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DOCUMCNTACIÓN SOCIAL

DOCUMCNTACIÓN SOCIAL · a nombre de Cáritas Española, haciendo constar: DOCUMEN ... 197 • 11 Los niños de la calle en Latinoamérica. Manuel Jiménez Tejerizo 211 • 12 Nuevo

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DOCUMCNTACIÓNSOCIAL

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DOCUMENTACIONSOCIAL

REVISTA DE ESTUD IO S SOCIALES Y DE SO CIO LO G ÍA APLICADA

N.M13 Octubre-Diciembre 1998

Consejero Delegado:Fernando Carrasco del Río

Director:Francisco Salinas Ramos

Consejo de Redacción:Javier Alonso Enrique del Río Carlos Giner Miguel Roiz José Sánchez Jiménez Colectivo lOE Teresa Zamanillo

EDITACÁRITAS ESPAÑOLA

San Bernardo, 99 bis, 7.' 28015 M ADRID

CONDICIONES DE SUSCRIPCION Y VENTA 1998

España: Suscripción a cuatro números: 3.770 ptas.Precio de este número: 1.590 ptas.

Extranjero: Suscripción Europa: 5.900 ptas.Número sueito a Europa: 2.000 ptas. Suscripción América: 56 dólares.Número suelto a América: 18 dólares.

(IVA incluido)

DOCUMENTACIÓN SOCIAL no se identifica necesa­riamente con los juicios expresados en los trabajos fir­mados.

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EL DESPERTAR DE AMÉRICA LATINA

DOCUMENTACIONSOCIAL

REVISTA DE ESTUDIOS SOCIALES Y DE SOCIOLOGÍA APLICADA

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Estimado suscriptor:

Tenemos el gusto de comunicarle que para 1999 el precio de la suscripción a esta publicación (cuatro números) será de 3.850 pesetas para España, 6.100 pesetas para Europa y 60 dólares para América.

Si la fórmula de pago elegida por usted es la de giro, por co­rreo aparte se le enviará el impreso de giro postal, con sus datos de suscriptor. En cualquier Oficina de Correos puede realizar la imposición. Si le fuera más cómodo puede enviarnos un cheque a nombre de Cáritas Española, haciendo constar: DOCUMEN­TACION SOCIAL.

Si el sistema que ha elegido para abonar la suscripción es el de domiciliación bancaria, se lo pasaremos al cobro a través del Banco.

ISSN: 0417-8106 Depósito legal: M. 4.389-1971

Gráficas Arias Montano, S. A. - Móstoles (Madrid)

Diseño portada: M. Jesús Sanguino Gutiérrez

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SUMARIO

5 • Presentación.

13 • 1 Pensando la textura antropológico-cultural de los pueblos latinoamericanos.

Ricardo Salas Astrain

31 • 2 La deuda externa de América Latina: origen, evolución y alternativas de solución.

Alberto Acosta

61 • 3 Conversión de la deuda externa por desarro­llo social.

Roberto Borja

81 • 4 Los países bolivarianos y las Cáritas naciona-

93 •

113 •

les de la región en el marco de la Campaña sobre la deuda externa.

Mario Ríos

La educación y la escuela como reconstruc- tutora de equidad.

Marco Raúl M ejía J

Algunos elementos para repensar el desarro­llo.

Alberto Acosta

n.- 113 Octubre-Diciembre 1998

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135 • 7 Reflexiones sobre la cooperación al desarro­llo en América Latina.

Agustín Gutiérrez Seller

153 • 8 Nuevas búsquedas para una misma búsqueda.Patricio Donoso

171 • 9 Chiapas. Una imagen sobre un espejo con­vexo.

José Manuel López Rodrigo

187 • 10 Las mujeres latinoamericanas en el fin de si­glo.

Teresa Valdés

197 • 11 Los niños de la calle en Latinoamérica.Manuel Jiménez Tejerizo

211 • 12 Nuevo panorama, nuevos movimientos reli­giosos en América Latina.

Cristian Parker G.

223 • 13 Cáritas hoy y mañana en América Latina.Equipo de Investigación del Secretariado

Nacional de Pastoral Social (Colombia)

229 • 14 Educación desde la cooperación en la Confe­deración de Cáritas.

David López Arroyo

235 • 15 «Yo, como tú, creo en la poesía de todos»¿Será posible un mundo no excluyeme?

Antonio Elizalde Hevia

275 • 16 Bibliografía

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Presentación

Las desigualdades sociales y económicas que existen dentro de cada país y la relación Norte/Sur son injustas e inhumanas; la situación de de­pendencia que impide que un país se desarrolle autónomamente en el orden económico, social y político; la pobreza y hasta miseria en que vive una gran parte de la población de América Latina, son situaciones que claman a l cielo y exigen un yiuevo orden económico, social y político in­ternacional. Nadie puede dudar que «nos encontramos, p o r tanto, fren te a un grave problema de distribución desigual de los medios de subsisten­cia, destinados originariamente a todos los hombres, y también de los be­neficios que de ellos se derivan. Y esto sucede, no por responsabilidad de las poblaciones indigentes, ni mucho menos p or una especie de fa ta lidad dependiente de las condiciones naturales o d el conjunto de otras circuns­tancias» (SRS, 9).

Una de las múltiples manifestaciones de esta situación es la deuda externa, que «sigue siendo un serio obstáculo para el desarrollo humano. Muchos países pobres se ven obligados a utilizar sus escasos recursos, in­cluida la ayuda bilateral, para pagar a sus acreedores en lugar de inver­tir en la salud y la educación de su población». Ante esta situación d i­versas organizaciones de la sociedad civ il tienen el compromiso de insis­tir ante los Gobiernos acreedores que reduzcan la deuda o la condonen y que ésta se invierta en «desarrollo humano», una muestra de esto es la Campaña iniciada en España por cuatro organizaciones (Caritas, CONFER, Justicia y Paz y Manos Unidas), bajo el lema Deuda exter­na, ^deuda eterna? Año 2000. Libertad para mil millones de perso­nas. En el Documento Base de esta Campaña se presentan las siguientes propuestas de ámbito estatal, internacional y personal:

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A) ÁMBITO ESTATAL

1. Condonación de la deuda pública impagable de los paísespobres

• Condonación total de la deuda exterior de los países pobres alta y moderadamente endeudados.

• Reducciones progresivas de la deuda para el resto de países endeu­dados, otorgando medidas de gracia graduales a los deudores del Estado español

• Establecer una vinculación entre las orientaciones de las políticas de AOD y e l tratamiento de la deuda externa, poniendo e l mayor interés en los países más pobres.

• Condicionar la política comercial con los países pobres y endeuda­dos en e l fu turo a criterios de sostenibilidad de la deuda.

2. Vincular la reducción y conversión de la deuda coninversiones en desarrollo humano

• Que se decida la condonación de la deuda en función, no sólo del comportamiento del país deudor con e l EMI, sino teniendo en cuenta criterios de desarrollo humano y sus inversiones sociales y de medio am­biente. Deberían incluirse también dichos criterios en la toma de decisio­nes del Club de París.

• Que la deuda que el Gobierno español condone unilateralmente quede vinculada a inversiones en desarrollo humano y que se impulsen, asimismo, los programas de conversión de deuda p o r inversión en progra­mas sociales (salud, educación, vivienda...), dirigidos a los colectivos más desfavorecidos, y medioambientales, además de los programas de conver­sión de deuda p o r inversión privada.

• Que en los programas d e conversión d e deuda e l Gobierno es­p añ o l establezca relaciones y consultas con la sociedad c iv il y las d ife­rentes Administraciones locales d e l país deudor y no sólo con su Go­bierno.

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3. Que el Gobierno español asuma un papel activo en los foros multilaterales (Banco Mundial, Club de París) respaldando una reforma de la iniciativa PPAE

4. Practicar una política de transparencia en la toma de decisiones vinculadas con la deuda, en la información y en la difusión de datos

B) ÁMBITO INTERNACIONAL

• Promovemos la cancelación de la deuda externay que resulta im ­pagable para los países pobres.

• Vincular la cancelación de la deuda con la inversión en desarrollo humano.

• Asegurar la transparencia en la toma de decisiones sobre la reduc­ción de la deuda.

• Promover cambios en la estructura de las relaciones económicas y financieras internacionales.

C) ÁMBITO DE IMPLICACIÓN PERSONAL Y COLECTIVA

• Tomar conciencia de la carga que supone la deuda externa para los pueblos del Sur, a través del conocimiento de su origen y consecuencias.

• Mantener criterios de consumo responsable en nuestra vida: recha­zar ofertar dudosas que puedan esconder fenómenos de explotación laboral y/o de los recursos naturales y el medio ambiente en los países pobres.

• Adquirir productos de comercio justo en tiendas que garantizan formas de producción y distribución basadas en relaciones equitativas

• Pedir a los bancos información sobre las deudas que los países p o ­bres tienen contraídas con ellos y e l tratamiento que reciben y actuar en consecuencia.

• Se recomienda promover y respaldar iniciativas de fondos de in­versión éticos y bancos éticos que no invierten en sectores como armamen­

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to o centrales nucleares y que destinan parte de sus beneficios a proyectos de utilidad social.

• Solicitar a l Gobierno y al resto de las Administraciones y a los bancos un trato más favorable y justo con la deuda externa de los países del Sur.

Otra manifestación es que se está celebrando el cincuentenario de la «Declaración Universal de los Derechos Humanos»y fu e un punto de parti- duy que se fueron concretando en pactos y protocolos y etc. y pero aún hoy nos encontramos que muchos de dichos derechos son incumplidos: concretamente en América Latinay en la «década perdida» (años ochenta)y se han violado muchos anhelos y aniquilado empeños de aquella sociedad de cumplir los derechos humanos. Hoy debe ser un proyecto comúny pues «todos los hombres y mujereSy todos los puebloSy incluidos los más débileSy tienen derecho a ser sujetos activos y responsables en el desarrollo de sí mismos y de la Creación entera. Por eso cada vez resulta más intolerable que los pueblos pobres no puedan forjar su propia historia» (Comunicado de la CEPS, núm. 23).

Con este monográfico DOCUMENTACIÓN SOCIAL quiere contribuir a que se conozca la realidad de esta parte de la «aldea global»y es consciente de la dificultad que lleva consigOy pues «escribir sobre América Latina y el Caribe es una tarea dificily más aún intentar describir de una manera bre­ve nuestra realidad y orientado a un lector medianamente informado sobre ella y agobiado por la masa de información que habitualmente en el mun­do de hoy está disponible para todo aquel que quiera acceder a ella». En es­tos díasy por diversos motivoSy muchos puntos (países) de América Latina han sido noticia en los medios de comunicación social pero ninguno de ellos ha dado una visión de conjunto de su realidad social económicay po- líticay cultural religiosay etc. y esto es lo que modestamente quiere aportar esta revistay que el lector juzgue y tome lo que mejor le parezca.

Ricardo Salas, en su artículo «Antropología cultural de los pueblos la­tinoamericanos» y propone algunas tesis presentes desde hacey a l menoSy veinte años en la comunidad intelectual latinoamericanay quienes han venido in­sistiendo en la necesidad de pensar la herencia comúny armónica y confiicti- vay pacífica y violentay individual y comunitaria que hemos recibido de los que nos han precedido. A la vez quiere mostrar los temas básicos en los que coinciden los diversos esquemas teórico-conceptuales de quienes buscan repen­sar este legado cultural heterogéneo que denominamos «culturas latinoame­ricanas» y sobre algunos aspectos propios de una historia particular. Termina planteando la reconstrucción de cuatro valores que son el «centro del debate

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y de la búsqueda de convergencia en nuestras sociedades multiculturaleSy estos son: la identidad cultural, pues e l ethos es un «elemento nuclear para rede^ fin ir e l sentido humano de las diversas prácticas culturales...»; la justicia, que se «reformula a medida que los Estados nacionales muestran a veces su incapacidad práctica para restablecer el derecho de las personas y de la co­munidades; la solidaridad, que «hoy aparece tensionado en nuestros países entre una ‘'solidaridad fu e r te ’' que se expresa en países con conflictos estruc­turales y una “solidaridad d éb il” que se proponen algunas veces las empresas mediáticas o las organizaciones filantrópicas», y la utopía, pues «es preciso reconocer que los procesos que genera este mercado cultural se vinculan a un concepto más humano de lo cultural donde se integran, tensionadamente, elementos de la tradición y de la memoria cultural de nuestros pueblos, p o r un lado, y la innovación cultural y la apertura a una utopía, p o r otro».

En este monográfico hay varias referencias a la deuda externa, pues aunque se creía que «elproblema de la deuda externa había sido resuelta» o «al menos había pasado a un segundo plano», sin embargo se recrudece a partir de los primeros años ochenta, convirtiéndose en algo inmanejable. El hecho es que los «países del Tercer Mundo» difícilmente van a salir de esta situación si no hay un cambio radical en «política económica internacional». Alberto C o S T A analiza el origen, su evolución y presenta alternativas de so­lución, entre otras señala: «... el objetivo inmediato debería se reducir drás­ticamente la sangría de recursos provocada por la deuda y, de ser posible, sus­penderla totalmente»; «convendría pensar en una moratoria programada y masiva..., como palanca contracíclica para reactivar la economía mundial»; «urge el combate contra la especulación y a favor de la producción, para eso se requiere mayor capacidad de gestión de las políticas locales y organismos internacionales»; «incorporar el reclamo de la deuda ecológica». El autor ter­mina diciendo que el asunto «requiere un esfuerzo multidisciplinario y com­binado para estudiar la realidad sin prejuicios y sin dogmas, con miras a dar respuestas políticas concretas a los actuales problemas de la economía global». Se recogen sendas opiniones del director y secretario general de Cáritas de So­livia y Perú, respectivamente, resaltando de ellas las propuestas que hacen hacia «la condonación de la deuda o un alivio significativo de ella»:

a) Mejorar las condiciones que exige la Iniciativa para la reduc­ción de la deuda de los países pobres más endeudados (Iniciativa HIPC).

b) Vincular la condonación de la deuda con la inversión en desa­rrollo humano, de tal modo que se oriente a l alivio de la deuda social.

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c) Que todos los trámites para lograrlo se realicen en form a trans' párente. La sociedad civ il debería estar a l corriente de todo lo que se tra~ ta en el Club de Parts y en los trámites ante e l FM Iy e l BM.

d) Cambiar la estructura de las relaciones financieras interna- cionaleSy de modo que tanto los acreedores como los deudores sean partes iguales en las negociaciones^ y

e) Desarrollar el diálogo teniendo como trasfondo siempre el intercam­bio comercial desigual exigiendo precios más justos para las materias primas.

Raúl M e jíA resalta el papel de la educación y de la escueLiy señalando algunas de las tareas de ésta hacia el próximo milenio: deconstruir la Vida cultural y escolar; deconstrucción-reconstrucción desde las posibilidades de los docentes; pensar la escuela pública en sectores populares; cambio profun­do en contenidos; construcción de la comunidad pedagógica de docentes; dar cabida al curriculo extraescolar; elaborar una nueva pedagogía para subjetividades fragmentadas; trabajar lo excluido en form a no esencialista; reconstruir la solidaridad. Los cambios no sólo tienen que venir vía educa­ción, sino del concepto que se tenga del desarrollo y su objetivo. El objetivo fin a l del desarrollo es «la construcción —dice Alberto C o S T A — de una so­ciedad sin excluidos y sin exclusiones, lo que supone la incorporación de toda la población como ente activo de la vida nacional, a partir de un proceso participativo para su conversión en ciudadanos y su acceso a un nivel de vida acorde con sus necesidades y satisfactores»; no se trata tanto que la p o ­blación pueda «tener» sino en lo que pueda «hacer y ser». El desarrollo al­ternativo ha de tener en cuenta la configuración de un mercado doméstico de masas, la transferencia de excedentes a los sectores tradicionales, integra­ción del sector exportador al resto de la economía, mecanismos para la trans­ferencia de excedentes, integración nacional y competitividad internacional, una concepción estratégica para participar en el mercado mundial; jun ta­mente con la aplicación de algunas reformas y medidas como: combate a la corrupción, reforma agraria y reforma urbana, reforma educativa, tributa­ria, reforma del Estado y de los mercados, reformas con enfoque de género y étnico-culturales. A esto hay que añadir las «reflexiones sobre la coopera­ción al desarrollo» que plantea Agustín GUTIÉRREZ, y que es un tema tan de actualidad que no se debe olvidar en toda relación internacional.

Patricio D o n o s o dice que «somos sociedades en búsqueda de caminos que nos conduzcan a estabilizar una cultura ciudadana inspirada en los De­rechos Humanos». «La gran búsqueda —dice el autor— de nuestras socie­

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dades y el principal desafio de la sociedad latinoamericana y sus Gobiernos es consolidar los sistemas políticos por medio de una educación para la demo­cracia como soporte para validar una institucionalidad moderna respetuosa de los derechos ciudadanos». Es una tarea difícil pero no imposible, por ello es necesario nuevos impulsos, «nuevas convicciones que refrendan y validan la sabiduría acumulada por la Humanidad y expresada en la Carta Uni­versal de los Derechos Humanos». En este subcontinente se han organizado diversos movimientos sociales buscando respuestas y exigiendo justicia, el aná­lisis que hace José Manuel LÓPEZ del «movimiento zapatista» en Chiapas es una muestra de las decenas de levantamientos y organizaciones de diverso tipo y con objetivos múltiples, no siempre buscando el «bien común»; en todo caso el «fenómeno Chiapas ha tenido importantes repercusiones y ha venido a capitalizar procesos que ya marchaban en similar dirección».

Las mujeres y los niños ju egan un papel importante en América La­tina, «sin duda —dice Teresa V aldÉS— una de las transformaciones culturales y políticas más significativas del siglo que termina está referida a la posición que ocupan las mujeres en todos los ámbitos de la vida so­cial». En los años sesenta y setenta la mujer va a ser víctima de situacio­nes sociopolíticas que se suceden en la región; en los años ochenta tuvie­ron auge los «movimientos de mujeres», que se revela como un nuevo ac­tor social y político que demanda cambios hacia la equidad y la justicia social. Hoy nadie duda del nuevo concepto de mujer y su papel en la so­ciedad, «es tarea de las mujeres en movimiento desplazar el horizonte de lo posible y avanzar en la materialización de las utopías democráticas, todavía parte de los sueños a l terminar el milenio». Manuel JIMÉNEZ nos describe la cruda realidad de los «niños de la calle», pues a temprana edad se «desconectan o desvinculan de su ser de niños para convertirse en los adultos enanos que, sin derechos, tienen que aprender a muy corta edad a resolver la cotidianidad de la vida...», van buscando alternativas, muchos de ellos las encuentran en la calle. Ante esta situación abre cami­nos de esperanza, señalando las responsabilidades de la familia, de los Gobiernos y de las Organizaciones Sociales, todos tenemos una grave res­ponsabilidad ante estos niños que son el fu turo de Latinoamérica.

Cristian PtMEKER nos presenta el «nuevo panorama, nuevos movimien­tos religiosos», dice que «elpanorama religioso latinoamericano está ahora caracterizado por la persistente expresión religiosa de las multitudes, p or el creciente pluralismo de Iglesias, movimientos y espiritualidades y la batida en retirada de ideologías secularistas, laicistas o ateas». Señala algunas

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constataciones o tendencias según las últimas investigaciones: no hay proce­sos directos de secularización provocados por la modernización; la plurali- zación de alternativas religiosas; diversificación del catolicismo; incremento de la competencia interinstitucional entre Iglesias y movimiento en el cam­po religioso latinoamericano. Dos breves artículoSy del Equipo de investiga­ción de Pastoral Social de Colombia y de David LÓPEZ quieren dejar patente e l papel de Caritas en este proceso de cambio. Caritas como la «gran servidora de la Humanidad», tiene como uno de su retos principales «lograr la equidad», por ello debe trabajar en la formación de la conciencia de hombres y mujeres para redescubrir e l valor de la caridad, a la vez que debe ser promotora y gestora de una auténtica cultura de la solidaridad y la participación. Finalmente, Antonio Elizalde aporta un conjunto de «pistas para la construcción de una nueva sociedad latinoamericana»; el autor constata que América Latina «ha estado y continúa estando enferma de autoritarismo, de violencia, de ceguera, de negación de sí misma y de insensibilidad», parece condenada a «ser siempre un proyecto». Los proble­mas económicos, sociales y políticos están por abordar con nuevas estrategias y tácticas, con decisión y voluntad firm e de querer construir una nueva so­ciedad. Este es un empeño no sólo del pueblo latinoamericano sino del con­jun to de la «aldea global», en especial de los que tienen los «hilos» del poder a nivel internacional. Se cierra el número con una selección bibliográfica del Servicio de Publicaciones de Cáritas.

D ocumentación Social quiere con este monográfico contribuir p ri­mero a conocer la realidad de América Latina y por otro lado ofrecer un con­junto de artículos y reflexiones con diferentes puntos de vista de ver las cosas. El director de la Revista quiere agradecer la colaboración de Antonio Eli- ZALDE en la definición del esquema o guión general del número y la propues­ta de nombres para escribir los artículos, así como los contactos que él mismo ha asumido. Gracias, Antonio. También quiere agradecer la colaboración de los autores latinoamericanos que gustosamente han aceptado escribir, y que nadie mejor que ellos nos pueden describir la realidad a la vez que proponer alternativas y caminos a seguir, y en general a todos los que han hecho posi­ble este monográfico; finalmente, dejar constancia que no necesariamente se identifica con los contenidos que los autores reflejan en su artículos.

Francisco SALINAS R am o s D irector de DOCUMENTACIÓN SOCIAL

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Pensando la textura antropológíco-cultural

de los pueblos latinoamericanosRicardo Salas Astrain

Director del Departamento de Humanidades Universidad Católica Blas Cañas (Chile)

Pensar hoy día las relaciones íntimas, Indicas, estéticas, simbólicas y por qué no decir misteriosas que unen a los diversos pueblos latino­americanos en memorias y en proyectos comunes, pareciera un con­trasentido en un mundo donde las empresas, los fondos monetarios consolidan una imagen de un planeta homogéneo y plano donde to­das las economías están obligadas a participar. ¿Es posible pensar América Latina en su textura antropológico-cultural al margen del marco geopolítico de la globalización?

Quisiera en este breve artículo proponer algunas tesis presentes en el pensamiento latinoamericano que venimos trabajando desde hace varios años en una comunidad intelectual con amigos y colegas de otros países hermanos. Hemos venido insistiendo en la necesidad de pensar la herencia común, armónica y conflictiva, pacífica y vio­lenta, individual y comunitaria que hemos recibido de los que nos han precedido. Mostraré algunos de los temas básicos en que coinci­den los diversos esquemas teórico-conceptuales de los que buscamos repensar este legado cultural, heterogéneo que denominamos culturas latinoamericanas, pero insistiré en algunos aspectos que son propios de una perspectiva histórica particular.

Esta visión panorámica es ciertamente limitada, corresponde a la de un intelectual chileno nacido en medio del silenciamiento de las expresiones culturales, que observa una cierta frivolidad de una cultu­ra de masas entregada al «mercado cultural» que ha terminado por expresarse en un «desánimo cultural». ¿Cómo pensar la textura antro­pológico-cultural de un subcontinente tan inmenso donde en su in­terior tenemos países tan enormes como Brasil, México o Colombia que son a su vez verdaderos continentes? No quiero caer en las mio-

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pes limitaciones de algunas perspectivas que miran desde arriba esta América Latina compleja y donde se hacen invisibles las raíces narra­tivas de las historias particulares.

En estas décadas difíciles para los proyectos socio-políticos renova­dores —el de Chile en primer lugar— he aprendido de la memoria de las «víctimas», de los «excluidos» a tensionar la «mirada desde arriba» con las miradas «desde abajo». La textura antropológico-cultural de la América Latina que presentamos insiste más bien en mirar «desde aba­jo», desde subjetividades comunitarias, a veces anónimas o clandesti­nas, lo que se construye y reconstruye en las culturas locales de nuestros países; desde esta óptica me he acercado a mirar, pero también a escu­char, sentir y oler lo que nos ocurre como parte de una experiencia co­mún con otros países hermanos, con más dificultad a otros países más lejanos. Esta forma de sentir y padecer es también parte de un consen­tir y de un compadecerse frente a lo humano en América.

Teóricamente consideramos la textura antropológico-cultural a partir de procesos locales y comunitarios de recuperación de «memo­rias» y de gestación de nuevas «identidades», en este plano es a partir de estas subjetividades locales que se pueden evaluar adecuadamente los grandes procesos mediáticos que se difunden desde las grandes ciudades. Este enfoque apunta especialmente a mostrar cómo en las diversas culturas tradicionales, indígenas y populares se rearticulan valores individuales y comunitarios que celebran la solidaridad, la fiesta que derrocha, el baile que rompe los moldes citadinos, los mi­tos y símbolos de la vida en sociedades donde emergen a veces peli­grosas dicotomías, en las cuales se consolidan rigidices, exclusiones y renacen fanatismos de muerte.

Los que habitamos en países latinoamericanos hemos empezado a aprender por las dificultades de la vida cotidiana a reconocer que vi­vimos en una particular «modernidad cultural», que denominamos «modernidad periférica», donde algunos gozamos, por ejemplo, de un acceso a Internet y al correo electrónico y muchos otros no saben es­cribir una carta de su puño y letra. En que se debe reconocer que al­gunos habitantes de las Megápolis de Sao Paulo, México, Buenos Aires, Lima o Santiago gozamos del consumo sofisticado, que no en­vidia en nada a las grandes capitales europeas, pero en las cuales las masas que pululan las ciudades del Sur latinoamericano gozan a me­dias de «salarios» pre-modernos.

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A diferencia de la modernidad que presenta parte del Norte desa­rrollado, la nuestra esconde exclusiones, desintegraciones y quiebras en la integración social, pero esto es sólo la descripción socio-cultural de una cuestión más honda, ya que esconde problemas de temporali­dades y espacialidades desiguales, diversas formas animistas, mágicas y religiosas respecto de lo sagrado, todas las formas imaginables de re­solución de conflictos.

En síntesis, esta modernidad cultural podría analogarse al «realis­mo mágico» del que nos hablan nuestros literatos; no está lejos de la verdad que nuestras culturas se dejan expresar al mismo tiempo por el Macondo colombiano de GARCÍA MÁRQUEZ como por el Me ondo de algún novelista chileno que patentiza la inautenticidad de la ciu­dad bajo el peso del neo-liberalismo.

ENCAMINANDONOS HACIA LO HUMANO EN TIERRA MESTIZA

Pero acercarse al hombre latinoamericano entendido en un marco intercultural requiere precisar diversas formas de caminos que nos ha­blan ya de un método. A pesar de lo desgastada que ya está la palabra, pienso que no somos en América Latina muy conscientes de los acer­camientos realizados y posibles acerca de nuestra textura antropológi­ca cultural. Me parece que la compleja urdimbre que subyace al com­plejo ethos cultural latinoamericano puede concebirse en tres miradas que recogen al menos tres capas o niveles que uno capta en esta tierra mestiza. Como lo he indicado en otra parte (en mi libro Lo Sagrado y lo Humano) cabe distinguir en este enfoque al menos tres aproxima­ciones a la dimensión cultural:

— Las culturas latinoam ericanas en la «vida cotidiana» es la que pone día a día en práctica el sentido común para referirse a las di­ferentes situaciones cotidianas que afectan la sobrevivencia del hombre corriente en nuestros países. El sentido cultural de este hombre surge en estas diversas formas culturales por las que busca­mos explícitamente comprender nuestras prácticas concretas: comi­da, baile, erotismo, trabajo, amistad, valentía, pero también se ex­presan formas culturales más densas y amplias, en que encontramos la integración económica y cultural, el idioma común, los afectos.

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la tutela de las madres y la ausencia del padre, el sentido de la muerte, nacionalismo, etc.

Esta expresión del sentido común es heterogéneo: en las clases medias puede aflorar y hacerse explícito, cuando se asumen, por ejemplo, las diferencias nacionales o se convive con diversas personas que «viven» otras formas diferentes de vida; en las clases populares e indígenas se observa más dificultad para tematizar los elementos co­munes de las luchas étnicas y sindicales. Lo importante de la interpre­tación de la cultura en este nivel es que está basada por el peso rele­vante de las experiencias personales enraizada en la propia clase o co­munidad de origen. En este sentido se puede decir que la discusión del cosmopolitismo de nuestras élites o el localismo de nuestras clases populares e indígenas comporta estas precomprensiones y prejuicios. No se puede repensar lo antropológico cultural sin asumir estas pre­comprensiones, no suficientemente crítica, de nuestras especificida­des culturales. Es preciso asumir entonces que la textura antropológi- co-cultural de América Latina emerge ya a partir de las valoraciones e intereses de los imaginarios cotidianos de las clases sociales y grupos humanos.

— Las culturas interpretadas bajo los enfoques científicos son aqué­llas formas culturales abstractas que aparecen bajo los esquemas teó­ricos elaborados por las comunidades de especialistas de las ciencias humanas. Se trata, por ejemplo, de discutir si en América Latina exis­te un ethos que se origina del barroco, o si las culturas de nuestras grandes ciudades son «híbridas», o si el ethos cultural latinoamericano requiere asumir los valores éticos y estéticos. La textura antropológi- co-cultural en este plano, en principio, es necesariamente reconstrui­da y exige, por cierto, de consideraciones teóricas muy complejas acerca de los conocimientos necesarios, de las diversas fases culturales, préstamos y del contacto de las culturas en épocas diferentes, etc.

Esta «explicación» distanciadora me parece clave para cuestionar los lugares comunes de la textura ingenua presente en la vida del la­tinoamericano medio. Sabemos que para algunos lo propio de la América mestiza no se enmarca en los límites de la racionalidad cien­tífica, sino se prefiere hablar de hombres que juegan, bailan, aman, destruyen. Las ciencias sociales críticas en América Latina pueden en­tregar mediaciones importantes para una racionalidad amplia, que

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asuma los tortuosos y complejos caminos de su identidad. Con el re­conocimiento del importante papel de esta objetivación buscamos decir que una textura antropológico-cultural exige «comprender» lo humano por cierto más allá de los estereotipos, clichés o prejuicios, pero también de una visión puramente lúdica, estética o literaria de lo humano en este mundo mestizo. En este sentido, apelo aún a la re­levancia de la interpretación racional y razonable del mundo cultural que, por definición, está obligada a ser crítica y, como ha indicado P. Ricoeur, a ser también postcrítica. Frente a los que reclaman por las exageración de la razón moderna, habría que recordarles que gra­cias a las interpretaciones de las ciencias humanas en este siglo hemos podido recuperar la fuerza de las otras culturas sumergidas, subterrá­neas y clandestinas presentes en nuestros países.

El enorme trabajo de estas últimas décadas emprendido por los especialistas de las culturas latinoamericanas, al menos tal como se encuentran en las ciencias sociales actuales (antropólogo, historiador, sociólogo, lingüista), nos ha permitido recuperar «otra América», una «América profunda». A diferencia del hombre común y corriente, el pensamiento crítico expone y precisa, a partir de las imágenes visibles que el hombre corriente reconoce, otras significaciones de los «nati­vos», como diría G eertz, nos entregan un sentido oculto que nos permite desplegar conocimientos críticos de lo que se nos oculta. Este pensamiento crítico, que es legado de las ciencias humanas, es la base racional que nos ayudará a generar proyectos y utopías razonables.

— La cultura interpretada filosóficamente: En este nivel se preten­de alcanzar un tipo de realidad antropológica fundamental o aspectos substantivos del ethos de la cultura latinoamericana. Si bien es cierto que varios cientistas sociales y filósofos consideran que esta búsqueda está irrevocablemente marcada por un «esencialismo» que determina­ría rasgos que serían propios y que tal tarea está superada por un en­foque histórico, sostenemos que las búsquedas identitarias por re­montar hacia un orden ético-valórico de la cultura —que denomina­mos ethos— es correcta porque conduce a pensar el orden simbólico mucho más allá que como mera expresión de imaginarios socio-cul­turales. En este sentido, habría que pensar el ethos como raigambre cultural y ética.

Las culturas en este nivel no sólo aparecen en sus estructuras pro­fundas que permita describirlas en términos de pensamiento mítico

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como lo propuso el estructuralismo, no sólo es realidad fenoménica socio-cultural, sino que se abre a nuevos mundos donde los humanos buscan decirse y expresarse, y si la palabra no fuera hoy día fuente de confusiones podríamos denominar ontologia. La cuestión central en­ronces es entender el tipo de ser que corresponde a esta textura antro- pológico-cultural. Este nivel ontológico requiere partir de las signifi­caciones ocultas de los símbolos y relatos culturales para vislumbrar el tipo de realidad implicada en la experiencia común que tienen los hombres de nuestras tierras mestizas. No se trata únicamente de pen­sar la cuestión de la distinción entre el «ser» y el «estar» al modo de K u sch , sino de plantearse el tipo de realidad que emerge de «culturas híbridas», en las cuales se cruzan seres reales y seres ficticios, se entre­cruzan y coexisten bajo formas múltiples.

El hombre latinoamericano no sólo es una parcela de la vida hu­mana en el planeta; él asume una determinada mediación de toda la Humanidad, aparece vital entender esta expresión de una existencia singular y mediada culturalmente que se plantea frente a un mundo imaginario e histórico que debe universalizarse en una relación inter­cultural con otros mundos.

La hermenéutica de la filosofía latinoamericana refiere siempre al hombre mediado por los diversos lenguajes que asumimos en los len­guajes simbólicos, literarios, estéticos, lúdicos, etc. Uno de los ele­mentos mediadores entre el hombre y la cultura es el poder significa­tivo del lenguaje: no se puede disociar el sentido de la existencia cul­tural sin considerar la forma simbólica y narrativa del lenguaje humano; éste es el que nos ayuda a plasmar dicha experiencia y en­tender lo que significa ser hombre en estas tierras caracterizadas por mestizajes raciales y culturales.

Estas consideraciones generales acerca de tres caminos para aden­trarse a los rasgos antropológico-culturales de los pueblos latinoame­ricanos permiten clarificar el nivel de análisis, reflexión y crítica que podemos alcanzar en esta compleja cuestión. Estos niveles del sentido cotidiano, racional y filosófico permite mostrar cómo en todas nues­tras culturas tradicionales, populares y mestizas se re-elaboran símbo­los, mitos y relatos que siguen comentando, re-haciendo y resignifi­cando. La vida cultural se articula en diferentes planos, por sujetos diferentes y apelando a dimensiones distintas de los sentidos transmi­tidos por las tradiciones y las memorias de nuestros pueblos.

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PENSANDO LA MODERNIDAD CULTURAL DESDE SOCIEDADES PERIFÉRICAS

La textura antropológico-cultural no se puede comprender sin asumir parte de las categorías en juego hoy en día en América Latina, a saber las de «modernidad» y «postmodernidad». Pero hay que indi­car desde el principio que ellas asumen, especialmente entre nosotros, dosis importantes de ambigüedad. En América Latina ellas son fre­cuentemente consideradas por los intelectuales al margen de los pro­cesos histórico-culturales complejos, o asumen un tanto acríticamen­te presupuestos filosóficos e históricos que la filosofía europea no ha podido precisar totalmente en su tradición. Es preciso utilizarlas de una forma más precisa. Esquematicemos algunas reflexiones latino­americanas al respecto.

En primer lugar, habría que decir que el debate sobre la moder­nidad busca responder a buena parte de los complejos procesos que viven las sociedades y las culturas latinoamericanas. Este debate pre­supone un análisis de los tres niveles descritos antes, pero en nuestros países es sobre todo el segundo nivel el que se ha desarrollado más. Ea modernidad aparece hoy como uno de los principales paradigmas de las ciencias humanas en América Latina. Según GARCÍA-Canclini, la modernidad se puede definir por cuatro rasgos principales de la socie­dad: la emancipación, la expansión, la renovación y la democratiza­ción. Brunner considera, por su parte, que la significación sociológica de la modernidad está determinada por núcleos organizacionales que reducidos a sus unidades mínimas son: 1) la escuela; 2), la empresa; 3) los mercados, y 4) las constelaciones de poder —«hegemonías»— (Brunner, J. J., pág. 125). Para M o ran dÉ y Scan n one , la moder­nidad estaría asociada a distintos proyectos que han sufrido las socie­dades tradicionales, que buscan establecer un predominio de lo eco­nómico sobre el ethos cultural. En síntesis, las nociones sobre la mo­dernidad que manejan los dentistas sociales y pensadores latinoame­ricanos en general se relaciona y se mezcla frecuentemente con el aná­lisis de la «modernizaciones» que viven nuestras países desde hace al­gunas décadas.

Este vínculo de la evaluación epocal de la modernidad con el fenoméno socio-económico de la modernización hace muy difícil la aclaración del debate entre los pensadores latinoamericanos (Salas,

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1997). Una de las principales dificultades teóricas consiste en una ar­ticulación adecuada de los tres niveles que hemos descrito antes. En nuestra opinión, no sólo basta distinguir el análisis de estos cambios económicos, culturales y sociales en la vida cotidiana y comunitaria —que los dentistas sociales intentan tipificar hoy con el concepto de modernización— de las bases culturales e históricas sobre las que se asienta nuestra época, que proviene de la cultura europea del siglo XVII (racionalismo y mecanicismo) —noción más histórico-filosófica que refiere a la categoría de «modernidad»—, sino que es preciso se­ñalar que este debate implica una discusión sobre proyectos, fines que tienen no sólo a los intelectuales o a las élites como protagonistas, sino también a los hombres latinoamericanos y a sus comunidades de vida. Este debate no es sólo teórico, sino que es práctico, porque apunta a designar lo que es deseable para el conjunto, y presupone por tanto un orden valórico.

En el primer caso se requeriría distinguir entre tres niveles que im­plica: una categoría que dé cuenta de la «significación» de los nativos, otra de índole descriptiva de la sociedad y una última de índole especu­lativa. La primera muestra una cultura cotidiana que re-crea sus diversas expresiones culturales tradicionales tensionando el monopolio ejercido por las «industrias culturales». La segunda remite a una descripción teó­rica de las conductas, valores y normas sociales que encontramos en las culturas mestizas. En este plano no se puede desdibujar la frontera entre la experiencia cultural vivida y la experiencia reconstruida por las cien­cias sociales. En la tercera nos encontraríamos con un categoría más in­terpretativa porque remite al sentido de la época moderna y cuyos lími­tes teórico-práctico se plantean para todo el planeta hoy día.

En el segundo caso es preciso reconocer que estas categorías, cuando se utilizan para analizar nuestra situación cultural latinoame­ricana, exigen el reconocimiento de unos rasgos socio-económicos y culturales que exigirían entonces la reelaboración de una noción de modernidad «periférica». Ella designaría los nuevos procesos socio- culturales que emergen en el Tercer Mundo, que integran algunos as­pectos de la modernidad europeo-americana, pero en contextos so- cioculturales diferentes, caracterizados, muchas veces, por la pobreza y la exclusión creciente de grandes sectores de población.

Nos encontramos así frente a la necesidad de gestar un debate cultural, debate que es necesario y urgente en América Latina no sólo

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porque es parte de un diagnóstico epocal planetario que cruza el di­namismo de nuestras culturas híbridas y mestizas, sino porque la construcción de culturas auténticas implica una discusión profunda sobre los fines y valores del cambio. En nuestros países nos encontra­mos en un zona fronteriza donde por un lado las comunidades hu­manas afirman sus convicciones y sus valores, pero el sistema econó­mico-cultural propuesto por la modernización socio-económica pone en cuestión las seguridades y certezas culturales.

En América Latina y en particular en Chile es relevante respon­der a la cuestión de lo que significa ser moderno y del sentido que puede adquirir entre nosotros una crítica de esta propuesta socio-cul­tural, porque muy frecuentemente el poner en tela de juicio algunos aspectos insuficientes de los cambios modenizadores conduce a los es­tereotipos. En nuestra perspectiva, el predominio de la mirada «desde arriba» del proyecto modernizador y de la modernidad cultural ha conducido al silenciamiento paulatino de los actores socio-culturales; por ello la discusión de la modernidad no ha logrado aún consolidar un debate cultural sobre los nexos problemáticos entre tradiciones ét­nicas, comunitarias y los proyectos modernizadores nacionales. Es preciso decir que el proyecto moderno en tierras morenas todavía lo avizoramos como utopía, ¿cuántas vidas humanas se habrían salvado en un Estado de derecho, cuántas situaciones de injusticia se resolve­rían en una sociedad igualitaria y fraterna? Pero, por lo que hemos in­dicado, los fines y valores de los cambios están lejos de reducirse a la propuesta modernizadora «desde arriba», que no logra responder a las expectativas e inquietudes de nuevas mayorías que ven socavadas sus opciones culturales de base. ¿Cómo responden nuestros países a la de­mandas de los jóvenes, mujeres indígenas? ¿Cómo respetamos en nuestros países, donde gana terreno los enfoques sobre regionaliza- ción administrativa y económica, el respeto a las opciones éticas de las comunidades étnicas y locales?

Estas preguntas son claves para avanzar en un diagnóstico antro- pológico-cultural porque sugiere que el proyecto modernizador re­quiere de reparos y correcciones no irrelevantes para que ayude efec­tivamente a los individuos y pueblos a reencontrar el sentido de su experiencia histórica y cultural. Esta problematización nos resulta re­levante para una discusión que debe tensionar permanentemente la experiencia histórica y la ética en el seno de las culturas.

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LAS METAMORFOSIS DE LOS VALORES EN AMÉRICA LATINA

Desde una hermenéutica de la modernidad cultural es posible su­gerir un vínculo entre las dimensiones imaginativo-simbólicas de las culturas con el orden valórico, lo que involucra sobrepasar una no­ción del valor que los vinculaba más a un esfuerzo de la razón univer­sal que a la imaginación cultural específica de los pueblos. Este enfo­que implica rechazar tanto la era de los valores de la racionalidad ilus­trada derivada de una cierta metafísica racionalista de la modernidad, como la era de la fragmentación valórica propiciada por una cierta vi­sión postmetafísica que se encuentran en los que abogan por el adve­nimiento de la era postmoderna.

En un marco de profundización del diagnóstico antropológico- cultural de los pueblos latinoamericanos se puede indicar que los va­lores vividos por los latinoamericanos son contextúales, pero con pro­yecciones universales, ellos sólo pueden ser asumidos por los sujetos y comunidades humanas en tanto presentes en el humus cultural forja­do en sus tradiciones y sus experiencias. El problema ya no es como se ha planteado a veces si los valores culturales son del orden univer­sal o del orden particular, ni tampoco si son absolutos o relativos, sino si ellos pueden ser vividos por los sujetos sin referencias a sus propios tejidos interculturales, como «universales concretos» que de­finen el modo de apreciar las herencias y los proyectos íntimos de las comunidades humanas.

La dinámica de los valores en América no pueden ser analizados sin sus imbricaciones profundas con los códigos culturales de las co­munidades humanas, esto exige repensar una nueva definición de la experiencia moral situada donde las formas de apreciar de los sujetos latinoamericanos integran una percepción y donde la mantención de las memorias históricas y la necesidad del cambio social y político se articulan en formas «híbridas».

En concreto, se trata de mostrar que todos los valores que apre­ciamos los latinoamericanos como propios y auténticos, el valor de la madre, la convivencia, el trabajo «aperrado», la fiesta, la solidaridad, la justicia, el recuerdo de los muertos, la cercanía del misterio, así como también sus antivalores, que nos remueven internamente, la ausencia del padre, la violencia social, la desorganización, la miseria

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triste, el individualismo, la injusticia, la prepotencia de los vivara­chos, la presencia del mal, son parte de una forma particular de dar sentido y significado al mundo, que requiere repensar una forma dis­tinta de ver, apreciar y sentir el mundo en que se vive.

En casi todos los países latinoamericanos, a través de situaciones y vicisitudes socio-políticas y económicas un tanto disímiles, uno se encuentra con la propuesta de diversos proyectos de modernización socio-económicos que implican romper estructuras jurídicas, econó­micas y sociales que surgieron en muchos años de vida política agita­da. Casi todos estos proyectos pueden vincularse a un proceso de «desregulación» mundial que afecta a todos los países. ¿Qué ocurre cuando los valores proclamados públicamente por los individuos, las instituciones y los Estados no se ajustan a sus propias acciones y es­trategias? ¿Qué forma de apreciar la vida cotidiana emerge cuando uno se encuentra frente a una inflación del concepto de mercado que termina siendo el macro-criterio de toda decisión individual, institu­cional o estatal? ¿No será que estas transformaciones han cambiado la definición de la vida buena?

Una brevísima explicitación de las raíces cosmológicas de las cul­turas amerindias puede ayudar a captar algunos de estos desafíos pre­sentes. La modernización acelerada que irrumpe cada vez más fuerte­mente en los territorios habitados por las comunidades indoamerica- nas entrega algunas lecciones que son relevantes para bosquejar una respuesta más adecuada a nuestro contexto latinoamericano. En gene­ral, se sabe que la mayoría de las etnias originarias tenían y tienen una vinculación íntima con los territorios que habitaban: conocían todas sus potencialidades para alimentarse y vivir de lo que ellos producían. Era tan delicada la relación que establecían que era frecuente la emi­gración hacia otras tierras cuando se afectaba lo que hoy llamaríamos la sustentabilidad del sistema de explotación económica (O SSIO , 1994).

En este siglo el problema de la tierra ha tratado de ser resuelto en los marcos de los sistemas político-jurídicos de los Estados modernos que defiende la propiedad únicamente en términos individuales y que ha llevado a considerar el valor comunitario o planetario de la tierra como algo meramente secundario. Sólo en algunos países se logró cautelar algunas pequeñas zonas para su explotación por las comuni­dades étnicas. Con distintas variantes nacionales, esta protección de

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la propiedad del territorio indígena comunitario pospuso, pero no terminó con la presión de colonos y hacendados de las tierras indíge­nas, que continuó tratando de apropiarse de los terrenos que no en­traban en el circuito de venta e intercambio de las tierras.

En el plano de un análisis antropológico-cultural sabemos que la tierra —que es fuente de tantos conflictos sociales y afecta tan fuerte­mente a las minorías étnicas desde el lejano Canadá hasta las tierras de la Patagonia, atravesando los conflictos de las minorías en México, en Ecuador, en Brasil, entre muchos otros—, está indisociablemente vinculada a una cosmovisión religiosa, que rechaza identificar dichos territorios con un simple valor de intercambio comercial ni como una tierra que se usa hasta que se deja «morir», sino que se abre a una dimensión ecológica de tipo sacral. Pero aquí se pueden encontrar contradicciones muy fuertes en el manejo moderno del territorio in­dígena en Chile y que se pueden igualar a otros países. Señalemos un ejemplo acerca de la región Pewenche en relación a una empresa in­ternacional que busca explotar los recursos naturales con una lógica de ganancia inmediata y no en una explotación razonable del recurso hídrico, como podría proponerse a partir del sistema ecológico de la comunidad pewenche que habita desde siglos en esas tierras. ¿Cómo resolver el conflicto de un proyecto hidroeléctrico que no ayuda a mantener la base ético-religiosa del pueblo pewenche donde lo ecoló­gico y lo mítico-cultural (moralidad, religión, sabiduría) se entrecru­zan? ¿Cómo resolver los conflictos intra-étnicos entre los propios in­dígenas que valoran de diversa forma el impacto y las consecuencias de los grandes proyectos de inversión para el futuro de las etnias?

En los diversos trabajos sobre antropología y cultura latinoameri­cana en América Latina falta avanzar mucho más en un análisis de una ética intercultural que permita considerar las transformaciones valóricas en el marco de la modernidad cultural.

El problema que se debe discutir no sólo remite a la cuestión ¿qué es modernizar?, sino a la cuestión de considerar la modernidad cultural como un nuevo proyecto homogenizante que cuestiona y so­cava las bases ético-míticas sobre las cuales se han ido construyendo las culturas indígenas, mestizas, urbano-populares. El problema no es sólo indicar las consecuencias socio-económicas de esta cultura aso­ciada a las empresas mediáticas, sino a una necesidad cada vez más sentida de gestar una reflexión ético-cultural sobre los fines de este

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proyecto cultural vinculado al modelo de mercado imperante. El asunto, por ejemplo, no es sólo poner cotas a la cantidad de vídeos, canciones o CD que se transmiten en otro idioma, sino de asumir con seriedad lo que significa para la vida cultural de nuestros pueblos que la mayor parte de los «bienes culturales» que consumen las ma­yorías supone valores culturales e idiomáticos que no responden a la memoria cultural de los pueblos latinoamericanos.

Es menester entender que los necesarios cambios socio-econó­micos que deben vivir nuestras sociedades con el fin de lograr mayo­res niveles de bienestar corresponden claramente a una necesidad sen­tida de lograr una tranformación que permita mayores y mejores po­sibilidades humanas para las diferentes comunidades latinoame­ricanas. Pero por diversos estudios comenzamos a darnos cuenta de un «desgano» que invade a los pueblos que asumen sin crítica este modelo, de malestares profundos que se perciben en una sociedad chilena donde la riqueza ganada en una década de crecimiento soste­nido no se ajusta a las personas y comunidades que tienen conciencia de haber perdido en mayor calidad de vida, que en definitiva el bienestar económico buscado exige costos sociales y culturales que hoy algunos comenzamos a considerar «costos exagerados». En este plano de discernimiento ético comienza a surgir en los pueblos una necesidad de consolidar cada vez su identidad cultural, a saber, una necesidad del enraizamiento de pertenecer a algún conglomerado hu­mano. Se comienza a percibir que hoy existen diversas modernidades, y la que nos ha llegado ha sido la de una modernidad impuesta que acentúa nuestros «híbridos» rasgos de sociedades periféricas.

El problema de una ética inter-cultural en América Eatina exige responder una pregunta que algunas veces se hicieron los africanos y asiáticos: ¿Cómo se aprecia en un contexto híbrido e intercultural los bienes económicos y los bienes culturales? Esta pregunta no se puede responder sin plantearse una perspectiva ética de la modernización que desde nuestras tradiciones y de la memoria histórica de los pue­blos discuta la cuestión de si la modernización es un proyecto neutro valóricamente o si hay que reconocer que ella se expande diferencia- damente en los distintos contextos culturales. Los ejemplos sobre el autoritarismo de los propuestas técnico-instrumentales de los gobier­nos de los distintos países del orbe y de las empresas multinacionales ayuda a comprender en parte este pesimismo cultural que invade a

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los que prefieren otras alternativas culturales para la transformación económica.

Aunque disponga de un corto espacio pienso que es provechoso explicitar que frente a la modernización cabe distinguir tres reaccio­nes culturales disímiles que se pueden encontrar en la experiencia re­ciente de las comunidades humanas en América Latina:

a) Reforma: Los elementos positivos que caracterizan la admi­nistración efectivamente moderna choca frecuentemente con los lí­mites de una realidad socio-cultural que sacude a las nuevas autori­dades que prometen los cambios. La reforma entendida como un cambio socio-económico posible por un nuevo gobierno es una creencia asociada frecuentemente a los populismos demagógicos. En general, ella no asume en América Latina la complejidad de los problemas heredados.

b) Rechazo: En medio de las comunidades tradicionales aflora muy a menudo un rechazo porque se sabe por la memoria de los an­tepasados que las nuevas formas significa extirpar una forma de vida en desmedro de otra. Pero la apelación de estos grupos condenados por el proceso modernizador, indígenas, pescadores artesanales, agri­cultores y artesanos tradicionales, entre otros, no gestan la solidaridad de los otros grupos sociales, que todavía calculan que es posible sacar un beneficio aunque sea en el corto o mediano plazo.

c) Transformación: Frente a las dos actitudes anteriores, emerge cada vez que el proceso de modernización requiere no sólo correcti­vos, sino humildad para reconocer sus fracasos respecto de sus posibi­lidades efectivas de entregar mayor bienestar para el conjunto de la sociedad. La transformación implica un protagonismo cultural de los sujetos culturales que hoy es casi inexistente como conjunto en los países de América Latina. Las reformas se asumen como un proyecto mundial hegemónico que no se puede rechazar, de hacerlo se lo redu­ce a la caricatura anti-moderna.

Nuestro análisis del tema del desarrollo socioeconómico y cultu­ral en medio de comunidades indígenas me ha llevado a pensar que las dos primeras formas descritas son unilaterales y no tienen reso­nancia para un proyecto conjunto de nuestras sociedades. En este marco las implicaciones culturales del desarrollo que nos interesan a

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diversos estudiosos se presentan bajo una forma utópica, de forma que según nosotros es posible reincorporar las formas técnico-instru­mentales en un marco adveniente de una racionalidad nuevamente abierta a lo sapiencial.

CUÁLES VALORES Y PARA QUÉ TIPO DE MODERNIDAD

Este marco modernizador, reconociendo todos sus triunfos y ad­quisiciones para algunos sectores emergentes de las economías del sub­continente, aparece por diferentes signos que entregan las comunidades humanas en América Latina particularmente lesivo para el desarrollo armónico de los ricos procesos de resignificación de las culturas tradi­cionales. Pensamos que hay ciertos valores que vuelven a reconstituirse y están en el centro del debate social y de la búsqueda de convergencia en nuestras sociedades multiculturales. Estos valores pueden ampliarse a muchos órdenes, pero en un análisis esquemático de la culturas lati­noamericanas se podrían reducir principalmente a cuatro:

— LA IDENTIDAD CULTURAL. Si las consideraciones pre­cedentes sobre la racionalidad de los proyectos de modernización son correctas queda en evidencia que el gran valor en cuestión sería el de la identidad cultural. Esta no se plantea en la tensión entre la homo- genización lograda por el mercado y una diversificación creciente de las culturas latinoamericanas, lo que implica reconocer, junto a Brunner, que el predominio público del imaginario de las empresas culturales es innegable en nuestros países, sino que apunta a un orden ético: ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?

En este plano varios autores sostienen que el tema del ethos la­tinoamericano es clave no sólo porque permite dar cuenta de los ima­ginarios culturales como les interesa a las ciencias humanas, sino por­que el ethos continúa siendo un elemento nuclear para redefmir el sentido humano de las diversas prácticas culturales y desde donde se resignifican humanamente los productos de las empresas culturales.

— JUSTICIA. El esquema modernizador del mercado que aparece racional, técnico y neutro valóricamente presupone una teoría excluyen- te y elitista de la cultura, que rompe muchas veces en la práctica con los valores y las luchas de nuestros predecesores, que imaginaban sociedades más democráticas e integradas en la medida que se gestaban relaciones

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económicas más equitativas en el conjunto de la nación. Sabemos, em­pero, por la experiencia del hombre común que la tesis neo-liberal sobre el predominio del desarrollo individual por sobre el desarrollo comuni­tario, se expresa casi siempre en la práctica contra aquéllos más débiles que no tienen las potencialidades intelectuales y humanas que exige el modelo cultural de la competencia (¿no se ven «desde abajo» acaso las situaciones profundamente injustas que afligen en nuestros países a los enfermos, los viejos, los afectados por el sida, los indígenas y los ne­gros?). La justicia en nuestros países se reformula a medida que los Es­tados nacionales muestran a veces su incapacidad práctica para reesta­blecer el derecho de las personas y de las comunidades.

— SOLIDARIDAD. Las diversas formas de solidaridad que en­contramos en nuestras tradiciones culturales se va diluyendo en con­tacto con procesos cada vez más rápidos que tienden a que los más fuertes se unan en organizaciones transnacionales y que, al contrario, las comunidades humanas se desintegren, producto de las disensiones y anarquías de los débiles.

Cabría señalar que en nuestros países hay formas solidarias que son coaptadas por los grandes medios de comunicación, pero que no recogen completamente la fuerza de las expresiones indígenas, urba- nopopulares de solidaridad. ¿Se estará obligado a asumir la pérdida de una solidaridad fuerte por aquellas simples imitaciones de «solidari­dad» que liberan la conciencia? El valor de la solidaridad hoy aparece tensionado en nuestros países entre una «solidaridad fuerte» que se expresa en países con conflictos estructurales y una «solidaridad dé­bil» que proponen algunas veces los empresas mediáticas o las organi­zaciones filantrópicas.

— LA UTOPIA. La mentada «pérdida de la utopías» de este fin de siglo que predomina en algunos postmodernos, señala H lN KE LAM -

MERT, no implica la pérdida de la idea de una nueva utopía latino­americana porque la modernidad periférica siempre ha estado en cri­sis. La crisis de la modernidad parece muy vinculada a la relación en­tre la utopía elemental y los proyectos socio-políticos que buscan re­alizarla, los cuales en nuestros días aparecen limitados en su capaci­dad imaginativa de pensar en «nuevas sociedades».

En este sentido se requiere avanzar en la crítica de la legitimación de facto del orden cultural cosmopolita. Es preciso reconocer que los proce­

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sos que genera este mercado cultural se vinculan a un concepto más hu­mano de lo cultural donde se integran, tensionadamente, elementos de la tradición y de la memoria cultural de nuestros pueblos, por un lado, y la innovación cultural y la apertura a una utopía, por otro.

Esta manera de comprender los diversos valores aludidos tiene enormes consecuencias para una reflexión sobre las dimensiones antro- pológico-culturales de los pueblos latinoamericanos porque implica que un análisis de las mediaciones culturales no sólo remite a la «con­servación de tradiciones», sino que al mismo tiempo al fortalecimiento de una crítica de las ideologías. Se podría plantear de otra forma, si hay una pérdida de la imaginación trascendental del valor o una «pérdida de las utopías», ¿no es cierto que se renuncia a destacar el valor de nues­tra memoria cultural donde los que nos precedieron imaginaron en parte nuevas sociedades, que en parte hemos heredado, y que están pre­sentes en las nuestras? ¿Si existe una diseminación de la memoria local cuáles podrían ser las raíces históricas de una cultura o del humus cul­tural de los pueblos en un mundo cada vez más internacional? ¿Qué re­levancia podría tener entonces las consideraciones de la historia de las tradiciones y de los valores emancipatorios de nuestros pueblos? Si se consideran de una forma exacerbada el peso del imaginario visual de las industrias mediáticas, ¿no existiría un trasfondo ideológico que apunta­ría a diluir la especificidad de una palabra poética y literaria que se en­cuentra madura en nuestras culturas?

En síntesis, ¿no será ya necesario avanzar mucho más en la refle­xión crítica de una cierta filosofía de la cultura que se expande acríti­camente consagrando la explosión del sentido, el relativismo frente al orden valórico y el inmovilismo en la gestación de nuevas utopías? En este plano, ¿no existe aquí una tesis antropológica y ética que tiende a destacar una mirada derrotista y desesperanzadora sobre el porvenir de la Humanidad y de lo humano en América Latina?

BIBLIOGRAFÍA

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La deuda externa de América Latina: origen, evolución y alternativas de solución

Alberto Acosta*

«Y las letanías de las instrucciones de la abuela a Eréndira para poner en orden la carpa: hervir la infusión del agua, lavar la muda sucia de los indios para tener algo más que descontarles, planchar toda la ropa para dormir con la conciencia tranquila, dormir despacio para no cansarse, poner su alimento al avestruz, prender las velas y regar las tumbas, son muy parecidas — en cir­cunstancias diferentes— a la retahila del Fondo Monetario Inter­nacional para poner en orden la economía: suprimir el déficit fis­cal, rebajar los salarios reales y disminuir las importaciones, para tener algo más que descontar; aumentar las exportaciones para po­der pagar más a los bancos acreedores; crecer despacio para no cansarse y, sobre todo, pagar toda la deuda para dormir con la conciencia tranquila.»

A lfredo Eric Calcagno, 1988

1. EL RENACIMIENTO DE LA DEUDA EXTERNA

Hasta hace poco, en muchos países de América Latina se creía fir­memente que el problema de la deuda externa había sido resuelto. Si bien la deuda no había desaparecido, al menos había pasado a un se­gundo plano. Y dentro de este espíritu optimista se hablaba incluso del fin de la crisis económica, en la medida que la región, entre 1990 a 1994, experimentó una expansión de sus economías y una reducción de la inflación, en medio de un extraordinario reflujo de capitales.

* Ecuatoriano. Economista. Consultor del Instituto Latinoamericano de Investigacio­nes Sociales (ILDIS-Ecuador) y profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO-Ecuador).

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Uno de sus principales argumentos para sostener que se había producido una distensión en el problema de la deuda fue exactamen­te la reversión del flujo de recursos financieros. Desde 1990, durante cuatro años consecutivos la región, que había sido exportadora neta de dólares en los años ochenta, registró un considerable ingreso neto de capitales. De esta manera, la CEPAL, ya en 1992, se apresuró a anticipar que «de continuar y generalizarse esta tendencia entre los países de la región, se superaría un elemento central de la crisis de la deuda: el paralizante peso de las transferencias netas negativas y su efecto adverso sobre el desarrollo regional».

Por otro lado, la regularización del servicio de la deuda en casi to­dos los países de la región sirvió para ratificar esta apreciación. A par­tir de 1992, la mayoría de países en mora comenzó a encontrar for­mas para regularizar el servicio de su deuda y con ello se revirtió el proceso de amplia acumulación de atrasos. Esta se consolidó, en es­pecial, a partir de las renegociaciones logradas en el marco del Plan Brady. La CEPAL esgrimía como otro elemento probatorio de la tesis central, de que habíamos llegado al fin de la crisis de la deuda, el he­cho de que desde principios de la década de los noventa siguieron atenuándose progresivamente los indicadores del peso de la deuda.

El mensaje resultante fue claro: la crisis de la deuda no es irresolu­ble, es más, hay una solución técnica al problema, en especial con la uti­lización de los mecanismos planteados por el Plan Brady u otras opcio­nes complementarias. Con esto también cobró fuerza la viabilidad de los ajustes ortodoxos orientados a lograr la apertura y la liberalización a ultranza: el gran objetivo del neoliberalismo real. Así las cosas, no falta­ron quienes avizoraban para América Latina una situación interesante en términos de sus perspectivas económicas. Y todos estos elementos se transformaron en bienvenido argumento para los países industrializados y los organismos multilaterales, que deseaban dar por concluido el capí­tulo de la deuda externa, sobre todo por su elevado contenido político.

Este entusiasmo sufrió en 1995 un primer remezón con la crisis mexicana y sus secuelas, que fueran conocidas como el «efecto tequi­la». Por otro lado la proporción aún elevada del servicio de la deuda, la concentración del reflujo de capitales en pocos países, por no men­cionar las tasas de crecimiento sumamente modestas que se mante­nían en muchos países, parecían indicar que no era prudente precipi­tarse a sacar conclusiones sobre esta cuestión. Sin embargo, superado

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el susto del «efecto tequila», la «normalidad» retornó a la economía latinoamericana.

Esta situación, no obstante, duraría poco. Desde mediados de 1997 comenzaron a llegar noticias fragmentadas de una crisis lejana, inentendible. En el sudeste asiático, aquellos países utilizados repeti­damente como modelo para el desarrollo de América Latina entraron en una franca descomposición financiera. Japón, uno de los colosos de la economía mundial, no lograba reactivar su economía y tampoco encontraba respuesta a la crisis regional. El susto fue mayúsculo cuan­do Rusia cayó sorpresivamente en una acelerada espiral recesiva y los temblores financieros empezaron a sacudir a economías aparente­mente sólidas como la brasileña, argentina, peruana, colombiana, chilena... Y más aún cuando se empezó a hablar abiertamente de una depresión mundial. Sólo entonces América Latina parece haber co­brado conciencia de su actual situación, con un resurgimiento de sus viejos problemas, entre ellos la deuda externa.

2. ORÍGENES Y ALCANCES DE LA DEUDA EXTERNA

Antes de adentrarnos en una rápida lectura de la evolución de la deuda externa y sus consecuencias, reconozcamos que la deuda es, en todo momento, la expresión más visible de una crisis mucho más am­plia. Por eso no cabe afirmar que la deuda haya ocasionado la crisis. La deuda en sí es otra manifestación de la crisis financiera. Y como tal presenta una serie de elementos nuevos y otros que ya se repitie­ron cíclicamente en épocas anteriores: sea a mediados de la década de los veinte, a principios de los años setenta o en los años noventa du­rante el siglo XIX; o sea durante la famosa crisis de los años treinta o en los años ochenta ya en el siglo XX. Epocas en las cuales la deuda no simplemente fue un problema financiero, sino que desempeñó un papel importante como palanca o pretexto para imponer la voluntad de los países acredores sobre los deudores (1).

(1) Recordemos algunos casos de agresión imperialistas vinculados a la deuda exter­na: intentona española para reconquistar América en 1846, invasión anglo-francesa-espa- ñola a México en 1862, despojo a México de casi dos millones de kilómetros cuadrados — Texas, Nuevo México y California— en las décadas de 1840-50, agresión de la flota an- glo-germano-italiana (con aprobación yanqui) a Venezuela en 1903, secuestro por parte de marines yanquis de las aduanas de la República Dominicana en 1907 y de Haití en 19 17 , intentos de usurpación de las Islas Galápagos por parte de los EE.UU.

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Sin minimizar lo que acontece dentro de cada país, sea a nivel del conjunto de América Latina y aun dentro de los mismos países industrializados, el punto de partida de estos ciclos económicos se debe buscar en la lógica de funcionamiento del capital financiero internacional (entendido en los términos de Rudolf H i l f e r d i n g ). Para comprenderla requerimos, entonces, conocer sus necesidades de reproducción y acumulación. Este capital depende, en primera línea, aunque no exclusivamente, de las tasas de ganancia existentes en los países industrializados o centrales. Así, en ciertas ocasiones estos flujos están dominados por los capitales crediticios y en otras por las inversiones directas, dependiendo particularmente de la si­tuación existente en las economías centrales y, también, aunque en menor medida, en las economías receptoras. Las inversiones direc­tas son prioritarias, por ejemplo, cuando permiten a los países cen­trales acceder a recursos naturales, a mano de obra barata, o última­mente —vía privatización— a importantes empresas con rentabili­dad potencial o efectiva, así como con indudable capacidad de expansión tecnológica (2).

En esta misma línea de reflexión no es posible afirmar que la ex­pansión del endeudamiento externo sea sólo el producto de una deci­sión irracional adoptada por inversionistas desaprensivos o por políti­cos demagogos, en los países centrales al concederlos o en los perifé­ricos al aceptarlos. El aumento de la deuda en los países subdesa­rrollados ha sido muchas veces la mejor (o quizá, la única) salida que tenía el capital financiero internacional para garantizar su reproduc­ción, sea la rentabilidad de la banca, sea la rentabilidad comercial de las empresas. En juego estaban las exigencias existenciales del propio sistema capitalista.

En estas condiciones, y sin pretender explicar todo desde la visión externa, no se puede creer que los capitales foráneos actúan en forma

(2) Reconozcamos que este capital asume diversas formas, que pueden estar sinteti­zadas en créditos (deuda externa o inversión extranjera indirecta) e inversión extranjera di­recta, a las que habría que añadir la propia cooperación extranjera o ayuda para el desa­rrollo, así como otras alternativas comerciales. En este amplio espectro asomó reciente­mente una amplia gama de «productos» financieros: créditos bancarios, bonos, títulos de deuda, colocaciones de cartera, fondos externos de inversión y otros. «Productos» que no pueden ser entendidos de manera desarticulada del contexto económico general, aun cuando funcionan en gran medida divorciados de la economía real.

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autónoma. Hay que tener siempre presente la evolución de la econo­mía internacional, sea en sus elementos coyunturales, en particular para comprender los vaivenes especulativos, sea en su evolución de largo aliento, de donde se desprenden conclusiones estructurales. La evolución de la economía internacional, además, será comprensible dentro del funcionamiento del sistema capitalista, entendido como la civilización de la desigualdad por Joseph SCHUMPETER.

Hagamos, pues, el esfuerzo de desmenuzar las interioridades de los grandes procesos mundiales, procurando internalizar sus elemen­tos permanentes y las mutaciones que se vienen gestando. Sólo así en­tenderemos mejor los «momentos de ascenso y descenso de largo pla­zo de la tasa de ganancia promedio» (Ernest M andee) que determi­nan los ciclos económicos, o, visto de otra manera, aquellos «racimos de innovaciones» (Joseph Schumpeter), con las cuales se integran y difunden en la sociedad los más diversos inventos científicos e inno­vaciones tecnológicas, las más de las veces realizados mucho antes de su utilización y que, como sabemos, no se distribuyen uniformemen­te a lo largo del tiempo.

Relacionando lo anterior con la deuda, de conformidad con el pensamiento de Carlos M arich al, «cada ciclo crediticio se caracteriza por un ascenso, un período de prosperidad durante el cual los Estados latinoamericanos contrataban numerosos préstamos en el extranjero, y un descenso, o sea la fase recesiva, que era en general el resultado de la crisis financiera internacional, que conduciría a una cadena de suspen­siones de pagos». Eo cual, según el criterio de Oscar U garteche, «su­giere inmediatamente la idea de que hay una ley de comportamiento cíclico vinculado fundamentalmente a la conducta del ciclo económi­co de los países desarrollados. El crédito privado se expande cuando hay una baja en la tasa de ganancia de los países metropolitanos y se contrae cuando la tasa de ganancia se deteriora en los países depen­dientes vía la baja de los precios de las materias primas y el alza de las tasas de interés (en el mercado internacional, NdA). Cuando se seca la fuente de crédito como efecto de lo señalado, las economías de la peri­feria entran en períodos de ajuste a la restricción de divisas».

Entonces, parece razonable, sin tratar de encasillar este fenómeno en un esquema determinístico, hablar de la existencia de una suerte de ciclos en el proceso de endeudamiento, comparables en alguna medida a los ciclos económicos, tal como se observa si los compara­

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mos con la periodización de las ondas largas del capitalismo. Así las cosas, la historia de la deuda externa se caracteriza por etapas de auge y crisis coincidentes con dichas ondas largas, las cuales deben ser comprendidas analizando sus condiciones específicas.

De este tipo de análisis podemos sacar conclusiones sobre la for­ma de participación de los países subdesarrollados en el mercado mundial, así como sobre las posibles disponibilidades de capital en los mercados internacionales. La historia, vista desde estas ondas lar­gas, nos muestra que en las fases de auge predomina el capital inver­tido productivamente, mientras que en las fases depresivas tienen un peso mayor las inversiones financieras. Si recordamos que las ondas largas reproducen la ley del desarrollo desigual, tengamos presente la significación que ha tenido la crisis de la deuda externa, concreta­mente su servicio, al cual hay que añadir los diversos flujos financie­ros generados por las inversiones extranjeras que han contribuido ma­sivamente a financiar las grandes transformaciones tecnológicas al in­terior de los países centrales.

Todas estas transformaciones vienen acompañadas de una serie de cambios que son inducidos en los países periféricos, a los cua­les, utilizando como palanca la deuda y sus políticas de ajuste, se les ha encaminado por un proceso de reprimarización moderniza­da y flexible de sus economías (acompañada de una desindustria­lización relativa) como la vía más «conveniente y posible», según la ideología dominante. Esto es, hablando crudamente, a los países subdesarrollados se los ajusta para que participen de acuerdo a las expectativas y necesidades del capital financiero internacional. La deuda, entonces, no sólo refleja fenómenos cuantitativos, sino que desempeña un papel importante «en los procesos de reestructura­ción de las economías latinoamericanas», según afirma Jaime Es­tay Reyno (1996).

3. AMÉRICA LATINA ENTRE EL AUGE Y LA CRISIS DE LA DEUDA EXTERNA

En este breve ensayo apenas nos concentramos en los principales elementos del proceso de auges y crisis del endeudamiento externo la­tinoamericano, registrado en el útimo cuarto de siglo.

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Los entretelones del endeudamiento agresivo

La década de los setenta marcó un momento de ruptura en el sis­tema mundial y de surgimiento de nuevas formas de relación en la división internacional del trabajo, cuando se consolidó la mundializa- ción del capitalismo. La expansión de las disponibilidades financieras a nivel internacional surgió con los masivos desbalances económicos provocados en los Estados Unidos por efectos de su guerra imperial en Indochina y, sobre todo, por su pugna comercial con las otras po­tencias. Esta situación, que ya se venía gestando de años atrás, tuvo su partida oficial de nacimiento con la eliminación de la convertibili­dad del dólar en oro (agosto de 1971) por parte del Gobierno nor­teamericano, a raíz de la evidente debilidad de su moneda como un activo de reserva internacional. «Los dólares que poseían los países del mundo se devaluaron fácticamente, convirtiéndose en abultada deu­da flotante de Estados Unidos, adjudicada y distribuida compulsiva­mente alrededor del mundo. A partir de entonces, la oferta del dólar —y lo que ella representa en el ámbito financiero y monetario mun­dial— parecía limitada, en lo esencial, por las decisiones de política económica de los propios Estados Unidos», nos recuerda acertada­mente Ramón G arcía M enéndez ( 1 9 9 1 ) .

En estas condiciones el creciente flujo de recursos financieros des­tinados hacia los países subdesarrollados tendría como telón de fondo un incremento sin precedentes de la liquidez internacional, que no encontraba una rentabilidad adecuada en los centros, por la recesión de finales de los sesenta e inicios de los setenta. Esta disponibilidad de recursos creció aceleradamente con el «reciclaje» de los petrodóla- res a partir de 1974, situación que agudizó el problema, pero que no lo produjo.

En estas circunstancias disminuyó la rigurosidad en la concesión de los créditos por parte de la banca y se produjo una priorización de las formas financiero-comerciales por sobre las productivas. Los ban­cos ofrecían y aun obligaban, directa o indirectamente, a los países subdesarrollados a aceptar préstamos, muchos de los cuales ni siquie­ra eran indispensables. Eso sí, sin dejar de obtener en todo momento grandes ganancias. El endeudamiento externo de los países de la re­gión respondía a los intereses de la banca internacional antes que a las necesidades reales de los países que se endeudaban.

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Durante este festín crediticio, los organismos internacionales —como el Banco Mundial, el FMI y el BID— apoyaron decidida­mente la contratación de créditos por parte del mundo subdesarrolla­do, tradicionalmente marginado del mercado financiero. Esa era la mejor salida frente a la crisis recesiva en los países centrales. En este ambiente, los gobiernos y los grupos dominantes en los países perifé­ricos encontraron la oportunidad propicia para satisfacer, aunque sea parcial y temporalmente, su crónico déficit de financiamiento. Azu­zado por los dos lados, este proceso devino en un agresivo y alegre en­deudamiento, el cual, como sabemos, no condujo a una adecuada utilización de los recursos contratados. Otra causa que explica la agu­dización de la crisis.

No se puede ocultar de ninguna manera que el problema se com­plicó dentro de los países subdesarrollados. En un análisis más deta­llado sería preciso diferenciar entre los pueblos y sus gobiernos, mu­chos de ellos dictatoriales, los cuales, en la década de los setenta, se sumaron entusiastamente al proceso de endeudamiento inducido in­ternacionalmente y que les permitía mantener los patrones de acu­mulación y sus privilegios sin alterar las estructuras internas. Los ele­vados montos de la deuda y su deficiente utilización se comprenden también por las inversiones sobredimensionadas, el establecimiento y la consolidación de patrones de vida consumistas de reducidos grupos de la población, las masivas compras de armas, la corrupción, la transferencia al exterior de recursos financieros por parte de agentes económicos nacionales —no sólo de las empresas extranjeras— y, por supuesto, el creciente pago de intereses de los créditos a la banca in­ternacional, que exacerbaría la situación a principios de los años ochenta. No sorprende, pues, que los pueblos hayan sido los menos beneficiados con este endeudamiento acelerado.

Así las cosas, la brecha de divisas es explicable por la salida masiva de recursos, así como por el ineficiente uso de los factores de produc­ción y por la existencia de patrones de consumo no ajustados a las realidades nacionales, que no permitieron el establecimiento de un proceso de acumulación endógeno. Por otro lado, los masivos crédi­tos externos, que financiaron importantes montos de capitales fuga­dos, han sustituido de alguna manera al ahorro interno, al postergar reformas tributarias que habrían logrado mejorar la presión fiscal y, al mismo tiempo, podían contribuir a mejorar los niveles de equidad.

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Por otro lado, muchos de los capitales contratados en los mercados internacionales incrementan el consumo antes que la inversión.

La gran crisis de la deuda externa

Al finalizar los años setenta e iniciar los ochenta, las dificultades económicas internacionales empezaron a agudizarse, toda vez que los déficit de la principal economía del mundo, la norteamericana, pre­sionaron sobre las relaciones comerciales y financieras mundiales. Desequilibrios que obligaron a un reajuste en dicha economía, lo que motivó el incremento de las tasas de interés y la disminución de los créditos hacia los países subdesarrollados.

Nuevamente el detonante de la crisis latinoamericana estuvo en los Estados Unidos: su política económica restrictiva, conocida como «reaganomics», a partir de 1981 tornó completamente inma­nejable la deuda externa de los países subdesarrollados. Washington buscaba reducir los enormes déficit de su economía, tratando de consolidar su superioridad militar sobre la Unión Soviétiva y su li­derazgo económico sobre los otros países industrializados. En la práctica se produjo un incremento masivo del gasto en armas —«la guerra de las galaxias»—, que no pudo ser equilibrado con la res­tricción del gasto en las áreas sociales. Como corolario, sus desba­lances siguieron en aumento y los Estados Unidos se convirtieron en la principal economía deudora del mundo y en una aspiradora que succionó capitales de América Latina. Este reflujo benefició también a los otros países industrializados, que ya habían superado la fase recesiva y que, por tanto, podían integrar cada vez más recur­sos en sus actividades productivas domésticas.

Como resultado de la política monetaria restrictiva en los Estados Unidos, se experimentó una acelerada alza de las tasas de interés en el mercado internacional, lo cual obligó a los países subdesarrollados endeudados a ajustar sus economías para sostener la creciente canti­dad de recursos necesarios para servir la deuda. Ajustes que exigieron, en primera instancia, una masiva reducción de las importaciones (en algunos casos cercanos al 50% en un año), al tiempo que paulatina­mente integraron cambios para abrir las economías endeudadas en función de las necesidades del capital financiero internacional.

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Los países latinoamericanos, transformados en exportadores netos de dólares, recurrieron a sucesivas renegociaciones de su deuda exter­na con la banca internacional, con la consiguiente imposición de condicionalidades de los organismos multilaterales, que ahora actua­ban de cobradores...

Recordemos también que en 1982, como parte de la misma es­trategia de reordenamiento del poder mundial, los precios del petró­leo Y de otras materias primas empezaron a debilitarse en los merca­dos internacionales. Se procuraba reducir su valor para disminuir la brecha externa de la economía norteamericana. Y, en este ámbito, también como parte de este esfuerzo para reordenar las estructuras de poder, los Estados Unidos apoyaron a Inglaterra en la guerra de las Malvinas, lo cual también afectó el ambiente financiero interna­cional.

Este fue, en resumen, el telón de fondo del estallido del problema de la deuda, que se produjo a raíz de la suspensión de pagos de Mé­xico en agosto de 1982.

A partir de entonces la situación se volvió en extremo crítica. Las renegociaciones, que se sucedieron y que fueron apoyadas y dirigidas por los organismos multilaterales, trajeron consigo sucesivos progra­mas de estabilización y de ajuste, tanto para garantizar el servicio de la deuda, como para proceder al reordenamiento de las economías subdesarrolladas, en el marco de lo que se conocería poco más tarde como «Consenso de Washington»: estrategia neoliberal que imputa la causa de la crisis de la deuda a los gobiernos latinoamericanos y a sus políticas económicas, particularmente a los esfuerzos de industrializa­ción vía sustitución de importaciones, que contaban con una partici­pación activa —en ningún caso totalizadora— del Estado y que priorizaban el mercado interno, sin llegar a ser, en ningún momento, una propuesta autárquica.

En consecuencia, para superar esta orientación, con este Consen­so se buscó desarrollar una nueva modalidad de acumulación basada en las fuerzas del mercado y orientada sin reservas hacia el exterior.

América Latina se hundió paulatinamente y conscientemente en una profunda recesión. A pesar de lo cual hay que destacar que el es­fuerzo realizado fue descomunal, en condiciones internas sumamente difíciles y enfrentando un mercado mundial cruzado por proteccio­

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nismos de diversa índole y por la caída de los precios de las materias primas. La región financió una tremenda sangría de recursos: el servi­cio de la deuda externa alcanzó un monto neto negativo superior a los 210.000 millones de dólares en la década de los ochenta (3); la fuga de capitales habría estado en un orden de magnitud que puede fluctuar entre los 100.000 y 300.000 millones dólares (dependiendo de su definición) y el deterioro de los términos de intercambio en al­rededor de 250.000 millones de dólares. En esta sumatoria habría que añadir la repatriación de capitales y las remesas de utilidades de las inversiones extranjeras (superiores a los capitales invertidos), los costos provocados por el neoproteccionismo de los países del Norte, el pago de regalías y otros derechos tecnológicos, la sangría de «cere­bros» extraídos sistemáticamente de los países del Sur, así como los costos ambientales derivados de una ancestral relación de dominación del Norte sobre el Sur, que ha dado lugar a la «deuda ecológica», en la cual el papel de acreedores y deudores es inverso al existente en la deuda financiera.

Mientras tanto, la deuda externa, a pesar del volumen enorme del servicio neto realizado, continuó creciendo como si hubiera adquiri­do vida propia por el automatismo de las finanzas internacionales (Franz H in k e l a m m e r t ) , de 28.000 millones de dólares alcanzados en 1970 pasó a 69.000 millones en 1975, a 220.000 millones en 1980, luego a 439.000 millones en 1990, para llegar en los años del reciente boom financiero hasta los 645.000 millones de dólares en 1997. En esta evolución se destacan las diversas épocas de crecimiento del saldo final de la deuda externa de América Latina. Así, de 1970 a 1975 la deuda creció en un 146%, mientras que en los cinco años siguientes — 1975-80— el salto fue espectacular, de un 219%, para luego, como consecuencia de la crisis, declinar en su marcha ascendente a

(3) El monto de esta transferencia de recursos — superior en más de tres veces en tér­minos reales a lo que representó el Plan Marshall, con el cual los Estados Unidos ayuda­ron la reconstrucción de Europa luego de terminada la Segunda Guerra Mundial (HlNKE- LAMMERT)— , como lo dijimos inicialmente, tiene que ser comprendido en el marco de las necesidades del mismo capital internacional, embarcado a la fecha en profundas transfor­maciones tecnológicas. Un rubro a favor de América Eatina, pero de difícil cuantificación, está dado por el ingreso de narcodólares en varias economías de la región; realidad que, sin embargo, no puede ocultar el hecho de que el grueso del negocio se realiza en los prin­cipales países consumidores, esto es, en los grandes países industrializados, con los Estados Unidos y Europa a la cabeza.

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un 72% de 1980 a 1985, a un 17% de 1985 a 1990. En el último período la deuda volvió a incrementarse como consecuencia del reflu­jo de capitales experimentado a partir de 1990, así la deuda a 1995 aumentó en un 35%. De 1990 a 1997 el incremento ha sido de un 46%, valores inferiores a los conseguidos entre 1970 y 1980, cuando se produjo el proceso de mayor endeudamiento externo.

Por otro lado, los gobiernos deudores fueron incapaces de diseñar una salida común para suspender en bloque el servicio de dicha deu­da o de conseguir un amplio acuerdo político concertado con las na­ciones acreedoras. En esos momentos una posición conjunta de los países deudores pudo haber apurado una solución política, puesto que los bancos comerciales estaban también abocados a una situación sumamente angustiosa por el excesivo grado de exposición que tenían sus acreencias con los países subdesarrollados, sobre todo con los lati­noamericanos. Dicha incapacidad para encontrar un salida conjunta se explica por una suerte de complicidad existente entre los responsa­bles de los gobiernos latinoamericanos y los intereses de la banca in­ternacional. Además, influyeron las presiones y amenazas que ejerció el capital financiero, en especial a través del Gobierno norteamerica­no y de los organismos multilaterales, que frenaron cualquier intento para conformar un club de deudores (4). Una vez más se utilizó «el gran garrote» para defender al capital financiero internacional...

Así las cosas, manteniendo el enfoque tradicional —ajuste más renegociación— basado en la equivocada expectativa de que una re­cuperación de la economía norteamericana arrastre a las economías latinoamericanas, se abrió la puerta a una serie de soluciones. Con el Plan Baker, en 1985, se reconoció la necesidad del crecimiento eco­nómico para salir del atolladero, crecimiento a ser conseguido con una nueva y obligada inyección de recursos financieros. Ante el fraca­so de este empeño, se continuó con la búsqueda de cobros parciales a través de los mecanismos de mercado (capitalización y «menú de op­ciones», en especial desde 1987), acompañados con la tácita acepta­ción económica de la incobrabilidad (formación de reservas banca-

(4) Sea porque los negociadores de los países deudores tenían intereses cruzados o porque sus gobernantes no comprendieron la oportunidad del momento, lo cierto es que en la práctica los acreedores siempre actuaron unidos — comités de gestión o Club de París— e impusieron las reglas del juego, sobre todo la negociación de cada caso por separado.

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rías). Desde el campo político se insistió al aceptar la imposibilidad de recuperar el valor nominal de la deuda y se buscó un cambio de deudas viejas por deudas nuevas, dentro de lo que se conoce como el Plan Brady, a partir de 1989. Poco más tarde, y como parte de la in­tegración continental propuesta por los Estados Unidos, se presentó en 1990 la Iniciativa para las Américas, plan que integraba por pri­mera vez la necesidad de dar un tratamiento especial a la deuda ofi­cial (5).

Insistamos, el interés último del manejo de la deuda, sin dejar de exigir su pago, fue y sigue siendo promover la reinserción de las eco­nomías latinoamericanas en el mercado mundial. Lo cual se manifies­ta, por lo pronto, en términos de una mayor internacionalización del mercado de capitales en la región y de una modernizada forma de re- primarización de sus economías. Más allá de lo que significan los cambios experimentados en las economía de la región, a raíz de la cri­sis de la deuda externa, surge una pregunta inevitable: ¿Qué obtuvie­ron los acreedores y qué los deudores con el manejo convencional de la deuda y con las políticas de ajuste?

El proceso tradicional de renegociaciones, adobado con una que otra acción apegada a la lógica del mercado secundario de papeles de deuda, como fue el canje de deuda por capital o por naturaleza, en más de una década y media de práctica sostenida, sirvió para resolver el problema financiero inicial. Este, de no mediar estos procesos de renegociación, pudo haberse convertido en un colapso financiero para la banca internacional, como se vaticinó en la reunión anual del FMI y del Banco Mundial, realizada en Toronto en septiembre de 1982. La banca comercial, en consecuencia, salió de la trampa, pudo capitalizarse y reunir importantes reservas, sin dejar de obtener signi­ficativas utilidades en dichos negocios y aún a través de conseguir de sus gobiernos ventajas fiscales vinculadas al manejo de los créditos ofrecidos a los países pobres. Este manejo de la deuda, no hay duda alguna, dio resultados positivos para la banca y los países acreedores al facilitarles capear el temporal, así como para el FMI y el Banco

(5) Esta Iniciativa ratificó la vinculación existente entre deuda externa e inversión extranjera directa, dentro de la estrategia de los Estados Unidos para asegurarse el merca­do hemisférico. Lo cual ratifica la compleja lógica del capital financiero internacional y sus diversas formas de acción: deuda, inversión y comercio.

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Mundial que salieron fortalecidos como entes rectores de la política económica de los países subdesarrollados.

El riesgo de una debacle financiera se desvaneció para la banca in­ternacional gracias al sacrificio de los países subdesarrollados. Estos, por el contrario, afrontaron una de las peores crisis de su historia. Sus secuelas son diversas. No es posible afirmar y generalizar que fue una década perdida para todos. Mientras la pobreza y la marginalidad afectaron cada vez más a la mayoría de la población, sectores reduci­dos se beneficiaron de la propia crisis y sus ajustes. Las mayores de­sigualdades en la distribución de la riqueza, con un acelerado empo­brecimiento de las masas y una mayor concentración del ingreso y de los activos en pocas manos, constituyen la herencia de la deuda en los países periféricos. Aquí conviene recordar la influencia de las políticas de inspiración neoliberal, aplicadas tanto en dichos países como en los países centrales, que han consolidado situaciones de creciente inequidad.

Para entender los beneficios obtenidos por grupos reducidos de la población en medio de la crisis, y directamente por el manejo de la deuda, basta con recordar también los procesos de estatización de las deudas externas privadas en casi todos los países de la región. Proceso que benefició a empresas nacionales y extranjeras, y que se dio sin averiguar el uso de los recursos, la posible disponibilidad de fondos en el exterior, la existencia o no de la deuda... Además, en este empe­ño recibieron una serie de garantías cambiarías y financieras, transfor­mando este mecanismo en uno de los mayores subsidios entregados al sector privado y en otro factor inflacionario. Adicionalmente, en muchos países se abrió la puerta a la conversión de deuda para capi­talizar empresas o para asumir pasivos del sector privado, particular­mente de la banca. Y para colmo, muchos de los beneficiarios de estas operaciones son en la actualidad acreedores de dicha deuda, en tanto habrían comprado papeles de la deuda externa de sus países...

Adicionalmente, la crisis y las políticas aplicadas para enfrentarla no pueden ser vistas simplemente a través de sus evoluciones más o menos negativas para la mayoría de la población. El neoliberalismo, en tanto fuerza la tendencia de reprimarización y desindustrialización del aparato productivo nacional, no puede ser asumido como un fra­caso. Muy por el contrario, las economías latinoamericanas camina-

quizá no todo lo que esperaban los defensores de la ideologíaron

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neoliberal— hacia una mayor concentración de la riqueza en pocas manos, tanto como hacia la apertura, la desregulación, la liberaliza- ción, la flexibilización y la privatización: objetivos visibles de este mo­delo, que promueve un proceso de marcada desnacionalización del desarrollo. Ahora tenemos economías mucho más dominadas por el capital financiero internacional y orientadas radicalmente hacia el mercado exterior (6). Estas economías presentan desequilibrios secto­riales cada vez mayores, con avances notorios en la calidad de vida de pocos grupos vinculados a un proceso de «globalización», que no es global ni homogénea (7), con un severo y hasta estructural retroceso para muchos, en especial para los que todavía dependen del mercado interno. Estos elementos, que se refuerzan entre sí, han aumentado las desigualdades en la sociedad y, una vez más, han bloqueado el proceso de desarrollo.

El espejismo financiero de los noventa

Empecemos por señalar que, como tantas otras veces, son espe­cialmente factores externos los que han motivado el retorno de la cri­sis a América Eatina. Después de una década de altos rendimientos de las colocaciones en dólares, la marcada caída de la tasa interna­cional de interés denominada en esa moneda, desde fines de los años ochenta, incentivó a los inversionistas a reasignar parte de su cartera en dólares. Con una rebaja de las tasas de interés, el Gobierno norte­americano pretendió reactivar su aparato productivo. En estas condi­ciones, muchos capitales, ante la caída de los rendimientos en los mercados financiero e inmobiliario, así como de la tasa de ganancia de las empresas en los Estados Unidos y en otras economías centrales, comenzaron a buscar nuevas opciones. Posibilidades que aparecieron con fuerza en América Eatina, gracias a una serie de cambios que han preparado el terreno para lo que la CEPAE definió en 1994 como «nueva modalidad de desempeño económico».

(6) Los procesos de integración subregionales — la Comunidad Andina, por ejem­plo— pueden ser vistos apenas como un trampolín para acelerar la transnacionalización.

(7) La «globalización» es intensa en algunos campos, como el financiero, pero par­cial, heterogénea y desbalanceada en otros. Ella no define las condiciones del funciona­miento mundial de una manera similar para todos. Una manifestación lógica, si acepta­mos que así afloran las relaciones propias de un sistema desigual como el capitalista.

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En este contexto, aún cuando el leitmotiv era incrementar a como dé lugar las exportaciones, los países de la región experimentaron un incremento mucho mayor de las importaciones que de sus ventas ex­ternas. En una aproximación más de detalle, se puede observar que las importaciones provenientes de los países de la OCDE crecieron mucho más rápido que las ventas externas de la región. Esto nos de­muestra que las políticas económicas aplicadas en la región, a la som­bra de las renegociaciones de la deuda externa, han contribuido a es­tablecer una nueva modalidad de acumulación propicia para dichas importaciones y que, además, los países latinoamericanos hasta 1989 fueron una fuente importante de financiamiento para los cambios que se procesaban en los países industrializados. Todo esto como par­te de una reinserción mucho más sumisa de las economías latinoame­ricanas en el mercado mundial.

En estas condiciones, los déficits del balance comercial, agudiza­dos también por el deterioro de los términos de intercambio de algu­nos productos de exportación básicos, se compesaron con el incre­mento de los flujos financieros externos. Este creciente desbalance entre exportaciones e importaciones, acompañado de un nuevo en­deudamiento externo, nos condujo a una variante de la «enfermedad holandesa», esta vez provocada por el ingreso masivo de capitales pri­vados.

Los altos rendimientos ofrecidos por las economías latinoameri­canas, incentivados por una serie de mecanismos de promoción y protegidos en muchos casos por un sistema cambiario que sobrevalúa las monedas nacionales como ancla de los esquemas de estabilización y de ajuste, se constituyeron en un atractivo para capitales de otras re­giones. Además, el riesgo-país bajó a medida que mejoraba la solven­cia de los países endeudados en dólares como consecuencia del des­censo de las tasas de interés internacional y de la mayor oferta de fon­dos, que reducía los riesgos de devaluación (8).

Los ajustes estructurales también aportaron en la creación de las condiciones propicias para el retorno de capitales internacionales.

(8) Hay que tener presente que este riesgo-país refleja diferencias en las tasas de in­terés entre los países pobres y ricos, con el consiguiente desbalance en los costos financie­ros a favor de los segundos.

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pero no los provocaron y tampoco fueron la única razón que los mo­tivó.

En forma paralela a los ajustes estructurales, mejor digámoslo como uno de sus elementos, desempeñó un papel nada despreciable para atraer inversiones la privatización de grandes empresas estatales, por las múltiples ventajas que se ofrecieron y ofrecen todavía a los ca­pitales extranjeros (o nacionales repatriados) en las operaciones de ad­quisición de dichas empresas; la subvaloración de los precios de venta de estas empresas (deterioradas casi en forma planificada) (9) fue y es un aliciente para provocar inversiones provenientes del exterior. Adi­cionalmente, uno de los mecanismos más utilizados en este proceso de privatizaciones fue el de la conversión de deuda en capital, como otra ventaja adicional para los potenciales compradores.

Esta realidad demuestra que los procesos de privatización de las empresas públicas y el «achicamiento» del Estado están estrechamente vinculados al manejo de la deuda externa. Los ingresos provenientes de las privatizaciones, además, fueron utilizados para financiar un monto nada despreciable del servicio de dicha deuda, tal como lo son las políticas de austeridad fiscal, que terminaron por debilitar al Esta­do desarrollista.

Pero eso no es todo. Con las privatizaciones se apunta también a reordenar la economía y la sociedad en general en función de la nue­va modalidad de acumulación que se está configurando. Para lo cual, el Banco Mundial y el FMI ofrecen nuevos créditos destinados a po­sibilitar un proceso de privatizaciones de mayor profundidad y suma­mente acelerado.

En este escenario, los cambios registrados a nivel técnico y legal en los mercados financieros internacionales, que condujeron a la dis­minución de los costos financieros y a la introducción de novedosos esquemas de reaseguro, crearon nuevas condiciones para una mayor movilidad de los capitales. Estos cambios también aportaron para que dichos recursos se ubiquen con gran rapidez en los mercados tradicio­nales y aún en los emergentes, aprovechando las transformaciones

(9) Recordemos que a muchas empresas estatales se les obligó a contratar enormes créditos externos, que luego fueron destinados a otros fines, con el consiguiente desgaste financiero.

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que experimenta la economía mundial. Adicionalmente, las posibili­dades creadas por los avances tecnológicos en el campo de las teleco­municaciones y de la computación sustentan un esquema de mayor interrelación y flexibilidad entre todos los mercados financieros mun­diales. En este punto conviene resaltar el papel que cumplieron los mercados emergentes de América Latina, los cuales, a pesar de ser re­lativamente pequeños y riesgosos, son sin duda dinámicos y ofrecen altas tasas de rentabilidad (al menos hasta antes de la crisis asiática).

Uno de los aspectos interesantes de los últimos años, especial­mente a partir de 1990, fue la diversificación de las fuentes financie­ras internacionales, lo cual ha provocado el desplazamiento de los bancos a un papel relativamente secundario. La banca multilateral y también los Estados del Norte han ocupado el puesto de la banca co­mercial, sea porque de fa cto asumieron el pago de deudas de los ban­cos comerciales que se retiraron de este mercado o porque quedaron como los principales prestamistas. Con la refmanciación de deudas viejas, estos organismos obligaron a los países deudores a contratar nuevas deudas para pagar las deudas anteriores con los bancos comer­ciales. Las deudas con los organismos multilaterales tienen, además, los términos de contratación más duros, son innegociables. Con lo cual, estos organismos, a través del creciente servicio de sus créditos, han obtenido muchos más recursos que los que han prestado.

En el lugar de la banca comercial aparecieron también otros acto­res: los fondos de pensiones (privatizados), los fondos mutuales, las compañías aseguradoras, entre otros. Otro rasgo de esta actividad fi­nanciera fue la preferencia por fusiones y adquisiciones de empresas existentes, con una menor preferencia a la ampliación de la capacidad productiva instalada. Y en este complejo entorno, los Estados descui­daron el control y orientación de los flujos de capitales, lanzándose, por el contrario, en una competencia cerrada e inorgánica para atra­erlos.

Otra característica de esta época fue la salida de un sinnúmero de «productos» financieros, con una presencia significativa de capitales de corto plazo, puramente especulativos, ubicables sobre todo en las principales bolsas del mundo; esto llevó un alto grado de volatilidad, en la medida que su aporte es elevado. Otro aspecto de esta situación fue la masiva «titularización» de deudas de aquellos países subdesarro-

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liados con acceso a los mercados financieros, a más, por supuesto, de las deudas de los países industrializados.

Un punto aparte merecen los capitales fugados durante los pri­meros años de la crisis y aún antes de ella. Estos fueron en un elevadoporcentaje los primeros recursos en regresar y serán---- no nos cabe lamenor duda— los primeros en irse... Su presencia, por tanto, no es una garantía para la consolidación de una recuperación estable de la economía regional. Sus propietarios son profundos conocedores de la realidad latinoamericana, al tiempo que, en su gran mayoría, se carac­terizan por su espíritu especulador y poco empresarial. Todas estas puntualizaciones no pueden hacernos olvidar que las reacciones de estos capitales, no sólo de los especulativos o «capitales golondrino», son impredecibles y pueden adicionalmente salir por algún efecto de demostración que ocasionaría, en determinadas circunstancias, un acelerado debilitamiento o aún una reversión de los flujos financieros. Tal como sucede en 1998...

Más allá del predominio del factor especulativo, algunas inversio­nes realizadas en este período estarían orientadas a perdurar, permi­tiendo su maduración y el anunciado inicio de nuevas exportaciones. Esto representaría una suerte de garantía para la consolidación y du­ración de la nueva modalidad de acumulación en ciernes. La cual no puede ser entendida como la respuesta a las grandes necesidades so­cio-económicas de la región. Es más, su potencial viabilidad parte de la concentración de la riqueza en pocos grupos humanos y de una mayor desintegración nacional, fenómenos por lo demás propios del sistema.

Una primera conclusión en relación a la deuda externa es que su manejo gestó las bases para restablecer en cierta medida la confianza en las posibilidades de América Latina; recordemos que las sucesivas moratorias que se dieron no fueron confrontacionales. Otro punto que no podemos pasar por alto es la diferente situación entre los di­versos países de la región; el reflujo de capitales no se registró por igual en todos los países latinoamericanos, en tanto los capitales forá­neos han preferido las economías más grandes, que son las que a su vez han recibido un tratamiento especial por parte de la banca inter­nacional y sus organismos multilaterales. Y por último, las renego­ciaciones en el marco del Plan Brady no fueron la gran solución. El

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hecho de que fracciones de deuda con tasas de interés flotantes hayan sido transformadas en bonos pactados con tasas de interés fijas ha he­cho que su servicio tenga un interés superior al del mercado, en los momentos en que se ha agudizado el descenso de la tasa de interés en los Estados Unidos. Con este Plan se redujo pasajeramente el peso del servicio de la deuda. Sin embargo, aún después de este descenso y como consecuencia de los nuevos créditos contratados, los pagos de la deuda siguieron absorbiendo una proporción todavía excesiva de las divisas de la región.

Si se revisa la evolución de esta prolongada crisis de la deuda ex­terna, se puede identificar con claridad que el problema básico sub­sistía aún antes de la actual crisis financiera internacional. Igual refle­xión es válida para las condiciones y las perspectivas económicas y so­ciales de la mayoría de los habitantes de América Latina, aun en aquellos países «mimados» por el capital externo: Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela.

La crisis asiática, otra crisis de deuda externa...

Las secuelas de la crisis asiática se extienden cual círculos concén­tricos. Provocan nerviosismo, confusión y muchas sorpresas, al tiem­po que desatan un «tsunami» de noticias, análisis y comentarios, con una notable coincidencia en un punto: en el génesis de la crisis se en­cuentra el libre mercado, concretamente la gran ilusión de que éste funcione de una manera satisfactoria.

Para los seguidores del Fondo Monetario Internacional y los re­presentantes de los grandes intereses transnacionales, con Washington a la cabeza, el problema surgió porque no se habrían completado las reformas neoliberales. Otros librecambistas, menos fundamentalistas, que no asumen que el mercado justifica los medios, hablan de la ne­cesidad de una «pausa regenerativa» y recomiendan la necesidad de introducir temporalmente algunos controles al flujo de capitales y di­visas, destinados a reducir los intereses y aumentar el circulante para reactivar la economía, sin sufrir un drenaje masivo de divisas.

Sea porque falta o porque sobra, el meollo del asunto radica en la liberalización de los mercados, particularmente del financiero. Libe­

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ralidad que se convirtió en la receta de uso múltiple para el desarrollo de los países pobres o para la transformación inmediata al capitalismo de los antiguos países comunistas.

Sin dejarnos apantallar por el fundamentalismo que clama por más de lo mismo y sin caer en la trampa de la regeneración, consta­temos que la influencia de la ideología neoliberal y su práctica mon­tó, a nivel mundial, una gran burbuja especulativa: los negocios fi­nancieros superan en cientos de veces el comercio mundial de bienes y servicios anual. Sistema que valorizó las transacciones financieras e inmobiliarias, no la producción, ni la generación de empleo y menos aún el mejoramiento de las condiciones de vida de las masas. Sistema que provocó una colosal concentración de la riqueza, otra de las cau­sas de la crisis, en tanto las masivas utilidades alcanzadas se canaliza­ron a nuevas y lucrativas operaciones financiaras, así como a un con­sumo cada vez más conspicuo de las élites mundiales.

Los países asiáticos, que inicialmente aparecían como aquel gru­po de naciones que aprovechó adecuadamente la contratación de crédi­tos para su desarrollo, terminaron por ceder a las presiones externas, a los cantos de sirena del FMI y del Banco Mundial. Su propio creci­miento acelerado sentó las bases para atraer capitales externos, en una ambiente de creciente liberalidad y corrupción. Esto provocó la sobre­valuación del tipo de cambio de sus monedas (permanentemente sub­valuadas para fomentar las exportaciones) y una masiva acumulación de reservas internacionales. Lo cual condujo, como es obvio, a un aumento acelerado del endeudamiento externo, especialmente privado y en condiciones cada vez de más riesgos, sobre todo de corto plazo. En este caso la principal responsabilidad recayó en el sector privado y no en el sector público, en tanto los indicadores macroeconómicos no pre­sentaban síntomas preocupantes: por ejemplo, a más de las elevadas re­servas monetarias internacionales, tenían un superávit fiscal, una infla­ción controlada y tipos de cambio estables...

Esta liberalización se completó con la apertura de dichas economías, particularmente a las importaciones y de los mercados financieros (10).

(10) Esta liberalización se sintetizó en la desreglamentación de las tasas de interés, la eliminación de los controles administrativos en lo relativo a la expansión y asignación de los créditos, así como en la creación y desarrollo acelerado de mercados de títulos y par­ticipaciones de capital.

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Y la combinación de estos escenarios condujo a un estrangulamiento ex­terno, con importaciones crecientes frente a exportaciones que comenza­ron a experimentar una reducción en su ritmo de expansión, en medio de un mercado mundial, especialmente de los países industrializados, ca­racterizado por el neoproteccionismo. La crisis estaba programada. Los sucesivos vaivenes en las bolsas de valores y en los mercados cambiarlos apenas son repercusiones de una crisis de mayores proporciones.

En este escenario de crisis mundial, cuyos primeros episodios se iniciaron en Asia y que luego se extendió a Rusia (11) y América La­tina, debemos ubicar el problema de la deuda externa y desde allí plantear posibles soluciones. Teniendo presente que esta nueva crisis, también de carácter sistémico, encuentra en la deuda externa una de sus más claras manifestaciones, tanto en el proceso de contratación, que concluyó cuando el servicio de dicha deuda se volvió insosteni­ble, como en el enorme esfuerzo impuesto a los países asiáticos y a la misma economía rusa con políticas de ajuste fondomonetaristas, que han puesto a estas economías en camino de su latinoamericaniza- ción...

4. ALGUNAS REFLEXIONES PARA ENFRENTAR EL RETO DE ESTA «DEUDA ETERNA»

La deuda, vista así las cosas, no es sólo un problema cuantitativo, sino que también representa un problema cualitativo, un verdadero reto político e ideológico. Esta cuestión acompaña la vida política y económica de los países latinoamericanos desde su independencia. La deuda ha sido un asunto de recurrente actualidad, en reiteradas oca­siones ha suscitado violentos y apasionados debates y no pocas sacu­didas políticas, y ha provocado también múltiples acciones imperia­listas por parte de los acreedores en contra de los deudores... Los compromisos financieros externos vistos de esta manera constituyen una «deuda eterna».

En la actualidad, todavía se quiere convencernos de que el capi­talismo en su versión neoliberal es el único sistema viable y que su vi-

(11) Sin negar las peculiaridades de la economía rusa, aquí también podemos regis­trar el aumento vertiginoso del endeudamiento externo y las secuelas de este proceso.

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gencia está garantizada por la inserción transnacional en la economía mundial, a la cual se puede llegar exclusivamente por la vía de una mayor liberalización y un acentuado aperturismo. En este sentido, se entiende el vigor de la posición de quienes propugnan exclusivamente respuestas «técnicas» para manejar la deuda externa, buscando reducir su inocultable y por cierto explosivo componente político.

Con dicha opción se pretende negar la complejidad y diversidad del desarrollo, suplantándola con el simplismo unidimensional, supues­tamente apolítico y técnico, del manejo macroeconómico. Y se impul­sa, desde su cortoplacismo, una serie de transformaciones estructurales y de largo aliento, aparentemente inevitables, para preparar la partici­pación de los países subdesarrollados en la «globalización».

En este terreno, cuando no falta mucho para que la región, ante su creciente incapacidad de pago, retorne a su estado casi crónico de moratoria generalizada, existen algunas opciones que pueden ser con­sideradas, destacando que no son excluyentes y cuya aplicación de­penderá de las circunstancias internacionales y del grado de coheren­cia y voluntad políticas de los países deudores.

Elementos para una remozada renegociación de deuda

El objetivo inmediato debería ser reducir drásticamente la sangría de recursos provocada por la deuda y de ser posible suspenderla total­mente. No se puede seguir creyendo que el servicio que se realiza ga­rantiza la consecución de mayores volúmenes de préstamos: en mu­chos casos esto no ha sucedido, por el contrario el saldo neto de los desembolsos menos el servicio de la deuda es negativo. Desde esta perspectiva tampoco se puede aceptar que una posición concordante con el supuesto sentido común universal — el neoliberalismo— abre las puertas para nuevos flujos crediticios. La búsqueda a cualquier precio de un arreglo de la deuda no es una tarea alentadora que re­ponga con creces los sacrificios y los esfuerzos que la motiva.

Luego de observar los resultados que han obtenido los países que se acogieron al Plan Brady, está claro que la renegociación cooperati­va, en cualquiera de sus vías, no conduce a la terminación de esta problemática. Ha conseguido reducir en algo la presión de dicha deu­da e impulsar ciertos ajustes, es cierto, pero no ha logrado una salida

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que pueda ser considerada como definitiva. Tan es así, que en la ac­tualidad, en lo que se refiere a las deudas comerciales, ya se han regis­trado conversaciones para cambiar los actuales Bonos Brady por nue­vos bonos con períodos de vencimiento más largos —de cincuenta a sesenta años— y que incluyan un período de gracia que permita la re­activación y recuperación estructural de las economías endeudadas, que no podría ser inferior de diez años.

En el caso de las deudas multilaterales al parecer no se puede espe­rar cambios sustantivos, salvo que se trate de los países pobres muy en­deudados (Heavily Indebted Poor Countries, HIPC) (12); sin embar­go, con la agudización de los problemas financieros internacionales se aproxima el momento para una renegociación de estos préstamos, cuyo servicio frena el desarrollo; esta tarea implica por igual la reformulación integral del papel y el funcionamiento de los organismos multilaterales, transformados en verdaderos agentes del subdesarrollo. Mientras que el manejo de las deudas bilaterales, aquellas convenidas entre los gobier­nos, evoluciona cada vez más hacia condonaciones totales o con un ser­vicio condicionado al financiamiento de proyectos de desarrollo social.

De esta manera, poco a poco, se debilita la visión oficial que ha­cia creer que el tema de la deuda debía ser manejado con extrema ri­gidez. Son varios los caminos para abordar el tema. Se está frente a una situación inestable y variable. La complejidad ha crecido en los últimos años y en cada caso se debe precisar cuál es la posición más conveniente. Esa visión pragmática y casuística no obvia la necesaria búsqueda de efectivas respuestas concertadas por parte de los países deudores. Por este camino se llevaría la respuesta del problema al ni­vel que corresponde realmente: el político.

Opciones para una moratoria de ia deuda externa

Tampoco debe aparecer como inviable una moratoria, preferible­mente concertada al menos con un grupo significativo de deudores, sino con todos. La moratoria no es sinómimo de descalabro eco­nómico. A lo largo de su historia, un elevado número de países lati­noamericanos, de hecho, han obtenido importantes resultados econó-

(12) Bolivia concretó en septiembre de 1998, como segundo país en el mundo, una condonación por 760 millones de dólares por parte del BID, Banco Mundial y FMI.

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micos en condiciones de moratoria. Adicionalmente, una moratoria no excluye la posibilidad de que se mantenga la cooperación entre deudores y acreedores, siempre que ésta no apunte al establecimiento de una actitud contestataria.

Una moratoria deberá considerar el mantenimiento de los recur­sos que garanticen el pago oportuno a los créditos de proveedores. Un país que pague puntualmente sus obligaciones comerciales hasta puede rehabilitarse en el mercado financiero mundial por la vía de un recobrado prestigio entre los suministradores internacionales. Estos podrían ser, en definitiva, los principales interesados en apoyar en el mundo industrializado una moratoria, más aún si ésta, al liberar re­cursos para la inversión, conduce a una creciente demanda de bienes y servicios foráneos. Lo que sí está claro es que una suspensión o dis­minución del servicio de la deuda no obvia en ningún caso la necesi­dad de readecuar y reajustar casa adentro nuestras economías, en par­ticular su aparato productivo y, naturalmente, como aspecto básico, los esquemas de distribución de la riqueza y los ingresos.

Adicionalmente, convendría pensar ya en una moratoria programa­da y masiva del servicio de la deuda externa de todos los países subde­sarrollados, como palanca contracíclica para reactivar la economía mundial. A América Latina, entonces, le convendría apoyar todos estos esfuerzos para construir una posición conjunta de los deudores, la cual tendría mucho más peso si se trata de una moratoria acordada con los mismos acreedores como parte de una salida que abarque integralmen­te los principales problemas de la economía mundial.

En esta línea de reflexión no se puede descartar el apoyo a todas las iniciativas políticas con las que se quiere sensibilizar a los países acreedores para que acepten condonaciones masivas de deuda, tal como se propone con el Jubileo 2000 , apoyado por diversas organiza­ciones ecuménicas a nivel mundial (13). Desde estos espacios emer­gen nuevas iniciativas y fuerzas sociales, que podrían presionar a la

(13) Las Naciones Unidas, a través del Informe sobre Comercio y Desarrollo 1998, elaborado por la UN CTAD, solicitó también la moratoria unilateral de los pagos de la deuda y la imposición de controles al flujo de capitales, con el fin de enfrentar las presio­nes especulativas de las que son víctimas muchos países pobres. En la reunión anual del FMI, en octubre de 1998, ya se aceptó la necesidad de dar un «respiro» en el pago de sus deudas a algunos países subdesarrollados (los HIPC), aunque insistieron en no tolerar moratorias unilaterales como la rusa.

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opinión pública internacional para que exija cambios profundos de parte de los grandes centros de poder mundial.

Combate a la especulación y reactivación global

A nivel nacional y mundial urge el combate contra la especula­ción y a favor de la producción. Para eso se requiere mayor capacidad de gestión de las políticas locales y organismos internacionales —un nuevo FMI— que puedan gravar los flujos financieros externos de corto plazo para drenar la burbuja especulativa, a partir de un im­puesto como el planteado por el Premio Nobel de Economía James Tobin, a fines de los años 70 y que serviría para financiar un fondo para el desarrollo.

Si consideramos que la economía de papel o especulativa supera lar­gamente a la economía real o productiva, entonces la salida pasa por es­tablecer mecanismos que limiten y regulen los excesivos flujos de capita­les financieros, cuya lógica de funcionamiento no se explica por las acti­vidades comerciales o productivas de bienes y servicios. La experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad que los mercados liberalizados no son omnipotentes. Por el contrario, sus resultados han sido una y otra vez catastróficos para amplios sectores de las economías afectadas.

En ese sentido, estamos obligados a diseñar —desde el mismo es­pacio coyuntural— una opción económica alternativa, que empiece por recuperar espacios para la acción del instrumentarlo económico, el cual, a su vez, requiere ser reconceptualizado. Los resultados de este esfuerzo se garantizan también con adecuados mecanismos de co­mando y control de la economía, con el fin de recuperar y ejercer las funciones internas de adaptación y renovación frente a los complejos retos externos. La pérdida de autonomía (relativa) de la política eco­nómica y la situación de desgobierno en que se encuentran casi todas las economías subdesarrolladas son de los problemas más acuciantes. El sobreendeudamiento externo es síntoma de ésas y otras dificulta­des, que se manifiestan en diversos desajustes y descontroles econó­micos. En el empeño de lograr una reducción de la especulación, como eje rector de las relaciones económicas «modernas», precisamos una concepción económica diferente, que atienda las demandas co- yunturales, al tiempo que sienta las bases para las transformaciones estructurales que se estimen necesarias.

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Así, para reducir las presiones desestabilizadoras que provocan los capitales cortoplacistas, conviene estudiar la adopción de medidas de control de los flujos de capital, con un sistema de encajes, por ejem­plo; las experiencias chilena y malaya deberían ser analizadas y quizá adaptadas a las realidades de cada país. Aquí tendría lugar alguna re­flexión para recuperar las políticas de cambio diferenciado y aún para canalizar y priorizar el uso de las divisas obtenidas. Como se manifes­tó en el párrafo anterior, uno de los problemas mayores surge por la pérdida de autonomía en el manejo económico. Repensar los instru­mentos de política es entonces una de las tareas urgentes para recupe­rar espacios de control de los circuitos monetarios y financieros.

Un elemento adicional a la moratoria concertada de las deudas externas de los países subdesarrollados sería la rebaja concertada de las tasas de interés en las economías industrializadas. Con estas dos ac­ciones concertadas, a más de las medidas destinadas a la reducción de la burbuja especulativa, se podría esperar el establecimiento de un en­torno internacional propicio a la producción. En el cual, también, habría que cristalizar mejores opciones comerciales para los productos provenientes de los países pobres, esto es, reduciendo significativa­mente el neoproteccionismo de las economías más ricas.

En las actuales circunstancias, cuando el problema de la econo­mía global no es la inflación, sino más el peligro de una deflación, es­tas opciones podrían contribuir a gestar una respuesta contracíclica que facilite una salida de la crisis. Este no es el momento de la auste­ridad fiscal. Eas principales naciones del mundo deberían estimular la economía global. Y el FMI reducir la asfixia de las economías subde­sarrolladas, que intensifica la contracción mundial. Este reto requiere una constructiva combinación de ingenio y voluntad política, no la repetición de las mismas recetas fondomonetaristas, así como tampo­co posiciones pasivas y sumisas.

El reclamo de la deuda ecológica

Como complemento al tratamiento de la deuda (financiera) ex­terna proponemos incorporar el reclamo de la deuda ecológica. Aque­lla deuda, también externa, que se originó con la expoliación colonial — la tala masiva de los bosques naturales, por ejemplo— , se proyecta

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tanto en el «intercambio ecológicamente desigual», como en la «ocu­pación del espacio ambiental» por parte del estilo de desarrollo de los países ricos. Eso nos conmina a asumir las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través de las exportaciones de recursos naturales —normalmente mal pagadas y que tampoco calculan la pérdida de la biodiversidad, para mencionar otro ejemplo— provenientes de los países subdesarrollados —en este caso los acreedores—, exacerbadas últimamente por los crecientes requerimientos que se derivan del ser­vicio de la deuda (financiera) externa y de una propuesta aperturista y liberalizadora a ultranza. Y esa misma deuda ecológica crece, desde otra vertiente interrelacionada con la anterior, en la medida que los países más ricos —en este caso los deudores— han superado larga­mente sus equilibrios ambientales nacionales, al transferir directa o indirectamente contaminación (residuos o emisiones) a otras regiones sin asumir pago alguno.

Cabe destacar que muchos esfuerzos para aumentar las exporta­ciones han tenido impactos negativos sobre la Naturaleza, por la in­troducción —en la mayoría de las veces— de procesos productivos cada vez más agresivos con el medioambiente que se miden casi ex­clusivamente por sus resultados exportables, sin considerar sus efectos ecológicos o sociales. Es más, la instrumentación atropellada de pro­yectos orientados a forzar las ventas externas a como dé lugar, ha de­gradado el entorno natural y ha favorecido a grupos minoritarios vin­culados a los intereses transnacionales, al tiempo que han perjudicado a sectores pobres deteriorando significativamente su calidad de vida. Estos grupos más acomodados, por otro lado, han introducido un es­tilo de vida consumista y derrochador, que agudiza la degradación ecológica mucho más que lo podrían provocar los segmentos pobres de la población.

Vistas así las cosas, a las mencionadas transferencias económicas relativamente cuantificables habría que añadir las transferencias eco­lógicas realizadas también por los países subdesarrollados, pero que, a diferencia de las primeras, resultan difíciles de cuantificar. Aquí surge entonces, con fuerza un nuevo concepto de endeudamiento, aunque no financiero, sí externo, en el cual los deudores de la deuda ecológi­ca son los acreedores de la deuda externa, de la financiera.

En definitiva, la estrategia orquestada por el «Consenso de Washington» ha favorecido el deterioro ecológico, ha exacerbado las

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limitaciones y contradicciones sociales, al tiempo que, paradójica­mente, se ha convertido en parte del problema de la deuda externa al deteriorar en el mediano y largo plazos las bases productivas de los países pobres. Todo lo cual obliga a revertir al mundo industrializado el reclamo por el pago de la deuda ecológica, en la cual los países la­tinoamericanos son los acreedores.

El diseño y aplicación de las ideas planteadas no son irreales ni carentes de lógica. El problema radica, sin embargo, en el campo po­lítico. Sobre todo porque van en contra de los grandes dogmas del neoliberalismo, ardorosamente defendidos por los centros de poder mundial, las empresas transnacionales, los organismos multilaterales de crédito, los grandes medios de comunicación y los «intelectuales orgánicos del capital».

El asunto, a todas luces, requiere un esfuerzo multidisciplinario y combinado para estudiar la realidad sin prejuicios y sin dogmas, con miras a dar respuestas políticas concretas a los actuales problemas de la economía global, priorizando el mejoramiento de las economías subde­sarrolladas y, en particular, resolviendo el tema de la deuda externa. En suma, hay que tener presente en todo momento que los grandes retos del subdesarrollo afectan a la Humanidad en su conjunto.

BIBLIOGRAFIA

De la amplia literatura disponible sobre la deuda externa de América Latina proponemos una selección mínima, que permitiría a los interesados conocer en mayor detalle sus orígenes y evolución:

A costa, Alberto: La deuda eterna. Una historia de la deuda externa ecuato­riana, Colección Ensayo, LIBRESA, cuarta edición, 1994 .

Calcagno, Alfredo Eric: La perversa deuda. Radiografía de dos deudas per­versas con víctimas diferentes: la de Eréndira con su abuela desalmada y la de América Latina con la banca internacional, Editorial begasa, Buenos Aires, 1988.

Estay Reyno, Jaime: Pasado y presente de la deuda externa de América L.atina, Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Autónom a de Puebla, México, 1996 .

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García M enÉNDEZ, José Ramón: Política económica y deuda externa en América Latina, Universidad de Santiago de Compostela e lEPALA Edi­torial, Madrid, 1989.

Hinkelammert, Franz ].: La deuda externa de América Latina. El automatis­mo de la deuda, Colección Análisis, Costa Rica, 1988.

Marichal, Carlos: Historia de la deuda externa de América Latina, Alianza Editorial, Madrid, 1988.

OCAMPO, José Antonio, y LORA, Eduardo: Colombia y la deuda externa. De la moratoria de los treinta a la encrucijada de los ochenta. Tercer Mundo Editores, Fedesarrollo, Bogotá, 1989.

Roddick, Jacqueline: El negocio de la deuda externa. América Latina y los bancos internacionales. El Áncora Editores, Bogotá, 1990.

Toussaint, Eric: Deuda externa en el Tercer Mundo: las finanzas contra los pueblos. Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1998.

Ugarteche, Oscar: El Estado Deudor. Economía política de la deuda: Perú y Bolivia 1968-1984, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1986.

— El falso dilema. América Latina en la economía global. Fundación Frie- drich Ebert FES-Lima y Nueva Sociedad, Caracas, 1997.

V ítale, Luis: Historia de la deuda externa latinoamericana y entretelones del endeudamiento externo argentino, Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1986.

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Conversión de la deuda externa por desarrollo social

Roberto BorjaDirector Cáritas de Bolivia

1. ORIGEN DE LA CRISIS DE LA DEUDA EXTERNA (*)

1.1. México lanza la alarma

El año 1982, México hizo saber a sus acreedores internacionales que no estaba en condiciones de pagar el servicio de su deuda exter­na. Había estallado en el mundo de las finanzas la «crisis de la deu­da», en la cual, dieciséis años después, se debate todavía la totalidad de los países del tercer Mundo, aunque en condiciones muy diversas.

Se dijo entonces, a nivel de todos los foros internacionales convo­cados para su análisis, que la deuda externa, en las condiciones dadas, era totalmente impagable e incobrable. En la actualidad, la deuda ex­terna es más impagable y más incobrable que nunca.

Las soluciones que tanto los países como los bancos acreedores trataron de implantar en nada solucionaron el problema, ya que priorizaron, ante todo, mecanismos para asegurarse que los servicios de la deuda fueran pagados. Otorgaron nuevos créditos para que con ellos los países deudores pudieran saldar, al menos en parte, la deuda acumulada. Con ello, los países endeudados fueron entrando en una espiral fatídica: para pagar las deudas acumuladas ¡debían contraer más deudas!

El FMI, respondiendo únicamente a los intereses y a las presiones de los países acreedores (que gozan en él de una capacidad de voto de

(*) Extraído del último libro del P. Gregorio Iriarte; La deuda externa es inmoral, 1998.

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mayoría absoluta), aplicó rígidamente el llamado «Plan de Ajuste Es­tructural» (PAE), generando en los países deudores una política eco­nómica de enorme costo social.

Desde el momento en que México declaró a nivel internacional su falta de solvencia económica para cumplir con las exigencias inhe­rentes al pago del servicio de la deuda externa, el problema, lejos de encontrar soluciones, se ha ido agravando en la inmensa mayoría de los países del Tercer Mundo; sigue estrangulando las economías de nuestros países, profundizando su dependencia y aumentando el sa­crificio de los sectores más pobres.

La deuda social de América Latina, según la Agencia de las Na­ciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), alcanza a la fabulosa cifra de 280.000 millones de dólares. Esta cantidad de dinero significa el valor de todas aquellas inversiones en el área social, además de los sa­larios y todo tipo de subsidios que los Gobiernos de AL hubieran des­tinado normalmente al área social de no haber orientado esos fondos hacia el pago del servicio de la deuda externa.

1.2. Los petrodólares

■ Al endeudamiento actual de la gran mayoría de los países se le ha denominado «la deuda de los petrodólares»y ya que su origen circuns­tancial coincide con la descontrolada subida del precio del petróleo por decisión unilateral de los países de la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo).

En efecto, a finales del año 1972, los precios del petróleo comen­zaron a subir, hasta cuadruplicar y quintuplicar su valor. La OPEP era la nueva y temida institución que reivindica mejores precios para el denominado «oro negro».

Los países industrializados, casi todos ellos carentes de este im­prescindible energético, tuvieron que pagar unos precios excesivos y que cada día iban en aumento. A raíz de ello se fue generando una enorme masa de capital que quedó en manos de los bancos de Euro­pa y EE.UU., ya que los países exportadores de petróleo (casi todos ellos países no industrializados) no tenían capacidad para «digerir» toda esa ingente cantidad de dólares.

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Los bancos prestamistas lanzaron inmediatamente toda esa masa de dinero al mercado, buscando clientes que, por cierto, no se hicie­ron esperar.

Casi todos los países latinoamericanos se apresuraron a acceder a esos créditos, que se conseguían con gran facilidad y en magnitudes, prácticamente, ilimitadas.

Ese capital, generado en los precios superdimensionados del petró­leo, no guardaba relación alguna con un trabajo útil y productivo. Era, simplemente, un capital especulativo. La deuda externa, por tanto, no es una causa de la crisis internacional, sino un efecto de ella.

Esto hizo que los países endeudados tuvieran que pagar intereses tres y cuatro veces superiores a lo que se había pagado en un princi­pio. A l inicio de la crisis, los intereses fluctuaban entre el 4 y el 6% , después se llegó a cobrar intereses de hasta un 18 y un 20% .

A esta subida unilateral e indiscriminada de los intereses hay que añadir otro 2% que deben pagar nuestros países por concepto de «co­misiones».

1.3. El comercio desigual

El comercio de los países del Tercer Mundo con los países indus­trializados es cada vez más injusto y desigual. Las exportaciones de los países pobres están constituidas, por lo general, de materia prima, en cambio, importan productos elaborados de los países del Primer Mundo. En este creciente comercio entre los países pobres (produc­tores y exportadores de materia prima) y los países industrializados (productores y exportadores de productos elaborados) se da un conti­nuo deterioro en los términos del intercambio comercial, ya que los precios de la materia prima valen cada vez menos, con relación a los productos elaborados. Ello lleva, inevitablemente, a un desequilibrio en la balanza comercial que, a la postre, viene a generar la deuda, ya que los ingresos globales van disminuyendo y los egresos, en cambio, van subiendo.

Es evidente que este com ercio desigual ha significado para América Latina el drenaje permanente más grave de sus divisas y un deterioro

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continuo en su balanza de pagos. En cambio, los países industrializa­dos han obtenido ingentes ganancias por medio de este comercio in­ternacional tan injusto: Lo que venden es cada vez más caro en relación a lo que compran. Es mayor la suma de dinero con la que han sido be­neficiados los países industrializados a través de los precios deteriora­dos de las materias primas que la deuda externa que actualmente tie­nen, en su conjunto, todos los países del Tercer Mundo.

Existe una transferencia neta de dinero de parte de los países po­bres hacia los países industrializados. En realidad, son los países sub­desarrollados quienes más han contribuido, y siguen contribuyendo, al desarrollo de los industrializados, en razón de un orden económi­co, político y social internacional totalmente injusto.

1.4. El aumento de las tasas de interés

Un condicionamiento abiertamente usurero es la exigencia de los bancos comerciales a imponer en sus contratos de préstamo el que se firme la cláusula de que la tasa de los intereses a pagar será «fluctuan- te». Esto hizo que los países endeudados tuvieran que pagar intereses tres y cuatro veces más altos a lo que se había pagado en un principio.

En el año 1972-1973 los intereses fluctuaban entre un 4 y un 6%. En 1979, los intereses de la tasa «Libor» de Londres habían su­bido a un 11,9% y en 1981 estaban en un 18,8%. En cuanto a los intereses de la tasa «Prime Rate» de Nueva York, en 1984 subieron a un 20%.

1.5. La culpabilidad compartida

Es evidente que existe corresponsabilidady tanto de acreedores como de deudores, en el problema de la deuda. La exorbitante deuda externa acumulada por la mayoría de los países latinoamericanos es de la responsabilidad de la banca transnacional, de los Gobiernos de los países industrializados, del FMI y de los Gobiernos y las clases di­rigentes de los países deudores.

No pocas veces los países deudores han invertido ese dinero en proyectos superdimensionados, poco urgentes e innecesarios. Tam-

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bien se ha invertido una parte de la deuda en la compra de armamen­to, en importaciones de productos suntuarios y en el enriquecimiento de personas vinculadas a los Gobiernos de turno.

Sin embargo, gran parte de esa deuda, por una u otra causa, fue a parar a los bancos de los propios países acreedores, sin que llegase a ser invertida en el país prestatario.

Muchos de estos créditos se malgastaron en oscuros negocios.

El propio Banco Mundial, en su informe de 1985, tiene juicios severos sobre el uso que se dio a algunos créditos externos otorgados a Bolivia. Con respecto al Gobierno «de facto» del general Banzer, dice lo siguiente:

«El mayor error de la política económica de este país (Bolivia) durante el decenio 19 7 0 -19 8 0 consistió en la facilidad con que el Gobierno concedió su garantía al fmanciamiento externo de pro­yectos, tanto públicos como privados. Las entradas de capital ex­terno fueron correspondidas, sin embargo, con salidas de capital hacia fuera: más del 80% de la deuda acumulada durante ese de­cenio financió la fuga de capitales. El endeudamiento externo del Gobierno para financiar las inversiones públicas estaba así, a fin de cuentas, financiando la acumulación en el extranjero de activos de propiedad privada» (Banco M undial. Informe, 1985).

Quiere decir que la mayor parte de los préstamos otorgados por los bancos comerciales internacionales fueron a parar a esos mismos bancos, a través de la fuga de capitales.

Junto a toda esta corrupción que rodeó al endeudamiento exter­no, debemos resaltar otro aspecto gravemente negativo: los créditos de libre disponibilidad no se orientaron a favor del aparato producti­vo. Los más beneficiados fueron algunos empresarios vinculados a los Gobiernos dictatoriales.

En efecto, los Gobiernos «de facto» latinoamericanos se caracteri­zaron por una sistemática represión de las libertades políticas y sindi­cales, a la vez que impulsaban una total libertad económica, facilitan­do con ella la libre exportación de divisas, la fuga de capitales y los grandes negocios. También les caracterizó una manifiesta incapacidad en la contratación, negociación y administración de la deuda externa, cuyas consecuencias aún se están pagando.

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En resumen: Desde 1982 (año en que estalla la crisis de la deuda) Y hasta 1997, América Latina ha pagado, por concepto de intereses y amortizaciones, 740.000 millones de dólares, es decir, una cifra mu­cho mayor que la deuda total actual.

2. CONSIDERACIONES SOBRE LA DEUDA DE AMÉRICA LATINA

En América Latina ha ido creciendo la deuda en forma dramática por diversos factores.

En 1980, la deuda externa de América Latina era del orden de los 300.000 millones de dólares. Desde 1980 a 1990 se pagaron, por concepto de intereses y amortizaciones, 418.000 millones de dólares. Sin embargo, la deuda no disminuyó a pesar de que disminuyeron los créditos. En 1994 había subido la deuda a 533.000 millones de dóla­res y, actualmente, a mediados de 1998, la deuda de América Latina ha sobrepasado ya los 660.000 millones de dólares.

Si hacemos un cálculo elemental, nos topamos con una extraña paradoja: América Latina ha pagado más de 740.000 millones de su deuda y, sin embargo, sigue debiendo más que antes. Quiere decir que ha pagado más de lo que debe.

Es que la deuda externa tiene un automatismo propio que la hace crecer. En realidad, lo que se ha pagado no ha sido la deuda, sino los ser­vicios de la deuda. Por otro lado, los intereses devengados que entran en mora, se capitalizan y sé’ pagan intereses sobre los intereses no cancelados.

Esto nos recuerda aquella anécdota del campesino arrendero que, por más que él y su familia trabajan para el patrón, siempre vivía en­deudado, y estando gravemente enfermo, pidió que le pusieran sobre su tumba la siguiente inscripción: «Sudó trabajando, vivió pagando y murió debiendo».

Parecería ser la historia de América Latina: desde 1982 hasta 1997, América Latina ha pagado, por concepto de amortizaciones e intereses, la cantidad de 740.000 millones de dólares, y el pago de este servicio ha comprometido alrededor del 30% de sus ingresos por exportaciones.

En la medida que bajan los créditos suben los pagos por intereses. Ya hace 15 años que se viene diciendo que la deuda externa es huma­

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namente y matemáticamente impagable e incobrable. En el momento actual es más incobrable y más impagable que nunca.

Ante la ausencia de verdaderas soluciones de fondo, la deuda ex­terna se ha ido constituyendo en un factor crónico de extracción de recursos indispensables para el desarrollo económico de América La­tina y como justificación permanente para mantener la aplicación de las políticas sobre nuestros países.

En el cuadro que sigue se resume las información referida a la deuda de los países de la América Latina. En el mismo se muestra cuál es el monto total de la deuda de cada país, el porcentaje del servicio de su deuda con el valor de sus exportaciones y el endeudamiento por persona.

C uadro 1EL MUNDO DE LOS POBRES EN CIFRAS

PAÍS

Deuda externa total (millones dólares)

1994

Servicio de la deuda % de exportaciones

1994

Deuda externa total per cápita

(millones dólares) 1994

A rgentina............... ..... 925 2.5 289Bolivia..................... ..... 4 ,7 4 9 28 .2 6 5 6Brasil....................... ..... 1 5 1 ,1 0 4 35 .8 9 5 0C h ile ....................... ..... 22 ,9 3 9 20 .3 1,639C olom bia............... ..... 1 9 ,4 16 30 .3 534Costa Rica............. ..... 3 ,843 15 .0 1 ,16 3Ecuador.................. ..... 14 ,955 22 .1 1,332El Salvador............ ..... 2 ,18 8 13 .1 388M éxico................... ..... 12 8 ,3 0 2 35 .4 1,449Perú.......................... ..... 2 2 ,623 17 .7 974Venezuela............... ..... 36 ,8 5 0 2 1 .0 1,740

Fuente: La deuda externa es inmoral. P. Gregorio Iriarte, 19 9 8 , págs. 3 3 -3 5 .

3. LA DEUDA EXTERNA BOLIVIANA ACTUAL

3.1. Algunos datos de actualidad

La deuda externa de Bolivia, a finales de 1997, era de 4 .233 ,1 millones de dólares, según el Informe del Banco Central de Bolivia.

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En el siguiente Cuadro se presentan los montos de la deuda «bi­lateral» (deuda a distintos Gobiernos, generalmente de países indus­trializados) y la deuda «multilateral» (deuda a diversos bancos)

Podemos apreciar también a cuánto ha llegado el desembolso de Bolivia y cuántos de esos fondos se han destinado al pago de intereses y amortizaciones.

C uadro 2D EU D A EXTERNA BO LIVIAN A A DICIEM BRE DE 19 9 7

ACREEDOR Desembolsado Amortización Intereses Saldo

M ultilateral.......... 3 5 6 ,2 153 ,9 105 ,5 2 .7 6 6 ,7B ila tera l............... 2 3 ,4 8 ,4 47 ,7 1 .438 ,5Privada ................ 3 ,0___________ C l___________O J__________ 27 ,9T o ta l..................... 3 8 2 ,6_________ 1 6 M ________ 15 3 ,9 4 .2 3 3 ,1

Fuente: Banco Central de Bolivia.

Como podemos apreciar, el pago por concepto de amortizaciones significó una erogación de 153,9 millones de dólares y el pago de in­tereses 105,5 millones de dólares, sumando un total de 356,2 millo­nes de dólares lo que el país remitió a sus acreedores por pagos del servicio de la deuda externa.

La deuda externa actual de Bolivia comienza a generarse en el año 1972, en el Gobierno «de facto» del general Banzer, coincidiendo con el «boom» de los petrodólares.

Los plazos e intereses, en un primer momento, parecían favora­bles a los países receptores. Sin embargo, tuvieron que ser firmados con una cláusula que lo tornaba como altamente peligrosos. Esa cláu­sula especificaba que los intereses eran «fluctuantes», es decir que va­riarían en función de los cambios del mercado financiero interna­cional. En el fondo era dar a los acreedores la capacidad de aumentar los intereses según sus propias conveniencias.

Como era de esperar, en el transcurso del tiempo fueron cam­biando las condiciones de los préstamos y los países endeudados tu­vieron que pagar intereses tres y cuatro veces más altos a lo que en un principio habían aceptado.

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Por otro lado, ni los bancos comerciales ni los organismos inter­nacionales de desarrollo, como el FMI y el Banco Mundial, pusieron objeción jurídica alguna para que esos créditos fueran contraídos por Gobiernos que no representaban legítimamente a su respectivos pue­blos

En realidad, en Bolivia, como en otros muchos países de América Latina, gran parte de la deuda actual fue contraída por Gobiernos dic­tatoriales que no contaban con al poder jurídico necesario para con­traer deuda pública. No pocos de esos fondos fueron usados en contra de los derechos de esos mismos pueblos y de sus organizaciones.

Durante la dictadura del general Banzer, el monto de la deuda contraída a lo largo de siete años fue de 2 .234 millones de dólares, lo que supone una entrada de más de un millón de dólares por día de Gobierno y representa el 47% del endeudamiento total de Bolivia.

Según los informes que han ido proporcionando anualmente el Banco Mundial y otros organismos internacionales, se llega a la con­clusión de que Bolivia solamente recibió para invertir en los rubros señalados un 20% de lo contratado.

El restante 80% fue a parar a los bancos extranjeros, a las cuentas particulares de quienes en esos años gozaban de poder político abso­luto y de plena libertad económica.

Aunque en un principio la deuda no incidía de un modo tan ne­gativo por diversos factores en la economía del país, ya en 1977 el servicio de esa deuda comprometía el 26% de las exportaciones.

No se pudo cumplir con los plazos de pago y el monto de la deu­da fue creciendo, no sólo por nuevos préstamos, sino también por los castigos impuestos por los bancos ante intereses no pagados.

Cuando en 1982 Bolivia logró entrar en el proceso democrático, se encontró con una deuda impagable. El Gobierno de la UDP se vio afectado seriamente por este problema y esta fue una de las causas para que se desatara una incontenible y destructiva inflación en el país.

En el año 1985 se impuso en Bolivia el modelo neo-liberal, a tra­vés del D.S. 2 1060 . Si bien esta medida controló la hiperinflación, este modelo incrementó nuestra dependencia en base a nuevos prés­

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tamos. Cada año Bolivia ha tenido que acudir ante el Club de París para negociar la deuda, cada vez más onerosa.

Aunque se reconoce la necesidad, legitimidad y urgencia de pre­sionar y exigir a los Gobiernos de los países ricos y a los bancos acree­dores la condonación de la deuda, no creemos que un alivio, por más significativo que sea, logre superar un problema tan profundo, tan ne­gativo y tan complejo como es el de la deuda externa. Tendrá que cambiar radicalmente el sistema financiero mundial y se tendrían que dar pasos concretos y significativos para que se establezca un nuevo or­den socioeconómico. De no ser así, los países más endeudados «se ve­rán en la necesidad de seguir endeudándose para seguir viviendo».

La deuda externa ha dejado ser un problema coyuntural y transi­torio para constituirse en un problema de tipo estructural de carácter permanente.

Las políticas de «ajuste estructural», vigente desde hace varios años en los países de América Latina, en vez de aliviar han agravado el problema de la deuda, ya que con ese modelo se busca ante todo estabilizar la economía, corrigiendo los problemas macroeconómicos: como consecuencia lógica tiende a limitar los gastos sociales, a res­tringir las inversiones y, por tanto a aumentar el desempleo.

En 1998 visitó Bolivia una delegación oficial del FMI para eva­luar las metas acordadas para decidir si Bolivia puede o no acceder a un alivio de su deuda externa.

Dicha iniciativa, denominada «Estrategia de Alivio de la Deuda externa para Países Pobres Altamente Endeudados» (HIPC), está enca­minada también hacia un nuevo programa de «Ajuste Estructural» para los próximos tres años.

Las metas acordadas, o mejor «impuestas», a Bolivia por el FMI en la última «Carta de Intenciones» para lograr la certificación de este Organismo Internacional son rígidas y nada fáciles de cumplir. Son las cuatro siguientes:

• El déficit fiscal no debe sobrepasar el 4,1%.• La inflación no debe superar el 6,5%.• El crecimiento económico debe alcanzar a un 4,7%.• La privatización de Vinto.

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Pero lo más importante, en la relación de nuestros países con el FMI, no son los fondos que pueda aportar ese organismo, sino el lo­grar su «certificación», pues ella es la garantía necesaria para obtener del Banco Mundial o del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) nuevos préstamos concesionales

3.2. La deuda social de Bolivia

La denominada «deuda social» comprende en sí toda aquella can­tidad de recursos que son necesarios para superar la pobreza y para al­canzar un grado de equidad aceptable.

Existe una directa relación de causalidad entre la deuda externa y la deuda social, ya que la deuda social comprende todo el monto de bienes y servicios que el Estado debe a su población más pobre, por­que esos fondos han sido orientados hacia el pago de la deuda exter­na. De este modo el endeudamiento económico se ha convertido en un lacerante problema social.

La deuda externa no la paga el Gobierno, como creen muchos in­genuamente. El Gobierno es el agente que remite esos fondos hacia los acreedores internacionales, pero, en realidad, la deuda la paga el pueblo.

«Las peores consecuencias caen en quienes están en peores condi­ciones económicas para soportarlas. Los servicios que han experimen­tado reducciones más drásticas son los servicios de salud, educación primaria gratuita y las subvenciones para la adquisición de productos alimenticios.

Centenares de miles de niños del mundo subdesarrollado han dado sus vidas para que sus países pagasen la deuda y muchos millo­nes más continúan pagando los intereses con sus mentes y sus cuer­pos desnutridos» (UNICEF La crisis d e la deuda, 1998).

Las consecuencias de la deuda externa se reflejan en la quiebra de pequeñas empresas, en el aumento del desempleo, en la reducción del poder adquisitivo de los salarios, en la subida de precios de bienes bá­sicos, en la reducción de los servicios de salud y educación...

Las mayorías se empobrecen, mientas algunas minorías se enri­quecen rápidamente, dentro de un proceso dialéctico de explotación.

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Entre la inmensa riqueza de unos pocos y la inhumana pobreza de muchos se da una relación de causalidad: los primeros son cada vez más ricos porque los segundos son cada vez más pobres en número y condición.

3.3. La deuda o la vida

La deuda externa se ha convertido en un mecanismo de empo­brecimiento de los más pobres y en un mecanismo para transferir re­cursos en detrimento de la producción y el consumo. La transferencia neta de recursos hacia el exterior es el empobrecimiento neto para las mayorías.

El deterioro de las condiciones de vida de los más pobres muestra no sólo el alto costo social, sino también la enorme injusticia de los mecanismos generadores de la deuda, ya que la están pagando quie­nes ni pidieron esos créditos, ni los administraron, ni se beneficiaron con ellos.

Quienes contrajeron la deuda y quienes se beneficiaron con ella no la pagan. La pagan los pobres y, lo que es peor, la pagan a costa del hambre y la miseria. Lo que se transfiere al exterior no son sólo recursos económicos, sino medios de vida, es decir, la vida misma de los pobres.

Por tanto, la deuda externa es cuestión de vida. La deuda social plantea, por lo mismo, un cuestionamiento ético muy grave.

Todo sistema económico debe tener como fin primario el sa­tisfacer las necesidades básicas de la población. Se ha vuelto contra los objetivos intrínsecos de la economía... (La deuda externa de América Latina, Carlos V alle . Ed. Verbo. Estella, España, págs. 452 y ss.).

El deterioro de las condiciones de vida de los pobres muestra el enorme precio pagado para servir a la deuda.

El «bien común», como derecho fundamental a la vida, que in­cluye los medios necesarios para esa misma vida, es el criterio básico y fundamental para enfrentar éticamente el problema de la deuda ex­terna. El clamor de los pobres tiene un sentido ético y parte del he­

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cho de haber sido arrebatado de la posibilidad de ser artífices de su propio desarrollo.

3.4. La deuda como engranaje de dependencia

La deuda externa atenta contra la soberanía económica de los Es­tados Y genera graves trastornos en los sistemas económicos y políti­cos de los países endeudados, especialmente en cuanto al nivel de vida, empleo y soberanía, entendida como derecho de cada pueblo a decidir su propio destino.

La dependencia es la contrapartida a la dominación que ejercen los países poderosos sobre los países pobres o, lo que es lo mismo, los países acreedores sobre los deudores, a través de los organismos finan­cieros internacionales.

La deuda externa es el reflejo financiero de la dependencia econó­mica. Con el aumento de la deuda se ha ido incrementando el grado de dependencia, cuyas características han variado a lo largo de la His­toria. La deuda externa está generando nuevas formas de dominación.

La deuda externa es la constatación del fracaso de un modelo de de­sarrollo. La dimensión estructural de la deuda externa guarda relación directa con la dependencia de nuestros países en relación a la inver­sión, a la producción y a la exportación, así como al intercambio co­mercial desigual y al encarecimiento y a la especulación del capital in­ternacional.

La deuda externa traba todo desarrollo autónomo y refuerza las relaciones de dependencia. Las relaciones deudores-acreedores se han transformado en relaciones de poder. Es el instrumento por el cual los países del Norte limitan y controlan la soberanía politico­económica de los países del Sur.

Eos problemas sociales internos quedan subordinados a las políti­cas de «ajuste estructural», que buscan, ante todo, responder a las exi­gencias del sistema financiero internacional (La deuda externa de América Latina y e l Caribe. Carlos Valle, o .c ., págs. 450 y ss.).

Como lógica consecuencia de todo esto, la pobreza en nuestra re­gión ha ido agravándose, tanto en términos relativos como absolutos.

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C uadro 3POBREZA EN AM É R ICA LATINA

AÑO Número de pobres (en millones) Variación (en millones)

1960.......................... .......... 1001970.......................... .......... 113 31980.......................... .......... 136 231990......................... .......... 196 60

4. LA BÚSQUEDA DE SOLUCIONES

4.1. Propuestas para mejorar el alivio de la deuda

Los intentos realizados por los acreedores tendentes a solucionar, al menos en parte, la crisis de la deuda, no han dado resultados hasta la fecha.

Reconociendo la magnitud y complejidad del problema, en 1996 el Banco Mundial y el Fondo ívlonetario Internacional llegaron a un acuerdo para un plan de reducción de la deuda denominado «Inicia­tiva para la reducción de la deuda de los países pobres más endeudados», que se conoce por la sigla en inglés «INICIATIVA HIPC».

El propósito de esta iniciativa consiste en reducir la deuda exter­na de los países pobres más endeudados hasta un nivel «sostenible». Sin embargo, de los 41 países pobres muy endeudados sólo unos po­cos han sido aceptados para la reducción de su deuda después de en­gorrosos, largos y difíciles trámites. Por otro lado, el concepto de «sustentabilidad» lo definen en términos puramente economicistas, sin considerar el impacto negativo que las estrictas condiciones que ellos ponen causan en la vida de los pobres.

Para conseguir la condonación de la deuda, o un alivio significa­tivo de ella, se deberían llevar a la práctica las siguientes propuestas:

1. Mejorar las condiciones que exige la «Iniciativa HIPC».2. Vincular a la condonación de la deuda con la inversión en

desarrollo humano, de tal modo que se oriente al alivio de la deuda social.

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3. Que todos los trámites para lograrlo se realicen en forma transparente. La sociedad civil debería estar al corriente de todo lo que se trata en el Club de París y en los trámites ante el FMI y el BM.

4. Cambiar la estructura de las relaciones financieras interna­cionales, de modo que tanto los acreedores como los deudo­res sean partes iguales en las negociaciones.

5. Desarrollar el diálogo teniendo como trasfondo siempre el intercambio comercial desigual, exigiendo precios más justos para las materias primas («La vida antes que la deuda», CID- SE y Cáritas Internationalis, policopiado).

4.2. Es necesario mejorar la Iniciativa HIPC

Es muy difícil reunir las condiciones exigidas por la Iniciativa HIPC. Para tener derecho a la Iniciativa HIPC el país debe:

— Recibir sólo préstamos de la Asociación Internacional de Fo­mento (AIF) y estar muy endeudado. Para recibir los présta­mos de la AIF el promedio de ingresos anuales p e r cdpita del país debe ser inferior a 900 dólares.

— Tener un historial de actuación satisfactorio en un programa de ajuste estructural respaldado por el FMI.

— Agotar todos los mecanismos existentes para la cancelación de la deuda sin alcanzar un nivel de deuda sostenible.

Estos objetivos sólo podrán mejorar con una fuerte movilización de la opinión pública, tanto en los países acreedores como en los deu­dores. Es lo que pretende el movimiento Deuda Externa y Jub ileo 2000y así como otras iniciativas similares.

Presionar para que se mejore la Iniciativa HIPC implicaría una presión mundial de importancia, que en sus puntos salientes inclu­ye:

1. Reducir el tiempo que se exige para ser beneficiado por la Iniciativa HIPC. El alivio es urgente, sin embargo, el tiempo de espera va de tres meses a seis años.

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2. Ampliar el derecho al alivio. De los 41 países clasificados por el BM y el FMI como muy endeudados, se prevé que menos de la mitad de ellos se beneficiarán del alivio.

3. Redefinir el concepto de «sustentabilidad» de la deuda.

4. Implementar medidas que proporcionen más alivio de la deuda. Los países pobres necesitan una mayor cancelación de su deuda. Lo que proponen estos organismos internacionales es mínimo, por no decir mezquino. Esta propuesta debe ser complementada con el cumplimiento del 0,7% del PIB de parte de los países de la OCDE, objetivo reafirmado por ellos en la Cumbre Mundial de Copenhague en 1995.

5. Suprimir las «fechas-límite» fijadas por el Club de París. La deuda contraída después de esa fecha no es considerada para poder ser aliviada.

6. Consultar a la sociedad civil sobre las condiciones para la con­donación. La deuda afecta al bienestar de todo el pueblo. No es sólo un asunto del Gobierno y de los organismos interna­cionales. Se debe consultar a la sociedad y a sus organizaciones sobre el ámbito de aplicación, duración, condicionamientos y consecuencias de todo proyecto de la Iniciativa HIPC.

5. LA DEUDA EXTERNA Y LA MORAL

La deuda externa es, ante todo, un problema moral o, dicho con más propiedad, es un problema «inmoral».

Los economistas y políticos latinoamericanos al fin se pusieron de acuerdo al reconocer que la deuda externa es impagable e incobrable. La deuda externa ha dejado de ser un problema económico para ser considerado un problema político, y en el fondo todo problema po­lítico es un problema ético, moral.

Cuando se habla de la imposibilidad de pagar la deuda se alude a posibilidades, pero cuando hablamos de moralidad o inmoralidad nos movemos en el plano de los deberes. Si los fundamentos sobre los que se asienta la deuda son inmorales, la conclusión lógica será que no hay obligación de conciencia para pagarla.

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Los números nos muestran que la deuda no puede pagarse; como problema político no nos conviene pagarla, lo que nos lleva a referir­nos a las cláusulas y condicionamientos son inmorales y por tanto la deuda no debe ser pagada.

Por otro lado, insistir únicamente sobre el hecho de que la deuda es impagable parecería que está pidiendo misericordia y compasión a los acreedores. Situación que implica una actitud de inferioridad, de­pendencia e impotencia.

Todo el problema de la deuda, tan profundo y tan dramático para nuestros pueblos, se debe plantear en términos jurídicos y en términos de ética internacional.

Los contratos de préstamos poseen cláusulas uniformes y con po­sibilidades de modificarse muy remotas.

Además de los intereses, hay que pagar numerosas comisiones, que elevan el costo final del financiamiento, entre ellas la «comisión de manejo» (pago al banco al momento de firmarse el convenio por concepto de los gastos y esfuerzos de organización del consorcio) y la «comisión de agencia» (debe pagarse al agente intermediario). Ade­más, el prestatario debe reembolsar a los bancos todos los gastos efec­tuados en la organización del financiamiento, que incluyen servicios como gastos de viaje, comunicaciones, correo, honorarios de aboga­dos, publicidad, preparación e impresión del memorándum de infor­mación y otros similares.

Es un principio moral universalmente aceptado que las deudas se deben pagar. Sin embargo, si el pagar una deuda genera males propor­cionalmente más graves, no habría obligación moral de pagarla; si las condiciones en las que se firmaron esos contratos no se basaron en nor­mas morales y jurídicas universalmente aceptadas, tampoco. Si el siste­ma bancario internacional se hubiera compensado de la erogaciones que efectuaron, ya sea a través de la fuga de divisas hacia los bancos de esos países o por medio de un comercio injustamente desigual en el precio de las materias primas, tampoco habría obligación moral de pagar.

La fuerza de los débiles no está en el derecho que les asiste ni en el poder de sus argumentos, sino en la unión solidaria. La situación por la que atraviesa América Latina es humanamente injusta, económicamente irracional y socialmente intolerable.

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6. CONCLUSIÓN: DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, DEUDA EXTERNA Y JUBILEO DEL AÑO 2000

La Doctrina Social de la Iglesia considera el endeudamiento ex­terno actual como un reto que tiene connotaciones gravemente in­morales.

La estructura moral de la deuda externa abarca: la manera en que fue contraída, la legitimidad de sus contratantes, la moralidad de sus objetivos y sus condicionamientos, las consecuencias de su pago en contra de los derechos de los más pobres, etc.

Para la Doctrina Social de la Iglesia el recurrir al préstamo y el endeudarse es una actividad legítima, siempre que tanto el prestamis­ta como el prestatario cumplan con las normas básicas que tanto las legislaciones pertinentes como la virtud de la justicia exigen en estas transacciones.

El problema de la deuda externa afecta a todo un país y a toda la comunidad internacional, por tanto debe situarse en un contexto de «justicia social».

La Iglesia, y particularmente el Papa Juan Pablo II, insisten en la condonación de la deuda desde el punto de vista de la justicia social: el pueblo que no contrajo la deuda, ni se benefició con ella, ahora se le obliga a pagarla; a través de la «deuda social», la vida y los derechos humanos más fundamentales de los pobres se ven afectados grave­mente por el pago de una deuda, desproporcionada y onerosa, que ellos no contrajeron, ni estaban de acuerdo en contraer.

Los problemas de la vida y de la muerte de un tercio de la Hu­manidad están relacionados con el problema de la deuda externa. De ahí que la crisis de la deuda deba ser un punto de partida para la re­flexión teológica.

Entre las leyes de la justicia social que dio Moisés al pueblo de Is­rael hay una muy novedosa, es el «Año de gracia» o «Año sabático»^ que también se conocía como «Año de Jubileo» porque se anunciaba al pueblo tocando un cuerno, llamado en hebreo «jobel».

El «Año de gracia» consistía en conceder cada siete años un año de respiro a la tierra y a los siervos que la trabajaban (Ex 21, 1-11 y

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23, 10 -11) . Se propuso al pueblo de Israel restaurar, cada cierto tiem­po, el orden querido por Dios:

— Sin acumulación de tierras (Lv 25, 23 -31).

— Sin siervos y sin amos (Lv 25, 34-55).

— Sin deudas eternas.

— Sin que a nadie le faltara lo que a otro le sobrara.

A la vuelta del destierro de Babilonia se hizo una codificación de­finitiva de las leyes en el Libro del Levítico y, para hacer menos difícil la ley del «Año de gracia», el plazo se amplió de siete años a ciclos de 50 años (LV 25, 8-18).

A l acercarse el nuevo milenio, nosotros estamos viviendo el cru­cial e importante tiempo de Jubileo. Muchos de los países más pobres tienen altos niveles de endeudamiento que impiden su desarrollo eco­nómico y sus escasos recursos, en lugar de ser invertidos en progra­mas de salud, educación y otros programas de beneficio social, son invertidos en los pagos de la deuda...

La mayor parte de la deuda es resultado de proyectos mal conce­bidos y políticas erradas que prestamistas impusieron a países presta­tarios y a la falta de visión por parte de sus líderes. Además, mucha de la deuda sólo benefició a las clases adineradas de dichos países; sin embargo, la responsabilidad de pagar la deuda recayó sobre los más empobrecidos sectores de las sociedades.

Reconociendo que la mayoría de estas deudas no pueden ser pa­gadas, a no ser por un gran costo humano y social, la Campaña de Jubileo 20 0 0 está llamando a la cancelación de la deuda, que in­cluya:

— La condonación definitiva de la deuda internacional en situa­ciones donde, países con gran necesidad de servicios huma­nitarios y problemas ambientales no pueden cubrir las ne­cesidades básicas de sus ciudadanos, ni lograr un nivel de desarrollo que asegure una calidad de vida más digna.

— La condonación de la deuda debe beneficiar a los ciudadanos de escasos recursos y facilitar su participación en el proceso de determinación de la magnitud, tiempo y condiciones de

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cancelación, así como la futura dirección y prioridades de sus economías nacionales y locales.

La condonación de la deuda sin estar condicionada a refor­mas políticas que perpetúen o incrementen la pobreza o la degradación del medio ambiente.

El reconocimiento de que la responsabilidad es de ambos, prestamistas y prestatarios, y que cada uno debe hacer un es­fuerzo para recuperar recursos usados para otros fines por Gobiernos corruptos, instituciones e individuos.

El establecimiento de un proceso transparente y abierto para desarrollar mecanismos que verifiquen el flujo monetario in­ternacional y eviten incurrir nuevamente en el destructivo círculo de endeudamiento (Extraído de «La vida antes que la deuda», CIDSE y Cáritas Internationalis).

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Los países bolivarianos y las Cáritas nacionales de la región

en el marco de la Campaña sobre la deuda externa*

Mario RíosSecretario General

Cáritas de Perú

INTRODUCCIÓN

La propuesta de CIDSE y Cáritas Internationalis para afrontar el problema de la deuda externa en los países pobres revisa cuatro op­ciones:

a) Cancelar la deuda pendiente para el año 2000 de los países más pobres.

b) Mejorar la iniciativa HIPC, lo cual significa:

• Reducir el marco temporal.

• Ampliar el derecho al alivio.

• Redefinir la sostenibilidad de la deuda.

• Suprimir las fechas límite fijadas por el Club de París.

• Consultar a la sociedad civil sobre las condiciones para la cancelación.

c) Vincular la cancelación de la deuda con inversiones en desa­rrollo humano.

d) Asegurar que las decisiones sobre la cancelación de la deuda se hace de forma transparente.

(*) El presente documento se elabora para ser presentado en el Encuentro Estatal que Cáritas Española va a celebrar los días 17 y 18 de octubre en El Escorial, Madrid, con motivo del lanzamiento de la Campaña de la deuda externa de los países bolivarianos.

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Sobre la primera opción pensamos que, además de ser una op­ción políticamente difícil, como señala el documento, no es ética­mente planteable, puesto que antes que nada debemos reconocer nuestras obligaciones como países que solicitamos préstamos, salvo que existan evidencias claras de una negociación con visos de corrup­ción por ambas partes, imposición y condiciones de tasas de interés superiores a las normales del mercado y capacidad de pago de un país, que obliguen a una revisión técnica legal y deba ser solucionado ante foros especializados.

Sobre las otras tres opciones es posible profundizar y aportar como Cáritas nacionales. Es en este tipo de opciones, además, que se mide nuestra capacidad de propuesta, nuestro estudio y análisis de un problema, para poder plantear salidas inteligentes.

1. DENTRO DE LA PROPUESTA DE MEJORAR LA INICIATIVA HIPC: REDEFINIR LA SOSTENIBILIDAD DE LA DEUDA

Un primer punto que queremos resaltar es la redefmición de la sostenibilidad de la deuda dentro de la iniciativa HIPC. Es necesario que se defina a un país sostenible en términos de deuda no por su ca­pacidad de pago, sino porque ha alcanzado un desarrollo humano que garantice que además de poder pagar la deuda no tendrá en el futuro que llegar a endeudamientos tan elevados y nuevamente afrontar los problemas sociales de incremento de la pobreza.

¿Cómo medir el desarrollo humano.^ El desarrollo humano ac­tualmente es medido y analizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a través de un Indice de Desarro­llo Humano (IDH), el cual permite clasificar a las naciones según la esperanza de vida al nacer, el logro educacional y el ingreso real. Al ser una medición mundial, es un instrumento que podemos utilizar para analizar la realidad de los diferentes países en su conjunto y en concreto para conocer la realidad de los países bolivarianos y plan­tearnos metas específicas.

Según la última medición hecha por el PNUD (1994), Venezue­la, Colombia, Ecuador y Perú tenían un IDH clasificado como me­dio y sólo Bolivia un IDH clasificado como bajo (ver cuadro).

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C uadro 1

EL ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO Y UNA SELECCIÓN DE INDICADORES SOCIALES EN LOS PAÍSES BOLIVARIANOS

Esperanza de vida al nacer................. años

Tasa de alfabetización de adultos................. %

Tasa de matriculación combinada ............... %

PIB real per cdpita PPA en '

PIB real ajustado.......PPA en '

Indice de Desarrollo Humano (IDH)....

Población con acceso a Servicios de salud ... %

Población con acceso a agua potable.......... %

Población con acceso a saneamiento............ %

Oferta calórica diaria per cdpita ..............

PIB real per cdpita (tendencia) ............PPA en í

N ota : El ingreso por habitante que estima el PN U D emplea la paridad del poder adquisitivo (PPA) para compensar las diferencias adquisitivas del dólar estadouniden­se entre los diferentes países.Fuente: PN U D , Informe sobre Desarrollo Humano, 19 9 7 , Ediciones Mundi-Prensa.

Coincidentemente Bolivia es el único país acogido dentro de la iniciativa HIPC. Pero es suficiente tener un IDH medio para no ser considerado dentro de esta iniciativa. Veamos qué significa en con­creto este IDH.

Por ejemplo, uno de los componentes del IDH, la tasa de matri­culación combinada (primaria, secundaria y terciaria), en Venezuela,

Vene­zuela

Colom­bia

Ecua­dor Peni Bolivia

1994 72,1 70,1 69,3 67,4 60,1

1994 91 91,1 89,6 88,3 82,5

1994 68 70 72 81 661994 8.120 6.107 4.626 3.645 2.5981994 5.930 5.868 4.626 3.645 2.598

1994 0,861 0,848 0,775 0,717 0,589

1990-95 — 81 — 44 67

1990-96 79 85 68 72 66

1990-96 59 85 76 57 55

1992 2.622 2.678 2.587 1.883 2.1001960 3.899 1.874 1.461 2.130 1.1421994 8.120 6.107 4.626 3.645 2.598

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el país con IDH más alto de los países bolivarianos, es sólo 68%, muy similar a la de Bolivia, donde es del 66%.

Asimismo, según el mismo PNUD, el porcentaje de población con acceso a servicios de salud en el Perú es apenas del 44%, la pobla­ción con acceso a agua potable en Ecuador sólo llega al 68%, y la po­blación con acceso a saneamiento en Venezuela y Perú es sólo del 59 y 57%, respectivamente (ver cuadro). Asimismo, en el Perú la Oferta Calórica diaria p er cápita sólo alcanza a 1.883 kcl., muy lejos del 2,73 promedio de los países con IDH medio (ver cuadro adjunto).

Por otra parte, el Producto Bruto Interno p er cápitUy si bien ha mejorado considerablemente en todos los países entre 1960 y 1994 (ver cuadro adjunto), éste no se ve reflejado en un crecimiento del empleo. Las tasas de desempleo son aún muy elevadas. Citando otra fuente, en el primer semestre de 1998 Colombia ha alcanzado una tasa de desempleo del 15,2%, mientras que Venezuela en el mismo período ha alcanzado una tasa del 11,3 y Perú del 9,5% (1).

Adicionalmente, en los países bolivarianos tenemos problemas de violencia y corrupción que urge resolver, porque son un claro obs­táculo al desarrollo humano. Colombia es quien sufre en este mo­mento la mayor agudización de la violencia, al tener parte de su terri­torio dominado por la guerrilla, con numerosos hechos que suceden a diario cobrando numerosas víctimas. Y hasta el momento sólo hay iniciativas del Gobierno de una reforma política, pero no una clara agenda para la paz. Por su parte, en el Perú la violencia terrorista, si bien fue controlada en 1992, no ha desaparecido totalmente, y como Iglesia trabajamos en zonas donde el terrorismo continúa con atenta­dos frecuentes.

En resumen, en los países bolivarianos tenemos indicadores socia­les y económicos que urge revertir, y condiciones de violencia por su­perar previamente, si queremos avanzar hacia el desarrollo humano. Y este desarrollo humano debe ser el norte en cualquier iniciativa de campaña frente a la deuda externa. Por tanto, el pago de la deuda debe hacerse, pero asegurando que paralelamente estamos invirtiendo en la superación de la pobreza y en la pacificación de nuestros países.

(1) Informe de la OIT sobre «El Empleo en el mundo: 1998-1999» . Publicación si­multánea en Ginebra y Washington D. C.

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2. VINCULAR LA CANCELACIÓN DE LA DEUDA CON INVERSIONES EN DESARROLLO HUMANO

Este es el segundo aspecto que es importante profundizar, porque justamente nos facilitaría los propios recursos para inversión en desa­rrollo humano. Hay varias formas de trabajar una propuesta de con­versión de deuda: la conversión de deuda en inversiones de los Esta­dos de los países bolivarianos a través, por ejemplo, de los fondos de contravalor, el pago de deuda con productos, o la conversión de deu­da en inversiones/préstamos de los propios acreedores en cada país.

• La deuda actual de los países bolivarianosLa deuda externa en los países bolivarianos representa porcentajes

elevados respecto al producto nacional, y sobre todo lo es respecto del valor de las exportaciones. Observando el monto de las reservas inter­nacionales, vemos que contamos con las reservas para enfrentar los compromisos de corto plazo. Esta situación nos pone relativamente en menos peligro frente a lo sucedido en los países asiáticos. Sin em­bargo, a medio plazo, tenemos una situación que no es sostenible, puesto que nuestras exportaciones son aún insuficientes. Es por esto que cobra importancia la conversión de deuda que pueda, entre otros, destinarse a dinamizar el sector productivo exportador.

Cuadro 2LA DEUDA EXTERNA EN LOS PAÍSES BOLIVARIANOS

Venezuela Colombia Ecuador Perú BoliviaDeuda externa total:

Miles de millones de $ 1998 (1994)* 32.000 35.000 15.000 30.000 4.700%del PIB 1998 (1994)*................. 32.000 35.000 97.000 44.000 89.000% de exportaciones 1998................ 144.000 190.000 s.i. 288.000 s.i.

Producto Bruto Interno:Miles de millones de $ 1998........... 88.000 95.000 s.i. 65.000 s.i.

Exportaciones:Miles de millones de $ 1998 ........... 19.000 12.000 s.i. 7.000 s.i.

Deuda de corto plazo:Miles de millones de $ 1998 ........... 2.000 6.000 s.i. 5.000 s.i.

Reservas internacionales:Miles de millones de $ 1998 ............ 10.000 9.000 s.i. 9.000 s.i.

* Para Ecuador y Bolivia las cifras corresponden a 19 9 4 , Fuente PN U D . Fuente: ]. P. Morgan, FML

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• El rol de los Estados

Las inversiones de los Estados deben apuntar fundamentalmente a resolver los principales problemas sociales, que den la posibilidad de un crecimiento sostenible de la economía y llegar así a ser países ca­paces de cumplir sostenidamente sus obligaciones externas. En otras palabras, la política social debe poner el énfasis en la inversión social y no en el gasto meramente.

Y para que la inversión de los Estados apunte verdaderamente a un desarrollo humano, como Iglesia debemos presionar para que las intervenciones de éstos en nuestros países mejoren sustancialmente. Algunas pautas son las siguientes:

a) Es necesario que los Estados hagan una estricta planificación y priorización focalizada por sectores, zonas y grupos socia­les, buscando tener cada vez más un real impacto en la po­blación con el gasto social que realizan. Entre otras cosas, es necesaria una planificación de las inversiones en infraestruc­tura estudiando bien las localidades que a mediano plazo tie­nen posibilidad de crecer, de manera que el gasto social sea una verdadera inversión a futuro (2).

(2) Por ejemplo, se tiene que las inversiones en educación y salud, a través de las construcciones de colegios y postas de salud, muchas veces se hacen sin tomar en cuenta la productividad media local y la dinámica poblacional de las localidades rurales pobres. Las localidades rurales pobres que están cerca de centros urbanos importantes tienen ma­yor probabilidad de retener a su población, ya que cuentan con lo principal: la demanda de sus productos y costos de producción relativamente bajos respecto a localidades aleja­das. Entonces las inversiones en infraestructura de salud, saneamiento, infraestructura educativa tienen rentabilidad a largo plazo. En cambio, existen localidades rurales que es­tán alejadas de centros urbanos, que hoy en día subsisten gracias a la migración temporal, cuyas tierras son muy pobres y carecen de otros recursos productivos. Elevar el nivel de vida de esa población de manera sostenida se hace prácticamente imposible dentro de la misma localidad. Es necesario mirar a pequeñas ciudades cercanas, donde sí es posible ge­nerar empleo productivo y elevar las condiciones de vida. Transitoriamente deben recibir apoyo en salud y nutrición en la propia localidad y educación, pero en la perspectiva de que se está preparando la mejor salida y su ubicación en mercados regionales. ¿De qué ser­viría dotar de infraestructura a localidades rurales cuya tendencia es a desaparecer? En el caso de Perú existen cerca de 80.000 poblados rurales pobres y se estima que en 10 años un tercio de ellos habrá desaparecido, debido a la migración hacia poblados con mayores oportunidades de empleo y mejores condiciones de vida, cerca o lejos, dependiendo de las posibilidades regionales.

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b) La inversión social debe ser hecha con indicadores técnicos de rentabilidad social, dejando de lado ineficiencias, manejo político y sobre todo corrupción de funcionarios, y la depen­dencia de las organizaciones populares de la ayuda estatal sin ningún nivel de participación en desarrollar planes de desa­rrollo local, comunitario y familiar que garanticen el empleo permanente y/o generación de ingresos sostenibles.

c) Deben haber mediciones claras del impacto que se obtiene sobre la calidad de vida de la población con cada tipo de pro­grama, para que podamos tener el mayor ratio costo/benefi- cio social.

d) La inversión social de los Estados debe priorizar justicia, sa­lud, educación y vías de comunicación; sólo éstas nos garan­tizarán un crecimiento sostenido, ya que permitirían mayo­res inversiones de capitales privados y fomentaría el creci­miento de iniciativas empresariales.

e) Se requiere que haya una política coordinada de los diferen­tes sectores de los Estados, que se establezcan metas comunes y que se compartan las metodologías de trabajo. Salud, edu­cación, transporte y alimentación deben coordinar acciones y análisis de la realidad.

i) La cooperación técnica internacional debe tomar en cuenta estas pautas de la racionalidad que debe imprimirse al gasto de los Estados, para que juegue también un rol importante en las exigencias que puede imponer cuando financia progra­mas estatales.

g) Llay que estar atentos a los nuevos endeudamientos en los que incurren los Estados, porque el endeudamiento continúa y la sociedad civil no tiene aún la posibilidad de intervenir en forma decisiva para garantizar el buen destino de estos nuevos recursos.

Entendido así el gasto social de los Estados, no debe verse a la po­lítica social de un país como financiada por la política económica. Esto puede ser cierto en un corto plazo. Pero en el largo plazo, la po­lítica social es la que en realidad financia la política económica, dado que sólo con una población con adecuado nivel educativo, con salud

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Y saneamiento resueltos, bien alimentada y con países integrados geográficamente a través de buenas vías de comunicación, es que po­dremos pensar en un crecimiento sostenible de la economía.

Precisamente en la Carta de Desarrollo Social del Ecuador, 1997 (3), se dice que «sólo un país con población saludable, adecuadamen­te educada y capacitada, asegurará el crecimiento económico y el bienestar de la población de manera sostenida y duradera», y la OIT, en su Informe sobre el empleo en el mundo de 1998, afirma que es­tando los países «enfrentados a una rápida mundialización y a la pre­sión de la competitividad, los países han de invertir en el desarrollo de destrezas y en la formación de su población activa... La educación y la formación profesional estuvieron en el centro del milagro econó­mico del sudeste de Asia... y podrían ser una vía para que salieran del subdesarrollo y de la pobreza millones de trabajadores de otras partes del mundo» (4).

La Iglesia debe incorporar a una campaña de conversión de deu­da la exigencia a cada Estado para que se comprometa en invertir con los criterios mencionados. La Iglesia puede y debe jugar un rol activo en esta exigencia. De no incorporar estos elementos podríamos caer en campañas estériles, dado que la deuda no es el principal problema, sino que lo es la pobreza que aún no superamos y el desarrollo huma­no que aún no alcanzamos como países bolivarianos.

Asimismo, una campaña de deuda enfocada hacia el desarrollo humano evita el riesgo innecesario de transmitir mensajes que popu­larmente podrán distorsionar el principio fundamental del respeto a los compromisos pactados. Innumerables iniciativas de microcrédi- tos, fondos rotatorios, que se vienen implementando en programas de desarrollo, deben quedar fuera de posibles confusiones. Es enton­ces también una oportunidad de jugar nuestro rol educativo como Iglesia.

En el Perú la Conferencia Episcopal ya se ha sumado a este es­fuerzo. Las Comisiones de Acción Social estamos trabajando por pro-

(3) Carta preparada por el Frente Social y Secretaría Técnica del Frente Social, G o­bierno del Ecuador. Presentada en Pobreza y C apital Humano en el Ecuador, Sistema Inte­grado de Indicadores Sociales del Ecuador, 1997.

(4) OIT, op.cit.

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fundizar el tema de la deuda y dar un matiz propio a la campaña, que ponga por delante las metas de desarrollo humano y consecuente­mente de reducción de la pobreza.

Finalmente, hay una serie de iniciativas que se vienen desarrollan­do, como es el canje de deuda por proyectos ecológicos, que para los Gobiernos acreedores y deudores es atractivo, y que merece apoyar.

• El sector privado

Por otra parte, tenemos el caso de la conversión de deuda en in­versiones privadas. Estas conversiones pueden hacerse, por ejemplo, identificando a los acreedores que los Estados están hoy en día cance­lando pagos y presentarles opciones tanto de inversiones directas como de préstamos, pero estrictamente en proyectos generadores de empleo. En esto existen ya una serie de iniciativas en la sociedad civil, en sectores empresariales, pero se necesita una mejor canalización de estas iniciativas. La Iglesia también puede jugar un rol importante en este reto. Para esta opción privada de conversión de deuda algunos pasos a seguir son los siguientes:

a) Conseguir información detallada de la composición de la deuda, fundamentalmente la referida a deuda con el sector privado. Esta información es difícil encontrarla en nuestros propios países deudores, tanto porque los Gobiernos no ac­túan con transparencia brindando esta información, como porque a veces ni siquiera los propios Gobiernos la tienen su­ficientemente ordenada. Las Iglesias e instituciones de países acreedores pueden reconstruir esta información valiosa, como es el caso de España, que ya ha avanzado en este aspecto.

b) Convocar a la preparación y/o presentación de proyectos, técnicamente viables, que puedan aprovechar los potenciales recursos derivados de conversión de deuda.

c) Propiciar el nexo inicial para la canalización de estos proyec­tos.

Con este tipo de iniciativas privadas, si bien no resolveremos di­rectamente los problemas sociales, sí podríamos apuntar a la genera-

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don de empleo y por tanto a un credmiento económico y a mejorar los ingresos de la población, elemento sustancial de un desarrollo hu­mano. Convocando al sector privado, además, estaríamos apoyándo­nos en el potencial que hoy tenemos, que es nuestras propias capaci­dades para aprovechar nuestros recursos. Chile es un buen ejemplo de país que convirtió mucho de su deuda externa en inversiones de los propios acreedores en su país.

Como Iglesia entonces también podemos jugar un rol de nexo y convocatoria de iniciativas que sean viables y conviertan el pago de la deuda en una oportunidad de crecimiento económico.

• La Iglesia

Por último, también como Iglesia estamos en la obligación de demostrar que somos capaces de proponer proyectos tanto de apoyo social como de superación de pobreza, sobre todo en las zonas más deprimidas de nuestros países, que puedan realizarse con fondos de conversión de deuda. Muchas veces la acción del Estado no llega con la misma eficacia que nosotros a los sitios más atrasados. Nues­tros años de trabajo con los más pobres nos exige sistematizar lo he­cho y proponer salidas que complementen y mejoren otras iniciati­vas. Nosotros, como Cáritas, tenemos también la posibilidad enton­ces de presentar propuestas de conversión de deuda que sean una salida complementaria a las iniciativas privadas y al trabajo del Es­tado.

CARITAS DEL PERÚ

En la línea del rol que nos corresponde como institución de la Iglesia peruana, Cáritas del Perú viene trabajando por superar la po­breza y propiciar una vida justa y digna a la luz del Evangelio, con­centrándose fundamentalmente en mejorar la seguridad alimentaria de la población extremadamente pobre de nuestro país. Con un pro­grama focalizado en las localidades rurales con mayor número de ne­cesidades básicas insatisfechas y mayor índice de desnutrición cróni­ca, alcanzando a cerca de 500.000 beneficiarios, desarrollamos nues­tras actividades en cuatro ejes básicos:

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a) Programas de Nutrición y Salud, con el objetivo de mejorar el estado nutricional de las familias pobres en alto riesgo.

b) Programas Agropecuarios, con el objetivo de mejorar la dis­ponibilidad de alimentos para las familias fundamentalmen­te de autosubsistencia.

c) Programas de Generación de Ingresos y microcréditos, con el objetivo de que las familias pobres puedan autosostenida- mente acceder a la alimentación y conjunto de necesidades básicas.

d) Programas de Fortalecimiento Institucional de las organiza­ciones de base, con el objetivo de dar sostenibilidad al con­junto de los programas.

Estas acciones cruzan el territorio nacional, habiéndose estructu­rado a su vez programas a nivel de regiones, sin perder la integralidad de cada intervención en los cuatro ejes mencionados.

El trabajo realizado cuenta con una medición de línea de base de indicadores de pobreza recogida en 1996, con los cuales vamos a me­dir el impacto de nuestro trabajo, tanto hasta este año 1998, como el que lograremos hasta el año 2000. Entre los indicadores utilizados podemos mencionar:

• La desnutrición crónica de los niños menores de cinco años en las poblaciones beneficiarias.

• La autoestratificación de las poblaciones beneficiarias.

• Las necesidades básicas insatisfechas de las poblaciones bene­ficiar i as.

Asimismo, el trabajo se apoya en los diagnósticos comunales ela­borados con metodologías participativas y apoya la autoformulación de Planes de Desarrollo Locales.

El trabajo de Cáritas, en esta línea de programas de superación de pobreza, cuenta además con un adecuado apoyo administrativo e in­formático.

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La educación y la escuela como reconstructora de equidad

(Ciudadanos del mundo, pero también hijos de la aldea, desiguales y excluidos) (1)

Marco Raúl Mejía J.CINEP-Fe y Alegría

«La sociedad del conocimiento que se constituye es una me­tamorfosis del concepto de capital humano y expresa la nueva base ideológica y la forma que asumen las relaciones del capitalis­mo globalizado sobre una nueva base científico-técnica» (2).

Como bien lo refleja la cita, nos encontramos frente a transforma­ciones profundas, las cuales nos redefinen la relación naturaleza-cultu­ra, mostrándonos cómo hoy adquiere un nuevo lugar fundamental en los procesos tecnológicos de la revolución científico-técnica. Estos as­pectos llevan a transformaciones de fondo del modelo de acumulación capitalista, centrado sobre el capital constante, fundado en la intensifi­cación tecnológica y en el uso del conocimiento para los procesos pro­ductivos. Y es desde ese nuevo lugar histórico, desde donde se produce un vacío de las formas de acción, de comprensión y de praxis.

Mucho se habla hoy sobre los problemas de la democratización, que­dando éstos en estrecha relación, subordinados a la economía del merca­do y a un ethos capitalista, estableciendo una subordinación de las políti­cas públicas en asuntos económicos y sociales a los requerimientos perci­bidos de la globalización del capital, y se afirma que el cambio tecnológico se ha de convertir en la variable central de la transformación de las nuevas economías nacionales en un mundo globalizado.

(1) Este texto está dedicado a mi amigo y «parcero» del alma Mario Calderón, asesina­do por los destructores de sueños. Mario alimentó mi opción ética por los desiguales y ex­cluidos en tiempos difíciles, cuando muchos se acogieron al discurso del fin de la utopía.

(2) Frigotto, Gaudéncio; «Os delirios da Razao: Crise do Capital e Metamorfose Conceitual no Campo Educacional», en Pedagogía da Exclusao. Crítica ao neo liberalismo em educagao, Petrópolis, Vozes, 1995, pág. 89.

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Esta necesidad de adaptarse a un nuevo entorno afecta por igual a políticos, ciudadanos, sindicatos, empresarios y hace visible la ma­nera como mientras no exista una elevación del nivel de educación, va a ser muy difícil ingresar en estos contextos globalizados, en los cuales capital y conocimiento paradójicamente pueden producir cada vez más con menos trabajo.

Uno de los problemas centrales va a ser el que la libertad del mer­cado no va a producir en forma automática ni redemocratización ni redistribución, ya que esta libertad convertida en discurso ideológico equipara intereses económicos con los ideales democráticos y los va­lores cívicos con el afán de lucro.

Por ello plantearse hoy las claves hacia un nuevo desarrollo en donde salgamos del empobrecimiento hacia la participación crítica en la globalización significa asumir unas tareas para releer el neoliberalis- mo en boga y la constitución de procesos de aprendizaje para cons­truir una sociedad civil fuerte que en alguna manera sea capaz de ser creadora de multiplicidad de acciones nuevas en las cuales se constru­yan nuevos compromisos públicos, no necesariamente estatales, y for­talezca una serie de acciones voluntarias no sólo privadas.

En el centro de los nuevos requerimientos está el garantizar un desarrollo sostenible con justicia social y allí la educación va a jugar un lugar central, en cuanto va a construir las comunidades de actores que se planteen las tareas de reconstruir una educación no sólo en un contexto globalizado, sino en las particularidades de un continente como el latinoamericano.

Esto se hace visible en las teorías críticas de ayer, que al tener que intentar interpretar una nueva realidad y una nueva forma de domi­nación, se encuentra que el Estado analizado se ha mudado; la forma de explotación ha sufrido una metamorfosis y entonces se requiere un nuevo instrumental para dar cuenta de él. Lo claro es cómo las rela­ciones sociales dominantes son de tipo capitalista, basadas en una transnacionalización del capital con una hegemonía del capital finan­ciero y con unos mecanismos supranacionales fijando políticas (FMI, Banco Mundial y demás organismos multilaterales) que debilitan los Estados-nación y en muchos casos sustituyen las políticas nacionales por procesos que tienen una cierta homogeneidad en el ámbito inter­nacional. Igualmente se produce una intensificación de la industria

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cultural de masas, produciendo un fenómeno de mundialización cul­tural que rompe los viejos núcleos de las culturas populares.

Es en ese mundo en el cual entra el análisis de América Latina que debemos realizar, para darnos respuesta a la pregunta de qué pue­den esperar hoy los pobres del mundo globalizado, y cuáles son los sentidos de la educación que les queremos dar, porque en el fondo el éxito de cualquier proyecto educativo popular hoy se va a medir por la manera como seamos capaces de resolver con especificidad la edu­cación de los niños y niñas que vienen de las familias pobres. Porque precisamente en este mundo globalizado ellos son los que más van a requerir de la escuela para obtener la educación que les permita ser de estos tiempos, desde sus especificidades sociales y culturales.

Pero la paradoja está en que nosotros no podemos simplemente modernizar la escuela capitalista según los requerimientos de sus pla­nificadores y difusores, sino que tenemos que avanzar —desde la edu­cación popular— construyendo procedimientos específicos, produ­ciendo fisuras en los métodos tradicionales y en sus renovaciones para lograr que los y las jóvenes se empoderen. Que conociendo más sus realidades ligadas a lo universal hagan valer sus reivindicaciones y sus culturas, haciendo que las necesidades suyas y de su conglomerado humano sean satisfechas no por la simple inclusión, sino por la am­pliación de la sociedad al aceptar sus formas culturales, sus identi­dades y sus luchas (3).

1. LAS EXCLUSIONES DE LA MODERNIDAD EDUCATIVA EN AMÉRICA LATINA

En el afán por construir políticas educativas de América Latina que nos hicieran modernos, se fueron produciendo una serie de exclusiones y negaciones que hicieron que el sistema educativo no fuera realizado ni como modernidad ni como modernización, logrando un poco el triunfo de los que estaban en mayores capacidades por las condiciones previas de llegar a él. Igualmente, se da una separación entre lo público

(3) Para una ampliación de esta tesis, remito a mis textos: Educación y escuela en el fm de siglo (especialmente el capítulo V), Reconstruyendo la transformación social, La refun­dación de la educación y la escuela. Conflicto de ?ieoliberales, neoconservadores, modernizado- res y críticos.

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y lo privado que profundiza la separación de la escuela estableciendo redes de calidad al interior de ella. Pudiéramos decir que hicimos una mala copia de la escuela europea y americana, que no lograron la inte­gración social de la mayoría de su población. Miremos algunos de esos elementos en los cuales no se produjo integración:

A) La heterogeneidad de nuestra culturay que nos coloca frente al problema de racionalidades diversas, disímiles y contradic­torias. La homogeneización propuesta por la escuela en la primacía de la racionalidad instrumental y del mercado, ubicada en un escenario heterogéneo, negó el otro lado.

B) No sólo culturas diferentes sino desiguales. Nuestra educación fue incapaz de pensar la existencia de distintas temporalidades his­tóricas en América Latina, y en ese sentido se convirtió en ge­neradora de discriminación cultural, profundizó la exclusión socioeconómica y marginó de los mecanismos de ciudadanía y participación. Hoy se muestra incapaz de establecer un diálo­go con las nuevas culturas del mundo de la telemática.

C) M agisterio femeninOy cultura escolar patriarcal. Tal vez la paradoja más clara develada por las luchas de género de estos tiempos, es encontrar que a lo largo del continente del 70 al 80% de las docentes son mujeres, que son pro- piciadoras de una cultura que no las representa y las niega y las excluye. Sin embargo, la encarnan y la enseñan como algo natural.

D) Exclusión que precede a negación. Lo otro, que nunca pudo entrar a la escuela, ni siquiera para ser designado en los con­tenidos como existente, se vio sometido a una exclusión que, como bien dice BravO: «En el pensamiento latinoame­ricano e incluso en las ideas del progreso y del desarrollo, es­tas jerarquías se perpetúan todavía hoy como diferenciación entre el lugar del logos y el lugar del rito. El otro, indio, autóctono, no occidental, es el de la realidad mágica, el del folklore, el del saber precientífíco. El logos como dominio de la razón del discurso verdadero de la ciencia y del desa­rrollo es el dominio del blanco, del occidental (4).

(4) Bravo, Germán: La estructura intima del pensamiento latinoamericano: el descu­brimiento del otro, Mimeo, México, D.R, 1992.

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E) Una universalización tardía. Durante mucho tiempo, el in­tento de convertir a la escuela en el lugar fundamental de la homogeneización y de la igualdad social a través de la forma­ción terminó cumpliendo la tarea, produciendo un fenóme­no correspondiente de baja calidad en la educación pública, en cuanto tuvo que reducir horas de trabajo, materiales, jor­nadas del maestro.

F) Trabajo sobre e l currículo ideal. Siempre el trabajo de diseño curricular estuvo centrado sobre los técnicos y expertos que en la distancia con el currículo real practicado por los maes­tros, no lograron una negociación del sentido de la escuela con los docentes, produciéndose un encuentro en el cual la escuela funcionó siempre en el currículo real y en el currículo oculto.

G) Los maestros están ausentes d e l debate político-educa tivo . Sólo en casos muy aislados de algunas organizaciones gremiales en el continente se generaron procesos en torno a lo pedagógico (v.gr., Brasil, Colombia, Perú) muy cortos en el tiempo y en muchos casos con serias limitaciones en lo gremial, lo que no permitió que el docente se apropiara de una concepción pro­fesional.

H) Profesionalización liberal de modelos anteriores. Si bien en es­tos últimos años ha ido quedando clara la idea de que el ca­pitalismo de final de siglo necesita un docente profesionaliza­do, las reflexiones sobre este aspecto no van orientadas a construirlo como profesional del siglo XIX (un nuevo estatuto de la profesionalización) sino como profesional liberal del si­glo XIX.

II. RECONSTRUIR LA ESCUELANO SÓLO COMO MODERNIZACIÓN

Hoy los modernizadores de la escuela capitalista en el mundo, encabezados por el Banco Mundial, exigen y organizan en los dife­rentes países modelos de reforma educativa, con los cuales buscan po­ner a tono la escuela de este final de siglo con las tareas de la globali- zación.

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Ya la escuela en su conformación histórica en estos últimos 200 años había ido construyéndose de elementos recogidos de esa insti- tucionalidad que se iba organizando en una sociedad signada por la dominación. Su espacio físico había sido tomado del panóptico francés, su manera de interrogar y hacer exámenes, del sistema judi­cial. Ante la masividad de una escuela para todos, tomó prestados sus procesos administrativos de la fábrica norteamericana; al tener que darle una forma organizada al proceso de trabajo, el currículo sufrió la influencia del señor Taylor, y la pedagogía, saber propio de los educadores, también fue hecha desde otros ámbitos profesiona­les, como la Psicología, la Medicina, la Teología, la Filosofía, la So­ciología, la política, etc.

Ante los cambios vertiginosos de la sociedad microelectrónica (predominio del capital constante sobre el capital variable) esa escuela ha comenzado a transformarse para hacerla útil al capitalismo de es­tos tiempos, y en ese intento por hacerla diferente concurrimos hoy diferentes miradas para disputar que esa nueva versión de escuela que se intenta recomponer en estos tiempos tome una configuración que nos hable también de los mundos que soñamos.

Por eso hoy la educación y la escuela son un nuevo campo de confrontación al que concurren soñadores de distinto tipo, tecnócra- tas de nuevo cuño y simplemente realizadores de la tarea. Esta con­frontación se hace visible en la manera como se intenta resolver en la práctica y en lo cotidiano de las relaciones sociales escolares y educa­tivas las nuevas leyes de educación que se han realizado en el mundo y a lo largo y ancho del continente. Por ello es común encontrarnos hoy posiciones neoliberales, neoconservadoras, modernizadoras y crí­ticas de todos los cuños: marxistas, postmarxistas, postmodernas, de relectura latinoamericana, etc. Y todas estas posiciones con sus dife­rentes tonos y exigencias confrontan el hacer diferente esa institución básica de un capitalismo de fin de siglo centrado en el conocimiento y en la globalización de los procesos tecnológicos. Por ello, desde nuestro punto de vista plantearse el problema de la escuela es dispu­tar en el campo en el cual se hace la nueva articulación de la fragmen­tación con la que las formas de dominación del final de siglo inten­tan hacer desaparecer intereses, ideologías.

En la redefinición de la escuela no estamos frente a un simple problema técnico, sino frente a una nueva institucionalidad que de­

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vela con claridad las nuevas formas y las nuevas materialidades de lo político, lo ideológico y lo cultural en estos tiempos.

Estamos frente a un momento histórico propicio por las necesi­dades que tiene el sistema social de organizar la escuela como reorga­nizadora y reestructuradora cultural que une lo local y lo universal, de tratar de intervenir en ella de tal manera que podamos encontrar las síntesis de las exigencias de una nueva época que reorganiza el po­der desde lo micro y las tareas aplazadas. Creo que la tarea central es convertir las tareas de la escuela y sus necesidades no satisfechas por los distintos sectores: capital, gobierno, entidades corporativas de la descentralización, en una serie de procesos organizativos que conduz­can a la construcción de nuevos movimientos sociales gestados en la urgencia de la reorganización de la escuela. Estos movimientos, que tendrán la particularidad de ser transdimensionales (pedagógico, de género, de clase, de etnia, de defensa de la educación pública, etc.), serán los llamados a reconstruir con un nuevo sentido frágil las luchas de una escuela realmente democrática.

En ese sentido, las luchas en el marco de las leyes generales de educación que se dan hoy en el continente deberán enfrentar el construir las formas organizativas al interior de la escuela, que no se desarrollen en un horizonte de democracia delegativa, sino que re­construyan realmente el sentido de la democracia participativa, ya que en muchos casos nos estamos encontrando que las nuevas ins­tituciones en la escuela (gobierno escolar, consejo directivo, perso- nero, etc.), no hacen sino reproducir la democracia política existen­te, convirtiendo estos instrumentos en una reorganización burocrá­tica de la vieja escuela.

En ese sentido, se hace necesaria también una transformación profunda de los procesos de gestión: administrativa, curricular, peda­gógica, de orden y disciplina, que reintroduzcan un horizonte desde los nuevos paradigmas y de los cambios de gestión en los organismos de control y vigilancia, que deben sacar a las autoridades de los pro­cesos que actualmente agencian.

Igualmente, se hace necesario que los planes decenales se plan­teen claramente los problemas de exclusión en los que vive la escuela pública latinoamericana, ya que parece exorcizar estos problemas ha­blando de equidad. También es urgente que algunas de sus elabora­

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ciones (en aras del pluralismo y la atomización de final de siglo) den cabida a que en sus trabajos existan planteamientos de estos paradig­mas alternativos. También se hace necesario construir una «discrimi­nación positiva» que plantee seriamente los problemas de exclusión y los problemas de formación desde una perspectiva en donde no sean únicamente los técnicos quienes legitimen las verdades educativas, sino que exista la posibilidad de que los maestros entren allí para dar un sentido de comunidad docente a las formulaciones.

Señalamos en esta dirección algunas de las tareas de la escuela en estos tiempos para apuntar hacia el próximo milenio, inscritas en la discusión global desde la especificidad de nuestro medio. No lo hace­mos mediante una clasificación, ni pretendemos agotar, sino dar pis­tas para una discusión que apenas comienza.

A) Se requiere deconstruir la vieja cultura escolar. Es necesario re­conocer los dispositivos de poder-saber que funcionan en la actual cultura escolar, y tener la capacidad de pensarlos de cara al próximo milenio y a nuestras necesidades para reco­ger de allí lo que sirva para la reconstrucción de una nueva cultura escolar.

B) Deconstrucción-reconstrucción desde las posibilidades de los do' centes. La nueva cultura escolar sólo será posible si los acto­res y profesionales de la actividad escolar son capaces en el ejercicio de construir su sentido, su control y su desarrollo de los dispositivos de poder-saber que van a utilizar, abandonando viejos modelos tecnológicos.

C) Pensar la escuela pública en sectores populares. Esta escuela, en profunda desventaja frente a la escuela privada y también frente a la pública de sectores medios, debe ser pensada en la manera como sus contenidos y su pedagogía son elabora­dos, generando unos circuitos de negociación cultural entre contextos e instituciones, que reconstruyan el sentido de la escuela para estos grupos, desde los que queremos una es­cuela alternativa y desde las expectativas que ya tienen en la escuela estos grupos.

D) Cambio profundo en contenidos. Si algo ha quedado claro a la luz de la nueva realidad, es que estamos frente a una nueva reorganización del conocimiento, tanto en su estatuto como

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en su organización y su valor, y esto requiere un replantea­miento de los planes de estudio y de los saberes que va a pri­vilegiar la escuela.

E) Construcción de com un idad p edagógica de docentes. Si algo queda claro en esta crisis, es la distancia establecida entre la vida cotidiana y la cultura de expertos, que han introducido en el pensamiento educativo y pedagógico una serie de téc­nicos y expertos que no han construido el puente con la co­munidad ejecutante y practicante de la pedagogía. Estable­cer ese puente requiere de la construcción de esa comunidad y la disposición del poder de los técnicos para propiciarla.

F) Construir «justicia curricular». Este nombre, apropiado por CONELL, nos indica que las discriminaciones que acontecen en la escuela, tanto de tipo cultural, social y del saber, re­quieren ser trabajadas en una forma consciente en las rela­ciones sociales escolares, que también constituyen parte del ejercicio curricular (5).

G) Dar cabida a l curriculo extraescolar. Tanto en sus contenidos como en sus formas, si algo va mostrando la cultura juvenil e infantil es que ante un mundo informatizado éstos llegan con mucha información y con preconceptos sobre cantidad de procesos sociales, lo que produce un desplazamiento en­tre el tipo de conocimiento e información que entrega la es­cuela y a su vez exige construir los dispositivos para una ne­gociación cultural de tipo pedagógico diferente a la que se daba en la instrucción.

H) Elaborar una nueva pedagogía para subjetividades fra gm en ta ­das. Se hace necesario encontrar la manera como funcionan las comunidades de resistencia y las resistencias individuales en las aulas de clase a lo que pudiéramos llamar el discurso y las sensaciones oficiales de la escuela. Esto significa capa­cidad de disputar en lo micro un nuevo sentido negociado

(5) Este problema se plantea hoy también en una forma profunda para los países del Norte, en cuanto los años de neoliberalismo les han dejado un aumento importante del número de pobres. Es así como en Estados Unidos, al final del gobierno de Bush, uno de cada cinco niños en edad escolar era pobre, para un total de 14.000.000 de niños en si­tuación de pobreza.

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que vislumbra nuevas pedagogías, muchas de ellas todavía no existentes.

I) Trabajar lo excluido en form a no esencialista. Uno de los pe­ligros centrales está en naturalizar las dominaciones para construir mecanismos de resistencia permanente. Por eso es necesario construir unas prácticas de política cultural que permitan disputar espacios a distintos niveles en los que tie­ne manifestación el conflicto.

J) Construir una actitud crítica ante sistemas de verdad. En­frentar el racionalismo dualista, las narrativas androcéntri- cas. Significa la capacidad de construir una relación auto- reflexiva con respecto a esas organizaciones del saber vistas como únicas.

K) Construir prácticas de los nuevos lenguajes. Poder ver los pro­cesos de materialización en donde el cuerpo está presente como relación social básica, en donde se construyen nuevas relaciones intersubjetivas, donde entran los procesos afecti­vos. Va a ser importante para construir unas interacciones diferentes.

L) Criticar los relativismos que introduzcan dominación. En al­gunos casos, posiciones dominadas ante eventos de micro- poder entran en prácticas que introducen en sus relaciones aquello que critican. Eso significa la necesidad de estar aler­ta contra estas posibilidades.

M) Enfrentar jerarquías en e l aula. Ya que esto representa formas del poder que obtienen su privilegio del saber que circula como verdad tanto de la escuela como más amplias de la so­ciedad, es decir, construir una posibilidad de enfrentar las jerarquías de raza, clase, género y conocimiento.

N) Reconstruir la solidaridad. Este va a ser un proceso difícil, porque significa la capacidad de reconocer diferentes identi­dades e individualidades, es decir, la capacidad de construc­ción del otro y el acceso de él a ciertas formas de poder, así como la construcción del colectivo como sujeto. Esta pauta va a ser muy importante para la construcción colectiva de normas y del otro y de los otros como sujeto(s).

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Los elementos de la discusión están planteados. Los caminos no son claros, sólo se alcanzan a balbucear ideas que reconstruyan un nuevo sentido para una construcción indispensable en este final de si­glo, institución que se convierte en campo de lucha y de conflicto en­tre diversas concepciones de la democracia, la sociedad civil y de la misma escuela para plantear proyectos que reconstruyan un nuevo te­jido social crítico haciendo visibles la invisibilidad de las dominacio­nes de este capitalismo de final de siglo.

III. PREGUNTAS PARA UN EDUCADOR POPULAR EN LA ESCUELA DE LA GLOBALIZACIÓN

Desde la especificidad de nuestro continente no basta con pensar la escuela y su transformación, sino que se hace necesario pensar es­pecíficamente el problema de los grupos más pobres para acceder a una escuela de calidad. Al fin y al cabo, la escuela estatal los cubre a ellos y cada vez más a sectores medios empobrecidos. Es decir, en este capitalismo de final de siglo alguien sin escuela sufre una doble pena- lización: la de su pobreza y la de la no-escolaridad. Por eso hoy se re­toma este debate con mucha fuerza en la reflexión latinoamericana de la educación popular (6).

También en el imaginario de los sectores populares la escuela se convierte en portadora de esperanza de un futuro mejor como propi- ciadora de ascenso social. Igualmente, esa presencia múltiple llegando hasta los últimos confines de los ámbitos rurales, fruto de las políticas de universalización, hacen que la escuela sea una institución que re­fleja el poder del Estado y de las posibilidades de su intervención. Por ello podríamos afirmar que la escuela para los sectores populares es vista como una institución poderosa.

Pensar las relaciones pobreza y educación significa abandonar todo intento por dualizarlas y separarlas. Es necesario verlas como una unidad producto del capitalismo de final de siglo. Sólo viéndola así nos va a permitir avanzar en la deconstrucción de ella para recons­truirla como cultura y a la educación como un todo en la sociedad.

(6) Torres, Rosa María: «De críticos a constructores: Educación popular, escuela y “Educación para Todos”», en R evista E ducación d e A dultos y D esarrollo, núm. 47, 1996, págs. 61 a 88.

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Pero significa también abandonar toda la idea de cultura de la pobreza que creyó que el pobre es diferente en términos de cultura y aptitudes y por ello es pobre.

Igualmente significa abandonar la creencia de que la corrección de la desventaja en educación es un puro problema técnico.

Y también de que es un problema de conocimiento especiali­zado.

Por ello, para salir de estas concepciones que se han movido en las teorías de la compensación en educación, desde el informe Cole- man de Estados Unidos en 1966, hasta nuestros días, tenemos que afirmar que las desigualdades sociales generadas en la desigualdad de clase y en las exclusiones culturales y étnicas y de géneros atraviesan todo el sistema escolar. Por ello, el problema no es de inclusión en la llamada modernidad, ya que los niños pobres no son un caso aislado. Están en los efectos perversos de un patrón mucho más amplio.

Por eso, Bernstein ya había cuestionado a toda la educación compensatoria como forma para salir de la cultura de la pobreza afir­mando que «la idea de cultura de la pobreza se ha convertido en la ideología orgánica de los programas compensatorios». Si no entende­mos que la desigualdad siempre se produce a través de mecanismos que producen poder para quienes lo hacen, podemos entrar en mira­das de currículos neutros, compensatorios, como un puro problema técnico. Es desde allí donde una opción por el cambio educativo a fa­vor de los pobres no está exenta de conflictos, ya que el poder irá a presionar para no perder su fuerza. Y allí operan los poderes globales, pero también los poderes específicos de la escolaridad.

Construir una real legitimidad en la competencia educativa para los más pobres requiere como presupuesto Básico depender de la posibilidad de nivelar las condiciones con las cuales las personas entran en ese juego. Estudios en los países del Norte han mostrado cómo esa nivelación presupone la posibilidad de un gasto igual. En la investigación de Taylor y PiCHE (7), los gastos por alumno en

(7) Ta\XOR, W., y D. Piche: A Repon on Shortchanging Children. The Impact o f Fis­cal Inequity on the Education o f Students at Risk. Washington, Committee on Education and Labor, U.S. House o f Representatives, 1991.

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Estados Unidos en los colegios de ricos eran de 11.752 millones de dólares. En cambio, en los más pobres eran de 1.324 millones de dólares, mostrando cómo esa diferencia era central para la calidad de las escuelas.

Por ello, pensar integralmente esa legitimidad de la competencia educativa significa que no podemos dejar por fuera problemas de crianza, de alimentación adecuada, de seguridad física, de atención de adultos, de libros en casa, de experiencias de socialización en la fami­lia, es decir, vamos a una agenda más amplia. Una agenda que al en­trar al mundo de la escuela y de la educación se coloca como horizon­te las transformaciones generales de la sociedad para producir, no la inclusión simple de los excluidos, sino la vinculación de su mundo al grueso de la sociedad menor que, fruto de poseer el poder, los desco­noce como mayoría.

Por eso hoy, en la agenda de los educadores populares en tiempos de globalización, es necesario colocar los siguientes temas:

E Preguntarnos cuáles son las desventajas que tienen los po­bres en los sistemas educativos modernos.No en vano los procesos de deserción, repitencia, dificultad de logros, acceso a niveles superiores, son más marcados para estos grupos. Y esto va a requerir de nosotros pasar de la acción educativa a procesos de investigación que nos per­mitan ir encontrando claves para construir la especificidad de los procesos que enfrenten estas desventajas.

2. La pregunta por la manera cómo la escuela estimula y cons­truye la desigualdad. Es decir, vamos a tener que apersonar­nos de la manera cómo la dinámica institucional avala nive­les de poder presentes en su mundo que no contribuyen al uso y la redistribución democrática de éste. Igualmente, se requiere una mirada sobre los métodos de enseñanza y la manera como sufren una recontextualización de los proce­sos culturales en los que acontece.

3. Preguntarnos por la manera de ejecutar las reformas educa­tivas en nuestros contextos no es una mera cuestión técnica. Allí los pobres no tienen ninguna capacidad de responder las visiones de las élites (políticas, intelectuales y económi­cas) elaboradoras de políticas públicas. Los pobres terminan

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siendo simples objetos de esas políticas, muy lejanos de ser coautores y cogestores de esas transformaciones.

4. Preguntarnos por los patrones y modelos con los cuales se estructuran las políticas públicas. Esto es poder entender el modelo como se está construyendo y se está configurando hoy por las dinámicas internacionales (Banco Mundial) las políticas educativas del Continente.

5. Preguntarnos por el papel de la movilización social y de los movimientos sociales en la construcción de las políticas pú­blicas. Significa la capacidad de reconstruir lo público y el tejido social desde la exigencia de una escuela pública de ca­lidad como precondición de democracia real.

6. Tenemos que preguntarnos por el poder institucional y la manera cómo éste moldea la interacción docente-alumno/a construyendo unas relaciones sociales escolares en las cuales los procesos del imaginario patriarcal configuran la vida de las escuelas. Esto significa discutir más allá de los géneros la patriarcalidad de nuestros centros escolares.

7. Significa preguntarnos también por la manera cómo las di­ferencias regionales no están totalmente superadas en la glo- balización, generando procesos de identidad en donde lo lo­cal muchas veces no se disuelve, sino que se fortalece. Es una escuela abierta a lo universal, pero comprometida ética y socialmente con su mundo local.

8. Es preguntarnos por proyectos de futuro transformador, entendiendo que la nueva formación, al ser flexible, nos exige hacerla más global, y en ese dimensionamiento, mantener una perspectiva diferente de necesidad de trans­formar las nuevas desigualdades gestadas en el capitalismo globalizado.

9. Preguntarnos por cómo cultivar la nueva crítica a las nuevas realidades para reaprender el camino de la indignación y re­construir las nuevas fuerzas transformadoras de la sociedad.

Por eso, una de las tareas centrales va a ser la reconstrucción de las relaciones sociales escolares en el cotidiano de nuestras escuelas, de cara al mundo real que atendemos, mostrando que nuestro proyecto

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es más fuerte que una simple reorganización y modernización de ia escuela capitalista de final de siglo.

IV. TRANSFORMACIONES TAMBIÉN EN EL CURRÍCULO

Pensar en currículo significa colocarnos en una institución como la escuela que representa en nuestras comunidades de los barrios po­pulares una autoridad cultural y que adquiere en su poder institucio­nal la legitimidad del saber social. En ese sentido, el currículo tradi­cional va a ser un componente clave del problema de cómo resolve­mos el poder en nuestras escuelas, ya que está vivo en las rutinas y en los ritos cotidianos de nuestros centros, y conforman ese proceso por el cual pasa la enseñanza-aprendizaje en nuestros centros.

Cuando hago esta reflexión, no puedo dejar de lado cómo ha sido construido el currículo dominante en nuestras escuelas, desde que la educación de masas se ha organizado en el último siglo a través de la universalización de la escuela básica. Allí está presente una con­cepción del ser humano, de prácticas culturales y educacionales de hombres europeos y norteamericanos de clase media. Esta forma de ser humano, que durante muchos años acompañó la idea de currículo centralizado, va a significar una deconstrucción larga y por momen­tos dolorosa para poder construir la simbiosis universalidad-particula­ridad local, haciendo de nuestra búsqueda un camino mucho más lar­go que el planteado por la simple adecuación del plan de estudios.

Por eso aprender bien en las escuelas de los pobres va a requerir un cambio para ver la manera como el contenido es determinado por las especificidades de nuestros medios y con una pedagogía que dé cuenta de las particularidades de nuestros alumnos. Esto significa un cambio hacia currículos que se mueven más en el horizonte de la ne­gociación cultural dentro de una práctica escolar más participativa y por tanto con currículos más flexibles y experimentales.

Por eso el proceso no puede ser distribuir el mismo currículo hegemónico en cuanto a quién requiere cuánto, sin hacerse la pre­gunta por un qué fundamental, y es pensar un currículo del punto de vista de los más pobres que desde esa especificidad sirve para la organización y producción del conocimiento universal en general. Es decir, es la entrada a lo universal desde las lógicas múltiples y

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multiculturales en las cuales se mueven los jóvenes que atendemos en nuestras escuelas.

La idea de R. W. CONNELL (8) de justicia curricular nos ayudaría mucho. Para él esta justicia significa la tendencia de una estrategia educacional para producir más igualdad en el conjunto global de las relaciones sociales, a las cuales el sistema educacional está vinculado a través de las relaciones sociales escolares específicas. El señala dos es­trategias para garantizar esto:

• Un criterio de poder epistemológico. Es decir, que a las escue­las deben ir las formas socialmente poderosas del conocimien­to, que debaten en el ámbito de las distintas disciplinas (plu­ralismo) .

• Seguir el criterio de justicia social. Esto es, un currículo que se trabaja en torno a los intereses de los grupos con una mayor desventaja en la sociedad.

Esto va a llevar a que el currículo quede enlazado con la sociedad y no con el simple ejercicio disciplinario. Y como afirman los educa­dores del Movimiento de los Sin Tierra en el Brasil: «Se enlaza con el movimiento social e incorpora el proyecto de futuro» (9).

Para avanzar en el pensar el currículo desde la educación popular significa levantar una serie de preguntas que nos lleven por otros ca­minos:

1. Preguntarnos por cómo vamos a desmitificar el currículo único hegemónico haciendo ejercicios en los cuales los do­centes y los planificadores entiendan que él constituye ape­nas uno dentro de las múltiples maneras en las cuales el co­nocimiento puede ser organizado para su ejercicio en las re­laciones sociales escolares (ya los neoconservadores han reaccionado diciendo que se está abandonando el verdadero

(8) CoNNELL, R. W.: «Justicia, Conhecimiento e Currículo na Educa9 ao Contem po­ránea», en Silva, L. H.; ]. C. A zevedor (org).: Reestructurando Curricular. Teoría de Prác­tica no Cotidiano da Scola, Petrópolis, Vozes, 1995, págs. 11 a 35.

(9) Sálete Caldart, Roseli: «Forma9 áo de Educadores e Educadoras No MST: um Currículo em Movimiento», en revista Contexto & Educagao, núm. 47, julio-septiembre de 1997, Ijui, Rio Grande do Sul, págs. 35 a 61.

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conocimiento y por tanto la verdadera calidad de la educa­ción).

2. Preguntarnos por la manera como podemos producir una organización diferente de todo el campo del conocimiento como un todo y no quedarnos en un simple cambio de con­tenidos.

3. Preguntarnos por la manera como vamos a producir una ac­tualización en los campos del saber que nos permita abrir­nos a múltiples entendimientos como los que hoy se dan en los campos de la matemática, la física, la biología.

4. Preguntarnos por el lugar de una educación multicultural que formando en la identidad, respete la diversidad y pueda construir para estos tiempos identidades híbridas sólidas.

5. Preguntarnos por cómo formar en el desarrollo de capacida­des y competencias para prácticas sociales específicas, inclui­do el sustento, sin caer en miradas de capacitación laboral o de formación de mano de obra barata.

6. Preguntarnos por los empoderamientos que propiciamos en los procesos de aprendizaje que generamos para constituir a los sujetos de nuestra acción educativa en actores sociales.

7. Preguntarnos por la manera como estamos resituando la educación en los contextos en los cuales operamos, colocán­dola en un ámbito estratégico de transformación social.

8. Preguntarnos por la comunidad educativa como construc­ción y empoderamiento de actores.

9. Preguntarnos por la reconstrucción de la pedagogía crítica para estos tiempos, fundada en la tradición de las diversas escuelas pedagógicas.

Pensar desde la educación popular la escuela de los sectores popu­lares significa salir de la idea de servicio educativo que se le distribuye a los pobres, porque, entendida así, ella misma se constituye en una forma de discriminación. Por ello es necesario volver a ganar un plan­teamiento estratégico sobre la escuela desde la educación popular, que la coloque en el horizonte de las transformaciones éticas requeridas para construir justicia.

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Por ello, repensar el currículo desde la educación popular signifi­ca hacerse una serie de preguntas que intentan revertir la hegemonía de los grupos dominantes en el campo de la educación, y esto puede ser posible a través de un currículo democrático.

V. TRANSFORMACIONES EN EL TRABAJO DOCENTE

Al proyecto capitalista construido desde el escenario de la globa- lización se le hace indispensable una metamorfosis de la escuela que la adecúe a las nuevas exigencias del patrón societal fundado en las nuevas maneras de ser del conocimiento y la tecnología. Allí, en esa urgencia, surge la idea de la profesionalización del docente, quien a lo largo del siglo había sido segundo padre o madre, apóstol, asalaria- do/a, y se le ofrece, al terminar el siglo, un estatus de profesional en las relaciones sociales escolares. Es decir, al capitalismo del final de si­glo se le hizo indispensable el docente como profesional.

Y en esa profesionalización, el/la docente queda ligado/a a la ca­pacidad de producir currículo. Para ello va a requerir procesos de fle­xibilidad, creatividad e investigación, lo que significa una deconstruc­ción de la manera como la profesión de maestro/a había implementa- do una forma de control administrativo heterónoma y un proceso curricular pre-establecido (diseño instruccional). Esto va a significar la capacidad de pensar la profesión de otra manera, recuperando una autonomía que nace en el control de la gestión, tanto en su planea- ción, ejecución, como en su praxis reflexiva posterior.

Una de las particularidades es que el trabajo escolar es una activi­dad cultural que se constituye en su especificidad a través de las acti­vidades que desarrolla el/la maestro/a, y es allí, en ese mundo concre­to de las relaciones sociales escolares, en donde se dan las grandes contradicciones y también las grandes transformaciones. Por eso, pensar el problema de la justicia social en forma global o bajo su es­pecificidad de currículo significa pensar la profesión docente.

Y para nosotros, que nos movemos en el campo de la educación popular, preocupados por las exclusiones y desigualdades, significa aceptar que éstas ocurren a través de lo que los/las docentes hacen, no por culpa o planeación premeditada de ellas, sino por la introyección

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de los procesos sociales y del poder del cual hemos venido hablando en este texto, en sus prácticas específicas de las relaciones sociales es­colares. Por ello, la democratización de la vida de la escuela va a pasar por la posibilidad de deconstruir la acción que cada uno de los acto­res realiza a través de su participación en el mundo escolar.

Por eso van a aparecer unas preguntas que intentan reorientar nuestra intervención con los docentes para reconstruir la profesión de cara a las necesarias transformaciones:

1. Una pregunta por una política de formación de docentes, que abandonando el modelo, basado en el conocimiento de especialista externo que diseña la actividad del/la maestro/a, le devuelva la planeación, ejecución y evaluación a los/las profesores para empoderarlos desde sus prácticas.

2. Una pregunta por cómo desarrollar un pensamiento estraté­gico en los/las docentes que sacado de la especificidad de la disciplina entienda ésta dentro de una comprensión global de la sociedad.

3. Una pregunta sobre cómo construir comunidad docente de pensamiento y acción, que construyan redes en las cuales la acción sea mutuamente alimentada desde un control de los ejecutantes.

4. Una pregunta por un perfeccionamiento específico para nuestros/as docentes de Fe y Alegría que sepan trabajar la especificidad de las escuelas en los sectores excluidos y des­iguales, en un horizonte de escuela pública de calidad.

5. Una pregunta por los/las profesores y sus gremios, para que sean partícipes directos/as en la discusión de las políticas públicas globales, pero para nuestro caso, centrados en las discusiones escuela y pobreza.

6. Una pregunta por la justicia en términos de salarios con nuestros docentes, ya que al vincularnos a acciones neolibe­rales de cobertura escolar, sacrificamos el nivel cultural re­querido por un/a maestro/a de calidad en estos tiempos.

7. Una pregunta por cómo construir sistemas de formación permanente ligados a los desarrollos universales del conoci­

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miento y a las particularidades de la desigualdad y exclu­sión.

El problema está planteado. Es posible una agenda, más allá de la confusión de cierto unanimismo técnico sobre la escuela y el conoci­miento que ha propiciado la globalización y el neoliberalismo e este fin de siglo. Pero esta tarea requiere de una opción ética de transfor­mación que esté dispuesta a alimentar en el cotidiano de la escuela una nueva acción y una nueva teoría crítica, que abriéndonos al mun­do de lo universal nos mantenga en las particularidades de nuestro mundo local. Por eso, si la cita con la que doy inicio a este texto nos remite a esa universalización, permítanme cerrar con el Popol Vuh, que pertenece a las entrañas de nuestra especificidad latinoamericana, quien bellamente y en una forma más poética sintetiza en un verso lo que yo he tratado de elaborar en largas y aburridoras páginas:

«Arrancaron nuestros frutoscortaron nuestras ramas;quemaron nuestros troncos;pero no pudieron matar nuestras raíces.»

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Algunos elementos para repensar el desarrollo

(Una lectura para pequeños países)Alberto Acosta (*

«Creo que las limitaciones reales de la economía tradicional del desarrollo no provinieron de los medios escogidos para alcan­zar el crecimiento económico, sino de un reconocimiento insufi­ciente de que ese proceso no es más que un medio para lograr otros fines. Esto no equivale a decir que el crecimiento carece de importancia. A l contrario, la puede tener, y muy grande, pero si la tiene se debe a que en el proceso de crecimiento se obtienen otros beneficios asociados a él. (...).

No sólo ocurre que el crecimiento económico es más un me­dio que un fin; también sucede que para ciertos fines importantes no es un medio m uy eficiente.»

A m artya Sen Premio Nobel de Economía, 1998

El punto de partida de cualquier propuesta alternativa pasa por reconocer que la actual situación socioeconómica y aun política no es deseable para la mayoría de habitantes de los países subdesarrollados y que las transformaciones necesarias no pueden llevarse a cabo de la noche a la mañana. Hay necesidad, es cierto, de respuestas de corto plazo a partir de la compleja realidad actual, pero que tengan siempre en su mira los cambios estructurales necesarios sin perder de vista el horizonte de largo aliento. A modo de ejemplo, la reducción de la in­flación no puede darse postergando las tareas de largo aliento.

(*) Economista ecuatoriano. Consultor del Instituto Latinoamericano de Investiga­ciones Sociales (ILDIS-Ecuador) y profesor-investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Ecuador).

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La transformación del aparato productivo, tanto como la supera­ción de las estructuras concentradoras del poder económico y políti­co, así como de las actuales institucionalidades gubernamentales cen- tralizadoras y excluyentes, que se condicionan mutuamente, están en la base de una alternativa de desarrollo. Alternativa dirigida a estable­cer los fundamentos sólidos de crecimiento económico, solidaridad social y ecológica, así como de democracia genuina. Y que tendrá que buscar salidas a las actuales formas de dependencia económica carac­terizada por una tendencia hacia la reprimarización de las economías subdesarrolladas, cuyos nocivos efectos sobre el ambiente, así como la consolidación de estructuras rentísticas, que esta dependencia provo­ca, constituyen un freno para el desarrollo.

Indudablemente, el éxito de la reorientación de la economía y la política en cualquier país dependerá de la correlación de las fuerzas internas, de la dinámica económica internacional y, sobre todo, de quienes tengan la responsabilidad de conducir el Estado en ese perío­do. Pero el esfuerzo de reorientación sólo tendrá éxito si los grupos y fracciones perjudicadas por el aperturismo a ultranza (los perdedores de la «globalización») logran organizarse en torno a un proyecto co­mún, no excluyente y que sea concertados

El presente ensayo está inspirado sobre todo en la realidad de un país subdesarrollado relativamente pequeño, como es Ecuador. Aquí, sin embargo, se aborda el tema de una manera más amplia, procuran­do ofrecer una reflexión válida para países pequeños en general, con menores posibilidades de lograr su desarrollo a partir de estrategias más autotónomas o autocentradas, como podría darse en economías más grandes y como de hecho sucedió en el caso de muchas de las principales economías del mundo.

1. LINEAMIENTOS BÁSICOS DE UNA ESTRATEGIA ALTERNATIVA DE DESARROLLO

Objetivo final de esta estrategia alternativa de desarrollo es la construcción de una sociedad sin excluidos y sin exclusiones, lo que supone la incorporación de toda la población como ente activo de la vida nacional, a partir de un proceso participativo para su conversión en ciudadanos y su acceso a un nivel de vida acorde con sus necesida­

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des y satisfactores. Esta incorporación consciente de las masas a pro­cesos en los que sean actores potenciará las fuerzas productivas, gene­rará efectos de encadenamiento internos e incentivará la creatividad y el uso racional de los recursos disponibles y también de los que per­manezcan ociosos. Al tiempo que reducirá la dependencia de las ex­portaciones primarias.

El punto crucial de una alternativa será replantearse el objetivo mismo del desarrollo. No se puede seguir buscando simplemente el aumento cuantitativo de algunas variables macroeconómicas sobre bases de un frágil y hasta imposible equilibrio. Se precisa definir con claridad su objetivo final: el bienestar de la sociedad, a partir de una serie de principios rectores claramente comprendidos: eficiencia eco­nómica y social; competitividad sistémica; equidad social, de género e intergeneracional; solidaridad y sustentabilidad ambiental.

Para ponerlo en términos de Amartya S e n , Premio Nobel de Economía de 1998, no cuentan las cosas que las personas puedan producir durante sus vidas, sino lo que las cosas hacen por la vida de las personas: «El desarrollo debe preocuparse de lo que la gente puede o no hacer, es decir, si pueden vivir más, escapar de la morbilidad evi­table, estar bien alimentados, ser capaces de leer, escribir, comunicar­se, participar en tareas literarias y científicas, etc. En palabras de M a r x , se trata de “sustituir el dominio de las circunstancias y el azar sobre los individuos por el dominio de los individuos sobre el azar y las circunstancias”.» Una convivencia sin miseria, sin discriminación, con un mínimo de cosas y sin tener a éstas como la meta final.

El acento no está tanto en lo que la gente puede «tener», sino en lo que la gente puede «hacer y ser». Hay que revalorizar las cosas, para priorizar la manera de actuar: los «funcionamientos» (functio- nings) de la sociedad y de las personas, según S e n . Cuya preocupa­ción central debe centrarse en lo que las personas y las comunidades pueden hacer en un ambiente de creciente libertad, que permita res­catar conscientemente las «capacidades» (capabilitys) y «derechos» (entitlements) (1) por parte de los individuos y de la sociedad, no la imposición dogmática de algún modelo predeterminado.

(1) Este término también ha sido traducido como «titularidades»

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El desarrollo, visto desde esta perspectiva —planteada por S e n — (2), implica la expansión de las potencialidades individuales y colectivas, las que hay que descubrir y fomentar. No hay que desarrollar a la persona, la persona tiene que desarrollarse. Y para lograrlo, como condición funda­mental, cualquier persona ha de tener las mismas posibilidades de elec­ción, aunque no tenga los mismos medios. El Estado corregirá las de­ficiencias del mercado y actuará como promotor del desarrollo, en los campos que sea necesario. Y si el desarrollo exige la equidad, ésta sólo será posible con democracia —no un simple ritual electoral— y con libertad de expresión, verdaderas garantías para la eficiencia económica y logro del bienestar.

En suma, la alternativa exige rescatar la dimensión ética para que la economía vuelva a ser ciencia. No interesa sólo la evolución de la economía medida en variables cuantitativas, como el PIB, sino cómo la política económica afecta a la vida de la gente: «Por ello —para S e n — , un fenómeno económico como el desempleo tiene una ver­tiente ética porque es socialmente injusto.»

Planteadas así las cosas, para diseñar una propuesta de desarrollo al­ternativo, habría que buscar una aproximación realista al contexto histó­rico del momento presente, despojándolo de sus mitos y falsedades, para desde allí proyectar una estrategia de desarrollo realizable y deseable para el conjunto de la sociedad, que asuma lo que es posible hacer en las ac­tuales condiciones —lo alternativo—, sin perder de vista una necesaria utopía orientadora, aquella ansiada vocación utópica de futuro.

a) Configuración de un mercado doméstico de masas

La transformación del aparato productivo debe estar dirigida a es­timular el ahorro interno (ante las crecientes limitaciones del merca­do externo para financiar actividades productivas) (3), la inversión

(2) En esta misma línea de reflexión podemos incorporar las ideas del desarrollo a es­cala humana de M ax-Neef, Elizalde y Hopenhayn, así como las propuestas de desarro­llo autocentrado de Jürgen SCHULDT.

(3) Además, el capital externo en ningún caso fue el factor determinante del desarro­llo. Este se ha conseguido fundamentalmente con el esfuerzo propio en términos de aho­rro interno, de una conveniente utilización de los recursos y capacidades disponibles, así como de una institucionalidad acorde con los objetivos planteados.

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equilibrada y el desarrollo de las fuerzas productivas. Un papel funda­mental recae en el mercado interno doméstico, a partir del cual urge procesar una nueva inserción internacional, a fin de modificar la ca­nasta de exportaciones, diversificándola y añadiéndole valor agregado.

Para el desarrollo del mercado interno, las políticas deben tender a hacer coincidir las demandas con las ofertas de bienes finales, inter­medios y de capital a su servicio. Y esta oferta, a su vez, debe consti­tuirse sobre la base de la dotación interna de recursos y de tecnologías adecuadas en términos sociales y ecológicos (4).

b) Transferencia de excedentes a los sectores tradicionales

Para superar la baja productividad de los segmentos productores de bienes de masa provenientes de los estratos «tradicionales» (5) —en los que se concentra la mayoría de la población económicamen­te activa— se requieren inversiones masivas. Pero su financiamiento no puede provenir de ellos mismos, porque prácticamente no gene­ran excedentes (ni se apropian de rentas diferenciales, ni producen ganancias suficientes). Ello obliga a transferir excedentes —al menos por una década— de otros sectores productivos, básicamente de los que explotan recursos naturales (fundamentalmente para el mercado externo) y también de aquellos segmentos modernos urbanos que producen bienes de lujo.

Mientras los segmentos tradicionales no generen ganancias sus­tanciales, los productores de bienes primarios (primordialmente los exportadores) deben cumplir una función central: otorgar recursos —especialmente divisas— para asegurar la reproducción del sistema, pero también transferir parte de sus excedentes hacia los segmentos

(4) Sigue siendo válido el principio según el cual la división del trabajo viene deter­minada por el tamaño del mercado interno, que en muchos casos es estrecho no tanto por el número de sus habitantes, cuanto por aquella concentración (excesiva) de la riqueza en pocas manos que conlleva una gran marginación estructural de las mayorías. El olvido de esta realidad probablemente sea el origen de nuestro subdesarrollo. Por tanto, una pro­puesta como la aquí esbozada tendrá mayor viabilidad en relación directa con el nivel de equidad de una economía.

(5) Segmento urbano tradicional y segmento rural tradicional, compuestos especial­mente por pequeñas y medianas empresas del campo y la ciudad, campesinos, artesanos, comerciantes informales, cooperativas, empresas de autogestión, etc.

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tradicionales, de elevada productividad del capital, menos intensivos en importaciones, más intensivos en empleo, encargados de satisfacer la demanda de alimentos y servicios del mercado interno y las más de las veces menos depredadores del ambiente: estos son puntos deter­minantes para una concepción alternativa. Esa transferencia debe darse en un nuevo marco de organización sociopolítica y cultural de los grupos populares, a efectos de asegurar su constitución en sujetos sociales. Esto permitirá, a su vez, el desarrollo de sus propias fuerzas productivas y su constitución en dinamizadores del proceso sociopo- lítico.

El eje del sistema de acumulación, en términos de gestión estatal, de política económica, así como de reformas jurídico-administrativas y estructural-institucionales, deberá estar concentrado en dos seg­mentos, que habrán de promoverse en la «fase de transición»: los que producen bienes primarios para la exportación (segmento petrolero, por ejemplo, y segmento rural moderno), con elevadas rentas diferen­ciales, y los que producen bienes de masas (segmento urbano tradi­cional y segmento rural tradicional, y, en menor medida, determina­das ramas del segmento urbano moderno).

Un manejo diferente y diferenciador en lo económico exige tam­bién cambios en lo social, que no se agotan en el campo de la simple racionalidad económica de las políticas sociales. Su reformulación y orientación deben basarse en principios de eficiencia y solidaridad, for­taleciendo las identidades culturales de las poblaciones locales y regio­nales, promoviendo la interacción e integración entre movimientos po­pulares y la incorporación económica y social de las masas diferencia­das, las que a su vez pasarían de su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos a propulsoras autónomas de los servicios de salud, educación, transporte, etc., impulsados desde la escala local-regional. En lo político, este proceso contribuiría a la conformación y fortaleci­miento de instituciones representativas de las mayorías desde los espa­cios locales y municipales, ampliándose en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional, para hacer frente a la dominación del capital fi­nanciero y de las burocracias estatales reacias a los cambios.

En la medida que se reduzca la dependencia externa de políticas económicas «recomendadas» por el FMI o el Banco Mundial y orien­tadas a conseguir en forma acelerada e ingenua una apertura radical

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de estas economías, se profundizará la descentralización de las deci­siones políticas.

c) Integración del sector exportador al resto de la economía

En añadidura, a medida que se expande el mercado interno los sectores exportadores (en especial de recursos naturales) tendrán un interés cada vez mayor por vender en el propio país sea bienes finales, sea insumos para la industria orientada a satisfacer la demanda de las masas. Incluso tendrán incentivos para procesar sus productos para ese mercado en expansión, provocada por la creciente capacidad de compra de las masas. Ello hará que, a la larga —y esta es otra meta central de la estrategia alternativa—, el sector exportador se integre completamente a la economía nacional, lo que, a su vez, le permitirá desarrollar líneas de producción de mayor competitividad interna­cional, una vez explotado el mercado interno o paralelamente. Inte­gración que necesariamente tendrá que redundar en una nueva forma de convivencia con la Naturaleza, como eje potencial de un verdade­ro desarrollo sustentable.

A medida que se potencia el mercado interno, al aumentar la ca­lidad y cantidad de los productos, éstos pueden ir introduciéndose paulatinamente en el mercado mundial. Esto exige desarrollar las ca­pacidades competitivas internamente para poderlo hacer mejor a ni­vel internacional.

Al perder su carácter de enclave (6), el sector exportador permiti­rá generar —a través de los efectos de encadenamiento productivo hacia atrás y hacia adelante, así como encadenamientos de demanda y fiscales— mayores ingresos y empleo en los demás sectores y seg­mentos de la economía, rompiendo el círculo vicioso que los agobia.

(6) La explotación petrolera constituye un ejemplo preciso de lo que los enclaves re­presentan. Además, la lógica de su funcionamiento está determinada por presiones exter­nas que no se ajustan a las realidades locales, sea porque la demanda de crudo se deriva de las necesidades del mercado mundial antes que por los requerimientos locales, sea por las presiones para incrementar las exportaciones destinadas a sostener la transferencia de re­cursos por concepto del servicio de la deuda externa o de otras transferencias atadas a los intereses de los capitales internacionales. La elevada renta petrolera, por lo demás, facilita un ambiente rentístico en el cual no urgen cambios profundos en el campo fiscal.

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En cambio, en las estrategias pasadas y actualmente en boga, dirigidas a fomentar casi exclusivamente las exportaciones, se tiende a ahogar, en gran medida, las capacidades (normalmente poco aprovechadas) del mercado interno a través de la contención o disminución de los salarios reales, a fin de mantener o expandir una competitividad in­ternacional espuria para las exportaciones; aquí cabría mencionar la otra vía también equivocada para mejorar la competitividad: el dete­rioro del medioambiente, provocado por un esquema depredador que da más importancia a los rendimientos cortoplacistas sobre cualquier otra consideración de largo aliento; ejemplos de esta aseveración abundan en los campos petrolero, minero, pesquero, bananero, ca­caotero, cafetalero, camaronero...

En todos los casos exitosos de desarrollo de economías a partir de la exportación de bienes primarios (7) resultó crucial la capaci­dad de generación de tecnologías e innovaciones adaptadas a las condiciones locales. Con el tiempo, al expandirse el sector exporta­dor y sus conexos, a la par que aumentaban los salarios también se fue desarrollando una demanda interna pujante de bienes de consu­mo masivos y sencillos. Con ello la rentabilidad de las inversiones se incrementó, atrayéndolas hacia la producción de alimentos ela­borados, gaseosas, vestimenta, bienes de consumo duradero, etc., sustituyendo las importaciones y estimulando encadenamientos en el consumo. Poco a poco, con el fin de nutrir a las industrias pro­ductoras de bienes de consumo, surgieron segmentos de producción de equipo, maquinaria e insumos para cubrir las demandas de aqué­lla y las necesidades de infraestructura productiva (encadenamien­tos de la inversión).

Luego de varias décadas de mantener esta estrategia, dichas eco­nomías alcanzaron un nivel de «madurez», entendido como una di­versificación e interacción Ínter e intrasectorial crecientes. La econo­mía dual, de enclave, fue adquiriendo coherencia interna, con lo que se convirtió en una economía integrada nacionalmente, cuyo desarro­llo dinámico provino de un ímpetu interno, endógeno al desarrollo de sus propias fuerzas productivas y por la expansión del mercado in­terno de masas, lo que contrasta con las economías de plantación o

(7) Dinamarca, Suecia, Finlandia, Canadá o Australia.

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de monocultivo, así como también con las economías sustentadas en la creciente explotación de recursos naturales, por ejemplo, las petro­leras.

Definitivamente, no se concibe la expansión del empleo interno (y las consecuentes alzas salariales) como una fase posterior, a ser con­seguida luego de alentar las exportaciones en el largo plazo (sobre todo las no tradicionales). Tampoco se puede esperar que la lógica del mercado mundial genere estos encadenamientos virtuosos de manera espontánea. Experiencias históricas muestran que en base a una ex­plotación extensiva e intensiva del mercado interno, se puede acceder al mercado internacional eficaz y competitivamente en materia de bienes procesados.

d) Mecanismos para la transferencia de excedentes

Un aspecto difícil es la transferencia de recursos a los segmentos tradicionales. Ello exige una infraestructura estatal eficiente y alta­mente descentralizada. Aquí quizá debería asumir la propia «socie­dad civil» al menos parte de esa tarea, en especial desde los gobier­nos regionales. El mayor esfuerzo recaerá en municipios, organiza­ciones barriales, comunidades campesinas y urbanas, algunos gremios, organizaciones de consumidores, de artesanos, de media­nos y pequeños empresarios, etc. Eos mecanismos para realizar tal transferencia pueden ser varios: impuestos, subsidios, exonera­ciones, crédito dirigido, ahorro forzoso, controles de precios, asig­nación de inversiones, etc. Cabe añadir las políticas de precios, cre­diticia y cambiaria como mecanismos para hacerlo sin intervención del Estado en los detalles.

En esa dinámica «dual» de acumulación que se propone la econo­mía dependerá del más estable mercado interno (y en la medida de lo posible también de la integración de mercados subregionales amplia­dos) y no exclusivamente del errático mercado internacional. Ello ge­neraría mejores condiciones para la inversión, tanto por la estabilidad del mercado local, como por su creciente tamaño, el menor riesgo que entraña y los pocos recursos que se necesitarían en cada caso. Ea estructura del mercado se desconcentraría respecto de la dinámica ac­tual, en la que unos pocos oligopolios concentran la acumulación del

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capital en el país y, con ello, la distribución del ingreso nacional y los patrones «nacionales» de consumo. En ese esquema la inversión no sólo permitirá aumentar la productividad «en general» sino la de aquellas ramas para las que se gestarían incentivos, en especial dentro de los sectores tradicionales.

Una mayor (no exclusiva) concentración de la estrategia en un mercado interno masivo y descentralizado, sin menospreciar la expor­tación de recursos naturales o de sus derivados, asegurará una mejor distribución de la población en el territorio nacional, reforzará los la­zos de interacción entre las diversas comunidades geográficas, dina- mizará las ferias locales y regionales, potenciará las iniciativas loca­les, etc. Ello permitiría que las regiones más pobres retengan los excedentes (financieros y humanos) en mayor cuantía, en vez de que éstos se extraigan de aquéllas, como sucede ahora. La expansión del mercado interno y el desarrollo local-regional irían de la mano.

Este esquema fomentar también, en forma natural, la interrela­ción creciente entre el segmento urbano tradicional —que podría producir bienes de capital a pequeña escala y bienes manufacturados sencillos— y los sectores rurales, tanto moderno como andino y tra­dicional, que ofrecen alimentos básicos e insumos para la industria. Esta interrelación se asegurará por el lado de la demanda, porque los patrones de consumo de los que trabajan en esos segmentos son simi­lares, y por el de la oferta, porque el tipo de producto y las tecnolo­gías que usan concuerda mejor con los bajos ingresos de sus respecti­vas poblaciones.

Pero, además, la acción del Estado —modernizado, no simple­mente «privatizado»— debería estar encaminada a reforzar ese enca­denamiento aún más (sectorial y regionalmente), toda vez que sería el esquema central y guía para la gestación del mercado nacional de ma­sas. Ello haría posible reducir, poco a poco, la dependencia de estos segmentos de los insumos y bienes finales del segmento urbano mo­derno, con lo que presumiblemente se generaría una dinámica propia y relativamente autodependiente entre los segmentos dirigidos al mercado interno (segmento rural tradicional y segmento urbano tra­dicional, así como de parte del segmento rural moderno), lo que a la larga también incorporaría a los sectores exportadores a esa dinámica endógena de la economía nacional.

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f) Integración nacional y competitividad internacional

Un esquema de ese tipo llevaría en forma relativamente rápida a un adecuado empleo de la fuerza de trabajo, con lo que las remuneraciones irían en ascenso, al ritmo que aumenta la productividad. Es en ese mo­mento cuando se pondrá a prueba la creatividad de los pequeños y me­dianos empresarios y campesinos, que se verán obligados a incorporar innovaciones ahorradoras de trabajo (8). Pero en este caso, la innova­ción —en especial cuando se trata de pequeñas empresas— se haría de conformidad con las disponibilidades de recursos de cada país.

En los primeros años el crecimiento del PIB no sería muy impor­tante (medido a nivel nacional). No se registrarían espectaculares tasas de expansión del segmento urbano moderno. Pero el impacto de las ta­sas elevadas de crecimiento del segmento rural tradicional y del seg­mento urbano tradicional tendría un efecto contundente a escala de los propios segmentos tradicionales, que es lo que finalmente interesa.

El segmento urbano moderno sobreviviría en la medida en que tenga la capacidad de ajustar sus procesos de producción —hoy muy intensivos en importaciones— a las nuevas demandas de la población (paulatinamente habrá que impulsar un nuevo estilo de vida acorde con el equilibrio ecológico) y a los modificados precios relativos, lo que probablemente obligaría a las empresas más grandes y modernas a reducir el margen de ganancia tan elevado que tienen actualmente y a buscar mejoras estructurales en el campo de su productividad.

Desde esta perspectiva «sistémica», la competitividad interna­cional sólo podrá alcanzarse a partir de la integración nacional (en lo económico, político y social), es decir, sobre la base de una «compe­titividad nacional», en primera instancia. Competitividad necesaria­mente sustentada en una fuerte e interrelacionada articulación de ac­tores y procesos socioeconómicos, que se moldean unos a otros en el transcurso de su evolución, incluyendo los efectos recíprocos de y so­bre las diversas estructuras sociales nacionales.

(8) Una respuesta duradera al tema del desempleo y subempleo, sin embargo, exige pensar, más temprano que tarde, en recortes del tiempo de trabajo y en cambios en los pa­trones de consumo; esto representa una profunda transformación en el propio estilo de vida. Una posibilidad lejana en países subdesarrollados, en la medida que persiguen toda­vía esquemas comparables a los existentes en las naciones más desarrolladas y que, por tanto, no despierta preocupación alguna en sus líderes.

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Esto requiere por lo menos de una generación para que se esta­blezcan las Bases de una auténtica gestión autónoma para un mayor «control nacional de la acumulación» (Samir A min). Este camino, que debe ser adecuadamente planificado, es relativamente lento desde la perspectiva bancomundialista en términos de resultados cuantifica- bles, pero muy veloz y eficiente en una visión nacional de largo alcan­ce, en función de expandir las capacidades productivas y organizati­vas de una sociedad.

En materia de reestructuración productiva, los objetivos y crite­rios para esbozar (y evaluar) las transformaciones deben, por tanto, estar orientados a:

1. Explotar el potencial subutilizado que ofrece el mercado in­terno y los recursos locales disponibles.

2. Contribuir a modificar los patrones de consumo de la pobla­ción (actualmente sobreinfluenciados desde y hacia afuera).

3. Redistribuir ingresos y activos, reorientar y descentralizar el capital y reforzar la pequeña y mediana propiedad.

4. Estimular el ahorro interno (privado y público) y también el externo (pero sin confiar exclusivamente en éste), bus­cando disponer de financiamiento interno para los progra­mas básicos de desarrollo más que para pagar la deuda ex­terna, repatriar utilidades y pagar regalías.

5. Reorientar los flujos de inversión, utilizar plenamente los recursos productivos, convencionales o no, y establecer una concatenación dinámica entre sectores —especialmente en­tre el agro y la industria— y entre sectores productivos do­mésticos —en particular de los segmentos rural y urbano tradicionales— que, a su vez, refuerce los efectos multipli­cadores y aceleradores de la inversión.

6. Plantear una política de reordenamiento espacial, que inte­gre programas de vivienda y generación de empleo, trans­porte y suministro de energía, sistemas de comunicación y reasentamiento de empresas en diversas zonas del país, y no prioritariamente en los polos de desarrollo existentes.

7. Reestructurar y usar racionalmente las fuentes de energía, particularmente las renovables, incluidas las no tradicionales.

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8. Adoptar una adecuada mezcla tecnológica, que incremente la productividad de los factores productivos y que permita el uso óptimo de los recursos escasos, en armonía con la Naturaleza. Este punto es especialmente importante para armonizar los re­querimientos de competitividad y de generación de empleo.

9. Contener el poder económico del Estado y, en especial, de los grupos económicos de poder, estimulando una mayor competencia interempresarial al interior de los sectores y los segmentos productivos y en sus relaciones con el poder es­tablecido, con una activa e informada participación de la «sociedad civil».

10. Desestimular la migración (sobre todo de los jóvenes) del campo y los pequeños poblados a las grandes urbes, privile­giando el desarrollo de las ciudades intermedias y dando respuestas concretas a los problemas rurales, que no se ago­tan en temas agrarios.

11. Proponer con creciente fuerza un replanteamiento de la cues­tión energética para comprender el suministro adecuado de re­cursos y materiales, y también enfrentar el tema de los resi­duos de una manera no contaminante, dentro de un análisis intergeneracional y que tampoco descuide la existencia de otras especies no humanas; todo en un ambiente de masiva in­ternacionalización de las externalidades ambientales, como otro de los factores que complica aún más a la «globalización».

12. Replantear la situación del endeudamiento externo (e inter­no) que, en la actualidad, representa un peso insostenible para las finanzas públicas; esto implicaría la construcción de una estrategia agresiva y creativa, destinada a reducir drástica­mente el servicio de la deuda, que, además, incluya propues­tas para el manejo y contratación de créditos externos (9). Como complemento al tratamiento de la deuda (financiera) externa cabe incorporar el reclamo de la deuda ecológica.

(9) A pesar de las limitaciones formales en este campo, en realidad se puede pensar en innovadores mecanismos para enfrentar este reto: nuevos esquemas de renegociación, compra de papeles de deuda, posibles créditos-puente o hasta en una moratoria concertada de la deu­da. Los límites están señalados por la creatividad de las propuestas, la claridad de las metas y, por supuesto, por la voluntad política para salir del atolladero de la «deuda eterna».

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g) Una concepción estratégica para participar en el mercado mundial

La búsqueda de un nuevo régimen social de acumulación es esen­cial para enfrentar la inflación, la recesión y los demás problemas que enfrenta la mayoría de sociedades subdesarrolladas. Lo cual conduce a diseñar una concepción estratégica de participación en el mercado mundial, como parte del proceso nacional-local de desarrollo. Una concepción que por igual tiene que tener presente consideraciones económicas, así como también sociales y culturales. Debe ser una programación que guíe y ofrezca una serie de criterios tanto para el corto plazo como para los medianos y largos plazos.

Por tanto, esta estrategia tendrá que ser suficientemente flexible para enfrentar las turbulencias del mercado mundial, las transforma­ciones que se deriven de la nueva revolución tecnológica, la comple­jidad creciente de fenómenos geopolíticos a nivel mundial y aun los complejos retos internos. En este empeño cabe aprovechar todas las capacidades disponibles, así como desarrollar ventajas comparativas dinámicas, en especial si se tiene presente la serie de limitaciones y di­ficultades que se derivan de una globalización, que no es global, y que presenta un creciente antagonismo de los intereses del Norte y del Sur, que se reproduce aún dentro de los países subdesarrollados. En un ambiente donde afloran, de una manera abierta o solapada, las intromisiones imperiales y transnacionales.

Se requiere una visión integradora que reconozca los probables escenarios nacionales e internacionales de conflicto y demandas reales de seguridad, tanto como posibles espacios para potenciar el desarro­llo. Urge una concepción de desarrollo que considere el momento histórico, la realidad política, económica y cultural de cada país y del mundo. Es cada vez más apremiante una reformulación del proceso de integración en marcha, para ampliar el campo de acción de sus aparatos productivos a partir de profundas reformas internas que po­tencien sus mercados domésticos y que permitan un accionar más inteligente en el concierto internacional.

Con esta propuesta sólo se busca ilustrar una posibilidad para la discusión, más que proponer un conjunto específico y bien aquilata­do de medidas. Lo importante es resaltar la viabilidad (la necesidad es más que obvia) de una alternativa específica a las actuales políticas económicas para estabilizar y reactivar una economía, procurando si-

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multáneamente participar activa y creativamente en los ricos y com­plejos procesos de cambio universal. Porque hoy en día desafortuna­damente todos parecen estar convencidos de que existe una sola op­ción para participar en el mercado mundial: la neoliberal, como fin último de todos los esfuerzos para lograr el desarrollo.

Por otro lado hay que salirse de la trampa planteada por quienes creen que el problema para lograr el éxito de las políticas neoliberales es de «gobernaSilidad», entendida ésta como un esquema que facilite la consolidación del nuevo régimen social de acumulación en ciernes, soste­nido en una mayor orientación hacia el mercado mundial —con una apertura y liberalización a ultranza— y en una menor injerencia de pro­puestas de inspiración nacional. Esta visión neoliberal exige una creciente concentración de la riqueza con miras a promover el ahorro que financie nuevas inversiones, que ofrezca nuevos beneficios y garantías al capital externo, que acepte una mayor flexibilización laboral y un menor peso de la organización sindical y social en general. Además, provoca el fortaleci­miento del gran empresariado privado (nacional y transnacional) en de­trimento de la pequeña y mediana empresa, así como de los espacios em­presariales comunitarios. Todo lo cual desemboca en un acrecentamiento del poder en manos de pocas personas: el hiperpresidencialismo, viable sobre bases de creciente autoritarismo y debilitamiento democrático.

2. LA EQUIDAD COMO BASE Y MOTOR PARA EL DESARROLLO

Las reformas institucional-estructurales básicas deben estar dirigi­das especialmente a mejorar la distribución del ingreso y los activos, para de esta forma potenciar aún más la constitución de mercados in­ternos. Esta es una tarea que conduce a mercados más competitivos, eficientes y transparentes, en tanto incorpora a una creciente masa de consumidores y contribuye a una mejor distribución de las hasta aho­ra excesivas utilidades. El Estado, con una creciente participación de la propia «sociedad civil» (10), será el encargado de procurar la distri-

(10) Con la refoma del Estado se crean las condiciones para la reforma de la socie­dad. Sin embargo, no es el Estado el que define el papel de la sociedad y de sus organiza­ciones, son éstas las que deben definir el papel del Estado. Las soluciones no vendrán des­de arriba y tampoco desde afuera.

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budón más amplia posible del patrimonio y de consolidar cuantitati­va y cualitativamente los servicios sociales de educación, salud, segu­ridad social y vivienda, incorporando criterios de equidad económica, social, cultural y por supuesto geográfica.

Aquí se mencionan algunas reformas y medidas consideradas como las más importantes, presentadas en un orden que no necesa­riamente las prioriza:

1. Amplio combate a la corrupción. Si realmente se desea im­pulsar un nuevo estilo de desarrollo, se necesita superar la corrupción generalizada y sus complejas secuelas. El enfo­que meramente moral y jurídico del problema no es sufi­ciente. Es preciso descubrir e individualizar las prácticas co­rruptas, que dependen de mecanismos que les garantizan no sólo la necesaria funcionalidad sino también el oculta- miento, la temida impunidad. Hay que reforzar la idea que en la medida en que se fortalezca la transparencia y la par­ticipación ciudadana, se robustecen los espacios para com­batir la corrupción.

2. Reforma agraria y reforma urbana. Estos son instrumentos orientados a prohibir el acaparamiento de tierras agrícolas o urbanas, con el fin de optimizar las potencialidades produc­tivas y culturales que se derivarán de su redistribución. Ade­más, en estos procesos cabe incorporar la variable ambiental con el fin de impedir concentraciones de tierra que favorez­can situaciones que generan una depredación sistemática, como podrían ser las plantaciones de monocultivo.

3. Reforma educativa. En este campo se precisa cambios radica­les en términos cuantitativos y particularmente cualitativos, así como la constitución de un sistema científico-tecnológico integrado acorde con la estrategia propuesta.

4. Reforma tributaria. Este es otro tema prioritario, que reclama una amplia transformación incorporando bases reales de igualdad, proporcionalidad, simplicidad y sostenibilidad. Para mejorar la calidad de la incidencia estatal se precisa me­jorar la calidad del instrumentarlo fiscal utilizado e incre­mentar los índices de tributación con el fin de ampliar la dis­ponibilidad de recursos con miras a atender las crecientes de­

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mandas sociales. De allí se desprende que el combate a la evasión tributaria y a la corrupción en el manejo de la cosa pública es, pues, un tema crucial. Los criterios ambientales no pueden estar ausentes de esta reforma.

5. Reforma del Estado y de los mercados. Un nuevo y vigoroso aparato estatal, conjuntamente con el mercado y la «sociedad civil», deberán ser pilares del desarrollo; sin negar la vigencia del mercado, lo intolerable es su transformación en el eje central de la economía y de la sociedad, como pretenden los neoliberales. En ese sentido hay que transformar los merca­dos sobre la marcha, poniéndolos al servicio de las priorida­des sociales, en base a una creciente y consciente partici­pación popular, con el fin de fomentar sus potencialidades de información, conocimiento y cultura. El acceso de los secto­res mayoritarios a los mercados capitalistas será un reto de di­fícil (quizá imposible) (11) solución, en la medida que son sumamente desiguales las posibilidades existentes en ellos. Además, se debe tener presente que el Estado debe ser pro­fundamente transformado, puesto que él jugará un papel destacado en un camino alternativo de desarrollo, tal como sucedió en todos los casos de desarrollo exitoso, siendo mu­cho más decisiva su intervención en los países pequeños y en los que más tarde incursionaron en el mercado mundial. A contrapelo de las lecturas dominantes y después de haber considerado al Estado únicamente corno problema, es hora de enfocarlo como solución.

6. Regionalización del país. Esta es una tarea compleja e indis­pensable si se quiere superar los estrechos y en parte anacró­nicos límites departamentales, provinciales o cantonales exis­tentes en muchos países subdesarrollados. En este empeño recaen los esfuerzos para lograr una adecuada distribución es­pacial, así como la descentralización, procurando, en todo

(11) El mercado capitalista, además, carece de un horizonte adecuado de tiempo, prioriza los caprichos de grupos privilegiados sobre los satisfactores básicos y sinérgicos, distribuye mal o llega incluso al despilfarro, y hasta se ha convertido en motor de la de­gradación ambiental. Una situación hasta comprensible si se acepta que el capitalismo es «un sistema de valores, un modelo de existencia, una civilización: la civilización de la desigualdad» (Joseph Schumpeter).

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momento, que la integración internacional no ahonde la desintegración nacional.

7. Reformas con enfoque de género y étnico-culturales. En este ám­bito urgen propuestas que respeten las diferencias, ofrezcan igualdad de oportunidades y promocionen acciones positivas para superar la discriminación, el racismo y la subordinación existentes en muchos países.

En este camino, largo y complejo, habrá que arriesgarse con ac­ciones propias y concertadas, discutiendo y proponiendo salidas en los temas planteados, así como en otros igualmente importantes, como podrían ser la democracia, la planificación, el papel de las Fuer­zas Armadas, el deterioro ambiental, los medios de comunicación y la acción de la «sociedad civil», la calidad y el respeto al consumidor.

Este esfuerzo para impulsar la equidad deberá complementarse con respuestas políticas que generen espacios y formas de partici­pación igualitaria para los segmentos de la población actualmente marginados en las diversas instancias de poder político y económico, tanto público como privado. Seguir una estrategia de desarrollo de este tipo pondrá a un país pequeño en condiciones de plantear un es­quema diferente de acumulación, ajustado a sus necesidades y especi­ficidades (que además podría ser decidido democráticamente).

La ingenuidad de las actuales estrategias del Banco Mundial y, también, de la CEPAL radica precisamente en la creencia de que toda la economía puede, de la noche a la mañana, incorporarse activamen­te a la «nueva» división internacional del trabajo, cuando en realidad la «globalización» en marcha margina en forma estructural a la mayo­ría de la población y a partes sustantivas del propio aparato producti­vo. El camino debe ser otro, aceptando el tránsito por un proceso paulatino, que requiere de un horizonte de preparación y bases de equidad, incluso para que los mercados «funcionen».

No se trata de estimular el desarrollo de todas las ramas produc­tivas y de cada uno de esos sectores, sino preferentemente de aquellos que —vertical y horizontalmente integrados— permitan configurar varios núcleos económico-tecnológico-financieros. Esos núcleos, en­dógenamente constituidos, surtirían tanto bienes de consumo masi­vo, como equipo, insumos y bienes de capital, integrados a aquéllos.

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Se trata, por ende, de una reconversión industrial y agrícola —en un sentido muy amplio— dirigida sustancialmente a revitalizar el merca­do interno y a garantizar una creciente inserción de las actividades ex­portadoras en la economía nacional. Esto permitiría generar un creci­miento endógeno de la economía, evidentemente sin menospreciar las exportaciones, que necesitan ser diversificadas e integradas a otras ramas locales.

Esta tarea implica un esfuerzo de largo aliento y de profundas transformaciones, cuyas connotaciones adquirirán una creciente urgencia en la medida que se profundicen las condiciones críticas desatadas internacional y nacionalmente, en el campo social, eco­lógico y hasta económico. Paulatinamente se perfila la necesidad de revisar el estilo de vida vigente a nivel de las élites y que sirve de marco orientador (inalcanzable) para la mayoría de la pobla­ción; una revisión que tendrá que procesar, sobre bases de real equidad, la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución, así como la redefinición colectiva de las necesidades en función de satisfactores ajustados a las disponibilidades de la economía y la naturaleza (12). Más temprano que tarde, aún en los mismos paí­ses subdesarrollados (no se diga en los desarrollados), tendría que darse prioridad a una situación de suficiencia, en tanto se busque lo que sea bastante en función de lo que realmente se necesita, an­tes que de una siempre mayor eficiencia —sobre bases de una in­controlada competitividad y un desbocado consumismo— que terminará por hacer imposible el sostenimiento de la Humanidad sobre el planeta.

Como se ve, el desafío es elaborar propuestas que sean viables en tanto beneficien a las mayorías —y con la participación activa de las propias mayorías—, desde posiciones muchas veces tremen­damente débiles, procurando construir una sociedad sin excluidos y sin exclusiones, al tiempo que se consideran los retos existentes en el escenario mundial y en el subdesarrollo nacional. Propuestas que, sumadas a lo largo de un proceso continuado, permitan a los secto­res populares apropiarse gradualmente de su futuro, de lo que viene por delante.

(12) Las necesidades son limitadas y finitas, los satisfactores son ilimitados (ver Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn).

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BIBLIOGRAFÍA

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mica, México, 1991.

Nota: Estas líneas recogen algunas reflexiones planteadas dentro de un pro­ceso inconcluso, en tanto cualquier propuesta alternativa requiere ser re­pensada permanentemente, al tiempo que exige un amplio y sostenido debate. Una primera aproximación al tema la hizo el autor, conjunta­mente con Jürgen SCHUEDT, en 1995.

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Reflexiones sobre la cooperación al desarrollo en América Latina

Agustín Gutiérrez SellerResponsable en América del Sur

Cáritas Española

La palabra desarrollo y cooperación aparecen muy marcadas en los últimos tiempos, muy especialmente en el contexto de América Latina, con una evolución despareja y desigual, definida por ámbitos internacionales, por la existencia de emergencias y la persistencia de fenómenos políticos estructurales. Lo que pretende el artículo si­guiente es ofrecer unas pautas de reflexión en clave de diálogo, sin que supongan un marco rígido, sino abierto, lo mismo que la evolu­ción, de lo que estamos intentando analizar.

La cooperación con América ha destinado cantidades de recursos. Desde esa realidad nos asomaremos a los conceptos y a las realidades en esta región, partiendo de los análisis macros ya realizados por otras agencias de desarrollo y organismos bilaterales de cooperación.

LA COOPERACIÓN AL DESARROLLO

En este contexto hablamos de cooperación o de políticas que ge­neran desarrollo local y sostenible. El desarrollo es una de esas pala­bras a delimitar. Algunas acepciones surgen de convicciones del tema o de experiencias concretas tenidas sobre el terreno; otras acepciones nacen de modelos concretos de investigación.

Desarrollo no sólo ha sido asistencia material a alguien o a algún colectivo para cubrir una determinada carencia.

Desarrollo se ha expresado en dotación, medios, infraestructura, personal, formación y capacitación ad hoc..., son elementos que se

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han hecho imprescindibles dentro del sistema actual y de términos necesarios en todo tratamiento sensato sobre el tema.

Como en respuesta a la situación de marginación es necesario re­conocer que es un acercamiento a una situación límite (1). Situación en la que no valen los modelos tradicionales y donde además, por su carácter de límite, los ritmos se alteran; tiempo y espacio son percibi­dos deformados. Por tanto el parámetro de lo normal no vale.

Nuestra acción-evaluación se realiza desde lo normal, observando lo otro como situación anormal. Tiene por tanto que darse un determi­nado acoplamiento de lo normal en lo diferente. Concepto de diferente que viene caracterizado por emergencia, catástrofe, violencia civil (gue­rra). Detrás no hay que olvidar en este tratamiento que es marginación y con un determinado origen que no conviene perder de vista.

El desarrollo no es acción puntual ante un desencadenante, es una acción inserta en una secuencia que ha originado un pasado y que aho­ra muestra una cara del proceso. El desarrollo por tanto es respuesta en un contexto más amplio. Sacado del contexto no es más que un parche en el conjunto de medidas fuera de aquello que lo ha originado.

Por tanto es una acción que pretende ir a la raíz porque a esa ac­ción atendida o paliada en solitario sucederá otra manifestación, con igual o mayor virulencia, sin que además se haya resuelto el problema.

Cooperación al Desarrollo implica correcta gestión, como una de las variables necesarias a tener en cuenta. A menudo el desarrollo se ha identificado plenamente con la dotación de medios e infraestruc­tura externa, a un contexto más necesitado. Digamos que este ha sido un modelo concreto de desarrollo

Desde una perspectiva histórica de la gestión de la infraestructura se detecta en los análisis que se han realizado fallas tanto en la evolución como en la consolidación de procesos, determinados por la existencia de factores que no tienden a conservar y mantener lo que se ha construido.

(1) Antes se hacia referencia al límite como espacio y contexto diferente, en el cual se produce lo inespecífico y lo marginal, como concepto opuesto al orden y normalidad.

El límite además no sólo se puede circunscribir a la situación, significa además que todo lo que sucede dentro del tiempo, capacidad de intervención, de reacción..., se con­solida y se desarrolla de manera diferente.

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Influye la ausencia de patrones de formación específica, de capa­citación o de carencia de recursos locales para el mantenimiento. Este elemento no es algo superfino. Gran parte de las inversiones que se han realizado en infraestructuras locales de desarrollo (maquinaria, instrumental, componentes...) se han perdido o son infrautilizados porque pierden parte de su capacidad y capital de funcionamiento.

Incluso se desaprovecha claramente toda la política inversionista que se genera en la misma infraestructura tanto en su fase de mante­nimiento como de ampliación.

Una explicación de esta desviación del desarrollo se ha debido a un conjunto de factores, entre ellos la falta de cuadros medios que puedan hacer frente y responder de las inversiones. Junto a esto existe una ausencia de educación, una ausencia de cuadro mental de inver­sión y de mantenimiento. Traspolación total de nuestro modelo y rit­mo de actuación al suyo propio.

En este breve recorrido sobre la cooperación al desarrollo un pun­to fundamental en las inversiones sociales lo constituye la infraestruc­tura de tipo social, expresado en clave de servicio público (bienes ele­mentales, agua, luz, alcantarillado, recogida de desechos, transporte). La consolidación y el propio mantenimiento del país y sobre todo su autoorganización es el factor esencial a la hora de su desarrollo. La in­fraestructura como tal, por tanto, afecta a:

— Diversificación de la producción de un país.— Expansión del propio comercio.— La capacidad de poder controlar la demografía y sus osci­

laciones.— La reducción de la pobreza y las condiciones medio ambien­

tales.

Está claro que el aumento y desarrollo de la infraestructura corre parejo al desarrollo y crecimiento económico.

CONTEXTO INTERNACIONAL

La cooperación aparece en un mundo en cambio marcado por una transición y nueva acomodación del conjunto de relaciones inter­

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nacionales. El fin de una «guerra fría» sumado a un reparto multipo- lar de funciones y de roles internacionales, marca y define su panora­ma actual. No hay que perder de vista que la cooperación al desarro­llo se enmarca en el contexto de las relaciones internacionales como expresión a veces solidaria y a veces, y según la experiencia, acompa­ñada de intereses comerciales.

Rasgos que definen el panorama mundial serían:Neoliberalismo. Quizá sea esta la realidad y sistema que azota y

marca el contexto mundial. Su acomodación al Estado liberal o de mercado supone una serie de costos que habría que evaluar y que se expresan seguidamente.

La privatización y la desaparición y debilitamiento de mecanismos compensatorios de la riqueza social en el Estado, como agente com­pensador y mediador de la renta o generador de prestaciones sociales (desaparición de un segmento de pequeñas capas sociales intermedias); eliminación de programas e iniciativas de redistribución; aperturas de fronteras comerciales; subordinación de los programas sociales a los macroajustes de la economía internacional, ya sea en pago de deuda de las políticas marcadas por centros internacionales de decisión eco­nómica o reducción de barreras arancelarias, sobre todo afectando a los productos de tipo manufacturado, son algunos anacolutos así expresados los que determinan el panorama económico.

En un plano de comercio internacional el proteccionismo del Norte se puede medir en barreras no arancelarias, en especial en las regulaciones de homologación, que suponen que los países del Sur no pueden exportar toda la cantidad que ellos producen.

Otro aspecto es la globalización y la concentración transnacional, sobre todo en las fases de transformación y comercialización, verda­dero potencial operativo del Norte. Los monopolios de productos como café, cacao, trigo, algodón o tabaco garantizan la prosperidad del Norte.

La cooperación que se ha efectuado en diferentes contextos geo­gráficos y quizá en especial en América Latina supone el conocimiento de su realidad social, económica y política y, por tanto, de su reparto.

Su existencia está ligada claramente a la permanencia de brechas económicas y a una coexistencia de una geografía económica desigual

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que implica la persistencia de colectivos en pobreza extrema o severa. Colectivos que ahora y tras las últimos evoluciones se encarnan en naciones y casi en continentes.

Si se hace un primer balance es necesario reconocer cómo la transferencia de ayuda Norte-Sur no ha sido tan sólida como para po­der decir que ha desaparecido parte de su brecha de pobreza. Según los informes del PNUD brechas tradicionales como infraestructuras sanitarias, educativas, vivienda han bajado su margen de pobreza, pero se abren otras más profundas y estructurales en aspectos como la formación, comunicación, investigación y nuevas tecnologías y en es­pecial el consumo.

En el contexto económico y muy al contrario, tal y como los ín­dices macro señalan, los flujos de capital y materias primas han creci­do en volumen y riqueza. Lo mismo para los flujos igualitarios en transferencia y reparto de riqueza. En este ámbito la política de desa­rrollo en América Latina, como en otras zonas geográficas, tal y como ha evolucionado, ha generado dependencias de tecnología y recursos no presentes dentro del conjunto de factores autóctonos de un país o región, suponiendo una fuerte alteración de la propia dinámica eco­nómica y productiva de una región, introduciendo flujos de capital público al estado local que no repercuten en la mejora de distribu­ción y de superación de la inequidad social presente. En determina­dos puntos ha supuesto la destrucción de modos locales de trabajo y de recursos propios. En algunos casos pone de manifiesto a la existen­cia de una cierta desintegración y animación social presente en zonas anteriormente vulnerables.

También es preciso apuntar, y como factor paralelo a la coopera­ción, y en algunos casos sustituyéndola, el creciente nivel de inversio­nes en cartera y en bonos, que ha ido suplantando y posicionándose como alternativa a la cooperación bilateral. Este tipo de inversiones en determinados países hace peligrar el volumen de los flujos tradiciona­les de capital que hasta ahora se venían dando en cooperación. Existe ademas un nivel de concentración en países como Chile, Argentina o Brasil que hace empequeñecer y recortar inversiones en otros contex­tos geográficos afectados por problemas estructurales.

El nivel de desarrollo de estos países viene ahora tamizado en ri­cas estadísticas productivas de bonos o de recuperación bursátil que

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hace esconder la realidad cruda de la pobreza y de subdesarrollo que colectivos y zonas geográficas viene soportando.

LA AYUDA

Tan sólo aparece en el panorama internacional la palabra ayuda como referencia a un punto de vista más cercano a la realidad de cooperación. Un primer acercamiento a la cooperación bajo el epí­grafe de la ayuda al desarrollo (humanitaria-emergencia) supone va­lorar y enfrentar con rigor lo que ha generado en estos países. Bási­camente responde en líneas generales a intereses políticos y geoes- tratégicos. Los países ayudados a menudo son lugares de fuerte concentración económica: Estados Unidos se concentra en Oriente Medio mientras que Japón lo hace en la cuenca del Pacífico y sudes­te asiático.

La ayuda hoy crece en porcentajes de emergencia, como clave de acceso rápido y verificable sin largas pretensiones, que no acarreen efectos perversos. En este sentido es importante observar el creci­miento de las oficinas de emergencia con presupuestos detraídos del desarrollo. Esta presencia de efectivos de emergencia supone el des­censo de la componente de rehabilitación, con el alejamiento de po­sibles estrategias que consoliden el desarrollo a un largo plazo.

También es importante ver cómo esta ayuda al mismo tiempo mantiene un componente militarizado tanto por su control desde los agentes donantes como de los países, ya que es zona franca de posible comercio y reutilización de la misma. Ruanda, Somalia... pueden constituir un buen campo de pruebas de esta realidad.

AMÉRICA LATINA. REGIÓN DE COOPERACIÓN

Hablar de cooperación al desarrollo en el contexto latinoamerica­no supone expresar una alternativa concreta frente a un marco global que ha generado tendencias y mecanismos descompensatorios. Quie­ro primeramente expresar este marco, no para redundar lo que otros han situado ya, sino para poder tener un punto donde arrancar un modelo de hacer historia, economía y desarrollo alternativo.

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En su situación concreta de Latinoamérica la deuda es quizá unos de los identificativos que los países de la región soportan. Pero la deu­da ya no es cobrada en cifras o transferencias, desde hace algún tiem­po la deuda viene saldada por otro tipo de compensaciones silencio­sas o escondidas que siguen generando riqueza a los países acreedores. Ya no son trampas o impass financieros, sino que ahora esta deuda viene cobrada en otro tipo de intereses, como son:

— Destrucción de medio ambiente por la especulación de zonas y reservas verdes.

— Droga y todo el narcotráfico que la rodea.— Pérdida de empleo y de mercados potenciales en clave inver­

sión.

Estamos en un proceso de dinámicas sociales y económicas con multitud de efectos perversos que no son evaluados. Estas dinámicas además se absolutizan y adquieren su legitimación de actuación y tra­bajo mediante su ideologización, presentadas además como ganado­ras y exponentes de un combate contra la economía del muro ya amañado desde el comienzo.

Estos procesos determinan las políticas y los espacios globales en lo social. Su pobreza viene definida por estas razones anteriores en un proceso histórico. Esta prevalencia de estructuras condiciona clara­mente un espacio de relación y de presencia, con unas condiciones de habitabilidad y de trabajo, que también es necesario conocer.

La permanencia de gran parte de población en el contexto geo­gráfico de América Latina en terrenos marginales, tierras de secano, pantanos, tierras desérticas o en proceso grave de desertificación, re­giones donde el nivel de precipitaciones es muy escaso, condiciona un nivel de ingresos. Además hay que añadir la pérdida de terrenos cultivables, erosión y procesos de desertificación.

Si no existe el terreno sobre el cual trabajar, es difícil aglutinar a la comunidad en proyectos e iniciativas de desarrollo local, a veces dispersa en corrientes migratorias o preocupada por la supervivencia cotidiana; claramente se explica así la degradación de estructuras co­munitarias que podían hacer de parapeto ante la pobreza o privación de recursos. A esto ha influido la política común de mercado, que concentra su actuación en todo el aprovechamiento de los recursos.

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sin facilitar protección tanto sobre el medio ambiente como sobre las comunidades.

Existe, según lo anterior, una espiral muy clara que unifica la de­gradación de terrenos, los bajos niveles de productividad agrícola y crecimiento de población en estas tierras marginales.

Estos factores marcan claramente el crecimiento económico y las posibilidades de aprovechamiento de las tierras. Las técnicas actuales y tendencias de maximización agrícola en países de América Latina, más el aumento de población, promueve que intensifique el uso del suelo, la proliferación de más abonos y toda técnica que permita el máximo rendimiento, sin cuidar las consecuencias del mismo.

La explotación agrícola, sumada al crecimiento demográfico, supone un límite sobre la potencialidad y un límite a la misma capacidad de ahorro, el cual disminuye en sus recursos. Este ahorro ante la siguientes generaciones se tiene que destinar a la mejora de la salud y la educación de los hijos. Supone una presión específica sobre los recursos naturales, con una disminución por ausencia de tiempo biológico de recuperación.

Crecimiento económico

Desde una perspectiva de la cooperación y desde los puntos ante­riores comentados, es un factor tanto erradicador o generador de po­breza, ya que en su aplicación promueve dinámicas y procesos de tipo exclusión y de ajuste. Como consecuencia hace que parte de la pobla­ción a beneficiarse sea considerada en patrones de marginalidad. La salida de la pobreza mediante el crecimiento económico supone gene­ración de empleo, formación y aprovechamiento de la mano de obra local, no explotación y reinversión de excedentes... Por supuesto im­plica una correcta política distributiva de las ganancias al trabajador de modo que pueda elevar el nivel de vida. Estos son los aspectos ne­cesarios a promover en las políticas de cooperación, pero ausentes en las evaluaciones de la realidad sobre el terreno.

El crecimiento económico en perspectiva de una correcta coope­ración ayudaría al descenso de tasas de pobreza, sobre todo en la po­breza de ingresos económicos (potenciando los factores y posibilida­des de una economía-consumo directo básico). Esto como tal en el

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contexto latinoamericano no se ha producido, agravando las brechas de consumo y de inequidad social.

En este punto la deuda externa y social sigue suponiendo un recorte en las prestaciones y desarrollo humano de los propios países, en los que sectores como educación y sanidad son los más perjudicados, por lo que siguen constituyendo una franja infranqueable para el desarrollo.

Sumemos la ausencia concreta en los Gobiernos de políticas pro­positivas sobre la erradicación de la pobreza en sus programas. Este debe ser un objetivo claro en la política y cooperación al desarrollo; no quedarse en una incidencia práctica, por medio de proyectos o programas; existe una necesidad de incidir en las estructuras que resi­den y permiten la prolongación de la desigualdad. Algunas medidas claras que ayuden a esta salida están en lo siguiente:

— Aumento de la productividad agrícola a pequeña escala (ya que genera empleo y reducción de precios al consumo de los productos básicos; esto supone una política amplia de tecno­logía agraria y al mismo tiempo un acceso a la tierra como factor productivo. Implica al mismo tiempo introducir hue­cos en los mercados locales y nacionales para consumo y re­distribución de renta y riqueza.

— Industrialización con densidad en mano de obra. Significa, como la experiencia histórica ha revelado, la concentración en sectores de producción de bienes con un alto porcentaje de población laboral (alta densidad de mano de obra). La in­versión fue global a los intereses nacionales.

— Fomento de microempresas y cooperativas. Este ha sido uno de los motores clave en el despegue económico y en la super­vivencia de muchas comunidades en el Tercer Mundo. La cla­ve de las políticas que ha desarrollado esta actividad con éxito (sudeste asiático) ha residido en la dotación de créditos de bajo costo y en un encauzamiento de la producción a los in­tereses de la economía global del país.

AJUSTES ESTRUCTURALES

Bajo este epígrafe es necesario anotar algo de las políticas o con­secuencias de los famosos ajustes como elemento equilibrador del

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desarrollo. Los ajustes han significado políticas de estabilización, con la consiguiente contracción de la capacidad productiva, cuando el tejido productivo de la estructura gubernamental (sector público) es muy amplio. Tampoco la liberalización de diferentes mercados ha sido la solución ya que implica unas condiciones desfavorables al ac­ceso a los mismos.

Como consecuencia ha emergido un nuevo tipo de pobreza con­dicionada por el factor formación, nuevas pautas del comercio y la desregulación financiera. Factores como éstos repercuten en el em­pleo concreto, ahora más flexible y movible, con rankings altos de capacidad de formación rápida. Esto implica un creciente número de desempleados que engrosan las estadísticas de los excluidos so­ciales.

El fundamento sobre la globalización en relación con estas políti­cas, reside en la liberalización de los mercados nacionales y exteriores, en la esperanza de que las corrientes de comercio, finanzas e informa­ción promoverán el mejor bienestar humano.

Ese principio ya cae en cuanto se parte de la realidad concreta de no haber una paridad e igualdad tanto en oportunidades como en posibilidades de reparto. El principio sería más justo en cuanto se permitiera participar a los colectivos más desfavorecidos en igualdad de condiciones en los mercados.

Una simple exposición de acuerdos de mercado arancelarios su­pone tener en cuenta los siguientes elementos como consecuencias negativas del sistema.

— Pérdidas de tipo de cambio.— Disminución de los ingresos provenientes de importaciones.— Aumento de dependencia.— Merma del ingreso por comercio.— Reducción de capacidad para sostener mercados locales de

producción.

A estos factores hay que añadir el cada vez más extendido comer­cio de armas y los escándalos internacionales que salpican la política de países europeos sobre este tráfico. Esto añade redes de trafico y de­terioro de estructuras sociales medias.

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EVOLUCIÓN DE COOOPERACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Algunas notas referenciales

La política de cooperación en América Latina ha pasado por di­ferentes fases: la cooperación como forma heredada en un sentido de presencia o de dominio. La «guerra fría» supuso la presencia de un contexto geopolítico que acabó generando un tipo de cooperación en función de consideraciones geoestratégicas, de las cuales América La­tina no fue ignorada.

Tras la evolución y caída del «muro» el reparto de polos y roles transformó la propia cooperación y afectó a las visiones de la misma. El paso necesario para una cooperación técnica, aupado por las anti­guas potencias coloniales, mezclados con intereses comerciales, consti­tuyen mecanismos ocultos de tasa de retorno, ya sea con importacio­nes anexas de material de consumo y de producción, ya sea con la ne­cesidad de una formación o mantenimiento de infraestructuras recién creadas.

O una cooperación que ha supuesto la presencia de planes de for­mación o becas a estudiantes que nunca regresan y que los productos de su formación no vuelven a sus países de origen sino que engrasan los mecanismos de los países del Norte desarrollado.

Finalmente ha pasado por periodos de concentración de la ayuda o del desarrollo en regiones con fuerte activismo político; grandes su­mas han ido a apoyar movimientos de todo tipo. La experiencia en este sentido ha sido rica y variada, quedando como objetivo el apoyo a la propia sociedad civil. Lo político quedaba como apoyo a la for­mación política de comunidades y líderes, quedando algunos en el camino y otros constituyendo la alternativa más o menos viable a lo oficial. En este aspecto las asociaciones europeas o comités solidarios se han encargado de elaborar una información plural y tamizada por la voz de lo no oficial, fuera cual fuese su color.

COOPERACIÓN AL DESARROLLO (FUTURO)

La cooperación está sufriendo cambios; uno de los más claros es el traslado de proyectos de micro a macro, enmarcados en programas

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o acciones globales de claro corte plurianual. Son acciones que deben transformar las condiciones económicas y sociales de las regiones en las que se interviene. Estas regiones están definidas dentro de los ín­dices de desarrollo humano, pero en muchos casos definidos y mar­cados, según hemos visto, bajo criterios geopolíticos y económicos. La cooperación ha sido subsidiaria de los Ministerios de Exteriores y de Economía, como una prolongación de actividades en el exterior.

Estos proyectos deben transformar el marco donde se van a desarro­llar, favoreciendo especialmente las condiciones económicas en el nivel micro, con la intención de impactar claramente dentro de los mercados.

Un rasgo fundamental en la evolución y que determina el futuro es la sustitución de los plazos administrativos por procesos y mediciones de transformación medible. Es preferible la financiación de planes de desarrollo comunitario basados en los criterios económicos de recapita­lización marcados y definidos desde «allí», que los recortados planes de formación o la animación de comunidades o asociaciones u otras actividades. Pero esta transformación impacta sólo en mercados de pe­queña escala más que en el descubrimiento y consolidación en cana­les amplios que puedan hacer frente a políticas arancelarias ya determi­nadas.

Hay que tener en cuenta que el propio desarrollo va a seguir las propuestas concretas que las Cámaras de Comercio o políticas comer­ciales de los países miembros determinen. Por detrás reside la preocu­pación por la tasa de retorno o recuperación de capital operativo-in- versionista. Uno invierte y por esa inversión u apoyo «altruista» recibe una compensación secundaria.

En el caso español estas medidas son claramente definidas por cambios dentro de la política española, ya sea en la redacción de bases de regulación de proyectos de desarrollo como en el proyecto de Ley de Cooperación, con marco amplio y sin control claro a pautas co­merciales. El Gobierno pretende determinar y sellar concesiones a fir­mas y empresas para que sus productos vayan contando con una cota de mercado con su espacio correspondiente.

Esta política no siempre significa medidas de apoyo estructural a procesos de transición a espacios democráticos o normalización de es­tructuras de gobierno. Estas no desaparecerán, pero sí se van a ver mermadas o muy condicionadas. Desde las propias agencias locales se

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llega a la convicción de que la época floreada ya ha pasado; los gran­des donantes tradicionales están contando con regulaciones internas que acotan espacios y fondos concretos a invertir. Regulaciones que incluso especifican a las ONGs los espacios de intervención.

Este temor está presente en donantes nuevos como España, con la convicción de que este recorte terminaran apareciendo en el país. La novedad es que el proceso está tamizado por la presencia de nue­vos elementos, como son los ya referidos antes (comercio).

Junto a lo anterior se hace necesario apuntar los criterios de la elegibilidad, que se están definiendo y que afectan tanto a las accio­nes concretas como a las ONGs. Los criterios que afectan a las ONGs se mantienen como los anteriores con algunas reformas, tanto en las partidas de desarrollo como en la emergencia. Especialmente se refuerzan la experiencia en desarrollo, su capacidad de gestión en es­tas acciones y la gestión administrativa de la misma.

Las condiciones de las acciones serían:— Gapacidad de desarrollo endógeno.— Participación de los beneficiarios.— Fines determinados en plazo razonable.— Cronograma concreto.— Glaro estudio de viabilidad económica y social.— Autogestión concreta de los beneficiarios.

Especialmente se valora la coordinación con las líneas concretas tan­to económicas y de desarrollo que los países PVD hayan determinado.

Junto a esto las acciones se conciben como multidisciplinares de ca­rácter integral, enmarcadas en un programa macro de desarrollo local.

NUEVAS FUERZAS

En la evolución de la cooperación al desarrollo de América Latina y de cara al futuro es importante la identificación de nuevos elemen­tos que pueden contribuir a la modificación del panorama del desa­rrollo. Algunos factores más destacados son:

— Nuevas tecnologías.— Mayor papel del sector privado.

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Mayor preocupación por temas nuevos, como ecología y me- dioambiente.

Las estructuras básicas se pueden ver afectadas por un factor como es el proceso cada vez mayor de arrendamiento de infraestruc­tura. Muchos países de la región han hipotecado mediante el alquiler de determinados servicios o explotación de materias primas a cambio de porcentajes en rendimiento y bienes ya facturados en el caso de materias primas. En algunos casos estos servicios son auténticos mo­nopolios y fuentes de riqueza masiva, como, por ejemplo, fuentes de energía (petróleo, carbón), capital humano, en transferencia de recur­sos que no están repercutiendo de manera trasformadora en la evolu­ción y superación de sus brechas de pobreza.

Estos alquileres, una vez acabados, no han supuesto que la mano de obra que los vaya a sustituir pueda explotar con total rendimiento la infraestructura. Dichos alquileres se han ido complementando con determinados contratos de mantenimiento a empresas privadas, como una prolongación de ese dominio. Estas empresas contribuyen de manera clara a nuevas formas de dominio-explotación y sobre todo dependencia.

Por contra lo que se puede hacer como opción de futuro es con­solidar fuerzas y mantener aperturas al mercado mediante la libre ex­plotación y vías de mercado donde poder ofrecer productos compe­titivos. Este último aspecto como es el mercado está cerrado dado que está presidido por compañías con poderosos intereses dentro de los países mediante contrato de alquiler y de mantenimiento.

El desarrollo tiene que abocar a modelos de mercado.Un planteamiento surge de esta aproximación a la palabra desa­

rrollo, y es que su no consolidación en políticas y fuentes alternativas claramente depende de la misma estructura de mercado.

LOS ACTORES DE LA BALANZA

Paralelo a las nuevas fuerzas es preciso aproximarse al futuro de los agentes de cooperación. Su evolución y retos afectan al tipo de co­operación con América Latina En especial las ONGs o las organiza­ciones surgidas del Tercer Sector.

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Estas organizaciones de sociedad civil proceden en parte de las reflexiones y actuaciones en cooperación de diferentes campos y ám­bitos:

— Iglesia.— Sindicatos y partidos políticos.— Movimientos humanistas.— Organizaciones profesionales (colectivos profesionales).

Sin embargo, el porcentaje y procedencia de las organizaciones en cooperación es más amplio en comunidades de vecinos, centros univer­sitarios, colegios profesionales, grupos de base y organizaciones no gu­bernamentales. Es en estos ámbitos donde las nuevas ideas y esquemas de la cooperación descentralizada toman fuerza y nueva trascendencia.

Lo que define y caracteriza ahora y en perspectiva de futuro a to­das es su núcleo de actuación y de implicación, ya sea en la sensibili­zación o en la ejecución directa de programas o proyectos de desarro­llo.

Pero en el panorama se define una tendencia o camino sutil hacia un sello y una separación entre nuevas organizaciones de sociedad ci­vil y ONG. El camino de estas últimas ha sido el sello de indepen­dencia, ya sea por motivos de prestigio o por motivos de funciona­miento y fmanciamiento.

Las ONGs, en su reflexión y en sus posibles esquemas de trabajo, suponen partir de un estudio diferente sobre su nacimiento y trayecto­ria de trabajo, reconociendo sus estrategias de actuación y los enfoque de la cooperación, que pueden ser diversos, manteniendo unos paráme­tros comunes en cuanto a idea de solidaridad, justicia social, reparto o temas fundamentales, como comercio justo, deuda externa, necesidad de recuperación económica y social de países en vías de desarrollo...

Sí que existe una convergencia directa y real entre los diferentes movimientos y ONGs que trabajan. La profesionalización, sistemas de organización, sistemas de ejecución de programas, incluso el tipo de actividades, ya no supone un abanico inmenso, ya que entre las grandes ONGs de cooperación las acciones se han generalizado, aten­diendo a emergencias lo mismo que al desarrollo en forma de proyec­tos o de programas marco.

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Estos nuevos puntos de trabajo y de estructuras de profesionali- zación están determinando los objetivos y los roles de presencia. De como enfoquen esta evolución surgirán nuevos esquemas o tipos de cooperación al desarrollo, sea cual sea el marco o región de trabajo.

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Nuevas búsquedas para una misma búsqueda

Patricio Donoso

PRESENTACION

Las líneas que aquí se inician son el resultado de una petición ex­presa de Francisco Salinas, editor de esta revista. Su pedida concreta es que me haga cargo de lo que ha estado pasando en América Latina en relación a los Derechos Humanos en la última década.

Mi primera reacción fue, ciertamente, la de agradecer su invita­ción pero, al mismo tiempo, de rechazarla por la magnitud de la ta­rea. ¿De qué modo dar cuenta de una región con las complejidades de la nuestra en sólo 12-15 páginas y en un tema con rostro propio en cada país? ¿Desde dónde posicionarse? ¿Qué nivel de información manejarán los lectores de estas páginas? ¿Cuáles serán sus expectati­vas? Me imaginé que preguntas y zozobras similares tendrían los otros autores invitados, pero presentí que estarían ya en la tarea enco­mendada por el editor en el tema que se les asignó. Cómo asumirá cada autor su tema, el lector podrá saberlo a lo largo de esta Revista. En mi caso, me he propuesto contribuir con algunas reflexiones para que el lector español se acerque a comprender mejor lo que justifica el nombre de este artículo.

En efecto, nuestra región vive tensiones de crecimiento cívico y ciudadano. En términos muy generales es posible afirmar, sin grandes riesgos de caer en exageraciones, de que somos sociedades en búsque­da de caminos que nos conduzcan a estabilizar una cultura ciudadana inspirada en los Derechos Humanos. Desde esa óptica, no son muy diferentes nuestros desafíos a los de otras regiones del mundo. Es, por tanto, la búsqueda común en esta «aldea global».

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Diferentes, sin embargo, son los senderos y los kilómetros reco­rridos. Diversos escenarios conceptuales, filosóficos, valóricos y cultu­rales iluminan esta búsqueda y abren a los ciudadanos hacia nuevas estrategias y le aportan nuevos impulsos. O como lo decimos más arriba, se está permanentemente en nuevas búsquedas para una mis­ma búsqueda. Y esto es, a mi parecer, lo que podría ser interesante para el lector español.

Es decir, dar cuenta en breves páginas de preguntas del tipo: ¿de qué modo algunos autores latinoamericanos aportan, desde sus pro­pias experiencias, a aquellos que comparten la misma búsqueda en otras regiones del mundo?, ¿hay algo propio de nuestra región? Y digo autores y no corrientes ni escuelas de pensamiento latinoameri­cano por cuanto es difícil dimensionar el carácter regional de estas miradas. Sobre los autores mismos, además, cabe preguntarse ¿cuán latinoamericanos pueden ser considerados en su pensamiento en esta época de puertas abiertas y de globalización cultural?

Sea como sea, voy a asumir el riesgo de esta opción en este ar­tículo y compartir con nuestro lector español mi propia lectura de una pujante etapa en nuestra región.

LA BÚSQUEDA

Difícilmente un latinoamericano, medianamente consciente de lo que está pasando en nuestra región, puede rubricar la afirmación de que estamos en una región respetuosa de los DDHH. Difícil se hace, también, negar de que estamos en una etapa diferente a la de décadas recientes y que se evidencian compromisos mayores por intencionar estrategias que nos acerquen a los ideales de la Declaración Universal.

Frescas están aún en nuestras memorias las atroces violaciones a estos Derechos que hemos vivido, en distintos grados de intensidad, en nues­tros países. Informes diversos (nacionales, internacionales, regiona­les, etc.) dan cuenta de la intensidad de estas violaciones, de las motiva­ciones de sus autores, de las defensas de las víctimas, de las estrategias de ocultamiento, de la creatividad macabra de los torturadores, etc. Sobre ello nuestro lector debe tener ya abundante literatura y documentación.

Difícil es también lograr una mirada panorámica sobre la actuali­dad de estas violaciones y arriesgado es afirmar que Latinoamérica

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vive ya un período con una curva decreciente de violaciones a los DDHH de sus habitantes. Sin embargo, la década de los noventa no es, por cierto, la década de los ochenta ni ésta la década de los seten­ta. Y esto es válido tanto para el análisis cuantitativo de estas violacio­nes como para su análisis cualitativo.

El perfil registrado de estas violaciones en las décadas pasadas vin­culaban estas violaciones, principalmente, a hechos de violencia física y de eliminación física. La cultura ciudadana se vio fuertemente sacu­dida por esta violencia, por su intensidad y su recurrencia. Tal vez por ello este impacto no menor a nuestro imaginario cultural occidental cristiano ha ido permitiendo no sólo reencauzar el diálogo ciudadano por vías menos violentas sino que, además, abrirse a una mirada más integral de estos derechos. De este modo empiezan a visibilizarse un conjunto de otras violaciones, centenariamente desatendidas y reivin­dicadas, vinculadas a las nuevas generaciones de DDHH: los dere­chos de la segunda y de la tercera generación, los llamados derechos de la igualdad y los derechos de la solidaridad.

Sólo algunos datos para recordarnos de qué región estamos ha­blando: según recientes datos del Informe de Desarrollo Humano (1995) de PNUD, en América Latina sólo el 56% de la población ru­ral tiene acceso a agua apta para el consumo, en comparación con el 90% de la población urbana. En educación, menos de la mitad de quienes ingresan al primer grado egresan del quinto grado; en la en­señanza secundaria, casi 20 millones de hombres y mujeres no asisten a un establecimiento educacional. Por otro lado, más de la mitad de quienes no asisten a la escuela secundaria son muchachas. Asimismo, en algunas metrópolis de América Latina hay más de 100.000 niños que viven en las calles. En 1990, había unos 110 millones de perso­nas por debajo del límite de pobreza. En muchos países, la partici­pación en el ingreso del 20% más rico de la población es 15 veces su­perior a la participación del 20% más pobre.

Frente a este cuadro, América Latina se está proponiendo tener una expresión propia y concertada para enfrentarse al nuevo y diná­mico contexto mundial. Este, como es sabido, ha sido caracterizado por sus profundas transformaciones tecnológicas, científicas y pro­ductivas, por sus tendencias a la globalización, por ser interdepen­diente en lo económico y multirregional en lo productivo y en el consumo.

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Este complejo panorama ofrece a los gobiernos democráticos de la región varios desafíos, entre los cuales destacan los siguientes:

• Adecuar políticas para el crecimiento económico, en conso­nancia con la factibilidad de encontrar vías para un desarrollo sostenible y sustentable y que permita la superación de la po­breza y encontrar la equidad social.

• Dinamizar y profundizar los procesos de integración regional que deben abarcar, además de los económicos, los aspectos culturales, sociales y políticos.

• Crear un ambiente adecuado para el desarrollo de una mejor práctica ciudadana.

Fundamentalmente, estos procesos deben estar encaminados a permitir que los países puedan cumplir con sus metas económicas, sa­tisfaciendo el conjunto de aspiraciones sociales de bienestar y de cali­dad de vida que anhelan sus ciudadanos. El éxito de estas acciones para lograr un desarrollo equitativo, significaría aumentar la efectivi­dad de los sistemas democráticos a los ojos de los ciudadanos, espe­cialmente en los sectores populares.

En este sentido, la gran búsqueda de nuestras sociedades y el principal desafío de la sociedad latinoamericana y sus gobiernos es consolidar los sistemas políticos por medio de una educación para la democracia como soporte para validar una institucionalidad moderna respetuosa de los derechos ciudadanos. Tanto las escuelas como los espacios educativos no formales son lugares de formación y de apro­piación de la responsabilidad social y de las competencias necesarias para participar en una vida pública cuyo lenguaje principal ha de ser la solidaridad, la cooperación y los valores democráticos.

LOS NUEVOS ESPACIOS DE LA BÚSQUEDA

En consecuencia con lo anterior se abren nuevas posibilidades de intervención ciudadana desde las cuales recrear y refundar una nueva cultura democrática. Se empieza a configurar una estrategia articula­da en torno a un fuerte componente educativo. Se posiciona, de este modo, una concepción de educación para el ejercicio de la ciudada­nía que, entre otras cosas, implica:

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• Plantearse la desconstrucción de las relaciones de poder tanto en las instituciones educativas como en la sociedad misma, vi- sibilizando las narrativas, discursos y prácticas autoritarias y discriminatorias, y creando dispositivos pedagógicos de de­mocratización.

• Revitalizar la democracia como horizonte cultural y como un conjunto de procedimientos para la resolución pacífica de los conflictos y diferencias.

Las relaciones de cooperación deben formar parte activa de las prácticas y acciones educativas.

La acción educativa debe ser permanentemente recontextualiza- da, construyendo lenguajes de articulación entre actores, promovien­do redes de intercambio de experiencias profesionales y de produc­ción de conocimientos.

Estas políticas públicas en formación ciudadana, en términos ge­nerales, recogen un fuerte impulso de las posturas que desde la CE- PAL y la UNESCO se han venido haciendo para modernizar al con­junto de los países de América Latina. En un documento elaborado por estos organismos se sostiene que:

«La educación, igual que la generación y el uso social de los conocimientos, están llamados a expresar una nueva relación entre el desarrollo y la democracia. Deben operar como elementos de articulación entre ambos, en función de la participación ciudada­na y del crecimiento económico. De hecho, ambos factores están estrechamente ligados en la actual fase de desarrollo.

La experiencia histórica muestra que sin participación ciu­dadana no hay posibilidades de crecimiento económico sostenido. Pero dicha experiencia demuestra también que el crecimiento y la competitividad son, a su vez, la base económica que hace posible el ejercicio de la ciudadanía. La estrategia propuesta se basa en el supuesto según el cual la reforma educativa y la incorporación y difusión del progreso técnico contribuyen a compatibilizar el ejer­cicio de la ciudadanía y la solidaridad con los requerimientos que plantea la transformación productiva.»

La cultura ciudadana lograda en cada sociedad explícita el nivel de la conversación establecido entre los actores que se proponen pro­

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fundizar su hábitat democrático. La formación cultural para una nue­va ciudadanía pone en la agenda del día la pregunta sobre el tipo de ciudadanos y de ciudadanas que la sociedad necesita para el futuro inmediato. Y aquí la historia de los DDHH en nuestra región hace caer todo su peso. En efecto, tal como señaláramos más arriba, la for­mación para una cultura ciudadana se funda en el reconocimiento, aceptación y promoción de esta carta de navegación que las nuevas generaciones han de seguir. Éstas están llamadas a hacer un aporte fundamental para proteger y promover el desarrollo cívico y econó­mico de las personas y de las comunidades, y constituir un elemento regulador de las tendencias extremadamente economicistas y pragmá­ticas que se introducen a la educación ciudadana como resultado de los procesos de modernización de la sociedad.

La ratificación de esta Declaración por tantos Estados legitima la universalidad de la misma y proporciona una base para una estrategia transcultural reguladora de potenciales y reales conflictos. Y la historia de este desarrollo conceptual, valórico y práctico de la Decla­ración continúa hasta nuestros días. En este evolución se asume, cada vez más, una visión integradora y holística de los derechos humanos, puesto que se reivindican, en el mismo orden de preocupación, tanto los derechos políticos y civiles, como los económicos, sociales y cul­turales y los derechos de solidaridad entre los pueblos. La interdepen­dencia entre estos derechos es parte de esta visión, de suerte que, por ejemplo, tanto el derecho a consolidar la democracia participativa, como el promover el desarrollo sustentable, así como el crear las bases para una ética de la responsabilidad solidaria, son parte integral de esta conceptualización de los derechos humanos. En este sentido, hay una aproximación a los derechos humanos no sólo de la óptica libe­ral-individualista y jurídica sino que se preferencia una visión solida­ria e interdisciplinaria.

Se visualizan, además, los derechos humanos como parte insepa­rable del proyecto político, económico, social, cultural y educacional, que las sociedades están formulando en la actual etapa de moderniza­ción y reforzamiento de la democracia. En este sentido, se afirma que los derechos humanos son el referente ético que debe orientar el pro­yecto de cambio que están viviendo las sociedades y que, además, de­ben ser el hilo conductor de las acciones cotidianas en que el proyec­to de cambio se concretiza.

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La formación cultural ciudadana tiene una postura intencional­mente valórica y por tanto no es neutra. Al ser los derechos humanos un referente valórico, conforman un cuerpo normativo estándar que orientan una moral. Por consiguiente, una nueva cultura ciudadana se pronuncia explícitamente por valores como el respeto irrestricto a la vida y a la dignidad humana, por la tolerancia y la no-discrimina­ción, por la valoración del pluralismo, la apertura solidaria a la diver­sidad y a la diferencia; por la construcción de criterios racionales para la resolución de los conflictos en que el diálogo, la comunicación, la solidaridad y la razón deliberativa se anteponen a la lógica del enfren­tamiento, la competitividad y el desencuentro. La formación en estos valores favorece, ciertamente, la creación de una sociedad más justa, equitativa y solidaria.

La formación para una cultura ciudadana es una formación ca­racterizada por las visiones y tensiones propias de la formación való­rica. En efecto, al intencionar formar ciudadanos en una cultura de respeto y de colaboración recíproca, entramos en un terreno de gran complejidad pedagógica. El ser coherentes con estos derechos requie­re de los ciudadanos gran capacidad negociadora entre la visión que les da fundamento y las tensiones que su concreción generan. Por ello, numerosas son las tensiones que el proceso de formar una cultu­ra ciudadana debe enfrentar. Entre ellas las siguientes:

• La formación para una cultura ciudadana cumple el doble ob­jetivo de mirar hacia atrás para reconocer la historia vivida y mirar hacia adelante para proyectar esta historia hacia la construcción de un tiempo mejor. De ahí que esta tarea asu­me el doble desafío de enfrentar las heridas que el pasado dejó abiertas y, a la vez, tratar de afrontar los retos del presente, di­fundiendo la creencia de que la brecha entre una nueva cultu­ra ciudadana y la realidad pasada y presente que la conculca puede desaparecer.

• Existe una tendencia a creer que la tecnología, la productivi­dad, el consumo son los elementos fundamentales que el país requiere para su futuro. Sin embargo, una nueva cultura ciu­dadana nos desafían a construir una sociedad moderna donde no se confundan los medios con los fines. La tecnología, la productividad y el consumo no son fines, sino medios. El fin es la dignidad de la persona humana y de los pueblos. La ten­

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sión surge precisamente por la tendencia cada vez más marca­da que se observa por absolutizar los esquemas científico-tec­nológicos en detrimento de los procesos de formación huma­nista.

• La experiencia ha demostrado que al intencionarse la forma­ción para una nueva cultura ciudadana, quiérase o no, se asu­me una actitud crítica y cuestionadora que plantea la necesi­dad imperiosa de producir cambios en el conjunto social. Irre­mediablemente se interroga y cuestiona la práctica social, la naturaleza de las interacciones entre sus actores, el autoritaris­mo tan enraizado en las instituciones públicas, etc. Se intenta conocer los mensajes subyacentes en la cultura dominante, los mecanismos que se utilizan para la reproducción de las des­igualdades sociales y la distribución disímil del conocimiento, etc. Se impone, por tanto, la necesidad de entrar a negociar entre la mantención y el cambio, entre la transformación total y las modificaciones progresivas. Por ello es que resulta funda­mental la incorporación, en la formación ciudadana, del desa­rrollo de destrezas que habiliten a los actores educativos a la reflexión, al debate y al compromiso en la acción, de manera de ir introduciendo pausadamente alternativas a una cultura dominante poco abierta a la participación

En este sentido, la formación para una cultura ciudadana, en su búsqueda de resolver los conflictos reguladamente, es un referente va- lórico capaz de establecer los límites entre una educación excesiva­mente instrumental y una educación formadora en lo axiológico. A través de ella, se potencia el desarrollo de muchas de las capacidades que se requieren para vivir en una sociedad moderna. Entre éstas po­demos identificar las capacidades de autoconocimiento, de autono­mía y autorregulación, de diálogo, de comprensión crítica, de empa­tia social, de razonamiento moral, de liderar y emprender transforma­ciones, etc.

En definitiva, la formación cultural ciudadana ha de estar presen­te transversalmente en todos los esfuerzos educativos de la sociedad, sean éstos formales, no formales o informales. Este tipo de educación debe estar destinado, en primer lugar, a lograr la plena consolidación de las actuales democracias, haciéndolas más eficientes, participativas

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y transparentes, con el objetivo de fortalecer la convicción en sus pro­pios principios intrínsecos, entre los cuales se destacan: la indepen­dencia de los poderes, el compromiso de un control mutuo entre és­tos, la adecuada representación social, la participación proporcional de mayorías y minorías, la libertad de expresión, asociación y reunión, y el ejemplarizante valor democrático que posee la ejecución de elecciones libres, periódicas y transparentes de los gobernantes.

NUEVAS MIRADAS EN LA BÚSQUEDA

Mirada nuestra época desde esta perspectiva es posible compro­bar que en la actualidad el clima de la convivencia social está siendo progresivamente atravesado por incertidumbres que antaño o no exis­tían o poseían un menor perfil. Para muchos ya no es tan claro cómo es deseable convivir, ni qué valores han de regir nuestras vidas, ni qué formas de convivencia permiten conquistar lo deseado. Para otros, los patrones de convivencia social están claros y precisos, vienen de la tradición y, por tanto, se trata de que la sociedad los asuma sin vaci­laciones.

La coexistencia de estas incertidumbres y de estas certezas confi­guran un cuadro de diversidad cultural que, a juicio de algunos, es si­milar a una crisis moral y valórica, y, a juicio de otros, signo de un cambio epocal ya que, sin lugar a dudas, estamos enfrentados a una búsqueda por nuevos paradigmas al interior de la sociedad en su con­junto. Para estos últimos, entre los cuales me incluyo, el paradigma que está hoy en vías de cambio —y que privilegia una concepción ra­cionalista del ser humano— ha dominado nuestra cultura y nuestra convivencia social por siglos. Este paradigma, más allá de sus eviden­tes aportes al desarrollo científico tecnológico, ha conducido a un profundo desequilibrio entre lo racional y lo emocional, entre los va­lores y el comportamiento cotidiano.

Es en este escenario donde se enmarcan las nuevas miradas. Para los efectos de este artículo me interesa destacar al menos dos de ellas: la de Humberto M aturana y la de Rafael ECHEVERRÍA. La primera por cuanto nos recuerda nuestra dimensión biológica, y la segunda, nuestra dimensión lingüística. Y el conjunto de ambas, por cuanto nos permite refundar y levantar nuevas estrategias conducentes a la

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construcción de una cultura ciudadana basada en el respeto recíproco y la solidaridad.

LA BIOLOGÍA... Y EL RESPETO AL OTRO

Largo, extenso y complejo ha sido el recorrido científico de este biólogo chileno y, por tanto, no fácil de sumariar en pocas páginas. En estas líneas me interesa destacar el hecho de que desde una de las lla­madas «ciencias duras» —la Biología— llega a remirar los fundamentos que hacen posible la convivencia humana y a proponer una refixnda- ción de ésta sobre la base de lo que él llama la biología del amor.

A partir de la imposibilidad de distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción, M aturana afirma que carece de fundamento el pretender apoyarse en el objeto externo o realidad objetiva en la vali­dación del conocimiento. Con esta tesis, el autor nos relaciona de in­mediato con el tema del respeto al otro. En efecto:

«Yo no puedo distinguir en la experiencia entre ilusión y per­cepción porque tal distinción es a posteriori. Sí podemos ponernos de acuerdo. Y todos sabemos cotidianamente que el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos de acciones. Y que cada vez que el otro no sabe algo, uno se lo puede enseñar, generando un acuerdo de acciones. El problema no está en el darse cuenta de que no podemos hacer referencias a una realidad independiente. El problema está en la creencia de que podemos hacer esa referen­cia; en el apego a ella a través de creer que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las co­sas en sí. Y esto, que es el fundamento de la teoría que explica la biología del conocer, es accesible para cualquier persona.»

Sitúa sus investigaciones en la epistemología genética y en la pro­puesta de ésta de avanzar hacia la comprensión del fenómeno del co­nocer y del convivir desde la perspectiva del operar biológico del ser vivo. Desde esta perspectiva se hace posible enfrentar la clásica distin­ción binaria entre espíritu, conciencia y conocimiento, por un lado, y cuerpo y biología, por otro. En palabras de M atURANA:

«Al declararnos seres racionales, vivimos una cultura que des­valoriza las emociones y no vemos el entrelazamiento entre razón

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y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emo­cional.»

El sistema social humano está conformado por seres que lo reali­zan mediante sus conductas. Para que un sistema social se produzca es fundamental que hayan interacciones recurrentes basadas en la co­operación y la confianza. Lo constituyente de los sistemas sociales es, como lo indicamos más arriba, la biología del amor. El amor es la emoción fundacional de los seres humanos, de modo que éste podrá llamarse así en la medida en que sus interacciones recurrentes tengan lugar dentro del marco de la emoción implícita del reconocimiento mutuo. En caso contrario, estamos frente a un sistema en que los se­res humanos no son aceptados sino instrumentalizados.

«Los seres humanos de la cultura patriarcal europea vivimos permanente o recurrentemente en esta contradicción de nuestra vida adulta: aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión como adultos. Por esto el amor para nosotros se ha vuelto literatura o, lo que es lo mismo, una virtud, un deber, un bien inalcanzable o una esperanza. Para vivir en la biología del amor tenemos que recuperar la vida matrística de la infancia, y para ello tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos, atrever­nos a dejar de aparentar, atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle a otro que dé sentido a nuestro existir. Pero ha­cer todo eso, en verdad, no es tan difícil si damos el primer paso recuperando nuestra dignidad al aceptar la legitimidad del otro, quienquiera que éste sea.»

El acaecer del vivir, propio de los seres vivos, se diferencia, en el caso de los seres humanos, de la explicación que hacemos de este acaecer, explicación que es sólo posible en el lenguaje. Como fenóme­no biológico, el lenguaje es una dinámica de coordinaciones conduc- tuales recursivas. En tanto seres humanos, existimos en el lenguaje, y podemos hablar de las cosas porque somos nosotros quienes genera­mos las cosas de las cuales hablamos en el acto de hablar de ellas.

«El lenguaje no fue nunca inventado por un sujeto solo en la aprehensión de un mundo externo, y no puede, por tanto, ser usado como herramienta para revelar un tal mundo. Por el contra­

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rio, es dentro del lenguaje mismo que el acto de conocer, en la coordinación conductual que el lenguaje es, trae un mundo a la mano. Nos realizamos en un mutuo acoplamiento lingüístico, no porque el lenguaje nos permita decir lo que somos, sino porque somos en el lenguaje, en un continuo ser en los mundos lingüísti­cos y semánticos que traemos a la mano con otros.»

El lenguaje se nos presenta, de este modo, como el principal protagonista que nos conduce hacia una mejor comprensión de las encrucijadas en que nos encontramos los seres humanos en nuestros días. En esta dirección apuntan, como veremos, las contribuciones aportadas por el otro autor seleccionado para este breve artículo.

HACIA UNA COMUNICACIÓN ENTRE PERSONAS

Inspirado en importantes filósofos contemporáneos (Heiddegger, N ietzche, Searle, etc., entre otros) y, de una manera muy determi­nante, en M aturana, Echeverría nos propone una nueva mirada orientada a recuperar nuestra dimensión lingüística en la constitución de nosotros mismos, de nuestro mundo, de nuestros valores y derechos.

Este autor se propone una nueva interpretación de lo que signifi­ca ser humano y por ello se mueve en el terreno de la ontología. El significado que se le asigna a este concepto se funda en Heidegger quien, como es sabido, cuestiona la tradición metafísica imperante y postula una ontología que hace referencia a la comprensión genérica de nuestra particular forma de ser.

Ha habido una larga historia marcada por la mirada que subordi­na el devenir y el lenguaje al ser inmutable y ahistórico de los meta- físicos. Esta mirada es cuestionada por no dar cuenta del ser que so­mos en-el-mundo. En este cuestionamiento se inserta el texto que nos preocupa con su nueva concepción ontológica del ser humano. En esta nueva ontología, el lenguaje juega un rol fundamental. Pos­tulados básicos de este planteamiento son los siguientes:

• Interpretación de los seres humanos como seres lingüísticos. El lenguaje es, por sobre todo, lo que hace de los seres huma­nos el tipo particular de seres que son, seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje. A pesar de que se distingue el domi­

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nio del cuerpo, de la emocionalidad y del lenguaje, la expe­riencia humana se realiza en el lenguaje.

• El lenguaje es generativo. La concepción tradicional del len­guaje lo concibe como descriptor de la realidad y cumpliendo un rol «contable». Sin embargo, el lenguaje no sólo permite describir la realidad sino crear realidades y, desde esa óptica, se afirma que el lenguaje es acción. Por medio de él, participa­mos en el proceso continuo del devenir, en el modelaje de nuestra identidad y del mundo en que vivimos.

• Los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a tra­vés de él. La vida no es, para esta concepción, el espacio don­de el ser se revela y se despliega, sino el espacio en que los in­dividuos se inventan a sí mismos. En palabras de ÑlETZCHE, «el creador y la criatura se unen». Los seres humanos, al habi­tar en el lenguaje, se inventan a sí mismos en el lenguaje. Por ello, el foco de la Ontología del lenguaje está en el ser huma­no y no en el lenguaje, como es el caso de la Lingüística y de la Filosofía del lenguaje.

A estos postulados se añaden los siguientes principios que funda­mentan una concepción no metafísica de los seres humanos:

«No sabemos cómo las cosas son; sólo sabemos cómo las ob­servamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpre­tativos.» Para la tradición metafísica, verdad y ser se identifican. Sin embargo, la epistemología moderna pone en cuestión esta ase­veración e instala en el debate filosófico la cuestión de la inviabi­lidad de la certeza. Negar la posibilidad de conocer las cosas como son no invalida el hecho de la existencia de las cosas. Sólo afirma que lo que sabemos de ellas es nuestra interpretación de las mis­mas. De este modo, la verdad, para la lógica moderna, no es más que la coherencia interna entre dos proposiciones en un sistema dado. Sin embargo, no toda interpretación es igual a otra. Lo que permite discernir entre diferentes interpretaciones es el juicio que podamos efectuar sobre el poder de cada una de ellas, capacidad que permite abrir o cerrar posibilidades de acción en la vida de los seres humanos. El sentido común constituye el núcleo de supues­tos que nos parecen obvios y que, por tanto, nuestro preguntar se detiene. El consenso se logra allí donde los participantes compar­ten las mismas interpretaciones.»

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«No sólo actuamos de acuerdo a como somos, también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace.» La acción es la manifestación de un ser que se despliega en el mundo y es una posibilidad de trascenderse a sí mismo.

«Los seres humanos actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condi­cionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar ta­les sistemas sociales.» Los individuos son componentes de un sis­tema social más amplio: el sistema del lenguaje. Su posición den­tro de ese sistema es lo que los hace ser los individuos particulares que son. La dinámica del devenir se produce en la relación entre el sistema social y el individuo, de modo que el sistema constituye al individuo del mismo modo en que el individuo constituye al sistema social.

Al conectar el lenguaje con la acción, la Ontología abre las posi­bilidades de observar aquellas acciones que son los actos lingüísticos, acciones que por lo general no han sido suficientemente reveladas. Ello permite elegir las acciones que nos acercan al ser que hemos es­cogido ser y crear en nuestras vidas. Los actos lingüísticos básicos son las afirmaciones y las declaraciones.

En las primeras, las palabras se adecúan al mundo; en las segun­das, el mundo se adecúa a las palabras. Las primeras describen el mundo de acuerdo a nuestras interpretaciones; las segundas adscriben al mundo nuestras interpretaciones. Los seres humanos observamos la realidad de acuerdo a las distinciones que poseemos. El hablar nunca es inocente. Cada acto lingüístico se define por caracterizar compro­misos sociales diferentes. En el caso de las afirmaciones, se trata de que la palabra cumpla con la exigencia de adecuarse a las observacio­nes que hacemos sobre el estado del mundo. Basándose en esta capa­cidad común de observación es que es posible distinguir entre afirma­ciones verdaderas y falsas, dependiendo de si podemos proporcionar un testigo que pueda apoyarlas o no.

Cuando hacemos declaraciones, no hablamos acerca del mundo sino que generamos un nuevo mundo para nosotros. Ellas son válidas o invá­lidas según el poder de la persona que las hace. Toda persona tiene el po­der de efectuar determinadas declaraciones en el ámbito de la propia vida personal, y en cuanto ejerza tal poder asienta su dignidad como persona.

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Los juicios pertenecen a las declaraciones. Con ellos se crea una realidad nueva, una realidad que sólo existe en el lenguaje. La reali­dad que generan reside totalmente en la interpretación que proveen. El juicio siempre vive en la persona que lo formula y, por ello, con­tribuye a formar su identidad. El fundamento de los juicios tiene que ver con la forma en que el pasado es traído al presente cuando se emi­ten los juicios. También hablan acerca del futuro, ya que emitimos juicios porque el futuro nos inquieta. Siempre emitimos juicios en re­lación algunos estándares que pueden cambiar con el tiempo. Al decir de EpicTETO:

«No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre dado que lo mismo puede no molestar a otro, es su juicio de lo que ha sucedido.»

No hay relación humana que pueda desarrollarse adecuadamente cuando no existe la confianza. La Ontología del Lenguaje se sustenta en una determinada ética de la convivencia basada en el respeto mu­tuo. Al ocuparse de la comunicación humana, el asunto de la con­fianza y del sentido son primordiales. Y es también un aspecto funda­mental del acto de escuchar. En palabras de M atURANA, el fenómeno de la comunicación no depende de lo que se entrega sino de lo que pasa con el que recibe. Cuando escuchamos, nos preguntamos qué lleva a alguien a decir lo que dice. El escuchar es oír más interpretar. Escuchamos el porqué las personas realizan las acciones que realizan.

¿Y por qué escuchar? Ser humano significa hacerse cargo en forma permanente del ser que se es. Lo que es esencial en nosotros es el estar siempre constituyéndonos. Como individuos somos, por un lado, todos iguales en cuanto a nuestro ser ontológico, ya que compartimos las formas básicas de ser que nos hacen a todos huma­nos; y por el otro, somos diferentes, somos personas, tipos particu­lares de ser humanos. Y por ello estamos abiertos al escuchar. Todo otro refleja un alma diferente en el transfondo de nuestro ser co­mún.

Escuchamos desde nuestro trasfondo histórico. Los discursos his­tóricos son campos de generación de sentido. No tenemos la respon­sabilidad de ser la encarnación de ellos, pero sí de reconocerlos en su particularidad. Las prácticas sociales son formas recurrentes de actuar

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de las personas, son formas establecidas de hacernos cargo de nuestras inquietudes.

Aunque veamos con nuestros ojos observamos, sin embargo, con nuestras distinciones. La gente con diferentes conjuntos de distincio­nes vive mundos diferentes. Muchas distinciones no tienen bases bio­lógicas sino, más bien, morales, políticas, culturales. Una conversa­ción es la danza que tiene lugar entre el hablar y el escuchar y entre el escuchar y el hablar.

Las emociones y los estados de ánimo son predisposiciones para la acción. Dependiendo del estado de ánimo en que nos encontremos, ciertas acciones son posibles y otras no. Condiciona también la forma en que efectuaremos esas acciones. Los estados de ánimo especifican un futuro posible y generan un determinado mundo. Son, por lo general, transparentes para nosotros y, por tanto, juzgamos que lo que pertenece a nuestro estado de ánimo es propiedad de nuestro mundo.

Aunque no somos responsables del estado de ánimo en que nos encontramos, somos responsables de permanecer en él. Por ello es po­sible adoptar una posición activa en lo que respecta a nuestros estados de ánimo personales y sociales en los cuales participamos. Al modifi­car nuestro horizonte de posibilidades, modificamos nuestro estado de ánimo. Igualmente, al modificar nuestro estado de ánimo, modi­ficamos nuestras posibilidades.

El poder del lenguaje está en generar nuevos estados de ánimo que, a su vez, generan el lenguaje del poder. La concepción tradicio­nal considera al poder como una sustancia, como algo que está allí, independiente de los individuos que lo observan. El postulado central de la Ontología del Lenguaje es la caracterización del poder como un fenómeno que emerge de la capacidad del lenguaje, ya que sin éste el fenómeno del poder no existe. Sin un observador provisto de lengua­je, el poder como tal no se ve. Y ello por cuanto es el propio obser­vador quien lo constituye como el fenómeno que es.

Desde esta perspectiva, el poder es una facticidad histórica que existirá allí donde existan los seres lingüísticos que somos. Ello hace del poder algo que no ha de ser ni evitado ni condenado, sino reco­nocido como un espacio de aprendizaje. El aprendizaje es un juicio que emitimos cuando comprobamos que lo que podemos hacer en el presente no podíamos hacerlo en el pasado.

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Estos aprendizajes pueden ser inducidos y facilitados precisamen­te por esta nueva concepción del ser lingüísticos que somos. Y en ello radica toda la riqueza de la Ontología. En palabras del autor:

«Postulamos que la Ontología del lenguaje nos ofrece una po­derosa herramienta para lidiar con uno de los rasgos más sobresa­liente de nuestro tiempo: la crisis de sentido de la vida a la que hoy nos enfrentamos...

La Ontología del lenguaje nos confronta con el hecho de que no podemos esperar siempre que la vida genere, por sí misma, el sentido que requerimos para vivirla. Pero, simultáneamente, nos muestra cómo generamos sentido a través del lenguaje: mediante la invención de relatos y mediante la acción que nos permite transformarnos como personas y transformar nuestro mundo.»

LINEAS FINALES

Los aportes de estos autores nos introducen en nuevas zonas de nuestra convivencia muy poco exploradas. Al observarnos desde el ser biológico que somos y desde el mundo que construimos en nuestro lenguaje y del cual somos responsables, se nos abren nuevas posibili­dades para la comprensión del otro y para el respeto recíproco. Per­mite, además, recuperar lo que el filósofo colombiano Luis Carlos Restrepo llama el derecho a la ternura. Para este autor,

«Tanto el hombre como la mujer, el chico o el anciano, están tentados por símbolos culturales enemigos del encuentro tierno, que al reglamentar sus conductas, aspiraciones y convicciones, los llevan a aplicar en la vida diaria la lógica arrasadora de la guerra. Más que una atribución de género, la ternura es un paradigma de convivencia que debe ser ganado en el terreno de lo amoroso, lo productivo y lo político, arrebatando palmo a palmo territorios en que dominan desde hace siglos los valores de la vindicta, el some­timiento y la conquista.»

En una dirección similar se pronuncia la UNICEF en el marco de la VI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, cuando afirma que:

«Si se aceptan los presupuestos evolutivos del ser humano, se puede convenir en que la democracia sólo puede sostenerse en re­

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laciones matrísticas de afecto, confianza y respeto mutuos (en los ámbitos familiares, sociales y políticos de la cultura) y comprensi­vas de todas las etapas de la vida. El logro de este difícil objetivo implica actuar simultáneamente en varias dimensiones de la vida pública y privada.»

De este modo, la búsqueda en la que estamos comprometidos los ciudadanos de esta región adquiere nuevos impulsos, nuevas estrate­gias, nuevas nomenclaturas conceptuales y valóricas y, por sobre todo, nuevas convicciones que refrendan y validan la sabiduría acumulada por la Humanidad y expresada en la Carta Universal de los Derechos Humanos.

BIBLIOGRAFÍA

CEPAL-UNESCO: El conocimiento: eje de la transformación productiva con equidad, Santiago, 1991, pág. 142.

M a t URANA, Humberto: El sentido de lo humano, Dolmen, Santiago de Chi­le, 1994, pág. 24.

— Emociones y lenguaje en educación. Domen, Santiago de Chile, 1990, pág. 21, op. cit., pág. 53.

M aTURANA, Humberto, y VARELA, Francisco: El árbol del conocimiento. Edi­torial Universitaria, Santiago de Chile, 1984, pág. 155.

Echeverría, Rafael: Ontología del lenguaje. Dolmen, Santiago de Chile, 1995, op. cit., pág. 63.

Restrepo, Luis Carlos: El derecho a la ternura, Arango Editores, Bogotá, Colombia, 1994, pág. 17.

UNICEF: La niñez en el marco de la gobernabilidadpara una democracia efi­ciente y participativa, Santiago de Chile, 1996.

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Chiapas: Una imagen sobre un espejo convexo

José Manuel López RodrigoTécnico de Caritas Española

Han pasado más de cinco años desde que el 1 de enero de 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantara en armas, haciendo caer el escaparate que tanto le había costado montar al Gobierno de Carlos Salinas de Gortari y al de su prede­cesor Miguel de la Madrid. Ningún observador, por más miope que sea, puede pasar por alto la importancia de la fecha si se quiere en­tender la actual situación mexicana. Y es que el 31 de diciembre de 1993 México era ante el mundo, junto con Chile, el Estado-para­digma latinoamericano: una economía saneada basada en aplicar las directrices del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), unos índices macroeconómicos envidiables, un Go­bierno fuerte y una imagen internacional de gran estabilidad. Todo esto iba a culminar con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) que le iba a introducir en una aventura comercial junto a Estados Unidos y Canadá. Era la puerta al Primer Mundo. Un día después el panorama era muy distinto, se conocía a nivel interna­cional la precaria situación de los indígenas mexicanos y se caía por los suelos la imagen de estabilidad. México dejaba de ser el paraíso de la inversión extranjera. Lo que iba a ser una integración con los «grandes» se convirtió en una crisis económica producida por la huida del capital financiero, que le costó al país hipotecar su prin­cipal recurso, el petróleo, para poder optar a un multimillonario crédito. Fue el famoso «efecto tequila», que se dejó sentir en todas las economías latinoamericanas y que puso de manifiesto la fragili­dad de un sistema basado en la dependencia de fondos del exterior. Posteriormente salieron a la luz los escándalos políticos y luchas in­ternas dentro del gobernante PRI, que terminaron con la muerte de

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dos posibles candidatos presidenciales y la inculpación de Carlos Salinas de Gortari y su familia.

Así comenzó una avalancha de acontecimientos que se han pro­longado hasta el día de hoy, donde todavía resuenan los disparos de las intervenciones del ejército federal en Chava]eval y Unión Progre­so. Ahora es necesario hacer un esfuerzo por analizar, no ya lo que ha provocado la aparición del EZLN y el movimiento que trae consigo, sino cuál es su propuesta y sobre todo qué repercusión está teniendo en el espacio internacional y en concreto en España.

PARA QUE NOS VIERAN NOS TAPAMOS EL ROSTRO

Si nos situamos en el contexto que viven los pueblos latinoame­ricanos, se puede decir que conocer la propuesta que se ha hecho des­de Chiapas es clave para entender los procesos políticos y sociales del último lustro. Las duras condiciones sociopolíticas que sufrieron la mayor parte de los países de América Latina durante la segunda mi­tad del siglo, fueron el espacio adecuado para el nacimiento de dece­nas de movimientos de liberación, casi todos de carácter marxista, en especial tras el triunfo de la revolución cubana. Enmarcados en estos parámetros ideológicos sólo se concebía la dualidad mercado-Estado, por lo que la única estrategia que las guerrillas se planteaban para la transformación social era la toma del poder; el cambio sólo podía ve­nir desde el control del Estado. A este planteamiento se sumaba una característica más, el internacionalismo y que fue impulsado, funda­mentalmente, por los movimientos de liberación guevaristas a partir de los años sesenta.

La caída del «muro» de Berlín y el hundimiento del socialismo real supuso un duro golpe para los movimientos de liberación del continente, que vieron desaparecer un referente ideológico. A esto se sumaron los cambios políticos de los años ochenta, que llevaron a la mayoría de los países a abrazar una democracia formal que ya genera­ba frustración a comienzos de los noventa. Latinoamérica llega a esta década en plena crisis de utopia. Una crisis que es un compendio de económica, política y social, pero que es algo más que la suma de las tres. En lo económico la globalización ha cambiado la estructura pro­ductiva de los países, entra en juego el factor financiero y el consi-

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guíente viaje del capital de unos países a otros, que genera inestabili­dad. En lo político la representatividad se ve reducida al mínimo por la subordinación al poder económico y por la falta de respuestas del aparato político a las expectativas que, tras tantos años de dictaduras, se habían depositado en los nuevos gobiernos. En lo social aparece un nuevo elemento, la exclusión, que toca a casi todos y fragmenta la so­ciedad. Pero sin lugar a dudas la característica fundamental de la cri­sis es la falta de visión de una posible salida. No hay elementos ideo­lógicos o estructurales a los que asirse, la perplejidad es el estado ge­neral de cuantos antes sabían qué hacer.

Es en esta situación donde hay que contextualizar el movimien­to en Chiapas. Propuesta que se presenta introduciendo un postu­lado que la hace ser diferente de cualquier proceso de liberación an­terior: e l EZLN no plantea una lucha p o r elpodery simplemente exige justicia ; sus reivindicaciones se centran en que se reparta mejor la tarta y no en ser ellos los que la reparten. Esto significa ubicarse fuera de la dualidad Estado-mercado; es la puesta de largo del tercer sector, de la sociedad civil, espacio en el que se sitúan los zapatistas. Parten más de la resolución de los problemas cotidianos que de un modelo ideológico fuertemente estructurado. Es importante resaltar que, frente a la posición tradicional donde hay una incompatibili­dad de actores —los movimientos de liberación intentan tomar el Estado para engullir el mercado, mientras la corriente neoliberal toma el mercado para hacer desaparecer el Estado—, la nueva pro­puesta parte únicamente de la necesidad de los excluidos de recupe­rar protagonismo y sobre todo de un reparto más justo de los recur­sos. La sociedad civil exige participar al igual que lo hacen mercado y Estado. Con esta premisa clara la vía militar elegida por los zapa­tistas debe ser interpretada como un elemento más táctico que es­tratégico, cuyo objetivo ha sido poder saltar a la agenda pública in­ternacional y mantener la capacidad de negociación durante un tiempo prolongado.

Placiendo un ejercicio de empatia hacia los indígenas y campesi­nos de cualquier lugar entre el Río Grande y la Patagonia, es fácil darse cuenta del rápido calado que en ellos tiene esta nueva idea. La profunda marginación que sufre un indígena chiapaneco, en relación a los procesos políticos de su país y a la construcción de su sociedad, es el elemento clave para entender la situación. Su cultura está anula­

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da y su única forma de integrarse al modelo oficial es renunciando a ella. A esto se suma que desde el punto de vista económico su activi­dad no es muy rentable: la inmensa mayoría de los pueblos indígenas se dedican a la agricultura de subsistencia, con vistas al mercado in­terno, actividad que no parece tener interés de cara a los índices ma- croeconómicos que se nutren de las exportaciones. Sufren además una exclusión política puesto que ya casi ninguno de ellos participa en las elecciones —de candidato, se entiende—, pasando este plano a una esfera lejana de su realidad cotidiana. Esta exclusión tiene además de un carácter personal, una componente geográfica. Ya no sólo es el indígena el que está excluido por su condición, sino que es toda la zona en que vive la que resulta ineficaz para el mercado y por consi­guiente no es apoyada desde el Estado con infraestructuras viales, es­cuelas o centros de salud. Los pueblos indígenas se sitúan, por tanto, en el espacio más profundo de la exclusión cultural, económica y po­lítica.

Partiendo de este análisis es fácil entender que una propuesta cuyo centro es la recuperación de la palabra, del orgullo de ser indí­gena, que se presenta como la única puerta para salir de la exclusión sin tener que renunciar a la propia identidad y que además proviene de ellos mismos, sea asumida con tanta fuerza. A esto hay que sumar que existen en Chiapas otros factores que también están contribuyen­do a fortalecer la identidad indígena, entre los que hay que destacar el desarrollo de una Iglesia fuerte y participativa, elemento estructu- rador de cualquier sociedad campesina latinoamericana, en la que la organización religiosa y civil se entremezclan muchas veces.

Un tercer elemento clave es desde dónde se hace la propuesta: e l es­pacio de la sociedad civil. En un país donde la corrupción del Estado alcanza unos niveles desorbitados y en el que el libre mercado hace verdaderos estragos entre la población —espaldas mojadas, maqui­la...— había una oportunidad para potenciar un espacio distinto, un tercer sector que incidiese en el camino que la construcción del país estaba tomando. Esta oportunidad ha sido aprovechada por los zapa- tistas, que además han sabido impulsar nuevas formas de política: po­lítica sin Parlamento, política por la vía de los hechos que se ha tra­ducido en la formación de Ayuntamientos paralelos que se organizan participativamente, política que obliga al Congreso mexicano a reali­zar cambios en la Constitución. En todos los casos se trata de nuevas

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fo rm a s d e p ro fu nd iza ción d e la d em ocra cia que no son contempladas por el sistema formal y que, por tanto, se sitúan en la mayoría de las ocasiones fuera de la legalidad.

La oportunidad incluía la posibilidad de capitalizar la creciente inquietud social hacia la situación general del país. En este sentido, las bases de la propuesta han ido más allá del espacio rural, llegando a las ciudades, donde algunas Asociaciones de Vecinos, ONGs, gru­pos de mujeres y otros espacios de la sociedad civil organizada las han interiorizado y adaptado al espacio urbano. Pero su verdadera impor­tancia está en haber interesado a los ciudadanos no organizados, a los que podríamos llamar «normalizados», no politizados, que se han sentido identificados, no ya con la problemática indígena, sino con su propio estado de exclusión. Así se entiende que casi un millón de personas de todo el país participaran en el referéndum que el EZLN planteó para decidir su incorporación a la vida política, si bien es cierto que la gran presión mediática y en ocasiones una mala planifi­cación han hecho que las expectativas generadas no se hayan satisfe­cho.

Finalmente, hay un último elemento que es el que ha generado mayor impacto, no sólo en el país, sino a nivel internacional. Los za- patistas constatan que s í se p u ed e ha cer algo, frente a lo que nos traen las corrientes del pensamiento único en torno al fin de la historia, la mercantilización de la sociedad y a la imposibilidad de actuación so­bre los nuevos niveles de decisión. Un grupo de indígenas mal arma­dos, de una zona desconocida hasta por los propios mexicanos, han sido capaces de poner un país en estado de crisis social y de darse a conocer en todo el mundo. Esto es algo que de no haberse producido era difícil de imaginar, sobre todo cuando el sentir general es de clara impotencia e indefensión ante una realidad que supera lo visible y que se conforma en espacios desconocidos e intangibles; podríamos decir, con FREIRE en la cabeza, que Chiapas se presenta como un in é ­d ito v iab le —una posibilidad de transformación viable, pero que no había sido percibida hasta ahora— .

En América Latina el fenómeno Chiapas ha tenido importantes repercusiones y ha venido a catalizar procesos que ya marchaban en similar dirección. El más importante es sin duda el del Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, que lleva ya varios años utilizando la misma lógica que los zapatistas para la resolución de sus problemas

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vitales más acuciantes. En este sentido, y como ejemplo de la aplica­ción de la política de los hechos, es muy ilustrativo ver los pasos que ha seguido la Reforma Agraria en Brasil. Un problema debatido en el Congreso durante años se ha solucionado en poco tiempo por la vía de las tomas de tierras. Las tomas protagonizadas por el MST, que han sido acciones completamente ilegales, eran consideradas tan legí­timas por la opinión pública que el Gobierno se ha visto forzado a emprender una reforma que iba siempre unos pasos detrás del último campesino. De esta manera se ha legalizado lo que ya era una reali­dad, a la vez que el Movimiento se ha convertido en un actor de peso en los procesos del país. Algunos analistas incluso llegan a afirmar que el MST ha conseguido más —no sólo cuantitativamente, sino en cuanto a regeneración social— por la vía de las tomas ilegales que el Partido del Trabajo (PT) de Lula en años de trabajo electoral. Prota­gonismos de la sociedad civil similares se producen en otros países, como Ecuador, donde el Movimiento Pachakutik ha sido capaz de in­tegrar a indígenas, campesinos, profesores, sindicalistas y asociaciones de derechos humanos y de impulsar la destitución, en febrero de 1997, del presidente Abdalá Bucaram, cuya política económica de privatizaciones estaba afectando gravemente la situación vital general.

En Bolivia, por otro lado, la Central Obrera Boliviana (COB) se ha abierto a otros colectivos, como los maestros o los campesinos co- caleros del Chaparé, y ha recuperado la representatividad social que tuvo en los tiempos de la dictadura, siendo hoy un freno a la política neoliberal del Gobierno de Hugo Bánzer.

NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS ARMAS

No sólo es novedosa la guerrilla zapatista en sus contenidos, sino también en sus formas. No podía haber sido de otra manera, una propuesta que quiere dar respuesta a lo local y lo global tenía que uti­lizar nuevos medios, si se quiere, más adecuados a los tiempos. De esta manera el EZLN eligió la comunicación como principal arma en su lucha. El uso de los medios de comunicación, nacionales e inter­nacionales, ha sido la clave para alcanzar la relevancia que Chiapas ha adquirido en el mundo. Escoger el arma en los duelos es de vital im­portancia, por lo que la elección de la «espada mediática» deja traslu­cir algo más que aleatoriedad. Un primer vistazo nos lleva a confir­

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mar lo ya apuntado anteriormente, que la violenta puesta en escena del EZLN es más una táctica que una estrategia. Los zapatistas eran conscientes de su debilidad militar frente al poderoso ejército federal, aunque fueron capaces de mantener con él un pulso lo suficiente­mente duradero como para asegurarse el reconocimiento de la opi­nión pública internacional. De no haber sido así es probable que el aparato militar mexicano hubiera operado hace tiempo, terminando con el nuevo movimiento. Basta con observar cómo se van desarro­llando los acontecimientos en el Estado de Guerrero, donde el Ejér­cito Popular Revolucionario (EPR), un movimiento que vio la luz en 1995, está siendo reprimido con relativa facilidad y sin repercusión exterior. Pero, aun siendo la introducción de la comunicación un ele­mento novedoso en la práctica tradicional de los movimientos de li­beración latinoamericanos, no se pueden olvidar otras que, aunque más habituales, forman parte de la estrategia del EZLN. Concreta­mente sobresale la componente organizativa, algo irrenunciable sobre todo hablando de un movimiento de base indígena. Los zapatistas han tardado casi diez años en darse a conocer en público, tiempo du­rante el cual la organización local se ha ido fortaleciendo.

Por otro lado, si miramos más en profundidad se percibe una se­gunda idea, que los zapatistas han explicitado en su discurso en nu­merosas ocasiones y que se podría resumir en: contra la globalización se lucha con globalización. Nuevos tiempos, nuevas armas. Aunque parece algo sencillo, es posible que sea la primera experiencia desde la sociedad civil que desarrolle una salida global con medios globales. Esta forma de enfocar la situación permite ganar nuevos espacios. De hecho, Chiapas no ha pasado a la agenda internacional como lo han hecho otros conflictos —Timor, Afganistán...—, lo ha hecho gene­rando debate sobre sus propuestas. En este sentido, presenta un espí­ritu más globalizador que intemacionalista. La difuminación del Es­tado-nación no pasa inadvertida a los zapatistas y se intuye una pro­puesta de creación de una comunidad de sentido más amplia. Así, en la introducción de la V Declaración de la Selva Lacandona se puede leer: «...llamamos al pueblo de México y a los hombres y mujeres de todo el planeta a unir con nosotros sus pasos y sus fuerzas en esta eta­pa de la lucha por la libertad, la democracia y la justicia...».

La estrategia comunicativa fue en un primer momento un verda­dero éxito —de otro modo es posible que este artículo no hubiera

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visto nunca la luz—, no sólo por la facilidad y la rapidez con que se distribuyó el discurso y la simpatía que generó en todo el mundo, sino porque además supo mantenerse en la agenda casi permanente­mente. En principio, permitió parar la ofensiva del ejército, que co­menzaba a movilizar grandes contingentes de tropas en la región y cuya primera intención era terminar de forma expeditiva con la re­vuelta. En paralelo se hizo un planteamiento del conflicto que huía de lo bipolar: guerrilla contra ejército. Se presentaron todos los acto­res sociales que intervenían, desde la Iglesia hasta los terratenientes, pasando por las diferentes etnias de la zona o los gobiernos locales del PRI. De manera sencilla podríamos decir que se complejizó el conflic­to, se mostró como una red de causas y efectos donde no había nada que se produjese por azar y donde la modalidad de tonos grises era enorme. Esto permitió a la opinión internacional tener una idea de conjunto de cuál era el problema de fondo. El escenario superaba los espacios local y nacional, entrando en juego otros factores de ámbito internacional como los intereses de empresas transnacionales que querían poner maquilas en la zona o los efectos que sobre la pobla­ción indígena habían tenido las mismas políticas de modernización impulsadas por el BM y el FMI, que habían puesto a México al bor­de del Primer Mundo. Y esto fue posible porque durante los primeros meses la estrategia descolocó tanto al ejército como al Gobierno me­xicano, que estaban preparados para un enfrentamiento militar pero no para uno mediático, para un conflicto nacional pero no para uno que rebasara sus fronteras. Es sintomático que durante el año 1995 una de las prioridades del ejército federal fuese cortar el suministro eléctrico a las comunidades indígenas para que el subcomandante Marcos no pudiera recargar las baterías de su ordenador portátil y de su teléfono móvil, con los que mandaba comunicados a periódicos de todo el mundo.

El riesgo que conllevó esta estrategia se valora mejor conociendo el espacio comunicativo del país. México tiene uno de los aparatos mediáticos más concentrado y cercano al partido en el Gobierno de toda Latinoamérica, en especial en lo que a televisión se refiere. No es nuevo el uso militar y político de técnicas de desinformación característica en los conflictos de baja intensidad. Sin embargo, la rá­pida puesta en escena del EZLN pareció dejar sin respuesta a los me­dios de comunicación. No hubo en los primeros meses una estrategia uniforme, lo que hacía que las informaciones llegasen a ser contra­

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puestas. Esta coyuntura favoreció la capacidad de entrada en los me­dios de los zapatistas, que sí tenían una táctica bien definida. En lo que respecta a los medios internacionales el impacto fue grande. En la primera semana el levantamiento ya ocupaba portadas en los prin­cipales diarios europeos, despertando un interés tan grande que ha permitido su mantenimiento en la agenda informativa durante mu­cho tiempo.

Pero lo que en principio fue un éxito, con el tiempo se descubrió como un arma de doble filo. Pensar que los grupos multimedia inter­nacionales iban a ser neutros a la hora de difundir los postulados za­patistas puede calificarse de ingenuo, sobre todo teniendo en cuenta que se encuentran insertos en complicados engranajes financieros y de poder que superan el nivel nacional. Así, lo que en principio fue permisividad —el subcomandante Marcos ha publicado artículos en las secciones de opinión de los principales diarios españoles— se vol­vió un control férreo y un desprestigio permanente de las posturas del EZLN. Sólo tendríamos que seguir la evolución de las fuentes infor­mativas para darnos cuenta de los cambios. En enero de 1994 no ha­bía corresponsales en Chiapas, la repentina noticia fue cubierta por enviados especiales que llegaron precipitadamente o incluso por pe­riodistas que casualmente se encontraban en la zona y que hicieron funciones de improvisados corresponsales para algunos diarios. Esta situación facilitó la difusión de todo tipo de noticias que fluían por las redacciones sin ningún control. Tras esta fase se estabilizaron las corresponsalías en previsión de un largo conflicto. Dentro de México ocurrió algo parecido. El asombro inicial fue desapareciendo para dar entrada a un fuerte control mediático, que ha tenido su ejemplo más claro en el cerco informativo a los movimientos en el Estado de Gue­rrero que han pasado prácticamente inadvertidos a la opinión públi­ca. En la actualidad, apenas algunos medios escritos mexicanos —La Jornada^ Proceso— mantienen la independencia frente a la línea infor­mativa oficial.

UNA IMAGEN DEFORMADA

Estos cambios en el tratamiento informativo del conflicto han marcado la visión que la sociedad española tiene de él. El Ghiapas que se nos presenta ahora es sólo, utilizando términos del propio sub­

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comandante Marcos, una imagen reflejada en un espejo convexo. Si analizamos la entrada en los medios de comunicación españoles de los zapatistas y su pluma estrella, el subcomandante Marcos, vemos primero una gran afluencia de noticias entre las que hay incluso co­municados y artículos de opinión del propio EZLN. Sin embargo, la avalancha inicial va cambiando de rumbo con el tiempo. Siguen en­trando gran cantidad de informaciones pero ya no en «bruto»; se van introduciendo noticias más elaboradas y otras opiniones que empie­zan a generar confusión y que van transformando la opinión inicial que la ciudadanía española se había formado. Este proceso va avan­zando hasta que el nivel de desinformación es ya patente. En el día a día no es fácil apreciarlo, pero si vamos a la hemeroteca y compara­mos el tratamiento dado entre el levantamiendo en enero de 1994 y la masacre de Acteal en 1998, el cambio en la línea informativa es no­table. En este último caso, por ejemplo, haciendo el seguimiento de los diarios de mayor tirada nacional durante las dos semanas siguien­tes al hecho —después desapareció de la agenda— se construía el si­guiente hilo argumental: el primer día se trataba de un grupo de pa­ramilitares del PRI que habían atacado una aldea ocupada por indí­genas pertenecientes a un grupo de apoyo zapatista; poco después esta primera impresión se fue matizando con otras informaciones de segundo orden: que había un gran componente de odios familiares o que los indígenas prozapatistas habían asesinado durante todo el año a muchas personas y no había salido en la prensa; las últimas infor­maciones apuntaban más a una lucha de dos ejércitos en medio de la cual se encontraban atrapados los indígenas, que ante la situación se veían obligados a huir. Al final la suma de informaciones contradic­torias impidió conocer qué es lo que realmente pasaba.

Un elemento a destacar en este proceso es el sistemático descrédito al papel de la Iglesia en la zona. Monseñor Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas, es desde el comienzo blanco de todo tipo de crí­ticas y ataques. En el fondo de esta campaña de desprestigio se encuen­tran dos fuertes razones. La primera, es el importante papel organizati­vo y de recuperación de la identidad que la Iglesia local, muy cercana a la Teología de la Liberación, ha tenido en los últimos años y que con tan malos ojos ha sido vista por la oligarquía ganadera chiapaneca, la cual ha visto alterado el orden tradicional basado en la supremacía de la cultura criolla frente a la indígena. La segunda, es la molesta media­ción de la CONAI (Comisión Nacional de Intermediación) en el con­

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flicto. Este organismo, nacido de la sociedad civil, ha estado presidido desde el principio por monseñor Ruiz y su objetivo ha sido plantear una salida pacífica y justa a la situación. La función de la CONAI ha sido siempre contraria a la aparente estrategia del Gobierno y del ejér­cito, que es una intervención militar abierta. Las fuertes presiones y el debate interno dentro de la propia Conferencia Episcopal Mexicana, que no ha permitido un apoyo fuerte al papel mediador de la Iglesia local, han terminado con la disolución de la CONAI, aunque esto no haya supuesto el fin de los ataques a monseñor Samuel Ruiz.

Valdría citar, como ejemplo, la reciente edición en nuestro país del libro Marcos^ la gen ia l impostura (El País, Aguilar, 1998), publica­do por uno de los grupos mediáticos más importante de España —que por cierto tiene importantes intereses económicos en México a través del grupo La Prensa—. En este libro, entre otras cosas, se ha­cen referencias explícitas al presunto papel protagónico de monseñor Ruiz en el levantamiento, llegándose a insinuar que es el cerebro del EZLN y que se le conoce como comandante «Germán»; acusaciones éstas curiosamente similares —tratándose de un trabajo de investiga­ción— a las difundidas por el Gobierno y la inteligencia militar des­de el inicio del conflicto a través de la Dirección General de Radio Televisión y Cinematografía (RTC) y del Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales (CEPROPIE).

En los últimos meses se ha producido además una progresiva sa­lida de Chiapas de la agenda internacional, en parte debido a los in­tereses de los grupos mediáticos, en parte a la dificultad de mantener la tensión informativa durante tanto tiempo sin haber conseguido el EZLN una victoria política lo suficientemente patente y sin haber sa­bido —o podido— canalizar las expectativas que se habían generado en la sociedad en general.

El efecto final que ha producido toda esta mediación informativa —el espejo convexo— es una imagen deformada de la propuesta inicial:

— El despertar de la sociedad civil se refleja en el espejo como una más de las luchas por la toma del Estado de corte marxista.

— La búsqueda del protagonismo de los indígenas en lo que a participación política, económica y cultural se refiere se refle­ja como una profundización de la exclusión —tienen que huir de una lucha que no parecen entender.

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— La Iglesia y su mediación pacificadora se refleja como una más de las partes beligerantes.

— El Gobierno mexicano, responsable de la situación del Estado de Chiapas, con diferencia el más pobre del país, se refleja como el mediador entre las partes.

— El ejército federal, responsable de masacres y violaciones sis­temáticas de los derechos humanos en la zona, se refleja como una fuerza de paz.

— Los grupos paramilitares, fomentados y apoyados por los te­rratenientes y los militares, se reflejan como clanes familiares con odios ancestrales.

La superficie del espejo se va curvando cada día más por la pre­sión y la imagen que tenemos hace muy difícil poder reconocer en ella los contornos y las formas.

EL REFLEJO DEL REFLEJO

La conceptualización que la sociedad española ha hecho del con­flicto en Chiapas no puede separarse de la visión que han dado, y so­bre todo que siguen dando, los medios de comunicación; pero tam­poco es ajena a los procesos sociales que se están dando en España. Por esta razón, la borrosa imagen final que nos llega no es sino el re­flejo de un reflejo.

Aunque es cierto que el movimiento en Chiapas no ha pasado inadvertido, su calado no ha sido tan profundo como se podía espe­rar ante la coyuntura social existente en nuestro país. El cambio que en los últimos años han sufrido los movimientos sociales en España (1), tal y como los entendíamos durante la transición, ha dejado es­pacios vacíos que están siendo llenados con nuevas e incipientes pro­puestas de la sociedad civil. El auge de las ONGs, de la solidaridad.

(1 ) Las claves de este cam b io se en c u e n tra n desarro llad as, e n tre o tro s, p o r J. Cas- QUETTE {Política, cultura y movimientos sociales, Bakeaz, B ilb ao, 1 9 9 8 ) , A . JEREZ (Trabajo voluntario o participación, T ecnos, M a d rid , 1 9 9 7 ) e I. ZUBERO {Movimientos sociales y al­ternativas de sociedad, H oac, M a d rid , 1 9 9 6 ) .

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del voluntariado, es la consecuencia más visible de la formación de un nuevo espacio. Nos encontramos, por tanto, ante una oportuni­dad cultural que se muestra como un malestar esperanzado ante la si­tuación que la globalización y la economización de la sociedad están produciendo. Se percibe, o al menos se intuye, la necesidad de plan­tear, desde este nuevo espacio, alternativas que rompan el monopolio ideológico que se nos vende como el «fin de la historia». Esta oportu­nidad cultural, si bien es extensible a un sector muy amplio de la so­ciedad española, está protagonizada principalmente por lo que podrí­amos denominar la generación CHASP (Ciudadanos Honestos Aun­que Suficientemente Preocupados), que se conforma con todos aquellos ciudadanos que, sin ser «militantes», sienten el riesgo que ge­nera el pensamiento único: empiezan a sospechar de la veracidad de la información que les llega por los medios de comunicación, se pre­ocupan por la situación en otros países, se indignan ante los muertos en las pateras, son voluntarios o socios de alguna ONG, están desen­cantados de la política tradicional y se incomodan al ver los efectos que la aplicación del neoliberalismo tiene en la vida cotidiana. La ge­neración CHASP, en la que se incluyen más personas cada día, no está claramente estructurada y en la mayoría de los casos no forma parte del tejido asociativo; sus señas de identidad hay que buscarlas en la percepción de la situación y no en la existencia de un proyecto común. Son precisamente estas características las que permiten que hablemos de la existencia de una oportunidad cultural. Oportunidad que se mantendrá mientras que haya búsqueda de una propuesta co­mún; después, si es que se encuentra, podríamos asistir al nacimiento de un movimiento social.

Tenemos ahora un rompecabezas de dos piezas: una la constituye el fen óm en o ChiapaSy que se presenta como lo que habíamos llamado un in éd ito v iab le —aunque no el único posible—, una propuesta ori­ginal y factible, que ha servido para revitalizar los movimientos socia­les de gran parte de América Latina. La otra es una op ortu n idad cu l­tu ra l que parece ganando espacio en nuestra sociedad. Un observa­dor que aplicase la más estricta lógica podría caer en la tentación de casarlas directamente, y si bien es probable que no ajustaran perfecta­mente, sí permitirían al menos hacerse una idea muy aproximada del dibujo del puzzle. Sin embargo, la realidad nunca es tan simple y está repleta de complejas interacciones, entre las que hay que destacar, sin lugar a dudas, la ya analizada influencia mediática.

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De hecho, la cara que de Chiapas están presentando los medios de comunicación ha conseguido «marginalizar» la propuesta zapatis- ta. Lo que en México, y en general en Latinoamérica, se entiende como una llamada dirigida a la población en general, a la gente de «a pie» —indígenas, obreros, amas de casa, parados, jóvenes...—, aquí ha sido encajada en posiciones de izquierda cuasi extrema. Se ha «po­litizado» —en el sentido de incluirse en el abanico político tradicio­nal derecha/izquierda— lo que estaba pensado para ser «socializado», es decir, debatido en el seno de la sociedad civil. Los CHASP han vis­to pasar por delante de ellos una idea que en principio les era empá­tica, pero que se ha radicalizado siendo abrazada por algunos grupos de izquierda, tradicionalmente marginalizados del espacio político de las urnas. Un ejemplo es suficiente para ilustrar este fenómeno. En 1997 se celebró en España el II Encuentro Intergaláctico contra e l Ne- oliberalismo; promovido por los zapatistas, pretendía ser una forma de exportar el debate que el año anterior se había producido en la comu­nidad de La Realidady en lo profundo de la Selva Lacandona, y en el que habían participado intelectuales de renombre y líderes de movi­mientos sociales de todo el mundo. Sin embargo, el cambio de esce­nario y la apropiación del espacio por los grupos antes descritos, pro­dujo que el evento pasara prácticamente inadvertido a la sociedad en su conjunto e incluso a las organizaciones del tercer sector que parti­ciparon en un número muy reducido. Una imagen ilustrativa del marco en el que se realizó el Encuentro es la pregunta que un niño de unos siete años le hacía a su padre en la concentración que abría los actos: «Papá, ¿por qué nadie va vestido normal?» Podríamos dedicar un tiempo a debatir sobre su concepto de «normal», pero su percep­ción da idea de los sectores sociales que se encontraban allí. Esta apre­ciación no hace más que cerrar el círculo trazado por los medios de comunicación. Se produce así una identificación entre el discurso mediático, que nos retrotrae a los movimientos marxistas de otros tiempos, y los espacios sociales y políticos que representan aparente­mente en la sociedad española la defensa de Chiapas. Por este lado, el reflejo del reflejo ha rebotado con un ángulo tan grande que tan sólo ha tocado tangencialmente a los CHASP, haciendo muy difícil el en­cajar las dos piezas del rompecabezas.

Sin embargo, paralelamente se ha producido un fenómeno singu­lar que ha facilitado que se forme un segundo grupo, relativamente importante, que se ha acercado a la propuesta de EZLN. Si la apuesta

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zapatista por los medios de comunicación convencionales ha resulta­do un arma de doble filo, no ha ocurrido lo mismo con su despliegue en el ciberespacio. El uso de Internet, además de ser un elemento no­vedoso como táctica de insurgencia, ha permitido la comunicación directa entre el movimiento zapatista y parte de la sociedad civil, no sólo de nuestro país, sino también del resto de Europa y Estados Uni­dos —por algo es que la w eh del EZLN se puede consultar en varios idiomas—. Parte del éxito se debe también a la coincidencia del le­vantamiento con el «boom» del uso doméstico de Internet, siendo muchas las personas que han terminado atrapadas por la propuesta a través de la red. En general, éstas pertenecen a grupos preocupados por algunos aspectos sectoriales, pero que han terminado confluyen­do en un mismo punto. Entre ellos encontramos interesados en asun­tos indígenas, en derechos humanos, en cuestiones feministas, en autogestión, en asuntos de paz, en América Latina y sobre todo aque­llos que siguen la agenda de noticias internacional y gustan de pro­fundizar en ella. Se ha formado una com u n id a d d e sen tido v ir tu a l que responde perfectamente a la estrategia globalizadora de Chiapas, que ha sido capaz de adaptar e impulsar, en pequeños espacios «reales» aunque en su mayoría no generadores de opinión pública, el inédito viable que les había llegado por la línea telefónica. Esta comunidad virtual está formada por personas con un nivel de militancia y moti­vación social alto, lo que les hace situarse en los espacios más com­prometidos del tercer sector. Podrían considerarse incluso un peque­ño núcleo duro dentro de lo que hemos denominado la gen era ción CHASE

Al lado de estos dos grupos —la izquierda marginalizada y la co­munidad de sentido virtual— se ha quedado el espacio de la oportu­nidad cultural, el hueco vacío en el que probablemente encajaba me­jor la pieza. No sería correcto decir que el ciudadano de la calle no conoce el conflicto de Chiapas porque, a pesar del espejo mediático, es sin lugar a dudas uno de los temas internacionales informativa­mente más recurrente. Sin embargo, la imagen del espejo convexo es tan deforme que habiendo conseguido generar simpatía, no ha per­mitido que ésta se transformara en identificación.

Por último, es conveniente hacer un apunte final. Si analizamos el estado del m ercado in tern a cion a l d e propuestas y esperanzas vemos que América Latina está siendo en la década de los noventa una de las

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mayores productoras de inéditos viables, tal y como lo fue en los años cincuenta y sesenta. Además de Chiapas y los movimientos ya men­cionados del MST en Brasil, Pachakutik en Ecuador o la COB en Bolivia, habría que sumar, entre otros, la gran cantidad de experien­cias de poder popular a nivel municipal que hay en Colombia, Brasil, Venezuela y México, o la red satelital ALRED —perteneciente a la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER)— que está haciendo comunidad sentido a través de más de 150 emisoras comunitarias del continente. Muchos de ellos son desconocidos y probablemente lo seguirán siendo, teniendo en cuenta el premedita­do vacío al que son sometidos por el control mediático. La difusión internacional que el movimiento zapatista ha tenido es fruto de la sorpresa y la novedad que su estrategia produjo en un principio y del efecto de la red Internet. Sin embargo, es muy difícil que se vuelva a repetir porque el efecto sorpresa ya no es tal y porque las maniobras desde el mercado hacia el control de Internet no le auguran un futuro muy «libre». Por esta razón hay que hacer una reflexión sobre la ne­cesidad de disponer de espacios comunicativos que permitan la distri­bución de inéditos viables, de propuestas de la sociedad civil. Si el tercer sector no es capaz de construir sus propios espejos para tener imágenes más claras de la realidad internacional y poder difundirlas en el espacio nacional y local, la posibilidad de aprovechar la oportu­nidad cultural será muy reducida, y el caso que nos ocupa es un ejemplo claro.

No parece lógico que cuando se están buscando propuestas socia­les alternativas se dejen pasar ideas que podrían ser útiles para su construcción, en especial teniendo en cuenta que los tiempos éticos e ideológicos que corren no son propicios para el despilfarro. La tarea no es fácil y requiere de mucha imaginación; además habrá que co­menzarla cuanto antes porque la propia deformación del espejo pue­de ser, a medio plazo, la pérdida del seguro de vida que el movimien­to zapatista tiene en su imagen internacional y que facilitaría una in­tervención militar y el consiguiente fin de este inédito viable. Entonces sólo nos quedará esperar que alguien nos haga llegar otra pieza que sirva a nuestro rompecabezas.

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Las mujeres latinoamericanas en el fin de siglo

Teresa Valdés (*

Sin duda, una de las transformaciones culturales y políticas más significativas del siglo que termina —en el mundo y en América La­tina en particular— está referida a la posición que ocupan las mujeres en todos los ámbitos de la vida social. Sucesivas olas y movimientos sociales liderados por mujeres las sacaron de la relegación y margina- ción en que se encontraban transformándose en ciudadanas, fuerza de trabajo, actoras políticas y sociales y creadoras culturales. Estas fuerzas fueron el sufragismo y el feminismo, que, mirados en una perspectiva histórica, se revelan como poderosas fuerzas de cambio. Estas fuerzas, articuladas a una comprensión cada vez más profunda de los Derechos Elumanos, han contribuido y lo seguirán haciendo a la materialización del anhelo democrático y humanista. Han hecho visible e impugnado el orden patriarcal, este sistema de sexo/género que subordina a las mujeres y consagra profundas desigualdades entre mujeres y hombres.

Las democracias latinoamericanas concedieron el derecho a voto a las mujeres —en su mayoría— entre 1945 y 1955, tras largos años de lucha muchas de ellas. Desde entonces se incorporaron —con lentitud— a la función pública, a los distintos poderes de Estado y a todos los ámbitos del quehacer nacional, representando hoy día en casi todos los países algo más de la mitad del electorado. Ello da cuenta de uno de los procesos más significativos con que finaliza el milenio y que sintetiza otros procesos —económicos, sociales y cul­turales— que convergen hacia un concepto de ciudadanía universal.

(*) Socióloga, subdirectora académica de FLACSO-Chile.

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basado en los derechos humanos reconocidos por todos los países del planeta.

A contar de los años cincuenta, la vida de las mujeres latinoame­ricanas experimentó profundas transformaciones. Destacan, entre otras, el aumento de la esperanza de vida femenina, que varió desde los 53,5 años en el quinquenio 1950-1955, a una proyección de 71,4 años para los años 1990-1995, alterando la percepción subjetiva y la experiencia de la vida individual así como la organización de las fami­lias; la reducción del número promedio de hijos, de 5,9 hijos por mu­jer en 1960 a 3,1 en 1992; el mayor nivel educacional y la disminu­ción del analfabetismo; la creciente incorporación y permanencia fe­menina en el mercado de trabajo que, en algunos países, supera el 40% de las mujeres en edad de trabajar; el mejoramiento de los indi­cadores de salud y la utilización masiva de anticonceptivos modernos que separan el ejercicio de la sexualidad de la reproducción, y el aumento de la jefatura de hogar femenina, que alcanza a un cuarto de los hogares.

Sin embargo, un examen detenido de las investigaciones y esta­dísticas disponibles devuelven una imagen de polaridades, heteroge­neidad y enormes diferencias entre las propias mujeres, con grandes distancias entre los diferentes países y al interior de cada uno de ellos, particularmente entre las áreas urbana y rural, entre sectores sociales, etnias y generaciones. La mortalidad materna e infantil se mantienen altas en algunos países, especialmente en las áreas rurales de toda la región. Asimismo sucede con la esperanza de vida al nacer, varios años inferior en zonas rurales y poblaciones indígenas; la fecundidad se mantiene elevada en esos mismos ámbitos y el analfabetismo feme­nino, que inhibe la plena integración a la sociedad y la cultura, aún muestra valores muy superiores en áreas rurales y grupos étnicos, su­perando en varios puntos a los varones. Las mujeres de los pueblos originarios sufren peores condiciones de discriminación y pobreza, reuniendo en su vida las subordinaciones de raza, género y clase. La incorporación al mercado de trabajo está denegada o es más precaria para las mujeres de los sectores más pobres, quienes mayor necesidad tienen de contar con ingresos, pero no logran compaginar familia y trabajo al no contar con apoyo a sus tareas reproductivas ni encontrar trabajos dignamente remunerados. Las jóvenes de hoy, con niveles importantes de escolaridad, no encuentran puestos de trabajo acordes

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con ellas, situación que los varones sufren en una menor proporción. Las mujeres en edad fértil son discriminadas por los empleadores aduciendo mayores costos por maternidad.

Estos cambios y las heterogeneidades mencionadas tienen raíces culturales e históricas profundas, pero se ven agudizados por una di­versidad de procesos que se despliegan tanto a nivel nacional como internacional.

En lo económico, la «modernización» que recorre el mundo ha sido vivida en América Latina en forma desigual. Las crisis de las úl­timas décadas, especialmente la de los ochenta, causaron estragos en los diferentes países. Los gobiernos reaccionaron poniendo en prácti­ca sistemas de ajuste económico que han extendido la indigencia, acentuado las diferencias entre ricos y pobres y obligado a buscar nuevas formas de sobrevivencia, en las que se involucran mayoritaria- mente las mujeres. Las fórmulas políticas y económicas implementa- das por los gobiernos varían y así también los resultados y el impacto en la situación y en su vida. Ellas han debido reemplazar en una me­dida importante la labor del Estado en los servicios, asumiendo el costo de esas crisis, organizándose, actuando individual o colectiva­mente y creando estrategias de subsistencia. El resultado es la amplia red de organizaciones de base que se multiplican al ritmo de la nece­sidades en cada comunidad, barrio, población, villa o pueblo. Más allá de los mandatos tradicionales que las relegan a la maternidad y la familia, miles de mujeres han roto con la reclusión doméstica e incor­porado, en virtud de esos mismos mandatos de velar por su familia, a diversas actividades económicas o de servicios. Estas actividades las han cambiado a ellas, han transformado su vida y la de su grupo fa­miliar.

La expansión de los mercados a que asistimos ha requerido —en todo el mundo— una mayor incorporación femenina a la fuerza la­boral, abriendo oportunidades de trabajo de diverso tipo. La consa­gración de las economías de corte neoliberal, sumada a las consecuen­cias de la crisis económica de los años ochenta y los programas de ajuste estructural, ha colocado a las mujeres en un rol estratégico para el mejoramiento de las condiciones de vida en extensos sectores de la población empobrecida y excluida. Crecientemente es su integración a actividades remuneradas lo que permite a aquellas familias satisfacer sus necesidades básicas, como lo revelan algunos estudios, especial­

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mente los de la CEPAL. Ello se relaciona tanto con el aumento de in­gresos, como con el hecho que —en su mayoría— las mujeres desti­nan la totalidad de sus ingresos al bienestar familiar.

En el ámbito político, la emergencia —en los años setenta y ochenta— de guerras civiles y regímenes autoritarios o dictatoriales en buena parte de la región, con su secuela de inseguridad, represión, muerte, desplazamientos y exilio, afectó la situación sociopolítica ge­neral y la acción colectiva de las mujeres, en particular. Bajo la vigen­cia de estos regímenes, cientos de mujeres buscaron a sus familiares detenidos y desaparecidos y defendieron los derechos humanos, con­formaron movimientos sociales para su defensa y promoción, colabo­raron activamente a la paz y la restauración democrática. Muchos de estos movimientos se mantienen vigentes hasta el día de hoy dando seguimiento a estas luchas. Destacan, entre otros, las Madres y Abue­las de la Plaza de Mayo de Argentina y la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Chile.

Los años ochenta vieron el auge de los movimientos de mujeres, conformados por innumerables iniciativas colectivas —grupos y or­ganizaciones sociales, organismos no gubernamentales, redes, etc.— de vertientes diversas, que fueron confluyendo, en muchos países, en un movimiento amplio de mujeres. Este movimiento se reveló como un nuevo actor social y político que demandaba cambios hacia la equidad y la justicia social. Su aporte a las luchas democrática es in­discutible y se tradujo en la incorporación de su agenda a los progra­mas de los nuevos gobiernos con prioridades y políticas públicas des­tinadas a mejorar la condición femenina.

Todos estos procesos han ido acompañados por poderosos cam­bios en el ámbito de las identidades y proyectos de vida de las muje­res latinoamericanas. Desde una identidad centrada en la maternidad y en los roles reproductivos tradicionales, han desarrollado creciente­mente nuevas maneras de ser/hacer mujer, explorando otros proyec­tos, más allá de la formación de una familia. El desarrollo personal, laboral y profesional, el desarrollo comunitario, la participación social y política pasan a articularse con el proyecto maternal, influyendo poderosamente en la reducción de la fecundidad y el número de hijos que se desea tener. Un nuevo concepto de ser mujer —para sí misma y no sólo para otros— y la aspiración a cierta calidad de vida o el an­helo de una vida más placentera, se suman a las duras exigencias que

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la situación económica impone hoy día a una gran mayoría. La expe­riencia de participación en espacios públicos —trabajo, organizacio­nes sociales, actividades políticas— ha tenido como resultado la ele­vación de la autoestima en muchas mujeres, una mayor autonomía —no siempre en lo económico— y una nueva percepción de poder personal (empoderamiento). Ello ha favorecido la multiplicación de iniciativas y búsquedas de las mujeres, siempre deseosas de aprender y de contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de sus seres queridos.

Muchas mujeres han ampliado su ámbito de acción, desempeñan­do nuevos papeles en el quehacer comunitario y social. Si tradicional­mente fueron el pilar de la familia, muchas ahora aportan a otras es­feras de la sociedad, extendiendo su quehacer y responsabilidad social. Las redes familiares y comunitarias, que muchas veces reemplazan la protección social del Estado, se sustentan en el quehacer de las muje­res. A nivel familiar, son muchas las proveedoras únicas o principales y otras contribuyen en forma decisiva al sustento del hogar.

No obstante, las exigencias objetivas y subjetivas que hoy día en­frentan las mujeres tienen consecuencias en su salud psicológica. Se ha hecho frecuente el estrés y diversas conductas asociadas a éste, como son el tabaquismo, el consumo de tranquilizantes y las depre­siones.

Por otra parte, la modernización avanza —año tras año— más allá de la economía y de los acuerdos de los gobiernos, penetrando la sociedad y la cultura. Con ello, nuevos patrones culturales y posibili­dades de consumo inundan los medios de comunicación globalizados junto a las modernas tecnologías —a las que van accediendo crecien­tes segmentos de la población— ofreciendo alternativas de conductas y relaciones sociales. Estos presionan también a las mujeres, que se han vuelto consumidoras por excelencia y a quienes está dirigida en gran medida la propaganda comercial.

Se producen así cambios valóricos, de significados e identidades, a nivel de las personas y en las familias. Ha aumentado con ello la tensión en la tradicional «división sexual del trabajo»: los varones, proveedores, a cargo de las actividades productivas, actuando en el mundo público, y las mujeres, madres, esposas y dueñas de casa, a cargo de las actividades reproductivas, preferentemente en el mundo

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privado. Este ordenamiento, que ha dejado a las mujeres en una si­tuación de desventaja por decenios, se ve cuestionado por la creciente presencia de mujeres en los espacios y tareas tradicionalmente mascu­linos y por el surgimiento de cursos de acción alternativos para am­bos sexos. La globalización cultural favorece una revisión de estos pa­trones, toda vez que las experiencias de los países del Norte, en espe­cial los nórdicos, muestran notables niveles de participación femenina en todos los ámbitos de la vida social, así como la incorporación ma­siva de los varones a tareas consideradas privativas de las mujeres has­ta hace poco tiempo.

La integración femenina al trabajo remunerado ha obligado a cierto reacomodo de las tareas asignadas tradicionalmente por la so­ciedad y la cultura a mujeres y hombres: varones en la producción y el poder y las mujeres en la reproducción, pero este proceso no ha traído consigo en forma automática un mejoramiento de la situación de las mujeres en la sociedad, ni un cambio en las relaciones entre mujeres y hombres, las que mantienen el mismo patrón de subordi­nación desde hace siglos. Compartir la crianza y cuidado de los hijos es una aspiración creciente de las mujeres, que se hace efectiva en las generaciones más jóvenes de sectores medios. Esta se ve fortalecida por las imágenes que proyectan otras sociedades a la cultura global.

En los países latinoamericanos la forma dominante de vivir la masculinidad deviene en una poderosa barrera al cambio de la posi­ción de las mujeres: el poder y el trabajo son territorios en los que se validan las identidades masculinas. El ingreso creciente de las mujeres a estas esferas pone en cuestión las bases de la autoridad masculina, en especial a nivel doméstico. La violencia doméstica y sexual no es sino la expresión extrema de las fuertes tensiones que viven las rela­ciones entre los géneros. El machismo pierde terreno en los discursos varoniles y como elemento de identificación, pero en la percepción de las mujeres continúa siendo el patrón principal de conducta de la mayoría de ellos. Los cambios que se observan en sectores de varones son incipientes, mientras las mujeres avanzan a grandes trancos en un proceso individual y colectivo que cruza sus expectativas, proyectos y acciones en todos los sectores sociales.

En el ámbito internacional, el proceso impulsado por Naciones Unidas desde 1975, con la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, también ha alimentado las transformaciones mencionadas.

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Esta acción ha apuntado hacia la «eliminación de toda forma de dis­criminación contra las mujeres», tarea a la que se han comprometido todos los países de la región al ratificar la Convención del mismo nombre (1979), y también a la plena incorporación de las mujeres en el desarrollo. Dicha Convención fue elaborada al comprobarse que, a pesar de la vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Hu­manos (1948), las mujeres seguían siendo objeto de importantes dis­criminaciones, violándose sus principios y normas. Ello dificulta la participación de las mujeres en igualdad de condiciones con el hom­bre en la vida política, social, económica y cultural de cada país, constituye un obstáculo al aumento del bienestar en la sociedad y en­torpece el pleno desarrollo de las capacidades de las mujeres para aportar a su país y a la Humanidad, aporte indispensable para el de­sarrollo integral de los países.

Las Conferencias y Cumbres de los años 1994 y 1995 culminaron con la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing), que sintetizó el conjunto de compromisos adquiridos en todas las anteriores, plas­mándolos en una Plataforma de Acción Mundial. Contó con la más alta participación conocida en la historia de estos eventos y en ella se hicieron presentes tanto los gobiernos como un poderoso movimiento de mujeres que logró, de distintas maneras, la inclusión de su propia agenda política en dicha Plataforma. Las mujeres latinoamericanas ju­garon un rol importante en esos eventos, haciendo visible los proble­mas de la pobreza, la falta de recursos para la promoción de más mu­jeres y los déficits de participación en la toma de decisiones.

Ello es una expresión de que la lucha de las mujeres por el mejo­ramiento de su condición no ha cesado en América Latina. Más bien ha adquirido características nuevas a partir de los avances logrados en las últimas dos décadas. El reconocimiento de la discriminación y de las limitaciones que sufren grandes contingentes de mujeres forma parte del sentido común en la mayoría de las países. También está en la agenda pública, en los programas y actividades de los gobiernos na­cionales y locales. Asimismo, se instalan los estudios de género en las Universidades. Todo ello es expresión de la apertura de nuevos espa­cios de reflexión y acción en beneficio de las mujeres.

Al mismo tiempo, la acción organizada de mujeres a través de re­des temáticas y coordinaciones ha ido cobrando una importancia cre­ciente y nuevos sectores se han articulado en su acción colectiva.

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Nuevas redes, tanto a nivel de los países como en la región, han ad­quirido fuerza en los últimos años, como las mujeres indígenas, las trabajadoras del hogar y las mujeres de color.

En este sentido, las mujeres constituyen un pilar fundamental del tejido social que alimenta una democracia sana. Un problema tan agobiante para las mujeres como ha sido la violencia doméstica y se­xual ha sido puesto en la agenda pública internacional y de los países por las mujeres organizadas y por las redes contra la violencia que han creado en los países de la región. Su capacidad de acción e interlocu­ción con los gobiernos y parlamentarios ha dado origen a gran núme­ro de leyes que penalizan la violencia doméstica. La Convención In­teramericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belem do Pará, 1994) vino a coronar la acción constante y eficaz de miles de mujeres de la región.

De este modo, el mejoramiento de la situación de las mujeres ha llegado a formar parte de la agenda pública de todos los países y se formulan políticas e introducen modificaciones a la legislación desti­nadas a lograr los mayores avances en el menor tiempo. Los Planes de Igualdad de Oportunidades dictados por numerosos gobiernos cons­tituyen un instrumento gubernamental eficaz para dar pasos en ese sentido. Asimismo, las comisiones parlamentarias que abordan los te­mas de mujer y familia han contribuido crecientemente a los avances existentes.

Sin embargo, a pesar de las notables luchas y contribuciones que hacen las mujeres a la sociedad, se mantienen —-en todos los países y con rasgos semejantes— la desigualdad, la discriminación, la invisibi­lidad y desvalorización del aporte de las mujeres al quehacer social. El sistema de desigualdades de género vigente en la región se refleja en los indicadores. Esta condición empeora conforme se desciende en la escala socio-económica y también en el caso de las mujeres rurales e indígenas.

Por ejemplo, y como lo revelan las cifras disponibles, el aporte que realizan las mujeres al desarrollo económico y en los distintos ámbitos permanece bastante invisible y no se condice con su pobre presencia en las esferas de poder, a pesar de observarse un discreto y sostenido incremento. Una situación a destacar es el impacto de las leyes de cuotas o de cupo que obligan a los partidos políticos a incluir

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mujeres en sus listas de candidatos para actos electorales. Argentina ha llevado la delantera, pero paulatinamente aumenta el número de países que incorporan a su legislación mecanismos de acción afirma­tiva (Brasil, Bolivia, Perú y Costa Rica, entre ellos).

El acceso al mercado laboral permanece condicionado por la seg­mentación que se produce ya en el sistema educacional, en el que se reiteran prácticas sexistas que refuerzan una socialización temprana en roles «femeninos» tradicionales. Los mayores niveles educativos de la población femenina económicamente activa no se han traducido en una reducción de la brecha salarial, ni en el acceso a puestos de mayor jerarquía laboral. Más bien se han acentuado las diferencias cuando la calificación aumenta. Además, grandes contingentes feme­ninos se han incorporado al mercado de trabajo informal, caracteriza­do por malas condiciones de trabajo, inestabilidad, bajas remunera­ciones y desprotección social. Si bien las mujeres se sienten orgullosas y empoderadas por estas experiencias, muchas veces las malas condi­ciones en que desempeñan su labor y las bajas remuneraciones por sus tareas las desaniman y restringen en su posibilidad de acción.

Todo esto representa renovados desafíos que deben enfrentar tan­to las mujeres como los actores sociales y políticos comprometidos con la equidad y la justicia social. Una vez más, es tarea de las muje­res en movimiento desplazar el horizonte de lo posible y avanzar en la materialización de las utopías democráticas, todavía parte de los sueños al terminar el milenio.

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Los niños de la calle en Latinoamérica

(Esperanzas y amenazas de los niños de la calle)

M an u el Jim énez Tejerizo

En América Latina, como en los países en vía de desarrollo, cada vez más aumenta y se agudiza el problema social de los niños de la ca­lle. Es en la forma de vida y bienestar de los niños la realidad que nos permite visualizar el enfoque, la inversión del Estado y la visión que la misma sociedad tiene acerca del bienestar de sus habitantes y de su futuro. Los niños que en su deber ser tendrían como tarea básica el juego, la educación y como conductas permanentes la alegría, aten­ción, el afecto, la protección..., en Colombia, como en los países de América Latina, se desconectan o desvinculan de su ser de niños para convertirse en los adultos enanos que, sin derechos, tienen que apren­der desde muy corta edad a resolver la cotidianidad de la vida en­frentándose a un sinnúmero de dificultades que cada vez más lo lleva por el camino de la despersonificación, del abandono y del deterioro.

Cada vez más la estructura económica, social y política por la que atraviesan nuestros países en donde existen un aumento con­siderable de desempleo, una baja inversión en la industria y la ge­neración de alternativas laborales, desplazamientos, en unos casos voluntarios, migración permanente hacia las ciudades en busca de oportunidades y en otros, como en el de Colombia, desplazamien­tos forzados a partir del enfrentamiento existente entre las distin­tas fuerzas en conflicto, margina normalmente a los más desprote­gidos: la mujer, los niños y la población civil, en general, que no toma partido activo en el enfrentamiento. La familia, reflejo de lo que sucede, cada vez menos estable y menos presente en la vida afectiva y formativa de las personas, condicionada por los vaivenes del desarrollo social y económico, obliga a todos sus miembros a ser parte y consecuencia de su problemática, caracterizada por des­

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integración parcial o total, cimentada en relaciones de violencia y maltrato generalizado entre sus distintos sistemas, sin raíces firnies en su iniciación y con lazos afectivos cada vez más débiles que hacen que sus individuos presenten distintas patologías y busquen desde muy temprana edad alternativas de huida más válida que la perma­nencia en el núcleo familiar. Las condiciones económicas que exigen la participación de todos y cada uno de los miembros del grupo fa­miliar en la generación del ingreso sin distinción de género, edad, actividad económica y derechos, con jornadas que exceden las nor­males para los adultos, con actividades no aptas para la edad del niño (a) y con una exposición permanente al tráfico y consumo de drogas, a las actividades delictivas asociadas a la misma.

Todo esto, unido a la falta de oportunidades y acceso a servicios básicos de salud, recreación, educación, vivienda y salubridad en ca­lidad y oportunidad se van constituyendo para estos grupos pobla- cionales y sociales en un problema que, como ya se dijo, presenta cada vez más dimensiones alarmantes, que conllevan a futuros pro­blemas relacionados con el bienestar de las sociedad y la salud pú­blica.

Los niños, producto de estas situaciones, van desde muy tem­prana edad buscando alternativas que logren dar respuestas a sus vida y cubrir las necesidades básicas de alimento, seguridad, afecto, sustento económico, etc. Para ello inician procesos de vida en las calles a partir de la posibilidad que les brinda el medio familiar de participar en la generación de ingresos, y es así como empiezan a abordar espacio amplios de interrelación en donde se exige a estos pequeños competencias y destrezas básicas que va adquiriendo a lo largo de su experiencia en calle. En esta primera fase de relación con la calle, mediada por el trabajo, va iniciando el desprendimien­to del grupo familiar y de la estructura de relaciones comunitarias e infraestructurales, hasta que llega en un tiempo relativamente corto a asumir de forma total la calle: este espacio público, lugar donde se hace posible el encuentro cotidiano entre las personas, quienes me­diante su acción van creando su propia historia y cultura y satis­faciendo allí mismo sus necesidades individuales y colectivas, com­partiendo derechos y deberes construidos para su beneficio y para su defensa de los demás que la sociedad establece, empieza a ser parte del cotidiano de la vida de los niños; constituido por calles.

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parques, andenes, centros de mercado, avenidas, zonas natura­les, etc., construido para los habitantes de las ciudades con el ob­jeto de regular la convivencia y bienestar de toda la sociedad y de regular el desempeño de todos sus miembros es, para los habitan­tes de las calles, su vida misma, es desde allí que se goza y se sufre, se ama o se odia, se violenta o se acompaña. Es desde allí que los niños empiezan a construir un proyecto de vida, mediado éste por el dolor, la desesperanza, el hambre, el frío, la intolerancia, la in­existencia de derechos, aunque nuestras Constituciones y acuerdos internacionales desplieguen literaturas que defienden el menor y le posibilitan una vida digna, es desde la calle que el menor empieza a sentir el sinsentido de la ley, de la sociedad y el valor de sí mis­mo. El recordar sus historias demarcadas por abandono, la violen­cia, el desamor, el desprecio, aunando a ello lo que van conocien­do del presente frío de las calles, no les deja otra alternativa que refugiarse y defender desde donde se encuentran lo que consideran que les pertenece verdaderamente: su aspecto físico, propios de su condición de abandono, en donde la talla, la marca, el color, la combinación, el aroma del cuerpo o del traje no importan; la po­sibilidad de conseguir una alimentación adecuada a la edad, al gé­nero, a la actividad que desarrollan, es reemplazada por lo que se logre encontrar en la «caneca» de la basura, en los restaurantes o en la caridad de las personas que aún sienten en su corazón la so­lidaridad por el necesitado. Esta falta permanente de alimenta­ción, estar en el desaseo, sin normas básicas de limpieza, les lleva a presentar un estado de salud deficiente, como desnutrición seve­ra, estatura baja con relación a la edad y al peso, manchas en la piel, enfermedades permanentes de tipo estomacal, bronquial, vi­ral, de transmisión sexual y tuberculosis.

Como toda sociedad, los niños que habitan las calles de las ciuda­des conforman grupos humanos organizados con una estructura que, aunque no la comparta la sociedad, tiene validez para quienes confor­man ese otro mundo de marginalidad al cual se ven abocados. Algunas de las características que presentan estos grupos son las siguientes:

• Se encuentran en las calles generalmente más hombres que mujeres, de diversas edades, procedencias y con historias y cul­turas diversas. Todos llegan a un mismo espacio, las calles de las ciudades.

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Delimitación de un espacio físico determinado, seleccionado previamente o por experiencia propia y por tradición oral en­tre los distintos miembros de las «galladas» sobre la base de su­plir las necesidades básicas de los mismos, a través de las ofer­tas que el medio proporcione de comida, agua, dinero y com­pra de las sustancias que consumen.Definición de unas normas básicas de convivencia desde las cua­les se determina el comportamiento de los que la constituyen: vocabulario, códigos usados, valores, símbolos e interpretaciones y representaciones de las cosas y hechos desde donde igualmente se toman decisiones y se asumen posturas, validando o no las re­acciones y acciones del marco socialmente establecido.Organizan formas de sustentación económica basadas en la mendicidad, limosna o «retaque» de productos, o principal­mente dinero, que se destina con el objetivo básico de conse­guir las dosis de drogas requeridas diariamente. Cuando no se logra despertar la compasión de la sociedad y, por el contrario, se evidencian a los menores como un peligro social, la mendi­cidad se transforma en delincuencia, estrategia a través de la cual se crean relaciones de igualdad entre lo que el menor siente que no tiene y que requiere conseguir de cualquier for­ma y lo que el otro ciudadano posee y el de calle considera le debe dar, por ser sujeto en desventaja y con derechos. Cuando una ciudad carece de oportunidades para el habitantes de ca­lle, le cierra espacios de presencia, los violenta o limita, se aumentan de forma considerable las situaciones de delincuen­cia y de maltrato de y hacia los habitantes de la calle.A pesar de las normas y de los esfuerzos de distintas organiza­ciones gubernamentales y no gubernamentales es muy común encontrar cómo a estos menores se les maltrata permanente­mente por medio de los organismos militares, paramilitares o de sociedad civil, que ven al menor como una causa de los pro­blemas de la sociedad, y el problema del habitante de la calle, como el que afea la ciudad; por ello es muy frecuente observar que en muchas ciudades se usan escuadrones de la muerte para asesinar menores o indigentes con la excusa de seguridad y bienestar. Muchos niños en toda nuestra América han muerto bajo las armas de los militares sin que el Estado ni las leyes

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realmente investiguen ni castiguen a los culpables, en el enten­dido de que no existe para ellos un doliente que reclame sus derechos ni vele por la dignidad a la cual tienen derecho.

• Estos menores han roto totalmente las relaciones con el grupo familiar, terminando o en algunos casos iniciando su proceso de socialización a partir de la calle. Esto afecta la estructura de personalidad del menor, ya que carece de modelos unificados y positivos de referencia, va creando patrones de comportamien­to y de valores dados a partir de la marginalidad, de modelos difusos, incoherentes y sin una clara definición de futuro. No es posible para estos menores proyectarse en el tiempo. Viven al día, al momento. A cada hora se juegan la vida. Son presen­te permanente, con principio y fin para cada actividad diaria.

• La cotidianidad de los menores gira entre el uso de drogas y el rebusque del sustento, en forma individual y/o colectiva. Los pa­res o parejas es la forma más frecuente en que se les encuentra para transcurrir el diario vivir. En el compartir existe una di­mensión de los grupal, con rasgos de solidaridad y ayuda mutua.

• Uno de los problemas a los cuales se ve abocado el menor que habita en las calles de la ciudad es el consumo de drogas. Este se constituye en un patrón de identificación y acepta­ción entre quienes conviven en las calles de las ciudades. Las drogas son utilizadas en primera instancia como exigencia a la pertenencia grupal y posteriormente son el centro de la vida. Existen patrones de consumo establecidos, frecuencias de uso permanente y uso de diversas drogas a diversas edades y con intencionalidad diversa. Unido a ello se añaden otras problemáticas, como la prostitución, el verse vinculado a las infracciones de la ley y otras que les apartan cada vez más de lo socialmente establecido.

Ante este panorama, los distintos Gobiernos han realizado acciones que intentan dar respuestas de diversos tipos: asistenciales, represivas, eliminatorias, etc., postura que igualmente comparte la sociedad con el abordaje que hace al problema: se convierte en auspiciadora indirecta del problema, ofreciendo ayudas que no obedecen a ningún proceso, sin niveles de exigencia ni sentido para el menor, lo que refuerza aún más la vida que el mismo lleva en la calle. Otras de las posturas encon­tradas tienen que ver con la eliminación que se hace del menor y el des­

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precio que sectores de la sociedad ejercen sobre el mismo utilizando sus estructuras represivas y ejerciendo la violencia y maltrato.

Ninguna de las dos posturas es recomendable ni válida, se requie­ren alternativas afectivas, efectivas y humanas que respondan a las ne­cesidades e intereses de los menores. Paz y Cooperación, reconociendo el problema desde una perspectiva humanista que intenta explicar los factores multicausales y las consecuencias para el ser y la sociedad, desarrolla igualmente con una visión holística procesos de atención fundamentados en unos principios básicos que permitan articular una visión integral desde lo humano, una correlación desde lo social y una intervención interdisciplinaria que logre no solamente construir y desa­rrollar con el niño(a) o joven un proyecto integral de vida, sino tam­bién posibilite en el marco de la sociedad espacio de sensibilización, crecimiento, aceptación, convivencia y solidaridad entre los dos mun­dos: el marco socialmente establecido y los diversos grupos marginales. No podemos pensar en un proceso de resocialización o rehabilitación social a expensas de la sociedad. Sólo en la medida en que la sociedad se abra al menor y le posibilite dentro del marco de la vida cotidiana es­pacios de interrelación, oportunidades y confianza se puede pensar en la construcción de un espacio sincero y válido para el reingreso del me­nor. En forma aislada del desarrollo social no sólo no podemos esperar que los menores adquieran las normas, valores, formas de relación y comportamientos que la sociedad en su conjunto exige, sino que segui­rá sintiéndose marginado, atentará permanentemente contra el orden establecido y será presa fácil de los grupos al margen de la ley.

Por otro lado, la complejidad del problema y la incapacidad eco­nómica, de infraestructura, pedagógica, etc., de las instituciones para solucionarlos exige una interrelación y trabajo interinstitucional de las ONG y organismos gubernamentales encargados por ley de dar respuesta a estos problemas. Es fundamental involucrar al Estado des­de todas sus estructuras, sectores, recursos y leyes a fin de poder llegar de forma eficaz a la solución, de aprovechar de forma eficiente los re­cursos tanto financieros, de servicios como de infraestructuras exis­tentes y poder cubrir no sólo a quienes ya se encuentran en las calles sino también a quienes van iniciando el recorrido de «callejización» y adicción a drogas.

Para todo lo anterior Paz y Cooperación fundamenta su trabajo en cinco principios fundamentales:

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1. CONCEPCIÓN DEL MENOR• Entendemos al menor como el resultado de una gran proble­

mática social y no como la causa de los problemas de la so­ciedad.

• Vemos al menor desde su ser de niño o joven en dificultad y no desde el deterioro bio-psico-social que presenta.

• Anteponemos en nuestra visión sus potencialidades más que sus defectos o limitaciones.

• Priman los derechos y necesidades del menor sobre los dere­chos y necesidades de los demás.

• Concebimos al menor en circunstancias especialmente difíci­les, como el resultado de una suma de consecuencias de tipo sicólogo, social, familiar que han provocado un mayor o me­nor grado de deterioro en su proceso de desarrollo psicoso- cial.

• Entendemos al menor, por la etapa de vida en que se encuen­tra (la adolescencia), como ser humano integral, bio-psico-so­cial y no ético, sujeto protagonista de su propia vida, con una historia personal en permanente cambio y en interacción con su medio; lleno de potencialidades y de limitaciones y en continua búsqueda de la satisfacción de sus necesidades básicas y de la realización de su proyecto de vida.

• Asumimos el problema del menor a partir de las problemáticas propias de la familia, y para ello abogamos por acciones que tiendan a su fortalecimiento, reconociendo en la familia la base de la sociedad y de la construcción de procesos educativos y de valores sociales.

2. PRINCIPIOS

• La individualidad

Como eje fundamental del Proyecto, entendiendo que a cada menor le corresponde una historia diferente, un proceso particular y una propia expectativa de vida. Frente a ello el programa pretende en lo posible dar respuestas individuales a las necesidades, capacidades.

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potencialidades, limitaciones y proyectos de vida al cual tiene derecho el menor como sujeto activo del proceso de cambio.

• Libertad

Es el punto de partida de nuestra visión. La Libertad como ele­mento esencial para asumir o no propuestas que al menor se le pre­sentan y como fundamento del Compromiso que el menor adquiere para consigo mismo, el grupo y el programa.

El Proyecto debe elaborar un proceso de aprendizaje por el cual el niño tome conciencia de las nuevas alternativas que se le abren en la vida y va descubriendo y escogiendo la mejor para su crecimiento personal.

• La democracia

El menor, partiendo de su individualidad, participa con sus com­pañeros de una construcción colectiva de relaciones sociales, en las cua­les el Proyecto fomenta la democracia participativa, como la estrategia que facilita la definición de prioridades, la búsqueda conjunta de una identidad social, la conformación de unos valores sociales y estableci­miento de unas normas que faciliten la convivencia y el desarrollo in­tegral de cada uno de sus integrantes. •

• Vinculación y participación comunitaria

El programa no pretende institucionalizar al menor sino vincu­larlo paulatinamente a medios comunitarios que le aceptan y le ayudan a participar activamente de sus relaciones, espacio, instan­cias y grupos establecidos. Creemos que sólo si la comunidad apoya al menor le ayudará a que éste pueda establecer nuevas relaciones sociales y empiece a borrar el resentimiento y rechazo del que ha sido objeto. Además facilita y promueve la participación del menor en instancias de decisión personal y de grupo a través de los distin­tos grupos existentes en las instancias del programa, en los hogares y en la comunidad.

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• La cotidianidad

Como elemento esencial de formación, entendiendo que en la vida diaria, en nuestra relación con los demás seres, grupos e inclusive con las cosas, ejecutamos procesos de aprendizaje que amplían cada día el marco de referencia y visión del todo y da los elementos nece­sarios para ir construyendo la vida y la nueva sociedad.

• Aprender haciendo

Metodológicamente el Proyecto se sustenta sobre el aprender haciendo, estrategia que le permite al menor sobre la cotidianidad, ir construyendo el marco de exigencias que el entorno plantea e ir a la vez participando en la reformación de las distintas esferas del pro­grama.

• Dinámica de grupo

En las diferentes alternativas que le ofrece la calle, el menor se ha encontrado con grupos que son en el medio un factor pseudoprotec- tor y el reemplazo del grupo familiar, y desde allí se marcan las dis­tintas normas de comportamiento y valores que el menor posterior­mente desarrolla basados en el valor que representa el grupo para los menores.

Se ha tomado la Dinámica de Grupo como la metodología a tra­vés de la cual se puedan construir nuevas formas de relación y de en­tendimiento de transcurrir social, se cimiente en un contexto afecti­vo, solidario, participativo y democrático, proyecto de vida, que les permitan posteriormente asumir su individualidad y aportar su expe­riencia para ayudar a otros menores en condiciones iguales.

Apoyados en el grupo como elemento psicológico de la adolescencia se refuerza el trabajo con el mismo como espacio de apoyo personal, co­municación grupa!, confrontación y desarrollo del sentido comunitario.

En el grupo de iguales, compartiendo las mismas experiencias, di­ficultades y la misma vida, y a través del mismo, el joven puede: asu­

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mir responsabilidades, autoconocimiento, respeto, manejo de senti­mientos, facilidad para aceptar críticas... El propio grupo se converti­rá en apoyo en el proceso de maduración y desarrollo personal ade­cuado de cada uno de los integrantes. El grupo será el espacio en el que el joven sienta el apoyo de los compañeros, como factor protec­tor, y alcance la fortaleza para mantenerse firme permanecer en el Proyecto.

3. ORGANIZACIÓN INSTITUCIONAL

Paz y Cooperación es una ONG de carácter privado sin ánimo de lucro que trabaja en la ciudad de Bucaramanga (oriente de Colom­bia) en la atención de niñas, niños y jóvenes de la calle, que han te­nido en sus medios familiares diversas carencias, maltratos y otros problemas que les han llevado a tomar la decisión de vivir en las ca­lles. Desde hace cerca de siete años iniciamos nuestro trabajo con­tactando a los menores que vivían en espacios baldíos de la ciudad a merced de la limosna, del maltrato y rechazo de la sociedad, por las condiciones en las cuales se encuentran.

Sensibilizados por la situación encontrada, empezamos a realizar gestiones con las entidades del Estado y sociedad en general con el fin de poder buscar alternativas que dieran respuestas a las condiciones que estos menores presentaban. Allí surgió lo que hoy son diversos procesos que permiten al menor encontrar una mano amiga, un ca­mino, un proyecto de vida y una forma de pensar en que el futuro existe, que él es eje fundamental del desarrollo social y que como ciu­dadano tiene derechos inviolables, respetables por todos y exigibles desde instituciones como la nuestra.

Hoy contamos con:PROCESO RESCATE: Es el trabajo que realiza un grupo de per­

sonas entre voluntarios y empleados que llenos de sensibilidad y mís­tica se sumergen en el medio de las «galladas» y las calles, a fin de in­tentar mostrar al niño que existe para ellos una esperanza, una opor­tunidad distinta a la vida callejera y al consumo de drogas. El menor que ha sido rescatado es invitado a participar paulatinamente de la vida del centro de servicio, en donde puede encontrar un lugar de re­ferencia para bañarse, lavar sus ropas, alimentarse, resolver sus dificul­

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tades de salud y encontrar a alguien con quien compartir, jugar, ha­blar o simplemente descansar o reposar de la dureza del asfalto.

CENTRO DE RECEPCIÓN Y REMISIÓN: Es un espacio físico de referencia para el niño, niña o joven que ha sido contactado, mo­tivado y orientado para participar de un programa de atención que le desvinculará progresivamente del medio callejero, le posibilita la adaptación a las normas socialmente establecidas, a las relaciones in­terpersonales, a su recuperación fisiológica y nutricional y a la crea­ción de una conciencia de cambio. Esta fase dura un mes, con un programa de cuatro semanas, es una fase de transición para las si­guientes instancias del proceso. El menor es atendido por un equipo profesional: Psicólogos, trabajadores sociales, pedagogos, médicos, odontólogos, nutricionistas, terapeutas ocupacionales y educadores; personal que en conjunto elabora mediante un programa completo de actividades un diagnóstico integral, que permite clarificar las po­tencialidades, dificultades, limitaciones y posibilidades de cada me­nor, para posteriormente ser remitido a un proceso de atención.

HOGARES DE ACOGIDA EMAÚS: Son siete estructuras físicas, que se han construido especialmente para la atención de los menores ubicados en una zona de un barrio de la ciudad. Estos una vez diag­nosticados en el Centro de Recepción y Remisión, son enviados a este proceso, que consta de dos niveles: Casa de Normalización y Ho­gar de Acogida. Este proceso es de tipo abierto, inserto en el medio comunitario del barrio, y desde esta perspectiva se posibilita al menor el restablecer los lazos sociales, la relación comunidad-menor y vice­versa, a utilizar los espacio públicos y a reaprender a comportase con otros iguales de la sociedad que ellos han abandonado.

En este proceso el menor se va vinculando paulatinamente a la escolaridad en escuelas del sector, al uso del centro de salud comuni­tario, a la biblioteca comunitaria, etc., que le facilitan los medios ne­cesarios para reconstruir sus relaciones, normas de convivencia y for­mación personal. Igualmente es atendido por el grupo de profesiona­les ya descrito, que intensifican su impresión diagnóstica y establecen con el menor un plan de tratamiento, un plan de trabajo a seguir y la construcción de un proyecto de vida.

Cada Hogar esta conformado por diez menores y un educador, con los cuales planean un diario vivir, que debe responder a las nece­

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sidades, intereses y expectativas de cada grupo (cada grupo es homo­géneo, en edades próximas). Se distribuyen responsabilidades a cada menor, en relación consigo mismo y con los demás con los cuales convive (asear la casa, hacer la comida, lavar su ropa, mantener la co­cina y sus enseres, arreglar las camas y cuidar las pertenencias de cada uno y las de la casa).

A medida que avanza el menor en el proceso, va perfeccionándo­se en su formación personal y en el cumplimiento de los logros asig­nados; se va vinculando a actividades prelaborales, vocacionales y la­borales que le vayan preparando y adiestrando, de acuerdo a sus inte­reses, habilidades y posibilidades, para construir su proyecto de vida y su ubicación laboral definitiva que le permita desvincularse del pro­grama. Estos menores más avanzados van a los Talleres Productivos Apis, que cuentan con una panadería, un taller de imprenta y una productora de papel hecho con fibra de hoja de piña y otros recicla­dos. Por su participación en los mismos se les suministra un estímulo mensual, el cual es distribuido entre: gastos personales (lo gasta el menor en lo que él desea), ahorros (los guarda el Programa y los en­trega a los menores según solicitud por escrito realizada, estudiada y aprobada por el Comité Directivo del Fondo de Ahorro, que son me­nores del Programa elegidos por ellos mismos, y un representante del Programa), Fondo del Hogar (es un dinero que es aportado por cada menor con un 10%, y con el cual el grupo decide qué hacer: ir a cine, comprar gaseosas, helados, etc.) y Fondo de Solidaridad, desde el cual se cubren cosas extraordinarias de beneficio para el colectivo (viaje a la costa, una operación especial de algún menor, etc.).

COMUNIDAD TERAPÉUTICA EAS: Es un proceso puntual de 15 meses, de tipo terapéutico, que atiende a los niños y jóvenes de la calle que presentan problemas con el uso o abuso de drogas. Tiene una estructura física diferente, es de tipo rural, construida especial­mente para estos menores. El proceso de divide en seis fases: Acepta­ción, Casa de encuentro. Comunidad residencial. Proyecto de vida. Reinserción y Seguimiento. A los menores que ingresan se les motivan para que continúen en el proceso y acepten que tienen un problema más grave y es el relacionado con el consumo de drogas. Se trabajan mediante un sistema de terapias, grupos de apoyo, atención multipro- fesional y terapias ocupacionales. Una vez termine el proceso y con proyecto de vida en la mano se le da la oportunidad al joven, si es me-

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ñor de 18 años, de continuar y realizar su proyecto en los Hogares Emaús, los Hogares de Egreso o, si se ha logrado contactar en la fami­lia, en su medio familiar. Este proceso es en su mayoría financiado por la Institución, los menores aportan su esfuerzo y participación en las labores de la finca: jardinería, cuidado de algunas especies menores, cultivo de lombriz, conejos y riego y siembra de hortalizas.

HOGARES DE EGRESO SHANTI: Son hogares (dos en la ac­tualidad) que se están terminando de construir y que darán la posibi­lidad a los menores que han terminado su proceso en Hogares Emaús o Comunidad EAS para que cuenten con apoyo hasta que logren por sí mismos generar los ingresos necesarios para lograr su autonomía económica, desprendimiento total del Programa e independencia de la Institución. La financiación del Hogar corre por cuenta de los jó­venes. Paz y Cooperación apoyará con una persona que hará las veces de orientador y facilitador del grupo de jóvenes que han elegido esta alternativa de desprendimiento.

TALLERES PRODUCTIVOS APLS: Son una alternativa de capa­citación laboral, formación en hábitos y actitud de trabajo para los menores y producción de bienes y servicios para la comunidad en ge­neral. Se busca a través de la inmersión del menor en el taller que éste logre a partir de su relación con la empresa en todos sus procesos el entendimiento y el aprendizaje necesario para desempeñarse en un trabajo, manejo de autoridad, formar hábitos de trabajo y asumir de forma responsables pequeñas o grandes tareas.

Se cuenta con tres talleres:Panadería: Permite el aprendizaje del menor en el ramo de ali­

mentos, en especial de pan, tortas y ponqués. Cuenta con los equipos y maquinaria adecuadas: Un horno de 14 latas, escabiladrero, latas, una rollera, una amasadora, una batidora industrial y otros para el proceso productivo. Se cuenta además con dos puntos de ventas y una comercialización, que cada vez va creciendo más. Los menores participan de todo el proceso, incluyendo el de contactos de clientes y ventas.

Imprenta: Desarrolla trabajos de impresión litográfica y tipográfi­ca, además de encuadernación, empastes, fotocopias, diseño gráfico y publicitario. Cuenta con maquinaria que permite hacer trabajos de calidad, como: dos máquinas litográficas, una tipográfica, una com­

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putadora para diseño gráfico, guillotina y pasadora de planchas. Des­de este taller se coordina, comercializa y trabaja el papel ecológico.

Productora de Papel Ecológico: Es una empresa que hace cerca de un año se ha instalado y puesto en funcionamiento. Produce papel artesanal hecho a mano con fibra de la hoja de la piña, producto que se siembra y cosecha en nuestra región (Santander), además de papel hecho con papeles reciclados, en diversos gramajes y estilos: con hi­los, color, pedazos de desechos vegetales, etc.

De esta forma cantidades de ONGs en las ciudades latinoameri­canas se esfuerzan por dar una respuesta afectiva y efectiva a estos me­nores a los que la vida les negó una oportunidad lanzándoles a la de­sesperanza y deterioro continuo, ofreciéndoles «una mano amiga», ca­lurosa y cercana, y junto al calor y la humanidad, un sinnúmero de oportunidades en las que los menores van entretejiendo su futuro, re­cobrando el brillo de sus ojos y la dulzura de su sonrisa y convirtién­dose en un ser activo, ser social, capaz de dar su aporte social. Por eso podemos que afirmar que las calles de nuestras ciudades están llenas de desesperanzas y esperanzas, de desilusión e ilusión, de oscuridad y luminosidad..., pero por desgracia la definición de estas fuerzas opuestas no depende de la debilidad de los menores sino de la forta­leza de nosotros, de los mayores...., de ti, de mí, de nosotros..., por­que preocuparse de los derechos de los más pequeños es cuestión de GRANDEZA, partiendo del principio de que el derecho de los me­nores está por encima del nuestro.

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Nuevo panorama, nuevos movimientos religiosos

en América LatinaCristian Parker G. (*)

Hace unas tres décadas el panorama religioso en América Latina estaba en ebullición. Junto a las profundas renovaciones eclesiales provocadas en el catolicismo por el Concilio Vaticano II, surgían gru­pos de cristianos revolucionarios y la propia Jerarquía de la Iglesia ini­ciaba, con Medellín (1), una opción por los pobres y su liberación in­tegral. Ante el auge de los movimientos populares surgían en los años setenta los «cristianos por el socialismo», y en el plano teológico la «Teología de la liberación» —desde vertientes católicas y protestan­tes— inauguraba un nuevo paradigma de interpretación que desde la fe miraba a la realidad de subdesarrollo y dependencia del continente y propiciaba una praxis de liberación. Era la época en que la crisis del desarrollismo, el proceso cubano emergente y el contexto de la «gue­rra fría», así como las aspiraciones de cambio social, empujaban a los pueblos latinoamericanos hacia procesos sociales de extensa moviliza­ción ubicando el campo político e ideológico en el primer plano del acontecer social. Las Iglesias y los propios movimientos religiosos emergentes estaban consecuentemente embebidos de esos «signos de los tiempos» y el surgimiento de un compromiso cristiano de fuerte contenido social era su natural proyección.

A fines de los noventa e inicios del siglo XXI, fin del milenio, no estamos precisamente presenciando la multiplicación exorbitante y fabulosa de movimientos milenaristas de tipo religioso como muchos

(*) Chile, doctor en Sociología, investigador del Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile.

(1) Conferencia General del Episcopado Latinoamericano desarrollada en Medellín, Colombia, en 1968.

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analistas han presagiado —aun cuando hay presencia levemente cre­ciente de movimientos como los Adventistas, Testigos de Jehová, mormones y similares.

El panorama religioso latinoamericano está ahora caracterizado por la persistente expresión religiosa de las multitudes, por el crecien­te pluralismo de Iglesias, movimientos y espiritualidades y la batida en retirada de ideologías secularistas, laicistas o ateas.

Todo indica que el campo religioso latinoamericano ha sufrido el impacto de los cambios culturales caracterizados por los procesos de globalización y la inserción de las economías latinoamericanas en el mercado capitalista transnacional en tránsito hacia una sociedad glo­bal postindustrial. Procesos que han sido resultado, entre otras causas, de la crisis de los regímenes socialistas, la ausencia de alternativas visibles al capitalismo de mercado y la subsecuente crisis de la política en el mundo occidental y de sus repercusiones en la sociedad latino­americana.

Luego de la superación de los regímenes de Seguridad Nacional, frente a los cuales la Iglesia católica, y ¿gunas Iglesias protestantes, reac­cionaron defendiendo los derechos humanos violentados, los países lati­noamericanos fueron superando la crisis de la deuda externa de los ochenta (la «década perdida», al decir de la CEPAL), e iniciaron durante los años noventa procesos de democratización: Brasil, Argentina, Ecua­dor, Bolivia, Uruguay, Paraguay, Perú y Chile. En Centroamérica luego de los acuerdos de Esquipulas a fines de los ochenta, se abrieron procesos de pacificación en Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala.

Las Iglesias, que durante los regímenes autoritarios cumplieron un rol importante en la rearticulación de la sociedad civil, volvieron a re­tomar su rol específico en el campo religioso. Sin embargo, durante la última década hay que destacar el rol mediador jugado por sectores eclesiales. En los procesos de pacificación en Centroamérica, en los procesos de diálogo entre fuerzas de guerrilla y autoridades del Gobier­no, en Colombia, Perú, México y otros países, e incluso en procesos de negociación entre grupos de narcotraficantes y Gobiernos, como en Colombia. Con todo, la Iglesia católica no ha dejado de lado del todo la defensa de los derechos humanos y está abogando por su respeto, tanto en procesos de transición de períodos convulsivos a períodos de­mocráticos, como en Chile, El Salvador y Guatemala, como en proce­

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sos sociopolíticos donde se defienden los intereses de los pobres, como en Argentina, Bolivia, Venezuela y Paraguay. Al respecto debemos traer a la memoria los casos paradigmáticos de monseñor Samuel Ruiz y de monseñor Juan Gerardi. El primero, habiendo ejercido un rol impor­tante en las negociaciones de la crisis de los guerrilleros indígenas en Chiapas con el Gobierno mexicano, y el último, reciente obispo mártir en Guatemala, defensor de la búsqueda de la verdad de los crímenes contra los derechos humanos cometidos por fuerzas militares y parami­litares y ferozmente silenciado con el precio de su propia vida.

Pero lo más notable del nuevo panorama religioso contemporá­neo en América Latina proviene, como hemos dicho, precisamente del fortalecimiento de expresiones, movimientos y espiritualidades re­ligiosas. Esto se está dando en el marco de una crisis de representa­ción de la política tradicional, con creciente desafección de la ciu­dadanía por la participación cívica, y crisis de los partidos políticos en prácticamente todos los países del continente. Ella ha debilitado ob­viamente la gobernabilidad democrática, dejando esas sociedades al amparo de corrientes neopopulistas (como las encabezadas por líderes carismáticos como Menem, Fujimori, Bucarám, etc). La importancia creciente de los medios de comunicación, amplificado su rol por la revolución tecnológica-electrónica, ha cambiado el propio carácter y naturaleza de la política, transformándola en un «espectáculo» ( C a s -

TELLS, 1998) mediático que ciertamente tiene menos fuerza que la vi­talidad de los rituales masivos de las Iglesia pentecostales, de los cul­tos afroamericanos o de las masivas fiestas del catolicismo popular.

Los nuevos movimientos religiosos salen ahora fortalecidos y afianzan sus opciones espirituales, que se presentan como medios de salvación frente a la crisis moral y de representación de la sociedad ci­vil, tanto como frente a la persistencia de la miseria, la pobreza, el al­coholismo, las drogas y la violencia familiar y social en vastos medios populares de los diferentes países que los procesos de recuperación y ajuste económico no han logrado superar.

Los movimientos espirituales, católicos, pentecostales, afroameri­canos, sincréticos, van así llenando el espacio vacío que dejó la crisis de los movimientos militantes de cristianos comprometidos, tanto como el espacio no penetrado por la extensión de las comunidades eclesiales de base de la Iglesia católica durante la década de los ochen­ta. Si otrora el compromiso revolucionario movilizaba masivas mani­

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festaciones populares, ahora las grandes plazas y avenidas son ocupa­das por romeros y peregrinos que masivamente se dirigen a algún santuario o lugar de culto popular católico y/o sincrético o bien hacia un gran estadio en que algún pastor evangélico imparte la sanación espiritual. Los viajes del Papa a casi todos los países del continente, incluyendo su reciente y significativa visita a Cuba, su carismática fi­gura «mediática», así como la mayor presencia de espacios religiosos en medios sociales de comunicación han contribuido a este cambio; tanto como las campañas televisivas y las giras de pastores «teleevan­gelistas» por todo el continente.

El campo religioso se ha transformado, pero en términos de un «reencantamiento» del mundo, que es ambivalente por cuanto, por una parte, promueve vertientes militantemente integristas y antimo­dernistas; por otra, vertientes espiritualistas descomprometidas con el mundo (promueven el «apoliticismo»), y, por último, movimientos religiosos que buscan recuperar el sentido social del cristianismo e in­sertarlo en el marco de las reivindicaciones de los nuevos movimien­tos sociales de los noventa: indígenas, mujeres, barrios, jóvenes, me­dio ambiente y ecología, y movimientos de democratización de la so­ciedad civil. En este contexto la crisis de la Teología de la liberación (B a r r e r a , 1996), crisis de mesianismo, de los conceptos analíticos para interpretar la realidad, crisis de praxis solidaria y liberadora, de paradigmas y referentes, es al mismo tiempo la búsqueda de nuevas opciones y compromisos con los nuevos excluidos del sistema globa- lizado que emerge.

Un creciente malestar ético se extiende desde las Iglesias y en la sociedad civil, frente al fracaso del neoliberalismo, que en el marco de la globalización capitalista se muestra como incapaz de superar los mas graves problemas y demandas de los pueblos latinoameri­canos (2). Pero generalmente esos movimientos éticamente inspira-

(2) Ver, a modo de ejemplo, en A A .W . (1998): Carta sobre el Neoliberalismo de Supe­riores Jesuitas de América ú itin a, de 1996, y Normas Morales sobre los ajustes estructurales y las medidas de reforma económica, del Grupo Religioso Ecuménico de Trabajo sobre el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, mayo de 1997. Ver también PARKER, 1998.

La bibliografía reciente sobre religión en América Latina es numerosa. Pueden consul­tarse los siguientes números de Social Compass, 39/3, 39/4, sobre el desarrollo del Protes­tantismo; sobre los 500 años del Cristianismo en el continente; 41/3, con artículos sobre la investigación y la enseñanza de la sociología de la religión en América Latina; 41/4, so­bre religión y política en Brasil, y 42/3, sobre sociología de la religión en Chile.

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dos se articulan mal con las expresiones más masivas del misticismo popular (católico o pentecostal).

Desde hace más de una década los estudios de Sociología y An­tropología de la religión sobre América Latina se han multiplicado de manera significativa y la tendencia a que los propios latinoamericanos investigen su realidad es creciente. Pero existen escasos estudios que abarquen el panorama religioso mirado globalmente y en perspectiva sociohistórica. En un estudio sobre la evolución y dinámica de las re­ligiones populares sometidas a los procesos de modernización capita­lista (Parker , 1993) desarrollamos algunas tesis que pueden generali­zarse a los procesos actuales que vive el continente. Actualmente, en efecto, se sigue acumulando la evidencia que, en lo sustancial, validan esas tesis, algunas de las cuales pueden ser reproducidas sucintamente en este artículo:

1. Se constata, en primer lugar, que no ha]/ procesos directos de se­cularización provocados por la modernización. Esta no conduce inevi­tablemente a la pérdida del peso significativo del campo religioso, cuanto mucho más a su transformación. De hecho las ideologías secu- laristas y el ateísmo se baten en retirada, el laicismo pierde terreno, como lo han mostrado con evidencias el caso mexicano, uruguayo, chi­leno y cubano, y la religión es un hecho mucho más respetado y acep­tado por las élites y el Estado que en épocas pasadas enarbolaran las banderas del liberalismo anticlerical y el racionalismo antirreligioso.

La transformación de lo religioso va adquiriendo características propias de acuerdo a la dinámica histórica, los condicionamientos es­tructurales y a las propias tradiciones, evoluciones y construcciones simbólico-religiosas de la cultura y del pueblo latinoamericano.

El hecho más claro en la evolución histórica del campo religioso latinoamericano es con certeza la disminución progresiva de la hege­monía del catolicismo y el incremento del protestantismo. Ello signi­fica la entrada de nuevos actores e instituciones religiosas en los espa­cios públicos y en las relaciones Estado-sociedad (BASTIAN, 1992).

Las Iglesias evangélicas, en tanto minorías religiosas que dejan de serlo y buscan legitimarse en la sociedad global, se van convirtiendo en actores sociales relevantes y en interlocutores del campo político con evidente peso, como lo han mostrado los casos de Brasil y Perú en elecciones presidenciales y parlamentarias decisivas.

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2. Una segunda tendencia, muy vinculada a la anterior, es a la pluralización de alternativas religiosas. En este «abanico que se abre» (Parker, 1993, cap. 7) no sólo se trata del surgimiento de nuevas re­ligiones populares urbanas sino de viejas que se revitalizan y de nue­vos sincretismos que emergen. En este marco no es sorprendente ob­servar un creciente pluralismo institucional que se expresa en el flore­cimiento de Iglesias evangélicas y de su fortalecimiento en cuanto instituciones competitivas (cfr. Mariz y Das D ores Campos, 1998); en el incremento de nuevos movimientos religiosos y en su descalifi­cación como «secta» por parte de las instituciones religiosas ya esta­blecidas (Frigerio, 1998), y en el fortalecimiento y difusión de los diversos cultos afroamericanos en diversos países del continente: Ca­ribe, incluyendo Cuba, Brasil (Prandi, 1996) e incluso en países mo­dernos y urbanizados como Uruguay y Argentina.

Los censos y estadísticas de los diversos países de América Lati­na, y más precisamente de los diversos países de Iberoamérica, nos indican que por todas partes la adhesión al catolicismo ha bajado en los últimos cincuenta años y que, por el contrario la adhesión a otras religiones, protestantes o evangélicos, religiones sincréticas de origen autóctono, como las afroamericanas, nuevos movimientos religiosos, o nuevas expresiones de características místicas o esotéri­cas, ha crecido y también se ha presenciado la revitalización de mu­chas religiones indígenas. Estas últimas, en buena medida, son tam­bién el reflejo de los procesos de reetnificación de los movimientos indígenas que, en algunos casos más fundamentalistas, comienzan a cuestionar al cristianismo dado su carácter de religión colonial de origen occidental.

El crecimiento explosivo de los evangélicos, especialmente de los pentecostales, puede ser interpretado en el contexto de las contradic­ciones que provocan los procesos de modernización en Latinoaméri­ca. Actualmente sigue vivo el debate acerca del carácter «protestante» de la expresión mayoritaria del protestantismo latinoamericano: el pentecostalismo (Freston, 1998). Éste aparece como una nueva for­ma de religión popular que viene a competir con las antiguas formas del catolicismo popular, pero en sus versiones más recientes, con las re­vitalizadas expresiones de religiones afroamericanas, como es el caso de la «guerra religiosa» larvada entre Iglesias neopentecostales en Brasil y Uruguay, su condena de la magia y la superstición tanto como de los

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neo-esoterismos (Cecilia M ariz y María DAS DORES CAMPOS, 1998; CiSNEROS, 1995).

3. Una tercera tendencia es a la diversificación del catolicismo y lo que llamamos la «fragmentación del campo católico» (PARKER, 1993, cap. 6). Tanto las transformaciones sociohistóricas como la renova­ción y cambios en el propio catolicismo latinoamericano desde la dé­cada de los años sesenta han venido desestructurando el catolicismo oficial fuertemente influido por el modelo de cristiandad o de neo- cristiandad —es decir, como campo religioso cerrado y autorreferi- do— y han pluralizado no sólo las opciones éticas y políticas entre los católicos, sino las expresiones religiosas mismas. Se dan hoy, en con­textos muy distintos —centro o sudamericanos—, dinámicas simila­res de fuerte interacción y en ocasiones competencia interna que se establece en el contexto de parroquias católicas entre movimientos, comunidades y tendencias católicas de distinta sensibilidad y opción espiritual, social y religiosa (Ana Peterson, 1998, y Aldo A meigei- RAS, 1998).

Si bien todavía las tensiones podrían comprenderse horizontal­mente entre «conservadores» y «progresistas», ya las propias fronteras valóricas de lo que hace algún tiempo se consideraban esas posturas se han desdibujado por tensiones transversales y diagonales. Tal es el caso de la competencia entre movimientos como los Cursillos de Cristiandad, Neocatecúmenos, Focolares, Schoentat, Opus Dei, Cris­tianos para una Ciudad Nueva, Legionarios de Cristo Rey, Comuni­dades de Vida Cristiana, Vicentinos, etc., y los grupos parroquiales de catequesis, scouts, sacramentos, cofradías, pastorales juveniles, etc. La propia tensión muchas veces se establece entre las CEB (Comuni­dades Eclesiales de Base) y las cofradías del catolicismo popular. La apertura de alternativas religiosas en espacios urbanos —tipo parro­quias o territorios— plantea un problema en la vida cotidiana para los actores sociales respecto de la aceptación o rechazo de las otras «presencias religiosas», favoreciendo la existencia de prejuicios genera­dores de intolerancia, o, por el contrario, aportando a la instalación de actitudes tolerantes y pluralistas.

Las corrientes de transformación en un lado del campo religioso —aun a pesar de que las instituciones suelen cerrar filas en torno a la delimitación de sus propias fronteras simbólico-religiosas tendiendo a reafirmar la respectiva ortodoxia— van influyendo en el lado opuesto

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y viceversa. No es casualidad que en el campo evangélico no sean los protestantismos históricos (de cultura nordatlántica reformada) los que se ven incrementados, sino los pentcostalismos y los neopenta- costalismos..., movimiento que es paralelo al interesante incremento en todo el continente del movimiento carismático católico. Este últi­mo significa un proceso de «pentecostalización» de la Iglesia católica, donde, al contrario de lo que generalmente se supone, no significa necesariamente una tendencia al incremento de corrientes religiosas conservadoras al interior del catolicismo. El caso de Curazao muestra que el carismatismo católico, cuando está enraizado en medios popu­lares, no es necesariamente alienante, sino que incluso es compatible con un sentido de lucha social (Lampe, 1998).

4. Una cuarta tendencia, consecuencia lógica de las anteriores, es al incremento de la competencia interinstitucional entre Iglesias y movimiento en e l campo religioso latinoamericano. Mucho se ha escrito acerca del incremento explosivo de las mal llamadas «sectas» —incre­mento que de hecho se ha magnificado—, pero más convendría ana­lizar esta dinámica en el marco de los nuevos movimientos religiosos (con carácter sectario o no) que entran a competir en las ofertas de salvación con Iglesias ya establecidas y legitimadas.

El incremento de las ofertas institucionales en el campo religioso conduce inevitablemente a una competencia de parte de las institu­ciones eclesiales por la captación o retención de los fieles. La «guerra religiosa» larvada se traduce, pues, en el intento de deslegitimación del adversario. Deslegitimación que se hace sacralizando la propia verdad y demonizando, por medio del «labeling» ( Frigerio, 1998), la alternativa que se busca descalificar. Lograr imponer la etiqueta de desviante al adversario constituye una estrategia de movilización de recursos, mediante la cual los grupos intentan obstaculizar el accionar de sus adversarios y favorecer el propio. Así en el Gran Buenos Aires, como en tantas otras grandes metrópolis latinoamericanas, se observa esta descalificación de las «sectas» por parte del discurso oficial de sacerdotes y pastores. En el caso del catolicismo surge el desafio plan­teado por la cuestión identitaria: son numerosos los procesos de re­construcción étnica —especialmente en poblaciones indígenas o mes­tizas de Mesoamérica y los Andes, o en poblaciones con antecedentes africanos del Caribe y de Sudamérica— que se dan sobre la base de la afirmación de nuevos sincretismos religiosos. Con todo, las Iglesias

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todavía no logran interpretar en forma adecuada las identidades y de­mandas étnicas de los grupos afroamericanos —y prueba de ello son las conflictivas relaciones de la Iglesia católica y los negros en Brasil (Valente, 1998)—, que más bien se sienten interpretados por el re­surgir de sus propios movimientos y cultos como la Umbanda, el Candomblé, la Santería, la Macumba, etc., en toda la zona americana de la cuenca del Caribe desde Brasil hasta el Golfo de México, pasan­do por las Antillas.

Estas tendencias nos hablan de un nuevo panorama religioso. To­das estas transformaciones religiosas se han dado en el marco de los cambios de las sociedades latinoamericanas de estas últimas décadas. Por efecto de la globalización, el capitalismo se ha modernizado com- plejizando la estructura social, diversificando las clases y los grupos so­ciales, incrementando nuevas culturas y subculturas, sometidas a la he­gemonía de la cultura consumista que acarrea la internacionalización de los mercados bajo el neoliberalismo. Sin embargo, estos procesos de modernización no sepultan la lógica simbólica y ritual propia de las culturas latinoamericans, esa «otra lógica» presente de manera privile­giada en las clases, grupos y mayorías populares. El campo religioso muta de campo religioso cerrado hegemonizado por el catolicismo, a campo religioso abierto con dilución de antiguas Fronteras, competen­cias interinstitucionales, nuevas adhesiones y nuevos reacomodos de los actores eclesiales y de los grupos de fieles. Cuando por efectos de la glo­balización las fronteras se tienden a diluir, las instituciones las tienden a remarcar, lo que explica en buena medida las respuestas restauradoras de Iglesias como la católica..., y el mayor peligro resulta ser las diversas formas de religiones en competencia y las nuevas formas de sincretis­mos y de religiones difusas (cfr. O ro , Steil, 1997).

En efecto, la inserción de la América Latina al capitalismo globali- zado en estas últimas décadas va transformando la estructura social y la cultura latinoamericana..., no en el sentido que lo hace con EE.UU. o Europa sino sobre la base de los antecedentes culturales y religiosos del pueblo latinoamericano. A diferencia del Norte, en que las transforma­ciones del campo religioso se dan sobre la base de una sociedad que desde la Reforma es ya multirreligiosa, muy expuesta a una cultura ilus­trada y racionalista, y en las cuales el ethos protestante constituye una de las matrices culturales que tiene afinidad electiva con el espíritu capita­lista, como sugiriera Weber, en América Latina la transformación reli­

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giosa se da sobre la base de una estructura cultural y religiosa simbóli- co-ritual de fuerte connotación ibero-católico-indígena-afro, donde los sincretismos característicos de las religiones populares latinoamericanas operan como «otra lógica» a partir de la cual se van reconstruyendo las viejas tradiciones y van emergiendo las nuevas.

Se incrementan así corrientes mágico-religiosas, en algunos casos incorporando abiertamente la Nueva Era con sincretismos que inclu­yen rasgos de religiones orientalistas, de autocontrol y superación es­piritual; las religiones populares se ven fortalecidas y multiplicadas; se diversifican las opciones al interior del catolicismo y se extienden los cultos evangélicos como hemos afirmado (pentecostalismos con ras­gos ascéticos, pero enfatizando la sanidad, tanto como la expresión ri- tualística y simbólica).

Las corrientes disciplinariamente ascéticas, por su parte —de ten­dencia fundamentalista o integrista, protestante o católica—, se de­fienden: se incrementan así los conservadurismos religiosos, fenóme­no éste que se da preferentemente en clases medias y altas.

Por otra parte, persisten tradicionalismos, pero surgen nuevos movimientos de corrientes religiosas, desde vertientes milenaristas, hasta próximas a la parapsicología, la cientología y el esoterismo, que influyen en nuevos sincretismos populares que se autonomizan relati­vamente de los dictados de sus Iglesias oficiales, así como en la modi­ficación de las tradicionales adhesiones de las clases medias a sus res­petables Iglesias: la globalización tiende, pues, a sincretizar aún más el campo religioso (Pace, 1997).

La religión cumple un papel ambiguo: puede ser funcional al ca­pitalismo globalizado, conservadora y promotora de la ética ascética y de la salvación individualista, pero también puede servir de identidad religiosa —raíz cultural— antimercantilista, contracultura de la so­ciedad de consumo y de la cultura hegemonizante internacional que desenraíza y desterritorializa las identidades culturales.

Los rasgos de este nuevo panorama religioso, con estas nuevas co­rrientes y movimientos, que hemos esbozado, por cierto no cubren toda la multifacética y rica realidad religiosa del continente. Pero indican ten­dencias indesmentibles que permiten hacerse una idea de conjunto.

Hemos enfatizado el incremento del pluralismo religioso, las in­fluencias cruzadas, las conflictivas relaciones interinstitucionales y la

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emergencia de nuevas corrientes en el campo religioso global. No hemos profundizado en la descripción de todos y cada uno de los movimientos, ni en las corrientes de religión difusa, esotérica, orientalista o influidas por la New Age; como tampoco en las rela­ciones de las Iglesias con el Estado y la relación entre religión y po­lítica. Con todo, hay que destacar el hecho de que no debe pensarse que se está desvaneciendo la presencia de las Iglesias. Estas siguen te­niendo un peso específico en las sociedades latinoamericanas —des­tacando todavía el catolicismo, que sigue siendo mayoritario—, y si bien están hoy mucho más volcadas a sus propias preocupaciones de tipo evangelizador y pastoral, no es menos cierto que buscan tam­bién, de diversa manera, revitalizar el sentido social que ha caracte­rizado distintivamente y durante décadas el compromiso de los cris­tianos latinoamericanos. Claro que ahora el compromiso social se practica en el contexto de los cambios culturales y la globalización, de las contradicciones del neoliberalismo criollo, por lo que ya no puede esperarse que se reediten esos movimientos cristianos de «libe­ración» por los cuales se identificaba hace tres décadas a los cristia­nos latinoamericanos.

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Cáritas hoy y mañana en América Latina

E quipo de Investigación del Secretariado N acional de Pastoral Social (C olom bia)

La organización Cáritas ha tenido desde su fundación una signi­ficativa presencia para atender las necesidades especialmente de los países en desarrollo, en los que se encuentran los países latinoameri­canos, donde la situación nos muestra un creciente empobrecimien­to, el aumento de la violencia y de los conflictos, el aumento crecien­te de la deuda externa, que se convierte en impagable, pero al mismo tiempo donde existe una gran riqueza humana, de recursos naturales, de diversidad cultural, etc.

Es en este contexto que Cáritas debe desempeñar hoy su mi­sión, en el marco de una Nueva Evangelización y de la celebración del Gran Jubileo del año 2000. Estos años preparatorios para la ce­lebración del Gran Jubileo deben ser para Cáritas la oportunidad de renovar su compromiso en favor de los más pobres y marginados. Como lo afirmaba monseñor Príamo Tejeda Rosario, Presidente del SELACC, en el XIV Congreso de América Latina y el Caribe, de Cáritas: «Un tiempo especial dedicado a Dios, de emancipación de todos los que carecen de libertad, de restablecimiento de las igual­dades; un Jubileo 2000 donde la soberanía de toda la Creación y de modo particular la soberanía sobre la tierra pertenece sólo a Dios, que El en su providencia la ha entregado a sus habitantes y pertene­ce a todos.»

El objetivo fundamental de la red de Cáritas de ayudar a sus miembros a irradiar la Caridad y la justicia social en el mundo tiene cada día nuevos retos en nuestra sociedad latinoamericana, entre los cuales podemos resaltar: el empobrecimiento cada vez más creciente

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de nuestros pueblos, la violación y desconocimiento de los derechos humanos, el creciente deterioro del medio ambiente, el desplaza­miento forzoso de miles de personas de sus territorios y la exclusión de cantidad de personas al acceso a los medios científicos y tecnoló­gicos del mundo contemporáneo.

El papel de Cáritas hoy en el mundo debe tener una fuerte di­mensión profética, que nos convierta en testigos auténticos del Evan­gelio, en cuanto hacemos nuevas propuestas, denunciamos con valen­tía el mal, corregimos con caridad fraterna y ayudamos a interpretar los signos de los tiempos; Cáritas ha de realizar una evangelización integral, capaz de penetrar y transformar el mundo, personas y es­tructuras, y construir así un continente nuevo que promueva cada vez más los valores del Reino de Dios.

Cáritas está llamada hoy a ser la gran servidora de la Humani­dad, optando claramente por los más empobrecidos, impulsando desde la Iglesia una participación efectiva y restaurando la esperanza de muchos que son excluidos y considerados «desechables» de la so­ciedad.

Uno de los principales retos para Cáritas en América Latina es lo­grar la equidad. La inequidad se expresa en la carencia de amor cris­tiano, en la falta de solidaridad y en los desequilibrios que genera un capitalismo salvaje, permitiendo que unos pocos ricos tengan todas las comodidades que el mundo moderno ofrece y una mayoría pobre no posea nada o tenga muy poco para subsistir. El trabajo de Cáritas sería por una sociedad más equitativa: equidad en los modelos de de­sarrollo, equidad entre los países ricos y los pobres, equidad en la dis­tribución del ingreso, equidad en el acceso a los conocimientos y a los nuevos saberes.

Hacia el futuro Cáritas debe hacer una revisión en lo que la Igle­sia ha hecho en favor de los pobres, confrontando siempre con el mensaje vivo del Evangelio las nuevas realidades. Debe contribuir, con profundidad y sencillez, a la búsqueda y establecimiento de un nuevo orden socioeconómico, denunciando las situaciones de pecado personal y estructural, acompañando los procesos que los hombres y las comunidades llevan adelante y apoyando las propuestas que bus­can un mundo más justo, solidario y fraterno.

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RECUPERAR EL SENTIDO Y EL SIGNIFICADO DE CARIDAD: UNA TAREA DE CÁRITAS

Hoy la caridad ha perdido el auténtico sentido y significado, ya no quiere decir amor, «ágape», sino beneficencia, reparto, limosna. Una acción importante de Cáritas es recuperar el verdadero sentido que debe tener hoy la caridad en el mundo y particularmente en América Latina y el Caribe.

Se hace necesario trabajar en la formación de la conciencia de hombres y mujeres para redescubrir el valor de la caridad, como vir­tud teologal y como valor insustituible, dentro del proceso evangeli- zador y de construcción del Reino de Dios que la Iglesia realiza. Res­catar el ministerio de la caridad, desde Cáritas, dentro del proceso de Nueva Evangelización de la Iglesia, es una oportunidad para reflexio­nar seriamente sobre su quehacer en el mundo.

Cáritas debe ser promotora y gestora de una auténtica cultura de la solidaridad y la participación. La realidad actual de América Lati­na, a nivel socioeconómico y sociopolítico, muestra unas profundas realidades de insolidaridad y ausencia de participación. Para superar dichas situaciones se hace necesario un compromiso serio de Cáritas con los procesos de cambio que se vienen generando desde las peque­ñas comunidades y desde las parroquias.

Existen unas urgencias en América Latina y el Caribe que Cáritas Internationalis debe apoyar, como son: impulsar el protagonismo y la promoción de la mujer; educar y formar una conciencia crítica de los cristianos para que ellos mismos sean los gestores de su propio desa­rrollo; acompañar y animar alternativas de economía solidaria; respe­tar, acompañar y defender las minorías étnicas y sus culturas autócto­nas; evangelización de las relaciones sociales para promover la justicia y la paz; promover el conocimiento, respecto y promoción de los de­rechos humanos como un nuevo signo de los tiempos; capacitación para la participación política y la construcción de una democracia participativa.

América Latina y el Caribe necesitan formar hombres y mujeres más productivos y subsidiarios en lo económico; más solidarios en lo social; más humanos frente al noeliberalismo; más participativos, de­mocráticos y tolerantes frente a lo político; más respetuosos en los de­

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rechos humanos y, por tanto, más pacíficos en sus relaciones con sus semejantes; más conscientes del valor de la Naturaleza y de la necesi­dad de un equilibrio ecológico y por ello menos depredador; más in­tegrado en lo cultural, respetando el desarrollo de los pueblos y por tanto más orgullosos de su propia idiosincrasia.

Formar el anterior ciudadano requiere el esfuerzo conjunto, no sólo de Cáritas y de la Iglesia católica sino de muchas instituciones gu­bernamentales y no gubernamentales. Por tanto, Cáritas puede impul­sar y fortalecer un trabajo interinstitucional, apoyando iniciativas de las comunidades que desean y programan un cambio en dicho sentido.

Frente a la globalización de la pobreza y de la miseria en América Latina y el Caribe, Cáritas podría impulsar la construcción de una cultura de la solidaridad. La solidaridad es uno de los valores y una de las actitudes más nobles de la convivencia humana. Esta exige de todos una decisión seria, un compromiso profundo para trabajar por el bienestar de todos. La solidaridad nos recuerda que todos y cada uno de nosotros somos responsables de los demás.

Frente a las situaciones de aislamiento e incomunicación, Cáritas puede fortalecer un sistema de información y comunicación que per­mita el intercambio de experiencias de pastoral social, a nivel local, regional, nacional e internacional. Los nuevos avances de la ciencia y la tecnología hay que ponerlos al servicio de la evangelización de las relaciones sociales de la Iglesia católica y, particularmente, de Cáritas en el continente americano.

Las tradicionales formas de evangelización y de asistencia social necesitan ser renovadas. Están haciendo falta metodologías más diná­micas y participativas. Las comunidades implicadas en el desarrollo y la promoción humana deben aprender a elaborar sus propios diag­nósticos, planear acciones y programaciones, ejecuciones y evaluacio­nes, de manera participativa, con miras a generar desde las bases un verdadero cambio de sus propias situaciones.

Existen en el continente americano índices de impunidad, co­rrupción y violación de los derechos humanos que son escandalosos a nivel mundial, en un Occidente de mayoría católica. Por tanto, Cári­tas y la Iglesia hoy no pueden contentarse con hacer asistencia social, con recurrir a la conciencia de las personas y a la moralización de las situaciones injustas.

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Es urgente llegar e impactar en los centros de decisión donde existe el poder y se toman las decisiones que están permitiendo que los países y las regiones se estanquen, retrocedan o avancen en el de­sarrollo humano integral.

No podemos seguir dejando que las nuevas riquezas, las posibili­dades y las oportunidades sigan siendo tomadas por personas que sólo buscan el beneficio personal, sacrificando el bien común y la so­lidaridad nacional e internacional. Es urgente difundir la Doctrina Social de la Iglesia en este continente.

Está haciendo falta en el continente una nueva evangelización de los pueblos, capaz de penetrar y transformar las situaciones personales y estructurales que están generando injusticias sociales, para construir desde las comunidades y desde los centros de poder una sociedad, unos países y unas regiones, según los designios de Dios, en este «Continente de la Esperanza».

Eenómenos como la globalización, la imposición de las democra­cias con un alto índice de presidencialismo, el neoliberalismo y la im­posición del mercado en todos los ámbitos de la sociedad, nos están preocupando, afectando e impactando de manera negativa, convir­tiendo a la mayoría del Pueblo de Dios en víctimas de un «subdesa­rrollo» deshumanizante.

Dichas situaciones retan a los cristianos para buscar y desarrollar alternativas más dignas de la persona humana, donde se viva la justi­cia y la solidaridad como hijos de Dios.

Estas nuevas realidades que nos vienen afectando siguen siendo desafíos para los que nos llamamos cristianos y católicos; son una in­vitación a seguir a Jesucristo y a construir el Reino de Dios en medio de los hombres, especialmente en los rostros de los más necesitados y estamos llamados, como Cáritas, a realizar una presencia profética en medio de los hombres y mujeres de nuestros pueblos, que requieren tomar parte activa en el banquete de la Creación para realizarse como personas.

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Educación desde la cooperación en la Confederación de Cáritas

D avid López A rro yoDirector de Cooperación Internacional de Cáritas

En la Confederación Cáritas trabajar por sensibilizar y educar su­pone el trasladar a la sociedad la siguiente idea:

«ES PRECISO COOPERAR DESDE LA REALIDAD.»

Por tanto la pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿Qué significa esto?

Cáritas, a través de su propia constitución local, hace posible un trabajo de cooperación basado en la participación activa de las perso­nas del lugar geográfico en donde se desarrolla la cooperación.

Cáritas, desde su propia dinámica universal, trata de establecer un proceso basado en la sensibilización, educación y el compromiso concreto.

Este proceso marca y define el basamento de la pedagogía de tra­bajo en su ser cooperante. Nuestra identidad nos dirige a acompañar procesos para que sean las propias personas locales las que puedan ge­nerar una verdadera transformación de sus países.

La cooperación para Cáritas se enmarca dentro de un proceso li­gado a su propia historia, y como todo proceso conlleva un camino que ha ido evolucionando hacia una cooperación que podemos deno­minar fraterna por cuanto se da entre organizaciones con objetivos comunes.

Esto significa que el trabajo de cooperación para Cáritas se fun­damenta en un estilo diferente, que voy a tratar de sistematizar en los siguientes aspectos:

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TRANSFORMACIÓN SOCIAL

Existe un mundo de injusticia, el cual desea cambiar Cáritas. Cá- ritas parte de los análisis de la realidad y elabora el diagnóstico perti­nente. Entiende que el llamado problema del desarrollo, en donde hay infinidad de seres humanos «condenados» a una vida carente de todo, se fundamenta en los propios sistemas políticos y económicos, no úni­camente del lugar que sufre esta «condena» sino del espacio universal.

Es decir, se da una constante que podemos denominar dinámica estructural d el sistema. Esto conlleva que nuestro trabajo de coopera­ción no puede ser entendido como una acción concreta a desarrollar en lo que denominamos Tercer Mundo. Esto supondría un grave error para nuestro trabajo de cooperación y ya no sería cooperación desde la realidad.

La acción o el trabajo cooperante para Cáritas empieza en su pro­pio espacio local, es decir, en lo que llamamos Cáritas de Base. Sólo de esta forma podremos empezar un camino de transformar la realidad aportando elementos serios y veraces que ayuden a dar la vuelta a lo que se ha señalado más arriba como dinámica estructural del sistema. Lo que conocemos como subdesarrollo sólo puede empezar a cambiar si comenzamos a cumplir lo anterior en nuestro propio medio.

COMPRENSIÓN Y SUPERACIÓN DEL CONCEPTO TERCER MUNDO

«No es ni una tercera parte del mundoy ni un mundo de tercera clase o categoría, sino e l conjunto, muy heterogéneo y complejo, de pueblos y países de Africa, Asia y América Latina, que habiendo sido conformados histórica y estructuralmente p o r los procesos de colonización y, posterior­mente, p o r diferentes formas de neocolonialismos, se encuentran con so­ciedades, culturas, espacios y tejidos económicos, mercados, Estados, es­tructuras, regímenes y gobiernos sobredependientes y, consecuencialmente, sobredeterminados p o r los centros de pod er d e l Norte; sobre-domina­dos y sobrexplotados p o r e l ju ego de relaciones de intercambio desigual, en el terreno comercial, técnico, financiero, cultural, y, como efecto directo, masas enteras con hambre, empobrecidas y sin ninguna posibilidad real de salir de dicha situación a partir de las condiciones dadas.»

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La transformación a la que se aludía en el punto anterior necesa­riamente tiene que suponer la verdadera comprensión del concepto, así como la superación de esta realidad.

Entender y trabajar por devolver a nuestros hermanos la dignidad es trabajar desde los principios propios de nuestro ser y de nuestro quehacer, aspectos a los que he hecho referencia en puntos anteriores.

El trabajo para Caritas Española debe articularse reconociendo que nuestro trabajo también pasa por no obviar lo evidente de nues­tra realidad mundial.

Esto nos lleva a la necesidad de articular un proceso compartido y diseñado conjuntamente con aquellas Cáritas hermanas ubicadas en los países conocidos como países del Tercer Mundo. Tenemos que atender a sus verdaderas necesidades y éstas, por la pedagogía y la me­todología de Cáritas, son diagnosticadas por las propias Cáritas loca­les. Solamente si nuestro trabajo se fundamenta desde esta perspecti­va podremos decir que hemos empezado a saber entender y compren­der el significado y el significante de lo que conocemos como TERCER MUNDO.

RECONOCIMIENTO DE LA IDENTIDAD

Esto que se da por algo completamente obvio en nuestra sociedad española, sin embargo no es tan claro con respecto a terceros países y máxime si éstos pertenecen a los clasificados como países en vías de desarrollo.

La identidad es una riqueza antropológica que la gran mayoría de los países en donde se ejerce lo que llamamos COOPERACIÓN AL DESARROLLO tienen mermada o «empequeñecida». El nivel de in­jerencia de algunos países del Norte es alarmante y esto hace que no puedan desarrollar procesos coherentes de desarrollo. La mayoría de las veces las «necesidades» les son impuestas sin ningún tipo de pudor por los países conocidos como desarrollados.

Cáritas Española, en su opción de trabajo desde y con las Cáritas hermanas entiende que el trabajar y el colaborar por «devolver» la identidad de nuestros hermanos supone un reto a nuestro trabajo de

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cooperación. Se trata de un esfuerzo relacionado con los dos puntos anteriores, ya que la determinante histórica de las necesidades de los países del Tercer Mundo no se debe a la ignorancia de sus gentes sino a la «influencia» negativa de países más poderosos desde el punto de vista económico.

Si tuviéramos tiempo para analizar cómo fueron los procesos de independencia de las colonias y cómo cayeron acto seguido en una dependencia económica nos percataríamos en dónde radican verda­deramente las «causas» de sus «desgracias». Esto llevó a romper la úni­ca posibilidad que tenían de «volver» a articular su organización so­cial desde sus propias necesidades y realidades. La mayoría de nues­tras Cáritas hermanas están desempeñando una gran labor desde sus propias acciones; por esta razón nuestro trabajo no puede ser nunca desde la injerencia y desde nuestros propios análisis.

AYUDAR A SUPERAR O A SALIR DE LA «NECESIDAD»

El término «necesidad» se define de la siguiente manera: Se trata de una percepción perfectamente manipulable, por cuanto cualquier sujeto puede ser inducido a necesitar algo que verdaderamente no es necesario para su proceso vital como persona. Esto ha pasado con la mayoría de los países del Tercer Mundo.

Si queremos verdaderamente cooperar tenemos que diseñar nues­tro trabajo y, además de tener en cuenta lo anterior, intentar ayudar a estructurar conjuntamente el sistema que genera una dependencia «enfermiza» y nada fraterna de estos países hacia el Norte. Son países con grandes recursos; sin embargo, no pueden ser «dueños positivos» de los mismos. Están sometidos a intereses intermedios que nunca les facilitarán salir de la situación de «necesidad» que tienen. La mayoría de nuestras Cáritas hermanas (sobre todo en América Latina) están en grado de aportar ideas y soluciones a sus propios países. Nuestra misión en estos casos es apoyar estas posibilidades. Los PROYEC­TOS de COOPERACIÓN deben de responder a las pautas que nos indiquen nuestras Cáritas hermanas. Tenemos que ser profundamen­te respetuosos porque de otra forma podemos «romper procesos» y «alternativas» generadas por las propias Cáritas locales de los países llamados del Tercer Mundo.

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TRABAJAR DESDE LA COORDINACION

La cooperación no puede darse desde la descoordinación. Esto puede llevar a «generar» procesos serios de descoordinación que lleven más a «luchar» por tener proyectos que a comprometerse con proce­sos de trabajo y de transformación.

Los PROYECTOS son positivos si aportan verdaderamente ele­mentos que ayuden o colaboren a los cambios pertinentes para que nuestros hermanos superen el concepto «Tercer Mundo» y nosotros no los tengamos «estigmatizados» por ello.

Eos conocidos como fondos descentralizados para la cooperación pueden hacer mucho daño porque han generado la posibilidad de que muchas ONGD tengan como punto central el «captar» PRO­YECTOS. La Acción Cooperante de la Confederación Cáritas en Es­paña puede ayudar a optimizar recursos sin perder el HORIZONTE de su misión que es la de ACOMPAÑAR PROCESOS,

Responder a estas preguntas nos puede conducir al siguiente ob­jetivo, que podemos denominar como objetivo «MARCO» de nuestra Cooperación'.

Pretendemos lageneración de una implicación social que lleve

mediante la administración de recursos y actividades a una satisfacción de los deseos y necesidades de los países del Sur,

en donde la «dignidad» personal y social sea la constante de sus vidas.

Nuestra metodología conlleva:1. Identificar las oportunidades y necesidades reales de los paí­

ses del Sur.2. Trabajar por la acción de un plan conjunto {Sur-Norte/Norte-Sur).3. Definir los objetivos, programas, estrategias y procedimientos

A plan conjunto.4. Servir como instrumento de comunicaciones integrando, de

manera coherente y equilibrada, todos los aspectos, acciones y planes de los puntos anteriores.

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Teniendo en cuenta la anterior perspectiva podemos decir que el método de Sensibilizar y Educar de Cdritas parte de un punto:

Desde las propuestas de los países del Sur

Por esta razón las preguntas de Caritas para iniciar un proceso de educación y sensibilización son las siguientes:

¿Qué quieren los países del sur?

¿Cuándo lo quieren?

¿Dónde lo quieren?

¿Cómo desean que se realice su petición?

¿Por qué desean «nuestra» solidaridad?

1.

2 .

3.4.

5.

Esta metodología nos ha llevado a confeccionar un plan que se titula:

Plan de sensibilización para la educación en los países del Norte sobre la realidad de los países del Sur.

Este plan consta de los siguientes apartados:1. Misión y propósitos d e la sensibilización (aquí se tiene en

cuenta lo señalado en las primeras páginas de esta po­nencia).

2. Datos básicos de la realidad que se quiere transformar.3. Análisis de los problemas y de las oportunidades de la socie­

dad sobre la que se desea ser solidarios.4. Definición de los objetivos específicos que se desean alcanzar.5. Formulación d e los programas d e acción para involucrar a

las sociedades del Norte en la realidad de las sociedades del Sur,

6. Desarrollo de las estrategas para lograr un cambio en las re­laciones Norte-Sur.

7. Establecimiento de los elementos de evaluación para medir el impacto positivo en la sociedad en que se desarrolla el plan de educación.

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«Yo, como tú, creo en la poesía de todos» ¿Será posible

un mundo no excluyente?(Pistas para la construcción

de una nueva sociedad latinoamericana)A n to n io E lizalde H evia

«Un niño de 11 años murió ayer en las afueras de la capital argentina tras dispararse un tiro en la sien por no haber realizado su tarea escolar. “Papá, lo hice por no haber hecho los deberes y por tener una familia que no merezco. Los amo a todos’’, dijo el menor en una carta de despedida. El pequeño, cuyo nom­bre no se reveló por razones legales, se suicidó en su casa de Lomas de Zamora, al sur de Buenos Aires, con una pistola de su padre, al culminar las dos semanas de vacación invernal.»

(Agencia EFE, 5 de agosto de 1998)

«En un pueblo llamado Tristeza todos los días mataban gente, secuestraban niños y otras cosas muy trágicas, por eso se le puso ese nombre. En ese pueblo ha­bía un grupo de niños del cual el mayor era el líder y se llamaba Pedro.

Un día como era de costumbre se presentó una guerra entre guerrilla y ejér­cito. La gente salía de sus casas corriendo y gritando con sus niños, dejaban en sus casas las cosas materiales porque ellos sólo querían salvar su vida.

Un grupo de niños había hecho un pacto de amigos que decía que no se iban a separar nunca. Pero en esa ocasión muchos de ellos salieron a buscar fo r­tuna con sus padres. De este grupo sólo quedó Pedro y su mejor amigo, Diego.

La guerra seguía y en un momento Pedro y Diego salieron corriendo por la mitad de una calle muy angosta en donde más se concentraba la guerra. Una bala pasó volando y le cayó en el pecho a Pedro. Al instante cayó y lo único que dijo fue: “Qué bueno sería morir de viejo y no por las balas de la violencia. ”»

(Javier Fernando Ramírez López, niño colombiano de diez años de edad)

«Hace algunos años, en un vuelo desde Santiago me tocó viajar sentado al lado de un empresario chileno. En la conversación hablé de las consecuencias de los ajustes estructurales en América Latina y de la creciente destrucción del am­biente y de la expulsión y pauperización de una parte creciente de la población

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como su resultado. El me contestó: "‘Todo eso es cierto. Pero usted no puede negar que la eficiencia y la racionalidad económicas han aumentado. '>>

(F r a n z H in k e l a m m e r t , El Mapa del Emperador, DEI, San José de Costa Rica, 1996, pág. 12)

INTRODUCCIÓN

Escribir sobre América Latina y el Caribe es una tarea difícil, más aún intentar describir de una manera breve nuestra realidad y orien­tada a un lector medianamente informado sobre ella y agobiado por la masa de información que habitualmente en el mundo de hoy está disponible para todo aquel que quiera acceder a ella.

Las citas que presento inicialmente apuntan a contextualizar la reflexión que quiero compartir con ustedes, aprovechando como pre­texto este artículo.

Estamos plagados de declaraciones grandilocuentes propias de los organismos internacionales, de los gobiernos y de las autoridades de todo tipo que hacen mención a que «los niños son el futuro de la Hu­manidad», son la «esperanza de nuestros pueblos», son el eje central del quehacer de gran parte de nuestras instituciones: la familia, la es­cuela, la televisión. Sin embargo, a nuestros niños, en nuestro conti­nente «occidental y cristiano», se les asesina diariamente en nuestras sociedades. Lo dice la carta de ese niño suicida, ¡a los once años de edad!, por su incapacidad para soportar la culpa que le hemos hecho sentir por no haber hecho su tarea escolar; o el cuento escrito por ese niño que describe la violencia y la muerte en que se despliega su exis­tencia cotidiana en su país.

Pero a la vez, aquellos quienes toman las decisiones que afectan a muchas personas, a muchas vidas, piensan que lo que vale en defini­tiva es la eficiencia y la racionalidad. ¡No importando a qué costos! Lo que debe primar para algunos será la razón de Estado, para otros, la lógica implacable del mercado.

América Latina ha estado y continúa enferma de autoritarismo, de violencia, de ceguera, de negación de sí misma y de insensibilidad. Tal vez sea por esa razón que continuamos siendo, como afirman las malas lenguas, el continente del futuro. Que cual una broma del des­

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tino parece condenada a ser siempre un proyecto que no alcanzará nunca su culminación.

Un mirada a vuelo de pájaro de nuestra realidad latinoamericana, a modo de presentación preliminar, nos permite discernir algunas de las tendencias más significativas de la actual situación, las cuales son las siguientes:

En el plano económico

Si bien en casi todos los países se ha producido un fortalecimien­to de la estabilidad macro-económica, gracias a la reducción de la in­flación, ello se ha hecho en un contexto de apertura generalizada al comercio internacional y de aplicación de los principios y valores neoliberales, donde se ha reducido significativamente el rol que histó­ricamente jugaba el Estado en la economía y como contrapartida se han fortalecido los mecanismos de mercado y el sector privado; sin embargo, lo anterior ha conducido a una profundización y expansión de los fenómenos estructurales de pobreza y de miseria, como asimis­mo a un crecimiento de las diferencias económicas tanto en términos sociales como territoriales.

En el plano social

En los años recientes se han levantado y reducido muchas de las barreras políticas y militares que obstaculizaban la plena participación social, lo cual ha posibilitado un incremento lento pero paulatino de la participación social, así como una apertura creciente de los espa­cios ciudadanos. Paralelamente se ha generado un importante desa­rrollo de una nueva conciencia respecto al daño ambiental y a la ne­cesidad de perseguir un desarrollo sustentable; sin embargo, simultá­neamente hay una persistencia de la pobreza como un problema significativo pese a los logros macro-económicos, generando las con­diciones para una inestabilidad política eventual como producto de la creciente situación de empobrecimiento de la población. Por otra parte se aprecia la existencia de una profunda crisis de valores, la cual se hace manifiesta en la expansión de la corrupción tanto en el sector público como privado y en un creciente vacío de autoridad moral de

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los líderes políticos y públicos que produce una pérdida de confianza de la gente en las instituciones.

En el plano político

Existe un debilitamiento del autoritarismo militar, así como un desarrollo de nuevas prácticas democráticas; se ha producido una ge­neralización del uso del diálogo y de la negociación como métodos usados en mayor grado para la resolución de conflictos. Por otra par­te, se aprecian el desarrollo de reformas del Estado apuntado hacia su modernización, sumados a esfuerzos por su descentralización y re- gionalización; sin embargo, se observa, pese a lo anterior, la subsis­tencia de burocracias excesivas, una incapacidad para resolver eficaz­mente los problemas de las comunidades debido a vacíos de gober- nabilidad, una subsistencia de procesos poco transparentes en la toma de decisiones y la implementación de decisiones sin consultar a la gente.

Asimismo hay un incremento de la conciencia en las sociedades civiles de su responsabilidad histórica en la construcción de un nuevo orden democrático, un aumento de sus actividades autónomas y una creciente necesidad de actuar dentro de un marco de referencia de­mocrático; aunque por otra parte se mantiene e incluso incrementa la división de la sociedad civil junto con una construcción muy lenta de coordinaciones y alianzas; se evidencia una voluntad clara de negociar con las instituciones gubernamentales, pero se aprecia la ausencia de experiencia y de capacidades para hacerlo.

EN BÚSQUEDA DE UN DIAGNÓSTICO INTENCIONADO: UNA SEMIOLOGÍA DE NUESTRA CRISIS

No obstante, no basta con describir «objetiva» y «justipreciada- mente» la realidad que nos rodea y que nos deshumaniza, es impres­cindible tomar conciencia y al hacerlo así tomar partido respecto a esta situación de muerte, violencia y destrucción que constituye el pan nuestro de cada día para la mayor parte de los latinoamericanos, así como para las mayorías pobres del mundo actual.

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Latinoamérica, a pesar de su «independencia» política obtenida hace casi ya dos siglos, continúa prisionera o cautiva en un esquema de relaciones de poder internacional conformado hace ya varios si­glos, el cual pese a haber ido mutando sus características mantiene su naturaleza desigual, explotadora y biocida.

Nuestra existencia como Estados-naciones modernos surgió aso­ciada a la consolidación de este modelo de organización del mundo: modernización dicen algunos, occidentalización otros. Como bien acota Salvador G iN E R: «La mundialización es una consecuencia más de la modernidad. Es una de sus facetas, y no la menor. Mundializa­ción es, esencialmente, modernización a escala planetaria» (en W a -

LLERSTEIN, 1997, 15).W a l l e r s t e in habla del surgimiento del moderno sistema-mun­

do, del cual todos hoy formamos parte, pero que muy bien sabemos que no significa lo mismo para todos. Para unos pocos, los integra­dos, ese es el sistema que ha alcanzado «el fin de la historia», que está casi a punto de culminar la aventura humana. Para la mayoría exclui­da, significa algo absolutamente distinto...

«Elproblema es estructural. En un sistema social histórico que está basado en la jerarquía y la desigualdad, como es el caso capitalista, el universalismo como descripción o ideal u objetivo puede sólo ser a largo plazo universalismo como ide­ología, ajustándose a la fórmula clásica de Marx, según la cual las ideas dominan­tes son la ideas de la clase dominante... El universalismo es un 'regalo” de los po­derosos a los débiles que enfrenta a estos últimos con un vínculo paradójico: recha­zar el regalo es perder, aceptar el regalo es perder. La única reacción plausible de los débiles es ni aceptarlo ni rechazarlo o aceptarlo al tiempo que se rechaza, en po­cas palabras, el zigzagueante camino emprendido por los débiles tanto en el terreno cultural como político, de apariencia irracional, y que ha caracterizado la historia de la mayor parte del siglo XIXy especialmente del siglo XX» (1997, 22).

Una posición similar sustentan Héctor S e je n o v i c h y Daniel Pa -

NARIO, quienes afirman que:«En una nueva mirada al concepto de desarrollo, aparece como una profun­

da contradicción la crisis actual —natural y social— y la riqueza que encierra tanto la potencialidad de nuestros ecosistemas, como la capacidad de la sociedad para su transformación» (1996, 20).

Por otra parte, Eduardo G r ie e o F e r n a n d e z pone de manifiesto cómo

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«En la actualidad, de manera oficial, el desarrollo no es otra cosa que el quehacer concreto de la empresa mundial montada por el imperialismo, después de la Segunda Guerra Mundial y bajo el liderazgo de EE.UU., específicamente para homogeneizar al mundo con el propósito de explotarlo y controlarlo más fá ­cilmente... Para el efecto se dispone Re toda una convincente doctrina basada en dos principios. El primero afirma que todos los pueblos sin excepción conforma­mos un mundo único en el que sólo cabe un único orden posible y correcto y al que le es inherente un solo proyecto universal que, por supuesto, es el de la pro­piedad privada y el mercado, que ha llevado a un puñado de países a encum­brarse sobre los demás y que, desde luego, requeriría del liderazgo y de la asisten­cia técnica de los «eficientes» países imperialistas. El segundo principio asegura que el desarrollo es una cualidad homogénea entre todos los pueblos del mundo sin excepción alguna» (1996, 4).

«... Al poner las cosas de esta manera, se trata de consagrar la legitimidad del paradigma evolutivo del desarrollo a la vez que se impone la forma de vida propia de las circunstancias específicas de EE. UU. como el modelo a imitar. Siendo que se postula doctrinariamente que el desarrollo es una cualidad homo­génea entre todos los pueblos y, sin embargo, se constata 'Empíricamente'' dife­rencias abismales entre unos países y otros, es obvio que los que ocupan las mejo­res posiciones lo deberían a sus propios méritos, a su capacidad de creatividad, de trabajo, de disciplina, etc. Por eso es que serían ejemplo para la Humanidad. Por otra parte, al constatar la existencia de muchos países subdesarrollados, se haría evidente que su situación actual se origina en sus deficiencias, en su inca­pacidad para hacer a un lado los obstáculos que fueron apareciendo en su cami­no, y es por eso que se fueron quedando rezagados. Quedaría claro entonces que estos países "subdesarrollados" requerirían de la ayuda de la ciencia y la tecnolo­gía de los "desarrollados"porque son precisamente estas capacidades las que les habrían permitido alcanzar la situación de privilegio de la que "merecidamen­te" gozan.

Asimismo, como por doctrina también somos Un Mundo, hay pues que dar la imagen consecuente de un mundo solidario a pesar del abismo que separa eco­nómicamente a los "desarrollados" de los "subdesarrollados". Hay que mostrar al­gún empeño para lograr una situación más "justa". De esta manera el desarrollo deviene en una tarea global. Los "desarrollados" acuden a la tarea como benefac­tores con los honores y privilegios debidos a su generosidad y los "subdesarrollados" acuden como beneficiarios con la poquedad y sumisión de los necesitados, de los re­zagados, de los incapaces. Así pues, la forma de acudir a esta tarea global reprodu­ce una vez más las condiciones del poder. Con estos procedimientos el imperialismo ha logrado que la única reivindicación legítima de los pueblos sea la de reclamar desarrollo, lo que significa aceptar su poquedad y aceptar la excelencia de la vida propia de Occidente moderno. Los pueblos del mundo sólo pueden reclamar legíti­mamente que su forma de vida se parezca a la de EE. UU.

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De esta manera el imperialismo se da maña para tratar de ocultar que el saqueo de otros pueblos está en la base de su situación de privilegio, presentán­dose como un hábil empresario. Pero sobre todo el imperialismo, al impulsar el desarrollo, hace aparecer como si tuvieran vigencia universal las características que le son específicas al mundo occidental moderno, como, por ejemplo, el pre­dominio de lo económico en la vida de las personas y de los pueblos, así como el afán competitivo en la “carrera profesional” entre las personas y la competencia por los mercados entre las empresas. Sin embargo, los pueblos con cultura propia, como el andino, no compartimos esos afanes economicistas ni competitivos. Cuando esta diferencia de nuestro modo de ser se hace evidente, se dice que “ha­cemos resistencia” al desarrollo y que el atraso en que vivimos nos embrutece has­ta el extremo que ni siquiera seamos sensibles a las indiscutibles ventajas de la modernización. Y en esto también el imperialismo cuenta con el apoyo mcondi- cional de los académicos universitarios y de todos los funcionarios (estatales o no) de la educación. La empresa del desarrollo propicia un tipo de educación que in­culca en las sucesivas generaciones de los pueblos la convicción de la superiori­dad, en todos los aspectos, de la forma de vida propia del Occidente moderno. De este modo la educación facilita la homogeneización del mundo mediante la destrucción de las cidturas originarias» (1996, 5-6).

¿MESTIZOS O HETEROGÉNEOS? LA TENSION ENTRE NUESTRAS IDENTIDADES DE ORIGEN Y DE PROYECTO

La nuestra es una cultura que se ha ido construyendo históri­camente sobre la base de la destrucción de las culturas aborígenes pre­existentes por parte de Occidente, no sólo en el momento inicial del «Descubrimiento» y la posterior colonización, sino a lo largo de toda nuestra historia como Estados-naciones. Al igual que otros continen­tes y otros pueblos hemos sido dominados y conducidos a vivir en forma inhumana. Porque la inhumanidad y la violencia no sólo la vive quien la sufre, sino que también frente a la miseria y al dolor del otro no es capaz de humanidad.

Como lo sostiene Franz HiNKELAMMERT (1989, 9):

«La sociedad occidental se forma durante la Edad Media europea, en espe­cial a partir del siglo XI. Pasa a ser sociedad burguesa en especial a partir de la Reforma y las revoluciones burguesas de Lnglaterra y Francia. Se transforma a partir del siglo XV en la sociedad que domina el mundo entero y coloniza a los demás continentes. Transforma a Africa en un campo de caza de esclavos y erige

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a América en el mayor imperio de trabajo forzoso esclavista de la historia huma­na, el cual dura más de cuatro siglos. La sociedad occidental conquista Asia, la transforma en un simple productor de materias primas para sus centros y destru­ye su producción tradicional

La sociedad occidental desarrolla un racismo no conocido por ninguna so­ciedad anterior. A partir del siglo XVI considera a la población de sus centros como una raza blanca superior. Su imperio de esclavitud es un imperio de escla­vitud racista, donde el color de la piel determina quién puede ser esclavo o no, quién puede ser obligado a trabajo forzoso y quién no...

La sociedad occidental ha producido sistemas de dominación tan extremos que no tienen antecedentes en ningún periodo histórico anterior ni en ninguna otra parte del mundo. Sistemas de exterminio de poblaciones enteras. La socie­dad occidental ha inventado también los hoyos negros de los servicios secretos, donde el hombre es deshumanizado hasta niveles insuperables. En todas partes, en todas las líneas ideológicas que han aparecido en esta sociedad, se han dado las peores formas de deshumanización.

La sociedad occidental ha desarrollado fuerzas productivas nunca antes vis­tas. Pero las ha desarrollado con tanta destructividad, que ella misma se encuen­tra en el límite de su propia existencia y de la posibilidad de existencia del pro­pio sujeto humano.»

Nuestra identidad latinoamericana se ha constituido sobre la base de la negación de sí misma, la nuestra es una cultura que ha negado sistemáticamente su carácter híbrido. Que ha sido incapaz de asumir su condición mestiza. Nos hemos debatido entre referencias a nuestra naturaleza indiana o europea, blanca o africana, sin asumir que so­mos un crisol de razas, de lenguas, de cosmovisiones y que lo que nos enriquece como pueblos es nuestro mestizaje, ya que las identidades puras se han disipado durante la no tan larga historia vivida en los períodos de conquista, colonia y de repúblicas independientes. En tal sentido este mestizaje no se expresa sólo al nivel de sincretismos reli­giosos, sino en casi todos los otros planos de la cultura.

Luis Carlos Restrepo y Manuel ESPINEL (1996, 316-318) afir­man que:

«A lo largo de nuestra historia hemos sido testigos de un doble proceso: por un lado, el resquebrajamiento y posterior desplome del mundo de la vida coti­diana de comunidades indígenas y negras, que no pudieron ampliar su horizonte para dar cabida al arrollador flujo de significados y representaciones que acom­pañaron al proceso de conquista y colonización española y portuguesa, y por otro

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lado, la resistencia e hibridación cultural producida a partir de fragmentos cuh turales relativamente intactos, que permitieron enfrentar las contingencias que los nuevos imperativos culturales y lingüísticos impusieron.

Es claro, sin embargo, que para la burguesía criolla de los albores de la independencia el ideario libertario estaba cargado de imágenes provenientes de Inglaterra como ejemplo de capitalismo floreciente y exitoso, de Francia como ejemplo político y social, y de Estados Unidos como joven país democrático re­cientemente independizado. Ideario de nuestras élites que no se ha visto alterado substancialmente a pesar de las vicisitudes y las múltiples luchas políticas que han caracterizado la formación de los Estados latinoamericanos.

La construcción de las naciones-Estado, meta de las élites criollas, se carac­terizó por la superposición y yuxtaposición del ideario ilustrado con formas colo­niales de caciquismo, latifundismo y prácticas clientelistas, y, además, por la in­corporación a través de medios violentos de sectores indígenas, campesinos y ne­gros, al proceso de creación y desarrollo de una identidad nacional. A nivel local y rural perduraron expresiones culturales prehispánicas y coloniales mezcladas con formas de ritualidad y simbolismo propias de este proceso incipiente de mo­dernización, prácticas culturales que se fueron incorporando a la vida urbana como resultado de la migración a las ciudades. Los países latinoamericanos son actualmente el resultado de la superposición, yuxtaposición y entre cruzamiento de tradiciones culturales indígenas y negras con el hispanismo colonial católico; de prácticas y tradiciones políticas de corte hacendista y semioligárquicas con una burguesía incipiente promotora de una economía capitalista semindustrial; de luchas armadas promovidas por movimientos sociales semitransformadores, con estilos de vida consumistas promovidos por los medios masivos de comunica­ción. Pese a los intentos de la burguesía criolla por crear un proyecto político, so­cial, cultural y económico homogéneo, a imagen y semejanza del mundo europeo y norteamericano, replegando a indígenas, negros, mulatos y zambos a sectores populares principalmente campesinos, un mestizaje interclasista ha generado y sigue propiciando formaciones híbridas en todos los estratos sociales.

Este proceso de amalgamamiento, entre cruzamiento e hibridación de tradi­ciones culturales, espacios sociales, tiempos históricos y competencias lingüísticas y comunicativas propias del indio, del negro y del hispano, dentro de un mercado internacional de libre circulación de mensajes, bienes y servicios, produce una marcada heterogeneidad sociocultural que no debemos confundir con una mul­tiplicidad de culturas diversas. Esta heterogeneidad se refiere más bien a una participación segmentada y diferencial en el mercado internacional de signos que penetra por todos lados y de manera inesperada en el entramado local de la cul­tura, llevando a una verdadera implosión de los sentidos consumidos, producidos y reproducidos, y a la consiguiente desestructuración de representaciones colecti­vas, parálisis de la imaginación creadora, pérdida de utopías, atomización de la historia local y obsolescencia de tradiciones.

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Nuestra heterogeneidad cultural se proyecta como un verdadero collage o pastiche de injertos y retazos producidos por la participación parcelada en el mercado internacional de símbolos, bienes y servicios, con una apropiación seg­mentaria y diferencial a partir de códigos locales de recepción.»

Restrepo y Espinel (1996, 319-320) continúan diciendo que:

«En estas circunstancias, como señala J. B run n er , nos encontramos conde­nados a vivir en un mundo donde las imágenes vienen de afuera y se vuelven ob­soletas antes de alcanzar a materializarse. América Latina es un proyecto de ecos y fragmentos, de utopías y pasados, cuyo presente sólo podemos percibir como una crisis permanente. Vivimos y pensamos en medio de una modernidad en proceso de construcción cuya dinámica aumenta cada día las heterogeneidades de nues­tras percepciones, conocimientos e información. 'El futuro de América Latina —dice B ru n n e r— no será por lo mismo demasiado distinto a su presente: el de una modernidad periférica, descentrada, sujeta a conflictos, cuyo destino de­penderá en parte de lo que las propias sociedades logren hacer en el proceso de producirse a través de su compleja y cambiante heterogeneidad. ''

Reconocernos inmersos en un contexto sociocultural heterogéneo, desdibuja­do, fragmentado y contradictorio, de acceso desigual y segmentado al mercado de mensajes, bienes y servicios, de participación diferencial según códigos locales de recepción de esos símbolos y de esos bienes, no significa otra cosa que admitir mi- crocontextos polisémicos y plurisemánticos donde el esfuerzo comprensivo, inter­pretativo y de producción de sentido tiene que ser la prioridad que oriente nues­tras acciones y expresiones. En otras palabras, sin desconocer e l impacto que ha tenido y sigue teniendo la reproducción y transformación simbólica del mundo de la vida a través de ordenadores éticos, estéticos y culturales, se convierte en un reto inaplazable. Es dentro de esta perspectiva donde conceptos como desarrollo, gestión, salud y producción, adquieren un sentido diferente al que las reglas eco- nomicistas del mercado pretenden imponer.»

Desde una mirada sobre nuestra cultura propia de la economía, Sejenovich y Panario destacan:

«La riqueza que encierra la heterogeneidad de nuestras culturas se ve esti­mulada por la articulación de un cierto grado de homogeneidad idiomática y por problemas ecológicos, económicos y sociales comunes, hecho que mejora las posibilidades de un planteo regional. Sin embargo, la ideología dominante del desarrollo nos ha enseñado durante décadas que somos pobres, que sólo podemos aspirar a la explotación de muy pocos recursos que ganen ventajas comparativas a nivel mundial y que sólo de esta forma obtendríamos los recursos que mejora­rían nuestra situación» (1996, 21).

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Pese a la profunda validez y sugerente propuesta implícita en los párrafos antes citados, hay quienes, no obstante, afirman que aún te­nemos una tradición cultural de una enorme riqueza y con capacidad suficiente para enfrentar la violencia y la destrucción que nos rodea (Rengifo, 1996, 17-21):

«En la cultura andina la diversidad de formas de vida tiene sus propias particularidades. En primer lugar la diversidad es holística o totalizadora, es de­cir, incluye a todo cuanto existe. Los miembros de la comunidad humana (runakuna en quechua) aprecian que no sólo es viva una alpaca o una planta de maíz. El río, las piedras, las estrellas, el viento, que la biología podría carac­terizar como seres incapaces de producirse a sí mismos, son también apreciados como formas de vida, con la peculiaridad de que al andino le es ajena la noción de auto-poiesis. En su visión del mundo ninguna forma de vida en el Pacha es autónoma en cuanto a su propia producció?i.

Las actividades que realizan cualesquiera formas de vida no son apreciadas como surgiendo de decisiones autónomas sino como la participación equivalente de todas ellas... La consecuencia de una posición de este tipo es que toaos tenemos que ver con la vida de todos y que todos estamos comprometidos en la regenera­ción del mundo.

En segundo lugar, la diversidad es apreciada como fruto de la crianza. Para los andinos cada forma de vida llámese papa hauyro, maíz chullpi, Willka Mayu o Antonio Mamani, es un criador, siendo ella misma apreciada como fru ­to de la crianza recíproca entre las diversas formas de vida... Lo que equivale a decir que una forma de vida, cualquiera sea su naturaleza, cría y es criada no sólo por sus congéneres sino por toda otra forma de vida.

En tercer lugar..., en los Andes, hablar de la cultura de la diversidad es ha­blar de la cultura de la abundancia. Todo es vivo y singular a la vez. Una cha­cra como una semilla no es igual a otras. Vivimos el mundo de la heterogenei­dad que cría a la heterogeneidad. Ajenos a toda conducta evolutiva por la que las formas de vida son divididas en inferiores y superiores, los andinos respetan y tienen un cariño por todas las formas de vida. No clasifican a éstas por algún atributo en más evolucionadas y en menos evolucionadas, en mejores y en peores. Sabemos que aquellos que hacen estas divisiones tienden a simplificar la diver­sidad eliminando las consideradas inferiores. Por esta vía la diversidad se va es­trechando y la vida se queda sin alternativas.

En cuarto lugar, podríamos decir que la diversidad se cría en la chacra y en la Naturaleza. La agricultura andina no ha surgido para oponerse a la Naturale­za reemplazando a la diversidad natural por monocultivos, sino como un modo ri­tual de acompañarla en la recreación de la diversidad. Es por ello que se puede contar en los Andes hasta 3.000 variedades de papas criadas, que la comunidad humana ha sabido hacer brotar de las papas que la propia Naturaleza cría. Así

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como en la propia Naturaleza las formas de vida tienden a conservarse y ampliar­se, así también en la chacra la comunidad humana ''imita' esta conducta contri­buyendo a que la vida sea plena para todos.

En quinto lugar, el atributo de la diversidad andina es expresión de la vida en ayllu. En los Andes todos somos familia. La Pachamama es nuestra madre, las papas son nuestras hijas cuando las sembramos, los Apus nuestros abuelos. Todos, pues, estamos emparentados. La crianza de la diversidad se hace así en familia, con el cariño y la consideración que nos merecen cada uno de los que la inte­gran. »

LAS AMENAZAS A LA BIODIVERSIDAD.¿PODREMOS PRESERVAR LA VIDA?

En el plano ambiental, América Latina y el Caribe es la región biológicamente más rica de la Tierra. Con base en inventarios florís- ticos existentes o en proceso de elaboración en la zona, es posible afir­mar hoy que existirían en la región 120.000 especies de plantas con flores. Varios de nuestros países son los que tienen la mayor diversi­dad de aves, de reptiles, de batracios, etc., en el mundo. Pero esta enorme riqueza de biodiversidad se ve acosada por un inminente ries­go de destrucción, como lo manifiesta Fernando M iR E S (1990, 130­131):

«Podríamos extendernos hasta el infinito enumerando los aspectos no consi­derados en la contabilidad de la "Economía del crecimiento”. Limitémonos a se­ñalar apenas algunas de las implicaciones ecológicas más sobresalientes. Y en el caso de nuestro ejemplo, el modo de producción amazónico, la que más resalta de todas es la destrucción de los bosques. Por cierto, la destrucción de los bosques no es una especialidad brasileña o de otros países latinoamericanos. El caso ama­zónico es sólo un ejemplo en América Latina. Ni siquiera es el más significativo. Por ejemplo, se sabe que la más alta tasa de deforestación en nuestro continente la tiene Costa Rica. Lo que sí parece estar ocurriendo es que en la Amazonia se encuentra el último eslabón de una larga cadena. De acuerdo con datos propor­cionados por las Naciones Unidas:

Los bosques tropicales cubren un 20% de la superficie terrestre. Pero están desapareciendo con gran rapidez; los bosques tupidos al ritmo de 7,5 millones de hectáreas anuales, y los bosques ralos, al de 3,8 millones de hectáreas al año.

Al llegar al presente siglo, los bosques tropicales cubrían 16 millones de knP de la superficie mundial. Hacia la década de los ochenta, quedaban solamente 900 millones de hectáreas.

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Con la desaparición de los bosques tropicales se está poniendo término a un desarrollo botánico y biológico que ha tardado millones de años en reproducirse. El 58% de los bosques que hoy sobreviven están concentrados en América Lati­na, dentro de los cuales el 60% corresponde a la Amazonia brasileña, poseyendo Brasil el 33%o de la superficie boscosa tropical del mundo (al resto de América Latina le corresponde un 25%o). Según el citado informe de las Naciones Uni­das, al ritmo actual, nueve de los llamados países en desarrollo habrán perdido sus bosques de hojas anchas en los próximos 25 años, y otros 13 en los próximos 50; 33 países en desarrollo son exportadores netos de productos forestales, no obs­tante, sólo 10 lo serán en el año 2000. El índice actual de destrucción del bos­que tropical equivale a unas 21,5 hectáreas por minuto. Cada año desaparece un área de bosque tupido del tamaño de Sierra Leona. Tales cálculos parecen in­cluso ser optimistas si se toma en cuenta que únicamente en el territorio amazó­nico, entre 1975-1980 la superficie sobre la cual se realizaron las destrucciones de bosques alcanzó a 12,4 millones de hectáreas. Sólo en una hacienda del con­sorcio Volkswagen fueron desmanteladas 70.000 hectáreas.

Que en la actualidad, en distintos países del mundo, se levanten voces de protesta en contra de la devastación de los bosques, prueba que el recurso ecoló­gico ha sido introducido en un tipo de pensamiento que hasta hace poco lo ex­cluía totalmente, produciéndose así una transformación en la esfera cultural, la que progresivamente invade los territorios de la política. A la inversa, la acele­rada destrucción de las zonas boscosas de tipo tropical prueba la absurda lógica de la ‘Economía del Crecimiento’'. Por esas razones, una segunda crítica a la Economía Política tendrá, tarde o temprano, que tomar como una de sus re­ferencias lo que ha ocurrido en la Amazonia en los últimos años. En efecto, lo que hoy sucede en la Amazonia es el resultado, aunque también la radicaliza- ción, de un tipo de pensamiento que se articuló durante todo el período de la modernidad, basado en una creencia ciega en las llamadas fuerzas del progre­so”. Por eso, para diversos sectores político-culturales, en los más distintos países del planeta, la defensa de la Amazonia ha pasado a ser un símbolo.»

Desde una perspectiva de desarrollo sustentable, Héctor S e je n O -

VICH y Daniel P a n a r i o , presentan un inventario global que da cuen­ta de la enorme riqueza de recursos naturales con que cuenta nuestro subcontinente:

«Sólo contamos con el 8%o de la población mundial, pero concentramos el 23%o de la tierra potencialmente arable, un 12%) del suelo cultivado, un 17%o de la tierra para crianza de animales, un 23%o de los bosques (46%o de las selvas tropicales) y un 31 %o del agua superficial utilizable. Nuestro potencial energéti­co también es excedentario, teniendo el 3 %o de las reservas —probadas— de combustibles fósiles y el 19,5% del potencial hidroeléctrico mundial utilizable» (G a l l o p ín , W in o g r a d y G ó m e z , 1991) (1996 : 20).

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Pero no basta con disponer de recursos si es que ellos no son usa­dos sustentablemente. Lo cual nos requiere enfrentar los temas de la pérdida de biodiversidad, la sobreexplotación de nuestros recursos na­turales y el de los crecientes costos ambientales del estilo de desarrollo dominante.

Sin embargo, nuestros pueblos indígenas siempre llevaron a cabo un uso sustentable de sus recursos naturales, como lo afirma Shapion N o n i n g o , líder indígena de la Amazonia peruana, en un artículo para la Revista Tierra América:

«Los pueblos indígenas reivindicamos el uso sustentable de nuestros recursos naturales, es decir, el tipo de uso que hemos realizado históricamente.

En la agricultura, por ejemplo, cultivamos siempre varias especies, hacemos turnos para que la tierra descanse, no es costumbre nuestra abrir grandes exten­siones de terreno para sembrar un solo cultivo, como quiere el Estado. Sabemos que eso mata la tierra y no queremos acabar con nuestra selva. Son, pues, dos formas muy distintas de uso de la tierra.

Erente a la presión de las grandes multinacionales farmaceúticas, intenta­mos defendernos mediante convenios para ponerles condiciones. No queremos que pase con esta riqueza lo mismo que ocurrió con el petróleo o el oro, y que nos veamos obligados a denunciar a nivel mundial un nuevo despojo.

Pedimos un beneficio que sea equitativo. Si se descubre algún bien o se re­quiere nuestro conocimiento sobre las plantas u otros recursos, exigimos un pago justo.»

Dicha forma de relación no destructiva con el medio ambiente es la que caracteriza las formas de explotación propias de las culturas indígenas de la Amazonia, así lo indica Fernando M iR E S (1990, 139):

«Las técnicas de cultivo y de aprovechamiento económico del bosque practi­cadas por los indígenas, recién están siendo conocidas. Como ya ha sido visto, la recurrencia que hacen los indígenas del factor ecológico”puede considerarse una actividad, en última instancia, científica. Esa actividad científica les ha permi­tido no sólo sobrevivir durante siglos, sino acumular, además, un tesoro de cono­cimientos que para la reformulación de la Economía Política (y de otras cien­cias) constituyen aportes insustituibles. Ahora bien, si la 'economía del creci­miento” realizara prospecciones ecológicas que tomaran en cuenta apenas algunas de las consecuencias que producen, hablemos en plazos cortos, la destrucción de los bosques, ¿cuál es, aún desde su propia lógica, el gran negocio que están reali­zando?»

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Pero aún más, en la cultura andina la relación con la Naturaleza es armónica e incluso amorosa, como nos lo describe Eduardo G r i­l l o (1996, 40-45), allí la crianza es una expresión de amor al mundo y hay una simbiosis, en una comunidad donde lo heterogéneo es va­lorado y acogido:

«El mundo andino somos todos nosotros: quienes vivimos aqid en los Andes criando y dejándonos criar, formando familia.

Somos un inundo vivo y vivificante en el que nadie es ajeno a la vida, ya se trate de un hombre, de un árbol, de una piedra. Somos un mundo en el que no hay lugar para la inercia o la esterilidad. Tampoco hay lugar aquí para la abstracción ni para la separación y oposición de sujeto y objeto y de fiines y me­dios: no somos un mundo de conocimiento porque no queremos transformar al mundo sino que lo amamos tal cual es.

Somos un mundo de la inmediatez de la caricia, de la conversación, del juego, de la sinceridad, de la confianza. Somos un mundo de amor y engendra­miento.

La crianza es la afirmación incondicional de la vida y del amor a la vi­da. La crianza, tanto para quien cria como para quien es criado, es la fo r ­ma de facilitar la vida, es la foí^ma de participar a plenitud en la fiesta de la vida.

Enfatizamos que la cultura andina es una cultura de crianza porque la crianza no puede ocurrir en cualesquiera condiciones ni todos somos capaces de criar ni de dejarnos criar. En un mundo de competencia y de desconfianza, como el de Occidente moderno, los individuos que viven en sociedad no crían ni se dejan criar porque tratan de ser lo más independientes que sea posible en la lucha por imponer sus intereses. Allá más bien cada quien se cría a sí mismo tra­tando de adquirir conocimiento teórico y conocimiento práctico en cada una de las opciones que va tomando a lo largo de su vida en defensa de sus intereses y en ejercicio de su libre albedrío y de sus derechos de ciudadano. En estas condi­ciones cada opción le deja una experiencia y una huella. Considérese, por ejem­plo, que en Inglaterra el procedimiento técnico aconsejado cuando nace un niño consiste en separar de la madre al recién nacido y colocarlo en una cuna aparte, y ocurre que con frecuencia mueren los recién nacidos aparentemente sin causa clínica alguna. Estudios minuciosos han concluido que los recién nacidos mueren porque les falta la inmediatez de su madre (The Economist, vol. 326, núm. 7.799; 20 de febrero, 93, 81-82). Claro que estos estudios llevan a la corrección de la técnica, pero la crianza es asunto de actitud hacia la vida, como señala la cita de JUNGK que se ha hecho anteriormente.

El mundo andino es un mundo vivo y vivificante, es un mundo sumamen­

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te diverso en cuanto a especies biológicas, ecologías, climas, geología, geografía, etc. Es un mundo dándose en el que la arm onía no está dada sino que ella es criada en cada momento con la participación diligente de todos quienes somos este mundo. Este es un mundo com unitario, un mundo de amparo, que no ex­cluye. Cada quien (ya sea hombre, árbol, piedra) es tan «im portante» como cualquier otro en la crianza cotidiana de la arm onía. La crianza de la arm o­nía ocurre po r la conversación, la reciprocidad, la danza entre todas las form as de vida existentes para que ninguna quede excluida de la fiesta de la vida en un mundo enteramente vivo. Justam ente es en esta fiesta jubilosa y cotidiana del mundo vivo en donde se va criando la arm onía, a l ir logrando la comple- m entariedad entre todos, a l comprobar que la vida de cada quien sólo es posible por la presencia y colaboración de todos los otros. Vivimos un mundo de sim­biosis.

Veamos un caso. Refirámonos a la arm onización de la reproducción de las diferentes form as de vida en los Andes con el clim a de cada año y de un p erí­odo de años. Se trata de la arm onización de la cuantía de la población de los anim ales (incluido el hombre) con la población vegetal del año o del período, que a su vez depende de las lluvias. E l clim a es en los Andes el asunto p rin cip al en la conversación, en la reciprocidad, en la danzzL tanto dentro de las comu­nidades humanas (runas) como entre las comunidades humanas (runas), las comunidades de la ''naturaleza'' (sallqa) y las comunidades de las "deidades" (huacas).

La form a y el momento de floración de las plantas, el lugar y el modo de anidar de las aves, el comportamiento de las vicuñas, de los zorros, el modo de presentarse de las constelaciones estelares, etc., nos van diciendo si las lluvias se­rán abundantes o escasas, adelantadas o atrasadas, en el año venidero.

Voy a presentar un caso. En el altiplano puneño los criadores de llam as y a l­pacas observan con atención los nidos de una ave pequeña llam ada chijta que pone, según las condiciones en que van a v iv ir sus crías, de uno a tres huevos. Los pastores se orientan, entre otros muchos acontecimientos, por esta ave para la crianza de sus animales. S i pone tres huevos entonces va a haber abundante pas­to el año venidero, y se tratará de que las hembras sean preñadas para tener tantas crías como sea posible así como también se reservará a los machos para en­gordarlos con los buenos pastos. S i sólo pone un huevo, entonces se procede de in ­mediato a "carnear" a los machos porque no habrá pasto para mantenerlos. H a­brá que reducir el hato y se tendrá pocas crías: se procurará que sólo las hembras más fuertes sean preñadas por los machos más vigorosos para asegurarse pocas crías, pero de gran vitalidad» (C hambi, Q uiso y T ito, 1992 , 10).

Frente a esta concepción del mundo absolutamente «sustentable» se nos impone el carácter absolutamente destructivo y ecocida de ese

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estilo de desarrollo que Fernando M iR E S llama «Economía del creci­miento»:

«Las especies vegetales y animales son también parte de la riqueza no cuan- tificada de los bosques tropicales. Entre un 40y un 50% de todas las especies vi­vas del mundo se encuentran en los trópicos. Eso significa que la mitad de la va­riedad genética del planeta está concentrada en un 6% de su superficie. Además, hay que considerar la cantidad no pequeña de especies tropicales que todavía no son conocidas por los científicos. Hasta ahora, de un total de 500.000 tipos de plantas, solamente menos de 150 han llegado a tener importancia económica para el ser humano. Menos de 20 especies proveen el 90% de la alimentación humana. Muchas de ellas provienen de los trópicos húmedos. La pérdida de se­mejante riqueza genética implicaría daños incalculables en los campos de la ali­mentación y de la medicina humana. Ahora bien, ese es el camino por donde nos lleva la ‘Economía del crecimiento''. El United Nations Environment Program- me calcula, por ejemplo, que hacia el año 2000 un millón de especies desapare­cerán para siempre de la tierra. ¿Cuál será el precio que habrá que pagar en el mercado por la última mariposa sobreviviente? Quizá los coleccionistas de insec­tos de hoy serán los millonarios del mañana.

Los primeros seres humanos que pagan las consecuencias de la destrucción de los bosques son naturalmente sus habitantes. Por eso hemos insistido tanto en que en América Latina el tema ecológico no puede ser separado de la “cuestión étni­ca". La desaparición de zonas boscosas significará la desaparición de etnias y grupos culturales, cuyos conocimientos y experiencias relativas a la Naturaleza tienen un valor incalculable. A la inversa, el compromiso a favor de los pueblos amenazados “debe ser siempre un compromiso por la mantención intacta de los medios ambientes naturales". Ni la destrucción de la Naturaleza es una condi­ción para la mantención del ser humano, ni la destrucción del ser humano es una condición para la mantención de la Naturaleza» (1990, 138).

Pero a la vez M iR E S sostiene que este estilo de desarrollo de la «Economía del crecimiento» es algo que tiene un origen histórico desde los inicios de nuestra relación como pueblos con Occidente:

«La tesis arriba expuesta se prueba al observar cómo los presupuestos más “modernos" de la “Economía del crecimiento"ya formaban parte del estilo de pensamiento hispano-lusitano a la hora de la Conquista. Efectivamente: la con­quista de América se fundamentó en creencias que hasta ahora son consideradas indiscutibles dentro de la “ideología del crecimiento". Ellas son: 1) La creencia eurocentrista de acuerdo con la cual las pautas del desarrollo histórico europeo tienen una validez universal. 2) La creencia en la infinitud de los recursos na­turales de las tierras descubiertas. 3) La creencia de que las cosas de este mundo tienen un valor que trasciende al de su uso inmediato o previsto. 4) La creencia

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de que el centro de la vida económica y cultural solamente puede residir en las ciudades» (1990 , 154).

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MODERNIZACIÓN CON (SIN) DEMOCRACIA NI EQUIDAD

Desde hace ya más de una década el principal agente impulsor de las políticas desarrollistas en América Latina y el Caribe, la CEPAL, ha venido sosteniendo como un eje central de su propuesta de desa­rrollo socioeconómico para los países del subcontinente la idea fuerza de la «transformación productiva con equidad».

Dicho concepto ha pretendido resumir en una afirmación los con­tenidos de la propuesta desarrollista para el subcontinente. La idea de trasfondo es que tenemos un déficit de modernización, en relación al resto del mundo, que se expresa principalmente en el ámbito económi­co, de allí entonces la necesidad de la transformación productiva; es ella la que nos permitirá integrarnos de mejor forma en las economía glo­bales que se han ido constituyendo sobre la faz del planeta.

Según el documento CEPAL/UNESCO «Educación y conoci­miento: eje de la transformación productiva con equidad», el nuevo modelo de desarrollo se basa en (i) apertura de las economías na­cionales a la competencia internacional; (ii) inversiones nacionales con financiamiento internacional; (iii) mantención de equilibrios ma- croeconómicos; (iv) liberalización de las economías y de los mercados laborales; (v) transferencias tecnológicas (e incluso innovaciones), así como (vi) gobiernos democráticos; (vii) reducción de la desigualdad y de la extrema pobreza y (viii) creación de la capacidad nacional nece­saria para mantener la competitividad del país.

El alcanzar mayores niveles de desarrollo con este tipo de modelo económico depende en último término de unidades más eficientes de producción, con poder de decisión en cada nivel de la organización, lo que exige una fuerza laboral mejor educada, para lo cual hay que asegurar una mejor distribución del acceso a una educación de cali­dad —aunque se admita que factores exógenos tales como súbitas de­valuaciones en grandes países generan incertidumbres y obligan a ajustes con altos costos sociales—. Para competir internacionalmente.

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los empresarios privados necesitan una fuerza laboral capaz de: (i) adaptarse a los continuos cambios tecnológicos más que de memori- zar conocimientos y dominar destrezas específicas; (ii) absorber con­tinuamente nueva información, métodos e ideas durante su vida la­boral; (iii) trabajar con efectividad en un contexto de creciente auto­nomía, así como (iv) trabajar en grupos para estudiar y poner en práctica nuevas maneras de organizar funciones y tareas.

Sin embargo, también nuestro subcontinente presenta otros pro­fundos rezagos o déficits, y éstos se sitúan en el plano de la equidad y de la democracia como bien lo apunta el análisis de la CEPAL. For­mamos parte como conjunto de las sociedades más inequitativas exis­tentes en la actualidad; en nuestras sociedades los beneficios deriva­dos del crecimiento económico, el bienestar y la calidad de vida no fluyen fácilmente y tienden más bien a concentrarse en pocas manos.

Luis Maira, ministro de Planificación de Chile, señalaba que:

«Por un fenómeno del que no siempre hemos tenido una adecuada sensibild dad, los modelos políticos y económicos aplicados en la década de los ochenta y las visiones del nuevo pensamiento liberal, originaron espacios significativos de mo­dernidad en los principales países latinoamericanos. Pero, al mismo tiempo, acen­tuaron la desigualdad y colocaron en condiciones de mayor pobreza a todos los que no fueron capaces de hacerse parte de estos pequeños circuitos de moderniza­ción. En la gráfica expresión del economista brasileño Winston Frish, nuestros países se convirtieron en 'Pelindias” - pedazos chicos de Bélgica, pedazos grandes de la India - mezclando en un mismo espacio territorial —a modo de un patch- work— la modernización y el atraso, sin que nunca se juntaran. Construimos circuitos independientes de atraso y modernidad. En estos espacios de la moder­nidad pueden manifestarse la complacencia del disjrute de todas las ventajas y oportunidades del desarrollo de nuestros sectores económicos favorecidos (el primer quintil o algo menos de eso en la distribución del ingreso de nuestros países). Pero en las zonas de retraso, de la pobreza acentuada, de la marginalidad, se debate también una parte que nunca es menor que el 50% de la gente en la mayoría de nuestros países. Entonces, las nociones de Norte y Sur, de mundo rico y mundo pobre, de prosperidad y atraso, que eran nociones planetarias en los años setenta, se convierten en nociones regionales a principios de los años noventa, pero a me­dida que la década avanza y como producto de los sectores de modernidad que se establecen en nuestros países, han pasado a ser también nociones nacionales... Dos ejemplos notables son los países más grandes de América Latina, México y Brasil Brasil es la patria de la desigualdad, y en los indicadores de diferenciales de in­greso de los países del Tercer Mundo está a la cabeza: la renta del 5% más aco­modado es 33 veces mayor que la del 5 %o más pobre de la población. En ninguna

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parte los ricos ganan tanto más que los pobres y en ninguna parte las regiones pre­sentan tantas diferencias productivas» (Maira, 1994, 32).

Nuestros países son sociedades de carácter absolutamente dual, son países bicéfalos con dos sociedades en una: una sociedad con los niveles de vida del Sur, donde predominan condiciones de vida afri­cana, donde la gente no come más de una vez al día, donde no tienen acceso a agua potable, a la educación ni a la salud moderna; y otra una sociedad del Norte, con telefonía celular, con ordenadores perso­nales, con cajeros automáticos, con televisión por cable. Es decir, con niveles de vida similares a los de los países más desarrollados.

Pero es necesario preguntarse si el origen de esta profunda de­sigualdad y de la pobreza que agobia a una enorme proporción de los habitantes de nuestros países es algo reciente o tiene una larga data histórica. Al respecto Pablo T hai-H op señala que:

«En América Latina, por la depresión económica, la crisis de la deuda exter­na, elfracaso del populismo y la presión de los organismos internacionales, se aplicó medidas de ajuste estructural de corte neoliberal, conocidas también como el ''con­senso de Washington'. A pesar de algunos resultados positivos en la lucha contra la inflación y en la esfera financiera, es innegable que la región tiene hoy más pobres que a comienzos de los años ochenta, tanto en números relativos como absolutos.

La política de "ajuste con recesión' se ha convertido en muchos países en una crisis crónica de "inflación con recesión". Como consecuencia, ha aum enta­do el desempleo, el subempleo y la pobreza crítica, deteriorando drásticamente las condiciones de vida y salud de la población. Lewis Preston, presidente del Banco M undial, reconoce que "los años de crisis tuvieron un costo particu lar­mente alto para los pobres". Los ingresos promedio por habitante se redujeron en cerca del 10% durante el decenio 1 9 8 0 -19 9 0 ; una cuarta parte de la población está luchando por sobrevivir con menos de dos dólares por día, y se estima que 1 0 millones de niños sufren de m alnutrición. Hay altas concentraciones de po­breza especialmente en los países andinos, en Am érica Central y en el Caribe. Sin duda, debido a l excepcionalmente alto nivel de desigualdad de ingresos en la región, los contrastes entre la riqueza y la pobreza son probablemente más evi­dentes que en ningún otro lugar del mundo en desarrollo.

La CEPAL estima que, en 19 9 0 , Am érica Latina y el Caribe tenía 1 9 6 millones de personas bajo la línea de pobreza, lo que significa un 46%o del total de la población. En los países más pobres de la región, este porcentaje llegaría a más del 50% . Lo cual demuestra el carácter masivo de la pobreza en la región. Se nota, además, una clara «asimetría» en la evolución de la pobreza, con un aumento de un 2 ,5 % entre 1 9 8 6 y 1990 . Lncluso en algunos países que lograron

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un significativo crecimiento económico, el crecimiento del ingreso nacional no ha significado un aumento automático del bienestar de los pobres. La disminución de los índices de pobreza fu e muy lenta, puesto que la distribución de ingresos y activos suele ser desigual.

Según el documento ‘'Reforma social y pobreza. Hacia una Agenda integra­da de Desarrollo”, que sirvió de base para las discusiones y reflexiones del Foro, organizado por el BID y el PNUD, esa pobreza tiene causas muy profundas e históricas, cuyas raíces se derivan de (i) una tradicional estructura socioeconómi­ca donde prevalecen patrones injustos en la distribución de la riqueza; (ii) de la insuficiencia en la generación de excedentes económicos como consecuencia lógica de una economía subdesarrollada. Dicho de otra manera, si hay tanta pobreza en la región es porque la débil inversión y las empresas con tecnologías atrasadas no generan suficientemente trabajos y/o sólo trabajos de baja productividad e in­gresos; ( iii) y finalmente, como consecuencia de las medidas de estabilización y de ajuste neoliberales, que perjudican no solamente a los pobres sino también a amplios segmentos de las capas medias, deslizándolos por debajo de la línea de la pobreza.

Siendo la pobreza el resultado de un conjunto de factores estructurales, his­tóricos y socioeconómicos, que atormentaron a América Latina desde su naci­miento, el documento sostiene que sería un error considerar que su actual situa­ción “obedece exclusivamente a la crisis que se precipitó en los años ochenta y a los ajustes y reformas económicas que se pusieron en marcha para enfrentarla’. Sostiene incluso que “sin estos programas (de ajuste) la situación hubiera empe­orado”» (T h a i-H o p , 1994).

Gustavo W iL C H E S C h a u x señala, refiriéndose a los colombianos, cuestión plenamente válida para todos los latinoamericanos y caribe­ños, que:

... «Laprincipal tarea que nos corresponderá afrontar como pueblos durante el próximo siglo consistirá en garantizar, en un escenario de democracia y de paz integral, las condiciones que permitan satisfacer las necesidades de nuestra pobla­ción en aumento, en términos de ser, tener, hacer y estar, así como de subsisten­cia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.

Existe casi consenso en el sentido de que el crecimiento económico y la redis­tribución de los beneficios del desarrollo constituyen requisitos sin los cuales será imposible superar los niveles crecientes de pobreza y marginalidad que hoy carac­terizan nuestra realidad.

Sin embargo, está demostrado, tanto a nivel nacional como mundial, que el desarrollo tal y como está siendo concebido y ejecutado no solamente no permite satisfacer las necesidades humanas y reducir las enormes y cada vez más grandes

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brechas existentes entre los ricos y los pobres, sino que genera nuevas formas de pobreza (cultural, ambiental, espiritual), nuevas amenazas y nuevas vulnerabi­lidades.

Es decir, que vista la Humanidad como conjunto, el desarrollo no está con­duciendo ni a una mejor calidad de vida ni a una mayor felicidad humana, como tampoco a unas relaciones más armónicas entre nuestra especie y otras es­pecies vivas, ni a formas más adecuadas de interacción con el entorno, y mutua­mente más seguras tanto para los ecosistemas como para los seres humanos.

Nuestro reto entonces consiste en redirigir el desarrollo (y con él el creci­miento económico) hacia lo que en los últimos años se ha venido a denominar sostenibilidad, en todas las dimensiones...»

GLOBALIZACIÓN O GLOBALIZACIÓN. ¿EXISTEN REALMENTE OPCIONES PARA ALGÚN GRADO DE AUTONOMÍA?

Sin embargo, Latinoamérica tiene hasta ahora una condición ab­solutamente subordinada y dependiente en el orden económico inter­nacional, que se ha ido constituyendo en el mundo a partir del de­rrumbe del bloque socialista y de la desaparición del ordenamiento producto de la «guerra fría».

En el año 1993 el Producto Interno Bruto de América Latina y el Caribe era 1.405.795 millones de dólares, frente a los 6.259.899 mi­llones de dólares de USA en 1993 y a un Producto Interno Bruto Mundial de 23.565.932 millones de dólares.

Nuestra población era de 210 millones en 1960, entre 3.000 mi­llones de habitantes del planeta, es decir, un 7% de la población mundial, llegando a ser 450 millones en 1992 entre 5.450, lo cual in­crementó nuestro peso demográfico a nivel mundial hasta un 8,26%. Al año 2000 alcanzaremos a ser 520 millones en 6.330 millones de habitantes, lo cual nos significará constituir un 8,21% de la pobla­ción total del planeta.

De los datos anteriores podemos concluir que la importancia tan­to demográfica como económica de Latinoamérica y el Caribe es re­lativamente pequeña en el mundo actual, menos del 10% de la po­blación del planeta y del orden del 6% del Producto Mundial.

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Según datos de W a t e r s , B a k e r & C o g g a n (Financial TimeSy 2­9-89) la participación de Latinoamérica y el Caribe en el producto bruto global asciende a un 6,1%, frente a Europa con un 29,3%, Es­tados Unidos con un 25,2% (7,26 billones de dólares), Japón con un 17,4% (4,6 billones de dólares), Asia y el Pacífico con un 10,6%.

Hasta Alemania, la tercera potencia geoeconómica planetaria, con un producto bruto interno de 2,36 billones de dólares, que re­presenta un 6,6% del producto bruto mundial de 1995, tiene un peso mayor que la totalidad de nuestro subcontinente.

«Cuando pase el huracán sobre los mercados emergentes latinoamericanos será conveniente retener la respiración para establecer la lista de daños y damnC ficados del naufragio provocado por la globalización financiera especulativa... Todo parece indicar, de acuerdo a las tendencias del mercado libre y espontáneo, que Latinoamérica (incluido el Caribe, que representa el 6,1% del producto bru­to planetario, o sea, menos que el producto bruto de Alemania sola), será asimi­lada por una de las hegemonías de la tripolaridad geoeconómica, al menos que suceda algo impensable.» Alfredo Jalife-Rahme (edición especial de Visión, octubre de 1998, volumen 91, núm. 7, pág. 35).

Si en conjunto nuestro peso demográfico y económico es tan pe­queño, frente a sociedades y economías crecientemente integradas en el resto del mundo, se torna absolutamente exiguo e incluso insigni­ficante si pretendemos vincularnos a los niveles globales como países en forma aislada, de allí la necesidad de avanzar rápidamente hacia mayores niveles de integración política, económica y cultural

Por otra parte, según informes de la UNCTAD, la participación de América Patina en las exportaciones mundiales ha descendido sig­nificativamente. En 1950 exportaba el 11% del total mundial; en 1970, un 4,8%, y en 1990, un 3,6%. En contraste los países de re­ciente industrialización del Asia Pacífico (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur, con una población en conjunto de alrededor de 50 millones de habitantes, participaban al año 1990 con un 8% del total de las exportaciones mundiales.

Oscar U g a r t e g h e (1997, 202) señala agudamente que las expor­taciones, sin embargo, en las actuales condiciones no nos están apor­tando mucho a nuestro desarrollo.

«El surgimiento de una doctrina de ‘‘exportar o m orir’ está dando como re­sultado en América Latina un proceso de reprimarización de las economías y un

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acelerado proceso de internacionalización de la banca, siguiendo un patrón si­milar al de fines del siglo XIX y mediados del siglo XX, cuando se observó este f e ­nómeno. El resultado, en el primer lustros de la década de los noventa, es déficits externos crecientes financiados en esta oportunidad por capitales de corto plazo y por la venta de empresas públicas. La puesta es una reconversión productiva que aún no se observa.»

Ello porque se ha dejado a los mercados operar sin ningún tipo de orientación ni regulación, dejando al Estado reducido a un mero proveedor de servicios:

«En América Latina, el papel del Estado ha sido reducido a recaudador de fondos, promotor de educación y proveedor de infraestructura, con el argumento de que los mercados se articulan mejor cuando existe la infraestructura fisica y la educación permite mejorar las oportunidades de los ciudadanos para ingresar al mercado. Al mismo tiempo, en el sudeste asiático el Estado cumplió y sigue cumpliendo un papel determinante en los procesos de asimilación tecnológicos y de inducción en las modificaciones de los patrones productivos exportadores. En Estados Unidos, la Unión Europea y Japón coexiste un nuevo mercantilismo que protege y fomenta actividades con un discurso de libre mercado; ya la firma de la Organización Mundial de Comercio, que debe llevar a la reducción de las barreras pre-arancelarias, es la manera como se expresa este nuevo mercantilis­mo, parafraseando a Joan Robinson» (U g a r t e c h e , 1997, 202)

Pero, ¿es posible hacer algo? o ¿tiene algún sentido hacerlo?, cuando el contexto internacional en el cual operan nuestras econo­mías es el que nos describe Alfredo Jalife-Rahme (edición especial de Visión, octubre de 1998, volumen 91, núm. 7, pág. 32):

«¿Por qué sucede el desacoplamiento entre la economía real y la explosión f i ­nanciera?... Este fenómeno resulta incomprensible si no se explora el mundo de los derivatives market que, aunque suene increíble, no aparecen en la contabilidad formal... Bernard Baumohl los catalogó como %n género de instrumentos f i ­nancieros nucleares'' que operan en un sistema bancario altamente especulativo que les provee su plataforma de lanzamiento globalizador y que se dedican, por medio de fórmulas matemáticas sofisticadas y el software computacional, a obte­ner suculentas ganancias en un ambiente de mayor riesgo... En un planeta que padece insomnio y adicción especulativa circulan 5,5 veces más de papel pirami­dal invisible que el producto bruto del planeta. Pero no cualquiera tiene acceso al mundo cerrado y selecto de la alta especulación financiera... Lo que no puede conseguir en créditos el país más grande del planeta y superpotencia nuclear (Ru­sia), ni el cuarto país más poblado del planeta (Lndonesia), un solo megaespecu- lador (George Soros) por medio de su empresa Quantum Eunds, con un capital

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de 10.000 millones de dólares, lo obtiene mediante un teclazo de computadora de los bancos aliados que le apalancan (el leverage financiero) sus activos hasta 100 veces. Es decir, Soros juega con 100.000 de millones de dólares contra las ra- quiticas reservas de países endebles, denominados “mercados emergentes”.

Es un juego desigual con todas las ventajas para los jugadores de derivados superapalancados, firente a las reservas inamovibles de los países valetudinarios. Baste señalar como ejemplo al superlativo jugador bancario del mundo de los de­rivados, el banco estadounidense Chase Manhattan. Su valor en acciones es de 21.000 millones de dólares, sus activos representan 323.000 millones y su tenen­cia de derivados invisibles suman 5,56 billones. En derivados posee 264 veces más que el valor de sus acciones y más de 17 veces el valor de su paquete de ac­tivos.

¿Cómo se protege un país como Venezuela con reservas de 14.000 millones de dólares, firente a un solo megaespeculador muy bien cobijado en las inalcan­zables plazas off-shore?

Sucede, entonces, que la brusca salida de capitales de corto plazo, precipita­da por la sincronizada (des)calificación de Moodys y Standar & Poors genera una devaluación irremediable de las divisas. Luego, los mismos megaespeculado- res reaparecen sobre el país devaluado para llevarse a precios de remate sus me­jores joyas tecnoindustriales y sus materias primas estratégicas.»

¿Qué sentido tienen los enormes esfuerzos desplegados por la gente de nuestro continente para ajustar sus economías, restringir sus gastos, ahorrar e invertir, etc., cuando el peso de las economías de nuestros países, salvo dos o tres excepciones, es inferior al de muchas multinacionales y de los jugadores apalancados del mundo de los de­rivados por el sistema financiero internacional?

Sin embargo cuesta explicarse el por qué si estos datos que están disponibles para todos aquellos que toman decisiones políticas y eco­nómicas en nuestro continente, no se traducen en criterios de actua­ción que nos alejen o al menos protejan de los enormes riesgos que implican para nuestros países jugar en el «casino global». Posiblemen­te una explicación a ello la podemos encontrar en lo que U g a r t e c h e

afirma en el párrafo siguiente:

«No obstante que no se puede hablar de América Latina como una región económica, ciertamente es una región donde los mismos argumentos se escuchan y se leen en el campo económico y donde los agentes políticos hacen la misma prác­tica del discurso económico. El nuevo liberalismo económico propone la universa­lización de las leyes económicas y la exigencia de la internacionalización de las

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economías para la modernización de las sociedades, mientras se establece como políticamente conservador en todos los países de la región. Esto no lo haría reco­nocible a los liberales de los siglos XVIII y XIX, en especial a los ingleses, que fueron anticlericales e irreverentes. Esos liberales de los siglos XVIII y XIX abogaron por la tolerancia, por dejar hacer y dejar pasar, mientras en lo económico el Estado de­sintervenía para mejora del bien común. Los nuevos liberales no consideran el bien común, mejor dicho, el bien común no existe, sólo existe el bien propio. Si el progreso es conservador, ser liberal en lo económico en América Latina es ser conservador en lo político. Algo está al revés. Lo moderno es no estar con los par­tidos, denostarlos, como Primo de Rivera en los años veinte en España. Un nuevo liberal de buena línea en América Latina aboga por la privatización de los ser­vicios públicos (cuando fueron justamente los liberales los que introdujeron la educación pública en Lnglaterra y en Estados Unidos). (Ugarteche, 1997, 20.)

¿EXISTEN ALTERNATIVAS?

Franz HiNKELAMMERT, en un análisis crítico de un trabajo de Karl-Otto A pe e le reprocha a éste la descalificación que hace de la te­oría de la dependencia como una simplificación metafísico-retórica y que no se pregunte... «tambiénpor aquellas tradiciones culturales que se resisten a l desarrollo de un sistema tal y p or su capacidad de fom entar al­ternativas?»... (1996, 227) y a que éste atribuya el empobrecimiento de África... «en parte de los errores inevitables de la política de desarro­llo, en parte también de experimentos socialistas y las guerras civiles pos­teriores..., pero en general de la predisposición sociocultural insuficiente de las sociedades tribales para e l marco de condiciones de la form a econó­mica capitalista...» (1996, 228), y se pregunta si aquellas sociedades incapaces de satisfacer los marcos condicionantes para el funciona­miento del capitalismo, deberían por tanto ser destruidas o deberían tener la posibilidad de desarrollar alternativas.

«Un problema muy similar tienen hoy las culturas indígenas de América Latina que todavía sobreviven. En la Amazonia, donde las tribus existentes tie­nen la menor capacidad para satisfacer los marcos condicionantes del capitalis­mo, ellos simplemente son aniquilados. ¿Si un sistema es así, no se debe siquiera hablar de eso? ¿No es científico hacerlo?» (1996, 228).

En su libro Cultura de la Esperanza y Sociedad sin Exclusión, H iN ­KELAMMERT plantea tres tesis respecto a las relaciones entre el Primer y Tercer Mundo. La primera afirma que el capitalismo vuelve a ser un

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capitalismo desnudo; ya no teme que haya alternativas y, por ende, ya no busca compromisos. La segunda sostiene que para los países del centro el Tercer Mundo es económicamente necesario, pero no se ne­cesita su población. Y en la tercera tesis señala que los países del cen­tro consideran una amenaza un desarrollo basado en la integración industrial en el mercado mundial; la deuda externa del Tercer Mundo les sirve como instrumento para regular, controlar y, eventualmente, impedir este tipo de desarrollo.

Afirma también que «las fu erz a s com pu lsivas d e los h echos ha cen im posib le una so cied a d en la qu e todos quepan» (1995, 309) y se pre­gunta si podemos darnos el lujo de mantener tantas riquezas concen­tradas si queremos asegurar la dignidad humana en los tiempos ac­tuales.

Para enfrentar esta situación éticamente inaceptable presenta las siguientes cuatro tesis.

La primera tesis: Un proyecto de liberación hoy tiene que ser un proyecto de una sociedad donde todos quepan y de la cual nadie sea excluido.

«Hoy está surgiendo en América Latina una concepción de una nueva socie­dad y de la justicia, que se distingue claramente de concepciones anteriores. Por lo mismo se vincula también con nuevas formas de praxis social.

Cuando periodistas preguntaron a los zapatistas rebeldes de la provincia mexicana de Chiapas cuál era el proyecto que imaginaban para México, ellos contestaron: “una sociedad en la que quepan todos’’. Un proyecto de esta índole implica una ética universal. Pero no dicta principios éticos universalmente váli­dos. No prescribe ni normas universalistas generales ni relaciones de producción determinadas universalmente válidas» (1995, 311).

La segunda tesis: La lógica de la exclusión que subyace a la socie­dad moderna puede ser comprendida como resultado de la totaliza­ción de principios sociales universalistas. En el capitalismo se trata de leyes del mercado y su totalización y globalización.

«Este “capitalismo total” se hace presente como globalización y homogeneiza- ción del mundo, por tanto como totalización del mercado y de la privatización de las funciones públicas en nombre de la propiedad privada... Estamos desatando un proceso de destrucción que subvierte los fundamentos de nuestra vida, sin embargo celebramos la eficiencia y la racionalidad con las cuales éste se lleva a cabo... Se

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pierde toda posibilidad de una ética de la responsabilidad y se funda una ética de la más pura irresponsabilidad justificada en nombre de la eficiencia... La empresa orientada por el cálculo de dinero y ganancia racionaliza sus procedimientos, pero esta racionalización es el origen de un proceso irracional de destrucción del ser hu­mano y la Naturaleza... Es como el siguiente cuento: una bruja envenenó la fuente del pueblo, de la cual todos tomaban agua. Todos enloquecieron. Excepto el rey, quien no había bebido. El pueblo sospechó de él y lo buscó para matarlo. El rey, en apuros, también bebió y enloqueció. Todos lo celebraron, porque había entrado en razón... Kindlenberger, un economista de EE. UU. que ha investigado de manera exhaustiva los pánicos y colapsos de la bolsa financiera, resume adecuadamente el resultado al cual todos llegamos: ''Cuando todos se vuelven locos, lo racional es vol­verse locos también’» (1995, 317).

La tercera tesis: La eficiencia que subyace al mecanismo de com­petencia crea fuerzas compulsivas que absolutizan el mecanismo de destrucción.

«El mecanismo de competencia resulta destructor por el hecho de que des­truye los fundamentos de la vida en la tierra. Peor, transformado en omnipoten­cia, se impone a todo el mundo. Ya nadie puede vivir sin integrarse en él y, por tanto, sin participar en la misma destrucción de estos fundamentos de la vida... Esta omnipotencia es la capacidad de poner el cálculo medio-fin por encima de cualquier racionalidad de reproducción de la vida humana. Ha aparecido un sistema que tiene esta capacidad. No obstante no puede renunciar a ella. Está entregado sin remedio a su propia omnipotencia. Ya no puede dar ninguna di­rección al proceso que está en curso. La clase dominante no domina, sino que de­riva su poder de su sometimiento a las fuerzas compulsivas de los hechos...» (1995, 319).

«Si queremos detener este viaje mortal, tenemos que hablar sobre las fuerzas compulsivas de los hechos. Se trata entonces de la pregunta acerca de cómo libe­rarnos de estas fuerzas compulsivas y de saber hasta qué grado eso será posible...» (1995, 321)

La cuarta tesis: No es posible superar la irracionalidad de lo racio­nalizado, a no ser mediante una acción solidaria que disuelva las fuer­zas compulsivas de los hechos que nos dominan.

«...Por eso, la racionalidad que responde a la irracionalidad de lo raciona­lizado, solamente puede ser la racionalidad de la vida de todos, que sólo se puede fundar en la solidaridad de todos los seres humanos... En este sentido, la solida­ridad es el medio para disolver la fuerza compulsiva de los hechos. Esas fuerzas, que nos imponen hoy un proyecto de destrucción del ser humano y de la Natu­raleza, no son leyes naturales invariables. Surgen de la acción humana como sus

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efectos no-intencionales, por tanto fuera del alcance y el discernimiento de los ac­tores, en cuanto éstos someten su acción exclusivamente a un cálculo medio-fin... La solidaridad es la condición de disolución de estas fuerzas compulsivas, no obs­tante su surgimiento presupone la resistencia en contra de las medidas legitima­das en nombre de estas fuerzas compulsivas. Pero la resistencia en contra de estas fuerzas compulsivas no es el resultado de una falta de realismo, sino la única ex­presión posible para enfrentarse a la irracionalidad de lo racionalizado... Como la sociedad de la totalización de las fuerzas de las fuerzas compulsivas de los he­chos descansa sobre la ética del mercado —garantía de la propiedad y cumpli­miento de contratos— la disolución de estas fuerzas descansa sobre una ética de la solidaridad. Una sociedad en la cual todos quepan solamente puede aparecer si entre estos polos resulta una mediación tal que la ética del mercado sea subor­dinada a la ética de la solidaridad. La solidaridad se ha transformado en con­dición de posibilidad de la sobrevivencia humana, y por ello también en condi­ción de posibilidad de la acción racional» (1995, 324-325).

El camino de propuesta que nos sugiere W a l l e r s t e in , es experi­mentar seriamente con las alternativas, para afrontar el esquema ge­neral de una transición que nos haga romper con la creencia implan­tada en nosotros por la Ilustración de que el cambio posible sólo lo será y de modo óptimo mediante la planificación social racional.

«Quizá tendríamos que deconstruir sin erigir estructuras para deconstruir, que acaban siendo estructuras para mantener lo viejo bajo el disjraz de lo nuevo. Quizá tendríamos que tener movimientos que movilicen y experimenten, pero no movimientos que busquen operar dentro de las estructuras de poder de un sis­tema-mundo que están intentando deshacer. Quizá tendríamos que entrar de puntillas en un futuro incierto, intentando recordar meramente en qué dirección estamos yendo. Quizá tendríamos que re-evaluar constantemente si de hecho lo que estamos haciendo es deconstruir un sistema desigualitario o reforzarlo» (1996, 39).

«En cualquier caso, la nueva práctica social debe construirse con claridad a partir de una familia de movimientos que abarca la sabiduría y los intereses de to­dos los sectores que han sido dejados de lado y marginalizados en nuestro sistema social. Una familia incluyente de movimientos no sólo será numéricamente más fuerte sino que también tendrán la ventaja de sus variadas experiencias y, por tan­to, la mayor posibilidad de descubrir los caminos correctos» (1996, 39-40).

Leonardo B o f e (1996, 146), en una lúcida reflexión respecto a nuestro futuro, señala que:

«Dos grandes problemas van a ocupar las mentes y los corazones de la Hu­manidad de aquí en adelante: ¿cuál será el destino y el futuro del planeta Tierra

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si prolongamos la lógica del pillaje a la que nos han acostumbrado el modelo de desarrollo y de consumo^ ¿Cuál es la esperanza del mundo, de esos dos tercios de pobres de la Humanidad? Existe el riesgo de que la ‘‘cultura de los satisfechos’' se cierre en su egoísmo consumista e ignore cínicamente la devastación de las masas pobres del mundo. Como también existe el riesgo de que los “nuevos bárbaros” no acepten ese veredicto de muerte y se lancen a una lucha desesperada por la super­vivencia, amenazando todo y destruyendo todo. La Humanidad podrá entonces tener que enfrentarse a niveles de violencia y destrucción nunca vistos sobre la faz de la Tierra. A menos que colectivamente decidamos cambiar el curso de la civi­lización, desplazar de su eje la lógica de los medios al servicio de la acumulación excluyente y trasladarlo hacia una lógica de los fines en función del bienestar co­mún del planeta Tierra, de los humanos y de todos los seres, en el ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos.

Ahora bien, estas dos cuestiones, con acentos diversos, son preocupaciones co­munes del Norte y del Sur del planeta. Y ellas constituyen el contenido central de la teología de la liberación y de la reflexión ecológica. Estas dos vertientes del pensamiento permiten el diálogo y la convergencia en la diversidad entre los po­los geográficos e ideológicos del mundo. Ellas deben ser una mediación indispen­sable en la salvaguarda de todo lo creado y en la recuperación de la dignidad de las mayorías pobres del mundo. Por eso la teología de la liberación y el discurso ecológico se exigen y se complementan mutuamente.»

Una aproximación similar a la anterior, aunque desde otra pers­pectiva, es la nos señala Fernando MiRES (1990, 157) cuando afirma que:

«Por cierto, la Ecología no dictará las pautas de la acción política. Por el contrario, la apelación a la Ecología es parte de una acción política preestable­cida, que a la vez surge como consecuencia de una nueva radicalidad social que se forma como negación, aunque también en continuidad, con discursos exis­tentes. Se trata, como ha sido insinuado, de una radicalidad social que no se su­perpone a la acción de los actores existentes y reales, sino que surge de la presen­cia y actividad práctica de ellos mismos. Esa radicalidad social no nos dice toda­vía cómo será el futuro. Pero sí señala cómo no queremos que sea y, en relación al tema ecológico, nos enseña que una vida sin Naturaleza no solamente es in­deseable, sino que además imposible.»

Eduardo G r i l l o , (1996) nos confirma desde una mirada similar una propuesta de recuperación de la armonía de la vida:

«La violencia que es propia de Occidente moderno no brota de la vida mis­ma... Si alguien quiere liberarse de esa construcción de y para la violencia que el Occidente moderno, debe incorporarse a algunas de las culturas de la armo­

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nía, que son todas las culturas originarias que han brotado de la vida misma, es decir, debe volver a la vida... Esto exige, a mi modo de ver, una conversión... creo que sólo se puede convertir de la violencia a la armonía, de individuo a co­munero quien se enamora de la armonía y de la vida simple...»

Franz HiNKELAMMERT, asimismo plantea la urgencia de occiden- talizar el mundo en que vivimos, exigencia que debería transformarse en un esfuerzo personal y social por «desoccidentalizarnos» a nosotros mismos.

«Frente a la sociedad occidental, tenemos que recuperar algo muy simple que resulta ser extremadamente difícil: el derecho y la posibilidad del hombre de poder vivir dignamente. Poder comer, tener una casa, tener educación y salud, y eso en una sociedad que permita asegurar tales elementos a largo plazo, por tanto sin destruir la Naturaleza misma. Cualquier respeto por el hombre empieza por allí. La sociedad occidental, en cambio, desprecia estos elementos tan simples de la vida humana. Quiere cosas más importantes, pero que a la postre destruyen el mundo mismo en el cual ella también tiene que existir. La sociedad occidental habla siempre de un hombre tan infinitamente digno, que en pos de él y de su libertad el hombre concreto tiene que ser destruido. Que el hombre conozca a Cristo, que salve su alma, que tenga libertad o democracia, que construya el co­munismo, son tales fines en nombre de los cuales se han borrado los derechos más simples del hombre concreto. Desde la perspectiva de estos pretendidos valores, esos derechos parecen simplemente fiines mediocres, metas materialistas en pugna con las altas ideas de la sociedad. Evidentemente, no se trata de renunciar a nin­guno de estos fiines. De lo que se trata es de arraigarlos en lo simple e inmediato, que es el derecho de todos los hombres a poder vivir. Estos fiines tienen que ser mediatizados por esta condición central, sin la cual ninguno de ellos vale en lo más mínimo.

Desoccidentalizar el mundo, eso es esta tarea. Desoccidentalizar la Iglesia, desoccidentalizar el socialismo, desoccidentalizar la peor fiorma de Occidente, que es el capitalismo, desoccidentalizar la misma democracia. Pero eso implica reconocer que el mundo es el mundo de la vida humana en la cual todos tienen que poder vivir. Este reconocimiento constituye la superación de Occidente»(1989 , 1 1 -12 ) .

Por otra parte, Oscar U g a r t e c h e , presenta el problema en tér­minos de nuestra vinculación a los espacios globales y señala que:

«...El espacio de los debates contemporáneos se abre entre globalización y desconexión, liberalismo y mercantilismo y Estado y Mercado. El debate capita­lismo-socialismo ha desaparecido. No son sinónimos de Estado y socialismo ni mercado y capitalismo. Tampoco lo son globalización, mercado y liberalismo, ni

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desconexión, Estado y mercantilismo. Pero a veces se necesitan los unos a los otros» (1997, 23).

En ese debate entre globalización y desconexión parece funda­mental recurrir a los dos principales proponentes teóricos de cada propuesta.

Veamos en primer lugar la propuesta de la «desconexión» presen­tada por Samir A min. El parte de las categorías de centro y periferia acuñadas en la teoría de la dependencia y señala que el centro es un producto de la Historia.

«...En algunas regiones del sistema capitalista, la Historia ha permitido el establecimiento de una hegemonía de la burguesía nacional y un Estado capita­lista nacional La burguesía y el Estado burgués son indivisibles. No existe capi­talismo abstraído del Estado. El Estado burgués es nacional cuando controla el proceso de acumulación, dentro de los límites externos que existen siempre, pero estas restricciones se tornan en muy relativas en virtud de la propia capacidad del Estado de reaccionar frente a su acción o participar en su creación.

«Las 'periferias’’ se definen en términos negativos: son las regiones que den­tro del sistema capitalista mundial no se establecen como centros. Son los países y regiones donde no hay control nacional sobre el proceso de acumulación del ca­pital, el cual se define esencialmente por las restricciones externas. Las periferias no están "estancadas”, aunque su desarrollo no es similar al de los países capita­listas avanzados en las sucesivas etapas de expansión del capitalismo. La burgue­sía y el capital nacionales no están necesariamente ausente y no son sinónimo de sociedades precapitalistas. El Estado puede existir, pero su existencia formal no lo convierte en un Estado capitalista nacional, mientras no controle el proceso de acumulación...

...El interrogante, para ÁMIN, es si las periferias están en proceso de conver­tirse en nuevos centros. La tesis de que la contradicción centro/periferia es inma­nente al sistema capitalista mundial lleva a una conclusión. Si la formación de un Estado burgués nacional y la construcción de una economía capitalista auto- centrada son imposibles en ía periferia, es necesario otro patrón de desarrollo: la desconexión y el socialismo. El desarrollo autocentrado se define como el control nacional de la acumulación en los términos indicados arriba. La desconexión no es sinónimo de desarrollo autocentrado. Es un requisito del desarrollo autocentra­do. El concepto es «desconectar» los criterios de la racionalidad de la selección eco­nómica interna de aquellos que gobiernan el sistema mundial Los ejemplos reales los han dado China y la Unión Soviética. La transnacionalización (lo que rebasa las naciones) no es más que la expresión de la sujeción de los diversos segmentos que constituyen el capitalismo realmente existente a la ley del valor existente a es­cala mundial (ÁMIN, 1990b). Se ha iniciado la ruptura de la relación entre los

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sistemas productivos nacionales y el Estado burgués nacional establecido. Esta ruptura opera en el marco de una triple yevolución) cibernética, cultural y mi­litar. En este marco hay tres direcciones posibles para el desarrollo del sistema glo­bal: 1) seguir los nuevos patrones establecidos por las estrechas demandas del ca­pital a escala mundial; 2) el colapso del sistema; 3) su reconstitución sobre una nueva base policéntrica regionalizada» ( 1 9 9 7 , 2 3 -2 4 ) .

La segunda propuesta es la de la globalización presentada por O h m a e , en su libro El mundo sin fronteras. Esta no es propiamente una teoría, sino más bien una propuesta ideológica a partir de la constatación de lo que está pasando con las comunicaciones y las em­presas multinacionales, básicamente en los países ricos. Como lo se­ñala U g a r t e c h e :

«Esto puede ser una realidad para los europeos del Oeste, los americanos del Norte y los japoneses, pero das fronteras crecientes’’podría ser el título de un libro sobre todo el resto del mundo» ( 19 9 7 , 23).

La propuesta liberal más extrema, en términos de funcionamiento de una economía globalizada y operando con las 'huevas reglas” de juego, se presenta en el trabajo de O h m ae (1990). Esta vendría a ser la teoría dominante de Id globa­lización. El argumento es que las grandes empresas tienen que volver a aprender el arte de la invención, pero esta vez deben hacerlo en industrias y negocios que son globales, donde se deben efectuar economías de escala mundial con productos he­chos a la medida del consumidor de los mercados claves. Las compañías deben ha­cer esto porque más clientes informados y exigentes se están concentrando en los pa­íses desarrollados. Ellos tienen el poder y no la organización que los vende. Toda­vía hay quienes piensan que las transnacionales son las que imponen los productos y seleccionan los países donde van a operar, pero el nuevo orden económico está re­gido por los consumidores, quienes son cada vez más exigentes. El nuevo rol del Es­tado es proteger el medio ambiente, educar a la fuerza de trabajo y construir una infraestructura social cómoda y segura. Los gobiernos no entienden que su papel ha cambiado, de proteger a la población y sus recursos naturales de amenazas externas a asegurarles a los ciudadanos la gama más amplia de alternativas entre los mejo­res y más baratos productos y servicios alrededor del mundo. Los Estados aún son mercantilistas y por eso desincentivan la inversión y fomentan el empobrecimiento de su población. Hay poca conciencia de que una isla está emergiendo, que es ma­yor que un continente y que ha cambiado las reglas del juego. La Inter Linked Economy (ILE), formada por la tríada (Estados Unidos, Europa y Japón), adhe­ridos por economías agresivas como Taiwan, Hong-Kongy Singapur, ha cambian­do la teoría macroeconómica y el funcionamiento de la macroeconomía. Si un eco­nomista keynesiano espera ver un crecimiento del empleo como resultado del creci­miento económico, ahora puede no verlo porque el empleo puede ser creado en otra parte. Si el gobierno ajusta la oferta monetaria, los créditos internacionales reem-

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plazardn al crédito interno. Si el banco Central sube la tasa de interés, créditos in­ternacionales más baratos lo reemplazan. Para los fines del caso, la ILE ha conver­tido en obsoletos los instrumentos tradicionales de la banca central.

En la ILE, la población es de mil millones de personas, aproximadamente, con un ingreso per cápita de 10.000 dólares anuales; se crea, consume y redistri­buye la mayor parte de la riqueza del mundo, y no hay ganadores ni perdedores absolutos. Un perdedor se vuelve atractivo conforme su moneda se debilita y el de­sempleo en su país hace que su mano de obra sea deseable. La ILE va a crecer más rápidamente y va a incluir a la mayor parte de los países de Europa del Este, casi todos los nuevos países industrializados del Este asiático y algunos de América La­tina. Las interdependencias de las economías crean seguridad y ése va a ser el pen­samiento en curso en la ILE, en oposición a la seguridad basada en los ejércitos.

O h m a epropone un planteamiento de liderazgo de la economía global donde las economías más ricas están interrelacionatias, y los otros países no tienen más remedio que adherirse a ésta con reglas de juego de libre comercio o fenecer detrás de lo que queda de comercio internacional fuera de la ILE, que es la menor parte. Los mere antilistas, que están mirando los espacios dentro de sus naciones, están desencontrados con una realidad económica que ha hecho de la dinámica de la economía global una dinámica única para un bloque de países ricos que lideran la marcha de la economía del mundo» (1997, 25-26).

El dilema es entonces: u optamos por la desconexión propuesta por Amin, de la cual incluso aquellos que algún día optaron por ella vienen de vuelta, o nos quedamos sin hacer nada en una actitud pa­siva y crédula, esperando que algún día algunos de nosotros podamos integrarnos al club de los privilegiados, lo cual tampoco asegura nada en el mundo de hoy.

, U g a r t e c h e (1997, 203-204) plantea frente a ese «dilema del prisionero» una propuesta intermedia, que transita por un nuevo rol del Estado:

«Una alternativa en torno a los planteamientos de autocentramiento enten­dido como desconexión es el autocentramiento abierto, donde el mercado interno sea la base de la producción exportadora y el Estado desempeñe un papel activo en la promoción de actividades ae eslabonamiento tecnológico y complementariedad en las economías de ámbito. La propuesta es que sea un Estado bisagra: que arti­cule además los intereses privados con los intereses nacionales, mayores; invierta en innovación, adaptación y difusión tecnológica a través de las Universidades y cen­tros de investigación, en colaboración con el sector privado, y al mismo tiempo, que protege industrias infantes y estimula a las industrias maduras a colocar sus bienes en el exterior, al estilo del sudeste asiático. Sin embargo, debe tener un pa-

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peí redistributivo necesarianaente, no sólo en el gasto de infraestructura sino en la determinación de precios, para compensar a los sectores más pobres. Los programas de compensación sociales focalizados son un reconocimiento de la falta de fondos públicos. No obstante, focalizar programas sociales cuando una parte sustantiva de la población está debajo de la línea de pobreza es tapar el sol con un dedo.

El dilema exportar o morir olvida los requisitos del desarrollo: mejorar las condiciones de vida de la población en su conjunto, articular la sociedad y mo­dernizar el conjunto social sin exclusión alguna. El mercado no lo va a hacer porque no lo puede hacer. No es competencia del mercado sino del Estado actuar como cadena de transmisión de la modernización. El mercado actuará única­mente allí donde sea rentable. El resultado del modo como se atiende el mercado es importar y vivir (con crédito internacional y grandes déficits externos), lejos de las metas planteadas de exportar o morir.

Einalmente, el elemento de la cultura de los agentes económicos debe ser to­mado en cuenta. Sin ser un determinista cultural es preciso que los agentes actú­en racionalmente y no asuman el Estado como supremo protector de la ineficien­cia. La protección no debe dirigirse a la ineficiencia sino a la novedad, y esto, por un período claramente determinado, no puede ser eterno. El mercado está actuando sobre la base de ineficiencias y las utilidades salen de las ineficiencias ajenas, no de las mejoras absolutas en la productividad ni en la búsqueda de mercados nuevos para productos nuevos. Si bien el Estado debe asistir a dicho proceso, debe impedir que se recree la mentalidad rentista que ha caracterizado a los empresarios latinoamericanos durante los últimos cuarenta años, salvo ex­cepciones notables.»

Dicha aproximación es una propuesta que podría ser asumida para evitar tener que pagar costos tan altos como los que han pagado aquellas sociedades, como la cubana, que han intentado optar por formas de desarrollo «independiente», pero que están teniendo que retornar obligadamente al redil del capitalismo global.

Para confrontar los procesos de globalización y sus destructivos efectos sobre los sectores populares de nuestros países, José Luis Co- RAGGIO (1998) elabora una sugerente propuesta desde la perspectiva popular para los espacios urbanos, enfatizando el accionar en y desde los espacios locales apuntando a desarrollar procesos de democratiza­ción simultánea en el plano económico y político:

«En resumen: a menos que se constituya como parte de un proceso de refor­ma del sistema político y efe los sistemas de reproducción económica y cultural, la descentralización puede ser sólo un divertimento y no un instrumento efectivo de democratización. Advertir esto y operar estratégicamente requiere un movi­

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miento político-cultural de orden nacional. En esa medida más que fragmentar la sociedad en búsqueda de nuevos sujetos sociales o políticos^ es necesaria una radical re articulación de lo local, lo sectorial y lo nacional, de la comunidad, la sociedad y el Estado.

Así como se están recomponiendo las fuerzas económicas a nivel global, es fundamental recomponer creativamente las fuerzas políticas y sociales nacionales. Esto supone redefinir la relación entre política, economía y cultura, posibilitando el desarrollo de sujetos que, fundados en las prácticas participativas desde lo lo­cal, fortalezcan su capacidad para ser interlocutores en la búsqueda de nuevos balances y nuevos sentidos universales.

La desnacionalización del poder político (en el sentido de dejar de ser un poder de ámbito nacional) debe abarcar un doble movimiento: por un lado, sí, la descentralización, pero de modo que implique una mayor articulación de la sociedad, del poder social y del poder político, y que dé fuerza adicional antes que debilite al poder político nacional, si éste es un poder político legítimo. Esto implica advertir que en los procesos de conformación del poder no hay una suma-cero; que limitar el poder del Estado nacional no sólo no es la única forma de potenciar a los Estados locales, sino que incluso puede debilitarlos; que el po­der de ambos —o sea, la capacidad de decidir, incidir y autodeterminarse— puede y debe crecer al mismo tiempo, so pena de dejar a los poderes locales iner­mes ante el poder global.

Por la misma razón, mientras por un lado toma cuerpo una descentralización democratizante a nivel nacional, por otro hay que avanzar hacia un nivel de re- gionalización supranacional, construyendo una voluntad política común de las so­ciedades locales y nacionales de diversos países, como interlocutor colectivo en la es­cena política mundial Porque es en la escena global donde se resignifican regresi­vamente las mejores propuestas de descentralización. Si no podemos volver a ser interlocutores válidos, dejar de ser meros tomadores de opciones en el orden mun­dial, será diflcil lograr la democracia desde lo local El error aquí sería creer que hay que optar» (1998, 152-153).

Su propuesta asume de una manera muy realista que sólo podemos movernos en los espacios de actuación que nos permite la realidad del sistema capitalista globalizado, y dentro de ese contexto, debemos in­tentar superar las situaciones extremas de exclusión, apuntando a la vez al desarrollo de una nueva lógica: la de la economía popular.

«Sin utopías moviliz,adoras, sin paradigmas creíbles, debemos buscar en ese campo de contradicciones un nuevo rumbo para nuestras ciudades, que no puede ya ser el que fuera deseable bajo el modo de desarrollo industrial Se requieren proyectos sociales que —aceptando responsablemente la fuerza y perduración previsible de las tendencias a la globalización— tiendan a desarrollar el espacio

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de lo posible desde la perspectiva del interés de las mayorías urbanas, un espectro amplio que no se limita a los segmentos de pobreza absoluta.

No se trata entonces de ubicarse fuera del sistema global o del espacio de ideas que el mismo admite. Por eso no se propone pensar una alternativa al sistema ca­pitalista —eufemísticamente llamado ‘de mercado''— sino avanzar en la supera­ción de situaciones moral y politicamente insostenibles, desde el interior de los am­plios espacios sociales y políticos que abre la misma exclusión económica y política. Por eso se habla de un tercer polo o subsistema: la economía popular, en contradic­toria interacción con la economía empresarial capitalista y la economía pública. Por eso no asumimos una perspectiva meramente económica, sino también políti­ca, rechazando la opción dicotómica entre Estado o sociedad» (pág. 156).

Una perspectiva más utópica nos la plantea Luis R a z e t o , quien sugiere la construcción de una economía de la solidaridad, j parte ha­ciéndose la pregunta si se pueden juntar economía y solidaridad y nos responde:

«La separación entre la economía y la solidaridad radica en el contenido que suele darse a ambas nociones. Cuando hablamos de economía nos referimos espontáneamente a la utilidad, la escasez, los intereses, la propiedad, las necesi­dades, la competencia, el conflicto, la ganancia. Y aunque no son ajenas al dis­curso económico las referencias a la ética, los valores que habitualmente aparecen en él son la libertad de iniciativa, la eficiencia, la creatividad individual, la jus­ticia distributiva, ■ la igualdad de oportunidades, los derechos personales y colec­tivos. No la solidaridad o la fraternidad; menos la gratuidad.

Podemos leer numerosos textos de teoría económica de las más variadas co­rrientes y escuelas sin encontrarnos nunca con la solidaridad. A lo más, compa­rece en ocasiones la palabra cooperación, pero con un significado técnico que alude a la necesaria complementación de factores o intereses más que a la libre y gratuita asociación de voluntades. Una excepción a eso se da en el discurso y la experiencia del cooperativismo; pero éste, confirmando lo dicho, ha encontrado grandes dificultades para hacer presente su contenido ético y doctrinario al nivel del análisis científico de la economía. Charles GuiDE expresó muy bien esta au­sencia ya en 1921 en un célebre artículo titulado precisamente Por qué los eco­nom istas no am an la cooperación.

... Sin embargo, desde la ética del amor y la fraternidad la relación con la economía no ha sido simple ni carente de conflictos. Como en las actividades económicas prima el interés individual y la competencia, la búsqueda de la ri­queza material y del consumo abundante, quienes enfatizan la necesidad del amor y la solidaridad han tendido a considerar con distancia y a menudo sospe­chosamente la dedicación a los negocios y actividades empresariales. Desde el dis­curso ético, espiritual y religioso lo eomún ha sido establecer respecto de estas ac-

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tividades una relación ‘desde fuera': como denuncia de las injusticias que se ge­neran en la economía, como ejercicio de una presión tendiente a exigir correccio­nes frente a los modos de operar establecidos, o bien en términos de acción social, como esfuerzo para paliar la pobreza y la subordinación de los que sufren injus­ticias y marginación, a través de actividades promocionales, organizativas, de concientización, etc.» 11-13).

Afirma más adelante que es necesario que:.. la solidaridad se introduzca en la economía misma, y que opere y actúe

en las diversas fases del ciclo económico, o sea, en la producción, circulación, consumo y acumulación. Ello implica producir con solidaridad, distribuir con solidaridad, consumir con solidaridad, acumular y desarrollar con solidaridad. Y que se introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidari­dad pareciera no encajar apropiadamente» (1993, 15).

Continúa señalando que:«Por un lado, habrá economía de solidaridad en la medida que en las dife­

rentes estructuras y organizaciones de la economía global vaya creciendo la presen­cia de la solidaridad por la acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado, identificaremos economía de solidaridad en una parte o sector especial de la eco­nomía en aquellas actividades, empresas y circuitos económicos en que la solidari­dad se haya hecho presente de manera intensiva y donde opera como elemento ar- ticulador de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación.

Distinguiremos de este modo dos componentes que aparecen en la perspecti­va de la economía solidaria: un proceso de solidarización progresiva y creciente de la economía global y un proceso de construcción y desarrollo paulatino de un sector especial de economía de solidaridad.

Ambos procesos se alimentarán y enriquecerán recíprocamente. Un sector de economía de solidaridad consecuente podrá difundir sistemática y metódicamen­te la solidaridad en la economía global, haciéndola más solidaria e integrada. A su vez, una economía global en que la solidaridad esté más extendida, propor­cionará elementos y facilidades especiales para el desarrollo de un sector de acti­vidades y organizaciones económicas consecuentemente solidarias.

En uno y otro nivel la economía nos invita a todos. Ella no podrá extender­se sino en la medida que los sujetos que actuamos económicamente seamos más solidarios, porque toda actividad, proceso y estructura económica es el resultado de la acción del sujeto humano iridividual y social.

... pensamos la economía de solidaridad como un gran espacio al que se con­verge.desde diferentes caminos, que se originan a partir de diversas situaciones y

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experiencias; o como una gran casa a la que se entra con distintas motivaciones por diferentes puertas. Diversos grupos humanos comparten esas motivaciones y transitan esos caminos, experimentando diversas maneras de hacer economía con solidaridad.

Esas distintas alternativas se van encontrando en el espacio al que convergen: allí se conocen, intercambian sus razones y experiencias, se aportan y complemen' tan recíprocamente, se enriquecen unas con otras, los que llegan por un motivo aprenden a reconocer el valor y la validez de los otros, y así se va construyendo un proceso en el cual la racionalidad especial de la economía de la solidaridad se va complementando, potenciando y adquiriendo creciente coherencia e integralidad. Conociendo esos motivos y caminos, esas búsquedas y experiencias, iremos compren­diendo cada vez más amplia y profundamente qué es la economía de solidaridad y encontraremos abundantes razones para participar en ella» ( 19 9 3 , 18 -19 ) .

Nuestro subcontinente ha vivido sumergido durante décadas en grandes luchas políticas y sociales, que han derramado la sangre de muchos latinoamericanos que soñaban con un mundo incluyente, en el cual todos pudiésemos vivir, donde todos tuviésemos espacio para las cosas simples de la vida: amar, llorar, reír, compartir el pan, creer en un mundo mejor. Roque D a l t o n , poeta militante salvadoreño muerto en la tragedia vivida por ese pueblo hermano, nos describió en su poesía ese horizonte primordial de amor y de lucha por la vida:

«Yo, como tú,amo el amor, la vida, el dulce encanto de las cosas, el paisaje celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle y río por los ojosque han conocido el brote de las lágrimas.Creo que el mundo es bello,que la poesía es como el pan, de todos.Y que mis venas no terminan en mí sino en la sangre unánime de los que luchan por la vida, el amor, las cosas,el paisaje y el pan, la poesía de todos.»

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Realidad: La realidad de la ayuda 1997: una evaluación independiente de la ayuda al desarrollo española e internacional, José María Vera, coord., Bar­celona, INTERMÓN, 1997.

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Robles Praga, José María: «Mercosur y la Unión Europea», Política Exte­rior, núm. 60, noviembre-diciembre 1997, págs. 121-130.

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Seminaire d ’Hiver sur la Societé civile en Amérique Latine (1997. Bruxelles): La societé civile en Amerique latine: quedes relations avec la so- ciete civile europeenne?, recherche bibliographique, Marie-Martine Le- naers; coordinatrice. Paule Bouvier, Bruselas, CERCAL, Universite Li­bre, DL, 1997.

Setem: Café amargo: por un comercio Norte-Sur más justo, Barcelona, Icaria, 1997.

Situación: Situación Latinoamericana: informe de coyuntura económica, po­lítica y social, Fundación CEDEAL, núm. 37, tercer trimestre, 1998, nú­mero monográfico.

Societé: La Societé civile en Amerique Latine: quedes relations avec la societé civiel europeenneí. Ivano Casella... \et al\, Bruselas, CERCAL, DL, 1997.

Sujetos: «Sujetos colectivos y movimientos sociales». Cuadernos Africa, América Latina, núm. 18, 1995, núm. monográfico.

T unnermann, Carlos: «La educación como factor de desarrollo social». Síntesis, Revista de Ciencias Sociales Lberoamericanas, núm. 23, enero-ju­lio 1995, págs. 79-90.

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ViLLASECA I R e q u e r a , Jordi: Los esfuerzos de Sísifo: integración económica en América Latina y el Caribe, Madrid, Los Libros de la Catarata, 1994.

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VUSKOVIC, Pedro, y ESCOTO, René: PPP: Pequeños Países Periféricos en Amé­rica Latina, Caracas, Nueva Sociedad, 1990.

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Yakowitz, Marilyn: Desarrollo sustentable: estrategias de la OCDEpara el si­glo XXI, París, OCDE, 1997.

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5 •

ARTE Y SOCIEDAD(Núm. 107, abril-junio 1997)

Presentación.

15 • 1 Sobre la consideración de las artes y el artista en el mundorenacentista.

José Ramón Panlagua Soto

31 • 2 El hecho artístico en su contexto histórico. Cartografía dis­ciplinar de un nudo de relaciones.

Jaime Brihuega

53 • 3 Arte y Publicidad (Acotaciones a un matrimonio irreverente,pero eficaz).

Rodrigo González Martín

83 • 4 Exposiciones y público en el siglo XIX en España.Jesús Gutiérrez Burón

95 • 5 El impacto de los nuevos medios en las formas de produc­ción artística.

Ismael Casal Timón

111 • 6 La violencia en el arte de vanguardia: figuraciones del con­flicto.

Eduardo Pérez Soler

127 • 7 El arte como fenómeno social.Carlos Giner de Grado

137 • 8 La crisis del arte: modernidad y posmodernidad.Salomé Ramírez

157 • 9 El arte y las personas sin hogar.Garmen Cortés Pizarro

173 • 10 Experiencias de expresión artística.Siró López

191 • 11 Bibliografía.

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INFORMÁTICA INFORMACIÓN Y COMUNICACIÓN

(Núm. 108, julio-septiembre 1997)

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Presentación.La Edad de la Informática. La cibersociedad.

Víctor Martín GarcíaCiberespacio, cibercultura y realidad virtual.

Luis Rodríguez Baena Implicaciones sociales del marketing del comercio electróni­co ante el siglo XXI.

Miguel A. Ballesteros Martín La galaxia Internet: La última utopía. Condicionantes y apuestas.

Luis Joyanes AguilarTécnica e Informática. Glosario digital.

Luis Joyanes AguilarFactores y mecanismos del cambio: La sociedad postindus­trial.

José Sánchez Jiménez La Sociedad de la Información: su imagen, su proceso, sus logros y sus inconvenientes.

Santiago LorenteLa revolución del conocimiento y la nueva cultura digital.

Javier Bustamante Donas El crecimiento sin empleo: Trabajo y empleo en la nueva so­ciedad.

Francisco Ortiz Chaparro Sociocibernética: El escondite de lo real.

Pilar Llácer Centeno De «la sociedad opulenta» a la incertidumbre del fin de siglo.

Javier M. Donézar Diez de Ulzurrun Las nuevas tecnologías al servicio de la «comunicación».

Luis Buceta PacorroAlgunas consecuencias sociales de la implantación de las nue­vas tecnologías de la información y comunicación a finales del siglo XX.

Miguel RoizSocio-ética de la comunicación: Información, comunicación y comunión en el desarrollo humano integral e integrado.

Fernando Fernández Fernández

José Sánchez JiménezBibliografía.

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TRABAJANDO POR LA JUSTICIA(Núm. 109, octubre-diciembre 1997)

5 • Presentación.11 • 1 Un siglo de Acción Social en España (1840-1940).

M.^ Dolores A. de la Calle Velasco 31 • 2 Realidades sociales y políticas de transformación (España,

1940-1980).José Sánchez Jiménez

59 • 3 Acercamiento a la acción social.Demetrio Casado

73 • 4 La prensa católica denuncia las injusticias sociales y se en­frenta al régimen franquista.

Carlos Giner de Grado95 • 5 La acción social de Caritas (1947-1997).

Francisco Salinas Ramos121 • 6 Explicar para actuar: los estudios e investigaciones en

Caritas.Víctor Renes

147 • 7 Animación en educación de adultos: de la animación alreconocimiento de aprendizajes.

Tomás Díaz González167 • 8 Colectivo inmigrantes.

José Manuel Herrera Alonso 187 • 9 50 años caminando con los que viven sin hogar, sin trabajo,

sin voz...José Ramón Solanillas Vilá

201 • 10 El mundo rural y los temporeros agrícolas.Purificación Marcos Monge,

Salvador Hortal, Macarena Luque y José Carrión

227 • 11 Algunas notas. Historia y Evolución de la Cooperación In­ternacional en Cáritas Española.

Andrés Aganzo y Luis de Cos247 • 12 Acción educativa y transformación social.

Germán Jaraíz y Fidel García

277 * 1 3 El Voluntariado Social en Cáritas.Sebastián Mora

y Luis A. Aranguren297 • 14 Testimonio sobre Cáritas.

Alicia Maté305 • 15 Bibliografía.

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EDUCACIÓN Y TRANSFORMACIÓN SOCIAL Homenaje a Paulo Freire

(Núm. l i ó , enero-marzo 1998)

5 • Presentación.13 • 1 El Pablo que yo conocí.

Carlos Núñez Hurtado27 • 2 La intrahistoria de un pensamiento imperfecto.

José Antonio Fernández43 • 3 Paulo Freire, filósofo de la transformación de la historia.

Óscar Jara Holliday53 • 4 Freire: una herencia para el futuro (Aportaciones de P. Freire

a la acción socioeducativa de nuestro tiempo).M. Jesús Virón de Antonio

67 • 5 Educación y práctica transformadora.Raúl Leis

81 • 6 Aportaciones de Paulo Freire a la educación y las ciencias so­ciales.

Ramón Flecha y Lidia Puigvert 93 • 7 Paulo Freire: educación y proyecto ético-político de trans­

formación.José Luis Rebellato

109 • 8 Paulo Freire: atreverse a nombrar la realidad en una socie­dad científico-técnica.

Tusta Aguilar y Carmen González Landa 125 • 9 «Pedagogía de la indignación», «existencia indignada»: los

estilos creativos con y por los movimientos sociales.Tomás Rodríguez Villasante

145 • 10 Seis paisajes con Paulo Freire al fondo.Fernando de la Riva

159 • 11 La Animación comunitaria en el marco de los grupos de Ac­ción Social.

Germán Jaraiz Aroyo173 • 12 Los nietos de Paulo Freire (Reflexiones en torno a una expe­

riencia de educación popular en Ecuador).Francisco Aperador Garza

187 • 13 Aportaciones de P. Freire en la construcción del futuro.Heinz Schulze

197 • 14 ECOE (1985-1998): Una experiencia de educación y comu­nicación popular.

Javier Malagón215 • 15 Biografía, ideas y textos de Paulo Freire.

Jesús Javier Gómez Alonso e Ignacio Santa Cruz

Esther González Rodríguez231 • 16 Bibliografía.

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LA ESPAÑA QUE VIENE(Núm. 111, abril-junio 1998)

5 • Presentación

9 • 1 Con motivo del 98: la sociedad que viene.José Sánchez Jiménez

31 • 2 Transición frente a 98: Amnesia histórica, mixtificación de pre­sentes y denegación de futuro.

Alfonso O rtí

39 • 3 Europeización de España/españolización de Europa: el di­lema histórico resuelto.

Juan Carlos Pereira Castañares

59 • 4 Perspectivas del empleo en el siglo XXI (Europa y España).Francisco Alonso Soto

87 • 5 Descubriendo oportunidades para la intervención social: re­situando nuestros espacios de participación.

Imanol Zubero

121 • 6 Educación, cultura y nuevas tecnologías.Santiago Lorente

141 • 7 Tendencias y emergentes de la cultura del consumo.José M iguel Marinas

155 • 8 Los nuevos movimientos sociales en el umbral del año 2000.Luis Enrique Alonso

179 • 9 Los nuevos agentes del cambio social.Carlos G iner de Grado

195 • 10 Globalización, territorio y medio ambiente.Ramón Fernández D urán

219 • 11 Subvenciones al consumo de servicios a domicilio. Experien­cias europeas.

M.^ Isabel M artínez M artín y José A ntonio Pérez Rodríguez

233 • 12 Inmigración y diversidad social en la España de fin de siglo.Colectivo lO E (W alter Actis, Carlos Pereda

y Miguel Angel de Prada)

249 • 13 Bibliografía.José Sánchez Jiménez

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LAS PERSONAS MAYORES(Núm. 112, julio-septiembre 1998)

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Presentación.

Los m ayores: un fu tu ro p o r delante. Bernardo López M ajano y M ax Ebstein

La Europa de los mayores. A lan W ark er

El p ro b lem a de la d ep en d en cia en las p erson as m ayores.Pilar Rodríguez Rodríguez

Los Servicios sociales públicos para m ayores. Balance y prospectiva.M anuel A znar López

E volución de la salud y coord inación sociosanitaria en el anciano.Rafael Peñalver C astellano

Los m ayores y el m un d o rural. B enjam ín G arcía Sanz

Vejez y m igración . N icole Fuch y M iguel A ngel M illán

Españoles de la Tercera Edad en A lem an ia . Isaac Berm ejo Bragado

V id as deshechas. O rnar Sam aoli

Personas m ayores e inm igración en la D iócesis de M ilán .Fabrizio G iunco

Las personas m ayores ante la exclusión social: nuevas realidades y desafíos.Rosalía M ota López y Ó scar López M aderuelo

La protección social de las personas m ayores: presente y futuro.A d o lfo Jim énez Fernández

Balance de las políticas sociales con los m ayores en España. Los planes geron- tológicos. A nálisis y perspectivas. José A n to n io M iguel

La cond ición residencia l de las personas m ayores.Luis C ortés A lcalá y M.^ Teresa Laínez R om ano

O portunidades de em pleo en el ám bito de los servicios a personas m ayores dependientes. José Javier M iguel

Los m ayores com o yac im ien to de em pleo . Lorenzo C achón Rodríguez

C uidadores de personas m ayores. Perspectivas del apoyo in form al en España.C olectivo lO E

P rotagon ism o y p artic ipación de los m ayores. R ealidad y perspectivas.O lida M on to ya Zárate

M ayores y vo lu n ta riad o . Luis A . A ranguren G onzalo

A p ren d er de m ayores: la U niversidad de la E xperiencia.S indo Froufe Q uintas

U nidades de convivencia : u na a lte rn ativa residencia l p ara las personas de­pendientes.

José Javier Yanguas Lezaun y Francisco Javier Leturia A rrazo la

La esperanza de v iv ir y cóm o a fro n ta r la m uerte. M anuel G óm ez O rtiz

Las N aciones U nidas ante las personas m ayores. A ñ o In ternacional de las Personas M ayores. Francisco Salinas Ram os

La acción de C áritas con las personas m ayores.M iguel Á ngel M illán y Francisco Salinas Ram os

Bibliografía.

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ULTIMOS TITULOS PUBLICADOS

P R E C IO

N.°91 Europa, realidad y perspectivas ................................................. 1.200 ptas.(Abril-junio 1993)

N.° 92 La investigación, acción participar! /a ...................................... 1.200 ptas.(Julio-septiembre 1993)

N.° 93 El futuro que nos aguarda .......................................................... 1.200 ptas.(Octubre-diciembre 1993)

N.° 94 Mundo asociativo ......................................................................... 1.200 ptas.(Enero-marzo 1994)

N.° 95 los jóvenes......................................................................................... 1.200 ptas.(Abril-junio 1994)

N.“ 96 La pobreza en España h o y .......................................................... 1.200 ptas.(Julio-septiembre 1994)

N.° 97 La interculturalidad ..................................................................... 1.200 ptas.(Octubre-diciembre 1994)

N.° 98 La familia.......................................................................................... 1.300 ptas.(Enero-marzo 1995)

N.“‘ 99-100 España de los 90 ................................................................... 1.600 ptas.(Abril-septiembre 1995)

N.° 101 V Informe Sociológico Síntesis .............................................. 2.500 ptas.(Octubre-diciembre 1995)

N.° 102 Humanidad y Naturaleza.......................................................... 1.400 ptas.(Enero-marzo 1996)

N.° 103 Tercer Sector................................................................................. 1.400 ptas.(Abril-junio 1996)

N.° 104 Voluntariado................................................................................. 1.400 ptas.(Julio-septiembre 1996)

N.“ 105 Mujer............................................................................................... 1.400 ptas.(Octubre-diciembre 1996)

N.° 106 Políticas contra la exclusión social........................................... 1.500 ptas.(Enero-marzo 1997)

N.“ 107 Arte y sociedad.............................................................................. 1.500 ptas.(Abril-junio 1997)

N.° 108 Informática, información y comunicación........................... 1.500 ptas.(Julio-septiembre 1997)

N.° 109 Trabajando por la justicia.......................................................... 1.500 ptas.(Octubre-diciembre 1997)

N.° 110 Educación y transformación social......................................... 1.590 ptas.(Enero-marzo 1998)

N.° 111 La España que viene.................................................................... 1.590 ptas.(Abril- junio 1998)

N.° 112 Las personas mayores.................................................................. 1.590 ptas.(Julio-septiembre 1998)

N.° 113 El despertar de América Latina............................................... 1.590 ptas.(Octubre-diciembre 1998)

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DOCUM6NTACI0NSOCIAL

PUEDE LEER EN ESTE NÚMERO LOS SIGUIENTES ARTÍCULOS;

Presentación.

Pensando la textura antropológico-cultural de los pueblos latinoamericanos.

La deuda externa de América Latina: origen, evolución y aiternativasde soiución.

Conversión de la deuda externa por desarrollo social.

Los países bolivarianos y las Cáritas nacionales de la región en el marco de la Campaña sobre la deuda externa.

La educación y la escuela como reconstructora de equidad.

Algunos elementos para repensar el desarrollo.

Reflexiones sobre la cooperación al desarrollo en América Latina.

Nuevas búsquedas para una misma búsqueda.

Chiapas. Una imagen sobre un espejo convexo.

Las mujeres latinoamericanas en el fin de siglo.

Los niños de la calle en Latinoamérica.

Nuevo panorama, nuevos movimientos religiosos en América Latina.

Cáritas hoy y mañana en América Latina.

Educación desde la cooperación en la Confederación de Cáritas.

«Yo, como tú, creo en la poesía de todos»¿Será posible un mundo no excluyente?

Bibliografía

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