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EL CONCEJO Y CONSEJEROS DEL PRINCIPE 1

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EL CONCEJO

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CONSEJEROS DEL PRINCIPE

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Edición: Diciembre 1998

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmen-te, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los dere-chos reservados.

ª Ediciones Estrategia Local, S.A.Pl. de Castella, 3, 1º. 08001 BarcelonaPrólogo y notas por Albert Calderó CabréAdaptación del texto por Leila Orellana Cárceles

Impreso y encuadernado por Alsograf, S.A.

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PRÓLOGO

Fadrique Furió Ceriol fue un valenciano delsiglo XVI que estudió en París y Lovaina, publi-có libros sobre retórica y teología sintonizandocon las corrientes erasmistas, lo que le costóciertos problemas con la Inquisición, y fue mu-chos años consejero al servicio de Felipe II.

"El Concejo y Consejeros del Príncipe" se pu-blicó en 1559 y tuvo un éxito inmediato, convir-tiéndose en un best-seller de su época, y siendotraducido a numerosas lenguas europeas.

La educación del Príncipe es todo un génerode la ciencia política de los siglos XVI y XVII.Todos conocemos "El Príncipe" de Maquiavelocomo paradigma y máximo exponente de esta

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producción; todos hemos tomado partido en lapolémica que abre esta obra, una polémicatodavía vigente, tal vez la polémica politológica,filosófica y moral más larga de la historia.

Sin embargo, la literatura española de la edu-cación del Príncipe es muy poco conocida. Enun noventa por ciento de los casos el olvido estotalmente merecido, porque se trata de textosdevotos que se limitan a proponer al Príncipeque se adorne de todas las virtudes religiosasposibles y rece todo el tiempo. Es un enfoquerespetable, pero poco útil desde la perspectivade la ciencia política.

Dentro de las excepciones este libro de Furiómerece un tratamiento especial. En pleno augede la Contrarreforma, haciendo verdaderosequilibrios con la filosofía imperante, el valen-ciano escribe un tratado de educación delPríncipe desde los valores laicos y el pensa-miento racional, sobre un tema de absolutaactualidad hoy: Cómo un gobernante debe ele-gir a sus colaboradores, atribuirles competen-cias, organizarles y evaluarles.

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Hoy, a la entrada del siglo XXI, la actividad delos gobiernos de las instituciones públicas dedi-cada a procurarse los mejores colaboradoresposibles es seguramente más compleja y arduaque en el siglo XVI.

Por un lado, las instituciones se han hechomucho mayores y más complicadas. La diversi-dad de colaboradores del gobierno se ha incre-mentado. Hoy en día una institución de tamañomedio necesita, en primer lugar, directivos ymandos intermedios, colaboradores del gobier-no en la ejecución de las políticas mediante ladirección de la administración.

En segundo lugar, el gobierno necesita colabo-radores inmediatos de apoyo directo, personalde gabinete, para el análisis de información, laelaboración de políticas, proyectos, planes yprogramas, el apoyo técnico a la toma de deci-siones; y más personal de gabinete para el aná-lisis y el apoyo técnico en las relaciones institu-cionales, en las relaciones con los ciudadanos,con los medios de comunicación.

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Esta segunda necesidad es todavía muy pocopercibida por las instituciones de nuestro país.Probablemente la primera etapa de construcciónde las instituciones democráticas ha estado pre-sidida por el énfasis en la acción, en la ejecuti-vidad, habiendo quedado muy en segundo planolas actividades de reflexión estratégica y derelaciones. Pero estas carencias se están ponien-do cada vez más de manifiesto.

La percepción de la necesidad de colaborado-res directivos sí se ha generalizado en las insti-tuciones grandes, aunque mucho menos en lasde tamaño medio, y prácticamente nada en laspequeñas. En muchas instituciones se siguenconfiando las tareas directivas a funcionarioscualificados por su especialidad técnica o fun-cional, a pesar de que a menudo estos funciona-rios, aunque aceptan y reivindican el status y lasretribuciones directivas, carecen de formación,habilidades, aptitudes y a veces incluso de inten-ción de ejercer tales atribuciones.

Así, una parte de las funciones directivas estánasignadas según la inercia y tradición adminis-trativas, con resultados a veces mediocres, a

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veces decididamente pobres; otra parte de estasfunciones están asignadas por razones de puraafinidad política o personal, a compañeros departido o simples amigos o familiares, con resul-tados no menos tristes.

Por otra parte, la competitividad entre institu-ciones (y a menudo también entre institucionespúblicas y el sector privado) por los técnicos ydirectivos más valiosos ha aumentado enorme-mente. Es difícil encontrar buenos colaborado-res y en cambio es fácil perderlos porque tienenuna oferta mejor.

La enorme ampliación del acceso a la educa-ción facilitaría, podría pensarse, la multiplica-ción de candidatos. Pero por desgracia laUniversidad no es formación suficiente, en lamayoría de los casos. El acceso a puestos deresponsabilidad en instituciones públicas requie-re a menudo ciertos conocimientos y habilidadesque no se adquieren en las aulas de laUniversidad, sino por otros caminos más largosy menos frecuentados.

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Resumiendo, las instituciones que establecencon rigor el número y características de loscolaboradores del gobierno que necesitan, y quelos seleccionan con dedicación y exigencia, sontal vez tan escasas en nuestro país a pocosmeses del siglo XXI como en Europa los prínci-pes que hacían lo mismo en el siglo XVI.

Además, incluso las que se lo proponen tropie-zan con la dificultad de establecer cuáles seríanlos perfiles adecuados y cómo encontrarlos.Vamos a explorar con Fadrique Furió hasta quépunto las exigencias de selección de Consejerospara un príncipe del siglo XVI pueden ser útilespara que un gobernante del siglo XXI seleccionea sus directivos y personal de gabinete.

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FADRIQUE FURIÓ CERIOL

AL GRAN CATÓLICO DE ESPAÑA,DON FELIPE EL SEGUNDO

Todo Príncipe es compuesto casi de dos perso-nas. La una es obra salida de manos deNaturaleza, en cuanto se le comunica un mismoser con todos los otros hombres. La otra, es mer-ced de Fortuna, y favor del Cielo, hecha paragobierno y amparo del bien público, a cuyacausa la nombramos persona pública; y restri-ñéndole este su nombre de una tan grande gene-ralidad en más particular, muchos de muchasmaneras la llamaron, y en lengua vulgar deEspaña lo más ordinario es nombrarla Rey yo lallamo Príncipe; y así la llamaré en toda estaobra. De manera que todo y cualquier Príncipese puede considerar en dos maneras distintas ydiversas: la una, en cuanto hombre; y la otra,como a Príncipe. En cuanto hombre, tiene cuer-po y alma: el cuerpo se ha de conservar no sólopor su ser, sino también por tener mejor aparejo

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de servir al alma; y ésta conviene sea instituidaen aquellas artes que más necesarias fueren aluso, oficio, obligación y gloria de la segundapersona; porque el cuerpo y alma, digo, el hom-bre, es (según esta regla) el instrumento delPríncipe. Como un pintor, un platero, un escriba-no, no puede llevar buena labor ni hacer su ofi-cio, faltándole el debido aparejo de instrumen-tos, de la misma manera, el Príncipe que notuviere tal aderezo de los dichos instrumentos,cual conviene, ni puede gobernar, ni defender supueblo, ni menos lo podrá acrecentar ni engran-decer. Por tanto muchos y muy excelentes varo-nes han trabajado con todas sus fuerzas de ense-ñar a gobernar al Príncipe, como a persona decuya buena o mala institución cuelga el bien oe1 mal, la vida o muerte de la sociedad y com-pañía de los hombres. Pero vemos que han erra-do todos ellos hasta el día de hoy, en que aunqueentendían (como yo pienso) hallarse en elPríncipe dos personas distintas y diferentes,todavía, en su arte y manera de enseñar, las con-fundieron; y esto (según yo pienso) porque nosupieron entender que todas las artes son amanera de muchos eslabones, en los cuales cadauno se hace aparte, cada uno tiene sus términos

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distintos de los otros, pero de todos ellos sesuele hacer una cadena; de la misma manera entodas las artes cuando se enseñan, cada una hade tener sus límites de por sí, sin mezclarse conlas otras, pero en los negocios humanos, que escuando se ponen por la obra, es menester quecasi todas concurran a un tiempo. De maneraque en la institución de las artes, cada una tendrásus preceptos distintos de las otras; y mezclarlos,es contra razón y orden. Porque esto es de pocosentendido, y casi de ninguno puesto por obra; deaquí es que en la institución del Príncipe se danpreceptos de Teología, de Filosofía natural ymoral, de Leyes, de Matemáticas, de Medicina,y de otras artes, en lo cual yerran en dos modos:lo uno, porque tratan del Príncipe en cuantohombre, y no en cuanto Príncipe: lo otro, porqueconfunden las artes. Dejo aparte y callo otrosmuchos vicios que a un tal yerro están anexos.La institución del Príncipe, en cuanto Príncipe,es darle regla, preceptos, o avisos tales, con quesepa y pueda ser buen Príncipe. Estas palabras –buen Príncipe – son de muy pocos entendidas, yasí vemos sobre ello que muchos hombres dicenrazones en apariencia buenas, pero en efectovanas y fuera de propósito: porque ellos piensan

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que buen Príncipe es un hombre que sea bueno,y este mismo que sea Príncipe; y así concluyenque el tal es buen Príncipe. Yo digo que la mejorpieza del arnés en el Príncipe, la más señalada, yaquella en que más ha de poner toda su esperan-za, es la bondad; pero no se habla entre hombresde gran espíritu y de singular gobierno, de esamanera, sino como de un buen músico, el cual(aunque sea gran bellaco) por saber perfecta-mente su profesión de música, es nombrado muybuen músico. Conforme a esta regla decimostambién buen diamante, buen caballo, buen pin-tor, buen piloto, buen médico; y esto quiso signi-ficar el sutil Sanázaro cuando, hablando en unPapa de sus tiempos, dijo que era muy buenPríncipe, pero muy ruin hombre.

De manera que el buen Príncipe es aquel queentiende bien y perfectamente su profesión, y lapone por obra agudamente y con prudencia 1;que es, que sepa y pueda con su prudente indus-

1 Traduzcámoslo: el buen gobernante, el buen dirigente, no esuna buena persona que además es gobernante o dirigente. El buengobernante es el que gobierna bien, aunque sea una mala persona.El buen gobernante es el que conoce el arte y oficio de gobernar, ylo aplica sistemáticamente a su trabajo de gobierno, alcanzando

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tria conservarse con sus vasallos de tal modoque no solamente se mantenga honradamente ensu estado y lo establezca para los suyos, sinoque (siendo menester) lo amplifique, y gane vic-toria de sus enemigos cada y cuando que quisie-re, o el tiempo pidiere. Y por no detenerme másen esto, digo que buen Príncipe es aquel quepuede por sí solo tomar consejo y aprovecharsedel ajeno, y ambos a dos consejos el suyo y elajeno (según 1os negocios, personas, lugares, ytiempos) guiarlos y llevarlos gloriosamente hastael cabo. Porque vemos que hay tres maneras deentendimientos: uno entiende, comprende, ysabe por sí solo; otro siendo amonestado, o ense-ñado; otro ni con lo uno, ni con lo otro. Estepostrero es inútil, y nació esclavo en perpetuaservidumbre. El segundo es bueno, pero el pri-mero es divino, y nació derechamente para man-dar y gobernar. La suficiencia del segundo se

sus objetivos, su misión. El buen gobernante es el que sabe gober-nar bien y aplica su saber al ejercicio del gobierno. Ser buena per-sona no implica saber gobernar; tener títulos universitarios noimplica saber gobernar; haber tenido éxito en una profesión noimplica saber gobernar; haber sido elegido democráticamente paragobernar no implica saber gobernar. Y la única forma de aprendera gobernar es poseer ciertas cualidades innatas y saber aprender.

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entiende en esto que tiene juicio para discernir elbien del mal, y aunque no tenga de sí invención,todavía conoce las malas palabras y obras de suadversario; en sus consejeros cala las volunta-des, sus buenas obras loa y recompensa, y lasmalas reprende y castiga; y por tanto el Concejono tiene esperanza de echarle dado falso, y así lesirve bien y lealmente. Ay del reino, ay delreino, cuyo Príncipe ordinariamente diga a suConcejo – miradlo bien, y hacedlo como mejoros pareciere, que yo lo dejo en vuestras manos –porque el tal reino en ninguna manera puede serbien gobernado 1. Porque en tal caso nunca ten-drá conformidad de pareceres , cada

1 Muchos gobernantes, seguros de poder confiar en sus colabora-dores, les siguen diciendo: estos temas, estos asuntos los dejo entus manos... Esto es ceder las atribuciones de gobierno. Se confun-de delegar atribuciones con ceder atribuciones, delegar decisionescon ceder decisiones. Transferir un poder de decisión o de in-fluen-cia en un colaborador sin fijar reglas, directrices y criterios paraejercerla y sin establecer sistemas de control de las atribucionestransferidas es ceder el poder de decisión o de influencia, es perderel control sobre una atribución y sobre su posible mal uso, olvi-dando que siempre se mantiene la responsabilidad del gobernanteante las consecuencias. Cada año son legión los gobernantes cuyascarreras políticas acaban para siempre, con escándalo y violencia,por no saber aplicar este principio que Furió tenía tan claro en elsiglo dieciséis. Ay del gobernante que cede sus atribuciones.

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Consejero tomará su camino, cada uno trabajaráde hacer su casa, haránse del todo ruines, y esimposible que dejen de ser tales, si ya algunagran violencia o necesidad no les fuerza tenersea raya; y quien piensa lo contrario, vive muyengañado. Y esto sale de la inhabilidad delPríncipe, porque siendo los hombres naturalmen-te codiciosos, los Consejeros no quieren dejarpasar la ocasión de aprovecharse; la ocasión esque, so color del gobierno, puede cada uno pordiversas vías hacer sus mangas sin que elPríncipe lo pueda conocer, ni menos remediar;de aquí nace licencia, de la licencia desorden,del desorden perdición. Por ende es cosa mani-fiesta que la prudencia y rectitud del buengobierno y del Concejo, estriba en la habilidaddel Príncipe, y no la prudencia del Príncipe ensu Concejo. Por las cuales causas, arriba dije, yvuelvo a decir de nuevo, que buen Príncipe esaquel que puede por sí solo tomar consejo, yaprovecharse del ajeno, y ambos a dos consejos,el suyo y el ajeno (según los negocios, personas,lugares y tiempos), guiarlos y llevarlos gloriosa-mente hasta el cabo. La institución del Príncipeno es otra sino una arte de buenos, ciertos yaprobados avisos, sacados de la experiencia

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larga de grandes tiempos, forjados en el entendi-miento de los más ilustres hombres de esta vida,confirmados por la boca y obras de aquellos quepor su real gobierno y hazañas memorables,merecieron el título y renombre de buenPríncipe. Los tales avisos, al Príncipe que losleyere y los pusiere por obra, son guía y caminotrillado para venir cierta y descansadamente a lamás alta cumbre de poder y gloria. Este arte oinstitución del Príncipe (según me parece a mí),debe ser dividida en cinco partes o Tratados,para que se explique bien y perfectamente. Elprimer Tratado tendrá tres libros: uno, en que sedeclare qué cosa es Príncipe, cómo se inventó, ypor qué se inventó, qué poder tenga, quién se lodio, y quién lo pueda quitar; el otro, qué artes hade aprender el Príncipe, las cuales le sean nece-sarias, en el gobierno. El tercero, qué virtudesmorales le sean más necesarias, y cómo ha deusar de ellas, que es ésta una parte que pocosentienden, y es el quicio en que estriba elgobierno. El segundo Tratado ha de ser de lacrianza del Príncipe, de sus maestros, ayos, cria-dos, amigos, privados, y de su casa, el cual, con-forme a las siete edades que consideran los filó-sofos y médicos en el hombre, debe ser dividido

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en siete libros: el primero, de la infancia, elsegundo, de su puericia; el tercero y los demás,de las otras cinco edades que quedan. El Tratadotercero tendrá dos libros: uno, que diga porextenso todo aquello en que un vasallo es obli-gado a su Príncipe; el otro, todo cuanto elPríncipe es obligado a sus vasallos; donde severá claramente la regla cierta de conocer untraidor y un leal vasallo, y también de saber cuáles Príncipe y cuál tirano. El cuarto Tratado es enque se le muestre al Príncipe de reinar, vencien-do todas las dificultades de cualquier modo ymanera que se le ofrecieren; y esto, por cuantono se puede comprender ni dar a entender sinopor la variedad del reino o principado, en el cualse halla posesión en una de cuatro maneras, con-viene a saber, o por herencia, o por elección, opor fuerza, o por maña, por tanto este Tratadodebe ser dividido en cuatro libros, empleando unlibro en cada una de las dichas posesiones. Peroconsiderando que el Príncipe no es parte de oírlotodo, entenderlo todo, pasar por todo, proveer entodo y en todos cabos, por tanto el quinto y últi-mo Tratado es del Concejo y Consejeros delPríncipe, en que se le enseñe a hacer unConcejo, y elegir Consejeros cuales menester

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fueren. Materia es ésta de la institución delPríncipe que requiere un hombre de muy gran-des dones de Naturaleza, de extremado saber, demucha lección, curioso, observador, y de muchaexperiencia, el cual pueda bien y agudamentetratar tantas, tan diversas, y tan importantesmaterias, como son las sobredichas.

Muéstrase esta dificultad en que Griegos,Latinos, Italianos, Alemanes, Franceses yEspañoles, por bien que se han esforzado a ello,no la supieron comenzar, ni llevar adelante.Todos la toman a repelo, rómpenla a pedazos,nada está en su lugar, y lo peor de todo es queprometen dar institución del Príncipe, la cualtiene todas las partes que arriba dije, y ellos ape-nas tratan su milésima parte; que es un vicio quesuele caer en hombres botos, imprudentes, y depoco saber. Porque el que da nombre a su libro,cualquiera que sea, el tal es obligado a tratar laspartes que bajo del título puesto se contienen. Yo(como aquél que siempre pensé que la grandezade un alto espíritu está puesta en cosas muygrandes, y llevar al cabo cosas que muchos ymuy ilustres varones o no supieron, o no pudie-ron, a lo menos vemos que no las acabaron)entre otras mis ocupaciones en diversas discipli-

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nas y mayormente de Leyes, quise probar lamano en esto de la institución del Príncipe; yasí, de ocho libros en que ha de ser dividida laobra del Concejo del Príncipe, envío a vuestramajestad el primero de ellos, en que sólo amanera de memorial apunto mi parecer sinamplificación ni pruebas, por no fatigar conmultitud de palabras los delicados oídos dequien continuamente está ocupado. No hemiedo, ni espanto de que muchos quizá mereprenderán de atrevido, o soberbio, o malmira-do, que presuma yo de tratar una tal, tan ardua ytan difícil materia: porque el influjo de mi estre-lla me guía, y aun casi, me fuerza a ello. Y asísiguiendo tan buena guía, desde mis tiernos añossiempre me empleé en saber y entender formas ymodos de buen gobierno; a cuya causa herevuelto muchos libros por entender el gobiernoantiguo de los Asirios, Tebanos, Atenienses,Cartagineses, Romanos, y también de los denuestros tiempos, como del Turco, de Italia,Alemania, Francia, España, y otras provincias. Ypara la experiencia, me aprovechaba de saber loque en mis días ha pasado en las concurrenciasde las guerras entre los Príncipes de Europa, ycotejarlo con las antiguas historias; y allende de

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esto, mis amistades y conversación con hombresque siempre o sus Repúblicas, o sus Príncipeslos emplearan en los más arduos negocios de susreinos y tierras, me ayudaron en gran manera,con los cuales he comunicado y entendido algode lo que por allá pasa. Siendo pues yo nacido,criado y ejercitado en tal modo, ningún miedotengo de cuanto contra mí en este caso se dijere.Muchos no curarán de esto, sino que (comohombres que miran a bulto) saldrán luego con eldicho de Aníbal, que llamó loco al gran filósofoFormión, porque osó en su presencia dar formay modo de bien guerrear. A estos tales, y a suejemplo se puede responder con la opinión demuchos, muy doctos, muy prudentes, y muy san-tos varones, de los cuales algunos de palabra, ycasi todos por sus obras han condenado, y con-denan a Aníbal de bárbaro e inhumano en aqueldicho contra Formión; con la autoridad de loscuales excusándome yo, podría decir que los queme persiguiesen con el tal dicho, son más bárba-ros que Aníbal; porque éste pecó de pura sober-bia, no queriendo consentir que otro, a la som-bra, entendiese tanto de la guerra, como él al soly polvo; pero estos otros, de quienes hablo, sien-do ellos la misma ignorancia, quieren reprender

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los que algo saben; y pecan en temerarios, puesinconsideradamente echan sello a malicias aje-nas: y no es tanto decir un disparate, comosotascribirlo de su mano. Bien mirado, Aníbalmerece excusa por su dicho, pero éstos nuestrosson dignos de grandísima reprensión: porque esprobable que a un hombre tan generoso, lleno demil trofeos y victorias, como era Aníbal, oyendolas ordenanzas de Formión, en un súbito se lesubiese la cólera que le hizo hablar de tal mane-ra; pero a estos mis murmuradores muévelos porla mayor parte malicia, porque quieren, conmenosprecio de sudores ajenos, encubrir ydefender su ociosa, codiciosa, ambiciosa, afecta-da, inútil y torpe ignorancia. Pero pongo porcaso que Aníbal reprendiese justamente aFormión. ¿Qué se sigue de ello? Sólo esto, queno nace sabiamente el que enseña a otro quesabe más que él. Allende de esto, añado y digo(por complacer a murmuradores) que no hacebien el que enseña a un igual, y peor hace el queenseña lo que no sabe. Digo que por ninguna deestas vías (y si no me engaño) puedo yo serreprendido en este caso: primeramente, porque(dejando aparte mi instinto natural) he puestogran diligencia y trabajo en saber de raíz lo que

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escribo, en lo cual cuanto haya aprovechado, ysi me engaño o no, a las obras me remito. Mas,que así como hay arte de bien cabalgar, de bienhablar, y de bien jugar de todas armas, las cualesartes son inventadas para los que no las entien-den, y tienen necesidad de saberlas, de la mismamanera hay arte de bien gobernar, llamada insti-tución del Príncipe, una partecilla de la cualenseño aquí en este libro, no para quien la igno-ra y tiene necesidad de aprenderla. Finalmente,para mayor amparo de mi justa empresa y másfirme autoridad de mi obra, me pareció a míconveniente cosa enviarla a vuestra majestadcomo a la escuela y perfección de buen gobier-no, donde, si hallare tanto favor y merced quepueda ser revisada y examinada, no dudo, antestengo por muy cierto, que las faltas que en ellase hallaren, tendrán aparejo de enmendarse; lobueno, que en ella hubiere, alcanzará su debidogrado, será espejo en que se miren todos losPríncipes del mundo en sólo salir de la Corte ymanos del prudentísimo y gran Felipe.

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OBRA DE F. FURIÓ CERIOL:

que es el libro primero del quinto Tratado de lainstitución del Príncipe

Capítulo primero

El Concejo del Príncipe es una congregación oayuntamiento de personas escogidas para acon-sejarle en todas las concurrencias de paz y deguerra, con que mejor y más fácilmente se leacuerde de lo pasado, entienda lo presente, pro-vea en lo por venir, alcance buen suceso en susempresas, huya los inconvenientes, a lo menos(ya que los tales no se puedan evitar) halle modocon que dañen lo menos que ser pudiere. A esteayuntamiento muchos lo llaman Consejo, dándo-le el nombre del fin, por donde se inventó; en locual dicen muy bien: pero parecióme a mí, porjustas causas que me callo (por no ser prolijo)nombrarle Concejo. Esto no embargante, escribacada uno como mejor le pareciere, que para miintención Concejo, o Consejo siempre es una

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misma cosa. Vuelvo a mi propósito. Es elConcejo para con el Príncipe como casi todossus sentidos, su entendimiento, su memoria, susojos, sus oídos, su voz, sus pies y manos: paracon el pueblo es padre, es tutor y curador: yambos, digo, el Príncipe y su Concejo, sonTenientes de Dios acá en la tierra. De aquí sesigue que el buen Concejo da perfecto ser yreputación a su Príncipe; sustenta, y engrandeceal pueblo; y los dos, digo, el Príncipe y suConcejo, son buenos y leales ministros de Dios.Por el contrario, el mal Concejo denosta y abatepor tierra a su Príncipe, hace de él una piedra dela misma hechura que los antiguos Romanoshacían su dios Término: el pueblo se destruye ypierde; y los dos, es a saber, Príncipe y suConcejo rebelan contra Dios, y se hacen vasa-llos, y esclavos del diablo. Cosas son éstas detanta importancia y calidad, que no sé si las hayaen esta vida mayores; y así me parece a mí, quelos Príncipes se deberían desvelar y trabajarnoche y día en buscar y hacer un Concejo cualconviene, sin que le falte ni sobre cosa. Diránotros su parecer sobre ello, y quizá muy bien,mas yo (siguiendo razón, experiencia, y reglasde grandes gobernadores) digo que, aunque el

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Concejo del Príncipe realmente no es sino unoen cuanto no tiene más de una cabeza, que es elPríncipe, todavía es necesario sea dividido enmuchas partes, las cuales tendrán con el Príncipela misma correspondencia que las piernas, bra-zos, y otros miembros, los cuales aunque dife-rentes en lugar, forma, y oficio, vemos que nohacen más de un hombre.

Así el Concejo, si se dividiere (como esmenester) en muchas partes, no hará más de uncuerpo, conviene a saber, un buen gobierno yprotección, cuya cabeza es el Príncipe, y susmiembros la diversidad de Concejos. Por tantoel que quisiere dar regla y ordenar un buenConcejo de cualquier Príncipe, ante todas cosases menester que diga, de cuántos Concejos tenganecesidad; y después, en cada uno de ellos,cuántos Consejeros, cuántos Presidentes, cuántossecretarios, cuántos escribanos sean menester 1;

1 Obsérvese el énfasis en la naturaleza colectiva del Concejo yde los Concejos que forman el Concejo. Coincide con las tenden-cias más recientes de la literatura sobre dirección de organizacio-nes, que enfatiza la capacidad de trabajo en equipo, de toma dedecisiones colectivas, mucho más que en las capacidades estricta-mente personales.

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y en estos hombres, qué calidades se requieranpara que sean suficientes; qué gajes, qué preemi-nencias, qué autoridad deben tener; cómo se hande juntar, dónde, en qué tiempo, a qué hora,cómo proponer los negocios, a quién dar losmemoriales, a quién solicitarlos, a quién y dequé modo votar, y otras cosas muchas.Finalmente es menester que diga la correspon-dencia de los Concejos entre sí, para que losnegocios no sean confundidos; y después, todosellos, en la última determinación antes de con-cluir, cómo y en qué manera han de dar relacióna su Príncipe. Siguiendo yo esta orden, es cosaconveniente que comience por la primera parte,en que debo enseñar de cuántos Concejos tenganecesidad un Príncipe. Digo que éstos deben sersiete ni más ni menos; y por hablar claramenteen lo que mucho importa, digo otra vez, quetodo y cualquier Príncipe debe ordenar y tenersiete Concejos diferentes del todo y por todo encargo, en negocios, en ministros, en poder yautoridad, si quiere bien y fácilmente gobernar ydefender su principado. Los Concejos son éstos,que se siguen.

El primero, es de la hacienda; y así le llamo

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Concejo de hacienda. Éste tendrá cargo de lasrentas del Príncipe, tanto de las ordinarias comode las extraordinarias, en cogerlas, guardarlas,conservarlas, y amplificarlas. Mirará las extraor-dinarias de dónde se puedan sacar, cómo, y enqué tiempo; cómo se pueda y deba poner un tri-buto. Si alguno de los tributos o pechos rentapoco, de qué manera se pueda reformar y acre-centar sin daño del bien público. Mirará tambiénen que se quiten aquellos tributos que son super-fluos o dañosos o injustos. Tenga así mismo acargo todos los gastos del Príncipe en paz y gue-rra; de tal manera que los gastos superfluos sequiten, y se añadan algunos, si fueren necesa-rios: porque la hacienda del Príncipe no sólo seaumenta en buscar modos de sacar moneda, sinotambién en que se quiten los gastos demasia-dos 1. Finalmente este Concejo será el tesoro delPríncipe, o el Erario, como decían los Romanos.En el Principado que no estuviere este Concejo,como es menester, siempre se verá el Príncipepobre y empeñado; los pechos incomportables;

1 Aquí tenemos el principio del presupuesto en base cero for-mulado en 1559. Muchas ideas sensatas que nos parecen modernasno lo son tanto...

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la moneda desaparecer, y los pueblos desolladosy casi muertos.

El segundo, es de la paz; que es aquel quecomúnmente se dice Consejo del Estado, porqueen él estriba todo el gobierno: llámelo cada unocomo mejor le pareciere, que yo le nombroConcejo de paz. Su cargo de éste quiero seacivil, como en leyes lo llamamos; es a saber,mirar los Virreyes, los Gobernadores,Corregidores, Alcaldes, Coroneles, Maestres decampo, Castellanos, Capitanes, los Consejeros, ytodos los otros oficiales del Príncipe, tanto losde paz como los de guerra, si hacen su oficio, ono; si acaban su tiempo, o no; si se han demudar, o no; y quiénes se han de proveer, oquiénes no. Mirar también que no se hagan pro-visiones y despachos surrepticos. Así mismo ten-drá cuenta con que los gastos ordinarios y extra-ordinarios del Príncipe se paguen a su tiempo enpaz y guerra, y dará cédulas para ello, sacándo-las a pagar al Concejo de hacienda: porque elConcejo de la hacienda será como un vaso pararecoger y conservar la moneda, cuya distribu-ción se hará por comisión y poder de esteConcejo de paz, sin la autoridad del cual no se

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debe gastar ni un solo dinero 1. Este mismo ten-drá cargo de mirar con quién se ha de hacer paz,con quién romper guerra, con quién hacer alian-za, con quién conservar amistad, con quién usarbuenas palabras sin obras, con quién obras; y entodo ello, el cómo, cuánto, cuándo, en secreto; oen público. Será en fin éste la cabeza de todoslos otros Concejos.

El tercero, es de la guerra, y así le llamoConcejo de guerra. Éste tendrá cuenta de sabercómo se pueda bien y perfectamente fortificaruna plaza, cómo mantener fronteras, con quésoldados mantener en paz y guerra, y otras cosasa esto pertenecientes. Mirará y sabrá las armas,los ejercicios, y el modo de guerrear de los anti-

1 Otra idea tan innovadora que todavía no se aplica hoy en laorganización de muchos gobiernos: separar la elaboración y ejecu-ción presupuestaria de las funciones tributarias y financieras. Entodo gobierno, dejar en unas solas manos los ingresos y la gestiónfinanciera junto con el presupuesto es erigir un gestor único de laeconomía pública que de hecho influye más en las decisiones decada miembro del gobierno que el propio presidente; es crear unpresidente en la sombra. El criterio de Furió se aplica, y desde nohace mucho - desde los años cuarenta - en los Estados Unidos,donde el Secretario del Tesoro se ocupa solamente de los ingresosy de las finanzas, mientras que el presupuesto depende de unaOficina del Presidente.

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guos, y todo lo cotejará con lo de sus tiempos, ysabrá la diferencia que hay del uno al otro. Sepaasí mismo ordenar y hacer formas de escuadro-nes de infantes y caballos; y qué nación máspueda y sea nombrada en lo uno, o en lo otro; yqué medios o qué modos se hayan hallado, ohallar se puedan de nuevo, para dañar o aprove-char a nuestros campos. Medirá cuán grandessean las fuerzas de su Príncipe, y las de suadversario; y las unas y las otras, cuán grandespuedan ser juntadas con las de sus aliados, o sinellas. Qué tal sea el poder presente, y también elque se puede juntar. Tendrá también memoria detodas las guerras de su Príncipe, y de sus antece-sores, conviene a saber, cómo se movieron,cómo trataron, cómo concertaron, con qué pac-tos, y qué es lo que movió ambas las partes a dary recibir tales condiciones. Esto mismo ha desaber acerca del enemigo de su Príncipe, de susvecinos, de sus aliados, y de todos aquellos quese le pueden aliar o enemistar. De esta maneraalcanzaremos que, si fueren mayores las fuerzasdel enemigo, queramos antes paz que guerra; ysi fuere al contrario, hagamos contrariamente. Ysi por dicha somos inferiores, de qué manera loseamos, en gente, en armas, en ejercicios, en

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cabezas, en dinero, en opinión y fama, en ami-gos y aliados, en mantenimiento, o en otrascosas semejantes: todo lo cual bien visto y exa-minado, mirará agudamente y con prudencia,cómo y en qué manera se podría hacer no sóloque nos defendiésemos, mas aun fatigásemos yvenciésemos al enemigo, pues es cosa manifiestaque más vale ingenio que fuerza. En elPrincipado donde no hay un tal Concejo, yerra elPríncipe en cuantas cosas emprende militares,muévelas sin tiempo ni sazón, no las sabe guiar,ni menos acabar, todo cuelga de la fortuna; en elvencer es soberbio, ni sabe usar de la victoria; sifuere vencido, deturbado y congojoso no sabedónde se está, como flaca y vil mujercilla searaña y mesa, si no en público, a lo menos ensecreto; y por conservarse el estado o su negrareputación, hace mil bajezas, descendiendo atorpes condiciones de paces o treguas. Donosacosa es oír los pareceres y porradas, por decirmejor, que los hombres necios echan en estecaso. Unos se quejan de la fortuna; y ellos noven que la fortuna muy ruin lugar tiene dondeestá la prudencia. Otros dicen, que Dios es servi-do de hacerlo así; yo no entro en el poder deDios, pero sé bien decir, y digo con San Pablo,

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si son ellos secretarios de Dios, o si han recibidocartas de ello firmadas de mano de la Trinidad,con que se aseguren que así sea, como dicen.Otros dicen que nuestros pecados lo causan; yesto es muy gran verdad, porque los yerros y fal-tas del Príncipe, y de sus ruines Consejeros, sonpecados que nos acarrean la perdición nuestra ysuya. En conclusión, digo que, en tanto que unPríncipe no tiene un Concejo de guerra de lascalidades sobredichas, nadie se debe espantar sise guerrea mal y por mal cabo; y por tanto enesto se debería muy mucho mirar.

El cuarto, es de mantenimientos, o provisio-nes; y así le llamo Concejo de mantenimiento.Éste debe tener cargo de proveer y abastecer elprincipado de mantenimientos y vituallas entiempo de paz y guerra; y para esta causa esmenester que sepa y tenga por lista las cosastocantes a su oficio por todo el principado, con-viene a saber, qué mantenimientos y provisionestenga, cuántos le sobren, cuántos falten, cuántosvengan o vayan por mar, o por tierra, de dóndese saquen, para dónde vayan, por qué vía, ycómo, cuánto, y a qué tiempo, y otras muchascosas de la misma manera. Cualquier género de

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saca remitirá el Príncipe a este Concejo, y sin suvoluntad o parecer nunca se debe dar saca a nin-gún hombre. Si se formare un tal Concejo, comoes menester, en tiempo de paz y guerra tendre-mos en abundancia lo necesario a la vida huma-na, y daremos parte de lo nuestro a aquellos pue-blos cuya amistad y favor hubiéremos másmenester. Sin él, todo va borrado: en cada pro-vincia se padecen mil trabajos, la avaricia omalicia de pocos nos lleva fuera de la tierra lonecesario, no socorremos con ello a los amigos,los enemigos lo gozan a fuerza de dinero, por locual nuestras amistades se ponen flacas, y aveces quiebran. También vemos, por falta de untal Concejo, moverse guerra en tierra donde nohay qué comer ni para los hombres ni para loscaballos; apenas son en campaña, cuando pade-cen hambre, o carestía grande, o falta intolerablede cosas muchas; por lo cual son forzados deretirarse vergonzosamente, o hacer paces, o tre-guas, alianzas fuera de tiempo, o con quien nodeberían. Pierde la reputación el Príncipe paracon los extranjeros, y con su pueblo se enemista;porque dos cosas son las que hacen que un pue-blo quiera bien a su Príncipe: la una, el defen-derlo de la opresión de los que mucho pueden;

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la otra, si está aliado con aquellos pueblos y tie-rras, sin las cuales no puede bien hacer su trato ymercaduría.

El quinto, es de leyes; y así le llamo Concejode leyes. Éste tendrá cuenta de mirar y saber quécargos, qué magistrados, qué gobernadores, quéoficiales sean menester para el gobierno delprincipado, cuáles, con qué autoridad y poder.Éste añadirá los que faltaren, quitará los que leparecieren superfluos. Tendrá así mismo cargode hacer leyes, declararlas, quitar las malas quehubiere, y hacer de nuevo las que fueren necesa-rias. Éste será el padre y amparo de las leyes,pondrá todo su esfuerzo en que se guarden ycumplan buena y limpiamente sin falta ninguna.Por falta de un tal Concejo, vemos en muchosreinos y ciudades algunos oficios y magistradosmenos de lo que al bien público conviene; enotros, muchos más de lo que cumple; y lo peorde todo es que las más veces se hallan los talesoficios contrarios entre sí del todo, o en granparte. De aquí se siguen bandos, parcialidades,escándalos, robos y pleitos infinitos, los cualesnunca se acabaron ni se acaban sino por conjura-ciones, o ensangrentando las manos en la perso-na del Príncipe, o quitándole el principado y

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dándolo a otro. Muchos pasan por esto muy des-cuidadamente, y no piensan que lo que se siem-bra un año, se coge al otro. Pues ¿para qué esdecir la necesidad que tienen los reinos de hacery deshacer Leyes? Juro santísimamente que decien pleitos, los noventa y cinco nacen de laimpertinencia de muchas leyes, las cuales ennuestros días ya no son nada, ni pueden, nideben ser guardadas 1 y, por no haber unConcejo cual yo digo, ni se mudan, ni enmien-dan, sino que sirven a la ambición y avaricia deabogados y licenciadillos, con que pueden a susalvo cohechar ruin y falsamente.

El sexto, es del castigo, y así le llamo Concejode Pena. Éste tomará a su cargo todo lo criminal,de cuanto a la persona del Príncipe se refiere porcualquier vía que ello viniere: conocerá y sen-tenciará de todos los males y crímenes según las

1 Las malas leyes no pueden ni deben ser cumplidas, hay quecambiarlas. Arriesgada afirmación para los tiempos de monarquíaabsoluta, y arriesgada aún hoy en día, aunque gran verdad. La leyobsoleta no se cumple, y se establece la tolerancia política ysocial del incumplimiento. Pero institucionalizar la tolerancia delincumplimiento de la ley es institucionalizar el desorden, que per-judica a la sociedad y al gobierno, y beneficia sólo a los enemigosdel gobierno y a los poderes antisociales.

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leyes de la tierra en que se cometiere el delito.

El séptimo, es de mercedes; y así le llamoConcejo de Mercedes. Éste tendrá cuenta de oíry conocer los méritos y deméritos de todos engeneral, informándose bien de la vida, costum-bres, habilidad y hechos de aquellos que, sinpedirlo, merecen por sus raras y excelentes vir-tudes: y en particular, de aquellos que pidierense les haga merced alguna. Porque, si para losmalos hay castigo, para los buenos y virtuosostambién es razón haya premio 1.

1 Una de las características de un gobierno débil es que castigapoco y premia poco. El gobierno débil tolera el incumplimiento delas normas, y otorga pocas distinciones. El gobierno débil gobier-na poco y lo explica como un mérito. Pero lo meritorio de ungobierno es gobernar: conseguir que el que incumpla la normatenga la certeza de ser castigado, y lo sea. Conseguir que el queactúa de forma excelente tenga la confianza de ser premiado, y losea. En este examen de madurez política muchas de las institucio-nes de nuestro país quedan malparadas: tenemos cantidades de nor-mas que no se cumplen, y entre ellas tal vez los récords de incum-plimiento los establecen las normas disciplinarias, empezando porlas de los propios empleados públicos. En los países avanzados seconsidera algo rutinario que la administración vaya eliminandoregularmente la presencia en ella de ese pequeño porcentaje inevi-table de indeseables, y que se sancionen también de modo regularlas conductas nocivas menores, en evitación de que empeoren. Ennuestro país sólo se utiliza la normativa disciplinaria cuando se ha

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Todas cuantas mercedes hiciere el Príncipe hande pasar por manos de este Concejo y, sin sudeterminación, ninguna merced se haga. Porfalta de un tal Concejo, vemos en Corte dePríncipes no ser conocida la virtud, todas lasmercedes se hacen por favor o por buena merca-duría de contado. El hombre virtuoso y hábil noes conocido, o es desechado, o tarde y malalcanza un testimonio de su virtud; y por el con-trario, el inhábil, el hipócrita, el malo, el choca-rrero, el alcahuete es el que vale, éste es amado,éste es privado, a éste se hacen las mercedes, yse dan los más altos premios de virtud. ¿Qué sesigue de esto? Los buenos se indignan, la indig-

llegado a situaciones extremas, y aún en este caso se usa tan mal -seguramente por la falta de práctica - que los Tribunales acabaninvalidando la mayoría de decisiones. Algo similar sucede con elsistema de premios y distinciones. Mientras en los países másavanzados existe un sistema regular, ordenado, que produce unconjunto de premios y distinciones reglamentado, jerarquizado, yde amplio alcance - piénsese solamente en la Legión de Honorfrancesa, con sus centenares de miles de distinguidos estructuradosen categorías, con sus reglas de concesión precisas - en nuestro paísse premia poco y mal, en el desorden, con miles de distincionesdesconocidas, sin reglas, que premian a los amigos del gobernantede turno, que premian en arranques emotivos por sucesos aislados,que premian solamente a los tan ancianos y tan premiados ante-riormente que no producen ningún efecto de emulación.

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nación busca venganza, la venganza trae parcia-lidades, las parcialidades causan alborotos,muertes, y a veces, la perdición del Príncipe contodo su Estado.

Estos son los siete Concejos que son necesa-rios al gobierno de todo y cualquier principado;y esto, entre otras muchas y muy buenas causas,por ésta, principalmente, que con tal distinción odivisión de Concejos, más negocios, mejor, ymás fácilmente se despacharon; el Príncipe esta-rá más descansado, porque no tendrá tantas ocu-paciones de memoriales y quejas; los vasallos nogastarán su vida, tiempo y bienes tras un despa-cho de poca o mucha importancia; y los delConcejo no tendrán tanto que hacer, pues losnegocios se repartirán y estarán separados losunos de los otros. Veo yo que es la muerte cargarsobre tres, cuatro o seis personas los negocios depaz y guerra, de penas y mercedes, de hacienday mantenimiento, y de seiscientas otras cosasmuchas, grandes y pequeñas, importantes y lige-ras, de risa y llanto, de ricos y pobres; y que esimposible (como la razón y experiencia enseñan)poder tener cuenta medianamente con la menorparte de ellos. Por tanto, todos aquellos del

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Concejo de un Príncipe que no ven estas dificul-tades, son a mi parecer muy ciegos; y los que lasven y no procuran con su Príncipe que se for-men muchos Concejos, en que al modo sobredi-cho se repartan los negocios, los tales son ava-rientos, son ambiciosos, son vanos, son dañososal bien público, porque quieren ser adorados,quieren hacer su casa, y con tal que salgan conesta su intención, no se les da nada que lo pagueel bien común. Materia es ésta muy grande y sila quisiese llevar adelante, no acabaría tan pres-to: baste que de esto poco se entienda lo demás.Lo que muy mucho debe mirar y guardar elPríncipe, es que no se permita diversidad deConcejos en un Consejero. Declararme quiero:digo que el Consejero que fuere de la hacienda,ese tal, por ninguna vía del mundo, se debe per-mitir que pueda ser de algún otro de los seisConcejos. Y lo que digo del Consejero de laHacienda, quiera se entienda de cualquier otrode manera que un Consejero servirá a un soloConcejo, y no más. Porque de otra manera, seríaposible en breve espacio de tiempo reducirse losConcejos en tal punto, que serían siete nombresvanos, y en verdad no más de un Concejo; por locual caería el principado en aquellas dificultades

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y peligros de que en algunos lugares tengohecha mención. Y allende de esto, se recrecenotros daños, los cuales callo por no ser prolijo.Síguese ahora (para bien y perfectamente orde-nar estos Concejos) que, comenzando por el pri-mero, discurra por todos ellos hasta acabar en elpostrero, mostrando y ordenando en cada uno deellos todas aquellas partes y calidades o circuns-tancias de que hice mención al principio de estecapítulo; lo cual, para bien aclararlo, es menesterse divida en siete libros, dando y empleando unlibro en la declaración y ordenanza de cada unode ellos. Pero, por cuanto en cada uno de estossiete libros se han de tratar las calidades de losConsejeros, las cuales (aunque hay alguna dife-rencia) son casi las mismas en todos ellos, yrepetirlas sería grandísima falta, por tanto dire-mos ahora en general las partes y calidades deun buen Consejero, con lo cual pondré fin a estelibro, que será el primero del Concejo yConsejeros, y común a los siete que quedan; ylos otros llevaré adelante cuando Dios fuere ser-vido.

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DEL CONSEJERO YPRIMERAMENTE DE SUS CALIDADES

EN CUANTO AL ALMA

Capítulo II

El Consejero, es una persona suficiente, elegi-da para el cargo y ejecución de uno de los sobre-dichos Concejos. Por lo cual se debe notar muybien que en el Consejero hay dos cosas: la una,es la suficiencia suya para los negocios, que es,que sea idóneo y hábil para el cargo que debeadministrar; la otra, que sea elegido; en que res-pectivamente mira al Príncipe. De manera que lasuficiencia está en el Consejero; y el cargo yprudencia de lo elegir, en el Príncipe: de lo unoy de lo otro trataremos, y primero de la suficien-cia. La suficiencia en el hombre se considera endos maneras: la una en cuanto al alma; y la otraen cuanto al cuerpo. En el siguiente capítulomostraré de conocer la suficiencia del Consejeropor el cuerpo; en éste, en que ahora estamos,mostraré su suficiencia en cuanto al alma. Esta

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suficiencia se conoce por quince calidades, queson las siguientes.

La primera es que sea el Consejero de alto yraro ingenio; porque el gran ingenio es principio,es medio, y fin de grandísimas y más que huma-nas empresas. Todas cuantas virtudes se hallan,y hallarse pueden, en un hombre (si el mismo noes de gran ingenio) son bajas, pierden su fuerza,y casi son nada. Por la experiencia vemos quetodas las artes, todos los maestros, todos loslibros, todos los ayos, todos los avisos y conse-jos son de muy poca virtud y eficacia en aque-llos que tienen ruin ingenio; tanto, que los tales,con muchos avisos, con trabajo continuo, y largotiempo, nada o muy poco entienden: y un graningenio, con pocos avisos, y menos trabajo, enbreve tiempo alcanza cuanto quiere. Es en fin elruin ingenio como un campo naturalmente esté-ril, que por mucho que se cultive, siempre vacansado; da poco fruto, malo, y fuera tiempo. Demanera que, donde no hay gran ingenio, allí nopuede haber virtud ninguna señalada: y portanto, ésta es la primera calidad que muestra lasuficiencia del alma en el Consejero. El graningenio quiero que lo conozca el Príncipe por la

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experiencia, y no se fíe de informaciones ajenas.Daré tales reglas de conocerlo que, si el Príncipeno es ciego, tan claramente lo conocerá como seve el sol a mediodía. Y esto mismo guardarétambién en las otras calidades que quedan. Digopues que lo debe conocer el Príncipe por sola laexperiencia. La experiencia está en los dichos yobras de cada uno. Los dichos del gran ingenioson extravagantes, fuera de la opinión del vulgo;porque como concibe las cosas muy diferente-mente de los otros, así habla de ellas con modoy palabras muy de otra manera de lo que suele elcomún de los hombres, y viene a dar y parardonde no lo esperaban. Así lo verá en el hablaragudo, en el acudir pronto, en el entender fácil,en el enseñar resoluto y claro, en las burlas gra-cioso, en lo de veras recatado; sábese acomodara aquellos con quienes trata (servando pero vir-tud) ahora sean buenos, ahora malos. Nunca elgran ingenio se va al hilo de la gente, nuncahabla popularmente, nunca tiene la boca llena deagua, no es pesado, no se corre, no es confusoen su razonamiento, ni está mal con algunanación del mundo. Muy cierta señal es de torpeingenio, el hablar mal y apasionadamente de sucontrario, o de los enemigos de su Príncipe, o de

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los que siguen diversa secta, o de peregrinasgentes; ora sean Judíos, ora Moros, ora Gentiles,ora Cristianos: porque el gran ingenio ve entodas tierras siete leguas de mal camino, entodas partes hay bien y mal; lo bueno loa y abra-za, lo malo vitupera y desecha sin vituperio de lanación en que se halla. Las obras del gran inge-nio son muy vivas, muy activas; porque conti-nuamente entiende en algo, todo lo quiere ver,todo oír, todo tocar, es curioso, diligente, leemucho, confiere y comunica con todo género dehombres, quiere saber lo pasado, entender lopresente, hacer juicio de lo por venir; entiendemuchas artes, no se contenta de una, ni cuatro,ni seis, quiere saber más que otro, y para ellopone más diligencia que otro. Este mismo inge-nio en su mocedad es algo verde, da toda mane-ra de fruto, y (como dice Platón muy bien) escomo un campo muy fértil, en el cual, por lamucha grasura, nacen y se crían algunas hierbasmalas entre las buenas; y así no se lee de ningúngran Capitán, Príncipe, o Filósofo de los queestán en el paño de la fama, sino que en contra-peso de sus admirables virtudes tuvieron algunosvicios señalados. Pero este mismo ingenio,viniendo a madurar, que es a los treinta años de

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su edad, da fruto bueno y saludable y, por decir-lo en una palabra, es divino. El hombre remiso yflojo, el negligente y descuidado, el que no hacemás de comer, beber, jugar y pasear, el que nosabe muchas artes, el que no sabe muchos secre-tos de Naturaleza y de negocios arduos, el quehuye de la conversación o comunicación de pre-grinas naciones, este tal es torpe y boto, a lomenos tiene el ingenio menos que mediano 1.

La segunda calidad, que muestra la suficien-cia del alma en el Consejero, es que sepa lasartes de bien hablar; porque como los hombresnos diferenciamos de todas las alimañas con elentendimiento y palabra, de creer es que entrelos hombres, aquéllos son más excelentes que

1 El autor defiende como primera cualidad del consejero el inge-nio, pero usando una acepción de este término muy lejana de laactual. Queda claro en su descripción de los atributos de esta cua-lidad que no se refiere a la persona ingeniosa sin más. Se refiere ala inteligencia, pero no únicamente; establece una combinación deinteligencia, creatividad, sensatez y empatía que se acerca muchoal concepto de inteligencia emocional de Goleman. Es una buenareceta, mejor desde luego que la tendencia actual de muchosgobiernos de seleccionar colaboradores sólo desde la brillantezintelectual, para acabar gestionando los conflictos provocados porestas personas tan brillantes, pero a veces socialmente inadaptadaso emotivamente perturbadas.

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saben mejor y con más gracia hablar y razonar.Por tanto quiero que el Consejero haya aprendi-do y ejercitado las artes de bien hablar, y de talmodo las sepa, que sea en ellas eminente.Porque se ofrece cada día que el Príncipe hayade enviar uno de sus Consejeros a un reinoextraño, o, en su principado, a alguna ciudad oprovincia, para persuadir o disuadir, acusar odefender, loar o vituperar, dar el parabién o elpésame, o cosas otras; lo cual es necesario quelo haga bien, para provecho y honra de suPríncipe, y no lo sabiendo hacer, cae en falta yvergüenza, y daña las más veces. Mas, que enuna revuelta y motín de un campo, en unascomunidades, y otros movimientos desarregla-dos, cuanto uno fuere más ejercitado en bienhablar, tanto tendrá mejor oportunidad de lo apa-ciguar. Así mismo aprovecha para dar buenas,graves, y sutiles respuestas de palabra y porescrito a los embajadores que vinieren a nego-ciar con el Príncipe. Esta suficiencia quiero laconozca el Príncipe en su Consejero por expe-riencia. Es tal primeramente por sus dichos, quees mirar cómo explica su intención en su pláticay conversación ordinaria: llamarlo a esta causa,y hablarle un día por espacio de una hora; otro

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día, por dos; otro por más o menos. Hacerle con-tar algunas historias por ver cómo alarga o acor-ta el hilo de la materia: cómo lo propone, cómola divide, cómo la sigue, cómo la acaba; y entodo esto con qué gracia, con qué ademán y pro-piedad de palabras. Por las obras se conoce tam-bién: ver qué maestros tuvo para ello, cuántotiempo empleó y con qué diligencia; y si hubiereescrito algo, mandarlo ver y examinar; encerrar-lo también en una cámara, y como quien haceotro, finja el Príncipe que tenía necesidad deescribir el pésame, o el parabién o algún otrorecaudo para tal parte, y que, luego a la hora, allíen su presencia, delante sus ojos se lo mandeescribir 1.

1 El consejero debe saber hablar - y escribir - bien, nos diceFurió. Nos dice también que esta no es una cualidad innata, que sepuede y se debe aprender, entroncando con todos los clásicos de laretórica. Actualmente, muchos colaboradores del gobierno, inclusodel más alto nivel, se definen a sí mismos como técnicos, y desde-ñan esta y otras cualidades que entienden reservadas a la cúpula delgobierno. De lo que resultan colaboradores del gobierno perfecta-mente incompetentes en todo tipo de situaciones que impliquenrelaciones, negociaciones, representación. La retórica no está demoda. Incluso muchos gobernantes se permiten alardear de no seroradores y, por supuesto, dan pruebas de que no lo son. Muchosgobernantes han recibido más lecciones de cómo ladear la cabeci-ta cuando salen en la tele que de cómo hablar con coherencia, de

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La tercera calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sepa muchas lenguas y principalmente las de aquellos pueblosque su Príncipe gobierna, o tiene por aliados, opor enemigos. Esto se entenderá mejor con unejemplo. Sea pues de un Rey de España, segúnestá el presente. El Consejero de este Rey, allen-de de su lengua natural, es bien que sepa Latín,Italiano, Árabe, Francés y Alemán; y esto por-que los vasallos huelgan mucho de entender yser entendidos de aquellos con quienes negocian.Mejor explica hombre su intención, y mejor seentiende entre aquellos que hablan una mismalengua, que cuando son menester intérpretes.Contar sus miserias y poquedades, o secretos degrandes Príncipes y Señores (lo cual cada horaacontece) más presto se atreve hombre a unConsejero solo, que no con el testimonio de ter-cera persona. Para oír embajadas de sus vecinos,tanto por vía de alianza como de guerra, ¿cuánto aprovecha? Si es amigo, mucho más se contentay se conserva en la amistad, viendo su lengua

modo que salen en la tele ladeando muy bien la cabecita mientrasdicen incoherencias. Saber hablar, saber razonar, argumentar, per-suadir, es algo que todos los gobernantes y todos sus colaboradoresdeben aprender.

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propia en boca del Concejo, porque piensa queello procede de amor; si aunque en esto se enga-ñe, todavía el engaño es provechoso. Si es ene-migo, por las mismas causas se gana en parte suamistad, a lo menos sácase este provecho, quedel sonete de sus palabras, del modo de decirlas,de un arrugar de frente, de un torcer de ceja enun propósito o en otro, se colige más o menos laintención del enemigo; lo cual no hará elConsejero por medio de intérpretes, no enten-diendo la lengua del que le habla. Ni es de callarque muy pocas veces se hallan intérpretes quedeclaren y vuelvan a decir perfectamente lainterpretación: tuercen, quitan, añaden demuchas maneras. Viene un espía, de cuya rela-ción cuelga (quizá) la salud y honra de un reino,y es cosa (a veces) que no sufra dilación; granfalta es en tal punto de buscar el intérprete, por-que o no se puede hallar tan presto, o teme elespía de decirlo a un tal hombre, o de intérpretelo puede descubrir, o hay otros inconvenientes.Más, que el que habla muchas lenguas, necesa-rio es haya visto, leído o hablado con hombresdiversos, y sepa en todo o en parte las costum-bres de aquellos pueblos cuya lengua sabe; yesto es una cosa muy necesaria al Consejero

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para todas las concurrencias sobre que fuereconsultado. Dejo de decir otras razones y prue-bas, por no ser largo, porque se me acuerda queéste es memorial sin ejemplos y sin ornamentos.Esta suficiencia, quiero la conozca el Príncipe ensu Consejero por experiencia. Es tal que le hagahablar y escribir en su presencia, y no se fíe derelaciones ajenas, que casi todas suelen ser fal-sas.

La cuarta calidad que muestra la suficiencia enel alma del Consejero, es que sea gran historia-dor, digo, que haya visto y leído con muy grandeatención y examinado sutilmente las historiasantiguas y modernas, y principalmente las de suPríncipe, las de sus aliados, las de sus vecinos, ylas de sus enemigos. El Consejero que fueregran historiador y supiere sacar el verdaderofruto de las historias, ese tal diré osadamenteque es perfectísimo Consejero, nada le falta, esplático en todos los negocios del principado,antes es la misma plática y experiencia. Porquelas historias no son otra cosa que un ayunta-miento de varias y diversas experiencias detodos tiempos, y de toda suerte de hombres.Dadme acá un hombre gran historiador, y sepa

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sacar el fruto de ellas; este tal es más plático ytiene más experiencia en cualquier negocio quecualquier otro hombre, particularmente en aque-lla arte que por espacio de veinte años se hubie-re ejercitado. Porque (tomemos ejemplo en cosasmilitares) un soldado viejo (sea general, capitán,u otro) en el dicho tiempo de veinte años, sehabrá podido hallar por lo más en cuatro bata-llas, en cien escaramuzas, en cincuenta cercos,en doce motines, en cinco rompimientos de gue-rra, en cinco treguas, y otras tantas paces; peroel verdadero historiador se ha hallado y tieneexperiencia de infinitas batallas, de infinitasescaramuzas, de infinitos cercos, de infinitosmotines, de infinitos rompimientos de guerra, deinfinitas treguas, y de infinitas paces. Pues ¿quéproporción hay de lo finito a lo infinito? Ademásde esto, ese hombre con su experiencia de veinteaños; sólo conoce el humor de una, dos, tres, ocuatro naciones; el historiador, de casi todas. Esehombre, con la experiencia de veinte años, nopudo entender la décima parte de cuanto tiene lamilicia, porque en veinte años no se ofrece eluso de todas ellas; el historiador todas las sabe,todas las entiende, nada ha dejado por ver. Esehombre, con la experiencia de veinte años, aun-

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que se hallase en la guerra, no entendió las cau-sas de ella, no supo cómo se movió, con quémedios, ni a qué fin; no entendió los tratos, lasmañas, las dificultades, y despecho con que sesostuvo; tampoco supo los ruegos, las lágrimas,los fingidos desdenes, los dobles tratos y necesi-dad con que vinieron a concertarse ambas laspartes: el historiador todo esto sabe que es (porhablar así) el alma de la guerra, eso mismo digode todos los otros negocios y circunstancias delprincipado en el gobierno y protección: lo cualpor lo que está dicho se entiende fácilmente, ydecirlo con más palabras sería contra el memo-rial que en otros lugares he protestado de hacer.Basta, en conclusión de esto, que las Leyes noson más de una historia que contiene las senten-cias y pareceres de los antiguos y sabios varo-nes, con que ordenaron sus ciudades y mantuvie-ron los habitadores de ellas en concordia e igual-dad, y al presente nos enseñan cómo podemoshacer lo mismo. La Medicina también es historiade las experiencias que hicieron los médicosantiguamente, sobre la cual fundan nuestrosmédicos sus juicios y curas. Pues para ordenaruna República, gobernar un principado, trataruna guerra, sostener un estado, acrecentar el

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poder, procurar el bien, huir el mal, ¿qué cosamejor que la historia? Esto entienden pocos, yasí vemos que pocos saben gobernar: no hay deellos, digo de los gobernadores, quien lea lashistorias; y si alguno las lee, no saca el fruto deellas, porque solamente pasa el tiempo con aquelplacer que se toma con la variedad de los acci-dentes que consigo trae la historia, y no miracómo se podrá aprovechar de ellos en casa yfuera, en público y particular, poniéndolos porobra en todos sus negocios y deliberaciones. Noes la historia para pasatiempo, sino para ganartiempo, con que sepa uno y entienda perfecta-mente en un día lo que por experiencia o nuncaalcanzaría en toda su vida aunque viviese tres-cientos años, o tarde y mal alcanzaría 1. Es lahistoria retrato de la vida humana, dechado delas costumbres y humores de los hombres,memorial de todos los negocios, experienciacierta e infalible de las humanas

1 Hay que conocer la Historia, y saber sacar de ella enseñanzaspara el gobierno. No se puede aprender sólo de la experiencia pro-pia, porque una vida da poco de sí para experiencias. Hay queaprender de las experiencias de los demás. Los gobiernos actualesdeberían contar con medios potentes de conocimiento y análisis dela historia, y sobre todo de la más reciente, sobre todo de lo que

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acciones, consejero prudente y fiel en cualquier duda, maestra en la paz, general en guerra, norteen la mar, puerto y descanso para toda suerte dehombres. ¡Oh que esto bien se habla, pero pocoslo entienden! Por estas causas quiero que elConsejero sea muy gran historiador. Esta sufi-ciencia quiero la conozca el Príncipe en suConsejero por experiencia. Es tal: pregúntele elPríncipe muchas cosas de historia y, entre otras,le podrá hacer éstas o semejantes preguntas.¿Cuántas veces (no me quiero en mis ejemplosapartar lejos de España) han hecho mutación lasCoronas de España, Francia, e Inglaterra? ¿Quélinajes las han poseído? ¿Con qué derecho?¿Cuánto tiempo? ¿Qué fue la causa de sus muta-ciones? ¿Cuántos reinaron de cada casa? Entreellos ¿cuál fue el más ilustre? ¿Cuál el de menornombradía? ¿Cada uno de ellos, cuántas guerrastuvo? ¿Con quiénes, a qué tiempo, por quécausa, cómo se movieron, y cómo apaciguaron?

está pasando ahora mismo. Demasiadas instituciones están inven-tando cosas que ya están inventadas, y a veces están inventandocosas que ya se demostró que son un fracaso en otras instituciones.Demasiados gobernantes y colaboradores de gobernantes cometenerrores tan antiguos como el arte del gobierno, por no conocer lahistoria del arte del gobierno.

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¿De mil quinientos años a esta parte, cuántas batallas ha dado España, y cuántas Francia ycuántas ha ganado o perdido el uno y el otro?¿Por qué falta se perdieron las unas, y por quécausa se ganaron las otras? En los dos mil añosatrás, ¿cuántas comunidades se han levantado enEspaña, Francia, y Roma? ¿Qué fue la causa desu levantamiento, qué males o qué bienes hicie-ron, y cómo se asentaron? El que respondierebien a estas y semejantes preguntas, no esmenester más, sino que es buen historiador; yéste tal, ofreciéndose tiempo y coyuntura, sesabrá aprovechar de las historias.

La quinta calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sepa bien y per-fectamente el fin, la materia, el cómo, cuándo, yhasta cuánto se extiende cada virtud. Porque escosa en que se yerra a cada paso y, si elConsejero sigue el vulgo en ello, dará terriblesporradas. Porque, por ignorancia de lo que digode las virtudes, muchos, muy muchos y casitodos los hombres, al que es hombre reposado,llaman medroso; al astuto, traidor; al rudo einhábil, bueno; al bobato llaman mansueto; alque es ignorante (estudiando) de cosas muchas y

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sutiles por falta de su capacidad, o por no que-rer, o no saber trabajar, llaman hombre que vapor lo llano y carrera derecha; al airado, claro; alsoberbio, manífico; al arrebatado y furioso, fuer-te; al pródigo, liberal; al avariento, próvido, alsupersticioso, santo; al muy docto, curioso; alcurioso, loco; y de la misma manera en todas lasotras virtudes y vicios, dándoles a bien o mal sucontrario nombre como a cada uno se le antoja 1.Éste es un muy grande y diabólico vicio, y siasienta en el Consejero (como necesariamenteasienta quando no sabe distinguir el oficio de lasvirtudes) es destrucción del Príncipe y de todosu principado. Porque en todos los consejos ydeliberaciones, lo primero que se consulta es sies contra honestidad o no aquello de que se trata

1 Curiosa cualidad nos propone Furió para los colaboradores delgobernante: el buen juicio, el buen criterio, en la ponderación de lascualidades de las personas, el saber juzgar a las personas. Conllevatanto las aptitudes de discernimiento como las habilidades en elanálisis de las personas. En muy pocos procesos de selección dealtos cargos se debe analizar si los candidatos poseen esta cualidad.Sin embargo, es fácil apreciar su conveniencia, sobre todo a la vistade las consecuencias de que falte: cuántos gobiernos desperdicianbuena parte de su energía en gestionar las consecuencias de otorgardemasiado a la ligera crédito o descrédito a quien se relaciona conellos...

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con todas sus circunstancias. Para proveer y darcargos y oficios, es menester que lo sepa, afinque no tome lo blanco por negro. En el premiary hacer mercedes, recibirá engaño, si le falta unatal parte, y tan necesaria. Por tanto concluyo queésta es una calidad muy necesaria en el Conseje-ro. Esta suficiencia quiero la conozca el Príncipeen su Consejero por experiencia. Es tal: primera-mente por sus palabras, siendo interrogado deesta o semejante manera. ¿De cuántas cosastiene necesidad un hombre para alcanzar la cum-bre de perfecta gloria en esta vida? ¿En cuántasmaneras puede hacer un hombre que sea amadopor el pueblo? ¿Con qué cosas se acredita en elpueblo un hombre de tal manera que se le dé fea todo cuanto dijere? ¿Qué cosas mueven el pue-blo a que juzgue una persona ser digna de todohonor y gloria? ¿En cuántas maneras se pecacontra fortaleza? ¿Cuántas cosas pide la justicia?Y otras cosas semejantes con que probará elsaber del Consejero para cuanto sea en estaparte. También tomará experiencia por sus obras,informándose qué maestros haya tenido, en quéescuelas estudiado, con quiénes comunicado, yhecho amistad; en qué libros lea, y en qué cosasse emplee.

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La sexta calidad que muestra la suficiencia delalma en el Consejero, es que sea político, digo,que sea plático en el gobierno de paz y de gue-rra, y cosas a ello pertenecientes. Porque siendoel oficio y obligación del Príncipe puesto enestas dos cosas, en el gobierno y protección; louno y lo otro se refieren a paz y a guerra, peromás propiamente el gobierno es de la paz, y laprotección, de la guerra; y si no entiende estasdos cosas cómo y en qué manera se suelen guiar,es imposible que pueda el Consejero hacer cosaque valga. Por tanto es menester que sepa elConsejero que la República, quiero decir, toda lacompañía y sociedad de los hombres juntada enuna comunidad de vida, es compuesta (porhablar así) de cuerpo y alma. El cuerpo, son lashabitaciones; en que primeramente se considerael cielo; si es caliente, frío, o templado. El sitio;si es dentro de la tierra, junto al mar, cabe algu-na ribera o estaño; si es alto, bajo, enjuto, húme-do, pantanoso, fértil, estéril, cerca o lejos de losenemigos, y también qué aires lo baten común-mente; porque según estas consideraciones, asíes menester edificar o no; hacer las calles anchaso angostas; abiertas a un viento, y cerradas aotro; los edificios altos o bajos, y poner en su

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lugar las plazas y casas necesarias al uso delpueblo, y darles la más conveniente forma, es asaber, redonda, triangular, quadrada, o demuchas puntas, según las dichas circunstanciaspidieren. Lo cual, porque no se sabe, vemos quese edifica comúnmente a caso, y así muchoslugares son enfermizos, otros mal repartidos,otros feos, otros impertinentes, a cuya causa sevan despoblando poco a poco. Y aun en mi tiem-po he visto yo gastarse veinte o treinta mil duca-dos en edificios públicos, que dos años despuésse vio claramente ser mal gastados y los edifi-cios inútiles, por no haber mirado en las circuns-tancias ya dichas: lo cual no se seguiría si losConsejeros entendiesen esta parte de laRepública que yo llamo cuerpo. El alma es elgobierno; y primeramente se contempla en suforma, conviene a saber, si es gobierno de unosolo, dicho Rey, que yo llamo Príncipe; como enEspaña, Portugal y Castilla. Si es gobierno desólo nobles; como Venecia y Esparta antigua-mente. Si de sólo plebeyos; como en nuestrostiempos los Cantones o Confederados, dichosimpropiamente Suizos. Si es gobierno de Rey ynobles; como el reino de Dinamarca y Roma entiempo de sus Reyes hasta Tarquino. Si de Rey y

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plebeyos; como fue por algún tiempo el imperiode los Persas. Si de nobles y plebeyos; comoRoma después de echados los Reyes,Lacedemonia, Atenas, y en nuestros días eranFlorencia y Siena, y aun lo son las otrasRepúblicas que quedan en pie en Italia. Si esgobierno de Rey, nobles y plebeyos; como elimperio de Alemania, el reino de Polonia y elreino de Aragón en España. Es menester, encada uno de estos gobiernos, que sepa elConsejero cómo se gana, aumenta, conserva ypierde el Estado; qué peligros corre, cómo sepueda proveer que no se gaste, y para ello saberordenar leyes y magistrados cual conviene. ElConsejero que esto no sabe, no es posible quepueda dar remedio en todos cabos del principadoni sepa aconsejar a su Príncipe cómo se debehaber con este amigo, o con aquel aliado, o coneste enemigo, o con el otro, ni cómo les podráaprovechar, ni dañar, con otras cosas infinitas.En la otra parte de la Policía, que es de la gue-rra, debe saber qué calidades ha de tener unbuen soldado, un capitán, un general, cómo sehan de armar, cómo hacer gente, cómo marchar,cómo alojar, cómo pelear, cómo retirar, cómoseguir; y en cada una de estas cosas, en cuántas

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maneras se suele pecar comúnmente, porque, deotro modo, no sé qué puede aconsejar unConsejero. Por ende es mi parecer que el buenConsejero ha de ser grandísimo político 1. Estasuficiencia quiero la conozca el Príncipe en suConsejero por experiencia. Es tal: pídale cosastocantes al gobierno; de este o de otro modo:¿Qué es mejor, edificar en tierra fértil o estéril?¿Contra qué vientos se deben hacer reparos enuna habitación? ¿De cuántas maneras se sueleperder el principado? ¿De cuántos modos segasta el gobierno? ¿Cómo se levantan las comu-nidades, y de cuántas maneras se pueden opri-mir? ¿En qué estriba el poder del Príncipe, enlas riquezas o en buenos soldados? ¿En cuántasmaneras se puede honestamente romper guerracontra un Príncipe que no haya dado justa oca-

1 El buen consejero ha de ser grandísimo político. Buen alegatocontra las fantasías tecnocráticas, que pretenden que un alto cargodebe ser un experto en su tema, sin más. Un colaborador de ungobierno debe comprender dónde está y actuar en consecuencia, yesto no es posible sin un conocimiento profundo del mundo políti-co e institucional, del sistema legal, de las características organiza-cionales del sector público, de sus reglas del juego, de sus culturas.Un colaborador de un gobierno forma parte del sistema de poderaunque no quiera, luego para poder actuar con eficacia debe querery saber estar en el sistema.

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sión para ello? 1 ¿Qué es mejor, aguardar al ene-migo en nuestras tierras o irlo a buscar en lassuyas? ¿Cuántas cosas debe considerar unPríncipe antes de romper guerra, cuántas des-pués de rota, cuántas antes de dar la batalla,cuántas después de ser vencedor o vencido? Conla respuesta que diere a estas y semejantes pre-guntas, se podrá colegir cuán buen Repúblicosea el Consejero.

La séptima calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es haber andado yvisto muchas tierras, y entre ellas la de suPríncipe señaladamente, las de sus contrarios,las de sus aliados, y las de sus vecinos. Estaperegrinación ha de ser curiosa y prudente, nodescuidada y necia, como suele ser la de hom-bres ociosos y vagabundos, que no hacen más decomo quien pasa por una feria apacentando los

1 Astuta manera de Furió de mostrar su identificación con lastesis de Maquiavelo: poner en boca del príncipe una pregunta contrampa, una pregunta que contiene en sí misma una tesis central de"El Príncipe", dando por supuesto que existen muchas manerashonestas de hacer la guerra a alguien que no ha dado justa ocasiónpara ello. Mucha y muy buena protección debía tener Furió deFelipe II para que la Inquisición no pudiera con él...

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ojos. La peregrinación que se requiere en elConsejero es de tal suerte que se haya muy bieninformado del gobierno de paz y de guerra, delas rentas ordinarias y extraordinarias, del respe-to y amor del Príncipe y sus vasallos entre sí, delas entradas y salidas buenas y malas, de las pla-zas fuertes, de los humores de los hombres, desus costumbres, y otras cosas de esta calidad,con que se gana prudencia, vuélvese hombremejorado a su casa, y ha ganado una buena partepara saber dar consejo, y aprovechar a su princi-pado en todas coyunturas de tiempos. Y el queno lo hace así, ese tal pierde su tiempo en balde,gasta su hacienda, entrega su cuerpo, y pone suvida mil veces al tablero sin esperanza de apro-vecharse a si, ni a otro. Dícenme de un Príncipenapolitano, hombre prudente, que a un deudosuyo (el cual le pedía licencia para se ir a buscarel mundo) respondió que se fuese primero paraRoma, y de allí se volviese, y se la daría a lavuelta. El mío lo hizo así; y después de vuelto,el Príncipe (vista la inhabilidad del mío, a cuyacausa no sacaría provecho de su peregrinación)le dijo: Hijo, tú has visto prados, llanos, montes;collados, valles, sembrados, dehesas, sotos, bos-ques, peñas, fuentes, ríos, árboles, aldeas, villas,

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ciudades, animales, hombres y mujeres; todocuanto hay en el mundo no es más de eso, portanto quédate en casa y reposa. Por cierto quedijo este virtuoso caballero cuanto decir sepuede en un tal caso, y nos dio regla de buscarel mundo, y reprendió sutilmente el abusocomún. El Consejero, habiendo peregrinadocomo conviene, digo sabiamente y cotejando losreinos extraños los unos con los otros, y todoscon el suyo; sacará este provecho que tendrámejor aparejo de conocer los bienes y males quehay en su tierra; tendrá forma de conservar lobueno, y desarraigar lo malo; quitar malas cos-tumbres e introducir otras nuevas y buenas;sabrá hospedar y acariciar a los extranjeros,entenderá mejor las condiciones de los hombresora sean amigos, ora enemigos; ora neutrales ysegún pidieren los negocios, sabráse acomodarde palabra, escrito, y obras, a lo que su condi-ción, y el tiempo, y Príncipe pidieren. Sabrá enfin las oportunidades y dificultades de las tierrasy tiempos; nadie cohechará al Concejo con fal-sas informaciones, a lo menos no estará colgan-do de pelo ajeno. Esta suficiencia quiero laconozca el Príncipe en su Consejero por expe-riencia. Es tal: preguntarle ha acerca de sus pere-

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grinaciones de esta manera. ¿Cuántas leguastiene Francia por lo más largo? ¿Cuántas por lomás ancho? ¿Cuántas por todo alrededor?¿Cuántas plazas tiene fuertes? ¿Por qué partetiene más fácil la entrada? ¿Cuántas riberas tieneque no se puedan vadear? ¿Cuál es la más emi-nente virtud de los franceses? ¿Cuál su mayorvicio? ¿De qué cosa más se pagan? ¿En quédifiere la nobleza francesa de la Española? ¿Enqué su pueblo del nuestro? ¿Cuánta diferenciahay del edificar suyo al nuestro? ¿Cuál de estosdos reyes es más absoluto señor? ¿De qué mane-ra le va a la mano el pueblo a su rey? ¿En cuán-tas cosas difiere su vasallaje del nuestro? ¿Cómolevanta su gente el Francés? ¿Cómo la ejercita yordena? En el marchar por sus tierras, ¿cómo seprovee en que no reciban agravio los villanos enFrancia? Y lo que digo acerca de un pueblo, esomismo le pregunte de todos los otros que quisie-re, y se los haga cotejar los unos con los otros:porque el ejemplo que he puesto de España yFrancia, no es más de ejemplo, digo, que no seata por él la materia a un solo reino, sino quesiendo este libro general y común a cualquierPríncipe, por el tal ejemplo sabrá cada uno aco-modar otros a su principado y tierras. Y esto

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mismo digo de cuantos ejemplos por toda estaobra se hallaren. Ésta, que ahora diré, es unacierta y averiguada regla para conocer un hom-bre si ha sacado provecho de su peregrinación, ono; sin hacerle las sobredichas preguntas, bastamirar lo que dice en sus conversaciones de lastierras por donde ha peregrinado; porque, si con-dena a bulto las tierras extranjeras, y a bulto loalas suyas, ese tal, es hombre apasionado, o des-cuidado, o malmirado, o necio, o loco; en talánimo no cabe distinción de cosas; donde no haydistinción, no puede haber elección; sin elecciónno hay prudencia; todo falta, donde prudenciafalta.

La octava calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sepa las fuerzasy poder de su Príncipe, de sus aliados, de susenemigos y vecinos. Porque, como un médico laprimera cosa que mira en un cuerpo humano essu temperamento y su virtud natural para cuantoes, de la misma manera el Consejero debe sabercuántas son, cuáles, y a cuánto bastan las fuerzasy poder de su Príncipe, de sus enemigos y de susaliados; porque, de otra manera, nunca dará con-sejo que valga. Por no saber esto, los Consejeros

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mueven su Príncipe a hacer guerra a veces conquien deberían vivir en paz, y amonestan dehacer paces con quien se da menester hacer gue-rra. Y lo mismo digo acerca de las alianzas; y entodo ello van, por la mayor parte, como loshombres sin luz por tinieblas. El buen Consejerotrabaja de saber en ambas partes de su Príncipey adversario y aliados, cuántas sean las rentasordinarias y extraordinarias, de donde las sacan,cómo, y en qué tiempo; qué tanta gente de gue-rra puedan levantar, y sostener, y por cuántotiempo; cómo estén armados y ejercitados, y quécabezas tengan; qué tales sean sus alianzas ocuán firmes o cuán flacas; qué cosas les sobrenen sus tierras ordinariamente, y qué cosas lesfalten, y otras de esta manera, porque éste es elmodo de medir las fuerzas y poder de unPríncipe. Esta suficiencia quiero la conozca elPríncipe en su Consejero por experiencia; y éstaserá preguntándole las cosas que ahora acabo dedecir. Ésta es regla general y muy cierta, que elhombre que en sus pláticas y conversación nohace caso del enemigo de su Príncipe, sino que aéste loa, sus fuerzas predica, sus empresas alaba;y del otro hace al contrario, que es vituperarlo,no hacer caso de su poder ni empresas; este tal

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hombre no es bueno para Consejero: porque, silo hace por ignorancia, ésta misma lo reprueba ydesecha, porque el Consejero debe ser sabio yentender lo que tiene entre manos: si por hipo-cresía, es lisonjero, y nunca dirá lo que hace elcaso, sino que por se aprovechar a sí y a lossuyos, hablará al apetito, y no al provecho delPríncipe.

La novena calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que no solamenteame el bien público, pero que en procurarlo, seolvide de su propio provecho y reputación; detal manera que, donde se pueda aprovechar albien común, el Consejero se debe emplear enello con todas sus fuerzas y diligencia, aunquede allí se le haya de recrecer daño propio enfama, vida y bienes. Y ésta es una de las calida-des que Platón más precia y loa en unConsejero, y en cualquier otro gobernador.Cierto es y averiguado que el amor verdadero esvigilante y solícito, la solicitud jamás reposa,todo lo mira, todo lo ve; en nada se descuida, yasí provee en todo lo necesario; y por tanto es elamor, cual digo, una de las buenas calidades delConsejero. Este mismo amor, siendo verdadero,

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de necesidad es que estime y procure muchomás el bien público que el suyo; porque ponetoda su esperanza, su provecho y honra en la uti-lidad pública, la cual, si faltare, necesariamentele ha de faltar a él su bien particular, y por estoantes querrá él padecer en su persona y bienespropios, que no en lo público. Haciéndolo deesta manera, lo poco crece, lo ganado se conser-va, y se vive con descanso. Y en lo contrario,todo es contrariamente, lo cual se prueba portodas las historias del mundo, y ningún imperio,hasta el día presente, alcanzó grandes fuerzas yse conservó en ellas sino por medio de hombresque tuviesen esta novena calidad de que trato: ypor el contrario, el día que vinieron a ser gober-nados por hombres de contraria calidad, ese díamismo comenzaron a declinar hasta caer. A estepropósito, no puedo acabar conmigo de no traerun par de ejemplos: y aunque en ello haga con-tra lo que muchas veces he protestado, todavíamerezco excusa por ser los ejemplos de muchadoctrina, y en cosa que ordinariamente por losgrandes Príncipes y señores totalmente se yerra.Calicrátidas, que fue general de losLacedemonios en la guerra del Peloponeso,pudiendo salvar su armada, con sólo apartarse de

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Arginusis, y no venir a manos con losAtenienses, como lo podía hacer a su salvo, nolo quiso hacer, diciendo que los Lacedemonios,perdida aquella armada, podían hacer otra denuevo; pero que él no podía partirse de allí sinafrenta y mengua de su honra. Aguardó; vino alas manos. Su armada fue desbaratada y presacon grandísimo daño de los Lacedemonios.Quinto Fabio Romano hizo todo al revés deCalicrátidas; y así sufriendo con paciencia lasinjurias de su propio campo y de sus enemigos,en que los unos y los otros por burlarse y mofar-se de él, lo llamaban el Tardo, cansó y gastó aAníbal de tal manera que fue causa de la libertadde su tierra y opresión de la RepúblicaCartaginesa. Y así le loa altamente el gran poetaEnio en unos versos que (por ser dignos de estarescritos en letras de oro por los aposentos dePríncipes) me esforzaré a vertirlos en lenguavulgar de España, lo menos mal que pudiere:

Cobramos nuestro bien con la tardanzaDe un hombre, que pospuso propia famaAl bien común: por donde después vimosMayor y de más lustre su memoria

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Calicrátidas no quiso retirarse una vez, por noperder un poco de su reputación; Fabio se retiróy huyó muchas veces, no teniendo cuenta con sureputación, pues aprovechaba con ello a suRepública. Calicrátidas más quiso pelear condesventaja suya, que retirarse con sospecha desu honra; Fabio más quiso huir con infamia(hablo según la opinión de ignorantes) que pele-ar con peligro del bien público. Calicrátidas diola batalla, perdióla, y con ella su República, y suvida y honra, ganando por eso renombre detemerario; Fabio rehusó siempre la batalla, con-servó su República, y con ella su vida y honra,ganando renombre de Máximo. Y lo que digoacerca de las empresas grandes, eso mismo seentiende de las menos importantes, hasta descen-der en las menores partes del bien público 1.

1 El buen Consejero debe poner el interés público por delante desu propio interés y reputación. Ardua cualidad, hoy en día, con unsistema de valores que pone el propio prestigio, la propia estima,por encima de cualquier otro interés. Pero cualidad distintivaestricta de la carrera del servicio público. Estamos en una situaciónsocialmente esquizofrénica en este tema. Por un lado la sociedad, ala búsqueda siempre de paradigmas, de modelos, persigue, y ensal-za, y casi diviniza a los servidores públicos con mayor personali-dad y atractivo; por otro lado, la misma sociedad, tomando comobandera los valores morales del servicio público, cada vez más

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Aprendan, pues, los Consejeros de dar consejo asus Príncipes en todos los negocios públicos, ylos Príncipes miren, miren, miren muy bien enque elijan Consejeros que tengan esta novenacalidad. Esta suficiencia conocerá el Príncipe ensu Consejero por experiencia. Es tal: finja depedirle consejo en cosas que son del todo contrael bien público diciéndole que, aunque seantales, todavía importan al real servicio por cier-tos designios como serían romper leyes impor-tantes, privilegios grandes, poner tributos excesi-vos, y otras cosas semejantes. De su respuesta sepuede, en alguna manera, entender cuál sea suamor para con el bien común. Otros modos, quehay muchos de conocer esta suficiencia pordichos hechos, a sabiendas callo; lo uno, porqueson fáciles de entender; lo otro,porque quizá, yaun sin quizá, lastimarían a muchos. El quetuviere oídos, oía. Ésta es regla certísima y sin excepción, que todo hipócrita y todo avariento,es enemigo del bien público, y también aquellos

agudizados, castiga ejemplarmente la prepotencia, el abuso depoder, el personalismo. Entre la exigencia social de liderazgo y laexigencia social de moralidad pública el camino acertado es muyestrecho. Difícil situación para los gobernantes y sus colaborado-res, sólo superable con un gran esfuerzo de autocontrol del rol ins-titucional y de todas sus manifestaciones.

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que dicen que todo es del Rey, y que el Reypuede hacer a su voluntad, y que el Rey puedeponer cuantos pechos quisiere, y aun, que el Reyno puede errar.

La décima calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sepa curar todoel cuerpo del principado y no que, curando unaparte, desampare otra; que es como si un médi-co, fuera propósito, por aprovechar a un miem-bro, dañase a otro. Por tanto el buen Consejerose debe despojar de todos los intereses de amis-tad, parentesco, parcialidad, bandos, y otros cua-lesquier respetos; y se vista de una recta y pru-dente bondad, la cual ni sabe, ni puede, ni quierefavorecer sino a la justicia y virtud. A ésta tomapor su sangre, por su parentesco, por su bando, einteresa; a ésta tiene respeto, y fuera de ella, anadie. De manera que el Consejero ha de ser detodos, oír a todos, favorecer a todos sin diferen-cia alguna, pero con tal, que a aquellos más quemás se acostaren a razón y virtud; y a aquellosmenos, que menos se allegaren a razón y virtud.Es uno bueno y virtuoso (y aunque no lo sea),pide cosa justa, y a dicha es de casa del diablo,nacido entre Garamantes e Indios; este tal, es de

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la nación, de la tierra, de la misma ciudad, delbando, del parentesco, de la misma casa y san-gre del Consejero, y como a tal es menester quele favorezca con amor, con todas sus fuerzas ydiligencia. Es otro malo (y aunque no lo sea),pide cosa injusta, y por dicha es allegado, oamigo, o pariente del Consejero; ese tal, ni es dela nación, ni de la tierra, ni del bando, ni de losamigos, ni de los parientes del Consejero, y portanto no sólo no le ha de favorecer, mas aun lodebe reprender y castigar. Porque otro es ser per-sona pública, otro particular. No hay más de dostierras en todo el mundo: tierra de buenos, y tie-rra de malos. Todos los buenos, ora sean Judíos,Moros, Gentiles, Cristianos, o de otra secta, sonde una misma tierra, de una misma casa y san-gre: y todos los malos, de la misma manera.Bien es verdad, que estando en igual de contra-peso el deudo, el allegado, el vecino, el de lamisma nación, y el extranjero, entonces la leydivina y humana quieren que proveyamos pri-mero a aquellos que más se allegaren a nosotros;pero pesando más el extranjero, primero es élque todos los naturales. Por tanto una de lasprincipales suficiencias es ésta de que hablo.Esta suficiencia quiero la conozca el Príncipe en

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su Consejero por experiencia. Es tal: mirar sipide y procura mercedes para sus parientes, deu-dos, aliados, amigos, criados y servidores, aun-que los tales no las merezcan; o ya, que lasmerezcan, si por levantar a éstos, ha procuradoque no se diesen a otros que más las merecían:porque el que tal hace, va contra esta décimacalidad. Ver asimismo si tiene singular aficiónmás para unos que para otros; como hay algunosque, por estar bien con los grandes, se enemistancon los caballeros; otros que, por complacer alos caballeros, dañan sin causa a los plebeyos.Otros aman tanto el brío eclesiástico que, poraprovecharle a tuerto o a derecho, revolverántodo un reino, porque los tales hombres son muypeligrosos y destruyen el principado. Por ningu-na vía debe ser admitido en el Concejo el hom-bre que fuere cabeza principal del bando, o quese haya enemistado a la clara con un reino, unaprovincia, o ciudad de su Príncipe, al cual ha deser Consejero; lo uno, porque todos los hombressomos de tan mala casta que, pudiéndolo hacer anuestra posta, no dejamos de vengarnos; yteniendo el gobierno en nuestras manos, lo hare-mos sin falta so color de justicia, tomando ven-ganza particular con armas públicas: lo otro, por

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que el contrabando se indigna, y aquella indig-nación no es ya contra el Consejero, su enemigo,sino que se convierte toda, y traspasa contra lamisma persona del Príncipe, como aquel que encierto modo se haya hecho cabeza del contrariobando, dándole autoridad, poder, y mando; ensemejante caso leemos que muchos Príncipeshan sido muertos malamente por el contrabandodel Consejero o privado, que él acariciaba.

La oncena calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sea justo ybueno; porque el tal es amigo de pagar a cadauno según sus méritos, que es castigar al malo yremunerar al bueno; y en lo uno y en lo otroguarda la debida mediocridad, que ni en el casti-go es cruel o flojo, ni en el galardonar corto, osobrado, o vano. Este tal ama la paz y guerra ensus tiempos y lugar según conviene. El hombrejusto es leal, que es el fundamento del Concejo;y así vemos que un tal hombre es amado en todoel pueblo por todos los estados de grandes ypequeños, ricos y pobres, hombres y mujeres;tanto que comúnmente se cree que el que fuerejusto, ése mismo es consumadamente perfecto.Al tal encomendamos descansadamente los bie-

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nes, las mujeres, los hijos, la honra, la vida ymuerte. Finalmente es la justicia entre todas lasotras virtudes de tal calidad que todas ellas, sinésta, valen poco: y ésta, sin las otras, vale por símucho. Por tanto digo que debe mirar mucho elPríncipe en que su Consejero sea hombre justo ybueno. Esta suficiencia quiero la conozca elPríncipe en su Consejero por experiencia. Es tal:Las palabras del hombre justo tienen peso, vanarrimadas a virtud; habla verdad, tal es ausentecual presente, lo que tiene en la boca es retratode su corazón, es abierto en sus pláticas y nego-cios, reprende con amor y fuerte mansedumbrelo mal hecho, alaba las obras buenas, todo esamor, todo caridad, ni por oro ni por moro deja-rá de decir a cada uno su parecer, no quiere nipide más de lo que merecen sus obras, favorecea los buenos, y amonesta a los malos, y en todoacaricia la virtud. Este tal ni es ni puede ser par-lero, no habla fuera de propósito, no es mentiro-so, no habla contra lo que siente, no dice uno enpresencia y otro en ausencia, no es hipócrita, noes doble, no es chismero, porque allende que caela chismería en ánimos viles y apocados, es cier-to indicio y prueba de deslealtad, ni se ha vistohasta el día de hoy, que hombre chismero fuese

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leal; no reprende los vicios ajenos en ausencia,pudiéndolos reprender en presencia, ni dirá porla vida cosa que primero no la haya visto de suspropios ojos y tocado con sus mismas manos; enfin; este tal no es lisonjero, ni tan poco puede oírlisonjas, ni dar oídos a maldicientes, ni chisme-ros, ni noveleros. Sus obras del justo son muyfáciles a conocer: vive en paz y reposo, contén-tase con lo suyo, y procura de adquirir honra yhacienda con virtuosos trabajos, tiene su asientoy casa arreglada en buena orden, los criadosmodestos, vive en claridad, paga sus deudas,rehuye pleitos y riñas. No puede ser justo enninguna manera del mundo el que busca renci-llas, cuchilladas, bandos y bulliciosos ruidos. Nopuede ser justo el que no se contenta con suestado, sino que busca con que a tuerto o a dere-cho, por maña o fuerza o favor engrandezca sureputación y casa. No puede ser justo el que nopone todas sus fuerzas noche y día continuamen-te en que gane honra y hacienda por medio devirtud. No puede ser justo el que, mereciendo envirtud y por virtud, se descuida de pedir premioy testimonio de su merecimiento, porque el talhace agravio a sí y a los suyos, oscurece la vir-tud, y daña a la República: esto es conforme a

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ley de Dios y de todos los filósofos. No se con-sienta el torpe engaño de hombres necios que socolor de una falsa humildad, llaman a lo que yoamonesto, ambición. La ambición es de aquellosque, siendo inhábiles, insuficientes, sin virtud ymerecimiento propio, con sólo favor o fuerza omala maña o artes ilícitas quieren alcanzar decomer y honra: pero el que, por su habilidad yvirtud y sudores continuos, quiere valer y tener,éste es justo, es magnánimo y generoso: y si pordicha no pidiere testimonio de su virtud, en talcaso es injusto, es pusilánime y bajo. Vuelvo ami propósito. El hombre que tuviere su casa des-compuesta, los mozos bulliciosos y malcriados,el que se alzare con sudores ajenos, el que hicie-re trapazas, el amigo de pleitos y revueltas, elmatador, el cruel, y el ingrato no pueden ser jus-tos.

La docena calidad, que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sea franco yliberal; porque el pueblo se paga mucho de lafranqueza, la ama, y aun la adora. El avarientosiempre es aborrecido y, por cumplir con sucodicia, todo lo hace venal, no habla sin interés,ni da audiencia sin interés; así tiene sus puertas

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abiertas a cualquier traición, con tal que la puedahacer a su salvo. Este mismo, estando en elConcejo, a tuerto o a derecho hace confiscar bie-nes ajenos, sólo que le quepa su parte; por dondenacen muy grandes dificultades inconvenientesen el principado. El gastador y pródigo vaseconsumiendo poco a poco, y después incurre endiez mil faltas, de donde se le sigue perder lareputación, y caer en inconvenientes tan grandeso peores, como los del avariento. Por tanto, esmenester que el Consejero sea franco y liberal,para que tome el medio camino entre estos dosextremos. Esta suficiencia quiero la conozca elPríncipe en su Consejero por experiencia. Es tal:El liberal ayuda a casar a honestas mujeres,socorre a los pobres, redime cautivos, paga deu-das de sus honestos amigos, y en todo y por todofavorece con su liberalidad a los hombres de altoentendimiento, de que se tiene esperanza o prue-ba de aprovechar al bien público. El pródigo seconoce en los banquetes demasiados, en los ves-tidos sobrados, en justas, torneos, danzas, saraos,cazas, truhanes, chocarreros, mozos sin propósi-to, y en otras cosas de este jaez, en que no seguarda mesura, o no se hacan a su tiempo ysazón. El avariento se descubre en que se trata

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ruin y bajamente en su comer, beber, vestir yhabitación; continuo atrae para sí, piensa más ensus cosas que no en el servicio del Príncipe, entodos sus tratos busca su provecho, siempre pidey da memoriales para sí, y para los suyos; esimportunamente pedigüeño, lo cual es fatiga yfalta muy grande, porque el que tiene el gobier-no de un Príncipe entre manos, nunca deberíapensar en sí, sino en el provecho y gloria de suPríncipe. Y por otra parte el Príncipe, por mante-ner su Concejo bueno, leal, y diligente, deberíapensar en sus Consejeros de honrarlos, enrique-cerlos, ensalzarlos con cargos, estados, y pree-minencias; porque de esta manera, ellos no dese-arán nada, y trabajarán de conservar su Príncipe,por conservarse a sí mismos, visto que sin él, nolo podrían.

La trecena calidad que muestra la suficienciadel alma en el Consejero, es que sea benéfico,digo, amigo de hacer bien. Esta virtud es la queen Latín se llama beneficentia, y no se refiere adar dinero, o algo de la hacienda, como lo da laliberalidad, sino en ayudar a la República (digoal bien común) y a todos sus miembros particu-lares aconsejando, amonestando, loando, vitupe-

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rando, reprendiendo, consolando, esforzando,procurando, y favoreciendo con su autoridad yamparo, no sólo a aquellos que le piden favor yayuda, sino también a todos aquellos que lomerecen sin que lo pidan. De manera que elhombre benéfico (viendo los caminos reales, lasfuentes, los ríos, las puentes, y otras cosas públi-cas tener necesidad de hacerse, o repararse),pone todas sus fuerzas para con el Príncipe ytodos sus oficiales en que se hagan; otros queestán mal hechos, en que se derriben o adoben.Este mismo a los caídos da la mano y levantadel suelo, a los levantados hace caminar, a losque caminan, correr; y a los que corren haceparar con reposo y alegría. Este mismo, estandoen la Corte de un Príncipe, anima a los que bienhacen, mételos en conocimiento con el Príncipe,llévalos a besarle la mano, procúrales algúnhonesto entretenimiento, ayuda en todo tiempo ylugar a los que trabajan de subir a la cumbre dehonor y gloria por los grados de virtud; y dese-cha aquellos que quieren subir a ella por vías ilí-citas y deshonestas. Este mismo va a la mano alos malos jueces, trabaja en que se hagan buenasleyes, y que las tales se cumplan y guarden.Finalmente, el que tiene esta virtud es patrón de

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justicia, defensor del pueblo, amparo de nobleza,nivel del Concejo, padre de la patria, honra delPríncipe, y es casi Dios acá en la tierra. Porquepara dañar, cualquier cosa basta, pero para apro-vechar en tal manera, es menester una virtudmuy semejante al mismo Dios. Y así, concluyoque el Consejero ha de profesar esta virtud, y sela conozca en él el Príncipe por experiencia: dela cual experiencia no digo nada, porque es muyfácil de conocer por lo que de la beneficenciatengo dicho.

La catorcena calidad que muestra la suficien-cia del alma en el Consejero, es que sea manso yafable; porque el tal da audiencia a grandes ypequeños, a ricos y pobres, recójelos con clara ysuave frente, oye sus razones atenta y diligente-mente, responde con amor, promete con grave-dad, niega y quita sin pesadumbre, reprende sininjurias, despide con respeto y sin altivez. Deaquí se sigue que los que alcanzan merced algu-na de su Príncipe, están loándolo y engrande-ciéndolo diez veces más de lo que es; y el queno alcanza lo que pretendía, queda en gran partecontento con la mansedumbre del Consejero, desu alegre semblante, de sus dulces palabras y

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pecho abierto; que son estas cosas de tal calidad,que casi más mueven a los grandes ánimos queno todo el interés del mundo: y así leemos yvemos cada día haberse movido muchos hom-bres a perder su vida y bienes, más por un sinsa-bor, que por mil agravios de otra suerte. Esnecesario que el Consejero tenga sus puertasabiertas noche y día a toda suerte de hombres,los oídos bien sufridos, a nadie dé ocasión dedesesperar, anime a todos, lo cual no podráhacer si le falta afabilidad, y por eso digo que hade ser afable. Esta suficiencia quiero la conozcael Príncipe en su Consejero por experiencia. Estal: el afable es hombre alegre, está sobre sí, noes descuidado, anda muy recatado, viste pulida yhonestamente, es amigo de conversación, no esamigo de parcialidades, con todos trata, contodos comunica, a nadie injuria de palabra, antesromperá a uno los cascos que decirle palabrainjuriosa; es amigo de dichos agudos y gracio-sos, ama una honesta libertad, aborrécese contodo género de hipocresía. El hombre airado omuy colérico en ninguna manera puede ser afa-ble; muéstrase sañudo, es malcontentadizo, todacosa le hace empacho, no quiere dar audiencia,oye y habla poco, malo, y por mal cabo, estraga

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toda la paciencia del mundo, gasta los negocios,enemista al Príncipe con sus vasallos. Estos mis-mos daños acarrea el soberbio. Por lo cual digoque estos tales hombres son naturalmente inhá-biles para ser del Concejo.

La quincena y última calidad que muestra lasuficiencia del alma en el Consejero, es que seafuerte; y esta fortaleza no se entiende de lasfuerzas del cuerpo, sino del pecho interior, quees aquélla por donde se llaman los hombresheroicos, es saber, más que hombres: y la otracorporal, ésta se halla a cada paso en ganapanes,y otros hombres, que venden su vida a troque decuatro reales. La fortaleza de que yo hablo, es deaquellos hombres que son amigos de verdad,entienden en ella, defiéndenla a pie y a caballosin respeto de personas, y por defenderla y man-tenerla, no tienen en nada lo que todos los otrosprecian mucho, conviene a saber, ser privado, odesprivado; tener favor, o disfavor; riqueza, opobreza; mandar, o ser mandado; reposo, o tra-bajo; vida, o muerte; antes están contentos conlo que viniere, ora les sea próspera, ora contrariala fortuna. En las cortes y casas de los Príncipesla mayor pestilencia es que o muy pocas verda-

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des se dicen, o se adornan y disfrazan de talmanera que no puedan fácilmente ser conocidas;todo va solapado; y a este propósito dijo bien yagudamente un filósofo que los Príncipes sólouna cosa sabían bien, y ésta es cabalgar en uncaballo, y otra cosa no; porque el caballo (nosabiendo lisonjear) sin respeto ninguno de perso-nas, así echa al Rey como a cualquier otro de lasilla. Con lo cual dio a entender la poca verdadque suelen oír los Príncipes a causa de lisonje-ros. Por tanto el Consejero fuerte no sólo dirá lasverdades al Príncipe, mas aun deshará la vanidadde aquellos que trabajan de corromperlo conmentiras lisonjeadas, o lisonjas mentirosas. Encualquier trance de fortuna, sea pérdida de bie-nes, de ciudades, de provincias, de mujer e hijos,y honra, o de cualesquiera otras cosas, el fuerteestá sobre sí, no se turba, es señor de su razón, ypor tanto puede proveer luego a la hora en todolo que menester fuere al servicio del Príncipe,oír, hablar, responder, mandar, animar, daresfuerzo al Príncipe y a todo el pueblo. Tambiénes cosa clara que un tal hombre no se corrompe-rá ni apartará de la razón y equidad, ni por oro,ni amistad, ni deudo, ni ruegos, ni fuerza, ni otrointerés de esta vida. Esta calidad quiero la

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conozca el Príncipe en su Consejero por expe-riencia. Es tal: el hombre fuerte es amador deverdad, enemigo cruel de lisonjeros, no está biencon truhanes, es severo, siempre está de unmismo temple, enemigo grande de chismeros,habla con libertad, no es supersticioso, no esrisueño, lo que habla tiene peso, dice su pareceral Príncipe, como a cualquier otro, nada sabedisimular. Guárdense los Príncipes de elegir porsu Consejero al que fuere amigo de hipócritas,de lisonjeros, de albaranes; y también al quedisimula, o esconde las verdades. Guárdense deelegir a hombre que ama mucho el dinero, por-que el tal no sólo venderá su libertad, pero aunla ajena. Guárdense de elegir a hombre que porpérdida de bienes, hijos, o mujer, o cosas seme-jantes, llora, o se mesa, o araña, o adolece, ohace muy gran sentimiento, porque el tal no esfuerte, es mujeril y afeminado, e inhábil del todopara el Concejo.

Aquí se acaban las quince calidades por lascuales se suele conocer la suficiencia delConsejero en cuanto al alma, que es ver y enten-der perfectamente si es idóneo o no, para ser ele-gido en el Concejo: porque el que tuviere todas

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las quince, no hay duda sino que es suficientísi-mo; y el que menos de ellas tuviere o más, asíserá más o menos suficiente. Esto está muy ave-riguado que el hombre en que concurrieren todaslas sobredichas calidades, tendrá muy buen apa-rejo para entender y ser entendido; para hacerbien y huir el mal; y para tener en todo el brazofirme. Porque el tal de necesidad es, que seaprudente, sea bueno, y sea fuerte. El bueno noengaña, el prudente no es engañado, y el fuertevence y sobrepuja todas las dificultades. Estemismo hombre es amado del pueblo; porque nohay cosa más agradable al pueblo que la fran-queza, la beneficencia, la afabilidad, y buenaopinión. Este mismo está acreditado, y se le dafe en todo cuanto hace y dice; porque a aquelloscreemos y encomendamos toda nuestra hacienday honor; los cuales vemos que entienden perfec-tamente lo que tratan y lo gobiernan con todajusticia y lealtad. Este mismo, a parecer de todoel mundo, es juzgado y tenido por persona quemerece, excelentes y soberanos loores ante todoslos otros hombres; porque tenemos por cosadivina al gran ingenio, al que aprendió y supotantas y tan diversas artes, como yo digo; al queno estima nada las cosas de esta vida, y menos-

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precia aquello en que los otros hombres ponensu felicidad. De manera que este tal, quienquieraque él fuere, es verdaderamente noble, es honra-do, es ilustrísimo, es excelentísimo, es muy altoy muy poderoso, es serenísimo, y se puede igua-lar con los mayores Príncipes del mundo.

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DE LAS CALIDADES DEL CONSEJEROEN CUANTO AL CUERPO

Capítulo III

El ser y valor de cualquier hombre (y tambiénde cualquier otra cosa) se conoce cual y cuantosea por experiencia o por conjetura. La experien-cia es la mejor, la más cierta, y la más necesaria;y por tanto debe ser en todas cosas la primera.La conjetura es como una guía, o señal, y éstapuede algunas veces errar, pero muy pocas; yaun por eso ni se puede ni debe menospreciar, sino que como a cosa menos cierta tiene el segun-do lugar, y es que siga luego tras la experiencia.Conforme a esta domina, para mostrar yo lasuficiencia de un hombre que ya es o se ha deelegir por Consejero, primero lo he fundado enla experiencia, que está en los dichos y hechosde cada uno; las cuales dos cosas, porque están ysalen del alma, y sin ella ni se deben ni puedenbien entender, por tanto la nombré suficienciadel alma, la cual (como veis) en el pasado capí-

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tulo abracé en quince calidades. Síguese ahora laconjetura, que es mostrar la suficiencia delConsejero en cuanto al cuerpo por ciertas calida-des y señales exteriores; que es la otra parte deque prometí tratar al principio del antecedentecapítulo 1. No es razón que me detenga en mos-trar la fuerza y virtud de las señales del cuerpo,cuánto puedan, cómo salgan, y otras dudas quese pueden mover sobre ello; sino que para coneste lugar basta saber que como por ciertas seña-les solemos conocer un prado si es fértil o esté-ril, un caballo, si es bueno o malo de la mismamanera tienen los hombres ciertas calidades oaccidentes, o señales en su cuerpo, las cualesmuestran cuál sea su disposición del alma, si eshábil o no, y para cuánto sea poco más o menos.Y pues esto es así, sin alargarme a más palabras,comienzo a dar la suficiencia del Consejero encuanto al cuerpo.

1 Furió defiende que el buen Consejero debe poseer tambiénciertas cualidades corporales. Esta afirmación, que sería hoy tilda-da enseguida de políticamente incorrecta, también debía ser difícilde aceptar en su tiempo, porque en la introducción relativiza lavalidez de estas cualidades, dándoles el valor de "conjeturas", indi-cios generalmente válidos para juzgar. También hoy debemosarriesgarnos a considerar que, por encima de los preceptos iguali-taristas de la corrección política, ciertas cualidades corporales ayu-dan, o dificultan, la tarea de desempeñar cargos públicos.

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La primera calidad que muestra la suficienciadel Consejero en cuanto al cuerpo, es que nitenga menos de treinta años, ni pase de lossesenta, porque de treinta años abajo el entendi-miento no está reposado, la experiencia es poca,la presunción mucha, el calor grande, los pensa-mientos levantados, las flaquezas de naturalezamuchas, ni se puede tener la debida gravedad, nitampoco el pueblo se fía de ella, antes murmura.Cuando pasan de los sesenta años, la memoria sepierde, el entendimiento vacila, la experiencia seconvierte en obstinación, el calor es poco, y asídejan perder las ocasiones los pensamientos can-sados, los cuerpos rotos, no pueden ir camino,son en fin los tales carga y embarazo de Corte.Aunque sé muy bien que toda regla general tienesus excepciones y que se hallan mozos antes delos treinta años y viejos de más de los sesentaque pueden ser suficientes para un tal cargo:pero éstos son pocos y pocas veces, y yo hablode lo más cierto y más común. Por tanto es miparecer que se elijan los Consejeros de edad deentre los treinta y sesenta años, y podrán éstos(si no se ofrece algún estorbo) servir por treintaaños de Consejeros. Los cuales así como estáncasi en el medio de entre lo muy verde y muy

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seco, así tienen los humores más templados. Sonreposados, tienen experiencia, tienen memoria,tienen las facultades vivas y en su ser naturalcorroboradas, buen discurso, el calor moderado,los pensamientos razonables, las flaquezas nopueden ser muchas, tienen conveniente grave-dad, pueden ir, volver a posta y sin ella; el pue-blo los respeta, y se fía de ellos. De manera quede los de esta edad elegirá el Príncipe susConsejeros; y los que fueren más abajo de ella,esténse por escuelas, váyanse a ver tierras, veancostumbres y gobernaciones, aprendan lenguas,sigan campos y Cortes, y trabajen de saber todoaquello que yo he tratado en el segundo capítulode este libro. Y los que estuvieren más arriba delos sesenta, vuélvanse a sus casas, vivan, repo-sen, descarguen sus conciencias, piensen en bienmorir, dándoles el Príncipe como a Eméritos quedecían los Romanos, honra, privilegios, preemi-nencias, y rentas según el merecimiento de cadauno.

La segunda calidad que muestra la suficienciadel Consejero en cuanto al cuerpo, es la comple-xión; porque hay ciertos temperamentos quenaturalmente tienen habilidad, suficiencia, y lus-

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tre; y otros inhábiles, insuficientes, y oscuros.Estos postreros, por bien que noche y día conarte y diligencia trabajen de enmendar su natura-leza, siempre se les parece el remiendo y vuel-ven a sus trece: los otros primeros, con poco dearte y diligencia hacen cuanto quieren, y se vanperfeccionando de cada hora. Por tanto soy deeste parecer que el buen Consejero sea o sanguí-neo, o colérico, y no de otra complexión: porquelos de esta mezcla y temperamento son ingenio-sos, tienen razonable memoria, saben hacer dis-curso, tienen claro juicio, son justos, amorosos,afables, leales, benéficos, magníficos, magnáni-mos y fuertes de su natural; y en el cuerpo, suel-tos, ágiles, sanos y de buen temple. El modo deconocer a los tales, por lo que acabo de decir sepuede entender, y más, que siendo cosa muyfácil y teniendo el Príncipe buenos médicos,podrá en la eleción consultarlos sobre ello.Guárdese sobre todo y mire muy mucho elPríncipe en que no elija para su Concejo hombremelancólico, ni flemático, porque son natural-mente inhábiles para todo género de gobierno, yprincipalmente para ser Consejeros. Porque elmelancólico, como es de su natural frío y seco,es terrestre, digo, de la misma complexión de la

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tierra; y así es ratero y bajo, apenas se alza dosdedos del suelo, es boto, es triste, es mísero, esvano, es enemigo de ilustres pensamientos, esmalicioso, es bote de veneno, es supersticioso,tanto que los de esta complexión han gastado ydestruido todas las religiones del mundo con sussueños y necios fantasmas. Es también sospe-choso en gran manera, cuanto más envejecemenos sabe, es la misma envidia, y enojándole,o viene luego a las manos sin propósito, o sueltala maldita, diciendo mil millares de injurias.Finalmente los melancólicos están sujetos al pla-neta Saturno, y es cosa de espanto lo mucho quese aborrecen todos los filósofos y astrólogos conlos Saturninos, tanto que se tiene por muy ciertoque el gran Apolonio Tianeo en la ciudad deEfeso halló un melancólico que con sola su pre-sencia había corrompido toda la ciudad, y porello había muy grande pestilencia. El flemáticoes torpe, pesado, simplón, necio, y ninguna vir-tud se puede hallar en él que sea eminente, todasson menos que medianas.

La tercera calidad que muestra la suficienciadel Consejero en cuanto al cuerpo, es su tamaño,digo que sea de mediano talle en el altor y gro-

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sura; porque cualquier extremo en esta parteparece mal, y quita de la autoridad pertenecienteal Consejero. Porque del sobradamente largotodos los filósofos y astrólogos con buenas razo-nes prueban que es mal templado; y así decomún consentimiento concluyen que rarasveces se ha visto saber y prudencia en hombremuy alto, principalmente si fuera muy flaco ytuviere el cuello largo; porque al tal no dudan dellamarlo inhábil y desaprovechado, y así tienenentre ellos este refrán por muy averiguado«largo y flaco muy gran necio». En el hombremuy pequeño no se hallan tantas faltas para elgobierno como en el sobradamente de largo,sino que son airados, presuntuosos y el pueblobúrlase de ellos y los tiene en poca estima. Lacual es una natural pasión que no se excusa ni sepuede excusar; y por tanto el Príncipe debe huir(cuanto pudiere) la eleción de hombres de estetamaño. Y por la misma causa debe desechar almuy grueso y al muy flaco, porque no hay quiendeje de reír, viendo un hombre que es un tonel, oun otro que sea como un congrio soleado cual secome por Cuaresma: dejando aparte otros incon-venientes que les causa el humor al sobradamen-te grueso o flaco, el cual humor los hace inhábi-

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les para el gobierno. Por tanto ha de ser elConsejero de medianas carnes y mediano talle.

La cuarta calidad que muestra la suficienciadel Consejero en cuanto al cuerpo, es la naturalproporción, correspondencia y cumplimiento desus miembros, en que ni haya falta, ni sobra;porque cualquiera de estos modos muestra muymalas señales del alma, y ofenden por otra partela vista de quien los mira. La buena proporciónen todas las partes del cuerpo, es una convenien-cia ordinaria en que la cabeza ni es mayor nimenor de lo que su cuerpo pide; y en las otraspartes es también de la misma manera: y la des-proporción es al contrario, conviene a saber,tener un brazo más largo que el otro, una manopequeña y otra grande, el un hombro alto, el otrobajo; y otras partes de esta manera. La integri-dad de las partes es que no sea nacido falto dealguna de ellas, es a saber, nacer tuerto, giboso,cojo, sin algún brazo o pie o pierna, o señaladode otra manera por falta o demasía de la materia,porque según prueban todos los naturales yseñaladamente Galeno y Hipócrates, los que asínacen (no hablo de los que después por desastre,lo fueron) siempre tienen diez mil faltas en el

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entendimiento, costumbres y vida, y así dicenque Aristóteles con tino tenía en su boca esterefrán: «Dios me libre de hombre marcado pornaturaleza». Por todas estas causas, y más por-que los tales comúnmente son aborrecidos, soyde parecer que los que pecaren contra esta cuartacalidad no son suficientes para ser del Concejo.

La quinta y postrera calidad que muestra lasuficiencia del Consejero en cuanto al cuerpo, esque sea bien carado, y de buena gracia; porquelos que son dotados de esta calidad, con solaella, son respetados, amados y ganan autoridad.Por tanto es menester que el Consejero tenga lacabeza mediana y redonda, no aguda para arriba;ni muy grande, ni muy pequeña. El torno delrostro un poco más largo que redondo, nopequeño, ni redondo, ni cargado de carne. Lafrente grande o mediana no pequeña, ni triste.Los ojos medianos, claros, vivos y reposados; nomuy grandes, ni muy pequeños, ni turbios, nipesados, ni sin sosiego. La nariz larga y delica-da; no corta, ni gruesa, ni vuelta para arriba. Loslabios grosezuelos; no muy delicados, ni grue-sos, ni menos caídos hacia abajo. En fin sea gra-cioso y de buen ademán.

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Y con esto pongo fin a las calidades y señalesque mostran la suficiencia del Consejero encuanto al cuerpo. Pienso, antes tengo por muycierto, que algunos reprenderán mi diligenciacomo a cosa sobrada, en querer yo tratar estasmenudencias del Consejero. Respondo, y digo,que el que emprendiere de tratar una cosa bien yperfectamente, es necesario pase por todo sindejar nada; y más, éstas que parecen menuden-cias, son de tal condición, que las más grandesni deben, ni pueden estar sin ellas. Piense cadauno que para mercar una casa, no sólo miramoslos fundamentos y paredes, más aún los establosy aquellos lugares que no se pueden honesta-mente nombrar; ¿cuánto más debemos mirartodas las partes de aquel que ha de gobernar rei-nos y provincias? Para mercar un caballo quevale diez, cincuenta, cien o doscientos ducados¿qué no le miramos? El pelo, las crines, la cola,las hastas, los huesos, las hijadas, las carnes, lapostura, la gracia, el pasear, el correr, el parar, elcomer y beber, y aun el mismo Príncipe le palpala barra y le abre la boca con sus propias manossólo por verle los dientes: pues ¿porqué llama-mos menudencias o cosas sobradas y demasia-das las que nos muestran la perfección de aquel

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que ha de tener en sus manos la hacienda, lahonra, la vida y la muerte de todo el principado?

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DE LA ELECCIÓN DEL CONSEJERO

Capítulo IV

Dos cosas son tan solamente (como dije en elprincipio del segundo capítulo) las que se consi-deran acerca del Consejero: la una, es su sufi-ciencia; la cual ha sido declarada por mí en losdos precedentes capítulos: queda ahora por decirde la segunda, que es de la elección, la cual estáen el Príncipe; y así no es otro que darle a enten-der al Príncipe cómo se debe gobernar cada ycuando que quisiere elegir un Consejero.Comienzo pues y digo que el Príncipe ante todascosas debe pensar que de la eleción de susConsejeros sale y cuelga la honra y provecho, ola infamia y perdición suya y de su pueblo. Poratajar esta plática, sólo diré algunas razones demuchas que se podrían decir a este propósito.Vemos primeramente que el primer juicio que sesuele hacer sobre el Príncipe y de su habilidad,es de la reputación de los de su Concejo; porque,cuando son sabios y suficientes, siempre es

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reputado sabio el Príncipe, pues supo entendercuáles eran los suficientes, y después consérvar-selos fieles y leales. Pero cuando no son tales,no se puede esperar buena reputación en elPríncipe, pues yerra en lo principal; y el queyerra en lo que más importa, es casi necesarioque en todo lo otro yerre 1. Porque así comocorrompiendo el manantial de una fuente, nece-sariamente toda la agua se gasta, de la mismamanera, corrompido el sacro Concejo, todo elgobierno anda errado. Y así vemos que todo elpueblo a una voz, cuando quiere loar uno debuen Príncipe, luego dice que tiene muy sabiosConsejeros; y si entre ellos hay alguno de singu-lar habilidad, luego sale en plaza, diciendo: Eltal o el tal tiene tales y tantas habilidades. Y conello queda el pueblo muy satisfecho. Por el con-

1 La valía y reputación de los colaboradores de un gobierno sonel mejor indicador de la valía y reputación del gobierno. Aunquemuchos gobernantes aceptarían este principio sin más, de hechoson muchos los que lo infringen en la práctica. Una de las formasmás patéticas de incumplir este principio, muy extendida en nues-tro país, sobre todo en instituciones medianas y pequeñas, es la deahorrar en colaboradores del gobierno. Aplicando una especie devoluntarismo heroico muchos gobiernos deciden prescindir almáximo de directivos y técnicos, para poder dedicar más recursosa las actividades finalistas. Al final lo que consiguen casi siemprees malgastar estos recursos, por la ausencia de capacidades directi-vas y gestoras de los mismos.

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trario, todos murmuran y están mal contentos. Sise emprende alguna guerra, dicen todos: «Notenemos hombre de consejo; el tal Rey tienetales hombres». Para hacer paces y otros con-ciertos, todo el pueblo tiembla y murmura,diciendo: «Nosotros seremos los malmedrados yengañados, pues no tenemos buen Concejo». Nohay que dudar, sino que todo cuelga de la fuerzay virtud del buen consejo; lo cual entendía per-fectamente el profeta David, cuando en la guerraque tuvo con su hijo Absolón, con tino rogaba aDios fuese servido de cegar el entendimiento asu principal Consejero de Absolón, porque másse temía del consejo de Architofel (que así sellamaba) que de los tratos y armas de todos losotros. Tenga el Príncipe buen Concejo; aunqueyerre, no hay quien lo crea: y teniendo unConcejo no tal, lo que al ojo vemos bien hecho,no lo creemos, o pensamos que fue a caso, o quelos contrarios lo dejaron, que ya lo hallamoshecho, y que no lo supimos ganar. De todo estose sigue que por tener el Príncipe buenosConsejeros, no solamente alcanza buen sucesoen sus empresas, más aun gana fama y reputa-ción con los suyos y con los extranjeros; de lossuyos es amado y obedecido por ello, de los

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extranjeros temido; y de todos a una voz loadosingularmente. Sea pues, éste el primer aviso delPríncipe en la elección del Consejero, que consi-dere muy bien y muchas veces todo cuanto hedicho en este capítulo hasta aquí.

El segundo aviso es que piense el Príncipe quele es más necesario un tal Consejero, cual yodigo, que no le es el pan que come; y esto paraque pueda oír verdades. Porque oír verdadessencillas y desnudas no lo pueden los Príncipesa causa de la muchedumbre de lisonjeros que losrodean por todas partes. Pero en decir estas ver-dades, corre peligro de perder su reputación yautoridad, y ser tenido en poco el Príncipe, sicualquier hombre se le atreve a se las decir: por-que no es bien que quienquiera se las diga. Portanto es menester tenga sus consejeros de aque-llas calidades que yo en los otros capítulos dije,para que sepan entender verdades y decirlas a sutiempo; y a éstos debe encargar grandísimamen-te que hagan el tal oficio en todo y por todo.Ésta es muy buena manera para oír verdades, ypara conocer lisonjas, y saberlas y poderlasdesechar; y otro mejor medio para ello no sehallará por bien que se busque.

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El tercer aviso es que el Príncipe que tuviereimperio en muchas y diversas provincias, debeelegir Consejeros de todas ellas, y no de una odos tan solamente. Declaremos esto por unejemplo: y porque lo tenemos a la mano, sea delRey de España. Entre otras muchas, éste poseelas coronas de Aragón, Castilla, Sicilia, Nápoles,Milán, y de estos Estados Bajos de la casa deBorgoña. Mi aviso dice y amonesta que losConsejeros de este Príncipe deben ser no sóloAragoneses o Castellanos, sino tambiénSicilianos, Napolitanos, Milaneses yBorgoñones. Pues el aviso se deja entender porel ejemplo, dejemos al Rey de España, y hable-mos del Príncipe en general. Digo ser necesarioque un Príncipe siga este aviso si quiere tenerbuen gobierno y los pueblos contentos; porquehaciéndolo de otra manera, todo va borrado.Porque los pueblos se resienten en ver que ellosson desechados de la administración y gobiernoprincipal, pues no ven en el Concejo ningúnhombre de su tierra, piensan (y no sin causa) queel Príncipe los tiene en poco, o que los tienecomo por esclavos, o que no se fía de ellos: loprimero, engendra odio; lo segundo, busca liber-

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tad; y por tanto hacen conjuraciones, y llamanpríncipes extraños; lo tercero, les da osadía, yaun obstinación para armar cualquier traicióncontra su natural Príncipe. Esto es muy claro quetodos los hombres sabemos más perfectamentelas costumbres, los humores, los deseos, las vir-tudes, los vicios, las familias, los méritos, losdeméritos, las comodidades y dificultades, dañosy provechos de las tierras en que nacemos y noscriamos, que no de las extrañas; por eso, tenien-do el Príncipe Consejeros de todas sus provin-cias, digo naturales de ellas, podrá mejor y másfácilmente proveer en todo cuanto menesterfuere. También nos es cosa natural a todos loshombres que amemos más a los nuestros que alos extraños; porque con los nuestros siempre sehalla una correspondencia y obligación por víade sangre, de alianzas, de amistad, de servicios,de mercedes, de vecindad; y cuanto más queesto basta entre buenos, nacer y criarse so unasmismas leyes; para con los extraños, no haynada de esto; por ende vemos que en el Concejoy fuera de él, más presto, mejor, y con más grandiligencia se tratan los negocios de los naturalesque de los extranjeros. Y si éstos quieren alcan-zar algo es menester sudar gotas de sangre, todo

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lo hacen a fuerza de brazos, o como buenos mer-caderes es menester lo paguen de contado. ¡Oque es gran infelicidad la de una provincia queno tiene un hijo suyo en el Concejo! El Príncipeque se ata o aficiona a tener Consejeros de unasola nación, paréceme a mí que es apasionado,que es amigo de bandos y sectas; porque comotodos o los más principales favores se den a unanación, necesariamente aquella se para ufana ysoberbia, y las otras, no lo pudiendo sufrir, envi-dian, maldicen, calumnian, despechan, buscanrencillas y vienen a las manos. Cada provinciatiene sus virtudes y sus vicios, tiene sus hombresbuenos y malos, doctos y indoctos, agudos ybobos, hábiles e inhábiles, leales y desleales, nohay para qué hacerme contraste a lo que digo:entiéndame quien pudiere, que yo me entiendo.El Príncipe, de derecho, es persona pública; nose haga particular contra razón. Es natural ciuda-dano de todas sus provincias y tierras; no sehaga extranjero de su voluntad. Es padre detodos; no hay por qué se muestre padrastro anadie no haciéndole el porqué. Concluyo portanto, pues el Concejo es para gobernar todas lasprovincias del Príncipe, que se elijan Consejerosde todas ellas.

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El cuarto aviso es que, para haberse de elegirun Consejero, no se debe contentar el Príncipede aquellos que tiene en su casa y Corte, ni deaquellos que por oída; o de vista conoce, aunquesean buenos y prudentes; sino que se informemuy bien por todas vías de todos los más quepudiere, y en particular dé orden y mande a suslugartenientes generales de cada provincia quehagan muy buena pesquisa en todo su gobiernode los más buenos y más hábiles hombres quepara ello se hallaren; y que le envíen por listatres o cuatro de ellos 1. Vista la lista, podrá hacervenir los que mejor le pareciere; a lo menos ven-gan aquellos que no fueren conocidos en laCorte. Para el camino se les dé una ayuda decoste razonable, y vengan no con otro diseñoque como hombres que el rey los quiere conocer.No es posible que en este memorial mío pueda

1 Para elegir buenos colaboradores un gobierno debe partir delmayor número de candidatos posible. La mejor recomendación delmás leal amigo es un dato del todo insuficiente para seleccionar aalguien para un puesto de responsabilidad. El contraste entre unbuen número de candidatos ayuda a concretar el perfil deseado,ayuda a hacer la selección adecuada. El coste en tiempo se com-pensa de sobra, por el ahorro de tiempo que representa no tener quegestionar el cese del candidato inadecuado.

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yo contar la décima parte del increíble provechoque se puede sacar de la ejecución de este aviso.Baste saber que, de entre muchos buenos, másfácil es de escoger uno excelentísimo, que deentre pocos. Entre pocos, poco hay que escoger.Los pueblos se alegrarán y amarán su Príncipe,viendo que como verdadero padre se acuerda detodos, y quiere honrar a todos. Los hombreshonrados y nobles, grandes y pequeños trabaja-rán noche y día en aprender las artes necesariasal gobierno y en mantenerse honradamente, sinvanidad, la reputación en el pueblo, y a estacausa se retirarán de vicios, seguirán virtud, hui-rán escándalos afín de que puedan ser nombra-dos a un tal efecto. Conocerá así mismo elPríncipe qué hombres tenga en sus provincias,para cuánto sean, y de qué merecimiento; y asíen cualquier trance, peligro, negocio y provisión,sabrá de quién pueda echar mano. De entre tan-tos que serán llamados o nombrados a la elec-ción, cierto es que no se elegirá más de uno, odos, o más, o menos, según la necesidad delConcejo, o Concejos: para con los otros todos elPríncipe se mostrará afable y grato, loarles ha subuena vida, animarlos ha a perseverar dándolesbuena esperanza: a unos proveerá de cargos, a

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otros de rentas, a otros dará ayuda de coste, aotros asiento en su casa, a otros mandará quedar-se en la Corte, a otros despedirá para su casa,gobernándose con todos ellos bien prudentemen-te según el mérito y autoridad de cada uno. Demanera que todos quedarán contentos, y elConcejo bien provisto.

El quinto aviso es que el Príncipe no se déprisa demasiadamente en la elección delConsejero, sino que vaya a paso, dando tiempo ylugar de tomar muchas informaciones de la sufi-ciencia de aquellos que serán nombrados para laelección. Y para ello dará tiempo conveniente,en el cual será lícito a todo hombre en general, ya cada uno en particular de acusar por escrito, ode palabra, y decir libremente las faltas y tachasque tuviere cualquiera de los nombrados; y paraello, pondrá seguridad de todas partes, y darálibre potestad a quien quisiere hacerlo, pero detal manera que se cierre la puerta a malicias yfalsos testimonios, y por eso será menester guar-dar con toda rigor las penas Talionis que dicen, yaun la indignación del Príncipe a los que fuerentales. También, so graves penas, se proveerá queninguno de los nombrados pueda impedir o

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hacer impedir las relaciones y las causas quecontra ellos se hiciesen en tal caso. De aquí seseguirá que conozcamos mejor los nombradoscon todas sus calidades, cerremos las puertas afalsas informaciones, y que los buenos se atreve-rán más aun a ofrecerse al servicio del Concejo,y los malos e inhábiles no tendrán osadía depedir un tal cargo, de miedo de oír su propiainfamia. Esto mismo se guardaba en la elecciónde los magistrados en Roma; y mientras se guar-dó con todo rigor y sin excepción, floreció aque-lla República, y el día que se dejó de guardar,fue en tanto declive, que (como vemos) pereció.

El sexto aviso es que oiga el Príncipe conatención y buena gana todas las informaciones yacusaciones que se le dieren en favor y contralos nombrados: pero que a ninguno crea, sinoque lo remita todo a su examen y prueba 1. Si

1 Una práctica extendida en la selección de muchos colaborado-res del gobierno es atender solamente al currículum de los propioscandidatos, sin verificar referencias, sin estudiar y contrastar desdefuentes externas la trayectoria del candidato, sin hacer pruebas ycontroles de los conocimientos y habilidades que el candidato afir-ma poseer... A veces, la escasez de candidatos idóneos se conside-son acusaciones de infamia, piense el Príncipe

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que pueden ser verdaderas y falsas. Piense quehay hombres malos, maliciosos, envidiosos,infames, necios, apasionados, que lo pueden fal-samente acusar. Y no se engañe un Príncipe condecir: Oh, díjomelo un Duque, un obispo, unprelado docto, un padre santo, o un tal, o uncual, porque tras la cruz está el diablo, quierodecir, que todos somos hombres, y podemosengañar y ser engañados. Por tanto no lo crea, nilo deje de creer, sino que lo encomiende (si elcaso lo pidiere) a la justa pesquisa y juicio de sutribunal. Si fuere en favor del nombrado, comoes abonar lo que es suficiente para el tal cargo,tampoco lo crea, ni lo deje de creer, sino que loremita a su examen, como más abajo se dirá.Tampoco quiero que diga el Príncipe: tal carde-nal, tal marqués, tal caballero, tal religiosobueno y santo me dio esta información. Porquetodos somos hombres que nos engañamos ysolemos engañar a los otros. Crea el Príncipe ytenga por cierto que todos los que le dan seme-

ra argumento suficiente para otorgar el cargo a personas de lasque se desconoce casi todo, salvo lo que ellas mismas afirman deellas mismas en un curriculum cuidadosamente elaborado.jantes informaciones, ora sean buenas, ora

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malas, que los tales se mueven por sus propiasutilidades e intereses, las cuales, aunque no separezcan claramente, todavía están encubiertassin falta bajo el pretexto del servicio delPríncipe. Son en fín como píldoras doradas enque no se parece por fuera lo amargo que en sícontienen. Creer lo que se puede fácilmente pro-var por la experiencia, nunca fue cordura. Portanto quiero en esta parte que el Príncipe digacomo un Santo Tomás, y no crea más de lo quecon sus ojos viere y con sus manos tocare.

El séptimo aviso es que por ninguna maneradel mundo se elija un Consejero sin que hagaprimero examen de su habilidad y suficiencia.Acuérdaseme que en días pasados, para elegir unconfitero del Rey de España, se redujo la cosa atales términos que aquel se llevó el oficio quesupo hacer mejores conservas entre todos loscompetidores. Estando yo hablando con el car-denal Louis de Borbón acerca de un pasaportepara salirme de Francia a mi salvo, rota la guerraen el año de cincuenta y uno, dijo el cardenal aunos que le vendían ciertos perros de caza, quelos probaría primero y según la prueba, así lostomaría, o no. Sea esto dicho groseramente a

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este propósito en que estamos que, pues ni losconfiteros se eligen sin prueba, ni los perros paracazar tampoco, más razón es que se haga unbuen examen de aquellos que han de serConsejeros. El examen será tal que mire elPríncipe, que mire y remire muy bien y muchasveces, si tienen las calidades que yo he mostradoy enseñado en el segundo y tercer capítulo, yque lo mire de aquella manera que yo lo he acla-rado; porque el que no tuviere aquellas calida-des, es inhábil absolutamente: y el que las tuvie-re todas, es habilísimo sin falta: y el que más omenos tuviere de ellas, así será más o menoshábil, y por tanto más digno o menos digno deser elegido. De manera que para medir esta sufi-ciencia tendrá el Príncipe dos como medidas: launa, de quince palmos: que son las quince cali-dades que muestran la suficiencia del alma en elConsejero; y la otra, de cinco palmos: que sonlas cinco calidades que muestran la suficienciadel mismo en cuanto al cuerpo. El que fuere demedida, o el que más palmos tuviere, aquél sóloserá el elegido, pospuestos todos los otros. Demanera que, si uno tuviere diez calidades y otroocho o nueve solamente el de las diez será elescogido, y el de las nueve no. Esto se debe

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guardar con todo género de hombres sin excep-ción ninguna, sean ricos o pobres, grandes opequeños, privados o no: porque si un duquemuy poderoso, un caballero muy rico, o un granprivado vinieren en competencia de serConsejeros con un otro que no sea tal cual éstosen estado, ni riquezas, ni favor, pero con tal quelos venza en calidades pertenecientes alConsejero, debe ser elegido el tal por Consejero,y los otros no. Esto se entiende (como digo)donde hay ventaja de suficiencia: porque los car-gos se deben dar por sola suficiencia, y no porfavor, ni por servicios, ni por poder. Bien es ver-dad que los favores, los servicios y el poderentonces tienen lugar, cuando la suficiencia esigual de ambas partes; como si dos competidoresestuvieren en igual grado de suficiencia, enton-ces, según la voluntad del Príncipe, lo podrá daral que más favores o servicios o poder tuviere deestos dos: y aun en tal punto es obligado elPríncipe a darlo al que mayores servicios hubie-re hecho a la República o a su real persona.Porque ésta es regla muy cierta que los cargos sedan por una de tres maneras, conviene a saber, opor merecimiento, o por favor, o por poder: elprimer modo es por suficiencia; el último es

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abuso; el de en medio aunque sea abuso, todavíano lo es tanto como el postrero. Como quieraque ello sea, una de las más ciertas reglas paradiferenciar un buen Príncipe de un tirano es ésta:que el Príncipe da los cargos por suficiencia, yel tirano solamente los da por favor o poder 1.También se debe notar que el Príncipe que porfavor y poder dará los cargos, ese tal o él perde-rá su estado, o no lo poseerá hasta su tercerageneración. Dejo y callo a sabiendas otrasmuchas y muy buenas razones que a este propó-sito se podrían traer. La conclusión de todo elloes que se haga el examen, y aquel solo entretodos se escoja que fuere hallado más suficienteconforme a las reglas que para ello tengo dadas en el segundo y tercer capítulos. Y este examenya se entiende que ha de ser hecho por el mismoPríncipe en persona, y no por otro.

1 La diferencia entre un buen príncipe y un tirano es que el buenpríncipe otorga cargos a quien es competente para ellos, mientrasque el tirano los otorga por hacer favores o por conseguir poder.Furió es radical, concentrando en la elección de los colaboradoresla esencia del buen o mal gobierno; pero es bien cierto, y más hoyen día, que la buena acción de gobierno no puede depender de lacapacidad personal del gobernante; es imprescindible la eficaciadel equipo directivo y del personal de gabinete.

El octavo aviso es que, hecho el examen y

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elección, según lo contenido en el precedentecapítulo, sin torcer a una ni a otra parte, dos otres días después mandará el Príncipe llamar alelecto Consejero, y en presencia de los de sucasa y Corte, a puertas abiertas, le dirá en brevespalabras cómo ha sido elegido por su mereci-miento. Mostrarle ha la fe que todo el pueblo leda, y cómo está acreditado para consigo en granmanera. Añadirá que se tiene esperanza tal de subondad y prudencia, que hacer obras con queresponda a lo que de él se espera le es necesario;no hacerlas, le será vileza y torpe abatimiento.Tras esto le encomendará la honra y provecho detodo el Principado, y le rogará y aun mandaráque no deje de amonestarle y corregirle con ladebida modestia, cada y cuando que viere que elPríncipe tuviere necesidad de ello. Finalmentepondrá fin a su plática, diciendo que él le pro-mete y asegura que, así como le castigará segúnsu demérito no haciendo su oficio bien y leal-mente, así también le dará premio y galardónsegún sus méritos. Con la ejecución de esteaviso el Príncipe gana la voluntad del pueblo,los hombres buenos y de gran habilidad y licinóse animan no sólo a perseverar más aun a sermás eminentes: y el Consejero elegido pone

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todas sus fuerzas en que no sólo conserve sureputación, mas aun la acreciente.

El noveno y último aviso es que, acabada lasobredicha plática, el Príncipe le tome el jura-mento muy solemne al Consejero, en que pro-meta a Dios de ser bueno y leal vasallo yConsejero a su Príncipe, que procurará el bien yhonra de todo el principado, y que ni por intere-ses de vida, bienes, sangre, amigos ni aliados nodejará de seguir justicia y razón. Tomado estejuramento, no habrá más que hacer de emplearloen los negocios. No se puede decir el provechoque se saca de este juramento: basta ahora decirque, con él, queda el Príncipe más descansado; ysiendo el Consejero malo y desleal, tiene másjusta causa de mostrarle su indignación, como ahombre que es menospreciador de su fe, y deDios principalmente. El Consejero, por la mismacausa, irá más recatado, no se osará desmandar,y tendrá muy justa excusa para despedir sus deu-dos, amigos, aliados y criados que le pidierencosas contra razón, o a lo menos no muy razona-bles. El pueblo todo, por otra parte, ha miedo depedirle cosa injusta; y toma osadía para pedirlecosas justas, y para irle a la mano si las negare,

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o si quisiere hacer algo contra derecho.

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LA DESPEDIDA DE TODA ESTA OBRA

Esto es todo cuanto tenía para decir en esteprimer libro de los ocho en que ha de ser dividala materia del Concejo y Consejeros delPríncipe. Está declarado qué cosa sea Concejo, ytambién cómo todo y cualquier Príncipe es obli-gado (si quiere bien gobernar) a tener sieteConcejos diferentes del todo y por todo en car-gos, en ministros, mando y autoridad. Así mismohe mostrado qué cosa sea Consejero, y que paraser suficiente es menester que el tal tenga veintecalidades: las quince en el alma, y las cinco enel cuerpo. También he dado nueve avisos alPríncipe, de los cuales se debe aprovechar caday cuando que quisiere elegir un Consejero. Estoes lo que yo entiendo acerca de lo que propuseen mi ánimo y prometí de tratar en el principiode este libro, a lo que me indujo la ley divina yhumana, las cuales nos obligan que los unosayudemos a los otros en todo cuanto pudiére-mos, y que en aquellas cosas debemos ayudarespecialmente, que más concernieren y tocaren

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al bien común, como lo es esto del Concejo yConsejeros del Príncipe. Si estuviera en mimano poder hacer un Concejo, cual yo digo,como lo está el ordenarlo por escrito, antes pro-pusiera al mundo un ejemplo de buen Concejoformado y visible, que no escrito y inteligible.Pero pues no podemos hacer lo uno, hacemos lootro, pues lo podemos. Queda la obligación deponerlo por la obra a aquellos que lo pueden, ylo deben hacer por su descanso, por su honra yprovecho. De mi parte no dejaré de rogar a Diosdos cosas mientras viviere: la una es que sea ser-vido de abrir los ojos a los Príncipes, para quevean cuán gran necesidad tienen de reformar susConcejos y Consejeros: o a lo menos que lesponga algún escrupulillo en su ánimo, para quealguna vez hagan reflexión sobre sus Concejos yConsejeros. La mitad del camino tendríamosandado, si comenzasen los Príncipes a dudar sitienen buen Concejo o no. No hay peor enferme-dad de aquella que no se conoce. La otra cosaque rogaré a Dios es que los que están alrededorde los Príncipes, pospuesto su interés y supasión, quieran abrir las puertas a los buenos yprovechosos avisos, quieran antes el provechopúblico y de su Príncipe que no el suyo particu-

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lar, y no quieran persuadir con falsas razonesque lo blanco es negro, y lo negro blanco. Estosson los que echan a perder todos los Príncipes.Estos son los que cortan las piernas a los hom-bres de habilidad, porque no vayan adelante.Estos quiebran los ojos del Príncipe, porque novea. Hablo de los malos, y no de los buenos. Delos buenos sé que loarán mi obra, no por sermía, que soy nada, sino por ser ella de sí buenay provechosa: pero los malos ¿qué no dirán con-tra ella? Uno dirá que el Príncipe no es bien quetome tanto trabajo en escoger tan sutilmente susConsejeros. Respondo que éste no es trabajo,antes es descanso 1, por-

1 Un gobernante que consigue seleccionar colaboradores sufi-cientes y competentes está más descansado. Esta es una idea queFurió repite varias veces en esta obra, y que muchos gobernantesde nuestro país se empeñan en desdeñar. En otra manifestación delvoluntarismo heroico del que ya hemos hablado, muchos gober-nantes prescinden de colaboradores que serían necesarios asumien-do personalmente el esfuerzo y el trabajo adicional que ello repre-senta. De este modo trabajan muchas horas, demasiadas, se dejanabsorber cada vez más por el trabajo, sacrificando su tiempo deocio, su tiempo de relaciones familiares,... en una espiral de autoin-molación que acaba rompiéndose por algún sitio. Ello provoca amenudo que cuando un gobernante empieza a dominar su oficioestá ya tan cansado que lo abandona, para intentar reconstruir suvida personal y familiar. Este fenómeno está provocando en ciertos

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que tendrá menos negocios y aquellos muy cla-ros, tanto en paz como en guerra. Otro dirá queel Príncipe es libre, y ha de dar los oficios aquien bien le pareciere. Respondo que la libertaddel Príncipe no lo es cuando va fuera razón, por-que entonces abuso y servidumbre se llama:entonces es libre cuando usa de buena razón,porque de otra manera es tirano, y decir que elPríncipe ha de dar los oficios a quien se le anto-jare o bien le pareciere, es motejarlo honesta-mente de tirano. Otro dirá que los caballeros yseñores han de ser galardonados según la autori-dad de su casa y servicios de sus personas.Respondo que también digo yo eso mismo, peroque no es todo uno galardonar y hacer uno delConcejo: porque bien se puede hallar otra vía degalardonar (como las hay muchas) sin que seanelegidos Consejeros. Otro dirá que no se hallarán en todo el mundo tales Consejeros

gobiernos de nuestro país, sobre todo en la esfera local, unos índi-ces de rotación en las responsabilidades políticas demasiado altos,porque los buenos gobernantes abandonan por agotamiento sus res-ponsabilidades antes de haber dado tiempo a una siguiente genera-ción a aprender de ellos. En estas circunstancias el empobreci-miento progresivo de la calidad del gobierno está garantizada. Osea, que sería mejor para el progreso de las instituciones que cier-tos sacrificios heroicos dejaran de hacerse...

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como yo los quiero. Respondo que los hay muchos, muy buenos y muy suficientes en todaspartes, si los Príncipes los quieren escoger porvirtud y merecimiento, y no por favor ni porpoder. Y dado que no lo hubiese, quiera elPríncipe hacerlos (como es obligado) que él haráde las piedras hombres. Cuando el Príncipe espoeta, todos hacemos coplas: cuando es músico,todos cantamos y tañimos: cuando es guerrero,todos tratamos en armas: cuando es amigo detruhanes, todos nos picamos de graciosos: cuan-do es amigo de Astrología, todos hablamos enesperas, y otros instrumentos: pues si es amigode Consejeros tales cuales yo los pinto, que mecorten la cabeza si en cuatro años no son todoslos grandes y caballeros suficientísimos para untal cargo. Diga de palabra el Príncipe, y pongapor la obra unas cuantas veces éstos mis precep-tos, y verá luego a la hora mudada la corte ytoda la nobleza de su principado, digo, mudadade tal suerte que todo el tiempo que se pierdemalamente en ocio torpe o en juegos blasfema-dores o en adulterios y otros mil vicios, seempleará bien y honestamente en virtud y enentender aquellas artes que fueren necesarias.Luego se hará la corte una escuela de virtud y

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sabiduría. No quiero responder a las otras cues-tiones, porque son todas vanas: vuélvome ahablar con los Príncipes en particular, y les digoque si eligieren sus Concejos y Consejeros delmodo que yo les tengo dicho, ellos, mientrasvivieren, tendrán placer y descanso, no sólo con-servarán sus estados, mas aun los acrecentarán,tendrán en su mano la paz y la guerra, seránamados de sus vasallos, temidos por sus adver-sarios, honrados y loados de todos generalmente,dejarán el principado firme y duradero a sus des-cendientes, y alcanzarán título y nombradía degrandes, buenos e invencibles Príncipes despuésde su vida aquí en el mundo.

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