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na}ea ---------------sED1--------------- EL CUNQUEIRO MENOS PORTATIL José Doval S impatizar o, dicho más adecuadamente, empatizar con el escritor Alvaro Cun- queiro requiere no sólo un trato demo- rado con su obra, sino sobre todo una rma sensual de pensamiento, algunas manías compartidas, una curiosidad universal de libros, personas y cosas, una querencia por lo insólito, lo extravagante, lo exorbitado y, dicho mal y pronto, una actitud verdaderamente civilizada ante la cultura, que paradójicamente, para los caracteres poéticos, desde la Modernidad, esto es, desde mediados del siglo pasado, va asociada a una nueva rma analógica de pensar el mun- do. Los grabados de Cambassius, la vida cotidia- na en la China de Su Tung Po, música armenia oída en Radio Pirenaica, qué grado de cristalini- dad metarica alcanza el aire coruñés, si viene en Geza Róheim algo sobre el reir magiar en sueños, de qué parte de la costa bretona serán las arremetidas de mar que se oyen en El aa céltica de Stivell, si de Treguier o de Vannes, verdad y mentira de la alfitomancia o adivina- ción por la harina, el inflo del derecho romano tras su venida a Finisterre en la rma de discu- tir lucense, que es con mucho vicio de idas y ve- nidas, y mucho distingo, y abundante matiza- ción, y el no lucense llega un momento en que no sabe qué lado de la argumentación compar- te... Es ésta, la de los empatizantes cunqueiria- nos, una raza de honestos holgazanes, atentos transitantes del sueño, gente era de toda mo- da, sonambúlicos aparentes, amadores de la charla demorada y anárquica pero que lleva su orden oculto y, así, esta charla va por las antípo- das de la crítica de pintura inrmalista, por poner un ejemplo, que es un hablar a la vez con- so y apasionado. Para esta tropa, la sorpresa es el pan cotidiano, el detalle alcanza nivel de cate- goría, siempre tienen un ojo de repuesto, como tan lúcidamente decía Holderlin de Edipo: «Edi- po tiene un o de más». O, si se quiere, dicho a la psicoanalítica, pues que en Edipo andamos, va provista de un tercer oído, que le hace tender a oir eso que los realistas por psicología llaman músicas celestiales y no son sino resonancias, o, dicho en más fino, en ancés, retombées, prove- nientes de una actitud que atiende más a los ar- mónicos que a la melodía principal. La música que sigue es, pues, para esta gente. Girolamo Cardan, como es sabido, e un eruditísimo italiano del Seiscientos, y el primero en resolver la ecuación de tercer grado, así como el inventor de la suspensión, llamada, en justa 156 Alvaro Cunqueiro. correspondencia, suspenswn Cardán, todo lo cual no obstaba para que afirmase impertérrito haber nacido a los tres meses de gestación. Pues Cardán o Cardano llega a afirmar que una pizca de pedantería cilita la digestión y -puede que lo diga con sarcasmo- es correctivo de los estra- tos humorales. Poniéndonos, pues, pedantes, lo que a continuación se oece no es otra cosa que Repetición y Direncia: la direncia originaria de lo nuevo y la repetición novedosa de lo me- nos repetido. Novedad absoluta, inédita: Sobre ángeles y demonios. Repeticiones casi novedo- sas: Juan, el buen conspirador y La sentencia do- rada, a medias con lord Dunsany. El tema angélico y demoníaco e de los que, intermitentemente, Cunqueiro ecuentó, y has- ta pudiera decirse que se le convirtió en lo que los ingleses llaman un haunting thought, una idea obsesiva. Siempre anduvo recogiendo ma- terial, e incluso prometió un Diccionario de án- geles y demonios, que nunca llegó a escribir. Claro que esto tampoco era ninguna novedad, porque, con motivo de la concesión del Premio Nadal del 69, a Baltasar Porcel le aseguró estar

EL CUNQUEIRO MENOS PORTATIL · 2019. 7. 16. · 156 Alvaro Cunqueiro. correspondencia, suspenswn Cardán, ... veces (como en uno de los casos que aquí se ... uno de aquellos «enveses»

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EL CUNQUEIRO MENOS PORTATIL

José Doval

Simpatizar o, dicho más adecuadamente, empatizar con el escritor Alvaro Cun­queiro requiere no sólo un trato demo­rado con su obra, sino sobre todo una

forma sensual de pensamiento, algunas manías compartidas, una curiosidad universal de libros, personas y cosas, una querencia por lo insólito, lo extravagante, lo exorbitado y, dicho mal y pronto, una actitud verdaderamente civilizada ante la cultura, que paradójicamente, para los caracteres poéticos, desde la Modernidad, esto es, desde mediados del siglo pasado, va asociada a una nueva forma analógica de pensar el mun­do. Los grabados de Cambassius, la vida cotidia­na en la China de Su Tung Po, música armenia oída en Radio Pirenaica, qué grado de cristalini­dad metafórica alcanza el aire coruñés, si viene en Geza Róheim algo sobre el reir magiar en sueños, de qué parte de la costa bretona serán las arremetidas de mar que se oyen en El arpa céltica de Stivell, si de Treguier o de Vannes, verdad y mentira de la alfitomancia o adivina­ción por la harina, el influjo del derecho romano tras su venida a Finisterre en la forma de discu­tir lucense, que es con mucho vicio de idas y ve­nidas, y mucho distingo, y abundante matiza­ción, y el no lucense llega un momento en que no sabe qué lado de la argumentación compar­te ... Es ésta, la de los empatizantes cunqueiria­nos, una raza de honestos holgazanes, atentos transitantes del sueño, gente fuera de toda mo­da, sonambúlicos aparentes, amadores de la charla demorada y anárquica pero que lleva su orden oculto y, así, esta charla va por las antípo­das de la crítica de pintura informalista, por poner un ejemplo, que es un hablar a la vez con­fuso y apasionado. Para esta tropa, la sorpresa es el pan cotidiano, el detalle alcanza nivel de cate­goría, siempre tienen un ojo de repuesto, como tan lúcidamente decía Holderlin de Edipo: «Edi­po tiene un ojo de más». O, si se quiere, dicho a la psicoanalítica, pues que en Edipo andamos, va provista de un tercer oído, que le hace tender a oir eso que los realistas por psicología llaman músicas celestiales y no son sino resonancias, o, dicho en más fino, en francés, retombées, prove­nientes de una actitud que atiende más a los ar­mónicos que a la melodía principal. La música que sigue es, pues, para esta gente.

Girolamo Cardan, como es sabido, fue un eruditísimo italiano del Seiscientos, y el primero en resolver la ecuación de tercer grado, así como el inventor de la suspensión, llamada, en justa

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Alvaro Cunqueiro.

correspondencia, suspenswn Cardán, todo lo cual no obstaba para que afirmase impertérrito haber nacido a los tres meses de gestación. Pues Cardán o Cardano llega a afirmar que una pizca de pedantería facilita la digestión y -puede que lo diga con sarcasmo- es correctivo de los estra­tos humorales. Poniéndonos, pues, pedantes, lo que a continuación se ofrece no es otra cosa que Repetición y Diferencia: la diferencia originaria de lo nuevo y la repetición novedosa de lo me­nos repetido. Novedad absoluta, inédita: Sobre ángeles y demonios. Repeticiones casi novedo­sas: Juan, el buen conspirador y La sentencia do­rada, a medias con lord Dunsany.

El tema angélico y demoníaco fue de los que, intermitentemente, Cunqueiro frecuentó, y has­ta pudiera decirse que se le convirtió en lo que los ingleses llaman un haunting thought, una idea obsesiva. Siempre anduvo recogiendo ma­terial, e incluso prometió un Diccionario de án­geles y demonios, que nunca llegó a escribir. Claro que esto tampoco era ninguna novedad, porque, con motivo de la concesión del Premio Nadal del 69, a Baltasar Porcel le aseguró estar

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escribiendo una novela, La casa, en un estilo ra­dicalmente diferente al suyo habitual, y era la historia puntual y detallada de todos los habi­tantes de una casa, los presentes y los pasados, escrita al stendhaliano modo, llena de détails exacts, documentación, historiografía, y toda la pesca. Y Porcel se lo creyó. La taberna de Galia­na, de la que sólo dejó el primer folio, y pensaba dedicársela a Ramón Piñeiro, se la contó de pé a pa a un muy querido amigo, Francisco Fernán­dez del Riego, con todo lujo de detalles, esque­mas de estructura, evolución de los personajes, y que si aquí va una alusión a la Italia de los Mé­dicis, y si allí una historia de venenos secretos: mediaba la amistad y una cunea de ribeiro, esa cunea que va inscrita en su apellido.

Así que aquí va Sobre ángeles y demonios, una conferencia que, conforme a su costumbre, Cunqueiro hincharía y deshincharía a su antojo. Bien es verdad que en autor que vuelve a fre­cuentar unos temas preferidos, y se deja llevar de lo que él llamó memoria deformante, en su conferencia se recuerdan maneras y hechuras ya conocidas, puede que hasta alguna cosa ya cita­da en otra parte. Sí se nota el magisterio de Risco, que Cunqueiro nunca negara, y sobre todo aquella forma tan cunqueiriana de transitar el texto, ondulando el tema con infinitas catáli­sis, en apariencia prescindibles o conmutables pero a la postre totalmente necesarias para el es­tablecimiento real del discurso, y las asociacio­nes perpetuas, ésas que emparentan su escritura con el Psicoanálisis (asociaciones ligadas a pala­bras en la talkingcure), con la Antropología (el funcionamiento analógico del pensamiento sal­vaje o silvestre) y con el Ocultismo (las cosas son porque se relacionan, y quod est superius est sicut est inferius, lo que está arriba, donde los as­tros, es como lo que está abajo, en este mundo sublunar).

Sobre ángeles y demonios es texto que no vie­ne ni siquiera en la Bibliografía que Antonio Odriozola preparó para el n. º 72 de la revista Grial, número-homenaje a Cunqueiro aparecido en 1981: baste decir que a Odriozola, Cunquei­ro, medio embromante, le nombró «Bibliógrafo Mayor de su Reino». Si alguien, por una manía tan poco cunqueiriana, el rigor histórico, quisie­ra fecharlo, tiene algunas pistas: la Exposición de Brujería en la Biblioteca Nacional de París a la que asiste el conocido profesor Pierini, o la fe­cha de aparición del Dictionary de Davidson, al que la conferencia tiene que ser posterior, mas no mucho, dada la avidez bibliográfica de Cun­queiro y su inmediata utilización para la colum­na diaria del Faro de Vigo ... O las citas que hace de los estudios de Caro Baroja sobre la brujería navarra, y que tienen que ver con Las brujas y su mundo, o El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio. Claro que esto último tampoco es seguro, pues conocida es la amistad que hubo entre Cunqueiro y Caro Baroja. Y de antiguo. Por no fatigar al presunto lector, sepa éste que, cuando

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Cunqueiro andaba preparando As cromcas do Sochantre/Las crónicas del Sochantre (l." ed.: 1956), para unas diez líneas en que necesitaba describir una guillotina, Caro Baroja le prestó, entre otros, los siguientes libros: Le bon docteur Guillotin, de Soubiran, Notice sur la guillotine, de Bloeume, Guillotin et la guillotine, de Chereau, La guillotine et les exécuterus pendant la Révolu­tion, de Len6tre, y Recherches historiques et phy­siologiques sur la guillotine et détails sur Sanson, de Dubois, autor también, como es notorio, de una biografía de Robespierre, así como de un es­tudio sobre André Chénier y su Lajeune captive.

Sea de ello lo que fuere, y como quedó dicho, también se ofrecen dos repeticiones casi nove­dosas. Hay que decir que ambas tienen que ver con el teatro. Podría decirse que si hay una per­manencia descentrada en la producción cun­queiriana, ésa es el teatro. No sólo lo cultiva (O incerto señor don Hamlet, palabras de víspera, A noite va coma un ria, A función de Romeo e Xulie­ta), sino que abrumadoramente lo incluye en su narrativa, pudiéndose decir casi que una carac­terística externa de su estructura es la inclusión de, inesperadamente, escenas teatrales. Otras veces (como en uno de los casos que aquí se presenta, Xan, o bó conspirador) lo escribe sin excesiva convicción en que se llegue a represen­tar. Otras (como ocurre con A sentencia doura­da), asimila teatro ajeno, sin que lleguemos a sa­ber muy bien de qué lado, si de lord Dunsany o si de Cunqueiro, cae la ósmosis. Luego ya es el rodar de la narrativa, donde, piedras en la lisura del texto, se inscriben A noite va coma un rio -a veces, tal cual; a veces, narrativizada- en Unhombre que se parecía a Ores tes, A función de Ro­meo e Xulieta en As crónicas do Sochantre, o re­coge en Apéndice a Cuando el viejo Sinbad vuel­va a las islas precisamente las «Escenas segunda y vigésimoquinta de la pieza de teatro chino lla­mada La dama que engañada por un demonio ele­gante quiso comprarle al viento la perdiz que ha­blaba, o la verdadera historia de un mandarín que por no gastar quedó cornudo». Sólo habrá una ex­cepción, chirriante, estrepitosa, luminosa en su ausencia: El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes, su novela última, testamental. Pero aquí -y nunca mejor dicho- el teatro va por dentro.

Precede a la versión de La sentencia dorada uno de aquellos «enveses» -la sección se titula­ba El envés, como juntando al significado de lo que está de la otra parte, el de remisión o envío, como el envoi que a veces sucede a un sirven­tés- que iban apareciendo habituales en una es­quina de la última página del Faro de Vigo, allí mismo donde depositaba sus aprendizajes e imaginaciones, sus melancolías y sus sueños. Nótese cómo en la noticia que en este «envés» comunica -el descubrimiento de unos manus­critos de lord Dunsany por una sobrina suya en el cajón de una mesa retirada a un desván- da de lado a lo que aquí se recoge: mientras en el

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Alvaro Cunqueiro.

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«envés» habla de los demás hallazgos, omite la referencia -síntoma de que ya había comenzado la asimilación que haría carne y sangre suya- a la «pieza teatral incompleta». Él la habría de completar.

Ha de llamarse la atención sobre la otra pieza, tan temprana, Xan, o bó conspirador, del año 33. Aunque la proyectara como una pieza breve y, para más reducir, sólo conservemos de ella el Prólogo, basta para establecer una cabeza de arco que desembocará en la reflexión que sobre la «teatralidad» de la narrativa cunqueiriana fi­nalizará en El año del cometa. Los posteriores desdoblamientos de los personajes, la dramati­zación de sus momentos de formación, el juego continuo con lo que es su ser y su aparecer, la conciencia de ser sí mismos y a la vez ser otros, todo eso que les configura y que el propio Cun­queiro acertó a definir como un «entrar y salir de escena constante, como un personaje piran­delliano», todo eso está aquí, de manera emble­mática. Y en verdad que ese Prólogo no desme­recería de Pirandello, un Pirandello pasado por Maeterlinck, primero, y Schéhadé, después. Pero ya se ve cómo el jovencísimo poeta, pre­miado y deslumbrante, comienza a derivar como por inclinación natural hacia la actividad dramá­tica. Sin embargo, y aunque luego lo cultivase (no es atrevimiento afirmar que su O incerto se­ñor don Hamlet es uno de los pilares desde los que reconstruir el teatro gallego de posguerra), acabaría abandonándolo. La razón aparente fue una: como le dijera a César Antonio Malina, es­cribir teatro que no se representa es una nece­dad. La privada, u oculta, u ocultista, era otra: había ido enterrando el teatro en la narrativa, progresivamente, en estratos cada vez más pro­fundos, tanto que, en ocasiones, lindaban consi­go mismo. La prueba mayor es su testamento textual: El año del cometa. Ahí, y a través de la experiencia de la propia escritura, a cuyo través quería buscarse, volvió a saber que también él era «como un sujeto pirandelliano», doble, tri­ple, unha chea de homes, un cafarnaúm de hom­bres o, mejor, un cantón de sí mismo. El texto como «la otra escena».

Finalmente, se incluye una colaboración del actual cronista oficial de Mondoñedo, José Díaz Jácome. Es el final de una ilustre serie que, para este siglo, se inicia con Lence Santar, el de las barbas druídicas, que dijo Reimunde, y con el que Cunqueiro se topaba cuando salía a buscar el correo, o en la rebotica de la farmacia paterna, que estaba en los bajos del palacio arzobispal, y olía a aromas tales que papel de Armenia, o ci­namomo, y estaba repleta de frascos casi cifra­dos, cada uno con su clave secreta, en un idioma extraño. De Lence Santar heredó el cargo de cronista Cunqueiro. Veía Mondoñedo desde su ventana, en la época de las lluvias, por ejemplo, y los musgos de los tejados le recordaban las co­linas verde jade que vienen en Li Taipó, las islas esmeralda de los mitos gaélicos, hechas de

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sueños, las obras de teatro de Von Kleist, donde todo parece ir y venir a través del sueño, y que dijera que «los sueños que nos habitan pasan de pronto a la carne, para que ésta pueda morir», y terminaba acordándose del autor de los Cuentosde un soñador, lord Dunsany. Ahora bien, Lence Santar, Cunqueiro y Díaz Jácome tienen un an­tepasado común, el que fuera obispo de Mondo­ñedo, fray Antonio de Guevara. En él se apren­de el regodeo de la frase, el sabor del detalle, la utilización libérrima de la erudición, y que siempre, por los siglos de los siglos, habrá un Bachiller Rhúa que saldrá a increparle al ima­ginativo.

El tal Bachiller Rhúa le increpó a fray Anto­nio de Guevara, tan erudito, que en su Libro lla­mado Relax de príncipes en el qua/ va encorpora­do el muy famoso libro de Marco Aurelio presen­tara unas cartas apócrifas de éste, amparándose -y reclamándolos como fiadores- en JunioRústico, Sexto Cheronense, Cina y Catullo, amás de un filósofo Bruxilo, un tal Pharamasco, yun concilio inexistente de Hipona ... Aún más.Osaba hacer proceder su texto de un manuscritoflorentino, en tiempos perteneciente a Cosmede Médicis, al que él sólo había romanceado, sibien con incrustaciones. Era debido a un cono­cimiento tan ajustado por lo que se podía permi­tir escribir: «Dicho cómo el Emperador MarcoAurelio tenía el estudio en lo más apartado desu palacio, y cómo él mismo tenía la llave deaquel estudio, es de saber ahora que jamás amujer ni a hijos ni a familiares amigos dejabaentrar adentro; porque muchas veces decía él:«Con más alegre corazón sufriré que me tomenlos tesoros que no me revuelvan los libros.» Yase ve que hay un aire de familia. Y más cuando,creciéndose con el castigo, prometió otra obra,ésta del emperador Augusto, titulada De bellocantabrico.

Vaya, pues, en buena hora, este ramillete cunqueiriano, de flores ocultas y recoletas, algu­na nunca vista y otras de difícil acceso. Confor­me a Yüang Chingiang en su Pingshih, o Arte de confección de búcaros, en edición que hiciera Forster, el de Pasaje a la India, y Maurice, con un poema/prólogo de Ezra Pound, lo que más importa en floristería no es la composición del ramo, sino el recuerdo que deja, y, si se � quiere afinar aún más, el aroma de ese ._ � recuerdo. �