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DON QUIJOTE DE LA MANCHA E IÑIGO DE LOYOLA EN UNAMUNO SEGÚN LA "Vida de Don Quijote y Sancho" Rogelio García Mateo Universita Gregoriana, Roma Miguel de Unamuno no es un cervantista en el sentido técnico de la expresión, ni quería serlo. Sería, pues, desacertado juzgar sus interpretaciones del Quijote con los parámetros de la crítica literaria, buscando una objetividad hermenéutica. Y sin em- bargo, su comentario a la novela de Cervantes en su libro Vida de Don Quijote y Sancho (1905) es una de las más profundas interpretaciones que jamás se hayan es- crito sobre el Hidalgo manchego. De la razón de ella da cuenta el mismo Unamuno, cuando, reflexionando sobre el movimiento regeneracionista J , dice: "Aquella hórri- da literatura regeneracionista, casi toda ella enbuste, que provocó la pérdida de nues- tras últimas colonias américanas, trajo la pedantería de hablar del trabajo perseverante y callado -eso sí, voceando lo mucho, voceando en silencio-, de la pru- El regeneracionismo. hasta ahora insuficientemente estudiado. lo forman pensadores y políticos de diversas tendencias. pero con una intención práctica común. En general. se les consideraba como el grupo que en torno al 1870- J 900 ensayó la aplicación de las ciencias positivas a los problemas nacionales. Cf. T. Galván. Cosra v el regeneracionisl11o. Barcelona. Barna. 1961. 127

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA E IÑIGO DE LOYOLA EN UNAMUNO

SEGÚN LA "Vida de Don Quijote y Sancho"

Rogelio García Mateo

Universita Gregoriana, Roma

Miguel de Unamuno no es un cervantista en el sentido técnico de la expresión, ni quería serlo. Sería, pues, desacertado juzgar sus interpretaciones del Quijote con los parámetros de la crítica literaria, buscando una objetividad hermenéutica. Y sin em­bargo, su comentario a la novela de Cervantes en su libro Vida de Don Quijote y

Sancho (1905) es una de las más profundas interpretaciones que jamás se hayan es­crito sobre el Hidalgo manchego. De la razón de ella da cuenta el mismo Unamuno, cuando, reflexionando sobre el movimiento regeneracionista J

, dice: "Aquella hórri­da literatura regeneracionista, casi toda ella enbuste, que provocó la pérdida de nues­tras últimas colonias américanas, trajo la pedantería de hablar del trabajo perseverante y callado -eso sí, voceando lo mucho, voceando en silencio-, de la pru-

El regeneracionismo. hasta ahora insuficientemente estudiado. lo forman pensadores y políticos de diversas tendencias. pero con una intención práctica común. En general. se les consideraba como el grupo que en torno al 1870- J 900 ensayó la aplicación de las ciencias positivas a los problemas nacionales. Cf. T. Galván. Cosra v el regeneracionisl11o. Barcelona. Barna. 1961.

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dencia, la exactitud, la moderación, la fortaleza espiritual, la sindéresis, la ecuanimi­dad, las virtudes sociales, sobre todo los que más carecen de ellas. En esta ridícula literatura caímos casi todos los españoles, unos más y otros menos, y se dio el caso que aquel archiespañol Joaquín Costa, uno de los espíritus menos europeos que he­mos tenido, sacando lo de europeizamos y poniéndose a cidear mientras que procla­maba que había que celTar con siete llaves el sepulcro del Cid y ... conquistar África. y yo di un ¡muera Don Quijote!, y de esta blasfemia, que quería decir todo lo con­trario que decía -así estábamos entonces-, brotó mi Vida de Don Quijote y Sancho y mi culto al quijotismo como religión nacional,,2.

La falta de identidad nacional que el Unamuno del 98 junto con los demás no­ventayochistas lamentaba, la cree ahora, unos cinco años después, superar desde una nueva interpretación de la figura de Don Quijote. Cierto que este cambio de perspec­tiva tiene que ver, como toda su producción posterior al 1897, con la famosa crisis interior que padeció ese mismo añ03

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Así, concretizando más la razón de su libro, continúa: "Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes qui­so o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que po­nemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofía." Es decir, se trata de una inter­pretación libre, de una lectura personal de la obra de Cervantes, más allá de los cánones literarios, buscando una filosofía para la vida, en particular para la vida es­pañola.

Cieltamente, la figura de Don Quijote constituye un motivo central de todo el pensamiento unamuniano. Desde un principio se ha ocupado del tema4

; pero es en la Vida de don Quijote y Sancho, donde Unamuno desarrolla todo el sentido de su quijotismo. Al interpretar y parafrasear libremente la obra de Cervantes, Unamuno volvió a crear los personajes cervantinos, escribiendo páginas llenas de reflexión fi­losófica. de crítica social, política y religiosa. Según algunos investigadores existe un vínculo indisoluble entre este libro y su principal obra filosófica, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y el! los pl/eblos, publicada siete años después5

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2 Del sentimiento trágico de la ,·ida. Ensayos. Madrid. Aguilar. 1942.11. 937.

3 CL A. Zubizarrela, Tms I"s huellas de UII(/lIlltno. Madrid. Taurus. 1960. 33-45, 111-151.

4 Cf. A. Vilanova, El {/lItiqt/ijotisll1o de Unall1UIIO allte el desastre del 98; H. Laitenberger, Geogra!fa y literatura (El Quijote del joven Ullall1Ul1o), en El joven U11all1111l0 en su época, ed. T. Berchem/H. Laitenberger, Salamanca, Junta de Castilla y León. 1997.213-229,54-70.

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Don Quijote aparece como una personificación de la filosofía unamuniana, de su dialéctica, su ontología, ética y religión. O, como se dice en el mismo Sentimineto trágico, en unas páginas más adelante: "Mas donde acaso hemos de ir a buscar el héroe de nuestro pensamiento no es a ningún filósofo que viniera en carne y hueso, sino en un ente de ficción, más real que los filósofos todos; es a Don Quijote. Por­que hay un quijotismo filosófico, sin duda, pero también una filosofía quijotesca. ¿Es acaso otra, en el fondo. la de los conquistadores, la de los contra-reformadores, la de Loyola y, sobre todo, ya en el orden del pensamiento abstracto, pero sentido, la de nuestros místicos? ¿Qué era la mística de san Juan de la Cruz sino una caballería andante del sentimiento a lo divino?

y el de Don Quijote no puede decirse que fuera en rigor idealismo; no peleaba por ideas; peleaba por espíritus".

Don Quijote prototipo del hambre de inmortalidad

En la Vida de Don Quijote)' Sancho, Unamuno va glosando (casi capítulo por capítulo) la novela del Ingenioso Hidalgo. En sus comentarios aparece la figura de Don Quijote como una resultante combinada de su filosofía del hambre de inmorta­lidad, de cristianismo, de heroismo y locura. Don Quijote combate contra la tecno­cracia y contra la esclavitud de las ciencias modernas. "En tales pláticas iban cuando descubrieron treinta o cuarenta molinos que hay en aquel campo" ... Hoy no se nos aparecen ya como molinos, sino como locomotoras, dínamos, turbinas ... ametralla­doras ... ; el miedo y sólo el miedo sanchopancesco nos hace caer de hinojos ante los desaforados gigantes de la mecánica y la química, implorando de ellos misericordia. y al fín rendirá el género humano su espíritu agotado de cansancio y de hastío al pie de una colosal fábrica de elixir de larga vida. Y el molido Don Quijote vivirá, por­que buscó la salud dentro de sí y se atrevió a arremeter a los molinos .. 6 .

El buscar la salud dentro de sí es una de las actitudes que Unamuno más aprecia de la figura de Don Quijote. Al tratar la génesis de su locura, Unamuno ya había ob­servado que ésta se produce en la madurez, cuando el hidalgo frisaba en los cincuen­ta. "No floreció, pues, su locura hasta que su cordura y su bondad hubieron sazonado bien" (Ens. 7). Se trata, pues, de una locura sui géneris, que no es producto de un idealismo juvenil, sino de una visión profunda de la realidad. "No fue un mu-

5 Cf. P. Cerezo Galán, La máscara de lo trágico. Fí/os()fía y tragedia en Miguel de Unamul1o, Madrid, Trolla, 1996,311 SS.; R. García Mateo, Dialektik als Polemik. Welt, Bewusstseill. Gott be! Miguel de Ul1al1lllllO, Frankfurt 1978, 194 s.

6 Vida de DO/1 Quijote y SanclJO. Ensayos, Madrid, AguiJar, 1942, lI, 35 s. En adelante citaremos esta obra en el texto del artículo con la abreviatura Ens.

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chacha que se lanza a tontas y a locas a una carrera mal conocida, sino un hombre sesudo y cuerdo que enloquece de pura madurez de espíritu" (Ens. ibid). Es decir la "locura" de Don Quijote es su más profunda madurez de espíritu. Unamuno, ade­más, ilustra su interpretación con el ejemplo de Demócrito, el cual vino a tanta pu­janza de entendimiento, allá en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por esta razón comenzó a hacer y decir dichos y sentencias fuera de quicio; pero al ir a verle y curarle Hipócrates se encontró con que era "el hombre más sábio que había en el mundo" (Ens. 8).

Esto es también lo que Unamuno quiere ver en la figura de Don Quijote. Así, con la "pérdida del juicio", "llenósele la fantasia de hermosos desatinos y creyó ser ver­dad lo que es sólo hermosura. Y lo creyó con fe viva, con fe engendradora de obras, y en puro creerlo hízolo verdad" (Ens. ibid). Es decir la locura de Don Quijote sería comparable a un estado en el cual el hombre se siente poseído por un ideal que lo mueve en modo absoluto y total, de manera que se ve impulsado a ponerlo en prácti­ca, a hacerlo realidad. ¿Con qué objetivo? "El pobre e ingenioso hidalgo no buscó provecho pasajero ni regalo de cuerpo, sino eterno nombre y fama, poniendo así su nombre sobre sí mismo ... Perdió Alfonso Quijano el juicio, para ganarlo en Don Quijote; un juicio glorificado" (Ens. 9 s.)

Pero sería un malentendido reducir tal objetivo de gloria a mera vanagloria, o a una simple sublimación del instinto de conservación; se trata más bien de la mani­festación del "hambre de inmortalidad" en el sentido de la filosofía unamuniana, que es afán de infinitud y de etemidad. Así, comentando la contienda con el Caballero de la Blanca Luna (cap. 64, 2' Parte), que venCÍó a Don Quijote, "Caballero de la Fe", y le obligó a confesar que su dama era más hermosa que Dulcinea, Unamuno cita las palabras de Don Quijote: "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado Caballero de la TielTa y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has qui­tado la honra"; y las comenta diciendo: "Ved aquí cómo cuando es vencido el invic­to Caballero de la Fe, es el amor lo que en él vence ... Y vencido y maltrecho y triste y afligido y conociendo tu flaqueza, aún proclamas a Dulcinea del Toboso la más henTIosa mujer del mundo ... Y es porque tienes fe en ella, en tu Dulcinea, y sientes que cuando pareciendo abandonarte, deja que te venzan, es para luego ceñirte entre sus temblorosos brazos con hambriento cariño ... y quedar así las dos bocas prendi­das para siempre en un beso inacabable de gloria y de amor etemos" (Ens. 242).

El afán de inmortalidad etema, simbolizado en Dulcinea, es lo que hace, según Unamuno, a Don Quijote Don Quijote. Y es esto precisamente lo que lo asemeja a los santos. "Movido por las palabras de su amo, y viendo Sancho cuán más grande es la fama de los santos que la de los héroes, dijo a Don Quijote aquello de que se dieran a ser santos y alcanzarían más brevemente la buena fama que pretendían". A

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lo que Unamuno comenta diciendo que hay una correspondencia entre la caballería andante y los santos. "Yen cabo de cuentas ¿qué buscaban unos y otros, héroes y santos, sino sobrevivir? Los unos en la memoria de los hombres, en el seno de Dios los otros. ¿Y cúal ha sido el más entrañado resorte de vida de nuestro pueblo espa­ñol sino el ansia de sobrevivir, que no a otra cosa viene a reducirse el que dicen ser nuestro culto a la muerte? No, culto a la muerte, no, sino culto a la inmortalidad" (Ens.142s).

Afán de inmortalidad eterna frente a la nada amenazante de la finitud; he aquí lo que constituye el núcleo central del pensamiento unamuniano y de sus creaciones li­terarias. He aquí lo que engendra el "sentimiento trágico de la vida" y lo que consti­tuye el argumento principal de su quijotismo.

Don Quijote e Íñigo de Loyola

Una nota característica de la Vida de Don Quijote y Sancho, es el hecho de estar compuesta en forma de vidas paralelas, a la manera de Plutarco, entre Don Quijote de La Mancha y san Ignacio de Loyola, partiendo, para este último, de la vida que compuso el gran escritor jesuita, fonnado bajo la dirección del mismo san Ignacio, Pedro de Ribadeneira, con el título Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyo­la (1583) O. Las semejanzas no se establecen sólo con san Ignacio, aunque él es el patrón principal, sino también con santa Teresa y otros santos.

Unamuno parte del presupuesto de que la obra de Ribadeneira sobre la vida de san Ignacio figuraba en la librería de Alonso Quijano y que fue leída por él, pero que en el escrutinio realizado por el cura y el barbero, fue inadvertidamente al fuego del corral. Por ello Cervantes no la cita (Ens. 12). Es decir, que Don Quijote ha in­temalizado, como uno de los libros de caballerías, que con tanta pasión leía, la Vida de san Ignacio. Salta a la vista que el mismo título Vida de DOIl Quijote y Sancho tiene algo que ver con el título de Ribadeneira Vida del bienaventurado Padre I glla­cio. En efecto, el estilo literario del libro de Unamuno es el hagiográfico, la exalta­ción panegírica de las virtudes y milagros del santo, aplicada a Don Quijote. Cerezo Galán ve incluso una semejanza con el método de la composición de lugar de los Ejercicios ignacianos 7.

Por todo ello no es de extrañar que se encuentren numerosas semejanzas entre ambos personajes, no por casualidad, sino porque Don Quijote conocía bien la per­sona y la obra de san Ignacio y la había hecho suya, consciente o inconscientemente. Así, ya por temperamento eran semejantes, ambos eran coléricos y tenían como ele-

7 Op. cit.. 312.

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mento común la tradición caballeresca (Ens. 5 s.). La plimera salida de Don Quijote tiene una identidad de actitud interior con la de Íñigo cuando hizo cambio de vida, cuando después de herido en Pamplona leyó la vida de Cristo, y las de los santos "comenzó a trocarsele el corazón y a querer imitar y obrar lo que leía". Y así una mañana, sin hacer caso de los consejos de su hennano, se puso en camino para em­prender su vida de aventuras en Cristo, a imitación de los santos. Así también Don Quijote, "sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana antes del día se annó de todas sus annas. subió sobre su Rocinante ... y por la puerta falsa del corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo (Ens. 11 s.).

Se dejaba llevar de su caballo, al azar de los senderos de la vida, sin programa al­guno, iba en busca de aventura. También Íñigo, después que partió de su casa, de ca­mino a Monserrat, se dejó guiar de la inspiración de su cabalgadura, cuando se encontró con aquel moro que negaba, pese a las explicaciones que él le dio, la virgi­nidad de la Virgen (Ens. 13 s.). El moro se alejó. pero Íñigo quedó descontento de su actuación, "pareciéndole que no había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de Nuestra Señora. y que era obligado volver por su honra. Y así le ve­nían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho ... Y así. después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cier­ta a qué detelminarse, se determinó en esto, scilicet, de dejar ir la mula con la rienda suelta hasta llegar al lugar donde se dividían los caminos; y que si la mula fuese por el camino de la villa (por donde se había ido el moro), él buscaría al moro y le daría de puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar. Y haciendo así como pensó. quiso Nuestro Señor que ... la mula tomó el camino real. y dejó el de la villa".

De este episodio Unamuno hace la siguiente reflexión: "Y conviene veamos tam­bién en esto de dejarse llevar del caballo uno de los actos de más profunda humildad y obediencia a los designios de Dios. No escogía, como soberbio, las aventuras, ni iba a hacer esto o lo otro, sino lo que el azar de los caminos le deparase, y como el instinto de las bestias depende de la voluntad divina más directamente que nuestro libre albedrío, de su caballo se deja guiar" (Ens. 13). En esta extraña argumentación se parte del concepto medieval de naturaleza, según el cual la ley natural es un refle­jo de la ley divina; de aquí que el instinto del animal, en cuanto que no está contami­nado por el pecado original, se considere más próximo a la ley divina que la razón humana. Por otra parte, tenemos en la Biblia un pasaje en el cual Yavé manifiesta su voluntad a través del asno de Balán (Núm. 22, 22).

Todo ello da pie a Unamuno para abordar el tema de la obediencia de Don Qui­jote. "Esto de la obediencia de Don Quijote a los designios de Dios es una de las co­sas que más debemos observar y admirar en su vida. Su obediencia fue de la

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perfecta, de la que es ciega, pues jamás se le ocurrió pararse a pensar si era o no acomodada a él la aventura que se le presentase: se le dejó llevar, como según Lo­yola, debe dejarse llevar el perfecto obediente, como un báculo en la mano de un viejo" (Ens. 13 s). No se trata, aunque la expresión "obediencia ciega" o la del bá­culo puedan conducir a ello. de una simple docilidad externa sin acatamiento inte­rior; no viene imperada desde fuera al modo de una disciplina impuesta, sino que constituye la manifestación de la disponibilidad que surge de la confianza en el que tiene la autoridad. Esto lo subraya Unamuno cuando comenta la aventura del león, que en lugar de saltar de la jaula sobre Don Quijote para hacerle pedazos y así aca­bar de sufrir por los amores de Dulcinea, después de haber mirado a una y otra par­te, "volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a Don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula". Unamuno, sin embargo, piensa que no fue así, que el bachiller Sansón Carrasco, que representa, para Unamuno, el intelectual racionalista, la tergiversó cuando se la contó a Cide Hamete Benengeli. "No, el león no podía ni debía burlarse de Don Quijote, pues no era hombre sino león, y las fie­ras naturales, como no tienen estragada la voluntad por pecado original alguno, ja­más se burlan. Los animales son enteramente serios y enteramente sinceros. sin que en ellos quepa socarronería ni malicia. Los animales no son bachilleres, ni por Sala­manca ni por ninguna otra parte, porque les basta lo que la naturaleza les da."(Ens. 158). Un modo de argumentar que confirma a la vez lo dicho anteriormente respec­to a la relación entre el instinto del animal, la ley natural y la ley divina.

Para abundar en sus razones Unamuno se remite a un pasaje de la vida del Cid Ruy Díaz de Vivar. narrado en el poema que lleva su nombre. "Mio Cid fincó el codo, en pie se levantó:/ el manto trae al cuello é adelinó para león;/ el león quando lo vió assí, avergonzó/ ante mio Cid la cabeza premió é el rostro fincó.! Mio Cid don Rodrigo al cuello lo tomó.! e lieva lo adestrado. en la red lo metió."

Con este pasaje Unamuno resalta además cómo Don Quijote personifica también el espíritu del Cid. "Así Don Quijote, nuevo Cid Campeador, 'envergonzó' el león" (Ens. 159). Pero después vuelve a su modelo principal que es Íñigo de Loyola. "Conviene también pararse a considerar cómo esta aventura del león fue una aven­tura, por parte de Don Quijote, de acabada obediencia y de perfecta fe. Cuando el Caballero topó al azar de los caminos con el león aquel fue. sin duda alguna, porque Dios se lo enviaba a él, y su fortísima fe le hizo decir que él sabía si iban o no a él aquellos señores leones. Y con sólo verlos entendió la voluntad del Señor y obede­ció según la terca y más perfecta manera de obedecer que hay, según Íñigo de Lo­yola, véase el cuarto aviso que dictó sobre esto ... y es 'cuando hago esto o aquello sintiendo alguna señal de Superior, aunque no me lo mande ni ordene'. Y así Don Quijote, en cuanto vió al león. sintió la señal de Dios, y arremetió sin prudencia al­guna, pues como decía el mismo Loyola, 'la prudencia no se ha de pedir tanto al

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que obedece y ejecuta cuanto al que manda y ordena'. Y Dios quiso, sin duda, pro­bar la fe y obediencia de don Quijote como había probado las de Abraham mandán­dole subir al monte Moria a sacrificar a su hijo (Gen. 22)" (Ens. 160 s). La relación con Abraham es clave para entender este tipo de obediencia. Se trata de la obedien­cia que surge de la esperanza contra toda esperanza, porque hay una fe total en el designio divino a la misión encomendada. En tal caso el creyente se compromete del todo con aquello que siente que es su misión, es decir no ejecuta algo meramen­te por obedecer, sino que pone toda su alma en realizar la misión que se le enco­mienda.

Pero en ella estriba su fuerza y su desgracia a la vez, pues solo él la conoce en toda su exigencia, mientras que los demás la considerarán desvarío y locura. Esto, a su vez, hace que la fe de Don Quijote tenga dimensión heroica. "Cosa terrible haber oído: Haz eso; haz eso que tus hermanos, juzgando por la ley general con que os rijo, estimarán desvarío o quebrantamiento de la ley misma; hazlo, porque la ley su­prema soy Yo que 10 ordeno." Y como el héroe es el único que lo oye y lo sabe, y como la obediencia a ese mandato y la fe en él es lo que le hace, siendo por ello hé­roe, ser quien es, puede muy bien decir: 'Yo sé quien soy, y mi Dios y yo sólo lo sa­bemos y no lo saben los demás.' Entre mi Dios y yo -puede añadir- no hay ley alguna medianera, y por eso sé quien soy. ¿No recordáis al héroe de la fe, a Abra­ham, en el monte Moria?" (Ens. 28).

Locura, fe y heroísmo constituyen las carácteristicas fundamentales del Don Quijote unamuniano. Abundando en la expresión del hidalgo manchego cuando res­pondió a Pedro Alonso "Yo sé quien soy", Unamuno hace una interpretación según su antropología. "Al decir 'Yo sé quien soy' no dijo sino 'Yo sé quién quiero ser' Y es el quicio de la vida humana toda: saber el hombre lo que quiere ser" (Ens. 29). Como vemos, Don Quijote, para Unamuno, encarna con su locura, su fe y su herois­mo, una problematica fundamental de la existencia humana. Su "demente heroís­mo" procede de una fe incomovible, como la de Íñigo y la de Abraham, y es expresión del inacabable bregar que caracteriza la vida humana, según la filosofía unamuniana, o sea, el ansia de inmortalidad. Así, continúa Unamuno: "El ser que eres no es más que un ser caduco y perecedero. que come de la tierra y al que la tie­rra se lo comerá un día; el que quieres ser es tu idea en Dios. Conciencia del Uni­verso, es la idea divina de que eres manifestación en el tiempo y el espacio. Y tu impulso querencioso hacia ese que quieres ser, no es sino la morriña que te arrastra a tu hogar divino" (Ens. 29).

La fe quijotesca unamuniana no se reduce, pues, como algunos unamunistas la interpretan, a la búsqueda de fama y gloria terrena, aunque ciertamente ambas están muy presentes tanto en el Quijote unamuniano como en el cervantino. Sin embargo, por encima de ellas y a través de ellas, Unamuno expresa las ansias que hay en el

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ser humano, en particular en él mismo, de vida eterna. Ahora bien, estas ansias de eternidad significan al mismo tiempo que hay un sentido último de la vida y de todo lo que existe pese a toda caducidad. Así, considerando el epitafio de la sepultura de Don Quijote, en el que se dice: "Yace aquí el hidalgo fuerte! que a tanto extremo llegó/ de valiente, que se advierte/ que la muerte no triunfó de su vida con la muer­te", Unamuno comenta: "Nada pasa, nada se disipa, nada se anonada; eternízase la más pequeña partecilla de materia y el más débil golpecito de fuerza ... No hay vi­sión, ni cosa, ni momento de ella que no descienda a las honduras eternas de donde salió y allí se quede ... Porque la muerte no triunfa de la vida con la muerte de ésta. Muerte y vida son mezquinos de que nos valemos en esta prisión del tiempo y del espacio: tienen ambas una raíz común, y la raigambre de esta raíz arraiga en la eter­nidad de lo infinito, en Dios, Conciencia del Universo" (Ens. 287 s).

La fe en el triunfo de lo eterno sobre lo caduco, exige la existencia de un Dios inmortalizador, "Conciencia del Universo", un Dios, no demostrado racionalmente según unas pruebas filosóficas, ni exigido por un imperativo categórico a la manera de Kant, sino sentido en el mismo deseo de eternidad, pero más que como realidad inmediata como carencia, "como morriña que te arrastra al hogar divino".

El quijotismo como imitación de Cristo y renovación social

Ahora bien, en la medida en que Don Quijote se dedica a la misión de proclamar las ansias de eternidad que hay en el ser humano, está al mismo tiempo exponiendo­se a la incomprensión y la burla de sus semejantes. Esto comienza, según Unamuno, en el momento en que sus aventuras dejan de ser las que surgen al azar de los cami­nos, '"aventuras naturales y ordenadas por Dios para su gloria", para convertirsen en las que le crean los hombres (Ens 95).

La primera es aquella que idearon el cura y el barbero para sacar a Don Quijote de las penitencias que hacía en la cueva de Sierra Morena para merecer el amor de su Señora Dulcinea. AqUÍ Unamuno encuentra también una semejanza con Íñigo de Loyola cuando después de su cambio de vida y de su consagración a la Virgen en Monserrat, de camino a Barcelona para embarcarse a Jerusalén, se retira a Manresa (Ens. 89). Aquí, sin esperarlo, es donde Íñigo vivió su más profunda crisis, llegando incluso a la tentación del suicidio, hizo sus más duras penitencias y tuvo sus más al­tas experiencias místicas: por todo ello los once meses transcurridos en Manresa es­tán considerados como la etapa más importante en la evolución espiritual de san Ignacio CAu), sin la cual no se puede entender su persona y su obra. Este valor fun­damental, para lo que va a ser su obra, es el que ve también Unamuno en el retiro de Don Quijote en Sierra Morena. "Y esas zapatetas sin más ni más en el aire, yesos rezos, esos grabados en las cortezas de los árboles, suspiros e invocaciones, son ejercicio espiritual para arremeter molinos, alancear corderos, vencer vizcaínos, li-

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bertar galeotes y ser por ellos apedreado. Allí, en aquel retiro y con aquellas zapate­tas, se curaba de las burlas del mundo, burlándose de y desahogaba su amor; allí cultivaba su locura heroica con desatinos en seco" (Ens. 90).

Pero en el burlarse del mundo considera Unamuno que las nuevas aventuras, aunque pierdan en arrojo, ganan en profundidad, porque concurre a ellas el mundo. "Quisiste hacer del mundo tu mundo, enderezando entuertos y asentado la justicia en él; ahora el mundo recibe a tu mundo como a parte suya, y vas a entrar en la vida común. Te desquijotizas algo, pero es quijotizando a cuantos de tí se burlen. Con la· risa los llevas tras de tí, te admiran y te quieren. Tú harás que el bachiller Sansón Carrasco acabe por tomar en veras sus burlas, y pase de pelear por juego a pelear por honra. Déjale, pues, al barbero que se sotorría bajo sus barbas postizas. 'He aquÍ el hombre', dijeron de Cristo Nuestro Señor; 'he aquÍ el loco' , dirán de tí, mi Señor Don Quijote, y serás el loco, el único, el Loco" (Ens. 96).

He aquí el sentido más profundo de las comparaciones que establece Unamuno entre Don Quijote, San Ignacio, pero también Santa Teresa y otros santos, a saber: no quedarse en ellos mismos sino llegar hasta el modelo común de todos ellos, esto es, que el "loco" manchego a veces es una expresión del mismo Cristo, de la locura de su cruz, como ha resaltado el teólogo alemán Erich Przywara, comentando la in­terpretación unamuniana8. También, el cononocido neomarxista E. Bloch, sin tener conocimiento de la interpretación unamuniana, ve en algunos aspectos de la figura de Don Quijote un "Reflex Christi" (reflejo de Cristo)9. Recientemente Cerezo Ga-

8 "Tan enérgicamente contrapuestas son la concepCión del mundo y de la vida que sostiene la fe, y la concepción del 'sano entendimiento humano'. que su modelo más perfecto está en el quijotismo, esto es. en hacerse ridículo hasta la demencia. He aquí el sentido profundo de las comparaciones que (Unamuno) establece, en su libro sobre Don Quijote, con San Ignacio, con Santa Teresa y con el mismo Cristo. También reside allí el scntido profundo de que finalmente el propio Don Quijote sea para Unamuno 'nuestro Señor', esto es. de que Cristo se haya integrado en éL .. Y frente a la tesis de Unamuno, ¿quién puede dejar de pensar en el scandalum crucis". E. Przywara, Ringen del' Gegenwart, Ausburgo 1929, vol!. 375.

9 Bloch. comentando la aventura de la piara de cerdos (2a Parte. cap. 68), dice: "¿Será acaso esta mala aventura, como la llama Cervantes, una divertida y aceptable reacción del mundo, y aun del trasmundo, contra aquel fracasado reformador') ¿O bien, al contrario, la pataleante piara de cerdos sería un sinónimo del acostumbrado curso mundanal y de la entrega que don Alonso Quijano el Bueno hace a toda religión') Nos aparece aquí, por cierto el recuerdo de un tremendo parentesco que se había mal1lcnido Intente durante todo el libro. y que ahora reaparece: el parentesco de este otro Don Quijote con Jesús; tanto en lo concerniente al escarnio de que es objeto, cuanto a la firmeza eon la que sostiene su ideaL Don Quijote sólo experimenta, de todo aquello, una versión minúscula, distorsionada y carente de peligros. No importa: las muecas que acompañaron la última marcha de Cristo y la piara de cerdos; Pílato con su irónica pregunta: '¿Eres tú el rey de los judíos?'. Y el duque utilizando a Don Quijote como bufón; vemos un

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lán , en su importante libro sobre Unamuno, Máscaras de lo trágico, subraya el cris­tocentrismo del Don Quijote unamuniano: "Religiosa era su alma, perteneciente al cristianismo agónico de la cruz. Unamuno ve en él un reflejo de la heroica actitud de Cristo y no duda de hablar de la pasión y muerte de nuestro señor don Quijote, apu­rando el paralelismo con los misterios cristianos" 10.

O sea que la interpretación cristocéntrica unamuniana de Don Quijote no es nin­guna extravagancia literaria, de las que le gustaba hacer al Rector de Salamanca. Se trata de un parentesco, que, a mi modo de ver, el mismo Cervantes integró, cons­ciente o no, en la polivalente y polisémica figura del Ingenioso Hidalgo. Probado está que las referencias a pasajes de los Evangelios, no son raras en la obra cervanti­na. Por tanto, no será un simple sobreañadido, si Unamuno en su interpretación del Quijote, ve en la figura de Sancho aspectos del discípulo de Jesús. Un Don Quijote de la Mancha, cabalgando de aquí para allá en solitario. es tan inimaginable como un Jesús de Nazaret sin sus discípulos. Don Quijote necesitaba a Sancho en modo semejante a como Jesús necesitaba de sus discípulos. Dicho con las palabras de Unamuno: "Ya tenemos en campaña a Sancho el bueno, que dejando mujer e hijos, como pedía el Cristo a los que quisieran seguirle, 'se asentó por escudero de su veci­no'. Ya está completado Don Quijote. Necesitaba a Sancho. Necesitábalo para ha­blar. esto es, para pensar en voz alta sin rebozo, para oírse a sí mismo y para oír el rechazo vivo de su voz en el mundo. Sancho fue su coro, la Humanidad toda para él. Yen cabeza de Sancho ama la humanidad toda" (Ens. 32).

Sancho, como los discípulos de Jesús, no entiende al principio cuál es el verda­dero sentido de seguir a su Señor. "Y viene Sancho, el camal Sancho. el Simón Pe­dro de nuestro Caballero, y le pide la ínsula. a lo cual responde Don Quijote: 'advertid, hennano Sancho, que esta aventura y las a esta semejantes no son aventu­ras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las que no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja de menos'. ¡Ay, Pedro, Pedro, o digo Sancho, Sancho, y ¿cuándo comprenderás que no es la ínsula. no es el poder temporal, sino la gloria de tu Señor, el querer eterno, tu recompensa?" (Ens. 43).

Sancho personifica la humanidad en sus deseos de poder, de riquezas, bienestar y consumo. Don Quijote, sin embargo, quiere despertar en Sancho los deseos de lo in­mortal y de lo eterno, que es, como hemos visto, el motor de su heroísmo. Así, aun-

"Ecce homo" en la ridiculiznda pureza del caballero, una especie de reflejo de Cristo aún en su desvalorizada caricatura". E. 81och. Das l'rinzip H(~rfl1illlg (gesamfa!isgabe) Frankfun 1959. vol 5.1231.

10 Op. cit.. 323.

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que él sea burlado, a la larga su heroísmo se contagia. Esto lo ve Unamuno reflejado en el episodio del yelmo de Mambrino y de la albarda. "En tomo a Caballeros de la fe se arrodillan cameros humanos, y por llevarles el humor y por cualquier otra cosa sostienen que la bacía es yelmo, como aquellos dicen, y se vienen a las manos por sostenerlo, y es lo fuerte del caso que los más de cuantos pelean sosteniendo que es yelmo, tienen para sí que es bacía. El heroísmo de Don Quijote se comunicó a sus burladores, quedaron quijotizados a su pesar... En pocas aventuras se nos aparece Don Quijote más grande que en esta en que impone su fe a los que se burlan de ella, y los lleva a defenderla a puñetazos y a coces y a sufrir por ella" (Ens. 115 s.).

El tipo de valor, que no afronta simplemente daños corporales, ni golpes de mala fortuna, ni menoscabo de la honra, sino el que lo tomen a uno por loco, es, según Unamuno, el de más quilates. Y de este tipo de heroísmo, piensa Unamuno, es del que está muy falta la España de entonces, que seguía inmersa en los problemas que se plantearon con la Generación del 98. "Por falta de él no somos fuertes, ni ricos, ni cultos; por falta de él no hay canales de riego ni pantanos, ni buenas cosechas; por falta de él no llueve más sobre nuestros secos campos, resquebrajados de sed, o cae a chaparrones el agua arrastrando el mantillo y arrasando a las veces las viviendas." (Ens. 116 s.). La falta del valor quijotesco, es pues, para Unamuno, la raíz del atraso en que se encontraba la España de su tiempo. Se confirma, pues, lo que decíamos al principio: que Unamuno ve en la figura de Don Quijote, y concretamente en su "de­mente heroísmo" del ansia de eternidad, la verdadera respuesta ante el problema de España, distanciándose, así, de las soluciones dadas por el movimiento regeneracio­nista, que proponía, según el juicio del mismo don Miguel, el trabajo callado, la pru­dencia, la exactitud, la moderación, la ecuanimidad, las virtudes sociales, pero más como "pedantería" y "embuste" que como realidades concretas.

El "demente heroísmo" de Don Quijote, aplicado a la realidad española significa­ría un verdadero cambio en todos los órdenes. Unamuno lo explica con un ejemplo. "Hubo en esta provincia de Salamanca un hombre singular, que surgido de la mayor indigencia amasó unos cuantos millones. Estos charros del rebaño no se explicaban la tal fortuna sino suponiendo que había robado en sus mocedades, porque estos des­graciados, tupidos de sentido común y enteramente faltos de valor moral, no creen sino en el robo y en la lotería" (Ens. 117). Unamuno habla de charros, pero eviden­temente se está refiriendo, tomando la parte por el todo, a la realidad social de espa­ñoles, que, pasando por encima de toda ética y honradez, buscan enriquecerse con un golpe de fortuna o con la conupción. Pues bien, de "este hombre singular", dice Unamuno que le contaron "una proeza quijotesca". Y fue que trajo de las costas del Cantábrico hueva de besugo para echarla en una charca de una de sus fincas. "Y al oirlo -concluye él- me lo expliqué todo. El que tiene el valor de arrostrar la rechifla

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que ha de traerle forzosamente el traer hueva de besugo para echarla en una charca de Castilla, el que hace esto, merece la fortuna" (Ens. 117).

A la reacción: esto es un absurdo, responde: "¿Y quién sabe qué es lo absurdo? ¡Y aunque lo fuera! Sólo el que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposi­ble. No hay más que un modo de dar una vez en el clavo, y es dar ciento en la herra­dura ... Sí, todo nuestro mal es la cobardía moral, la falta de arranque para afirmar cada uno su verdad, y defenderla. La mentira envuelve y agarrota las almas de esta casta de borregos modorros, estúpidos por opilación de sensatez" (Ens. 117 s). Es decir. para Unamuno, no es posible una auténtica renovación social ni un verdadero progreso económico si no se recuperan a la honradez, la responsabilidad, el coraje civil, los valores morales y religiosos. 0, como dice a continuación: "No faltan men­guados que me estén cantando de continuo el estribillo de que deben dejarse a un lado las cuestiones religiosas; y que lo primero es hacerse fuertes y ricos. Y los muy mandrias no ven que, por no resolver nuestro íntimo negocio, no somos ni seremos fuertes ni ricos. Lo repito: nuestra patria no tendrá agricultura, ni industria. ni co­mercio, ni habrá aquí caminos que lleven a parte adonde merezca irse mientras no descubramos nuestro cristianismo, el quijotesco" (Ens. 118).

Con todo ello, a mi entender, Unamuno está apuntando a un problema de cuya actualidad no se puede dudar: que el progreso material sin valores espirituales con­duce a un bienestar consumista que embrutece. 0, dicho con la radicalidad del mis­mo Unamuno: "Hay espíritus mundanos que sostienen ser mejor cerdo satisfecho que no hombre desgraciado, y los hay también para endechar a la que llaman santa ignorancia. Pero quien haya gustado la humanidad la prefiere. aun en lo hondo de la desgracia. a la hartura del cerdo. Hay, pues, que desasosegar a los prójimos los espí­ritus, hurgándose los en el meollo ... Hay que inquietar los espíritus y enfusar fuertes anhelos, aun a sabiendas de que no lo han de alcanzar nunca lo anhelado. Hay que sacarle a Sancho de su casa, desarrimándole de su mujer e hijos. y hacer que corra en busca de aventuras; hay que hacerle hombre" (Ens. 140 s). La figura de Sancho personifica aquí, en particular, la mentalidad materialista y apática de la sociedad es­pañola de su tiempo, que hay que liberarla del bienestar casero, aldeano, pequeño­burgués o consumista que cosifican su existencia, y prender en ella el quijotesco heroísmo de las ansias de eternidad, que es donde se encuentra el verdadero sosiego. Así continúa Unamuno: "Hay un sosiego hondo, entrañable, íntimo, y este sosiego sólo se alcanza sacudiéndose del aparencial sosiego de la vida casera y aldeana; las inquietudes del ángel son mil veces más sabrosas que no el reposo de la bestia. Y no ya las inquietudes. sino hasta las penas, aquel 'recio martirio sabroso' de que nos habla en su "Vida" (XX, 8) Teresa de Jesús" (Ens. 140 s).

Por lo hasta ahora expuesto, podemos decir que el redescubrimiento de la figura de Don Quijote, no es un desenterrar al Don Quijote que representaba la España de

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las grandes gestas históricas, del heroísmo violento, que él junto con los regenera­cionistas rechazó diciendo: Muera Don Quijote y viva Alonso Quijano el Bueno, oponiendo al heroísmo de Don Quijote, la vida tranquila y reposada de Alfonso Qui­jano. El heroísmo. que Unamuno proclama ahora es muy distinto: no se trata del he­roísmo de las hazañas del pasado. según una historiografía que ensalzaba unilateralmente la historia de España, sino del "demente heroísmo" de las ansias de eternidad, de un despertar la dimensión transcendente del hombre y de la humani­dad, como base para una renovación social, política y cultural. Por ello piensa Una­muno que Sancho debió de dar por bien empleados los trabajos y dificultades que le ocasionó el servir como escudero al Caballero de la Fe. "a trueque de haberse reno­vado y quijotizado junto a Don Quijote; con tál de haberse transformado del zafio y oscuro Sancho Panza que era en el inmortal escudero del inmortal Don Quijote de la Mancha, que es para siempre jamás" (Ens. 141 s).

Pero la quijotización de Sancho sucede plenamente al morir Don Quijote. "San­cho, que no ha muerto", (o sea, Unamuno está refiriéndose aquí de nuevo al pueblo español) "es el heredero de tu espíritu. buen hidalgo, y esperamos tus fieles en que Sancho sienta un día que se le hincha de quijotismo el alma, que le florecen los vie­jos recuerdos de su vida escuderil, y vaya a tu casa y se revista de tus annaduras ... Es Sancho. es tu fiel Sancho. es Sancho el bueno. el que enloqueció cuando tú cura­bas de tu locura en el lecho de muerte; es Sancho el que ha de asentar para siempre el quijotismo sobre la tierra de los hombres. Cuando tu fiel Sancho. noble Caballero, monte en tu Rocinante, revestido de tus armas y embrazando tu lanza, entonces re­sucitarás en él. y entonces se realizará tu ensueño. Dulcinea os cogerá a los dos y, estrechandoos, con sus brazos contra su pecho, os hará uno solo" (Ens. 277 s). Éste es el sentido profundo de la quijotización de Sancho: que ha hecho suya la misión del heroísmo quijotesco. de manera que Dulcinea, el ansia de eternidad. ha hecho de Sancho un Don Quijote.

Pero Unamuno constata que no es esa la realidad. sino que lo que está sucedien­do es lo que recomendó Alonso Quijano a su sobrina en el testamento: "Que si quie­re casarse, se case con hombre de quien primero haya hecho información que no sabe qué cosa sean libros de caballerías ... " CEnso 280). y comenta Unamuno: "Tu testamento se cumple, Don Quijote, y los mozos de esta tu patria renuncian a todas las caballerías para poder gozar de las haciendas de tus sobrinas ... Es tu sobrina, Don Quijote, es tu sobrina la que hoy reina y gobierna en tu España. Es tu sobrina, no Sancho. Es la medrosica, casera y encogida Antonia Quijana ... No es Dulcinea del Toboso, no; no es tampoco Aldonza Lorenzo ... Es Antonia Quijana, la que ape­nas sabe menear doce palillos de randas y menea a los hombres de hoy en tu Patria" (Ens. 280 s). Pero, ante esta decadente situación, en que domina la mentalidad cani­ja, casera, pequeño burguesa y consumista de Antonia Quijana, Unamuno no quiere

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convencerse de que el heroísmo quijotesco de las ansias de eternidad haya desapare­cido para siempre. "¿Pero es que creéis que Don Quijote no ha de resucitar? Hay quien cree que no ha muerto; que el muerto y bien muerto es Cervantes, que quiso matarle, y no Don Quijote. Hay quíen cree que resucitó al tercer día, y que volverá a la Tierra en carne mortal y a hacer de las suyas. Y volverá cuando Sancho agobiado hoy por sus recursos sienta hervir la sangre que acopió en sus andanzas escuderiles, y monte, come dije, en Rocinante, y, revestido de las armas de su amo, embrace el lanzón y se lance a hacer de Don Quijote. Y su amo vendrá entonces y encamará en él. ¡Ánimo, Sancho heroico, y aviva esa fe que encendió en tí tu amo y que tanto te costó atizar y afirmar! ¡Ánimo!" «(Ens. 284 s).

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