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DISCURSO DEL EXCMO.SR. DON MARIO VARGAS LLOSAREAL ACADEMIA ESPAÑOLA
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5/19/2018 Discurso Ingreso Mario Vargas Llosa
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R E A L A C A D E M I A E S P A O L A
Las discretas f icciones
d e A zo r n
D I S C U R S O L E F D O E L D A 1 5 D E E N E R O
D E 1 9 9 6 , E N S U R E C E P C I N P B L I C A , P O R E L
E X C M O. S R. D O N M A R I O V A R G A S L L O S A
Y C O N T E S T A C I N D E L
E X C M O . S R .
D O N C A M I L O J O S C E L A T R U L O C K
M A D R I D
1996
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Las discretas f icciones de Azorn
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4 c - J i - ^ l i
R E A L A C A D E M I A E S P A O L A
Las discretas f icciones
de Azor n
D I S C U R S O L E D O E L D A 1 5 D E E N E R O
D E 1 9 9 6 , E N S U R E C E P C I N P B L I C A , P O R E L
E X C M O. S R . D O N M A R I O V A R G A S L L O S A
Y C O N T E S T A C I N D E L
E X C M O . S R ,
D O N C A M I L O J O S C E L A T R U L O C K
M A D R I D
1996
'O ^ -
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Copyright Mario Vargas Llosa y Camilo Jo s Cela Tni lo ck , 199
D e p s i t o l e g a l : B . 2 8 5 - 1 9 9 6
I m p r e s o e n D u p l e x
C i u d a d d e A s u n c i n 2 6 - 0 8 0 3 0 B a r c e l o n a
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D I S C U R S O
DEL
E X C M O. SR , D O N M A R I O V A R G A S L L O S A
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Excelent s imo Seor Director ,
Seoras y Seores Acadmicos ;
Desde que, hace ya treinta y cinco aos, gracias a un grupo
de mdicos de Barcelona af ic ionados a los cuentos , tuve la
alegr a de ver publ icado mi pr imer l ibro , es toy agradecin-
dole a lgo a Espaa. Mi deuda se ha ido acrecentando desde
entonces has ta a lcanzar dimens iones tercermundis tas . Pre-
mios l i terarios y dist inciones acadmicas , una segunda na-
cionalidad, el inters de editores y cr t icos y el generoso
aliento de los lecto res . Alimentos para la miserab le vanidad?
Seguramente. Pero, tambin, un est mulo constante contra el
des fa l lec imiento que acompaa como su sombra a l t raba jo
creat ivo: aquel la secreta esperanza (que des traba nuestra
fantasa y fortalece nuestra voluntad en los perodos dif ci -
les ) de que lo que escr ib imos no sea en vano, de que l legue
al lector.
Ese largo pro ceso culmina es ta no ch e con m i ingreso a
esta ilustre corp ora cin , p or el qu e do y a todos y a cad a u no
de us tedes mi profund o agradecim iento . Y , muy en especia l ,
a los t res acadmicos , maestros y amigos , Don Camilo Jos
Cela, Don Pedro Lan Entralgo y Don Rafael Lapesa, que me
honraron proponiendo mi admis in.
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Con todo e l impudor de que soy capaz les conf ieso
que me s iento verdaderamente fel iz zambull ido en esta levi-
ta , protagonizando es ta e legante ceremonia realzada por la
presencia de Sus Majestades , los Reyes de Espaa, y rodeado
de tantas personas i lustres . No s s i mi instalacin en este
nuevo hogar afectar mi t raba jo de creacin har cuanto
es t a mi a lcance para que no lo academice , desde luego,
pero, en todo caso , me propongo corresponder a la benevo-
lencia de us tedes colaborando lo mejor que pueda con las
tareas de la Real Academia. Dada mi fenomenal incompe-
tencia en la disciplina lexicogrf ica me temo que mi aporte
resul te presc indible , pero l ser , cuando menos , perma-
nente y b ien intencionado,
Y, ahora, no s in cierta desazn e irreverencia, debo re-
fer i rme a un del icado problema de s i l las ionesquianas , que
acom p a m i a lum b ram iento d e acad m ico y q ue m e ha te -
nido intrigado. Ha.sta dond e entien do , fui elegid o ac ad m ico
sin silla, o, mejor dicho, con una silla sin pasado y grafa,
privada de esa r ica tradicin de posaderas que orna a todas
las otras de este augusto recinto. La falta de una letra en el
espaldar del as iento que me cobi jar de ahora en adelante
no me preocup en absoluto ; ms b ien, v i en e l lo una opor-
tunidad de poder elegir como mentor, entre la vasta colect i -
v idad de acadmicos que a lo largo de s ig los han ocupado
estos sitiales, al que quisiera. Y, sin pensarlo dos veces, eleg
a Don Jos Mart nez Ruiz , ms conocido como Azorn , por
razones que tratar de explicar en un momento.
Pero , cuando ya garabateaba e l borrador de es te d is -
curso, barajando en mi memoria la mirada de imgenes que
en el la f lotan relacionadas con mi asidua frecuentacin del
gran prosista al icantino, fui informado que la Academia,
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pese a mi condicin de acadmico todava virtual y nonato,
me haba mudado de s i l la . Y que, s in haber estrenado la que
me co rresp on da, ya ocu pa ba otra, identif icada p or la letra L,
que he heredado del d is t inguido hombre de c iencia y escr i -
tor , Donjun Rof Carbal lo .
Esta misteriosa mudanza me ha permitido asomarme a
la obra y la persona de este cient f ico y pensador, amante de
la filosofa y la literatura, polglota, ensayista y merecedor de
respeto y admiracin por sus cuatro costados. Yo no podra
decir con la solvencia debida lo mucho que le debe su pro-
fes in, la me dic ina y , en espe cia l , la patologa ps icosom ti -
ca, rama en la que se especial iz, pero en este dominio ya lo
ha dicho todo, aqu mismo, la palabra autorizada de Don
Pedro Lan Entralgo. En cambio, por el costado l i terario, s
me atrevo a re.saltar su buen gusto, su olfato de lector zahori
a l anal izar a los grandes autores de nuestro t iempo, como
Proust y Rilke, a quienes dedic un efusivo ensayo en la len-
gua de su t ierra natal , Galicia, que, s in duda, manejaba con
la misma des treza que e l espa ol . D o n ju n Rof Carbal lo fue
un m anten edo r de esa no ble t radic in de los m dico s hum a-
nistas , tan arraigada en Occidente y a la que debe tanto la
cultura de Europa y la de Espaa en particular.
Y , ahora s , luego de es te prembulo, voy adonde,
como di je , me propuse ir desde el principio: hacia Azorn.
Lo le por primera vez cuando estaba en el lt imo ao
del Colegio, en la clida tierra de Piura, y de la mano de su
prosa m enu da y moro sa viaj con l , en los albo res del s iglo,
por los grandes descampados de c ie lo inmvi l y las a ldeas
intemporales de Casti l la , s iguiendo el i t inerario que la ima-
ginacin de Cervantes fragu para el Caballero de la Triste
Figura.
La ruta de Don Quijote {1905 )
es uno de los ms he-
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chiceros l ibros que he le do. Aunque hubiera s ido e l nico
qu e escribi , l solo bastara para hace r de Azorn un o de los
ms elegan tes artesa nos d e nuestra lengua y el crea dor de un
gnero en el que se al ian la fantasa y la observacin, la cr-
nica d e viaje y la crtica literaria, el diario ntim o y el re po rtaje
periodst ico, para producir , condensada como la luz en una
piedra preciosa, una obra de consumada orfebrera art s t ica.
Cada vez que he reledo esas vietas y estampas de La
Mancha que Azorn escribi en 1905, mientras recorra los
paisajes , las aldeas y los hogares de la regin en busca de
huel las de Don Qui jote y Sancho Panza, he sent ido la emo-
cin que despiertan las ms hermosas f icciones . Nunca e.s tu-
vo ms cerca Azorn de esa obra mae stra qu e s iem pre rehu y
escr ib ir , como s i proponerse a lgo ambicioso hubiera s ido
inco m patib le co n su mo ral de escritor qu e el igi, por idiosin-
crasia, pereza o ascetismo intelectual , vivir confinado en el
arte menor. Pero, en La ruta de Don Quijote, su em p ec inad a
modestia l i teraria estuvo a punto de volar en pedazos pues
cad a una de las diecisis crnica s que co m po ne n el l ibro est
tan perfectam ente c on ceb ida, es tan cohere nte en s misma y
se complementa tan b ien con las dems que e l conjunto pa-
rece rebasar sus l mites y emanciparse, a la manera de esas
novelas insolentes que se le escapan de las manos a su autor.
Argamasil la , Ruidera, Montesinos, El Toboso, Puerto
Lpice no son ahora como f iguran en e l l ibro ; tampoco lo
eran hace noventa aos , cuando, a cos ta de mprobos t ra-
bajos , los vis i t Azorn, Para saberlo, no es preciso haber
es tado a l l y cote jar lo v iv ido con las impecables pginas
que s imulan relatarlo. Basta hacer un esfuerzo para sal ir del
s ueo en q ue es a p ros a nos m ant iene , hac ind onos c reer
que ese mundo era as , y someter s te a l escalpelo del an-
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l is is racional- La Mancha no era, no pudo ser as , aunque el
fuego del sol en el horizonte incendie las l lanuras cada tar-
de y la aspereza de los vi l lorrios sobrevivientes y de los al-
d eanos contem p orneos p arezcan los m is m os . Y no p ud o
ser lo porque en la v ida real todo se mueve, envejece y pe-
rece y en las recreaciones de Azorn todo es t quieto , es
idntico a s mismo, ha s ido birlado a las leyes de la caduci-
dad y la extincin- Y porque en la vida real existen el de-
seo, el amor, la pasin que enriquecen y trastornan las vi-
das de hombres y mujeres , y enredan y desenredan sus
relac iones de maneras caprichosas , en tanto que en esas
discretas f icciones de Azorn que son sus art culos y ensa-
yos todo aquel lo ha s ido abol ido, como int i l e inconve-
niente . Tambin la v iolencia , o , mejor d icho, las v iolencias
que resultan de la pol t ica, la economa, la rel igin, los ca-
racteres y psicologas enfrentadas de unos y otros . Nada de
eso ex is te en las impolutas p inturas manchegas que t raz:
cada cual es t en su pequeo nicho socia l , contento de es -
tarlo, sumido en una mnima rutina que lo ais la y eterniza.
Los seres de es te mundo no se quieren ni desean unos a
otros pero tampoco se odian ni se hacen dao: vegetan,
ocup ad os en q uehaceres m enud os la lab ranza , l a a r te -
sana , la cocina , e l bordado, la tarea domst ica a los que
se entregan con tanto fata l i smo y perseverancia que en
ellos , se dira, vuelcan todo lo que albergan de ternura y
espiritualidad.
Es te ensayo, y otro no menos evocador , Al margen de
los clsicos {1915),
qu e le casi al m ism o t iem po, en los um -
brales de la adolescencia, tuvieron, adems, el efecto de em-
pujarme por segunda vez hacia e l
Quijote,
l ibro qu e, en el
pr imer intento de lectura , por la oce nica a bun dan cia de pa-
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labras y g iros desconocidos me haba como dir a Bor-
g e s derrotado en los pr imeros cap tulos .
ste es un aspecto de la obra de Azorn que s iempre
deberemos agradecer ; su labor de escr i tor-puente entre e l
pblico profano y los grandes autores del pasado, sos que,
petr i f icados en e l panten de la g lor ia , parecen demasiado
remotos y egregios para satis facer lo que el lector comn es-
pera legt ima me nte de un escribidor: q ue lo divierta y lo ma-
ree, que lo excite y lo intrigue, que le haga pasar gato por
l iebre y, por unas horas , lo arranque de la mediocridad del
mundo real y lo traslade a las exaltantes comarcas de la i lu-
s in. Nadie trabaj tanto ni mejor que el maestro Azorn, en
sus crnicas cotidianas, para acercar a los cls icos al hombre
y la mujer del comn (como los l lamaba su admirado Mi-
chel de Montaigne) , mostrando a s tos la v ida bul lente de
aquellas estatvias, la actualidad de su palabra, la aventura
que espera a quien abra sus pginas .
Azorn consagr buena parte de sus noventa y cuatro
a os a en riqu ece r la vida l imitada de las gentes c om un es co n
la vida fulgurante de las grandes c rea cio ne s l i terarias del pa-
sado. Su Carea proselitista en favor de la mejor literatura me-
dieval y del S iglo de Oro era serpentina, la de un contraban-
dis ta . En sus crnicas , comentar ios y evocaciones de los
clsicos , n o h aca cr tica l iteraria, en el sentido aca d m ico, ni
tam po co aquel las reseas qu e tienen c om o des t inatario a un
p b l i co enterad o o b ien d i s p ues to y q ue a m enu d o em p lean
frmulas y referencias esotricas para el profano. l reinven-
taba a los cls icos para el lector desconfiado, el que hojea de
prisa los per idicos , rememorndolos en su entorno cot i -
d iano y domst ico , espiando a esos grandes poetas o en jun-
diosos tratadistas o seores de la prosa novelera en su ms
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desarmada int imidad hogarea, campestre o monacal , y re-
f ir iendo sus querel las , miserias o fastos de una manera que
los volv a s iempre seductores casos de humanidad. Slo
cuando la atencin de aquel lector haba quedado atrapada
en las redes de la pintoresca ancdota o divert ida circuns-
tancia , le mostraba cmo sus poemas , novelas , ensayos ha-
b an ensanchado la v ida de su t iempo y enr iquecido a su
persona, completndola con formidables exper iencias . En
las crnicas de Azorn, a esos humildes mortales , los cls i-
cos , e l quehacer l i terar io va t ransformando en hroes . Por-
que escribir , crear, inventar mundos mediante la fantasa y
las palabras era, en sus devotas mitologas literarias, la forma
sup rem a de vivir , una tarea qu e enalte ca el cue rpo y el esp-
ri tu. El supo relatar con soberbia amenidad las maravil las
que encierran un poema de Gngora , de Quevedo o de Fray
Luis o una novela de Cervantes y las recompensas inte lec-
tuales que recibe quien se atreve a enfrentarse a los laberin-
tos retricos de El Criticn o a las pica rdas de El diablo co-
juelo.
Y lo hizo con entu s iasmo tan con tagio so y tanta
bel leza que muchos de sus lectores debieron sent i rse , como
yo m is m o, l eyend o s us g los as y recreac ion es recop i lad as
en esos l ibros del ic iosos que son Al margen de los clsicos,
El licenciado Vidriera, Los dos luises y otros ensayos, De
Granada a Castelar, Lope en silueta, Los clsicos redivivos,
Los clsicos futuros, El oasis de los clsicos y t a n t o s o t r o s
impel idos a buscar en esos or ig inales los tesoros que l ha-
b a encontrado. Como Alfonso Reyes , Azorn fue , en e l m-
bito de nue stra lengua, un o de los rars imos gran des escrito-
res cap az de m ostrar al gran p blico, a travs del perid ico y
la revista, la lozana de la tradicin literaria y la vitalidad de
nuestra cultura, en art culos que divert an y encandilaba^i^ '^
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por su color y su gracia sin caer en la trivializacin, En nues-
tros das hay, desde luego, cr t icos , investigadores y profe-
sores de pr imer orden. Pero , nues tros c ls icos no han vuel -
to a tener valedores como Azorn ante ese gran pbl ico no
universitario, que, p or eso m ismo , les vue lve la espald a c ada
da ms.
En lo que concierne a la cultura, Azorn fue s iempre
un conservador , aun en su per odo de juveni les y mansas
simpatas anarquistas ; la tradicin cultural deba ser preser-
vada y divulgada como la ms preciosa fuente de ensean-
zas para el presente y como el cimiento sobre el cual edif icar
el arte y la l iteratura de hoy . No haba en el lo una co nv icci n
ideolgica ; ms b ien un gusto personal , una incl inacin es -
tt ica . Tambin fue un conservador en trminos pol t icos ,
porque defendi a partidos o l deres de esta tendencia, y, en
la etapa final de su vida, incluso, l leg a solidarizarse con el
rgimen f ranquis ta , debi l idad lamentable , s in duda que
pagar a caro , pues su obra , desde entonces , qued muy in-
jus tamente exorcizada en su conjunto por buena parte de la
inte lectual idad como de derechas . La verdad es que l no
fue nunca un pensador ni un doctr inar io y que sus ensayos
pol t icos en verdad no lo son en un sent ido cabal pues hay
en e l los muchas ms sensaciones e imgenes que convicc io-
nes ideolgicas , y s tas , a menudo, bas tante superf ic ia les .
Ortega tuvo mucha razn cuando di jo de l que no era un f i -
lsofo de la historia, sino un sensitivo de la historia, '
Pero , en un sent ido mucho ms profundo, f i losf ico o
1 , En Azorn : pr im ores de lo vulgar , Jo s O rtega y Gasset , Obras
Completas, Voi , 2 , Madrid, Al ianza Edi toria l/Revista de O cc id en te , 1983 ,
p. 162.
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metafis ico, es justo t iablar de Azorn como de un escritor
conservador. Pues todo en su l i teratura su temtica y, so-
bre todo, su es ti lo y ar te san a parec e for jado con la inten-
cin de conservar la vida y el mundo tal como son, de sus-
pender el t iempo y evitar la muerte. Esta es la s ignif icacin
honda del presente o pretrito perfecto del indicativo en que
sola escribir sus textos , de la brevedad de sus frases y del
es tado de inanic in en que suelen caer sus personajes : una
manera de inmovil izar el mundo, de congelar la vida, de
arrancar a los ho m bre s y a las cosas de la usura fat dica. Y no
me ref iero slo a esa quietud esencia l en que t ranscurren
si cabe hablar en e l los de t ranscurr ir sus cuentos y no-
velas , pues lo mismo sucede en sus art culos . La suya es una
li teratura en cmara lenta, de narrativa despaciosa y a punto
d e conge larse . T od o e l e l em ento aad id o es e agregad o d e
la invencin y la sensibi l idad a la experiencia del mundo en
que se c i f ra la or ig inal idad de un escr i tor reposa en su
caso en e l t iempo. E l t iempo azor iniano es una sus tancia
quieta y vis ible, en la que lo s seres y las co sas pa rec en ataja-
dos. Su prosa es intemporal : en el la nada pasa, todo se que-
da, y, a lo ms, gira en el s i t io, alcanzando-de este modo,
como esos derviches ms t icos que, g irando, g irando, invo-
can a Dios , un estado anti , sobre-natural . Estabil izados onto-
lgicamente , arrancados a la cont ingencia , los seres anima-
dos de su mundo se convierten en paisaje, y , al igual que la
pura materia, dan la impresin de haberse l iberado de la co-
rrupcin y e l decaimiento congni tos a lo que v ive . Esca-
pando al t iempo, t ransubstancindose con e l orden natural ,
los hom bres y cosas de es te mu ndo no fueron ni sern: son,
s in pasado y s in maana, como las imgenes de las fotogra-
f as . Presencias quietas , de pulida y elegante superf icie y de
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insonda bles profundidades , qu e slo a lcanzam os a entrever ,
o, ms bien, a adivinar, pues ese descriptor pert inaz de lo
exter ior no se asoma nunca a e l las , como s i todo lo que no
formara parte del mundo f s ico lo ahuyentara. Pero, en esas
s i luetas petri f icadas hay sin em ba rgo una del icadeza rec n-
dita que transparece y ablanda su rigidez, un hli to suave
que las envuelve, una espiri tualidad soterrada que pugna
por asomar y mostrarnos que estn vivas . Mundo s in t iempo
y tambin s in sex o po rq ue e l de Azorn es uno de los ms
cas tos qu e hay a cread o la l iteratura en nuestra le ng ua sin
grandes ideas ni arrebatos emocionales , pero sensible y suti l
como pocos otros , su coherencia y magia son tan grandes
que consigue, incluso, en un alarde de su maquiavlica t imi-
dez, persuadirnos de que l no es s ino mero ref le jo , una
proyeccin del mundo real . No es as . El mundo en que vivi-
mos carece de esa perfecc in s in cesuras , de la armona y
discrecin que caracterizan al suyo y est hacindose y des-
hacindose s in cesar , en tanto que e l que l invent , como
en el verso de Quevedo, permanece y dura . E l supuesto
realism o de Azorn es una de las f iccion es un a de las irrea-
l idades ms logradas de nuestra l i teratura.
Tampoco los per idicos en lengua espaola han vuel -
to a hospedar a un creador que ennobleciera tanto la ef me-
ra colaboracin periodst ica. Azorn cult iv el teatro, el
cuento , e l ensayo, la novela y de j ms de c ien l ibros , pero
cuatro quintas partes de esa dilatada produccin fueron art -
culos de per idicos , escr i tos cot id ianos para cumplir una
obl igacin, con un t iempo y un espacio pref i jados . S i no lo
supiramos , jams lo creer amos , Cmo imaginar que esa
prosa tan elegante y tan cuidada, de precis in manitica y
respirar s imtrico, que de leve y discreta parece escrita en
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puntas de pie, cua j en el fragor del periodism o, la profe sin
qu e pa rec e inventada p ara devastar el est i lo y sofo carlo e n el
frrago, el estereotipo y el cl is? Es uno de los milagros de
Azorn: habe r cread o un o de los m s s ingulares est ilos l itera-
rios escribiendo al servicio de la actualidad. Su caso prueba
qu e el cua rto de cor ch o n o es indispe nsab le al artista; Azorn
lo fue a m s no p o d er b orro nea nd o s us cuar ti ll as en e l
trajn incesante de la calle.
Su caso prueba, tambin, que al genio l i terario le son
indiferentes los tem as y los gn eros y , aunq ue p arezca me n-
tira, incluso las ideas . Las de Azorn son muchas veces con-
vencionales o prestadas y, s in embargo, el lo no priva a su
obra de misterio ni originalidad. Porque, en l , la invencin
se volcaba enteramente en lo que pareca la descr ipcin
de la realidad fsica y social de su tiempo y era, en verdad,
una fabulacin, una profunda mudanza de la vida y el mun-
do reales en otros , f i c t ic ios . Soberbio e jemplo de e l lo son
las crn icas q ue escrib i sob re las sesio ne s de las Cortes , en-
tre 1904 y 1 9 1 6 reunidas en su libro Parlamentarismo espa-
ol
(1904-1916) .^ No hay en ese volum en una pgina que no
sea un prodigio de ingenio e i rona . Desplazando la pers -
pectiva de los grandes asuntos debatidos en las Cortes a los
menudos detal les insignif icantes , Azorn convierte las sesio-
nes en un espectculo teatral inusitado, l leno de sorpresas y
de gracia, de estupidez y de ternura, en una farsa gentil a la
que el lector as iste con indulgencia y buen humor. Cada cr-
nica es un dechado de sabidura narrativa, con repeticiones
y precis iones efect is tas que de jan imgenes muy viv idas en
2 . Azorn . Parlamentarismo e p j w / ( 1 9 0 4 - 1 9 1 6 ) , M a d ri d, C a sa
Editorial Calle ja , 1916.
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la memoria. El fondo es feroz una sangrienta cr t ica del
rgimen pa r lamen tar io, p ero apen as se advier te, tamizado
como es t por la socarroner a juguetona de una prosa que
ha irrealizado la realidad, que ha sustituido el mundo real de
la historia por el ficticio de la literatura.
En uno de sus ensayos, Los escpticos,^ Azorn es-
cribi que en toda vida los rasgos capitales , sal ientes , son
los que dan la nota, el tono. . . pero lo dems, lo cotidiano
desdeable, la menuda e insignif icante materia de todos los
das pu ed e l legar a ser , resp ect o a ciertas person alidades, no
lo desdeable y subalterno, s ino lo esencial y caracters t ico.
Si en la vida real se dan estos malabares existenciales como
excepciones , en la real idad azor iniana e l los son rasgo uni -
versal , ley s in excepciones . Su hazaa de escr i tor cons is t i ,
gracias a la pureza de su prosa y a la m icrosc pica agud eza
de su v is in, en ha ber en galad o con las prenda s de lo he roi -
co , lo sorprendente y lo dramt ico a esa dimens in medio-
cre y montona de las gentes , lo cot id iano desdeable de
sus vida s.
Ahora que po dem os leer la obra de Azorn sin tener a
mano lo que f inga ser su modelo, esas aldeas fuera del
t iempo y de la historia de la estepa castel lana o la vega al i -
cantina o e l Pars de los ao s de la Primera G uerra Mundial o
los nimios o aguerridos debates pol t icos de f ines del s iglo
pasado y principios del nuestro, advertimos que esas imge-
nes t ienen ms di ferencias que semejanzas con la real idad
objet iva, y que, s in embargo, estn dotadas de una poderosa
vida que se nos impone por e l poder de persuas in de la
3 . Inc lu id o en Sin perder los estribos, Mad rid, Editorial Tau rus,
1958, p . 169.
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palabra y el orden narrativo, por la fantasa y la tcnica que
les dan el ser.
Azorn fue un creador ms audaz y comple jo cuando
escr ib a ar t culos o pequeos ensayos que cuando haca no-
velas . Las que escr ib i fueron exper imentos , audaces pero
fal l idos , incluso La voluntad (19 02 ) , am biciosa introspec-
cin l r ica y cajn de sastre del joven escritor a cuyos mate-
riales dispares aglutina la segurida d y con de ns aci n del est i-
lo . Aunque ex igen del lector una c ier ta cur ios idad perversa
por los misterios del tedio y de la abulia, las novelas de Azo-
rn merecen un lugar en la historia de las vanguardias euro-
peas , pues fueron ant ic ipaciones de toda una corr iente na-
rrat iva que fue un monumento a l bos tezo, aquel nouveau
romn que, c incuenta aos despus , surgir a en Francia ,
em p ead o en d es cr ib i r com o lo hab a hecho A zor n en
Doa Ins, Don Juan o Salvadora de Olbena un m u nd o
objetal , s in movimiento, s in psicologa y casi s in ancdota.
Fue un em p eo os ad o , s in d ud a , aunq ue a m enud o d ecep -
cionante, por la inmovil idad e inercia que aqueja a esos e jer-
cicios de est i lo en los que se disuelven los borrosos perf i les
de los protagonistas y sus mnimas peripecias , dejando en la
memoria del lector apenas murmullos de palabras .
Algunos t tulos de sus novelas se prestan a malenten-
didos. Ocurre con una de las mejores que escribi, pero casi
nadie pu do saber lo porqu e Azorn se encarg de d esor ientar
de entrada a su pb lico po tencial , t itulndola Pueblo (1930) .
Y, como si no fuera bastante, la subtitul Novela de los que
traba jan y sufren, con lo que probablemente la inmuniz
contra toda clase de lectores , presentes o futuros . S in embar-
go, no se trata en modo alguno de lo que sugieren los treme-
bundos rtulos de su portada: un l ibro empedrado de bue-
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as intenciones t icas y pol t icas sobre la condicin obrera y
de denuncia de las iniquidades sociales . Ms bien, de lo
contrario, de eso que def ine la et iqueta: l i teratura de eva-
s in. La verdad es que en sus pginas no al ienta la menor
em oci n socia l , s lo la em oci n es tt ica y que e l las despl ie-
gan un aba nico d e cuadros preciosis tas , de ob jetos hum ildes
costureros , s i l las , tazas , bales , cayados, l laves , lmparas ,
t e j id os , es cap ara tes ex q uis i tam ente rea lzad os cas i hu-
m anizad os p or l a d es cr ip c in . M uchos d e es tos cuad ros
son s imples enumeraciones , sartas de frses en las que ha
s ido suprimido e l verbo, lo que les da e l semblante de poe-
mas en prosa. El ao anterior haba intentado ya narrar de
esta insli ta mane ra s incopad a, en Superrealismo(1929 ), a la
que l lam prenovela , pero , pasados los pr imeros cap tu-
los , desist i, co m o atem orizad o de su osada, y el l ibro, aun-
que se sa lven en l a lgunas hermosas naturalezas muertas ,
naufrag en un maremgnum de es tampas s in i lac in. Poco
antes , en vma novela que se l lamara primero Flix Vargas y
l u e g o
El caballero inactual
(19 28 ) , que cal i fic de eto pe -
ya, intent otro exper imento radical : un mundo de sensa-
c iones y percepciones puras , s in hechos , en e l que las per-
sonas son fuegos fatuos que se escurren y la ancdota , leve
como una pluma, mero pretexto para poner en movimiento
los sentidos y la emocin. Novelas ms para ser estudiadas
que go zadas , se adelantaron var as dcadas a aquel las de es -
cr i tores f ranceses como Alain Robbe-Gri l le t , Claude S imon,
Nathalie Sarraute y Robert Pinget entre otros, que, a f ines de
los ao s c incu enta y com ien zos d e los sesenta , protagoniza-
ron en Francia ese pequeo a lboroto l i terar io que la cr t ica
presen t co m o la creac in de una nueva narrativa . E l mu ndo
de las no ve las d e Azorn, a las qu e s ca be (s in el me no r ni-
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mo de ofensa) l lamar formalistas , t iene un extraordinario
parecido con el de aqullos , en su fragmentacin cubista de
la percepcin de lo real , en la metamorfosis de lo humano
en ob jeto , t ropismo, sensacin o verbo, y has ta en e l e fecto
adormecedor de una prosa somet ida a depuracin tan im-
placable que en e l la slo pare ce tene r cabida lo v isual. Aun-
qu e no cua jaran del todo , es tos intento s de Azorn de ren o-
var la escritura narrativa no dejan de ser innovadores , un
hito l i terario. Pues hay en el los , insinuada, la premonicin
de algo dist into, de una vis in y una tcnica que hubieran
podido, tal vez, revolucionar la forma novels t ica, como lo
hic ieron un Proust , un Jo yc e , una Virginia W oo lf o un Faul-
kner.
Pero , Azorn careca de la ambicin que impulsa esas
revoluciones l i terarias . Era demasiado parco, sensato y con-
tenido para provocar catacl ismos , aunque fuera en e l apaci -
ble dominio de la f iccin. l saba describir , no contar
aunq ue es cr ib iera a lgunos cuentos ex ce lentes , com o L a
pasin del pajeci l lo, de 1925, joya minscula en la que, tal
vez s in darse cuenta, roz el terreno prohibido para l del
ero t ism o pu es entenda y sent a me jor a las cos as qu e a las
personas , Por es o f racasaba co m o novel is ta . En sus no velas ,
los detal les la d escrip cin de un rbol , de una colin a o una
ca sa resultan s iemp re seductores y em ocion ante s ; las per-
sonas , en cambio, no pasan de s i luetas , sombras , entele-
quias . Las historias que inventaba no eran nunca lo bastante
poderosas para animarlas , pues su ponderacin, su tacto y
su preferencia por lo sedentario y lo pasivo, por lo conveni-
do y conveniente, cerraban el pa.so a los demonios del ins-
t into, la fantasa o la locura, imprescindibles en esos deici-
d ios s imb l icos q ue son las grandes novelas .
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En cambio, a diferencia de lo que ocurre en las f iccio-
ne s de Azorn, en los textos q ue d icen ser notas de viajes , de
lecturas , reporta jes o memorias , como los reunidos en Los
pueblos, Un pueblecito. Riofro de vila, o Una hora de Es-
paael bel l s im o discurso co n el qu e se inc orp or a esta
A cad em ia y tantos o t ros l ib ros m em orab les , h ay una re-
creacin de la vida tan intensa como la que operan las nove-
las ms logradas. Pero, disimulada bajo el disfraz de la f ideli-
dad a un mundo pre-existente, del que el autor sera apenas
respetuoso cronis ta .
No era tal cosa; sus crnicas rehacan la geograf a, la
sociedad, la historia, los cls icos , de acuerdo a una vis in, a
una s man as , a un os ap etitos y unas fobia s que eran las suyas
propias y que su del icado ta lento de embaucador contagia-
ba a la real idad de sus textos , convirt indolos en sus atri -
butos .
Prim ores d e lo vulgar t itul Ortega y Ga sset el en sa-
yo que le dedic . En e l contras te de ambos conceptos es t
perfectamente resumido e l ar te azor iniano, hecho de menu-
dencias , minucias , inanidades e insignif icancias , que, gracias
a la pulcritud del estilo, la sutileza de la observacin y la au-
dacia de la es ta ic tura se vuelven ob jetos merecedores de re-
veren cia y car io.
Un artista se s irve de tod o para crear, co m en za nd o por
sus limitaciones. Si uno juzga las actitudes y proclividades de
Azorn separadas de la obra n que se hicieron l i teratura, el
cuadro no es nada sugestivo: apata, desi lusin, lenti tud, he-
chizo por lo nimio. Todo eso sugiere e l aburr imiento y la
impaciencia. Y, s in embargo, en las crnicas de i\zorn esos
ingredientes crean un mundo impredecib le , de intensa espi -
ritualidad, qu e sorp ren de y en can ta. En l es esencia l la bre-
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vedad. Cuando se a larga , generalmente se es fuma. En cam-
bio , los mi l lares de pequeos textos que escr ib i , sobre co-
dos los temas imaginables pol t ica , v ia jes , actual idades ,
socia les , deportes , teatro , c ine , c iencia , h is tor ia , fo lc lore
forman parte de la bue na l i teratura po r la inqu ebra ntab le ca-
l idad de su est i lo y la astucia de su enfoque y construccin
que convierten a muchos de e l los en modelos de esas cei -
das y sl idas arquitecturas imaginarias que son los cuentos
logrados,
He intentad o n o decir s ino co sas senci l las y directas,
escr ib i en e l prlogo a sus Pgina s escogidas, en 191 7.
Esto, s i es cierto, dem uestra una vez m s el abism o que pu e-
de abrirse entre las intenciones y los resultados de un crea-
dor. El mundo de Azorn es sencil lo y directo slo en la
fachad a. Tras la diafanidad d el leng ua je y lo ase qu ible d e los
temas hay, con f recuencia , un denso contexto , la comple ja
urdimbre de ocul tam ientos y revelaciones , s imulacros y pis -
tas falsas , cambios de tono y de ri tmo y juegos de t iempo de
las f icciones ms arriesgadas. Y, gracias a estas sabias trapa-
ceras , el mundo vulgar de Azorn se levanta de su vulga-
ridad y adquiere bri l lo estt ico, solvencia intelectual , inde-
terminacin, ambigedad y sugerencia .
Quis iera dar un solo e jemplo de la maestr a con que
Azorn trastroca una opinin o informe periodst ico en fabu-
lacin art s t ica: Ei buen juez, texto incluido en Los pue-
blos,
una miscelnea de 1904. A s imple vista, es la resea de
un libro, Novsimas sentencias del Presidente Magn aud, q ue
Azorn escr ibe urgido por e l edi tor . Extrao comentar io :
jams se dice quin era el Presidente Magnaud ni hay una
palabra sobre el contenido de su l ibro. El art iculis ta evita lo
central y se extrava en lo accesorio. El volumen de marras
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viaj de Barcelona hasta Ciudad Real , al l estuvo ahuesn-
dose en una l ibrera hasta que fue adquirido por un tran-
sente que lo obsequia a un ta l Don Alonso. s te , juez del
lugar, lo deposita junto al expediente de un pleito sobre el
que debe pronunciar sentencia . Es un caso senci l lo y Don
Alonso ya sabe en qu sentido fal lar. Antes de dormir, ho-
jea el l ibro-que le han regalad o. Pero n o pu ede soltarlo hasta
que asoma el da. Se levanta y esa maana dicta sentencia,
en sent ido opuesto a l que pensaba la v spera , lo que causa
escndalo en la c iudad manchega. Pero Don Alonso regresa
a su casa fez porque, gracias a una buena lectura, ha hecho
justicia, apartndose de la ley pero con arreglo a su con-
c iencia .
Esta corta historia, l lena de elusiones, nos instaiye ms
lum inos am ente s ob re l as Nov simas sentencias del Presi-
dente Magnaud qu e un tratado erud ito. Pero , sob re todo ,
nos mant iene suspensos , fasc inados con sus hiatos , c i rcun-
loqu ios y desv os . Hemingv/ay mostr q ue, a veces , la m ejor
manera de realzar un hecho en una f icc in es ocul tado, que
era posible y ef icaz narrar por omisin. Buena parte de la
tcnica periodst ico-narrativa de Azorn se basa en una es-
trategia parecida, de datos s ignif icativamente escondidos al
lector, vacos que ste debe l lenar con adivinanzas, intuicio-
nes o invenciones . En la vida nada hay que no revista una
trascendencia incalculable , escr ib i en otra ocas in. Es to
no es cierto. Pero, como escritor , l fue capaz de demostrar
que , si no en la vida, en el arte lo aburrido pu ede ser am en o,
lo feo be l lo y lo intrascenden te t rascende nte .
En verdad, era un miniaturista, como esos que pintan
paisa jes en la cabeza de un a l f i ler o construyen barcos con
palitos de fsforos en el interior de una botel la . Tena predi-
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lecc in por lo desdeado y secundario , por lo que rara vez
atrae la aten cin o se olvida de inm ediato, po r los sere s ano -
dinos y las cosas insignif icantes . En sus descripciones , que
eran inv enc iones , los p eq ueos ob je tos a l canzan a v eces
una extraordinaria dignidad, como la alcuza y la escudil la
que, en los recuerdos de su l ibro sobre
Valencia
( 1941) ,
crecen y se animan como personajes v ivos y nobi l s imos , o
como la mrfega, jergn l leno de las hojas del maz, que
en esas mismas pginas se e leva a la condic in de ob jeto
em blem t ico , l leno de m sica, color y poes a .
Era un arquitecto literario tan sutil que poda trazar el
perf il de una ciudad a travs del perfu m e de las esp ecia s im-
pregnado en sus mercados e instalar a sus lectores en el co-
razn de un puebleci l lo manchego, hacindoles sent i r su
soledad, su rutina, la sordidez y la secreta grandeza de sus
gentes , apenas con unas cuantas f rases que, en apar iencia ,
slo pretendan describir una fuente, un portaln o una vie-
jecita enlutada e intemporal .
La real idad azoriniana difumina las fronteras entre los
ob je tos y los hom b res : s tos s on m uchas v eces nad a m s
que volumen, color , forma, y , aqul los , ent idades a las que
convienen cal i f icat ivos como modestos , t midos , entraa-
bles, clidos. La limpieza y el orden, la sobriedad y la discre-
cin r ein an , 'com o si slo a travs de el los pudiera organizar-
se la vida. Hay po brez a, p ero n o fealdad; nada se halla fuera
del lugar que le corresp ond e, c om o s i aqu se hubiera mate-
rializado aqu ello q ue deca ' el bru jo de Las enseanzas de
Don Juan, de Carlos Castaeda: qu e s i las perso nas en co n-
traran ese s i t io mgico que en cada lugar les aguarda, des-
aparecera la infel icidad. En el mundo de Azorn seres vivos
y ob jetos inanimados parecen haber encontrado su s i t io ,
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pero es dif ci l decir s i el lo los ha hecho fel ices . Porque en
es te mundo mnimo, re inventado a la imagen y semejanza
de ese fantaseador contemplativo, la nocin misma de fel ici -
dad parece descabel lada.
Se trata de un mundo embebido de l i teratura, modela-
do y obses ionado con las creaturas de la f icc in. Pero , en
cierto modo, hasta hablar de f iccin podra resultar im-
prudente ; porque, para los cabal leros que f recuentan e l Ca-
s ino de Argamasil la , por e jemplo, as como para el personaje
que se hace pasar por el cronista Azorn, parece tan dif ci l
d i ferenciar lo v iv ido de lo novelado como lo era para Don
Q uijote : igual qu e a ste, la real idad slo t ien e sentido y vida
para el los transmu tada e n una f icci n. Y, po r eso, tal vez, en
el mundo tapizado de objetos de Azorn, el ms precioso, el
ms convocado y respetado, , el ms amado, es el l ibro, y, de
preferencia , aqu el que, hab iend o cruzad o los ao s y las ma-
nos de tantos lectores , ha alcanzado una suerte de inmortal i -
dad: el l ibro de ocasin.
De sde que lo descubr , en 1952 , s iempre h e es tado le-
yen do o re ley end o a Azorn , con u na admiracin y un car io
q ue s e renuev an com o ' las es tac iones . S us l ib ros m e han
acompaado en t renes , hoteles , av iones , mnibus , has ta
convertirse en amuletos s in los cuales no me atrevera a em-
prender un v ia je . Creo entender las razones por las que
vuelvo s iempre sobre un puado de autores , pero mi devo-
c in por Azorn me descoloca , pues , en muchos sent idos
en su manera de ser y de ver e l mundo, en lo que le gus-
tab a y d is gus tab a , en s us m od elos y en s us co n j ur os creo
estar bastante le jos de l y, acaso, en sus antpodas. Tal vez
la explicacin est en la fat dica ley de atraccin de los con-
trarios . Pero, lo cierto es que sus l ibros me est imulan y me
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emocionan s iempre, y que, de tanto asomarme a t ravs de
ellos a lo que hizo y lo qu e fue, he l legad o a sentir a pesa r
de que slo lo vi una vez, en 1958, aqu en Madrid, cuando
era ya un v ie j ec il lo m ud o, t rans lc id o y a re o q ue f orm o
parte de su crculo privado, y a considerarlo un grande ami-
go, uno de sos cuya aprobacin quis iramos desesperada-
mente a lcanzar para todo lo que escr ib imos . No s dnde
estar ahora, pero s i est en alguria parte, me gustara que
supiera que ap rov ech es ta solem ne oca s in d e mi ingreso a
la Real Academia para, nada ms entrar en esta casa que fue
tambin suya, rendir le un homenaje .
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C O N T E S T A C I N
DEL
E X C M O . S R .
D O N C A M I L O J O S C E L A T R U L O C K
TI
V
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Seores acadrhicos;
Entra hoy en nuestra casa un escr itor , suceso que, quiz por
no agobiadoramente s l i to , deber amos sealar con p iedra
blanca y disparando cohetes de a legr a . De pasada y como
en un aparte teatral os recuerdo, seor novicio , que fuisteis
presentado por los tres ms antiguos individuos de nmero
de la Academia y la antigedad, segn pienso y se dice en la
milicia, es un grado.
Os deseo, Excmo. Sr . Don Mario Vargas Llosa, que
entris co n bu en pie e n esta atalaya desd e la que se vela p or
la correcta salud y opima cosecha humana y l i terar ia de la
gloriosa lengua espaola , tan zarandeada por t ir ios y troya-
nos ante la irrespon sable indiferencia de los adm inistradores
del procomn. Tambin p ido a los c lementes dioses que os
concedan muy larga vida para que podis sentaros t iempo y
tiempo en la s i l la que os ha correspondido tras las iones-
quianas p iruetas el adje t ivo es vuestro , don Mar io que
a c o mp a a r o n a l a lu mbr a mie n to a c a d mic o q u e h o y c u lmi -
na y se perfecciona.
Seores acadmicos .
Mario Vargas Llosa, espaol del Per, acaba de ha-
blarnos de Azor n con muy medidas y sagaces pa labras . A.
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nadie , que en es tos momentos recuerde, haba o do comen-
tar la f igura y la obra del maestro de Monvar con tanto fun-
damento y br i l lantez como a nuestro rec ipiendario , s i hago
omis in del maestro Ortega, en su difano ensayo Primores
de lo vulgar, ci tado por nu estro recipiendario, y de la honda
e inte l igente g losa que le ded ic e l a l to po eta y ex im io pro-
fesor Pedro Sal inas en sus clases de l i teratura espaola con-
tempornea en la Facultad de Fi losof a y Letras de la enton-
ces Univers idad Central , en e l t iempo inmediatamente
anterior a la guerra civil . Y en esta casa quedan, por fortuna,
dos tes tigos de aque l curso m em orable .
Vargas Llosa acaba de decirnos que ley por vez pri-
mera a Azorn en su lt imo ao de colegio, al l en la caluro-
sa y remota tierra de Piura, tan distinta de la cervantina ruta
de Don Quijote, cuya crnica l i teraria fue publicada hace ya
noventa aos pero s igue an f resca y lozana, quiz fuera
mejor decir inmarces ib le , pese a todo e l acc identado y de-
vorador t iempo transcurr ido. Nos dice quien acaba de de-
leitarnos con su discurso que el autor tratado con tanto
mimo y respeto, con tanta intel igencia, s impata y, por qu
n o decir lo? , tamb in c on tanta y tan bel la y no ble com plic i -
dad, se erige, slo con este l ibro, en uno de los ms elegan-
tes ar tesanos del espaol y en e l creador de un proteico g-
nero l i terario que de todo t iene de fantasa y de
observacin, de crnica viajera y ensayo, cr t ico, de diario
int imo, de reporta je y de emocionada f icc in, pero yerra ,
a lo que pienso, al af irmar que Azorn, en su frrea estt ica
literaria, se propuso no salir jams fuera de las lindes y de la
estr ech a celda del arte m en or . A qu l lama usted, don Ma-
r io , ar te menor? Pero no juguemos con las palabras porque,
t ras cada palabra esgr imida, s iempre puede agazaparse la
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idea de una l iebre huyendo. Y usted tambin acaba de de-
cirnos que cada uno de los diecisis capituli l los de
La ruta
de Don Quijote
ens aya a reba sar sus fronteras y a volar po r
su cuen ta y a su altura, co m o esas nov elas insolente s de las
que nos habla con muy sagaz sealamiento .
Duda, nuestro recipiendario, de que La Mancha fuera
ta l como Azor n nos la p inta y en esa aprec iac in tampoco
acierta del todo, a mi juic io , ya que las recreaciones del
maestro no es tn ms quie tas que e l mundo que re f le jan
sino que son genial trasunto de su misma esencia , calidad y
estupor. Y esta idea ma no es de ahora sino que ha cumpli-
do ya casi nueve lustros; hace cuarenta y U'es aos, exacta-
mente los das 2 y 27 de febrero de 1952, en la Universidad
de Salamanca, y en el II Curso Superior de Filologa Hisp-
nica que rega nuestro director don Fernando Lzaro Carre-
ter , pronunci ima conferencia , dividida en dos partes , ba jo
el ttulo
Cuatro figuras del 98: Valle-Incln, Unam uno, Ba-
roja y Azorn,
en las qu e al hab lar de estos dos lt im os,
contrap ona sus f iguras y ensaya ba a dibujar sus s i luetas con
todo e l amor y e l respeto q ue les profesab a y s igo profesan-
do y con todo e l rigor del qu e pu de se r capa z. Azorn, trataba
entonces de sealar y repi to ahora , sufre viendo cmo se
quema e l t iempo, cmo se agotan los p lazos de los l t imos
poderes terrenales , y el paso del t iempo, e l cruel y desconsi-
derado caminar del relo j y del calendario es su permanente,
ms f ie l y mejor dibu jado pe rsona je . Tam bin contrapon a e l
esp r i tu que animaba a los hroes de Baro ja Silvestre Pa-
radox, el arbitrista; Jaun de Alzate, el caballero; Zalacan, el
arro jado ; Aviraneta , e l co ns pir ad or qu e mo r an incend ia-
dos en la accin, con los antihroes de Azorn ^Antonio
Azorn, e l resignado; don Bernardo Galavs , cura de Riofr o
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d e v i la , e l r es ignad o ; d on jun , e l res ignad o q ue agoni -
zaban helndose en la inaccin, en la contemplacin. Baro-
ja y term ino con lo q ue entonces d i j e v ie ne d e N ie tzs che
y de Sorel , y Azorn, por el otro camino, l lega desde los
piadosos l imbos de Orgenes y de Mol inos . Baro ja de lo
d icho s e d es p rend e guard a un p etard o anarq uis ta en la
cab eza . A zor n tras d e lo q ue s e hab la cab e s up oner lo
esconde una maquinista quietis ta y casi virtuosa entre los
pl iegues y los surcos del c ereb ro .
Vargas Llosa , a l hablarnos de que los personajes de
Azorn ni se desean ni se odian s ino que vegetan y se entre-
gan a sus menudas labores con tanto fata l i smo como perse-
verancia y tanta ternura como espiri tualidad, acierta en la
diana misma de los propsitos literarios de Azorn, quien sin
pro po nrse lo s iquiera , refle ja e l mu ndo en to m o a t ravs de
unos personajes introvert idos , que v iven y mueren cuidn-
dose en sus l t imos pulsos . Y cuando comenta e l l ibro Al
margen de los clsicos resalta el pa pe l de Azorn co m o es-
cri tor puente entre los grandes autores pretritos y el actual
lector ignaro, a l que l l lama, p iadosamente , profano, y se-
ala que nadie trabaj con ms ahnco que el maestro Azorn
para acerc ar a los c ls icos a l ho m bre del com n , y no es
gratuito su recuerdo de Montaigne.
Quis iera pasar como sobre ascuas por encima del
pen sam iento de Vargas Llosa acerca de las con vicc io nes po-
l t icas de Azorn, que fue un conservador, es cierto, pero no
ms que por e l sendero de la inexpl icable adoracin que
senta por el poder consti tuido, sea el que fuere, y el lt imo
que le toc vivir fue el del general Franco; querer encontrar
connotaciones pol t icas , y menos an ideolgicas , entre
Azorn y los suces ivos gobernantes espaoles que le toc
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padecer en su larga vida, es tanto, como querer briscarle 'os
cinco pies al gato. Vargas Llosa acierta una vez ms cuando
descubre que en la obra de Azorn se prueba que al genio l i -
terario le son ind iferentes los tema s e incluso las ideas , y qu e
en su prosa ha idealizado la real idad y ha suplido el mundo
real de la historia por el mundo ficticio de la literatura.
Y poco ms me quedara ya por decir sobre Las dis-
cretas ficciones de Azorn y e l go zo so eve nto qu e aqu no s
rene esta tarde: la entrada en la Academia de un escritor ,
Mario Vargas Llosa, que a todos ha de honrarnos con su
presencia y a lecc ionamos con su sabidura . Azorn , en e l
captulo II de su libro Valencia, en el qu e titula La elimina-
cin,
no s hab la co n muy ho nd a pers pica cia del est i lo l itera-
rio. Entre todo el laberinto del esti lo no s d ic e se levanta
el vo cab lo e l iminacin. P orque d e la e liminacin d epe nd e e l
t iempo propia a la prosa. Y un est i lo es bueno o malo segn
discurra la prosa, con arreglo a un tiempo o a otro. Segn sea
ms o menos lenta o ms o menos rpida. Fluidez y rapidez;
esas son las condiciones esenciales del est i lo, por encima de
las contradicc iones que preceptan las aula y academias :
pureza y propiedad , Es tos ingredientes tambin se cu ece n,
con ef icacia y hondura, en la ol la l i teraria de Vargas Llosa,
que no es t tan le jos como supone de la de Azorn ya que
por encima de la mera palabra y la ef mera y s iempre repeti-
da c i rcunstancia , sobrevu elan e n todo m om en to y po r for tu-
na, las devociones comunes y los idnt icos y ms arr iesga-
dos afanes humanos y l i terarios .
Abdicara de mis convicciones ms hondas s i a la pos-
tre de es ta sucinta b ienvenida a l nuevo acadmico tambin
postergase, al referirme a l , la consideracin de la materia
pr ima para ensalzar la es t imacin del escol io . Don Mario
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Vargas Llosa nos acaba de demostrar su capacidad para i lu-
minar la obr a creativa de otro escritor y aca d m ico; don Jo s
Mart nez Ruiz , Azorn , como ya lo haba hecho cumplida-
m en te con Flaubert , con G arca M rquez, co n Jo s Mara
Arguedas o con c ls icos de nuestras lenguas como Amadis
de Caula o Tirant lo Blanc.
Estamos sobre todo ante un poeta en el sentido et i -
molgico de la palab'ra, ante un hombre que con su imagina-
c in, con su ar te y con su lengua es capaz de conseguir lo
que pocos mortales a lcanzan; crear una real idad verbal que
remed a, en r iqu ece o trasc iende la realidad com n . En c ier to
modo, para l escribir novelas es un acto de rebelin con.s-
tante, una forma suti l de deicidio, pues , como una especie
de divinidad escribidora, alcanza a crear otros mundos para
correg ir las l imitac ione s del qu e le ha toc ad o vivir. Para do n
Mario, la raz de su vocacin es un sentimiento de insatis-
faccin contra la vida, y cada novela representa un asesinato
simblico de la real idad.
Ases inato que, paradj icamente , produce v ida, y re-
conforta y regocija a sus lectores. La pasin narrativa, el pla-
cer de contar que Mario Vargas Llosa tanto admiraba en
Martorel l es lo que todas sus novelas , desde La ciudad y los
perros o La casa verde hasta Elogio de la madrastra o Litu-
ma en los Andes,
no s transmiten junto a otra virtud creativa
no m enos ap rec iab le q ue las m enc ionad as , y con la q ue he
de concluir . Vargas Llosa, lector l mismo impenitente, glo-
sador de sus clsicos y de algun os de sus propios coe tn eo s,
se transmuta en escritor original , con voz propia, cuando
enfrenta el sumo y lt imo reto l i terario, que es el de crear
mundos . Y para e l lo juega con e l lenguaje , incorporando a
travs de l la tradicin q ue va desd e los rom an ces me dieva-
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les a la renovacin del gran realismo del pasado siglo , pero
as imilando igualmente formas , gneros y reg is tros carac te -
r st icos de la cultura popular contempornea.
Seor don Mario Vargas Llosa, sed bienvenido a esta
casa.
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Este l ibro
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Ciudad de Asunc in, 26
( B a r c e l o n a )
e l da 5 de .enero de 1996
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