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René Descartes Discurso del método Si este discurso parece demasiado largo para ser leído de una vez, se le podrá dividir en seis partes: en la primera se encontrarán diversas consideraciones sobre las ciencias; en la segunda, las principales reglas del método que el autor ha investigado; en la tercera, algunas referentes a la moral, que ha sacado siguiendo este método; en la cuarta, las razones por las que prueba la existencia de Dios y del alma humana, que son el fundamento de su metafísica; en la quinta, el orden de las cuestiones de física que ha investigado, y particularmente la explicación del movimiento del corazón y de algunas otras dificultades que pertenecen a la medicina, además de la diferencia que existe entre nuestra alma y la de los animales; y en la última, algunas cosas que estima que se requieren para avanzar más de lo que él ha conseguido en la investigación de la naturaleza, así como las razones que le determinan a escribir 1 . 1 Este texto inicial no se incluye entre los propuestos por la Universidad para las pruebas de Acceso. Se incluye aquí a modo de orientación sobre el contenido de las distintas partes del “Discurso”

Discurso Del método

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Textos escogidos y comentario del "Discurso del Método" de DescartesFilosofía 2

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Page 1: Discurso Del método

René Descartes Discurso del método

Si este discurso parece demasiado largo para ser leído de una vez, se

le podrá dividir en seis partes: en la primera se encontrarán diversas

consideraciones sobre las ciencias; en la segunda, las principales reglas del

método que el autor ha investigado; en la tercera, algunas referentes a la

moral, que ha sacado siguiendo este método; en la cuarta, las razones por

las que prueba la existencia de Dios y del alma humana, que son el

fundamento de su metafísica; en la quinta, el orden de las cuestiones de

física que ha investigado, y particularmente la explicación del movimiento

del corazón y de algunas otras dificultades que pertenecen a la medicina,

además de la diferencia que existe entre nuestra alma y la de los animales;

y en la última, algunas cosas que estima que se requieren para avanzar más

de lo que él ha conseguido en la investigación de la naturaleza, así como las

razones que le determinan a escribir1.

SEGUNDA PARTE

1 Este texto inicial no se incluye entre los propuestos por la Universidad para las pruebas de Acceso. Se incluye aquí a modo de orientación sobre el contenido de las distintas partes del “Discurso”

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

Estaba entonces en Alemania, adonde me había llamado la ocasión

de las guerras que allí no han terminado todavía; y cuando volvía de la

coronación del emperador para incorporarme al ejército, el comienzo del

invierno me detuvo en un lugar en donde, no encontrando conversación

alguna que me distrajera y no teniendo, de otra parte, por dicha, ni

cuidados ni pasiones que me turbasen, permanecía todo el día en una

habitación con una gran estufa, en la que disponía de tranquilidad para

entregarme a mis pensamientos. Entre los cuales, uno de los primeros fue el

ocurrírseme considerar que frecuentemente no hay tanta perfección en las

obras compuestas de varias piezas y hechas por manos de diversos

maestros como en aquellas que ha trabajado uno solo. Así se ve que los

edificios que un solo arquitecto ha empezado y acabado son habitualmente

más bellos y están mejor ordenados que los que varios han tratado de

recomponer, sirviéndose de viejos muros, que habían sido levantados para

otros fines. Así, esas antiguas ciudades que, no habiendo sido al comienzo

más que aldeas, han llegado a ser al cabo del tiempo grandes ciudades,

están ordinariamente tan mal dispuestas, si se las compara a esas plazas

regulares que un ingeniero traza según su fantasía en una llanura, que,

aunque considerando cada uno de sus edificios separadamente, se

encuentra en ellos frecuentemente tanto o más arte que en los otros, sin

embargo, al ver cómo están alineados, aquí uno grande, allí otro pequeño, y

cómo hacen las calles curvas y desiguales, se diría que es el azar, más bien

que la voluntad de algunos hombres provistos de razón, quien los ha

dispuesto de esta manera. Y si se considera, no obstante, que ha habido

siempre algunos funcionarios que han tenido el cargo de cuidar los edificios

de los particulares para hacerles servir al ornato público, se comprende bien

que es difícil hacer cosas perfectamente acabadas trabajando sobre las

obras de otro. Así me imaginaba que los pueblos que fueron antes

semisalvajes y que no se han civilizado sino poco a poco, no han hecho sus

leyes sino a medida que la incomodidad de los crímenes y las querellas les

ha forzado a ello, no pueden estar tan bien gobernados como aquellos que

desde el punto en que se reunieron han observado las constituciones de

algún legislador prudente. Como es muy cierto que el estado de la

verdadera religión, cuyas ordenanzas sólo Dios ha hecho, debe estar

incomparablemente mejor regulado que todos los demás. Y, para hablar de

cosas humanas, creo que si Esparta estuvo antiguamente tan floreciente no

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

fue a causa de la bondad de cada una de sus leyes en particular, visto que

varias de ellas eran muy extrañas e incluso contrarias a las buenas

costumbres, sino a causa de que habiendo sido inventadas por uno solo,

tendían todas al mismo fin. Y así, pensaba que las ciencias de los libros, al

menos las de aquellos cuyas razones no son más que probables y no tienen

demostraciones, habiéndose compuesto y engrosado poco a poco con

opiniones de diversas personas, no se aproximan tanto a la verdad como los

simples razonamientos que puede hacer naturalmente un hombre de buen

sentido sobre las cosas que se le presentan. Y así, aún pensaba que porque

hemos sido todos niños antes de ser hombres y hemos sido largamente

gobernados por nuestros apetitos y nuestros preceptores --que eran

frecuentemente contrarios los unos a los otros-- y que ni los unos ni los

otros nos aconsejaban acaso siempre lo mejor, es casi imposible que

nuestros juicios sean tan puros y sólidos como lo serían si hubiéramos

tenido el completo uso de razón desde el momento de nuestro nacimiento y

nunca hubiésemos sido conducidos sino por ella.

Es verdad que no vemos que se derriben todas las casas de una

ciudad con el solo objeto de rehacerlas de otra manera y de hacer más

bellas las calles; pero se ve que algunos hacen derribar las suyas para

reedificarlas y que incluso, en ocasiones, son obligados a ello, cuando

amenazan ruina y los cimientos no se conservan bien firmes. A cuyo

ejemplo me persuadía de que no sería sensato que un particular se

propusiese reformar un Estado cambiando todos sus fundamentos y

derribándolo para enderezarlo; ni aun siquiera reformar el cuerpo de las

ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlas, pero que

sobre todas las opiniones que yo había recibido hasta entonces como

acreditadas, nada mejor podía hacer que emprender de una vez la tarea de

eliminarlas, a fin de poner en su lugar después otras mejores, o bien las

mismas, cuando las hubiera ajustado al nivel de la razón. Y creo firmemente

que por este medio lograré conducir mi vida mucho mejor que si me

limitase a edificar sobre viejos fundamentos y no me apoyase más que

sobre los principios que de joven había aprendido sin haber examinado

jamás si eran verdaderos. Puesto que, aunque encontrase en esto diversas

dificultades, no me parecían sin remedio, ni comparables a aquellas con las

que se choca en la reforma de las menores cosas que tocan lo público. Esos

grandes cuerpos son demasiado difíciles de levantar cuando han sido

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

abatidos o incluso de sostenerlos cuando crujen, y sus caídas tienen que ser

forzosamente muy duras. Además, por lo que respecta a sus

imperfecciones, si las tienen, como basta para mostrarlo la misma

diversidad que hay entre ellos, la costumbre las ha suavizado mucho sin

duda, e incluso ha evitado o corregido insensiblemente muchas de ellas

mejor que se podría hacerlo eficazmente por la prudencia. Y en fin, esas

imperfecciones son casi siempre más soportables de lo que sería su cambio,

del mismo modo que los grandes caminos que serpean entre montañas se

hacen poco a poco tan llanos y tan cómodos, a fuerza de ser frecuentados,

que es mucho mejor seguirlos que intentar ir más rectamente trepando

sobre las rocas y descendiendo hasta los precipicios.

Por esto no puedo aprobar de ningún modo a esos hombres

enredadores e inquietos que, no habiendo sido llamados por su nacimiento

ni su fortuna al manejo de los negocios públicos, no dejan de hacer en ellos

siempre, en idea, alguna nueva reforma; y si pensase que hay en este

escrito la menor cosa por la que se me pudiera sospechar partícipe de esta

locura, soportaría con pesar que fuese publicado. Mi designio se limita a

tratar de reformar mis propios pensamientos y edificar sobre un terreno

enteramente mío, y si os presento aquí el modelo, habiéndome complacido

bastante mi obra, a nadie aconsejo por ello que la imite. Aquellos a los que

Dios haya otorgado mejor sus gracias tendrán acaso designios más

elevados; pero temo que este mío sea ya demasiado atrevido para muchos.

La misma resolución de deshacerse de todas las opiniones que antes se han

recibido no es un ejemplo que deba seguir cada uno. Y el mundo no está

compuesto apenas más que de dos clases de ingenios a los cuales de

ninguna manera conviene: a saber, de aquellos que, creyéndose más

hábiles de lo que son, no pueden impedir la precipitación de sus juicios ni

tener bastante paciencia para conducir en orden todos sus pensamientos;

de donde viene que, si se tomasen una vez la libertad de dudar de los

principios que han recibido y de apartarse del camino común, nunca

encontrarían el sendero que es preciso seguir para ir más derecho y

quedarían extraviados para toda la vida; por otro lado, están aquellos que

teniendo bastante razón o modestia para juzgar que son menos capaces de

distinguir lo verdadero de lo falso que otros, por los que pueden ser

instruidos, más bien deben contentarse con seguir las opiniones de esos

otros que no buscar otras mejores por sí mismos.

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Page 5: Discurso Del método

Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

En cuanto a mí, me encontraría sin duda en el número de estos

últimos si no hubiera tenido más que un solo maestro o no hubiese sabido

las diferencias que han existido siempre entre las opiniones de los más

doctos. Pero habiendo aprendido desde el colegio que no podría uno

imaginar nada tan extraño o tan increíble que no hubiera sido dicho por

alguno de los filósofos, y además, habiendo reconocido en mis viajes que los

que tienen sentimientos opuestos a los nuestros no son por eso bárbaros ni

salvajes, sino que algunos usan de la razón tanto o más que nosotros, y

habiendo considerado cómo un mismo hombre, con su mismo espíritu,

según se ha educado desde su infancia entre franceses o alemanes, se hace

diferente de lo que sería si hubiese vivido siempre entre chinos o caníbales,

y cómo hasta en las modas de nuestros vestidos la misma cosa que nos ha

gustado hace diez años, y que acaso nos gustará otra vez dentro de otros

diez, nos parece ahora extravagante y ridícula, de suerte que más bien es la

costumbre y el ejemplo quienes nos persuaden que algún conocimiento

cierto, y que, no obstante, la pluralidad de los votos no es una prueba que

valga para las verdades un poco difíciles de descubrir, porque es más

verosímil que las encuentre un hombre solo que no todo un pueblo, yo no

podía escoger a nadie cuyas opiniones me pareciese que debían ser

preferidas a las de otro y, por tanto, me encontraba como obligado a

emprender por mí mismo la tarea de conducirme.

Pero, como un hombre que marcha solo y en tinieblas, resolví ir tan

lentamente y usar de tanta circunspección en todo que, aunque no

avanzase sino muy poco, al menos me guardara de caer. Incluso no quise

comenzar a desechar enteramente algunas de las opiniones que se habían

podido deslizar en mí anteriormente sin haber sido llevado a ellas por la

razón, antes que no emplease bastante tiempo en proyectar la obra que

emprendía y en buscar el verdadero método para alcanzar el conocimiento

de todas las cosas de que mi espíritu fuera capaz.

De joven, había estudiado un poco, de las partes de la filosofía, la

lógica, y de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra, tres

artes o ciencias que parece que debían contribuir en algo a mi propósito.

Pero, examinándolas, me di cuenta de que, por lo que respecta a la lógica,

sus silogismos y la mayor parte de sus restantes instrucciones nos sirven

más bien para explicar a otro lo que ya se sabe o, incluso, como el arte de

Lulio, para hablar sin juicio de lo que se ignora, que para aprender algo

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Page 6: Discurso Del método

Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

nuevo; y aunque contiene, en efecto, muchos preceptos muy buenos y

verdaderos, hay, sin embargo, tantos otros mezclados con ellos que

resultan perjudiciales o superfluos, que es casi tan imposible separar unos

de otros como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún

no desbastado. Por lo que hace, luego, al análisis de los antiguos y al

álgebra de los modernos, aparte de que no se refieren sino a materias muy

abstractas y que no parecen de ninguna utilidad, la primera está siempre

tan sujeta a la consideración de las figuras que no puede ejercitarse el

entendimiento sin cansar mucho la imaginación; y en la última, está uno de

tal manera sujeto a ciertas reglas y cifras que se ha hecho de ella un arte

confuso y oscuro que embaraza el espíritu, en lugar de una ciencia que lo

cultiva, lo que hizo que yo pensara que era preciso buscar otro método que,

encerrando las ventajas de estos tres, estuviese exento de sus defectos. Y

como la multitud de leyes proporciona frecuentemente excusas a los vicios,

de modo que un Estado está tanto mejor ordenado cuanto, no habiendo

más que muy pocas leyes, son estrictamente observadas, así, en lugar del

gran número de preceptos que componen la lógica, creí que tendría

bastante con los cuatro siguientes, con tal que tomase la firme y constante

resolución de no dejar de observarlos una sola vez.

El primero era no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la

reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la

precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios nada más que

aquello que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que no

tuviese ocasión de ponerlo en duda.

El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinara, en

tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolverlas mejor.

La tercera, conducir por orden mis pensamientos, Comenzando por

los objetos más simples y más fáciles de conocer para subir poco a poco,

como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos, incluso

suponiendo un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los

unos a los otros.

Y el último, hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones

tan generales que quedase seguro de no omitir nada.

Esas largas cadenas de razones, enteramente simples y fáciles, de

que los geómetras suelen servirse para llegar a sus más difíciles

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

demostraciones, me habían permitido imaginar que todas las cosas que

pueden caer bajo el conocimiento humano están enlazadas de esta misma

manera y que, únicamente con tal que nos abstengamos de recibir por

verdadera la que no lo sea y que guardemos siempre el orden preciso para

deducir unas de otras, no puede haber ninguna tan alejada que al fin no

lleguemos a ellas, ni tan ocultas que no las podamos descubrir. Y no me

costó mucho trabajo buscar por cuáles debería comenzar, pues ya sabía que

era por las más simples y más fáciles de conocer; y considerando que entre

todos los que han buscado la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos

han podido encontrar algunas demostraciones, esto es, algunas razones

ciertas y evidentes, no dudaba que había que empezar por las mismas que

ellos han examinado, aunque no esperaba ninguna otra utilidad sino que

habituaran mi espíritu a nutrirse de verdades y a no contentarse con finas

razones. Pero no por eso concebí el propósito de intentar el aprendizaje de

todas esas ciencias particulares que se llaman comúnmente matemáticas, y

viendo que, aunque sus objetos sean diferentes, están todas de acuerdo en

no considerar en ellos más que las diversas relaciones o proporciones que

allí aparecen, pensaba que más valía que examinase solamente estas

proporciones en general, sin suponerlas más que en los objetos que

sirvieran para hacer su conocimiento más fácil, incluso sin sujetarlas a ellos

de ningún modo, para poder aplicarlas después mejor a todos los demás a

los que conviniera. Luego, habiéndome dado cuenta de que para conocerlas

tendría en algunas ocasiones necesidad de considerarlas cada una en

particular y otras veces de retenerlas o comprenderlas en conjunto,

pensaba que para considerarlas mejor en particular las debería suponer en

líneas, porque no encontraba nada más simple ni que pudiera

representarme más distintamente en mi imaginación y en mis sentidos; mas

que para retenerlas o comprenderlas era preciso que las designara por

algunas cifras, lo más cortas que fuera posible, y que, por este medio,

tomaría lo mejor del análisis geométrico y del álgebra y corregiría todos los

defectos de uno y otra.

Y efectivamente, me atrevo a decir que la exacta observancia de

estos pocos preceptos, que yo había escogido, me dio tal facilidad para

desentrañar todas las cuestiones a que se refieren estas dos ciencias que en

dos o tres meses que empleé en examinarlas, habiendo comenzado por las

más simples y las más generales, y siendo cada verdad que encontraba una

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

regla que luego me servía para encontrar otras, no solamente alcancé

muchas que antes había juzgado muy difíciles, sino que me parece también

que al fin podía determinar en las que ignoraba por qué medios y hasta

dónde era posible resolverlas. En lo que no os pareceré acaso demasiado

vanidoso si consideráis que no habiendo más que una verdad sobre cada

cosa, cualquiera que la encuentra sabe sobre ella tanto como se puede

saber, y que, por ejemplo, un niño instruido en aritmética, si hace una suma

siguiendo sus reglas, se puede asegurar, por lo que se refiere a esta suma,

que ha encontrado todo lo que la mente humana puede encontrar; pues, en

fin, el método que enseña a seguir el orden verdadero y a enumerar

exactamente todas las circunstancias de lo que se busca, contiene todo lo

que da certidumbre a las reglas de la aritmética.

Pero lo que más me contentaba de este método era que por medio de

él estaba seguro de usar en todo mi razón, si no perfectamente, al menos lo

mejor que me fuese posible, aparte de que sentía, practicándola, que mi

mente se acostumbraba poco a poco a concebir más neta y distintamente

sus objetos y que no habiéndola sujetado a ninguna materia particular, me

prometía aplicarla tan útilmente a las dificultades de las otras ciencias como

lo había hecho a las del álgebra. No que me atreviese por ello a emprender

el examen de todas las que se presentaran, puesto que eso mismo hubiera

sido contrario al orden que el método prescribe, sino que, habiéndome dado

cuenta de que sus principios debían ser todos tomados de la filosofía, en la

cual yo no encontraba todavía nada cierto, pensé que sería preciso ante

todo tratar de establecerlos en ella, y que siendo ésta la cosa más

importante del mundo y en donde eran más de temer la precipitación y la

prevención, no debía intentar llevarlo a cabo hasta que no hubiese

alcanzado una edad mucho mas madura que la de veintitrés años que

entonces tenía, y no antes de haber empleado mucho tiempo en

prepararme a ello, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas

opiniones que en él había recibido anteriormente, como acopiando muchas

experiencias que suministrasen después materia a mis razonamientos, y

ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de

afianzarme en él cada vez más.

 

CUARTA PARTE

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones que hice,

pues son tan metafísicas y poco comunes que acaso no le agradarán a todo

el mundo; y, sin embargo, para que se pueda juzgar si he partido de

fundamentos bastante firmes, me encuentro en cierto modo obligado a

hablar de ello. Había notado hacía mucho tiempo que, por lo que respecta a

las costumbres, es necesario a veces seguir opiniones que se sabe que son

sumamente inciertas como si fuesen indudables, según se ha dicho; pero en

cuanto ahora deseaba solamente entregarme a la investigación de la

verdad, pensaba que era preciso hacer todo lo contrario y desechar como

absolutamente falso todo aquello que me ofreciese la menor duda, para ver

si después de esto no quedaba algo en mi creencia que fuera por completo

indubitable. Así, puesto que nuestros sentidos alguna vez nos engañan,

quise suponer que no había nada que fuese tal y como ellos nos la hacen

imaginar; y puesto que hay hombres que se equivocan al razonar, incluso

sobre las más simples cuestiones de geometría, y hacen paralogismos,

juzgando que yo estaba sujeto a equivocarme tanto como cualquier otro,

deseché como falsas todas las razones que antes había tomado por

demostraciones; y en fin, considerando que los mismos pensamientos que

tenemos despiertos nos pueden venir también mientras dormimos, sin que

haya en ellos entonces ninguno que sea verdadero, me resolví a fingir que

las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más

verdaderas que las ilusiones de mis sueños.

Pero, en el punto mismo, me di cuenta de que mientras quería pensar

de esta suerte que todo era falso, era preciso necesariamente que yo que lo

pensaba fuese alguna cosa; y notando que esta verdad: pienso, luego

existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de

los escépticos no eran capaces de quebrantarla, juzgaba que podía recibirla

sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba.

Después, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía

imaginarme sin cuerpo y sin mundo --ni lugar en que estuviese, pero que no

podía imaginar sin embargo que yo no existía, sino que, al contrario, por el

hecho mismo de que pensaba dudar de la verdad de las otras cosas se

seguía muy evidente y ciertamente que yo existía, hasta el punto de que si

hubiese solamente cesado de pensar, aunque todo el resto de lo que yo

había imaginado hubiese sido verdadero, no tendría razón alguna para creer

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Page 10: Discurso Del método

Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

que yo existiese, conocí de aquí que yo era una sustancia cuya esencia o

naturaleza es pensar, y que, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno

ni depende de ninguna cosa material, de suerte que este yo, es decir, el

alma por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, e

incluso que es más fácil de conocer que él y que, aunque no existiese, el

alma no dejaría de ser como es.

Después de esto, consideré en general lo que se requiere en una

proposición para ser verdadera y cierta, pues ya que acababa de encontrar

una que sabía que lo era, pensaba que debía también saber en qué consiste

esta certeza. Y habiendo notado que no hay nada en la proposición «pienso,

luego existo» que me asegure que digo la verdad sino que veo muy

claramente que para pensar es preciso existir, juzgaba que debía tomar

como regla general que las cosas que concebimos bien clara y

distintamente son todas verdaderas pero que hay, no obstante, alguna

dificultad en notar bien cuáles son las que concebimos distintamente.

Después de lo cual, reflexionando sobre lo que dudaba y pensando, en

consecuencia, que mi ser no era enteramente perfecto, pues yo veía

claramente que era mucho más perfecto conocer que dudar, me propuse

buscar en dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto de lo que

yo era, y reconocí evidentemente que debí de ser sobre alguna naturaleza

que fuese efectivamente más perfecta. Por lo que se refiere a los

pensamientos que tenía sobre todas las cosas exteriores, como el cielo, la

tierra, la luz, el color y otras mil, no me preocupaba tanto saber de dónde

venían, porque no notando nada en ellas que me pareciera hacerlas

superiores a mí, podía creer que, si eran verdaderas, dependían de mi

naturaleza, en cuanto esta naturaleza tenía alguna perfección, y si no lo

eran, que las sacaba de la nada, es decir, que estaban en mí por lo que yo

tenía de defectuoso. Pero no podía ocurrir lo mismo con la idea de un ser

más perfecto que el mío, puesto que sacarla de la nada era cosa

manifiestamente imposible. Y en cuanto que repugna no menos que lo más

perfecto sea una consecuencia y dependencia de lo menos perfecto que el

hecho de que algo proceda de la nada, tampoco la podía sacar de mí

mismo: de modo que quedaba que ella hubiera sido puesta en mí por una

naturaleza que fuese mucho más perfecta que la mía e incluso que tuviera

en sí todas las perfecciones de que yo pudiera tener alguna idea, es decir

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

para decirlo en una palabra, que fuese Dios. A lo que yo añadía que, puesto

que conocía algunas perfecciones que no tenía, no era yo el solo ser que

existía (yo usaré aquí, si lo permitís libremente, los términos de la escuela),

sino que se seguía necesariamente que había algún otro ser más perfecto,

del que yo dependía y del que había adquirido todo lo que tenía; pues si

hubiese sido solo e independiente de cualquier otro, de modo que hubiese

tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del Ser perfecto, hubiese

podido tener de mí, por la misma razón todo el exceso que sabía que me

faltaba, y así, ser yo mismo infinito, eterno, inmutable, omnisciente,

omnipotente y, en fin, tener todas las perfecciones que podía atribuir a Dios.

Pues, siguiendo los razonamientos que acabo de hacer, para conocer la

naturaleza de Dios todo lo que la mía fuera capaz de ello, no tenía más que

considerar acerca de todas las cosas, cuya idea encontraba en mí, si

poseerlas era o no perfección, y estaba seguro de que ninguna en las que

notase alguna imperfección le pertenecían, pero todas las demás se daban

en Él; como veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y otras cosas

parecidas no podían darse en Él, ya que a mí me hubiera gustado estar

exento de ellas. Después, y aparte de esto, yo tenía idea de muchas cosas

sensibles y corpóreas, pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo

que veía o imaginaba era falso, no podía negar, sin embargo, que no

estuviesen verdaderamente sus ideas en mi pensamiento. Pero, referente a

que yo había conocido en mí ya claramente que la naturaleza inteligente es

distinta de la corpórea, considerando que toda composición es signo de

dependencia, y que la dependencia es manifiestamente un defecto, juzgaba

de aquí que no podía ser en Dios una perfección el estar compuesto de dos

naturalezas, y que, en consecuencia, no lo estaba; pero que si había

algunos cuerpos en el mundo o algunas inteligencias u otras naturalezas

que no fuesen enteramente perfectas, su ser debía depender de su

potencia, de suerte que no podían subsistir sin Él un solo momento.

Después de esto quise averiguar otras verdades, y habiéndome

propuesto el objeto de los geómetras, que yo concebía como un cuerpo

continuo o un espacio infinitamente extenso en longitud, anchura y altura o

profundidad, divisible en partes diversas, que podían tener diversas figuras

y tamaños y ser movidas o cambiadas de todas formas, pues los geómetras

suponen todo eso en su objeto, recorrí algunas de sus más simples

demostraciones, y habiéndome dado cuenta de que esta gran certidumbre

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

que todo el mundo les atribuye sólo se funda en que se conciben

evidentemente, siguiendo la regla que hace poco enuncié, me di cuenta

también de que no había nada en ellas que me asegurase la existencia de

su objeto; pues, por ejemplo, veía perfectamente que, suponiendo un

triángulo, se seguía necesariamente que sus tres ángulos eran iguales a dos

rectos, pero no veía nada en ello que me asegurase que en el mundo había

triángulos; en cambio, volviendo a examinar la idea que tenía de un Ser

perfecto, encontraba que su existencia estaba comprendida en ella, del

mismo modo que está comprendido en la idea de triángulo que la suma de

sus tres ángulos es igual a dos rectos, o en la de una esfera, que todas sus

partes están igualmente distantes de su centro, e incluso aún más

evidentemente; y que, en consecuencia, que Dios, que es este ser perfecto,

existe es por lo menos tan cierto como puede serlo cualquier demostración

de geometría.

Pero lo que hace que haya muchos persuadidos de que hay dificultad

para conocerlo, como también para conocer lo que es su alma, es que no

levantan jamás su espíritu por encima de las cosas sensibles y que están de

tal manera acostumbrados a no considerar nada más que imaginándolo,

siendo imaginar una manera de pensar particular sobre cosas materiales,

que todo lo que no es imaginable les parece no ser inteligible. Lo que queda

bastante manifiesto por el hecho de que incluso los filósofos tienen por

máxima en las escuelas que no hay nada en el entendimiento que

primeramente no haya estado en el sentido, donde sin embargo es cierto

que las ideas de Dios y del alma no han estado nunca; y me parece que los

que quieren usar de su imaginación para comprenderlas hacen lo mismo

que si para oír los sonidos u oler los olores, quisieran servirse de los ojos;

sino que hay además esta diferencia: que el sentido de la vista no nos

asegura menos la verdad de sus objetos que el olfato o el oído de los suyos,

mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos nos asegurarían

jamás de cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese en ello.

En fin, si hay todavía hombres que no estén bastante persuadidos de

la existencia de Dios y de su alma por las razones que he alegado, deseo

que sepan que todas las demás cosas, de las que creen estar más seguros,

como por ejemplo, tener un cuerpo, o que hay astros y una Tierra y otras

parecidas, son menos ciertas; pues, aunque hay una seguridad moral sobre

estas cosas, que es tal que, a menos de ser extravagante, no parece que se

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

pueda dudar de ellas, así también, a menos de ser irrazonable, cuando se

trata de una certidumbre metafísica, no se puede negar que no es bastante

motivo para no estar enteramente seguro haberse dado cuenta de que uno

puede, de la misma manera, imaginarse, estando dormido, que se tiene otro

cuerpo o que ve otros astros y otra Tierra sin que haya nada de esto. ¿Pues

cómo se sabe que los pensamientos que vienen durante el sueño son más

falsos que los otros, visto que frecuentemente no son menos vivos y

expresos? Y que estudien sobre ello los más inteligentes cuanto quieran,

que yo no creo que puedan dar razón alguna que baste para quitar esta

duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, eso que

hace poco he tomado por una regla, es decir, que las cosas que concebimos

muy clara y distintamente son todas verdaderas, no es seguro sino a causa

de que Dios es o existe, y que es un ser perfecto, y que todo lo que es en

nosotros viene de Él; de donde se sigue que siendo nuestras ideas o

nociones de cosas reales, y que vienen de Dios en todo lo que tienen de

claras y distintas, no pueden ser en ello mas que verdaderas. De suerte que

si nosotros tenemos frecuentemente algunas que contienen falsedad, no

puede ser sino porque tienen algo de confuso y oscuro, porque en eso

participan de la nada, es decir, que ellas no están en nosotros de esta

manera confusa sino porque somos imperfectos. Y es evidente que no hay

menos repugnancia en que la falsedad o la imperfección provengan de Dios

en cuanto tales, como la hay en que la verdad o la perfección provengan de

la nada. Pero si nosotros no supiéramos que todo lo que hay en nosotros de

real y verdadero viene de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas

que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurase

que poseían la perfección de ser verdaderas.

Ahora bien, una vez que el conocimiento de Dios y del alma nos ha

hecho, así, ciertos de esta regla, es fácil de conocer que los sueños que

imaginamos mientras dormimos no deben hacernos dudar en modo alguno

de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues si

acaece, aun durmiendo, que tuviésemos alguna idea bien distinta, como por

ejemplo, que un geómetra inventase alguna nueva demostración, su sueño

no impediría que ella fuese verdadera; y por lo que se refiere al error más

frecuente de nuestros sueños, que consiste en representarnos diversos

objetos del mismo modo que nuestros sentidos externos, no importa que

nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, porque pueden

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

también equivocarnos muy frecuentemente sin que estemos dormidos,

como los que tienen ictericia ven todo de color amarillo; o bien, como los

astros y otros cuerpos muy lejanos nos parecen mucho más pequeños de lo

que son. Pues, en fin, velemos o durmamos no nos debemos dejar persuadir

nunca más que por la evidencia de nuestra razón. Y nótese que digo de

nuestra razón y no de nuestra imaginación ni de nuestros sentidos: así,

aunque vemos el sol muy claramente, no debemos juzgar por eso que tenga

el tamaño con que lo vemos; y nosotros podemos imaginar distintamente

una cabeza de león injerta en un cuerpo de cabra, sin que se siga de aquí

que haya en el mundo una quimera; pues la razón no nos dicta que lo que

vemos o imaginamos sea verdadero, pero en cambio nos dice muy claro

que todas nuestras ideas o nociones deben fundarse en la verdad, pues no

sería posible que Dios, que es absolutamente perfecto y verdadero, las

hubiese puesto en nosotros sin fundamento; y porque nuestros

razonamientos no son nunca durante el sueño tan evidentes y tan

completos como en la vigilia, bien que a veces nuestras imaginaciones sean

entonces tanto o más vivas y expresas, la razón nos dicta también que

nuestros pensamientos, no pudiendo ser todos verdaderos --por nuestra

imperfección--, lo que tengan de verdad debe infaliblemente encontrarse

más bien en los que tenemos estando despiertos que en los de nuestros

sueños.

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

GUÍA DE LECTURADISCURSO DEL MÉTODO. PARTES 2ª Y 4ª

1. LA OBRA

El texto propuesto para comentario contiene dos partes, la segunda y

la cuarta, de las seis que componen el Discurso del Método. La primera

parte contiene diversas consideraciones referentes a las ciencias; la

segunda expone las reglas del método; en la tercera lagunas reglas de

moral que ha obtenido según el método; en la cuarta parte, según

Descartes “las razones que permiten establecer la existencia de Dios

y el alma humana que constituyen los fundamentos de su

metafísica”; la quinta trata sobre aspectos generales de la física

cartesiana; finalmente, la última parte realiza consideraciones generales

sobre el método y los resultados de sus investigaciones tanto físicas como

metafísicas.

Este Discurso fue escrito por Descartes como Prologo a sus “Ensayos

filosóficos”. En estos Ensayos pretende hacer una exposición de sus teorías

físicas en las que defendía, entre otras cosas el modelo copernicano.

Deliberadamente los presenta como ensayos ya que tienen muy presente la

condena que tres años antes había llevado a Galileo a la inquisición por

defender posiciones semejantes. El prólogo a estos ensayos fue escrito a

modo de justificación de una obra que Descartes sabía que podía traerle

problemas.

Descartes es consciente que las ideas expuestas en su obra suponen

una ruptura con la filosofía anterior. Esto explicaría que presente la obra

como un ensayo, es decir, como una reflexión personal al modo en como lo

hiciera Montaigne en sus famosos Essais, una obra de enorme éxito en la

época. Al ser una reflexión de un individuo privado, la escribe en francés sin

las pretensiones académicas de los tratados en latín de las universidades.

Pero, especialmente, en el prólogo de la obra quiere dejar muy claro que

todos los resultados a que llega son el resultado de un recorrido intelectual

personal y, por tanto, nada que lleve a pensar que el autor se enfrenta a los

dogmas establecidos.

Esta cautela con la que Descartes presenta su obra resultaba

obligada por cuanto que los estados absolutistas siguen manteniendo las

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Page 16: Discurso Del método

Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

viejas ideas medievales: supeditación de la razón a la fe y la fe como

justificación del poder. Cualquier cuestionamiento de la tradición era

entendida como un ataque contra el poder establecido. Sin embargo, esta

utilización del la inteligencia y la creatividad contrasta con la demanda de

libertad de pensamiento que recorre toda Europa en forma de obras

publicadas al margen de la tradición escolástica, las universidades o la

adulación cortesana.

Por tanto, se puede decir que el Discurso del Método representa el

conflicto intelectual que caracteriza al siglo XVII. Los cambios políticos,

sociales y económicos (absolutismo, creación de estados nacionales, auge

del comercio, capitalismo) son impulsados por la nueva ciencia que Galileo y

Descartes están generando. Pero, a su vez, la misma sociedad que se está

beneficiando de este cambio cultural basado en el libre pensamiento se

resiste a aceptar los cambios estableciendo una férrea censura eclesiástica

y académica.

El conflicto intelectual no es más que un campo de batalla más entre

la decadencia de la Edad Media y la emergencia de una nueva época: la

Edad Moderna. Las nuevas formas de concebir el mundo y organizar la

sociedad se encontraban, con la natural intransigencia de las viejas

formas medievales que se resisten a desaparecer. La tensión es continua

y en todos los ámbitos generando conflictos y tensiones en todos los

ámbitos de la vida.

El Barroco, es la época que inaugura la modernidad. El

Renacimiento, no es todavía una época totalmente moderna puesto que

aquí solamente empiezan a aparecer, a modo de prueba, las nuevas formas

de vida que luego triunfarían. Pero durante la época posterior los

experimentos se han acabado: realmente había una necesidad de vivir

de forma diferente y esto, necesariamente choca con las formas

tradicionales de entender la vida que se habían mantenido en Europa

durante siglos.

En política, a paulatina centralización del poder en el Estado

originará la aparición de las monarquías absolutas que se enfrentan al

poder de la nobleza eclesiástica y terrateniente que pretenden

mantener sus tradicionales privilegios territoriales y administrativos

(exención de impuestos, capacidad de decisión sobre asuntos públicos,

servidumbre…). Esto llevará a la búsqueda por parte de los monarcas de

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

afianzar su poder mediante la ampliación de territorios nacionales y

coloniales que, a su vez, promoverá continuas guerras en toda Europa. La

guerra de los treinta años es demostrativa de este hecho, pues lo que

comenzó como una tradicional guerra de religión derivó paulatinamente

hacia una guerra entre naciones por el control de la política europea.

Económicamente, las nuevas formas de producción capitalista y el

aumento del comercio se encontrarán con la imposición por parte de las

naciones del proteccionismo económico que impide la libertad de

comercio. Esto generará la ruina económica de ciertas naciones (como

España) en detrimento de otras mucho más dinámicas y emprendedoras

(como Francia u Holanda).

Culturalmente, los estados absolutistas siguen manteniendo la vieja

idea medieval de utilizar el arte y el conocimiento como medio de

propaganda (entonces era la propaganda religiosa, ahora la propaganda

política) que se expresa en la exaltación del monarca. Esta utilización del la

inteligencia y la creatividad contrasta con la demanda de libertad de

pensamiento que se expresa en la aparición de las sociedades científicas o

del arte que se hace al margen de la adulación cortesana.

En definitiva, los nuevos tipos de seres humanos, el político, el

capitalista, el intelectual hacen frente a las formas tradicionales de vivir

y concebir la realidad representadas en el señor feudal, el gremio de

profesionales o el escolástico. Este enfrentamiento ha sido expresado en la

fórmula época Barroca.

Este choque, esta tensión, esta ruptura, en definitiva, es sentida por

el ser humano de la época en la forma de ruptura emocional, de

desgarro y tensión que caracteriza al barroco. Barocco es el nombre

de una de las más complicadas formas de argumentación que se utilizaban

en la escolástica. La complicación el retorcimiento, la sinuosidad, lo

laberíntico, definirán una época que va desde el siglo XVII hasta mediados

del XVIII que transforma las formas serenas del renacimiento exaltando la

movilidad y el sentimiento.

Esta “ruptura emocional” se refleja en la creatividad artística de la

época. En las grandes obras de la época, se adivinan las tragedias y

amenazas del momento: un mundo en el que se ha perdido el centro y todo

es movedizo, fugaz e inestable. Todo parece ser contingente y azaroso,

no hay en el mundo humano orden ni necesidad, de ahí que los ideólogos

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

del absolutismo, como Thomas Hobbes en “Leviathan”, vean como solución

de orden en le Estado la de un gobernante poderoso que estuviera por

encima de cualquier otro poder humano.

Sometidos a los caprichos de la fortuna, los hombres convierten el

tiempo en una obsesión permanente: es el siglo de los relojes y el

movimiento en la música, la pintura y la arquitectura. De esta manera el

Barroco no podía ser sino pesimista: es frecuente oír hablar de “la locura

del mundo” o “el mundo al revés” expresado, entre otros, en las obras de

Gracián.

Por fin, todo es apariencia y la esencia de las cosas se oculta.

Cuando calderón habla de la vida como un sueño, del mundo como un “gran

teatro” o titula una de sus obras “En esta vida todo es verdad y es mentira”,

no hace sino utilizar los tópicos de la época. La búsqueda de Descartes

de la certeza en medio de las dudas y los engaños del mundo y el

sueño, no es, pues, una búsqueda retórica sino una consecuencia de los

temores de su tiempo.

El racionalismo.

El viejo orden se revelaba incapaz de resolver los problemas de la

época y los nuevos tiempos se anunciaban confusos y turbulentos. Sólo las

matemáticas se presentan como un refugio de claridad y exactitud

que permitía recuperar la confianza en la solución de problemas. Pero la

matemática no era sólo un mero pasatiempo intelectual como en la Edad

Media, sino una enorme cantera de posibilidades prácticas: el

crecimiento de las ciudades exigía la racionalidad de unos principios de

urbanización y el orden que da la geometría descriptiva, la mayor

complejidad de la vida comercial exige el perfeccionamiento de los libros de

cuentas que proporciona el álgebra, la medición de distancias necesarias

para la realización de largos viajes comerciales, el desarrollo de la

astronomía, el cálculo del movimiento de proyectiles… Todos los órdenes de

la vida se hayan relacionados con las matemáticas y esta aplicación de las

matemáticas genera una nueva forma de conocimiento que será el germen

de la nueva ciencia que caracterizará al mundo moderno.

Las matemáticas, las nuevas ciencias son la consecuencia de la razón

humana. Surge entonces una progresiva confianza en la razón que derivará

en el caso de Descartes (1596 – 1650) y otros autores como Spinoza (1632-

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

1677). Leibniz (1646 – 1716) Malebranche (1638 – 1715) o Wolf (1679 –

1754) en una nueva filosofía conocida como racionalismo.

El racionalismo sostiene que el único principio y fundamento de

los conocimientos verdaderos es la razón porque sólo mediante el

razonamiento se puede llegar a ideas claras y exactas de la realidad. La otra

fuente del conocimiento, la experiencia sólo nos proporciona ideas confusas,

discutibles, engañosas. Efectivamente, para los racionalistas, la

experiencia es algo subjetivo, es decir, una experiencia personal y por

tanto sometida a los deseos intereses y pasiones personales mientras que

las demostraciones racionales (y especialmente las demostraciones

matemáticas) proporcionan un conocimiento objetivo, es decir,

universal (válido para todo el mundo) y necesario (no puede dejar de

admitirse su verdad si el razonamiento está bien realizado.

Este racionalismo tiene tres importantes implicaciones sobre

nuestra manera de entender la mente humana.

En primer lugar la existencia de ideas innatas. El razonamiento

procede mediante deducciones que se establecen a partir de principios

evidentes. Estos principios no pueden proceder de la experiencia puesto

que la experiencia es cualquier cosa menos evidente, es decir, indiscutible.

Sólo pueden proceder de nuestra mente misma. En definitiva, existen

principios, ideas que forman parte de nuestra mente y que

garantizan la universalidad de nuestras deducciones racionales.

En segundo lugar, se va a entender que la verdad sólo se pude

conseguir por la aplicación de un método adecuado de

pensamiento. Efectivamente, racionalizar consiste en pensar de manera

ordenada y el pensamiento ordenado sólo se consigue mediante el

seguimiento de procedimientos correctos, es decir, metódicos. La

búsqueda de un método, es decir, las reglas adecuadas para pensar

correctamente será uno de los elementos característicos de la filosofía

racionalista.

Se impone el dualismo. Apostar por la razón humana como vía eficaz

para el conocimiento supone rechazar todo lo que no sea racional y esto

incluye el conocimiento de la experiencia. Ahora bien, la experiencia el

conocimiento por los sentidos es nuestro contacto con el mundo físico. Esto

llevará a dividir la realidad (como ocurría de forma similar en Platón)

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

entre cuerpo y mente, es decir, en el mundo sensorial, confuso y

discutible y el mundo mental, racional y ordenado.

2. EL TEXTO.

2.1. Segunda parte

1. Descartes comienza explicando y justificando con cierta amplitud su

proyecto intelectual que no es otro que “suprimir” todas sus

creencias a fin de construir enteramente el nuevo edificio de

las verdades, un edificio que no sea caótico o mal cimentado sino

fundamentado y ordenado.

a. Tal tarea se justifica en el hecho de que las creencias adquiridas

desde la infancia por distintos caminos y fuentes carecen de

coherencia y sistematicidad. Descartes pone el ejemplo de

los edificios y las ciudades que han sido construidos según una

sola mente siguiendo un único plan.

b. Descartes insiste en ser cauteloso: este ejercicio que pone en

cuestión las creencias no es recomendable para todo el

mundo. Quiere evitar así que se le acuse de ser un impío que

trata de expandir la falta de incredulidad entre los creyentes (no

hay que olvidar que en esta época la Santa Inquisición todavía

seguía muy activa en la búsqueda y condena de los pecadores

contra la fe).

2. A continuación Descartes se plantea la cuestión del método más

adecuado para llevar a cabo tal tarea.

a. Ha de ser un método simple que la lógica tradicional, más puro

intelectualmente (sin mezclar imágenes y sensaciones) que el

análisis que hace la geometría y más claro que los cálculos que

encontramos en el álgebra.

b. Seguidamente expone las cuatro reglas del método.

c. Explica cuales son las ventajas del método anteriormente

expuesto: es universalmente aplicable; nos permite poner orden

en nuestros pensamientos; y nos permite llegar a aumentar

nuestro conocimiento hasta la totalidad el conocimiento posible.

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

d. Concluye la segunda parte del Discurso señalando la necesidad

de aplicar el método a la filosofía, de cuyos principios depende

todo el edificio de nuestros conocimientos.

2.2. Cuarta parte.

El contenido de esta parte consiste en la aplicación del método en

busca de un principio absolutamente cierto que concluirá con el

descubrimiento del “pienso luego existo”. En su exposición sigue el

siguiente orden:

1. Introducción de la duda metódica: decisión de rechazar “como

absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor

duda”.

2. Aplicación de la duda a los sentidos (pueden engañarme), la realidad

(distinción entre vigilia y sueño) y los razonamientos (la posible

existencia de un “genio maligno”).

3. Descubrimiento de la primera verdad el “pienso luego soy” como

a. Primer principio de la filosofía.

b. Ejemplo de todas las demás verdades.

c. Base para afirmar la existencia sustancial del alma como una

realidad distinta del cuerpo.

4. Conciencia de la propia imperfección, aparición de la idea de

lo perfecto. Esta idea de lo perfecto es la idea de algo que excede

mi pensamiento, que es infinito, idea que no sólo existe en mi mente

sino también fuera de ella. Esta idea solo puede ser Dios. Aporta dos

pruebas de su existencia: Dios es causa de una idea de lo infinito en

mi mente; y lo perfecto que existe en la realidad es más perfecto que

lo que solo existe en el pensamiento, por parte la idea de lo perfecto

existe además de en mi pensamiento también en la realidad.

5. Dios es la garantía de que no me equivoco en mis razonamientos y

que, por tanto, son verdaderos, es decir, son reales.

6. Garantizada la verdad de los razonamientos concluye señalando que

hemos de atender solamente la evidencia de la razón.

INFLUENCIA DEL PENSAMIENTO DE DESCARTES

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

Cuando Descartes irrumpió en el ámbito de la filosofía, ésta sufría el

impacto producido por la transformación de una vieja visión científica

del mundo, visión que la antigua filosofía fundamentaba. Descartes fue el

valiente innovador que, partiendo de las nuevas conquistas científicas,

restableció la confianza en las capacidades humanas de conocimiento y

que, por otro lado, construyó un sistema filosófico con fundamentación

metafísica que ejerció una gran influencia histórica.

El restablecimiento de la confianza en las capacidades

intelectuales, especialmente en la razón, será una convicción de toda la

Modernidad y llegará hasta nuestros días. Ciertamente, los pensadores

empiristas remarcarán el peso de la experiencia en el proceso de

conocimiento; pero, a finales del siglo XVIII, Kant creará la gran síntesis que

establecerá tanto el peso de la razón como el peso de la experiencia. En

nuestros días, la racionalidad es una exigencia en muchos ámbitos, no sólo

en el campo de la filosofía, sino también en el de las ciencias naturales y

sociales: se exige, por ejemplo, racionalidad en los planteamientos

económicos y políticos. También ha llegado hasta hoy la necesidad de un

método para que nuestra razón avance en sus búsquedas o actividades. La

conveniencia de un método, de una programación previa, forma parte viva

del legado intelectual de Descartes.

El sistema filosófico cartesiano deduce racionalmente la realidad del

mundo e implica un dualismo entre pensamiento y materia extensa.

Este dualismo perdurará hasta Newton, pero su aplicación al hombre, el

dualismo entre alma y cuerpo, entre conciencia y cerebro, perdurará y, siglo

tras siglo, se buscarán posibles respuestas para explicar la interacción entre

ambos.

Hemos visto cómo ha perdurado el mecanicismo que Descartes

desprende de este dualismo: Leibniz veía el mundo como un reloj creado

por un relojero perfecto; un mecanicismo que, a lo largo de los siglos, ha

tenido implicaciones positivas, pero también otras negativas. El culto a la

máquina, propio de la Revolución Industrial, tiene como trasfondo este

mecanicismo.

El individualismo que se afirmó durante el Renacimiento tuvo su

continuidad en el yo pensante del sistema de Descartes. El yo pensante y

sus ideas, la subjetividad, son la base, del edificio cartesiano. Esta

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Descartes: Discurso del Método 2ª y 4ª Parte

afirmación de la subjetividad o yo perdura a lo largo del mundo moderno; en

el Romanticismo, el yo es el genio creador e intérprete de la realidad. Hoy,

el yo, el individuo, ha de intentar conquistar su identidad en un mundo

donde predomina lo que es impersonal: vestidos hechos en serie, motos

muy tipificadas, una publicidad que quiere hacer que me guste lo que gusta

a todos...

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