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Centro de Enseñanza para Personas Adultas “Antonio Gala” Ámbito de la Comunicación: Literatura. Módulo 2 EL BARROCO

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EL BARROCO

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POESÍA

LUIS DE GÓNGORA

FÁBULA DE POLIFEMO YGALATEA

Al Conde de Niebla

Estas que me dictó, rimas sonoras,Culta sí aunque bucólica Talía,Oh excelso Conde, en las purpúreas horasQue es rosas la alba y rosicler el día,Ahora que de luz tu niebla doras,Escucha, al son de la zampoña mía,Si ya los muros no te ven de HuelvaPeinar el viento, fatigar la selva.

Templado pula en la maestra manoEl generoso pájaro su pluma,O tan mudo en la alcándara, que en vanoAun desmentir el cascabel presuma;Tascando haga el freno de oro canoDel caballo andaluz la ociosa espuma;Gima el lebrel en el cordón de seda,Y al cuerno al fin la cítara suceda.

Treguas al ejercicio sean robusto,Ocio atento, silencio dulce, en cuantoDebajo escuchas de dosel augustoDel músico jayán el fiero canto.Alterna con las Musas hoy el gusto,Que si la mía puede ofrecer tantoClarín �y de la Fama no segundo�,Tu nombre oirán los términos del mundo.

I

Donde espumoso el mar sicilïanoEl pie argenta de plata al Lilibeo,Bóveda o de las fraguas de VulcanoO tumba de los huesos de Tifeo,Pálidas señas cenizoso un llano,

Cuando no del sacrílego deseo,Del duro oficio da. Allí una alta rocaMordaza es a una gruta de su boca.

Guarnición tosca de este escollo duroTroncos robustos son, a cuya greñaMenos luz debe, menos aire puroLa caverna profunda, que a la peña;Caliginoso lecho, el seno obscuroSer de la negra noche nos lo enseñaInfame turba de nocturnas aves,Gimiendo tristes y volando graves.

De este, pues, formidable de la tierraBostezo, el melancólico vacíoA Polifemo, horror de aquella sierra,Bárbara choza es, albergue umbríoY redil espacioso donde encierraCuanto las cumbres ásperas cabrío,De los montes esconde: copia bellaQue un silbo junta y un peñasco sella.

Un monte era de miembros eminenteEste que �de Neptuno hijo fiero�De un ojo ilustra el orbe de su frente,Émulo casi del mayor lucero;Cíclope a quien el pino más valienteBastón le obedecía tan ligero,Y al grave peso junco tan delgado,Que un día era bastón y otro cayado.

Negro el cabello, imitador undosoDe las oscuras aguas del Leteo,Al viento que lo peina procelosoVuela sin orden, pende sin aseo;Un torrente es su barba, impetuosoQue �adusto hijo de este Pirineo�Su pecho inunda� o tarde, o mal, o en vanoSurcada aun de los dedos de su mano.

No la Trinacria en sus montañas, fieraArmó de crueldad, calzó de viento,Que redima feroz, salve ligeraSu piel manchada de colores ciento:Pellico es ya la que en los bosques eraMortal horror al que con paso lentoLos bueyes a su albergue reducía,Pisando la dudosa luz del día.(...)

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Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente antes que, lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.

Descaminado, enfermo, peregrino, en tenebrosa noche, con pie incierto, la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino, distinto oyó de can siempre despierto, y en pastoral albergue mal cubierto piedad halló, si no halló camino.

Salió el sol, y entre armiños escondida, soñolienta beldad con dulce saña salteó al no bien sano pasajero:

pagará el hospedaje con la vida;

más le valiera errar en la montaña que morir de la suerte que yo muero.

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FRANCISCO DE QUEVEDO

Érase un hombre a una nariz pegado,érase una nariz superlativa,érase una alquitara medio viva,érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado, érase un elefante boca arriba,érase una nariz sayón y escriba,un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase un naricísimo infinito,frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito;

Érase el espolón de una galera,érase una pirámide de Egipto,las doce tribus de narices era.

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

"¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido!La Fortuna mis tiempos ha mordido,las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adóndela salud y la edad se hayan huido!Falta la vida, asiste lo vivido,y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado;hoy se está yendo sin parar un punto:soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, juntopañales y mortaja, y he quedadopresentes sucesiones de difunto.

EPÍSTOLA SATÍRICA Y CENSORIACONTRA LAS COSTUMBRES

PRESENTES DE LOS CASTELLANOS,ESCRITA A DON GASPAR DE GUZMÁN,

CONDE DE OLIVARES, EN SUVALIMIENTO

No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

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Hoy, sin miedo que, libre, escandalice, puede hablar el ingenio, asegurado de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado severo estudio y la verdad desnuda, y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda, que es lengua la verdad de Dios severo, y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero, ni eternidad divina los separa, ni de los dos alguno fue primero.

Si Dios a la verdad se adelantara, siendo verdad, implicación hubiera en ser, y en que verdad de ser dejara.

La justicia de Dios es verdadera, y la misericordia, y todo cuanto es Dios, todo ha de ser verdad entera.

Señor Excelentísimo, mi llanto ya no consiente márgenes ni orillas: inundación será la de mi canto.

Ya sumergirse miro mis mejillas, la vista por dos urnas derramada sobre las aras de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada, que fue, si rica menos, más temida, en vanidad y en sueño sepultada.

Y aquella libertad esclarecida, que en donde supo hallar honrada muerte, nunca quiso tener más larga vida.

Y pródiga de l'alma, nación fuerte, contaba, por afrentas de los años, envejecer en brazos de la suerte.

Del tiempo el ocio torpe, y los engaños del paso de las horas y del día, reputaban los nuestros por extraños.

Nadie contaba cuánta edad vivía, sino de qué manera: ni aun un'hora lograba sin afán su valentía.

La robusta virtud era señora, y sola dominaba al pueblo rudo; edad, si mal hablada, vencedora.

El temor de la mano daba escudo al corazón, que, en ella confiado, todas las armas despreció desnudo.

Multiplicó en escuadras un soldado su honor precioso, su ánimo valiente, de sola honesta obligación armado.

Y debajo del cielo, aquella gente, si no a más descansado, a más honroso sueño entregó los ojos, no la mente.

Hilaba la mujer para su esposo la mortaja, primero que el vestido; menos le vio galán que peligroso.

Acompañaba el lado del marido más veces en la hueste que en la cama; sano le aventuró, vengóle herido.

Todas matronas, y ninguna dama: que nombres del halago cortesano no admitió lo severo de su fama.

Derramado y sonoro el Oceano era divorcio de las rubias minas que usurparon la paz del pecho humano.

Ni los trujo costumbres peregrinas el áspero dinero, ni el Oriente compró la honestidad con piedras finas.

Joya fue la virtud pura y ardiente; gala el merecimiento y alabanza; sólo se cudiciaba lo decente.

No de la pluma dependió la lanza, ni el cántabro con cajas y tinteros hizo el campo heredad, sino matanza.

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Y España, con legítimos dineros, no mendigando el crédito a Liguria, más quiso los turbantes que los ceros.

Menos fuera la pérdida y la injuria, si se volvieran Muzas los asientos; que esta usura es peor que aquella furia.

Caducaban las aves en los vientos, y expiraba decrépito el venado: grande vejez duró en los elementos.

Que el vientre entonces bien diciplinado buscó satisfación, y no hartura, y estaba la garganta sin pecado.

Del mayor infanzón de aquella pura república de grandes hombres, era una vaca sustento y armadura.

No había venido al gusto lisonjera la pimienta arrugada, ni del clavo la adulación fragrante forastera.

Carnero y vaca fue principio y cabo, Y con rojos pimientos, y ajos duros, tan bien como el señor, comió el esclavo.

Bebió la sed los arroyuelos puros; de pués mostraron del carchesio a Baco el camino los brindis mal seguros.

El rostro macilento, el cuerpo flaco eran recuerdo del trabajo honroso, y honra y provecho andaban en un saco.

Pudo sin miedo un español velloso llamar a los tudescos bacchanales, y al holandés, hereje y alevoso.

Pudo acusar los celos desiguales a la Italia; pero hoy, de muchos modos, somos copias, si son originales.

Las descendencias gastan muchos godos, todos blasonan, nadie los imita: y no son sucesores, sino apodos.

Vino el betún precioso que vomita la ballena, o la espuma de las olas, que el vicio, no el olor, nos acredita.

Y quedaron las huestes españolas bien perfumadas, pero mal regidas, y alhajas las que fueron pieles solas.

Estaban las hazañas mal vestidas, y aún no se hartaba de buriel y lana la vanidad de fembras presumidas.

A la seda pomposa siciliana, que manchó ardiente múrice, el romano y el oro hicieron áspera y tirana.

Nunca al duro español supo el gusano persuadir que vistiese su mortaja, intercediendo el Can por el verano.

Hoy desprecia el honor al que trabaja, y entonces fue el trabajo ejecutoria, y el vicio gradüó la gente baja.

Pretende el alentado joven gloria por dejar la vacada sin marido, y de Ceres ofende la memoria.

Un animal a la labor nacido, y símbolo celoso a los mortales, que a Jove fue disfraz, y fue vestido;

que un tiempo endureció manos reales, y detrás de él los cónsules gimieron, y rumia luz en campos celestiales,

¿por cuál enemistad se persuadieron a que su apocamiento fuese hazaña, y a las mieses tan grande ofensa hicieron?

¡Qué cosa es ver un infanzón de España abreviado en la silla a la jineta, y gastar un caballo en una caña!

Que la niñez al gallo le acometa con semejante munición apruebo; mas no la edad madura y la perfeta.

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Ejercite sus fuerzas el mancebo en frentes de escuadrones; no en la frente del útil bruto l'asta del acebo.

El trompeta le llame diligente, dando fuerza de ley el viento vano, y al son esté el ejército obediente.

¡Con cuánta majestad llena la mano la pica, y el mosquete carga el hombro, del que se atreve a ser buen castellano!

Con asco, entre las otras gentes, nombro al que de su persona, sin decoro, más quiere nota dar, que dar asombro.

Jineta y cañas son contagio moro; restitúyanse justas y torneos, y hagan paces las capas con el toro.

Pasadnos vos de juegos a trofeos, que sólo grande rey y buen privado pueden ejecutar estos deseos.

Vos, que hacéis repetir siglo pasado, con desembarazarnos las personas y sacar a los miembros de cuidado;

vos distes libertad con las valonas, para que sean corteses las cabezas, desnudando el enfado a las coronas.

Y pues vos enmendastes las cortezas, dad a la mejor parte medicina: vuélvanse los tablados fortalezas.

Que la cortés estrella, que os inclina a privar sin intento y sin venganza, milagro que a la invidia desatina,

tiene por sola bienaventuranza el reconocimiento temeroso, no presumida y ciega confianza.

Y si os dio el ascendiente generoso escudos, de armas y blasones llenos, y por timbre el martirio glorïoso,

mejores sean por vos los que eran buenos Guzmanes, y la cumbre desdeñosa os muestre, a su pesar, campos serenos.

Lograd, señor, edad tan venturosa; y cuando nuestras fuerzas examina persecución unida y belicosa,

la militar valiente disciplina tenga más platicantes que la plaza: descansen tela falsa y tela fina.

Suceda a la marlota la coraza, y si el Corpus con danzas no los pide, velillos y oropel no hagan baza.

El que en treinta lacayos los divide, hace suerte en el toro, y con un dedo la hace en él la vara que los mide.

Mandadlo así, que aseguraros puedo que habéis de restaurar más que Pelayo; pues valdrá por ejércitos el miedo, y os verá el cielo administrar su rayo.

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NARRATIVA

FRANCISCO DE QUEVEDO

VIDA DEL BUSCÓN DON PABLOS

Capítulo segundo. De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió

A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muyalegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirledi muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días porvenir antes y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos la mujer delmaestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció laenvidia en los demás niños. Llegábame de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, yparticularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casaa jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque lesparecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unosme llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porquemi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado asu casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros«miz». Cuál decía:

-Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa.

Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo mecorría disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una putay hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que aun si lo dijera turbio no me diera por entendido) agarréuna piedra y descalabréle. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome:

-Muy bien hiciste; bien muestras quién eres; sólo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.

Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvíme a ella y roguéla me declarase si le podíadesmentir con verdad o que me dijese si me había concebido a escote entre muchos o si era hijo de mi padre.Rióse y dijo:

-¡Ah, noramaza! ¿Eso sabes decir? No serás bobo; gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza,que esas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir.

Yo con esto quedé como muerto y dime por novillo de legítimo matrimonio, determinado de coger lo quepudiese en breves días y salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi

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padre, curó al muchacho, apaciguólo y volvióme a la escuela, adonde el maestro me recibió con ira hastaque, oyendo la causa de la riña, se le aplacó el enojo considerando la razón que había tenido.

En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego, porqueme quería bien naturalmente, que yo trocaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale de lo quealmorzaba y no le pedía de lo que él comía, comprábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro,y entreteníale siempre. Así que los más días, sus padres del caballerito, viendo cuánto le regocijaba micompañía, rogaban a los míos que me dejasen con él a comer y cenar y aun a dormir los más días.

Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre quese llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo:

-Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr.

Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle Poncio Pilato. Corrióse tanto el hombre que dio a correr tras mí conun cuchillo desnudo para matarme, de suerte que fue forzoso meterme huyendo en casa de mi maestro dandogritos. Entró el hombre tras mí y defendióme el maestro de que no me matase, asegurándole de castigarme.Y así luego (aunque señora le rogó por mí, movida de lo que yo la servía, no aprovechó), mandómedesatacar y azotándome, decía tras cada azote:

-¿Diréis más Poncio Pilato?

Yo respondía:

-No, señor.

Y respondílo veinte veces a otros tantos azotes que me dio. Quedé tan escarmentado de decir Poncio Pilato ycon tal miedo, que mandándome el día siguiente decir, como solía, las oraciones a los otros, llegando alCredo (advierta V. Md. la inocente malicia), al tiempo de decir «padeció so el poder de Poncio Pilato»,acordándome que no había de decir más Pilatos, dije: «padeció so el poder de Poncio de Aguirre». Dióle almaestro tanta risa de oír mi simplicidad y de ver el miedo que le había tenido, que me abrazó y dio una firmaen que me perdonaba de azotes las dos primeras veces que los mereciese. Con esto fui yo muy contento.

En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo a leer y escribir. Llegó (por no enfadar) el de unasCarnestolendas, y trazando el maestro de que se holgasen sus muchachos, ordenó que hubiese rey de gallos.Echamos suertes entre doce señalados por él y cúpome a mí. Avisé a mis padres que me buscasen galas.

Llegó el día y salí en uno como caballo, mejor dijera en un cofre vivo, que no anduvo en peores pasosRoberto el diablo, según andaba él. Era rucio, y rodado el que iba encima por lo que caía en todo. La edadno hay que tratar, biznietos tenía en tahonas. De su raza no sé más de que sospecho era de judío según eramedroso y desdichado. Iban tras mí los demás niños todos aderezados.

Pasamos por la plaza (aun de acordarme tengo miedo), y llegando cerca de las mesas de las verduras (Diosnos libre), agarró mi caballo un repollo a una, y ni fue visto ni oído cuando lo despachó a las tripas, a lascuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiempo. La bercera (que siempre sondesvergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse otras y con ellas pícaros, y alzando zanahorias, garrofales,nabos frisones, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabaly que no se había de hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo en la caraque, yendo a empinarse, cayó conmigo en una (hablando con perdón) privada. Púseme cual V. Md. puedeimaginar. Ya mis muchachos se habían armado de piedras y daban tras las revendederas y descalabraron dos.

Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más necesaria de la riña. Vino la justicia,comenzó a hacer información, prendió a berceras y muchachos mirando a todos qué armas tenían y

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quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían por gala y otros espadas pequeñas.Llegó a mí, y viendo que no tenía ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a secarcon la capa y sombrero, pidióme, como digo, las armas, al cual respondí, todo sucio, que si no eranofensivas contra las narices, que yo no tenía otras. Quiero confesar a V. Md. que cuando me empezaron atirar los tronchos, nabos, etcétera, que, como yo llevaba plumas en el sombrero, entendiendo que me habíantenido por mi madre y que la tiraban, como habían hecho otras veces, como necio y muchacho, empecé adecir: «Hermanas, aunque llevo plumas, no soy Aldonza de San Pedro, mi madre» (como si ellas no loecharan de ver por el talle y rostro). El miedo me disculpó la ignorancia, y el sucederme la desgracia tan derepente.

Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar a la cárcel, y no me llevó porque no hallaba por donde asirme (talme había puesto del lodo). Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde laplaza martirizando cuantas narices topaba en el camino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso, ycorriéronse tanto de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dosleguas de rocín exprimido que me dieron. Procuraba satisfacerlos, y, viendo que no bastaba, salíme de sucasa y fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hallé en la suya descalabrado, y a sus padres resueltos porello de no enviarle más a la escuela. Allí tuve nuevas de cómo mi rocín, viéndose en aprieto, se esforzó atirar dos coces, y de puro flaco se le desgajaron las dos piernas y se quedó sembrado para otro año en ellodo, bien cerca de expirar.

Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corridos, mi amigodescalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sinode quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en su compañía, y esto con gran gusto de los suyos, porel que daba mi amistad al niño. Escribí a mi casa que yo no había menester más ir a la escuela porque,aunque no sabía bien escribir, para mi intento de ser caballero lo que se requería era escribir mal, y que así,desde luego renunciaba [a] la escuela por no darles gasto y [a] su casa para ahorrarlos de pesadumbre. Aviséde dónde y cómo quedaba y que hasta que me diesen licencia no los vería.

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MARÍA DE ZAYAS Y SOTOMATOR

LA INOCENCIA CASTIGADA

En una ciudad cerca de la gran Sevilla, que no quiero nombrarla, porque aún viven hoy deudos muycercanos de don Francisco, caballero principal y rico, casado con una dama su igual hasta en la condición.Éste tenía una hermana de las hermosas mujeres que en toda la Andalucía se hallaba, cuya edad aún nollegaba a diez y ocho años. Pidiósela por mujer un caballero de la misma ciudad, no inferior a su calidad, nimenos rico, antes entiendo que la aventajaba en todo. Parecióle, como era razón, a don Francisco queaquella dicha sólo venía del cielo, y muy contento con ella, lo comunicó con su mujer y con doña Inés, suhermana, que como no tenía más voluntad que la suya, y en cuanto a la obediencia y amor reverencial letuviese en lugar de padre, aceptó el casamiento, quizá no tanto por él, cuanto por salir de la rigurosacondición de su cuñada, que era de lo cruel que imaginarse puede. De manera que antes de dos meses sehalló, por salir de un cautiverio, puesta en otro martirio; si bien, con la dulzura de las caricias de su esposo,que hasta en eso, a los principios, no hay quien se la gane a los hombres; antes se dan tan buena maña, quetengo para mí que las gastan todas al primer año, y después, como se hallan fallidos del caudal del agasajo,hacen morir a puras necesidades de él a sus esposas, y quizá, y sin quizá, es lo cierto ser esto la causa pordonde ellas, aborrecidas, se empeñan en bajezas, con que ellos pierden el honor y ellas la vida.

¿Qué espera un marido, ni un padre, ni un hermano, y hablando más comúnmente, un galán, de unadama, si se ve aborrecida, y falta de lo que ha menester, y tras eso, poco agasajada y estimada, sino unadesdicha? ¡Oh, válgame Dios, y qué confiados son hoy los hombres, pues no temen que lo que una mujerdesesperada hará, no lo hará el demonio! Piensan que por velarlas y celarlas se libran y las apartan detravesuras, y se engañan. Quiéranlas, acarícienlas y den las lo que les falta, y no las guarden ni celen, queellas se guardarán y celarán, cuando no sea de virtud, de obligación. ¡Y válgame otra vez Dios, y quémoneda tan falsa es ya la voluntad, que no pasa ni vale sino el primer día, y luego no hay quien sepa suvalor!

No le sucedió por esta parte a doña Inés la desdicha, porque su esposo hacía la estimación de ella quemerecía su valor y hermosura; por ésta le vino la desgracia, porque siempre la belleza anda en pasos de ella.Gozaba la bella dama una vida gustosa y descansada, como quien entró en tan florida hacienda con unmarido de lindo talle y mejor condición, si le durara; mas cuando sigue a uno una adversa suerte, por másque haga no podrá librarse de ella. Y fue que, siendo doncella, jamás fue vista, por la terrible condición de suhermano y cuñada; mas ya casada, o ya acompañada de su esposo, o ya con las parientas y amigas, salía alas holguras, visitas y fiestas de la ciudad. Fue vista de todos, unos alabando su hermosura y la dicha de su

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marido en merecerla, y otros envidiándola y sintiendo no haberla escogido para sí, y otros amándola ilícita ydeshonestamente, pareciéndoles que con sus dineros y galanterías la granjearían para gozarla.

Uno de éstos fue don Diego, caballero mozo, rico y libre, que, a costa de su gruesa hacienda, no sólohabía granjeado el nombre y lugar de caballero, mas que no se le iban por alto ni por remontadas las máshermosas garzas de la ciudad. Éste, de ver la peligrosa ocasión, se admiró, y de admirarse, se enamoró, ydebió, por lo presente, de ser de veras, que hay hombres que se enamoran de burlas, pues con tan locadesesperación mostraba y daba a entender su amor en la continua asistencia en su calle, en las iglesias, y entodas las partes que podía seguirla. Amaba, en fin, sin juicio, pues no atendía a la pérdida que podía resultaral honor de doña Inés con tan públicos galanteos. No reparaba la inocente dama en ellos: lo uno, porparecerle que con su honestidad podía vencer cualesquiera deseos lascivos de cuantos la veían; y lo otro,porque en su calle vivían sujetos, no sólo hermosos, mas hermosísimos, a quien imaginaba dirigía don Diegosu asistencia. Sólo amaba a su marido, y con este descuido, ni se escondía, si estaba en el balcón, ni dejabade asistir a las músicas y demás finezas de don Diego, pareciéndole iban dirigidos a una de dos damas, quevivían más abajo de su casa, doncellas y hermosas, mas con libertad.

Don Diego cantaba y tenía otras habilidades, que ocasiona la ociosidad de los mozos ricos y sin padresque los sujeten; y las veces que se ofrecía, daba muestras de ellas en la calle de doña Inés. Y ella y suscriadas, y su mismo marido, salían a oírlas, como he dicho, creyendo se dirigían a diferente sujeto, que, aimaginar otra cosa, de creer es que pusiera estorbo al dejarse ver. En fin, con esta buena fe pasaban todoshaciendo gala del bobeamiento de don Diego, que, cauto, cuando su esposo de doña Inés o sus criados leveían, daba a entender lo mismo que ellos pensaban, y con este cuidado descuidado, cantó una noche,sentado a la puerta de las dichas damas, este romance:

Como la madre a quien faltael tierno y amado hijo,así estoy cuando no os veo,dulcísimo dueño mío.

Los ojos, en vuestra ausencia,son dos caudalosos ríos,y el pensamiento, sin vos,un confuso laberinto.

¿Adónde estáis, que no os veo,prendas que en el alma estimo?¿Qué oriente goza esos rayos,o qué venturosos indios?

Si en los brazos del Auroraestá el Sol alegre y rico,decid: siendo vos aurora,¿cómo no estáis en los míos?

Salís, y os ponéis sin mí,ocaso triste me pinto,triste Noruega parezco,tormento en que muero y vivo.

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Amaros no es culpa, no;adoraros no es delito;si el amor dora los yerros,¡qué dorados son los míos!

No viva yo, si ha llegadoa los amorosos quiciosde las puertas de mi almapesar de haberos querido.

Ahora que no me oís,habla mi amor atrevido,y cuando os veo, enmudezcosin poder mi amor deciros.

Quisiera que vuestros ojosconocieran de los míoslo que no dice la lengua,que está, para hablar, sin bríos.

Y luego que os escondéis,atormento los sentidos,por haber callado tanto,diciendo lo que os estimo.

Mas porque no lo ignoréis,siempre vuestro me eternizo;siglos durará mi amor,pues para vuestro he nacido.

Alabó doña Inés, y su esposo, el romance, porque como no entendía que era ella la causa de las biencantadas y lloradas penas de don Diego, no se sentía agraviada; que, a imaginarlo, es de creer que no loconsintiera. Pues viéndose el mal correspondido caballero cada día peor y que no daba un paso adelante ensu pretensión, andaba confuso y triste, no sabiendo cómo descubrirse a la dama, temiendo de su indignaciónalguna áspera y cruel respuesta. Pues, andando, como digo, una mujer que vivía en la misma calle, en unaposento enfrente de la casa de la dama, algo más abajo, notó el cuidado de don Diego con más sentimientoque doña Inés, y luego conoció el juego, y un día que le vio pasar, le llamó y, con cariñosas razones, leprocuró sacar la causa de sus desvelos.

Al principio negó don Diego su amor, por no fiarse de la mujer; mas ella, como astuta, y que no debíade ser la primera que había hecho, le dijo que no se lo negase, que ella conocía medianamente su pena, y quesi alguna en el mundo le podía dar remedio, era ella, porque su señora doña Inés la hacía mucha merced,dándole entrada en su casa y comunicando con ella sus más escondidos secretos, porque la conocía desdeantes de casarse, estando en casa de su hermano. Finalmente, ella lo pintó tan bien y con tan finas colores,que don Diego casi pensó si era echada por parte de la dama, por haber notado su cuidado. Y con este locopensamiento, a pocas vueltas que este astuto verdugo le dio, confesó de plano toda su voluntad, pidiéndoladiese a entender a la dama su amor, ofreciéndole, si se veía admitido, grande interés. Y para engolosinarlamás, quitándose una cadena que traía puesta, se la dio. Era rico y deseaba alcanzar, y así, no reparaba ennada. Ella la recibió, y le dijo descuidase, y que anduviese por allí, que ella le avisaría en teniendonegociado; que no quería que nadie le viese hablar con ella, porque no cayesen en alguna malicia. Pues ido

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don Diego, muy contenta la mala mujer, se fue en casa de unas mujeres de oscura vida que ella conocía, yescogiendo entre ellas una, la más hermosa, y que así en el cuerpo y garbo pareciese a doña Inés, y llevóla asu casa, comunicando con ella el engaño que quería hacer, y escondiéndola donde de nadie fuese vista, pasóen casa de doña Inés, diciendo a las criadas dijesen a su señora que una vecina de enfrente la quería hablar,que, sabido por doña Inés, la mandó entrar. Y ella, con la arenga y labia necesaria, de que la mujercilla nocarecía, después de haberle besado la mano, le suplicó le hiciese merced de prestarle por dos días aquelvestido que traía puesto, y que se quedase en prenda de él aquella cadena, que era la misma que le habíadado don Diego,

orque casaba una sobrina. No anduvo muy descaminada en pedir aquel que traía puesto, porque, comoera el que doña Inés ordinariamente traía, que era de damasco pardo, pudiese don Diego dejarse llevar de suengaño. Doña Inés era afable, y como la conoció por vecina de la calle, le respondió que aquel vestidoestaba ya ajado de traerle continuo, que otro mejor le daría.

-No, mi señora -dijo la engañosa mujer-; éste basta, que no quiero que sea demasiadamente costoso, queparecerá (lo que es) que no es suyo, y los pobres también tenemos reputación. Y quiero yo que los que sehallaren a la boda piensen que es suyo, y no prestado.

Rióse doña Inés, alabando el pensamiento de la mujer, y mandando traer otro, se le puso, desnudándoseaquél y dándoselo a la dicha, que le tomó contentísima, dejando en prendas la cadena, que doña Inés tomó,por quedar segura, pues apenas conocía a la que le llevaba, que fue con él más contenta que si llevara untesoro. Con esto aguardó a que viniese don Diego, que no fue nada descuidado, y ella, con alegre rostro, lerecibió diciendo:

-Esto sí que es saber negociar, caballerito bobillo. Si no fuera por mí, toda la vida te pudieras andartragando saliva sin remedio. Ya hablé a tu dama, y la dejo más blanda que una madeja de seda floja. Y paraque veas lo que me debes y en la obligación que me estás, esta noche, a la oración, aguarda a la puerta de tucasa, que ella y yo te iremos a hacer una visita, porque es cuando su marido se va a jugar a una casa deconversación, donde está hasta las diez; mas dice que, por el decoro de una mujer de su calidad y casada, noquiere ser vista; que no haya criados, ni luz, sino muy apartada, o que no la haya; mas yo, que soy muyapretada de corazón, me moriré si estoy a oscuras, y así podrás apercibir un farolillo que dé luz, y esté sinella la parte adonde hubieres de hablarla.

Todo esto hacía, porque pudiese don Diego reconocer el vestido, y no el rostro, y se engañase. Masvolvíase loco el enamorado mozo, abrazaba a la falsa y cautelosa tercera, ofreciéndola de nuevo suma deinterés, dándole cuanto consigo traía. En fin, él se fue a aguardar su dicha, y ella, él ido, vistió a la moza quetenía apercibida el vestido de la desdichada doña Inés, tocándola y aderezándola al modo que la damaandaba. Y púsola de modo que, mirada algo a lo oscuro, parecía la misma doña Inés, muy contenta dehaberle salido tan bien la invención, que ella misma, con saber la verdad, se engañaba.

Poco antes de anochecer, se fueron en casa de don Diego, que las estaba aguardando a la puerta,haciéndosele los instantes siglos; que, viéndola y reconociendo el vestido, por habérsele vistoordinariamente a doña Inés, como en el talle le parecía y venía tapada, y era ya cuando cerraba la noche, latuvo por ella. Y loco de contento, las recibió y entró en un cuarto bajo, donde no había más luz que la de unfarol que estaba en el antesala, y a ésta y a una alcoba que en ella había, no se comunicaba más que elresplandor que entraba por la puerta. Quedóse la vil tercera en la sala de afuera, y don Diego, tomando por lamano a su fingida doña Inés, se fueron a sentar sobre una cama de damasco que estaba en el alcoba. Granrato se pasó en engrandecer don Diego la dicha de haber merecido tal favor, y la fingida doña Inés, bieninstruida en lo que había de hacer, en responderle a propósito, encareciéndole el haber venido y vencido los

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inconvenientes de su honor, marido y casa, con otras cosas que más a gusto les estaba, donde don Diego,bien ciego en su engaño, llegó al colmo de los favores, que tantos desvelos le habían costado el desearlos yalcanzarlos, quedando muy más enamorado de su doña Inés que antes.

Entendida era la que hacía el papel de doña Inés, y representábale tan al propio, que en don Diego pusomayores obligaciones; y así, cargándola de joyas de valor, y a la tercera de dinero, viendo ser la horaconveniente para llevar adelante su invención, se despidieron, rogando el galán a su amada señora que leviese presto, y ella prometiéndole que, sin salir de casa, la aguardase cada noche desde la hora que habíadicho hasta las diez, que si hubiese lugar, no le perdería. Él se quedó gozosísimo, y ellas se fueron a su casa,contentas y aprovechadas a costa de la opinión de la inocente y descuidada doña Inés. De esta suerte levisitaron algunas veces en quince días que tuvieron el vestido; que, con cuanto supieron, o fuese que Diosporque se descubriese un caso como éste, o que temor de que don Diego no reconociese con el tiempo queno era la verdadera doña Inés la que gozaba, no se previnieron de hacer otro vestido como con el que lesservía de disfraz; y viendo era tiempo de volverle a su dueño, la última noche que se vieron con don Diegole dieron a entender que su marido había dado en recogerse temprano, y que era fuerza por algunos díasrecatarse, porque les parecía que andaba algo cuidadoso, y que era fuerza asegurarle, que, en habiendoocasión de verle, no la perderían; se despidieron, quedando don Diego tan triste como alegre cuando laprimera vez las vio. Con esto, se volvió el vestido a doña Inés, y la fingida y la tercera partieron la ganancia,muy contentas con la burla.

Don Diego, muy triste, paseaba la calle de doña Inés, y muchas veces que la veía, aunque notaba eldescuido de la dama, juzgábalo a recato, y sufría su pasión sin atreverse a más que a mirarla; otras hablabacon la tercera qué había sido de su gloria, y ella unas veces le decía que no tenía lugar, por andar su maridocuidadoso; otras, que ella buscaría ocasión para verle. Hasta que un día, viéndose importunada de donDiego, y que le pedía llevase a doña Inés un papel, le dijo que no se cansase, porque la dama, o era miedo desu esposo, o que se había arrepentido, porque cuando la veía, no consentía que la hablase en esas cosas, yaun llegaba a más, que le negaba la entrada en su casa, mandando a las criadas no la dejasen entrar. En estose ve cuán mal la mentira se puede disfrazar en traje de verdad, y si lo hace, es por poco tiempo.

Quedó el triste don Diego con esto tal, que fue milagro no perder el juicio; y en mitad de sus penas, porver si podía hallar alivio en ellas, se determinó en hablar a doña Inés y saber de ella misma la causa de taldesamor y tan repentino. Y así, no faltaba de día ni de noche de la calle, hasta hallar ocasión de hacerlo. Puesun día que la vio ir a misa sin su esposo (novedad grande, porque siempre la acompañaba), la siguió hasta laiglesia, y arrodillándose junto a ella lo más paso que pudo, si bien con grande turbación, le dijo:

-¿Es posible, señora mía, que vuestro amor fuese tan corto, y mis méritos tan pequeños, que apenasnació cuando murió? ¿Cómo es posible que mi agasajo fuese de tan poco valor, y vuestra voluntad tanmudable, que siquiera bien hallada con mis cariños, no hubiera echado algunas raíces para siquiera tener enla memoria cuantas veces os nombrastes mía, y yo me ofrecí por esclavo vuestro? Si las mujeres de calidaddan mal pago, ¿qué se puede esperar de las comunes? Si acaso este desdén nace de haber andado corto enserviros y regalaros, vos habéis tenido la culpa, que quien os rindió lo poco os hubiera hecho dueño de lomucho, si no os hubiérades retirado tan cruel, que aun cuando os miro, no os dignáis favorecerme convuestros hermosos ojos, como si cuando os tuve en mis brazos no jurasteis mil veces por ellos que no mehabíades de olvidar.

Miróle doña Inés admirada de lo que decía, y dijo:

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-¿Qué decís, señor? ¿Deliráis, o tenéisme por otra? ¿Cuándo estuve en vuestros brazos, ni juré de noolvidaros, ni recibí agasajos, ni me hicisteis cariños? Porque mal puedo olvidar lo que jamás me heacordado, ni cómo puedo amar ni aborrecer lo que nunca amé.

-Pues ¿cómo -replicó don Diego, aún queréis negar que no me habéis visto ni hablado? Decid que estáisarrepentida de haber ido a mi casa, y no lo neguéis, porque no lo podrá negar el vestido que traéis puesto,pues fue el mismo que llevasteis, ni lo negará fulana, vecina de enfrente de vuestra casa, que fue con vos.

Cuerda y discreta era doña Inés, y oyendo del vestido y mujer, aunque turbada y medio muerta de uncaso tan grave, cayó en lo que podía ser, y volviendo a don Diego, le dijo:

-¿Cuánto habrá eso que decís?

-Poco más de un mes -replicó él.

Con lo cual doña Inés acabó de todo punto de creer que el tiempo que el vestido estuvo prestado a lamisma mujer le habían hecho algún engaño. Y por averiguarlo mejor, dijo:

-Ahora, señor, no es tiempo de hablar más en esto.

Mi marido ha de partir mañana a Sevilla a la cobranza de unos pesos que le han venido de Indias; demanera que a la tarde estad en mi calle, que yo os haré llamar, y hablaremos largo sobre esto que me habéisdicho. Y no digáis nada de esto a esa mujer, que importa encubrirlo de ella.

Con esto don Diego se fue muy gustoso por haber negociado tan bien, cuanto doña Inés quedó triste yconfusa. Finalmente, su marido se fue otro día, como ella dijo, y luego doña Inés envió a llamar alCorregidor. Y venido, le puso en parte donde pudiese oír lo que pasaba, diciéndole convenía a su honor quefuese testigo y juez de un caso de mucha gravedad. Y llamando a don Diego, que no se había descuidado, yle dijo estas razones:

-Cierto, señor don Diego, que me dejasteis ayer puesta en tanta confusión, que si no hubiera permitidoDios la ausencia de mi esposo en esta ocasión, que con ella he de averiguar la verdad y sacaros del engaño yerror en que estáis, que pienso que hubiera perdido el juicio, o yo misma me hubiera quitado la vida. Y así,os suplico me digáis muy por entero y despacio lo que ayer me dijisteis de paso en la iglesia.

Admirado don Diego de sus razones, le contó cuanto con aquella mujer le había pasado, las veces quehabía estado en su casa, las palabras que le había dicho, las joyas que le había dado. A que doña Inés,admirada, satisfizo y contó cómo este tiempo había estado el vestido en poder de esa mujer, y cómo le habíadejado en prenda una cadena, atestiguando con sus criadas la verdad, y cómo ella no había faltado de sucasa, ni su marido iba a ninguna casa de conversación, antes se recogía con el día. Y que ni conocía talmujer, sino sólo de verla a la puerta de su casa, ni la había hablado, ni entrado en ella en su vida. Con lo cualdon Diego quedó embelesado, como los que han visto visiones, y corrido de la burla que se había hecho deél, y aún más enamorado de doña Inés que antes.

A esto salió el Corregidor, y juntos fueron en casa de la desdichada tercera, que al punto confesó laverdad de todo, entregando algunas de las joyas que le habían tocado de la partición y la cadena, que sevolvió a don Diego, granjeando de la burla doscientos azotes por infamadora de mujeres principales yhonradas, y más desterrada por seis años de la ciudad, no declarándose más el caso por la opinión de doñaInés, con que la dama quedó satisfecha en parte, y don Diego más perdido que antes, volviendo de nuevo asus pretensiones, paseos y músicas, y esto con más confianza, pareciéndole que ya había menos que hacer,supuesto que la dama sabía su amor, no desesperando de la conquista, pues tenía caminado lo más. Y lo quemás le debió de animar fue no creer que no había sido doña Inés la que había gozado, pues aunque se

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averiguó la verdad con tan fieles testigos, y que la misma tercera la confesó, con todo debió de entenderhabía sido fraude, y que, arrepentida doña Inés, lo había negado, y la mujer, de miedo, se había sujetado a lapena.

Con este pensamiento la galanteaba más atrevido, siguiéndola si salía fuera, hablándola si hallabaocasión. Con lo que doña Inés, aborrecida, ni salía ni aun a misa, ni se dejaba ver del atrevido mozo, que,con la ausencia de su marido, se tomaba más licencias que eran menester; de suerte que la perseguida señoraaun la puerta no consentía que se abriese, porque no llegase su descomedimiento a entrarse en su casa. Mas,ya desesperada y resuelta a vengarse por este soneto que una noche cantó en su calle, sucedió lo que luegose dirá.

Dueño querido: si en el alma míaalguna parte libre se ha quedado,hoy de nuevo a tu imperio la he postrado,rendida a tu hermosura y gallardía.

Dichoso soy, desde aquel dulce día,que con tantos favores quedé honrado;instantes a mis ojos he juzgadolas horas que gocé tu compañía.

¡Oh! si fueran verdad los fingimientosde los encantos que en la edad primerahan dado tanta fuerza a los engaños,

ya se vieran logrados mis intentos,si de los dioses merecer pudiera,encanto, gozarte muchos años.

Sintió tanto doña Inés entender que aún no estaba don Diego cierto de la burla que aquella engañosamujer le había hecho en desdoro de su honor, que al punto le envió a decir con una criada que, supuesto queya sus atrevimientos pasaban a desvergüenzas, que se fuese con Dios, sin andar haciendo escándalos nipublicando locuras, sino que le prometía, como quien era, de hacerle matar.

Sintió tanto el malaconsejado mozo esto, que, como desesperado con mortales bascas se fue a su casa,donde estuvo muchos días en la cama, con una enfermedad peligrosa, acompañada de tan cruel melancolía,que parecía querérsele acabar la vida; y viéndose morir de pena, habiendo oído decir que en la ciudad habíaun moro, gran hechicero y nigromántico, le hizo buscar, y que se le trajesen, para obligar con encantos yhechicerías a que le quisiese doña Inés.

Hallado el moro, y traído se encerró con él, dándole larga cuenta de sus amores tan desdichados comoatrevidos, pidiéndole remedio contra el desamor y desprecio que hacía de él su dama, tan hermosa comoingrata. El nigromántico agareno le prometió que, dentro de tres días, le daría con que la misma dama se leviniese a su poder, como lo hizo; que como ajenos de nuestra católica fe, no les es dificultoso, con apremiosque hacen al demonio, aun en cosas de más calidad; porque, pasados los tres días, vino y le trajo una imagende la misma figura y rostro de doña Inés, que por sus artes la había copiado al natural, como si la tuvierapresente. Tenía en el remate del tocado una vela, de la medida y proporción de una bujía de un cuarterón decera verde. La figura de doña Inés estaba desnuda, y las manos puestas sobre el corazón, que tenía

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descubierto, clavado por él un alfiler grande, dorado, a modo de saeta, porque en lugar de la cabeza teníauna forma de plumas del mismo metal, y parecía que la dama quería sacarle con las manos, que teníaencaminadas a él.

Díjole el moro que, en estando solo, pusiese aquella figura sobre un bufete, y que encendiese la vela queestaba sobre la cabeza, y que sin falta ninguna vendría luego la dama, y que estaría el tiempo que él quisiese,mientras él no le dijese que se fuese. Y que cuando la enviase, no matase la vela, que en estando la dama ensu casa, ella se moriría por si misma; que si la mataba antes que ella se apagase, correría riesgo la vida de ladama, y asimismo que no tuviese miedo de que la vela se acabase, aunque ardiese un año entero, porqueestaba formada de tal arte, que duraría eternamente, mientras que en la noche del Bautista no la echase enuna hoguera bien encendida. Que don Diego, aunque no muy seguro de que sería verdad lo que el moro leaseguraba, contentísimo cuando no por las esperanzas que tenía, por ver en la figura el natural retrato de sunatural enemiga, con tanta perfección, y naturales colores, que, si como no era de más del altor de mediavara, fuera de la altura de una mujer, creo que con ella olvidara el natural original de doña Inés, a imitacióndel que se enamoró de otra pintura y de un árbol. Pagóle al moro bien a su gusto el trabajo; y despedido deél, aguardaba la noche como si esperara la vida, y todo el tiempo que la venida se dilató, en tanto que serecogía la gente y una hermana suya, viuda, que tenía en casa y le asistía a su regalo, se le hacía unaeternidad: tal era el deseo que tenía de experimentar el encanto.

Pues recogida la gente, él se desnudó, para acostarse, y dejando la puerta de la sala no más de apretada,que así se lo advirtió el moro, porque las de la calle nunca se cerraban, por haber en casa más vecindad,encendió la vela, y poniéndola sobre el bufete, se acostó, contemplando a la luz que daba la belleza delhermoso retrato; que como la vela empezó a arder, la descuidada doña Inés, que estaba ya acostada, y sucasa y gente recogida, porque su marido aún no había vuelto de Sevilla, por haberse recrecido a suscobranzas algunos pleitos, privada, con la fuerza del encanto y de la vela que ardía, de su juicio, y en fin,forzada de algún espíritu diabólico que gobernaba aquello, se levantó de su cama, y poniéndose unos zapatosque tenía junto a ella, y un faldellín que estaba con sus vestidos sobre un taburete, tomó la llave que teníadebajo de su cabecera, y saliendo fuera, abrió la puerta de su cuarto, y juntándola en saliendo, y maltorciendo la llave, se salió a la calle, y fue en casa de don Diego, que aunque ella no sabía quién la guiaba, lasupo llevar, y cómo halló la puerta abierta, se entró, y sin hablar palabra, ni mirar en nada, se puso dentro dela cama donde estaba don Diego, que viendo un caso tan maravilloso, quedó fuera de sí; mas levantándose ycerrando la puerta, se volvió a la cama, diciendo:

-¿Cuándo, hermosa señora mía, merecí yo tal favor? Ahora sí que doy mis penas por bien empleadas.¡Decidme, por Dios, si estoy durmiendo y sueño este bien, o si soy tan dichoso que despierto y en mi juicioos tengo en mis brazos!

A esto y otras muchas cosas que don Diego le decía, doña Inés no respondía palabra; que viendo esto elamante, algo pesaroso, por parecerle que doña Inés estaba fuera de su sentido con el maldito encanto, y queno tenía facultad para hablar, teniendo aquéllos, aunque favores, por muertos, conociendo claro que si ladama estuviera en su juicio, no se los hiciera, como era la verdad, que antes pasara por la muerte, quisogozar el tiempo y la ocasión, remitiendo a las obras las palabras; de esta suerte la tuvo gran parte de lanoche, hasta que viendo ser hora, se levantó, y abriendo la puerta, le dijo:

-Mi señora, mirad que es ya hora de que os vais.

Y en diciendo esto, la dama se levantó, y poniéndose su faldellín y calzándose, sin hablarle palabra, sesalió por la puerta y volvió a su casa. Y llegando a ella, abrió, y volviendo a cerrar, sin haberla sentido nadie,o por estar vencidos del sueño, o porque participaban todos del encanto, se echó en su cama, que así como

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estuvo en ella, la vela que estaba en casa de don Diego, ardiendo, se apagó, como si con un soplo la mataran,dejando a don Diego mucho más admirado, que no acababa de santiguarse, aunque lo hacía muchas veces, ysi el acedia de ver que todo aquello era violento no le templara, se volviera loco de alegría. Estése con ella loque le durare, y vamos a doña Inés, que como estuvo en su cama y la vela se apagó, le pareció, cobrando elperdido sentido, que despertaba de un profundo sueño; si bien acordándose de lo que le había sucedido,juzgaba que todo le había pasado soñando, y muy afligida de tan descompuestos sueños, se reprendía a símisma, diciendo:

-¡Qué es esto, desdichada de mí!¿Pues cuándo he dado yo lugar a mi imaginación para que merepresente cosas tan ajenas de mí, o qué pensamientos ilícitos he tenido yo con este hombre para que de elloshayan nacido tan enormes y deshonestos efectos? ¡Ay de mí!, ¿qué es esto, o qué remedio tendré paraolvidar cosas semejantes?

Con esto, llorando y con gran desconsuelo, pasó la noche y el día, que ya sobre tarde se salió a unbalcón, por divertir algo su enmarañada memoria, al tiempo que don Diego, aún no creyendo fuese verdad losucedido, pasó por la calle, para ver si la veía. Y fue al tiempo que, como he dicho, estaba en la ventana, quecomo el galán la vio quebrada de color y triste, conociendo de qué procedía el tal accidente, se persuadió adar crédito a lo sucedido; mas doña Inés, en el punto que le vio, quitándose de la ventana, la cerró conmucho enojo, en cuya facción conoció don Diego que doña Inés iba a su casa privada de todo su sentido, yque su tristeza procedía si acaso, como en sueños, se acordaba de lo que con él había pasado; si bien,viéndola con la cólera que se había quitado de la ventana, se puede creer que le diría:

-Cerrad, señora, que a la noche yo os obligaré a que me busquéis.

De esta suerte pasó don Diego más de un mes, llevando a su dama la noche que le daba gusto a su casa,con lo que la pobre señora andaba tan triste y casi asombrada de ver que no se podía librar de tandescompuestos sueños, que tal creía que eran, ni por encomendarse, como lo hacía, a Dios, ni por acudir amenudo a su confesor, que la consolaba, cuanto era posible, y deseaba que viniese su marido, por ver si conél podía remediar su tristeza. Y ya determinada, o a enviarle a llamar, o a persuadirle la diese licencia parairse con él, le sucedió lo que ahora oiréis. Y fue que una noche, que por ser de las calurosas del verano, muyserena y apacible, con la luna hermosa y clara, don Diego encendió su encantada vela, y doña Inés, que porser ya tarde estaba acostada, aunque dilataba el sujetarse al sueño, por no rendirse a los malignos sueños queella creía ser, lo que no era sino la pura verdad, cansada de desvelarse, se adormeció, y obrando en ella elencanto, despertó despavorida, y levantándose, fue a buscar el faldellín, que no hallándole, por haber lascriadas llevado los vestidos para limpiarlos, así, en camisa como estaba, se salió a la calle, y yendoencaminada a la casa de don Diego, encontró con ella el Corregidor, que con todos sus ministros de justiciavenía de ronda, y con él don Francisco su hermano, que habiéndole encontrado, gustó de acompañarle, porser su amigo; que como viesen aquella mujer en camisa, tan a paso tirado, la dieron voces que se detuviese;mas ella callaba y andaba a toda diligencia, como quien era llevada por el espíritu maligno: tanto, que lesobligó a ellos a alargar el paso por diligenciar el alcanzarla; mas cuando lo hicieron, fue cuando doña Inésestaba ya en la sala, que en entrando los unos y los otros, ella se fue a la cama donde estaba don Diego, yellos a la figura que estaba en la mesa con la vela encendida en la cabeza; que como don Diego vio elfracaso y desdicha, temeroso de que si mataban la vela doña Inés padecería el mismo riesgo, saltando de lacama les dio voces que no matasen la vela, que se quedaría muerta aquella mujer, y vuelto a ella, le dijo:

-Idos, señora, con Dios, que ya tuvo fin este encanto, y vos y yo el castigo de nuestro delito. Por vos mepesa, que inocente padeceréis.

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Y esto lo decía por haber visto a su hermano al lado del Corregidor. Levantóse, dicho esto, doña Inés, ycomo había venido, se volvió a ir, habiéndola al salir todos reconocido, y también su hermano, que fue bienmenester la autoridad y presencia del Corregidor para que en ella y en don Diego no tomase la justavenganza que a su parecer merecían.

Mandó el Corregidor que fuesen la mitad de sus ministros con doña Inés, y que viendo en qué paraba suembelesamiento, y que no se apartasen de ella hasta que él mandase otra cosa, sino que volviese uno a darlecuenta de todo; que viendo que de allí a poco la vela se mató repentinamente, le dijo al infelice don Diego:

-¡Ah señor, y cómo pudiérades haber escarmentado en la burla pasada, y no poneros en tan costosasveras!

Con esto aguardaron el aviso de los que habían ido con doña Inés, que como llegó a su casa y abrió lapuerta, que no estaba más de apretada, y entró, y todos con ella, volvió a cerrar, y se fue a su cama, se echóen ella; que como a este mismo punto se apagase la vela, ella despertó del embelesamiento, y dando ungrande grito, como se vio cercada de aquellos hombres y conoció ser ministros de justicia, les dijo que québuscaban en su casa, o por dónde habían entrado, supuesto que ella tenía la llave.

-¡Ay, desdichada señora! -dijo uno de ellos-, ¡y como habéis estado sin sentido, pues eso preguntáis!

A esto, y al grito de doña Inés, habían ya salido las criadas alborotadas, tanto de oír dar voces a suseñora como de ver allí tanta gente. Pues prosiguiendo el que había empezado, le contó a doña Inés cuantohabía sucedido desde que la habían encontrado hasta el punto en que estaba, y cómo a todo se había halladosu hermano presente; que oído por la triste y desdichada dama, fue milagro no perder la vida. En fin, porqueno se desesperase, según las cosas que hacía y decía, y las hermosas lágrimas que derramaba, sacándose amanojos sus cabellos, enviaron a avisar al Corregidor de todo, diciéndole ordenase lo que se había de hacer.El cual, habiendo tomado su confesión a don Diego y él dicho la verdad del caso, declarando cómo doñaInés estaba inocente, pues privado su entendimiento y sentido con la fuerza del encanto venía como habíanvisto; con que su hermano mostró asegurar su pasión, aunque otra cosa le quedó en el pensamiento.

Con esto mandó el Corregidor poner a don Diego en la cárcel a buen recaudo, y tomando la encantadafigura, se fueron a casa de doña Inés, a la cual hallaron haciendo las lástimas dichas, sin que sus criadas nilos demás fuesen parte para consolarla, que a haber quedado sola, se hubiera quitado la vida. Estaba yavestida y arrojada sobre un estrado, alcanzándose un desmayo a otro, y una congoja a otra, que como vio alCorregidor y a su hermano, se arrojó a sus pies pidiéndole que la matase, pues había ido mala, que, aunquesin su voluntad, había manchado su honor. Don Francisco, mostrando en exterior piedad, si bien en lointerior estaba vertiendo ponzoña y crueldad, la levantó y abrazó, teniéndoselo todos a nobleza, y elCorregidor le dijo:

-Sosegaos, señora, que vuestro delito no merece la pena que vos pedís, pues no lo es, supuesto que vosno erais parte para no hacerle.

Que algo más quieta la desdichada dama, mandó el Corregidor, sin que ella lo supiera, se saliesen fueray encendiesen la vela; que, apenas fue hecho, cuando se levantó y se salió adonde la vela estaba encendida, yen diciéndole que ya era hora de irse, se volvía a su asiento, y la vela se apagaba y ella volvía como desueño. Esto hicieron muchas veces, mudando la vela a diferentes partes, hasta volver con ella en casa de donDiego y encenderla allí, y luego doña Inés se iba a allá de la manera que estaba, y aunque la hablaban, norespondía.

Con que averiguado el caso, asegurándola, y acabando de aquietar a su hermano, que estaba más sinjuicio que ella, mas por entonces disimuló, antes él era el que más la disculpaba, dejándola el Corregidor dos

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guardias, más por amparo que por prisión, pues ella no la merecía, se fue cada uno a su casa, admirados delsuceso. Don Francisco se recogió a la suya, loco de pena, contando a su mujer lo que pasaba; que, como alfin cuñada, decía que doña Inés debía de fingir el embelesamiento por quedar libre de culpa; su marido, quehabía pensado lo mismo, fue de su parecer, y al punto despachó un criado a Sevilla con una carta a sucuñado, diciéndole en ella dejase todas sus ocupaciones y se viniese al punto que importaba al honor deentrambos, y que fuese tan secreto, que no supiese nadie su venida, ni en su casa, hasta que se viese con él.

El Corregidor otro día buscó al moro que había hecho el hechizo; mas no pareció. Divulgóse el caso porla ciudad, y sabido por la Inquisición pidió el preso, que le fue entregado con el proceso ya sustanciado ypuesto, cómo había de estar, que llevado a su cárcel, y de ella a la Suprema, no pareció más. Y no fuepequeña piedad castigarle en secreto, pues al fin él había de morir a manos del marido y hermano de doñaInés, supuesto que el delito cometido no merecía menor castigo.

Llegó el correo a Sevilla y dio la carta a don Alonso, que como vio lo que en ella se le ordenaba, bienconfuso y temeroso de que serían flaquezas de doña Inés, se puso en camino, y a largas jornadas llegó a casade su cuñado, con tanto secreto, que nadie supo su venida. Y sabido todo el caso como había sucedido, entretodos tres había diferentes pareceres sobre qué género de muerte darían a la inocente y desdichada doñaInés, que aun cuando de voluntad fuera culpada, la bastara por pena de su delito la que tenía, cuanto y másno habiéndole cometido, como estaba averiguado. Y de quien más pondero de crueldad es de la traidoracuñada, que, siquiera por mujer, pudiera tener piedad de ella.

Acordado, en fin, el modo, don Alonso, disimulando su dañada intención, se fue a su casa, y concaricias y halagos la aseguró, haciendo él mismo de modo que la triste doña Inés, ya más quieta, viendo quesu marido había creído la verdad, y estaba seguro de su inocencia, porque habérselo encubierto eraimposible, según estaba el caso público, se recobró de su pérdida. Y si bien, avergonzada de su desdicha,apenas osaba mirarle, se moderó en sus sentimientos y lágrimas. Con esto pasó algunos días, donde un día,con mucha afabilidad, le dijo el cauteloso marido cómo su hermano y él estaban determinados y resueltos airse a vivir con sus casas y familias a Sevilla; lo uno, por quitarse de los ojos de los que habían sabidoaquella desdicha, que los señalaban con el dedo, y lo otro por asistir a sus pleitos, que habían quedadoempantanados. A lo cual doña Inés dijo que en ello no había más gusto que el suyo. Puesta por obra ladeterminación propuesta, vendiendo cuantas posesiones y hacienda tenían allí, como quien no pensabavolver más a la ciudad, se partieron todos con mucho gusto, y doña Inés más contenta que todos, porquevivía afrentada de un suceso tan escandaloso.

Llegados a Sevilla, tomaron casa a su cómodo, sin más vecindad que ellos dos, y luego despidierontodos los criados y criadas que habían traído, para hacer sin testigos la crueldad que ahora diré.

En un aposento, el último de toda la casa, donde, aunque hubiese gente de servicio, ninguno tuviesemodo ni ocasión de entrar en él, en el hueco de una chimenea que allí había, o ellos la hicieron, porque paraeste caso no hubo más oficiales que el hermano, marido y cuñada, habiendo traído yeso y cascotes, y lodemás que era menester, pusieron a la pobre y desdichada doña Inés, no dejándole más lugar que cuantopudiese estar en pie, porque si se quería sentar, no podía, sino, como ordinariamente se dice, en cuclillas, yla tabicaron, dejando sólo una ventanilla como medio pliego de papel, por donde respirase y le pudiesen daruna miserable comida, por que no muriese tan presto, sin que sus lágrimas ni protestas los enterneciese.Hecho esto, cerraron el aposento, y la llave la tenía la mala y cruel cuñada, y ella misma le iba a dar lacomida y un jarro de agua, de manera que aunque después recibieron criados y criadas, ninguno sabía elsecreto de aquel cerrado aposento.

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Aquí estuvo doña Inés seis años, que permitió la divina Majestad en tanto tormento conservarle la vida,o para castigo de los que se le daban, o para mérito suyo, pasando lo que imaginar se puede, supuesto que hedicho de la manera que estaba, y que las inmundicias y basura, que de su cuerpo echaba, le servían de camay estrado para sus pies; siempre llorando y pidiendo a Dios la aliviase de tan penoso martirio, sin que entodos ellos viese luz, ni recostase su triste cuerpo, ajena y apartada de las gentes, tiranizada a los divinossacramentos y a oír misa, padeciendo más que los que martirizan los tiranos, sin que ninguno de sus tresverdugos tuviese piedad de ella, ni se enterneciese de ella, antes la traidora cuñada, cada vez que la llevabala comida, le decía mil oprobios y afrentas, hasta que ya Nuestro Señor, cansado de sufrir tales delitos,permitió que fuese sacada esta triste mujer de tan desdichada vida, siquiera para que no muriesedesesperada.

Y fue el caso que, a las espaldas de esta casa en que estaba, había otra principal de un caballero demucha calidad. La mujer del que digo había tenido una doncella que la había casado años había, la cualenviudó, y quedando necesitada, la señora, de caridad y por haberla servido, por que no tuviese en lapobreza que tenía que pagar casa, le dio dos aposentos que estaban arrimados al emparedamiento en que lacuitada doña Inés estaba, que nunca habían sido habitados de gente, porque no habían servido sino deguardar cebada. Pues pasada a ellos esta buena viuda, acomodó su cama a la parte que digo, donde estabadoña Inés, la cual, como siempre estaba lamentando su desdicha y llamando a Dios que la socorriese, la otra,que estaba en su cama, como en el sosiego de la noche todo estaba en quietud, oía los ayes y suspiros, y alprincipio es de creer que entendió era alguna alma de la otra vida. Y tuvo tanto miedo, como estaba sola, queapenas se atrevía a estar allí; tanto, que la obligó a pedir a una hermana suya le diese, para que estuviese conella, una muchacha de hasta diez años, hija suya, con cuya compañía más alentada asistía más allí, y comose reparase más, y viese que entre los gemidos que doña Inés daba, llamaba a Dios y a la Virgen María,Señora nuestra, juzgó sería alguna persona enferma, que los dolores que padecía la obligaban a quejarse deaquella forma. Y una noche que más atenta estuvo, arrimado al oído a la pared, pudo apercibir que decíaquien estaba de la otra parte estas razones:

-¿Hasta cuándo, poderoso y misericordioso Dios, ha de durar esta triste vida? ¿Cuándo, Señor, daráslugar a la airada muerte que ejecute en mí el golpe de su cruel guadaña, y hasta cuándo estos crueles ycarniceros verdugos de mi inocencia les ha de durar el poder de tratarme así?¿Cómo, Señor, permites que teusurpen tu justicia, castigando con su crueldad lo que tú, Señor, no castigarás? Pues cuando tú envías elcastigo, es a quien tiene culpa y aun entonces es con piedad; mas estos tiranos castigan en mí lo que no hice,como lo sabes bien tú, que no fui parte en el yerro por que padezco tan crueles tormentos, y el mayor detodos, y que más siento, es carecer de vivir y morir como cristiana, pues ha tanto tiempo que no oigo misa,ni confieso mis pecados, ni recibo tu Santísimo Cuerpo. ¿En qué tierra de moros pudiera estar cautiva queme trataran como me tratan? ¡Ay de mí!, que no deseo salir de aquí por vivir, sino sólo por morir católica ycristianamente, que ya la vida la tengo tan aborrecida, que, si como el triste sustento que me dan, no es porvivir, sino por no morir desesperada.

Acabó estas razones con tan doloroso llanto, que la que escuchaba, movida a lástima, alzando la voz,para que la oyese, le dijo:

-Mujer, o quien eres ¿qué tienes o por qué te lamentas tan dolorosamente? Dímelo, por Dios, y si soyparte para sacarte de donde estás, lo haré, aunque aventure y arriesgue la vida.

-¿Quién eres tú -respondió doña Inés-, que ha permitido Dios que me tengas lástima?

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-Soy -replicó la otra mujer- una vecina de esta otra parte, que ha poco vivo aquí, y en ese corto tiempome has ocasionado muchos temores; tantos cuantos ahora compasiones. Y así, dime qué podré hacer, y nome ocultes nada, que yo no excusaré trabajo por sacarte del que padeces.

-Pues si así es, señora mía -respondió doña Inés-, que no eres de la parte de mis crueles verdugos, no tepuedo decir más por ahora, porque temo que me escuchen, sino que soy una triste y desdichada mujer, aquien la crueldad de un hermano, un marido y una cuñada tienen puesta en tal desventura, que aun no tengolugar de poder extender este triste cuerpo: tan estrecho es en el que estoy, que si no es en pie, o mal sentada,no hay otro descanso, sin otros dolores y desdichas que estoy padeciendo, pues, cuando no la hubiera mayorque la oscuridad en que estoy, bastaba, y esto no ha un día, ni dos, porque aunque aquí no sé cuándo es dedía ni de noche, ni domingo, ni sábado, ni pascua, ni año, bien sé que ha una eternidad de tiempo. Y si estolo padeciera con culpa, ya me consolara. Mas sabe Dios que no la tengo, y lo que temo no es la muerte, queantes la deseo; perder el alma es mi mayor temor, porque muchas veces me da imaginación de con mispropias manos hacer cuerda a mi garganta para acabarme; mas luego considero que es el demonio, y pidoayuda a Dios para librarme de él.

-¿Qué hiciste que los obligó a tal? -dijo la mujer.

-Ya te he dicho -dijo doña Inés- que no tengo culpa; mas son cosas muy largas y no se pueden contar.Ahora lo que has de hacer, si deseas hacerme bien, es irte al Arzobispo o al Asistente y contarle lo que te hedicho, y pedirles vengan a sacarme de aquí antes que muera, siquiera para que haga las obras de cristiana;que te aseguro que está ya tal mi triste cuerpo, que pienso que no viviré mucho, y pídote por Dios que sealuego, que le importa mucho a mi alma.

-Ahora es de noche -dijo la mujer-; ten paciencia y ofrécele a Dios eso que padeces, que yo te prometoque siendo de día yo haga lo que pides.

-Dios te lo pague -replicó doña Inés-, que así lo haré, y reposa ahora, que yo procuraré, si puedo, hacerlo mismo, con las esperanzas de que has de ser mi remedio.

-Después de Dios, créelo así -respondió la buena mujer.

Y con esto, callaron. Venida la mañana, la viuda bajó a su señora y le contó todo lo que le había pasado,de que la señora se admiró y lastimó, y si bien quisiera aguardar a la noche para hablar ella misma a doñaInés, temiendo el daño que podía recrecer si aquella pobre mujer se muriese así, no lo dilató más, antesmandó poner el coche. Y porque con su autoridad se diese más crédito al caso, se fue ella y la viuda alArzobispo, dándole cuenta de todo lo que en esta parte se ha dicho, el cual, admirado, avisó al Asistente, yjuntos con todos sus ministros, seglares y eclesiásticos, se fueron a la casa de don Francisco y don Alonso, ycercándola por todas partes, porque no se escapasen, entraron dentro y prendieron a los dichos y a la mujerde don Francisco, sin reservar criados ni criadas, y tornadas sus confesiones, éstos no supieron decir nada,porque no lo sabían; mas los traidores hermano y marido y la cruel cuñada, al principio negaban; mas viendoque era por demás, porque el Arzobispo y Asistente venían bien instruidos, confesaron la verdad. Dando lacuñada la llave, subieron donde estaba la desdichada doña Inés, que como sintió tropel de gente, imaginandolo que sería, dio voces. En fin, derribando el tabique, la sacaron.

Aquí entra ahora la piedad, porque, cuando la encerraron allí, no tenía más de veinte y cuatro años yseis que había estado eran treinta, que era la flor de su edad.

En primer lugar, aunque tenía los ojos claros, estaba ciega, o de la oscuridad (porque es cosa asentadaque si una persona estuviese mucho tiempo sin ver luz, cegaría), o fuese de esto, u de llorar, ella no teníavista. Sus hermosos cabellos, que cuando entró allí eran como hebras de oro, blancos como la misma nieve,

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enredados y llenos de animalejos, que de no peinarlos se crían en tanta cantidad, que por encimahervoreaban; el color, de la color de la muerte; tan flaca y consumida, que se le señalaban los huesos, comosi el pellejo que estaba encima fuera un delgado cendal; desde los ojos hasta la barba, dos surcos cavados delas lágrimas, que se le escondía en ellos un bramante grueso; los vestidos hechos ceniza, que se le veían lasmás partes de su cuerpo; descalza de pie y pierna, que de los excrementos de su cuerpo, como no teníadónde echarlos, no sólo se habían consumido, mas la propia carne comida hasta los muslos de llagas ygusanos, de que estaba lleno el hediondo lugar. No hay más que decir, sino que causó a todos tanta lástima,que lloraban como si fuera hija de cada uno.

Así como la sacaron, pidió que si estaba allí el señor Arzobispo, la llevasen a él, como fue hecho,habiéndola, por la indecencia que estar desnuda causaba, cubiértola con una capa. En fin, en brazos lallevaron junto a él, y ella echada por el suelo, le besó los pies, y pidió la bendición, contando en sucintasrazones toda su desdichada historia, de que se indignó tanto el Asistente, que al punto los mandó a todos tresponer en la cárcel con grillos y cadenas, de suerte que no se viesen los unos a los otros, afeando a la cuñadamás que a los otros la crueldad, a lo que ella respondió que hacía lo que la mandaba su marido.

La señora que dio el aviso, junto con la buena dueña que lo descubrió, que estaban presentes a todo,rompiendo la pared por la parte que estaba doña Inés, por no pasarla por la calle, la llevaron a su casa, yhaciendo la noble señora prevenir una regalada cama, puso a Inés en ella, llamando médicos y cirujanos paracurarla, haciéndole tomar sustancias, porque era tanta su flaqueza, que temían no se muriese. Mas doña Inésno quiso tomar cosa hasta dar la divina sustancia a su alma, confesando y recibiendo el Santísimo, que le fueluego traído.

Últimamente, con tanto cuidado miró la señora por ella, que sanó; sólo de la vista, que ésa no fueposible restaurársela. El Asistente sustanció el proceso de los reos, y averiguado todo, los condenó a todostres a muerte, que fue ejecutada en un cadalso, por ser nobles y caballeros, sin que les valiesen sus dinerospara alcanzar perdón, por ser el delito de tal calidad. A doña Inés pusieron, ya sana y restituida a suhermosura, aunque ciega, en un convento con dos criadas que cuidan de su regalo, sustentándose de lagruesa hacienda de su hermano y marido,

donde hoy vive haciendo vida de una santa, afirmándome quien la vio cuando la sacaron de la pared, ydespués, que es de las más hermosas mujeres que hay en el reino del Andalucía; porque, aunque está ciega,como tiene los ojos claros y hermosos como ella los tenía, no se le echa de ver que no tiene vista.

Todo este caso es tan verdadero como la misma verdad, que ya digo me le contó quien se halló presente.Ved ahora si puede servir de buen desengaño a las damas, pues si a las inocentes les sucede esto, ¿quéesperan las culpadas? Pues en cuanto a la crueldad para con las desdichadas mujeres, no hay que fiar enhermanos ni maridos, que todos son hombres. Y como dijo el rey don Alonso el Sabio, que el corazón delhombre es bosque de espesura, que nadie le puede hallar senda, donde la crueldad, bestia fiera y indomable,tiene su morada y habitación.

Este suceso habrá que pasó veinte años, y vive hoy doña Inés, y muchos de los que le vieron y sehallaron en él; que quiso Dios darla sufrimiento y guardarle la vida, porque no muriese allí desesperada, ypara que tan rabioso lobo como su hermano, y tan cruel basilisco como su marido, y tan rigurosa leona comosu cuñada, ocasionasen ellos mismos su castigo.

Deseando estaban las damas y caballeros que la discreta Laura diese fin a su desengaño; tan lastimadosy enternecidos los tenían los prodigiosos sucesos de la hermosa cuanto desdichada doña Inés, que todos, deoírlos, derramaban ríos de lágrimas de sólo oírlos; y no ponderaban tanto la crueldad del marido como delhermano, pues parecía que no era sangre suya quien tal había permitido; pues cuando doña Inés, de malicia,

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hubiera cometido el yerro que les obligó a tal castigo, no merecía más que una muerte breve, como se handado a otras que han pecado de malicia, y no darle tantas y tan dilatadas como le dieron. Y a la que másculpaban era a la cuñada, pues ella, como mujer, pudiera ser más piadosa, estando cierta, como se averiguó,que privada de sentido con el endemoniado encanto había caído en tal yerro. Y la primera que rompió elsilencio fue doña Estefanía, que dando un lastimoso suspiro, dijo:

-¡Ay, divino Esposo mío! Y si vos, todas las veces que os ofendemos, nos castigarais así, ¿qué fuera denosotros? Mas soy necia en hacer comparación de vos, piadoso Dios, a los esposos del mundo. Jamás mearrepentí cuanto ha que me consagré a vos de ser esposa vuestra; y hoy menos lo hago ni lo haré, puesaunque os agraviase, que a la más mínima lágrima me habéis de perdonar y recibirme con los brazosabiertos.

Y vuelta a las damas, les dijo:

-Cierto señoras, que no sé cómo tenéis ánimo para entregaros con nombre de marido a un enemigo, queno sólo se ofende de las obras, sino de los pensamientos; que ni con el bien ni el mal acertáis a darles gusto,y si acaso sois comprendidas en algún delito contra ellos. ¿por qué os fiáis y confiáis de sus disimuladasmaldades, que hasta que consiguen su venganza, y es lo seguro, no sosiegan? Con sólo este desengaño queha dicho Laura, mi tía, podéis quedar bien desengañadas, y concluida la opinión que se sustenta en estesarao, y los caballeros podrán también conocer cuán engañados andan en dar toda la culpa a las mujeres,acumulándolas todos los delitos, flaquezas, crueldades y malos tratos, pues no siempre tienen la culpa. Y esel caso que por la mayor parte las de más aventajada calidad son las más desgraciadas y desvalidas, no sóloen sucederles las desdichas que en los desengaños referidos hemos visto, sino que también las comprendenen la opinión en que tienen a las vulgares. Y es género de pasión o tema de los divinos entendimientos queescriben libros y componen comedias, alcanzándolo todo en seguir la opinión del vulgacho, que en comúnda la culpa de todos los malos sucesos a las mujeres; pues hay tanto en qué culpar a los hombres, yescribiendo de unos y de otros, hubieran excusado a estas damas el trabajo que han tomado por volver por elhonor de las mujeres y defenderlas, viendo que no hay quien las defienda, a desentrañar los casos másocultos para probar que no son todas las mujeres las malas, ni todos los hombres los buenos.

-Lo cierto es -replicó don Juan- que verdaderamente parece que todos hemos dado en el vicio de nodecir bien de las mujeres, como en el tomar tabaco, que ya tanto le gasta el ilustre como el plebeyo. Ydiciendo mal de los otros que le toman, traen su tabaquera más a mano y en más custodia que el rosario y lashoras, como si porque ande en cajas de oro, plata o cristal dejase de ser tabaco, y si preguntan por qué lotoman, dicen que porque se usa. Lo mismo es el culpar a las damas en todo, que llegado a ponderarpregunten al más apasionado por qué dice mal de las mujeres, siendo el más deleitable vergel de cuantos crióla naturaleza, responderá, porque se usa.

Todos rieron la comparación del tabaco al decir mal de las mujeres, que había hecho don Juan. Y si semira bien, dijo bien, porque si el vicio del tabaco es el más civil de cuantos hay, bien le comparó al viciomás abominable que puede haber, que es no estimar, alabar y honrar a las damas; a las buenas, por buenas, ya las malas, por las buenas. Pues viendo la hermosa doña Isabel que la linda Matilde se prevenía parapasarse al asiento del desengaño, hizo señal a los músicos que cantaron este romance:

«Cuando te mirare Atandra,no mires, ingrato dueño,los engaños de sus ojos,porque me matas con celos.

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No esfuerces sus libertades,que si ve en tus ojos ceño,tendrá los livianos suyosen los tuyos escarmiento.

No desdores tu valorcon tan civil pensamiento,que serás causa que yome arrepienta de mi empleo.

Dueño tiene, en él se goce,si no le salió a contento,reparara al elegirle,o su locura o su acierto.

Oblíguete a no admitirsus livianos devaneoslas lágrimas de mis ojos,de mi alma los tormentos.

Que si procuro sufrirlas congojas que padezco,si es posible a mi valor,no lo es a mi sufrimiento.

¿De qué me sirven, Salicio,los cuidados con que velosin sueño las largas noches,y los días sin sosiego,

si tú gustas de matarme,dando a esa tirana el premio,que me cuesta tantas penas,que me cuesta tanto sueño?

Hoy, al salir de tu albergue,mostró con rostro risueño,tirana de mis favores,cuánto se alegra en tenerlos.

Si miraras que son míos,no se los dieras tan prestocometiste estelionato,porque vendiste lo ajeno.

Si te viera desabrido,si te mirara severo,no te ofreciera, atrevida,señas de que yo te ofendo.»

Esto cantó una casadaa solas con su instrumento,

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viendo en Salicio y Atandraaveriguados los celos.

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TEATRO

LOPE DE VEGA

FUENTEOVEJUNA

ACTO TERCERO

Salen ESTEBAN, ALONSO y BARRILDO

ESTEBAN: ¿No han venido a la junta?

BARRILDO: No han venido.

ESTEBAN: Pues más a priesa nuestro daño corre.

BARRILDO: Ya está lo más del pueblo prevenido.

ESTEBAN: Frondoso con prisiones en la torre, y mi hija Laurencia en tanto aprieto, si la piedad de Dios no los socorre...

Salen JUAN ROJO y el REGIDOR

JUAN ROJO: ¿De qué dais voces, cuando importa tanto a nuestro bien, Esteban, el secreto?

ESTEBAN: Que doy tan pocas es mayor espanto.

Sale MENGO

MENGO: También vengo yo a hallarme en esta junta.

ESTEBAN: Un hombre cuyas canas baña el llanto, labradores honrados, os pregunta, ¿qué obsequias debe hacer toda esa gente a su patria sin honra, ya perdida? Y si se llaman honras justamente, ¿cómo se harán, si no hay entre nosotros hombre a quien este bárbaro no afrente?

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Respondedme: ¿Hay alguno de vosotros que no esté lastimado en honra y vida? ¿No os lamentáis los unos de los otros? Pues si ya la tenéis todos perdida, ¿a qué aguardáis? ¿Qué desventura es ésta?

JUAN ROJO: La mayor que en el mundo fue sufrida. Mas pues ya se publica y manifiesta que en paz tienen los reyes a Castilla y su venida a Córdoba se apresta, vayan dos regidores a la villa y echándose a sus pies pidan remedio.

BARRILDO: En tanto que Fernando, aquél que humilla a tantos enemigos, otro medio será mejor, pues no podrá, ocupado hacernos bien, con tanta guerra en medio.

REGIDOR: Si mi voto de vos fuera escuchado, desamparar la villa doy por voto.

JUAN ROJO: ¿Cómo es posible en tiempo limitado?

MENGO: A la fe, que si entiende el alboroto, que ha de costar la junta alguna vida.

REGIDOR: Ya, todo el árbol de paciencia roto, corre la nave de temor perdida. La hija quitan con tan gran fiereza a un hombre honrado, de quien es regida la patria en que vivís, y en la cabeza la vara quiebran tan injustamente. ¿Qué esclavo se trató con más bajeza?

JUAN ROJO: ¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?

REGIDOR: Morir, o dar la muerte a los tiranos, pues somos muchos, y ellos poca gente.

BARRILDO: ¡Contra el señor las armas en las manos!

ESTEBAN: El rey sólo es señor después del cielo, y no bárbaros hombres inhumanos. Si Dios ayuda nuestro justo celo, ¿qué nos ha de costar?

MENGO: Mirad, señores, que vais en estas cosas con recelo. Puesto que por los simples labradores estoy aquí que más injurias pasan, más cuerdo represento sus temores.

JUAN ROJO: Si nuestras desventuras se compasan,

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para perder las vidas, ¿qué aguardamos? Las casas y las viñas nos abrasan, ¡tiranos son! ¡A la venganza vamos!

Sale LAURENCIA, desmelenada

LAURENCIA: Dejadme entrar, que bien puedo, en consejo de los hombres; que bien puede una mujer, si no a dar voto, a dar voces. ¿Conocéisme?

ESTEBAN: ¡Santo cielo! ¿No es mi hija?

JUAN ROJO: ¿No conoces a Laurencia?

LAURENCIA: Vengo tal, que mi diferencia os pone en contingencia quién soy.

ESTEBAN: ¡Hija mía!

LAURENCIA: No me nombres tu hija.

ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos? ¿Por qué?

LAURENCIA: Por muchas razones, y sean las principales: porque dejas que me roben tiranos sin que me vengues, traidores sin que me cobres. Aún no era yo de Frondoso, para que digas que tome, como marido, venganza; que aquí por tu cuenta corre; que en tanto que de las bodas no haya llegado la noche, del padre, y no del marido, la obligación presupone; que en tanto que no me entregan una joya, aunque la compren, no ha de correr por mi cuenta las guardas ni los ladrones. Llevóme de vuestros ojos a su casa Fernán Gómez; la oveja al lobo dejáis como cobardes pastores. ¿Qué dagas no vi en mi pecho? ¿Qué desatinos enormes,

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qué palabras, qué amenazas, y qué delitos atroces, por rendir mi castidad a sus apetitos torpes? Mis cabellos ¿no lo dicen? ¿No se ven aquí los golpes de la sangre y las señales? ¿Vosotros sois hombres nobles? ¿Vosotros padres y deudos? ¿Vosotros, que no se os rompen las entrañas de dolor, de verme en tantos dolores? Ovejas sois, bien lo dice de Fuenteovejuna el hombre. Dadme unas armas a mí pues sois piedras, pues sois tigres... -Tigres no, porque feroces siguen quien roba sus hijos, matando los cazadores antes que entren por el mar y pos sus ondas se arrojen. Liebres cobardes nacisteis; bárbaros sois, no españoles. Gallinas, ¡vuestras mujeres sufrís que otros hombres gocen! Poneos ruecas en la cinta. ¿Para qué os ceñís estoques? ¡Vive Dios, que he de trazar que solas mujeres cobren la honra de estos tiranos, la sangre de estos traidores, y que os han de tirar piedras, hilanderas, maricones, amujerados, cobardes, y que mañana os adornen nuestras tocas y basquiñas, solimanes y colores! A Frondoso quiere ya, sin sentencia, sin pregones, colgar el comendador del almena de una torre; de todos hará lo mismo; y yo me huelgo, medio-hombres, por que quede sin mujeres esta villa honrada, y torne aquel siglo de amazonas, eterno espanto del orbe.

ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos que permiten que los nombres con esos títulos viles. Iré solo, si se pone todo el mundo contra mí.

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JUAN ROJO: Y yo, por más que me asombre la grandeza del contrario.

REGIDOR: ¡Muramos todos!

BARRILDO: Descoge un lienzo al viento en un palo, y mueran estos enormes.

JUAN ROJO: ¿Qué orden pensáis tener?

MENGO: Ir a matarle sin orden. Juntad el pueblo a una voz; que todos están conformes en que los tiranos mueran.

ESTEBAN: Tomad espadas, lanzones, ballestas, chuzos y palos.

MENGO: ¡Los reyes nuestros señores vivan!

TODOS: ¡Vivan muchos años!

MENGO: ¡Mueran tiranos traidores!

TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran!

Vanse todos

LAURENCIA: Caminad, que el cielo os oye. ¡Ah, mujeres de la villa! ¡Acudid, por que se cobre vuestro honor, acudid, todas!

Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres

PASCUALA: ¿Qué es esto? ¿De qué das voces?

LAURENCIA: ¿No veis cómo todos van a matar a Fernán Gómez, y nombres, mozos y muchachos furiosos al hecho corren? ¿Será bien que solos ellos de esta hazaña el honor gocen? Pues no son de las mujeres sus agravios los menores.

JACINTA: Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?

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LAURENCIA: Que puestas todas en orden, acometamos a un hecho que dé espanto a todo el orbe. Jacinta, tu grande agravio, que sea cabo; responde de una escuadra de mujeres.

JACINTA: No son los tuyos menores.

LAURENCIA: Pascuala, alférez serás.

PASCUALA: Pues déjame que enarbole en un asta la bandera. Verás si merezco el nombre.

LAURENCIA: No hay espacio para eso, pues la dicha nos socorre. Bien nos basta que llevemos nuestras tocas por pendones.

PASCUALA: Nombremos un capitán.

LAURENCIA: Eso no.

PASCUALA: ¿Por qué?

LAURENCIA: Que adonde asiste mi gran valor no hay Cides ni Rodamontes.

Vanse todas. Sale FRONDOSO, atadas las manos, FLORES, ORTUÑO, CIMBRANOS y el COMENDADOR

COMENDADOR: De ese cordel que de las manos sobra quiero que le colguéis, por mayor pena.

FRONDOSO: ¡Qué nombre, gran señor, tu sangre cobra!

COMENDADOR: Colgadle luego en la primera almena.

FRONDOSO: Nunca fue mi intención poner por obra tu muerte entonces.

FLORES: Grande ruido suena.

Ruido suene dentro

COMENDADOR: ¿Ruido?

FLORES: Y de manera que interrompen tu justicia, señor.

ORTUÑO: Las puertas rompen.

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Ruido

COMENDADOR: ¡La puerta de mi casa, y siendo casa de la encomienda!

FLORES: El pueblo junto viene.

Dentro

JUAN ROJO: ¡Rompe, derriba, hunde, quema, abrasa!

ORTUNO: Un popular motín mal se detiene.

COMENDADOR: ¿El pueblo contra mí?

FLORES: La furia: pasa tan adelante, que las puertas tiene echadas por la tierra.

COMENDADOR: Desatalde. Templa, Frondoso, ese villano alcalde.

FRONDOSO: Yo voy, señor; que amor les ha movido.

Vase FRONDOSO. Dentro

MENGO: ¡Vivan Fernando e Isabel, y mueran los traidores!

FLORES: Señor, por Dios te pido que no te hallen aquí.

COMENDADOR: Se perseveran, este aposento es fuerte y defendido. Ellos se volverán.

FLORES: Cuando se alteran los pueblos agraviados, y resuelven, nunca sin sangre o sin venganza vuelven.

COMENDADOR: En esta puerta, así como rastrillo su furor con las armas defendamos.

Dentro

FRONDOSO: ¡Viva Fuenteovejuna!

COMENDADOR: ¡Qué caudillo! Estoy por que a su furia acometamos.

FLORES: De la tuya, señor, me maravillo.

ESTEBAN: Ya el tirano y los cómplices miramos. ¡Fuenteovejuna, y los tiranos mueran!

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Salen todos

COMENDADOR: Pueblo, esperad.

TODOS: Agravios nunca esperan.

COMENDADOR: Decídmelos a mí, que iré pagando a fe de caballero esos errores.

TODOS: ¡Fuenteovejuna! ¡Viva el rey Fernando! ¡Mueran malos cristianos y traidores!

COMENDADOR: ¿No me queréis oír? Yo estoy hablando, yo soy vuestro señor.

TODOS: Nuestros señores son los reyes católicos.

COMENDADOR: Espera.

TODOS: ¡Fuenteovejuna, y Fernán Gómez muera!

Vanse y salen las mujeres armadas

LAURENCIA: Parad en este puesto de esperanzas, soldados atrevidos, no mujeres.

PASCUALA: ¿Los que mujeres son en las venganzas, en él beban su sangre, es bien que esperes?

JACINTA: Su cuerpo recojamos en las lanzas.

PASCUALA: Todas son de esos mismos pareceres.

Dentro

ESTEBAN: ¡Muere, traidor comendador!

Dentro

COMENDADOR: Ya muero. ¡Piedad, Señor, que en tu clemencia espero!

Dentro

BARRILDO: Aquí está Flores.

Dentro

MENGO: Dale a ese bellaco; que ése fue el que me dio dos mil azotes.

Dentro

FRONDOSO: No me vengo si el alma no le saco.

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LAURENCIA: No excusamos entrar.

PASCUALA: No te alborotes. Bien es guardar la puerta.

Dentro

BARRILDO: No me aplaco. ¿Con lágrimas agora, marquesotes?

LAURENCIA: Pascuala, yo entro dentro; que la espada no ha de estar tan sujeta ni envainada.

Vase LAURENCIA. Dentro

BARRILDO: Aquí está Ortuño.

Dentro

FRONDOSO: Córtale la cara.

Sale FLORES huyendo, y MENGO tras él

FLORES: ¡Mengo, piedad, que no soy yo el culpado!

MENGO: Cuando ser alcahuete no bastara, bastaba haberme el pícaro azotado.

PASCUALA: Dánoslo a las mujeres, Mengo, para... Acaba, por tu vida.

MENGO: Ya está dado; que no le quiero yo mayor castigo.

PASCUALA: Vengaré tus azotes.

MENGO: Eso digo.

JACINTA: ¡Ea, muera el traidor!

FLORES: ¿Entre mujeres?

JACINTA: ¿No le viene muy ancho?

PASCUALA: ¿Aqueso lloras?

JACINTA: Muere, concertador de sus placeres.

LAURENCIA: ¡Ea, muera el traidor!

FLORES: ¡Piedad, señoras!

Sale ORTUñO huyendo de LAURENCIA

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ORTUÑO: Mira que no soy yo...

LAURENCIA: Ya sé quién eres. Entrad, teñid las armas vencedoras en estos viles.

PASCUALA: Moriré matando.

TODAS: ¡Fuenteovejuna, y viva el rey Fernando!

Vanse. Salen el REY don Fernando y la reina ISABEL, y don MANRIQUE, maestre

MANRIQUE: De modo la prevención fue, que el efeto esperado llegamos a ver logrado con poca contradicción. Hubo poca resistencia; y supuesto que la hubiera sin duda ninguna fuera de poca o ninguna esencia. Queda el de Cabra ocupado en conservación del puesto, por si volviere dispuesto a él el contrario osado.

REY: Discreto el acuerdo fue, y que asista en conveniente, y reformando la gente, el paso tomado esté. Que con eso se asegura no poder hacernos mal Alfonso, que en Portugal tomar la fuerza procura. Y si de Cabra es bien que esté en ese sitio asistente, y como tan diligente muestras de su valor dé; porque con esto asegura el daño que nos recela, y como fiel centinela el bien del reino procura.

Sale FLORES, herido

FLORES: Católico rey Fernando, a quien el cielo concede la corona de Castilla, como a varón excelente: oye la mayor crueldad que se ha visto entre las gentes desde donde nace el sol hasta donde se oscurece.

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REY: Repórtate.

FLORES: Rey supremo, mis heridas no consienten dilatar el triste caso, por ser mi vida tan breve. De Fuenteovejuna vengo, donde, con pecho inclemente, los vecinos de la villa a su señor dieron muerte, Muerto Fernán Gómez queda por sus súbditos aleves; que vasallos indignados con leve cause se atreven. En título de tirano le acumula todo el plebe, y a la fuerza de esta voz el hecho fiero acometen; y quebrantando su casa, no atendiendo a que se ofrece por la fe de caballero a que pagará a quien debe, no sólo no le escucharon, pero con furia impaciente rompen el cruzado pecho con mil heridas crüeles, y por las altas ventanas le hacen que al suelo vuele, adonde en picas y espadas le recogen las mujeres. Llévanle a una casa muerto y a porfía, quien más puede mesa su barba u cabello y apriesa su rostro hieren. En efecto fue la furia tan grande que en ellos crece, que las mayores tajadas las orejas a ser vienen. Sus armas borran con picas y a voces dicen que quieren tus reales armas fijar, porque aquéllas le ofenden. Saqueáronle la casa, cual si de enemigos fuese, y gozosos entre todos han repartido sus bienes. Lo dicho he visto escondido, porque mi infelice suerte en tal trance no permite que mi vida se perdiese; y así estuve todo el día hasta que la noche viene, y salir pude escondido

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para que cuenta te diese. Haz, señor, pues eres justo que la justa pena lleven de tan riguroso caso los bárbaros delincuentes; mira que su sangre a voces pide que tu rigor prueben.

REY: Estar puedes confïado que sin castigo no queden. El triste suceso ha sido tal, que admirado me tiene, y que vaya luego un juez que lo averigüe conviene y castigue los culpados para ejemplo de las gentes. Vaya un capitán con él por que seguridad lleve; que tan grande atrevimiento castigo ejemplar requiere; y curad a ese soldado de las heridas que tiene.

Vanse todos. Salen los labradores y las labradoras con la cabeza de FERNÁN GÓMEZ en una lanza. Cantan

MÚSICOS: "¡Muchos años vivan Isabel y Fernando, y mueran los tiranos!"

BARRILDO: Diga su copla Frondoso.

FRONDOSO: Ya va mi copla, a la fe; si le faltare algún pie, enmiéndelos el más curioso.

"¡Vivan la bella Isabel, y Fernando de Aragón, pues que para en uno son, él con ella, ella con él! A los cielos San Miguel lleve a los dos de las manos. ¡Vivan muchos años, y mueran los tiranos!"

LAURENCIA: Diga Barrildo.

BARRILDO: Ya va; que a fe que la he pensado.

PASCUALA: Si la dices con cuidado, buena y rebuena será.

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BARRILDO: "¡Vivan los reyes famosos muchos años, pues que tienen la victoria, y a ser vienen nuestros dueños venturosos! Salgan siempre victoriosos de gigantes y de enanos y ¡mueran los tiranos!"

Cantan

MÚSICOS: "Muchos años vivan Isabel y Fernando, y mueran los tiranos!"

LAURENCIA: Diga Mengo.

FRONDOSO: Mengo diga.

MENGO: Yo soy poeta donado.

PASCUALA: Mejor dirás lastimado el envés de la barriga.

MENGO: "Una mañana en domingo me mandó azotar aquél, de manera que el rabel daba espantoso respingo; pero agora que los pringo ¡vivan los reyes cristiánigos, y mueran los tiránigos!"

MUSICOS: "¡Vivan muchos años! Isabel y Fernando, y mueran los tiranos!"

ESTEBAN: Quita la cabeza allá.

MENGO: Cara tiene de ahorcado.

Saca un escudo JUAN ROJO con las armas reales

REGIDOR: Ya las armas han llegado

ESTEBAN: Mostrad las armas acá.

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JUAN ROJO: ¿Adónde se han de poner?

REGIDOR: Aquí, en el ayuntamiento.

ESTEBAN: ¡Bravo escudo!

BARRILDO: ¡Qué contento!

FRONDOSO: Ya comienza a amanecer, con este sol, nuestro día.

ESTEBAN: ¡Vivan Castilla y León, y las barras de Aragón, y muera la tiranía! Advertid, Fuenteovejuna, a las palabras de un viejo; que el admitir su consejo no ha dañado vez ninguna. Los reyes han de querer averiguar este caso, y más tan cerca del paso y jornada que han de hacer. Concertaos todos a una en lo que habéis de decir.

FRONDOSO: ¿Qué es tu consejo?

ESTEBAN: Morir diciendo "Fuenteovejuna," y a nadie saquen de aquí.

FRONDOSO: Es el camino derecho. Fuenteovejuna lo ha hecho.

ESTEBAN: ¿Queréis responder así?

TODOS: Sí.

ESTEBAN: Agora pues, yo quiero ser agora el pesquisidor, para ensayarnos mejor en lo que habemos de hacer. Sea Mengo el que esté puesto en el tormento.

MENGO: ¿No hallaste otro más flaco?

ESTEBAN: ¿Pensaste que era de veras?

MENGO: Di presto.

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ESTEBAN: ¿Quién mató al comendador?

MENGO: Fuenteovejuna lo hizo.

ESTEBAN: Perro, ¿si te martirizo?

MENGO: Aunque me matéis, señor.

ESTEBAN: Confiesa, ladrón.

MENGO: Confieso.

ESTEBAN: Pues, ¿quién fue?

MENGO: Fuenteovejuna.

ESTEBAN: Dadle otra vuelta.

MENGO: ¡Es ninguna!

ESTEBAN: ¡Cagajón para el proceso!

Sale el REGIDOR

REGIDOR: ¿Qué hacéis de esta suerte aquí?

FRONDOSO: ¿Qué ha sucedido, Cuadrado?

REGIDOR Pesquisidor ha llegado.

ESTEBAN: Echad todos por ahí.

REGIDOR: Con él viene un capitán.

ESTEBAN: ¡Venga el diablo! Ya sabéis lo que responder tenéis.

REGIDOR: El pueblo prendiendo van, sin dejar alma ninguna.

ESTEBAN: Que no hay que tener temor. ¿Quién mató al comendador, Mengo?

MENGO: ¿Quién? Fuenteovejuna.

Vanse. Salen el MAESTRE y un SOLDADO

MAESTRE: ¡Que tal caso ha sucedido! Infelice fue su suerte. Estoy por darte la muerte por la nueva que has traído.

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SOLDADO: Yo, señor, soy mensajero, y enojarte no es mi intento.

MAESTRE: ¡Que a tal tuvo atrevimiento un pueblo enojado y fiero! Iré con quinientos hombres y la villa he de asolar; en ella no ha de quedar ni aun memoria de los nombres.

SOLDADO: Señor, tu enojo reporta; porque ellos al rey se han dado, y no tener enojado al rey es lo que te importa.

MAESTRE: ¿Cómo al rey se pueden dar, si de la encomienda son?

SOLDADO: Con él, sobre esa razón, podrás luego pleitear.

MAESTRE: Por pleito, ¿cuándo salió lo que él le entregó en sus manos? Son señores soberanos, y tal reconozco yo. Por saber que al rey se han dado se reportará mi enojo, y ver su presencia escojo por lo más bien acertado; que puesto que tenga culpa en casos de gravedad, en todo mi poca edad viene a ser quien me disculpa. Con vergüenza voy; mas es honor quien puede obligarme, e importa no descuidarme en tan honrado interés.

Vanse. Sale LAURENCIA sola

LAURENCIA: Amando, recelar daño en lo amado nueva pena de amor se considera; que quien en lo que ama daño espera aumenta en el temor nuevo cuidado. El firme pensamiento desvelado, si le aflige el temor, fácil se altera; que no es a firme fe pena ligera ver llevar el temor el bien robado. Mi esposo adoro; la ocasión que veo al temor de su daño me condena, si no le ayuda la felice suerte. Al bien suyo se inclina mi deseo: si está presenta, está cierta mi pena;

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si está en ausencia, está cierta mi muerte.

Sale FRONDOSO

FRONDOSO: ¡Mi Laurencia!

LAURENCIA: ¡Esposo amado! ¿Cómo a estar aquí te atreves?

FRONDOSO: Esas resistencias debes a mi amoroso cuidado.

LAURENCIA: Mi bien, procura guardarte, porque tu daño recelo.

FRONDOSO: No quiera, Laurencia, el cielo que tal llegue a disgustarte.

LAURENCIA: ¿No temes ver el rigor que por los demás sucede, y el furor con que procede aqueste pesquisidor? Procura guardar la vida. Huye, tu daño no esperes.

FRONDOSO: ¿Cómo que procure quieres cosa tan mal recibida? ¿Es bien que los demás deje en el peligro presente y de tu vista me ausente? No me mandes que me aleje; porque no es puesto en razón que por evitar mi daño sea con mi sangre extraño en tan terrible ocasión.

Voces dentro

Voces parece que he oído, y son, si yo mal no siento, de alguno que dan tormento. Oye con atento oído.

Dice dentro el JUEZ y responden

JUEZ: Decid la verdad, buen viejo.

FRONDOSO: Un viejo, Laurencia mía, atormentan.

LAURENCIA: ¡Qué porfía!

ESTEBAN: Déjenme un poco.

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JUEZ: Ya os dejo. Decid: ¿quién mató a Fernando?

ESTEBAN: Fuenteovejuna lo hizo.

LAURENCIA: Tu nombre, padre, eternizo; [a todos vas animando].

FRONDOSO: ¡Bravo caso!

JUEZ: Ese muchacho aprieta. Perro, yo sé que lo sabes. Di quién fue. ¿Callas? Aprieta, borracho.

NIÑO: Fuenteovejuna, señor.

JUEZ: ¡Por vida del rey, villanos, que os ahorque con mis manos! ¿Quién mató al comendador?

FRONDOSO: ¡Que a un niño le den tormento y niegue de aquesta suerte!

LAURENCIA: ¡Bravo pueblo!

FRONDOSO: Bravo y fuerte.

JUEZ: Esa mujer al momento en ese potro tened. Dale esa mancuerda luego.

LAURENCIA: Ya está de cólera ciego.

JUEZ: Que os he de matar, creed, en este potro, villanos. ¿Quién mató al comendador?

PASCUALA: Fuenteovejuna, señor.

JUEZ: ¡Dale!

FRONDOSO: Pensamientos vanos.

LAURENCIA: Pascuala niega, Frondoso.

FRONDOSO: Niegan niños. ¿Qué te espanta?

JUEZ: Parece que los encantas. ¡Aprieta!

PASCUALA: ¡Ay, cielo piadoso!

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JUEZ: ¡Aprieta, infame! ¿Estás sordo?

PASCUALA: Fuenteovejuna lo hizo.

JUEZ: Traedme aquel más rollizo, ese desnudo, ese gordo.

LAURENCIA: ¡Pobre Mengo! Él es, sin duda.

FRONDOSO: Temo que ha de confesar.

MENGO: ¡Ay, ay!

JUEZ: Comienza a apretar.

MENGO: ¡Ay!

JUEZ: ¿Es menester ayuda?

MENGO: ¡Ay, ay!

JUEZ: ¿Quién mató, villano, al señor comendador?

MENGO: ¡Ay, yo lo diré, señor!

JUEZ: Afloja un poco la mano.

FRONDOSO: Él confiesa.

JUEZ: Al palo aplica la espalda.

MENGO: Quedo; que yo lo diré.

JUEZ: ¿Quién lo mató?

MENGO: Señor, ¡Fuenteovejunica!

JUEZ: ¿Hay tan gran bellaquería? Del dolor se están burlando. En quien estaba esperando, niego con mayor porfía. Dejadlos; que estoy cansado.

FRONDOSO: ¡Oh, Mengo, bien te haga Dios! Temor que tuve de dos, el tuyo me le ha quitado.

Salen con MENGO, BARRILDO y el REGIDOR

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BARRILDO: ¡Víctor, Mengo!

REGIDOR: ¡Y con razón!

BARRILDO: ¡Mengo, víctor!

FRONDOSO: Eso digo.

MENGO: ¡Ay, ay!

BARRILDO: Toma, bebe, amigo.

Come.

MENGO: ¡Ay, ay! ¿Qué es?

BARRILDO: Diacitrón.

MENGO: ¡Ay, ay!

FRONDOSO: Echa de beber.

BARRILDO: [Es lo mejor que hay]. ¡Ya va!

FRONDOSO: Bien lo cuelo. Bueno está.

LAURENCIA: Dale otra vez de comer.

MENGO: ¡Ay, ay!

BARRILDO: Ésta va por mí.

LAURENCIA: Solemnemente lo embebe.

FRONDOSO: El que bien niega, bien bebe.

REGIDOR: ¿Quieres otra?

MENGO: ¡Ay, ay!! ¡Sí, sí!

FRONDOSO: Bebe; que bien lo mereces.

LAURENCIA: ¡A vez por vuelta las cuela!

FRONDOSO: Arrópale, que se hiela.

BARRILDO: ¿Quieres más?

MENGO: Sí, otras tres veces. ¡Ay, ay!

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FRONDOSO: Si hay vino pregunta.

BARRILDO: Sí, hay. Bebe a tu placer; que quien niega ha de beber. ¿Qué tiene?

MENGO: Una cierta punta. Vamos; que me arromadizo.

FRONDOSO: Que beba, que éste es mejor. ¿Quién mató al comendador?

MENGO: Fuenteovejuna lo hizo.

Vanse MENGO, BARRILDO, y el REGIDOR

FRONDOSO: Justo es que honores le den. Pero decidme, mi amor, ¿quién mató al comendador?

LAURENCIA: Fuenteovejunica, mi bien.

FRONDOSO: ¿Quién le mató?

LAURENCIA: Dasme espanto. Pues, Fuenteovejuna fue.

FRONDOSO: Y yo, ¿con qué te maté?

LAURENCIA: ¿Con qué? Con quererte tanto.

Vanse. Salen el REY y la reina ISABEL y luego MANRIQUE

ISABEL: No entendí, señor, hallaros aquí, y es buena mi suerte.

REY: En nueva gloria convierte mi vista el bien de miraros. Iba a Portugal de paso y llegar aquí fue fuerza.

ISABEL: Vuestra majestad le tuerza, siendo conveniente el caso.

REY: ¿Cómo dejáis a Castilla?

ISABEL: En paz queda, quieta y llana.

REY: Siendo vos la que la allana, no lo tengo a maravilla.

Sale don MANRIQUE

MANRIQUE: Para ver vuestra presencia

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el maestre de Calatrava, que aquí de llegar acaba, pide que le deis licencia.

ISABEL: Verle tenía deseado.

MANRIQUE: Mi fe, señora, os empeño, que aunque es en edad pequeño, es valeroso soldado.

Vase, y sale el MAESTRE

MAESTRE: Rodrigo Téllez Girón, que de loaros no acaba, maestre de Calatrava, os pide humilde perdón. Confieso que fui engañado, y que excedí de lo justo en cosas de vuestro gusto, como mal aconsejado. El consejo de Fernando y el interés me engañó, injusto fiel; y así, yo perdón humilde os demando. Y si recibir merezco esta merced que suplico desde aquí me certifico en que a serviros me ofrezco, y que en aquesta jornada de Granada, adonde vais, os prometo que veáis el valor que hay en mi espada; donde sacándola apenas, dándoles fieras congojas, plantaré mis cruces rojas sobre sus altas almenas; Y más, quinientos soldados en serviros emplearé, junto con la firme y fe de en mi vida disgustaros.

REY: Alzad, maestre, del suelo; que siempre que hayáis venido, seréis muy bien recibido.

MAESTRE: Sois de afligidos consuelo.

ISABEL: Vos con valor peregrino sabéis bien decir y hacer.

MAESTRE: Vos sois una bella Ester y vos un Xerxes divino.

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Sale MANRIQUE

MANRIQUE: Señor, el pesquisidor que a Fuenteovejuna ha ido con el despacho ha venido a verse ante tu valor.

REY: Sed juez de estos agresores.

MAESTRE: Si a vos, señor, no mirara, sin duda les enseñara a matar comendadores.

REY: Eso ya no os toca a vos.

ISABEL: Yo confieso que he de ver el cargo en vuestro poder, si me lo concede Dios.

Sale el JUEZ

JUEZ: A Fuenteovejuna fui de la suerte que has mandado y con especial cuidado y diligencia asistí. Haciendo averiguación del cometido delito, una hoja no se ha escrito que sea en comprobación; porque conformes a una, con un valeroso pecho, en pidiendo quién lo ha hecho, responden: "Fuenteovejuna." Trescientos he atormentado con no pequeño rigor, y te prometo, señor, que más que esto no he sacado. Hasta niños de diez años al potro arrimé, y no ha sido posible haberlo inquirido ni por halagos ni engaños. Y pues tan mal se acomoda el poderlo averiguar, o los has de perdonar, o matar la villa toda. Todos vienen ante ti para más certificarte; de ellos podrás informate.

REY: Que entren pues viene, les di.

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Salen los dos alcaldes, FRONDOSO, las mujeres y los villanos que quisieren

LAURENCIA: ¿Aquestos los reyes son?

FRONDOSO: Y en Castilla poderosos.

LAURENCIA: Por mi fe, que son hermosos; ¡bendígalos San Antón!

ISABEL: ¿Los agresores son éstos?

ESTEBAN: Fuenteovejuna, señora, que humildes llegan agora para serviros dispuestos. La sobrada tiranía y el insufrible rigor del muerto comendador, que mil insultos hacía fue el autor de tanto daño. Las haciendas nos robaba y las doncellas forzaba, siendo de piedad extraño.

FRONDOSO: Tanto, que aquesta Zagala, que el cielo me ha concedido, en que tan dichoso he sido que nadie en dicha me iguala, cuando conmigo casó, aquella noche primera, mejor que si suya fuera, a su casa la llevó; y a no saberse guardar ella, que en virtud florece, ya manifiesto parece lo que pudiera pasar.

MENGO: ¿No es ya tiempo que hable yo? Si me dais licencia, entiendo que os admiraréis, sabiendo del modo que me trató. Porque quise defender una moza de su gente, que con término insolente fuerza la querían hacer, aquel perverso Nerón de manera me ha tratado que el reverso me ha dejado como rueda de salmón. Tocaron mis atabales tres hombres con tan porfía, que aun pienso que todavía me duran los cardenales. Gasté en este mal prolijo,

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por que el cuero se me curta, polvos de arrayán y murta más que vale mi cortijo.

ESTEBAN: Señor, tuyos ser queremos. Rey nuestro eres natural, y con título de tal ya tus armas puesto habemos. Esperamos tu clemencia y que veas esperamos que en este caso te damos por abono la inocencia.

REY: Pues no puede averiguarse el suceso por escrito, aunque fue grave el delito, por fuerza ha de perdonarse. Y la villa es bien se quede en mí, pues de mí se vale, hasta ver si acaso sale comendador que la herede.

FRONDOSO: Su majestad habla, en fin, como quien tanto ha acertado. Y aquí, discreto senado, Fuenteovejuna da fin.

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PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA

LA VIDA ES SUEÑO

ACTO PRIMERO

Personajes

ROSAURA, dama SEGISMUNDO, príncipe CLOTALDO, viejo ESTRELLA, infanta CLARÍN, gracioso BASILIO, rey de Polonia ASTOLFO, infante GUARDIAS SOLDADOS MÚSICOS

PRIMER ACTO

(En las montañas de Polonia)

Salen en lo alto de un monte ROSAURA, en hábito de hombre, de camino, y en representado los primeros versos va bajando

ROSAURA: Hipogrifo violento que corriste parejas con el viento, ¿dónde, rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama, y bruto sin instinto natural, al confuso laberinto de esas desnudas peñas te desbocas, te arrastras y despeñas? Quédate en este monte, donde tengan los brutos su Faetonte; que yo, sin más camino que el que me dan las leyes del destino, ciega y desesperada bajaré la cabeza enmarañada de este monte eminente, que arruga al sol el ceño de su frente. Mal, Polonia, recibes a un extranjero, pues con sangre escribes

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su entrada en tus arenas, y apenas llega, cuando llega a penas; bien mi suerte lo dice; mas ¿dónde halló piedad un infelice?

Sale CLARÍN, gracioso

CLARÍN: Di dos, y no me dejes en la posada a mí cuando te quejes; que si dos hemos sido los que de nuestra patria hemos salido a probar aventuras, dos los que entre desdichas y locuras aquí habemos llegado, y dos los que del monte hemos rodado, ¿no es razón que yo sienta meterme en el pesar, y no en la cuenta?

ROSAURA: No quise darte parte en mis quejas, Clarín, por no quitarte, llorando tu desvelo, el derecho que tienes al consuelo. Que tanto gusto había en quejarse, un filósofo decía, que, a trueco de quejarse, habían las desdichas de buscarse.

CLARÍN: El filósofo era un borracho barbón; ¡oh, quién le diera más de mil bofetadas! Quejárase después de muy bien dadas. Mas ¿qué haremos, señora, a pie, solos, perdidos y a esta hora en un desierto monte, cuando se parte el sol a otro horizonte?

ROSAURA: ¡Quién ha visto sucesos tan extraños! Mas si la vista no padece engaños que hace la fantasía, a la medrosa luz que aun tiene el día, me parece que veo un edificio.

CLARÍN: O miente mi deseo, o termino las señas.

ROSAURA: Rústico nace entre desnudas peñas un palacio tan breve que el sol apenas a mirar se atreve; con tan rudo artificio la arquitectura está de su edificio, que parece, a las plantas de tantas rocas y de peñas tantas

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que al sol tocan la lumbre, peñasco que ha rodado de la cumbre.

CLARÍN: Vámonos acercando; que éste es mucho mirar, señora, cuando es mejor que la gente que habita en ella, generosamente nos admita.

ROSAURA: La puerta -mejor diré funesta boca- abierta está, y desde su centro nace la noche, pues la engendra dentro.

Suena ruido de cadenas

CLARÍN: ¿Qué es lo que escucho, cielo!

ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.

CLARÍN: ¿Cadenita hay que suena? Mátenme, si no es galeote en pena. Bien mi temor lo dice.

Dentro SEGISMUNDO

SEGISMUNDO: ¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!

ROSAURA: ¡Qué triste vos escucho! Con nuevas penas y tormentos lucho.

CLARÍN: Yo con nuevos temores.

ROSAURA: Clarín...

CLARÍN: ¿Señora...?

ROSAURA: Huyamos los rigores de esta encantada torre.

CLARÍN: Yo aún no tengo ánimo de huír, cuando a eso vengo.

ROSAURA: ¿No es breve luz aquella caduca exhalación, pálida estrella, que en trémulos desmayos pulsando ardores y latiendo rayos, hace más tenebrosa la obscura habitación con luz dudosa? Sí, pues a sus reflejos puedo determinar, aunque de lejos, una prisión obscura; que es de un vivo cadáver sepultura;

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y porque más me asombre, en el traje de fiera yace un hombre de prisiones cargado y sólo de la luz acompañado. Pues huír no podemos, desde aquí sus desdichas escuchemos. Sepamos lo que dice.

Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles

SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos -dejando a una parte, cielos, el delito del nacer-, ¿qué más os pude ofender, para castigarme más? ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que no yo gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que dejan en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas -gracias al docto pincel-, cuando, atrevido y cruel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira,

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aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío; ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huída; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegios tan süave excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave?

ROSAURA: Temor y piedad en mí sus razones han causado.

SEGISMUNDO: ¿Quién mis voces ha escuchado? ¿Es Clotaldo?

CLARÍN: Di que sí.

ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!, que en estas bóvedas frías oyó tus melancolías.

SEGISMUNDO: Pues la muerte te daré porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías. Sólo porque me has oído, entre mis membrudos brazos te tengo de hacer pedazos.

CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podido escucharte.

ROSAURA: Si has nacido

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humano, baste el postrarme a tus pies para librarme.

SEGISMUNDO: Tu voz pudo enternecerme, tu presencia suspenderme, y tu respeto turbarme. ¿Quién eres? Que aunque yo aquí tan poco del mundo sé, que cuna y sepulcro fue esta torre para mí; y aunque desde que nací -si esto es nacer- sólo advierto eres rústico desierto donde miserable vivo, siendo un esqueleto vivo, siendo un animado muerte. Y aunque nunca vi ni hablé sino a un hombre solamente que aquí mis desdichas siente, por quien las noticias sé del cielo y tierra; y aunque aquí, por que más te asombres y monstruo humano me nombres, este asombros y quimeras, soy un hombre de las fieras y una fiera de los hombres. Y aunque en desdichas tan graves, la política he estudiado, de los brutos enseñado, advertido de las aves, y de los astros süaves los círculos he medido, tú sólo, tú has suspendido la pasión a mis enojos, la suspensión a mis ojos, la admiración al oído. Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aun más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser; pues cuando es muerte el beber, beben más, y de esta suerte, viendo que el ver me da muerte, estoy muriendo por ver. Pero véate yo y muera; que no sé, rendido ya, si el verte muerte me da, el no verte ¿qué me diera? Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte fuera vida. De esta suerte

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su rigor he ponderado, pues dar vida a una desdichado es dar a un dichoso muerte.

ROSAURA: Con asombro de mirarte, con admiración de oírte, ni sé qué pueda decirte, ni qué pueda preguntarte; sólo diré que a esta parte hoy el cielo me ha guïado para haberme consolado, si consuelo puede ser del que es desdichado, ver a otro que es más desdichado. Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que comía. ¿Habrá otro -entre sí decía- más pobre y triste que yo? Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta, viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Quejoso de la fortuna yo en este mundo vivía, y cuando entre mí decía: ¿Habrá otra persona alguna de suerte más importuna?, piadoso me has respondido; pues volviendo en mi sentido, hallo que las penas mías, para hacerlas tú alegrías las hubieras recogido. Y por si acaso mis penas pueden aliviarte en parte, óyelas atento, y toma las que de ellas no sobraren. Yo soy...

Dentro CLOTALDO

CLOTALDO: Guardas de esta torre, que, dormidas o cobardes, disteis paso a dos personas que han quebrantado la cárcel...

ROSAURA: Nueva confusión padezco.

SEGISMUNDO: Éste es Clotaldo, mi alcalde. ¿Aun no acaban mis desdichas?

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CLOTALDO: Acudid, y vigilantes, sin que puedan defenderse, o prendedles o matadles.

TODOS: ¡Traición!

CLARÍN: Guardas de esta torre, que entrar aquí nos dejasteis, pues que nos dais a escoger, el prendernos es más fácil.

Sale CLOTALDO con pistola y soldados, todos con los rostros cubiertos

CLOTALDO: Todos os cubrid los rostros; que es diligencia importante mientras estamos aquí que no nos conozca nadie.

CLARÍN: ¿Enmascaraditos hay?

CLOTALDO: ¡Oh vosotros que, ignorantes de aqueste vedado sitio, coto y término pasasteis contra el decreto del rey, que manda que no ose nadie examinar el prodigio que entre estos peñascos yace! Rendid las armas y vidas, o aquesta pistola, áspid de metal, escupirá el veneno penetrante de dos balas, cuyo fuego será escándalo del aire.

SEGISMUNDO: Primero, tirano dueño, que los ofendas y agravies, será mi vida despojo de estos lazos miserables; pues en ellos, ¡vive Dios!, tengo de despedazarme con las manos, con los dientes, entre aquestas peñas, antes que su desdicha consienta y que llore sus ultrajes.

CLOTALDO: Si sabes que tus desdichas, Segismundo, son tan grandes, que antes de nacer moriste por ley del cielo; si sabes que aquestas prisiones son de tus furias arrogantes un freno que las detenga y una rienda que las pare,

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¿por qué blasonas? La puerta cerrad de esa estrecha cárcel; escondedle en ella.

Ciérranle la puerta, y dice dentro

SEGISMUNDO: ¡Ah, cielos, qué bien hacéis en quitarme la libertad; porque fuera contra vosotros gigante, que para quebrar al sol esos vidrios y cristales, sobre cimientos de piedra pusiera montes de jaspe!

CLOTALDO: Quizá porque no los pongas, hoy padeces tantos males.

ROSAURA: Ya que vi que la soberbia te ofendió tanto, ignorante fuera en no pedirte humilde vida que a tus plantas yace. Muévate en mí la piedad; que será rigor notable, que no hallen favor en ti ni soberbias ni humildades.

CLARÍN: Y si Humildad y Soberbia no te obligan, personajes que han movido y removido mil autos sacramentales, yo, ni humilde ni soberbio, sino entre las dos mitades entreverado, te pido que nos remedies y ampares.

CLOTALDO: ¡Hola!

SOLDADOS: Señor...

CLOTALDO: A los dos quitad las armas, y atadles los ojos, porque no vean cómo ni de dónde salen.

ROSAURA: Mi espada es ésta, que a ti solamente ha de entregarse, porque, al fin, de todos eres el principal, y no sabe rendirse a menos valor.

CLARÍN: La mía es tal, que puede darse

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al más ruín. Tomadla vos.

ROSAURA: Y si he de morir, dejarte quiero, en fe de esta piedad, prenda que pudo estimarse por el dueño que algún día se la ciñó; que la guardes te encargo, porque aunque yo no sé qué secreto alcance, sé que esta dorada espada encierra misterios grandes, pues sólo fïado en ella vengo a Polonia a vengarme de un agravio.

CLOTALDO: ¡Santos cielos! (Aparte) ¿Qué es esto? Ya son más graves mis penas y confusiones, mis ansias y mis pesares). ¿Quién te la dio?

ROSAURA: Una mujer.

CLOTALDO: ¿Cómo se llama?

ROSAURA: Que calle su nombre es fuerza.

CLOTALDO: ¿De qué infieres agora, o sabes, que hay secreto en esta espada?

ROSAURA: Quien me la dio, dijo: "Parte a Polonia, y solicita con ingenio, estudio o arte, que te vean esa espada los nobles y principales; que yo sé que alguno de ellos te favorezca y ampare;" que, por si acaso era muerto, no quiso entonces nombrarle.

CLOTALDO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho? (Aparte) Aún no sé determinarme si tales sucesos son ilusiones o verdades. Esta espada es la que yo dejé a la hermosa Violante, por señas que el que ceñida la trujera había de hallarme amoroso como hijo y piadoso como padre. ¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!,

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en confusión semejante, si quien la trae por favor, para su muerte la trae, pues que sentenciado a muerte llega a mis pies? ¡Qué notable confusión! ¡Qué triste hado! ¡Qué suerte tan inconstante! Éste es mi hijo, y las señas dicen bien con las señales del corazón, que por verle llama al pecho y en él bate las alas, y no pudiendo romper los candados, hace lo que aquel que está encerrado, y oyendo ruido en la calle se arroja por la ventana, y él así, como no sabe lo que pasa, y oye el ruido, va a los ojos a asomarse, que son ventanas del pecho por donde en lágrimas sale. ¿Qué he de hacer? ¡Válgame el cielo! ¿Qué he de hacer? Porque llevarle al rey, es llevarle, ¡ay triste!, a morir. Pues ocultarle al rey, no puedo, conforme a la ley del homenaje. De una parte el amor propio, y la lealtad de otra parte me rinden. Pero ¿qué dudo? La lealtad del rey, ¿no es antes que la vida y que el honor? Pues ella vida y él falte. Fuera de que, si agora atiendo a que dijo que a vengarse viene de un agravio, hombre que está agraviado es infame. No es mi hijo, no es mi hijo, ni tiene mi noble sangre. Pero si ya ha sucedido un peligro, de quien nadie se libró, porque el honor es de materia tan frágil que con una acción se quiebra, o se mancha con un aire, ¿qué más puede hacer, qué más el que es noble, de su parte, que a costa de tantos riesgos haber venido a buscarle? Mi hijo es, mi sangre tiene, pues tiene valor tan grande; y así, entre una y otra duda el medio más importante

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es irme al rey y decirle que es mi hijo que le mate. Quizá la misma piedad de mi honor podrá obligarle; y si le merezco vivo, yo le ayudaré a vengarse de su agravio, mas si el rey, en sus rigores constante, le da muerte, morirá sin saber que soy su padre). Venid conmigo, extranjeros, no temáis, no, de que os falte compañía en las desdichas; pues en duda semejante de vivir o de morir no sé cuáles son más grandes.

Vanse todos

(En el palacio real)

Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados, y por otra ESTRELLA con damas. Suena música.

ASTOLFO: Bien al ver los excelentes rayos, que fueron cometas, mezclan salvas diferentes las cajas y las trompetas, los pájaros y las fuentes; siendo con música igual, y con maravilla suma, a tu vista celestial unos, clarines de pluma, y otras, aves de metal; y así os saludan, señora, como a su reina las balas, los pájaros como a Aurora, las trompetas como a Palas y las flores como a Flora; porque sois, burlando el día que ya la noche destierra, Aurora, en el alegría, Flora en paz, Palas en guerra, y reina en el alma mía.

ESTRELLA: Si la voz se ha de medir con las acciones humanas, mal habéis hecho en decir finezas tan cortesanas, donde os pueda desmentir todo ese marcial trofeo con quien ya atrevida lucho; pues no dicen, según creo, las lisonjas que os escucho,

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con los rigores que veo. Y advertid que es baja acción, que sólo a una fiera toca, madre de engaño y traición, el halagar con la boca y matar con la intención.

ASTOLFO: Muy mal informado estáis, Estrella, pues que la fe de mis finezas dudáis, y os suplico que me oigáis la causa, a ver si la sé. Falleció Eustorgio Tercero, rey de Polonia; quedó Basilio por heredero, y dos hijas, de quien yo y vos nacimos. No quiero cansar con lo que no tiene lugar aquí, Clorilene, vuestra madre y mi señora, que en mejor imperio agora dosel de luceros tiene, fue la mayor, de quien vos sois hija; fue la segunda, madre y tía de los dos, la gallarda Recisunda, que guarde mil años Dios; casó en Moscovia; de quien nací yo. Volver agora al otro principio es bien. Basilio, que ya, señora, se rinde al común desdén del tiempo, más inclinado a los estudios que dado a mujeres, enviudó sin hijos, y vos y yo aspiramos a este estado. Vos alegáis que habéis sido hija de hermana mayor; yo, que varón he nacido, y aunque de hermana menor, os debo ser preferido. Vuestra intención y la mía a nuestro tío contamos; él respondió que quería componernos, y aplazarnos este puesto y este día. Con esta intención salí de Moscovia y de su tierra; con ésta llegué hasta aquí, en vez de haceros yo guerra a que me la hagáis a mí. ¡Oh!, quiera Amor, sabio dios,

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que el vulgo, astrólogo cierto, hoy lo sea con los dos, y que pare este concierto en que seáis reina vos, pero reina en mi albedrío. Dándoos, para más honor, su corona nuestro tío, sus triunfos vuestro valor y su imperio el amor mío.

ESTRELLA: A tan cortés bizarría menos mi pecho no muestra, pues la imperial monarquía, para sólo hacerla vuestra me holgara que fuese mía; aunque no está satisfecho mi amor de que sois ingrato, si en cuanto decís sospecho que os desmiente ese retrato que está pendiente del pecho.

ASTOLFO: Satisfaceros intento con él... Mas lugar no da tanto sonoro instrumento, que avisa que sale ya el rey con su parlamento.

Tocan y sale el rey BASILIO, viejo y acompañamiento

ESTRELLA: Sabio Tales...

ASTOLFO: Docto Euclides...

ESTRELLA: ...que entre signos...

ASTOLFO: ...que entre estrellas...

ESTRELLA: ...hoy gobiernas...

ASTOLFO: ...hoy resides...

ESTRELLA: ...y sus caminos...

ASTOLFO: ...sus huellas...

ESTRELLA: ...describes...

ASTOLFO: ...tasas y mides...

ESTRELLA: ...deja que en humildes lazos...

ASTOLFO: ...deja que en tiernos abrazos...

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ESTRELLA: ...hiedra de ese tronco sea.

ASTOLFO: ...rendido a tus pies me vea.

BASILIO: Sobrinos, dadme los brazos, y creed, pues que leales a mi precepto amoroso venís con afectos tales, que a nadie deje quejoso y los dos quedéis iguales; y así, cuando me confieso rendido al prolijo peso, sólo os pido en la ocasión silencio, que admiración ha de pedirla el suceso. Ya sabéis -estadme atentos, amados sobrinos míos, corte ilustre de Polonia, vasallo, deudos y amigos--, ya sabéis que yo en el mundo por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto, pues, contra el tiempo y olvido, los pinceles de Timantes, los mármoles de Lisipo, en el ámbito del orbe me aclaman el gran Basilio. Ya sabéis que son las ciencias que más curso y más estimo, matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día; pues, cuando en mis tablas miro presentes las novedades de los venideros siglos, le gano al tiempo las gracias de contar lo que yo he dicho. Esos círculos de nieve, esos doseles de vidrio que el sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros; esos orbes de diamantes, esos globos cristalinos que las estrellas adornan y que campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los libros donde en papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe con líneas de oro, en caracteres distintos,

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el cielo nuestros sucesos ya adversos o ya benignos. Éstos leo tan veloz, que con mi espíritu sigo sus rápidos movimientos por rumbos o por caminos. ¡Pluguiera al cielo, primero que mi ingenio hubiera sido de sus márgenes comento y de sus hojas registro, hubiera sido mi vida el primero desperdicio de sus iras, y que en ellas mi tragedia hubiera sido; porque de los infelices aun el mérito es cuchillo, que a quien le daña el saber homicida es de sí mismo! Dígalo yo, aunque mejor lo dirán sucesos míos, para cuya admiración otra vez silencio os pido. En Clorilene, mi esposa, tuve un infelice hijo, en cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios. Antes que a la luz hermosa le diese el sepulcro vivo de un vientre -porque el nacer y el morir son parecidos-, su madre infinitas veces, entre ideas y delirios del sueño, vio que rompía sus entrañas, atrevido, un monstruo en forma de hombre, y entre su sangre teñido, le daba muerte, naciendo víbora humana del siglo. Llegó de su parto el día, y los presagios cumplidos -porque tarde o nunca son mentirosos los impíos-, nació en horóscopo tal, que el sol, en su sangre tinto, entraba sañudamente con la luna en desafío; y siendo valla la tierra, los dos faroles divinos a luz entera luchaban, ya que no a brazo partido. El mayor, el más horrendo eclipse que ha padecido el sol, después que con sangre

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lloró la muerte de Cristo, éste fue, porque anegado el orbe entre incendios vivos, presumió que padecía el último parosismo; los cielos se escurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras las nubes, corrieron sangre los ríos. En este mísero, en este mortal planeta o signo, nació Segismundo, dando de su condición indicios, pues dio la muerte a su madre, con cuya fiereza dijo: "Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal beneficios." Yo, acudiendo a mis estudios, en ellos y en todo miro que Segismundo sería el hombre más atrevido, el príncipe más crüel y el monarca más impío, por quien su reino vendría a ser parcial y diviso, escuela de las traiciones y academia de los vicios; y él, de su furor llevado, entre asombros y delitos, había de poner en mí las plantas, y yo, rendido, a sus pies me había de ver -¡con qué congoja lo digo!- siendo alfombra de sus plantas las canas del rostro mío. ¿Quién no da crédito al daño, y más al daño que ha visto en su estudio, donde hace el amor propio su oficio? Pues dando crédito yo a los hados, que adivinos me pronosticaban daños en fatales vaticinios, determiné de encerrar la fiera que había nacido, por ver si el sabio tenía en las estrellas dominio. Publicóse que el infante nació muerto, y prevenido hice labrar una torre entre las peñas y riscos de esos montes, donde apenas la luz ha hallado camino,

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por defenderle la entrada sus rústicos obeliscos. Las graves penas y leyes, que con públicos editos declararon que ninguno entrase a un vedado sitio del monte, se ocasionaron de las causas que os he dicho. Allí Segismundo vive mísero, pobre y cautivo, adonde sólo Clotaldo le ha hablado, tratado y visto. Éste le ha enseñado ciencias; éste en la ley le ha instruído católica, siendo solo de sus miserias testigo. Aquí hay tres cosas: La una que yo, Polonia, os estimo tanto, que os quiero librar de la opresión y servicio de un rey tirano, porque no fuera señor benigno el que a su patria y su imperio pusiera en tanto peligro. La otra es considerar que si a mi sangre le quito el derecho que le dieron humano fuero y divino, no es cristiana caridad; pues ninguna ley ha dicho que por reservar yo a otro de tirano y de atrevido, pueda yo serlo, supuesto que si es tirano mi hijo, porque él delito no haga, vengo yo a hacer los delitos. Es la última y tercera el ver cuánto yerro ha sido dar crédito fácilmente a los sucesos previstos; pues aunque su inclinación le dicte sus precipicios, quizá no le vencerán, porque el hado más esquivo, la inclinación más violenta, el planeta más impío, sólo el albedrío inclinan, no fuerzan el albedrío. Y así, entre una y otra causa vacilante y discursivo, previne un remedio tal, que os suspenda los sentidos. Yo he de ponerle mañana,

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sin que él sepa que es mi hijo y rey vuestro, a Segismundo, que aqueste su nombre ha sido, en mi dosel, en mi silla, y en fin, en el lugar mío, donde os gobierne y os mande, y donde todos rendidos la obediencia le juréis; pues con aquesto consigo tres cosas, con que respondo a las otras tres que he dicho. Es la primera, que siendo prudente, cuerdo y benigno, desmintiendo en todo al hado que de él tantas cosas dijo, gozaréis el natural príncipe vuestro, que ha sido cortesano de unos montes y de sus fieras vecino. Es la segunda, que si él, soberbio, osado, atrevido y cruel, con rienda suelta corre el campo de sus vicios, habré yo, piadoso, entonces con mi obligación cumplido; y luego en desposeerle haré como rey invicto, siendo el volverle a la cárcel no crueldad, sino castigo. Es la tercera, que siendo el príncipe como os digo, por lo que os amo, vasallos, os daré reyes más dignos de la corona y el cetro; pues serán mis dos sobrinos que junto en uno el derecho de los dos, y convenidos con la fe del matrimonio, tendrá lo que han merecido. Esto como rey os mando, esto como padre os pido, esto como sabio os ruego, esto como anciano os digo; y si el Séneca español, que era humilde esclavo, dijo, de su república un rey, como esclavo os lo suplico.

ASTOLFO: Si a mí responder me toca, como el que, en efecto, ha sido aquí el más interesado, en nombre de todos digo, que Segismundo parezca,

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pues le basta ser tu hijo.

TODOS: Danos al príncipe nuestro, que ya por rey le pedimos.

BASILIO: Vasallos, esa fineza os agradezco y estimo. Acompañad a sus cuartos a los dos atlantes míos, que mañana le veréis.

TODOS: ¡Viva el grande rey Basilio!

Vanse todos. Antes que se va el rey BASILIO, sale CLOTALDO, ROSAURA, CLARÍN, y detiénese el rey

CLOTALDO: ¿Podréte hablar?

BASILIO: ¡Oh, Clotaldo!, tú seas muy bien venido.

CLOTALDO: Aunque viniendo a tus plantas es fuerza el haberlo sido, esta vez rompe, señor, el hado triste y esquivo el privilegio a la ley y a la costumbre el estilo.

BASILIO: ¿Qué tienes?

CLOTALDO: Una desdicha, señor, que me ha sucedido, cuando pudiera tenerla por el mayor regocijo.

BASILIO: Prosigue.

CLOTALDO: Este bello joven, osado o inadvertido, entró en la torre, señor, adonde al príncipe ha visto, y es...

BASILIO: No te aflijas, Clotaldo; si otro día hubiera sido, confieso que lo sintiera; pero ya el secreto he dicho, y no importa que él los sepa, supuesto que yo lo digo. Vedme después, porque tengo muchas cosas que advertiros y muchas que hagáis por mí; que habéis de ser, os aviso, instrumento del mayor

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suceso que el mundo ha visto; y a esos presos, porque al fin no presumáis que castigo descuidos vuestros, perdono.

Vase el rey BASILIO

CLOTALDO: ¡Vivas, gran señor, mil siglos! (Mejoró el cielo la suerte. Aparte Ya no diré que es mi hijo, pues que lo puedo excusar). Extranjeros peregrinos, libres estáis.

ROSAURA: Tus pies beso mil veces.

CLARÍN: Y yo los piso, que una letra más o menos no reparan dos amigos.

ROSAURA: La vida, señor, me das dado; y pues a tu cuenta vivo, eternamente seré esclavo tuyo.

CLOTALDO: No ha sido vida la que yo te he dado; porque un hombre bien nacido, si está agraviado, no vive; y supuesto que has venido a vengarte de un agravio, según tú propio me has dicho, no te he dado vida yo, porque tú no la has traído; que vida infame no es vida. (Bien con aquesto le animo). Aparte

ROSAURA: Confieso que no la tengo, aunque de ti la recibo; pero yo con la venganza dejaré mi honor tan limpio, que pueda mi vida luego, atropellando peligros, parecer dádiva tuya.

CLOTALDO: Toma el acero bruñido que trujiste; que yo sé que él baste, en sangre teñido de tu enemigo, a vengarte; porque acero que fue mío -digo este instante, este rato que en mi poder le he tenido-,

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sabrá vengarte.

ROSAURA: En tu nombre segunda vez me le ciño. Y en él juro mi venganza, aunque fuese mi enemigo más poderoso.

CLOTALDO: ¿Eslo mucho?

ROSAURA: Tanto, que no te lo digo, no porque de tu prudencia mayores cosas no fío, sino porque no se vuelva contra mí el favor que admiro en tu piedad.

CLOTALDO: Antes fuera ganarme a mí con decirlo; pues fuera cerrarme el paso de ayudar a tu enemigo. (¡Oh, si supiera quién es!) Aparte

ROSAURA: Porque no pienses que estimo tan poco esa confïanza, sabe que el contrario ha sido no menos que Astolfo, duque de Moscovia.

CLOTALDO: (Mal resisto Aparte el dolor, porque es más grave, que fue imaginado, visto. Apuremos más el caso). Si moscovita has nacido, el que es natural señor, mal agraviarte ha podido; vuélvete a tu patria, pues, y deja el ardiente brío que te despeña.

ROSAURA: Yo sé que aunque mi príncipe ha sido pudo agraviarme.

CLOTALDO: No pudo, aunque pusiera, atrevido, la mano en tu rostro. (¡Ay, cielos!)

ROSAURA: Mayor fue el agravio mío.

CLOTALDO: Dilo ya, pues que no puedes decir más que yo imagino.

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ROSAURA: Sí dijera; mas no sé con qué respeto te miro, con qué afecto te venero, con qué estimación te asisto, que no me atrevo a decirte que es este exterior vestido enigma, pues no es de quien parece. Juzga advertido, si no soy lo que parezco y Astolfo a casarse vino con Estrella, si podrá agraviarme. Harto te he dicho.

Vanse ROSAURA y CLARÍN

CLOTALDO: ¡Escucha, aguarda, detente! ¿Qué confuso laberinto es éste, donde no puede hallar la razón el hilo? Mi honor es el agraviado, poderoso el enemigo, yo vasallo, ella mujer; descubra el cielo camino; aunque no sé si podrá, cuando, en tan confuso abismo, es todo el cielo un presagio, y es todo el mundo un prodigio.

Vase CLOTALDO