DIRECTORIO - upes.edu.mxupes.edu.mx/sitio/pdf/editorial/metamorfosis/metamorfosis.pdf · DIRECTORIO gobierno del estado de sinaloa Lic. Quirino Ordaz Coppel ... Teléfonos: (667)

DIRECTORIO

gobierno del estado de sinaloa

Lic. Quirino Ordaz Coppelgobernador constitucional del estado de sinaloa

Lic. José Gonzalo Gómez Floressecretario general de gobierno

Dr. José Enrique Villa Riverasecretario de educación pública y cultura

M.C. Francisco Miguel Cabanillas Beltránsubsecretario de educación media superior y superior

universidad pedagógica del estado de sinaloa

Dr. Aniseto Cárdenas Galindorector de la universidad pedagógica del estado de sinaloa

M.C. José Abelardo Ríos Pérezsecretario académico de la upes

Lic. Norma Leticia Juárez Beltránsecretaria administrativa de la upes

M.C. Jaime Antonio Flores Uríasdirector de la upes unidad los mochis

M.E. José Ángel Santana Riveradirector de la upes unidad mazatlán

LA METAMORFOSIS DEL LECTOR

Primera edición: marzo de 2017

© José manuel Frías sarmiento

universidad pedagógica del estado de sinaloa

Gobierno del Estado de SinaloaCastiza s/nCol. Cuauhtémocc.p. 80027, Culiacán, SinaloaTeléfonos: (667) 750-24-61, 01 800 890 47 [email protected]

ISBN:

Corrección, estilo, maqueta y diseño: Moby Dick [email protected]. 0446673 030381

Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorizaciónescrita del propietario de los derechos patrimoniales.

Editado e impreso en México

LA METAMORFOSIS DEL LECTOR

José Manuel Frías Sarmiento Coordinador

13 | Presentación

17 | introducción

27 | La imPortancia de Los cuentos María Alejandra Aragón Pérez

33 | ¡PaPitos… vayan a comPrarme Libros!Dilia Gabriela Cordero Sánchez

36 | ingredientes Para contar un cuentoMaría Alejandra Aragón Pérez

40 | eL mundo mágico deL señor búhoDilia Gabriela Cordero Sánchez

46 | un cLavado en eL mar de Las LetrasMaría Alejandra Aragón Pérez

contenido

52 | Los dos mundosDilia Gabriela Cordero Sánchez

57 | Leer Para vivirAndrea Berrelleza Altamirano

62 | diez tiPs Para enamorarte de La Literatura infantiLMarylú Castro Valdez

65 | fran, eL gusanito maLcriadoDilia Gabriela Cordero Sánchez

71 | Los coLibríes que no voLabanAndrea Berrelleza Altamirano

74 | mi Primer día de cLasesMaría Alejandra Aragón Pérez

77 | eL titán y La PrincesaAndrea Berrelleza Altamirano

81 | tres mágicos deseosMarylú Castro Valdez

86 | entre PaLabras de LiteraturaCitlaly Elizabeth Gaxiola Zamudio

89 | un nuevo Libro Para borisXiomara Abigail Meza Corona

94 | Las antenas rojas de LuLú Karla Paola Uriarte Bejarano

97 | La hazaña deL granjero chimueLoAimeé Guadalupe Sanz Muñoz

99 | eL bosque mágicoAlexis Juliana Román Espinoza

102 | tomás no quería ir a La escueLaAna Lucía Sandoval Inzunza

104 | joeL y su dueñoMarissa Elizabeth Martínez Mercado

107 | aLfred, eL duendeciLLo amistosoMaría José Sánchez Montes

110 | eL vaLiente matíasCitlaly Elizabeth Gaxiola Zamudio

113 | estreLLita, una niña diferenteXiomara Abigail Meza Corona

117 | un regaLo Para uLisesAna María Cázares Ramírez

120 | truenos y rayos en eL ParqueCristal Sánchez Ramírez

123 | La hormiga comeLonaIrene Guadalupe Benítez Ramos

126 | eL gran susurroLeticia Beltrán Aispuro

132 | eL refrigeradorRebeca Estefanía Reyes Mendívil

135 | Pegaso, eL cabaLLito de marKathya Itzel García Rojas

138 | eL bosque de Las tentacionesMaría de los Ángeles Mares Valenzuela

144 | saLvando eL marCinthya Karely Valles Arce

148 | francis, eL dragónTania Abigail Partida Meraz

151 | Las aventuras de Kiffo en eL bosqueKiabeth Alexandra García Ruiz

155 | juanito y su amigoLuis Damián Bernal Millán

157 | eL Perro gLotónMyrna Quetzilia Díaz Rodríguez

159 | La vaLiente PrincesaMara Guadalupe Valdez Osuna

162 | me comPro un Pedacito deL cieLoDania Adilene Gutiérrez Moreno

165 | eL Perrito chisPitasPerla Soto Retamoza

168 | duLciLandiaMara Guadalupe Valdez Osuna

171 | cLetoEnrique Castro Quintana

176 | animaLitos deL bosqueFrancisca Rosario Flores

181 | ¿Por qué vueLan Las aves?Luz Cristina Chávez González

189 | Los amigos, exPLoración y matemáticasMaría del Carmen Avitia Higuera

196 | La ciencia de vaLeriaNadxiely Díaz Guzmán

203 | caPerucito, eL Parguito rojoEnrique Castro Quintana

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PRESENTACIÓN

La Universidad Pedagógica del Estado de Sinaloa atiende de manera sostenida las tareas sustantivas que la sociedad le confiere, pues a la par que forma profesionales de la educación promueve proyectos de investigación educativa y apoya sin descanso la difusión del talento creativo de sus estudiantes y profesores.

Y, como una expresión de la sinergia en el cumplimiento de las funciones principales, nos complace presentar a la comunidad uni-versitaria una muestra de la creatividad de un grupo de alumnas de la Licenciatura en Educación Preescolar que, bajo la guía y el estímu-lo del maestro José Manuel Frías Sarmiento, escribieron los textos que integran este libro de cuentos infantiles.

Y decimos que es una sinergia educativa porque en este libro se fusionan, casi de manera natural, la docencia con la creación y difu-sión de los elementos culturales que sustentan y enaltecen el trabajo institucional de nuestra Universidad. Y es que, en una interesante

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combinación de actividades educativas, las alumnas del séptimo semestre analizaron la teoría y las características de la literatura infantil para, enseguida, producir sus narraciones en el desarrollo de la materia Expresión Literaria en Preescolar, narraciones que les presentamos en La metamorfosis del lector.

Cuarenta y cinco textos componen este libro, pionero en la pro-ducción de cuentos infantiles escritos por nuestras estudiantes. Y lo es porque es la primera vez que un curso de licenciatura culmina con la publicación de un libro escrito por las alumnas de la upes. Es pionero, también, porque de esos cuentos saldrán los guiones para las emisiones del programa en el que se dramatizarán, por vez pri-mera, una serie de narraciones universitarias en un programa de cuenta-cuentos radiofónico, hecho por estudiantes de la Universi-dad Pedagógica del Estado de Sinaloa, a través de nuestra emblemá-tica Radio Jaguar.

La metamorfosis del lector es una obra importante para la comunidad universitaria porque será material de lectura didáctica para las próximas ediciones de la materia Expresión Literaria en Preescolar, pues propiciará que los estudiantes lean los cuentos y las reflexiones escritos por sus compañeros.

En ese sentido, es más que satisfactorio para nosotros corroborar cómo es que la dedicación de nuestras alumnas y el compromiso del maestro Frías Sarmiento se concretan en acciones interesantes y creativas para cumplir con los objetivos pedagógicos de los pro-gramas que integran el Plan de Estudios de la Licenciatura en Edu-cación Preescolar, aunque el ejemplo puede ser pertinente para los cursos de los demás programas escolares de la upes.

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Por esa razón, felicitamos calurosamente esta innovadora estra-tegia pedagógica y, al mismo tiempo, exhortamos a los profesores y alumnos a crear sus estrategias educativas para enriquecer las ase-sorías y procesos de evaluación formativa de los alumnos de la upes.

Hagámoslo con la confianza de que todo puede suceder si traba-jamos para fortalecer la educación a la que todos tenemos derecho y a la que la upes se compromete consolidar con el trabajo productivo de sus profesores y con la participación colectiva e individual de todos sus alumnos.

¡Felicitaciones y adelante en este nuevo proyecto editorial, cul-tural y educativo!

Dr. Aniseto Cárdenas GalindoRector

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INTRODUCCIÓN

Uno jamás sabe por cuáles rumbos nos llevará la vida. Yo soy profe-sor en la Universidad Pedagógica del Estado de Sinaloa y, en esa ins-titución, además de atender a varios grupos de estudiantes en varias materias de las licenciaturas en Educación Primaria y Preescolar, alterno mis actividades académicas con otras de índole cultural que, por eso mismo, son también educativas. Durante años, mi atención está centrada en la creación de relatos, artículos y proyectos que den cuenta de la realidad en que trabajamos los profesores y las educa-doras de las escuelas y universidades que me han contratado como profesor. Es una tarea encantadora, pues hago lo que me gusta y me pagan por hacerlo, aunque para muchos de mis compañeros y otros no pocos administrativos sea poco interesante lo que hago al escribir y producir libros académicos y revistas literarias. Lo que su-cede, en realidad, aunque algunos no lo entiendan así, es que in-tento que mis alumnos y alumnas se involucren en la reflexión y la

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creación de textos que les ayuden a explicarse mejor las situaciones académicas, familiares y sociales en las que ellos participan. Y en esta actividad cultural y en el interés por abrir espacios a la lectura y generar plataformas literarias a las nuevas generaciones proclives a la escritura es de donde surge, así, como de repente y sin pensarlo mucho, La metamorfosis del lector.

En este libro está presente el imaginario narrativo de unas jo-vencitas que ya casito son licenciadas en Educación Preescolar, pues están inscritas en el octavo semestre (aunque sus cuentos los escribieron en la materia de Expresión Literaria en Preescolar, que se cursa en el séptimo semestre). En esa materia, los objetivos son claros: las alumnas (en el Grupo 707 que me tocó atender eran puras mujeres), deben leer literatura infantil, analizar la teoría, hacer crí-tica literaria y producir cuentos leíbles para niños de preescolar. En este páramo literario en el que se desarrollan las acciones escolares, suena casi paradójico, no sólo este último objetivo, sino los cuatro en su conjunto.

Es común, por desgracia demasiado común, que en las insti-tuciones que forman profesionales de la educación se le otorgue mucha importancia a las materias «pedagógicas», a las asignaturas «metodológicas» y a los proyectos de «intervención educativa», lo cual sería encomiable si no fuera porque, con ese afán, parecen olvi-dar a las «otras» a las que se les considera casi como de relleno es-colar; esas otras asignaturas que parecen, únicamente, estar ahí para vestir la Malla Curricular y aparentar que se cubre todo el espectro formativo de las futuras educadoras y de los próximos profesores de educación básica. Y así resulta que se reparten las materias de

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manera casi aleatoria, sin reparar en si los responsables de propiciar que se cumplan esos objetivos cuentan con los conocimientos, dis-ponen de la experiencia y les alienta el deseo de que sus alumnas lean, conozcan y, en este caso, aprecien las obras de literatura infan-til en grado tal que sientan, si no la necesidad, sí, por lo menos, las ganas de experimentar con la escritura de algunos relatos que, más tarde, leerán a los pequeñines que atienden al calor de las prácticas docentes que, para complementar su formación pedagógica, se les exige realizar.

En ese contexto, les decía, surge este libro de cuentos escritos por alumnas que nunca se sintieron ni se supieron escritoras, ex-cepto una a la que la upes ya le publicó un libro escrito por ella en el Taller de Redacción Libre y Creativa de la Universidad. En eso reside lo maravilloso de la literatura, en la oportunidad que nos ofrece para comprender mejor nuestro entorno y en develar capacidades que ni siquiera sabemos que tenemos. Y es que leer nos trasforma, nos convierte en seres pensantes, nos hace personas atentas y sensi-bles a las circunstancias de nuestra realidad y, también, a las de las otras situaciones que inciden en el pensamiento y las acciones de la sociedad en la que vivimos, en la que trabajamos y en la que cons-truimos la compleja red de conocimientos, de comportamientos y de sentires que constituyen la cultura que nos identifica como lo que somos. Leer nos permite, además, situarnos en el entramado social y cognitivo que nos constituye y nos da, también, la pauta para ima-ginar lo que anhelamos ser.

Leer nos lleva a escribir. Y, con esas dos actividades, practica-das de manera constante y reflexiva, opera, sin apenas percatarnos,

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una sorprendente metamorfosis que nos convierte en personas de verdad o, por lo menos, en personas en busca de comprender y de construir su propia verdad. Eso es lo que sucedió con mis alumnas del Grupo 707 (ahora 807), quienes, de no saber, en su mayoría, casi ninguno de los nombres de escritores mexicanos, ni los títulos de autores de cuentos infantiles y, mucho menos, sin haber analizado jamás las características de la literatura infantil, se vieron inmer-sas, sin saber cómo ni cuándo, en una serie de lecturas de textos desconocidos para ellas, pero encantadores al leerlos, y pasaron de ser escuchadoras de cuentos a crear sus narraciones para niños de educación básica, especialmente en preescolar, que es el nivel edu-cativo que atienden en el ejercicio de su práctica docente.

Y entonces sucedió lo impensable: las no lectoras se tornaron en escritoras y produjeron textos, con tal profusión y con tanta ca-lidad como para que su Universidad decidiera publicar un volumen con los cuentos escritos por ellas en su materia Expresión Literaria en Preescolar, en la que la Diosa de la Fortuna Pedagógica, en el semestre anterior, me designó como su profesor. Por eso les digo: uno jamás sabe por cuáles rumbos nos llevará la vida, pues ésta, con la rapidez que a veces le imprime a sus decisiones, alineó los astros y las coordenadas coincidieron para que un profesor al que le gusta mucho leer y escribir se topara de frente con un grupo de po-tenciales escritoras sin descubrir. Dios aventó los dados y la jugada emergió solita, al calor de la narrativa escolar y de los comentarios asombrados de quienes descubrían, por vez primera, los adictivos sabores de la literatura infantil.

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Y entonces aparecieron de la nada, en este libro escrito por mis alumnas, El gusanito Fran, Las antenas de Lulú, Los colibríes que no volaban, El caballito pegaso, La hormiga comelona, Francis el dra-gón, un perro glotón que juega con El perrito Chispitas, La princesa valiente y un montón de animalitos silvestres inventados por la ima-ginación de un puñado de jovencitas que se atrevieron a pensar y a jugar con los hilos narrativos de la literatura infantil. Y en el barullo del encanto literario, la metamorfosis abrió los suaves y tersos capu-llos de seda y emergieron mariposas que iluminaron de colores y de alegría la explanada universitaria y el aula de las alumnas del 707.

Y, entonces, el Señor búho, de Dilia Cordero, nos contó de la im-portancia de los cuentos explicada por Alejandra Aragón. Y los co-libríes de Andrea Berrelleza aprendieron a batir sus alas entre las palabras de la literatura de Citlali Gaxiola. Y El duendecillo amistoso de María José hizo realidad los mágicos deseos de Marylú Castro. Y el nuevo libro de Boris nos enseñó a evadir el bosque de las tentacio-nes de María de los Ángeles Mares Valenzuela. Y con El gran susurro y los Truenos y rayos en el parque, Leticia Beltrán y Cristal Sánchez nos contaron de Las aventuras de Kiffo imaginadas por Kiabeth García. En fin, todo un mundo lleno de creatividad y de ingenio li-terario que nos enseñaron Por qué vuelan las aves, a través del via-je de Cristina Chávez González; y así anduvimos por Dos mundos en los que Los amigos, Exploración y Matemáticas, nos develaron La ciencia de Valeria, para que Nadxiely y María del Carmen Avitia cristalizaran, por fin, el sueño de ser escritoras de verdad.

Y ninguna de estas incipientes autoras imaginó, al empezar el ciclo del séptimo semestre, que escribirían y les publicarían sus

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cuentos en una excelente edición auspiciada por su Universidad, la Pedagógica del Estado de Sinaloa. Y si no lo pensaron las alumnas del 707, inscritas en un curso de Expresión Literaria, menos lo pu-dieron imaginar Francisca Rosario Flores y Enrique Castro Quinta-na, quienes, al igual que tres autores más del Grupo 702 (hoy 802), eran mis alumnos en la materia El Niño, la Naturaleza y la Escuela. ¡Qué andarían haciendo las ciencias naturales en ediciones de lite-ratura, dirían algunos de los más doctos y circunspectos asesores de nuestra Universidad, verdad! ¡Ah, pues ya ven cómo es de maravi-lloso este mundo literario en el que, sin restricción, caben todos los pensares que se atrevan a crear narrativas vibrantes y explicativas de los sentires y de los haceres de los que miramos la vida un poqui-to diferente a los demás!

Tan incluyente es este mundo de la literatura que recibe con agrado a veintitrés alumnas de una materia relacionada con los cuentos, y lo mismo hace con cinco alumnos de una asignatura de Ciencias Naturales, cuyas narraciones se incluyen en este libro por acercar a los pequeños lectores al conocimiento y al cuidado de su entorno natural. Y por supuesto que también caben en esta edición los relatos de cinco integrantes del Taller de Redacción Libre y Crea-tiva, cuya tarea consiste, precisamente, en contar y escribir historias que den cuenta de la realidad y de los pensamientos que esa reali-dad les provoca en su interacción cotidiana.

La metamorfosis del lector es una evidencia palpable de esta maravillosa posibilidad, que ahora se concreta en una realidad que alimenta el anhelo creativo de sus autores y nos regocija a no-sotros con su lectura. Ya seeé, diré como dirían mis alumnas, que

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algunos ortodoxos de la escritura pedagógica pensarán que cómo doy lata con la magia y lo maravilloso de la escritura coloquial, pero no es para menos, señores hacedores de sesudos ensayos científi-cos, de verdad que no es para menos, ver los rostros sonrientes y la seguridad personal de treinta y una muchachas y dos escritores varones que ahora sienten que han hecho algo por ellos mismos; son treinta y tres personas que hoy saben y sienten que sus textos son importantes de verdad. Ver ese gusto luminoso en su mirada, sentir ese abrazo cariñoso y apreciar esa plenitud educativa en sus pala-bras, es lo que me anima para insistir en que la verdad está del otro lado del escritorio escolar; me brinda elementos para insistir en que a los alumnos debemos darles un poco más de libertad, de que ya es hora de que asumamos una verdad educativa digna de Perogrullo, y que no es otra más que la de reconocer que la única alternativa es la de que los profesores diseñemos Situaciones de Aprendizaje, mediante las cuales los alumnos puedan interactuar con los saberes y los conocimientos necesarios para su formación y fortalecimiento profesional. Nada más que eso. Y, créanme, señores y señoras, esta experiencia literaria acontecida en el Grupo 707 (hoy 807) es como para que todos nos sintamos contentos y orgullosos de leerla en los cuentos de esta edición que, con toda justeza, se titula La meta-morfosis del lector. Porque eso fue lo que sucedió ante nuestros regocijados y azorados ojos: una eclosión de literatura, una apertura de capullos, una intempestiva irrupción de mariposas y abejorros literarios que trajeron la brisa de sus palabras al escabroso desierto literario en el que ahora se debaten las escuelas sinaloenses.

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Al ritmo de sus lecturas, estos treinta tres autores escucharon al duendecillo de la imaginación y, como en trance hipnótico, empeza-ron a deletrear las letras de un alfabeto que les permitió construir es-cenarios diferentes a los acostumbrados en este mundo escolar, en el que por mucho tiempo vivieron ausentes de la magia de los cuen-tos, que ahora leyeron y escribieron con el alborozo de una nueva y bullente realidad; y con la plena conciencia de abrir una puerta al conocimiento de su verdad interior para mirar a través de ella, como en La historia interminable, la respuesta a sus preguntas semina-les; y, tras pasar esa primera puerta, acceder al espejo de su realidad para empujar, con el suave aliento de su acción escritural, la tercera puerta, la de la inagotable fuente del saber que, como en la novela de Michael Ende, detendría la catástrofe universal y salvaría del olvido a la Emperatriz de la Fantasía, cuya existencia pendía de un delgado hilito alimentado por la magia maravillosa de un pequeño lector que, al comprender su importancia, se metió de lleno en la aventura que, de manera ocasional, en una vieja librería empezó a leer sin pensar hasta dónde le llevaría cruzar por aquella desteñida y añosa puerta.

Haz de cuenta que igualito nos pasó en el Curso Expresión Li-teraria en Preescolar; las alumnas se pararon ante la primera de las puertas y, vacilantes y con muchas dudas, comenzaron a leer, a cuestionar y a preguntar de tal manera que, sin advertirlo, se pusie-ron a crear sus cuentos; luego, salieron a la Explanada Cultural de la Unidad Culiacán de la upes para exponer sus cuentos a la comuni-dad universitaria en revistas diseñadas y elaboradas por ellas mis-mas, además de atreverse a escenificar el cuento Salvando al mar, escrito por Cinthya Karely Valles Arce. Y con esas actividades y ya

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casi para terminar el semestre, la tercera puerta se abrió sin haberlo ellas siquiera imaginado. Como en La historia interminable, de Mi-chael Ende, el Reino de la Fantasía tenía otra oportunidad, gracias al talento, el arrojo y la valentía de unas jovencitas que aceptaron el reto de fortalecer y de preservar la magia de las letras, a través de las narraciones infantiles que integran este libro que, sin lugar a dudas, merece llamarse La metamorfosis del lector, porque la transformación se dio con plenitud, y las alumnas que desconocían el nombre de muchos escritores se convirtieron ellas mismas, por sí solitas, al ritmo cadencioso de sus cuentos, en las autoras de este li-bro del que ahora todos nos sentimos orgullosos de verdad. Un libro que contiene un mundo de experiencias y un montonal de aprendi-zajes que, con el paso del tiempo, consolidarán la formación literaria y personal de quienes escribieron las cuarenta y cinco narraciones que podrán ustedes ahora disfrutar.

José Manuel Frías SarmientoCoordinador

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LA IMPORTANCIA DE LOS CUENTOS

María Alejandra Aragón Pérez

C uando era pequeña me regalaron un libro de cuentos en un cumpleaños. Era un libro grueso, grande y muy colorido. Cuan-

do lo abrí, me quedé sin palabras. Nunca me habían regalado uno, o nunca había tenido uno, con excepción de los libros de cuentos de la primaria, los cuales me gustaban mucho, pues eran cuentos cortos y muy divertidos. Y el que me regalaron era muy bonito y me gustó leerlo. Noche tras noche, leía un cuento. Tenía unos dibujos fantásticos.

Al terminar el libro, pasó que ya no tenía otra cosa que leer y el poquito hábito de lectura, al no tener otro cuento para leer, se acabó con él. Ya no busqué otros cuentos. No tuve iniciativa para buscar más lecturas, ni mis padres me dieron otro libro más.

Ahora, cuando pienso en un cuento, imagino una historia sú-per fantasiosa. Pienso en un personaje con grandes aventuras y eso me hace volar la imaginación, anhelo estar ahí, convivir con seres

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fantásticos, experimentar otros sentimientos. Por eso creo que leer cuentos a los niños les ayuda a relajarse y les permite salir un poco de la rutina de su mundo, los saca de un contexto que a muchos les desagrada.

Las historias que más les agradan a las niñas son las de las prin-cesas. ¿Por qué será? ¿Acaso porque son historias con muchos senti-mientos, como el miedo y la tristeza, porque casi siempre a las prin-cesas las tratan mal o pasan un mal rato, por así decirlo, pero dentro de ese maltrato ellas sienten la esperanza de hallar la felicidad con un príncipe azul? También encuentran amigos imaginarios y objetos que cobran vida; y esto les encanta a los niños, les da gusto imaginar que pueden comprenderlos y ser sus amigos en los momentos en que lo necesitan. Y los vestidos que usan, el castillo en que viven, los carruajes en que se trasladan y el baile con su príncipe, son ele-mentos clave en estas historias que nos hacen querer ser como ellas.

En el caso de los niños, los superhéroes les llaman mucho la atención por sus poderes y porque ayudan a otras personas. Desean ser poderosos como ellos. Los hacen sus ídolos y empiezan a actuar como los describen en los cuentos.

A los padres les da gracia que los niños actúen así. Son carac-terísticas de los infantes que hagan travesuras o se pongan en si-tuaciones un poco fuera de control. Pero lo hacen porque imaginan que son otros y tratan de actuar como lo hacen los personajes en sus cuentos. Las personas adultas no lo vemos de esa manera. No recor-damos lo que es ser niño y, por el contrario, nos desesperamos con ellos. Es verdad que algunos adultos ven la literatura como una cla-ve muy importante para el desarrollo de un niño; en cambio, otros

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la ven como una pérdida de tiempo. Y entre esos adultos, hay varias profesoras y varios profesores.

Algunos padres no tuvieron la oportunidad de que les leyeran cuentos en su niñez por qué «no se usaba»; o, simplemente, no es-taba en sus hábitos, ni tampoco les entretenían. Si se hiciera un son-deo con los padres de los preescolares, pudiera resultar que la mayo-ría no tiene el hábito de la lectura y, por consecuencia, es muy difícil que los hijos puedan adquirirlo si sus mismos padres no lo tienen.

A veces, cuando un niño está muy entusiasmado por algo: por-que corrió sin tropezarse, saltó sin caerse, porque pudo jugar un jue-go un tanto difícil o leyó un cuento fabuloso, lo primero que quiere hacer es contárselo a papá y a mamá, pero la mayor parte de las ve-ces los papás están tan ocupados, distraídos o cansados por el traba-jo, que lo único que hacen es decirle: «lo siento, estoy muy ocupado; lo siento estoy muy cansado, vete a jugar». Los niños, obviamente, se sienten tan rechazados que a algunos les baja su autoestima. Y estos niños son los que están más propensos a ser víctimas del bu-llying. Aunque hay niños que parece no afectarles y se van a jugar para después volver a insistir, o hacen alguna travesura o berrinche para que se les tome en cuenta. Lo cierto es que, de una u otra ma-nera, los niños quieren que se les preste atención, estén cansados los papás o no.

La indiferencia que los adultos les muestran hace que los niños pierdan esa ilusión de la historia, de la magia y la fantasía de la na-rración y, con ello, pierdan también la emoción por los libros. Poco a poco se apaga esa chispa que les genera la lectura. En lo personal, cuando leo durante un tiempo, es como si me envolviera un senti-

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miento mágico que me lleva a seguir leyendo, a saber qué es lo que pasará después, me intriga el desenlace de la historia. Sin embargo, no sigo con otro libro, me vence la inercia y se me acaban las ganas por leer. Pierdo el interés, hasta que, con el tiempo, vuelvo a caer en el mundo de las letras. Lo mismo pasa con los niños; si no se alimen-ta esa chispa por los libros, la pierden y aniquilan su magia, la ilusión y la fantasía de la literatura. He ahí por qué formar hábitos lectores desde pequeños.

Los papás pueden tener muchas maneras de pensar. Habrá algu-nos que son primerizos y les pondrán toda la atención del mundo; otros tienen más hijos y no les prestan la atención necesaria, aun-que hay algunos que saben que con la llegada de un hermanito los niños entran en una etapa en la que se sienten celosos; estos papás son muy comprensivos y buscan el tiempo adecuado para estar con ellos.

Por eso es importante aprovechar el tiempo que se pueda estar con los hijos, y qué mejor que compartir cuentos, poemas, rimas, leyendas y relatos que se les lea a los niños. Será una experiencia educativa, pues aprenderán uno del otro.

En la actualidad, muy pocos papás buscan ese tiempito para es-tar con sus hijos; prefieren darles un aparato electrónico y permane-cer a su lado para que sientan su presencia. Eso es algo que, viéndolo desde otra perspectiva, se me hace una acción un tanto vacía, muy pobre de sentimientos, de relaciones afectivas, de lazos que nunca son estimulados; y después dicen ellos mismos que por qué los hijos son tan distantes cuando son adolescentes o ya adultos. La relación

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de afecto hay que nutrirla a diario con acciones efectivas y no sólo platicadas.

La literatura es una excelente opción para acercarse a los hijos, es una manera en la que puedes pasar un tiempo con ellos después de llegar del trabajo, o después de un suceso en el que el niño no actuó de manera correcta; puedes utilizar un cuento con una anéc-dota parecida y contárselo para que el niño pueda comprender esa situación. También se puede manejar como una estrategia en la que los padres guíen el pensamiento de los niños para que comiencen a distinguir los actos buenos de los malos y para que aprendan que a las personas que deciden hacer acciones no tan buenas les acarreará consecuencias negativas. Eso les servirá para que los niños se for-men un criterio desde pequeños.

Pero para esto los papás tienen que saber de cuentos, de histo-rias que les sirvan a los niños, que les hagan reflexionar, y tienen que empezar por buscar cuentos divertidos, educativos y con temas que a los niños les interesen.

Los pequeños, al escuchar un cuento, se trasladan a un mundo mágico y diferente al que ellos miran como real, tanto que a veces piensan que siguen en esa historia y actúan como si estuviesen en ese lugar mágico, o usan objetos como si fueran los personajes del cuento. Incluso, hay niños a los que les agrada que los llamen por el nombre del personaje principal, que los vistan o disfracen como ellos. Por ejemplo, a las niñas las peinan como la princesa del cuen-to, o que el carro se parezca al de la animación. Y a los niños les fascina que les digan que pueden llegar a ser igual de importantes o especiales como los personajes que admiran.

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Ya para concluir, refrendo el compromiso de proseguir con el há-bito de la lectura. Conozco las razones por las que no leo de manera constante y también entiendo que será un reto volver a leer todos los días, pero empezaré poco a poco hasta darme el tiempo necesario para la lectura. Yo sé que con esas lecturas alimentaré y ampliaré mi conocimiento, tendré mejor criterio y cambiaré mi forma de ver el mundo, seré más consciente y más observadora. Sé que leer los libros nos traerá beneficios si es que los leemos. Y será muchísimo mejor si empezamos desde pequeños. A mí, en lo personal, me ayu-dará en mi profesión como educadora y a mis alumnos les ayudará en su aprendizaje.

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¡PAPITOS… VAYAN A COMPRARME LIBROS!

Dilia Gabriela Cordero Sánchez

Q ueridos papitos, ustedes sabe que yo aún estoy pequeño, tengo escasos 3 años. Yo aún no sé leer, mucho menos escribir, estoy

en pleno desarrollo. Ayer estaba viendo el televisor y en mi cari-catura favorita, Barney y sus amigos, empezaron a hablar sobre los libros… yo no sabía qué era un libro hasta que lo vi ahí. Yo no tengo libros y me gustaría tener uno. Ustedes como papás deberían con-tarme cuentos, porque ahí en la caricatura nos decían que los libros tienen cuentos y muy divertidos.

Además, dijeron que los papis eran quienes fomentaban la lectu-ra, ya que como siempre estamos con ustedes, son nuestro ejemplo a seguir. Si yo los veo con un libro en la mano, yo también voy a querer estar con libros.

¿Ustedes sabían que los cuentos me pueden ayudar a desarrollar mi conocimiento? ¿Sí lo sabían, verdad? Barney dice que si ustedes quieren que me enseñe a lavar los dientes todos los días pueden

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buscar un cuento sobre los dientes. Pero ¿qué creen, mami y papi? No me pueden comprar cualquier cuento; tiene que ser el cuento que a mí me guste. Para eso, me tienen que llevar con ustedes a la librería o a donde vayan a comprarlo para que yo lo escoja.

Además, dijeron en la caricatura que si uno de ustedes dos me quiere comprar un libro tiene que ver que ese libro promueva algún valor, que me de algún conocimiento nuevo, que sea un cuento cor-tito y sencillo, que el cuento sea de acuerdo con mi edad, porque no te vas a poner a contarme un libro para un niño más grande, porque no le voy a entender.

Los mejores libros para mí tienen que tener muchas imágenes, poquitas letras… Ah, casi se me olvidaba decirles: ¿sabían que los cuentos son los que más nos llaman la atención a los niños? ¿No sa-bían? Pues déjame y te digo que sí; dijo Barney que nos llama mucho la atención. ¡Ah! Y, aparte, nuestra imaginación crece más!

Papitos, pero cuando me compren el libro no me lo lean nada más porque sí, porque me voy a aburrir y me voy a ir, así ni me va a llamar la atención lo que me cuenten; tienen que hacer el ridículo al contármelo, tienen que hacer gestos, hacer movimientos con las manos, cambiar de voces y, además, hacerla de suspenso para que en ningún momento pierda interés, pero tampoco tienen que exage-rar con los movimientos.

Después de cada cuento me tienen que preguntar sobre qué tra-taba. Esto me puede ayudar para expresarme sin miedo, y también dijeron que me ayuda para la retención, porque podemos platicar sobre el cuento y, cuando esté más grande, me pueden poner a ha-cer un escrito de lo que aprendí. ¿Sabías que Barney dijo que las

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maestras del kínder pueden hacer que los niños actúen los cuen-tos? ¡Wow! ¡Qué emocionante! ¡Ansío entrar al kínder! Así pueden aprender más los niños, además de que ellas también nos pueden inculcar la lectura; pero si no son buenas contando cuentos, pues así ni de chiste nos va a llamar la atención.

Cuando vaya al kínder, dijo Barney, la maestra antes de empezar a leer el cuento debe hacernos preguntas para ver qué ideas tenemos de él, ver las palabras clave del cuento; y cuando nos empiece a leer el cuento, la educadora debe mostrarnos las páginas para que no-sotros veamos que ahí sucede lo que ella nos va contando. También nos puede preguntar: ¿qué va a pasar? Y, por último, podemos plati-car con la maestra qué aprendimos y qué podemos mejorar.

De lo que me acuerdo que dijo Barney es que si ustedes y la maestra me leen, aprendo a escuchar, a comunicarme con los de-más, aprendo palabras nuevas y eso puede favorecer valores. Cuan-do me enseñe a leer cuentos, podré tener buenas calificaciones, enseñarme a reflexionar, a solucionar problemas y el amor por la lectura, así para que cuando sea grande como ustedes me convierta en una persona muy destacada.

Así que, papitos, en cuanto tengan tiempo, vayan a comprarme libros… ¡Ah, y que no se les olvide: como soy un niño pequeño, tie-nen que comprarme libros muy resistentes porque aún estoy chiqui-to y los puedo romper!

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INGREDIENTES PARA CONTAR UN CUENTO


C ontar un cuento es como preparar una receta de cocina. La ela-boramos porque tenemos ganas de hacer y de comer ese pla-

tillo. Hay algo de misterio en los resultados, hay impaciencia por escucharlo completo.

Para que te salga bien, lo haces paso a paso, despacio, sin prisas, agregando uno por uno los ingredientes necesarios. Unos ingredien-tes que, todos juntos, se combinan en una mezcla deliciosa de sabo-res que te encantarán al disfrutarlos.

Pasa lo mismo cuando lees un cuento a un niño. Esta personita está muy emocionada por el cuento, igual como si oliera el aroma del pastel que sale del horno; siente impaciencia por escucharlo, por saber de qué se trata y de quienes serán y qué es lo que harán los personajes de su cuento.

Para contar una historia, tienes que agregar ciertos ingredien-tes a tu persona, debes sentir a flor de piel las emociones que estás

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narrando, describir las características de los personajes, lo bonito o lo feo del lugar en donde se desarrolla la acción; y, más que nada, debes saber contarlo, aprender a modular la voz, dominar tus gestos y tus ademanes de acuerdo con la historia que cuentes. Pues, como bien se dice, la emoción de los cuentos infantiles está en la manera como se la cuentas a los niños. El narrador es tan importante como casi el mismo cuento.

Lo maravilloso de leer o de contar una historia a los pequeñines de preescolar es la magia de comunicar y de transportar a esas per-sonitas a un mundo de fantasía y de felicidad. Es tener el poder y la oportunidad para contarles lo que sientes y que ellos te escuchen y te comprendan.

Pero para contar un cuento hay que verlo y sentirlo como un juego.

Cuando yo juego con los niños, lo hago de una manera muy in-fantil, poniéndome a su nivel de comprensión y al nivel de sus emo-ciones. Expreso la historia con gestos exagerados, con ademanes y tonos de voz adecuados para que pongan atención y les cause gra-cia. Cuando logro sus risas, me siento contenta, me divierto junto con ellos y comprendo, por fin, que de eso se trata el arte de con-tarles cuentos a los niños: de hacerlos felices y de que rían como los niños que son.

Cuando cuentas un cuento, eres como el chef que prepara un rico y delicioso platillo, tienes el poder para agregar o quitar los in-gredientes que le den más sabor y le hagan ser más atractivo para los niños; tienes la oportunidad para hacerlo más emocionante, puedes poner un toque misterio o imprimir mucha diversión para que los

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niños estallen en carcajadas. Y si ves que un ingrediente no te fun-ciona, lo quitas y agregas otro que mejore la historia que les cuentas. Tú puedes girar la narración y reescribirla cuando la cuentas.

Pero tenemos que saber cuáles ingredientes van de acuerdo con los intereses de los niños, porque no debemos olvidar que la historia es para ellos, aunque al contarla la sintamos como nuestra.

En una historia, hay muchos personajes, y siempre tiene que ha-ber alguien que tropiece con algo; es decir, alguien que se equivo-que, o que sea una persona no muy buena (no me gusta decir mala), simplemente que se equivoque; esto es para que los niños puedan identificar los valores y las cosas contrarias a las buenas; que vean cuándo se equivocan, en qué se equivocan y cómo hicieron para resolverlo, pero, sobre todo, que vean y comprendan lo que pueden aprender de la historia que se les cuenta.

Es importante que al contarles un cuento, los pequeños sepan reconocer las acciones buenas de las malas y, sobre todo, que sepan actuar con bien en las situaciones que se enfrenten día a día.

Y también importa que las maestras de preescolar conozcan y utilicen recursos literarios y estrategias escolares para que ayuden a fomentar los valores en el actuar y en el pensar de sus pequeñitos alumnos. Que sepan utilizar y narrar los cuentos infantiles para en-riquecer el aprendizaje de los niños y así, desde chicos, aprendan a ser mejores personitas.

Y, ya por último, hay que procurar que el contexto en el que se lean los cuentos a los niños sea el adecuado para captar y mantener su atención. Un ambiente muy relajado y cómodo, de preferencia

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que no haya distractores para que los niños se puedan concentrar en la historia.

Finalmente, tengamos presente que saber transmitir el mensaje a través de la literatura infantil es un arte que todos podemos domi-nar, aunque para ello debamos esforzarnos más en nuestras labores educativas. Deberemos aprender a modular la voz y a jugar con los niños. Y para conseguirlo nos servirá mucho recordar cuando éra-mos pequeños y todo nos emocionaba, sin tomar en cuenta si eran pasteles de chocolate o cuentos de los abuelos. En ambos, estaban presentes la emoción, el gusto y el placer de tenerlos al alcance de nuestros sentidos, gracias al cariño y a la atención de sus mayores.

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EL MUNDO MÁGICO DEL SEÑOR BÚHO


H abía un búho al que le encantaba la escritura, la lectura y la poesía.

Todos los días, traía bajo el brazo un libro que leía a los pequeños animalitos. A muchos les encantaba escucharlo leer sus cuentos, pero había otros animalitos que decían: ¡Ay no, qué flojera tremenda los libros!

Los libros que traía Señor Búho tenían muchas imágenes de mundos encantados. ¡Wow!, decían los animales más pequeños. ¡Qué padre! ¡Quiero ir ahí! ¡Quiero conocer esos lugares!, decía la pequeña Ardilla Queso.

Todas las mañanas Tigrito Orejón, Ardilla Quesito y Mariposa Tricolor iban muy ansiosos a escucharlo leer.

Señor Búho se ponía muy contento porque a ellos les interesa-ba la lectura. Ese día llegó con muchos libros. Todos estaban muy

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emocionados porque jamás habían tenido un libro, pero había un problema: ¡no sabían leer!

Todos los animalitos le suplicaron para que los enseñara.Los animalitos le decían.—Nosotros queremos ser como tú, tener muchos libros, para

contar todas esas historias maravillosas que nos cuentas. Señor Búho le dijo a Tigrito, Ardilla y Mariposa que la lectura era

un mundo mágico y que leyendo podían conocer otros lugares, no porque los conocieran de verdad, sino porque al leer te imaginabas grandes lugares sin necesidad de ir a ellos.

Los enseñó a leer; bueno, los empezó a enseñar a leer ese mun-do tan maravilloso, que sólo quien lo conocía podía conocer tantas cosas, pero aunque los estaba enseñando a leer aún les seguía con-tando cuentos.

A ellos les fascinaba que les leyeran una y otra vez los cuentos que ya se sabían. ¿Sabes por qué? Porque ellos podían decir lo que seguía, pero en el momento en que Señor Búho les cambiaba la his-toria, ellos se fascinaban. Se llevaban horas y horas con Señor Búho riendo emocionados por lo que les contaba.

Una mañana con un clima muy agradable, el Venado Corazón y el Conejo Esponjoso vieron que Tigre Orejón, Ardilla Quesito y Mariposa Tricolor estaban muy contentos y muy interesados en el cuento que Señor Búho les contaba. Entonces se preguntaron: ¿pues qué harán que se ven tan felices? Y Venado le dijo a Conejo.

—¡Ven, vamos a ver qué hacen! —¡Ja! —exclamó Conejo—. ¡No creo que sea algo interesante!

A lo que Venado le dijo.

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—¡Sí, anda, vamos; es que me da mucha curiosidad saber qué tanto hacen y por qué se ríen tanto!

—¿Qué, a ti no te da curiosidad? —preguntó Venado a Conejo, y éste le respondió.

—¡Ay, pues leen. ¿Tú crees que eso puede ser algo interesante! Leer un montón de hojas. ¡Eso no te divertirá! Mejor vamos a jugar con la fruta podrida. —Venado no se fue convencido.

Señor Búho le dijo a Ardilla, a Mariposa y a Tigre.—Hay mucha variedad de libros; hay algunos que son instru-

mentales, como la matemática y la ciencia, y hay otros que son lite-rarios, como las fábulas, la poesía o el cuento.

Los tres animalitos se quedaron sorprendidos por esa nueva in-formación que Señor Búho les había compartido.

Muy temerosa, le dijo Ardilla Quesito a Señor Búho.—¿Pero por qué no todos son iguales? —a lo que Señor Búho le

dijo.—¡Oh, es que los libros instrumentales te dan conocimiento; por

ejemplo, con el instructivo sabes cómo armar tu bicicleta o para qué sirven unas piezas, y ya te queda ese conocimiento, te ayuda para algo; pero un cuento no, el cuento te ayuda a imaginar un mundo nuevo, te da una manera de cómo expresarte!

—¡Ah! —dijeron todos los animalitos.En la mañana siguiente corrió muy emocionado Tigre y dijo.—Mire, Señor Búho, me encontré este cuento. Tiene muchas

imágenes, tiene muy poquitas letras; ¡yo me quiero enseñar para leer este maravilloso cuento!

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Pasaron los días y, oh sorpresa, ¡ya habían aprendido a leer! ¡Qué emoción!, pensó Señor Búho.

—Yo sabía que con mi ejemplo podía ayudar a alguien más. Tigrita dijo a Señor Búho.—¿Sabe cuál es mi parte favorita? Es esa cuando el Lobo persi-

gue a las ovejitas.—¡Ah, le dijo Señor Búho —. Pongan atención, pequeños; es que

todos los libros literarios tienen un inicio, un desarrollo y un final.Todos los animalitos se quedaron con cara de ¿eh? Señor Búho soltó la la carcajada.—¡Ja! ¡ja! ¡ja! Son muy pequeños para comprender eso ustedes.

Nadie en este valle sabía leer, mucho menos escribir, ya que to-dos decían que Búho estaba loco. A Mariposa se le ocurrió una gran idea. ¡Y sí… no, mejor olvídenlo!. Señor Búho le pidió.

—Cuéntanos. Sí, sí, sí, cuéntanos.—Mariposita Tricolor —le dijeron Tigrito y Ardilla— se animó

—y les dijo.—¿Qué tal si… les contamos cuentos a todos los demás anima-

litos del valle?Señor Búho los miró y les dijo.—¡Sería una excelente idea!

Fueron y le dijeron a todos los animalitos. Venadito se enteró de la noticia y pensó: «Sí, lo haré, quiero conocer ese mundo tan mara-villoso que escucho mencionar».

Papá Venado le dijo.—Sí, hijo, tú ve; pero espera, mira lo qué tengo guardado aquí —

hizo a un lado unas ramas y sacó un libro empolvado.

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—¡Wow, papá! ¿De dónde sacaste eso? —preguntó Venadito a Papá Venado.

—Ah, un día lo encontré cuando iba por la hermosa pradera, cuando yo era un joven venadito como tú y lo guardé porque me dio curiosidad esa cosa; es más, no sabía ni qué era, pero lo guardé porque algo me dijo que un día lo iba a ocupar para algo. Es cosa del destino.

Al día siguiente, Venadito iba muy emocionado cuando se en-contró a Conejito y le dijo.

¡Momento, ¿a dónde vas, Venadito?Venadito le dijo.—Pues voy a que me cuenten cuentos. -¿Qué a ti no te intriga

saber leer y que te cuenten cuentos? Conejito lo vio y respondió. —No, yo no voy.

Venadito se fue y escuchó esa hermosa tarde el cuento «Los Canguritos Peleoneros».

Cayó la noche y Venadito llegó con su Papá Venado y casi le gritó.—¡Papá!

Él respondió.—¿Mande? ¿Cómo te fue? —a lo que Venadito le contestó.—¡Wow, fue algo muy emocionante!—Cuéntame, hijo, de qué trató —quiso saber Papá Venado. Ve-

nadito le dijo.—¡Papá, eran unos canguros que peleaban por todo! ¡Un día se

fue un canguro y el otro se quedó solito… se quedó muy triste y se dio cuenta de que aunque peleaba mucho con el otro canguro lo

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quería mucho! Cuando volvió el canguro que se había ido, se hicie-ron los mejores amigos del mundo; ambos se extrañaban.

—Yo también iré, hijo, para aprender tantas lecciones como tú.—Sí, papá, ya voy a saber que con mi amigo Conejito nunca me

debo pelear, porque ya que somos muy buenos amigos si se va lo voy a extrañar y es el mejor amigo que tengo y nunca lo quiero perder.

Como todos los animalitos vieron que leer era un mundo muy interesante, empezaron a ir a clases con Mariposita, Tigrito y Ar-dillita.

Y a la hora de la hora Conejito siempre sí quiso ir a las tardes de lectura y escritura porque, como todos los demás, él también se dio cuenta de que sólo se necesita un poco de ganas e interés para ponerse a leer.

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UN CLAVADO EN EL MAR DE LAS LETRAS


C uando era hora de dormir, siempre soñé con que me leyeran un cuento, como sucedía casi siempre en las películas que los

padres veían a sus hijos por las noches antes de acostarse, y así so-ñar con un cachito de la mágica historia, remontarme a esos tiem-pos, vivir un pedacito de esa vida soñada por cualquier niño. En cambio, veía unos cuantos minutos las caricaturas de los Looney Toones, que en verdad me encantaban. Tenía la inquietud, mas no tuve la motivación suficiente para, simplemente, manifestar esa ne-cesidad y que mis padres lo hicieran posible.

Tengo hermanos mayores que yo. Son pocos los recuerdos que tengo, pero en ninguno de ellos tengo la imagen de haberlos visto leer. En la pequeña biblioteca que tenemos (si al pequeño y escon-dido librero que tenemos se le puede llamar así) hay libros en los que la mayor parte de ellos son libros escolares que, por así decir-lo, «me pesa» deshacerme de ellos. Hay, también, un par de nove-

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las empolvadas que siguen ahí por alguna razón. Supongo que, en algún momento de sus vidas, alguien las leyó, pero yo jamás miré que alguien tomara esos libros y los hojeara, por lo menos. Pero fue hasta que empezamos el curso de la materia Expresión Literaria en Preescolar, con el maestro José Manuel Frías Sarmiento, que me he puesto a reflexionar por qué no las he leído siendo que siempre las he tenido al alcance. Acepto que, en un par de ocasiones, he sentido la curiosidad de saber de qué se tratan, pero aun así sigo sin leerlas.

Me he dado a la tarea de ir a la biblioteca de la Universidad a ver qué libros me llaman la atención y hasta me he puesto a pensar: ¿por qué dejé pasar tanto tiempo sin leer? Sé que con la tecnología las personas se hacen más lentas, por así decirlo, para pensar y actuar porque se le facilitan mucho las cosas, pero también las entorpece en otras mucho más importantes, como son pensar, leer y escribir con creatividad.

¿Cómo es que prefiero ver un blog de moda, en vez de buscar un libro que por gustos similares pudiera leer? ¿Por qué esa comodidad de hacerlo por un medio electrónico? ¿Por qué no me doy el tiempo de ir a librerías a ver las novedades literarias? Estas preguntas me las planteo a partir del curso con el maestro Frías Sarmiento. Ya sé que soy una persona visual, por lo que es un modo de defender mi gusto por las revistas y blogs, mas no me zafo totalmente de mi ignorancia hacia la literatura. En verdad, es un tanto vergonzoso que te hablen de autores y nombres de novelas y no tener la capacidad de entable-cer o seguir la conversación por no saber. Una vez más, ¿por qué no he empezado a leer?

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Si hablamos de los niños pequeños, diremos que la lectura es un hábito. Está bien. Entonces, los hábitos se van formando poco a poco y alguien tiene que enseñárselos, guiarlos en la búsqueda e interpre-tación de esas nuevas lecturas, hasta crearles el hábito de hacerlosa por ellos mismos después. Es como asearse, comer adecuadamente; para todo tienes que forjar una rutina constante y permanente, pero pasa que ni siquiera nosotros nos brindamos unos quince minutos para leer las notas en el periódico.

Recuerdo mucho la película Matilda, una niña pequeña que tenía un buen hábito de la lectura y cómo, desde pequeña, se fue interesando en los libros sin que nadie le dijera nada, más que en la escuela, ya que sus padres no se lo inculcaron. Provenía de una familia muy extraña y contraria a ella. Aun así, ella, al aprender a leer, tuvo la curiosidad de saber qué es lo que contiene ese libro, de qué trata esa historia, y de ahí partió su motivación para seguir le-yendo y leyendo libro tras libro. Me llamó la atención, aunque fuera algo extraordinario que una niña salga sola de su casa y se traslade a una biblioteca. Tanto así era su necesidad de leer que tenía que caminar un par de largas calles para llegar a ese destino que la hacía feliz. La maestra, en la película, en un par de escenas aparece con libros. Comparado con el jardín de niños en donde practico, no veo a ninguna maestra que lleve libros para enseñar a los alumnos, libros que los niños puedan ir a buscar y leer, recomendarles el libro de la semana, como un club de lectura, que sus padres lo lean en casa y luego vayan a comentarlo al aula en que estudian sus hijos.

Esta semana, en el jardín, observé unas frases bonitas acerca de los libros y de su lectura. Se trataba de una pequeña campaña de

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lectura en la que cada día una mamá iría a leer un cuento a los niños en el salón. Con los más pequeños, la maestra del otro grupo lo hacía y adornaban el aula con algún accesorio alusivo a la historia, lo cual hacía que los niños se emocionaran más porque se los contaba una persona ajena a sus tareas escolares cotidianas. Con esas frases re-cordé mis clases de Expresión Literaria con el maestro Frías y pensé: ¿por qué no lo harán de manera constante y no sólo una vez al año? Pienso que deberían hacerlo cada mes hasta formar un hábito de la lectura en los alumnos. Ya sé que hay muchas maneras de lograr que los niños se interesen por la lectura, pero es claro que tenemos que empezar por nosotras mismas como las profesoras en que deseamos convertirnos. Porque, hablando como maestra, no podemos trans-mitir acciones que no están cimentadas en una misma.

Los libros nos abren puertas, nos hacen reflexionar, nos permi-ten abrir la mente, conocer distintas formas de pensar y de actuar de diversas personalidades y, también, aprender de ellas. Nos llevan de la mano con los personajes y los acompañamos en el viaje de aven-turas que nos están relatando; y lo más bonito es imaginarnos que nos trasladamos a un lugar diferente, o sentir la libertad de decir: «No me gustó el final; preferiría que pasara esto o esto otro». Eso es lo que tenemos que hacer con nuestros niños, permitirles pensar y no quitarles la satisfacción de hacer las cosas que su imaginación les dicte.

Además, hay que tener en cuenta el esfuerzo de los autores para escribir de un tema o de una situación trascendental en sus vidas y tener las agallas de plasmarlas en un texto para que otras perso-nas disfruten de ello. No todas las personas saben plasmar, relatar o

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contar lo que les pasó, sabiendo que hay muchos críticos que piso-tearán sus textos.

Es increíble cómo es que preferimos ver series en Netflix, en lu-gar de leer una verdadera historia. Ahora entiendo mejor por qué a la mayoría de las personas le cuesta mucho trabajo leer en voz alta o que, aun leyendo, lo hacen muy lento o luchan por articular una palabra tras otras con coherencia y claridad.

Leer nos trae beneficios y sólo hasta muy tarde nos percatamos de ellos. Ahora mismo me doy cuenta de que lucho para escribir lo que estoy pensando, me cuesta encontrar las palabras correctas para decir lo que quiero. Por eso es que leer nos permite tener ideas nuevas o más claras sobre diversos temas y, así, conocer y apreciar diferentes puntos de vista.

En ocasiones, he visto a personas que no leen bien en voz alta y pregunto: ¿por qué no pueden hacerlo? Son de mi edad o mayores que yo; se supone que deben de leer a la perfección; hasta hay niños que leen mejores que ellos. ¿Será que se pierden en su mundo tecno-lógico que hasta olvidan leer y escribir correctamente?

Las redes sociales no son malas, pero considero que le han hecho un mal a la sociedad. Ahora, como siempre, es necesario que cada quien se tome un tiempo para hacer cosas por sí y para él, porque, a fin de cuentas, al leer alimentamos la mente, el conocimiento, los pensamientos y la persona.

Hay tiempo para todo, y hay que empezar proponiéndonos avan-zar poco a poco hasta lograr nuestro objetivo. Sí se puede lograr, pero es cuestión de querer. Y si, como dicen, es verdad que los niños son una «esponjita», que todo aprenden y que todo imitan, entonces hay

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que tomarlos en cuenta y empezar por hacer actividades para que nuestros alumnos convivan desde pequeños con los libros, que se fascinen por la lectura; porque, como dice un autor, «el acto de leer o simplemente ojear un libro estimulará la inteligencia, la imagina-ción y la creatividad de los niños».

Por eso, mi sugerencia es empezar por nosotras para que, jun-to con los niños, nos demos un clavado en el mar de las letras. Un mar en el que podremos conocer palabras nuevas y, con eso, des-pertaremos nuestra imaginación con la lectura de nuevas historias y emocionantes mundos por descubrir. Historias y mundos que nos enseñarán maneras más cultas y más centradas a vivir.

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LOS DOS MUNDOS


H abía una vez un mundo donde sólo vivían niños, muchos ni-ños, de todas las razas, de pieles blancas, pieles oscuras, con

ojos verdes, ojos azules, pelo chino, pelo lacio; en fin, con muchas diferencias. Y lo más bonito era que todos vivían en un mismo lugar, todos eran amigos y compartían y jugaban juntos.

En ese mundo tenían un enorme reloj dorado divido en dos co-lores. Si te preguntas por qué en dos colores, la respuesta es porque un color marcaba las horas de la noche y el otro color marcaba las horas del día. Además, había nubes de muchos colores y de ellas salía una voz que todos los días le contaba a los niños un cuento o una historia; unos eran para dormir y otros para soñar despiertos a la mitad del día.

Esas nubes ya les habían contado muchos cuentos, desde los más populares, como Caperucita Roja, Cenicienta, El Gato con Botas y El Sastrecillo Valiente. Les había contado hasta el cuento de Fran, el

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Gusanito Malcriado, escrito por una alumna de la upes. Todos los niños eran muy felices al escuchar esos cuentos. Pero sus favoritos eran aquellos en los que aparecían animales, pues todos ansiaban conocer y tener uno cerca.

Cuando las nubes les contaban cuentos, los niños se imaginaban todo lo que escuchaban y pensaban de esos animales que aparecían en los cuentos. Y que tenían una gran imaginación; por tanto, escu-char y repetir los cuentos que ya se sabían.

En ocasiones, se desesperaban cuando aún no era hora de con-tarles cuentos, pero luego aparecían las nubes y los relajaban con una historia nueva, aunque para ellos todos los cuentos eran muy interesantes.

Pero sucedió que, al pasar el tiempo, empezaron a notar que al-gunos niños desaparecían y ya nunca más los volvían a ver. Era muy extraño que pasara eso.

Una tarde, llegó una persona muy extraña al mundo de los niños. Todos se acercaron a ver qué era lo que había llegado.

Un niño susurró.—Parece que es un duendecillo. Y el extraño le contestó.—¿Cómo sabes? ¿Qué no se supone que nadie me conoce? Mejor

dime tú, ¿qué clase de duende eres?Y el niño le dijo.—La verdad, nunca habíamos visto a nadie como tú, pero es

que las nubes nos cuentan historias y en ellas nos describen a seres como tú. Y nosotros no somos duendes; nosotros somos niños.

El duende los miró y les dijo.

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—¡Pues son unos niños muy feos; los duendes sí somos bonitos! Y luego miró a su alrededor y les preguntó.

—¿Qué hacen aquí?Y los niños le contestaron.—Jugamos, nos divertimos y escuchamos cuentos que nos leen

las nubes. —¿Cuentos? ¿Qué es eso? —preguntó el duende. —Son narraciones que nos cuentan las nubes antes de dormir y

a la mitad del día —contestaron los niños. —¡Oh, no sabía qué eran los cuentos y por eso no tenía la menor

idea de lo que te referías! —dijo el duende. —Más tarde, será nuestra hora del cuento; quédate para que lo

sepas mejor —dijeron los niños.Llegó las 6 de la tarde y las nubes no empezaron, abrieron la boca

para nada. Los niños se pusieron muy tristes y se les hizo extraño que las nubes no les contaran sus cuentos. Así pasaron muchos días sin que se oyera ninguna historia desde los cielos. Los niños se po-nían más y más tristes y pronto comenzaron a pelear y a discutir porque no escuchaban un solo cuento.

Y es como los niños de ese mundo estaban acostumbrados a es-cuchar cuentos, sintieron que se rompía la armonía y la alegría que siempre había tenido entre ellos. Pero sucedió algo más extraño to-davía: los árboles de los alrededores empezaron a cambiar de color; de los colores rosados, verdes, lilas amarillos, empezaron a cambiar a negro o gris, colores muy feos.

Todo esto pasaba porque los niños ya no reían, ya no imaginaban nada, porque toda su imaginación fue desapareciendo al no escu-

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char sus cuentos. Entonces, los niños recordaron que todo comen-zó a cambiar con la llegada del duende y decidieron correrlo de su mundo.

—¡Regresa por donde viniste! —dijeron, a una sola voz todos los niños.

El duende les comentó que sólo había llegado ahí para conocer ese mundo, pues ya había recorrido casi todos los demás y en un suspiro desapareció.

Cuando el duende se fue, los niños se quedaron pensando en lo que les había dicho, y como ya habían esperado mucho tiempo a las nubes perdieron la esperanza de volver a escuchar otro cuento. De pronto, desde los cielos, se escuchó una dulce voz que les decía.

—¡Niños, no se vayan tan tristes! —y todos empezaron a brincar de emoción y gritaron.

—¡Las nubes! —y corrieron a recostarse en sus mantitas y las nubes les empezaron a contar otra vez los cuentos que a ellos les gustaban.

Uno de los niños preguntó a las nubes.—¿Por qué no aparecían?

Ellas les dijeron que no hablaban porque sólo les contaban histo-rias a los niños y a los duendes no les contaban nada porque no les gustan los cuentos.

Luego le hicieron otra pregunta.—Nos dijo el duende que había otros mundos. ¿Es cierto eso?

Y las nubes contestaron.—Sí, es verdad, hay otros mundos. Este es el mundo de los niños

y hay otro donde hay gente adulta.

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—¿Gente adulta? —preguntaron los niños.—Sí, son personas más grandes que ustedes; ellos trabajan y

leen cuentos por ellos mismos. —¡Wow, qué padre será leer uno mismo sus propios cuentos —

respondieron los niños!Las nubes les dijeron que cuando ellos llegaran a una edad adul-

ta se tenían que ir de este mundo donde vivían. Y ahí les pidieron que recordaran que había niños que desaparecían y ya no se sabía nada de ellos, y era porque crecieron y se convirtieron en adultos.

Uno de los niños les preguntó.—Cuándo nos convertimos en adultos, ¿ya no volvemos a escu-

char cuentos?Y una nube le contestó.—Cuando creces, empiezas a buscar libros para ti y se los em-

piezas a leer a tus próximos hijos; no todos los niños llegan a este mundo porque ahí, en el mundo de los adultos, estarán ustedes, que les enseñaran a sus hijos el amor por la lectura.

Todos los niños se quedaron sorprendidos al escuchar de ese otro nuevo mundo. Y mientras las nubes les leían otra vez los cuen-tos que a ellos les gustaba escuchar, una y otra vez, la imaginación volvió a la mente de los niños. Y con eso todo su mundo recobró los colores que siempre tuvo: se llenó de flores y de alegría y volvieron a jugar, en espera de ser adultos y transmitir a sus hijos y a sus alum-nos el gusto por los buenos cuentos.

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LEER PARA VIVIR

Andrea Berrelleza Altamirano

¿Q ué implica leer? No sólo es poner en práctica una de las cuatro habilidades del lenguaje que sólo como humanos de-

sarrollamos; leer es una actividad llenadora: nos llena de palabras nuevas, nos llena de nombres, nos llena de lugares, nos llena de ri-sas, nos llena de lágrimas, nos llena de conocimientos y de culturas distintas a la nuestra.

Hay por ahí en internet algunos memes que fingen provenir de las librerías Gandhi, que dicen algo así como: Leer evitará que… y agregan algo que la gente que no lee, hace o dice. Lo chistoso es que esas frases que se le agregan, terminan siendo cosas reales que suce-den en la cotidianidad de nuestros días, lo que indica, entonces, que hay demasiada gente que no lee.

Cuando leemos, entramos a un proceso de metamorfosis; hagan de cuenta que somos como orugas que, al hacer un capullo de libros

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y letras, tras pasar un tiempo sumergidos ahí, nos transforma en una mariposa que, por sus alas de conocimiento, se vuelve libre.

Es un proceso que, claro, no se da de un día a otro, sino que va completándose con los días y en la medida en que más leamos. La lectura propone una apertura mental extraordinaria que nos ayuda-rá a no asustarnos por las cosas que consideramos diferentes (desde una perspectiva cultural); al contrario, las diferencias serán respeta-das, porque el conocimiento nos mantendrá siempre un paso ade-lante.

Como las pequeñas orugas, nosotros sin leer somos iguales de indefensos. El mundo sería un lugar pequeño si fuéramos dioses (que es lo que muchos creen), pero en realidad es un lugar increíble-mente grande con un contenido casi interminable para el que una vida no alcanzará para entenderlo todo. Y todo se trata de sobrevi-vir. ¿Cómo? ¡Leyendo!

La supervivencia siempre será el reto de todos los días y nuestra única arma, amigos, no es el dinero; es el conocimiento. Si bien con dinero podemos conseguir muchas cosas, con conocimiento, tam-bién... y el dinero no compra el conocimiento.

¿Sobrevivir a qué? Al mundo, porque conocer es tener control sobre nuestro contexto y es saber cuáles estrategias utilizaremos para combatir y mantenernos vivos, como pequeñas orugas, en este mundo de fuertes y débiles.

Y respaldándonos con un montón de libros (que no sean de su-peración personal tipo Carlos Cuauhtémoc Sánchez o Prem Dayal), podemos entrar en un estado de transformación que nos dará la li-bertad. ¿Y quién no quisiera ser libre?

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El conocimiento verdadero es poder, es sobrevivir, es libertad, vasta y pura libertad. Y la mejor manera de obtenerlo es con la lec-tura; la lectura, por ejemplo, de Diálogos o Ficciones. Y lo mejor: los niños no están vetados de la lectura.

Claro, no significa que haya que inmiscuirlos a este hábito de sobrevivir diariamente mediante Platón o Borges; eso sería, más que animarlos, repelerlos. Para nuestras pequeñas oruguitas que apenas van naciendo o se encuentran en un estado de completa vulnera-bilidad, hay lecturas especialmente para ellos. Es cierto que no son aquellas que los harán pensar en filosofías de vida y que los harán pasar por crisis existenciales para preguntarse por qué están en este mundo, pero son lecturas agradables que comenzarán a despertarles intereses, así como conocer otros nuevos.

Los libros aptos para ellos, con los que harán su capullito para empezar su metamorfosis, contienen elementos que les ayudarán a ir formándose como personas. Porque la metamorfosis que ofrece la lectura eso es: una transformación de humano a persona. Y entre más pequeñas sean las orugas para comenzar ese cambio, más fá-cil será para ellos sobrevivir, porque cuando alguien ya es viejo es complicado que sus hábitos cambien; tiene que haber una fuerza de voluntad más grande que la que un niño debe emplear.

La literatura infantil es la herramienta que utilizaremos para convencer a los niños a querer leer, a desear aprender y, por ende, a sobrevivir por pura naturaleza. Entonces, si esto ya no sólo es para mantener a los niños quietos o entretenidos con algo, podemos decir que la literatura infantil, como arma para la supervivencia (una que el niño pondrá en práctica cuando crezca), se vuelve necesidad.

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Habremos de saber que sumergir a los niños en este campo no sólo es darles un libro y ver cómo ellos lo usan, sino enseñarles a usarlo, enseñarles de una manera que a ellos les resulte atractiva para que después, por sí solos, pidan que se les cuente un cuento antes de dormir, o al despertar, o cuando están aburridos; que sepan que la lectura es un viaje al mundo, es una excursión a un lugar en el que nunca han estado y que sólo existe en su imaginación. Y que nosotros, como orugas adultas, debemos hallar la manera de cómo atraerlo, cómo convencerlo de que este es el camino que los llevará a la verdad, la verdad de la realidad, la verdad de los sentimientos, la verdad de los hechos, la verdad del mundo.

También habremos de considerar otros elementos como parte de la literatura infantil, porque no solamente los cuentos para niños es lo único que hay para envolverlos en este apasionante hábito. La literatura infantil también puede encontrarse en poemas infantiles y en otros no tan infantiles, pero que pueden tener un contenido comprensible y bueno para los niños, además de canciones y coplas tradicionales infantiles, y también las canciones nuevas, ¿por qué no? La música y las letras son mensajeras de cultura, mensajes que traspasan las fronteras y llegan a diferentes destinos con el fin de que se enseñen.

Los humanos pueden vivir siendo humanos toda su vida, criar a los niños de esa manera y convertirse, incluso, personas de bien, sin tener que leer. Pero siempre queda un vacío, siempre queda una necesidad que no ha sido llenada, siempre queda un espacio que hay que cubrir con libros, con música, con poemas. Es un espacio que tenemos reservado desde nuestro nacimiento, y si no se llena es

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como dejar suelta un parte de nuestro rompecabezas que, a su vez, son muchas piececitas más. Es válido y se puede vivir siendo una oruga toda la vida, pero ser una mariposa nos da cierta altura, cierta ventaja, cierto estatus y la vista es mejor desde arriba. ¿Qué no?

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DIEZ TIPS PARA ENAMORARTE DE LA LITERATURA INFANTIL

Marylú Castro Valdez

L iteratura no es, como todos lo pensamos en alguna ocasión, algo aburrido, sólo leer y leer.

Por eso, te brindaré diez tips para hacer que te enamores de la literatura.

1. La literatura es el alma de un mundo nuevo, en el cual tú puedes ser el creador, el actor principal; puedes ser quien quieras y abrir un mundo de ventanas que no sabías que existía, o bien que te puede fascinar. ¡Hay que comenzar!

2. Anímate a leer un libro. Puede ser un cuento, un poema, algo de terror, de romanticismo (algo que todos amamos) o acción; son tan-tos los temas que pueden hacerte parte de esa historia, imaginarla, según la lees, irte adueñando de ella. ¿Por qué no intentarlo?

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3. Empezaremos con algo básico, como la literatura infantil, contar-les cuentos a los niños, dramatizarlos y no sólo leerlos; imagina la cara de felicidad de los niños al ver que los personajes cobran vida, que interactúan con ellos. Es algo fácil, pero muy significativo.

4. Regresa a ese niño interno que todos tenemos, siente ese mundo mágico que surge cuando los personajes cobran vida, sé el creador de la historia, modifícala cuantas veces quieras, ríe, llora, canta, baila y encuentra un mundo de sentimientos. ¿Lo recordamos de nuevo?

Imagina al niño llegando a casa feliz al contarle a sus papásque él inventó un cuento, que él fue un cocodrilo

que fue un príncipe, que fue quien quiso ser…

5. Al leer un libro, podrás sentir la piel chinita por las emociones de la trama, llorar en la parte triste, reírte a carcajadas de algo que la gente no entiende, enojarte con el personaje. Eso es mejor que ver una novela por el televisor. ¡Te lo aseguro!

6. Mientras lees, te cultivas a ti mismo, te haces acreedor a nue-vos aprendizajes, puedes viajar por el mundo y conocerlo; con sólo leer mejoras tu lenguaje, tu perspectiva para ver y sentir y el mundo cambia totalmente.

7. Enamorarte es la palabra clave. Para lograrlo, tienes que sentirlo, vivirlo, experimentarlo, tienes que ser interesante, jugar, retar, di-vertirte. ¿Esas palabras me suenan a literatura y a ti a qué te suenan?

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8. Atrévete a crear, a confiar en ti, puedes ser el mejor productor de teatro, el mejor escritor, el mejor actor de la obra; por la literatura puedes creer, puedes lograr llegar alto. ¡Sueña que puede ser realidad!

Soy estudiante y voy por mi segundo libro.Por leer, fui autora de mi propio cuento,

estoy escribiendo mi propio artículo. Yo ya me atreví.

9. Ser diferente. Cuando amas la literatura ya no puedes estar sin leer, sin saber del mundo; es como cuando te enamoras de una per-sona: no puedes estar sin saber de él o ella; tu mundo empieza a girar en torno a eso que es la literatura. A mí encanta estar enamorada. Te reto a que seas diferente.

10. Siéntete libre. De eso se trata la literatura, de jugar con tus emo-ciones, de controlarlas con cada trama, de crear tus historias y dise-ñar tu destino, de sentirte más inteligente por todo lo que aprendes y transmites, de contagiar tu pasión por la literatura, de ser, cada vez más los que sintamos, los que soñemos y los que reescribamos el mundo a través de la literatura. ¿Me ayudas?

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FRAN, EL GUSANITO MALCRIADO


E n un bosque muy grande había muchos árboles: grandes, peque-ños, gruesos, delgados, con flores o sin flores. Había, también,

animales e insectos de todas las clases, gorilas, leopardos, venados, tarántulas, búhos, serpientes, conejos, mariquitas, arañas, gusanos, hormigas, mochomos, pájaros; en fin, cientos y miles de animales.

Y en ese bosque había un árbol en especial, muy grande y her-moso. ¿Sabes qué tenía de especial? Ahí vivían muchos, muchos, pero muchos pequeños animalitos. Pero había un animalito que na-die quería. ¿Sabes por qué? Por grosero, por mal educado y por y mentiroso. Y ese animalito malcriado se llamaba Fran.

Fran era un gusanito que a nadie le hacía un favor y sí, en cam-bio, molestaba a los demás. A las hormigas, por ejemplo, cuando car-gaban su comida y se dirigían a su hormiguero, les ponía ramas para que buscaran un camino más largo; a las arañas, que con mucho

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trabajo tejían sus telarañas, iba y se las desbarataba. Todos los ani-malitos se quejaban y decían.

—¡Ay, no, qué grosero es ese gusano! ¡Nosotros nunca le hemos hecho algo para que nos haga eso!

Pero el gusanito Fran, cada que les hacía una maldad, se reía de ellos, porque le gustaba verlos sufrir y trabajar más.

La señora Catarina Alas Rojas le dijo.—Gusanito Fran, ¿por qué haces eso? ¿No te sientes mal por ver-

los hacer más trabajo? —¡No, al contrario, me divierto haciéndoles maldades! ¡Ja, ja, ja!

—respondía el gusanito. Esa tarde, la Señora Búho Masita, que estaba armando su nido,

venía volando con muchas ramitas en sus patas y también gritando.—¡Alguien que me ayude, son muchas ramitas! —Vio a Fran el

Gusanito y le dijo—. ¡Fran, ayúdame, por favor! No quiero que se quiebren mis ramitas porque son perfectas para mi nido.

Y Fran le contestó.—Sí, confía en mí —pero en su interior, pensaba cómo hacerle

una maldad; «cuando suelte sus ramitas me voy a quitar y se caerán al lodo que está ahí abajo» —urdió.

Y así fue. La Señora Búho Masita soltó las ramitas y el gusanito Fran se hizo a un lado. ¡Todas las ramitas cayeron en el lodo! La Seño-ra Búho lo vio y se puso a llorar, pero Fran el Gusanito se puso a reír.

—¿Creíste que te iba ayudar? Pues ya viste que no?Fran siguió caminando por el árbol, y los animalitos que lo veían

venir mejor le sacaban la vuelta para no toparse con él, por lo gro-sero que era.

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Al subir una cuantas ramitas, se encontró con su única amiga, la Serpiente Serpentina.

—Hola, Serpen. ¿Qué haces? —preguntó Fran.—Hola, Fran. Estoy aquí descansado. ¿Y tú? —Pues aquí, muy aburrido. ¿Qué te parece si vamos a jugar un

rato a las catapultas? Serpen le contestó.—Sí, vamos.

En el juego de las catapultas, Fran le ponía moras en la cola a Serpentina y luego se la jalaba para aventarlas y pegarles a los ani-males que vivían en el gran árbol.

—¡Qué divertido es hacer esto —decía Serpen—. ¡Pero más di-vertido es pegarles directo en la panza; eso me divierte mucho, ja ja, ja! —reía Fran.

A Serpentina, en realidad, no le gustaba jugar a eso, pero no le quedaba otra opción, ya que Fran era su único amigo.

Pasaron horas jugando a las catapultas y cuando se cansaron de jugar se sentaron en un tronco seco que había entre los brazos del gran árbol; entonces, le rugieron las tripas al Gusanito Fran.

—¿Vamos a comer, Serpen? Es que tengo mucha hambre —dijo Fran.

—¡Sí, vamos! —contestó. Como Fran quería las hojas más verdes y tiernas, comenzó a me-

terse y a caminar entre las hojas. Del montón que había, sacó una vara con muchas hojitas y se las empezó a comer; y como a Serpen no le gustabas las hojas, se fue a conseguir unos ricos bichitos para comérselos.

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Cuando Serpentina se apartó de Fran, se encontró con Pájaro Miel y habló y le comentó que los animalitos de ese árbol ya estaban hartos y cansados de Fran… Se pusieron a platicar superrápido e hicieron un plan para darle una buena lección al Gusanito Fran.

Cuando tuvieron bien armado su plan, Serpen volvió con Fran...Al terminar de comer, Serpen y Fran decidieron irse a su hogar. Fran iba caminando cuando en una de sus patas sintió una mo-

lestia y pensó: «¿Qué me pasó?» Se agarró del primer tronco que encontró para revisar sus patas, cuando de pronto ¡tras!, se cayó la casita que estaba construyendo el Pájaro Miel. Todos los animalitos se asomaron a ver qué había producido ese ruido tan grande.

—¿Por qué destruiste mi casa? —le reclamó el pájaro Miel. —¡No, yo no lo quise hacer! ¡Yo sólo me quise revisar la patita

porque sentía algo! —respondió el gusanito muy asustado. Como Fran era grosero y mentiroso, no le creyó a Pájaro Miel y

todos los animalitos empezaron a decir.—No le crean, él nos hace muchas maldades —y la Señora Búho

Masita les dijo. —Sí, es verdad, a mí me dijo que me ayudaría con mis ramitas y

las dejó caer al lodo; él es malo. —¡No, no, no, yo no lo quise hacer! —les dijo Fran.

Fran no entendió cómo se había caído la casita si él solamente se había recargado, pero lo que él no sabía es que eso fue lo que planea-ron Serpen y el Pájaro Miel; le iban a poner una pequeña espinita para que él la pisara y como iba a sentir que algo tenía se iba a revisar y, claro está, tenía que recargarse en algún lugar. Por eso pusieron ese palito para que se recargara, y como sabían que no se iba a fijar

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en dónde lo haría, los animalitos, desde la parte de arriba, tiraron más palitos para que pareciera un derrumbe.

En la mañana siguiente, cuando iba caminando, vio que todos los animalitos lo miraban feo y hasta le daban la espalda. Y es que también se habían puesto de acuerdo para que nadie le dirigiera la palabra. Hasta su amiga Serpen no quería jugar con él. Entonces ,Fran pensó: «No me importa, no necesito a nadie, yo solito puedo estar». Y así se fue y se sentó en un tronco seco al que siempre iba a descansar.

En eso estaba cuando, de pronto, todos los animalitos le empe-zaron a tirar con moras.

—¡No, no hagan eso, me duele! ¡Ayúdenme! Pajarito Miel le dijo.—Vamos a dejar de tirarte con las moras si prometes no volver

a ser grosero con nosotros y si además aceptas que nos ayudarás en todo.

Llorando, Fran les contestó.—¡Sí, ya no lo hagan más, ya seré bueno!

Entonces, los animalitos dejaron de tirarle con las moras y una hormiguita dijo.

—Como ya todos somos amiguitos, vamos a jugar a eso que jue-gas con Serpen, pero no le vamos a pegar a nadie.

—¡Sí, vamos, les voy a enseñar! ¡Vamos a ver quién las tira más lejos! —respondió Fran.

Desde ese día, Fran el Gusanito, nunca volvió a ser grosero con nadie y todos los animalitos se hicieron sus amigos.

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Y como, además, nadie le dijo que todo fue planeado para darle una lección, él pensó que había destruido la casita y se ofreció a construirla de nuevo.

Así, todos vivieron felices para siempre, ya que el Gusanito Fran Gusanito se hizo amigo de todos.

Y Pajarito Miel estrenó casita.

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LOS COLIBRÍES QUE NO VOLABAN

Andrea Berrelleza Altamirano

P or algunos suelos aledaños había cientos de colibríes que, lejos de volar, caminaban; siempre al lado de las piedras, siempre al

lado del césped que crecía de la tierra. Todos caminaban tranquilos, dando brinquitos como cualquier ave terrestre; las alas estaban de sobra, se encontraban cerradas, pues había algo tan pesado sobre ellas que ninguno hacía el esfuerzo de intentar abrirlas.

—¿Para qué abrirlas? Si nuestras patitas funcionan, es suficiente para ir allá y acá.

Pero había uno en particular, un pequeño colibrí con tonalida-des turquesa, verde y fucsia, que todos los días se decía: «Si te-nemos alas, alguna función deben tener. Creo que estoy aquí para algo más que sólo caminar de allá para acá». Después, con afán intentaba abrirlas, pero esa pesadez, que no era excepción en él, no se lo permitía.

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Había algo que inquietaba mucho al colibrí, pero no sabía qué era. Tenía unas ganas endiabladas de algo que era desconocido para él. Era una sensación persistente. Seguido le resonaba en su cabeza que él tenía que hacer algo para lograr lo que tanto deseaba, sin sa-ber qué era lo que deseaba y cómo podría obtenerlo.

Todos los días observaba a los demás colibríes, miraba que te-nían alas de colores hermosos, pero le entristecía que no pudieran ser totalmente apreciadas, porque jamás estarían abiertas para ex-poner los colores que guardaban debajo. Saber que ningún otro coli-brí compartía su inquietud le hacía perder la esperanza de algún día hallar su desconocida meta y le angustiaba pensar que el resto de su vida sería caminar y caminar, sobreviviendo el día a día, con la es-peranza ya vendida al trabajo, a su futura pareja y a sus futuros hijos.

Un día que andaba cerca de una lagunita, intentaba beber un poco de agua para saciar la sed que sentía, a sabiendas de que el agua no la tranquilizaría. Por ahí vio algo en el cielo que daba vuel-tas rondando la laguna; no pudo percatarse bien qué era, así que prefirió esconderse, pues, al no saber de qué se trataba, se asustó. Ya oculto tras unas ramas, vio cómo aquello que volaba descendió también a beber un poco de agua.

Pudo verlo con más detenimiento: era un colibrí, igual que él, pero éste tenía el plumaje plateado, que brillaba bajo los rayos del sol. Rápidamente, se acercó a él y le dijo asombrado que había visto cómo volaba, que nunca había visto colibríes volando, y le preguntó cómo lo había logrado.

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—¿Quieres hacerlo también? —preguntó el colibrí plateado, sin dar respuesta a la pregunta que este terco colibrí turquesa le había hecho. Enseguida, respondió que sí, sin dudar de ninguna manera.

—Sígueme —le pidió el ave plateada; ésta se elevó por el cielo, mientras el pequeño colibrí azul-verde lo siguió por tierra sin per-derlo de vista.

Al verlo bajar, el pequeño colibrí apuró su paso hasta llegar al punto donde el majestuoso colibrí de plumas de plata había aterri-zado. Una vez ahí, pudo darse cuenta de algo grande.

—Son libros, léelos —dijo el colibrí plateado al más pequeño.—¿Con esto me enseñarás a volar?—No, tú aprenderás a hacerlo —respondió el colibrí de plumaje

plateado—. ¡Créelo!Sólo eso necesitaba: libros y alguien que creyera en él para que la

esperanza, que casi terminaba por extinguirse, reavivara y comen-zara a soñar otra vez. Se dio cuenta de que en verdad los colibríes no estaban para caminar de un lado a otro, sino que algo mejor habrían de hacer. Y que su inquietud no había sido en vano.

Cada libro leído le soltaba las cadenas que lo mantenían preso al suelo. La pesadez se aligeraba y sus alitas en desuso iban tomando práctica, hasta que una mañana emprendió vuelo. Continuaba po-linizando los libros y eso le permitía abrir más espacios para andar por los cielos.

Y un día se percató que, sin darse cuenta, comenzó a volar sola, mientras que el colibrí plateado que había creído en él, observaba desde lejos que su labor estaba cumplida.

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MI PRIMER DÍA DE CLASES


I r a la escuela, eso no quería. Me aterraba la idea de ir al jardín de niños. ¿Jardín de niños? ¿Qué significa eso? ¿Hablan de niños

plantados en el jardín del patio? Suena escalofriante. Tengo 5 años y me llamo María. No me gustaba la escuela hasta

que conocí a la señorita Alma y a mis nuevos amigos. Les contaré.Ese día me acosté y me dormí tempranito para pronto comenzar

una nueva aventura. Mamá preparó mi desayuno favorito, hot cakes con crema de

avellana, con chocolate y bananas; mmm, deliciosos. Ella quería que estuviera más animada, pero yo no podía, pues no quería ir al jardín de niños.

Me llevó a la parada del autobús escolar junto con papá. —¡Vamos, María, será genial! —dijo mamá—. Confía en nosotros,

¡te divertirás muchísimo!

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Y ahí iba en el autobús escolar con varios niños desconocidos, jugando, gritando y pataleando. Ahí estábamos Andrés mi vecino y yo. Veía inmensa la escuela, con unas enormes ventanas y una gran puerta, con muchos árboles que lucían tenebrosos.

Teníamos que entrar. Andrés también tenía temor, pero, a la vez, estaba emocionado. Yo no. Yo no quería ir a la escuela. Caminamos hasta la entrada; él se fue a otro salón y me dejó ahí en la puerta de mi salón de clases. ¿Qué es lo que me espera? ¿Acaso mi maestra será una bruja malvada? ¿Acaso mis compañeros serán unos duen-decillos traviesos y malosos?

Entré al salón de clases. Todo parecía normal. Niños jugando tranquilamente. No no está mal. La maestra tenía cara de ángel y me recibió con una gran sonrisa.

—Tú debes de ser María, ¿cierto? Ven conmigo —me dijo—. Mi nombre es Alma, yo seré tu maestra. Atención, niños, tenemos una nueva amiga, su nombre es…

—María —dije. —Hola, María —respondieron un par de niños.

Cantamos unas canciones muy divertidas, bailamos, miramos un video sobre los animales de la granja… parecía todo muy agra-dable.

No esta tan mal el preescolar, pensé. La campana sonó y al recreo salieron todos corriendo y brincan-

do. La maestra me sonrió y me dijo.—¿Te está gustando tu nueva escuela, María? No está tan mal

como parece; venimos a divertirnos todos los días. —Sí, maestra Alma, me ha gustado —respondí.

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Fuimos a dar un paseo junto con mis compañeros. Era asom-broso. Muchos juegos, niños, plantas y animales que descubrir. En verdad, me gustó mucho, me divertí en el recreo con mis nuevos amigos y la maestra Alma nos regaló un globo de colores al final del día por habernos portado bien.

Llegué muy contenta a casa. Les conté a papá y mamá lo diver-tido que me la había pasado, sin olvidar el cuento que nos contó la maestra, una historia muy parecida a la mía, sobre una niña que no quería ir a la escuela.

No podía esperar el día siguiente para regresar y escuchar uno de los muchos cuentos que tienen en preescolar y para aprender sobre cientos de cosas más que en ellos están escritas.

Fue un día que no esperaba que resultara tan bonito.

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EL TITÁN Y LA PRINCESA

Andrea Berrelleza Altamirano[Adaptación corta de El Titán de los Libros]

P or allá en las lejanas praderas estaba el Reino de la Pintura, en donde todos los habitantes eran pintores por naturaleza. El

reino era gobernado por la familia real: el rey, la reina y la princesa Calíope.

La pequeña princesa era una niña muy traviesa a la que le en-cantaban las aventuras, así que una noche decidió escaparse del castillo para ir a la montaña, de la que el pueblo decía que era habi-tada por un monstruo enorme y muy tenebroso.

Sin miedo, la pequeña Calíope se echó a andar en su pincel má-gico gigantesco en el que se podía montar como si fuera caballo. Voló hacia la montaña, en donde estaba la cueva del monstruo. Al llegar ahí y ver que estaba oscuro, sintió un poco de miedo, así que no dudó en recoger una estrella del cielo y llevarla para aluzar la cueva.

—¿Quién está ahí? —preguntó una voz muy grave.—Soy la princesa Calíope —dijo la niña, valientemente.

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La pequeña se adentró en la cueva y, con la luz de la estrella, pudo ver al monstruo gigante, que en realidad no se veía tan tene-broso.

—¿Y tú quién eres? —preguntó la princesa.—Yo soy el Titán de los Libros. He vivido aquí durante mucho

tiempo —dijo el monstruo.—¿Qué son los libros? —preguntó la princesita.

El titán sacó un montón de ellos y los apiló frente a ella.—Éstos son los libros.—¿Y para qué sirven? —quiso saber de nuevo la niña.—Para aprender muchas cosas; con ellos puedes estar en cual-

quier lugar que imagines y puedes soñar cosas más grandes y dife-rentes —respondió el Titán—.¿Nunca habías visto un libro?

—No, en el Reino de la Pintura no hay libros; sólo pinceles, cua-dernos de dibujo y pinturas de colores… ¡Enséñame a leer, Titán! —dijo la princesa Calíope.

—Claro, sólo que tendrás que prometerme algo: cuando tú aprendas, les enseñarás a los demás a leer, ¿sí? —pidió el monstruo; la princesa había hecho una promesa a su nuevo amigo.

Durante varios meses, Calíope viajó a la cueva del Titán para aprender a leer. Se escapaba del castillo durante las noches para ir a tomar sus lecciones de lectura. Todas las noches, el Titán leía cuentos diferentes, novelas y poemas. Junto a él, Calíope empezó a aprender muchísimas cosas y siempre se imaginaba todo lo que el Titán leía.

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Después de muchas noches, la pequeña princesa por fin ha-bía aprendido a leer; entonces, el Titán le prestaba libros de vez en cuando para que ella los leyera cuando estuviera en el castillo.

Un día, cuando la princesa pintaba en el jardín del castillo, su madre, la reina, entró a la habitación de la niña buscando un collar de perlas que sabía que su traviesa hija había tomado. Fue entonces que descubrió los libros que el Titán le había prestado para que los leyera.

La reina se asombró bastante al ver algo tan diferente a lo que siempre había visto: era una especie de cuaderno de dibujo, pero que tenía algo dibujado en sus páginas. Rápidamente fue en busca de su hija para preguntarle qué cosa era eso que había encontrado en su armario.

—¡Es un libro! —dijo la pequeña Calíope—. Sirven para apren-der muchas cosas, y también imaginártelas y soñarlas. —La reina se quedó un poco desconcertada, no sabía exactamente qué era lo que la princesa quería decirle.

—¿Y quién te lo dio? —preguntó la madre de la niña.—El Titán que vive en la cueva —respondió la pequeña, muy

contenta. La madre de Calíope se asustó terriblemente al saber que su hija había ido sola a la cueva del monstruo—. No, mamá, no ten-gas miedo, él es un buen hombre, ¡es mi amigo! ¡Es mi maestro!

Tras una charla con su madre, Calíope pudo convencerla de que hablara con el rey, padre de la niña, para ir juntos a visitar al mons-truo. La reina, convencida, discutió con el rey, pero al final también logró convencerlo para que los tres fueran a visitar la cueva del titán.

Calíope iba muy emocionada y muy contenta porque en esta ocasión iba acompañada de sus padres a visitar al Titán. Al llegar,

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los tres descendieron del gigante pincel del rey y se adentraron en la oscura cueva, la cual aluzaron con una lámpara de aceite que Calío-pe había llevado.

—Maestro Titán, vine a visitarte —dijo la pequeña con una son-risa que no cabía en su cara—. Pero ahora vine acompañada de mis padres, el rey y la reina del pueblo. —Calíope lo llamó un par de ve-ces más, pero nadie respondió. La niña comenzó a ponerse un poco nerviosa al no escuchar a su amigo.

Ya comenzaba a anochecer y la luz de la lámpara de aceite no era suficiente para aluzar la cueva, así que ascendió al cielo por otra es-trella, la más brillante que encontró, y se adentró en la cueva con ella en la mano. Entonces pudo darse cuenta de que su maestro Titán ya no estaba; lo único que pudo ver fueron las pilas enormes de libros que había en la cueva.

Calíope comenzó a llorar desconsoladamente: su amigo y maes-tro se había marchado. Su llanto duró algunos días más, su tristeza le inundaba el corazón, ya no había más Titán para ella.

Pero pronto recuperó los ánimos. Recordó la promesa que le ha-bía hecho a su amigo el Titán y se puso en acción: convenció a sus padres para que adoptaran todos los libros que había en la cueva; después, les enseñó a sus padres a leer para que ellos compartieran con ella el amor por los libros.

Pronto, el rey y la reina del Reino de la Pintura crearon unos es-pacios a los que llamaron escuelas, lugares donde enseñaban a leer a todos los pueblerinos pintores del reino. No pasó mucho tiempo, cuando también aprendieron a escribir.

Las personas fueron felices al conocer los libros. El pueblo nunca volvió a ser el mismo. La princesa, tampoco. Y el reino se ahogó en un mar de lectura.

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TRES MÁGICOS DESEOS

Marylú Castro Valdez

U na mañana luminosa y alegre los niños del orfanato fueron llevados al zoológico donde ya había grupos de niños de otras

escuelas.—¡Miraaa, esos niños tienen muchos juguetes. Wow, qué padres,

yo quiero uno —dijo Josué, amigo de Alexis.Alexis le dijo.—¿Y si vamos y jugamos con ellos?

Josué no esperó ni que terminara de decirlo cuando corrió para ir a pedir prestados los juguetes.

Alexis y Josué llegaron con los otros niños y Josué preguntó. —Hola, ¿me prestas un juguete?El niño volteó y lo miró con una cara de fuchi y le dijo.—¡Nooo, son míos y aparte me los podrías ensuciar o romper!

Josué insistió en que le prestara un juguete. Y el otro niño seguía mirándolo con tanto desprecio y diciendo que no.

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—Ya déjenme en paz, vayan con sus papás y que les compren juguetes como a mí —y se volteó y les sacó la lengua.

Alexis, con cara muy triste y lágrimas, le dijo.—Yo no tengo papás.El niño regresó y le dijo.—¡Me vale, yo sí tengo!

Alexis empezó a llorar y se fue corriendo. En la noche, después de tanto llorar, Alexis se puso a rezar como

lo hacía todas las noches y, llorando, pidió y pidió en tener una fa-milia donde le compraran juguetes.

En eso, apareció un duendecito que le dijo.—Ya no llores, Alexis, que vengo a concederte tres mágicos de-

seos; lo único que tienes que hacer es pedirlos y yo los cumpliré.Alexis, sorprendido, le respondió. —Quién eres?—Soy tu Duende de la Suerte —respondió— y vengo a hacerte

feliz.Saltando emocionado, Alexis le dijo.—¡Quiero tener muchos juguetes! ¡Muchooos!

El duende le dijo.—¿Seguro, Alexis? ¿Eso es lo que quieres? Sólo tienes tres de-

seos; piensa realmente qué quieres.—Eso quiero, sííí, eso quierooo —contestó Alexis, saltando con

emoción.—Bueno, yo obedezco —dijo el duende, y aparecieron muchos

juguetes alrededor de Alexis.—¡Wow, esto es lo mejor que me ha pasado! —dijo Alexis.

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Empezó a jugar con los juguetes y, después de jugar con ellos, le dijo al duende.

—Quiero otra cosa; quiero tener poderes, como un superhéroe.El duende le recordó.—Con éste te quedará sólo un deseo; piensa bien lo que quieres.

—Y le cumplió su deseo de tener poderes.Alexis se sentía muy contento.—Sííí, puedo volar, puedo levantar cosas pesadas, puedo ayudar

a la gente —gritaba emocionado volando por todo el cuarto.Después de una hora, Alexis se detuvo y le dijo al duende.—Quiero otra cosa; quiero, quiero —pensando— ¡Ya seeé! Quiero

tener muchos dulces para mí y mis amigos.El duende, aún más pensativo, le dijo.—Si eso es lo que quieres, está bien —y de la nada aparecieron

muchos dulces de todos sabores en el cuarto.Alexis corrió y empezó a comer uno tras otro, pero el duende

le dijo.—Ya cumplí tus tres mágicos deseos; espero que realmente sean

lo que hayas necesitado; me despido —y se acercó y le dio un abrazo.Alexis continuaba comiendo y se despidió del duende. Pasaron

dos horas y Alexis recordó lo sucedido en el zoológico, y pensó: «Pue-do tener poderes, puedo tener muchos dulces y juguetes, pero algo me falta, no sigo siendo feliz; hubiera pedido conocer a mis papás».

Muy triste, Alexis se dio cuenta de que todo lo que había pedido no era lo que él en realidad deseaba, pero él, por la emoción, no lo pensó. Se puso a llorar nuevamente cuando de repente, ¡riiing!, sonó el despertador y Alexis abrió los ojos.

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Era un sueño. Era un sueño, decía Alexis un poco triste y feliz, porque fueron un sueño sus mágicos deseos.

Todo el día Alexis estuvo muy pensativo. Llegó la noche y de nuevo se puso a rezar pidiendo lo mismo. Y en esas estaba cuando apareció una caja sobre la cama. La abrió con mucho cuidado y de ella salió el Duende de la Suerte.

—Hola, soy tuu… —Sí, ya sé —lo interrumpió Alexis, eres el Dueeende Mágico, sí

ya sé quién eres.El duende le dijo.—¿Cómo que ya sabes quién soy? Yo vengo a que seas feliz, a

concederte tres mágicos deseos.Alexis dijo.—Sí, yo soñé con esto y ya sé que es lo que quiero; quiero cono-

cer a mis papás. Eso es lo quiero únicamente. Puedes darle mis otros deseos a otros niños como yo.

El duende, sorprendido por la respuesta de Alexis, se conmovió y le dijo.

—Eres un niño muy bueno al pedir eso que me dices. Yo te cum-pliré el deseo de conocer a tus padres y te daré juguetes y dulces. Aparecerán en tu cuarto, porque tú pensaste en los demás niños, no sólo en ti. Tienes un corazón mágico de verdad.

Alexis, emocionado, le respondió.—Gracias, Duende, yo sólo quiero unos papás para ser feliz, para

que me quieran.El duende agitó su varita mágica y le dijo.

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—Mañana, cuando despiertes, estarán contigo tus papás. Alexis, sé feliz y sigue siendo ese niño con ese corazón mágico que tienes.

Alexis se durmió y, al día siguiente, cuando entró la luz por la ventana, se levantó y al abrir sus ojos encontró un cuarto diferente, lleno de juguetes y dulces. Corrió y salió del cuarto gritando.

—¡Papá! ¡Mamá!Al llegar a la cocina, muy sorprendido, derramó lágrimas y vio a

dos personas en el comedor, quienes le dijeron.—Hola, hijo, ven a desayunar.

Alexis corrió y los abrazó, pensando y diciendo.—Gracias, Duende, siempre seré feliz, pues tengo una familia

que me quiere.

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ENTRE PALABRAS DE LITERATURA

Citlaly Elizabeth Gaxiola Zamudio

C ada libro que leemosnos lleva por caminos escondidos,

a las páginas del saber,nos alimenta y nutre el interiory hace volar como un pájaro dejando fluir la imaginación.

Tu mente se transforma,y, palabra tras palabra,se van abriendo las puertasque tu alma liberará.

Poesía, fábulas, cuentos,tú decides con cuál gozar de manera escrita y oral.Y así muchos pequeños

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con narraciones interesantesla lectura vivirán con naturalidad,y en un intelectual reflejola oruga se transformará.

La mariposa volará en alas de sensibilidad y escarchará creatividaden los padres que a sus hijosbuenos cuentos les leerány, así, la literatura en la familiaevolucionará.

La maestra en preescolar pieza importante seráy usará literatura para poder enseñarvocabulario y valores que el niño practicará.

Así veremos al niñoser viajero de las letras,acompañando a un adulto, y compartiendo un gusto mutuo.Pocos personajes, muchas imágenesson los detalles que un infantebusca en su viaje literario.

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Tú, cómo lo ves,tú, cómo lo sientes,ya verás, cuando despiertes,la importancia de las palabrasen una literatura bien contada.

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UN NUEVO LIBRO PARA BORIS

Xiomara Abigail Meza Corona

H ace muchos años, en un verdoso bosque a las orillas de la ciu-dad, vivía un animalito pequeño, pero muy amigable. ¿Saben

cuál animal podría ser? Pues era una hermosa ardillita llamada Bo-ris, quien apenas acababa de aprender a leer.

El primer libro que leyó Boris fue el cuento Pinocho y a partir de ahí se le generó un tremendo problema, porque ya no quería leer otro libro, pues para ella tenía un valor muy especial y no quería leer otra cosa. «Jamás voy a leer otro libro en mi vida, este cuento es muy especial para mí y no necesito leer otro», dijo la Ardillita Boris y se fue corriendo por todo el bosque con su libro bajo el brazo.

Boris tenía una amiga que la quería mucho. Era una jirafa muy grande, de color amarillo y con un cuello muy largo. Esta jirafa se llamaba Babi y a ella siempre le gustaba ayudar a sus amigos.

Babi estaba entre los verdes árboles cuando le escuchó decir que jamás iba a leer otro libro y se preocupó mucho por su amiga.

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Entonces se dijo: «¡No puede ser! Yo tengo que ayudar a Boris para hacerle entender lo hermoso que es leer muchos libros y la impor-tancia de ello, pero necesitaré mucha ayuda», terminó con voz de-cidida.

La Jirafa Babi convocó a una junta con todos los animalitos del bosque que eran sus amigos y les contó del gran problema de la ar-dillita.

—Amigos, los reuní porque nuestra amiga Boris acaba de apren-der a leer, pero no quiere saber nada de otros libros que no sea el primer libro que ella leyó. Necesito la ayuda de todos ustedes para que ella sepa que leer varios libros es divertido y nos sirve de mucho para saber más de la vida. Todos aceptaron colaborar para que Boris cambiara su forma de pensar.

Al día siguiente, el Cocodrilo Dante nadó hacia la orilla cuando vio que la ardillita se acercaba a su gran lago. El cocodrilo tomó el libro La liebre y la tortuga y comenzó a leerlo en voz alta para que Boris lo escuchara. Lo hacía para llamar su atención, pero Boris se tapó sus orejas para no oír.

—¡Hola, Boris! ¿No te gustaría escuchar este hermoso cuento? Se trata de una liebre y una tortuga que juegan carreras, ¡está muy entretenido! —comentó Dante.

—No, gracias, no me interesa —dijo Boris y siguió su camino. Cuando Boris se fue dando saltitos hacia su casa, encontró al

Pollito Lalo que caminaba hacia un costado con un libro de cuentos y le dijo.

—Boris, ¿podrías hacerme el gran favor de leerme el cuento El patito feo? Dicen que ese cuento es muy tierno y a la vez triste.

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—Lo siento, amigo, pero no puedo leer otro cuento que no sea el de Pinocho —contestó. Y el pollito se puso triste por no lograr per-suadir a su amiga de leer otras historias.

Después, la Jirafa Babi siguió a Boris hasta su casa y, antes de llegar, le dijo.

—Amiga, ¿te gustaría ir a una biblioteca conmigo? Ahí podemos leer todo lo que querramos. Hay muchos libros muy bonitos e intere-santes, podemos encontrar cuentos, fábulas, libros de investigación, poemas de amor, libros sobre la amistad y muchas cosas más, ¿qué dices? ¿Vamos? —Pero la ardillita no mostró ningún tipo de interés.

—No, Babi, tengo muchas cosas importantes que hacer —dijo la ardillita y se metió a su hogar un poco incómoda porque nunca les había hablado así a sus amigos, pero tampoco se imaginó que ellos hacían todo por ella.

Entonces, Babi fue a su casa pensando en cómo ayudar a Boris y se acordó de su maestro de literatura. Este maestro se llamaba Blass y era un elefante muy grande y gordo. Fue con él y le comentó lo que pasaba con su amiga. Y Blass aceptó ayudarla.

Entonces, decidieron hacer otra reunión con todos los amigos de Boris, incluyéndola a ella, y les mandaron invitaciones.

Llegó el día de la reunión y ahí estaban la Jirafa Babi, el Cocodrilo Dante, el Pollito Lalo y el Elefante Blass para hacer un plan. Luego llegó la Ardillita Boris y todos se sentaron. El Elefante Blass caminó hacia atrás y tomó un libro para dar las instrucciones de la actividad que harían. Boris estaba un poco asustada por lo que podía pasar, pero también tomó asiento.

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—Cada uno de ustedes elegirá un cuento de los que están en la mesa de atrás y lo contarán frente a los demás. Y luego me dirán qué les pareció —indicó Blass.

Los animales del bosque tomaron un libro diferente. Boris buscó y se dio cuenta que no estaba el de Pinocho entre ellos y se fue a sentar sin ningún libro en sus manos.

Pasaron cada uno de sus amigos a contar su cuento y Boris no se sentía bien con todo eso; ella no quería escuchar ningún libro, se ta-paba los oídos, se paraba de lugar y estaba un poco inquieta. Cuando fue el turno de la ardillita, todos la vieron y entonces Blass le dijo.

—¿Qué te pasa, Boris? ¿Por qué no tomaste ningún libro? Todos tus amigos lo hicieron, ¿Por qué tú no? —preguntó el elefante con cara de preocupación.

—Lo que pasa es que no está el libro de Pinocho y yo quiero leer solamente ese cuento; no quiero otro —afirmó Boris.

—Bueno —dijo Blass—, ahora siéntense todos y escúchenme. Les platicaré sobre la importancia de leer todo tipo de libros y saber más sobre literatura.

Leer libros nos ayuda a ampliar nuestros conocimientos y aumen-tar nuestra cultura personal; también nos ayuda a desarrollar nues-tras habilidades para pensar; leer de corrido nos permite comprender con más facilidad todos los textos; nos ayuda a mejorar nuestra habla y aumenta el vocabulario que utilizamos. Además de ser un excelen-te entretenimiento, los libros nos hacen viajar a lugares mágicos sin movernos de nuestros lugares. Pero debemos empezar por leer temas que nos llamen la atención, luego tenemos que intentar por cambiar a otros temas y leer libros distintos. Es muy agradable platicar sobre

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esas historias con otras personas e intercambiar libros y comentar sobre ellos —dijo con entusiasmo el Elefante Blass.

Todos los animales del bosque se quedaron con la boca abierta. Estaban más que encantados con la explicación del maestro, pero la más encantada era la Ardillita Boris.

—¡Wow, nunca imaginé que leer libros nos ayudara a hacer todo eso! Ahora que lo sé, estoy muy interesada en leer todos los libros que pueda —dijo Boris entusiasmada.

Entonces, todos los animalitos, felices por ver a Boris tan con-tenta y por haberle ayudado a cambiar su forma de pensar, le pres-taron los libros que ellos habían escogido.

Boris les leyó todos los cuentos que había sobre la mesa y les dijo.—¡Muchas gracias, amigos, por enseñarme algo nuevo y por pre-

ocuparse por mí y por mi educación! ¡Gracias, porque todo lo que hicieron fue para mi bien y disculpen mi comportamiento! En espe-cial, muchísimas gracias a usted, Maestro Blass, por abrirme los ojos para ver lo hermosos que son todos los cuentos.

Los animalitos se abrazaron y todos juntos gritaron con emo-ción: ¡Arriba los libros!

Y colorín colorado este cuento ha terminado.Y la Ardillita Boris vive feliz en su bosque encantado.

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LAS ANTENAS ROJAS DE LULÚ

Karla Paola Uriarte Bejarano

H abía una vez tres casitas en la punta de una montaña, don-de crecían muchas flores de colores en las cuales vivían tres

abejitas muy amigas. Sus nombres eran Ana, la más regordeta; Vera, la más pequeñita, y Lulú, que era un caso especial, pues tenía sus antenas de color rojo.

Todo empezó una mañana en la que las tres abejitas volaban ha-cia la escuela. De repente, Vera, la más pequeña, vio un huerto de flores con el peculiar color rojo, y dijo.

—¡Miren, qué hermosas flores! Se acercaron a admirar la belleza y el agradable aroma que de

ellas se desprendía.Pero a Lulú algo extraño le pasaba, pues sus antenas se pusieron

del mismo color. Ana se dio cuenta de lo ocurrido y gritó asustada.—¡Carambolas! ¿qué te ocurre, Lulú!

Lulú, algo temerosa, les preguntó.

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—¿Qué pasa? ¿Por qué están tan asustadas? —Y las dos, al mis-mo tiempo, dijeron.

—¡Tus antenas! ¡Están muy rojas!Ese día, Lulú empezó a estornudar y la maestra preocupada le

preguntó.—¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien? —A lo que Lulú respondió.—¡Ay, maestra! Es que en el camino Vera nos enseñó un huerto

de flores rojas y desde ahí mis antenas tienen el mismo color!Cada vez que Lulú estornudaba, salpicaba de rojo el salón. Sus

compañeros se quedaron muy asombrados y, en el recreo, se aleja-ron de ella por temor a que los fuera a pintar.

Lulú se puso muy triste al ver que nadie se quería juntar con ella, pero Ana y Vera siempre estuvieron a su lado sin importar lo que dijeran los demás.

De regreso a casa, Lulú les comentó a sus padres lo sucedido y ellos le contestaron.

—Hijita, pero qué extraño es eso, si aquí vivimos rodeados de flores y nunca te había ocurrido algo así.

—Lo sé, papitos —respondió Lulú con sus antenas caídas.—Pero no estés triste, mi pequeña, ya verás que mañana todo se

resolverá —aseguró su mamá. A la mañana siguiente, Lulú se levantó muy feliz, pues ella creía

que todo había pasado, cuando de pronto se escuchó un estornudo, ¡achuuú!, tan fuerte que se escuchó hasta la casa de sus amigas y todas volaron hacia el cuarto de Lulú para ver qué sucedía.

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Al entrar, vieron que todo estaba pintado de rojo. Los padres de Lulú decidieron llevarla al Doctor Abejorro para para que explicara lo que le estaba sucediendo a su hija.

Todos esperaban muy ansiosos el resultado. Cuando el Doctor Abejorro salió con los estudios, les dijo que Lulú era alérgica al polen de las flores rojas y por eso salpicaba todo a su paso. El Doctor Abe-jorro le dio unas pastillas especiales para quitar alergias.

Lulú se puso muy feliz porque ya no iba a salpicar a los demás y sus amigas la abrazaron con mucho amor y entusiasmo. Nunca más se volvió a enfermar Lulú y vivieron felices para siempre.

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LA HAZAÑA DEL GRANJERO CHIMUELO

Aimeé Guadalupe Sanz Muñoz

H abía una vez, en un lejano, pero muy lejano país, una gran granja con toda clase de animales y de plantas. En esa granja

no había más personas que un amable Granjero Chimuelo que vivía ahí.

Tenía vacas lecheras, gallinas con sus pollitos, caballos trabaja-dores, un cochito gordo, perros vigilantes y patos nadadores.

Ellos eran grandes amigos del Granjero Chimuelo. La vaca leche-ra cada mañana se acercaba a que la ordeñara, la gallina ponía hue-vos de oro y el cochi siempre quería estar revolcándose en el lodo.

Un día, el cielo se oscureció por la gran tormenta que se aproxi-maba. El granjero metió a todos los animales a su corral y se refugió en su casa. Las horas pasaban y el granjero, viendo fijamente su re-loj, notó que el tiempo se detenía poco a poco.

De pronto, un chirrido en la casa comenzó a retumbar en sus oídos. Le llamó tanto la atención que comenzó a buscar de dónde

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provenía ese sonido, hasta que encontró un agujero en la pared a un lado de la mesa.

—Posiblemente sea un animal —pensó. Así que dejó un pedazo de queso y se fue a dormir.

De nuevo, ese raro sonido se escuchó y mirando con mucho cui-dado descubrió que era una rata vieja que se asomaba para comer el queso. El granjero la miró y no le dio mayor importancia y se durmió.

A la mañana siguiente, salió a ver cómo había quedado su granja tras la tormenta. Y le pareció que todo estaba bien, pues se dijo: «El gallo canta y las flores se mueven con el viento».

Cuando iba a la ciudad por provisiones, miró de lejos a una pe-queña niña sin pelo que se disponía a cruzar la calle sin darse cuenta de que un carro blanco venía muy rápido y no pensaba detenerse. El granjero no dudó y corrió hacia la niña para ponerla a salvo arriba de la banqueta, con lo que la gente que pasaba quedó muy impre-sionada.

Y es que todos en el pueblo pensaban que el Granjero Chimuelo era malo, nada más porque era callado y vivía apartado de la ciudad.

Las personas presentes le aplaudieron por la acción y el alcalde, que se encontraba cerca de los hechos, lo nombró como ciudadano valioso por su gran hazaña y valor.

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EL BOSQUE MÁGICO

Alexis Juliana Román Espinoza

E n una ciudad muy bonita cerca de las montañas vivían Lucía y Andrés con sus papás. Era verano y ya casi llegaban las vaca-

ciones. Lucía y Andrés estaban emocionados porque irían a visitar a su abuelita, que vivía en un pueblo entre las montañas verdes que se miraban desde la ciudad.

A ellos les gustaba pasar las vacaciones en ese lugar porque su abuela los recibía con mucho amor. Como todos los años que llega-ban a la casa de su abuela, buscaban a sus amiguitos que vivían cer-ca de ahí. Pero este año había sido diferente; sus amigos se habían mudado a un pueblo cercano y no tenían con quien jugar.

Los hermanos se sintieron tristes porque ya no jugarían como antes y pensaron que se aburrirían. Llegó la tarde y no sabían que hacer porque estaba lloviendo muy fuerte y, mientras la abuela pre-paraba un rico chocolate para tomarlo con galletas, se les ocurrió jugar a las escondidas entre ellos dos adentro de la casa.

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Andrés dijo.—Yo cuento primero y tú te escondes.

Empezó a contar del 1 al 30 y Lucía corrió a buscar un escondite en el sótano, encontró un ropero viejo y abandonado y se escondió adentro de él. Cuando escuchó que Andrés ya estaba cerca, se hizo hacia atrás del ropero y cayó de espaldas y pensó: «Creo que el ro-pero de la abuela está roto». Al querer levantarse, se dio cuenta de que estaba en otro lugar y que no era el sótano de la casa de la abue-lita, sino en un lugar que parecía un Bosque Mágico en el que había muchos árboles muy bonitos y de colores brillantes que llamaban su atención. Entre los árboles volaban mariposas rosas y amarillas que adornaban el paisaje.

Lucía estaba sorprendida de todo lo que miraba y no podía creer que estuviera en otro lugar. Al final, no pudo resistir para explorarlo. Caminó unos cuantos pasos y encontró a un par de conejos y a sus tres bebés. Trató de tocarlos y corrieron hacia el bosque. Lucía los siguió y no se dio cuenta de que se alejaba del ropero, pero al llegar a donde iban los conejitos descubrió que había muchos animalitos: venados, aves de diferentes tamaños y colores, tortugas y ardillitas. Emocionada por ver animales tan bonitos, les dijo.

—Hola, me llamo Lucía.Y para su sorpresa, todos le respondieron, ya que podían hablar

como lo hacían todos lo que vivían en ese Bosque Mágico. Lucía se asustó porque no pensaba que le responderían, ni tampoco que fue-ran tan amables y a los minutos de hablar con ellos pudo tocarlos y jugar con todos.

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Por lo entretenida que estaba, se le fue el tiempo sin darse cuen-ta. Pronto se le hizo tarde y recordó que su hermano Andrés la esta-ba buscando. Le pidió a un pajarito que si la ayudaba a regresar por donde había llegado. El pajarito la regresó a la entrada del ropero y se despidió de ella. Lucía aún no salía de su asombro, cuando es-cuchó que Andrés aún la estaba buscando. Ella no esperó a que la encontrara y salió del ropero para contarle a su hermano lo que le había pasado adentro del viejo ropero de la abuela. Emocionada, le contó que todo era muy hermoso y que había platicado con los ani-males que vivían en ese Bosque.

Andrés, con cara de incrédulo, le respondió.—Lucía, creo que sólo fue tu imaginación —y se fue a la cocina

a tomar el chocolate y las galletas que su abuelita les tenía servidos en la mesa.

Lucía se quedó en el sótano y volvió a entrar al ropero para com-probar lo que había mirado, pero ya no pudo volver al Bosque Mági-co. Sin embargo, afuera del ropero se dio cuenta de que había hojas de colores de los árboles brillantes que vio en ese Bosque, y con eso supo que sí había sido una experiencia verdadera y que no fue sólo producto de su imaginación. Tomó las hojas y las puso en un frasco para recordar siempre la bonita aventura que le tocó vivir en el ro-pero mágico de la abuela.

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TOMÁS NO QUERÍA IR A LA ESCUELA

Ana Lucía Sandoval Inzunza

T omás… así se llamaba el niño del que se burlaban todos sus compañeros del salón por estar en una silla de ruedas. Cada

mañana que llegaba a la escuela, un grupo de niños lo esperaba en la entrada y le gritaban «niño feo» y se reían; «no puedes caminar ni correr y tampoco jugar futbol como nosotros».

Tomás se ponía muy triste y un día fue a decirle a su maestra, con su cara triste y voz muy baja.

—Maestra, yo ya no quiero venir a esta escuela; todos los niños me molestan y se burlan de mí porque no soy igual a ellos.

La maestra platicó con él y le dijo que no se sintiera mal, que eso se iba a solucionar y que todos los niños serían sus amigos y que ya no se burlarían de él.

A la mañana siguiente, antes de iniciar la clase, la maestra dijo a los niños que tomaran su lugar, que necesitaba platicar con todos, y le pidió a Tomás que se acercara a ella. Les dijo a los niños que ob-

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servarán bien a Tomás, que él estaba muy triste y que ya no quería ir a la escuela porque todos se reían de él por estar en una silla de ruedas. Les explicó que Tomás tenía una enfermedad en sus pier-nas que le impedía jugar como ellos lo hacían. Les dijo que estar en una silla de ruedas no lo hacía diferente a los demás y que a Tomás también le gustaba jugar a cosas diferentes como al rompecabezas, pares, escondidas, pasar la pelota, basquetbol y que había muchos juegos más en los que podía participar y le gustaría hacerlo.

Finalmente, la maestra le dijo a los niños.—¿Qué les parece si pensamos en un juego en el que podamos

participar todos para divertirnos y convivir con Tomás?Los niños dijeron que sí, que buscarían esos juegos y que ya no

se burlarían de él por estar en esa silla de ruedas. Prometieron ser sus amigos y que jugarían y cuidarían de él y aprenderían a quererlo y portarse bien con Tomás.

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JOEL Y SU DUEÑO

Marissa Elizabeth Martínez Mercado

E n una tarde de ensueño paseaban por el bosque Joel y su dueño. Ansioso de conocer el bosque, su dueño lo llevó a realizar

su sueño. Joel, en ese mundo fantástico, se inundaba de grandiosos mis-

terios.Y decía: yo sólo conocía el bosque por imágenes; jamás pensé

que fuese algo tan increíble.Qué paz y cuánta tranquilidad se respira aquí, es el lugar perfec-

to para venir a descansar.Después de mucho caminar, Joel pidió a su dueño que se detu-

viera un momento y le dijo.—Ya es tarde, estoy fatigado, tengo hambre y también mucho

sueño.

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Se sentaron a almorzar. Miguel, el dueño de Joel, serio, sin pala-bra alguna. Era una persona poco sociable y muy gruñona, pero aun así le cumplía a su hijo todo lo que le pedía.

A Miguel nada lo satisfacía. De lo gruñón y solitario que era no tenía amigos. La gente le tenía miedo y nadie le hablaba.

Lo único que le fascinaba era estar con su hijo Joel; sólo él era capaz de quitarle ese mal genio que cargaba.

Lo abrazaba, le decía que lo quería mucho y Miguel no paraba de reír. Vivía para hacer feliz a Joel.

Terminaron de almorzar y siguieron su camino por el bosque.A orillas de un lago, Joel miró unos perritos que no dejaban de

ladrar y se acercó para ver por qué ladraban tanto.Los perritos miraban hacia el agua del río y ladraban a propio

reflejo.Joel miró su aspecto de hambrientos y le pidió permiso a su papá

para darles comida; luego jugó y se encariñó tanto con ellos que qui-so llevarse uno a su casa. Miguel le dijo que no y el rostro de Joel se inundó de lágrimas.

Lloró y lloró hasta que por fin consiguió el permiso para llevarse un perrito a su casa.

Dijo Miguel.—Joel, ya está oscureciendo y ya es hora de volver a casa.

Camino a casa, la gente les miraba mucho por la mascota que te-nían y murmuraban: «Cómo es posible que Miguel, siendo tan gru-ñón, deje a su hijo tener animales en su casa».

Miguel agachó la cabeza y siguió caminando. Fue entonces que se dio cuenta que, por su aspecto mal humorado, a la gente le daba miedo y preferían no hablarle.

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Al día siguiente, Joel, muy emocionado, lo primero que hizo fue mostrar su nueva mascota a sus amigos; incluso, los invito a su casa, siendo que en esa casa jamás había entrado otro niño que no fuera él, porque a Miguel le molestaban los ruidos.

Los amigos de Joel: Alex, Édgar y Mario, no querían entrar por-que pensaban que Miguel los regañaría, pues en los años de amistad que llevaban nunca habían ido a su casa.

Todos jugaron con Doky, la mascota de Joel, y ya muy tarde los niños se fueron a sus casas.

Las mamás lo primero que hicieron fue preguntar, cada una a su hijo, cómo se la habían pasado? ¿Miguel no se molestó porque fue-ron a la casa de Joel? ¿Cómo se portó Miguel contigo, hijo?

Las mamás quedaron sorprendidas por las respuestas de los in-fantes, ya que pensaban que les dirían cosas desagradables y fue todo lo contrario.

A partir de entonces, todos los días iban a la casa de Joel a jugar y viceversa.

Hasta el gruñón de Miguel empezó a convivir con los niños y vecinos, pues, en el fondo, pero muy en el fondo, Miguel era una gran persona, que por su aspecto aparentaba lo contrario y porque, además, como siempre se la pasaba trabajando, no se daba tiem-po de tener amigos. Siempre andaba tan de prisa que no se daba la oportunidad de saludar a los vecinos que se encontraba por la calle.

Moraleja: No juzgues sin conocer, porque hasta Miguel te puede sorprender.

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ALFRED, EL DUENDECILLO AMISTOSO

María José Sánchez Montes

E n alguna parte del bosque, entre un hermoso arbusto, había un pequeño hogar de una pequeña familia de duendes. En la casita

vivían Mamá Duende, Papá Duende y Alfred, el Duendecillo de este cuento.

Alfred disfrutaba mucho la hora de comer, pues Mamá Duende cocinaba riquísimo y en su pequeña cocinita hacía los mejores gui-sos y postres del bosque.

Al terminar de almorzar, Alfred, el Duendecillo, salió a jugar, pero pronto se sintió solo y aburrido. Entonces, decidió caminar y caminar, explorando más allá de su hogar y, al salir del arbusto, des-cubrió que un mundo mágico le rodeaba. Le fascinó ver los grandes y coloridos árboles llenos de ricos frutos y a los animalitos del bos-que que para él, chiquito y curiosito, le parecían que eran enormes.

El pequeño Duendecillo se acercó a un conejo que recogía zana-horias a escondidas de Oso, pues las del jardín eran de él.

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Alfred le dijo al conejo.—Hola, Señor Conejo, mi nombre es Alfred y soy un duende. Tú,

¿cómo te llamas? Y el conejo, con cara de pocos amigos, le respondió.—Largo de aquí, no me molestes. ¿Qué no ves que estoy ocupado?

Sorprendido por su respuesta, Alfred se alejó de él, pero siguió pensando en cómo ayudar y ser amigo del Señor Conejo.

De pronto, salió el Oso muy enojado y le dijo.—Conejo, deja mis zanahorias.

Conejo salió corriendo y, entonces, Alfred se acercó y le dijo.—Señor Conejo, disculpe que lo moleste, pero me gustaría brin-

darle un poco de la comida que mi mamá ha preparado para mí y, la verdad, está riquísima.

Conejo sonrió y respondió.—Alfred, aunque grosero me he portado contigo, ¿aún así me

ofreces comida? Te pido disculpas por haberte respondido así hace un momento.

Alfred, feliz de escuchar las palabras del Señor Conejo, le dijo.—Espérame aquí un momento, enseguida regreso.

Al regresar, Alfred le dio al Señor Conejo un plato lleno de comi-da. Conejo se lo comió de prisa y dijo.

—Alfred, muchas gracias, está muy rico, pero es tan pequeño que aún sigo con hambre. ¿Qué te parece si me ayudas a sacar unas zanahorias sin que el Oso se dé cuenta?

Alfred respondió.—No, Señor Conejo. Mi mamá me ha dicho que eso es robar y

eso es muy malo; no debemos hacerlo.

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Y Conejo, molesto, le dijo.—Entonces, no eres mi amigo; yo necesito comer algo más sus-

tancioso. Alfred le dijo.—Claro que soy tu amigo; por eso tengo una mejor idea: vamos a

hacerle una visita a Oso. —El Señor Conejo no quedó muy conven-cido, pero fue con Alfred a la puerta de la casa de Oso.

Ya frente a la casa, con un amable saludo, Alfred le dijo.—Hola, Oso. ¿Sería tan amable de enseñarnos cómo sembrar

para obtener esas grandes y ricas zanahorias que usted cosecha, para que el Señor Conejo, por su propio trabajo y cuidados, tenga por siempre para comer?

Y Oso, con mucho gusto, aceptó ayudar al Duendecillo y a su amigo el Señor Conejo.

Luego, Oso dijo.—Pequeño Duendecillo, qué listo y amistoso eres. ¡Vamos a

sembrar! Ahora, Conejo, sólo tendrás la responsabilidad de cuidar y regar todos los días tu huerta de zanahorias.

Conejo, muy agradecido con Alfred y Oso, les dijo.—Gracias, los dos son muy buenos amigos por ayudarme. Al-

fred, agradezco la lección que me diste; pequeño duendecillo, ahora me doy cuenta de que es mejor trabajar para obtener mis propias za-nahorias. Y tú, Oso, gracias por ayudarnos. Ya jamás volveré a tomar zanahorias de tu jardín. Es una promesa de Conejo.

Y así los tres fueron muy buenos amigos para siempre.

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EL VALIENTE MATÍAS

Citlaly Elizabeth Gaxiola Zamudio

E n la nochecita, mientras dormía,en casa de mi abuelita Lichita,

me pasó la aventura más tenebrosa de mi vida.

¡Matías, Matías! se escuchaba por la ventana.Qué miedo me daba voltear,porque un gran susto me podría llevar.Y entre las sábanas de la cama me comencé a acurrucar.

El grito era cada vez más fuerte,y mi corazón latía más frecuentemente,deseaba estar al lado de mi abuelita;pero la oscuridad del cuarto me lo impedía.

¡Ay, mamá mía, qué será eso que mi nombre replica!

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¿Será un vampiro con afilados colmillos?¿O un extraterrestre que quiere ser mi amigo?

Decidí ser valiente y enfrentar lo que sea que fuere.Poco a poquito quité la sábana de mi cara,puse los pies sobre el piso frío,para llegar al interruptor y encender el foco.Ese era ahora mi objetivo.

Cuando la luz arrojó un resplandor en la ventana,la voz gritaba con gran desesperación:Matías, Matías, asómate a la ventana,mira, ven a ver quién te habla.Veme, no te rindas, asómate, mi Matías,no me dejes acá afuera todo el santo día.

Entonces me acerqué al cristal de la ventana, ¿adivinen que fue lo que vi?

El monstruo no era, el fantasma ni existe, la bruja no estaba en su lugar,el vampiro y el extraterrestre fueron sólo mi creatividad.Era mi abuelita Lichita que gritaba mi nombre.

La puerta principal y la trasera con llave se atrancó.Y ella afuera quedó, yo era su única salvación.¡Qué susto mi abuelita me dio!

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Imaginaba que un monstruo en la ventana me observaría,y tal vez un fantasma lo acompañaría,o quizá una bruja que su hechizo me lanzaría.El miedo hacía de mis piernas espaguetis, cerraba mis ojos para que mi temor se fuera.

Todo fue inútil, porque la voz enojada se escuchaba,y mi nombre gritaba con un tono de malvada.¡Matías, Matías! ¡Matías, Matías! Yo creí que me desmayaba.

Y yo que sentí un gran temorde imaginar criaturas de terror.

Abrí la puerta del patiopara que mi abuelita Lichita a la casa ingresara,y su garganta descansara de tanto grito que dio.Juntos bebimos un chocolatito caliente.Y mis miedos le conté.

Ella me dijo: Ay, mi Matías, te pareces tanto a tu tía;pero te diré lo que le dije a mi hija un día:la valentía consiste en nunca renunciar,aunque haya posibilidad de que el miedo te llegue a intimidar.Tú busca soluciones para los obstáculos enfrentar.

Hoy fuiste muy valiente, mi nieto consentido,vamos a dormir, que veo el sueño en tus cansados ojitos.

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ESTRELLITA, UNA NIÑA DIFERENTE

Xiomara Abigail Meza Corona

H ace mucho tiempo, allá en el espacio exterior, había una niña llamada Estrellita que iba en tercer grado de preescolar. Ya le

faltaba muy poco para ir a la primaria y su maestra Luna quería en-señarle el alfabeto completo. La idea de la educadora era enseñarles a leer y escribir para que al ingresar a la primaria se les facilitara todo su aprendizaje.

Cuando la maestra Luna les empezó a enseñar, Estrellita no comprendía muy bien. Le costaba trabajo entender y hacer los tra-bajos que la maestra les ponía.

Los compañeros de Estrellita mejoraban poco a poco, mientras ella no entendía nada; se ponía muy triste y decía.

—¿Será que nunca voy a aprender? Cómo quisiera ser igual que mis compañeros y aprender pronto. ¡Yo pongo todo de mi parte y no logro nada! —exclamó muy triste.

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La maestra Luna se enojaba, la regañaba y la castigaba frente a todos sus compañeros que se burlaban de ella. Un día, llegó un niño llamado Mercurio. Era un niño muy problemático y grosero con to-dos, pero en especial con Estrellita. Se aprovechaba de ella porque era una niña muy linda y noble.

Y Mercurio decía.—Estrellita es una burra, no sabe nada, va a reprobar.

Todos sus compañeros se reían, menos Venus; ella era la mejor amiga de Estrellita y le ayudaba a hacer sus trabajos.

Días después, Estrellita le comentó a su mamá Tierra.—¡Mamá, ya no quiero ir a la escuela, me molestan mucho! —

dijo desesperada.Pero Tierra no le hizo caso y la llevó al jardín de niños casi arras-

trando.Pero ese día, Mercurio la molestó más de lo normal y Estrellita

se enojó y le pegó.Entonces, Mercurio fue con la maestra y le dijo.—¡Maestra, Estrellita me pegó! —Pero no le dijo que él la había

molestado primero.Entonces, la maestra Luna llamó a la mamá de Estrellita para

platicarle lo sucedido.—Señora Tierra, le llamo para comentarle que su hija golpeó a

su compañero Mercurio sin ningún motivo; además, es una niña que recientemente no quiere trabajar y no aprende cómo debería. De plano, no le entra nada y va muy atrasada —dijo con voz firme.

La Señora Tierra se molestó y habló con su hija.

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—¿Por qué golpeaste a tu compañero? Hija, tú no eres así —dijo con voz de sorpresa.

Entonces Estrellita le contó todo a su mamá.—¡Ay, mamá, es que ese niño siempre me molesta! Todos los

días me dice que soy una burra porque no aprendo nada. La mamá de Estrellita se enojó porque la maestra no le contó

todo. Entonces, Tierra fue con la directora Marte y le explicó todo lo sucedido con su hija, Mercurio y la maestra Luna. La directora le brindó todo su apoyo.

—Bueno, señora, si a su hija se le complica aprender, llévela a clases con un maestro fuera del jardín para que la apoye; en cuestión de Mercurio, mandaré llamar a su mamá para ver qué resolvemos, y con Luna hablaré muy seriamente porque, en vez de castigarla para que los niños se burlen, debe ayudarla con su aprendizaje.

Mercurio le pidió disculpas a Estrellita y ella lo perdonó porque su mamá le dijo que todos deben ser amigos.

Tierra y Estrellita fueron con el Señor Sol, un maestro muy bue-no y paciente.

—La Señora Tierra le comentó que su hija aprendía distinto a los demás.

Y el maestro Sol, después de platicar con Estrellita, le dijo a su mamá.

—No se preocupe, no es nada grave. Cada niño aprende a su manera; yo la enseñaré y le ayudaré para que aprenda pronto y ya no la molesten más en su escuela.

—¡Muchas gracias, maestro! —dijo la señora Tierra muy contenta.

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Al poco tiempo, Estrellita comenzó a leer y escribir con la ayuda de su maestro y en el jardín de niños ya nadie se burlaba de ella.

Pronto se convirtió en la alumna más inteligente de su salón y ayudaba a sus compañeros a hacer sus trabajos.

La maestra Luna se puso contenta y orgullosa al ver el resultado positivo que obtuvo en sus clases extras en tan poco tiempo.

Y fue así como Estrellita comenzó a brillar con su luz propia. Colorín colorado, este cuento ha terminado.

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UN REGALO PARA ULISES

Ana María Cázares Ramírez

U lises era un niño que amaba los animales y el campo. Desde temprano se levantaba a dar de comer a sus mascotas; entre

ellos tenía periquitos, vacas, becerritos y un perro. Era casi imposible conseguir que Ulises fuera a la escuela. La

maestra le pedía a su padre Alfonso que mandara a su hijo a la es-cuela, pero era inútil, pues Ulises no atendía a su llamado. Y cuando iba, siempre estaba inquieto y distraído, en momentos platicaba y molestaba a sus compañeros. El sólo quería jugar y no le gustaba participar en ninguna de las actividades, menos si éstas eran las de cantar o bailar.

La maestra intentaba animar a Ulises para que asistiera a la es-cuela, pero él fingía que le dolía la panza, la cabeza y otros mil pre-textos para no entrar a clases.

Ulises se la llevaba pensando en un día tener un burro, a diario le decía a su padre.

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—Papá, como quisiera tener un burro; si yo tuviera uno sería muy feliz. Y soñaba con el día en que su padre pudiera regalarle uno.

Don Alfonso pensó en que quizá podía utilizar el burro como una forma de motivarlo para ir en él a la escuela. Empezó a pensar en el burro como una posibilidad real de que su hijo aprendiera y buscó la forma de reunir el dinero para comprarlo.

Un día, muy de mañana, don Alfonso fue al rancho vecino a bus-car a un amigo de la familia que tenía un par de burros que, por cierto, eran muy mansos.

Al llegar al lugar, saludó a su vecino.—Buenos días, don Perfecto. ¿Cómo ha estado? Lo visito con un

fin, además de saludarlo. —Don Perfecto respondió.—Muy bien, gracias; dígame a qué se debe su visita. Don Alfonso le habló sobre su interés de comprarle uno de sus

burros y don Perfecto sin dudarlo le ofreció con gusto el animal.Tras hablar sobre el precio del burro, don Alfonso le pidió que

lo esperara unos cuantos días para conseguir el dinero, pues no lo tenía completo. Don Perfecto aceptó y quedaron de verse cuando tuviera el dinero.

Otro día, Ulises miraba preocupado a su papá y preguntó.—Oye, papá, ¿qué es eso que te tiene tan pensativo? —Don Al-

fonso respondió, moviendo su cabeza hacia los lados, como insi-nuando que no pasaba nada.

Aunque no era mucho, don Alfonso no sabía cómo conseguir el dinero para comprar el burro y lograr el sueño de Ulises y también que su hijo fuera a clases.

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Don Alfonso pensó: y si vendo uno de mis becerros y consigo un poco de dinero…

Y así lo hizo. Vendió uno de sus becerritos y fue a comprarle el burro al don Perfecto. Al día siguiente por la mañana don Alfonso ensilló el burro para que cuando Ulises despertara encontrará listo a su nueva mascota.

Al despertar, Ulises se llevó una grande y maravillosa sorpresa. Brincaba de un lado para otro, encantado de ver el burro que siem-pre había querido tener. Pero antes de que pudiera montarlo, don Alfonso le dijo.

—Hijo, sé que este burro es un regalo muy importante para ti, como para mí lo son tus estudios; te hice este regalo con el fin de que te transportes en él a tus clases.

Muy sorprendido, Ulises aceptó la propuesta de su padre y sin perder tiempo subió al burro y se fueron juntos a la escuela.

Era tan grande la felicidad de Ulises que cumplió todas las acti-vidades que la maestra propuso para su clase. Día con día, Ulises fue descubriendo las cosas divertidas e interesantes que se aprenden si se asiste a diario a la escuela y por fin pudo entender por qué a sus compañeros les parecía tan divertido ir a estudiar.

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TRUENOS Y RAYOS EN EL PARQUE

Cristal Sánchez Ramírez

T odas las tardes, cuando los niños salían de la escuela, iban al parque a jugar. Se revolcaban por gaban a las escondidillas y se

escondían detrás de los árboles. Ellos eran muy felices en ese parque.Una tarde de fuertes lluvias, los niños jugaban y se bañaban con

el agua de la lluvia cuando escucharon truenos y vieron caer rayos. Temblando de miedo, se escondieron tras los árboles, observando a la gente correr hacia sus casas.

Los niños, asustados, se decían unos a otros.—Hay que irnos. Está lloviendo muy fuerte. Pero de repente cayó un rayo en uno de los árboles donde se es-

condían y salieron corriendo despavoridos. Como la lluvia era cada vez más fuerte, corrieron y corrieron y en su camino se encontraron una choza vieja y se refugiaron en ella mientras pasaba la lluvia. Pero la lluvia no pasaba. Pasaron los días y no dejaba de llover y ellos sólo pensaban en volver a sus casas.

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Mientras tanto, sus padres los buscaban por todas partes. Pidie-ron ayuda a las autoridades y fueron a buscarlos a la escuela. Les preguntaron a los maestros por ellos, pero éstos no los habían visto.

—No vienen desde hace tres días —dijeron los maestros. Jesús, el papá de Édgar, le dijo.—Maestro, es que hace tres días desde aquella lluvia fuerte, que

no vemos a nuestros niños, han desaparecido.Respondió el maestro.—¡Pero cómo va ser eso, si ellos salieron y se fueron a jugar al

parque que está cerca de aquí, donde siempre jugaban al terminar las clases!

Uno de los padres dijo.—Pues vamos a ese parque; mi hijo nunca mencionó nada de él.

Otra de las maestras dijo.—Sí, vamos al parque a buscarlos.

Los padres y maestros caminaron hacia ese parque, gritándoles por el camino.

Llegaron al parque y encontraron todo destrozado y siguieron gritando.

¡Ramooón, Édgaaar, Arturooo, Adrianaaa, Socorrooo, Citlalliii, Jennifeeer, en dónde estaaán! ¡Somos sus padres, salgan de donde estén escondidos, la tormenta ya pasooó!

Los padres seguían gritando, pero sólo entre ellos escuchaban sus gritos y de los niños no sabían nada.

Los papás de los pequeños, tras haber buscado todo el día, regre-saron a sus casas porque estaba a punto de caer la noche y decidie-ron descansar para regresar el día siguiente a seguir buscándolos.

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Mientras tanto, Ramón, Édgar, Arturo, Adriana, Socorro, Citlalli y Jennifer estaban en la choza donde se refugiaron con un señor que les daba de comer, porque los pequeños estaban perdidos. El señor prometió ayudarlos y llevarlos a casa con sus padres. Les dijo el señor.

—Mañana, al amanecer, iremos a casa de sus padres.A la mañana siguiente se levantaron muy contentos porque ve-

rían de nuevo a sus padres. Caminaron y caminaron hasta llegar a la escuela donde ellos estudiaban, y siguieron caminando y caminan-do hasta llegar a casa de Citlalli.

Al estar ahí, les llamaron por teléfono a los demás padres para avisarles que los pequeños estaban bien y habían regresado.

Los padres, muy emocionados, llegaron a casa de Citlalli con an-sias de ver a sus hijos; al verlos, los abrazaron y besaron por el tiem-po que estuvieron sin verlos.

Los niños les platicaron a los adultos lo que había sucedido y por qué se habían escondido en la choza.

Todos agradecieron al humilde señor por haber cuidado de ellos.Los niños y sus papás estaban felices por estar juntos y volvieron

al parque para limpiarlo y reconstruirlo para sus hijos.Y así todo volvió a la normalidad y vivieron felices para siempre.

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LA HORMIGA COMELONA

Irene Guadalupe Benítez Ramos

E n un ranchito muy, pero muy alejado de la ciudad, llamado El Paraíso, habitaban muchos animales que disfrutaban de la ve-

getación, de las flores de todos colores y de los árboles y arbustos de la región.

Había también un lago muy bonito, con el agua tan clara que se podían observar a la familia de peces que ahí nadaban. A su alrede-dor, había piedras muy bonitas de distintas formas y tamaños.

A un lado del lago vivía una familia de hormigas: Mamá Clara, Papá Pancho y sus tres hijitas Lala, Lili y Lulú.

A la familia de hormigas le gustaba pasar las tardes frente al lago para admirar los atardeceres y saludar a sus queridos vecinos.

Una tarde, la familia de hormigas organizó un día de campo y emprendió el camino para disfrutar más de la vegetación.

Al llegar a su destino, las hermanitas Lala, Lili y Lulú comenza-ron a jugar, mientras que Mamá Clara y Papá Pancho preparaban la merienda.

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—¡Es hora de comer, preparé su platillo favorito! —dijo mamá Clara.

Lulú se acercó y comió rápidamente su platillo y al terminar dijo.—Mis hermanas siguen jugando y yo aún tengo hambre. Mmm,

me comeré su comida antes de que lleguen. —Y como era muy glo-tona, devoró la comida de sus hermanas.

Al poco rato, la hormiguita glotona empezó a sentirse mal, pues tenía su estómago inflamado y le dolía mucho por haber comido tanto.

Papá Pancho se dio cuenta de su dolor y le dijo a Mamá Clara que la llevarían con el Doctor Tortugo para que curara su mal.

En el transcurso del camino se encontraron con el Pato Cuco, quien les dijo.

—¿A dónde van con tanta prisa?—Vamos a llevar a mi hija Lulú con el Doctor Tortugo —respon-

dió mamá Clara.—¡Los acompaño! —dijo el Pato Cuco. Y siguieron su camino.

Un poco después, se encontraron con la Señora Garza, quien les dijo.

—¿A donde van con tanta prisa?—Vamos a llevar a mi hija Lulú con el Doctor Tortugo —contestó

Mamá Clara.—¡Los acompaño! —respondió la Señora Garza.

Y así prosiguieron su camino. Más adelante, se encontraron con el Burro Arnoldo, quien tam-

bién les preguntó.—¿A dónde van con tanta prisa?

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—Vamos a llevar a mi hija Lulú con el Doctor Tortugo —contestó Mamá Clara.

—Pues suban a mi lomo que así llegaremos más rapido —res-pondió el Burro Arnoldo.

Y fue así como Mamá Clara, Papá Pancho, las tres hormiguitas, el Pato Cuco, la Señora Garza y el Burro Arnoldo se dirigieron a la casa del Doctor Tortugo.

Al llegar con él, Mamá Clara pidió que revisara a la hormiguita Lulú.

—¡No tienen de qué preocuparse! Con una sola receta Lulú se sentirá mejor y su dolor de panza desaparecerá —aseguró el Doctor Tortugo, y le recetó una medicina de las buenas para curar los dolo-res de panza.

—Ahora vayan a casa tranquilos que para mañana estará como nueva.

La familia le agradeció al Doctor Tortugo y a sus amigos por ha-berlos acompañado.

Y, muy contentos, se fueron todos a casa. Lulú pidió disculpas a sus hermanas por comerse su comida y prometió no comer de más, pues comprendió que se enfermó de la panza por haber sido tan glotona.

¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado y espero que te haya gustado!

¡Si quieres que te lo repita, dime que sí con un grito muy fuerte!

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EL GRAN SUSURRO

Leticia Beltrán Aispuro

A l comienzo de una noche oscura y de grandes nubes que cu-brían el firmamento de estrellas, se encontraba María en su

balcón, de pie, observando el bosque cercano a su casa. Su mirada estaba fija en árboles cercanos a su casa, árboles viejos, sin hojas, de aspecto decadente, pero de cierto atractivo para María. La tranqui-lidad del momento fue interrumpido por un llamado, era su madre.

—María, ya debes entrar a tu cuarto —dijo su madre.—¿Por qué madre? —contestó María—. La noche es muy her-

mosa.—No digas eso —respondió su madre.—Está anocheciendo y podrías sentirte aterrada por esos árbo-

les a lo lejos.—No tengo miedo alguno, madre —respondía María, con una

vaga sonrisa en su rostro.

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—Está bien, pero no tardes mucho en entrar a tu cuarto —reco-mendó su madre, mientras bajaba por las escaleras.

La tranquilidad volvió al balcón y María dirigió su mirada de nuevo hacia el bosque. De pronto, unos fuertes vientos rompieron la tranquilidad. María se aferró al barandal del balcón, mientras veía cómo los árboles se estremecían por las fuertes ráfagas del viento huracanado.

—¡No, por favor, que no se arranquen los árboles! —gritó María.María volteó hacia el otro lado de su casa, donde sólo había lla-

nuras y se percató de que los fuertes vientos provenían de esa di-rección.

La mamá de María subió nuevamente al balcón y le dijo.—María, ya debes bajar y acostarte, el clima podría empeorar —

advirtió la mamá de María, mientras le señalaba las escaleras.Ambas bajaron por las escaleras tomadas de las manos y la mamá

de María se percató de que su hija estaba temblando. Al llegar al cuarto de María, su mamá le dijo.—Entra ya a la cama y no tengas miedo, sólo es viento —dijo

mirándola a los ojos.—No tengo miedo mamá —respondió María con voz temero-

sa—. Pero, por favor, deja encendidas las luces del pasillo.La mamá de María asintió con la cabeza y, después de darle el

beso de las buenas noches a su hija se retiró a su dormitorio. María se acostó y trató de conciliar el sueño, pero en ese instante

escuchó sonidos que provenían de su ventana; eran silbidos y su-surros que sonaban cada vez más fuertes. Por un momento, María pensó que el viento intentaba asustarla.

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María no pudo ignorar los ruidos de la ventana y comenzó a es-cuchar ruidos tras la puerta de su habitación, y gritó.

—¡Mamá, alguien quiere entrar a mi cuarto!—¿María, qué ocurre? Somos nosotros los que estamos detrás de

la puerta —contestó la madre, mientras forcejeaba con la perilla de la puerta para abrirla desde afuera.

Cuando por fin la abrió, ella y su esposo, el padre de María, en-traron al cuarto.

—¿Qué sucede? —preguntaron a María.—Escucho ruidos extraños en la ventana —dijo María a sus pa-

dres.Los tres se quedaron en silencio y escucharon a su alrededor.

Después, su padre le dijo a María.—Son los sonidos del viento al pasar por las tejas del techo.

En ese momento, todas las luces de la casa se apagaron a causa de una falla en la corriente eléctrica. María saltó de la cama y gritó. La madre tomó sus manos y la abrazó.

—Esperen ambas en la habitación; en un momento vuelvo —dijo el padre de María.

En un momento, el padre de María entró a la habitación con una vela en su mano y un par de almohadas que sostenía en la otra.

—Dormiremos en tu habitación —dijo su padre a María.—¿Nos das un lugar contigo? —preguntó su mamá.—Sí, pero cuidado con mis muñecas —contestó María.

Los tres se acomodaron en la cama de María, la cual no era gran-de ni pequeña; era justo del tamaño correcto para los tres. María se

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encontraba en medio de sus padres, lo cual la hacía sentir segura; por un momento olvidó los ruidos y logró conciliar el sueño.

Al día siguiente, despertaron y el viento seguía soplando. Ade-más, se dieron cuenta de que estaba lloviendo. La tempestad tomaba impulso y eso asustó más a María, lo que la hizo sujetar con ambas manos a sus padres.

Una fuerte ráfaga abrió las ventanas de la habitación. El viento era tan fuerte que derribó sillas y algunos peluches de la cómoda de María. Su padre cerró la ventana.

María se calmó y permaneció tranquila. La tempestad seguía y parecía una tormenta que podría hacerse

aún más fuerte.La habitación de María estaba en el segundo piso de la casa.

Sus padres se miraron uno al otro y el padre bajó por algunas cosas, mientras que la mamá de María se quedó con ella en la cama.

—¿Quieres construir una casa con almohadas? —preguntó a María su mamá.

—Sí —contestó María.Tomaron todas las sábanas y almohadas que había en la habi-

tación, abrieron el ropero del cuarto de María y sacaron más almo-hadas.

El padre de María subió de la planta baja algunas provisiones, entre ellas dulces, frituras y bombones. Colocó en su boca una lin-terna que encontró en cocina, tomó todas las cosas con ambas ma-nos y se dirigió a la habitación de María.

Al entrar a la habitación, notó una pila de almohadas cubierta por sábanas en la cama de María. Por una abertura que simulaba

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una puerta, María sacó su cabeza y le sonrió a su padre, y le invitó a entrar a la «casita».

Ya adentro, el papá vació el contenido de las bolsas. María se sintió feliz al ver muchos dulces y empezó a comer algunos.

—Esta lluvia es demasiado fuerte, así que debemos quedarnos dentro de esta casita sin importar los ruidos que se escuchen —dijo el padre de María con tono serio.

Estando los tres en la casita de almohadas, comiendo los bombo-nes, se escucharon estruendos en la casa.

—El viento está furioso —dijo María.—Nadie salga de esta cama —dijo el padre de María—, no impor-

ta lo que escuchemos.Una fuerte ráfaga de viento rompió las ventanas de la casa. La

corriente de aire entró a otras habitaciones, acompañadas de mu-cha lluvia. Una gran cantidad de agua inundó las habitaciones del primer piso, las paredes de la casa empezaron a agrietarse. María y sus padres continuaron dentro del fuerte construido por ellos con almohadas y siguieron comiendo en silencio.

El techo de la casa se rompió y salió volando por los aires. Un extraño río comenzó a crecer a un lado de la casa. La corriente entró a los cuartos y empezó a llevarse todos los muebles y objetos que se encontraban en la planta baja.

Las paredes crujieron con más fuerza y se escucharon varios y fuertes golpes provocados por las caídas de las paredes al río.

La corriente de agua comenzó a subir, llevándose en partes las paredes derrumbadas. El agua llegó a la habitación de María. La cama flotó con suavidad y siguió la corriente del misterioso río.

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—La cama se mueve de una forma rara —dijo María.Unos rayos del sol entraron por algunos de los agujeros de la

casita que habían construido. María se asomó por uno de ellos y observó que ya no estaban las nubes. Los tres salieron del fuerte, María seguía viendo hacia el cielo despejado, bajó su mirada y se dio cuenta de que estaban rodeados por agua.

—Estamos en el mar —dijo María.—¿Recuerdan como estábamos en la casa? —preguntó María a

sus padres.—Si hija, lo recordamos —contestó su mamá.—Ahora estamos en el mar y tendremos una aventura —dijo

María a sus padres con gran sonrisa en su rostro.María escuchó un susurro que la llamaba y pronunciaba su

nombre, cerró sus ojos y al abrirlos miró a sus padres, miró a su al-rededor, miró hacia el techo, volteó hacia los lados y vio completas e intactas las paredes y sus muebles.

—Perdón por despertarte —dijo su mamá a María—, pero ya sa-lió el sol.

María abrió su ventana y miró un gran cielo despejado, un cielo azul hasta donde sus ojos podían ver; se dio cuenta de que estaba soñando y que su casa seguía en pie.

—Quiero ir a la playa —dijo María a sus padres.Los padres de María se miraron uno al otro y sonrieron. Su padre

volteó a ver a María y le dijo.—Prepara tu cosas, hoy iremos a la playa —dijo su padre con una

sonrisa en su rostro.

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EL REFRIGERADOR

Rebeca Estefanía Reyes Mendívil

E n una gran ciudad, en un hogar lleno de amor y valores, en el que abundaba la comida, tenían un refrigerador lleno de ali-

mentos saludables: la Señora Salchicha, el Señor Chorizo y Don Ja-món eran los integrantes más grandes de la familia alimenticia, y había también una gran cantidad de frutas y verduras. Pero junto con ellos convivían los alimentos chatarra: el Joven Pastelito, la Se-ñorita Dona y el Pequeño Heladito.

Una mañana, Paco y Pedro, los niños de la familia Nevares, fue-ron directamente a la cocina para desayunar antes de ir a la escuela. Al abrir la puerta del refrigerador, hicieron ruido y despertaron a la comida que ahí vivía. La Señora Salchicha exclamó.

—¡Amigos, es hora de despertar, llegaron los niños y tenemos que alimentarlos!

El Señor Chorizo dio un brinco y dijo.—¡Oh, a quién se irán a comer este día! —preguntó.

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La hamburguesa le dijo a las papas fritas.—De seguro, Paco nos elegirá a nosotros.—¡Sí, somos sus favoritos! —contestaron las papas fritas.—¡No, este día seré yo su alimento, estoy cubierto de chocolate y

mi dulce relleno les encanta —dijo la rebanada de pastel.Don Jamón les contestó.—Miren, queridas hamburguesas, papas fritas y rebanada de

pastel, ustedes no son un alimento saludable, por lo cual Paco y Pe-dro ¡no deben comerlas!

Pastelito soltó la carcajada y dijo.—¡Ja, nosotros somos sus favoritos! A ustedes, los alimentos nu-

tritivos, los hacen a un lado; nosotros somos los mejores, satisface-mos sus deseos y ustedes no —dijo con voz burlesca.

Tomatote contestó a la rebanada de pastel.—Nosotros somos buenos alimentos, los niños son muy inte-

ligentes y saben que su mejor elección es comernos a nosotras, las verduras y frutas.

Las frutas más pequeñas, Uvita y Fresita, comenzaron a ponerse nerviosas y se pusieron a llorar. Entonces, el Señor Pera les dijo.

—Tranquilas, pequeñas, no deben llorar. Nuestro trabajo es ali-mentar a los humanos para que estén sanos y fuertes y puedan rea-lizar sus actividades y aprender mucho en la escuela. Sequen sus lá-grimas y pónganse contentas porque Pedro y Paco serán unos niños fuertes y sanos —las pequeñas uvas y fresas secaron sus lágrimas y se pusieron felices.

A lo lejos se oyó la voz de los huevos que decían.

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—Compañeros, basta de tantas discusiones; lo mejor para los niños es comer un desayuno balanceado que contenga un poco de todo.

El Señor Salchicha abrazó a las pequeñas fresas y uvas y les dijo que ese día sería genial porque los niños iban a disfrutar con sus sabores y nutrientes.

Pedro abrió el refrigerador e iba a tomar la hamburguesa para desayunar, cuando de pronto Paco le gritó.

—¡Pedro, recuerda que el doctor nos dijo que no debíamos co-mer ese tipo de comida, que es muy dañina para nuestro cuerpo, y debemos hacer lo posible para no comerla porque nos podríamos enfermar gravemente!

Entonces, Pedro recordó que la visita que habían hecho con el doctor fue por una fuerte diarrea causada por haber ingerido comida chatarra y dijo.

—Tienes razón, hermano; de ahora en adelante comeré mejor y consumiré comida saludable para estar sano.

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PEGASO, EL CABALLITO DE MAR

Kathya Itzel García Rojas

E ra lunes cuando me fui al mar. El sol sonreía en el cielo, las nu-bes parecían algodones de azúcar, mis ojos alegres acariciaban

el viento. Me senté en la orilla a contemplar el horizonte, un hermo-so paisaje que parecía una pintura fresca y luminosa. Dicen que en Mazatlán se encuentra el mejor mar de todo Sinaloa y lo comprobé ese lunes.

Mojaba mis pies con el agua tibia y cristalina cuando apareció frente a mí un Caballito de Mar, muy colorido y con una sonrisa. Al verlo, me asusté un poco, pues nunca había mirado uno de verdad, sólo en la televisión.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el caballito.—Soy Laura, ¿y tú? —respondí.—Mi nombre es Pegaso. Mi papá me puso ese nombre porque

dice que nací para volar y que pronto me crecerán las alas.

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—¡Pero los caballitos no pueden volar! —dije mientras miraba sus tiernos ojos.

—Eso lo sé. Pero ¿acaso no tienes imaginación, Laura?—Claro que sí la tengo; todos tenemos imaginación, Pegaso.—No, claro que no. Las personas adultas no la tienen, y si la

tienen no la usan. Ellos sólo usan su instinto; nosotros los pequeños caballitos usamos la imaginación para crecer felices y ser los mejo-res en el mar. Aquí es como afuera, los adultos creen saber todo y se adueñan de la libertad de los demás. Por eso, quiero que mis alas crezcan rápido para volar con Natalia.

—¿Quién es Natalia? —pregunté, mientras repasaba en mi men-te lo que me había dicho sobre los adultos.

—Sabes, Natalia está por llegar; te la presentaré y le diré que eres buena, porque sí lo eres, ¿verdad?

—Pero por supuesto que soy buena —contesté.—¿Muy buena? —preguntó abriendo sus ojos, sorprendido.—¡Sí, muy buena!—Entonces, hazme un dibujo, uno muy bonito para guardarlo

en mi corazón y siempre acordarme de ti. Su cara destilaba toda la ternura del mundo, era muy tierno y

más cuando sonreía. Su sonrisa era como un color que se mete en tus ojos y nunca puede salir de tu mirada.

Le dije que iría por un cuaderno y un lápiz para hacerle el dibujo. Fui lo más rápido que pude a la mesa donde tenía mis cosas y en-contré lápiz y papel; entonces me puse a dibujar.

—Toma, pequeño caballito, te lo hice con mucho cariño —dije mientras le daba el dibujo.

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—¿Qué es? —preguntó.—El Sol y la Luna. ¿Los ves?—Sí, los veo muy bien. Entonces, estaré pensando en ti de día y

de noche —me dijo mientras una lágrima salía de tus ojos.—¿Por qué lloras? Creí que mi dibujo no te había gustado. —Lloro por que el día se está acabando y sé que te irás. Aparte,

nadie me había regalado algo tan bonito.—No llores, Pegaso. Nunca me iré; si tú nunca te vas, yo estaré

contigo. De repente, por el cielo se escuchó una hermosa ave que cantaba

con dulzura.—Es Natalia —dijo el lindo caballito.

Natalia bajó y nos saludó brevemente porque tenía que seguir el rumbo de su familia. Era café, con su pecho blanco y el piquito rosa. Nunca, ni siquiera en los árboles , miré un ave como ella. Antes de partir nos dijo un secreto.

—Cuando encuentres algo que valga la pena, síguelo hasta el fin del mundo.

—¿Verdad que es maravillosa? —dijo.—Vaya que sí; ahora es mi turno de partir, pequeño. Gracias por

llegar y enseñarme el valor de la amistad. Nunca te olvidaré. Prome-to volver y traerte más dibujos para que me sigas recordando.

—No hacen faltan más dibujos. Con éste basta para recordarte todos los días del mundo. Seré feliz si vienes, y si no regresas no me enojaré; también seré feliz porque tú hiciste que mis sueños vayan más allá de cualquier horizonte. Sólo que no te olvides de sonreír.

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EL BOSQUE DE LAS TENTACIONES

María de los Ángeles Mares Valenzuela

E n un cuarto frío y oscuro se encontraban los hermanos Pablo y Jesús. Ellos jugaban a esas altas horas de la noche. Su abuelita,

al escuchar sus ruidos y risas, los llamó y les dijo.—¡Niños, vengan a mi habitación, les contaré la historia de mi

padre y de mi tío! Los hermanos acudieron al llamado de su abuela que, sin im-

portarle la hora, quería contarles una historia. Pablo le decía a Jesús.—¿De qué crees que sea la historia de la abuela? —Jesús le res-

pondió.—Yo creo que será de dragones, gigantes y princesas. —Pablo se

rio de él y le dijo.—No creo que el papá de la abuela sea un dragón y menos una

princesa.Al entrar a la habitación, la abuela les ofreció asiento y leche

caliente para ambos.

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—Tomen, mis niños, pónganse cómodos, que esta historia es un poco larga, pero muuuy interesante. —Y empezó. —Una vez, en una pequeña y descuidada casita, cerca de un frío bosque, estaban dos niños pequeños, pequeños como de 5 y 6 años; estos niños estaban jugando con un balón de futbol soccer, bajo la supervisión de sus papás, quienes estaban preocupados porque ya no había leña y ha-cía mucho frío.

Los padres de estos niños decidieron ir a las profundidades del bosque a buscar leña, sin importar la niebla, ni las amenazantes ra-mas de grandes árboles, secos y enormes.

Los papás le dijeron a sus hijos que permanecieran jugando y que, por nada del mundo, se metieran al bosque, pues corría el ru-mor de que cuando los niños pequeños se metían a él ya no regre-saban.

Los niños escucharon a sus padres, pero no le tomaron impor-tancia y siguieron jugando, hasta que su balón se fue para el lado del bosque.

Ellos decidieron ir por él, creyendo que era mentira la historia que sus padres les contaran.

Al entrar, observaron la dimensión de aquel frío bosque, con sus árboles de más de ocho metros, con sus aves que hacían sonidos muy extraños. Al ir buscando el balón, se perdían más y cada vez observaban menos la entrada, o bien la salida.

En el bosque se encontraron con tres puertas. Decidieron entrar por la primera, ya que no estaba cerrada; ellos andaban de curio-sos queriendo explorar todo, pero nunca se imaginaron lo que ahí vivirían.

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En la primera puerta que estaba abierta había una vivienda sola, gigantesca y, al prender la luz de aquella casa, se dieron cuenta de que era una fábrica de dulces, con ríos de chocolate negro y blanco, con una gran cama de malvaviscos, deliciosos caramelos por do-quier, y lo mejor era que estaba sola; tantos dulces sólo para ellos dos. Se dieron a la tarea de probar de todo, hasta ya no poder más. Tanto era su encanto que no se dieron cuenta de que había oscure-cido y que extrañaban a sus papás.

Al buscar la salida del bosque, se toparon con una nueva puerta y el hermano mayor le dijo.

—Vamos por esa puerta, hermano. ¿Imaginas qué nueva mara-villa podemos encontrar detrás de ella?

Dicho eso, entraron y encendieron las luces cuando, de repen-te, escucharon cómo la puerta se cerraba de manera escandalosa. Gracias a eso, ellos pensaron que no estaban solos y se sintieron un poco apenados. Al observar alrededor, se dieron cuenta de que era una fábrica de juguetes. Había hermosas muñecas, carritos de colores brillantes, aviones, muñecos, patines y un sinfín de juguetes preciosos. Ante eso, no dudaron en tomarlos prestados un rato ju-gando con ellos hasta el amanecer; extrañaban mucho a sus padres, pero no podían evitar la tentación de seguir jugando con aquellos sorprendentes juguetes.

Al querer salir de aquella vivienda para continuar buscando su salida, se dieron cuenta de que esa puerta estaba cerrada y que no podían abrirla, pues eran tan sólo unos niños pequeños e indefen-sos. Ya sentían muchísima hambre y tenían frío.

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Comenzaron a llorar por sus papás. Ya ni los deliciosos dulces que habían comido reemplazaban el cariño que mamá y papá les brindaban; ni el carrito más grande y hermoso podía hacer que ellos se sintieran bien.

Tantos fueron sus esfuerzos por querer salir que entre los dos pudieron abrir la puerta, ante la cual no lo pensaron ni un segundo y salieron corriendo de ahí.

Al seguir buscando la salida por el bosque, encontraron una ter-cera puerta, que parecía cerrada, pero, a diferencia de las dos ante-riores, semejaba una casa de alguien que vivía ahí en medio de la nada, en un bosque frío y abandonado.

Decidieron tocar a la puerta. De pronto, se abrió y de ella salió un hombre de casi dos metros de altura, grande, pelirrojo y gordo, con cara de pocos amigos, quien les dijo.

—¿Qué quieren, mocosos? Los niños no sabían si pedirle ayuda o salir corriendo, pero creían

que esta era su única opción de ayuda. El hermano mayor le dijo.—Mire, somos unos pequeños niños exploradores que queda-

mos atrapados en este bosque. Queremos ir de regreso con nuestros padres. —A lo que aquel hombre les respondió, limpiándose las ma-nos de un líquido rojo, parecido a la sangre.

—Y a mí qué me importa, quién les manda andar de explorado-res y desobedeciendo a sus padres.

Detrás de aquel hombre gigante, se asomó un hombre ya mayor, de algunos 70 años, y le dijo.

—Ya, hijo, yo lo arreglo. Con voz amable y juguetona, se presentó con los niños y les dijo que él les iba a ayudar.

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Los niños, ya en confianza, le preguntaron que si qué era el líqui-do rojo parecido a la sangre que su hijo traía en las manos. El señor les explicó que su hijo tenía una fábrica de juguetes y que el líquido sólo era pintura para cochecitos. Los niños recordaron las aventuras que vivieron en aquella fábrica y le contaron todo al señor. Al con-tarle todo lo que pasaron en aquel bosque y en aquellas dos fábricas, se dieron cuenta de que ni todos los caramelos del mundo, ni todos los juguetes, les daría más felicidad que volver a ver a sus padres y regresar con ellos a su cálida casa.

Aquel señor amable sonrió y les dijo.—De eso se trata el bosque de las tentaciones. De que niños

como ustedes se den cuenta de lo que sus padres hacen por ustedes para que valoren a su familia.

El señor les contó que así como ellos habían pasado más niños que, al ver las fábricas, decían querer vivir ahí por siempre, pero con el paso de los días todos terminaban llorando por sus padres. ¿Y cómo no hacerlo? Si son ellos las personas que más te aman y cuidan.

Los niños entendieron el mensaje y vieron esa experiencia como algo fantástico.

El viejito llamó a los padres de aquellos dos pequeños niños, quienes muy preocupados fueron por ellos hasta donde estaban sin importar el frío y la hora.

La abuela le dijo a Pablo y a Jesús.—¿Ya lo ven? ¿Escucharon todo lo que los papás hacen por sus

hijos? —A lo que Pablo contestó.—Sí, abuela, eso de desobedecer a mis papás jamás pasará; ellos

nos ponen en aviso cuando hay peligro porque nos aman.

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—Exactamente —contestó la abuela—, ellos quieren lo mejor para ustedes, así que como los papás y los abuelos queremos lo me-jor para nuestros niños; váyanse a dormir, que ya es tarde.

La abuelita los acompañó a su habitación, les dio un beso a cada uno y los tapó, dándose por satisfecha, ya que sus nietos entendie-ron la moraleja de su historia.

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SALVANDO EL MAR

Cinthya Karely Valles Arce

U n día muy soleado se divertían Mariana y Jorge en la playa de Mazatlán. Jugaban sobre la arena con una pelota cuando, de

pronto, escucharon la voz de una mujer que gritaba.—¡Auxilio, auxilio!—Jorge, ¿escuchaste eso?

Dijo Mariana.—¡Siií! Creo que es la muchacha que se ve allá en las piedras

grandes.Jorge caminó hacia donde se encontraba la muchacha, mientras

Mariana le gritaba.—¡Espera, Jorge! —y caminaba atrás de él hasta llegar a una par-

te de la playa donde había unas piedras grandes. Unas eran negras, otras cafés y unas más grises.

Dijo la muchacha.—Estoy atrapada con una atarraya de pescar. ¿Podrían ayudarme?

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Los niños le respondieron que irían a decirle a sus padres, pero la muchacha les rogó que no lo hicieran porque ella no era una perso-na como ellos y que había adultos que querían hacerle daño.

Mariana le preguntó.—¿Cómo que no eres como nosotros, si eres una muchacha? Al mirar a la muchacha, Jorge y Mariana sólo podían observar la

mitad del cuerpo de arriba, pero la parte de abajo la tapaba el agua. Ella les mostró la otra parte de su cuerpo y, al verla completamente, pudieran comprenderla. Ellos se quedaron sorprendidos.

—¡Wow —exclamó Jorge—, tienes una cola como un pez! —¡Eres mitad mujer y mitad pez! —dijo sorprendida Mariana.—¡Por favor —pidió—, ayúdenme antes de que alguien más se dé

cuenta que estoy aquí! ¡Soy una sirena!De inmediato, los niños buscaron entre sus cosas un utensilio

que sirviera para romper la atarraya. Y, sí, encontraron unas tijeras con las que la sirena logró liberarse de la atarraya que la aprisionaba.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó Mariana.—Me acerqué a la orilla del mar —dijo ella— para pedir ayuda

porque en mi casa que está abajo del mar mis amigos se están enfer-mando mucho porque la gente de la playa tira la basura al mar. Eso hace que los que vivimos dentro del mar nos enfermemos y poda-mos morir.

—Nosotros podemos decirle a nuestros padres —intervino Jor-ge— lo que está pasando para que nos ayuden.

—¡No, a los adultos no les importa nuestra situación! —dijo la sirena—. Ellos pueden hacernos daño porque somos diferentes.

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Mariana y Jorge recibieron de la sirena un collar hecho de con-chas del mar para que se lo pusieran y así a ir a casa de ella y obser-var lo que estaba pasando con tanta basura.

Al colocarse los collares, aparecieron en un lugar muy bonito, lleno de sirenas, peces multicolores, caballitos de mar, estrellas, tor-tugas, delfines, cangrejos y pulpos, entre otros animales. Pero mu-chos de esos animales tenían una mirada muy triste porque estaban enfermos, debido a la contaminación del mar: un mar plagado de botellas, envolturas de plástico, bolsas, zapatos, aceite de embarca-ciones y llantas, entre otras cosas.

—¡Wow! —exclamó Mariana—, es un lugar muy bonito! ¡Lástima que esté muy sucio!

Jorge respondió.—Yo no había visto tantos animales juntos. —Necesito de su ayuda para salvar este lugar —pidió la sirena—.

Si la gente sigue arrojando basura al mar, todos nosotros podríamos morir. La gente no se bañaría más.

¿Qué podemos hacer nosotros para ayudar? —preguntó Jorge.—Convencer a las personas de la importancia de mantener lim-

pio el mar —indicó la sirena.Los niños regresaron a casa pensando cómo podrían hacer eso

que la sirena les pidió: que la gente se convenciera de mantener lim-pio el mar.

Mariana y Jorge comenzaron a elaborar letreros. Luego, a lo largo de la playa, fueron colocándolos junto con algunas bolsas para depo-sitar la basura. Cuando terminaron la actividad, decidieron continuar y comenzaron a juntar la basura tirada. Las personas a su alrededor

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observaban curiosas la labor que hacían estos pequeñitos y los ayu-daron. Entre todos, terminaron muy rápido de limpiar el lugar y se sentaron a observar lo limpio que se miraban la playa y el mar.

Dijo Jorge.—Todo se ve maravilloso y limpio. Lo mejor es que con esta ac-

ción podrán curarse los animalitos.—Fue algo cansado, pero me siento bien de ayudarlos y, al mis-

mo tiempo, mejorar este lugar —dijo Mariana. De repente, sus collares comenzaron a vibrar. Los niños apare-

cieron de nuevo en la casa de la sirena y el lugar lucía aún más boni-to de lo que ya estaba: se miraba limpio, los animales estaban felices y muy agradecidos con estos dos niños porque les salvaron la vida.

Todos nosotros estamos muy agradecidos con ustedes por ayu-darnos —reveló la sirena.

Y nosotros —completó Mariana— estamos felices de haber apor-tado para que todos ustedes vivan felices.

Todos los animalitos expresaron su agradecimiento a Jorge y Mariana, y también hicieron una pequeña fiesta en su honor. Todos bailaron con la música que salía de un casco de caracol.

Esta historia trata sobre dos niños que influyeron en la gente para limpiar la playa y el mar y con ello evitar la contaminación ge-nerada por la basura que las personas arrojan ahí. Con esta acción, salvaron a los animalitos que viven en él: a las tortugas, pulpos, del-fines, peces y también a las sirenas, entre muchos otros.

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FRANCIS, EL DRAGÓN

Tania Abigail Partida Meraz

E n un mundo muy muy lejano, en el Polo Norte del planeta, don-de todos los animales son libres, donde los cielos nos deslum-

bran con sus colores fantásticos y las auroras boreales iluminan los cielos, en fastuosa combinación con las hermosas capas de nieve, en ese mundo maravilloso una familia de lobos salió a buscar un poco de comida.

En esa familia había un animal diferente al que los demás habían adoptado por lo gracioso que era. Este animalito se llamaba Francis y era de una especie distinta a la de la familia. Eso lo ponía muy tris-te porque todos podían correr muy rápido y él soñaba con alcanzar algún día esas velocidades.

Después de que la familia caminara horas y horas, se quedaron a dormir en una cueva para resguardarse de la fría noche que se acercaba. El líder de la manada encendió una fogata para cubrirse del frío, el hijo menor consiguió piel de todos los animales que había

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cazado en días anteriores y tejió una manta gigante, el hijo mayor consiguió un poco de comida y Francis, al sentirse discriminado de su familia, se fue solito a dormir.

A la mañana siguiente, la manada decidió ir a una ciudad en la que habitaban muchos animales indefensos y donde ellos podían conseguir comida con facilidad, pero en medio del camino había una grieta en el suelo que necesitaban cruzar para llegar al otro lado. Al ver que era muy grande, decidieron lanzar a Francis para ver si estaba muy profundo y saber si sobrevivirían a la caída. Al aventar a Francis, éste, en su desesperación, empezó a mover sus alas de abajo hacia arriba y, repentinamente, pudo volar por los cielos des-plazándose de un lado a otro en el aire como si así lo hubiera hecho siempre.

Al volver con su familia, ésta le pidió ayuda con temor de que no les ayudara por haberlo lanzado al vacío. Sin embargo, Francis, con mucho gusto y sin resentimientos, amarró una cuerda a un gran tronco de cada orilla para que pasaran sobre él.

Después de pasar el abismo, todos le preguntaron cómo había logrado volar y él sólo decía que había movido sus alas con fuerza y ya. Los demás lobos siguieron caminando y cuando llegaron a la ciudad la manada de lobos gritó jubilosa por haber encontrado un paraíso de comida.

Francis miró que la comida de los lobos eran unos indefensos animales y se interpuso entre ellos y evitó que se los comieran. Des-pués dialogó con los lobos y se acordó que todos serían miembros de esa nueva comunidad y compartirían casa y alimento.

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Al caer la noche, uno de los lobos despertó al resto de la manada y, aprovechando que Francis dormía, les dijo que no fueran tontos y que no desaprovecharan la oportunidad de estar rodeados de tan-tos animales y no comerlos sólo porque Francis no quería. Les dijo que el hecho de que volara y les hubiera ayudado no significaba que ahora fuese el líder y llegaron a la conclusión de acabar con él.

Se acercaron lentamente hacía Francis y, al querer atacarlo, éste despertó y se empezó a defender; como podía, movía sus alas para alejar a los lobos, pero éstos seguían atacándolo, y entre el ajetreo les preguntaba por qué le querían hacer daño. Los lobos furiosos no contestaron nada y se le echaban encima una y otra vez, hasta que Francis, desesperado al ver que no podía salvarse porque eran un montón, quiso gritar y pedir ayuda. ¡Y cuál sería la sorpresa de todos que al hacerlo sintió que su garganta se calentaba y empezaba a ar-der! Y, de pronto, de su hocico, salió una lengua de fuego que achi-charró los bigotes de los lobos asesinos, que espantados y temerosos se echaron para atrás.

Asombrado de su nuevo poder, Francis seguía echando fuego con cada fuerte respiración y todos los animales se maravillaron ante tan grande acontecimiento.

Entonces, los lobos, con la cola entre las patas, le pidieron per-dón, pero Francis los echó de aquel lugar y les ordenó no volver jamás.

Y desde ese momento todos reconocieron a Francis como el Dra-gón Guardián de aquella ciudad.

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LAS AVENTURAS DE KIFFO EN EL BOSQUE

Kiabeth Alexandra García Ruiz

E sta historia comienza en una gran ciudad llamada Monkey Ba-nana, y en ella vivían un chango de nombre Kiffo y su madre

Kina. Un día, la mamá de Kiffo le dijo que tenía que marcharse una temporada a un lejano país por motivos de trabajo.

—Hijo, no tengo más remedio que llevarte al Bosque con la abuela Koffi —dijo a Kiffo.

—¡No, no quiero dejar mi casa, me voy aburrir con la abuela! —pensó Kiffo—. ¿Con quién jugaré en el bosque? ¡Con la abuela, no!

—No exageres, te divertirás; además, dicen que están pasando cosas extrañas en el bosque —le dijo su mamá—, pero nadie ha des-cubierto qué sucede.

Kiffo bostezó .—¡Tonterías, esas son puras mentiras!

Al día siguiente, Kiffo y su mamá partieron hacia el bosque con la abuela. Llegaron a media tarde y su abuela los recibió con una

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gran sonrisa al saber que su nieto iba a quedarse una temporada con ella. Pero Kiffo estaba molesto al pensar que no podría jugar con sus amigos, o salir a las grandes tiendas de su ciudad. Aun así, se despi-dió de su mamá con un beso de su mamá.

Pasaban los días y, por más cosas que la abuela hacía para man-tener contento a Kiffo, él se sentía más infeliz. Mientras la abuela le contaba siempre las mismas historias sobre los animales del bosque, Kiffo pensaba en sus amigos de la ciudad y que estarían jugando a la pelota sin él.

Y así de aburrido, una tarde Kiffo miró pasar frente a su ventana muchísimas mariposas de color azul. «¡Quizá puedo jugar con ellas!» pensó. Y salió corriendo de la casa para seguir a aquellas criaturas que volaban libres, brillando al sol. En el fondo del bosque, las mari-posas se alejaron en todas direcciones. Entonces, Kiffo se dio cuenta de que estaba muy lejos de casa. Estaba en el bosque desconocido.

—¡Mariposas, maripositas!, ¿cómo puedo volver a casa? —em-pezó a gritar.

—No lo sabemos. ¡Tenemos poco que nacimos! —respondieron las mariposas.

Kiffo se quedó solo en medio de un gran silencio, hasta que se le acercó un gordo y negro Puercoespín.

—¿Podría indicarme el camino para salir del bosque? —preguntó Kiffo.

—No, soy demasiado pequeño para saberlo. Tal vez mi mamá pueda ayudarte.

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Pero la Mamá Puercoespina no conocía el camino para volver a casa de la abuela. Sin embargo, le indicó cómo llegar a la casa de un viejo y sabio Búho que podría ayudarle.

El sol se había escondido y el bosque empezaba a llenarse de mil ruidos desconocidos, pero Kiffo se armó de valor y emprendió la búsqueda del anciano Búho. Caminando, caminando, llegó al viejo árbol donde dormitaba el sabio Búho.

—¿Quién molesta mi sueño? —preguntó el Búho cuando vio lle-gar a Kiffo; después abrió sus grandes ojos amarillos y se sacudió las plumas.

—Perdone, Señor Búho, me he perdido y ahora no sé cuál es el camino para salir del bosque —respondió Kiffo.

—Mmn, han pasado muchos años por mis plumas, pero no los suficientes para conocer todos los caminos del bosque. Sólo Mini, la Tortuga más vieja del bosque, conoce todos los caminos; tendrás que buscarla tú mismo, porque nadie sabe dónde está. —Así dijo y el Búho cerró los ojos y volvió a dormirse.

Ya era de noche y Kiffo se sentía cada vez más solo y más triste.Desesperado, Kiffo dio un salto, miró a su alrededor y se dio

cuenta de que a lo lejos se veía una tortuga. Era tan vieja y tenía tan-tas arrugas que supo que había encontrado la que buscaba. Enton-ces, le contó toda su historia. Mini, la tortuga, lo escuchó en silencio y luego le dijo.

—Como creo que ya te has dado cuenta de que este no es un lugar para jugar, súbete en mi espalda y trataré de llevarte al final del bosque.

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Agarrado a la dura concha de la vieja tortuga, Kiffo se sentía se-guro en la oscuridad de la noche. Al llegar a cierto lugar, la tortuga se detuvo.

—Puedes bajar —dijo—, el bosque termina aquí.—Pero ¿cómo encontraré mi casa? —preguntó Kiffo triste.—Hay una mujer más vieja y más sabia que yo que conoce todos

los caminos dentro y fuera de bosque. Búscala. —Dicho esto, la tor-tuga desapareció.

Kiffo quedó sentado y asustado en el suelo, todo desconsolado, sin darse cuenta de que una lucecita se acercaba a él. Era la abuela Koffi, que había salido a buscarlo con su linterna.

«¡Ella es la mujer más sabia del bosque!» pensó Kiffo mientras corría abrazar a su abuela y, por fin, estuvo muy feliz de estar a su lado.

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JUANITO Y SU AMIGO

Luis Damián Bernal Millán

E ste era una vez un niño que se llamaba Juanito. Él era muy fe-liz porque tenía un amiguito al que quería mucho; también su

amigo lo quería mucho a él, aunque él no era un niño como Juanito. ¿Saben quién era su amigo? Era un perrito negrito de esos pequeñi-tos y se llamaba Budy. ¿Cómo se llamaba el perrito?

Cuando Juanito se iba al jardín de niños, Budy también quería ir con él, pero no lo podía llevar porque en la escuela no dejaban entrar mascotas; entonces, se quedaba en casa esperando a que su amigui-to volviera y así jugar juntos como todos los días lo hacían.

Cuando Juanito volvía de la escuela, Budy corría a encontrarlo, lo lamía y movía su colita. ¿Saben ustedes por qué movía su colita? La movía porque estaba feliz, estaba contento de ver a su amigo, porque los amigos se ponen contentos cuando se miran. ¿Ustedes se ponen contentos cuando miran a sus amigos? ¿Verdad que sí? Pues también Budy, sólo que él no podría hablar ni decir que lo quería y

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por eso movía su colita, demostrándole que lo quería y que estaba feliz.

Un día, cuando Juanito volvió del jardín de niños, ¿qué creen que pasó? Budy no estaba, se había perdido y es que se había salido a la calle para ver si venía su amigo Juanito, y un niño malo que iba pasando se lo robó, se lo llevó a su casa y lo encerró en una jaula. Juanito lloraba, no quería comer ni ir al jardín de niños, estaba muy triste porque no sabía nada de su amigo Budy.

De repente, Juanito escuchó a lo lejos un ladrido. ¿Quién creen que era? Sí, era Budy. Lo tenían los vecinos, pero Juanito nada podía hacer, porque la casa tenía una barda muy alta y no podía rescatar a su amigo.

Un día que Juanito miraba las caricaturas, salió un héroe que volaba. ¿Ustedes han visto héroes que vuelan? Bueno, pues Juanito dijo.

—¡Cómo me gustaría volar así para rescatar a mi amigo Budy! —y de repente, ¿qué creen que pasó? Juanito se encontraba volando en su habitación.

Entonces, rápidamente se fue a la casa donde tenían a Budy, y como podía volar logró pasar por arriba de la gran barda, abrió la jaula donde estaba su amigo y lo llevó de nuevo a casa. Desde enton-ces, volvieron a ser felices por siempre.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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EL PERRO GLOTÓN

Myrna Quetzilia Díaz Rodríguez

H abía una vez un perro muy comelón que se pasaba todo el tiempo comiendo. Cada vez que encontraba algo, abría la

boca y se lo comía. Los cobradores no se podían acercar, pues siem-pre se les echaba encima y se comía todos los documentos que lle-vaban. Los vecinos sabían que tenían que llevar algo de comida para podérsela dar antes de entrar a la casa o si no se les iba encima para ver si traían algo para comerse. Un día, el perro comelón estaba pa-seando por las calles, cuando de repente se encontró una carnicería. El perro empezó a saborearse, pues él sabía que ahí vendían todo lo que le gustaba y podría comer hasta explotar.

En la vitrina de la tienda había un enorme pedazo de carne, se veía tan jugosa y deliciosa. El perro decidió que sería el bocadillo ideal, así que observó y esperó afuera de la tienda. Una de las se-ñoras de la colonia entró a la carnicería, el perro se puso junto a la señora para que el dueño no sospechara nada; la señora había ido a

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comprar chorizo, chilorio, machaca y otras carnes, etcétera. Mien-tras el carnicero la atendía, el perro cuidadosamente tomó la carne y salió corriendo de la tienda antes de que el carnicero se diera cuenta y se la quitara.

El carnicero salió corriendo muy enojado a buscar al perro. Pero el perro corrió tan rápido que no pudo encontrarlo. Finalmente, lle-gó a un río y vio que el camino se había terminado, que ya no podía esconderse y temía que el carnicero lo encontrara.

El perro decidió acostarse frente al río a comerse a gusto y feliz la carne cuando miró a otro perro frente a él, que también tenía un trozo de carne en la boca; era el reflejo del perro en el agua del río, pero el perro no lo sabía y furioso le empezó a gruñir para quitarle la carne y así comerse los dos pedazos de carne.

Furioso, el perro brincó al río, pero rápido cayó al agua. Lloran-do, salió del río, pues estaba todo mojado y se había quedado sin su trozo de carne. Se dio cuenta de que no había ningún otro perro y, aparte, había perdido la carne; se lanzó de nuevo al río a buscar su carne. Pasaron varias horas y el perro seguía buscando, hasta que decidió no seguir y salió del agua cansado y triste, pues se había quedado sin comer su delicioso pedazo de carne jugosa.

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LA VALIENTE PRINCESA

Mara Guadalupe Valdez Osuna

H abía una vez en un lejano lugar, de esos que dan miedo, frío y ganas de llorar, un temible hombre de las cavernas que, según

contaba la historia, le gustaba comer Niños a la Francesa con salsa cátsup y un poco de mostaza.

Laura, la Princesita del Castillo de ese pequeño poblado, decía que no le temía al Hombre de las Cavernas. Luis, Felipe y Juanito, los hijos de la sirvienta, si le tenían muchísimo miedo.

En uno de esos días lluviosos, en los que a Laura y a sus amigos les gustaba salir a jugar, se les ocurrió ir al bosque donde estaba la cueva del Hombre de las Cavernas.

Laura se sentía muy valiente, mientras que sus amigos tembla-ban de miedo y Luis hasta los pelos de punta tenía. De pronto, Felipe y Juan se arrodillaron ante la princesa para suplicarle que no fueran a ese horrible lugar.

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Laura no hizo caso y siguió con su camino. Los niños, muertos de miedo, corrieron hasta el castillo, tan rápido como una liebre, y le dijeron al Rey que Laura estaba por llegar a la cueva del Hombre de las Cavernas.

El Rey, padre de Laura, muy preocupado por su hija, afiló su es-pada de oro, montó en su caballo y empezó a galopar con rapidez.

Mientras tanto, Laura ya había llegado a la cueva. El lugar estaba muy feo y oscuro, había moscos, telarañas y hasta sapos, olía como a caldo de hamburguesa; entonces, Laura pensó: «sólo faltan las pa-pas a la francesa» y soltó una enorme carcajada.

¡Trumm! Un sonido enorme se escuchó. ¡Trasss! De nuevo el so-nido se repitió. Laura empezó a sentir miedo. Lentamente retroce-día, cuando sintió una mano gigante en su hombro. Era, nada más y nada menos, que el Hombre de las Cavernas, tan grande como un dragón, tan gordo como un elefante y tan feo como un sapo.

Laura corrió muerta de miedo y el Hombre de las Cavernas co-rría tras de ella. Cruzó charcos, ríos y pantanos. Lo peor fue cuando se dio cuenta de que el camino terminaba en un precipicio. No tenía otra opción que saltar al vacío. Cerró los ojos y se dejó caer. De re-pente, un lindo y hermoso Unicornio de color rosa se atravesó en la caída de la linda Princesita y la salvó de caer al precipicio.

Laura lloraba desconsolada y el lindo Unicornio le preguntó.—¿Quién eres tú? —Y la Princesa respondió.—Soy la Princesita Laura. —¿Por qué saltaste al precipicio? —preguntó el Unicornio. —Porque el Hombre de las Cavernas me quería comer y hacer-

me papas a la francesa.

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—No te preocupes, Princesa, yo te llevaré al castillo.La Princesita surcó los cielos muy contenta volando con el pre-

cioso Unicornio.Al llegar al Castillo, grande fue la sorpresa de la Princesa al ver

que el Hombre de las Cavernas tenía prisionero a su padre, el Rey.La Princesa le pidió al Unicornio que se escondieran y juntos

armaron un plan para derrotarlo. La Princesa tomó una cuerda en sus manos y el bello Unicornio afiló su lindo cuerno.

¡Aaayyy!, fue lo que se escuchó después del tremendo unicorna-zo que le dio al Hombre de las Cavernas, y Laura lo amarró rápida-mente para que no se escapara.

El Rey se sintió muy orgulloso de Laura. Y los tres, el Rey, Laura y el Unicornio, convivieron muy felices. De pronto, se escuchó una voz muy lastimera que decía.

—¡Yo sólo quería un poco de cátsup para mis papas!

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ME COMPRO UN PEDACITO DEL CIELO

Dania Adilene Gutiérrez Moreno

L as paredes están desnudas, sin enjarrar. Se ve la imperfección del ladrillo y el cemento y en mi búsqueda de sol está un pe-

queño agujero en la puerta. Mañana saldré a correr para alcanzar al sol cuando se va levantando. Quiero tocarlo, bailar con él porque brilla como el oro, y si lo miras mucho te puede doler, pero no sabes por qué te duele si es tan bonito, tan enorme. El otro día se me puso la cara roja de tanto estar debajo de él. Me pusieron un montón de pomada y cuando me la estaban poniendo se me ocurrió preguntar.

—¿Mamá, tú sabes cuánto vale el sol? —Mi mama me contestó.—Mucho dinero, hijo. —Mamá, yo quiero comprar el sol. —Uy, eso va estar complicado porque nosotros no somos ricos y

tú sólo eres un niño. Mejor, míralo desde aquí, él jamás se irá. Al día siguiente, recuerdo bien, estaba corriendo por la casa, le-

vantando polvo nada más; entonces, pasó que se me cayó un diente

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y lloré mucho, me dolió y aparte ¿cómo iba a comer sin mi diente? Mi mamá me dijo que si lo ponía debajo de la almohada me amane-cería dinero.

Lo dejé allí y en la mañana de verdad había dinero, veinte pesos; n’ombre, con eso todos los dulces que me compraré; nooo, mejor me lo guardo en un zapato y ahorro. Finalmente, todos mis dientes se me caerán y podré comprar el sol.

Así pasaron los meses. Me daban veinte pesos por cada diente, y ya hasta tenía dientes nuevos; cuando se me cayeran ésos, también los pondría debajo de la almohada y me volverían a salir y me haría tan rico que también estaba pensando en comprar la luna.

Ya se me habían caído todos los dientes y tenía nuevos, pero és-tos estaban bien duros. A lo mejor era porque están más grandes. Me los he comenzado a aflojar, pero duele mucho, muchísimo. Creo que éstos van a tardar en caer. Veré qué puedo hacer para que el ratón me traiga más dinero. Pensé en muchas cosas, pero nada llegaba a mí, hasta que en la cocina miré un costal de elotes; se los habían regalado a mi mamá. Primero fue de lo mejor, comí esquites, pan de elote, chiles rellenos de elote, pero fue asqueroso. Después, estaba hasta la torre de elotes. Si no fuese porque me tenían harto, no me hubiera detenido a observarlos: se parecían mucho a mis dientes, nomás que estaban amarillos. Pero eso era lo de menos. Me metí al cuarto de mamá y le quité su pintura de uñas blanca y, ¡vuala!, tene-mos dientes, muchos dientes, eran como ocho y cien, así de montón eran. Los puse debajo de la almohada y esperé y esperé y esperé. La mañana llegó y me levanté esperando ver muchas monedas debajo de la almohada y nomás estaban allí los dientes de elote.

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¡No puede ser! A lo mejor se dio cuenta que eran elotes, pues es que quedaron muy blancos, se miraban muy de mentiras. ¡Chin!, qué iba hacer ahora; n’ombre, hasta me puse a corretear a los gatos chi-quitos del basurero. A lo mejor también mudaban dientes, pero más me vale que mudaran uñas, ¡tan chiquitos y tan bravos!

Ya mejor me rindo. El sol nunca va a ser mío; yo que quería abra-zarlo, decirle a todos: ¡El sol es mío y la luna también!

Me senté en una piedra a pensar en mi tristeza. Qué tal que al-guien sí compra el sol, jamás lo veré ya. Corrí a la casa a toda marcha y llegué gritando.

—¡Mamá, mamá, préstame dinero; si no compro el sol, se va ir y jamás lo veré!

Mi mamá, primero extrañada, me miró y después sacó una mo-neda grandota con un agujero adentro y me dijo.

—Toma, siempre que la tengas contigo el sol será tuyo y cuando lo veas pon la mano con la moneda apuntando a él.

—¿Y así sólo será mío? —No, hijo. El Sol es como el viento, es libre, va a donde quiere,

pero siempre se posa en el mismo lugar, sólo que con esta moneda sentirás que es tuyo. Mientras sea libre, brillará para siempre y para ti.

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EL PERRITO CHISPITAS

Perla Soto Retamoza

H abía una vez un perrito llamado Chispitas. Era blanco como una nube, sus ojos cafés como la miel, su pelo era suavecito

como el algodón, en su pancita tenía unas manchas como si fueran chispitas de chocolate y era pequeño.

A Chispitas le gustaba jugar a perseguir la pelota, que lo llevaran a pasear al parque y que lo acariciaran. Vivía en una casa grande como de cinco pisos, de color morado y con estrellas azules. Pero las personas con las que vivía, el Señor Simón, panzón como un balón, y la Señora Simoneta, flaca como una agujeta, salían de casa muy temprano cuando el sol apenas salía y él se quedaba solito todo el día; tenía muchos juguetes, pero no tenía con quien jugar, así que sólo dormía y comía.

Cuando llegaba la noche, Chispitas ya sabía que sus dueños lle-garían a casa. Entonces, él esperaba ansioso y nada más escuchaba el ruido de sus carros Chispitas sabía que ¡habían llegado! Alegre,

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corría para un lado y para otro subiendo y bajando las escaleras, mo-viendo su colita y ladrando de felicidad. Pero al abrir la puerta, el Señor Simón y la Señora Simoneta le decían que se callara y se fuera a su lugar y le servían más comida y agua; después, los señores se sentaban en un sillón grande y ahí pasaban mucho tiempo mirando una luz brillante que ellos le decían televisor.

A Chispitas no le gustaba mirar esa luz porque lastimaba sus ojos, pero la miraba sólo para estar cerca de sus dueños. Mientras, Chispitas pensaba: «Cómo quisiera hablar para decirles lo triste que me siento».

Más tarde, los señores se fueron a dormir, cuando, de repente, ¡apareció un hada que le cumplió su deseo de hablar, pero sólo fue por un momento, para que pudiera contarles sus sentimientos.

A la mañana siguiente, Chispitas fue corriendo hasta la cama de sus dueños para que le escucharan su nueva voz. El señor y la señora dieron un brinco de la cama, sorprendidos de que Chispitas estuviera hablando.

Después de un rato se tranquilizaron y escucharon con atención lo que Chispitas les decía.

—Yo los quiero mucho, pero quisiera que me dieran un poco de su atención y de su tiempo; soy feliz por vivir en esta casa tan bonita con ustedes, con mi comida, mis juguetes y porque no estoy solo en la calle como otros perritos. ¡Pero sería mucho maaás feliz si acari-ciaran mi pancita y jugaran conmigo.

Así lo hicieron y, desde ese día el Señor Simón y la Señora Si-moneta lo tratan con mucho cariño y en lugar de mirar la «luz» lo llevan al parque a jugar con su pelota y le enseñan a dar la manita y

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muchos trucos más que les divierten y les permiten compartir ratos de alegría.

También hicieron una escuelita donde se les enseñaba a las personas cómo tratar a sus mascotas. Y así todos los animalitos del mundo fueron felices por siempre.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

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DULCILANDIA

Mara Guadalupe Valdez Osuna

E ra, hace una vez en un lugar tan distinto al nuestro, una ciudad llamada Dulcilandia, donde todo estaba construido con dulces,

chocolates, caramelos y hasta picagomas enchilositas; los habitan-tes de esa ciudad disfrutaban de sus casas, calles y ríos.

A Óscar el Tortugo le encantaba caminar lento por la carrete-ra de chocolate, pues entre más lento caminaba más saboreaba esa deliciosa calle. A doña Carmen la Rana le encantaba ir al Estanque de Caramelo porque puede flotar de una forma tan exquisita en ese lugar; y qué decir de Pablo, el Águila, ese que volaba y volaba por los aires y que en un ir y venir le da de dos a tres mordidas a esas ra-diantes Nubes de Algodón. En esta ciudad, todo es hermoso y todos vivían felices llenos de alegría.

Mientras que, por el otro lado de la ciudad, Kiki el Gallo Negro de cresta roja y ojos de pasas, que había sido expulsado de su aldea, lleno de maldad decidió hacer un plan para acabar con Dulcilandia.

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¡Alitas por aquí, alitas por allá, una rascadita de cresta y un kikirikí para terminar! Muy pronto, el Gallo inventó un plan tenebroso con-tra los habitantes de la tranquila ciudad, pensó.

—¿Y si me hago amigo de las Hormigas y las convenzo de que se coman todo y no dejen comer más dulce a los demás habitantes?

Rápidamente, Kiki fue a la ciudad y le comentó su plan a las hormigas, pero éstas, como buenas ciudadanas, se negaron. Kiki se retiró furioso. Cacareaba por aquí y por allá, estaba tan enojado que ni cuenta se dio que de tanto caminar se alejó de la ciudad y llegó a un lugar donde el sol era radiante y provocaba un calor insoportable. El Gallo sudaba y sudaba, sus pies se empezaron a poner pegajosos, pues el dulce que traía pegado se estaba derritiendo con el sol. Kiki se sentía mal, muy mal; estirando una pata y luego la otra, sacando la lengua y arrastrándose con fuerza, logró ponerse a salvo. En ese momento, pensó: «Si a Dulcilandia llega este sol, ¿podré acabar con ella? Pero ¿cómo le hago para llevar este sol hasta allá?» Kiki se sen-tó, se paró, dio vueltas en círculo, se paró de cabeza y, finalmente, dijo.

—¡Ya sé! Cuando el sol esté dormido tocaré una linda canción con mi flauta para que me siga y no se despierte.

Llegada la noche, el sol estaba ya roncando y Kiki empezó a tocar una linda melodía con su flauta. El sol, fascinado, siguió ese lindo sonido hasta llegar a la ciudad de Dulcilandia. Muy pronto, el sol despertó y rápidamente empezó a calentar la ciudad: la carretera se empezó a derretir, la casa con forma de pirulín se estaba doblando y las moscas se hacían presentes; los habitantes no podían hacer nada porque ellos también estaban siendo dañados por el sol.

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De pronto, el sol abrió los ojos y se dio cuenta de la maldad del Gallo. Estaba tan molesto que se dirigió a toda prisa tras él y le hizo caer encima de sus plumas todo su calor. El Gallo Kiki corría y corría muy fuerte, tanto que de sus patas salía fuego y de sus plumas un gran humo. El sol se reía a carcajadas y le dijo.

—Mejor un Gallito rostizado que un Gallito malvado.

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CLETO

Enrique Castro Quintana

E n un pueblito de Sinaloa, llamado El Melón, vivía un niño de nombre Cleto. Era un infante delgado, con dientes muy salto-

nes y con pecas por todos lados y del que, sin embargo, su mamá decía que era el niño más hermoso del mundo.

Un día en que Cleto se dirigía a su escuela dando brincos, como normalmente lo hacía, y cantando su canción preferida, apurándose para no llegar tarde, se encontró una hermosa llave de oro. Sin saber qué hacer, la recogió, la observó y se preguntó qué haría con esa llave que brillaba con luz incandescente. Entonces, recordó que por el camino había un taller de orfebrería. Llegó hasta la puerta y gritó.

—¡Don Manuel! ¡Don Manuel! —pues así se llamaba el señor dueño del taller.

Y salió don Manuel, un anciano muy alto, con nariz apericada y cabello cano.

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—¿Qué quieres, muchachito, qué son esos gritos, hasta pareciera que encontraste un pokemón?

—No, don Manuel, lo que encontré fue esta hermosa llave de oro. ¿Qué le parece si usted, que conoce a toda la gente del pueblo y todos pasan por aquí, me ayuda a buscar a su dueño?

—Muy bien —asintió con la cabeza don Manuel, y le señaló un banco empolvado que había en la entrada del taller y le dijo.

—Siéntate ahí.Entonces, le dijo don Manuel.—Imagina que esa llave es de tu abuelita y que ella cerró su ar-

mario o su ropero con ella, y cuando salió de su casa la perdió; ¿te imaginas cómo se exasperaría al no encontrar la llave?

Y Cleto le respondió.—Oiga, don Manuel, en una semana será cumpleaños de mi

mama y yo quería regalarle un dije; también podríamos, no sé, se me está ocurriendo una idea, ¿qué tal si la vendemos?

Con cara de asombro, don Manuel volteó con rapidez.—¡Eh, muchachito, no pienses tan rápido, que de pensar tanto

también se funde el cerebro! Aparte, eso no fue pensar bien; sólo actuaste de una forma impulsiva, sin pensar que al quedarte esa lla-ve podrías hacer pasar un momento de angustia a la persona que la extravió. Mejor, ¿qué te parece si hacemos un cartel, lo pegamos aquí afuera y esperemos a que su dueño venga a buscarla? —Y en el momento, don Manuel tomó un tizón de su hoguera y colgó un cartel en la puerta de su taller.

Rápidamente, muchas personas llegaron pidiendo que les en-tregaran la llave, pero no fue entregada sino hasta que don Manuel

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creyó encontrar a la dueña, una muy guapa mujer que aseguró que esa llave le pertenecía, pues era del baúl que su ya finado esposo le había regalado. Pero eso no era cierto, ella mentía, pues en su casa no había ese famoso baúl. Y como el anciano no le creyó del todo, se dirigieron a su casa para cerciorarse del famoso baúl.

Cuando llegaron, ella se encerró en su armario para ocultarse con la llave y no ser encontrada, pero vaya sorpresa que se llevó, pues por dentro de ese armario no había manija para abrirlo, con lo cual la mentirosa mujer quedó encerrada por el resto de su vida.

Don Manuel no se percató de que la guapa mujer estaba encerra-da y, encandilado por un brillo que brotaba del suelo, se dio cuenta de que era la llave que Cleto había encontrado, y dijo.

—Mira, qué chistoso, la llave está tirada, la mujer no aparece y aquí no hay ningún baúl, así me que la llevaré.

Por el camino a su taller, don Manuel encontró una humilde se-ñora que lloraba sin consuelo.

—¿Qué pasa, mujer —preguntó don Manuel—, puedo ayudarte? —No, señor —respondió ella. —¿Qué pasa mujer —volvió a preguntar? —Nada, señor, usted no puede ayudarme —le dijo la señora—,

nadie puede ayudarme; lo que pasa es que la única herencia que me había dejado mi padre es una llave que abre el baúl del tesoro que me dejó y esa llave la he perdido y el baúl es de acero y jamás podré saber qué me dejó mi padre.

A don Manuel se le iluminó el rostro y le dijo.—¿Y si probamos con esta llave que encontré?

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A la humilde señora le cambió el rostro y pasó del llanto a la fe-licidad, al ver que ese anciano tenía la llave que su difunto padre le había entregado minutos antes de morir. A un costado de ella, estaba el baúl de la herencia, tomó la llave y lo abrió.

Adentro del baúl había una carta y tres morrales llenos de mone-das de oro. En la carta decía: «Comparte uno de los tres morrales de oro con la persona que más honesta consideres en el momento de abrir este baúl; sin pensarlo, la señora tomó un morral de oro y se lo entregó al anciano.

Don Manuel regresó a su taller donde encontró a Cleto escri-biendo una carta que decía: «Querida madre, me hubiera encantado comprarte el hermoso dije que tanto quieres, pero no tuve el dinero para poder hacerlo ahora. Sólo me queda seguir ahorrando para un día comprarlo».

Entonces, don Manuel y le dijo.—Cletito, Cletito, mira todo el oro del que ahora eres dueño. —

Cleto respondió.—Yo, ¿dueño de ese oro?, ¿cómo puede ser eso posible? ¡Ay, don

Manuel, ya se le fue el avión, si el único oro que he tentado en mi vida fue esa llave, la cual entregamos a la mujer que usted acompañó.

—No —le dijo don Manuel—, este fue el pago por entregar la llave a su verdadera dueña.

—¡Ah, entonces la bella mujer le regaló ese oro! —No, de ninguna manera —le dijo don Manuel—; esa mujer, al

parecer, sólo era bella por fuera, pero con un negro corazón; después te contaré bien esa historia; ahorita mejor corre que mañana es el cumpleaños de tu mamá y las tiendas ya están por cerrar.

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Cleto salió corriendo hacia la tienda, pero al llegar afuera de ella unos bandidos le quitaron sus monedas. Cleto regresó llorando a casa con su madre.

—¿Por qué lloras —preguntó la madre? Cleto respondió.—Es que yo le había pedido a Dios de todo corazón que quería

hacerte muy feliz en tu cumpleaños y creo que no me escuchó. —Te equivocas —le dijo su madre—, el universo te entendió muy

bien, pues yo lo único que necesito para ser feliz es un hijo honesto y de buen corazón, como lo tienes tú; lo demás sólo son adornos y el amor no tiene adornos, sólo sentimientos.

Y así fue que ambos se dieron un fuerte abrazo y siguieron sien-do felices por el resto de sus vidas.

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ANIMALITOS DEL BOSQUE

Francisca Rosario Flores

H abía una vez en un bosque escondido y lejano una colonia donde vivían muchos animales. Era un lugar hermoso con

muchos árboles, rodeado por bonitos paisajes y un pequeño lago. En ese bonito lugar, los animalitos asistían a la escuela con mu-

cha alegría y una hermosa mañana de primavera un pajarito jugue-tón fue el encargado de despertar con su canto a todos sus amigos, los animales de la colonia, para iniciar el regreso a clases.

El primero en llegar a la escuela fue, como siempre, el puntual y sabio profesor Búho. Él era el profesor de los animales de la colonia. Posteriormente, llegaron la Ardilla, el Pato, el Águila, el Oso, la Ma-riposa y un Venado.

El gran profesor Búho empezó la clase agradeciendo la asisten-cia y les dijo que estudiarían una materia muy bonita e importante para todos los animales: las Ciencias Naturales. El profesor explicó la importancia que el conocimiento de estas ciencias tenía en su

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vida y la necesidad de cuidar el medio ambiente para vivir en un mundo libre de contaminación.

El profesor estaba concentrado en su discurso cuando, de pron-to, se escuchó un ¡cua cua me importa! El profesor, al escuchar eso, preguntó.

—¿Quién lo dijo? Todos los animales guardaron silencio. El profesor retomó sus

ideas y siguió con el tema, pero la Ardilla le comentó al Oso que a ella sí le parecía importante la materia de Ciencias Naturales, pero que le gustaría aprender más sobre la alimentación y la nutrición y lo que debemos comer para estar saludables.

El Oso le contestó que para él los temas que más le llamaban la atención son los que tienen que ver con el cuerpo, con sus mo-vimientos y de cómo lo podemos cuidar para prevenir accidentes. Sonó la campana y salieron todos muy contentos al recreo.

Al estar jugando, unos a otros se preguntaban por qué a su com-pañero Pato no le gustaban las Ciencias Naturales.

Pero ninguno se animaba a preguntarle, hasta que el Águila, dando varias vueltas, se posó a un costado de su amigo Pato y le dijo.

—¡Amigo Pato, ¿qué te ocurrió en la clase? ¿Por qué dices que no te importan las ciencias naturales?

Sorprendido, le contestó el Pato.—¡Mira, amigo! A mí sí me gustan las Ciencias Naturales. —¿Cómo? —preguntó la mariposa, sorprendida. A ver, explícate,

porque en la clase clarito dijiste ¡que me importa! —No —dijo el Pato—, sí me gustan; lo que pasa es que oyeron

mal. Yo no dije ¡qué me importa!; yo dije: ¡cua cua me importa! Que

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es como hablamos los patos. A mí me parece importante que cuide-mos el medio ambiente para tener un mundo sano y libre de con-taminación, pero lo que no me gusta es que el profesor Búho hable tanto y no nos dé la palabra para participar en la clase.

El Venado levantó la patita y les dijo.—¡Amigos, pido la palabra! ¿Recuerdan cuando nos dio clase la

profesora Paloma? —¡Sí! —contestaron todos muy alegres—. Con ella hacíamos ex-

perimentos muy divertidos y aprendíamos muchas cosas.—Mi favorito fue cuando hicimos el volcán —dijo el Venado.

El profesor Búho hizo sonar de nueva cuenta el timbre para que todos los animalitos entraran al salón de clases.

Al estar en el salón, el profesor Búho recibió una llamada y se ausentó un rato. Llegó la profesora Catarina saludando a todos sus alumnos.

—¡Hola! ¿Cómo están? —preguntó. Felices y emocionados, todos los animalitos respondieron.

—¡Muy bien! —La profesora les explicó que seguirían con la ac-tividad que les había indicado su profesor Búho.

La alumna ardilla le dijo.—Profesora, a nosotros sí nos gusta la materia de Ciencias Na-

turales, pero no nos gusta hacer solamente resúmenes y subrayar en el libro.

La profesora Catarina les preguntó.—¿Qué actividades les gustaría hacer? Dando un vuelo de emoción, el Águila le contestó.—A mí me gusta mucho dibujar los planetas, la luna y el sol.

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—¡Ah! —exclamó la profesora—. Entonces, a ti te gusta el tema del sistema solar y las fases de la luna. Es muy importante conocer sobre el tema para saber por qué se suceden el día y la noche.

La Mariposa movía sus alitas tan rápido que volaban las plumas de su amigo Pato.

—¡Profesora, profesora, ¿le puedo decir lo que a mí me parece importante de la materia de Ciencias Naturales?

—Sí, claro, Mariposa, compártelo —contestó la profesora. —Miren, es importante cuidar el medio ambiente y participar

con las tres R para reducir la contaminación que provoca el calen-tamiento global. Me gustaría hacer muchos carteles y pegarlos por todo el bosque para que los papás animales se enteraran que debe-mos cuidarlo.

—¡Sí! —dijo el Oso—, el calentamiento global es lo que tenemos que evitar. En la materia de Ciencias Naturales nos enseñan a reali-zar acciones para evitarlo. Me encantaría, amiga Mariposa, ayudar-te a elaborar los carteles.

La profesora Catarina les dijo.—Me da gusto que vean la importancia de estudiar a la natura-

leza; en ella podemos aprender muchas cosas sobre nuestro entorno y la manera de cuidarlo.

En eso, el timbre anunció la salida de clases y todos los animali-tos se despidieron de la profesora para ir a sus casas.

Camino a casa, Pato les comentó a sus amigos.—¿Qué creen? —¿Qué pasa, Pato? —preguntaron sus amigos. —¡Ciencias Naturales es mi materia favorita!

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—¡Qué! —exclamaron sorprendidos los animales.—Les explicaré un poco —dijo Pato—. En ocasiones, no me gus-

tan las actividades que el profesor Búho nos pide, pero las hago por-que es trabajo que tenemos que hacer.

—¡Pues claro, Pato! —contestaron los animales. Y el Venado mencionó.—¡Amigos, tengo una gran idea! Qué tal si cuando regresé el pro-

fesor Búho le contamos lo que platicamos con la maestra Catarina y así podemos aprender mucho más de las diferentes formas en que nos gustaría trabajar a cada uno la bonita materia de Ciencias Na-turales?

—¡Sí, es buena idea, Venado! ¡Eso haremos!Y, entonces, todos los animalitos caminaron felices hacia sus

casas.¡Y colorín colorado este cuento, Animalitos del Bosque, ha ter-

minado!

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¿POR QUÉ VUELAN LAS AVES?

Luz Cristina Chávez González

S iempre he tenido curiosidad de saber por qué vuelan las aves. Cierto es que nacieron con el don de volar, que Dios las puso

en el aire para adornar el cielo, los árboles, los parques, las venta-nas. Cada mañana siento la satisfacción de escuchar sus cánticos; canta uno, canta otro y después otro. Hermoso sonar que proviene del árbol, que relaja tu mente para iniciar bien el día. Las aves viven felices, sin semáforos, sin conductores ebrios, sin tráfico ni estacio-namientos llenos los domingos.

Pero ¿por qué motivo volarán? ¿Tendrán expectativas o tareas por cumplir? Por pura curiosidad, se me prendió el foco. Me subí a la casa y, de un brinco, levanté mis brazos sacudiéndolos de arriba abajo y me fui a volar con las aves. Siento que mis pies empiezan a flotar por el aire y empiezo a elevarme sobre el techo de mi casa. El tinaco empieza a verse cada vez más chiquito. Me siento muy bien, la tran-quilidad recorre mi cuerpo, puedo volar, es precioso moverme por el

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aire, respiro, percibo olores diferentes, ligeras corrientes de aire me impulsan en mi paseo.

Desde aquí puedo ver los techos de las casas. Se miran tan chi-quitas y miro los árboles que parecen pequeños arbustos en casitas de muñecas. Me elevo más y miro las carreteras como diminutas rayas de plumón negro. ¡Dios, que bonito siento ser libre! Veo un pajarito café, tal vez sea el del árbol de mi casa, con su piquito corto y sus patas pequeñas.

—¡Hola, pajarito, qué haces! —Recolecto ramitas y hojas secas para construir mi nido, por-

que ya pronto mi pajarita esposa y yo seremos pájaros papás. —¡Qué bien, pajarito, me dio gusto saludarte; suerte con tus pa-

jaritos, adiós!¡Qué pajarito tan trabajador! Ahora veo una hermosa paloma gris

con su cuello verdoso. ¡Qué bonita eres, paloma, ¿a dónde vas? —Llevo un mensaje que debo entregar, como siempre lo hago. —¡Qué bien, paloma, suerte con tu entrega, adiós! ¡Qué bonito es el mundo aquí arriba. Las aves son tan hermosas

y amables! Muevo mis brazos un poco más para apresurarme. Estoy encima del mar y es enorme, siento un poco de miedo. Una enorme gaviota pasa por debajo.

—¡Hola, qué tal señora gaviota! ¿Qué está haciendo? —Me alimento con peces del mar; yo misma los cazo desde el

aire, son deliciosos. —¡Oh, qué bueno que se alimente bien, señora gaviota, adiós! Esta ave me dio poquito miedo por ese pico tan largo que tiene;

mejor sigo mi viaje. Veo las olas del mar que se elevan con mucha

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fuerza y revientan una tras otra. Hay mucho viento y me cuesta tra-bajo mantener el vuelo firme. ¡Dios mío, veo algo que viene a gran velocidad! Un abanico gigante me arrastra, aaaay, todo me da vuel-tas, estoy atarantada y despeinada, me falta un zapato; también se me arrancaron tres uñas acrílicas y un arete. No puede ser, quiero vomitar; además, ya no veo el mar. Miro una extensa selva, creo que descansaré ahí.

—¡Hola, Señor Tucán! ¿Puedo descansar un momento aquí? —¡Ah, claro que sí! —¿Qué hace, Señor Tucán? —Pues trepo desde abajo hasta arriba del árbol, una y otra vez.

Es divertido —contesta con su enorme pico arqueado y su cuerpo robusto cubierto de un bello plumaje de colores hermosos.

—Sí —respondo—. Es divertido. Yo descansaré aquí, adiós. Todavía me siento atarantada y tengo sed. Buscaré agua. —¡Hola, Señor Loro!, ¿qué hace? —Trepo por todos los árboles buscando a alguien que me enseñe

a hablar, pero parece que aquí a nadie le interesa aprender a hablar. —Oh, pues suerte con eso, Señor Loro. Adiós.

Tengo que buscar agua, siento la boca reseca y este loro es el loro más verde que he visto con su pico tan curvo y brillantes colores en la cabeza y sus alas. Parece que escucho una cascada. Tomaré agua de ahí. Miro muchos arbustos, ramas, gigantes árboles y muchas flo-res que nunca había visto.

—¡Hola, colibrí! ¿Qué haces? —Pues yo vuelo de flor en flor y chupo la miel de ellas; aquí to-

dos me dicen chupaflor.

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—¡Qué bonita eres, colibrí, tan pequeña y adorable con tu plu-maje tornasol y tu piquito largo y lisito! ¡Suerte con tus flores, adiós!

Aquí está, es agua cristalina, parece un manantial, está deliciosa, dulce y placentera, llevaré un poco en las bolsas de mi pantalón. Todas las aves toman agua aquí, se reúnen para oír cantar a los go-rriones, son hermosos.

—¡Hola, Señor Gorrión! ¿Qué hace con ese cartón huevero en el pico?

—¿Te refieres a mi escenario de conciertos? Lo llevo siempre conmigo, me subo encima de él y alegro con mi canto a todos los presentes —respondió aquel talentoso gorrión que vestía con su plu-maje castaño brillante y me miraba con sus ojos claros preguntán-dome.

—¿Qué te pasó? —Me golpeó un abanico gigante en el aire; no lo pude ver, pero

ya me siento bien —exclamó el gorrión—; a muchas aves les pasa eso. —Mucha suerte con su canto, Señor Gorrión, adiós.

Me subo a una roca gigante y brinco alto, sacudo los brazos, em-piezo a elevarme y siento esa libertad de volar; de nuevo ese aire fresco y placentero en mi nariz. Sigo mi curso contenta, moviendo mis brazos. Una golondrina se empareja junto a mí.

—¡Hola, golondrina! ¿Qué estás haciendo? Yo migro de aquí para allá, ando en busca de las despedidas de

las personas; debo estar presente en ese momento, es mi labor de todos los días.

—Suerte con eso, golondrina, adiós.

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Sigo volando y entro en una nube fresca y esponjosita, muy sua-ve. Puedo rodar en ella y rebotar. Qué placer, hay miles de aves aquí, qué hermosa vista y cuánta tranquilidad.

—Jovencita de alas carnudas y largas con dedos en punta, sin tres uñas, en la nube número 5 está la comida, pase por allá.

—Qué bien. Ya tengo hambre —y deslizando mi cuerpo hacia adelante y moviendo mis brazos de arriba abajo me acerco de pun-tillas sin despegarme de las nubes, guiada por el rico olor; hay un bufet de mucha comida preparada por las aves: por aquí hay hojas de ciruelo a la plancha, paté de gusano y ensalada de lombrices, por acá hay pozole de alpiste, brochetas de semillas de girasol y sushi de arroz con ajonjolí, y por allá hay tacos de bolitas de pingüica y pizza de trigo, todo un manjar de aves, y para tomar hay agua salada de cascada, agua mineral de manantial y agua de lluvia, por allá hay frapé de agua de charco y jugo de chile; yo me sirvo caldo de tortilla y agua mineral de manantial. Mmm, qué delicioso.

Me sentaré con aquella calandria de plumaje amarillo y carita chiquitita que está en la palapa a la orilla de la nube.

—¡Hola, pequeña calandria! No conocía este lugar, es muy bo-nito!

La calandria me mira con ternura, espulgando su esponjosito cuello con su pequeño piquito y me responde con un cántico suave: en este bufet todas las aves comparten la comida, traen todos los ingredientes hasta aquí y otras aves la preparan.

—¡Qué bien, hermosa calandria! ¡Me da gusto que las aves sean compartidas! Tengo que irme, adiós.

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Agito mis brazos y me lanzo para volar una vez más. Ya está os-cureciendo, no tengo buena visión y ahora me dirijo al desierto a toda velocidad. He golpeado mi cabeza con catarinas y moscas que no miro en la oscuridad; auuch, de nuevo me golpeo.

—¡Disculpe, Señor Murciélago! ¿Qué hace colgado de cabeza en ese palo? No lo miré y choqué con usted!

—Pues estaba durmiendo, pero qué bueno que me despertaste. Es hora de cazar y ya tengo hambre —respondió aquel murciélago con piel de plástico negro, horrorosamente feo de su cara.

—Muy bien, Señor Murciélago, suerte en su cacería, adiós. ¡Uuuf, qué feo, me asusté con ese murciélago! Me estoy ponien-

do tensa, muevo mis brazos temblorosos y sigo volando con dificul-tad porque no veo casi nada. El desierto pinta un panorama muy aterrador y hace mucho frío. Alcanzo a distinguir unas aves enor-mes de color café, garras y pico afilado, parecen ser astutas y con una mirada que da miedo.

—¡Hola, Señoras Águilas! ¿Qué hacen aquí formadas! Estamos cuidando el lugar para evitar que se acerquen los carro-

ñeros, no queremos, que se roben nuestra comida. —¡Oh, pues que valientes son; que todo salga bien, suerte con su

vigilancia, adiós! Sigo mi curso, volando un poco más nerviosa. No dejo de pensar

en esos carroñeros. ¿En verdad serán muy malos? El ambiente está tranquilo, sólo escucho ligeros remolinos de tie-

rra muerta. Es extraño, no percibo vida alguna en este lugar, llevo varias horas volando de noche, mi vista está cansada; de repente,

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miro una parvada de zopilotes vestidos con abrigos negros de plu-mas, volando en círculos, garras fuertes, enormes picos enroscados.

—¡Hola, Señores Zopilotes! ¿Qué hacen! —Pues esperamos a que un grande camello muera —responden.

—¿Y cómo saben que morirá? Pues tuvo una fuerte pelea con otro de su raza y está muy mal

herido, a punto de morir; será nuestra comida, no hemos comido en días.

Mi piel se pone chinita y, temerosa; rápidamente les digo.—Suerte con su camello, adiós—. Ahora sí me asusté mucho, pa-

recen aves muy malas. Vuelo cada vez más rápido y vigilo que no vengan zopilotes tras

de mí para comerme. De repente, siento que alguien saca de mis bolsas del pantalón el agua que guardé para el camino. Con un grito fuerte, pregunto.

—¿Qué pasa, quien vuela ahí? —Una voz horrorosa responde.—Somos nosotros, los buitres del desierto —entonces, miro tras

de mí aquellas enormes aves, con picos y garras filosas dispuestas a lo que sea, y con otro grito vuelvo a preguntar.

—¿Y por qué me roban el agua de las bolsas de mi pantalón? —¡Ja ja ja, porque somos aves rapaces, siempre buscamos robar

alimento o bebida —responden—, pero podemos ser tus amigos. —¡No! —respondo apresurada —. Gracias —y rápidamente me

alejo de ellos. Vuelo y vuelo tan rápido que atravieso el desierto sin descansar.

Casi amanece cuando termino mi recorrido. Ya alcanzo a mirar los árboles de la ciudad, por el este veo algunas casas. Gracias a Dios

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ya llegué. Veo el árbol de la esquina de mi casa bajo mis pies y me detengo con un par de maromas en el techo de mi casa.

¡Qué hermosa experiencia he vivido! Bajo la escalera. En verdad, aclaré mis dudas respecto a las aves; ciertamente, cada ave tiene su misión, al igual que los seres humanos, cada una es importante y es-pecial, cada una tiene su forma de vida diferente, con expectativas y gustos distintos a las demás. Hoy veo con cariño especial a todas ellas. Y siento que quiero seguir siendo humana y caminar sobre la tierra. Soy feliz así.

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LOS AMIGOS, EXPLORACIÓN Y MATEMÁTICAS

María del Carmen Avitia Higuera

E ra una tarde nublada y muy bonita, con sus árboles verdes, sus flores hermosas y un pasto impecable. Él caminaba tristemente

dando pasos pequeños y con una tristeza enorme que se reflejaba desde muy adentro de su ser. Ya no quería existir. No le encontraba sentido a la vida. Sentía que a nadie le importaba. Poco a poco se acercó a la cima de una montaña para terminar con todo agobio y problema. Pensaba suicidarse.

Estaba solo y las gotas del cielo estaban a punto de caer sobre él, lo cual acabaría matándolo; pero, ¡vaya sorpresa!, detrás de un arbusto apareció una compañera de su escuela que, con una gran sonrisa, le preguntó.

—¿Qué haces, lindo amigo? Y él, con su interior destrozado, respondió.

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—Aquí nomás, queriendo quitarme la vida; ya no soy necesario en este mundo fatal, lleno de ignorancia y carente de interés por los valores y por lo que en verdad vale la pena.

Su compañera abrió los ojos y con angustia en su voz le dijo.—¿Por qué te expresas de esa manera, deseas hablar conmigo? —

Él contestó que no tenía caso, que ya nada resultaba bien y que cada día se olvidaban más y más de todo lo que él estába dispuesto a dar a quienes se acercaran a él.

Como no queriendo la cosa, la compañera le cuestionó poco a poco para que le contara lo que guardaba en su interior. Con el áni-mo por los suelos, y casi sin darse cuenta, él se desahogó y, cachito a cachito, le contó todo.

Empieza así:Sabes, compañera, hace miles de años, un Ser Especial creó todo

lo bello que ves a nuestro alrededor. Hizo el sol, la luna, cerros, mon-tañas, aguas, un pastizal hermoso con sus coloridas rosas, animales, hizo al mundo entero y todo lo que hay en él. ¿Pero qué crees, com-pañero, he llegado a pensar que hizo algo mucho más importante que todo lo que te he mencionado? Creó al hombre, un ser extraño e ignorante de todo, un ser que no aprovecha nada de lo que tiene a su alrededor. Por causa de ese hombre es que me quiero quitar la vida; él hace que me sienta insignificante y, mientras hace eso, él se vuelve más ignorante y no aprovecha todo lo que yo le puedo dar.

Muy sorprendida, la compañera le inquirió para que dijera más de su pesar.

Al sentirse atendido, él continuó sacando todo y le dijo.

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—Mira, compañera, yo porto muchos conocimientos necesarios para alimentar el cerebro del hombre. En ocasiones, estoy en la es-cuela en manos de muchos niños y de un profesor; después me tras-ladan a sus hogares, para, luego, regresarme a las aulas; pero siento que sólo me pasean: a veces, llego todo mareado por andar de un lu-gar a otro. Te cuento que las más de las veces sólo me usan dos veces por semana y sin el menor interés, no quieren trabajar conmigo y no les importan los propósitos educativos que les permitirán recono-cer su historia personal, familiar y la trayectoria de su comunidad; tampoco les interesan las semejanzas entre los seres vivos, ni las relaciones entre la sociedad y la naturaleza del lugar donde viven. A ellos no les interesa nada que tenga que ver con mis objetivos, ni advierten la sabiduría que mis palabras contienen.

Me utilizan sin ton ni son, trabajan conmigo a como les da la regalada gana, sólo buscan la página que necesitan de mí y la rayan sin gracia y sin beneficio.

Pareciera que no conocen a mi familia, el programa de estudio y mis tías las planeaciones, quienes les ponen todo en charola de plata; pero no, yo sé que ni siquiera los voltean a ver, son fatales conmigo, me les muestro de muchas formas para llamar su atención y no logro nada. Aunque me ponga de mil formas, no más no, ¿y de qué sirve que lleve plasmado dentro de mí tantas imágenes llama-tivas, tanta información sin valorar y que no aprovechen el mundo entero que les presento? Con mis temas pueden salir a explorar un mundo lleno de tantas cosas bellas, pueden manipular mis conteni-dos, puedes apreciarlos diariamente y ni así saben hacer de mí algo de interés para todos.

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Tan sencillo y simple que es salir y apreciar todo tu alrededor, algo que tienes en tus manos, lo puedes sentir, palpar y lograr co-nocimientos en esos seres (hombres) que tanto lo ocupan, pero no, cómo pues, mejor hacen de mí algo sin interés, ya no les importa lo-grar ningún aprendizaje esperado. Ahí se van a quedar esperándolo porque no quieren hacer nada por lo que yo les ofrezco.

La compañera se quedó muda, sin creer lo que le sucedía a su amigo y le preguntó lo que desearía que hicieran con el saber que les ofrece.

Él le contestó.—Desearía que ese ser mayor, al que llaman maestro, sintiera

motivación y me explicara con entusiasmo, que transmitiera a esos seres chiquitos, a los que llaman alumnos, un conocimiento vivido, explorado y reflexionado; que no sólo lean lo que les presento con imágenes, sino que lo experimenten y lo manipulen con sus propias manos; que dejen su flojera y busquen maneras nuevas para pre-sentarme.

Es triste lo que hacen conmigo y con todo mi contenido, no apro-vechan nada. Por eso quiero suicidarme. Dejaré que la lluvia me arrastre y se lleve todo lo que yo soy. Porque, al fin y al cabo, pasan los días, los meses y los años, y todo sigue igual; por más que deseo que me vean de otra manera, el maestro se empeña en verme como algo innecesario y me presenta en clase con una rutina fastidiosa y aburrida.

Hay veces en que casi les grito para que vean todo lo que pueden encontrar en mí, pero ese tal maestro no hace nada por lograr el en-foque que les lleve a construir conocimientos sobre los seres vivos,

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aprender más del lugar en que viven, conocer a la sociedad y sus transformaciones con el paso del tiempo, practicar distintas activi-dades, como el juego y la interacción cotidiana con su espacio, pero, sobre todo, aprender mucho más de la comunicación con sus pares y con los adultos. Aunque pienso que ni siquiera han de saber qué es el juego o la interacción social, pues en sus clases prevalece la falta de empeño y no se les nota la más mínima intención de desarrollar mis competencias.

De pronto, calló y miró con desaliento a su compañera y le dijo.—Creo que te he contado de más, pero me sirvió para sacar mis

últimas palabras; si la lluvia no me arrastra consigo, me arrojaré yo mismo al precipicio, al fin que en esta vida sin progreso intelectual salgo sobrando y no creo que alguien vaya a notar mi ausencia; tal vez, cuando ya no esté, empiecen a extrañarme un poco.

Mientras él hablaba y hablaba, la compañera le sonrió.—¿Por qué sonríes? —preguntó—, ¿acaso mi vida te parece gra-

ciosa, crees que todo era mentira? Pensé que me entenderías, que pensarías por un momento que tenía razón, que soy un mundo lleno de conocimientos exploratorios, que en mí pueden encontrar más innovaciones de las que puedan imaginar, que conmigo esos niños desarrollarían un aprendizaje fabuloso, pero me sales con una sonri-sa inexplicable, como si mi pena no fuera motivo para llorar y arran-carme las páginas una por una, hasta deshojarme por entero.

Su compañera le contestó.—Mira, mi amigo, tú no eres el único que pasa por esas situacio-

nes. A mí me sucede lo mismo que a ti. Mis páginas están llenas de problemas que nadie en las escuelas logra resolver, pero no pierdo

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la esperanza de que un día llegue ese ser al que tú llamas maestro y haga de mí algo distinto. Sé que nunca dejaré de existir, y sé que habrá alguien que haga de mí un libro magnífico e interesante —dijo con un hondo suspiró la Compañera Matemáticas—. Y a ti, mi ami-go Exploración, te comentó que pronto, muy pronto, encontrarás a alguien que te valore; lo sé porque hay un gran lugar en el que están formando a esos mencionados maestros, un lugar maravilloso en el que los preparan para que hagan de nosotros algo provechoso para los niños. No te desanimes. Pronto llegarás a manos de uno de ellos y harán de ti algo espléndido.

Él Libro Exploración le preguntó.—¿Y qué lugar es ése, cómo se llama y en dónde está? —Su amiga

Matemáticas le dijo.—El lugar se llama upes, está por todo el estado de Sinaloa y de

ahí saldrá el maestro indicado para ti.Con estas palabras, el Libro Exploración de la Naturaleza y la

Sociedad sintió un rayito de esperanza para seguir viviendo. Sintió el anhelo de que alguien de ese lugar se topara en el camino con él y luchara por cambiar todo el rezago educativo que abunda en las escuelas primarias de la entidad. Entonces, el Libro Matemáticas y su compañero Exploración se dieron un fuerte y pedagógico abrazo. Él le agradeció por el tiempo que lo escuchó y por el tino de hacerle que su pensar fuera otro y ya no querer quitarse la vida.

Al calor de la plática, los dos amigos ni se percataron de que el cielo había oscurecido más y una enorme nube cargada de agua se posaba sobre ellos. Al mirar hacia arriba, sintieron una pequeña gota de agua en sus páginas, lo que les hizo que bajaran corriendo de la

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montaña y se resguardaran en una pequeña biblioteca de la escue-lita de la comunidad.

Y ahí se quedaron, con la esperanza de que surgiera un día un maestro distinto, egresado de la upes.

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LA CIENCIA DE VALERIA

Nadxiely Díaz Guzmán

¡H ola! Mi nombre es Valeria Soto Angulo, tengo 6 años y ya merito 7, y voy en segundo de primaria. Mi mami dice que

si quiero ser alguien grande en la vida tengo que estudiar mucho, y a mí me gusta estudiar, sólo que no sé si quiero ser taaan grande; imagínese, si dicen que después de que termine la primaria tengo que ir a la secu y luego a la prepa, son muchos años y habré crecido tanto que no cabré en la casa de lo grande. De hecho, me pregunto si estaré taaan grande que no cabré en mi cama, no podré pasar por la puerta de la casa. Bueno, si mi mami dice que es bueno, entonces sí, tal vez me convierta en la niña más grande del mundo, pero lo que me importa es aprender muchas cosas, porque cuando crezca quiero ser chef para preparar pasteles y hotcakes como el señor Key Boss de la tele.

Cuando salimos de paseo, mi papi, mi mami y mi hermanita Gi-sel y yo, me siento muy contenta; me gusta jugar con mi herma-

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na porque siempre dice cosas muy chistosas y porque también me gusta enseñarle cosas de niñas grandes. Recuerdo una vez que es-tábamos jugando en la playa de la casa de mi abuela y ella, que es medio loquita, se llenó de arena hasta la cabeza, y mi mami me pidió que la sacudiera porque si no los granitos se le iban a convertir en piojitos. Sí la sacudí, pero me imaginaba cómo sería y le dejé unos pocos, ¡pero no se convirtieron..! ¿Cuánto tiempo tardarán? Luego, para cuando me acordé, mi mamá ya en la casa la había bañado, ¡chin… me lo perdí!

La casa de mi abuela es de dos pisos, ¡me encanta ir!, porque me subo y siento que ya me falta poquito para tocar el cielo; se ve bien cerquita, hasta creo que cuando ya cumpla los 8 lo voy a lograr y cuando lo haga tomaré un pedacito para enseñarle a mi hermanita.

Pero, bueno, lo que les quiero contar es que, un día, una mu-chacha con una playera blanca llegó a mi escuela y me preguntó que si qué eran para mí las Ciencias Naturales. Se me hizo muy ex-traño porque ¿por qué me preguntaba a mí?, ¿qué acaso ella no sa-bía? Ciencias Naturales… Ciencias Naturales… Ciencias Naturales… pues sé que es una clase en donde aprendemos cosas de la natu-raleza, sobre los animales, las plantas y que debemos de cuidar el mundo y no contaminarlo. De pronto, se tuvo que ir y me dijo que luego platicábamos, y yo le dije que estaba bien y me fui a jugar con mis amigos.

Eso fue ayer y ahora no la vi; tal vez otro día. Por lo pronto, en la casa le preguntaré a mi papi o a mi mami.

Hay veces que juego tanto, tanto, que me da un hambre que, ufff… me voy al refri y me tomo un yogurt, como una manzana o

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algo. Un día que estaba esculcando el refri vi algo que me sorpren-dió mucho: en la caja de abajo había una bolsa con papas a las que les estaban saliendo como unos bracitos blancos, eran las raíces, así como me lo enseñó en el dibujo de las plantas la maestra, y, aunque yo sabía que mi mami las tenía en el refri para comer, agarré una y me la llevé escondida debajo de la blusa y me fui al patio de atrás de la casa; como es de pura tierra con árboles, se me ocurrió sembrarla. Me sentía muy emocionada porque creciera… hice un hoyo con una cuchara de la cocina, la metí y le eché agua con una bandejita. ¡Por fin mi papita estaría feliz porque la saqué del frío que hace en el re-frigerador y podrá tener hijitos!

Pero no crea, no creció para el día siguiente, siempre se tardó un poquito, como unos días porque yo siempre le echaba agua cuando regresaba de la escuela. La verdad que fue bien bonito cuando un día me fui pa tras ¡y vi que estaba saliendo una plantita chiquitita, y era mía, mi plantita! No se parecía a la plantita de frijol que hicimos en el salón, pero también estaba bien bonita, sólo que no tenía esas como hojitas gorditas que tenía la de frijol cuando nació, y las hoji-tas eran más como puntiaguditas… Yo corrí a buscar a mi papi para que viniera a verla y la revisara a ver si estaba bien, porque mi papi es ingeniero agrónomo y él sabe todo sobre plantas porque trabaja cuidándolas. Cuando la vio y la revisó, lueguito lueguito adivinó que era de papa, y me dijo que la cuidara mucho.

—Hazle uno bordito así —me mostró cómo hacerlo redondo— y sigue echándole agua para que crezca; yo pensé que era para que los insectos no pudieran llegar a ella por al bordito, pero me di cuenta de que era para que no se saliera el agua y la plantita no sufriera sed.

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Era tanta la emoción de ver la plantita crecer y crecer que todos los días iba y la veía cada vez más alta. Un día noté que empezó a ha-cerse para abajo, cada vez más, y me asusté pensando que se había quebrado o se estaba muriendo. Recuerdo que me dieron ganas de llorar cuando ya la vi casi en el suelo. Corrí a decirle a mi papi que la curara y me llevé una sorpresa. Me dijo que estaba así porque quería decir que ya tenía papitas abajo y, ¡ay, sabrá, me emocioné de nuevo y escarbamos y escarbamos! Y sí ¡había papitas! Cuatro papitas de diferentes tamaños y yo era su abuelita, pero de mentiritas, no crea que de verdad, porque si no sería feo comerse a tus hijos o nietos, ja ja ja…

Y se lo cuento porque me acuerdo que mi maestra nos dijo que las plantas son seres vivos, que aunque no iguales a nosotros tam-bién nacen, crecen y también se tienen que morir, y que las frutas son como sus hijitos y que nos los dan para que nosotros nos ali-mentemos.

Mi maestra es bien inteligente; yo quisiera ser tan inteligente como ella cuando crezca, porque nos enseña cosas muy interesan-tes, sólo que aquí entre nos no me gusta tanto cuando nos deja los puros cuestionarios porque se me hacen muy aburridos. Me gusta más como está enseñándonos ahora, pues hacemos varias cosas di-ferentes; por ejemplo, me divertí mucho cuando nos llevó con un se-ñor del huerto de la escuela a sembrar tomates cherry, o algo así, no sé cómo se pronuncia, pero dijo que era un tomate chiquito. Cuando nos enseñó la semillita, no podía creer que de ahí saliera una plan-ta. ¡Era pequeñita, pequeñita! El señor y ella nos permitieron ver y ayudarlos en algunas cosas. Revolvimos una tierra especial llamada

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composta; dijo que era muy sabrosa para las plantas, con un polvo blanco que era fertilizante, lo echamos en unas carteras con agu-jeros. Con el dedo remarcamos el agujero y pusimos la semillita; le echamos otro poco de tierra para taparlas y con una pistolita como del spray le echamos agua, ¡fue muy padre! Ya quiero verlas, porque una señora se las llevó a cuidarlas porque la escuela se quedaría sola y no queríamos que les pasara nada. Pronto nos las llevará a la escuela para verlas.

Aunque soy una niña, no crea, yo sé muchas cosas. ¿No me cree? Ya verá. ¿Sabía que yo sé preparar mezclas especiales que pueden ser venenosas o explosivas? Siií… una vez vi en Youtube un video donde si mezclabas unos dulces mentos con coca-cola y explotaba. Bueno, ese no lo he hecho, pero sí hago. Una vez quise saber qué pasaría si mezclaba todas las cosas que encontraba en la casa y lo hice: revolví champú, jabón de losa, crema, aceite, agua, la crema de mi papi, pasta de dientes, café, perfume… y creo que es todo, lo batí bien, bien, se lo eché a una hierba mala (después me arrepentí porque tal vez mataba a la plantita), ¿y qué creen? No pasó nada, sólo se secó y se puso durita con el sol, ja ja ja.

Ya en la escuela le conté a mi maestra lo de la mezcla y me dijo que era porque a veces los componentes tienen reacción y otros no, y que lo vería en tercero. ¿Reacción? ¿A qué se referiría? ¿Se eno-jarían, chocarían? Bueno. Eso es lo malo que me gustaría mejorar, porque a veces la maestra dice cosas que yo no entiendo y a veces pregunto, pero a veces no, porque me da vergüenza o por… no sé por qué. A veces dice palabras extrañas y que cuando hacemos los experimentos ya las entiendo, como cuando nos sorprendió al ver

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el tema de los seres vertebrados y los invertebrados; yo no entendía qué era vertebrado, y se refería a las vértebras, a los huesos, pues, y los invertebrados que no tienen huesos, y que va llegando con un animalito que se llama babosa, y todos nos quedamos sorprendidos de que dijera una grosería, pero luego muy seria nos explicó que las palabras no son precisamente groserías, que cada una tiene su sig-nificado, y que si yo la quiero usar como grosería es porque quiero lastimar a alguien. Babosa viene de baba, como la saliva, porque la babosa cuando se arrastra deja baba. Bueno, esto es porque ese ani-malito no tiene huesos. Nos la acercaba para tocarla y era extraño, pero pudimos ver y sentir cómo era de blandita en comparación con nosotros, que sí tenemos huesos.

Retomando la pregunta de qué son las Ciencias Naturales para mí, tal vez no pueda darle una explicación científica, pero algo sí sé, a nosotros los niños nos emociona cuando trabajamos en la escue-la afuera del salón, cuando trabajamos con las plantas, con tierra y con animalitos, y así, porque con los puros libros se hace aburrido, porque no me puedo imaginar muchas cosas todavía, y si lo hago a veces no son como yo pensaba. Se hace más divertido y no se me olvida. Si no crea, todavía me acuerdo que yo cuando era chiquita, cuando me subía a un camión con mi mamá me preguntaba cómo le hacia el señor del camión para saber siempre a qué lugar queríamos ir y cómo repartía a todas las personas; o cuando escuchaba la radio y el señor nos enviaba saludos a los que lo escuchábamos, me sor-prendía porque pensaba que era magia, ¿cómo sabia el señor que lo estábamos escuchando?

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Ciencias Naturales es aprender cosas de la naturaleza, porque es importante que nos conozcamos, el lugar donde vivimos, cómo cuidar una mascota, de dónde vienen los alimentos, por qué somos como somos, por qué llueve, y así, muchas cosas que pasan en el mundo y que nos afectan para vivir.

Es conocer y comprobar por mí misma, o con videos, un montón de cosas que cuando las veo siento como que se me hincha el pecho y el corazón de lo increíbles que son, porque al fin de cuentas todos formamos parte de la naturaleza, desde lo más antiguo hasta lo más nuevo, como los dinosaurios.

Nunca olvidaré cuando mi maestra me dejó con la boca abier-ta cuando nos dijo que la arena es roca erosionada y que erosionar era cuando el viento y el agua rozaban tanto las grandes rocas que poco a poco las iba desmoronando, y que, además, en algunas playas parte de la arena era popo de un pez llamado pez loro, que come co-rales que son muy duritos, ¡todo está conectado! Entonces, imagine, ¿cuántos años de erosión han pasado para que haya tanta arena en la playa y en los desiertos? No, no, no, es un mundo lleno de sorpre-sas. Que los pájaros sean los descendientes de los dinosaurios, que el agua del mar se ve azul por el reflejo del cielo en él…

Ciencias Naturales es aprender que formo parte del mundo, que por algo estamos aquí, y qué mejor manera que aprenderlo haciendo buen uso de su nombre, aprender de manera natural… como es na-tural la curiosidad en los niños…

¡Uyyy, me falta tanto por aprender de las Ciencias Naturales!

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CAPERUCITO, EL PARGUITO ROJO

Enrique Castro Quintana

L es voy a contar la historia de un pecesito colorado de nombre Manuel, aunque todos le llamaban Jesús, pues en realidad se

llamaba Jesús Manuel. Este pecesito también era llamado Caperuci-to Rojo, pues era un parguito coloradito. Él era muy feliz, hasta que llegó a un mar en el que había muchas especies y diferentes tipos de peces.

Y ahí les va la historia. Caperucito era un pecesito muy carismá-tico, con unas escamas que brillaban como las mismas circonias ba-ñadas de un esmalte rojo. ¡Caperucitoooo, Caperucitoooo!, balbucía su mamá doña Parga, de nombre Casimira, pues de un ojo era ciega y del otro casimiraba. ¿En dónde estás, pez mío, te estaba buscan-do por todo el fondo de la mar? ¡Qué no ves que se me va a subir el azúcar, méndigo pescadacho! ¡Se me hacían las agallas chuecas de tanto gritarte y nada que respondías, te voy a dar unos aletazos tan fuertes que te voy a arrancar las escamas por lo mucho que te pegue!

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—¡¡Ay, ya, ma, por favor!! —Bueno, mira, mijo, mejor agarra el erisotablet y entretente en

el facemar y calla boca y usa el whatarena… o, dime mejor… —¿Qué pasa, madre? —Pues quiero que le lleves a tu abuela estos tamales de algas

con crill que le preparé. —Ok, por ahí hubieras empezado —dijo Caperuzo—, pero está

muy lejos, ma, y ahora las ballenas taxi no circulan, pues hay marea roja.

—¡Ay, es cierto —dijo la madre!— Pero, ira hijo, tienes que cre-cer, y con tus aletas te vas a ir aleteando. No hay de otra, porque los tamales hay que llevarlos a tu abuela.

—Está bien, madre, ya qué, ya entendí, ya dame el encargo y ya me voy.

Caperucito movía sus escamitas de un lado a otro y cantaba Per-dido en un barco, perdido en sus brazos con este barco en alta mar, perdido yo, cuando, de pronto, el mar calló y las olas se quedaron mudas… y zasss, Caperucito, entonces, con voz quebrantada y con mucho miedo, dijo.

—¿Dónde estoy, de dónde salió tanta oscuridad, dímelo, Pez mayor, Pez Dios de todos los mares, la Sangre de Jesús Bagre me reprenda y la Chopita de Guadalupe me respalde donde está la luz.

Y, así como se fue, así de repente se hizo la luz y Caperucito salió escupido de la boca del Tibulobo de mar, mientras le oía decir.

—Pero qué cosa más asquerosa, qué porquería me acabo de me-ter a la boca.

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—¡Qué dices —respondió Caperucito—. Es tu culpa, pues me apretaste mucho allá dentro y traía mi pancita muy inflamada con los huevos de camarón que me dio mi mamá; traigo diarrea, pues me hice y está bien, eso te pasa por apagar la luz y aparte yo ni quiero ju-gar contigo, ni sé quién eres, ni nada, y voy muy lejos, ¿y sabes qué? Ahí nos vemos, si tienes wechat ahí me mandas uno.

Por fin, llegó Caperucito con la abuela y le gritó. —¡Abuela Pargaaa abuela Pargaaa!!—¿Qué pasó, mi nieto, el más brillosito, el más inteligente, el

más picky y el más jotito?—¡Abuela —le contestó Caperucito—, sabes que no me gusta que

me digas así, no soy gay y mucho menos jotito!—¡Ay, pues en mi tiempos así le decíamos, mijito; tú no te pre-

ocupes, afloja la raja y disfruta la fruta, no tienes que hacerlo tan complicado. Sabes, te voy a confesar algo: en mi juventud yo tam-bién tuve mis queveres con una mojarra… pero esa es otra historia.

—¡Ay, mira, te compré unas pinturas para tus escamas, porque a mí no me haces tonta, esas escamitas brillosas tú te las pintas, mi chulo nieto pescadito del mar profundo y azul!

Caperuzo le dijo.—No soy pescada, no soy pescadaaaa, soy… cómo te lo diré, soy

metrosexual, abuela, tú porque eres de la era de Delfín Juárez; pero, bueno, mira, ahí esta los tamales que te mandó mi madre, son de algas con crill. Oye, Abuela Parga, ¿tienes espejo?

—Sí, mijo, ¿por qué? —Pues ahí te vez. —Y salió Caperucito batiendo sus escamitas y

sus aletitas, cantado Libre soy, libre soy libre soy.

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En el camino se encontró con un reluciente colgante que parecía un timbre, o algo que era con lo que se encendiera la luz del sol y dijo.

—¡Ay, qué espectacular se ve, le voy a tentar a ver si se baja la luz! Y con cara de asombro se preguntó a sí mismo: «¡Oh, y si lo toco y baja el sol!»

Pero cuál fue su sorpresa que era una trampa marina de los hu-manos.

Así fue como Caperucito fue atrapado y llevado a una pescadería cercana.

Él, con mucho coraje, decía: «siento que estoy viviendo la histo-ria de la sirenita».

Los pescadores aventaron todos los pescados a unas cestas gran-dotas y a Caperucito lo pasaron directo a un congelador, junto a otros peces que yacían ya congelados.

Pero Caperucito, muy enojado, se dijo.—Yo no seré alimento de nadie. Ya sé, tengo una idea, practicaré

mis clases de croosfit en el arenal. Y diciendo y haciendo, empezó a brincar y a extender sus aletas, mientras cantaba: «Pura roña me congelo, pura roña me congelo».

Así lo hizo hasta que abrieron la puerta del refrigerador. Enton-ces, saltó al agua del mar para volver a su territorio de nuevo con un hondo y satisfactorio suspiro. Pero el suspiro le duró muy poco, pues en el agua estaba una banda de anguilas y otra de pirañas, lo que le dio, incluso, más miedo que todas las películas de terror, como la del Chuky y sus pirañas amigas, o la del conjuro con sus anguilas al

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acecho. Los torvos animales se acercaron y le dijeron, con voz muy grave.

—¿A dónde vas tan de prisa con esas escamitas tan peinaditas, mi pescadito rojito?

Caperucito temblaba y decía.—¡No, por favor, esto es una pescapesadilla!

Y mientras Caperucito rezaba porque aquello no fuera real, se le acercó el pez más rudo de aquel grupo de fieras pirañas, tenía bi-gotes largos y una apariencia muy ruda, aparentaba ser de carácter violento y agresivo; se le acercó despacio y, con una mirada fuerte y devastadora, le dijo.

—Mijo, ¿en dónde compras tus pinturitas? —Ja ja ja —soltó la risa Caperucito y le dijo—. Soy pelirrojo na-

tural. Al escucharlo, todos los peces agresivos se le fueron encima y le

daban aletazos, colazos y mordidas; las escamas de Caperucito vola-ban como si fueran estrellas fugaces. Caperucito nomás cerraba sus ojitos, esperando que un día terminaran de golpearlo.

En esos momentos de angustia, de dolor y desesperación, su Mamá Parga lo sacudía con fuerza para despertarlo y le decía.

—¡Ya basta, por favor, ya basta! ¡Hijo mío, gritaba doña Casimi-ra!, ¿qué te pasa? Dios, que estás en todos los mares, ¿qué le pasa a mi pescadasho?

En eso, pumm, Caperucito abrió sus ojitos y exhaló un gran sus-piro de alivio.

—¡Uff, madre mía, que pescapesadilla acabo de tener!

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—¡Ay, qué bueno que ya despertaste, mijo, pues quiero que va-yas con tu Abuela Parga y les lleves unos tamales de algas con crill!

La cara de Jesús Manuel se deformó y gritó.—¡Nooo, infinitamente nooo! Y pescadín colorado, este cuento del pez Caperuzo ha terminado.

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