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EL DESAFÍO DEL SALTIMBANQUI
Un día estaba Don Bosco en Chieri, yendo hacia misa, cuando se encontró con que muchas de las personas
que solían ir estaban viendo a un saltimbanqui. Don Bosco quería que siguieran yendo, entonces le
propuso:
-¿Podrías cambiar la hora de tu espectáculo para que la gente vaya a misa en vez de quedarse aquí?
-No, lo siento, este es mi espectáculo y yo decido la hora.
-Bueno, ya que dices que eres tan bueno, te desafío a una carrera por la ciudad.
El saltimbanqui le propuso una apuesta de 20 liras. Aceptado esto, eligieron a un juez. Justo cuando iban a
empezar, Don Bosco hizo la señal de la cruz y empezó a correr. Al principio, el acróbata iba en cabeza, pero
poco después, Juan le sacó demasiada ventaja y el saltimbanqui abandonó la carrera.
-¡Cómo se nota que estás acostumbrado a correr detrás de las vacas de tu pueblo! – dijo el saltimbanqui.
-Pero delante de un burro es su primera vez… - dijo alguien del público.
Fastidiado por las burlas de los espectadores, el saltimbanqui retó a Don Bosco a saltar el canal de agua, en
cuya orilla había un pequeño muro doblando la apuesta.
Primero saltó el acróbata, cayendo al otro lado con los pies pegados al muro, pero Juan, habiendo invocado
la salvación de la Virgen, realizó un salto elegante apoyando los pies en el pequeño muro, dando un salto
mortal y cayendo de pie al otro lado.
El saltimbanqui, humillado de nuevo, no se rindió y decidió proponerle un último reto: llegar a lo más alto
de un árbol. En este caso, la apuesta se elevó a 100 liras.
-¡Ahora será mi turno! A fin de cuentas, en este desafío soy invencible- dijo el acróbata.
Con impulso, se subió al árbol y consiguió llegar hasta lo más arriba. Por lo tanto, el público daba a Juan
derrotado, pero éste no se rindió. Hizo la señal de la cruz, se subió al árbol, y una vez alcanzada la misma
altura que la del saltimbanqui, decidió ponerse cabeza abajo y levantar las piernas. A pesar de que era
difícil, sostenerse en ese árbol tan endeble y a 20 metros de altura, Don Bosco había ganado.
Los gritos, aplausos y la emoción estallaron al instante, al igual que la tristeza del saltimbanqui.
De todas formas, Juan Bosco declaró que le devolvería el dinero que había ganado justamente con la
condición de que pagara un almuerzo para él y sus amigos de la Sociedad de la Alegría, 23 personas en
total.
El acróbata aceptó aliviado la generosa oferta, todos almorzaron contentos y… nunca más fue visto en
Chieri.
Don Bosco, satisfecho, diría muchos años después: -¡Ese fue un día de alegría! Me cubrí de gloria por haber
vencido en habilidades a un saltimbanqui profesional.
Aunque, en realidad, su mayor alegría estaba en haber eliminado todo tipo de distracciones al lado de la
Iglesia.
Candela Alba P.Daniel P.Hadriana P. 3º B