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Divagaciones varias

Divagaciones Varias

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Publicación editorial que compila una serie de diferentes tipos de textos cuyo contenido es complementado por el uso de fotografías en blanco y negro dentro de la composición de la página.

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Divagaciones varias

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Esta publicación se imprimió como único ejemplar en septiembre del 2013 en Mexico D.F.

Se utilizó la tipografía Nimbus Sans Novus Ten pesos regular y medium.Diseño y fotografías de Gracia Gallo.

Todo el proceso de diseño editorial se realizó bajo la supervisión de Regina Olivares, durante el curso de Medios Impresos, impartida en:

Centro de diseño, cine y televisiónSierra Mojada 415Lomas de ChapultepecMéxico, D.F., 0100052018870centro.edu.mx

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Gracia Gallo

Xavier Villarutia

Manuel José

Julio Verne

Amos Oz

Contenido

El horizonteJostein Gaarder

El alma del rostro

Tullio Pericoli

De las diferentes definiciones de suavidad

Nocturno en que nada se oye

El mito de SísifoAlbert Camus

Las montañas épicas

Veinte mil legua de viaje submarino

Se plantea, pues, una sencilla

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En mi opinión, todo funciona tal como debe de funcionar. Es como un folletón algo árido y enrevesado en el que mi humilde personaje tiene derecho a participar y que incluso puede en parte coescribir.

El horizonte —creo que ésta es la palabra adecuada–, el horizonte de esta constante e interminable compaña de información puede parecerme a veces, sin embargo, restringido y trivial.

Siempre veo detenidamente las notificaciones oficiales. Estudio con particular atención los avisos de los servicios de información del Estado. A fin de cuentas los escriben para mí: el Estado intenta comunicarse con uno de sus hijos. Como cuando algún padre o una madre inicia con cierta reticencia una conversación seria con uno de sus vástagos. Y no voy a ser yo quien se oponga.

El horizonteJostein Gaarder

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Voy a dejar de fumar. Voy a beber menos. Voy a comprender por qué debo pagar impuestos. Voy a mantenerme informado sobre convenios y reglamentos. Y voy a votar cada cuatro años. De esta forma tendré respuesta a toda exhortación que yo reciba.

Es agradable que Hacienda devuelva dinero, probablemente es acertado instalar alarmas de humo y extintores de incendios. No se trata de esto.

Pero las estrellas, por ejemplo, el misterio de la vida, o un libro importante que debería leer, eso no es asunto del Estado. No tengo porqué preocuparme por ese tipo de cuestiones. La tierra sigue su curso alrededor del sol sin mi ayuda.

Echo en falta un recuerdo ocasional de que existo. Por que estoy aquí solamente una vez y no he de volver nunca. También esto puede resultar fácil de olvidar. Yo lo sé, es obvio que lo sé todo el tiempo, sólo con que me pare a pensarlo. Pero nadie me impulsa a hacerlo. Aquí no rige ninguna pública confidencialidad. Si en medio del flujo de información olvido que estoy vivo, es problema mío.

Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a toda la población en los principales medios a los ciudadanos y cuidadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!

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Si pensamos que en la pequeña superficie de un rostro podemos ver infinitas formas diversas y reconocerlas, esto quiere decir que hay en ella una retícula tan infinitesimal de signos, relaciones entre signos, la cual conforma un mapa casi inexplorable por su extensión. En este mapa, las relaciones son más importantes que las formas, pero sobre todo, en este mapa son importantes los signos. Cuando miro un rostro, recibo de él una emoción y me dejo invadir por ella, pero luego debo traducir mis impresiones a signos. Debo leer las «palabras» pintadas en el rostro, las cuales, juntas, a través del entramado de relaciones, hacen nacer dicha impresión.

Debo por tanto, ver los signos de esos sentimientos. ¿Dónde está escrito que un rostro sea antipático? ¿Dónde está «dulzura», dónde están «firmeza», dónde está «ambigüedad»?

Mirar bien quiere decir tener siempre ante los ojos una lente de aumento que hace visible lo que en un primer momento no conseguimos ver a simple vista (o con vista no entrenada, o apresurada, o no educada, o perezosa).

El rostro está formado por dos partes, nunca totalmente simétricas. Tenemos tendencia casi por una especie de educación mental, a mirar por simetrías. Pero el rostro no es nunca simétrico. No hay rostro que tenga una mitad igual a la otra. Unas veces, las dos partes están en total contradicción; otras, parecen construidas para equilibrarse. Como si un ojo se desviara para compensar al otro, que acaso es demasiado fijo.

Creo que lo primero que hay que mirar en un rostro, cuando se hace un retrato, es la rela-ción entre sus dos partes: la derecha y la izquierda. Es preciso trazar mentalmente una línea de separación entre ambas.

El rostro, indudablemente, está hecho de relaciones, pero de unas relaciones que están situadas a la izquierda y otras tantas relaciones que está situadas a la derecha; y estas relaciones, a su vez, no pueden dejar de relacionarse entre sí. Se pueden encontrar desequilibrios, conflictos, adiciones.

Si uno tiene un ojo un poco convergente y el otro no, nos hallamos ante un tipo de estrabismo; pero si tiene los dos convergentes, nos hallamos ante un «carácter». Si miramos bien, y si pensamos en ello, nos damos cuenta de que cada elemento está compuesto de varias partes. Conrad habla del «pliegue de los párpados». No es fácil pensar en el pliegue de los párpados. Hablamos a veces del pliegue de los labios. Pero de que los párpados tengan pliegues es una intuición de Conrad.

El alma del rostroTullio Pericoli

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Los párpados tienen pliegues. Un pliegue hacia arriba o hacia abajo. Pueden tener arrugas. Todos los componentes del rostro contienen una suma de detalles. Y todos estos detalles entran a formar parte del sistema de relaciones a que aludíamos antes. El rostro es una especie de microcosmos, donde todo está en equilibrio. En equilibrio precario, sin embargo.

Porque participa el movimiento. Debajo de la piel tramas de músculos activan el movimiento y da expresión al rostro. Y estos músculos, como ocurre en el gimnasio, se desarrollan, crecen, se hacen más fuertes cuanto más se les estimula. A menudo hablamos de cuerpos de gimnasio. Son los de quienes hacen gimnasia y hacen crecer sus bíceps o sus hombros. También nuestro rostro es una superficie ejercitada en el gimnasio, en el sentido de que los músculos que más se estimulan son los que se hacen también más visibles.

Pero ¿quién manda a los músculos que se muevan? Es el alma, nuestra parte más secreta, que quiere expresarse u ocultarse; que quiere salir de su envoltura: de esa especie de edificio en el que está confinada. El alma tiene dominio sobre los músculos. Los estimula a expresar de lo que ella cree, o lo que desea.

El cuerpo, a veces, padece malestar del alma. Yo tengo una pena, un dolor psíquico. Estoy mal. El cuerpo enferma. Para Groddeck, podemos incluso considerar una carie en un diente como un mal psíquico. Por lo tanto, la psiquis manda sobre el cuerpo.

Puede ocurrir asimismo lo contrario. Sucede que si algo funciona en mi cuerpo mi malestar somatiza al alma. Concreto: si tengo una nariz que no me gusta, el alma sufre por ello. El sufrimiento se transmite de vuelta al cuerpo, entonces; y todo empieza de nuevo, haciéndose más complicado. Debajo del rostro, en suma, hay siempre un cuerpo.

Por seguir con la metáfora teatral, es una escenografía para un espectáculo que se actualiza continuamente.

Pero, al margen de esta disgresión, si nos detenemos a reflexionar sobre ello, el rostro y el paisaje tienen todo un vocabulario que los asemeja. Tienen una anatomía y fisiología que los aproxima.

Hablamos de arrugas en relación con el rostro y de «arrugas» en relación con el paisaje; tanto en relación con el rostro como con el paisaje podemos hablar de etapas, depresiones, cortes, hoyos, hundimientos... Podríamos multiplicar las afinidades léxicas.

Yo miro un paisaje como miro un rostro. Y viceversa. En reciprocidad, hablo de «mapas» en referencia a rostros, al igual que hablo de rostros en referencia a mapas. Más allá de las metáforas, hay una única profundización visual. Tal vez el paisaje no tiene propiamente un alma, sin embargo percibo dentro de él una fuerza que determina las líneas de su superficie.

Cuando miro un paisaje, automáticamente me viene a la cabeza la pregunta de por qué están allí aquella arruga, aquella colina, aquella forma montañosa; qué impulso las ha hecho aparecer de la manera exacta en que han parecido. Exactamente como hago con un rostro.

Cuando reflexiono sobre los paisajes –lo que, junto con los retratos, es lo que más me interesa en este momento– con frecuencia acude a mi mente una imagen de Stevenson. En la Tierra de la colcha, Stevenson, con la cabeza apoyada en el cojín, observa los pliegues del cubrecama, que se transforman en paisajes, montes, ríos, colinas, donde flotas y ejércitos y jinetes se cruzan en choques y batallas. Pero ¿qué es lo que Stevenson no dice, dejándonos la tarea de imaginarlo? Que debajo de las mantas hay un cuerpo que crea ese paisaje, que transforma su superficie.

Allí debajo están los miembros muy sensibles de un poeta, con sus sentimiento tos, su historia, su vida. El paisaje, la superficie del mundo en que vivimos, es un mórbido y delicado cubrecamas sobre el cual debemos movernos siempre de puntillas. El paisaje ha tenido un papel importante en mi vida, sobre todo en aquel fatigoso período de la adolescencia, al que he hecho alusión anteriormente. Es la visión más bella que tengo del pasado. El paisaje de mis colinas, naturalmente, fue la escenografía de momentos de soledad en aquellos años, y por ende el escenario, en el que me sentí actor solitario.

Este paisaje ha reaparecido ahora en mi pintura, aunque lo que hoy indago no es su simple representación, sino un muro que me permite garabatear y escribir otras cosas, mezcladas con otros recuerdos.

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Mientras piensa o se concentra, dos cortinas sedosas y largas, de cuando en cuando un tanto desarregladas, caen a cada lado de la expresión. Frunce o contrae vehículos de comunicación mientras posibilades e información se agrupan y apelmazan, en preparación para ser escogidos, transmitidos, interpretados, por un aquél ajeno.

El color predominante es cálido, dulce. Se piensa en dulce de leche, en café azucarado, en la uniformidad tersa de lo agradable.

De forma gentil, suave, pequeños detalles oscuros apimientan la superficie. Colocados sobre de ésta, dos gemelos asimétricos corren y trasladan de acuerdo a lo que su atención atrae y demanda; centros de variable escala, negros como el carbón, o el sushi del nipón, o las intenciones de una conspiración, que frecuentemente se iluminan a la par que múltiples sonidos espasmódicos y casi involuntarios inundan el aire.

De las diferentes definiciones de suavidadGracia Gallo

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y fuera, laberínticas y únicas. Desciende al tercer tercio, de donde parten dos mitades dobles y seccionadas en irregularidades sólidas; dos mitades que atravesadas son por aquéllo que nunca se va y a lo que pocas veces se le concede duda. De nuevo uno se topa con uniformidad, con una serie donde no se diferencían claramente los individuos por separado. Claros, duros, no puntiagudos, herbívoros, efectivos, presentes. Curva la familia constantemente hacia arriba en los fines de cada extremo, una amabilidad blanca. Blanca, visible en constante.

Las cubiertas partientes más que intermitentes ocultan de pronto a quienes dentro contienen,

Hacia el centro se alza una pequeña colina, lo opuesto a angular. Pequeña, pequeña pero sin embargo ahí; rodeada con alguna frecuencia de humo azulado, no predomina, pero de ninguna manera estorba; fresca sobmbra brinda. Necesaria.

De lado a lado, de cada lado, centrales aunque sólo fálsamente; ocultas la mayoría de las veces por aquéllo que por todos lados vuela, que enmarca, no existe manera de olvidarlas a no ser de encontrarse completamente aislado de todo cuanto alrededor se encuentra sin pausa. Pequeñas, redondas, envueltas, atentas. Mismas tonalidades, por ellas ondas entran: por canales, túneles, cavidades de dentro

quienes poco quieren esconderse, de quienes es difícil deshacerse; lo hacen de manera solemne, comoquien no lo pretende, como con pena a ocultar lo característico. Se tratan de una apertura, una división dispareja cuyo superior es diagonal hacia la colina, hacia los gemelos, y el inferior es esporádico, el que constantemente se mueve, también el que cambia más prominentemente.

Todo se combina, se integra diaramente, poco cambia, se leen la mente. Simbióticos unos de los otros, entre pálidos y cálidos tonos terrosos. Se piensa en lo cálido, amable y gentil, divertido; suave, más que nada es suave y suavidad que emana, brinda, comparte, comforta.

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En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimensin respirar siquiera para que nada turbe mi muerteen esta soledad sin paredesal tiempo que huyeron los ángulosen la tumba del lecho deho mi estatua sin sangrepara salir en un momento tan lentoen un interminable descensosin brazos que tender sin dedos para añcanzar la escala que cae de un piano invisiblesin más que una mirada y una vozque no recuerdan haber salido de ojos y labiosy mi voz que maduray mi voz quemaduray mi bosque madura

Nocturno en que nada se oyeXavier Villarrutia

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como el hielo de vidriocomo el grito de hieloaquí en el caracol de la orejael latido de un mar en el que no sé nadaen el que no se nadaporque he dejado pies y brazos en la orillasiento caer fuera de mí la red de mis nerviosmás huye todo como el pez que da cuenta hasta que siento en el pulso de mis sienesmuda telegrafía a la que nadie respondeporque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse

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Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin ninguna esperanza.

Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a rayos celestes.

Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio silencioso.

Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.

Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.

El míto de SísifoAlbert Camus

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Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destinono es menos absurdo.

Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son noches de Getsemaní.

Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe.

Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que se encuentra ante el único

Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premiode la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.

vínculo que le une a este mundo, entonces resuena una frase desesperada: A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien. El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. ¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...? Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Pasa también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre.

Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo al dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.

En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de nuestra tierra.

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Cuando clarea o ya cuando atardece,se destacan informes a lo lejoscual una sombra azul, que a los reflejosdel crepúsculo gris se desvanece.

Mas su contorno gigantesco crecefestonado por árboles añejosque se erizan cual ásperos cadejos,cuando el día triunfante resplandece.

Y en la noche, los áridos peñones,las vértebras enormes del coloso,sus empinados riscos y crestones,

semejan, en bosquejo tremebundo,el esqueleto rígido y monstruosode un muerto sol pesando sobre el mundo.

Contempladas de cerca, repentinoasombro se apodera de la mentey en los nervios y músculos se sientecircular el pavor de lo divino.

Ni el blando helecho ni el robusto encinopredominan en la áspera vertiente,ni fulgura en las cumbres castamentela blanca nieve del paisaje andino.

Sus arrugas de piedra, sus picachosdonde el hierro incrustóse en rojas vetasy plantó el jaramago sus penachos,

aparecen cual hachas formidables,titánicos puñales y saetas,lanzas ingentes y ciclópeos sables.

Las montañas épicasManuel José Othón

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¿Por qué muestra tan épica figuraesa enorme cadena de montañas?Sus formas terroríficas y extrañassólo Dios modeló, no la ventura.

Bajo su prodigiosa arquitecturase guarecen palacios y cabañas,fructifican los trigos y las cañasy el abundoso manantial murmura.

Y allá, sobre las cumbres de granito,las águilas indianas siempre alertas,bajo el dosel azul del infinito

guardando están de nuestro honor las puertas,al ultraje cerradas y al delito,a la esperanza y al amor abiertas.

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Fue notable el año 1866 por un acontecimiento singular, un fenómeno no explicado ni explicable, que nadie habrá sin duda olvidado. Prescindiendo de los rumores que agitaban las poblaciones de los puertos y excitaban el ánimo público en el interior de los continentes, conmovióse especialmente la gente de mar. Los negociantes, armadores, capitanes de buques skippers masters, de Europa y América, oficiales de las marinas militares de todos los países, y luego los Gobiernos de los Estados de ambos continentes se preocuparon en alto grado del hecho a que nos referimos.

Veinte mil leguas de viaje submarinoJulio Verne

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En efecto, hacía algún tiempo que varios buques se habían encontrado en el mar una cosa enorme, un objeto largo, fusiforme, a veces fosforescente, infinitamente más vasto y más rápido que una ballena. Los hechos relativos a esta aparición, consignados dentro los diferentes libros de a bordo, estaban con bastante exactitud de acuerdo sobre la estructura del objeto o del ser en cuestión, la velocidad incalculable de sus movimientos, la potencia sorprendente de su locomoción y la vida particular de que parecía dotado.

—¡Maelstrom! ¡Maelstrom!— gritaban.¡El Maelstrom! ¿Podía nombre más espantoso haber resonado en nuestros oídos en situación tan terrible? ¿Nos encontrábamos, pues, sobre aquellos peligrosos parajes, la costa noruega? ¿Era el Nautilus arrebatado por aquel remolino en el momento mismo en que nuestra lancha iba a desligarse de sus costados? Nadie ignora que es durante el flujo, cuando las aguas oprimidas entre las dos islas Feroe y Loffoden se precipitan con una violencia irresistible formando un torbellino, del cual no ha podido escapar nave alguna. De todos los puntos del horizonte llegan oleadas monstruosas que dan origen a ese remolino llamado, con razón, el “Ombligo del Océano”, cuya potencia de atracción se extiende hasta una distancia de quince kilómetros. Allí son aspirados, no solo los buques sino también las ballenas y hasta los osos de aquéllas regiones boreales. Allí donde el Nautilus, involuntaria o quizá voluntariamente, había sido conducido por su capitán, describiendo una espiral, cuyo radio se va estrechando cada vez más y más.

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Cuando estoy ocupado, fumo un cigarrillo tras otro, corro de acá para allá intentando resolver diversos asuntos apuntados en una lista, tacho los problemas resueltos, anoto en la misma lista los nuevos problemas que han surgido y, al mismo tiempo, contesto sin demora cartas, peticiones, y llamadas telefónicas, desmonto un grifo que gotea, le cambio la goma que se ha podrido, lo ajusto bien, sin olvidar que tengo que pasar a tiempo por la lavandería, redactar la solicitud de traslado para hacérsela llegar con la mayor brevedad posible al ministro de Educación y Cultura, agradecerle a tía Tischka la preciosa tarta, aclarar el asunto del cheque, y todo entre reunión del plan de paz , y el encuentro con la profesora de Montevideo, y sin que se me olvide mudarme de camisa, porque la que llevo tiene el cuello agrio de sudor, y además no puedo perderme las noticias de la tarde, porque en la parada de autobús han estado hablando de una concentración de las fuerzas del ejército, y además tengo que arreglarme un empaste, tirar la leche de principios de semana, cambiar la hebilla de una sandalia, encontrar al electricista para que arregle la nevera, fumar un poco menos, ser un poco más diligente, porque el tiempo vuela, decidir finalmente

el asunto de la encuadernación, tomar partido respecto a los caprichosos cambios de situación, pasar a consolar a Zelig y a Slava sin cargar con la tarea de prepararles el libro conmemorativo, hojear el periódico, devolverle o no la ofensa al despreciable doctor Schuster, pedir hora para el radiólgo, tratar con cuidado a anciano de los kibbuts que primero me acompaña hasta a esquina de luna calle, luego hasta la otra y luego un poco más, abstraerme del dolor de muelas que va a peor, y pasar, por fin solo, junto a un perro atropellado cuyos sesos se desparraman por la calada, darme cuenta de repente de que me he perdido el cambio de colores del cielo –la mañana ha sido azul y blanca, ardiente, mientras el atarceder es gris, oscuro, y húmedo, y ha empezado a soplar el viento desde el mar–, entonces me pregunto cuándo habrá sucedido todo esto.

Se plantea, pues, una sencilla cuestiónAmos Oz

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leyendo de pie en el autobús, los ojos llorosos por el humo de los cigarrillos de los demás y el mío propio.

El periódico también dice que la situación puede deteriorarse. En seguida oiremos las noticias de las seis. Quizá la artillería siria ha iniciado un fuego masivo y los aviones de nuestra fuerza aérea han sido abatidos y borrados del mapa, o nuestro ejército, siguiendo las oportunas advertencias de nuestro servicio de información, ha arrasado las posiciones enemigas y está a las puertas de Bagdad.¡Silencio! ¡Dejádme oir! La situación se está deteriorando y algo tiene que suceder.

En el recuadro de una ventana, en una callejuela, una mujer se quitó vestido por encima de la cabeza, y yo he cruzado por delante de la ventana, fumando, con aspecto ocupado y respetable. No me he detenido, he pasado junto a sus muslos y no he sentido nada. Seguro que han cruzado pájaros aquí y allá en mi camino, pero no los he oído; seguro que en algún lugar han tañido las campanas, sin mi, seguro que me esperan. En alguna casa cercana una mujer casa, con cuatro hijos ha decidido que ya bastaba, que nada tenía sentido, y se ha suicidado con unas tijeras corrientes, esto pone el periódico que estoy

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En

lavanderíaparada de autobúscallejuelacaminolugarautobúsBagdad

cigarrillogrifocartaslistagomasolicitudministrochequetartacamisasudorplan de pazcuellonoticiasejércitoempastelechesemanahebillasandalianeveratiempopartidoencuadernaciónsituación tarealitroperiódicokibbutzesquiña callemuelassesos

Con

colorescielomañana atardecervientomarrecuadroventanacallejuelavestidocabezaventanamuslospájaroscampanashijostijeras corrientesperiódicoautobúsojoscigarrillosperiódicosituaciónnoticiasartilleríafuegoavionesfuerza aéreamapaejércitoadvertenciasinformaciónalgo

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Jostein Gaarder

Tullio Pericoli

Gracia Gallo

Xavier Villarutia

Albert Camus

Manuel José Othón

Julio Verne

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