofradía de Hijas de María y Teresa de Jesús y del Rebañito del Niño Jesús. Empero cuando observé más de cerca y con santa fruición consideré la virtud y ciencia y las relevantes cualidades de apóstol infatigable, esclarecido maestro de espíritu y celoso fundador, que reunía al inolvidable D. Enrique, fue al tener noticia de la fundación y dirección de la “Revista Teresiana”; de la “Archicofradía Teresiana” y del “Rebañito del Niño Jesús”, así como de la Peregrinación Teresiana, por él organizada y realizada, a la cuna y sepulcro de Santa Teresa de Jesús en 1873; y la Peregrinación Teresiana A Nuestra Señora de Montserrat en 1882. Tortosa conserva gratísimos e imborrables recuerdos del celo apostólico del virtuosísimo D. Enrique. Él fue quien, todavía estudiante, fundó en el vecino arrabal de Jesús la Conferencia de caballeros de San Vicente de Paúl, la cual se disolvió a raíz de la Septembrina. Después fundó en nuestra ciudad la Catequística, que tanto consuelo ha proporcionado a nuestros Obispos y a los de toda España, donde está ella extendida actualmente y que continúa hoy siendo en Tortosa una Asociación del mayor cariño y simpatía de nuestro amadísimo Prelado y Clero de la ciudad, merced al celo infatigable de un benemérito hijo de San Ignacio de Loyola, el Rdo. e incansable Padre José Llusá. Quedó igualmente la Hermandad Josefina de esta ciudad; y asimismo fundó y dirigió en Tortosa El Amigo del Pueblo, excelente semanario de propaganda neta y exclusivamente católica. No obstante, la Providencia tenía destinado, y al efecto llamó de una manera especial al benemérito D. Enrique, para la fundación de una obra importantísima, la más importante sin duda de cuantas él pudiera fundar, ya que había de dar mucha gloria a Dios N. S. y producir gran bien a la sociedad, y fue el Instituto religioso de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, por él fundado en 1876 y hoy felizmente extendido en toda España, en Portugal, en América, África y Australia. Sus ejemplares Religiosas y discretas Profesoras, hijas de la Seráfica y Santa Madre Teresa de Jesús, cual rendido homenaje de amor y veneración, tributado a la santa memoria de su venerado Padre Fundador, practicaron cristianamente la inhumación de los mortales restos de su tan llorado e ínclito Fundador en la sepultura preparada a propósito en la Iglesia del Noviciado, a fin de que, novicias y profesas se formen, según el recto espíritu del eminente Teresiano, ante sus preciadas y venerandas cenizas. Este es el Rdo. D. Enrique de Ossó y Cervelló, pintado a grandes rasgos y toscas pinceladas. Él, entre otras e importantes e innumerables obras de celo y propaganda, fue, como ya consta, el ilustre fundador del benemérito Instituto de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que cuenta hoy, a pesar de ser de ayer, con numeroso y brillante escuadrón de fervientes Religiosas.

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¡Quiera Dios Nuestro Señor que las Religiosas de tan benemérito Instituto y nosotros, fervorosos hijos y entusiastas admiradores del celoso Apóstol de Vinebre, veamos pronto venerado en los altares a nuestro muy amado D. Enrique! PASCUAL LÓPEZ Magistral

(1) No podíamos, ni ciertamente debíamos dejar de reproducir este importantísimo y autorizado artículo del M. I. Sr. Magistral de Tortosa inserto en El Restaurador el 15 de Julio último, pues queremos que quede archivado en la colección de esta revista.- (N. del D.)

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REVISTA TERESIANA Nº 441, enero 1909, pág. 94.

AL FIN SOY HIJA DE LA IGLESIA (1)

(Últimas palabras de Santa Teresa y epitafio de D. Enrique) Después de dos mil años… hállome como de paso en Tortosa para ejercitar gustosamente una obra de caridad, cuando he aquí que me encuentro con unos buenos amigos, a quienes nada puedo negarles, que se empeñan en que añada una florecilla, mustia como mía, al canastillo que ellos llenan cumplidamente con lozanas y olorosas flores, para recreación y deleite de personas de gusto. Sí, después de dos mil años, repito, cuando pasaron aquellos tiempos, no mejores que los presentes, en que la desoladora revolución septembrina apenas si nos permitía salir impunemente por las calles, y mucho menos por los pintorescos alrededores de esta ciudad, como quiera que los ciudadanos aquellos, armados a la sazón de punta en blanco, no querían que saliésemos fuera del casco de Tortosa, cuidadosos ellos de nuestra salud, a fin de evitarnos cualquier constipado en invierno o insolación en estío. Pero todo ello, ¿qué se creen ustedes? no por otro motivo sino por rendir fervoroso culto a la libertad, de quien eran fanáticos adoradores. Mas sucedió que un amigo mío pensó y determinó, para romper los muros de tan estrecha cárcel, escribir y publicar un semanario titulado El Amigo del Pueblo para hacer la guerra, pacífica por supuesto, a los malaventurados papelotes que, atiborrados de libertad o libertinaje, no querían que los labradores e industriales de Tortosa quedasen en ayunas de aquellas luces y glorias y progresos que se nos entraban por las puertas y venían anunciando pomposamente los corifeos de la época o etapa revolucionaria, ya que los hijos de esta ciudad y comarca mostrábanse poco propicios a las nuevas orientaciones, como se dice ahora. El caso fue que El Amigo del Pueblo se leía y releía con fruición en casi todos los hogares de los hijos de Tortosa y de la comarca, hasta el punto de que, si no andamos equivocados, la suscripción al semanario aquel fue tan numerosa, que apenas ha sido sobrepujada por los periódicos que posteriormente se han venido publicando. ¿Y saben ustedes quien era el director y fundador de El Amigo del Pueblo? ¡Quien había de ser si no un varón privilegiado, un hombre de todas veras católico, un amante desinteresado del pueblo que trabaja, que reza, que piensa en Dios y le ama; un sacerdote, en fin, que animado del espíritu de Dios, se desvivía por salvar a las almas y advertirles de los riesgos en que a la sazón se hallaba comprometida su salvación eterna! El director y fundador de El Amigo del Pueblo era… ¿quién había de ser?...Era D. Enrique de Ossó y Cervelló, tan conocido, tan amado, tan venerado en Tortosa, director entonces de la Asociación Catequística; luego restaurador y propagador de la Congregación de labradores con el título de “La Preservada”; muy pronto fundador de la “Asociación de Josefinos”; después de la hoy extensísima “Archicofradía de Teresianas”; seguidamente del “Rebañito del Niño Jesús”; finalmente de la “Compañía de Hermanas de Santa Teresa de Jesús”, hoy tan floreciente en España, Portugal, África, sobre todo en muchos Estados de América, hasta en Oceanía, donde sus renombrados colegios vienen formando en virtud y letras las almas de la niñez y juventud, imbuyéndolas el amor a Jesús y su Teresa, al tiempo que les inspiran amor a España, la que descubrió aquellas vastas regiones iniciándolas en la fe de Cristo. Y poniendo por fundamento esta educación religiosa (la más sólida y única base de toda cultura), las Hermanas de la Compañía no olvidan ni desatienden, antes procuran ahincadamente la enseñanza de todo linaje de asignaturas científicas, artísticas, literarias y de adorno, tales como pueden desear y apetecer las familias más exigentes para sus hijos e hijas. Ese, sí, ese era el fundador y director de El Amigo del Pueblo en los comienzos de la revolución septembrina. Verdad es que no estaba él solo. Otros amigos suyos compartían a su lado la labor fructuosa. Y ya que esta es ocasión oportuna, añadiremos que escribían en el semanario los Rdos. M. I. D. Jacinto Peñarroya, D. Mateo Auxachs, D. Mariano García…Todos ellos ¡ay! murieron en el ósculo del Señor. ¿Todos? No; aún queda otro, otro compañero estimadísimo y amantísimo…Era su amigo del alma (¡almas gemelas y hermosas las dos!), era otro fundador, nuestro Rvmo. D. Manuel Domingo y Sol (a quien suplicamos que

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nos perdone por Dios). El último de todos ellos ¡bah! que borronea estas cuartillas, aún vive por la misericordia de Dios para dar testimonio de ello. ¿Pero a qué cansarme en dar a conocer a los lectores tortosinos al antiguo director y fundador de El Amigo del Pueblo, como muy pronto lo fue de la revista mensual ilustrada Santa Teresa de Jesús? ¿A qué cansarme cuando son innumerables los nobles corazones de esta ciudad que le conocían bien? ¿No es Tortosa entera la que en este día rinde homenaje de veneración y respeto a la memoria de tan benemérito y ejemplar sacerdote? ¿No son muchísimos los corazones que, presa de sentimientos delicados, hoy se conmueven de consuelo y satisfacción al ver en las orillas del Ebro siquiera las cenizas del que estando vivo aquí vivió y trabajó y oró y puso muy alto los nombres de Jesús y de Teresa; los que ora vierten lágrimas de ternura, modulando una oración sentidísima en sufragio de aquella alma preciosa que pasó por estas tierras haciendo bien a todos, como su Divino Maestro: ora (nosotros lo sabemos bien) imploran las bendiciones del apóstol teresiano, a quien ya contemplan piadosamente en el cielo al lado de Santa Teresa de Jesús? Sí, bendigamos todos al Señor porque se ha dignado concedernos la gracia de poder elevar nuestras preces al Dios de las Misericordias, postrándonos sobre la tumba que encierra los preciosos despojos del Fundador de tantas obras llevadas a cabo en Tortosa por su siervo a la mayor gloria de Dios. JUAN B. ALTÉS Tortosa 12 de Julio de 1908

(1) Como quiera que en números anteriores hemos reproducido, copiándolos de El Restaurador de Tortosa, dos interesantes artículos dedicados a nuestro difunto fundador D. Enrique de Ossó, justo es que no omitamos este último, inserto en el mismo periódico tortosino, consagrado al varón insigne y fundador de esta Revista.

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REVISTA TERESIANA Nº 442, febrero 1909, pág. 128.

D. Enrique de Ossó y Cervelló (1)

Muchos, muchísimos años fueron los que vivimos con él familiarmente; que le tratamos con intimidad; que gustamos de su conversación, siempre edificante a la vez que amena y cariñosa, y ¡cosa sorprendente! le vimos siempre conservar una igualdad de ánimo tan envidiable y una serenidad tal, que reflejadas estas cualidades en su rostro, nos tenían ciertamente maravillados. A veces nosotros, sus amigos, pobres pecadores y llevados al retortero de candentes cuestiones religioso-políticas, nos encendíamos con el calor de la discusión y perorábamos briosamente…cuando D. Enrique, nuestro respetable amigo, con su habitual sonrisa fácilmente nos desarmaba, conociendo nosotros que nos excedíamos algún tanto en nuestro comportamiento. Y no es que nuestro amigo D. Enrique no tuviese sobrados motivos muchas veces para perder su tranquilidad de ánimo y habitual mansedumbre; sino que él, como espíritu superior y templado en la fragua de su oración diaria, conocía muy bien que el Señor se complace hartas veces en probar y aquilatar las almas, para bien de ellas, permitiendo que sean purificadas y perfeccionadas en el yunque de la tribulación…¿por medio de quien? por medio de personas buenas y estimadas, como lo enseñaba con sus escritos y su ejemplo su Madre Santa Teresa de Jesús. Otra cosa nos llamó siempre vivamente la atención en don Enrique. Aunque dotado de excelentes cualidades, superiores talentos y sobre todo, eminentes virtudes, como es sabido, nunca le vimos hacer la menor ostentación de ello, ni desdeñar las opiniones que le fuesen contrarias. Los amigos que aún viven pueden testificar que acudía a su consejo, estudiando su parecer humildemente y buscando hacer en todo la voluntad de Dios. Como lo hiciera su amada Madre e inspirada Doctora, Teresa de Jesús, no consideraba del todo buenas las obras que él hacía, si venía a faltarles el sello de la contradicción. No se olvidaba de que “los que siguen a Jesucristo, padecerán persecución”. Persecutionem patientur. Sin duda quiso el Señor prepararle grandes e inmarcesibles coronas, al permitir que su alma fuese tan atribulada con el martillo de las contrariedades, sobrellevadas con tan perfecta conformidad con la voluntad de Dios. ¿Otras coronas y premios en la tierra?...No los quería ni ambicionó nunca D. Enrique. Testigos somos presenciales de que los rehusó en no pocas ocasiones. Significáronle alguna vez los de su familia, que no aprobaban tanta modestia y humildad. ¿Pero no se lo aprobaba su Dios, a quien sólo quería agradar? No quiero terminar estas ligeras cuartillas sin dedicar un recuerdo especial al que fue amigo queridísimo de D. Enrique y nuestro, el malogrado y teresiano sacerdote D. Agustín Pauli, que, hace algunos años, entregó su espíritu al Señor. Después de ayudar a D. Enrique en todas sus empresas y ser Director de la Archicofradía primaria y de la Catequesis, al morir don Enrique cooperó a su obra escribiendo en la Revista Teresiana preciosos artículos, siempre inspirados en la doctrina de la Santa y con celo creciente para la salvación de las almas. Al elevar hoy nuestras súplicas y sufragios al Señor por el alma de D. Enrique, las elevamos también por el que fue su amigo del alma y nuestro amigo Rdo. Sr. Pauli, de quien Tortosa no se ha olvidado ni olvidará fácilmente sus insignes ejemplos de virtud. JUAN BTA. ALTÉS, Pbro. Tortosa 12 Julio 1908. (1) Reproducimos en esta Revista los artículos publicados en El Restaurador consagrado al difunto D. Enrique, alguien ha echado a faltar – y casi tenía razón- éste que se publicó el mismo día y con el mismo objeto en el católico periódico Libertad de Tortosa.

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REVISTA TERESIANA Nº 444, abril 1909, pág. 181.

Las conquistadoras Hermanas de la Teresiana Compañía (1)

AUTO EN DOS CUADROS

Dedicado a la bendita memoria de D. Enrique de Ossó y Cervelló,

egregio fundador de este Instituto.

CUADRO PRIMERO

(Conclusión)

ESCENA IV Mª TERESA Sí, muy pronto, Dios mediante, contra el corazón amante pienso abrazarlas… HERMANA 2ª Yo estoy en lo mismo… PILAR ¿La campana no oís, o es que me engaño por el deseo de verlas? M. TERESA Sí, ya las oigo; no dudo por la voz de que son ellas las que nos vienen de Méjico, donde tantas son y buenas las Casas allí fundadas que (la labor no es nuestra) es toda una bendición que, en verdad, más nos alienta. Aquí están; pasen ustedes, animosas viajeras. (Entran dos nuevas Hermanas y se abrazan mutuamente)

ESCENA V

Dichas y Dª CONCEPCIÓN y Dª JOSEFINA Dª CONCEPCIÓN ¡Oh cuánto siento, Dios mío, haberlas sido molestas! M. TERESA Son ustedes, no nosotras, las que de zonas opuestas viniendo, en nombre de Dios y nuestra Madre Teresa, se molestan ciertamente, aunque sé que no es molestia cumplir lo que nos prescriben

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órdenes de la obediencia. ¿Qué han tenido buen viaje? CONCEPCIÓN Sí, a Dios gracias, aunque vamos… JOSEFINA No nos han faltado penas que ofrecer al buen Jesús en la travesía aquesta. CONCEPCIÓN La verdad, estuvo el mar alterado como fiera, y el buque, aunque poderoso, como leve barquichuela dando tumbos y más tumbos, ya amagaba a las estrellas, ya se hundía en los abismos, cual si fuese una pajuela. JOSEFINA Aún hubo un trance peor que a mí me asustó de veras. CONCEPCIÓN Sí; cayó sobre nosotros una densísima niebla que nos impedía ver los barcos que andaban cerca. Ni aún vimos el buque aquél, potente vapor de guerra que embistiónos como monstruo, cual si a devorarnos fuera. JOSEFINA ¡Qué momentos tan terribles! ¡yo me temí una tragedia! Quise al piloto mirar, y advertí en su tez morena cierta palidez extraña que casi dejóme…yerta. CONCEPCIÓN Nunca yo desconfié… ¿Cómo yendo con Teresa, nuestra Madre salvadora que en las más arduas empresas, de Abogada de imposibles cobró fama y la conserva? M. TERESA Sí, también desde esta Casa muchas plegarias se elevan a favor de las Hermanas que, fieles a su bandera, cruzan mares borrascosos o muy peligrosas tierras.

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CONCEPCIÓN ¡Qué peligros no afrontó la nuestra Madre andariega! Fríos, aguas y calores, ¿no le hicieron cruda guerra? ¿No se sobrepuso siempre a las más terribles pruebas? ¿Y no podremos sus Hijas ser animosas cual Ella, siendo bien aleccionadas en su mismísima Escuela? ¿Qué nos podrá suceder? decía la Madre nuestra: ¿perder la vida por Quien nos la ha dado con su acerba pasión y muerte de cruz? Bien recordáis su apotegma: “Si antes no os tragáis la muerte, Hijas, no haréis cosa buena”. HERMANA 2ª ¡Oh! ¡Bendito sea el buen Jesús, que nos da bríos y fuerzas para vencer los obstáculos con que nos hacen la guerra el infierno y mundo juntos, cual la hicieron a Teresa! M. TERESA Pero nosotras luchando, sin amainar nunca velas, con que débiles mujeres lograremos… CONCEPCIÓN La suprema dicha de ganar el mundo para Cristo… M. TERESA Ya en América, en Mixcoac, ¿no habéis logrado victorias casi estupendas? CONCEPCIÓN Sí, después de los exámenes rigurosos que sufrieron nuestras niñas, ante un público distinguido y en presencia del Delegado oficial que presidió la asamblea, dijo… HERMANA 2ª ¿Qué es lo que dijo el representante de aquella República liberal…? JOSEFINA Diría mejor “atea”.

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CONCEPCIÓN, leyendo “Felicito a vuestros padres (dijo con harta elocuencia) porque en aqueste Colegio encontré un alta Escuela de moral, donde a la vez, brillan las artes y ciencias, de suerte que en parte alguna, (mi honrada voz lo confiesa) encontré tal disciplina y una instrucción tan completa. HERMANA Pues, digamos todas: “¡Viva, viva Jesús de Teresa!” (Todas contestan) PILAR Y ¡vivan, añadiremos nuestras Hermanas de América! JOSEFINA ¡Y cuánto se alegrará la Madre de tales nuevas! Por cierto que me creí ya aquí en nuestra Casa verlas. ¡Dios mío y qué largos son nuestros viajes!... ¡Qué cuestan!... M. TERESA Las tendremos pronto aquí, según el telefonema que, al salir de la capilla, dieron hoy a la portera. Aquí está; tómelo usted (Lo da a una Hermana), y en voz muy alta, lo lea. HERMANA, leyendo “Con el favor del buen Dios nos veremos pronto en ésa… Ya otorgó su Santidad con suma benevolencia las gracias solicitadas por las Hijas de Teresa, tras presentarle la humilde aunque cariñosa ofrenda. Pero aquí nos detendremos por la catástrofe horrenda que a Calabria y Messina destruyó… ¡Horrible tragedia! Hermanas de Caridad somos en Roma, a do llegan los centenares de víctimas que en Santa Marta se albergan, como en otros Hospitales que el Papa ha abierto a su cuenta. ¡Oh! ¡Cuán vasto el corazón de Pío el Grande se ostenta!...

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Por todos y por nosotras orad, Hermanas, sin tregua… Roma, Enero, dominica del año nuevo primera” M. TERESA Pues ya lo sabéis y… vamos, ¿estáis tristes, o contentas? HERMANA 2ª Tristes, por las muchas víctimas; alegres… porque ya llegan. (Aludiendo a las Superioras de Roma). M. TERESA Entonces sabremos bien cómo Dios a todos prueba: con misericordia siempre, aunque con justicia recta. ¿Vamos a alzar nuestras súplicas porque Jesús nos defienda? CONCEPCIÓN Sí, vayamos; la oración es nuestro escudo y defensa.

Telón

FIN DEL CUADRO PRIMERO

J. ALTÉS

(1) Advertimos a nuestros lectores que a nuestro corrector de pruebas se le escaparon en las primeras escenas de este trabajillo, algunas erratas de caja, que estarán ya corregidas al publicarse este auto en folleto aparte. Por lo que se ve, el autor no se ha propuesto sino describir el fecundo y dramático movimiento de las animosas Hermanas de la Teresiana Compañía, al ir a enarbolar en todas las partes del mundo el salvador estandarte de Santa Teresa de Jesús, fieles a su triple apostolado de oración, enseñanza y sacrificio.

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REVISTA TERESIANA Nº 446, junio 1909, pág. 256.

Las conquistadoras Hermanas de la Teresiana Compañía

AUTO EN DOS CUADROS

Dedicado a la bendita memoria de D. Enrique de Ossó y Cervelló, egregio fundador de este Instituto

CUADRO SEGUNDO

Salón principal del Colegio Primario.- Mobiliario severo.-

Puerta a la derecha que da al Colegio, otra a la izquierda que sale fuera al jardín

ESCENA I

SUPERIORA GENERAL.- SECRETARIA.- MADRES DEL CONSEJO

SUPERIORA GENERAL ¡Oh buen Dios! ¡Jesús bendito! ¡No tenemos ni un instante para holgar!... MADRE TERESA ¿No es militante la Iglesia? Y nuestro grupito de Hermanas batallador, ¿no es como tropa ligera que debajo su bandera debe luchar con ardor? SUPERIORA GENERAL Tienes razón, Hija mía: pero el cuerpo ruin flaquea, bien se ve que forcejea nuestro espíritu…En un día ¡ya has visto qué movimiento tan continuo…sin igual!... Del vecino Portugal llegué ayer con gran contento por las fiestas tan galanas que en sus Colegios se hicieron. SECRETARIA Por cierto que se lucieron las portuguesas Hermanas. SUPERIORA GENERAL ¿Cómo no? Carácter blando, dócil, suave…Aquellas gentes ¡ay! fueran harto inocentes, sin artero…contrabando. SECRETARIA Como sumisa colonia del inglés, el lusitano respira el ambiente insano casi de una…Babilonia.

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MADRE TERESA ¿No de ello ya se quejaba nuestro Padre Fundador? SUPERIORA GENERAL Sí, con profundo dolor sus males nos declaraba. Estragadas las costumbres… poco celo en los pastores… ¡ay! muchos lobos traidores… del alma lánguidas lumbres… MADRE TERESA ¿Y desde entonces la luz de la verdad no ha crecido? SUPERIORA GENERAL ¡Oh! en Portugal han caído espesas nieblas…La Cruz, sólo la Cruz redentora redimirá a Portugal. MADRE ROSALÍA (Aludiendo a la Compañía) ¿No está nuestro antemural, que allí sufre, enseña y ora? SUPERIORA GENERAL Sí, en sólo Dios confiemos. MADRE TERESA (Abriendo el reloj) Creo que no tardarán… SUPERIORA GENERAL ¿Tan pronto?... MADRE TERESA De Cartagena nos telegrafió una Hermana escribiendo así: Mañana ya llegaremos.- Elena. SUPERIORA GENERAL Cierto que deseo ver a mis Hermanas de allá, las catholic marabú, a quienes… PORTERA ¿Pueden pasar?...

ESCENA II

DICHAS Y DOS HERMANAS DE ORÁN

SUPERIORA GENRAL ¡Adelante, Hermanas mías! MADRE TERESA ¡Jesús mío, y qué tardar!

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MADRE JOSEFINA Pero al fin podemos veros, gracias al Dios de bondad en nuestra bendita Casa y Colegio principal. SUPERIORA GENERAL ¿Descansar quieren un poco? MADRE JOSEFINA Madre, descansamos ya a los pies del buen Jesús. De Teresa en el altar, en la vecina Capilla, allí los dos al igual, el alma y cuerpo han gustado un refrigerio sin par… SUPERIORA GENERAL ¿Y no sufristeis vosotras terremotos por allá? MADRE JOSEFA Bien sabe usted que los hubo en el mismo Portugal, pero que a nuestras Hermanas… SUPERIORA GENERAL Es cierto…por la bondad del Señor, quedaron libres de una catástrofe tal. Allí hacía su visita la Madre Folch, provincial… Aún a vosotras no os deben pruebas muy recias faltar… Los moros, los protestantes, los judíos, los… ¿qué más? MADRE TERESA Sí, buen campo aquél, buen campo si lográmoslo explotar. MADRE ROSALÍA ¡Qué magnífica corona Jesús nos muestra! SUPERIORA GENERAL ¿Y qué tal los moros? ¿Cómo se os portan? MADRE JOSEFA Decir puedo que en verdad nos respetan ¡pobrecillos!, nos atienden con afán… No son ellos los peores: los que de España allá van para explotar ricas minas o, por regla general, algún decente negocio,

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no son de moralidad ningún modelo, ello es cierto; empero he de confesar que los moros, aunque faltos de la luz de la verdad, nos atraen y edifican, si los vemos al pasar cuando, echados en el suelo, oran leyendo el Corán… MADRE TERESA Aun recuerdo lo que nuestro Fundador (descanse en paz) nos escribió en la visita que hubo de emprender a Orán. MADRE ROSALÍA ¡Oh, qué página tan bella quiso entonces dedicar a aquella mujer…esclava de toda perversidad. Junto con algunos Padres quiso en la Mezquita entrar…, ¿qué es lo que sintió su pecho abrasado en caridad? SUPERIORA GENERAL Y no sólo lo sintió, sino que grabado está en un Colegio, insigne, o mejor, monumental… Fue entonces que acompañado del varón Padre Catá, allí fundó nuestra Casa, en lo alto de la ciudad cual dominante atalaya cuyo objeto es vigilar, y vosotras de Teresa brava legión habitáis. Pero de Murcia, Alicante, tantas gentes que allí están, aunque, padres, distraídos, ¿sus hijas no os mandan ya? MADRE JOSEFA Sí, las mandan satisfechos, porque no es dable olvidar lo que aprendieron de niños allá en su pueblo natal… Pero el Gobierno es francés, o masón, y dicho está que protegernos…no quiere, y por hoy…aún menos mal: a todo el mundo dispensa omnímoda libertad. SUPERIORA GENERAL ¡Oh! ¡qué falta que les hace la Juana de Arco inmortal!

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MADRE ROSALÍA Creo que los españoles iban hoy a celebrar en obsequio de Cisneros no sé qué fiesta triunfal. MADRE JOSEFA Sí, es su cuarto centenario… ya al salir lo vi anunciar. SUPERIORA GENERAL Harto nos falta en España, el triunfador Cardenal que la Cruz plantó en el África como, con viva piedad propuso Isabel Católica aquella reina inmortal. SECRETARIA Y, Madre, ¿no piensa usted que también plantada está la bandera de Teresa que el mundo ha de conquistar? SUPERIORA GENERAL ¡Así sea! Ya en América, en África y Portugal y en Europa… SECRETARIA Y aún se deja… MADRE TERESA La Oceanía… ¿verdad? SUPERIORA GENERAL ¡Pobrecitas de la Australia! SECRETARIA ¿Será cierto? ¿A venir van?... J. ALTËS (Concluirá)

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REVISTA TERESIANA Nº 449, septiembre 1909, pág. 343.

Las conquistadoras Hermanas de la Teresiana Compañía

AUTO EN DOS CUADROS

Dedicado a la bendita memoria de D. Enrique de Ossó y Cervelló, egregio fundador de este Instituto.

(Conclusión)

ESCENA III

SUPERIORA GENERAL.- SECRETARIA.- MADRES DEL CONSEJO.

PORTERA (Llamando) Madre, aquí las viajeras dicen si pueden pasar.

SUPERIORA GENERAL Sí, hija mía, que entren pronto, que pasen… SECRETARIA Las más lejanas, las que con más ansiedad aguardamos. (Entran las dos viajeras de Australia, a quienes con grande cariño las Madres

Superioras van abrazando particularmente) SUPERIORA GENERAL ¡Qué cansadas, hijitas, debéis estar! Pero al fin, ya en vuestra Casa y Colegio principal, gracias Jesús bendito, tras tanto tiempo os halláis. MADRE TERESA ¿Qué? ¿Tuvisteis buen viaje? LEONOR Algunos días…tal cual. ROSA Un poco nos mareamos…, pero sólo al empezar; porque los días siguientes, sosegado el temporal, quiso la Virgen del Carmen (Madre de gloria y de paz), con su hermoso escapulario tocando la airada mar, díjole: “Detén tu furia… a Mis hijas salvarás” MADRE ROSALÍA ¿Y las encrespadas olas se calmaron de verdad?

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LEONOR Tanto así, que del piloto al ver la pálida faz, bajamos al camarote, poniéndonos a rezar, como lo hacen los cristianos al mirarse en trance tal. ROSA Sólo sé que a todo el mundo sorprendió la novedad. LEONOR Al dejar allá el mar índico, llegábamos a Port-Said y viendo del gran desierto aquel inmenso arenal, pudimos nosotras dos santas cosas meditar. ¿Cómo no, desde la cámara, gozando tranquilidad, olvidarnos del viaje tan penoso…excepcional, que hizo la Sacra Familia, perseguida con crueldad? ¿Quién no recuerda la angustia inexplicable, tenaz, que allí sintiera aquel grupo el más alto y divinal? SECRETARIA ¿En el vapor no venía ni un Ministro del altar? ROSA Sí, un padre Benedictino, que por favor especial dispensó a nuestro Instituto el celoso Padre Abad. Nunca a D. Fulgencio Torres se lo podremos pagar… SUPERIORA GENERAL Así se lo expresaremos pronto en nuestro Montserrat. LEONOR Sí, nos decía la Misa, y por regla general aún podíamos, dichosas, con el padre confesar. Porque tan largo viaje… SUPERIORA GENERAL ¿Qué remedio? Otro no hay que suprimir los pecados. ROSA ¡Tiene razón! …es verdad.

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Aquí ya descansaremos. SUPERIORA GENERAL ¿Qué podremos descansar?... Porque los Santos nos dicen que do quier no faltarán borrascas de todo género, luchas, guerras sin cesar. LEONOR Pero el buen Dios con su gracia y auxilio…no faltará. SUPERIORA GENERAL ¡Eso nunca! Si San Pedro quiso en las olas temblar, “¿Por qué hombre de poca fe

- díjole Su Majestad – tienes qué temer, estando contigo el que fuerzas da?”.

LEONOR Lo mismo debió decirnos cuando, aquél día fatal, casi temíamos todos en el vapor naufragar.

ESCENA IV

DICHAS Y PORTERA

PORTERA (Llamando) Madre, vino del vapor hace poco un marinero diciéndome le entregase a su merced este pliego. SUPERIORA GENERAL A ver qué dice. (Léelo rápidamente) Es del Padre Benedictino… ¡Qué atento! (Pausa) Dice que con grande urgencia subir debe al Monasterio de Montserrat, pero en tanto dedicar quiere…un recuerdo a sus buenas compañeras de viaje… SECRETARIA Claro está, andar juntos tanto tiempo, imposible es no gustar de los mismos sentimientos… MADRE TERESA Especialmente al tratarse de varones tan perfectos.

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SUPERIORA GENERAL Oigamos ya lo que dice, al parecer muy contento, el padre de Nueva Nursia. Tome, Secretaria, el pliego. (Tómalo la Secretaria y lee) SECRETARIA (Leyendo) Jesús.- Madre Superiora, porque a Montserrat voy luego, antes de salir del barco me espolea el buen deseo de ponerle unas dos líneas, como es de justicia hacerlo. Vuestras Hijas de Teresa… ¿no sabe usted lo que hicieron para gloria de la Santa y su Madre del Carmelo? Cuando el mar más irritado estaba y los bravos vientos arrojaban nuestro buque a las olas con estrépito, y ya todos nos temíamos naufragar…en tal momento nuestras buenas Teresianas – tan devotas del Carmelo – arrojaron a las ondas (que bramaban con estruendo) el bendito Escapulario, de salvación signo cierto. Sintióse el mar al instante tranquilo…con tal extremo, que las gentes no sabían explicarse aquel suceso… Cómo calmaran las olas… Como amainaran los vientos… Cómo el vapor deslizábase tranquilo, dulce, sereno… Yo adiviné, buena Madre – ¿cómo no? – el hondo misterio… Yo, sin dudarlo un instante, alcé mis manos al cielo, despejado el horizonte y con el ánimo quieto – di las gracias a la Virgen Madre augusta del Carmelo. Las di luego en una Misa, que, seguida de un Te Deum, entonaron también ellas con enternecido acento… Otros detalles les guardo, interesantes y bellos, para cuando a Barcelona baje…y suba a ese Colegio. SUPERIORA GENERAL (con gran entusiasmo) ¡Un fuerte abrazo a mis hijas! porque Dios oyó su ruego.

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MADRE TERESA Sí, también queremos todas abrazarlas… (Las siguen abrazando todos) MADRE ROSALÍA Ni yo menos he de ser. Es imposible. SUPERIORA GENERAL Mas dígame usted, Leonor, algo, pues no ha dicho nada, de aquella nueva morada y también de su labor. LEONOR Desde que el benedictino y anciano Hermano Miró a las niñas nos dejó, por cumplir nuestro destino, imposible es referir lo que nos pasa con ellas… Aún las madres…las doncellas… Todas nos quieren venir; con las listas estar quieren, (así las pobres nos llaman) nos obedecen, nos aman y hábitos nuevos adquieren. Con permiso del Abad, las mismas madres entrando, se portan bien, encontrando allí su felicidad. SUPERIORA GENERAL ¿Y aquel gobierno australiano os da libertad completa? LEONOR Sí, señora, y nos respeta, cual si fiera fiel cristiano. SUPERIORA GENERAL Sí, cristiano…, de oro puro…, no, aunque sí de mala ley. ROSA ¿Sabes usted quien allí el rey, y todo lo es de seguro? SECRETARIA ¡Pues será el Emperador de la Colonia…el inglés! ROSA Pues no señora, que lo es nuestro Abad… ¿Verdad, Leonor? Sí, el Gobierno aquel le tiene grande consideración al Abad y a la Misión, que en gran parte aquél sostiene.

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LEONOR Sí, a las pobres huerfanitas, que donde quiera ha encontrado, luego nos las ha mandado al Colegio: ¡qué bonitas, aunque negro es su color; mas cuán bello es el candor de tales colegialitas! Para edificar un templo desde luego suele dar el conveniente solar… MADRE ROSALÍA ¡Dios mío, qué hermoso ejemplo! LEONOR Y aún añadirles podría: Si a la cárcel va un cristiano, este gobierno australiano propio confesor le envía. SECRETARIA ¡Esa sí qué es libertad, a que rindo yo homenaje! De un pueblo casi salvaje ¿la copiará…esta ciudad? SUPERIORA GENERAL Hijas, no mentemos, no, de aquí crímenes…injurias… No eran hombres…eran furias que el mismo infierno abortó. Desde la australiana zona, de Nueva Nursia venidas, no sepan las embestidas salvajes de Barcelona. ROSA Algo, sí, hemos entendido de aquesta infamante escoria; negro borrón de la Historia, que Dios Justo…ha permitido. SUPERIORA GENERAL ¿Y por qué? Porque, a mi juicio, sigamos al Redentor con redoblado ejercicio: todas, sí nos esforcemos, y el mundo le conquistemos con las armas del “amor, enseñanza y sacrificio”.

Telón rápido.- Fin del auto

J. B. ALTËS

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REVISTA TERESIANA Nº 460, agosto 1910, pág. 332.

Prólogo para la “Vida de D. Enrique de Ossó” Magnífico sobre toda ponderación, nos ha parecido el prólogo que ha escrito y

nos ha enviado nuestro amigo queridísimo y venerado señor Arzobispo de Granada. Muchos párrafos queríamos escoger (porque todos nos parecían superiores); pero no podemos resistir a la tentación de publicar ahora, como muestra, el siguiente: La religión católica entraña una fecundidad asombrosa. Donde se funda un Catecismo bien dirigido, se abre una mina inagotable de obras buenas, porque se combate la ignorancia religiosa, instigadora de la malicia y causa de los mayores males que padece la sociedad. Ossó era un catequista celoso, nada rutinario, sino ilustrado, como lo prueban las publicaciones con que sostenía el método, que es el alma de la enseñanza. Consecuencia legítima del conocimiento de la verdad es su amor, de forma que sobre la base de un Catecismo se puede fundar una Asociación. Tal hacía nuestro Propagandista moralizando a los jóvenes, sin privar de su influencia a los adultos, y de la meritísima labor de Catecismos y Asociaciones piadosas, que son irradiaciones del dogma, tan poco conocido, de la Comunión de los Santos, surgió sin duda la grandiosa idea del Instituto religioso, modesto grano de mostaza, que ha trasplantado al Nuevo Mundo las glorias religioso-nacionales de nuestra Patria. El Genio de Teresa de Jesús no viajará en pesada carreta, sino que, en alas del vapor, irá a emular la magnanimidad de Colón, abriendo nuevos horizontes a la Civilización católica, llevando ejércitos de Heroínas, que ensañarán las doctrinas del Crucificado y educación en su moral, a las nacientes generaciones. Entre tanto los esbeltos cipreses de las Capillas-escuelas que, en las afueras de la vieja Dertusa, fueron teatro del celo del gran Catequista, cual se cimbreaban majestuosos en sus días, saludarán reverentes su sepulcro.

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REVISTA TERESIANA Nº 466, febrero 1911, pág. 138.

FIN DEL PRÓLOGO

Que se pondrá, D. M. a la Vida del egregio Fundador y Apóstol de las Obras Teresianas Don Enrique de Ossó.

Llevando Dios a los humildes, cuando menos pensamos convierte a modestos sacerdotes en Fundadores de Institutos Religiosos. Por la analogía del caso, debo presentar a Tortosa como fecunda Madre de tales héroes; en poco tiempo le ha cabido la dicha de dar a luz a dos de ellos: uno es el que ofrece materia para este escrito, otro el que ha puesto un hermoso florón en la corona científica de nuestra juventud escolar, fomentando las vocaciones eclesiásticas y fundando el Colegio Español en la capital del catolicismo. Ambos corren pareja en la originalidad de su pensamiento, en la unidad de su plan, en los medios para el desarrollo y en la oportunidad de sus empresas, que mutuamente parecen completarse. ¡Cuánto bien han hecho los libritos de D. Enrique, la Revista Teresiana, la Mujer Grande y el Tratado de la oración sacado de las obras de Santa Teresa de Jesús! ¿Habrá quien no se haya impresionado con las graves sentencias del Solitario, bajo cuyo seudónimo, si no estoy mal informado, hacía llegar los latidos del corazón teresiano, aquel decidido propagandista del espíritu de la graciosa castellana, a los últimos confines, por medio de la Revista mensual? Si educar a un joven es formar un hombre, a Ossó cabe la honra de haber educado a innumerables niñas que, siendo madres de familia, inculcarán las máximas católicas en el corazón de tantos hijos, pudiendo por este medio renovarse la sociedad. Bien lo conocíamos los que le hemos tratado con alguna intimidad: era un verdadero pensador, un hombre de oración, un apóstol de acción sostenida e infatigable. Aún conservo los ejemplares de los libritos con que me obsequiaba con las dedicatorias autógrafas; recuerdo como si fuera hoy la gran peregrinación tortosina de las hijas de María y Santa Teresa a Alba de Tormes; la magnitud de esta empresa no puede apreciarse hoy, porque se han facilitado con la practica los medios de estas manifestaciones católicas, pero en los tiempos en que aún resonaba los gritos de la revolución septembrina, era una empresa bastante arriesgada llevar un grupo de personas de todas clases desde el Ebro al Tormes: no es despreciable el detalle previsor del Sr. Peñarroya, Canónigo Penitenciario, que se empeñó en montar siempre el último para asegurarse de que nadie quedaba en tierra: el verdadero maquinista era D. Enrique. Como nota saliente de estos actos en que se estrechaban los vínculos teresianos, se recuerdan los hermosísimos sermones del Pbro. Ossó y del que después fue Cardenal Sanz y Forés. Los Prelados distinguían mucho a D. Enrique, y en especial no se cansaba de alabarle el Dr. Martínez Izquierdo, Obispo entonces de Salamanca y después de Madrid, por su talento organizador, por su incansable investigación teresiana y por su entusiasmo propagandista: era un capitán que se había propuesto alcanzar una conquista, y no tenía más pensamiento, ni más fin, ni más ideal que éste, logrando al cabo su objeto, en lo que entiendo debemos mirar la bendición de Dios, que premia de esta manera las obras de la fe y de la perseverancia en la oración. Siento no haber correspondido a los que V. deseaba, a lo que se merecía nuestro amigo y a lo que sin duda esperarían los lectores y artistas que se imaginarían contemplar una elegante portada antes de penetrar en el palacio afiligranado que les aguarda. Tengan paciencia y con esta pobre introducción, prepárense a oír el hermoso himno que el apostólico sacerdote D. Enrique de Ossó, de imperecedera memoria, supo cantar deliciosamente al divino Jesús de Teresa, ensalzando prácticamente las virtudes de la incomparable Teresa de Jesús. Granada, festividad de San Enrique de 1910. JOSÉ, Arzobispo de Granada Sr. D. Juan Bautista Altés, Pbro. Mi tan antiguo como estimadísimo amigo: Me pide V. unos renglones para la vida de D. Enrique de Ossó, y habiendo sido su condiscípulo en el Seminario de Tortosa, y V. mi

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querido compañero en aquella temporada de ensayos catequísticos y demás, ¿qué voy a hacer? Prestarme a lo que V quiera y no otra cosa, entregándole unas pobrísimas cuartillas, con amplias facultades de lanzarlas a la cesta de sus recortes periodísticos, si no le gustan. Pero déjeme V. tentarme la ropa antes de mojar la pluma y preguntarme si es novela o realidad lo que a D. Enrique, a V. y a mí nos ha pasado en estos nueve lustros que median transcurridos, desde las memorables fechas en que yo me sentaba en aquella clase de Sagrada Escritura, para oír a mi querido condiscípulo el grave Ossó, al sabio Canónico lectoral Dr. Foguet, cuando V. fabricaba canciones para nuestra Catequística, que ponía en solfa el ínclito maestro Pedrell, cuando comentábamos las sentencias de los respetabilísimos Padres Arnau, Espinós y Arín, y dábamos afectuosa despedida al que después de morir Cardenal, Sanz y Forés, Arzobispo de Sevilla. Digo esto, porque después de estas fechas, nuestro D. Enrique desarrolló su apostolado teresiano con las más gloriosas etapas, V. su fecundidad incansable en la propagación católica, y yo, como más débil, me he tenido que apoyar, hecho un viejo, en un báculo, después de pasar veinte años muy cumplidos en la Secretaria de aquel gran Prelado, para imitarle malamente en sus tareas episcopales. ¡Cualquiera adivinara ni por sueños que de los corrillos donde chisporreteaban los más graciosos episodios estudiantiles, había de salir el fundador de un Instituto religioso, un Heraldo de la Prensa católica, y Arzobispo que desde los jardines de la Alambra enviaría un ramo de laurel para el sepulcro de un apóstol! Lástima será que estrujado por sus toscas manos pierda el aroma, pero si no simboliza fantasías poéticas, a lo menos dejará entrever un rasgo de justicia. Esta gran virtud consiste en dar a cada uno lo que le corresponde. En lo humano es difícil hacer esto con los vivos y aún con los muertos; la literatura no expresa siempre pensamientos buenos, como quería el clásico Milá y Fontanals; ni la historia es siempre la maestra de la verdad, como diría Herodoto; ni el derecho consiste en lo que no es torcido, como definía un Dr. Vergés; Catedrático de la facultad en esa Universidad literaria. No es mal ciclón de ideas viciadas y afectos tempestuosos, el que barre la sociedad en el presente siglo. Hay que dejar al biógrafo desarrollar su plan; en él se demostrará el designio de la Providencia, enviando un hombre meditabundo, en una época que la tierra estaba desolada por falta de quien recapacitase en su corazón. Creo que no es lo mismo un hombre meditabundo que un misántropo: nuestro D. Enrique, desde joven, se dedicó a la oración y trabajó por difundir el sistema católico de acudir al Cielo para resolver las cuestiones de la tierra. Por los frutos se conoce el árbol: la Catequística, la moralización de la juventud, el fomento en la piedad, la educación de la mujer; he aquí los bellos ideales de Ossó y trabajando en ellos con fe, no podía menos de experimentar buenos resultados. La gracia siempre triunfará de la naturaleza corrompida: los que ayuden con el tiempo a la Iglesia en su divino magisterio, brillarán en el cielo con perpetuas claridades. Una especie de espíritu profético va delante de los enviados del Señor: ¿quién no admirará la previsión de Ossó, adelantándose más de un cuarto de siglo a la corriente de las doctrinas modernas, atajando los pasos de la corrupción, ocupando con escuelas católicas los puestos que los enemigos del catolicismo acechaban? Son muy cómodos los lamentos sonoros, pero resultan infructuosos y el caso es formar buenos maestros, porque lo que sobran son discípulos en estos siglos de tanto humo, lo urgente son inteligencias que enseñen la verdad y corazones que dirijan a los tiernos niños por la senda de la virtud, disipando las tinieblas de la ignorancia y del error: esta es la obra de Ossó, nadie le arrebatará este lauro.

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REVISTA TERESIANA Nº 466, febrero 1991, pág. 142.

A mi amigo D. Enrique de Ossó

durante los días que pasaba en el Desierto de las Palmas (1)

Bien se ve, dulce amigo, que lo bello te place, cual lo grande y misterioso, lo mismo que el oír canto armonioso, que hasta encanta a la sierpe de cabello: que fulgura en tu sien limpio destello de mística, ideal inteligencia, que es de todas la más preciada ciencia, y trae de divina el claro sello: ¿Qué es, Enrique si no, cuando te hallas el vasto mar de lejos observando y miras a las olas reluchando mientras tú, silencioso, ves y callas? ¿No sientes, dulce amigo, inspiraciones que nutren tu ferviente fantasía? ¿No percibes aquí la alma poesía que te eleva a las célicas regiones? Yo sé bien, que una flor, acaso hallada, pura y sencilla en matutino albor, o al escuchar, oculto en la enramada, el dulce gorjear del ruiseñor, solitario te sientas a la orilla del límpido arroyuelo de cristal, escuchando a la cándida avecilla que entona bello salmo matinal. Y si el vuelo, por claustro y corredores, de golondrina rápida y fugaz; o el colorín que en gratos derredores te embelesa en el mundo de la paz; O si un cielo sereno, en noche clara, ves la luna bogando, cual bajel por misterioso rumbo, que trazara ab eterno divino Timonel; O cercado de muchos centenares de in folios en la Biblioteca estés, ¿no escuchas, que a través de los pinares, Alguien te está insinuando y…que no ves? ¿No percibes de viento delicado, parecido al aliento de almo ser, que de Miriam al velo consagrado se acerca, procurándolo mecer? ¿Y no escuchas, en torno al Monasterio, al pájaro medroso, asustador, que, amante de la paz y del misterio, no inspira al Religioso…sino amor? Todo aquesto… ¿es verdad que te impresiona en tu amena y suavísima mansión? ¿Y aún lo observas…mejor que lo pregona mi pobre, ruda y baja inspiración? Pues esto es lo sublime, lo grandioso, donde el genio, espíritu y fantasía, unidos con un lazo misterioso, engendran la más alta poesía. JUAN B. ALTÉS, estudiante

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(1) Siendo los dos alumnos del Seminario de Tortosa, no trataba yo sino de esta manera familiar al que, bastantes años después, ha sido apostólico Fundador de tantas obras teresianas, singularmente Archicofradía y Compañía id. Yo no sé si es casualidad, o providencial, el haber topado con estos sencillos, y aún desaliñados versos que, escritos en un cuaderno inédito, año 1862, conservo, por contener mis primeros ensayos. El humilde autor tenía unos 17 años y mi dulce amigo D. Enrique tendría unos 22; de seguro que aún no había recibido ninguna Orden sagrada. ¡La alegría y consuelo que he tenido con este hallazgo! Sería esto después de publicar mis Suspiros y Lágrimas, mística ofrenda a mi dulcísimo madre.

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REVISTA TERESIANA Nº 467, marzo 1911, pág. 184.

LA BARRACA DE SAN ANTONIO (1)

Auto en un acto y en verso, notablemente reformado

POR

D. JUAN B. ALTÉS, Pbro.

Dedicado a la bendita memoria del apostólico Fundador de las Obras teresianas,

Revista, Archicofradía, Compañía, Rebañito, etc., etc., D. ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ (que santa gloria haya)

Personajes: SAN ANTONIO.- ÁNGEL.- LUCIFER.- LUJURIA.- FLORINDA.-

PARRA.- CACHUMBO.- Diablillos.

ESCENA PRIMERA

UN ÁNGEL Antonio en esa barraca con fervor hállase orando y con gemidos clamando cual si fuera un alma flaca. Pero es un Santo y…aplaca a Dios fuerte y vengador, alcanzando al pecador perdón y gracia abundante, y con su fervor constante del infierno es vencedor. ¡Oh qué diluvio de males causar intenta el demonio al invicto San Antonio! Conociendo ardides tales se asombrarán los mortales… y aleccionados serán a la vez que ensalzarán al Abad grande y glorioso; pues al Negrillo rabioso odio inmenso cobrarán. ¡Cuán altos son tus designios oh admirable providencia! Permites que la inocencia del esclarecido Antonio sea blanco del demonio! ¡Oh qué lucha tan terrible, pues el diablo más temible, cual es el de la lujuria, armará toda su furia… tal que parezca invencible! La ayudará Lucifer, mas Dios bondadoso y justo vendrá a sacar de gran susto al Santo con su poder; y el vestido de mujer confundido quedará, pues que Antonio vencerá a Luzbel y a la lujuria; y por los golpes e injuria

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Dios al Santo ensalzará. ¡Cuán hermosa y elevada es la humildad y pobreza! ¡Cuánto vale la aspereza en la oración apoyada! La gloria está asegurada a los que la practicaron, y con su ejemplo enseñaron la moral por Dios mandada. (Vase)

ESCENA II

LUCIFER.- LUJURIA. LUCIFER El renombre y santidad de ese maldito ermitaño nos afrenta y hace daño; ¿do se fue nuestra maldad? (San Antonio está sereno dentro de la barraca, mientras los diablillos escuchan, como desesperados, haciendo gestos de rabia) SAN ANTONIO ¡Qué dichoso será aquel, qué afortunado y feliz, que no siga al infeliz y desalmado Luzbel! El poderoso Miguel vencióle y lanzó al abismo, no faltando con el mismo espíritus orgullosos que, al mirarse tan hermosos, ser altísimos quisieron… y en el infierno cayeron. ¡Oh, Criador de los seres hacedme olvidar el mundo y odio cobre el más profundo a sus pompas y placeres! Que ni sombra de mujeres mi imaginación empañe, nada del mundo me dañe; ¡oh, en Dios cifro mis quereres!

ESCENA III

LUJURIA, hablando, como poseída de rabia ¡Maldito sea este viejo! ¡Cuánto me hace padecer con sus macizas virtudes (Rechinando los dientes) me hace ¡me hace! Casi arder. SAN ANTONIO ¡Oh mi Dios, mi dulce amado, todo bondad y hermosura por quien siempre he suspirado!... Todo bien a vuestro lado

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no es sino…hedionda basura. LUCIFER La envidia y rabia me queman y me royen las entrañas; ¿no hacen bien los que blasfeman y en ello lucen sus mañas?

SAN ANTONIO Me presagia el corazón una grande tempestad: pues domináis toda acción (Alzando los ojos al cielo) igual que toda omisión… ¡haced vuestra voluntad! LUCIFER, como desesperado ¡Ya no tengo más paciencia! ¡Allá voy a devorarle!!!... LUJURIA sonriendo sarcásticamente ¿Y qué?... ¿Con toda tu ciencia quieres al cielo enviarle?... Vamos, primero, a tentarle con la lascivia y espanto; mas con la muerte ¿qué haremos?... Hacerle un Mártir y un Santo. Espíritu de lujuria y vestido de mujer, ¿qué es lo que le puedo hacer, sino la más torpe injuria? LUCIFER Obras pues, y no razones hemos de emplear con él; pues con tales santurrones va a darte lindas lecciones (Con grande orgullo) tu mismo jefe… ¡Luzbel! (2) (Continuará)

(1) Ya en nuestro libro Perfumes de mi tierra escribimos, en una nota referente al artículo “La fiesta de San Antonio”, estas palabras: “En mi poder tengo el manuscrito del campesino rama. Fui a ver la representación en pleno campo, con mi querido amigo D. Enrique de Ossó, tan conocido y estimado de todos por sus numerosos libros, por la Revista SANTA TERESA DE JESÚS, que hace 23 años se publica bajo su dirección; por las obras teresianas, Compañía de Santa Teresa de Jesús, Archicofradía de Santa Teresa, etc., etc., que ha fundado. ¿Cómo no dedicarlo ahora a la bendita memoria de mi difunto D. Enrique? ¿Cómo no?... (2) Mi amigo D. Enrique y yo fuimos, acabada la función, a la casuca vecina, en donde se reunieron todos los actores, para quitarse sus disfraces. Allí, mezclados en irreverente confusión, vimos las barbas de San Antonio con las colas de los labios, las relucientes alas y la espada del Ángel con la falda y justillo de la mujer tentadora, el saco del

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penitente con los chillones e infernales vestidos de los demonios…que eran unos buenos chicos, al decir de sus madres, que en aquel entonces les quitaban, satisfechas y orgullosas, los extraños disfraces, con que tanto acababan de lucirse.

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REVISTA TERESIANA Nº 468, abril 1911, pág. 206.

LA BARRACA DE SAN ANTONIO

Auto en un acto y en verso, notablemente reformado

POR

D. JUAN B. ALTÉS, Pbro.

Personajes: SAN ANTONIO.- ÁNGEL.- LUCIFER.- LUJURIA.- FLORINDA.- PARRA.- CACHUMBO.- Diablillos.

(Continuación)

ANTONIO, orando de rodillas Al contemplar vuestra gloria dulcísimo Redentor, desfallecido me siento: ¿cómo no estarlo, mi Dios? Antes mil veces morir que ofenderos, dulce Amor, con vuestra cruz prepotente no temo el infierno…no. (Continua como extasiado sin hablar)

ESCENA IV

TÍO PARRA, CACHUMBO, amo y criado.

PARRA ¡Ea! ¡Cachumbo, Cachumbo! (Llamando) ¿Qué estará haciendo este plaga? ¡Oye, Cachumbo! ¿Estás sordo? CACHUMBO, pastor, llegando como fatigado ¿Qué manda usted, tío Parra? PARRA ¿Esta es hora de venir? ¡Bribón! Si cojo una vara… CACHUMBO No se enfade hasta que sepa el porqué de la tardanza. Ya me he librado de buenas… Hablo serio y no de guasa. Cuando cerraba el ganado me sorprendieron dos guapas mozuelas…muy divertidas y con manifiestas ganas de hacer bromas…sin remilgos. Algunas pullas me echaron aquellas mozas ladinas, y como soy alegrillo… las contesté con…mis chanzas. Ya supieron replicarme

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con sal y especias villanas, capaces, los diablillos, de tentar a quien no ama sino al buen Dios… ¿Mas, qué digo? Parecen dulces y afables pero ¡qué par de chorlitos! Yo no sabré qué decir de sus gracias y atractivos. Te diré solamente que hasta apurado me he visto… Por supuesto, sólo chanzas con ellas; mas ¡qué artificios les inspira Satanás a estas pobres…estropicios! Gracias a Dios, eso sí, grande mi fortuna ha sido; porque, la verdad, ya sentía en mi cuerpo un calorcillo algo así…Tú ya me entiendes, por que te pasas de listo. Son capaces de triunfar del santo más bendecido. PARRA ¿Qué buscan tales mozuelas por estos desiertos, chico? CACHUMBO Si nos pillan, ya verás, si es verdad lo que me han dicho: de casarle a San Antonio. PARRA ¡Quita allá! ¡Cómo me río!... ¿Un abad en matrimonio? CACHUMBO No sé más: ellas lo han dicho. Y como lleguen a hablarle… Yo no sé si al pobrecito quien de ellas podrá librarle. PARRA ¡Bobo como tú no he visto! ¿Siendo viejo y monje puro pensará en…en tal estropicio? CACHUMBO Lo pondrán en buen apuro… PARRA Oigo voces: ¡qué bullicio! CACHUMBO Cuidado, no sean ellas… voy a verlo…y si lo son, ya verá usted…mozas bellas. (Se va y vuelve corriendo para esconderse)

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ESCENA V

PARRA, CACHUMBO Y LUJURIA

PARRA ¿A dónde por estos sitios deben andar estas puercas? LUJURIA, con vestido de mozuela muy chillón ¡Oh Dios mío! Gracias mil porque ya en fin he logrado llegar a ver la Barraca de mi San Antonio amado, puro lirio el más gentil. ¡Cuántos suspiros me cuestas Antonio del alma mía! Por hallarte haré unas fiestas las más alegres y honestas que no acaben noche y día. (Continuará)

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REVISTA TERESIANA Nº 473, septiembre 1911, pág. 372.

LA BARRACA DE SAN ANTONIO

Auto en un acto y en verso, notablemente reformado

POR

D. JUAN B. ALTÉS, Pbro.

Personajes: SAN ANTONIO.- ÁNGEL.- LUCIFER.- LUJURIA.- FLORINDA.- PARRA.- CACHUMBO.- Diablillos

(Continuación)

LUJURIA El Paraninfo celeste, de parte de Dios me dijo que su santa voluntad era que tuviese un hijo; que éste sería un gran Santo, si me casara a su gusto, a saber: con un varón en todos conceptos justo. Con humildad, yo le dije: que era viuda y retirada, que tenía yo vergüenza de mirar y ser mirada. CACHUMBO ¿Vergüenza tú descarada? LUJURIA Entonces me dijo el Ángel: márchate con la criada al Desierto y hallarás la persona de este ido; y para hablarte más claro el justo, dijo, es Antonio; viviréis como angelitos. CACHUMBO Diablitos. LUJURIA A despecho del demonio… SAN ANTONIO, con horror. ¿Mujer, monje, en matrimonio? LUJURIA Un hijo sólo tendréis, Pero será un grande Santo. SAN ANTONIO, haciéndose cruces. Calla y no hables más de eso. ¡Cosas de Satán! ¡Me espanto!

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LUJURIA También yo me temía yo que esto no fuera una trampa del demonio tentador; sólo el pensarlo me espanta. CACHUMBO Bien lo sé yo… ¡Oh qué gran Santa!... LUJURIA Mas, como soy tan tímida, por indigna me juzgué de poder lograr un Santo. Ello es cierto, mía fe. CACHUMBO Pero no te creeré, que en tenerla por esposa tal conjunto de virtudes te hacen más apetitosa. LUJURIA Calla, que soy pecadora; es verdad que Dios me quiere pero yo no lo merezco. FLORINDA Vuestra humildad lo requiere. (San Antonio conturbado se vuelve de espaldas para orar)

PARRA Calla, que son virtuosas… CACHUMBO Embusteras y tramposas. SAN ANTONIO ¡Dios mío! ¡qué anzuelo aqueste! ¡Qué terrible tentación! Está mi alma conturbada y mi cuerpo en conmoción! LUJURIA, quedamente Florinda, estamos perdidos si se acoge a la oración. FLORINDA Estórbale que no ore; refuerza la tentación. LUJURIA Antonio mío: ¿qué dudas? Mi querido, ¿no me amas? ¿No ves que Dios lo dispone y que en amarte no hay trampas? ¿No has visto tú mi milagro? ¿No te dice mi Florinda que a Dios sirvo y me consagro? ¡Y qué! ¿Te parece poco un hijo Santo el tener?

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Ven, pues, Antonio mío, ven y alárgame la mano y verás que el matrimonio te hará feliz como sano. SAN ANTONIO Dios mío, no sé qué es esto. Mi imaginación parece un volcán de ardiente fuego que en exceso me entontece. Vete, mujer. ¡Ay de mí! No aumentes más mis dolores; ¡lejos tu charla de amores marchaos pronto de aquí! LUJURIA Antonio de mi vida, yo moriré de pensar, si me voy sin ser ya tuya y sin podernos casar. SAN ANTONIO ¡No, no, no y mil veces no! ¡Yo me voy de este Desierto! (Hace ademán de irse y cae en profundo desmayo y dice): ¡Ay de mí! ¡Ay que estoy muerto! FLORINDA lo toca y dice llorando: Su cuerpo está frío y yerto. SAN ANTONIO ¡Dios mío! ¡qué apuro es este! si no me voy, yo me expongo, si me marcho y ella muere ¿qué a la caridad respondo? PARRA Cachumbo, vamos allá para socorrer al prójimo. No señor que es un embuste; no hay allí peligro próximo. FLORINDA ¿Dónde está tu santidad? Mi dueña va a espirar luego. Asísteme en este lance. Por Dios vivo te lo ruego. CACHUMBO Ji…ji…ji… SAN ANTONIO realmente conturbado ¡Dios mío, qué grande apuro! ¡Yo, Señor, soy todo vuestro! FLORINDA Simple, ven pronto por Dios, seas hoy consuelo nuestro. Señora, ya está arreglado; Acabóse todo agobio.

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Vaya, levántese aprisa Para abrazar a su novio. CACHUMBRE Embustera del demonio. (Lujuria se levanta para abrazarle; el Santo huye; los dos se emprenden, pero por fin se escapa y al irse le coge) LUZBEL Bribón, canalla, mal hombre. Ya sé todo lo que has hecho. (Saca un sable o cuchillo) O te casas con la dama. O te lo clavo en el pecho. LUJURIA ¡Pobrecito! No le mate, ya se cansará conmigo… Acábase ya el combate. SAN ANTONIO Yo no puedo consentir Sin ofender a mi Dios, Antes prefiero morir. LUCIFER, rabioso, va a coger al Santo, éste le toca con la cruz, prorrumpe con fuerte chillido y dice: Aquí morirás, maldito… si no dejas esa cruz, yo te arrastraré al infierno sin que te valga Jesús. SAN ANTONIO Con esta cruz venceré a todo el infierno junto. LUCIFER Que vengan queridos diablos: soldados, venid al punto. (Se continuará) NOTA.- Harto se comprende por nuestros lectores, que no puede ser más sencillo y popular, no solamente la trama de este auto, popularísimo en nuestro país, sino el lenguaje y estilo de esta misma pieza, titulada La Barraca de San Antonio. ¿Y puede negarse, en cambio, que el poema Las Amazonas del Ebro ya se distingue, a nuestro entender, por su carácter heroico y legendario?

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REVISTA TERESIANA Nº 476, diciembre 1911, pág. 88.

LA BARRACA DE SAN ANTONIO

Auto en un acto y en verso, notablemente reformado

POR

D. JUAN B. ALTÉS, Pbro.

Personajes: SAN ANTONIO.- ÁNGEL.- LUCIFER.- LUJURIA.- FLORINDA.- PARRA.- CACHUMBO.- Diablillos.

(Continuación)

PARRA Los cabellos se me erizan ¡qué diabluras y qué horrores! CACHUMBO Los tunos tienen la culpa que me vengan con amores. DOS DIABLOS a Lucifer Señor, aquí nos tenéis; Vos sois nuestro soberano, obedecido seréis. LUCIFER Ese viejo santurrón ha engañado a esta mujer; he mandado que se casen y no quiere obedecer. Con que así dadle de palos, hasta que dé el justo si, o hasta que muera el villano; no se burlará de mí. “Soldados, palos al viejo: ved de quitarle la cruz, porque si lo conseguimos, venceremos a Jesús”. (Los dos diablillos, le dan de palos, van a quitarle la cruz, y al tocarle, chillan amargamente: el combate dura un ratito. El Santo echa luego a correr y se mete en su barraca. Todos los diablos le siguen, ya entran, ya salen chillando: dura un ratito la lucha, y viendo Lucifer que no le vencen. manda diciendo así): ¡Qué vergüenza del infierno si nos vence este malvado! Llevad fuego a su barraca porque allí muera abrasado… Antonio, ten compasión de tu mismo y de tu amada… Casémonos, mi querido; vaya, dame una mirada. SAN ANTONIO No me caso, no me caso,

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mi mano no la tendrás, ni te mirare siquiera. LUZBEL Pues quemado morirás. (Los diablos pegan fuego a la barraca…El Santo se encomienda a Dios, a la Virgen, a los Ángeles y a los Santos con suspiros y

lamentos. Trata de salir, pero no se lo permiten los demonios; pero cuando ya no puede sufrir el fuego, echa a correr; unos diablos

le cogen, él se defiende con la cruz y se arma otra pelea; pero por fin, sin tocarle la cruz, le cogen por los brazos y piernas y van a echarlo

al fuego y al hacer ademán de echarle, sale diciendo): EL ÁNGEL ¡Viva Jesús y María! viva el valeroso Antonio, el gran soldado de Cristo, el vencedor del Demonio! (Al oír al ángel, tiemblan todos los demonios y dejan al santo) Huid, malditos de Dios; marchaos pronto al abismo; fuera de aquí: yo os lo mando de la parte de Dios mismo. LUCIFER Vámonos, mis compañeros: otra vez me vengaré de esta ofensa que he sufrido. SAN ANTONIO (Enseñándole la cruz) Con ésta te venceré. (Se van todos maldiciendo). Donde estabas, Ángel mío, Durante la tentación. ÁNGEL Estaba viendo tu lucha con grande satisfacción. SAN ANTONIO ¿Por qué no has venido antes a librarme del peligro de aquellas malas mujeres y de Lucifer maligno? ÁNGEL Dios te asistió con su gracia con la que hoy has triunfado del enemigo mayor, del feo vicio malvado. Dios para su mayor gloria para tu bien y el de otros permitió la tentación… Alábale con nosotros. AN ANTONIO Decid Ángel de verdad ¿quién era aquella mujer

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que con tanta habilidad trató de hacerme caer? ÁNGEL Aquella falsa beata en espíritu de lujuria, apenas nadie se escapa de esta horrible infernal furia. Tú procura continuar esta vida de oración, de ayunos y penitencia, que vence la tentación. Con la cruz ahuyentarás a todo el infierno junto; no temas pues al demonio, ni si es vivo ni aún difunto. Adiós, pues, querido Antonio… Mas antes de irte te digo que muy pronto te vendrás al cielo empíreo conmigo. (Desaparece el Ángel. Los pastores hacen ademanes de asombro. Cachumbo durante toda la escena debe hacer gestos acomodados a lo que sucede) (Continuará)