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¿ E X I S T E ? ¿ P O D E M O S P R O B A R L O ?
SERIE: GRANDES DEBATES CATÓLICOS
TOMO I: DEMOSTRACIONES DE LA EXISTENCIA DE DIOS
DIOS ¿EXISTE? ¿PODEMOS PROBARLO?
Resistencia Católica
Centro Cultural Boanerges para la defensa
y difusión de la doctrina católica
Copyright © 2014 por Boanerges, Resistencia Católica Boanerges, Centro Cultural, 2014 “Dios. ¿Existe? ¿Podemos probarlo?”, Serie Grandes Debates Católicos, Tomo I / Boanerges Incluye fuentes y bibliografía. Iª Edición, Octubre de 2014 Publicado por Centro Cultural Boanerges para la defensa y difusión de la fe católica Se autoriza su republicación y difusión, por cualquier medio, parcial o totalmente, manteniendo su sentido e intención, comunicando a los autores la referencia de la cita. Impreso en los Talleres Gráficos de Centro Cultural Boanerges para la defensa y difusión de la fe católica. Para mayor información, escriba a [email protected]
~ M M X I V ~
"Porque he visto que Dios lo hace todo, sin importar lo pequeño que sea, y que nada es producto de la casualidad, sino todo de Su
sabiduría omnisciente. Si algo parece casualidad a la vista del hombre, nuestra ceguera y falta de conocimiento es la razón".
Santa Juliana de Norwich (Revelaciones del amor divino, cap. 11)
PRESENTACIÓN
La existencia de Dios preocupa al hombre desde el alba de la humanidad. Hasta hoy grandes batallas se han desplegado, no tanto en torno al problema filosófico, sino sobre todo a sus consecuencias. La violencia de los sistemas ateos y materialistas contra los creyentes y hoy la barbarie mahometana elevan este punto a una relevancia máxima. La misma crisis en la Santa Iglesia dota al problema de una urgencia absoluta: en tanto Dios existe todo nuestro sistema de vida, con sus valores, prioridades, formas y usos sociales, culturales, legales y morales, dependen de esto.
A lo largo del siglo XIX tuvo lugar el centro de los combates que venían inflamando las sociedades civilizadas desde el golpe de la llamada “ilustración”. De un lado y del otro lo mejor de los espíritus y todo el ardor de las sangres se enfrentaron en la prensa, en las cátedras y en la calle misma debatiendo sobre la existencia de Dios. Y unos le proclamaban y otros le negaban. Aquí quienes con erudición apabullante lo demostraban y allí otros que con audacia infinita le declaraban muerto o, incluso, que nunca existió.
Con el triunfo de las ideologías derivadas de la masonería y sus secuaces la prensa, el arte y los movimientos ideológicos se congregaron en torno al ateísmo teórico o práctico. Otros optaron por evadir el problema acomodándose en el indiferentismo, sugiriendo que da lo mismo si existe o no y que, por consecuencia, no podemos juzgar a otro.
Derrotados en el terreno de la lógica y las ideas, unos y otros quisieron dar la sensación de que el problema estaba resuelto. No pudiendo negarlo, comenzaron a actuar y a hablar “como si” no existiese. Surgieron teorías que se impusieron como verdades y desde estos supuestos a veces científicos y otras veces no, se insufló a la sociedad, progresivamente más inculta y barbárica, la noción de que lo serio lo científico y racional, era negarlo. O ser indiferentes. Así llegamos a una ciencia sin Dios, a una economía, a unas leyes, a modas, cultura y hasta religiones sin Dios en lo práctico.
Desde Boanerges nos levantamos y proclamamos la existencia de Dios. Abrazamos los estandartes de una fe ardiente, segura y caritativa. Una fe que no es sólo emoción sino que tiene la seguridad de la razón, de los hechos y que se basa, por añadidura, en lo Revelado y afirmado por la Tradición bimilenaria de la Santa Iglesia.
Comenzamos estos debates con el primer fundamento de la fe. Con el paso del tiempo y de los acontecimientos iremos proclamando y debatiendo sin
temor sobre los asuntos más cruciales de este anochecer de los Tiempos.
A los pies de María Santísima - a quien Dios nada niega y quien nada niega a Sus devotos - depositamos estos esfuerzos y encomendamos nuestra esperanza de obtener triunfos sobre las almas para gloria de Dios. Quiera Ella acompañar nuestros esfuerzos apostólicos y hacer de éstos Su triunfo sobre la Tierra para el bien de las almas y gloria de la Santa Iglesia.
En Roma, a 11 días del mes de octubre de 2014, fiesta de la Maternidad Divina de María nuestra Señora.
BOANERGES Resistencia Católica
¿DIOS EXISTE?
Nadie ha hecho hasta hoy un mejor trabajo para
demostrar distintas vías para descubrir la existencia de
Dios mediante la luz de la razón natural que el de
Santo Tomás de Aquino. Aunque numerosos
detractores han creado debates al respecto, ningún
escéptico ha podido hasta ahora dar una respuesta
acabada y sólida que derribe la lógica detrás de estos
argumentos.
Si Dios no existe, entonces cualquier creencia al
respecto, la vida después de la muerte, los códigos de
conducta, las virtudes desprendidas y el
perfeccionamiento, entre otros, son sólo
pensamientos ociosos, suposiciones, o meras
manipulaciones, como tantas veces se ha dicho. Sin
embargo, si existe, todo aquello adquiere relevancia y
nos obliga a prestarle atención, a comprender más y a
actuar en consecuencia. Si Dios existe no podemos,
como Sus criaturas, serle indiferentes o contradecirle,
porque si en verdad existe nosotros tenemos una razón
de ser que va más allá de una reunión casual de
moléculas que luego se disolverán en la nada de un
universo sin sentido.
Pero no es ahora la ocasión de pensar en qué
haremos cuando creamos en Su existencia, porque de
momento nos enfrentamos a lo más básico, con o sin lo
cual todo es diferente. Con la raíz, el árbol puede existir
y tener mil ramas, a las que podemos acceder, observar,
explicar y actuar en concordancia. Sin la raíz, el árbol
(si aún así existe) está muerto, y sólo nos queda hacerlo
leña para calentarnos en el frío de nuestra inutilidad.
Se quisiera tratar temas más desarrollados después
de los sólidos razonamientos ya recibidos antaño en
este aspecto, pero se hace necesario ajustar a la
mentalidad de estos tiempos esa y otras explicaciones,
para ayudar al hombre moderno a comprender algo que
hace siglos que se sabe con seguridad, pero que por
falta de comprensión hoy se niega sin pudor alguno.
Vamos entonces a dedicarnos a sopesar algunas de
las formas en que se puede llegar a la conclusión de que
Dios sí existe, sosteniendo y nutriendo a un árbol que
está vivo. Algunas de estas reflexiones ya han sido
muchas veces expuestas desde que sus primeros autores
las pensaron y explicaron, otras en cambio son algo
más novedosas. Pero lo que buscaremos aquí no es la
novedad, sino razones contundentes y claras para creer
o para dejar de hacerlo. Pasemos entonces a los
distintos razonamientos. Todos tienen un método
seguro que nos pueden ayudar en nuestra reflexión,
pero posiblemente algunos tocarán más que otros al
proceso de entendimiento de cada quien. Veámoslos
simplificados para comprensión general, sin términos
filosóficos que puedan confundir a los pocos habituados
a su lenguaje:
¿QUIÉN CREÓ Y MUEVE AL MÓVIL?
Comenzaremos con un ejemplo sencillo: La vida es
animada, es decir, tiene movimiento. Para que usted
pueda tener vida debió recibirla de otro ser con vida,
porque no puede nacer vida de lo inerte (inanimado).
Ese ser recibió vida a su vez de otra anterior, y ésta de
otra, y así sucesivamente hasta alcanzar un origen.
Desde nosotros podemos retroceder hasta un primer
hombre (ahora hay siete mil millones de seres
humanos, antes hubieron dos mil millones, antes
cincuenta millones, antes cien mil, antes quinientos,
antes diez, antes dos, antes uno), pero, ¿y antes? ¿cómo
llegó él aquí?
Nada surge espontáneamente. No vamos caminando
por las calles y aparece vida de la nada - como
generación espontánea - ante nosotros. El que ha dado
cuerpo y vida (movimiento y causa) a los seres y
sistemas en un principio es lo que ahora llamaremos
Dios: Quien no tuvo que ser creado por nada más.
Sin embargo no faltarán quienes digan que esto es
perfectamente explicable a través de la gran explosión
original y posterior evolución de la vida. Ya
hablaremos más adelante de este punto
específicamente, pero de momento podemos asegurar
que ni siquiera la evolución contradice el hecho de que
la conjunción animada de elementos que forman a un
ser vivo es el primer Creador, aunque se tratara de la
reunión perfecta de elementos que produjeron algo
coherente y vivo en lugar de un nuevo caos. Pero no
nos adelantemos: explicaremos después por qué es
imposible, sin una inteligencia ordenadora en juego,
que esto sucediera.
Por ahora afirmaremos que dicho originador no
podría depender de nada más para tener vida. Y a ese
causante de la existencia de todo lo demás es a lo que
llamaremos Dios.
Por otra parte, si rastreamos cualquier tipo de
movimiento que observemos en el Universo (el
crecimiento de un vegetal, la trayectoria de los astros,
un pensamiento, una canica girando en el suelo, etc.)
llegaremos nuevamente a un origen que debe bastarse a
sí mismo, es decir, que no requiera de nada previo que
lo mueva.
El universo es la suma total de todo lo que se mueve,
no importa cuántas cosas sean. Todo el universo está
en proceso de cambio. Pero el cambio requiere una
fuerza externa que lo mueva, porque si no,
simplemente no se movería. Imagine partículas de
polvo: necesitan del viento para moverse, o de alguien
que las agite, o de cualquier otra causa externa a sí
mismas. Si no existe esa causa, se quedarán detenidas
en su lugar. Ahora piense en el mecanismo de un reloj,
etc. Una pieza mueve a otras, que a su vez actúan en
las siguientes. Nada de lo que existe en el universo
puede moverse sólo, por sí mismo. Aún nuestros
movimientos requieren de voluntad y energía, sin los
cuales no sucederían. De esto deducimos que tiene que
haber una fuerza externa al universo, algo que le
trascienda y le haga moverse. Esto es lo que llamamos
Dios.
Si no hubiera nada externo al universo material,
entonces no habría causas en el universo para el
cambio. Pero cambia. Y eso demuestra que tiene que
existir ese causante externo. El universo es la suma
total de toda materia, espacio y tiempo. Estas tres cosas
dependen unas de otras. Entonces, ese ser externo al
universo está fuera de la materia, el espacio y el tiempo.
Es la fuente inmutable del cambio. Sin ella, no ocurriría
nada. No tiene por qué ocurrir.
La causa original puede verse en cualquier hecho de
la vida, que nos llevará inevitablemente a retroceder
hasta Dios. Por ejemplo: yo ahora pienso en este
argumento. Lo hago porque deseo que usted lo
comprenda, y para ello he estudiado al respecto,
investigado y reflexionado. Eso ha ocurrido porque he
sentido curiosidad. La curiosidad ha sido educada por
personas que sabían de sus materias. Puedo seguir
retrocediendo a través de esas personas y la forma en
que adquirieron sus conocimientos, o también a través
del motivo por el que pude estudiar. Tomemos ése: he
podido estudiar porque mis padres costearon mis
estudios. Ellos lo hicieron con la ganancia de su
trabajo. Ese trabajo lo consiguieron después de
aprender su profesión, que a su vez fue posible gracias
al trabajo de sus propios padres. Así puedo seguir
retrocediendo a mis abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, y
la cadena continuará hasta el primero que ha existido
sobre la tierra y la forma en que sostuvo su vida, en un
orden lógico. Todo lo que sucede, aún sorpresivo como
un accidente, puede rastrearse en una cadena de hechos
y situaciones previas.
Luego seguimos: para que un animal encontrara
cómo alimentarse tiene que antes haber sentido
hambre. El hambre se debe a que es un ser vivo que
necesita una fuente de energía para moverse, algo
externo a sí mismo. Ese alimento a su vez se alimenta
de algo más, y podemos seguir retrocediendo. Todo
movimiento o acto requiere de uno anterior que lo haya
provocado, hasta que alcanzamos a aquel que sólo es
generador y no requiere de nada previo. El ciclo no
puede ser infinito: todo tiene un inicio, como
probaremos a continuación.
Pero antes resumamos con Aristóteles, príncipe de
los filósofos, quien ciñéndose a este razonamiento, dijo:
"no podría explicarse la coordinación y armonía de los
movimientos sin aceptar la existencia de Dios".
LA NADA… NADA ES
Podemos notar que las cosas existen y dejan de
existir. Un árbol, como en el ejemplo antes
mencionado, crece de una pequeña semilla, florece,
languidece, muere y finalmente desaparece. Cualquier
cosa que llegue a existir y luego deje de hacerlo podría
nunca haber existido: nosotros, una casa, el perro, etc.
Si el universo comenzó a existir, quiere decir que
podemos retroceder hasta su origen, como al de
cualquier cosa que haya comenzado a existir dentro de
él. La cadena hacia atrás no puede ser infinita dentro
del tiempo, porque si lo pensamos, si así fuera nunca
llegaríamos al eslabón actual, a este momento, porque
el pasado temporal sería infinito, interminable.
Siempre, eternamente, estaríamos atrapados en esa
cadena sin alcanzar el presente. El tiempo, por lo tanto,
no puede ser infinito al menos hacia atrás.
Esto quiere decir que hubo un momento en que el
universo con sus leyes no existía. Pero de la nada, nada
sale. Entonces, el universo no podría haber comenzado
a existir, para luego generar la famosa explosión. Para
que lo hiciera es necesario un ser o causante que no
tuviese que existir por nada previo, es decir, increado.
Que no tenga un tiempo en que no existía, o sea, que
esté fuera del tiempo, lo que dentro de nuestros medios
humanos se tendría que resumir incorrectamente como
que “ha existido siempre”.
Entonces, si retrocedemos hasta el origen finito del
universo, al inicio de todo, encontraremos que es
absolutamente necesario algo que lo produjera. Si ese
“algo” hubiese a su vez sido creado por otro “algo”
más, entonces ya no sería el primero ni increado.
Cuando alcanzamos el primero, el que no ha sido
creado por nadie, el que ha generado todo lo que vino
después, ahí hemos llegado hasta Dios. Sin Él como
originador, repetimos, nada existiría.
Hemos visto un nuevo argumento, pero no vamos a
detenernos allí. Todavía queda mucho camino, y
seguiremos con otro más.
ORDEN E INTELIGENCIA
VERSUS CAOS Y ABSURDO
Ahora vamos a adentrarnos en otro aspecto de
nuestro universo: su perfección y complejidad,
abordando a su vez el prometido punto acerca de la
generación caprichosa y posterior evolución como
explicación de la existencia. Este será el capítulo que
más desarrollaremos, porque además de la lógica es
posible apoyarse también en la ciencia, de la que nos
serviremos para ayudar a aquellos que consideran sus
argumentos como la única y última palabra.
Observemos, para empezar, la anatomía humana,
con sus mil mecanismos que “encastran” a la
perfección para dar todas sus cualidades y capacidades
al hombre, permitiéndole vivir y desarrollar diversas
habilidades tanto para subsistir como para
desarrollarse. Podemos detenernos en algo, y lo
haremos observando uno sólo de los múltiples sistemas
de que se sirve nuestro organismo para funcionar
correctamente, viendo así la maravillosa complejidad
que poseemos.
Veamos por ejemplo el sistema respiratorio. Su
función es incorporar oxígeno al organismo, para que al
llegar a las células se produzca la "combustión" y poder
así "quemar" los nutrientes y liberar energía. De ésta
combustión quedan desechos, como el dióxido de
carbono, el cual es expulsado al exterior a través de la
expiración.
El proceso se inicia en la nariz, donde los cilios nos
permiten oler y el aire se humedece, calienta y purifica
para ingresar al cuerpo. La faringe y la laringe
conducen ese aire, que en el caso de la última es
utilizado además para producir el sonido, a través de
las cuerdas vocales que allí se alojan. Luego llegamos a
la tráquea, donde su superficie mucosa actúa como
bactericida y en la que se adhieren las partículas de
polvo que no fueron filtradas por las vías respiratorias
superiores. Más adelante ésta se divide en dos
bronquios que se dividen de nuevo, una y otra vez, en
bronquios secundarios, terciarios y, finalmente, en unos
250.000 bronquiolos.
Los bronquios son las diversas ramificaciones del
interior del pulmón, terminando en los alvéolos
pulmonares que tienen a su vez unas bolsas más
pequeñas rodeadas de una multitud de capilares por
donde pasa la sangre, se purifica y se realiza el
intercambio gaseoso. Los pulmones contienen unos 300
millones de alvéolos. Y finalmente en este sistema está
el diafragma, que es un músculo que separa la cavidad
torácica de la abdominal, y al contraerse permite la
entrada de aire a los pulmones.
Solamente para que podamos incorporar oxígeno a
nuestro organismo - uno de los muchísimos procesos
que realiza nuestro cuerpo para vivir y moverse - existe
este sistema altamente especializado y perfecto.
Cualquiera de sus elementos en malas condiciones u
orden acaba con su correcto funcionamiento, y nos
enfermamos o morimos. La complejidad increíble de
este único sistema ¿puede haber surgido “porque sí”?
¿Qué hace que algo tan perfecto tenga lugar si no es
una inteligencia que así lo ordena?
Podemos observar de la misma forma el sistema
digestivo, el cardiovascular, nuestra estructura ósea, el
sistema reproductivo, los sentidos, etc. Pero esto podría
no terminar de impresionarnos porque, después de
todo, el cuerpo humano es muy avanzado dentro de la
escala jerárquica de la vida y pudo ser – aunque
difícilmente – producto de la casualidad. Por eso,
detengámonos un momento a pensar en algo
muchísimo más pequeño y elemental: la célula.
Una célula viva, unidad básica de cualquier ser
viviente, es enormemente compleja. Cada célula es un
mundo atestado de hasta doscientos billones de
grupitos de átomos llamados moléculas. Nuestros 46
‘hilos’ de cromosomas, conectados, medirían más de
dos metros puestos uno después del otro. Sin embargo,
el diámetro del núcleo que los contiene mide menos de
una centésima de milímetro. Cada una de las células –
y son más de cien billones en nuestro caso – funciona
como una ciudad amurallada. Plantas energéticas
producen la energía necesaria. Fábricas crean proteínas,
unidades vitales del comercio químico. Complejos
sistemas de transportación sirven para guiar a
sustancias químicas específicas de un lugar a otro de la
célula y más allá de sus límites. Centinelas en las
barricadas controlan los intercambios, y examinan el
mundo externo en busca de señales de peligro. Ejércitos
biológicos disciplinados se mantienen listos para luchar
contra posibles invasores. Un gobierno genético
centralizado mantiene el orden. En un recipiente que
mide 0,0025 de centímetro, de lado a lado, se
encuentran la membrana celular, los ribosomas, el
núcleo, los cromosomas, el nucléolo, el retículo
endoplasmático, las mitocondrias, el aparato de Golgi y
los centríolos encargados entre todos de hacer que este
increíble sistema microscópico funcione a la perfección.
Y entonces nos preguntamos ¿es posible que el azar
produjese esto? Aún si así fuese, “algo” tendría que ser
responsable de que se generara este orden y
constantemente avanzase hacia algo mejor, en lugar de
destruirse y desaparecer en el caos que supuestamente
había en su entorno al comenzar a existir la primera.
Porque pensémoslo, ¿por qué causa el caos se auto-
ordenaría, y no sólo eso sino que además se conservaría
y evolucionaría hacia formas aún más complejas?
¿Cómo sabría aquella primera célula que tenía que
defenderse de posibles enemigos (incluso
medioambientales), que debía alimentarse, que tendría
que reproducirse? ¿Quién le indicó todo aquello?
¿podemos afirmar que además de su complejísimo
sistema, venía también equipada de un "instinto" de
supervivencia? ¿por qué?
Pero sigamos observando en lo más pequeño de lo
pequeño: las proteínas. Las necesarias para la vida
tienen moléculas muy complejas. La probabilidad de
que se forme una de esas proteínas de los veinte
aminoácidos necesarios para la vida dentro de más de
cien como existen, es de 10113 (1 seguido por 113 ceros).
Y cualquier suceso que tiene sólo la probabilidad de 150
es rechazado por los matemáticos como algo que nunca
sucede. Agreguemos a esto que no alcanzaría con una,
sino que se hacen necesarias 2.000 de ellas para la
actividad celular. ¿Qué probabilidad hay de obtener
todas estas al azar? ¡Sólo de una sobre 1040.000! Esto
muestra matemática y lógicamente que la formación
espontánea de vida es algo imposible, sin agregar
siquiera a la ecuación que debe ocurrir en un mismo
tiempo y espacio.
Fred Hoyle y N.C. Wickramasinghe, los dos
astrónomos originalmente evolucionistas que
intentaron durante años probar la posibilidad real de
que esta “casualidad” ocurriera, terminaron
reconociendo:
“Los números que ya hemos calculado y señalado son
esencialmente imposibles de afrontar. A no ser que uno se deje
dominar por el prejuicio, sea debido a creencias sociales o
debido a educación científica, de modo que acepte la
convicción de que la vida se originó espontáneamente en la
Tierra, este simple cálculo (las probabilidades matemáticas
contra ello) desestima tal idea completamente”.
Y ya querrían algunos que éste fuese el único
problema para sostener su teoría. Además de ser
absurdamente pequeña la posibilidad de que esto
ocurriese por accidente, hay aún más dificultades: tiene
que haber una membrana que envuelva a la célula.
Pero esta membrana es extremadamente compleja e
“inteligente”, compuesta de moléculas de proteína,
azúcar y grasa. Más difíciles aún de obtener que estas
son los nucléolos, unidades estructurales del ADN. La
probabilidad de formar siquiera la más sencilla de las
histonas (responsables del gobierno de la actividad de
los genes dentro del ADN) es de 20100, otro número
enorme, mayor – para darnos una idea - que el total de
todos los átomos de todas las estrellas y galaxias que se
pueden ver mediante los mayores telescopios
astronómicos, que viene a agregarse a la larga fila de
cifras estratosféricas, todas sumadas a las anteriores.
¿Puede usted, entonces, entender el absurdo de que
aún suponiendo que se cumpliese la generación
accidental de un solo aminoácido, deberían ocurrir en
el mismo momento y lugar (sólo diez minutos después
o a un simple centímetro de distancia ya no serviría) la
generación de otros diecinueve más para sólo con ello
obtener una simple proteína? ¿Y que luego
necesitaríamos 1999 más – también en el mismo
espacio y lugar - para obtener las requeridas para la
actividad de una única célula? Y si haciendo un acto de
fe sobrenatural lo creyésemos, aún nos quedaría
averiguar algo: ¿cómo se conservaría, reproduciría y
sobreviviría esa sola, triste y abandonada célula? ¿de
qué se alimentaría en medio del caos hasta el momento
estéril? ¿qué o quién le habría “enseñado” que debe
hacerlo? ¿cómo resistiría en un mundo en que no hay
vegetales – organismos más complejos que una simple
célula – que produzcan la fotosíntesis causante de la
liberación de oxígeno, y por tanto carente de todo
alimento, por dar un simple ejemplo? ¿Cómo evitaría
cocinarse en una Tierra sin atmósfera que la protegiese
de la efusión de rayos ultravioletas?
Ni siquiera en condiciones de laboratorio se ha
podido probar que la reunión de los elementos
químicos produzca vida. Y esto contando con que el
científico sabe lo que está intentando lograr y es, por
tanto, la “inteligencia externa” de la que se carece
según la teoría evolucionista.
Una conjunción caprichosa de “ingredientes”,
¿cómo sabría que tiene que defenderse, nutrirse,
reproducirse para no desaparecer? Si así fuese,
estaríamos frente a un auténtico milagro. En palabras
de Anthony van Leeuwenhoek, microbiólogo: "Habría
sido un milagro obtener estas moléculas por casualidad".
Pero además de lo dicho, volvamos al hecho de que
no se ha podido producir vida en un laboratorio. ¿Por
qué? El científico crea una mezcla de químicos, pero
allí no hay vida. Un cadáver, por su parte, tiene los
aminoácidos, las células, los órganos necesarios, pero
tampoco está vivo. ¿A qué se debe que la conjunción de
elementos no signifique el inicio de la vida?
Tal como en los anteriores ejemplos – y si no nos
hubiésemos cansado ya de tanto absurdo – podríamos
continuar con la impresionante complejidad de toda la
naturaleza: sus ciclos climáticos, el ecosistema, el orden
de los astros, la impresionante variedad de especies, el
instinto animal, las leyes físicas, y así seguiríamos con
cada una de las millones de ramas que existen. Hemos
visto la molécula, y no tuvimos respuesta, luego nos
preguntamos ¿qué causó el orden cósmico y no más
caos? Todo esto nos mueve inevitablemente a hacernos
una vez más estas preguntas sencillas: ¿Acaso es posible
un orden tan perfecto y complejo, con billones de
interrelaciones, sin una inteligencia externa que lo
dispusiera así? Si ha quedado claro que es imposible
que fuese fruto de la simple casualidad, ¿cómo pudo
haber sucedido?
Agregaré de momento una nueva reflexión lógica
respecto a la evolución, y es que lo menor no puede lo
mayor. Esto significa que algo superior puede hacer lo
que entra dentro de sus capacidades porque es igual o
inferior, pero no sucede al revés con lo inferior. Por
ejemplo: una inteligencia en verdad superior puede
despojarse de conceptos complejos para ponerse a la
altura de una en verdad inferior, pero la inferior no
podrá estar a la altura de la superior. Este principio
también se traslada al mundo material. De un ser
complejo, con patas, piel, huesos, carne, órganos, etc.,
podemos extraer una parte. Pero de una parte (un dedo
por ejemplo), no podemos sacar el todo, que es mayor a
sí misma. Y así: un vaso grande puede contener el agua
de uno pequeño y agregar más. Pero el pequeño no
puede contener toda el agua del vaso mayor.
Esto significa que un ser inferior no puede sacar de sí
más de lo que él es. Puede desarrollar algo que tiene
potencialmente, como de una semilla saldrá una planta,
pero no puede superar su naturaleza vegetal para ser
algo mayor, transformándose en un miembro del reino
animal, por ejemplo.
Sólo existe una forma razonable de creer que lo
menor puede lo mayor, y sería a través de un acto
deliberado y milagroso (extra natural) por parte de
Dios. Es lógico: quienes creen que esto es posible están
sosteniendo que una inteligencia previa y externa
(alguna forma de Dios, según ellos la entienden)
ordenó la evolución para que de algo menor saliese
cada vez algo mayor, contrariando las leyes de la
naturaleza. ¿Y quiénes son los que creen que nos vamos
purificando y acercando paso a paso a nuestra supuesta
verdadera esencia divina? Los gnósticos, que dicen que
todo es Dios y por tanto hay que evolucionar hasta que
en el último estadio podamos volvernos conscientes (a
través de la iluminación) de nuestra unión con el Todo,
velada hasta ese momento por la ilusión de creernos
separados.
Esto implica la evolución del hombre a un estadio en
que las capacidades paranaturales (telekinesis,
precognición, telepatía, etc.) sean comunes a todos
(progresivamente cada vez a más individuos), por
ejemplo, como forma de acercamiento siempre mayor a
los ámbitos espirituales y despojo gradual de la materia
(cuerpo). Hasta finalmente llegar a ser sólo espíritu1 y
lograr vivenciar constantemente la esencia divina.
Vale decir que la evolución, más que una premisa
cientificista (y aunque sirva a efectos anti religiosos
exotéricos a ciertas mentes poco inquietas), es gnóstica
ante todo. La evolución hacia la toma de consciencia
de nuestra esencia divina, creen de una forma u otra
quienes sostienen esta base, ocurre a través del
desarrollo de las especies, a través de la
espiritualización del hombre y también a través de las
reencarnaciones (cada vez más depuradas y superiores).
De gnosticismo y su verdad o falsedad ya hablaremos
en otra oportunidad. De momento sólo nos
concentramos en la prueba de la existencia divina.
1 Esta es la modalidad expresada por obras de carácter nuevaerista, también orientales, y películas del estilo de X Men (un nuevo salto evolutivo), o incluso Matrix, donde el descubrimiento de la ilusión permite la manipulación de la falsa existencia, como ocurre en el recibidor de la vidente o en las diversas pruebas de concientización del protagonista.
Podríamos escribir un grueso volumen sobre las
distintas causas de la imposibilidad de la evolución,
como otros investigadores han hecho y se les mantiene
en el desconocido silencio, pero de momento nos
contentamos con hablar sólo de algunas de las
inconsistencias que demuestran su error. Pensamos
seriamente la posibilidad de hacer dicha obra en un
futuro próximo.
Pero mientras tanto ha quedado claro, ya con esta
pequeña demostración de probabilidades antes
expuesta, que ésta no es la respuesta a nuestra
existencia. Pero continuemos aún así. ¿Qué nos dicen
personas de verdadero espíritu científico respecto a las
bajísimas probabilidades del surgimiento espontáneo y
su supervivencia, que ya hemos explicado?
Ante la total imposibilidad de probar que las cosas
pueden haber ocurrido azarosamente, y por la grandeza
y perfección del universo en que vivimos, grandes
científicos de todos los tiempos también han tenido que
replantearse la posibilidad de una creación inteligente.
Veamos a algunos hablarnos desde sus campos de
competencia:
“La probabilidad de que la vida se originara de modo
accidental es comparable a la probabilidad de que el
diccionario no abreviado fuera el resultado de una explosión
en una imprenta” (Edwin Conklin, biólogo).
"Por el conocimiento de Su obra, lo conoceremos a Él".
(Robert Boyle, químico, físico)
“Basta con contemplar la magnitud de esta tarea para
admitir que la generación espontánea de un organismo vivo es
imposible” (George Wald, bioquímico)
"Un astrónomo incrédulo es un loco". (Edward Young,
astrónomo)
“El hombre honrado, armado con todo el conocimiento que
nos está disponible, sólo podría declarar que, en algún sentido,
parece que el origen de la vida es casi un milagro” (Francis
Crack, biólogo).
"Todos los descubrimientos humanos parecen ser hechos
sólo con el propósito de confirmar más y más fuertemente las
verdades que vienen de lo alto y están contenidas en los escritos
sagrados". (John Herschel, astrónomo, químico, filósofo
de la Ciencia)
"Cuanto más estudio a la naturaleza, más me maravillo
del trabajo del Creador". (Louis Pasteur, medico,
químico, físico, bacteriólogo, inmunólogo)
"Es difícil para mí comprender a un científico que no
reconoce la presencia de una racionalidad superior detrás de la
existencia del universo, tanto como me costaría comprender a
un teólogo que negara los avances de la ciencia". (Wernher
von Braun, científico espacial, padre de la Cohetería)
Entonces ¿no es lógico sostener con ellos que no es
posible que todo provenga de una casualidad sin
sentido? ¿Cuál es la causa de nuestra existencia y de la
perfección ordenada de los millones de sistemas y sub-
sistemas que conviven y se sostienen mutuamente
interactuando entre sí en el universo? ¿Por qué habría
de avanzar hacia algo superior en lugar de que la única
porción de orden volviese rápidamente a ser absorbida
por el caos imperante?
Como dijo el astrónomo Robert Jastrow: “Los
científicos no tienen prueba de que la vida no haya sido el
resultado de un acto de creación”. Al parecer, sólo quieren
negar que así fuese, como lo han demostrado las
múltiples falsificaciones de eslabones perdidos y el
silenciamiento de obras que demuestran seria y
extensamente la imposibilidad de la famosa teoría.
Y así como en el ejemplo científico, volveré a
preguntar: Si explotase una imprenta, ¿podría ocurrir
que se formase “accidentalmente” un diccionario? Y
esa pequeña obra humana no sería ni una minúscula
arenilla en relación al universo en que vivimos. ¿Lo ha
pensado?
Para que algo se ordene, funcione, sostenga a otros
sistemas, se relacione adecuadamente con otras cosas
también ordenadas y no se destruya tan
caprichosamente como apareció tiene que haber una
inteligencia detrás de sí sosteniéndole e instándole a
mejorar, por lo que – aún si fuésemos capaces de seguir
manteniendo tamaña improbabilidad – deberíamos
afirmar que fue un milagro, es decir, un hecho no
natural.
Ahora pensemos una cosa más, que dificultará aún
más la posibilidad de la evolución y es tan razonable
como las anteriores. Supongamos que las primeras
formas de vida hubiesen logrado sobrevivir y
desarrollarse como ya hemos visto que es
prácticamente imposible que sucediera, llegaría el turno
de evolucionar hacia formas superiores de vida. Para
que esto fuese posible, la mutación superior (y no una
mera malformación estéril como las hay tantas en la
naturaleza) debería producirse al mismo tiempo y en el
mismo lugar (una vez más) en un macho y una hembra
en la misma edad reproductiva fértil, capaces de
heredar su mutación a sus crías.
Esto significa que tendrían que nacer dos seres vivos
(macho y hembra) en el mismo espacio temporal y
físico, reproducirse entre ellos y no con otros
especímenes, transmitir su mutación a las crías y que
estas fuesen suficientes para poder a su vez perpetuar la
nueva modificación. ¡No una, sino cientos o miles de
veces desde la ameba hasta el ser humano! ¿Volvemos a
hablar de números siderales que prueban la total
improbabilidad de este hecho?
Y además de lo expuesto debemos atender con
mayor seriedad al tema del progreso. Aquí se hace
importante aclarar que las cosas libradas a sí mismas
decaen inevitablemente. Nada mejora porque sí. Deje
un queso sobre una mesa por un buen tiempo y verá el
resultado. No se alimente. No limpie su casa. No se
ejercite. ¿Qué sucede? Todo tiende a la decadencia
cuando es abandonado a sí mismo. Aquella improbable
primera célula no tendría por qué haber evolucionado.
¿Por qué convertirse en algo aún más elaborado y
complejo en vez de morir apenas “nacida”?
A esa inteligencia que hace que todo exista en
primer lugar, luego funcione bien y sirva a su vez a algo
más en un sistema de engranajes precisos la llamamos
Dios. En palabras de Sócrates: "Cualquier cosa que exista
para un propósito útil debe ser el producto de una
inteligencia". Dios es la única explicación posible a todo
lo que hemos expuesto. Sólo a través de Dios podemos
aceptar que de la nada – de la que también habría de
salir el supuesto caos original, funcional dentro del
tiempo que ya hemos dicho que no puede ser infinito
hacia atrás – surgiesen sistemas complejos, funcionales
y armónicos con los demás sistemas, permitiendo la
vida, la convivencia, el desarrollo, la utilidad de su
existencia, etc.
Y ahora que hemos visto este argumento, podemos
descansar un poco de él pasando a uno nuevo,
relacionado con la perfección pero de otra manera:
EL BUEN Y EL MAL COMPRADOR
Hemos hablado de la perfección de lo creado en
cuanto a la ordenada complejidad existente en el
universo, pero ahora nos referiremos a la perfección en
otro sentido: como ideal. Todo lo que existe tiene un
grado de perfección o de falta de ella. La perfección es
llevar algo al punto máximo, donde no existe ninguna
carencia sino completud absoluta.
Cuando usted va al supermercado y escoge una
manzana, por ejemplo, lo hace contrastando
mentalmente a la fruta que se exhibe ante sus ojos con
el ideal de esa manzana. ¿Cómo es una manzana
perfecta? ¿Qué aroma, color, textura, dureza, sabor,
etc., tiene que tener para ser la mejor en su especie? Si
respondemos a esas preguntas, encontraremos el
absoluto o ideal de la manzana. Aquello con lo cual
podemos hacer un juicio, decidir si algo es bueno o
malo y escoger lo que más se acerca a la perfección.
Nadie compraría la manzana golpeada, medio podrida,
con gusanos, decolorada e insípida (de poder probarla)
pensando que está adquiriendo una manzana perfecta.
En ese estado, la fruta carece de las características que
la convierten en la ideal.
¿Cuál compraría usted?
Esto se puede aplicar a cualquier cosa que existe,
tanto en el plano material como en el emocional,
filosófico y espiritual. Los grados de perfección en algo
demuestran que existe su absoluto, es decir, su grado
máximo. Algo puede ser malo por estar muy alejado de
su perfección, cumplir medianamente con sus virtudes
necesarias o alcanzarlas por completo. Un animal
famélico, sarnoso, sin dientes y con una pata quebrada
se encontrará en el grado bajo, mientras que el bien
alimentado, con excelente pelaje y fortaleza se acercará
más al ideal de su especie.
Ese ideal o absoluto perfecto puede encontrarse
dentro de cada una de las ramificaciones de la vasta
diversidad existente. Entre las piedras, por ejemplo,
existen muchísimos tipos diferentes, lo mismo sucede
con las flores, los pájaros, etc. En cada uno de ellos,
podríamos decir que hay uno que representa a su grupo
mejor que los demás: esto es la cercanía al ideal. Algo
superior al resto, y que dentro de su especie o categoría
se acerca más a su perfección.
Es necesario comprender que la perfección existe y
no es subjetiva. Puede gustarme o no una comida
(subjetividad) pero hay sin duda una forma perfecta
para ese platillo: una temperatura de cocción, unos
ingredientes, un tiempo de preparación, una forma de
servirlo, etc. que lo convierten en el mejor de su tipo
(objetividad).
¿Qué expresa con mayor completud las cualidades
de un diamante trabajado, por ejemplo? Su color,
claridad, corte y peso. Por ello, un diamante mal
cortado u opaco, por ejemplo, no tendrá las
características de su perfección. Así podemos sacar
conclusiones de cualquier elemento existente.
Si la perfección, por tanto, existe, tiene que haber
una fuente de esa perfección. El punto máximo en que
no hay carencia es lo que llamamos Dios. La suma de
las perfecciones, el ideal absoluto, la fuente original de
las perfecciones parciales que podemos ver en nuestras
vidas, eso es Dios, “aquello más allá de lo cual no se puede
pensar en nada más perfecto” (San Anselmo de
Canterbury).
Si existen los ideales tiene que ser por fuerza a causa
de algo superior que los posee y emana, ya que no
existe aquello que no es creado por algo más, como ya
hemos explicado. No existiría una meta o fuente de
perfección si todo fuese azaroso. Volvemos a repetirlo:
nada tiende a mejorar por sí mismo sino a decaer. La
perfección, que existe sin dudas porque podemos ver
los distintos grados de la misma en cada elemento del
universo, es lo que llamamos Dios. Deducimos que Él
es perfecto porque si careciera de algo, siendo menos
perfecto en algún punto, entonces ya no podría ser
fuente emanante de ese punto del que carece. Pero de
esto ya hablaremos más en el futuro, al adentrarnos en
explicaciones sobre el bien y el mal y las cualidades
divinas que podemos deducir también con el buen uso
de la razón.
EL ESPÍRITU HUMANO
Finalmente veremos un argumento de orden
espiritual. Ya observamos el impresionante orden,
funcionamiento e inteligibilidad del universo, y estamos
experimentando algo que la inteligencia puede palpar.
La inteligencia es una parte de lo que encontramos en
el mundo. Pero este universo no está intelectualmente
consciente de sí mismo. A pesar de lo grandes que son
las fuerzas de la naturaleza, no se conocen a sí mismas.
Sin embargo nosotros las conocemos a ellas y a
nosotros mismos.
El universo es, entonces, inteligible, y el ser humano
es el único ser vivo conocido consciente de ello. Para
que algo pueda comprenderse tiene que existir la
inteligencia y un orden sujeto a esa comprensión. Esa
conciencia que nos caracteriza, junto a la capacidad de
reflexión, la voluntad de mejorar, alcanzando mayores
grados de perfección, además de la moral natural, entre
otras capacidades como la memoria, la creatividad,
etc., son factores humanos que no corresponden a la
materia, a la psicología ni a la energía. Se trata del
espíritu, que se prueba a sí mismo por la existencia de
estas capacidades propias de su reino. El ser humano es
capaz de interactuar en el mundo físico (movimiento,
acción, etc.) y en el espiritual (pensamiento, creación,
comprensión, virtudes, ideales), a diferencia de
cualquier otro ser vivo. Sólo podemos movernos dentro
de los terrenos a los que pertenecemos. Una planta no
puede correr como un animal, y un animal no puede
crear una obra de arte como un hombre. A cada uno
corresponde el ingreso a un reino con características
que le son propias. El ser humano puede desenvolverse
en dos (material y espiritual), lo que prueba su doble
naturaleza.
Sólo por la existencia del espíritu podemos ser
conscientes de nosotros mismos, aprehender realidades
externas y buscar un bien mayor. Nada tendría, porque
sí, que mejorar o elevarse. ¿Por qué algo debe tener
conciencia de sí? ¿Acaso no nos rodea un mundo
inconsciente de sí mismo? ¿Por qué hemos de descubrir,
aprender, mejorar, buscar una trascendencia? Eso es
espíritu, algo que ningún otro ser vivo sobre la tierra
comparte con la humanidad. Y si el espíritu existe,
tiene que desenvolverse en su propio mundo también
existente, por necesidad lógica. No puede existir algo
dentro de un ámbito inexistente. Algo no puede
sostenerse fuera de su propio terreno: el sentimiento
requiere del mundo emocional y psicológico, el cuerpo
requiere del mundo físico, etc. Por ello, el pensamiento
prueba al espíritu, y éste a su vez es prueba de que hay
algo más que materia y procesos que la mueven y
sostienen.
Por ejemplo, si pensamos tiene que existir un ideal
del pensamiento, su forma más pura y perfecta, libre de
todo error o subjetividad, la perfección de la cual
emana esta capacidad que nosotros poseemos en menor
medida. Llamamos Dios a quien mueve y sostiene al
mundo espiritual en que se desenvuelven las cualidades
puras propias del espíritu.
CONCLUSIÓN
Recién ahora esperamos que el lector pueda decir sin
más temores a equivocarse que Dios existe. Podrá
hacerlo porque hemos visto a través de distintos
métodos la innegable necesidad lógica de la existencia
de Dios: como causa, origen, motor, perfección,
inteligencia y espíritu. Tal vez le ha llegado a su forma
de pensamiento y comprensión más un razonamiento u
otro, pero además hay que ver el conjunto que refleja la
perfección de un sistema lógico y coherente en todos
sus frentes, porque así es como ha de ser una verdad.
Conocemos a Dios por sus efectos, como conocemos
los efectos del pensamiento, las emociones o la moral,
por ejemplo, sin pedirles que vengan a presentarse al
mundo material tocándonos al hombro para hablarnos.
Cada uno de los sistemas expuestos para descubrir
esta lógica es muchísimo más desarrollable y concluye
por sí mismo en este resultado, pero hemos preferido
exponer más breve pero combinadamente a varios de
ellos. Decidimos dejar de lado por ahora aquellos
argumentos religiosos que requieren de una adhesión
institucional que supondría la pre-aceptación de un
conjunto de ideas que estamos tratando de concluir por
nosotros mismos, sin ninguna imposición más que la
que dicta nuestra propia capacidad de discernir a través
de la reflexión. Sin embargo, ya llegará pronto el
momento de abordar también estos temas.
Ahora bien, si Dios existe porque la razón nos lo
muestra, tenemos que considerar los aspectos prácticos:
la consecuencia que esta comprensión ha de tener en
nuestras vidas.
Si Dios existe, como nuestra razón afirma, entonces
estamos obligados a conocerlo, a averiguar qué quiere
de nosotros, para qué nos puso aquí. No podemos
seguir siendo indiferentes a Él, porque si hemos
probado que existe, entonces quiere decir que nosotros
fuimos creados por una causa superior a la de nuestra
simple existencia casual. ¿Podremos entonces continuar
con una vida dedicada al único objetivo de la búsqueda
de nuestros propios deseos limitados a la vida en el
mundo? ¿Dios nos puso aquí para hacer lo que se nos
ocurra? ¿hay un plan? Y si lo hay, ¿cuál es?
Saber que Dios existe es un alivio: las cosas tienen
sentido, no están allí “porque sí”. Pero este
conocimiento también entraña una responsabilidad:
hemos de actuar coherentemente, en consecuencia con
esta realidad.
Así como una comprensión en el campo de la
medicina no puede quedar en la simple aceptación del
principio de salud (cancerígenos, factores patológicos,
etc., por ejemplo), sino que debe trasladarse a una
integración práctica como principio de vida saludable
(prevención, hábitos, etc.), las comprensiones en el
campo intelectual corresponden en un paralelo a las
mismas consecuencias, es decir, debemos aplicarlo en
la práctica a nuestra vida anímica.
Y para empezar a practicarlo, debemos comprender
mejor a nuestro Creador. No se puede servir a quien no
se conoce. No podemos actuar de acuerdo a algo que
no sabemos cómo es y, por lo tanto, para qué nos creó
y qué quiere de nosotros. Por esto hemos está claro que
después de esta prueba llega al momento en que
tendremos que dar un nuevo paso, hacia el siguiente
peldaño de nuestra escalera de comprensiones. Y así lo
haremos próximamente.
Pero para terminar por ahora, abriendo esa nueva
etapa que se despliega ante nosotros, citaremos una vez
más otro científico: James Joule, padre de la
termodinámica: "Después del conocimiento y la obediencia a
la voluntad de Dios, la siguiente meta debe ser conocer algo de
Sus atributos de sabiduría, poder y bondad como se evidencian
en Su obra... Es evidente que el conocimiento de las leyes
naturales significa no menos que el conocimiento de la mente
de Dios allí expresada".
Sabemos ahora que Dios existe, pero ¿cómo es? Y si
es Padre de alguna religión, ¿de cuál de ellas? Pronto lo
averiguaremos…
Esta obra se acabó de reimprimir en los talleres gráficos de Centro
Cultural Boanerges para la defensa y divulgación de la fe católica,
a 11 días del mes de octubre de MMIV, fiesta de la Divina Maternidad
de María Nuestra Señora.
F I N I S C O R O N A T O P U S