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1 El Cantar de los Cantares LOS LIBROS SAPIENCIALES Y POÉTICOS La Biblia hebrea presenta, después de la ley y los profetas (véase Introducción a la Biblia ), la sección llamada los escritos (heb. ketubim ). Forman parte de ella obras de diversos géneros literarios: hay libros narrativos e históricos ( Rut, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester ), proféticos ( Daniel ), y poéticos ( Salmos, Cantar de los cantares, Lamentaciones, Job, Proverbios y Eclesiastés ). En realidad, en esos libros los géneros literarios se entremezclan: Muchas secciones de los libros proféticos tienen características poéticas (cf. Is 4055, joya poética de la literatura del antiguo medio Oriente), al igual que algunas secciones del Pentateuco (cf. Gn 49.2-27; Ex 15.2-18,21; sobre las características de la poesía hebrea, véase Introducción a los Salmos [2]). Entre los textos narrativos hay relatos proféticos (en 1 y 2 R se encuentra la historia de Elías y Eliseo, y, además, se mencionan a otros profetas). En la literatura poética también se mezclan diversos géneros de literatura (véase Introducción a los Salmos [3]). Entre ellos, ocupa un lugar destacado el sapiencial ( del latín “sapientia”, que significa“sabiduría”), representado por los libros de Job, Proverbios y Eclesiastés, además de algunos salmos y algunas secciones de otros libros. La sabiduría que tratan de inculcar estos escritos didácticos tiene un carácter eminentemente práctico. Lo más importante es saber vivir, es decir, comportarse como es debido en las distintas circunstancias de la vida y desempeñar de manera correcta la función que le corresponde a cada uno dentro de la comunidad. Así como el buen artesano posee la “sabiduría” manual que le permite trabajar la madera, forjar los metales, engastar piedras preciosas o tejer bellas telas (cf. Ex 35.31-35), también el sabio tiene la habilidad, la agudeza y las cualidades necesarias para afrontar con éxito todas las contingencias de la vida. Esta sabiduría es don de Dios y fruto de la experiencia y la reflexión. Para actuar sabiamente es preciso tener una noción clara del mundo en que se vive, y la experiencia cotidiana es una fuente inagotable de sabiduría para el que tiene los ojos abiertos y no se complace en su ignorancia. Por eso, el sabio observa la realidad, juzga lo que ve y comunica a sus discípulos lo que le enseña la experiencia. Para trasmitir su enseñanza, los sabios recurren con frecuencia al proverbio o refrán, que suele presentar dos formas distintas: la amonestación y la sentencia. Esta última describe brevemente un hecho experimentable, algo que todo el mundo puede comprobar. Tales sentencias hacen ver las cosas como son, sin pronunciar ningún juicio moral (como ejemplos de las mismas, cf. Job 28.20; 37.24; Pr 10.12; 14.17; Ec 3.17; Cnt 8.7). Las amonestaciones, en cambio, advierten a los discípulos sobre el camino que deben seguir,

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El Cantar de los

Cantares

LOS LIBROS SAPIENCIALES Y POÉTICOS

La Biblia hebrea presenta, después de la ley y los profetas (véase Introducción a la Biblia ), la sección llamada los escritos (heb. ketubim ). Forman parte de ella obras de diversos géneros literarios: hay libros narrativos e históricos ( Rut, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester ), proféticos ( Daniel ), y poéticos ( Salmos, Cantar de los cantares, Lamentaciones, Job, Proverbios y Eclesiastés ).

En realidad, en esos libros los géneros literarios se entremezclan: Muchas secciones de los libros proféticos tienen características poéticas (cf. Is 40–55, joya poética de la literatura del antiguo medio Oriente), al igual que algunas secciones del Pentateuco (cf. Gn 49.2-27; Ex 15.2-18,21; sobre las características de la poesía hebrea, véase Introducción a los Salmos [2]).

Entre los textos narrativos hay relatos proféticos (en 1 y 2 R se encuentra la historia de Elías y Eliseo, y, además, se mencionan a otros profetas).

En la literatura poética también se mezclan diversos géneros de literatura (véase Introducción a los Salmos [3]). Entre ellos, ocupa un lugar destacado el sapiencial (del latín “sapientia”, que significa“sabiduría”), representado por los libros de Job, Proverbios y Eclesiastés, además de algunos salmos y algunas secciones de otros libros.

La sabiduría que tratan de inculcar estos escritos didácticos tiene un carácter eminentemente práctico. Lo más importante es saber vivir, es decir, comportarse como es debido en las distintas circunstancias de la vida y desempeñar de manera correcta la función que le corresponde a cada uno dentro de la comunidad. Así como el buen artesano posee la “sabiduría” manual que le permite trabajar la madera, forjar los metales, engastar piedras preciosas o tejer bellas telas (cf. Ex 35.31-35), también el sabio tiene la habilidad, la agudeza y las cualidades necesarias para afrontar con éxito todas las contingencias de la vida.

Esta sabiduría es don de Dios y fruto de la experiencia y la reflexión. Para actuar sabiamente es preciso tener una noción clara del mundo en que se vive, y la experiencia cotidiana es una fuente inagotable de sabiduría para el que tiene los ojos abiertos y no se complace en su ignorancia. Por eso, el sabio observa la realidad, juzga lo que ve y comunica a sus discípulos lo que le enseña la experiencia.

Para trasmitir su enseñanza, los sabios recurren con frecuencia al proverbio o refrán, que suele presentar dos formas distintas: la amonestación y la sentencia. Esta última describe brevemente un hecho experimentable, algo que todo el mundo puede comprobar. Tales sentencias hacen ver las cosas como son, sin pronunciar ningún juicio moral (como ejemplos de las mismas, cf. Job 28.20; 37.24; Pr 10.12; 14.17; Ec 3.17; Cnt 8.7). Las amonestaciones, en cambio, advierten a los discípulos sobre el camino que deben seguir,

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y es fácil reconocerlas porque los consejos y exhortaciones se expresan con verbos en imperativo (cf. Pr 19.18; 20.13; Ec 7.21).

Otras formas en que los sabios trasmiten su mensaje son los poemas sapienciales (Pr 1–9), diálogos (Job 3–31), digresiones (características de Eclesiastés ), alegorías (Pr 5.15-19) y oraciones de alabanza (Sal 1; 73; 119).

Al comunicar los resultados de su experiencia, los sabios de Israel desean inculcar en sus discípulos (a quienes suelen llamar hijos, cf. Pr 1.8) la importancia de algunos aspectos prácticos de la vida: el dominio de sí mismo, especialmente al hablar (Job 15.5; Pr 12.18; 13.3; Ec 3.7); la dedicación al trabajo (cf. Job 1.10; Pr 12.24; 19.24; Ec 2.22) y la virtud de la humildad, que no es debilidad, sino lo contrario de la arrogancia y la excesiva confianza en sí mismo (Job 26.12; Pr 15.33; 22.4). También valoran la amistad sincera (Job 22.21; Pr 17.17; 18.24), condenan la mentira y el falso testimonio (Job 34.6; Pr 14.25; 19.5) y recomiendan la fidelidad conyugal (Pr 5.15-20). De modo muy especial, exhortan a ser generosos con los pobres (Job 29.12; 31.16; Pr 17.5; 19.17; Ec 5.8) y a practicar la justicia (cf. Pr 10.2; 21.3,15,21; 22.8). Si el discípulo sigue el consejo de su maestro, tendrá vida; la necedad (no tanto intelectual, sino, sobre todo, práctica) acarrea muerte (véase índice temático ).

Un problema característico que aborda la sabiduría es el de la retribución (cf. Job 34.11,33; Pr 11.31; 13.13), o sea, la forma en que serán recompensados los justos y castigados los pecadores (el sabio y el necio, figuras contrapuestas en esta literatura), según sus acciones. Proverbios sostiene un punto de vista más optimista que Job y Eclesiastés.

La razón del sufrimiento (Job 11; 22.23-30; 36.7-14; Pr 2; Ec 3.16-18; cf. Ro 11.33; 1 Co 2.6-16) y de la muerte (Job 33.9-30; 33.16-18; Pr 18.21; 24.11-12; Ec 8.8) son temas que siempre han inquietado a la humanidad; los sabios, por tanto, también han contribuido con sus importantes aportes, especialmente en Job y Eclesiastés.

En los escritos sapienciales no solo se escucha la voz de los sabios de Israel: algunas veces oímos la voz de los sabios de otros pueblos (véanse Pr 30.1 nota b; 31.1 n.). También la Sabiduría (personificada) habla e invita a recibir su enseñanza, que es un tesoro de incomparable valor (Pr 8.10-11). Como una ama de casa, ha preparado un banquete y quiere que todos sean sus comensales (cf. Pr 9.1-6). Frente a ella está la Necedad, también personificada, que trata de atraer a los inexpertos con sus falsos encantos y seducciones (Pr 9.13-18).

En una etapa posterior, el pueblo hebreo identificó la sabiduría con la ley (lit. instrucción ) promulgada por Moisés en el monte Sinaí. Así, Pr 1.7 estipula que la sabiduría comienza por honrar (lit. temer; véase Dt 6.13 nota j ) al Señor, y Job 28.28 aclara el sentido de esta oración: Servir (lit. temer ) fielmente al Señor: eso es sabiduría. Apartarse del mal: eso es inteligencia, lo cual es una amonestación, no solo de la ley de Moisés, sino de toda la Biblia.

La sabiduría proverbial del antiguo Israel contiene numerosas enseñanzas, válidas aun en nuestros días, que leídas a la luz del evangelio adquieren una profundidad mucho mayor. Pero también posee algunas limitaciones, que han sido señaladas en las Introducciones a Job, Proverbios y Eclesiastés.

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CANTAR DE LOS CANTARES INTRODUCCIÓN

Cantar de los cantares (=Cnt) es la traducción literal de un hebraísmo que significa propiamente “el más bello de los cantares” o “el canto por excelencia”. En los poemas que integran el libro, dos jóvenes enamorados no cesan de manifestarse sus mutuos y apasionados sentimientos. Pero esos poemas no están redactados en un sencillo lenguaje popular, sino en el más elevado estilo poético y con una deslumbrante profusión de imágenes y metáforas. Así, la viña, la fuente y el jardín simbolizan a la joven (Cnt 1.6; 2.15 n.; 4.12-13; 8.12) y los frutos y las flores, el vino, la leche y la miel son recursos poéticos que describen la belleza de los enamorados (4.3; 5.13; 6.7; 7.7-8) o las delicias y alegrías del amor (4.11; 5.1; 6.2; 8.2). De este modo encuentran su expresión, en el lenguaje de la más depurada poesía lírica, los afectos y sentimientos más diversos: angustia por la ausencia de la persona amada (1.7; 3.1-3; 5.8), felicidad en el momento del encuentro (2.8-14; 3.4) y, sobre todo, deseos de entrega recíproca y de mutua posesión (1.2-4; 8.1-2).

Desde el primer poema hasta el último, este libro es un canto al amor del hombre y la mujer. Tanto entre los rebaños de los pastores (1.8) como en las calles de la ciudad (3.2), en los jardines, los viñedos, los campos y las casas (1.16; 2.4; 3.4; 7.12), el amor es el impulso irresistible que inspira las palabras de los enamorados y determina sus acciones. Y no es solo el varón el que toma las iniciativas, sino que también la joven manifiesta abiertamente sus deseos y hace oir su voz: ¡Corre, amado mío...! (8.14). ¡Dame un beso de tus labios! (1.2). ¡Llévame pronto contigo! (1.4).

La transparencia del lenguaje empleado en El Cantar deja pocas dudas acerca del sentido y la finalidad de estos cantos al amor humano. Sin embargo, la interpretación literal ha sido rechazada muchas veces, tanto por intérpretes judíos como cristianos. La razón aducida para fundamentar este rechazo es que en un libro sagrado como la Biblia no habría lugar para un conjunto de cantos profanos, dedicados exclusivamente a celebrar las excelencias del amor entre el hombre y la mujer.

Esta objeción ha condicionado durante siglos la interpretación de El Cantar de los cantares, pero es suficiente una simple observación para poner de manifiesto su inconsistencia. Porque basta con recorrer las primeras páginas de la Biblia para descubrir que el amor y la sexualidad, además de ser un don de Dios, desempeñan un papel fundamental en la realización del plan divino sobre la creación. Según el primer capítulo de Génesis, en efecto, la humanidad creada a imagen de Dios tiene como una de sus características esenciales la división y la complementariedad de los sexos (Gn 1.27-28); y de acuerdo con el relato de Gn 2, cuando Adán despierta de su sueño y se encuentra por primera vez con la mujer, descubre esa “ayuda” perfecta que no había hallado antes en ninguna otra criatura: ¡Esta sí que es de mi propia carne y de mis propios huesos! (Gn 2.23). Por lo tanto, no es nada aventurado afirmar que El Cantar de los cantares es una expansión y un desarrollo de aquel primer canto de amor nacido en los albores de la creación.

Por su expresión literaria y por el tema que tratan, los poemas reunidos en este libro están sin duda emparentados con los cantos que se entonaban en las fiestas de bodas (cf. Jer 25.10), fiestas que solían durar siete días (Gn 29.27-28; Jue 14.10,17) y en las que se dejaban oir los cantos de los novios (Jer 33.11).

Es importante señalar, sin embargo, que cuando El Cantar fue incluido en el canon de los libros sagrados, ya había sido puesto bajo el nombre de Salomón, el rey considerado por la tradición judía como prototipo y modelo del sabio (cf. 1 R 3.10-12; 4.29-34). Esto no quiere decir necesariamente que Salomón fuera el autor del libro, ya que la parte final del título (Cnt 1.1) lo mismo puede significar de Salomón que dedicado o

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concerniente a él. Pero la vinculación con el sabio por excelencia asignó a El Cantar de los cantares un lugar bien definido entre los escritos sapienciales de Israel. Esta asignación hizo que en la lectura de los poemas se pusieran de relieve, sobre todo, aquellas cualidades del amor humano que la enseñanza de los sabios valoraba y recomendaba como las más excelentes: no la mera pasión erótica, sino ese amor inquebrantable como la muerte (8.6), que se pone de manifiesto en la mutua donación de los esposos y en su fidelidad al compromiso matrimonial (cf. Pr 5.15-19).

Pero, por otra parte, la unión de los esposos es uno de los símbolos que la Biblia utiliza para expresar la relación de Dios con su pueblo. En el AT hay frecuentes referencias a Israel como la esposa del Señor (Os 1–3; Jer 2.1-3; Ez 16), y el Nuevo Testamento presenta a la iglesia como la esposa de Cristo (Ef 5.23-32; Ap 21.2,9). De ahí que El Cantar haya podido interpretarse como una alegoría o cadena de metáforas destinadas a celebrar el pacto del Señor con Israel, de Cristo con la iglesia, e incluso del alma con Dios. El texto bíblico no ofrece ninguna clave segura para fundamentar dicha interpretación. Pero estos cantos nupciales no habrían podido interpretarse en tal sentido, si no se hubiera visto en el amor del varón y la mujer un reflejo y un hermoso símbolo del amor de Dios.

La casi totalidad de los exégetas contemporáneos está de acuerdo en afirmar que la disposición de los poemas en El Cantar de los cantares no obedece a un plan determinado. La unidad y coherencia del libro, en efecto, no proviene de un esquema tal, sino del tema común y de la sostenida belleza del lenguaje poético. Por lo tanto, la mejor manera de leer El Cantar consiste en no imponer al conjunto del libro un esquema más o menos arbitrario, sino en dejarse llevar por la sencillez, la naturalidad y la transparencia tan características de estos cantos de amor.

El siguiente esquema ofrece una visión sinóptica del libro:

Título (1.1) Primer canto (1.2–2.7) Segundo canto (2.8–3.5) Tercer canto (3.6–5.1) Cuarto canto (5.2–6.3) Quinto canto (6.4–8.4) Sexto canto (8.5-14)

Título (1,1-1) Primer canto (1,2-2,7) Segundo canto (2,8-3,5) Tercer canto (3,6-5,1) Cuarto canto (5,2-6,3) Quinto canto (6,4-8,4) Sexto canto (8,5-14)

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1 1 El cantar de los cantares, el cual es de Salomón.

La amada

2 ¡Oh, que él me besara

con los besos de su boca!

Mejor que el vino es tu amor.

3 Tu nombre es como perfume derramado;

por el olor de tu suave perfume

las jóvenes se enamoran de ti.

4 Atráeme en pos de ti. ¡Corramos!

El rey me ha llevado a sus habitaciones.

El cortejo nupcial

Nos gozaremos y nos alegraremos contigo.

Nos acordaremos de tu amor más que del vino.

Con razón te aman.

La amada

5 Soy morena y bella,

oh hijas de Jerusalén.

Soy como las tiendas en Quedar

o como los pabellones de Salomón.

6 No os fijéis en que soy morena,

pues el sol me bronceó.

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Los hijos de mi madre se enojaron contra mí

y me pusieron a cuidar viñas.

¡Y mi propia viña no cuidé!

7 Hazme saber, oh amado de mi alma,

dónde pastorearás;

dónde harás recostar el rebaño al mediodía,

para que yo no ande errante

tras los rebaños de tus compañeros.

El amado

8 Si no lo sabes,

oh la más hermosa de las mujeres,

sigue las huellas del rebaño

y apacienta tus cabritas

cerca de las cabañas de los pastores.

9 A mi yegua, entre los carros del faraón,

te he comparado, oh amada mía.

10 ¡Qué bellas son tus mejillas entre tus aretes,

y tu cuello entre los collares!

11 Te haremos aretes de oro

con engastes de plata.

La amada

12 Cuando el rey estaba en su diván,

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mi nardo liberó su fragancia.

13 Mi amado se parece a un manojito de mirra,

que duerme entre mis pechos.

14 Mi amado se parece

a un racimo de flores de alheña

de las viñas de En-guedi.

El amado

15 ¡Qué bella eres, oh amada mía!

¡Qué bella eres!

Tus ojos son como de palomas.

La amada

16 ¡Qué bello y dulce eres tú, oh amado mío!

Nuestra cama es frondosa,

17 las vigas de nuestra casa son los cedros,

y nuestros artesonados son los cipreses.

2 1 Yo soy la rosa de Sarón

y el lirio de los valles.

El amado

2 Como un lirio entre los cardos

es mi amada entre las jóvenes.

La amada

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3 Como un manzano entre los árboles del bosque

es mi amado entre los jóvenes.

Me agrada sentarme bajo su sombra;

su fruto es dulce a mi paladar.

4 El me lleva a la sala del banquete,

y su bandera sobre mí es el amor.

5 ¡Oh, agasajadme con pasas,

refrescadme con manzanas,

porque estoy enferma de amor!

6 Su brazo izquierdo está debajo de mi cabeza,

y su derecho me abraza.

7 ¡Juradme, oh hijas de Jerusalén,

por las ciervas

y por las gacelas del campo,

que no despertaréis

ni provocaréis el amor,

hasta que quiera!

8 ¡La voz de mi amado!

El viene saltando sobre los montes,

brincando sobre las colinas.

9 Mi amado es como un venado o un cervatillo.

¡Mirad! Está detrás de nuestra cerca,

mirando por las ventanas,

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atisbando por las celosías.

10 Mi amado habló y me dijo:

"¡Levántate, oh amada mía!

¡Oh hermosa mía, sal!

11 Ya ha pasado el invierno,

la estación de la lluvia se ha ido.

12 Han brotado las flores en la tierra.

El tiempo de la canción ha llegado,

y de nuevo se escucha la tórtola en nuestra tierra.

13 La higuera ha echado higos,

y despiden fragancia las vides en flor.

¡Levántate, oh amada mía!

¡Oh hermosa mía, ven!"

El amado

14 Palomita mía, que te escondes

en las hendijas de la peña

y en los sitios secretos de las terrazas:

Déjame ver tu figura;

hazme oír tu voz.

Porque dulce es tu voz

y preciosa tu figura.

La amada

15 Atrapadnos las zorras,

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las zorras pequeñas,

que echan a perder las viñas,

pues nuestras viñas están en flor.

16 ¡Mi amado es mío, y yo soy suya!

El apacienta entre los lirios

17 hasta que raye el alba,

y huyan las sombras.

¡Vuelve, oh amado mío!

Sé semejante al venado o al cervatillo

sobre los montes de las especias.

3 1 De noche, sobre mi cama,

buscaba al que ama mi alma.

Lo busqué, pero no lo hallé.

2 Pensé: "Me levantaré e iré por la ciudad,

por las calles y las plazas,

buscando al que ama mi alma."

Lo busqué, pero no lo hallé.

3 Me encontré con los guardias

que rondan la ciudad, y les pregunté:

"¿Habéis visto al que ama mi alma?"

4 Tan pronto como pasé de allí,

hallé al que ama mi alma.

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Me prendí de él y no lo solté,

hasta que lo traje a la casa de mi madre,

a la habitación de la que me concibió.

5 ¡Juradme, oh hijas de Jerusalén,

por las ciervas

y por las gacelas del campo,

que no despertaréis

ni provocaréis el amor,

hasta que quiera!

El cortejo nupcial

6 ¿Quién es aquella

que viene del desierto

como columna de humo,

perfumada con mirra, incienso

y todo polvo de mercader?

7 ¡Mirad! Es la litera de Salomón.

Sesenta valientes la rodean,

de los más fuertes de Israel.

8 Todos ellos ciñen espadas

y son diestros en la guerra.

Cada uno lleva espada al cinto

por causa de los temores de la noche.

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9 El rey Salomón se hizo una carroza

de madera del Líbano.

10 Sus columnas eran de plata,

su respaldo de oro,

su asiento de púrpura;

y su interior fue decorado con amor

por las hijas de Jerusalén.

11 Salid, oh hijas de Sion,

y ved al rey Salomón con la diadema con que le ciñó su madre

en el día de sus bodas,

el día en que se regocijó su corazón.

El amado

4 1 ¡Qué bella eres, oh amada mía!

¡Que bella eres!

Tus ojos son como de palomas,

mirando a través de tu velo.

Tus cabellos son como manada de cabritos que se deslizan por las laderas de Galaad.

2 Tus dientes son como rebaños de ovejas trasquiladas que suben del lavadero: que todas tienen mellizos,

y ninguna hay sin cría.

3 Tus labios son como hilo de grana,

y tu boca es bella.

Tus mejillas parecen mitades de granada, a través de tu velo.

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4 Tu cuello es como la torre de David, edificada para armería:

Mil escudos están colgados en ella,

todos escudos de valientes.

5 Tus dos pechos son como dos venaditos, mellizos de gacela,

que se apacientan entre lirios.

6 Me iré al monte de la mirra

y a la colina del incienso,

hasta que raye el alba

y huyan las sombras.

7 Eres toda bella, oh amada mía,

y en ti no hay defecto.

8 ¡Ven conmigo del Líbano!

¡Oh novia mía, ven del Líbano!

Desciende de las cumbres del Amana,

desde las cumbres del Senir y del Hermón,

desde las guaridas de los leones

y desde los montes de los leopardos.

9 ¡Prendiste mi corazón,

oh hermana y novia mía!

Prendiste mi corazón

con un solo gesto de tus ojos,

con una sola cuenta de tus collares.

10 ¡Cuán dulces son tus caricias,

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oh hermana y novia mía!

Tus caricias son mejores que el vino.

El olor de tus perfumes es superior al de las especias aromáticas.

11 Tus labios destilan miel como panal.

Oh novia mía, miel y leche hay debajo de tu lengua.

Y la fragancia de tus vestidos

es como la fragancia del Líbano.

12 Un jardín cerrado es mi hermana y novia,

un jardín cerrado, un manantial sellado.

13 Tus plantas son un huerto de granados con exquisito fruto.

Hay alheñas y nardos;

14 nardos, azafrán, cálamo, canela,

plantas de incienso, mirra, áloe,

con todas las mejores variedades de especias.

15 ¡Es un manantial cercado de jardines,

un pozo de aguas vivas que corren del Líbano!

La amada

16 ¡Levántate, oh Aquilón!

¡Ven, oh Austro!

Soplad en mi jardín,

y despréndanse sus aromas.

Venga mi amado a su huerto

y coma de su exquisito fruto.

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El amado

5 1 He venido a mi huerto,

oh hermana y novia mía.

He recogido mi mirra y mi perfume.

He comido mi panal y mi miel;

he bebido mi vino y mi leche.

¡Comed, oh amigos!

¡Bebed, oh amados!

¡Bebed en abundancia!

La amada

2 Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto,

y oí a mi amado que tocaba a la puerta y llamaba:

"Abreme, hermana mía, amada mía,

paloma mía, perfecta mía;

porque mi cabeza está llena de rocío

y mis cabellos están mojados

con las gotas de la noche."

3 Ya me había desvestido;

¿cómo me iba a volver a vestir?

Había lavado mis pies;

¿cómo iba a volverlos a ensuciar?

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4 Mi amado metió su mano

por el agujero de la puerta,

y mi corazón se conmovió a causa de él.

5 Entonces me levanté

para abrir a mi amado,

y mis manos gotearon perfume de mirra.

Mis dedos gotearon mirra

sobre la manecilla del cerrojo.

6 Abrí a mi amado,

pero mi amado se había ido;

había desaparecido.

Se me salía el alma,

cuando él hablaba.

Lo busqué, pero no lo hallé;

lo llamé, pero no me respondió.

7 Me encontraron los guardias

que rondan la ciudad;

me golpearon y me hirieron.

Me despojaron de mi manto

los guardias de las murallas.

8 Juradme, oh hijas de Jerusalén,

que si halláis a mi amado,

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17

le diréis que estoy enferma de amor.

El cortejo nupcial

9 ¿Qué tiene tu amado

que no tenga cualquier otro amado,

oh la más hermosa

de todas las mujeres?

¿Qué tiene tu amado

más que cualquier otro amado,

para que nos hagas jurar así?

La amada

10 Mi amado es blanco y sonrosado;

sobresale entre diez mil.

11 Su cabeza es oro fino.

Sus cabellos son ondulados, negros como el cuervo.

12 Sus ojos son como palomas junto a los arroyos de aguas, bañados en leche y sentados sobre engastes.

13 Sus mejillas son como almácigos de especias aromáticas, que exhalan perfumes.

Sus labios son como lirios que despiden penetrante aroma.

14 Sus manos son como barras de oro engastadas con crisólitos.

Su vientre es como una plancha de marfil, recubierta con zafiros.

15 Sus piernas son como columnas de mármol cimentadas sobre bases de oro.

Su figura es como el Líbano, escogido como los cedros.

16 Su paladar es dulcísimo;

¡todo él es deseable!

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Así es mi amado y así es mi amigo,

oh hijas de Jerusalén.

El cortejo nupcial

6 1 ¿A dónde se ha ido tu amado,

oh la más hermosa de todas las mujeres?

Dinos en qué dirección se fue,

y lo buscaremos contigo.

La amada

2 Mi amado descendió a su huerto,

al almácigo de las especias,

para apacentar en los jardines

y para recoger los lirios.

3 ¡Yo soy de mi amado,

y mi amado es mío!

El apacienta entre los lirios.

El amado

4 ¡Qué bella eres, oh amada mía!

Eres como Tirsa,

atractiva como Jerusalén

e imponente como ejércitos abanderados.

5 Aparta de mí tus ojos,

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porque ellos me doblegan.

Tu cabello es como manada de cabras que se deslizan por las laderas de Galaad.

6 Tus dientes son como rebaños de ovejas que suben del lavadero: que todas tienen mellizos, y ninguna hay sin cría.

7 Tus mejillas parecen mitades de granada, a través de tu velo.

8 Hay sesenta reinas, ochenta concubinas

y un sinnúmero de jóvenes mujeres.

9 ¡Pero una sola es mi paloma, mi perfecta!

Ella es la única hija de su madre,

quien la considera predilecta.

La ven las mujeres y la llaman:

"Bienaventurada."

Las reinas y las concubinas la alaban diciendo:

10 "¿Quién es aquella que raya como el alba y es bella como la luna,

radiante como el sol e imponente

como ejércitos abanderados?"

11 Al huerto de los nogales descendí,

para ver los retoños del valle,

para ver si las vides ya han florecido;

si han brotado los granados.

12 Y antes que me diese cuenta,

mi alma me puso sobre los carros de mi generoso pueblo.

El cortejo nupcial

13 ¡Vuelve, vuelve, oh Sulamita!

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¡Vuelve, vuelve; queremos mirarte!

La amada

¿Qué habréis de observar en la Sulamita,

cuando danza en medio de los dos campamentos?

El amado

7 1 ¡Qué bien lucen tus pies con las sandalias, oh hija de nobles!

Los contornos de tus muslos son como joyas, obra de las manos de un artista.

2 Tu ombligo es como una copa redonda a la que no le falta el vino aromático.

Tu vientre es como un montón de trigo rodeado de lirios.

3 Tus dos pechos son como dos venaditos, mellizos de gacela.

4 Tu cuello es como torre de marfil.

Tus ojos son como los estanques en Hesbón, en la puerta de Bat-rabim.

Tu nariz es como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco.

5 Tu cabeza es como el Carmelo,

y tu cabellera es como púrpura real aprisionada en trenzas.

6 ¡Qué bella y dulce eres,

oh amor deleitoso!

7 Tu talle es como una palmera,

y tus pechos como racimos de dátiles.

8 Pensé: "¡Subiré a la palmera

y me prenderé de sus racimos!"

¡Sean tus pechos como racimos de uvas,

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y la fragancia de tu boca como de manzanas!

9 Tu paladar es como el buen vino que corre suavemente hacia el amado

y fluye por los labios de los que se duermen.

La amada

10 ¡Yo soy de mi amado,

y él me desea con ardor!

11 Ven, oh amado mío, vayamos al campo.

Alojémonos en las aldeas;

12 madruguemos para ir a las viñas.

Veamos si han florecido las vides,

si se han abierto sus botones,

o si han brotado los granados.

¡Allí te daré mi amor!

13 Las mandrágoras ya despiden su fragancia,

y a nuestras puertas hay toda clase de frutas selectas:

tanto frescas como secas que he guardado para ti, oh amado mío.

8 1 ¡Oh, cómo quisiera que fueses mi hermano,

que mamó los pechos de mi madre!

Así, al encontrarte afuera,

yo te besaría sin que nadie me menospreciara.

2 Yo te llevaría y te metería

en la casa de mi madre,

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y tú me enseñarías.

Y yo te haría beber vino aromático

y jugo de granadas.

3 Su brazo izquierdo está debajo de mi cabeza,

y su derecho me abraza.

4 ¡Juradme, oh hijas de Jerusalén,

que no despertaréis

ni provocaréis el amor,

hasta que quiera!

El cortejo nupcial

5 ¿Quién es ésta que sube del desierto,

recostada sobre su amado?

La amada

Debajo de un manzano te desperté;

allí donde tu madre tuvo dolores,

allí donde tuvo dolores la que te dio a luz.

6 Ponme como sello sobre tu corazón,

como sello sobre tu brazo.

Porque fuerte como la muerte es el amor;

inconmovible como el Seol es la pasión.

Sus brasas son brasas de fuego;

es como poderosa llama.

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7 Las poderosas aguas

no pueden apagar el amor,

ni lo pueden anegar los ríos.

Si el hombre diese todas las riquezas de su casa para comprar el amor,

de cierto lo despreciarían.

El cortejo nupcial

8 Tenemos una hermana pequeña

que todavía no tiene pechos.

¿Qué haremos de nuestra hermana

cuando de ella se empiece a hablar?

9 Si ella es muralla, edificaremos sobre ella torreones de plata.

Si ella es puerta, la recubriremos con paneles de cedro.

La amada

10 Yo soy muralla,

y mis pechos son torreones.

Entonces llegué a ser a sus ojos

como quien encuentra paz.

El amado

11 Salomón tuvo una viña en Baal-hamón,

la cual entregó al cuidado de guardias:

Cada uno de ellos debía traer

mil piezas de plata por su fruto.

12 ¡Pero mi viña está delante de mí!

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Las mil piezas sean para ti, oh Salomón,

y doscientas para los que guardan su fruto.

13 ¡Oh tú que habitas en los jardines,

mis compañeros desean escuchar tu voz!

¡Déjame oírla!

La amada

14 ¡Escápate, oh amado mío!

Sé semejante al venado o al cervatillo

sobre los montes de las especias.

Reina-Valera Actualizada, 1989.