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El día que el Sangay se convirtió en volcán

El día que el Sangayse convirtió en volcán

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Cuento Ilustrado

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  • El da que el Sangay se convirti en volcn

  • Mara Eugenia Lasso Donoso

    Ilustraciones de Mnica Vsquez

    http://www.librerianorma.comBarcelona, Bogot, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, Mxico, Miami, Panam, Quito, San Jos, San Juan, San Salvador, Santiago de Chile, Santo Domingo.

    El da que el Sangay se convirti en volcn

  • 2010, Mara Eugenia Lasso 2010, Grupo Editorial Norma S.A. para Estados Unidos, Mxico, Guatemala, Puerto Rico, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Repblica Dominicana, Panam, Colombia, Venezuela, Ecuador, Per, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile.

    A. A. 17012396, QuitoEcuador.

    Reservados todos los derechos.Prohibida la reproduccin total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso escrito de la Editorial.

    Impreso por: Impreso en Ecuador Printed in EcuadorAgosto, 2010

    Direccin editorial: Mara Eugenia Lasso D.Coordinacin editorial y edicin: Mara Eugenia Delgado A.Coordinacin grfica: Luis Miguel Cadena G.Diagramacin y armada: Luis Villarreal

    C.C. 28002545ISBN: 978-9978-54-489-1

  • A Carmen Amalia, Stella Maris y Juan Francisco en recuerdo a las horas de cuento y fantasa compartidas.

  • El da que el Sangay se convirti en volcn

  • Desde hace muchos aos, en el mes de junio, Pap Sol festeja su cumpleaos. Con este motivo, su esposa, Mam Tierra, organiza una tremenda fiesta que dura, nada menos que tres das con sus noches.

    En ella se sirven exquisitos manjares: cuyes asados, mote pelado, tortillas de maz con papa, acompaados de fresca chicha de jora.

  • 8Como inv

    itados de

    honor acu

    den

    a la fiesta

    todas las

    elevacion

    es de nue

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    el Sangay

    , distingu

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    elva

    ecuatoria

    na.

  • 9Cuando llegan los invitados, el espectculo es impresionante. Ni una sola de las elevaciones deja de ser admirada por su hermosura.

  • Puntual como siempre, llega Taita Chimborazo cubierto con una espesa capa de nieve eterna; le sigue el seor Cotopaxi, quien ostenta una corona tachonada de luceros. El licenciado

    10

  • Antisana no se queda atrs, acude a paso lento envuelto en una estola de crespas nubes y junto a l, el mocetn Cayambe luce un ponchito hecho con retazos de siembra verde-negro.

  • Un poco atrasados y alborotados acuden los gemelos Ilinizas, ataviados con jeans oscuros. Muy serio y circunspecto tambin se hace anunciar el seor Altar.

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  • 13

    Es de verlos: magnficos e imponentes, deseosos de compartir la fiesta con su Mam Tierra y de hacer honor a su Taita Sol.

  • Antes de comenzar la cena, Mam Tierra toma lista a los invitados, y con voz ceremoniosa dice:

    Taita Chimborazo.Presente contesta el aludido.Cotopaxi.Mis respetos, taiticos dice el asistente.

  • 15

    Cuando le llega el turno al Sangay, como es costumbre por algunos aos, reina un total silencio. Los asistentes se regresan a ver preocupados, pues ao tras ao esperan la anhelada contestacin de su hermano. Sin embargo, el Sangay nunca llega a la fiesta.

    Todos se presentan y ofrecen magnficos regalos.

  • Nadie sabe, a ciencia cierta, cual es el motivo que tiene su hermano para hacer semejante desaire a la familia.

    Solo el Sangay, escondido entre la selva, sabe sus razones.

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  • Se siente feo, sin gracia y deslucido frente a sus deslumbrantes parientes. No tiene traje elegante de nevado, tampoco un hermoso poncho verde-negro con qu cubrirse.

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  • Simplemente est all, deslucido y grandote, parado en medio de la selva, oyendo el da entero la charla insulsa de las loras, los chillidos agudos de los monos, y los chismes de las envenenadas serpientes.

  • 20

    Por nada del mundo, el Sangay se anima a hacer vida social, y nadie, ni siquiera el cario a sus taitas, lo sacan de su retiro.

  • La elevacin siente tanta vergenza de su vulgar apariencia que prefiere quedar mal con Taita Sol, y enfurecer a Mam Tierra, que ser el centro de los comentarios maliciosos de toda la comunidad de elevaciones.

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  • Un ao, sin embargo, Mam Tierra, furiosa por el constante desprecio de su hijo, decidi poner fin a su malacrianza y enviar por el desobediente, con la terminante amenaza de que si no responde a la invitacin, no solo que se cancelar la fiesta, sino que ir personalmente a darle un tirn de orejas.

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  • Al escucharla, los montes mayores se contrariaron, y los menores, que como eran mocetones les encantaba la farra, decidieron, ni cortos ni perezosos, ir en comisin a hablar con el Sangay para convencerlo de que viniera a la fiesta.

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  • 24

  • El Guagua Pichincha parti como un chasqui, atolondrado y de apuro le sigui el Carihuairazo, y haciendo pum-pum, por el esfuerzo, corri atrs el Corazn.

    Y as, uno por uno, con gran apuro, los hermanos ms jvenes, salieron a buscar al gran ausente.

  • 26

    Al llegar a su destino, salieron al encuentro de los visitantes casi todos los habitantes de la selva, menos, por supuesto, el Sangay quien no quera por nada del mundo conversar con sus parientes.

  • 28

    Los primeros en saludar a la comitiva fueron las loras; las mismas que con voz adulona y melosa comentaban:

    Saben

    por qu

    no va

    a la fies

    ta el Sa

    ngay? J

    a, ja, ja.

    ..!

  • 29

    Porque no tiene ni vestido ni gracia,

    porque no tiene ni vestido ni gracia.

  • Y al decir esto, las loras se burlaban del pobre monte, quien, desde su escondite, las escuchaba furioso. 30

  • Las serpientes de lengua afilada hacan correr el mismo chisme, y los monos indiscretos saltaban de rama en rama y corran la noticia por toda la selva; hasta los pumas de ojos fosforescentes repetan la noticia:

    Sabe

    n por q

    u no

    va

    a la fie

    sta el S

    angay?

    32

  • 33

    Sabe

    n por q

    u no

    va

    a la fie

    sta el S

    angay?

    Porque no tiene ni vestido ni gracia,

    porque no tiene ni vestido ni gracia.

  • Fue tanto el alboroto que armaron, que el pobre Sangay, que desde su escondite lo escuchaba todo, tuvo tanta indignacin que se le revolvi el estmago y se enferm con una terrible indigestin.

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  • Empezaron a hervirle las entraas; todas las piedras y palos que se haba servido en el desayuno comenzaron a saltar en su estmago.

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  • 36

    Y en el momento mismo en que los hermanos emisarios entraban a sus posesiones, le sobrevino un vmito tan tremendo, que los pobres montes menores tuvieron

    que correr despavoridos so pena de quemarse enteros a causa de la lava ardiente que sala de la boca de su pariente.

  • 37

    De la trompa del Sangay salan piedras enormes y buchadas de tierra espesa y caliente.

  • 38

    Los animales de la selva corrieron espantados, pero por ms que se esforzaron por alcanzar los rboles ms altos y los cauces frescos de los ros, la furia del Sangay los alcanz.

  • 40

  • A los monos, que tanto se haban redo de l, les toc la peor parte, el Sangay les quem los calzones y les conden a mostrar sus rosadas partes por toda la eternidad.

  • 42

    A las vboras, del puro susto, al ver tan enfurecido al Sangay, se les fue el calor de las venas, por eso hasta ahora, tienen la sangre fra; y a las loras, a las chismosas loras, el Sangay les chamusc el cerebro.

  • 43

    Todos salieron mal parados del asunto, inclusive los montes emisarios, quienes asustados y bastante quemados, tuvieron que emprender el viaje de regreso a toda velocidad.

  • 44

    Cuando llegaron a su destino, los montes mayores los recibieron con muestras de gran hilaridad. Todos en coro empezaron a rerse de los montes menores, quienes tiznados y quemados mostraban la peor de las apariencias.

  • Mam Tierra, con risa disimulada, pero con gran benevolencia, les brind una gran tinaja de chicha fresca y les envi a baarse en un lago.

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    Y el Sangay?

    Desde ese da ya no tiene ms problemas, acude a la fiesta ataviado con un ardiente traje de volcn.

    Los montes menores lo miran con miedo; por nada

    del mundo quieren sentarse cerca del invitado.

  • Los montes mayores sienten un poquito de envidia, pues pocos como l, pueden darse el lujo de asistir a una fiesta, estrenando cada ao, un traje de lava ardiente.