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1 CAMINO HACIA EL BUEN COMPORTAMIENTO Existen muchas maneras de educar a los hijos, puesto que cada familia tiene su estilo particular. El objetivo de esta sesión es proporcionaros orientaciones y estrategias educativas para mejorar vuestras habilidades en la ardua tarea de educar a los hijos y adquiráis conocimientos sobre técnicas de modificación de conducta que os serán de gran ayuda cuando las actitudes del niño o niña se vuelvan difíciles y para que recuperéis la autoridad que como padres debéis tener. Es importante aprender estas estrategias para solucionar problemas cotidianos de desobediencia, ignorancia y rabietas, es decir, saber aplicar pautas destinadas a favorecer el buen comportamiento, necesario éste para establecer la calma y el ambiente propicio donde crecer y aprender, tanto en el ámbito familiar como escolar. ¿Qué significa desobedecer? - Juan pega a su hermana. - Marta se niega a obedecer órdenes que se le dan. - Pedro tiene rabietas por cualquier motivo. - Vanesa no parece oír nunca lo que se le pide… Frecuentemente justificamos estas conductas con: - “es que tiene un carácter muy fuerte” - “es igual que su padre cuando era pequeño” - “con lo bueno que es su hermano, mira como ha salido el pequeño”… Estas explicaciones no aportan nada a la solución del problema y encima etiquetamos al niño por un comportamiento al que al final termina recurriendo más de la cuenta. Lo que como padres se debe saber, es que el niño aprende y pone en marcha estos comportamientos, porque así, consigue, en la mayoría de las ocasiones lo que quiere: - Después de patalear un rato, Pedro consigue que le compren unas chucherías. - Juan consigue la atención de sus padres pegando a su hermana. - Marta ignorando las órdenes consigue no recoger el cuarto. - Y Vanesa “olvida” hacer los deberes… No son pocos los padres que se quejan de la desobediencia de sus hijos, las rabietas o los conflictos entre hermanos, y es que estos trastornos conductuales son muy frecuentes en la infancia. Consideramos una conducta de desobediencia si: - Cuando se pide al niño que realice una conducta y éste no la inicia en el tiempo establecido.

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CAMINO HACIA EL BUEN COMPORTAMIENTO

Existen muchas maneras de educar a los hijos, puesto que cada familia tiene su estilo

particular.

El objetivo de esta sesión es proporcionaros orientaciones y estrategias educativas

para mejorar vuestras habilidades en la ardua tarea de educar a los hijos y adquiráis

conocimientos sobre técnicas de modificación de conducta que os serán de gran

ayuda cuando las actitudes del niño o niña se vuelvan difíciles y para que recuperéis

la autoridad que como padres debéis tener. Es importante aprender estas estrategias

para solucionar problemas cotidianos de desobediencia, ignorancia y rabietas, es

decir, saber aplicar pautas destinadas a favorecer el buen comportamiento, necesario

éste para establecer la calma y el ambiente propicio donde crecer y aprender, tanto

en el ámbito familiar como escolar.

¿Qué significa desobedecer?

- Juan pega a su hermana.

- Marta se niega a obedecer órdenes que se le dan.

- Pedro tiene rabietas por cualquier motivo.

- Vanesa no parece oír nunca lo que se le pide…

Frecuentemente justificamos estas conductas con:

- “es que tiene un carácter muy fuerte”

- “es igual que su padre cuando era pequeño”

- “con lo bueno que es su hermano, mira como ha salido el pequeño”…

Estas explicaciones no aportan nada a la solución del problema y encima etiquetamos

al niño por un comportamiento al que al final termina recurriendo más de la cuenta.

Lo que como padres se debe saber, es que el niño aprende y pone en marcha estos

comportamientos, porque así, consigue, en la mayoría de las ocasiones lo que quiere:

- Después de patalear un rato, Pedro consigue que le compren unas chucherías.

- Juan consigue la atención de sus padres pegando a su hermana.

- Marta ignorando las órdenes consigue no recoger el cuarto.

- Y Vanesa “olvida” hacer los deberes…

No son pocos los padres que se quejan de la desobediencia de sus hijos, las rabietas o

los conflictos entre hermanos, y es que estos trastornos conductuales son muy

frecuentes en la infancia.

Consideramos una conducta de desobediencia si:

- Cuando se pide al niño que realice una conducta y éste no la inicia en el

tiempo establecido.

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- Cuando se le pide al niño que deje de hacer lo que está haciendo, y éste no lo

hace en el tiempo fijado.

- Cuando el niño realiza conductas que están implícitamente prohibidas.

- Cuando el niño no realiza conductas que son implícitamente obligatorias.

Sin embargo, también hay situaciones en las que no queda claro que sea

desobediencia o no. Por ejemplo:

- Cuando al niño se le dan órdenes contradictorias o incompatibles. (Haz los

deberes bien, pero date prisa que hay que cenar).

- Cuando dos adultos dan una orden a la vez. (La madre le manda a la cama y

el padre le dice que coja un vaso de agua).

- Y situaciones en las que incitamos a los niños a desobedecer. (Qué pesada se

pone mamá con la verdura, déjala si quieres que ya me la como yo).

Esto deja claro que para cambiar una conducta de desobediencia, tan importante

como el análisis de los comportamientos, es analizar las conductas de los adultos con

los que se relaciona y de las condiciones en las que se produce dicha interacción.

Las conductas de desobediencia son muy frecuentes en los primeros años de vida,

pero tienden a desaparecer solas con la edad. Sin embargo, en muchos casos

provoca conflictos entre padres e hijos. Para evitar este desenlace, debemos

comprender el inicio de este comportamiento.

El oposicionismo constituye un avance en el desarrollo evolutivo normal del niño

alrededor de los 3 años. El niño quiere obtener todo lo que desea y obtenerlo ya (no

entiende el premio demorado), y pone en marcha aquellas conductas que alguna

vez le han valido para obtener lo que desea (como llorar, patalear, pegar o ignorar las

instrucciones de los adultos). Como no tiene conciencia de lo que está bien y lo que

está mal, utiliza las mismas conductas siempre, para obtener lo que quiere, porque en

el pasado le han sido útiles. Estas conductas pueden ser frecuentes hasta el inicio de la

preadolescencia. Y a medida que avanza la edad del niño, estas conductas tienden a

desaparecer. En caso contrario, y si las conductas persisten o se agravan, pueden dar

lugar al denominado Trastorno por oposicionismo desafiante, que implica la aparición

de comportamientos que alteran de forma significativa el funcionamiento social,

académico y ocupacional del sujeto.

Como hemos dicho al principio, comentarios como: este niño es desobediente desde

que nació, tiene un carácter que no hay quien le aguante o es igual que su tío. No

implican que la conducta no se pueda modificar. Ciertamente, factores de tipo

genético y biológico dan ciertas diferencias conductuales, como el que algunos niños

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sean más fácilmente manejables que otros, sin embargo, es esencial saber que las

conductas de desobediencia son conductas voluntarias y aprendidas, y pueden por

tanto, desaprenderse.

Además de los factores de aprendizaje que se han ido considerado, existen otros

factores que afectan a la conducta de los niños:

- Características propias de los padres:

o Habilidades de comunicación

o Habilidad para dar órdenes e instrucciones

o Habilidad para establecer una disciplina

o Habilidad de solución de problemas y resolver situaciones conflictivas…

- Características propias de los niños:

o Mayor o menor reactividad ante los estímulos.

o Patrones regulares de sueño y alimentación.

o Mayor o menor actividad motora.

o Sesgos cognitivos.

o Habilidades de solución de problemas interpersonales.

o Habilidades de comunicación.

- Características propias de la interacción:

o Problemas familiares.

o Problemas de pareja.

o Estilos comunicativos.

- Situaciones problemáticas externas a la familia:

o Problemas económicos, laborales, de aislamiento…

Situación problema 1:

La madre da una orden, a la que la hija responde llorando, quejándose y por lo tanto, desobedeciendo. La madre alza la voz y repite la orden. La hija grita más alto y sigue sin obedecer. La madre empieza a gritar y vuelve a repetir la orden. Entonces, la hija, obedece. Situación problema 2:

La madre da una orden, a la que la hija responde llorando, quejándose y desobedeciendo. La madre cede y retira la orden.

Resultado 1:

Los niños aprenden que si protestan, no tienen que cumplir las órdenes; y los padres aprenden que si piden adecuadamente algo, no se les harán caso, pero que, cuando chillan o amenazan consiguen cierto grado de obediencia; así que, cada vez chillan más y más frecuentemente. Lo que provoca un deterioro en las relaciones familiares. Resultado 2:

La madre con su comportamiento está reforzando el comportamiento de protestar y llorar de la hija.

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IDENTIFICACIÓN Y EVALUACION DE LAS CONDUCTAS DE DESOBEDIENCIA

Para poder cambiar algo, hay que conocerlo bien. Por eso ahora, vamos a aprender a

observar, a observar las conductas de los niños y a observar nuestro propio

comportamiento. Observar es muy importante y no siempre estamos acostumbrados a

hacerlo, sobretodo a nosotros mismos.

Muchas veces tendemos a etiquetar de forma rápida a las personas (Juan es muy

movido, Marcos es un desobediente…), y lo peor es que esta etiqueta suele tener

cierta estabilidad, cuando en realidad Juan pueda estar tranquilamente leyendo un

libro, o Marcos ante situaciones estructuradas sea muy obediente.

Mucho mejor que etiquetar es describir: describir las conductas del niño que queremos

cambiar y también describir nuestras propias acciones.

Un fallo frecuente es la costumbre de los adultos a usar un lenguaje poco descriptivo

que deja mucho margen a la interpretación. Si le decimos al pediatra que nuestro hijo

está malo, él nos pedirá que le expliquemos los síntomas concretos. Si la profesora nos

cita y nos dice que nuestra hija es una niña difícil, la pediremos que concrete por qué.

El hecho de que pensemos que nuestros hijos son un encanto, no significa que todos

ellos lo sean por lo mismo, sino que es función de nuestra interpretación. Y si digo por

ejemplo que Fran es inquieto, ¿qué significa realmente? Que se levanta de la silla

muchas veces mientras está comiendo (¿y qué es mucho? 3 veces, 4, 10…), que no se

concentra al estudiar, que duerme mal… Es posible que lo que para una persona es

ser inquieto, para otra sea una expresión de la vitalidad del niño o un comportamiento

típico de su etapa evolutiva.

Por último hay que considerar también, que los juicios sobre las conductas tienden a

cambiar, no solo con el paso del tiempo, sino también de una situación a otra, y

dependen así mismo, del humor de quien los formula. Por ejemplo, una maestra puede

considerar a una alumna como una niña muy tranquila, que nunca pelea con los

demás ni alborota en clase, a un año después, considerar que esa tranquilidad es

excesiva y lo que le ocurre es que presenta una dificultad para relacionarse con los

demás.

O un padre que ha tenido un buen día porque le han subido el sueldo, y al llegar a

casa ve a su hijo saltando en el sofá. De la alegría que tiene le sonríe y le dice que

siga, que total ya van a poder comprar otro. A otra escena que sería, este mismo

padre llegando a casa tras haberle despedido del trabajo. Tras encontrarse así con su

hijo, le riñe diciéndole que es muy malo y le lleva de la oreja a su habitación.

Visto esto, es necesario recordar que en la medida de lo posible hay que evitar hacer

juicios y describir justamente lo que pasa.

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Práctica. Contestad si las descripciones de las siguientes conductas son claras o no:

1. Adriana es una niña muy gritona

2. Pablo se levantó hoy del asiento siete veces durante la comida

3. Iván disfruta mucho de la escuela

4. Lucía se portó mal en la mesa durante la comida

5. Vera se lava la cara todas las mañanas

6. Es normal que los niños de 2 años tengan rabietas

Hay que recordar que habremos definido bien una conducta si ésta significa lo mismo

para la mayoría de las personas.

Una vez que ya sabemos cómo describir la conducta del niño, deberemos precisar

qué característica de la conducta es la que vamos a observar. Las conductas se

producen un determinado número de veces (frecuencia), se prolongan durante un

tiempo (duración), aparecen o no en determinadas circunstancias (intervalos) o se

dan con un cierto grado de intensidad. Lo adecuado será medir, en cada ocasión, la

característica que mejor nos ayude a cambiar la conducta del niño.

Como vemos, observar no es más que contar. Contar las veces que se repite una

conducta, cuánto dura, cuándo aparece… Y además, registrar lo observado, antes,

durante y después de aplicar cualquier estrategia de intervención. Así se podrá

comprobar si la estrategia es adecuada o no, veremos los pequeños cambios que

antes pasaban inadvertidos, nuestra conducta ante estos hechos…

Vayamos paso a paso, empezaremos por contar el número de veces que se repite la

conducta:

REGISTRO DE FRECUENCIAS

Se requiere:

a) Establecer el tiempo de observación (si es posible siempre el mismo).

b) Definir la conducta.

c) Registrar cada vez que aparece la conducta en el periodo de tiempo

establecido.

d) Anotar el total de las conductas.

A veces, la conducta de Paco de decir tacos se incrementa cuando juega con su

primo Luis, cuando sabe que la abuela le está escuchando o cuando su hermano

mayor está presente, pero se reduce drásticamente en presencia de su padre. Es

posible que no nos interese tanto saber cuántos tacos dice Paco al día (dado que el

número varía en función de las circunstancias), sino cuándo y en qué momentos los

dice. Para ello, emplearemos un registro de intervalos o de secuencias.

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e) Hallar la media (la suma total de conductas, dividida entre el número de

periodos de observación). Muy útil para ver la evolución.

Caso: Rubén duerme mal y llama a su madre por la noche constantemente. La madre

decide hacer un registro a lo largo de una semana.

Registro:

Día Veces Total Observaciones

Lunes + + + + + + + + + 9 Se acostó temprano.

Martes + + + + + 5 Tuvo entrenamiento de fútbol.

Miércoles + + + + + + + + + + 10 Durmió siesta.

Jueves + + + + 4 Entrenamiento de fútbol.

Viernes + + + + + + 6 No durmió siesta.

Sábado + + + + + + + + 8 Durmió siesta.

Domingo + + + + + + + + + 9 Durmió siesta.

Media semanal 7,2

REGISTRO DE DURACIÓN

Se requiere:

a) Establecer el periodo de observación.

b) Definir la conducta.

c) Anotar la duración de cada una de las conductas que aparezcan en el

periodo de observación.

d) Hallar la duración total de la conducta.

e) Hallar la media.

Caso: Paula tarda mucho en comer. Juega con la comida, molesta a su hermano y lo

tira todo cuando se cansa. Los padres intentan que coma sola, pero por no dejarla sin

comer, terminan por dárselo ellos.

Días Comida Cena Total

Lunes 14:45-16h. = 1´ 15´´ 20:25-21:15h. = 50´´ 2´ 05´´

Martes 14:50-16h. = 1´ 10´´ 20:20-21:20h. = 1´ 2´ 10´´

Miércoles 14:45-15:45h. = 1´ 20:25-21:10h. = 45´´ 1´ 45´´

Jueves 14:45-15:40h. = 55´´ 20:20-20:55h. = 35´´ 1´ 30´´

Viernes 14:50-15:34h. = 45´´ 20:30-21:05h = 35´´ 1´ 20´´

Media semanal 1´ 46´´

REGISTRO DE SECUENCIAS

En ocasiones, nos interesa saber bajo qué circunstancias se dan o no las conductas y

por qué ocurre así. En estos casos lo más adecuado es hacer un registro de secuencias

en el que anotaremos qué pasa antes y después de que se de la conducta del niño.

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Una vez definida la conducta, anotaremos los antecedentes y consecuencias de la

misma cada vez que aparezca.

Caso: Adrián está en 3º de Primaria y tarda mucho en hacer los deberes. Sus padres le

castigan pero parece no importarle. Adrián es poco autónomo y necesita de la

supervisión de sus padres para hacer las tareas, aunque en ocasiones, si quiere, los

hace en poco tiempo.

Día Antecedentes Conducta Consecuencias

Lunes Merienda y ve la

televisión 45´

Tarda en hacer los

deberes 2 horas.

No ve la TV el resto de la

tarde.

Martes Merienda. Hace los deberes en

una hora.

Entrenamiento.

Miércoles Merienda y se entretiene

jugando en el parque.

Hace los deberes en

2 horas y media.

Cena y se va a la cama.

Jueves Merienda y se le advierte

que si se tira 2´ haciendo

deberes estará castigado

sin TV.

Hace los deberes en

2 horas.

No tiene TV.

Viernes Merienda y remolonea.

Se le amenaza con

quitarle la consola el fin

de semana.

Tarda 2´ 15´´ en

hacer la tarea.

Castigado sin consola,

aunque le dejamos ver la TV

porque se pone muy

pesado.

Media semanal 1´ 48´´

CONSECUENCIAS DE LAS CONDUCTAS: EL PREMIO Y EL CASTIGO

Una parte muy importante de las conductas que emitimos los humanos está

controlada por las consecuencias que esas conductas provocan en el medio. Este

condicionamiento entre comportamiento y consecuencia es un principio básico del

aprendizaje humano.

Existen dos formas básicas de controlar el comportamiento:

- Con reforzadores o premios, cuando nuestro comportamiento es adecuado.

- Con castigos, cuando nuestro comportamiento es inadecuado.

Muchas veces se amenaza a los hijos pero ninguna medida se llega a cumplir. Otras

veces no se les elogia lo que han hecho bien, perdiendo así la posibilidad de que este

comportamiento adecuado se repita.

Tipos de reforzadores y de castigos:

Las consecuencias positivas que siguen a una conducta reciben el nombre de

reforzadores, dado que ayudan a reforzar y fortalecer la conducta. Si reforzamos la

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conducta ésta se mantendrá, por el contrario, si no reforzamos la conducta, ésta

desaparecerá. Tipos:

Cuando la conducta va seguida de un premio, ya sea material, de actividad

(ver la TV, salir al parque...) o social (sonrisa, abrazo…). Estos reforzadores

reciben el nombre de refuerzo positivo.

Cuando la conducta de una persona elimina o reduce una situación

desagradable previa, hablamos de refuerzo negativo.

Regla 1. Si queremos que una conducta se aprenda rápidamente, hay que hacer que

sus consecuencias (positivas y agradables) se den siempre o casi siempre, de la misma

manera (e inmediatamente después de la respuesta). O bien que con ella se evite algo

desagradable.

Otra forma de controlar la conducta, pero totalmente contraria a la anterior, es la que

se realiza a través de consecuencias negativas.

Un castigo supone que una conducta va seguida de una consecuencia aversiva o

desagradable. Y por lo tanto las conductas decrecen en frecuencia, intensidad y

duración.

Cuando a la conducta le sigue una consecuencia desagradable, se llama

castigo positivo.

Cuando la conducta de la persona tiene como consecuencia que se le retira

algo agradable, se considera castigo negativo.

Regla 2. Si queremos que una conducta desaparezca rápidamente, debe ir siempre

seguida por consecuencias desagradables para la persona, o bien, retirada de

privilegios.

Ejemplo: Cuando damos al interruptor, la luz se enciende. Las personas hemos aprendido que cuando apretamos el interruptor, obtenemos la luz que queremos.

Ejemplo: Cuando nos duele la cabeza nos tomamos una aspirina para que se nos pase. La experiencia previa nos ha enseñado que tomándonos cierta pastilla se pasa la sensación desagradable.

Ejemplo: Cuando meto los dedos en el enchufe, me llevo una descarga que me provoca dolor, así que procuro no volver a meter los dedos. Hemos aprendido que meter los dedos en el enchufe puede ser algo doloroso.

Ejemplo: Cuando cometo una infracción de tráfico, me ponen una multa y me retiran unos puntos del carnet. Conduciendo bien evitaremos el castigo.

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Ahora que conocemos mejor lo que son los refuerzos y los castigos, nos detendremos

en los refuerzos, verdaderos causantes del cambio conductual. Dentro de los refuerzos

positivos podemos encontrarnos con los siguientes tipos:

o Reforzadores de actividad

o Reforzadores generales o refuerzos moneda (dinero, puntos o fichas…).

o Reforzadores materiales o de repuesto (cosas inmediatamente tangibles,

valoradas por sí mismas)

o Recompensas primarias (alimentos y bebidas).

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o Refuerzos o reforzadores sociales

Condiciones necesarias para la administración del refuerzo positivo

1. Los refuerzos deben darse inmediatamente después de la conducta o mientras

ésta ocurre; fundamentalmente si los niños son pequeños y en los primeros pasos

del aprendizaje. Las promesas de refuerzos futuros (bicicleta al final de curso…)

son pocos eficaces. (Cuando no tenemos el objeto del premio, los puntos, fichas o

dinero dados de inmediato son eficaces como sustitutivo).

2. Los refuerzos deben ser cosas que verdaderamente gusten o interesen a la

persona que los recibe. Lo que sirve en un caso puede ser inútil en otro. Ningún

reforzador tiene valor absoluto: un caramelo, un juguete, salir al recreo, una

caricia.... no son sin más refuerzos. El carácter reforzador de cada uno de estos

elementos lo definimos al comprobar que la conducta a la que siguen se repite, se

reafirma.

Para cada persona los premios son distintos. Conviene hacer una lista de cosas

que sepamos que son recompensa para el niño de un modo específico: qué tipo

de alimentos y golosinas, qué tipo de elogio, de juego o actividad… en definitiva,

cosas que de verdad le motiven. Del mismo modo, establecer, claramente,

cuándo le vamos a dar puntos o cuántos puntos requiere para conseguir las

recompensas que espera alcanzar.

3. Estos refuerzos deberán conseguirse por la conducta concreta que deseamos que

aprenda habitualmente. No "regalárselos" sin haberlos ganado él.

4. Siempre que sea posible debemos utilizar: Refuerzos sociales y de actividad.

5. Hemos de evitar caer en el error de saciar al niño con la aplicación repetitiva y

monótona de la misma recompensa. Por ello, es importante el establecimiento de

un menú variado de refuerzos. Los refuerzos sociales son muy eficaces (la atención,

el afecto, el que nos hagan caso… es la mejor recompensa y a todos nos gusta),

son fáciles de usar y en cualquier momento. No obstante, pueden llevar a la

saciedad cuando se dispensan en exceso, conviene usar distintos tipos de elogios y

alabanzas (no siempre la misma frase).

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6. Para que un niño aprenda a comportarse de manera adecuada le reforzaremos la

conducta adecuada, pero no la contraria. Si queremos que Antonio coma solo, le

prestaremos atención y le elogiaremos cuando esté comiendo solo, pero no le

prestaremos atención cuando no coma, se distraiga o pida que le demos de

comer. No hay que reforzar inadvertidamente las conductas inadecuadas: a veces

dedicamos mucha atención a las conductas molestas e inadecuadas

(razonamientos, amenazas, etc., intentando convencer a nuestros niños que no

deben comportarse así). Nuestros sermones son refuerzos positivos, atención, que

están reafirmando las conductas que queremos corregir. Otras veces, al elogiar

una conducta positiva cometemos el error de, a la vez, recordar o mencionar

conductas inadecuadas pasadas.

Diferencia entre el castigo y las consecuencias lógicas.

“El tiempo fuera”, “el coste de respuesta” y “la sobrecorrección” son consecuencias

lógicas (han sido establecidas previamente, se aplican con calma, y están

relacionadas con la conducta que se quiere modificar), cosa que no ocurre con el

castigo clásico:

- El castigo expresa el poder de la autoridad personal (“Me tienes harto, y te vas a

enterar quien manda aquí”); las consecuencias expresan la realidad del orden

social (hacen referencia a las normas).

- El castigo suele ser arbitrario; una consecuencia lógica siempre se relaciona

directamente con el comportamiento inadecuado.

- El castigo personaliza e implica un juicio moral; las consecuencias son

impersonales y no implican juicios morales.

- El castigo es humillante; las consecuencias permiten alternativas.

Serán castigos: Palabras ofensivas: “Eres más tonto…”, “Te voy a dar…”; bofetadas,

encierros en lugares amenazantes; burlas e ironías…

… Todo ello consigue, a veces, la desaparición momentánea de la conducta

problemática, sobre todo si ese castigo se administra de forma intensa e

inmediatamente después de la conducta.

Inconvenientes y desventajas del castigo

Puede ocasionar daños físicos y morales: si cuando le castigan saca la conclusión

de que no le quieren, que estorba en casa, que no hace nada bien, que “es

malo”… se vuelve inseguro, angustiado, huidizo… sufre mucho.

El niño aprende a castigar, aprende a agredir (provoca agresividad en el

castigado: contra el que castiga, contra iguales, contra otras cosas…).

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Las relaciones entre castigante y castigado se deterioran (se tiende a escapar de

la persona que castiga y de ese lugar).

Puede funcionar como reforzador positivo: el niño consigue atención (“Me han

regañado por gritar, pero al fin me hicieron caso”).

Sólo funciona mientras está presente el castigador y tiene un efecto pasajero: el

efecto de algunos castigos sobre la conducta inadecuada es transitorio; la

suprime de momento, pero el niño la vuelve a repetir una y otra vez. Esto

ocasiona una mayor frecuencia y dureza del castigo y un “acostumbramiento”

del niño y del adulto al mismo, pero sin modificar de modo permanente su

conducta.

No enseña a construir conductas nuevas adecuadas: el castigo puede suprimir

conductas inadecuadas, pero por sí solo no sirve para construir un repertorio de

conductas adecuadas.

Ahora vamos a ver distintos estilos educativos que pueden darse en cualquier familia.

Estilos Educativos

Han sido clasificados en tres tipos básicos:

- Estilo permisivo: Caracterizado por ser poco punitivo, deja al niño a regular su

actividades como el desee, no se les pide obediencia, se le anima a que siga su

criterio sin restricciones psicológicas ni conductuales.

- Estilo autoritario: Contrariamente al estilo permisivo, se controla, evalúa el

comportamiento del niño con respecto a unas normas de conducta. La

obediencia es valorada positiva en sí misma. Favorece las medidas punitivas y

valora la autoridad y la tradición como elementos fundamentales de la

educación.

- Estilo democrático: Se dirigen las acciones del niño, aunque de forma racional y

hablando con el niño. Al mismo tiempo que se valora la autonomía se realiza un

control firme y reconocimiento de sus particularidades. Se admite que este estilo es

el que mejor predice la confianza padres/hijos, así como la adaptación social

positiva.

Se han relacionado los anteriores estilos educativos con diferentes modalidades de

cuidados parentales que estarían especialmente asociados con los problemas de

conducta:

- Reforzamiento coercitivo o Modelo de Patterson: Episodios de reforzamiento

negativo ante las desobediencias del niño. Los padres terminan por quitar aquello

que disgusta al niño.

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- Castigos excesivamente duros: se encuentran de forma constante como factores

de riesgo de los problemas de conducta.

- Actitud parental positiva y activa: Se considera que previenen los problemas de

conducta incluso en situaciones de adversidad psicosocial.

Estos estilos educativos son muy diferentes unos de otros, y en la realidad no solemos

encontrarnos con uno u otro tan claramente, sino que se pueden tener peculiaridades

de cada uno de ellos. Sea como fuere, algunos de los principales errores que, con más

frecuencia, debilitan y disminuyen la autoridad de los padres, son:

La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene

conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. No sabe si se puede rayar

en las paredes o no. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien

o lo que está mal. El dejar que se ponga de pie encima del sofá porque es

pequeño, por miedo a frustrarlo o por comodidad es el principio de una mala

educación. Un hijo que hace "fechorías" y su padre no le corrige, piensa que es

porque su padre ni lo estima ni lo valora. Los niños necesitan referentes y límites

para crecer seguros y felices.

Ceder después de decir no. Una vez que usted se ha decidido a actuar, la

primera regla de oro a respetar es la del no. El no es innegociable. Nunca se

puede negociar el no, y éste suele ser el error más frecuente y que más daño

hace a los niños. Cuando se vaya a decir no al hijo, hay que pensarlo bien,

porque no hay marcha atrás. Si le has dicho a tu hijo que hoy no verá la

televisión, porque ayer estuvo más tiempo del que debía y no hizo los deberes, su

hijo no puede ver la televisión aunque le pida de rodillas y por favor, con cara

suplicante, llena de pena, otra oportunidad.

En cambio, el sí, sí se puede negociar. Si piensas que el niño puede ver la

televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuanto rato.

El autoritarismo. Es el otro extremo del mismo palo que la permisividad. Es intentar

que el niño haga todo lo que el padre quiere anulándole su personalidad. El

autoritarismo sólo persigue la obediencia por la obediencia. Su objetivo no es

una persona equilibrada y con capacidad de autodominio, sino hacer una

persona sumisa, esclavo sin iniciativa, que haga todo lo que dice el adulto. Es tan

negativo para la educación como la permisividad.

Falta de coherencia. Ya hemos dicho que los niños han de tener referentes y

límites estables. Las reacciones de los padres han de ser siempre dentro de una

misma línea ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo

menos posible en la importancia que se da a los hechos. Si hoy está mal rayar en

la pared, mañana, también.

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Igualmente es fundamental la coherencia entre el padre y la madre. Si el padre

le dice a su hijo que se ha de comer con los cubiertos, la madre le ha de apoyar,

y viceversa. No debe caer en la trampa de: "Déjalo que coma como quiera, lo

importante es que coma".

Gritar. Perder los estribos. A veces es difícil no perderlos. De hecho todo

educador sincero reconoce haberlos perdido alguna vez en mayor o menor

medida. Perder los estribos supone un abuso de la fuerza que conlleva una

humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, a todo se

acostumbra uno. El niño también a los gritos a los que cada vez hace menos

caso. Al final, para que el niño hiciera caso, habría que gritar tanto que ninguna

garganta humana está concebida para alcanzar la potencia de grito necesaria

para que el niño reaccionase.

No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que

cuanto más promete o amenaza un padre menos cumple lo que dice. Cada

promesa o amenaza no cumplida es un girón de autoridad que se queda por el

camino. Las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir fáciles de aplicar.

Un día sin tele o sin salir, es posible. Un mes es imposible.

No negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad.

Supone autoritarismo y abuso de poder, y por lo tanto incomunicación. Un

camino ideal para que en la adolescencia se rompan las relaciones entre los

padres y los hijos.

No escuchar. Muchos padres se quejan de que sus hijos no los escuchan. Y el

problema es que ellos no han escuchado nunca a sus hijos. Los han juzgado,

evaluado y les han dicho lo que habían de hacer, pero escuchar... no.

Exigir éxitos inmediatos. Con frecuencia, los padres tienen poca paciencia con

sus hijos. Querrían que fueran los mejores... ¡ya!. Con los hijos olvidan que nadie

ha nacido enseñado. Y todo requiere un periodo de aprendizaje con sus

correspondiente errores. Esto que admiten en los demás es difícil de levar cuando

se trata de sus hijos, en los que sólo ven las cosas negativas y que, lógicamente,

"para que el niño aprenda" se las repiten una y otra vez.

Sin embargo, una vez que sabemos lo que hemos de evitar, algunos consejos y "trucos"

sencillos pueden aligerar este problema, ofrecer un desarrollo equilibrado a los hijos y

proporcionar paz a las personas y al hogar. Estos consejos sólo requieren, por un lado,

el convencimiento -muy importante- de que son efectivos y, por otro, llevarlas a la

práctica de manera constante y coherente.

Éstas serán actuaciones concretas y positivas que ayudan a tener prestigio y autoridad

positiva ante los hijos:

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Tener unos objetivos claros de lo que pretendemos cuando educamos. Es la

primera condición sin la cual podemos dar muchos palos de ciego. Estos

objetivos han de ser pocos, formulados y compartidos por la pareja, de tal

manera que los dos se sientan comprometidos con el fin que persiguen.

Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces, papel y lápiz para precisarlos

y no olvidarlos. Además deben revisarse si sospechamos que los hemos olvidado

o ya se han quedado desfasados por la edad del niño o las circunstancias

familiares.

Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale decir "sé bueno",

"pórtate bien" o "come bien". Estas instrucciones generales no le dicen nada. Lo

que sí le vale es darle con cariño instrucciones concretas de cómo se coge el

tenedor y el cuchillo, por ejemplo.

Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos dado las instrucciones concretas y

claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo

mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Son cosas nuevas para él y

requiere un tiempo y una práctica guiada.

Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace

bien y pasando por alto lo que hace mal. Pensemos que lo que le sale mal no es

por fastidiarnos, sino porque está en proceso de aprendizaje. Al niño, como al

adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan.

Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras

y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les

confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga

la cama si él no la hace nunca.

Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad

positiva supone que el niño tenga confianza en los padres. Es muy difícil que esto

ocurra si el padre no da ejemplo de confianza en el hijo.

Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su

actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo.

Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya

sabe qué ha de hacer, y no lo hace, actúe consecuentemente y aumentará su

autoridad.

Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El

reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad

al niño/a y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los

errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos

evitar. Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia.

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Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o

totalmente ineficaces. Todo depende de dos factores: el amor y el sentido común.

El amor por un hijo supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, tanto para los

padres como para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan

un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.

El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento

preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación

en concreto.

Sin embargo, con unas buenas pautas no siempre basta para corregir la conducta, de

modo que, vamos a conocer algunas de las técnicas más usuales para modificar la

conducta.

TÉCNICA DE MODELADO O ENSEÑANZA POR MODELOS

Consiste en dar la oportunidad al niño de observar en una persona significativa para él

la conducta nueva que se desea conseguir.

Una de las circunstancias antecedentes que más influyen en lo que los niños hacen,

piensan y sienten son los ejemplos que observan en los demás niños, en sus padres, en

sus maestros o los modelos simbólicos (películas, cuentos, historias contadas). Si

queremos ayudarles de manera efectiva, además de ser adecuados dispensadores

de refuerzos positivos, tenemos que convertirnos en modelos o referentes apropiados

para ellos, “predicando con el ejemplo”.

Los niños aprenden a hacer, sentir y pensar más bien aquello que ven y oyen que

aquello que les ordenamos que hagan. Así suele ocurrir cuando les decimos a gritos

que hablen en voz baja, cuando les pedimos que nos escuchen y nosotros no les

escuchamos, cuando les prohibimos que peguen a los demás mientras les estamos

dando unos azotes; cuando les decimos que sean optimistas y que se animen mientras

nosotros lo vemos todo muy negro…

El aprendizaje por imitación es más eficaz cuando:

- El niño está muy atento al modelo, reproduce mentalmente lo observado y lo

revive después intensamente.

- Cuanto más cordiales y afectuosas sean las relaciones entre el modelo y el niño.

- El modelo recibe recompensas por la conducta que realiza (se le refuerza

positivamente, alabándola, a la persona que le sirve de ejemplo).

- El niño recibe reforzamiento por sus conductas imitativas.

- La enseñanza por modelos unida al reforzamiento positivo dado al niño por imitar

lo que le mostramos es una estrategia especialmente eficaz cuando queremos

que un niño aprenda una conducta nueva. Si esa conducta es compleja

tenemos que dividirla en conductas más simples o metas más cortas e ir

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reforzando al niño a medida que va consiguiendo imitar al modelo en

aproximaciones sucesivas. Además de para la adquisición de nuevas conductas,

se puede utilizar también para la supresión de conductas inapropiadas o como

forma de suprimir miedos o fobias, al observar un modelo de comportamiento

adecuado.

Las aproximaciones sucesivas consiste en descomponer el objetivo que deseamos

conseguir en varias conductas o aprendizajes intermedios (dividirla en conductas más

simples o metas más cortas), de manera que dicho aprendizaje pueda ir sucediéndose

paso a paso.

Para enseñar por moldeamiento es necesario respetar los siguientes pasos:

1. Definir muy concretamente el objetivo final.

2. Desmenuzar dicho objetivo en conductas más simples.

3. Partir de lo que el niño ya sabe hacer.

4. Al principio, prestar la ayuda que sea preciso (verbal, física, señales, el

ejemplo…), e irla retirando progresivamente.

5. Reforzar cualquier avance, por mínimo que parezca. Reforzar conductas

sencillas que supongan un camino a conductas más complejas.

Ejemplo de secuenciación en pasos de una conducta: Lavarse las manos.

La conducta objetivo elegida se descompone en los siguientes pasos:

1. Arremangarse las mangas.

2. Abrir el grifo.

3. Coger el jabón y enjabonarse.

4. Dejar el jabón.

5. Aclararse.

6. Cerrar el grifo.

Nota: A su vez, cada uno de estos pasos lo podemos subdividir en varios subpasos o

peldaños (de menos a más dificultad, y de más ayuda a menos).

TÉCNICA DE LA EXTINCIÓN (RETIRADA DE LA ATENCIÓN)

Una conducta que no va seguida de consecuencias agradables, cada vez se

produce menos, hasta extinguirse.

Ignorar totalmente, no prestar atención a la conducta inadecuada de un niño es una

forma de extinción. Hay que actuar como si la conducta que se quiere suprimir no

hubiera ocurrido, para que el niño comprenda que actuando de ese modo ya no

obtiene la recompensa de nuestra atención. La suspensión del reforzamiento debe ser

completa (no hacer ni caso, no inmutarse ni una sola vez, no realizar gesto ni

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comentario alguno… pues basta un gesto, una mirada o un comentario para que el

niño logre su objetivo de llamar la atención y se refuerce esa conducta).

Antes de aplicarse debe realizarse un cuidadoso examen, minucioso y detallado para

identificar los posibles reforzadores o consecuencias que pudieran estar manteniendo

una conducta problema. Se trata de retirar la atención a esas conductas (mirando a

otra parte, marchándonos a otro lugar…). Recordemos que sermonear, gritar, poner

cara de desaprobación mirando al niño, etc. son modos de prestar atención y, por

tanto, de reforzar conductas que no deseamos.

Será más efectivo cuando se preste atención positiva a otras conductas alternativas a

la que se quiere eliminar. Es decir, hay que ignorar las conductas negativas y reforzar

otras conductas del niño que son positivas. A veces reforzamos poco las conductas

adecuadas (damos por sentado que los niños las deben emitir): es importante no

olvidar atender, premiar, reforzar las conductas positivas y los aprendizajes ya

establecidos.

Tener en cuenta que al principio es muy probable que se produzca un aumento de las

conductas negativas (como si el niño no acabara de creerse que con sus conductas

perturbadoras no logra la atención).

A fin de que la técnica de ignorar las conductas no deseadas resulte mucho más

eficaz es muy conveniente reforzar, prestar atención, a las conductas positivas. Se

trata de recompensar otras conductas incompatibles con la que se va a suprimir:

a) Debemos estar atentos a “sorprender” y reforzar a nuestros hijos cuando

muestren conductas positivas o contrarias a aquellas que queremos eliminar.

b) También los padres podemos favorecer y ponerle en situaciones de prácticas

positivas, favoreciendo que el niño practique durante periodos de tiempo

determinados conductas que son físicamente incompatibles con la conducta

inapropiada. Se le asocia advertencia verbal. Por ejemplo, si un niño realiza

encargos que le hacemos y se lo reforzamos… es más improbable que se

dedique a tener rabietas.

Haz ahora una lista de varias conductas positivas y competentes que realiza durante el

día tu hijo y trata de dedicar, a partir de hoy, más tiempo a “pillarle” en ellas y a

reforzarlas, en vez de atender a las conductas inadecuadas. Los resultados pueden ser

sorprendentes. ebemos reforzar sus conductas positivas sin añadir reproches o

comentarios sobre la conducta inadecuada (como cuando decimos: “Hoy estás muy

bien, si no fuera por lo que me haces sufrir otras veces…”)

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TÉCNICA DE AISLAMIENTO (o tiempo fuera)

La mayoría de las técnicas de modificación de conducta no son nuevas. La del

aislamiento (tiempo fuera, mandar al rincón, poner de cara a la pared o fuera de

juego) lleva mucho tiempo utilizándose. Se utiliza cuando, aun conociendo el

reforzador que mantiene la conducta, no podemos suspender su administración

(cuando es difícil ignorar la conducta del niño, bien porque “el prestar atención” o “no

prestar atención” no depende de nosotros – atención de otros niños – o bien porque

existe la necesidad de su interrupción inmediata - ej.: agresión a otro niño -). En estos

casos puede ser muy útil sacar al niño de la situación donde muestra su conducta y

trasladarle a un lugar donde no exista la posibilidad de obtener reforzamiento.

Hay algunas condiciones para usar esta técnica correctamente:

- Haberle explicado al niño previamente las reglas de estar en el rincón o de cara a

la pared. En un momento tranquilo antes de tener que usar esta técnica, se debe

decir al niño que se le mandará al rincón si continúa desobedeciendo. Explíquele

que esto le ayudará a romper con este hábito.

- Al principio se debe aplicar el mandarle al rincón solamente para un

comportamiento. Cuando haya cambiado dicho comportamiento, úselo para

otro. Si se usa para muchos comportamientos incorrectos al mismo tiempo, el niño

se confundirá, preguntándose por qué está en el rincón en ese momento. Además,

el tiempo en el rincón, como cualquier técnica de castigo, pierde su eficacia al

utilizarla demasiadas veces.

- Elegir cuidadosamente el rincón o fuera de juego. Para que la técnica sea eficaz,

el niño tiene que sentir que le falta algo mejor de lo que está experimentando en el

rincón. Por lo tanto, el lugar debe ser un sitio aislado y aburrido. Un “rincón de

meditación o para reflexionar” puede ser cualquier lugar de la casa que no sea

interesante o que esté apartado de la zona principal de la actividad familiar. El

lugar en sí tiene menos importancia que el hecho de que el niño prefiera estar en

otro sitio. Si el niño quiere ver un programa de TV, jugar con su hermano o montar

en bici, incluso una habitación llena de juguetes es un buen lugar para funcionar

como rincón.

- Hay cuatro formas básicas de aplicar el aislamiento: colocarle de cara a la pared,

mandarle a un rincón sin estímulos de la habitación en la que estamos, colocarlo

en otra habitación, e incluso puede ser suficiente retirar el material que le gusta

hasta que cese la conducta.

- El traslado debe ser inmediato a que ocurra la conducta inadecuada y debe

hacerse con calma y firmeza: sin gritos, sin mostrar irritación, y sin agresión, y

anunciando el objetivo y tiempo que durará (“Cuando dejes de gritar y estés

tranquilo, podrás salir del cuarto”). No es un castigo ni una venganza; no se trata

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de descargar un momento de enfado nuestro. Recordar que lo importante es que

no se le dé atención al niño cuando se aplica el aislamiento (nada de sermones…)

y que él no encuentre tampoco otros estímulos o recompensas.

- Asignar un tiempo máximo para el rincón según la edad del niño. Largos periodos

de tiempo en una habitación resultan inútiles, ya que provocan resentimientos en

el niño y no mejoran el comportamiento. Un periodo de apartamiento corto

normalmente funciona bien y dura sólo pocos minutos. Un niño no debe estar en el

rincón nunca más minutos de los años que tiene; para un niño de 5 años estar 5

minutos sin hacer nada es un largo periodo de tiempo. Interrumpe su actividad,

pero al mismo tiempo le proporciona la oportunidad de serenarse y de dejar de

hacer aquello por lo cual ha sido enviado al rincón.

- Añada minutos si hay resistencia. Un periodo de tiempo corto también da ventaja

a los padres. Si se tienen dificultades para poner al niño en el rincón o para

mantenerlo allí, se debe añadir un minuto de tiempo por cada instante de

resistencia. Si el niño se niega a ir al rincón, se le debe llevar allí y decirle: “Ahora es

un minuto más”. Vigílele si es necesario. Si se va sin permiso, se le debe volver a

llevar y castigarle con otro minuto. Intente no sobrepasar las tres penalizaciones de

un minuto, ya que en esta etapa será más eficaz añadir otra consecuencia.

- Añadir consecuencias de apoyo para la resistencia excesiva. Si se llega a un punto

en el que es necesario un apoyo para las palabras y acciones paternas, se puede

informar al niño de que, si no cumple su tiempo en el rincón, perderá su juguete

favorito o un privilegio durante unos días. Sea consecuente con ello. A menudo, la

resistencia se hará menor al saber que existe una consecuencia de apoyo.

- Puede ser útil utilizar el reloj de la cocina (controlar los minutos que pasan con el

reloj de pared). Dígale al niño cuanto tiempo debe quedarse en el rincón y que

cuando pase el tiempo y se le avise (o suene el timbre) puede regresar si se ha

tranquilizado. Si se ha añadido tiempo, volver a poner el minutero. Si todavía no se

ha tranquilizado cuando se haya cumplido el tiempo, no permita que se vaya

hasta que se haya controlado.

- No permitir que el tiempo fuera de juego (en el rincón) se convierta en una manera

de evitar responsabilidades. Cuando el tiempo se cumpla se debe hacer que el

niño haga lo que se le pidió que hiciera antes de comenzar el tiempo fuera de

juego o que adopte el comportamiento apropiado. Esto también funcionará mejor

cuando el niño esté desando reintegrarse en la actividad de la que ha estado

privado.

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ADVERTENCIA DE TIEMPO LIMITADO

Ante conductas exigentes o amenazas (por ej., que el niño quiera coger

insistentemente algo que se le ha prohibido), los padres pueden intentar responder

ignorando la conducta (no mirando ni siquiera la niño y haciendo otras cosas). No

obstante, si la exigencia o amenaza continúa, se le puede hacer una advertencia y

poner un tiempo límite para que deje de producirse esa conducta: “Ya sabes la regla:

espero que empieces a obedecer antes de un minuto o te quedarás sin ver la tele esta

tarde”. Los padres han enunciado tres cosas que el niño tiene que saber: la regla, el

límite de tiempo y las consecuencias. Durante el tiempo concedido al niño para que

reflexione, el progenitor ignora la conducta del niño y da recompensas sociales, así

como proximidad física a su hermano si se está portando bien; pero deberá evitar

decir: “ Luis, me alegro de que tú sepas jugar portándote bien y obedezcas, no como

hacen otros”. Este último tipo de comentario debe evitarse, porque incrementa la

confrontación y constituye un refuerzo a su conducta inadecuada.

Si el niño finalmente obedece, aunque sea en el último momento del plazo dado, no

le pasará nada, y se le reforzará el hecho de haber obedecido (“Muy bien, me alegro

de que lo hayas comprendido”); si no obedece, se le aplicará la sanción anunciada.

Algunas veces hace falta una cierta flexibilidad al definir qué es lo que constituye la

reiteración de la exigencia o la amenaza (los murmullos en voz baja y las referencias

indirectas por parte del niño deberán ser ignoradas en general).

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RECUERDA…

1. El comportamiento (lo que el niño piensa, siente y hace) y los problemas de

comportamiento se aprenden.

2. La manera más eficaz de cambiar el comportamiento de un niño es cambiar el

modo de actuar y reaccionar de los que le rodeamos.

3. La observación y la descripción clara y precisa de las conductas es un método

muy necesario para comprender el comportamiento de nuestros hijos y para

conocer qué cambios debemos introducir en la situación y en nuestros propios

comportamientos para ayudarles a cambiar.

4. Sólo intervenimos eficazmente en los problemas de conducta de nuestros hijos si

adoptamos una actitud serena y pensando en las alternativas de cambio.

5. Debemos prestar atención a sus comportamientos positivos, y no a los negativos.

6. Predicar con el ejemplo: recordar que nuestros hijos imitan nuestro modo de

pensar, sentir y actuar. Importancia de ser modelos de calma y autocontrol,

transmitirles confianza y autoestima. No culpabilizarnos ni abrumarnos (propiciar

situaciones gratificantes y lúdicas, tanto para los niños como para los propios

padres).

7. Necesidad de concretar: normas (pocas y claras), explicar las consecuencias,

establecer claramente las ayudas (físicas, verbales y gestuales) que se van a

proporcionar…

8. Utilizar los intereses del niño como elementos motivadores para cumplir las normas

(como premios y castigos).

9. Coherencia y coordinación. Es fundamental: El acuerdo entre los padres, el

acuerdo y la coordinación entre los padres y el colegio (en los objetivos, las

ayudas, la gradación y las consecuencias aplicadas), reaccionar siempre de la

misma forma ante una conducta.

Bibliografía:

- C. Larroy García (2010). Mi hijo no me obedece. Soluciones realistas para

padres desorientados. Madrid: Pirámide.

- Web: solohijos.com file:///H:/Charla%20padres%20Salda%C3%B1a%202011-

12/autoridad%20positiva%20y%20l%C3%ADmites/la%20autoridad%20positiva.ht

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