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De donde menos se espera salta la corrupción Dice San Pablo que la codicia, en tanto amor y apego al dinero, es el origen de todos los males. Una vez que la codicia se institucionaliza acaba justificando la concentración de bienes y riquezas como algo natural y se ampara bajo diversas figuras jurídicas. Sin embargo, nuestra fe cristiana nos recuerda que nadie puede disponer como suyos, sin atentar contra la voluntad divina, de los bienes y riquezas de la naturaleza para su satisfacción exclusiva, si la misma es ocasión para el mal vivir de muchas otras personas. Cuando esa administración de bienes y riquezas la orientamos hacia el bien exclusivo de pocos en contraposición del mal de mucha gente, estamos atrapados en la dinámica de la corrupción, entendida ésta como el uso perverso de los bienes que Dios nos ha donado para administrarlos conforme al bien común y la dignificación de las personas. Cuando se usan los cargos como privilegios y como oportunidad para sacar ventajas personales, familiares o de grupos, y cuando acaparamos recursos y desviamos fondos públicos aprovechando puestos o títulos políticos, privados o religiosos estamos cayendo en la dinámica de corrupción. De igual manera, cuando nos escudamos en un cargo o título para recibir beneficios, prebendas o canonjías de parte de sectores económicos o de poder también estamos cayendo en la corrupción, aunque en apariencia estemos cubiertos de dignidades sagradas e intachables. Cuando conocemos situaciones de corrupción o actos que están reñidos con la transparencia y la legalidad, pero nos quedamos callados porque quienes lo realizan tienen con nosotros lazos familiares o de amistad, o cuando nos callamos para no meternos en problemas, nos da miedo o no queremos arriesgar el trabajo o la seguridad personal y familiar, entonces estamos participando irremediablemente de la corrupción. Cuando callamos ante los sobornos, y todavía más, cuando somos condescendientes con el pago de mordidas a empleados públicos de alto, medio o bajo rango, quizás porque queremos agilizar un trámite o para ahorrarme el tiempo y fastidio de ir a pagar una esquela o una multa, estamos siendo partícipes de la corrupción. Así como los cauces de los ríos que los hay muy grandes, medianos, regulares, pequeños y riachuelos, así la corrupción existe desde la más grande hasta la pequeñita, ¿en cuál de ellas estamos nosotros? Y así como las aguas de todos los ríos, sin determinar tamaños, acaban juntándose en el mar, todas las corrupciones, grandotas y chiquititas acaban desembocando en el mar de corrupción que ha inundado a la sociedad hondureña. Es muy difícil que alguien de los que vivimos en Honduras nos decidamos a tirar la primera piedra sin sentir el cosquilleo de nuestras propias corrupciones. Un punto de partida para hacer frente a la corrupción es identificar a los responsables de las mayores corrupciones en el país, pero sin dejar de preguntarnos qué hacer para quitarnos las pelusas y las vigas de corrupción que tenemos en nuestras vidas personales, familiares, eclesiales, institucionales, privadas y públicas. Es cierto que nos podemos liberar de la corrupción, pero nunca lo lograremos solo tirando la piedra hacia fuera y a los demás, sino cuando luchemos con la misma fuerza contra nuestras propias y personales prácticas y actitudes corruptas, que todos las cargamos. Nuestra Palabra | 14 Agosto 2013

De donde menos se espera salta la corrupción

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Editorial, Radio Progreso y Eric-SJ

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De donde menos se espera salta la corrupción

Dice San Pablo que la codicia, en tanto amor y apego al dinero, es el origen de todos los

males. Una vez que la codicia se institucionaliza acaba justificando la concentración de

bienes y riquezas como algo natural y se ampara bajo diversas figuras jurídicas. Sin

embargo, nuestra fe cristiana nos recuerda que nadie puede disponer como suyos, sin

atentar contra la voluntad divina, de los bienes y riquezas de la naturaleza para su

satisfacción exclusiva, si la misma es ocasión para el mal vivir de muchas otras personas.

Cuando esa administración de bienes y riquezas la orientamos hacia el bien exclusivo de

pocos en contraposición del mal de mucha gente, estamos atrapados en la dinámica de la

corrupción, entendida ésta como el uso perverso de los bienes que Dios nos ha donado

para administrarlos conforme al bien común y la dignificación de las personas.

Cuando se usan los cargos como privilegios y como oportunidad para sacar ventajas

personales, familiares o de grupos, y cuando acaparamos recursos y desviamos fondos

públicos aprovechando puestos o títulos políticos, privados o religiosos estamos

cayendo en la dinámica de corrupción. De igual manera, cuando nos escudamos en un

cargo o título para recibir beneficios, prebendas o canonjías de parte de sectores

económicos o de poder también estamos cayendo en la corrupción, aunque en

apariencia estemos cubiertos de dignidades sagradas e intachables.

Cuando conocemos situaciones de corrupción o actos que están reñidos con la

transparencia y la legalidad, pero nos quedamos callados porque quienes lo realizan

tienen con nosotros lazos familiares o de amistad, o cuando nos callamos para no

meternos en problemas, nos da miedo o no queremos arriesgar el trabajo o la seguridad

personal y familiar, entonces estamos participando irremediablemente de la corrupción.

Cuando callamos ante los sobornos, y todavía más, cuando somos condescendientes con

el pago de mordidas a empleados públicos de alto, medio o bajo rango, quizás porque

queremos agilizar un trámite o para ahorrarme el tiempo y fastidio de ir a pagar una

esquela o una multa, estamos siendo partícipes de la corrupción. Así como los cauces de

los ríos que los hay muy grandes, medianos, regulares, pequeños y riachuelos, así la

corrupción existe desde la más grande hasta la pequeñita, ¿en cuál de ellas estamos

nosotros?

Y así como las aguas de todos los ríos, sin determinar tamaños, acaban juntándose en el

mar, todas las corrupciones, grandotas y chiquititas acaban desembocando en el mar de

corrupción que ha inundado a la sociedad hondureña. Es muy difícil que alguien de los

que vivimos en Honduras nos decidamos a tirar la primera piedra sin sentir el cosquilleo

de nuestras propias corrupciones.

Un punto de partida para hacer frente a la corrupción es identificar a los responsables

de las mayores corrupciones en el país, pero sin dejar de preguntarnos qué hacer para

quitarnos las pelusas y las vigas de corrupción que tenemos en nuestras vidas

personales, familiares, eclesiales, institucionales, privadas y públicas. Es cierto que nos

podemos liberar de la corrupción, pero nunca lo lograremos solo tirando la piedra hacia

fuera y a los demás, sino cuando luchemos con la misma fuerza contra nuestras propias

y personales prácticas y actitudes corruptas, que todos las cargamos.

Nuestra Palabra | 14 Agosto 2013