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Editorial, Radio Progreso y Eric-SJ
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De donde menos se espera salta la corrupción
Dice San Pablo que la codicia, en tanto amor y apego al dinero, es el origen de todos los
males. Una vez que la codicia se institucionaliza acaba justificando la concentración de
bienes y riquezas como algo natural y se ampara bajo diversas figuras jurídicas. Sin
embargo, nuestra fe cristiana nos recuerda que nadie puede disponer como suyos, sin
atentar contra la voluntad divina, de los bienes y riquezas de la naturaleza para su
satisfacción exclusiva, si la misma es ocasión para el mal vivir de muchas otras personas.
Cuando esa administración de bienes y riquezas la orientamos hacia el bien exclusivo de
pocos en contraposición del mal de mucha gente, estamos atrapados en la dinámica de la
corrupción, entendida ésta como el uso perverso de los bienes que Dios nos ha donado
para administrarlos conforme al bien común y la dignificación de las personas.
Cuando se usan los cargos como privilegios y como oportunidad para sacar ventajas
personales, familiares o de grupos, y cuando acaparamos recursos y desviamos fondos
públicos aprovechando puestos o títulos políticos, privados o religiosos estamos
cayendo en la dinámica de corrupción. De igual manera, cuando nos escudamos en un
cargo o título para recibir beneficios, prebendas o canonjías de parte de sectores
económicos o de poder también estamos cayendo en la corrupción, aunque en
apariencia estemos cubiertos de dignidades sagradas e intachables.
Cuando conocemos situaciones de corrupción o actos que están reñidos con la
transparencia y la legalidad, pero nos quedamos callados porque quienes lo realizan
tienen con nosotros lazos familiares o de amistad, o cuando nos callamos para no
meternos en problemas, nos da miedo o no queremos arriesgar el trabajo o la seguridad
personal y familiar, entonces estamos participando irremediablemente de la corrupción.
Cuando callamos ante los sobornos, y todavía más, cuando somos condescendientes con
el pago de mordidas a empleados públicos de alto, medio o bajo rango, quizás porque
queremos agilizar un trámite o para ahorrarme el tiempo y fastidio de ir a pagar una
esquela o una multa, estamos siendo partícipes de la corrupción. Así como los cauces de
los ríos que los hay muy grandes, medianos, regulares, pequeños y riachuelos, así la
corrupción existe desde la más grande hasta la pequeñita, ¿en cuál de ellas estamos
nosotros?
Y así como las aguas de todos los ríos, sin determinar tamaños, acaban juntándose en el
mar, todas las corrupciones, grandotas y chiquititas acaban desembocando en el mar de
corrupción que ha inundado a la sociedad hondureña. Es muy difícil que alguien de los
que vivimos en Honduras nos decidamos a tirar la primera piedra sin sentir el cosquilleo
de nuestras propias corrupciones.
Un punto de partida para hacer frente a la corrupción es identificar a los responsables
de las mayores corrupciones en el país, pero sin dejar de preguntarnos qué hacer para
quitarnos las pelusas y las vigas de corrupción que tenemos en nuestras vidas
personales, familiares, eclesiales, institucionales, privadas y públicas. Es cierto que nos
podemos liberar de la corrupción, pero nunca lo lograremos solo tirando la piedra hacia
fuera y a los demás, sino cuando luchemos con la misma fuerza contra nuestras propias
y personales prácticas y actitudes corruptas, que todos las cargamos.
Nuestra Palabra | 14 Agosto 2013