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DEANE Phyllis. La Primera Revolución Industrial . Barcelona: Ediciones Península, 1975. Rubens Vanderlan Oliveira Santos En 1996 el alemán Wolfgang Sachs, en colaboración con otros investigadores, publicó una serie de artículos que ponía en evidencia los últimos cuarenta años del siglo XX como la era del desarrollo. Para estos autores el período pos segunda guerra mundial fue el momento en que los países privilegiados por la economía del tipo capitalista puso en práctica una serie de políticas basadas en un discurso desarrollista. En este momento el quehacer colonialista se basaba en la relación entre países desarrollados y subdesarrollados, donde el discurso teleológico ya no era la sociedad civilizada y moderna, sino las economías industrializadas. Partiendo de este punto, no es ninguna sorpresa que una serie de estudios históricos hayan adoptado, directa o indirectamente, los conceptos en boga para analizar las realidades históricas, convirtiendo el antiguo sistema colonial, el sistema capitalista y las revoluciones industriales en temas cine qua non para entender cómo se dio la evolución económica a nivel mundial. En este sentido trabajos como los de Ciro Flamarion Cardoso, Immanuel Wallerstein y Phyllis Deane son mejor entendidos dentro de la coyuntura política en la cual fueron confeccionados. Para tornar más claro lo que fue dicho con anterioridad, en los párrafos que siguen abordaré algunos elementos presentes en libro La primera Revolución Industrial , publicado en 1965 por la Cambridge University Press bajo el título The First Industrial Revolution, en especial los seis primeros apartados. La obra

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DEANE Phyllis. La Primera Revolución Industrial. Barcelona: Ediciones Península, 1975.

Rubens Vanderlan Oliveira Santos

En 1996 el alemán Wolfgang Sachs, en colaboración con otros investigadores, publicó una serie de artículos que ponía en evidencia los últimos cuarenta años del siglo XX como la era del desarrollo. Para estos autores el período pos segunda guerra mundial fue el momento en que los países privilegiados por la economía del tipo capitalista puso en práctica una serie de políticas basadas en un discurso desarrollista. En este momento el quehacer colonialista se basaba en la relación entre países desarrollados y subdesarrollados, donde el discurso teleológico ya no era la sociedad civilizada y moderna, sino las economías industrializadas. Partiendo de este punto, no es ninguna sorpresa que una serie de estudios históricos hayan adoptado, directa o indirectamente, los conceptos en boga para analizar las realidades históricas, convirtiendo el antiguo sistema colonial, el sistema capitalista y las revoluciones industriales en temas cine qua non para entender cómo se dio la evolución económica a nivel mundial. En este sentido trabajos como los de Ciro Flamarion Cardoso, Immanuel Wallerstein y Phyllis Deane son mejor entendidos dentro de la coyuntura política en la cual fueron confeccionados.

Para tornar más claro lo que fue dicho con anterioridad, en los párrafos que siguen abordaré algunos elementos presentes en libro La primera Revolución Industrial, publicado en 1965 por la Cambridge University Press bajo el título The First Industrial Revolution, en especial los seis primeros apartados. La obra referida, que tuvo grande aceptación en el ámbito académico, fue escrita por la historiadora británica Phyllis Deane, miembro de la Real Sociedad Económica, una de la más importantes autoridades en el estudio de la historia económica británica y de la historia del pensamiento económico.

La revolución industrial es un tema que ya fue bastante discutido dentro de las ciencias humanas desde distintas perspectivas. En su libro Phyllis Deane presenta una interpretación de la revolución industrial basada en la crítica a los demás modelos que buscan entender este fenómeno como un evento resultante de un solo factor o de revoluciones tecnológicas. Una de las principales contribuciones del texto de Deane es la forma en que la autora discute la funcionalidad de las fuentes aplicadas y los cánones existentes acerca del tema. En los primeros apartados del texto el guion principal es que la primera revolución industrial fue resultado de una cantidad considerable de revoluciones en el sistema tradicional de la actividad económica. Todas estas transformaciones surgieron de una serie de causas independientes, pero interrelacionadas, que produjeron efectos acumulativos. Para la autora estas causas son siempre difíciles de descubrir. A través de este presupuesto la autora analiza algunas de estas transformaciones, considerando siempre su carácter procesual, donde los eventos y los fenómenos tienen efectos de la larga duración, las

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invenciones y las innovaciones no son más importantes que las reacciones de los hombres de negocios y su “dinamismo tecnológico”.

En el caso de la demografía Deane postula que en el siglo XVIII, en Inglaterra, hubo una revolución demográfica, caracterizada por las tasas de crecimiento ocurridas entre 1740 y las primeras décadas del siglo XIX, coincidiendo con el crecimiento de la producción. Sin embargo, al contrario de lo que se puede pensar, las cifras demográficas no pueden ser analizadas como resultado de la industrialización, tampoco de los avances en la medicina, sino como una relación causal entre las tasas de mortalidad y natalidad. Según la autora estas dos variantes buscan siempre un equilibrio, siendo el crecimiento demográfico de 1740 un fenómeno resultante del gran índice de mortalidad presentado al inicio del siglo. El aumento de la población y el aumento de la producción son coincidentes, pero no pueden ser analizados como un evento de nexo causal.

Acerca de las otras revoluciones que componen el proceso de la primera revolución industrial, la autora analiza y señala una serie de elementos pertinentes y sus respectivas aportaciones. En el caso de la agricultura, sumado a las modificaciones tecnológicas, hubo cuatro transformaciones importantes: la sustitución del uso de las tierras comunales por unidades fijas de cultivo; la adopción de la ganadería intensiva; la transformación de aldeas autosuficientes en comunidades dependientes del mercado; y el aumento de la productividad agrícola a través de sistema de full time. Estos factores crearon un ambiente favorable para la industrialización, una vez que la existencia de excedentes convirtió a los campesinos en individuos con poder de compra, lo que implicaba un mercado interno, y el sector agrícola el principal blanco del Estado. Acerca de la revolución comercial, considerando que la principal forma de pasar de una economía preindustrial hacia una economía industrial, la explotación del comercio internacional, se torna necesaria; la autora destaca los cuatro recursos domésticos que poseía Inglaterra en siglo XVIII, estos fueron: su capital humano en marinos y navegantes; una clase mercantil con fondos y dispuesta a asumir riesgos; una organización de base con experiencia financiera; y una herencia constitucional en forma de un gobierno que simpatizaba con la clase mercantil. Teniendo estos elementos, el éxito de Inglaterra fue la expansión de su comercio fuera del espacio europeo, siendo Londres el centro de esta red de comercio mundial. La demanda por productos industrializados británicos, el acceso a materias primas, la aplicación de excedentes en otros sectores, la creación de una estructura de negocios y de una ética comercial, el crecimiento de las ciudades y de las regiones industriales y, por último, el crecimiento del poder de compra de los países subdesarrollados, son las contribuciones de la dilatación comercial a la revolución industrial.

La última de las revoluciones analizada por Deane es la transformación en los transportes. Para la autora el éxito de Inglaterra coincide con uno de los principios básicos para la transición de un país subdesarrollado a la condición de desarrollado, o sea la inversión de capital en sectores específicos que facilitan la circulación de información y productos. Así,

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en la segunda mitad del siglo XVIII los sistemas de compañías por acciones pasan a ser una alternativa para el comercio inglés, expresado por la creación de una gran red de canales navegables. Para la autora la revolución en los transportes, abarató el precio de los productos, facilitó la comunicación y el comercio regional e interregional beneficiando a las comunidades e industrias.

Igualmente, el texto de Deane arroja luz sobre los elementos constitutivos de las interpretaciones que proponen que Inglaterra fue el taller del mundo: el algodón y el hierro. Para la autora la importancia de los avances tecnológicos de la industria algodonera y de la siderúrgica en la primera revolución industrial cambia en función del corte temporal que se adopta (corta o larga duración). Para el caso del algodón la autora sostiene que su importancia ha sido exagerada, pues los cambios técnicos y productivos no fueron suficientes para interferir en otras áreas. Sin embargo, la industria siderúrgica con sus cambios productivos y tecnológicos arrastró consigo una serie de otros sectores que desembocó en baja de los costos de producción y comercio de los productos, en el aumento y diversidad de la producción. En otras palabras, los cambios en la siderurgia fueron de orden cualitativa y cuantitativa.

Para finalizar, es posible aseverar que La Primera Revolución Industrial es un texto que tiene una fuerte ligación con las preocupaciones del período en que fue escrito y posee una acentuada tendencia a privilegiar el ímpetu empresarial y a señalar los caminos que un país tiene que caminar para llegar a la industrialización.

Bibliografía:

SACHS Wolfgang (comp). Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como

poder. PRATEC, Perú, 1996.