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Sobre el problema de la culpa y el concepto de mal en Hannah
Arendt.
Por Núria Sala y Villaró
Filosofía y Ética Contemporánea
Marzo 2011Profesor: Francisco
Fernández Buey
Índice
Introducción al trabajo 3
La figura de Hannah Arendt 5
La figura de Karl Jaspers 11
Acerca del problema de la culpa y la responsabilidad 12
Acerca del concepto de mal 16
Reflexiones a modo de conclusión 21
Bibliografía y Notas al pie 24
2
Introducción al trabajo
Resulta paradójico que el mismo siglo que se inicia con la interrogación, por
parte de G. E. Moore, sobre a qué nos referimos en realidad cuando hablamos de ética,
después de dos mil años de reflexión acerca la misma, sea también el siglo que se
presenta, por así decirlo, como el ocaso del comportamiento humano que hasta el
momento podía haberse considerado ético: el exterminio humano sistemático y sin
remordimiento alguno. En cierto modo, tras los sucesos ocurridos entre el período que
va des de 1914 hasta 1945, podemos afirmar que ha sido la maldad la que ha regido el
comportamiento humano. Sobre qué tipo de maldad, y la responsabilidad que se deriva
de los actos cometidos por esta, son los temas que se procurarán desarrollar a lo largo de
las siguientes páginas.
En un principio, lo que viene a interesarme en este ensayo es analizar las
actitudes de carácter ético o político de los pensadores tras el horror, tanto en la esfera
pública como en la privada; hacer hincapié en cómo trataron de explicar la apatía moral
de las gentes durante el horror, sobreponiéndose a la herida que dejaron abierta las
atrocidades cometidas durante la segunda guerra mundial, cuando la guerra, per se, la
guerra ya fue lo suficiente atroz. Esto es, sin duda, un ejercicio difícil por su enorme
complejidad. Para ello, se partirá de las respuestas que se atrevieron a formular H.
Arendt o K. Jaspers, a esa pregunta tantas veces repetida: ¿Qué ética después de
Auschwitz?, Respuestas que quizá no se hicieron de un modo completamente consciente
y que probablemente son algo parciales o fragmentarias pero que constituyen en si un
análisis, que por primera vez debe afrontar un problema ético completamente nuevo,
pues hasta el momento nunca se había tenido que dar respuesta a acciones tales.
Ahora bien, antes de empezar el análisis me gustaría puntualizar que no se
pretende aquí, viendo los sucesos, pregonar algo tan catastrófico como sería el fin de la
ética o el advenimiento de un mundo sin valor alguno, por un lado, porqué no lo creo y,
por otro, porqué entonces no se aportaría absolutamente nada. Dicho de otro modo:
Mediante el análisis que Hannah Arendt y Karl Jaspers hicieron del concepto de mal y
sus posiciones respecto a la culpa y la responsabilidad, pretendo ver como aquello que
concierne al comportamiento ético del ser humano siguió, e incluso con más ímpetu, en
la mente de las gentes después de sobrevivir a lo que probablemente ha sido uno de los
mayores horrores que se ha acometido sobre el ser humano. Este análisis, que quiere
3
consistir en apuntar el ejercicio que dichos autores nos facilitaron por adelantado,
pretende a su tratar de comprender que es lo que sucedió durante e inmediatamente
después del holocausto.
Así, el diálogo entre H. Arendt y K. Jaspers no sólo se puede establecer
mediante los textos que ambos dejaron escritos sino también a través de su activa
correspondencia, que retomaron tras la guerra. Por lo tanto, fueron los mismos autores
los que discutieron y pensaron sobre cómo entender lo sucedido, qué hacer ahora,
realizando por separado un proyecto que diese respuesta a la nueva situación. En ambos,
por lo tanto, aparecen ideas y reflexiones de referencia en lo que se refiere a la ética
mundial para esta nueva sociedad, nacida tras los horrores del holocausto.
Podría decirse que las víctimas no fueron solo las que perecieron durante la
guerra y en los campos, sino también todos aquellos que les sobrevivieron, en los que
una huella de responsabilidad moral pervive implícitamente, personas como Primo Levi,
que después de intentar recuperar la memoria histórica de lo sufrido, con una serenidad
sorprendente, acaban sus días de un modo casi simbólico, como si con ello nos viniera a
decir que no hay manera humana de sobrevivir al mal inhumano acometido en la
segunda guerra mundial, donde la condición humana perdió su condición más
elemental: la humanidad.
El sentimiento de culpa derivado por lo sucedido fue palpable en la Alemania de
posguerra, que enfatizó en su regeneración moral. Tanto H. Arendt como K. Jaspers
trataron de hallar, mediante sus reflexiones, una solución para el “caso de consciencia”.
Es por ello que se ha decidido hablar sobre el concepto de mal y analizar el tema
de las responsabilidades, pues en cierto modo el mal, que acarrea consecuencias,
responsabilidades, parece haber sido de las únicas constantes en el último siglo, como si
justamente, cuando el ser humano plantea qué es la ética, la humanidad respondiera con
lo que no debe ser. El mal, su tipología y la responsabilidad humana tras él, conforman
los conceptos a tratar, analizando dos de las voces que más dijeron sobre el tema:
Hannah Arendt y Karl Jaspers.
4
La figura de Hannah Arendt
A Hannah Arendt no se la puede definir como una filosofa porqué ella no quiere.
Rechazó todo tipo de etiquetas, definiéndose a si misma como una teórica, como una
pensadora de lo político. Fue una mujer imponente en vida, influyente y controvertida.
Vivió el abismo que se abrió a los judíos alemanes después de la primera guerra
mundial, y también el exilio, justo antes de la segunda. Este exilio, y con ello la figura
del apátrida, es decir, la persona a la que se le niega todo derecho tanto en el país de
origen como en el de acogida, será un tema que calará profundamente en su
pensamiento. En una entrevista grabada en 1964, y dirigida por Günter Gaus i, aparece
como una mujer inteligente, decidida, admirable a la vez que algo contradictoria. Esta
dureza en su carácter, que replica y contradice al entrevistador constantemente, forjaron
a una mujer que se dedicaba al pensar, y sin hacer apogeo del feminismo, hay que
recalcar que era una mujer. Es decir, no estamos hablando de una mujer-feminista,
movimiento al que no hizo referencia en ningún momento de su vida, pero si que hay
que destacar que no era algo común que una mujer tuviera poder en la vida pública, y
mucho menos en cuanto a pensadora, y no filosofa, pues se mostró también contraria a
pertenecer a los círculos propios de los filósofosii.
Los acontecimientos de su vida son fundamentales para entender su
pensamiento, su modo de ver la realidad responde exactamente a eso, a la vida que
vivió. Tal y como ella afirma en su Diario filosóficoiii: “No creo que pueda darse un
proceso de pensamiento sin experiencia personal. Todo pensamiento es
reconsideración: pensar en la pérdida de la cosa. Pensar es exponerse”. Tanto lo creía
así que, en cierto modo, si a algo se dedicó ella a lo largo de su vida fue al ejercicio de
pensar, de pensar por y para poder comprender, que no aceptar, el mundo en el que le
tocó vivir. Por ello, en Hannah Arendt siempre se ve la importancia moral de mantener
el espíritu crítico, aunque este sea a veces contradictorio.
Su infancia y adolescencia transcurrió entre pérdidas, viajes y estuvo sin duda
marcada por los acontecimientos políticos. Nació el año 1906 en Lindem, pero a los dos
años marchó y a partir de entonces, cambió de residencia varias veces. De pequeña
perdió a su padre, a su abuelo y también a su tío. Su madre, que llevaba un diario, da
cuenta que ya des de pequeña destacaba por su inteligencia y su carácter fuerte, sincero.
Su madre, Martha, era pacifista y partidaria de la vita activa, tomó partido a favor de la
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política y se dejó seducir por figuras como Rosa Luxemburgo, pasión que transmitirá a
su hija, que conoció ya des de adolescente los círculos en los que se movió su madre. En
Berlín, donde fueron a vivir al empezar la primera guerra mundial, fue expulsada del
colegio, lo que le permitió superar sus exámenes un año antes que la mayoría. Esta
precocidad se vio también en sus amistades, de los que ella afirmó que era la única cosa
a la que amaba, y que sin duda le acompañaron durante toda su vida. Así, marchó a la
universidad a estudiar filosofía, griego y teología. No deja de ser sorprendente el hecho
que una judía tomara clases teología (cristiana), pero la condición de judía en ella no fue
algo demasiado trascendental en un principio. Esta condición si fue importante para su
amigo G. Scholem, que en el futuro y a raíz de la publicación sobre Eichmann le
recriminó no mostrar síntomas de amor hacia el pueblo a la que ella pertenecía. Así, la
elección de sus estudios, y los años universitarios en general, se puede decir que se
vieron marcados por esa necesidad de comprender a la que ella hace referencia en la
mencionada entrevista que le hizo G. Gaus. La necesidad de comprender se dará en
cuanto al horror de la guerra, las pérdidas personales, el fracaso de la revolución de la
que su madre era partidaria, los defectos de la república de Weimar y el creciente
antisemitismo que empezaba ya a rodear, de una manera quizá inocente, su entorno, su
mundo. Y esta necesidad de comprender, optimista a la vez que desesperada, se dará
luego también en cuanto a la barbarie, el totalitarismo y la cuestión judía, que pasará del
antisemitismo a ser una fábrica de exterminio humano.
Pues, no fue en 1933 cuando se produjo el punto de inflexión en lo que al
antisemitismo se refiere, pues esta generalizada afirmación se trata, como ella afirma,
de un curioso malentendido. La toma de poder era, naturalmente, un desastre.
Pero era una cuestión política, no una personal. ¡Para saber que los nazis eran nuestros
enemigos, Dios mío, para eso no necesitábamos que Hitler se hiciese con el poder, por
favor! Des de hacía al menos cuatro años era completamente evidente para todo el que
no fuese un estúpido. Y también sabíamos que una parte grande del pueblo alemán
estaba con ellos. Nada de esto podía ya sorprendernos, conmocionarnos, en el 33. (…)
El problema, el verdadero problema personal no fue lo que hicieron nuestros enemigos,
sino lo que hicieron nuestros amigos. (…) Fue como si entorno a nosotros se abriese un
espacio vacío.iv
Y esa uniformización de los círculos en los que ella se movía, aquellos que se
identifican con la élite cultural, los intelectuales “que tienden a hacerse una idea de
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todo”v fueron los que también empezaron a teorizar sobre Hitler, a tomarse en serio sus
ideas. En este punto, cuando la barbarie empieza ha hacer mella en los círculos
intelectuales de su entorno, fue probablemente el punto de inflexión, y este, afirma,
llegó antes de que Hitler ganara las elecciones en 1933.
H. Arendt entra, en 1924, a la universidad de Marburgo, que se considera el
baluarte del neokantismo, donde asiste a las clases impartidas por Martín Heidegger.
Conoció a Heidegger no sólo en el ámbito académico sino que en 1925 empezaron una
relación amorosa, que la influyó enormemente. De Marburgo marcha a Friburgo y luego
a Heidelberg. Asiste a las clases impartidas por Karl Jaspers, que luego dirigió su tesis y
con el que mantuvo una relación de amistad hasta el final de su vida. En su
correspondencia, ya terminada la segunda guerra mundial, ambos intercambiaron ideas
y juicios, que nos permiten acercarnos más a su pensamiento y entender mejor los
acontecimientos sucedidos después de la guerra. De estos profesores y confidentes, en
cierto modo, ella se lleva la voluntad, la idea, de pensar de nuevo la filosofía, de
repensar la tradición heredada para poder adecuarla a un mundo que se antoja muy
distinto, radicalmente nuevo por los acontecimientos a devenir.
De esta época previa al exilio, H. Arendt también se lleva las amistades, como la
que la unió a Hans Jonas o Scholem; su primer matrimonio con Günther Stern (o
Anders), que fue su compañero en los seminarios de Heidegger en la universidad de
Marburgo y con el que se casará en junio de 1929; su vida en Berlín por los alrededores
de 1926, destacados por la efervescencia cultural y el contacto, y en cierto modo
adhesión, con el sionismo político, encabezado por un viejo conocido suyo, Kurt
Blumenfeld, amigo de su abuelo. Así, vemos que desde principios de los años treinta el
compromiso político se vuelve un imperativo para ella, como reacción al miedo
provocado por el auge del nacionalsocialismo. Por este miedo, empieza darle relevancia
a su identidad como judía, judía-alemana: se centra en el estudio de la figura de Rahel
Varnhagen, un judía convertida al cristianismo, sobre la que escribirá y, en 1930 dará
una conferencia. Karl Jaspers, que entonces está trabajando en su libro La situación
espiritual de nuestra época, publicado en 1931, intervino en su favor en numerosas
ocasiones con el fin de recibir becas y ayudas, con las que poder seguir investigando.
En 1933 será rompe toda comunicación con Heidegger, pues este aceptó el cargo
público de rector en la universidad de Friburgo, con lo que se posicionó a favor de
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Hitler, y por lo tanto, a favor del antisemitismo. Heidegger pondrá sus ideas al servicio
del nacionalsocialismo, y sus discursos que se harán famosos, serán seguidos por una
masa estudiantil, que le admirará durante los 10 meses que duró su rectorado. Gunter
Stern se exilió en París y Hannah, que se queda en Berlín, se puso al servicio de grupos
sionistas hasta que fue capturada y aislada en una celda durante 8 días. Cuando salió,
aún en 1933, decide marcharse junto con su madre en dirección a Praga. De allí irá
luego a París, donde se reencontrará con su marido.
Este primer exilio propiciará el análisis que H. Arendt hizo del totalitarismo,
donde introdujo la idea de paria, de expatriado, que para ella representa un desarraigo
del ser humano sin precedentes, pues no se reconocerá a la persona ni en el país de
origen ni en el de acogida. Esta concepción vino dada por la situación precaria que vivió
en la capital francesa, donde el número de exiliados era muy alto, por lo que se
desatendieron y luego se negaron los derechos más fundamentales a las gentes que
emigraron aquí. Para ser justos, creo que se debería añadir aquí que, no muchos siglos
antes de su nacimiento, este desarraigo dado en los refugiados del siglo XX, se había
dado de una manera mucho más grotesca e inhumana en la trata de esclavos y su
traslado al “nuevo mundo”.
En París, H. Arendt trabajó para al asociación sionista Francia-Palestina, donde
se dedicó a facilitar la migración de adolescentes judíos hacia la tierra de Israel. Se
compromete, pues, con el movimiento sionista. Su marido consiguió emigrar a Estados
Unidos, y ella le deja marchar. En la primavera de 1936 conoce a Heinrich Blücher: un
hombre casado que cree a pies juntillas las teorías de Marx sobre la dictadura del
proletariado, no es judío y se declara, abiertamente, antisionista. Este personaje, que se
convertía con en su segundo marido, fue realmente muy influyente en su manera de
pensar el mundo. Viven juntos en París, desde donde H. Arendt viajó con frecuencia a
Ginebra o Zurich, asistió a reuniones y trabajó para la agencia judía, que en 1939 se
trasladó a Gran Bretaña, y se quedó sin trabajo. En mayo de 1940, H. Blücher y ella, en
calidad de inmigrantes alemanes, son citados y conducidos a un campo de trabajo, a H.
Arendt la llevan a Lyon y de allí a Gurs, de donde consiguió escapar. Llegó a
Montauban, donde vivía una amiga suya y donde se reencuentra con H. Blücher.
Montauban se convierte en el refugio de todos los opositores políticos al nazismo, que
ha llegado a Francia. Desde allí empiezan las más que difíciles gestiones para emigrar
hacia Estados Unidos. Finalmente lo consiguieron a través de Portugal. Uno de los que
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no lo consiguió fue Walter Benjamin, amigo de la pareja, a la que les dejó su tesis:
Sobre el concepto de historia. W. Benjamin se quitó la vida tras ver que el paso de
Portbou estaba cerrado.
En 1941 llega a Nueva York. Se muda a Massachussets a trabajar como asistenta
social, viviendo con una anciana pareja, donde aprende inglés. En 1942, ya de vuelta a
Nueva York, publicó artículos para distintas revistas judías. Ese mismo año se citan en
Wannse, los dirigentes nazis, y en la conferencia se establece la solución final. H.
Arendt intentó concienciar de la masacre a la vez que se empezó a alejar del sionismo
político. En 1944 publica el primero de lo que podríamos llamar, sus artículos
polémicos. Se trata de: <<Zionsim reconsidered>>. La política que se lleva a cabo en
Palestina le parece oportunista, contradictoria e injusta respecto a los árabes, ella
defiende un estado binacional. Por estas declaraciones se la tacha de antisemita.
También es en 1945, cuando retoma la comunicación con Karl Jaspers, su antiguo
profesor, del que no sabía nada desde 1938. Su amistad durará hasta el final de sus
vidas, y la correspondencia que mantendrán, así como las visitas de Hannah a Basilea,
nos mostrarán a dos grandes pensadores preocupados por la reconstrucción espiritual de
Alemania. Ella empieza a escribir su primera gran obra: Los orígenes del totalitarismo,
y su posición como docente en Estados Unidos irá cobrando importancia. Su primer
regreso a Europa será en 1949, en el que debe verse con los principales responsables
culturales de la comunidad judía europea. Este será el primero de muchos viajes,
regularidad de los cuales aumentará con el tiempo y la fama, que Hannah hará hacia su
viejo continente. En este primer viaje se reencuentra y reconcilia con Heidegger. Vuelve
a Nueva York donde sigue publicando un gran número de artículos en distintas revistas,
y finalmente publica el libro sobre el totalitarismo en tres tomos, que sale a finales de
1951. Heinrich da clases en el Bard College y en la New Schook of New York, y ella
ejercerá de profesora, así como será solicitada para dar numerosas conferencias por
Estados Unidos. En los cuatro años siguientes, publica tres libros importantes: La crisis
de la cultura, La condición humana y Ensayo sobre la revolución. Se convierte en la
primera mujer que va a enseñar en Princeton y, mayormente gracias a sus libros,
conferencias, seminarios y artículos, pasa a ser una intelectual conocida (y criticada) en
el país. Es en 1960 cuando decide proponerle a la revista New Yorker que la envié como
enviada especial a Jerusalén, para cubrir el proceso del juicio de Eichmann. Estos
aceptan, con la condición de reservarse el derecho de decidir si publicar, o no, lo que
9
ella les enviara. Hannah asiste al proceso-espectáculo, del que el New Yorker le
propone publicar cinco artículos y, finalmente, un libro. Se desata la polémica. Las
opiniones de Hannah, que según ella no se trata más que de un reportaje, donde ni juzga
ni interpreta, sino que transcribe la verdad. Dice ser víctima, en Estados Unidos, de un
complot por sus críticas al sionismo y por su descripción de Eichmann, tampoco se une
a los judíos antisionistas. La publicación de su correspondencia con Scholem no le
facilita las cosas y pese que su amistad no se rompe, a plano público pasa a ser una
enemiga de Palestina.
En los siguientes años Hannah continua ejerciendo de profesora, donde
finalmente obtendrá una Cátedra en Ciencias Políticas, y fomentará la actividad de
rebelión de sus estudiantes que se oponen a la guerra del Vietnam, continuará viajando a
Europa con frecuencia, aún no recuperada de la polémica causada por su reportaje sobre
Eichmann. Karl Jaspers murió en febrero de 1969 y Hannah pronunciará un discurso en
su memoria, esta muerte irá seguida, una año más tarde, por la de Heinrich, su marido,
con quien había compartido más de treinta años. Estas muertes la afectarán de
sobremanera, pese a ello, hacia los años 70 empezará la creación de su última obra, que
quedará inacabada por su propia muerte: La vida del espíritu. Esta, tenía que quedar
dividida en tres partes, siendo una continuación de La condición humana. Si bien
aquella trataba a lo que entendía como vita activa, en esta quiso tratar sobre el
Pensamiento, la Voluntad y por último, el Juicio. Esta última parte no llegó a realizarse
nunca.
10
La figura de Karl Jaspers
Karl Jaspers, que nació en 1883, en el seno de una familia Alemana acomodada,
estudió medicina y empezó trabajando en el hospital psiquiátrico de Heidelberg. A raíz
de su estancia en el hospital, donde trabajó desde 1908 que se graduó, hasta 1915,
publicó una obra de carácter psicológico y empezó su carrera como docente en la
universidad.
Se casó con Gertrude, una mujer de origen judío, y se mostró contrario a todo aquello
que amenazaba a la república de Weimar, a saber, comunismo, fascismo. Criticaba
duramente las teorías simplistas del marxismo y entendió la primera guerra mundial
como una ruptura con la tradición. Sabemosvi que durante los últimos años de la
república de Weimar, en vistas al auge del movimiento antisemita, él y muchos otros
profesores de la universidad se mostraron ajenos, ignorando por completo los cambios
que ya se percibían en la sociedad. Mantenía muy buena relación con M. Heidegger, por
el cual sentía un profundo respeto. Esta amistad, pero, se truncará cuando posicionarse a
favor o en contra del nacionalsocialismo sea una obligación.
Ya bajo el régimen nazi, sabemos que fue “jubilado” y expulsado de la docencia por
estar casado con una judía. K. Jaspers y Gertrude no optaron por el exilio sino que
vivieron como refugiados internos, escondidos, dentro del mismo país. A K. Jaspers,
obviamente, también se le prohibió publicar. Vivirá toda la guerra en Alemania, cuando
en 1945 debía ser enviado, junto a su mujer, a un campo de concentración, entraron las
tropas aliadas a su ciudad y les salvaron de una muerte segura. Intentará retomar su
amistad con Heidegger, del cual quiere que se retracte y que dé una explicación pública
de su comportamiento, pero al ver la negativa por parte del segundo, que parece ignorar
completamente todo en cuanto a su pasado más reciente se refiere, romperán todo
contacto.
Justo después de la guerra K. Jaspers se mostrará a favor de trabajar por y para la
reconstrucción espiritual de Alemania, participará en conferencias (como por ejemplo la
que trató sobre la culpa) y volverá a la docencia. Finalmente, pero, se exiliará en 1948 a
Basilea, donde le ofrecen una plaza y la libertad de la que había estado privado todos
estos últimos años. Así, se marchará a Basilea, donde, junto con su mujer, volverá a la
vida pública y rehará sus tesis. K. Jaspers murió en 1969.
11
Acerca del problema de la culpa y la responsabilidad
En primer lugar creo que es pertinente la contextualización histórica de los
acontecimientos, así como la desmitificación de algunos tópicos surgidos a raíz de la
superabundancia de reproducciones, mayormente en cine, tanto del holocausto como de
la Alemania que vio como Hitler subía al poder.
El auge del nazismo no debe entenderse como un hecho aislado, sino como la
consecuencia directa del modo en que finalizó la primera guerra mundial, con el
polémico tratado de Versalles. También la figura de Adolf Hitler, grotesca a la vez que
terriblemente interesante, fue decisiva en el devenir de los acontecimientos. En estos
acontecimientos, pero, hay que destacar que el partido Nacionalsocialista representaba,
en un principio, a una minoría. Esta afirmación puede resultar sorprendente al recordar
las imágenes de la época, donde multitudes en estadios presididos por la esvástica, se
congregaban para escuchar hablar sobre la grandeza alemana o la supremacía de la raza
aria a través de la historia, a figuras como Hitler, Goebbels e incluso Heidegger. Pero lo
cierto es que Hitler no obtuvo la mayoría al ganar las primeras elecciones, pero gobernó
pues no se aceptaron las coaliciones de ningún partido y, el suyo, con un 20% de los
votos, se hizo con el poder. A partir de 1932 las elecciones que se realizaron resultan,
evidentemente, indignas de merecer ese nombre. Por lo tanto, si Alemania en general no
apostó por el gobierno de Hitler, no podemos declarar, también en general, culpables de
las atrocidades cometidas en ese período.
Karl Jaspers durante el invierno de 1945-1946 imparte un curso en la
universidad sobre la situación espiritual de Alemania y los problemas de culpabilidad,
habla y examina aquello que atañe, a partir de entonces, a la culpa y a la responsabilidad
alemana en cuanto a los actos cometidos, y ahora conocidos por todos, bajo el régimen
de Hitler. K. Jaspers se interroga también el cómo es posible que la gente haya llegado
allí, que los intelectuales lo hayan permitido e incluso respaldado tal aberración. En este
curso sobre la culpa también se interroga acerca de la noción de mal, a lo que concluye,
muy en general, que como la tendencia al mal reside en el libre albedrío, los actos
“malos” cometidos pueden ser juzgados, en un plano jurídico, por la ley humana.
No es cierto que todos los alemanes tengan responsabilidad por lo sucedido,
como ya hemos visto el gobierno nazi no representaba a todo el pueblo, además:
algunos se sublevaron, muchos se exiliaron y tantos más se abstuvieron de colaborar
12
como muestra de rechazo al régimen, creando un exilio dentro del mismo país. Ahora
bien, el sentimiento de culpa, es algo que no puede ni imponerse ni delegarse, pues
surge desde dentro del ser humano con lo que no hay mecanismo externo que tenga la
capacidad de anularlo por considerarlo no pertinente. Por este mismo motivo, tampoco
se pueda afirmar que deba existir una culpa colectiva, pues la culpa, como sentimiento,
es algo individual, propio del sentimiento “de mala consciencia moral” de un pueblo
ante una barbarie.
Tras el final de la segunda guerra mundial, se buscarán culpables, se alzarán
voces y los países afectados tratarán de empezar su reconstrucción. Como es de
entender, Alemania no solo había perdido la guerra, sino que en el transcurso de esta
perdió la “mano de obra” capaz de recomponerla llegado el momento. Así la gran
mayoría de intelectuales y demás habían emigrado o habían sucumbido, pues pocos de
ellos quedaban en el país. Además, aquellos que respaldaron el régimen y continuaron
ejerciendo como, por ejemplo, de docentes en la universidad, fueron tachados de nazis
al final de la guerra, con lo que quedaron lógicamente desacreditados. Alemania estaba,
pues, devastada y con pocos medios para recomponerse, tanto material como
espiritualmente. Es por ello que desde el gobierno se pidió a los exiliados que volvieran
para llevar a cabo la reconstrucción del país. Thomas Mann, por ejemplo, decidió no
regresar y renegar duramente de aquel país que había creado el horror absolutovii.
Por su parte, Karl Jaspers, que había sido un refugiado interno, se plantea el
problema de la culpa, tras interrogarse sobre cómo se acepto que se llegara hasta donde
se llegó. Así, para abordar este tema distingue entre el plano político (por la que pueden
ser penados), el plano moral (por lo que se deriva una carga que podría ser, o no,
penable) y el plano metafísico (del cual se deriva lo que llamaríamos el “remordimiento
de consciencia”). Lo cierto es que Jaspers da mucha importancia al tema de la culpa,
pues por aquél entonces la opinión mundial era del parecer que, la culpa de todo lo
sucedido, desde los horrores de la guerra hasta la catástrofe del holocausto, era de
Alemania y los alemanes. De esta manera vaga e imprecisa se cargaba toda la
responsabilidad sobre una mayoría de población que ni podían ser culpables en cuanto a
las decisiones tomadas, ni podían tampoco responsabilizarse de las acciones acometidas.
Es por ello que era de suma importancia mostrarle, también al mismo pueblo alemán,
que por mucho que se declarara culpable al gobierno, no se criminalizaba por ello a la
población. Pero desde luego, los juicios de Nuremberg representaron una arma de doble
13
filo: por un lado se acusaron personas individuales de actos concretos, por lo tanto, se
responsabilizaba de manera individual (a aquellos que habían o bien ideado, o bien
ordenado el horror) mientras que, a su vez, dichas personas individuales representaban,
en su totalidad, miembros del gobierno del pueblo de Alemania, por lo que, al culparse a
la representación del pueblo éste quedaba criminalizado por añadidura. Al menos, como
nos hace ver K. Jaspers, en un plano metafísico. Dicho de otro modo: Un estado
criminal representa una carga para el pueblo al cual representa, pues los actos y
decisiones que este tome, se tomarán en calidad de sujetos que representan un estado y
no de sujetos individuales.
El plano metafísico que expone K. Jaspers parte de la máxima de que los seres
humanos deben ayudar al prójimo por el principio de solidaridad universal (la caridad),
siendo el prójimo una persona próxima o no. Cuando no se da esta ayuda, aun que no se
niegue directamente, se pasa a ser cómplice del crimen. Es decir, pese a que moralmente
uno sabe que no debe sacrificar su vida para ayudar al prójimo si sabe que con ello no
va a conseguir nada, si no lo hace, permanecerá en él la culpa metafísica. En cierto
modo para K. Jaspers la auténtica responsabilidad es esta, la que se asume en el fuero
interno de las personas. Dicho de otro modo: En los juicios de Nuremberg citaron a los
culpables políticos y se les responsabilizó de lo sucedido, pero ello no exonera al pueblo
alemán de su culpa colectiva, que debe seguir asumiendo de manera individual. Luego,
cada alemán que no arriesgó su vida durante el nazismo es un hombre que faltó a la
solidaridad absoluta.
En este curso, por lo tanto, vemos que K. Jaspers rehúsa el castigo y las
represalias pero reclama que se afronte su culpabilidad con transparencia, Alemania
sigue perteneciendo a la humanidad (primero hombres y luego alemanes, dice). Como
hemos visto, K. Jaspers plantea las cuestiones de la ética y de la responsabilidad en
términos éticos, razona sobre la justicia del exterior y del interior, y sobre la falta
colectiva y la individual. Estas teorías influirán enormemente a H. Arendt, quien, por
otro lado, tomó partido en su correspondencia afirmando que es imposible considerarse
culpable a nivel individual cuando uno no lo es, por eso, piensa que la culpabilidad por
haber colaborado con el régimen nazi sólo se puede imputar a individuos y no a todo el
pueblo por entero.
14
El problema de la culpa irá ligado a un gran número de preguntas a las que
luego, poco a poco, se les han ido dando respuesta. A saber, ¿el nacionalsocialismo es
un accidente de la historia alemana o es algo consustancialmente ligado a ella? ¿el
conjunto de los alemanes aceptó la política de Hitler? Aun que hoy en día, a mi parecer,
esa demonización de Alemania parezca un sin sentido, es comprensible que al final de
la guerra, cuando conocieron lo que había pasado, se plantearan este tipo de preguntas.
Este problema de la culpa será retomado por Hannah Arendt en el juicio de
Eichmann en Jerusalén, y devendrá otro de sus puntos controvertidos que causó tanto
énfasis tras su publicación. H. Arendt no quiere restarle importancia a la Shoah, y
considera (y acusa públicamente) a Eichmann como culpable que debe pagar por ello,
pero en sus declaraciones también denuncia públicamente otros temas más delicados.
En primer lugar, pese a considerar como hemos dicho culpable a Eichmann, ella
habla de un nuevo tipo de criminal, que por lo tanto necesita de una nueva justicia. Esto,
pero, se desarrollará luego en cuanto a que la “novedad” de su crimen radica en la
novedad que representa su mal. En segundo lugar, está el tema, que por otro lado ya era
conocido, de la responsabilidad de los consejos judíos en las deportaciones de judíos a
los campos de exterminio. Es decir, la culpa del exterminio judío residía también en la
comunidad judía. Las críticas que recibió fueron violentas, y no sólo porqué afirmó con
vehemencia que la colaboración de la élite judía había hecho de su propio pueblo un
pueblo exterminable sino también, y es aquí donde crea incluso más retractores, cuando
afirmó que el pueblo se había dejado conducir a la muerte de manera dócil, acudiendo
puntuales y de manera voluntaria a los campos de exterminio donde eran llamados. Esto
es lo que ella llama “la pasividad de las victimas”, y que fue matizado a posteriori,
indignó a gran parte de la población que había perdido a sus más próximos en los
campos de concentración.
Hannah Arendt fue polémica en sus declaraciones sobre la responsabilidad del
horror. El problema de la culpa quedaba para ella en manos de aquellos que se les podía
increpar de manera directa de los actos cometidos. Así, todos aquellos que no habían
colaborado con el régimen debían asumir la reconstrucción espiritual de su país, pero no
la culpa colectiva de unas muertes de las que no eran responsables. El cómo actuar
después de “eso”, pero, no sólo chocó con las cargas morales sino también con la
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necesidad de comprender qué había sucedido, porqué. La raíz de ello: el mal y su
representación tras el holocausto es el tema que atañe al siguiente capítulo.
Acerca del concepto de mal
Cuando al final de la guerra, en Alemania, algunos se plantearon sobre qué se
debía hacer entonces, y cómo se debía actuar, comprender, chocaron de frente con una
realidad con la que no habían contado: no había, por un lado, precedente alguno en la
historia que sirviera de ejemplo (o, siquiera, de mal ejemplo) sobre el modo de
reconstruirse como estado y como nación. Desde luego, se han dado en la historia
numerosos casos de masacre o matanza a pueblos, multitudes, incluso a indefensos,
pero el asesinato en masa, el exterminio llevado a cabo en la Alemania nazi ) toma un
cáliz muy distinto, aunque también suceda, posteriormente, en los GULAG, por las
bombas atómicas, en el pueblo vietnamita de My Lay o por el Sendero Luminoso en
Perú. Como se dice a menudo, la novedad, lo que distingue a estas nuevos asesinatos de
masas, es que el dogma, la ciencia y los principios morales, se ha institucionalizado.
Así, no es la maldad del ser humano la que haya crecido, pues este es, por lo general,
igual de bueno o de malo que hace siglos, pero ahora las herramientas que ha
desarrollado y a las que tiene alcance le permiten cometer actos más atroces, de los
cuales, sin embargo, no se siente responsable. Dicho de otro modo: no hay nada que
demuestre que los hombres de ahora sean más malos que los de generaciones
precedentes, pero sus acciones acarrean consecuencias más graves, más maléficas, sin
que por ello la maldad del hombre se haya visto modificada. Por otro lado, la difícil
reconstrucción venía dada por la expatriación, y también el asesinato, de las mentes más
preparadas durante el período.
“Los hombres normales no saben que todo es posible”viii
La cuestión del mal en referencia al totalitarismo, que aparece tachado como
banal en el subtítulo del reportaje sobre el juicio de Eichmann, creó, y probablemente
sigue creando, polémica y desacuerdo. En dicho reportaje Hannah habla de un nuevo
tipo de criminal, a la que la justicia no puede ajusticiar de manera oportuna, y dicha
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incapacidad radica en la singular novedad. Pues, ¿cómo se juzga a una persona normal,
un individuo medio, que ha llevado a cabo tales atrocidades? Más allá del “show” y del
utilitarismo del proceso, Hannah Arendt se encuentra allí con dos cosas especialmente
singulares. La primera, que es destacable no en cuanto a su novedad pero si en cuanto a
gravedad del asunto, es la responsabilidad, la colaboración, de la élite judía, mayoría de
la cual sobrevivió. Hannah afirma, tajante, que si los judíos no hubiesen estado
organizados como tales, la masacre no hubiese alcanzado esas magnitudes. Por eso,
culpa abiertamente a la élite de “vender” a los judíos y conducirlo a la muerte cual
ganado, que se mostró, en su opinión, débil. Este ataque representa, a mi entender, una
arma de doble filo: acusar a los judíos de su propio exterminio a la vez que criticar su
debilidad y su falta de resistencia, fue entendido por muchos, en su mayoría sionistas,
como una clara falta de sensibilidad. Estos rebatieron afirmando que la élite, como el
pueblo, estaba atada de pies y manos, y que hizo salvó a tantos en cuanto pudo,
retrasando la solución final. También se le criticó el concepto de resistencia, que para H.
Arendt parece pasar casi únicamente por la sublevación. Lejos de querer entrar en la
polémica, que requiere sin duda una gran documentación histórica y un mayor sentido
del juicio, quiero centrarme aquí en la segunda polémica que sonsacó su libro: la
caracterización de Eichmann.
Para comprender esta parte, pero, no solo hay que tener en cuenta el reportaje
publicado tras el proceso sino también su obra póstuma, La vida del espíritu, donde
retoma el tema sobre la naturaleza del mal en relación a si la falta de discernimiento de
éste fue, o no, consecuencia de la incapacidad para pensar (centrándose en que significa
pensar). Tras asistir al juicio, H. Arendt se quedó asombrada por “la manifiesta
superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de
sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación”ix, afirma que
“los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón,
ni demoníaco ni monstruoso”x. Eichmann no solo sorprende a H. Arendt por su
normalidad, que ya había sido constatada por psiquiatras y psicólogos judíos, sino
también citando a Kant. Eichmann, en el juicio, afirmó que conocía los textos de Kant y
que, a su parecer, vivió bajo el imperativo categórico kantiano hasta que aceptó llevar a
cabo la solución final, momento en el que dejó de vivir bajo sus propios preceptos y
aceptó, sin cuestionar, los impuestos por el Führer. H. Arendt no entendió que “uno de
los responsables de uno de los mayores crímenes contra la humanidad diga que lo ha
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hecho en nombre del más alto de los principios morales elaborado por la ética
occidental”xi H. Arendt, al tratar de comprender cómo eso era posible, concluyó que
Eichmann no abandonó el imperativo categórico kantiano cuando la solución final, sino
que lo deformóxii. Así, pasó a formularlo como si fuese: Obra como si, sí el Führer
conociera tus actos, los aprobara. Esta tergiversación deriva en que se cometan crímenes
en nombre de los principios morales-del-estado. Dicho de otro modo: Lo que se dio en
el ser de Eichmann, que en este caso es entendido como un arquetipo de toda la
población, fue una implantación (¿de la que no se dieron cuenta?) de los principios
morales humanos por aquellos que la ideología nacionalsocialista entendía que se
debían tener. Así, la figura del renacer humano, del hombre nuevo, viene a representar,
al fin y al cabo, la modificación de la naturaleza humana por la cual no se erradican los
principios morales sino que se substituyen por otros que concuerdan con la ideología
nacional socialista. En mi opinión, quizá el éxito por el cual la mayoría de la población
adoptó, asumió o no se rebeló contra la inhumanidad evidente del régimen fue porqué se
presentó como una “nueva humanidad”, en la que “el mal” no era identificado como tal.
El discernir entre lo que pertenece a lo bueno, al bien, y lo que atañe al mal quedó
relegado a una profundidad, a un juicio, que este hombre nuevo no tenia acceso, no se
planteaba, como si no formara parte del código comprender con pensamiento crítico los
actos acometidos, pensando en las consecuencias que acarrean la acción. En cierto
modo, en este hombre nuevo prima la obediencia al razonar, y este razonar no se
presenta como eliminado, sino que se razona, pero dentro del marco moral del nacional
socialismo. En tanto que, en este nuevo sistema de hombre nuevo, el razonar, el
pensamiento crítico con aras de actuar bien, no deviene ya una actividad peligrosa para
el que ostenta el poder, como si este hombre nuevo fuera también el hombre último en
cuanto a perfecto, a inmejorable. Esta falta de profundidad en el pensar, que no es
precisamente una característica del régimen, creó una sociedad homogenizada en algo
superficialidad, en lo superfluo.
H. Arendt, abrió más polémica sosteniendo que Eichmann no era un antisemita,
que en él había consciencia y que representa a un hombre normal y corriente, incluso en
su banalidad. Estas afirmaciones, en la que el personaje juzgado vuelve a ser un
arquetipo de la sociedad, fueron entendidas como si un nazi pasase de ser un sujeto
abominable a ser alguien banal, trivial. Es decir, el régimen nazi, al cambiar las bases
morales, también cambió en los sujetos su concepto de realidad, creando así hombres
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normales, normales como Eichmann. Esta trivialidad que representa a Eichmann
también es atribuida al concepto de mal, que en H. Arendt parte de la reflexión sobre el
mal radical en Kant y queda influenciada por el pensamiento de K. Jaspers, con el que
ya hemos visto que mantenía una correspondencia activa.
En primer lugar, para Kant, la expresión de mal radical no designa una voluntad
diabólica que tendría por objetivo hacer el mal por y para hacer el mal en si mismo. La
expresión correspondería, más bien, a una corrupción de la voluntad humana que impide
que el respeto a la ley moral sea la máxima en toda acción. Dicho de otro modo: para
Kant el mal radical es la inversión en el ser humano de su orden de preferencias o bases
morales, por la cual éste pasa a actuar de manera mala. Respecto a esto, H. Arendt
matiza que el mal puede ser solamente extremo, que no posee dimensión demoníaca, y
que por ello lo considera extremo, luego banal, porqué carece de profundidad. Pues el
contexto a devenido de tal manera que el mal radical que imaginó Kant no es suficiente
para expresar el mal sucedido en el siglo XX: no se trata solamente de la inversión de
las bases morales en el ser humano sino de la grotesca tergiversación de la moral en si,
quedando en su base algo “más radical que el mal radical” expresado por Kant.
Es a partir de estas consideraciones que Hannah Arendt reprocha a la acusación
el no haber escuchado suficiente a Eichmann cuando este declaró no haber matado
nunca a nadie, judío o no, ni siquiera haber ordenado que se matara. No se siente
culpable pese a saberse culpable de lo que se le imputa, es decir, él no se declara
culpable en el sentido en que se le acusa, pese a que se sabe culpable de lo cometido.
Esta contradicción no lo es cuando se entiende que para Eichmann, y ya no como
arquetipo sino como individuo, él no había sido, en ningún momento, el responsable de
la muerte de millones de judíos (entre otros), pese a saber que actuó intencionadamente
y que sus acciones implicaron el exterminio de todos esos judíos. Él es culpable, pues
por el hecho de estar cumpliendo una orden no te eximes de la responsabilidad de los
actos cometidos, pero es una culpa jurídica (por la que está dispuesto a pagar, pero no
una culpa moral). Por eso él, a la vez, representa un nuevo tipo de culpable, de
responsable de unos actos que no le son propios y que se derivan, por así decirlo, del
hecho de haber adoptado el modus vivendi nacional socialista, por haber substituido la
base del discernir entre el bien y el mal por el mandato del Führer, pasando este a
ocupar el centro absoluto de dicho orden moral, y momentáneamente jurídico (mientras
el régimen nacional socialista ostenta el poder, sus bases lo son también de su orden
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jurídico, pero esta consonancia se pierde en cuanto se pierde el poder). Así, la novedad
radica en que, pese a haber cometido los actos más atroces, un hombre al que no se le
puede considerar ni “estúpido” y que tampoco sufre de ninguna enfermedad mental que
imposibilite su discernimiento de la realidad, no tenga ningún tipo de remordimiento, ni
tampoco conciencia de la naturaleza criminal de sus actos. Por ello, cuando Hannah
Arendt le llama banal, no está banalizando la monstruosidad de sus actos, está
banalizando la figura que ha ejercido dichos actos, que los ha llevado a cabo
conscientemente, sin por ello tener remordimientos. Es decir, no se ve en el acusado una
“consciencia real” de lo que estaba haciendo. Esta falta de consciencia real nos remite
otra vez a la caracterización de Eichmann como arquetipo de un ser humano que ha
substituido su escala de valores morales por una ideología, tergiversando así su
percepción de la realidad en cuanto a tal, provocando esto la falta de “consciencia real”
de sus actos. En cierto modo, ya no son las pasiones humanas, los siete pecados
capitales los que corrompen al hombre y le hacen malo sino que es la necedad aquello
que convierte en banal, en trivial, al mal y la deshumanización de la realidad, propia,
según H. Arendt, de los sistemas totalitaristas.
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Reflexiones a modo de conclusión
El arrepentimiento, el sentimiento de mala consciencia, fue algo con lo que, sin
duda, tuvo que paliar la población alemana después del holocausto. Sin embargo,
alguien como Eichmann jamás confesó estar “arrepentido” por lo sucedido, conociendo
como lo hacía tanto de la magnitud de sus crímenes como de su responsabilidad en
ellos: culpable si, arrepentido no. Este binomio, según mi parecer, plantea uno de los
grandes problemas éticos a comprender hoy en día. Desde luego, me parece imposible
poder llegar a entender nunca como alguien consciente de su responsabilidad directa por
la muerte de tantas personas, sea incapaz de tener mala consciencia por ello, pues la
consciencia individual queda ligada a la ética colectiva, aunque ya se han dado varias
explicaciones a ello, a saber, la degeneración de las bases morales propugnadas por el
nacionalsocialismo y adoptadas por la población, de tal manera que sus actos no
quedaban sujetos a la “moral humana” sino a la “moral propia del movimiento nazi”,
por lo que el concepto de mal como tal quedaba prácticamente anulado.
La comparación que hace H. Arendt de la política totalitarista con la estructura
de una cebolla, me parece también apropiable en comparación con la concepción del
mal. Es decir, dentro de un Estado como lo era Alemania (y tantos otros), la figura del
Führer se identificaría con el mal más extremo, degenerando así capa tras capa hasta
llegar a la última, que en mi opinión la ocuparían aquellos que, tras comprender lo que
estaba pasando, optaron por la pasividad, por el refugio dentro del propio país.
Habiendo, a mi parecer, un mal más extremo, “más esencialmente malo”, por así
decirlo, en el Führer y los que con él idearon las bases de la ideología nazi o la solución
final, trivializándose este a medida que pasan “las capas”. Creo que se debe distinguir
entre el mal en aquellos que, por ejemplo, idearon la solución final que aquellos que
acataron las órdenes y la llevaron a cabo: que unos sean más malos que otros no
significa que unos sean menos peligrosos que otros, y aun que ambos culpables (y eso
me parece innegociable), creo que debería establecerse distinción. Los que acataron las
órdenes, es decir, los funcionarios del régimen, vendrían seguidos por la población que
daba apoyo a ello, por no ser “conscientes” exactamente de lo que suponía, y pese a no
compartir del todo la ideología nacionalsocialista, la apoyaron, o bien por inercia o bien
en cuanto a mal menor. En cierto modo, hay un abismo entre los que acataron las
órdenes (es decir, los que sabían a ciencia cierta lo que estaba sucediendo) y los que
apoyaron al régimen como mal menor o por inercia (probablemente no sabían lo que
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estaba pasando en los campos de concentración, no tenían “consciencia” del
holocausto), pero no es tal si se considera que también existe un azar, en cuanto a las
gentes que apoyaban al régimen por inercia, hubiesen actuado del mismo modo si por
situaciones de la vida hubiesen sido ellos los funcionarios. De esta “cebolla”, pues,
quedarían fuera los que se exiliaron, la figura del apartida como Hannah Arendt que se
opuso al régimen des de fuera de sus fronteras, como también quedarían fuera las
víctimas, tanto directas (las que perecieron, o no, a cause de el régimen, por ejemplo, las
víctimas holocausto), como indirectas (las que perecieron, o no, por intentar oponerse al
régimen, por ejemplo, el grupo de la Rosa Blanca, en Munich).
Lo mismo pero a la inversa sucedería con la cuestión de la culpa (en cuanto al
plano moral), es decir, las capas más alejadas del centro, pese a no ser culpables,
desarrollan un sentimiento humano de mala consciencia, explicado por Karl Jaspers
como culpa metafísica, por el cual se cree que, quizá si hubiesen hecho “algo”, “eso” no
hubiese sucedido tal y como sucedió. Ahora bien, como más se adentra, más trivial es el
mal: se tiene menos consciencia porqué ha enraizado más profundamente la “nueva
moral” impuesta, la propia del “hombre nuevo”. Por ello en Eichmann desapareció la
culpa moral, no se sentía culpable, solo vencido, pero aceptó la responsabilidad política,
lo que es relevante. Tal y como declaró en el juicio, Eichmann consideraba la culpa cosa
de niños, pero al aceptar la responsabilidad se hizo “cargo” de la situación. Por el
contrario, Göring, que ocupaba una posición más próxima al Führer (estaría más cerca
del corazón de la cebolla), en los juicios de Nuremberg, no sólo se mostró satisfecho
sino que se sorprendió al verse dentro de los criminales de guerra.
Por otro lado, y es sin duda esto es completamente contradictorio, tampoco me
parece pertinente señalar a malos y a más malos, pues este “mal” del cual se les acusa es
un mal demasiado humano y demasiado grave. Después de todo, sigo sin comprender
como se puede corromper, degenerar, cambiar hasta tal punto los principios morales,
aunque sin embargo es algo que, al pensarlo, también resulta próximo. A saber, “la
ceguera” que acusó a la población alemana en el siglo pasado, mientras el holocausto,
tampoco parece estar muy alejada en la sociedad de masas de hoy en día, y pese a que
es evidente que no es lo mismo, esto le lleva a una a preguntar hasta qué punto podría
volver a ocurrir lo sucedido, y cuan culpables seríamos de ello. Por un lado, al finalizar
este trabajo, pienso que jamás podría volver a ocurrir un exterminio tal, pero por otro
lado, no es que ese “mal camino” que marcó el siglo pasado haya sido completamente
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asumido y corregido por las gentes de hoy. Y esto asusta incluso más cuando se piensa
que, por ejemplo, no sólo Eichmann no se sintió “arrepentido” tras la solución final,
sino que tampoco el que fue presidente de Estados Unidos de América mostró pizca de
arrepentimiento tras ordenar la ofensiva sobre Kuwait, y posiblemente, en el caso que se
juzgase a George Bush por iniciar una guerra en Oriente Próximo con un pretexto
totalmente falso (como buscar armas de destrucción masiva), por la que murieron
muchos inocentes, la respuesta no sería siquiera la fórmula que empleó Eichmann (“no
culpable en el sentido de la acusación”), sino que más que probablemente oiríamos,
después de que él mismo afirmase tener la “consciencia tranquila”, un: absolutamente
no culpable.
Pese a ello, y para notar que no se trata de pesimismo sino más bien al contrario,
también me parece que hoy en día es más difícil una homogenización que implique una
corrupción tal de la moral, que llegue a inhibir el discernimiento entre el bien y el mal Y
para dar ejemplo de ello, las revoluciones que están surgiendo en el norte de África,
donde la población hace frente, en pos de una democracia, a su gobierno dictatorial, y
en cierto modo, me sorprendo a mi misma al usar esta palabra, pues no tenía
consciencia, hasta hace muy poco, de que hubiesen dictaduras en dichos países,
gobiernos corruptos si, pero no dictadores.
Para concluir, y volviendo al tema del trabajo, el punto de vista que H. Arendt y
K. Jaspers dan del concepto de mal tras el holocausto sirve como base a nuevos análisis
con el fin de comprender la esencia humana, pues no es solo la ciencia lo que avanza
siglo tras siglo sino también los seres que hacen eso posible. Es por ello que me parece
fundamental tratar los temas que eligieron estos pensadores, marcando el camino de
cómo se debe actuar dadas las circunstancias en que el ser humano pueda llegar,
incluso, a destruirse a si mismo.
23
Bibliografía
Para Hannah Arendt:
ADLER, Laure. Hannah Arendt. Editorial Destino. 2005. España (traducción de Isabel
Margelí).
ARENDT, Hannah. Diario filosófico, 1950 – 1973, Herder, Barcelona 2006.
ARENDT, Hannah. La condición humana. Paidós, Barcelona, 1993.
ARENDT, Hannah. La vida del espíritu.. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1984.
ARENDT, Hannah. Eichmann in Jerusalem. A Report on the Banality of Evil (1963).
Penguin books, New York, 1977.
FERNÁNDEZ BUEY, Francisco. Entre el Mal Radical y la trivialidad del mal.
Publicado en Poliética, Editorial Destino.
YOUNG-BRUHEL, Elisabeth. Hannah Arendt. Edicions Alfons El Magnámim, Valencia, 1993.
Para Karl Jaspers:
JASPERS, Karl. El problema de la culpa. La introducción de Ernesto Garzón
Valdés. Pensamiento Contemporáneo 52. Ediciones Paidós. Barcelona, 1998.
Otras fuentes consultadas:
Hannah Arendt / Karl Jaspers. Corresponence, 1926 - 1969. Edited by Lotte Kohler
and Hans Saner. Traducido del alemán por Robert y Rita Kimber. Publicado por
Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1992.
BILBENY, Norbert. El idiota moral. La banalidad del mal en el siglo XX.
Anagrama, Colección Argumentos. Barcelona, 1993
Web:
24
Para la biografía de Karl Jaspers he empleado, mayormente, la información encontrada
en el archivo .pdf de la página Web de la UNESCO. El enlace directo es:
http://www.ibe.unesco.org/publications/ThinkersPdf/jasperss.pdf
En el encabezado se reproduce la siguiente nota: “El texto que sigue se publicó
originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París. UNESCO:
Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, n° 3-4, 1993, págs. 769-788
©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 2001 Este documento puede ser reproducido
sin cargo siempre que se haga referencia a la fuente”.
También la entrevista:
“¿Qué queda? Queda la lengua materna” Que es una entrevista televisada realizada por
el presentador Günter Gauss emitida en octubre de 1964, en el marco del programa Zur
person. Se encuentra en la página youtube, también subtitulada al español.
Notas al pie
25
i “¿Qué queda? Queda la lengua materna” Es una entrevista televisada realizada por el presentador Günter Gauss emitida en octubre de 1964, en el marco del programa Zur person. Se encuentra en la página youtube, también subtitulada al español.ii Idem. En esta entrevista, Hannah Arendt expresa su rechazo a pertenecer a los círculos de los filosofos, según dice, porqué: primero nunca la han querido en ellos, y segundo porqué fueron estos mismos círculos los que, en su juventud, empezaron a crearse ideas sobre Hitler. Pese a que muchos las desestimaron enseguida, es esta tendéncia de los filosofos a crearse una idea sobre todo lo que hace rechazar, por mucho que el G. Gaus insista, esta etiqueta.iii Hannah Arendt, Diario filosófico.iv “¿Qué nos queda? Queda la lengua materna” Ídem.v Op. Cit.vi Karl Jaspers / Hannah Arendt. Correspondencevii L. Adler, Hannah Arendt. Pagina 218viii Op. Cit. Pág 289.ix H. Arendt, La vida del espíritux Op. Cit.xi F. F. Buey Véase Entre el mal radical y la trivialidad del malxii Op. Cit.