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Debate en torno a Los Rostros de la Plebe COMENTARIOS Steve J. Stem University of Wisconsin, Madison Wisconsin 53 706 U.S.A. Lo novedoso de este artículo -y del tex- to mayor del cual es una parte- es que el autor invita al lector a "sentir" el clima social de Lima antigua. Alberto Flores Galindo nos lleva al interior de Lima, nos lleva detrás de las apariencias, nos permite no sólo observar, sino más bien respirar el aire compuesto por violencia, por movi- miento y asalto que no llegan a amenazar a la aristocracia, por pobreza y tensión inter- étnica En este aire gris, nublado y depri- men te, figura prominentemente la misterio- sa "plebe", objeto de fábulas aristocráticas exageradas, objeto de investigación históri- ca por su importancia numérica y social y, No . 1, julio 1984 también, concepto sumamente vago Y - difí- cil de precisar. ¿Cómo precisar qué es la plebe? El apor- te fundamental de Flores Galindo no es la precisión falsa de definiciones rígidas, sino más bien la aproximación multi-dimensio- nal de los rostros y del mundo cotidiano de la plebe limeña. Hace esta aproximación con tanto éxito precisamente por manejar los documentos históricos con sutileza e imaginación formidables. De hecho el afán de dibujar la vida cotidiana llega al punto de mantener medio oculto qué quiere decir, para el autor, "la plebe". No obstante esta discreción, quizás un poco exagerada, Flores Galindo nos da los elementos para aclarar las características fundamentales de la plebe. A mi parecer, hay tres aspectos sobresalientes. En primer lugar, hay la particularidad de su pobreza. La plebe limeña se gana la vida mediante 57

Debate en torno a Los Rostros de la Plebe - Página … · estructura de "dividir para reinar". ... punto ha podido el autor neutralizar su ... páginas dada mi dedicación a la temática

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Debate en torno a Los Rostros de la Plebe

COMENTARIOS

Steve J. Stem University of Wisconsin, Madison

Wisconsin 53 706 U.S.A.

Lo novedoso de este artículo -y del tex­to mayor del cual es una parte- es que el autor invita al lector a "sentir" el clima social de Lima antigua. Alberto Flores Galindo nos lleva al interior de Lima, nos lleva detrás de las apariencias, nos permite no sólo observar, sino más bien respirar el aire compuesto por violencia, por movi­miento y asalto que no llegan a amenazar a la aristocracia, por pobreza y tensión inter­étnica En este aire gris, nublado y depri­men te, figura prominentemente la misterio­sa "plebe", objeto de fábulas aristocráticas exageradas, objeto de investigación históri­ca por su importancia numérica y social y,

No. 1, julio 1984

también, concepto sumamente vago Y- difí­cil de precisar.

¿Cómo precisar qué es la plebe? El apor­te fundamental de Flores Galindo no es la precisión falsa de definiciones rígidas, sino más bien la aproximación multi-dimensio­nal de los rostros y del mundo cotidiano de la plebe limeña. Hace esta aproximación con tanto éxito precisamente por manejar los documentos históricos con sutileza e imaginación formidables. De hecho el afán de dibujar la vida cotidiana llega al punto de mantener medio oculto qué quiere decir, para el autor, "la plebe".

No obstante esta discreción, quizás un poco exagerada, Flores Galindo nos da los elementos para aclarar las características fundamentales de la plebe. A mi parecer, hay tres aspectos sobresalientes. En primer lugar, hay la particularidad de su pobreza. La plebe limeña se gana la vida mediante

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múltiples estrategias, poco rentables y poco estables, cuya multiplicidad y cuya calidad transitoria borran las fronteras tradiciona­les entre las categorías ocupacionales, entre la legalidad y la criminalidad, entre el hogar doméstico y el mundo no-familiar. A me­diano plazo, la persona plebeya puede ser pequeño artesano, comerciante ambulante o trabajador eventual; puede robar, mendi­gar o hacerse pícaro ; puede desarrollar una relación más o menos monógama y estable o una red de múltiples relaciones sexuales y familiares. Esta multiplicidad y falta de ba­se material estable hace fácil llamar a los plebeyos "vagabundos", aunque no lo sean. En segundo lugar, la plebe es suma­mente fragmentada entre sí. Casi todos son gente de color, ni esclavos negros ni campe­sinos indios ni amos españoles, pero al interior de esta realidad compartida se nota la rivalidad y la violencia, a veces en tomo a distinciones inter-étnicas que mantiene la estructura de "dividir para reinar". En ter­cer lugar, hay su tendencia globalizan te. Es decir, la sociedad y la cultura de la plebe tienden a absorber ·fracciones importantes de las otras capas sociales. Los negros escla­vos buscando el jornal que deben entregar a sus amos, los pequeños artesanos buscando liberar sus ingresos del control de sus maes­tros, los pequeños comerciantes buscando desarrollar circuitos mercantiles no contro­lados por los comerciantes medianos y grandes -en alguna forma u otra, todos en­cuentran en la cultura de la plebe un acceso a las relaciones económicas y sociales que les permite sobrevivir. Hay que tener en cuenta el carácter de la economía limeña en el siglo XVIII: la estagnación secular y la fluctuación estacional de los mercados de trabajo, la creciente población buscando trabajo, la dominación de la aristocracia y de los "señoríos mercantiles" en la vida económica. Esta estructura ofrece muy li­mitado espacio económico a las "capas me­dias", "cuyas fracciones pauperizadas y subempleadas se encuentran, de vez en cuando, más o menos absorbidas por la ple be. Como dice Flores Galindo, "ple be y limeño se volvieron casi sinónimos".

Este conjunto de elementos -una pobre­za urbana que implica una multiplicidad de estrategias socioeconómicas transitorias, la frag!!lentación . y la competencia dentro de

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un mundo de "colores" plurales y mixtos, y su tendencia mayoritaria y globalizante que horrorizó a la "gente decente" - define las particularidades de esta masa vaga y aparentemente flotante. Es penoso e im­portante recordar hasta qué punto este per­fil histórico no pertenece a ,m pasado clara­mente "istingidrlo del presente. La crisis económica contemporánea parece haber impulsado la expansión enorme de una plebe urbana "mestiza" que comparte la precariedad económica, la tendencia mayo­ritaria y los estereotipos despectivos sufri­dos por sus antepasados coloniales.

Uno de los aportes de Flores Galindo es que, al escribir la historia popular, evita la tentación del romanticismo. Lima no pro­duce un alzamiento, los bandidos de la cos­ta no son héroes, la plebe urbana no llega a canalizar su violencia y su energía para plantear .una alternativa coherente; más bien, la violencia y la "sevicia" producen confrontaciones plebeyas que sirven a los intereses de la aristocracia. Rodeados por la miseria y la inseguridad económica, oprimi­dos por y participantes en la cultura de vio­lencia, hacinados en callejones angostos sin privacidad, sujetos a un menosprecio feroz , los rostros de la plebe son los rostros de sufrimiento y de desorganización, no de re­sistencia ni de organización estable(" ... ca­rece de lazos con las asociaciones corpora­tivas y se resiste a reproducir la célula fami­liar"). Como dije antes, el aire de la plebe es como el de Lima: gris, nublado y depri­mente.

Sin embargo, aun en Lima sale el sol, y quisiera sugerir que vale la pena pensar si la visión de la plebe planteada en este ar­tículo no oscurece algunos aspectos más fijos y estables, algunos lazos sociales y logros de organización que hicieron a la plebe más resistente y capaz frente a la mi­seria y la inseguridad. Tengo dudas por tres razones. En primer lugar, las fuentes usadas para reproducir el ambiente plebeyo, aun­que heterogéneas, enfatizan las causas cri­minales y los conflictos judiciales, es decir, se trata precisamente de las fuentes que nos permiten ver los conflictos internos. Me pregunto cuál sería nuestra visión si tuvié­ramos acceso a los tipos de datos que nos permiten analizar con mayor minuciosidad, en espacios específicos y por tiempos de

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mediana duración, los lazos familiares y extra-familiares, la estabilidad o la n<H!sta­bilidad residencial, las relaciones económi­cas, la cultura de las pulperías. Estos fenó­menos nos permitirían concluir mejor hasta qué punto la ple be desarrolló una especie de "sub-cultura" dentro de la cual se con­formó una serie de valores, reglas de juego y lazos sociales más o menos confiables, y hasta qué punto esta "sub-cultura" dio a la vida de la plebe más estabilidad y más capa­cidad de ayuda mutua y de defensa de inte­reses del barrio de lo que aparece en las fuentes enfatizadas. En segundo lugar, hay el problema de los estereotipos. ¿Hasta qué punto ha podido el autor neutralizar su impacto en la elaboración de los rostros de la plebe? La aristocracia andina colonial también planteó los estereotipos de los fo­rasteros indios, viles y flotantes, pero la in­vestigación histórica pone en duda el valor de estos estereotipos( I ). La aristocracia mexicana colonial vio a la ple be urbana mexicana en términos no muy diferentes de los estereotipos limeños, pero en el caso mexicano, la tesis doctoral de M. Scarda­ville, sin caer en el romanticismo, pone en duda la idea de una masa flotante y desor­ganizada(2). Fi.Qalmente, tengo dudas por­que algunos estudios contemporáneos de los "marginados" urbanos en América Latina señalan claramente la estabilidad, la integración social y la capacidad organizati­va de gente antes considerada como pobres desorganizados viviendo en una cultura vio­lenta y medio "lumpen". Para el caso de los favelados de Río de Janeiro, el libro ma­gistral de Janice Perlman muestra precisa­mente la falsedad de estos estereotipos compartidos por la derecha y la izquierda, por los comentariastas de la televisión por los comentaristas de la televisión y por los científicos sociales de las universi­dades. Parece que el ambiente de los fave­lados ha sido muy mal entendido. Vistas desde adentro, las favelas muestran niveles de coherencia social, organización interna, estabilidad económica y presencia política no previsibles dentro de la literatura gene­ral sobre las masas "marginadas" o " lum­pen" de las ciudades(3).

Estos comentarios y críticas no deben desviarnos de los aportes importantes del artículo. Flores Galindo plantea una visión

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de mucha seriedad, hasta ahora la única, de la vida de la plebe en la Lima colonial. En vez de caer en definiciones mecánicas y modelos abstractos sin mucho contenido social, dibuja con agudeza e imaginación admirables el mundo de la plebe: sus ba­rrios y trabajos, sus preocupaciones y aven­turas, sus conflictos y su violencia. En vez de caer en el romanticismo, nos hace ver abiertamente su miseria, su precariedad, su violencia fratricida. Frente a estos logros, planteo dos críticas modestas. Primero, hay que definir mejor en qué consiste la plebe, hay que aclarar las particularidades que dan a la ple be su carácter social y que la distin­guen de los otros grupos sociales. Y segun­do, hay que tomar su aparente calidad vaga­bunda, indefinida y desorganizada, con un escepticismo sumamente fuerte. Faltan , pues, algunos tintes y delineaciones meno­res pero significativos en los rostros de la plebe. l. LARSON, Brooke. "Caciques, Class

Structure and the Colonial State in Boli­via". En Nova Americana"" 2 (Torino, 1979). pp. 197-202 ; WIGH 1 MAN, Ann M. "F'rom Caste to Class in the Andean Sierra : The Seventeenth-Centu_ry Foras­teros of Cuzco" (Ph.D. diss., Yale Uni­versity 1983).

2. SCARDA VILLE, Michael C. "Crime and the Urban Poor: Mexico City in the Late Colonial Period" ~Ph.D. diss., Uni­versity of Florida, 1977 .

3. PERLMAN , Janice E. he Myth of Mar­ginality: Urban Poverty and Politics in Rio de Janeiro. Berkeley: University of California Press, 1976. Ver también LEWIS, Osear. " Urbanization without Breakdown : A Case Study". En Scien­tific Monthly , 75 (1952), pp. 31-41 ; BUTTERWORTH) Douglas and CHAN­CE, John K. Latm American Urbaniza­tion. Cambridge : Cambridge University Press, I 981 .

Miquel Jzard Departamento de Historia de América

Facultad de Geografía e Historia Universidad de Barcelona

Barcelona-28-España

Es evidente que este artículo forma par­te de una tesis que, de haberse podido ma-

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nejar, habría facilitado enjuiciar este tra­bajo compuesto por un amasijo : el bando­lerismo costeño y la plebe, las cárceles y las diversiones, el trabajo en las panaderías, las procesiones y las animadversiones étni­cas; temas que aparentemente guardan más relación con otros capítulos de la tesis (a juzgar por las repetidas referencias) que entre sí.

Mis escasos conocimientos sobre el área andina me impiden calibrar el trabajo de Flores Galindo, pero me han interesado algunas de sus aportaciones en las primeras páginas dada mi dedicación a la temática de los llaneros del Apure, a pesar de que, cua­litativa y cuantitativamente, existen bien pocas similitudes. Aquéllos controlaron re­petidamente un tercio de la actual repúbli­ca de Venezuela, constituyeron una nación o pueblo con una cultura y ética peculiares y tuvieron una participación determinante en el devenir de la región por su interven­ción, por ejemplo, en las guerras de la inde­pendencia y federal.

Al parecer, el bandolerismo costeño pe­ruano fue, por el contrario, un fenómeno marginal, cuantitativamente poco relevante y activo durante un lapso de tiempo relati­vamente breve.

Por lo que he señalado, me siento más inclinado a plantear en estas líneas cuestio­nes de tipo general, que a discutir porme­norizadamente cuestiones puntuales. Co­menzaré, pues, por el final: en el último apartado se afirma que la "palabra margi­nado evoca de inmediato la imagen de una minoría" y que, por lo mismo, no se quiere utilizar el calificativo para un conjunto que era la mayoría de la población limeña.

Evidentemente, marginados puede equi­valer a minorías y, en este caso, el análisis de los calificados de tales no tendría exce­siva relevancia y se correría el riesgo de caer en la mera curiosidad del coleccionis­ta de rarezas. Pero si llamamos marginados a grupos humanos sojuzgados, oprimidos y explotados materialmente por los que controlan el poder, quienes por añadidura tergiversan su papel en el pasado, el presen­te o el futuro, los marginados pueden repre­sentar un elevado porcentaje de la huma­nidad.

Según este artículo, el bandolerismo pe­ruano se nutría de las múltiples variantes

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de las mezclas étnicas, vinculadas a oficios manufactureros o artesanales, y de esclavos fugitivos. Curiosamente, no sólo eran muy escasos los indígenas, sino que además solían ser víctimas de un bandolerismo que se presentaba con algún cariz social. De lo poco que se dice al respecto parecería des­prenderse que lo engrosaban miembros de la sociedad que optaban por una alternativa centrífuga, posiblemente acusados de in­fringir la normativa sobre propiedad, moral o relaciones humanas. El caso especificado de Ignacio de Rojas es paradigmático.

Aparentemente, como en el resto de las Indias, el fenómeno se acentuó a finales del período colonial, quizás por el rechazo de quienes se oponían a una modernización material que sólo les perjudicaba y por un exacerbado incremento del racismo que perjudicó especialmente a los pardos y dio muestras de una total falta de originalidad, pues en todas partes se repetían machaco­namen te las mismas sandeces y se les tacha­ba de inmorales, incultos, indómitos, vagos, etc. Ello quizás obedecía a que habían pro­liferado de tal manera que representaban ya un elevado porcentaje de la población.

Los grupos dominantes habían impuesto una moral en la que no creían y que no cumplían;los indígenas o los esclavos no la aceptaban, pero eran obligados compulsiva­mente a acatarla, como mínimo formal­mente, y en apariencia las etnias mezcladas tenían más posibilidades de sortear esta coerción. La poca trascendencia del bando­lerismo peruano explicaría su escaso rol en la guerra de la independencia, pero no, lo que sorprende al autor, la desproporción entre los "delitos" y las penas impuestas: no se trataba de castigar unas infracciones concretas, sino de provocar un pánico sin el cual no se podía sostener la minoría do­minante en el goce de sus privilegios.

En otro orden de cosas, el autor coteja en más i.le una ocasión su tema con casos europeos. Pero a finales del período colo­nial, las Indias eran, por el grado de desa­rrollo material, por el peso desorbitado de la minería, por los antagonismos étnicos, bien diferentes del mundo mediterráneo en la época de Felipe II estudiado por Braudel. También me parece arriesgado comparar el bandolerismo peruano con los casos anali­zados por Hobsbawm. Si los llamados

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"bandoleros" por las autoridades lo son porque han adoptado una salida centrífuga, no debe ni siquiera calificárseles de "refor­mistas", ya l¡ue obviamente no se plantea­ban la problemática de toda su sociedad sino exclusivamente la suya particular. Pero creo que tampoco eran "reformistas" los "bandoleros" calificados de tales porque colectivamente se negaban a aceptar la nor­mativa de quienes controlaban el poder en beneficio propio, ya que lo que se propo­nían era seguir ejerciendo unas actividades que les satisfacían económica y cultural­mente. El progreso puede basarse, como ya señaló en su día tvlariátegui, en recuperar relaciones justas y libres.

Christine Hunefeldt Pasaje Santa Elena 144

Lima, 25

En un bien documentado trabajo, AFG describe "desde adentro" el funcionamien­to y la vida cotidiana de Lima urbana en las últimas décadas del dominio colonial. Es un período caracterizado por una profunda debacle económica y el deterioro de las re­laciones sociales. En este contexto, el autor se pregunta acerca de cómo fue posible en estas circunstancias asegurar el dominio colonial: ¿Por qué las capas populares urba­nas no se movilizaron en contra de sus do­minadores o, acaso, contra la opresión co­lonial? La respuesta que sugiere es doble. Por un lado, estarían las divisiones y los antagonismos étnicos existentes entre las capas populares y, por otro lado, la utiliza­ción y el fomento de estos antagonismos por una aristocracia, con miedo, pero hábil en el manejo de sus subordinados. La vio­lencia y la sevicia serían las pruebas visibles del enfrentamiento y documentarían la in­capacidad de una asociación de intereses con miras a una acción conjunta.

Si bien es innegable que en Lima efecti­vamente no se registran revueltas ni protes­tas significativas que apunten a cambiar las relaciones socioeconómicas vigentes, sería la primera sociedad de la que tenemos co­nocimiento en la' que la perdurabilidad y estabilidad de sus instituciones estén basa­das en el enfrentamiento cotidiano a todo

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nivel. La violencia elevada a criterio analí­tico soslaya un conjunto de interpretacio­nes alternativas de la sociedad li.meria, que no cambiarán el hecho de su inercia, pero que sí nos ayudarían a entender más en profundidad la riqueza de esta sociedad y de sus modalidades de sobrevivencia. Si de lo que se trata es de "dibujar el perfil" de las capas populares, creo que es necesario también descubrir otras facetas del com­portamiento popular. Algunos ejemplos comparativos ayudarán a esclarecer lo que se _propone .

Los nacimientos de hijos ilegítimos, to­mados por AFG para documentar la oposi­ción a la moral vigente entre las capas sub­ordinadas, no fueron patrimonio de las ca­pas bajas.

AFG señala, para documentar el aumen­to y la presencia de los hijos naturales (que jurídicamente representaban una categoría distinta e los ilegítimos, espúreos y bastar­dos), a la parroquia de San Lázaro, que al­bergaba gran parte de la población negra. Indica que un recuento de negros e indios nacidos en 1768 y 1769 acusa un porcenta­je de ilcgitinlidad del 28 y del 200/0 res­pectivamente, 130/0 en 1810. Un conteo para el mismo período en la parroquia de Santa Ana( 1) (por definición más española que de "castas") indica, sin embargo, que -por ejemplo para 1803 - en el libro de bautizos de españoles figuran 39.So/o de nacintlentos ilegítimos; en el de espaiioles, cuarterones y mestizos en 1801, 45.So/o y en el de indios en 1800, un 48.1 o/o.

Es decir, grosso modo, un porcentaje dos veces mayor y la constatación de que la ilegitimidad se da a nivel de todos los gru­pos étnicos. Es probable que la explicación sea más simple: Lima albergaba más muje­res que hombres. Al descomponer los ma­trimonios por pertenencia étnica de los contrayentes, se descubre que en Santa Ana, sobre 129 hombres españoles, sólo habían 26 españolas casadas. La prolifera­ción de hijos naturales es así la prolonga­ción de lo que sucedía desde el inicio de la Colonia: la reticencia del español a oficiali­zar una relación con una mujer de castas. Lo que -al igual que en el siglo XVI- no necesariamente excluía relaciones durade­ras (y no prostibularias) como la barra­gania.

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Traducido en cifras, el factor hacina­miento también parece relativo. En Sta. Ana, para el mismo período, contamos 16 callejones con 6 a 16 cuartos; pero el pro­medio de habitantes de estas habitaciones es de 1.6. Ello significa que la gran parte de estos cuartos era ocupada por una sola per­sona. En la misma parroquia contamos 74 casitas,. 162 casas y 262 tiendas, con un promedio de habitantes por unidad. domés­tica/habitacional de 4.0 (incluyendo a la población esclava). La enorme cantidad de tiendas (básicamente artesanales) en Santa Ana, revelará, asimismo, más una inclusión en el sistema productivo que una exclusión o, en todo caso, la ''masificación" del su­ministro al ambulante. Lo que es posible, pero significaría la victoria de una o varias actividades económicas impulsadas por la plebe ( ¿la victoria frente a la discrimina­ción "oficial" a nivel de los gremios?). De corroborarse ello, tendríamos probable­mente una explicación más convincente de por qué lo plebeyo pudo convertirse en lo limeño.

Más adelante, AFG nos presenta una imagen original para interpretar aspectos de la sociedad en cuestión: la organización carcelaria como puerta de entendimiento de la mecánica de dominación. Más allá de las tres cárceles oficiales, describe los cen­tros de trabajo como castigo alternativo y eficiente en función de los cometidos de las élites coloniales. Se inscriben en esta forma de castigo las zapaterías, las panade­rías y las obras públicas, que junto a la pla­za se convirtieron en entidades en las que el castigo era visible para todos: "el castigo no tenía espacio definido y reservado". Efectivamente no lo tenía, los gritos por los latigazos prodigados en las panaderías se oían en todo el barrio. Sin embargo, no fue sólo el castigo el que no tenía límites precisos; también fue así en el caso del afecto, la vida sexual, la convivencia. Al igual que en Europa Occidental, escasamen­te se diferenció entre vida de trabajo y vida familiar. Si bien el criado o el esclavo arte­sano no compartían la mesa con el amo, sí había otros niveles en los que no sólo se compartía, sino que la presencia del esclavo o el criado en la unidad doméstica fue cau­sa de enconadas rencillas: Viene a la memo­ria -en el contexto de la documentación

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revisada por AFG, pero no citada- aquel caso de la marquesa de Santa María que, en una carta reservada al Obispo Las Heras, aducía como razón de la separación de su marido la afición de éste por las esclavas y criadas d~ la ClllJa, que, por lo demás, según sus propias palabras, eran las que llevaban la voz y la hacían sentirse como un estro­paj o(2). .

Como uno de los niveles en que se pre­senta la violencia, AFG señala la relación entre hombre y mujer, las relaciones fami- · liares y matrimoniales. Ademés, la carga del enfrentamiento étnico se trasladaría a esta esfera. Pero, ¿qué sucede cuando se consta­ta que la mayoría de los .matrimonios (en Sta. Ana más del 50o/o) se realizan entre personas que pertenecen al mismo grupo étnico? Es probable que la violencia regis­trada a este nivel poco tenga que ver con el carácter de los grupos étnicos subordinados.

Un sondeo sobre la composición de las familias en Sta. Ana indica que en una abrumadora mayoría de casos estamos ante la versión clásica de la familia nuclear (pa­dre, madre, uno a dos hijos). Los litigios matrimoniales y las caus¡¡s de divorcio (se­paración temporal) están destinados a man­tener esta unidad, lo que en la mayoría de los casos -con intervención de la curia eclesiástica- se logra. ¿Dónde, pues, esta­ría la inestabilidad y la reticencia a confor­marse con un supuesto ideal burgués? Para

· Inglaterra, Alemania y Francia hace algún tiempo atrás se descubrió que la familia nuclear era la respuesta más racional que partía de las capas proletarizadas frente a una creciente paupe~aci6n, y no una in­vención burguesa (o acaso aristocrática).

En medio de la pobreza de las capas bajas urbanas, la esclavitud aparece como una alternativa de sobrevivencia con -al menos- algunas ventajas . . Las manifesta­ciones más obvias son la lealtad de esclavos frente a los amos y -entre las capas propie­tarias de esclavos más bajas- la dependen­cia de los ingresos Uomales) producidos por el esclavo. En esta última relación lo que diariamente se manifiesta es la impo­tencia del amo para lograr la sujeción y obediencia del esclavo()). Es probable que la connotación totalmente distinta de lo que fue la esclavitud urbana haya impuesto límites muy propios a la expansión del ban-

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dolerismo "social" dentro de portadas y tal vez sea la razón de por qué -en las condi­ciones descritas- la libertad no era una meta deseable. Considerando las experien­cias de los esclavos norteamericanos, Lima no sería una excepción.

De manera general, parecería que más estamos ante una sociedad que dirige su destino de manera inmediatista, en la que no sólo vale aquello de "divide y gobierna", sino también con mucha fuerza estamos ante un "aprovecho y dejo gobernar". La dependencia mutua, junto a una obvia ter­giversación de criterios de la escala étnica y de clases y los conflictos que ello genera, más allá de la violencia y el castigo, son in­dicadores y sustento de una muy peculiar integración de esta sociedad. De muchas maneras, la plebe impuso su sello a la socie­dad limeña, pero no sólo a nivel de una identificacion cultural entre lo plebeyo y lo limeño, sino también con actitudes más concretas que, por un lado, hacen innece­saria una sublevación en masa y, por otra parte, tambi,n explican la permanencia del dominio colonial.

En conclusión: en nuestro medio, el trabajo de AFG representa un ensayo inno­vador que de lejos trasciende las versiones romanticonas de la "Lima de Antaiiu". Sin embargo, creo que parte del objetivo de esta innovación debe ser no sólo calificar la desesperación de quienes en "última instan­cia paradójicamente sostienen esta socie­dad", sino, asin1ismo, resulta necesario res­catar y deslindar la originalidad que reviste la sobrevivencia de esta sociedad. Tal vez la paradoja se resuelva al reconocer que en el contexto de las relaciones sociales también hay· actitudes con antesignos positivos y que existen muchas formas de dominio y de supeditación o supremacía: unas silen­ciosas y tal vez con resultados a largo alcan­ce, otras más brutales e inmediatas.

1. Los datos que se citan son resultados parciales de una investigación en curso con Marcela Calisto.

2. AA (Archivo Arzobispal). Comunicacio­nes Oficiales de Curas. L 1. Carta reser­vada de la Marquesa de Sta. María al Arzobispo de Lima. Lima, 22-11-1816.

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3. Esta cuestión está detallada en un traba­jo mío: "Los negros de Lima: 1800-1830", Histórica: IIl : l: 17-51, Lima, 1979.

Luis Pásara Pachacútec 1155

Lima 11

Textos tan bien escritos, como éste, tientan al lector con el riesgo de una adhe­sión total. El entretejido del dato signüica­tivo, la interpretación inteligente y la anéc­dota sabrosa convocan la sensación de estar siendo persuadido por la argumentación del autor. Además, hay resonancias especiales que provoca esta lectura de la Lima de los años previos a la independencia. De un lado -y por más discreto que sea el tono em­pleado-, el contenido del discurso resulta contradecir a la historia de una ciudad dul­zona y apacible, con la cual se nos amaman­tó. De otra parte, en esta Lima agitada y violenta, plagada de "vagabundos", recone>­cemos el antecedente histórico de la horri­ble Lima donde hoy vivimos. Recuperamos así nuestra continuidad, al descubrir aquí la "Lima de veras". Mayor razón para que el autor alcance nuestra incondicionalidad.

Declaradas mis tentaciones como lector -y reconocida, por esta vía, la indiscutible calidad del texto-, recurro a mis reservas hipercríticas y ensayo mis dudas e interro­gantes. Que son básicamente tres.

La primera tiene que ver con el papel del bandolerismo en la Lima bajo estudio, que Alberto Flores considera "funcional a la so­ciedad colonial". Para apoyar su conclu­sión,"echa mano a una expresión de emo­donales resonancias contemporáneas y cali­fica el fenómeno como "reformista", en tanto no perseguía la "abolición como cla­se" de los dominantes. Me temo que Flores Galindo incurre aquí en una precipitación, que le impide luego explicar satisfactoria­mente por qué este bandolerismo -que "desembalsaba las tensiones sociales"- era draconianamente sancionado con la pena de muerte. El error inicial consiste en haber presumido una lucidez total en la clase do­minante, respecto a sus "intereses históri­cos", que la harían despreocuparse de este

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fenómeno desviante que incluso les resulta conveniente. Este error -consistente en asignar a los actores sociales la compren­sión del hecho social que asume el analis­ta- es sumamente frecuentado entre noso­tros por los científicos sociales y conduce a ciertos hechos ''rnexplicables". Para citar sólo un ejemplo, reciente y de gran signifi­cación: al análisis prevaleciente en la socio­logía de los últimos años le resultó incom­prensible que la burguesía se alineara con­tra el régimen de Velasco, que procuraba realizar sus "intereses históricos".

Hay que situar el análisis en el punto de vista del actor social, a fin de entender su comportamiento, en lugar de pretender co­locarle el sentido que hubiera tenido el nuestro de estar en su circunstancia. En esta perspectiva, es más que un abuso del lenguaje denominar ''reformista" al bando­lerismo. Estoy seguro que la aristocracia colonial percibía el hecho como una ame­naza que tenía -al lado de una plebe nu­merosa, sin ingresos fijos, violenta y caren­te de control sobre ella, como nos enseña Flores- la fluidez suficiente como para que nadie pudiera verla con indolencia. De allí que considerar funcionales a los bandoleros es, en rigor, un abuso histórico: conocien­do el desenlace de la trama, se pretende afirmar que las cosas tenían que ser así y no pudieron ser de otra forma; la posibili­dad alternativa fue temida por los domi­nantes, que se valieron de la pena de muer­te para exorcizarla.

Flores pretende reforzar su interpreta­ción con las distintas percepciones sociales sobre los bandoleros, pero el que fuesen considerados "bandoleros sociales" por unos y "criminales" por otros, no autoriza a sostener que se trató de "un movimiento impreciso". ¿Estaría de acuerdo Flores Galindo con el historiador del futuro que, al estudiar nuestros at'ios, constatara simi­lares versiones encontradas acerca de Sen­dero Luminoso y, siguiendo su inferencia, concluyera que, respecto a la sociedad peruana, era ''un movimiento impreciso"?

Mi segunda observación proviene de la curiosidad: ¿qué delitos eran los que pur­gaban los condenados de la época? Coinci· do enteramente con el peso informativo que les asigna el autor a las prisiones, pero los delitos efectivamente sancionados cons-

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tituyen un dato clave para entender la sociedad, cualquier sociedad. No sé si el autor tuvo acceso a la información requeri­da, pero ¿alguien podría dudar que, para entender el Perú de hoy, es revelador que más de dos terceras partes de la población penal femenina esté procesada por tráfico de drogas y buena parte del resto se halle encausada por delito de aborto?

Tercera y última observación. Me pare­ce que su conexión final entre la existencia de la plebe y las características de la econo­mía limeña paga un injusto tributo al eco­nomicismo como ingrediente de la interpre­tación histórica. Se intuye detrás la noción de ejército marginal de reserva, cuando Flores dice de la ple be numerosa que "su existencia era indispensable para el funcio­namiento de una economía con un merca­do de trabajo ... sumamente fluctuante". De nuevo, estamos enfrentados a la necesi­dad de que el rompecabezas arme perfec­tamente, como si alguien hubiese escrito la historia de antemano y los sectores sociales y sus personajes tuvieran que limitarse a seguir el libreto. Una especie de funciona­lismo de izquierda desarrollado sobre los hechos consumados.

Esta interpretación, que cae sobrepues­ta, forzada y sin elaboración, le quita fuer­za a un texto verdaderamente iluminador de nuestra historia.

Paul Gootenberg Universidad de Chicago

Prof1•sor visitante de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Apartado 1761 - Lima 1

El sello de un artesano hábil y maduro es que su obra, debida a una visión final lúcida, permite que la audiencia sienta la ilusión de que fue fácil realizarla. Aparta­das de la vista están las semanas de lucha creadora con una materia prima dura. Vale la pena enfatizar para quienes no son histo­riadores, que las fuentes disponibles para estudiar los estratos populares en esta épo­ca son notablemente escasas, fragmentarias y difíciles en términos de la interpretación. Exigen un trabajo de estilo detectivesco que no siempre garantiza una narración

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completa ni menos aún conclusiones fir­mes. Realizar una investigación empír1ca sobre la "plebe" en Llma colonial consti­tuye una contribución en sí, porque antes no sabíamos nada sobre el tema. El talento de Flores Galindo al hacer uso de las fuen­tes es aún más impresionante por su mo­destia, que cubre las dificultades intrínse­cas con un estilo de escribir y pensar muy agradable.

Lo que quiero enfatizar en este comen­tario es que aun cuando las "alternativas" históricas en el Perú no sean perfiladas níti­damente como en otras regiones, los histo­riadores deben definirlas. Esta propuesta es sencilla: proponer la existencia de una al­ternativa es el primer paso para estudiarla. Puede usarse como una hipótesis, en estilo heurístico, que por ser "exagerado" de­muestra las alternativas implícitas de cual­quier explicación de cambio histórico. Des­pués de resucitar el interés en el tema, pue-. de empezarse a atacar el problema con la evidencia empírica. Al fin se tiene una res­puesta más analítica de cosas que antes eran ignoradas por ser obvias. Flores Galin­do ha seguido, creo, este método tanto en su elección del tema (la plebe) como en su enfoque geográfico (como él dice, la región de estabilidad). Es decir , es el analizar lo que no ocurrió la tarea más perentoria, pe­ligrosa y fecunda de la imaginación históri­ca. En realidad, toda la obra de Flores Galindo ha sido netamente sensible a las alternativas políticas o momentos escondi­dos de cambio potencial, y por eso ha con­tribuido tanto a nuestra comprensión de la cultura política peruana en distintas épocas.

Dada la excelencia del trabajo, debe pro­vocar debate. Yo, en este momento, voy a comentar tres áreas dd ensayo: la econo­mía limei'ia y su relación con la in migra­ción, la noción de la plebe en su sentido amplio y el análisis de la violencia como forma de con trol social.

Merece más atención el contexto econó­mico para aclarar la condición de la plebe limeña, particularmente dadas las referen­cias frecuentes en el trabajo a una crisis económica en Llma a lo largo de este perío­do. Quizá Flores Galindo nos proporcione datos nuevos sobre la crisis en los otros capítulos de su tesis. Las fuentes tradicio-

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nales acerca del tema parecen deficientes. En muchos casos derivan de las quejas (lógicamente exageradas) del Consulado de · Comercio de Llma, cuando vio que perdía sus privilegios monopolísticos a fines del período colonial (y esto no constituye una prueba de que el comercio realmente decli­nó), o de los informes literarios de los burócratas españoles (quienes siempre so­ñaban con la expansión del Perú como emporio colonial). Investigaciones nuevas (como la de Fisher) sugieren una realidad económica más equilibrada. Flores Galindo enfatiza la llegada de miles de inmigrantes a Lima, quienes por falta de trabajo regular o de remuneración alta venían a formar la plebe. Pero ¿por qué, en primer lugar, deja­ron su tierra y por qué se fueron a Llma cuando las oportunidades allá eran eviden­temente tan estrechas? Si habían inmigrado a Lima como resultado de su "reputación" anterior de centro de lujo (como sostiene Flores Galindo), ¿por qué no regresaron a sus hogares después de su dura experiencia con la realidad económica? ¿Qué evidencia hay sobre un reflujo posible de inmigran­tes? Esto cobra importancia aparte de la significación económica: Flores Galindo no nos ha dicho si la plebe limeña era una cla­se relativamente permanente o una muy transitoria. Si era pasajera, como sería lógi­co dada su descripción de la crisis, ¿no podría la falta de intereses fijos explicar en parte el conservadurismo atribuido a la plebe?

Posiblemente la economía limeria de en­tonces tuvo rasgos complejos . parecidos a la contemporánea, con un mercado de ma­no de obra "dualístico"; salarios nominales relativamente altos en algunos puestos al lado de un sector ''informal" de baja remu­neración léste último esbozado brillante­mente por Flores Galindo). Es probable. Las descripciones clásicas de la Lima colo­nial (como la de Haencke) siempre hablan de una "escasez de brazos" y de los altos jornales -y costos de subsistencia- de quienes trabajan. ¿Cuál era la causa de esta discrepancia entre la demanda de mano de obra y una oferta obviamente grande? ¿Sería una política exclusionista de los gre­mios, una falta de capacitación para em­pleos especializados por parte de los inmi­grantes o qué sería? Esta segmentación en

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el mercado de trabajo podría influir en un flujo migratorio si los recién llegados hubie­ran pensado en jornales más prometedores. Pero tal vez explica algo más. Con una tasa de éxito (o movilidad hacia arriba) aún re­ducida, las ciudades tradicionalmente han atraído a numerosos aspirantes urbanos, difundiendo un mito de oportunidad. ¿Ha encontrado Flores Galindo alguna eviden­cia de plebeyos que sí mejoraron su posi­ción entrando en el sector de jornales subi­dos? Si los pocos exitosos se quedaban (y probablemente no requerían mucho para tener ventaja sobre sus vidas anteriores) y una gran parte de los fracasados refluían, este patrón contribuiría a una situación estable en términos sociales. Y las expecta­tivas no tienen que ser medidas solamente en categorías materialistas. La vida urbana puede prometer otras atracciones como formas de libertad imposibles en la vida provincial o rural: escape de relaciones so­ciales opresivas, rígidas o personales, escape de la condición de ser "indio" o aun (como el autor menciona) más libertad sexual. Lo que omite describir Flores Galindo son las aspiraciones de la plebe, si sentían o no la esperanza de mejoramiento en Lima, aun confrontados con las bajas condiciones de vida descritas. Por supuesto, es difícil en­contrar datos sobre estas actitudes (era la época anterior a las encuestas sociológicas), pero parecen imprescindibles para entender la estabilidad de la plebe.

La noción adelantada por Flores Galin­do de una plebe en Lima es clave, particu­larmente cuando con tanta destreza la rela­ciona con el desarrollo del trabajo informal brotando en contra de las instituciones eco­nómicas anteriores y cuando es analizada como un fenómeno temible (para la aristo­cracia) por estar fuera de los mecanismos vigentes de control social. La argumenta­ción de Flores Galindo sobre el empleo de la categoría "plebe" y sus características es convincente. Pero permanecen todavía algunas dudas sobre la manera como se generaliza el concepto (al final del ensayo) para incluir la existencia de "la mayoría" de Lima. Si entiendo correctamente el argumento, se apoya en un nivel cultural, nivel que deS&llQllaba una división tajante entre los valores de las capas altas y una cultura popular emergente, hasta el punto

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de que realmente quedaron en Lima dos culturas distintas o dos grupos sociales diferentes.

A pesar de lo interesante de esta obser­vación, la misma adolece de algunas debili­dades. Parece basada fundamentalmente en ,una fuente: las. opiniones de los miembros de la aristocra4ia y de los viajeros. Flores Galindo normalmente toma mucho cuida­do al interpretar fuentes, distinguiendo el casco verosímil de un observador de sus prejuicios ideológicos. Pero las élites de to­da ciudad preindustrial casi siempre difun­den una imagen generalizada de todos los grupos populares como "bárbaros", "bru­tos" u "ociosos". Es una manera de inter­poner distancia entre sí mismo y la mayo­ría pobre y de justificar el control sobre el aparato político. Flores Galindo cierta­mente es conciente de este prejuicio, cali­ficándolo como tal, pero sigue usándolo como aporte primario a su interpretación.

Las dudas sobre la plebe como fenóme­no mayoritario vienen de tres considera­ciones. Primero, carecemos aquí de eviden­cias desde el punto de vista de las clases populares; es decir, que ellas mismas hagan igual distinción. ¿Cuáles eran sus concep­ciones propias del honor, por ejemplo, o de su lugar social? Flores Galindo cita varios casos de pensamiento popular que reflejan valores "aristocráticos" como cua­lidades positivas, aunque en formas inverti­das como en los mitos sobre bandidos. ¿No implica eso una serie de rasgos culturales compartidos con la clase que manda? ¿No puede esto sugerir la posibilidad de un pro­ceso de "hegemonía" cultural de la élite sobre las masas (en el sentido gramsciano), las cuales habrían podido aceptar muchos de los valores aristocráticos y aun su "de­recho" a dirigir? Esta puede constituir una hipótesis alternativa (o una tensión comple­mentaria) a la noción de Flores Galindo de la distancia social entre la plebe y la "gente decente" como una causa de la tranquili­dad social de la ciudad. Segundo, sí existe evidencia de un proceso de asimilación de valores en desarrollo. Algunas de las quejas comunes de la aristocracia limeña durante esta época eran precisamente que las clases populares no "sabían su lugar". Por ejem­plo, es bien sabido el escándalo provocado por los esfuerzos de las mujeres pobres

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(especialmente las mulatas) por vestir en un estilo lujoso, imitando a las damas, y también eran famosos los gastos suntuarios de las cofradías populares. En tercer lugar, creo que Flores Galindo no enfatiza bas­tante el papel desempeñado en Lima por los grupos sociales que no eran de la aristo­cracia ni del "populacho": los artesanos, tenderos, medianos propietarios y chacare­ros. Estos sí eran grupos relativamente es­trechos en comparación con la plebe (como lo nota), pero no debe descartarse que su influencia quizá era mayor. Eran ''interme­diarios" entre la aristocracia y la plebe (y hay evidencias de que ellos se identificaban con la élite de la que dependían) y proba­blemente eran también el modelo para los sin oficio fijo. ¿Dónde influyó, por ejem­plo, la ideología común en Lima del "arte­sano honrado"? La evidencia presentada aquí sugiere que algunos individuos de la plebe, por lo menos, tenían estas ambicio­nes. Esto se ve, por ejemplo, en los esfuer­zos de los mercachifles para lograr un co­mercio pequeño estable o en las luchas de las castas para establecerse dentro de los gremios. Mi propia investigación sobre Lima en la época republicana temprana muestra una influencia desmedida de los sectores "medios" y su papel para contro­lar a la plebe. Creo que Lima era una ciu­dad bastante heterogénea y móvil como para hablar únicamente de dos tendencias sociales, y hay que tener en cuenta la posi­bilidad de influencia "desde arriba" (aun cuando uno quiere escribir la historia "desde abajo") dentro de este complejo social.

El análisis del clima de violencia vigente en Lima constituye uno de los logros más informativos del ensayo. Flores Galindo tiene razón al enfatizar la violencia popular como un factor decisivo y como ''válvula de escape" que raramente amenazaba a la aristocracia, y además la tolerancia para el castigo privado respaldado por las manifes­taciones de violencia oficial. Estas son es­trategias netamente coloniales. Sería mejor si el autor demostrara la incidencia de estas formas de violencia y los castigos respecti­vos. Por ejemplo, ¿cuál era la pena para un plebeyo que mataba a un aristócrata y viceversa? También hubiera sido interesan­te mostrar si la sanción de la violencia tenía

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efecto: ¿había un descenso en algunos crí­menes después de una muerte en la horca? ¿Cuál era la percepción de las clases popu­lares: la sanción era realmente considerada como amenaza personal o como otra for­ma de diversión? Y aparte de la violencia o coerción directa, ¿cuáles fueron las medi­das tomadas para "disciplinar" a las capas populares? ¿No habían casas de pobres o "fábricas" para emplearlas ''útilmente"? (Sí, habían).

La relación entre violencia "privada" y "pública" en cuanto a la esclavitud merece algunos comentarios. Como justamente señala Flores Galindo, la existencia de rela­ciones serviles forma el escenario de fondo de la violencia . Pero a partir de su énfasis, Flores Galindo está sugiriendo que la coer­ción era la medida primordial para el man­tenimiento de la esclavitud urbana, y sin la evidencia apropiada. Falta en el ensayo una discusión de las sanciones impuestas contra amos que mataban o dañaban a sus escla­vos. Si la autoridad apoyaba completamen­te el' castigo privado, estas sanciones no existirían o serían ignoradas en la práctica. En el mundo moderno, cada sociedad con esclavitud ha vivido dentro de una inter­acción compleja que regulaba la relación amo-esclavo . Hay prerrogativas "feudales" o derechos tradicionales sobre el excedente y fa vida del esclavo. Se encuentran, ade­más, prerrogativas "burguesas", en formas realmente confusas. El esclavo es una pieza de propiedad móvil, y el propietario disfru­ta de la libertad natural de uso o de desha­cerse del esclavo. Estos dos rasgos contri­buyen a la tendencia del control particular. Pero, por otro lado, el esclavo forma parte de la reserva del capital social en el ambien­te capitalista, y ningún Estado puede ver con indiferencia su desgaste irresponsable por particulares. El Estado tiene más inte­rés que el empresario individual en proteger el capital y la existencia misma de la clase que manda, evitando condiciones que pro­voquen la rebelión; ambos intereses a veces contradicen los "derechos" del amo. Tam­bién (regresando a las prerrogativas de ma­tices precapitalistas), una de las formas re­conocidas para controlar a los esclavos es el "paternalismo"; el amo o el Estado asu­men el papel de "protectores" o "padres" del esclavo. El historiador Eugene Geno-

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vese enfatiza este aspecto de la vinculación en su formidable interpretación de la esta­bilidad interna de la esclavitud norteame­ricana, relacionándolo con la idea de hege­monía cultural. Para operar de esta manera la violencia no puede ser manifiesta: tiene que convencer al esclavo de que su condi­ción no libre es esencialmente benéfica. La esclavitud urbana peruana tradicionalmente es interpretada como una forma "ligera" en términos de tratamiento; y no hay 11_ue olvidar que con sus peculiaridades (de jor­nalero-esclavo) el esclavo posiblemente pensaba que su suerte era superior a la de la plebe, con su vida sumamente inestable. Probablemente todas estas fuerzas estaban en juego en el ambiente esclavista limeño, cada factor contradictorio llevando un peso distinto. ¿Cómo podemos sostener, enton­ces, que la violencia real y privada era el factor resaltante dentro de este complejo?

En suma, el ensayo de Flores Galindo es un ejemplo destacado y provocativo de la historia social actual y merece gran aten­ción de parte de cualquier persona interesa­da en la historia.

Julio Cotler Instituto de Estudios Peruanos

Horocio Urteaga 694 Lima 11 - Perú

Se ha dicho muchas veces, tantas como para convertir estas afirmaciones en un lu­gar común, que la historia es ( o debe ser) la disciplina que estudia las estructuras, com­portamientos y valores sociales, pero que, a diferencia de la sociología, la historia foca­liza su atención en un momento del "pasa­do" -que muchas veces no es tal, puesto que puede prolongarse en el "presente"­condicionando el tipo de fuentes y técnicas a las que recurre. Y, sin embargo, pareciera necesario recordar constantemente que es­tas diferencias no son suficientes para que no compartan problemas metodológicos y teóricos respecto al estudio de las condicio­nes del orden y del cambio, de la continui­dad y las rupturas sociales. (Ver, por ejem­plo, de Theda Skocpol y Margaret Somers, ''The Uses of Comparative History in Ma­cro-50cial lnquiry"; asimismo, de Victoria

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E. Bonnell, ''The Uses ofTheory, Concepts· and Comparison in Historical Sociology", artículos en Comparative Studies in Socio­logy and History, vol. 22, No. 2, abril, 1980). En este sentido, el trabajo de Flores Galindo es un excelente motivo para hacer una lectura "sociológica", en tanto que en sus distintos escritos, y el que comentamos es una muestra más, procura un diálogo entre ambas disciplinas.

¿Cuáles son los factores de la estabilidad colonial en Lima? Para responder a este interrogante, el autor hace un rodeo y, lle­vando de la mano al lector, le hace ver las fuentes de intranquilidad existentes en esa sociedad para descubrirnos, indirectamen­te las pautas del orden. Flores Galindo nos p~senta a un sector social, las castas, como el agente y la expresión misma de la inesta­bilidad social. Las castas, nos dice, eran esos sectores populares "que no pertenecen a ninguno de los grupos definidos• (blan­cos negros e indios) ... Estos hombres ex­cluidos y menospreciados, edificaron sus vidas en contestación cotidiana a la legali­dad y religiosidad- vigentes". Pero e~te sec­tor "marginal" a la norma estableada (los grupos establecidos) proyectó su frustra­ción hacia otros sectores populares, los indios y no hacia los responsables de su situación de "exclusión". De ahí que el desahogo de las castas fuese funcional al sistema de dominación. Así el autor nos pone en la pista para la solución del pro­blema, concluyendo que "la violencia con­tamina al conjunto de la sociedad, se intro­duce y propala en la vida cotidiana y agudi­za las tensiones entre los grupos o sectores populares: escinde y fragmenta. Aquí radi­ca precisamente su efectividad". Pero esta conclusión puede ser equívoca: ¿la violen­cia es responsable de la escisión y fragmen­tación, o al revés? Además, ¿cuál es la rela­ción entre una y otra, cuáles son las media­ciones entre ellas? Estas relaciones tampo­co se aclaran cuando el autor afirrna que "esta permanente tensión étnica que reco­rre y atraviesa a toda la sociedad colorual acentúa• la fragmentación de intereses". En efecto, una cosa es que haya divisiones

(*) Subrayado nuestro, J.C.

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étnicas y otra cosa es que ellas fragmenten los intereses populares; para llegar a esta conclusión debe explicarse cómo se produ­ce esta derivación.

Así llegamos a comprender algunas pro­posiciones del autor para explicar la esta­bilidad del orden colonial. Nos encontra­mos ante una sociedad jerarquizada étnica­mente, definida por una instancia "exter­na", donde los sectores populares se en­cuentran segmentados étnicamente, sus intereses fragmentados y en pugna. Pero Flores Galindo deja sin responder pregun­tas claves: ¿quién y cómo se definen los grupos, se segmentan los sectores popula­res, se fragmentan sus intereses y resultan en conflicto? Por último, ¿cómo se articu­lan jerárquicamente estos grupos?

Cuando escribimos "La Mecánica de la Dominación Interna", procuramos respon­der a una pregunta similar a la de Flores Galindo y explicar la dinámica de una so­ciedad colonizada, la sierra sur. Para ello propusimos un modelo explicativo que se conoció como el ''triángulo sin base", en el que' los segmentos étnicos se encontraban fragmentados (y opuestos) a nivel horizon­tal y vertical, articulándose clientelistica­mente con un patrón. Luego, en "Clases,

RESPUESTA Alberto Flores Galindo

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Lima - Perú

Todos los comentarios me han pareci­do pertinentes. Podría proceder a dis­cutir, uno a uno, los argumentos verti­dos por sus autores, pero este procedimien­to, a más de largo, me parece que sería poco leal con mi propio texto : se defiende solo o no se defiende. De manera tal que opto por referirme al cuadro general de preocupaciones en las que se inscribe el articulo "Los rostros .de la plebe" y única­mente en ciertos casos me referiré de mane­ra directa a las criticas que he recibido.

Mi preocupación original es el problema del cambio y la permanencia en la sociedad

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Estado y Nación en el Perú", al tratar de comprender la persistencia de la sociedad colonial, nos referimos a sus orígenes patri­moniales, de acuerdo a las proposiciones teóricas de Max Weber. En este sentido, propusimos que la sociedad colonial estaba definida burocráticamente por un señor pa­trimonial (el Rey), quien organizaba la explotación colonial en estamentos (seg­mentación étnica) y corporaciones (frag­mentación de intereses), articulados clien­telísticamente con el Estado metropolita­no. De ahí que la característica típica de esta situación derivara en los conflictos entre las distintas instancias estamentales y corporativas, en tanto que cada una per­seguía lograr el favor del patronazgo esta­tal. Por lo demás, pareciera que los distin­tos modelos coloniales siguieron pautas semejantes.

La comprensión del fenómeno de la "desagregación" social característico de la dominación colonial no sólo es un proble­ma que interesa a los historiadores en tanto constituye un problema contemporáneo, a pesar de los indudables avances en la inte­gración social y política de los sectores po­pulares.

colonial peruana. Aquí la independencia no fue producto de una revolución social y endógena, sino más bien se trató de un pro­ceso importado y casi confinado a las trans­formaciones políticas. Una explicación verosímil es que en el Perú de 1820 no existía una voluntad (nacional o de clase) interesada en emanciparse de España. Pero si uno recorre la experiencia del país desde 1760 hasta la proclamación de su indepen­dencia, puede constatar que existieron di­versos intentos en favor de una ruptura con la metrópoli, intentos que sin embargo aca­baron en sucesivas frustraciones. La mayo­ría de ellos tuvieron como escenario el sur andino. En las antípodas -geográfica y socialmente hablando-, se encuentra el caso de Lima y los valles de la costa cen­tral. En este escenario, aparentemente, no hubo ningún movimiento a favor de la

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independencia. Decidí empezar mi indaga­ción por estos territorios. Desde el inicio esbocé la posibilidad de encontrar una respuesta descomponiendo la estructura social de la capital virreinal.

Mi ensayo sobre la plebe forma parte de un trabajo mayor destinado a dibujar los diversos "grupos" o "clases" que com­ponían la sociedad limeña de la época. Esta tarea fue guiada por el interés de compren­der tanto los mecanismos de dominación y estabilidad de ese orden como aquellos que podían ponerlo en crisis cuando no cam­biarlo y transformarlo. Estos mecanismos deberían manifestarse en la vida de todos los días, en la práctica entendida no sólo como los momentos excepcionales en · que emergen motines y rebeliones. Los tres primeros capítulos, de un texto que ahora se ha convertido en libro y que próxima­mente publicará la editorial Mosca Azul, se refieren a la clase alta. Sigue una segunda : parte, donde los capítulos se dedican res­pectivamente a los esclavos, la plebe (parte del texto publicado en Revista Andina) y la población indígena. Los personajes de estas dos partes se encuentran en la tercera, dedicada a revisar sus respuestas ante la crisis de la independencia. En este desarro­llo, el capítulo sobre la plebe ocupa un lu­gar central no sólo en la economía del tex­to, sino además en su razonamiento.

En efecto. Quienes se habían ocup.ado.. de Lima a fines del siglo XVIII , casi siem­pre confundian a las " clases populares" (en el texto completo discuto la pertinencia de estos conceptos) exclusivamente con los es­clavos. Trato de dar un giro sustancial a esta perspectiva llamando la atención sobre unos personajes que componían la mayoría de la población urbana y cuyas pautas y normas de comportamiento contagiaron a otros sectores sociales : ese conjunto de indivi­duos y familias semiempleadas que confor­maban la plebe de la ciudad. La inestabili­dad ocupacional y la fragmentación de la plebe imposibilitaban organizar con efica­cia y de manera constante las relaciones paternalistas que regían la vida, por ejem­plo en las haciendas. No creo que en este casb estemos ante el modelo del triángulo sin base. Precisamente la imposibilidad de ejercerlo, junto con la rebeldía de los de abajo, condujo a una sociedad en la que el

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elemento predominante en las relaciones sociales fue la violencia. No se trata de cual­quier violencia. Aunque hago breves com­paraciones con otras realidades, me interesa siempre subrayar la particularidad del caso que estudio. La violencia de Lima es una violencia que corresponde a su estructura­ción social : es privada, particular y cotidia­na. Logra alcanzar un relativo éxito para los dominadores porque no sólo se ejerce de arriba hacia abajo, sino también en di­rección horizontal. Los enfrentamientos étnicos son un camino en esta especie de lucha de "todos contra todos", pero ponen también su cuota las disputas por el merca­do de trabajo, por ejemplo. Todo esto trae a la memoria términos como "anomia" o '°disgre¡;ación".

Admito, siguiendo a Stern, que haría falta trabajar bastante más la organización (si la había) de la plebe y su universo cultu­ral, pero lo que me parece cierto es que, a pesar de ser diversas, sus manifestaciones de malestar social (una de las cuales fue el bandolerismo) no derivaron en un movi­miento social, no alcanzaron ese aliento necesario (mezcla· de continuidad y tradi­ción) que reclama una noción como lucha de clases. Se ha podido hablar de un "mo­vimiento de liberación indígena" ; alguien, incluso, se ha referido a un paralelo " movi­miento de liberación negro". no se podría decir lo mismo para la plebe; pero no por­que sus miembros compartieran la acepta­ción del orden colonial, sino porque esa violencia cotidiana terminaba abortando cualquier proyecto colectivo.

No quiero decir que esta sociedad se explicase sólo a partir de la violencia priva­da. Resumir de esa manera mi artículo sería el resultado de una lectura demasiado apre­surada. He considerado en el artículo, ade­más, a . la violencia organizada desde el Estado cólonial, a la acción de la iglesia y el cristianismo como mecanismo de con­senso y ciertos espacios urbanos de encuen­tro entre grupos contrapuestos (ver páginas 326, 337 y 343). En otro lugar me he ocu­pado de las posibilidades que el sistema colonial podía ofrecer a los esclavos. Res­pondo así a Ch. Hunefeld. No · quisiera extenderme en los comentarios sobre vio­lencia y familia. Este tema me parece cen­tral para aproximarse a la reproducción co-

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tidiana de una sociedad, pero en este mis­mo número de Revista Andina, en un ar­tículo escrito en colaboración con Magda­lena Chocano, me ocupo de los conflictos familiares de esa época. En este nuevo articulo se reitera la imagen de una socie­dad enclaustrada y frustrante.

En función de esta última afirmación, sigo meditando en la objeción de Luis Pá­sara sobre mi supuesto "funcionalismo de izquierda". En la perspectiva del eventual cambio de esa sociedad . ni el bandolerismo ni la criminalidad urbana representaban alguna alternativa probable. Para expresar esto he calificado al bandolerismo de "re­formista". pero, al igual que ahora, ponien­do la palabra entre comillas y conciente de su carga anacrónica. El análisis histórico o el sociológico, a mi entender, deben com­binar tanto el enfoque macro social (ten­dencias que podemos percibir desde afuera o a partir de los resultados) con el acerca­miento más directo a los propios actores sociales y a sus objetivos. Esto último a veces se ve dificultado por la escasez de fuentes. Para la plebe, si bien abundan las menciones en los documentos (y no me explico cómo otros historiadores que han tratado de Lima colonial no advirtieron el tema•), no existe un fondo documental específico o una información continua. Quizá reflejando su condición a través de los años, las fuentes son tan dispersas, frag­mentadas y heterogéneas, como lo era la propia plebe en la colonia. De manera que he debido reunir la información contenida en distintos archivos y en legajos que en apariencia sólo eran pertinentes para otros temas. Por eso, no todas las preguntas han encontradQ respuesta.

Quisiera insistir en que plebe no es sólo sinónimo de pobre; marginado tampoco lo es. Este último término, demasiado difun­dido en la sociología latinoamericana de hace algunos años, se inscribía en un razo­namiento dualista de la sociedad y preten­día definir a un sector popular excluido del sistema en su conjunto. Estoy seguro que

• Entre las excepciones debemos mencio­nar a Mendiburu, Vargas Ugarte y Ma­cera.

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no podría entenderse así a esas "clases po­pulares" de Lima, aunque concuerdo en que haría falta buscar nuevas fuentes y repensar el tema. para precisar, ampliar o modificar la definición sobre la plebe , si­guiendo en esto los atinados comentarios de Stern y Gootenberg. Me parece, además, que resta por trabajar todo lo referente al mercado de trabajo, los precios y los sala­rios en Lima. En otras palabras: al sustento material de la ple be.

Cotejando el artículo con sus comenta­rios, vamos percibiendo algunos derroteros posibles para nuevas investigaciones. Qui­siera llamar la atención sobre otro tema : la historia del castigo y las prisiones. A pesar de la presencia casi obsesiva de este tema en la imaginación peruana (se habla hasta de un subgénero: "la literatura carcelaria"), es hasta ahora una página olvidada tanto por historiadores como por sociólogos. Quizá la brutalidad de algunos aconteci­mientos recientes (fugas de inculpados en Lurigancho y El Sexto, dos prisiones lime­ñas) ayude a reparar en la necesidad de entender esos espacios, donde se desnudan los mecanismos de dominación. Entendido así, el tema de las cárceles y las prisiones no aparece como una cuestión excepcional. En esa Lima del siglo XVIII, donde la cár­cel casi se confundía con la misma ciudad, es una vía de aproximación a lo cotidiano.

La plebe no es un sujeto social fácilmen­te delimitable. A Jo dicho sobre las fuentes, quisiera añadir otras dos explicaciones : su heterogeneidad ocupacional y las fronteras poco precisas con otros sectores sociales. Para referirme a este último aspecto : pien­so por ejemplo, hacia abajo, en el mundo lumpen de la ciudad y hacia arri.ba de la pirámide social, en los artesanos e incluso los pequeños comerciantes (tenderos, due­ños de chinganas, etc.). Es igualmente di­fícil distinguir con claridad entre un escla­vo y un plebeyo cualquiera. La esclavitud tenía en Lima un fuerte componente urba­no. En el interior de las murallas, los escla­vos vivían dispersos, trabajando para amos (la mayoría de los cuales no parecían ser muy ricos) que les exigían salir a las calles para "buscar jornal", y al terminar el día sólo una parte de lo que ganaban quedaba para ellos y un porcentaje para sus amos. En las calles y plazas, estos esclavos termi-

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naban disputando con la plebe el acceso al mercado de trabajo.

Plebeyo y limeño se convirtieron en s>­nónimos por esos motivos, pero además porque entre 1760 y 1820, mi~ntras la plebe se incrementa, el número de esclavos, en términos relativos, no sigue ese mismo curso. Mientras la esclavitud estaba en un evidente proceso de disgregación, ese mun­do de la plebe se cohesiona compartiendo

_(:oncepciones y comportamientos similares. a los que podríamos denominar como "cul~.

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tura urbana colonial". Este proceso culmi-1 na, en cierta manera, con la independencia. ;En 1821 , el ingreso de las tropas pa.triotas precipita el derrumbe de la aristocracia co­lonial. La clase dominante casi desaparece del escenario urbano. De otro lado, muchos esclavos huyen o consiguen su manumisión, pero esto no significa variar su condición económica y terminan claramente incorpo­rados a la plebe. Los plebeyos que hemos visto en las calles limeñas del siglo XVIII, persistirán en la ciudad republicana.

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