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La fidelidad del olvido (Notas para el psicoanálisis de la subjetividad militante) Blas de Santos, El Cielo por Asalto, Bs. As., 2006, 398 páginas. Blas De Santos se formó en la UBA como médico psicoanalista en los años de la Libertadora, con el peronismo proscripto, el desarrollismo en auge y el fantasma de la Revolución Cubana recorriendo Latinoamérica. En esos años, la carrera de Psicología se dictaba en Viamonte 340, célebre sede de la Facultad de Filosofía y Letras que alojaba también a la carrera de Sociología y al Rectorado. Entre 1967 y 1976, fue concurrente del Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús. En 1968, De Santos compartió con Daniel Hopen y otros la fundación del FATRAC (Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura), órgano cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Participó en el Grupo Fanon (colectivo de psicólogos y psicoanalistas), fue Secretario General de la Federación Argentina de Psiquiatras y miembro de la dirección del Centro de Docencia e Investigación de la Coordinadora de Trabajadores de la Salud Mental, desde su fundación hasta su cierre en 1976. Co-fundó y construyó el CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina), el proyecto editorial El Cielo por Asalto y la revista de política y cultura El Rodaballo. Las casi cuatrocientas páginas de La fidelidad del olvido compilan una producción teórica y política publicada en las últimas dos décadas pero alentada por esa historia de más de cuarenta años de militancia: «Subjetividad, memoria y política», «La utopía: ¿una derrota de la ilusión?», «Socialismo y subjetividad: el imposible por/venir», «La fidelidad del olvido», «¿Cambiar el mundo sin tomar la palabra?, «La sutura del sin/sentido», «Utopía y subjetividad: las razones de la crisis», «La técnica: una memoria sin tiempo», «La identidad de la izquierda: una subversión pendiente», «Novedades anacrónicas», «El altruísmo o la penúltima tentación de la clase media», «El estado del nosotros» y «¿Qué te podés cobrar?» fueron publicados originalmente en diversos números de El Rodaballo. «De cómo un mensaje sujeta su destino», «La memoria del Lanús: los Estados del inconciente» y «Cría Chorlos» eran producciones inéditas hasta la publicación del libro que estamos reseñando. «La política del sacrificio es el sacrificio de la política», «Propiedades del sentido común» y «Nos habíamos amado tanto» fueron en su momento colaboraciones para el diario Página 12. «Una dificultad del psicoanálisis: salir del consultorio»y «La cultura del malestar» fueron publicados en las revistas Psyche y Prólogos, respectivamente. Reseñar cada uno de estos textos sería tan frustrante como inútil. Así que ofreceremos algunas coordenadas de lectura para La fidelidad del olvido, según lo que nos deparó nuestra propia experiencia de lectura. Tres palabras podrían indicarnos el campo de problemas que configura la serie de textos: lenguaje, memoria y autonomía. El problema del lenguaje cobra relevancia política cuando al hemisferio simbólico se le restituye su hemisferio material: «Jacques Lacan designa como “palabra plena” la potencia del lenguaje de abrir intervalos en la continuidad de las significaciones que agotan su función en la pura comunicación. […] Esa oportunidad, que el sujeto debe al lenguaje para constituirse, no es una facultad autoportante del lenguaje, sino que transcurre en el seno de un diálogo entre hablantes. Situación simbólica, que a su vez, se sostiene en la relación social que los trama

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La fidelidad del olvido(Notas para el psicoanálisis de la subjetividad militante)Blas de Santos, El Cielo por Asalto, Bs. As., 2006, 398 páginas.

Blas De Santos se formó en la UBA como médico psicoanalista en los años de la Libertadora, con el peronismo proscripto, el desarrollismo en auge y el fantasma de la Revolución Cubana recorriendo Latinoamérica. En esos años, la carrera de Psicología se dictaba en Viamonte 340, célebre sede de la Facultad de Filosofía y Letras que alojaba también a la carrera de Sociología y al Rectorado. Entre 1967 y 1976, fue concurrente del Servicio de Psicopatología del Policlínico de Lanús. En 1968, De Santos compartió con Daniel Hopen y otros la fundación del FATRAC (Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura), órgano cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Participó en el Grupo Fanon (colectivo de psicólogos y psicoanalistas), fue Secretario General de la Federación Argentina de Psiquiatras y miembro de la dirección del Centro de Docencia e Investigación de la Coordinadora de Trabajadores de la Salud Mental, desde su fundación hasta su cierre en 1976. Co-fundó y construyó el CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina), el proyecto editorial El Cielo por Asalto y la revista de política y cultura El Rodaballo.

Las casi cuatrocientas páginas de La fidelidad del olvido compilan una producción teórica y política publicada en las últimas dos décadas pero alentada por esa historia de más de cuarenta años de militancia: «Subjetividad, memoria y política», «La utopía: ¿una derrota de la ilusión?», «Socialismo y subjetividad: el imposible por/venir», «La fidelidad del olvido», «¿Cambiar el mundo sin tomar la palabra?, «La sutura del sin/sentido», «Utopía y subjetividad: las razones de la crisis», «La técnica: una memoria sin tiempo», «La identidad de la izquierda: una subversión pendiente», «Novedades anacrónicas», «El altruísmo o la penúltima tentación de la clase media», «El estado del nosotros» y «¿Qué te podés cobrar?» fueron publicados originalmente en diversos números de El Rodaballo. «De cómo un mensaje sujeta su destino», «La memoria del Lanús: los Estados del inconciente» y «Cría Chorlos» eran producciones inéditas hasta la publicación del libro que estamos reseñando. «La política del sacrificio es el sacrificio de la política», «Propiedades del sentido común» y «Nos habíamos amado tanto» fueron en su momento colaboraciones para el diario Página 12. «Una dificultad del psicoanálisis: salir del consultorio»y «La cultura del malestar» fueron publicados en las revistas Psyche y Prólogos, respectivamente. Reseñar cada uno de estos textos sería tan frustrante como inútil. Así que ofreceremos algunas coordenadas de lectura para La fidelidad del olvido, según lo que nos deparó nuestra propia experiencia de lectura. Tres palabras podrían indicarnos el campo de problemas que configura la serie de textos: lenguaje, memoria y autonomía.

El problema del lenguaje cobra relevancia política cuando al hemisferio simbólico se le restituye su hemisferio material: «Jacques Lacan designa como “palabra plena” la potencia del lenguaje de abrir intervalos en la continuidad de las significaciones que agotan su función en la pura comunicación. […] Esa oportunidad, que el sujeto debe al lenguaje para constituirse, no es una facultad autoportante del lenguaje, sino que transcurre en el seno de un diálogo entre hablantes. Situación simbólica, que a su vez, se sostiene en la relación social que los trama interlocutores y, por lo tanto, sometida a la materialidad –cultural, económica, política, etc.– que la sociedad y la época imponen a la sociedad y a sus participantes» (159). Es decir, la palabra plena interrumpe una monotonía política, un estado de cosas establecido que se presenta como natural, en función de lo que sucede en el ensamble de las relaciones sociales que engendra esa palabra interruptora e insubordinada. Para De Santos, relevar el aspecto material de la palabra es imprescindible para practicar la clínica: «La cura freudiana se sirve de palabras pero no vive del aire» (169). Porque el valor de la representación no proviene de la representación misma, sino del capital simbólico que es colectivamente producido en una sociedad, en una geografía y en un momento histórico concretos. Por ejemplo, mientras escribimos esta reseña, el Secretario General de la CGT Hugo Moyano, en el acto del 1º de mayo (realizado el 29 de abril), reivindicó el reparto de las ganancias «para llegar, como decía Perón, al fifty-fifty». Blas De Santos denomina uso del eufemismo como recurso de vaciamiento semántico a este tipo de operaciones que sustituye «clase» por «gente», «igualdad» por «equidad» o que pugna, como en la frase de Moyano, por un capitalismo serio mediante el consagrado apotegma peronista del

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fifty-fifty: «De la riqueza producida, el 50% para los trabajadores –que son millones– y el 50% restante a los propietarios del capital –una minoría» (316). Como vemos, lo que podría leerse como mera operación simbólica del lenguaje es en rigor el síntoma de una operación económica y política: lo que es vaciado mediante este uso del eufemismo no es sólo del orden de la riqueza semántica, sino también del orden de la riqueza material. Porque «que el ser, de Aristóteles a nuestros días, se diga de muchas formas no quita lo esencial: las palabras para decirlo sólo se encuentran en el seno de lo social» (175). Si los textos de Blas De Santos parecen premonitorios a partir del ejemplo que tomamos recién, esto sólo aparece por el efecto retrospectivo que produce la lectura de un tratamiento problemático de los asuntos políticos. (Al menos, hasta donde lo conocemos, Blas De Santos ignora el arte del presagio.) Ocurre que los problemas desplegados en las páginas de La fidelidad del olvido se actualizan. Hoy, más que nunca. Lo cual nos lleva a nuestra segunda palabra clave: memoria.

El problema de la memoria se torna de una actualidad pasmosa cuando el gobierno kirchnerista utiliza el discurso de los Derechos Humanos como «política de Estado». Porque el trabajo de la memoria pasa por un ejercicio que no tiene otro objeto que sí mismo: no es el hecho rememorado lo que importa, sino el modo en que se elabora subjetivamente. «En la acepción de Freud, el recuerdo no estaba destinado a cubrir los huecos que pudo dejar una época, sino a interrogar al sujeto sobre los rellenos que ocultan los de su actualidad. En ese sentido la única reparación de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia pasaría por mostrar la funcionalidad represiva e ideológica que cumplen sus prácticas en lo cotidiano presente de la vida social, más allá incluso de las intenciones de sus integrantes» (130). En este sentido, descolgar del Colegio Militar el retrato de Jorge R. Videla o convertir el 24 de marzo en feriado nacional, por mencionar dos ejemplos que parecen despertar la algarabía bienpensante, no amenazan ni ponen en cuestión, en lo más mínimo, «la funcionalidad represiva e ideológica que cumplen» el Ejército, la Policía, la Gendarmería, la Iglesia, etc., «en lo cotidiano presente de la vida social». Y es que cuando la memoria se torna idolatría de las «víctimas», cuando el dolor por los desaparecidos se hace fascinación sumisa (y/o mercantil), cuando las manifestaciones colectivas se vuelven misas celebradas en honor de algún mártir de la causa (socialista o peronista, para el caso no importa), entonces la subjetividad militante ha entrado en una suerte de doble atolladero que la induce, por un lado, a la inacción nostálgica y, por otro, a la despolitización retroactiva de ese accionar pretérito que ahora la paraliza.

Esto, como habrá advertido el improbable lector, no apunta sólo a criticar el progresismo y esa «municipalización de las virtudes de la paciencia» (155) que es el reformismo. La izquierda también debe asumir que es parte de ese mundo a transformar según la célebre Tesis XI de Marx. Cuando la izquierda ejerce la fidelidad de la memoria como perseverancia en una misma narración satisfactoria, como «deber de memoria», suspende el pensamiento crítico por temor a «hacerle el juego a la derecha» o sembrar el escepticismo entre las masas, convirtiéndose así (este tipo de fidelidad) en una empecinada resistencia a asumir el trabajo del pasado. Y es que «la mejor manera de desafectar una verdad es regimentarla» (122). Dice Dardo Scavino en el didáctico e inteligente prólogo que escribió para el libro: «La fidelidad de la memoria sacraliza ciertos episodios porque supone que sólo la institución de una liturgia y un santoral –8 de octubre, por ejemplo, San Ernesto– les permitirá a los feligreses perseverar en la lucha» (13). Este fetichismo suele tener consecuencias nefastas para la izquierda, en tanto que las exigencias superyoicas recrudecen en el preciso momento en que la «verdad regimentada» empieza a vacilar: en lugar de salvar a los fieles, éstos deben salvar –con su culpa o la ajena– la narración fundadora. Pero, atención: estas Notas para el psicoanálisis de la subjetividad militante, este examen iconoclasta de las luchas pretéritas, esta revisión crítica del compromiso subjetivo con el trabajo de la memoria no implican en absoluto un abandono de la responsabilidad por una transformación emancipadora de las relaciones sociales vigentes. «No estoy poniendo en cuestión la eficacia propiciatoria de los ideales en la práctica política, sino marcando la distancia entre las condiciones que reglan la realización simbólica de los deseos que encarnan –recursos que se extienden del ensueño a la alucinación– y las requeridas para la satisfacción concreta de la materialidad pulsional y social de la que dan cuenta» (243). A diferencia de la fidelidad de la memoria, la fidelidad del olvido supone una renuncia a las facilidades de las huellas ya trazadas y un coraje que es el del pensamiento crítico. Se trata de actualizar el movimiento, simbólico y material, de esas acciones que, como celebra Marx, «se critican continuamente a sí mismas, interrumpen sin cesar su propia

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trayectoria, vuelven sobre lo aparentemente ya realizado para emprenderlo de nuevo, desprecian con radical crueldad las medias tintas, las debilidades, las miserias de sus primeros intentos»1. Porque no importa si el espectáculo de las glorias pasadas explica la ausencia de acción o si la ausencia de acción explica las imágenes que la suplen: importa establecer la correspondencia de esta situación con la conciencia política de nuestra sociedad.

El tercer problema se desarrolla también en clave psicoanalítica: si se piensa la subjetividad como una tensión creciente hacia la autonomía, hay determinaciones histórico-sociales concretas que la favorecen y otras que la inhiben. Y las condiciones de socialización propias del sistema capitalista la inhiben. Esto no significa para nada adoptar una perspectiva victimizante. Al contrario. Se trata precisamente de pensar cómo subvertir la propia condición de víctimas, pues la posibilidad de la explotación se genera, principal pero no únicamente, en la renuncia de los trabajadores al control sobre su poder creador: «la razón de la dominación del capital, que es el beneficio, debe ser negada y suprimida por el trabajo propio en ejercicio de afirmación de una otra razón, la orientada a la defensa de los valores de uso que él produce. Esto es cualitativamente distinto a esperar el logro de las reivindicaciones de vuelta de los cambios que, negociando o expropiando, pudieran recibirse del exterior, tomadas de los ricos y malos. Precisamente su opuesto, ya que liga a los sujetos de la explotación con su condición a partir de su dificultad para asociarse libremente» (181). De manera que la lucha teórica y práctica por la emancipación humana y la abolición de toda forma de explotación (sea esclavista, servil, asalariada o la que fuere) no puede dejar de atender a la dimensión subjetiva del lazo social, de la organización política y de la razón militante. Perder de vista esta dimensión impediría ver, por ejemplo y para terminar, que «La rutina de los hábitos y la cronicidad de los liderazgos no es patrimonio perverso de las burocracias, es la consecuencia del apego a los dogmatismos y la delegación» (391).

Estas son las coordenadas que nos legó la lectura del campo de problemas que despliega La fidelidad del olvido y que nos permiten captar algunas de las claves conceptuales que responden a ese campo.

1 El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, trad. Elisa Chuliá, Madrid, Alianza, 2003, p. 38.