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El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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EL LEGADO MILENARIO

PRIMER VOLUMEN DE LA TRILOGÍA

“CRUX MUNDI”

Elena Roldán Aguirre

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ÍNDICE

Prólogo…………………………………………..…………….…….……… 6

El sueño…………………………..……...……………………….……….… 7

La llamada………………………..……...………………............................ 18

La excursión………………………..…………………………………….... 24

El viaje…………...…….…………….….……………………………....… 43

El encuentro………….................................................................................. 51

La calma………………...……………..…………………………………... 56

Aditi ...………………...……….………..……………………………....… 70

La confesión…………...………………..…………….............................… 80

El ataque………………………………….…………….............................. 88

Paradesa…………....………………….…….………………………….... 100

La reunión………………………………………………………………... 116

La separación………....………………….……………............................. 131

Caminos cruzados…..…………………….………………….…………... 136

El gran Maharshi…………………………..…………………..……….….149

Lilith……………………….………………..…......................................... 168

La decisión……...…………….……………..………………………….... 189

Entrenamiento...……………………………..………………………….... 203

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La invocación……………………………...………………………...…… 218

El espíritu del fuego….………………………..…………......................... 228

La partida…………………………….……….………………………..… 243

El desierto de Konchu.……………..…………..……………..……......... 256

El puente de Shamut……..………….………….………………………... 272

Amentis…………………………………………..…………………….… 281

Hacia las minas de Zhurú.………………………..……...…...…………... 301

El mundo subterráneo………………….………….…………………...… 320

En la mira del enemigo…………………….………………………….…. 346

Las tierras olvidadas……………………….………………………….…. 357

El enano Bagwanda……....……………….……………………………... 376

De camino a las montañas del dragón…….…………………………...… 396

El guardián……………………..……………………………………….... 411

La prueba…………………….…………………………………………... 422

La tierra oculta……………….………………………………………...… 435

El reino de los elfos………….………………………………………...… 452

La verdad sobre Tiamat.…….……………………………………........… 466

Una amarga despedida…….…………………………………………...… 472

El ataque sorpresa………….…………………………………………..… 482

Adiós querido amigo…………………………………………………...… 501

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5

Próxima parada…………………………………………………………... 505

Epílogo…………………………………………………………………… 508

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6

PRÓLOGO

La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser intuida. Sin luz ni sonido o

sensación alguna... nada. Intentó avanzar, pero no notaba su cuerpo y, a pesar de todo, no tenía

miedo.

Algo perturbó aquel vacío en el que se encontraba.

Una risa infantil hizo eco y súbitamente una cegadora luz inundó el lugar y desapareció en

apenas un instante, encontrándose de nuevo asolada en las tinieblas; sin embargo, algo había

cambiado.

Allá, a lo lejos, del tamaño de una minúscula mota de polvo, se apreciaba un leve

resplandor. Intentó alcanzarlo, pero algo tiró de su cuerpo en dirección contraria, haciéndola

caer de espaldas al suelo.

Allí tumbada percibió de pronto una melodía, casi inaudible, suave y armoniosa; y, como

llevada por la música, se incorporó, decidida a avanzar de nuevo hacia la luz. Cuando se

dispuso a dar el primer paso, sintió la misma fuerza de antes, empujándola hacia atrás a una

velocidad vertiginosa.

La música cesó y un estridente sonido la hizo reaccionar.

Entonces se volvió hacia atrás y cayó de bruces contra el suelo.

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EL SUEÑO

Abrió los ojos y allí estaba de nuevo; las mismas paredes, las sabanas alborotadas, la

mesilla de noche y el dichoso despertador: bip biip biiip biiiipp ¡biiiiiiip! Estiró la mano,

agarró el aparato y, aunque sintió el impulso de lanzarlo contra la pared, simplemente lo

apagó.

Se volvió a recostar mientras trataba de ordenar todo su mundo.

Ya tumbada, oteó el lugar y se dio cuenta de que estaba tirada en mitad de la habitación,

junto a la cama, sobre su alfombra lila.

A través del cortinaje entraba la luz de un nuevo día que anunciaba la llegada del verano.

Una suave brisa agitaba las cortinas en danza, incitándola a acercarse y unirse al baile. Cogió

aire y, muy despacio, se incorporó, se dirigió al alfeizar y se asomó.

- Otra vez el mismo sueño…

Permaneció allí unos minutos, observando el paisaje. Puesto que su casa estaba a las

afueras de la ciudad, disfrutaba de una preciosa vista campestre.

Se habían mudado hacía ya algunos años, y el cambio del pleno centro de la ciudad había

sido notable. Por suerte el transporte público era abundante y regular.

Por otra parte, el tamaño de su actual vivienda no se podía comparar al pisito en el que

antes vivían; era un chalet de dos plantas con jardín delantero y trasero, piscina y garaje

propio. Todavía recordaba aquellos años en los que la palabra ‘privacidad’ no existía en su

vocabulario y tenía que compartir un dormitorio minúsculo. Ahora, sin embargo, le encantaba

su habitación, pues era la más amplia de la casa y tenía una enorme ventana que daba al jardín

trasero, viéndose la montaña de fondo a lo lejos.

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Miró hacia abajo y vio al vecino arreglando sus plantas con su sobrero de paja y su mono

azulado lleno de manchurrones de barro.

Con los ojos cerrados, respiró hondo, llenando sus pulmones con aquella multitud de

fragancias que arrastraba la brisa.

Volvió dentro y abrió su armario decorado con fotos de sus amigos y familiares. Se quedó

mirando unos segundos las caras de aquellas personas tan queridas para ella, sonriente, y

después cogió su ropa y fue al cuarto de baño, dispuesta a que una buena ducha terminara de

despertarla.

Abrió el grifo del agua caliente, se desnudó, se metió en la ducha y cerró los ojos. El calor

del agua se extendió por todo su cuerpo, despertando todos sus músculos a su paso mientras

el vapor ascendía y se pegaba a los cristales de la habitación. Apoyó su cabeza contra la

pared, aún con los ojos cerrados, y permaneció inmóvil, disfrutando del delicado masaje del

agua al caer.

Cuando se hubo relajado lo suficiente, cerró el grifo y rodeó su cuerpo con una toalla. Con

sus manos recorrió su larga melena, escurriendo el exceso de líquido, y salió de la ducha.

Una vez fuera, se paró frente al lavabo y, con cuidado, apartó el vaho que cubría el espejo,

dejando al descubierto la imagen que se escondía tras la neblina.

Ahí estaba ella, aún con cara de dormida y dos enormes bolsas amoratadas bajo sus ojos.

La falta de sueño empezaba a hacer mella en su rostro.

A pesar de estar mojado, su pelo seguía teniendo ese tono anaranjado tan poco común en su

zona. De pequeña, en el barrio la conocían más como “Pipi” que como Liz. Y es que tenía un

gran parecido con el famoso personaje de televisión: tez pálida plagada de pecas, pelirroja

natural, ojos verdes, labios sonrosados… sumándose el hecho de que de niña era muy

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delgaducha, pero ahora tenía una buena figura y sus peculiares facciones la hacían destacar

del resto. Su madre siempre decía que era la niña más bonita de todo el mundo, claro que eso

es lo que dicen siempre las madres.

Se miró fijamente en el espejo.

“Ya van 13 veces este último mes” dijo para sí. “¿Por qué tengo siempre el mismo sueño?

¿Qué significará?”

De pronto la luz se apagó y se encontró sumida en la más profunda oscuridad. Su corazón

se aceleró en cuestión de segundos y un ahogo insoportable se apoderó de ella, paralizándola

por completo. Con un esfuerzo casi sobrehumano, se abalanzó contra la puerta y, a duras

penas, consiguió abrir el pestillo y salir al exterior.

Frente a ella se encontró con lo que, a veces, podía resultar la peor de sus pesadillas.

La miraba de manera burlona, y en su cara se dibujaba una media sonrisa cargada de

malicia.

- Te he asustado, ¿a qué sí? – rió el chiquillo – eso te pasa por tardona. La próxima vez

date más prisa, que no vives sola, guapa.

Cuando se recuperó del sobresalto, agarró al chico por la camisa y lo arrastró hasta la

pared.

- ¡¿Estás loco o qué te pasa?! ¡No vuelvas a pegarme un susto así en tu vida, Miki!

La cara de su hermano cambió de golpe y aquella sonrisilla desapareció para dar paso a una

expresión de desconcierto.

- No te pongas así, mujer, que sólo era una broma… - la joven se relajó y lo soltó, dando

un paso hacia atrás - ¿te has dado un golpe en la cabeza o algo así?

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- Algo así… - balbuceó aún malhumorada - no he dormido muy bien esta noche.

Además, me has pegado un susto de muerte – le recriminó de nuevo.

- Hermanita, eres muy rara…

Liz sonrió y le dio un empujoncito hacia las escaleras, camino al baño de nuevo, sin

olvidarse de encender primero la luz.

Cuando Miki hubo bajado un par de peldaños, se volvió hacia ella.

- Por cierto, el desayuno ya está en la mesa. Date prisa o papá y mamá se irán antes de

que bajes – se giró y desapareció.

Al bajar al comedor se encontró con una imagen que, aunque conocida, no se producía con

demasiada frecuencia.

La mesa estaba rebosante de comida y toda la familia se encontraba reunida a su alrededor.

Hacía tiempo que no estaban todos juntos.

Su padre acababa de regresar de uno de sus tantos viajes de trabajo, mientras que su madre

y Miki habían vuelto hacía un par de días del campamento de invierno en la estación de esquí.

Tenía que reconocer que la casa había estado demasiado tranquila las últimas semanas;

prefería un poco más de ajetreo a su alrededor.

- Buenos días, cariño – saludó su madre - ¿qué quieres desayunar?

- Buenos días, mamá – Liz le dedicó la mejor de sus sonrisas - ¿qué se celebra? ¿Es que

hoy es el cumpleaños de alguno y se me ha olvidado?

- No, tesoro. Es que hace mucho que no estamos todos juntos y me apetecía hacer algo

para festejarlo. ¿Quieres que te prepare algo? – Liz oteó la mesa.

- No gracias, creo que ya hay bastante donde elegir.

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- ¿Café o té?

- ¿Batido?

- Un batido marchando – rió.

Mientras le ponía la bebida y se iba de nuevo a su asiento, Liz se sentó a la mesa y, en

silencio, observó la escena.

Su madre estaba a su derecha con su té verde y sus galletas integrales. El tiempo en la

montaña había dejado huella en ella; su piel, normalmente muy clara, había adquirido un tono

tostado que, en contraste con sus cabellos rubios y sus ojos azules, resaltaba más, con la

característica marca blanca alrededor de sus ojos producida por las gafas.

Frente a ella, Miki no paraba de hablar y reír. Tenía el pelo alborotado y aún llevaba puesto

el pijama. En él, el sol había sido menos considerado y su piel se había tornado casi negruzca.

En su cara se podían ver varios arañazos, al parecer producto de un par de caídas en la nieve.

Su padre, sin embargo, no tenía un aspecto muy diferente al habitual: vestía su típica

camisa de franela con sus pantalones grises e iba repeinado hacia atrás con gomina. Acababa

de pasar tres meses en Rusia supervisando un par de proyectos para su empresa.

Miki cotorreaba sin parar de lo divertido que era esquiar y de las ganas que tenía de que

pasara rápido el año para repetir la excursión. Su madre, por su parte, comentaba que, aunque

le gustaran ese tipo de excursiones, cada vez le costaba más seguir el ritmo de los jóvenes.

Trabajaba en el instituto de su hijo dando clases de biología, y casi todos los años le tocaba

participar en la mayoría de los viajes que se organizaban, principalmente debido a su

dificultad para decir que no a la gente.

Su padre apenas comentó algo de su estancia en el extranjero, como de costumbre.

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Después de desayunar, cada uno se fue a sus respectivos destinos: sus padres se marcharon

a trabajar, Miki se fue a la ducha y Liz a su habitación para prepararse.

Justo cuando bajaba por las escaleras, sonó el timbre de la puerta. Miki ni se molestó en

moverse y se quedó pegado a la televisión viendo el canal de deportes.

Tan rápido como pudo, Liz recogió todas sus cosas, pasó por la cocina para coger algo de

fruta y abrió la puerta, encontrando a su mejor amiga, Sue, en la entrada con una enorme

sonrisa. Se despidió de su hermano y salió a la calle.

Así, como cada mañana, las dos amigas marcharon en dirección a la facultad.

Éste era su primer año. Liz estudiaba Psicología mientras que Sue hacía Derecho. Ambas

se conocieron en la guardería y desde entonces habían estado siempre juntas. Compartieron

colegio y clase, y además, tenían la ventaja de vivir en la misma calle, a unas manzanas de

distancia.

Aunque eran muy diferentes, siempre habían congeniado de maravilla. Liz era una chica

callada y tímida a primera vista. Se podía decir que las relaciones sociales no eran su fuerte.

Por el contrario, Sue era muy extrovertida, y allá donde iba era el alma de la fiesta. Simpática,

divertida y algo alocada, era capaz de entablar conversación con cualquier persona, y si se

trataba de chicos guapos, mejor.

Y es que era toda una belleza: metro setenta de estatura, pelo negro y liso que le llegaba

hasta la cintura, ojos azules, labios carnosos, cuerpo escultural y una sonrisa deslumbrante.

Cada mes aparecía colgada del brazo de algún nuevo guaperas, cada cual mejor. Pero, por

alguna razón, nunca duraba demasiado con ninguno.

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Liz, por su parte, no mostraba demasiado interés en los chicos de su edad. No había

llegado a encontrar a ninguno que despertara su interés o por lo menos no le resultara infantil

o superficial.

Tras un largo camino llegaron a su destino entre risas y charletas, despidiéndose la una de

la otra.

El día pasó muy rápido, sin ninguna novedad, más de lo mismo: apuntes, más apuntes, un

alto en la cafetería, clases de nuevo… otro día corriente en la universidad.

A la salida, quedaron en el parque para ir a comer. Justo cuando se disponían a marcharse,

alguien surgió de entre los árboles y se abalanzó sobre ellas.

- ¡¡¡AAAAHHHHHHH!!! – saltaron hacia atrás, soltando un grito.

Después de recuperarse del susto, Sue se adelantó.

- Yoyo, ¡eres un imbécil! – y de muy mala gana, empujó al joven que se encontraba

frente a ellas.

- Anda tonta, no te pongas así – rió - tendríais que haber visto vuestras caras, ¡ha sido

genial!

- Te parecerá bonito atacar a dos jóvenes indefensas – bromeó Liz.

- Indefensa ¿Sue? Ja, eso sí que tiene gracia – el chico le dio una palmadita en el

hombro.

- ¿Qué insinúas, listo? - gruñó mientras le asestaba una buena colleja en la coronilla –

¿te parece gracioso ahora, señor risitas?

Los dos comenzaron a correr por el parque, lanzándose todo lo que encontraban a su paso.

Liz se sentó entre carcajadas en un banco para observar la divertida escena. No sabía si reír o

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sentir vergüenza al ver a sus dos amigos, ya creciditos, correteando como perros en la arena,

igual que cuando eran pequeños. Por un instante volvieron a su mente los recuerdos de

aquellos años que pasaron juntos en el colegio de primaria.

Conocieron a Yoyo con 8 años, cuando sus padres se trasladaron de Ecuador, y desde

entonces habían sido como los tres mosqueteros: inseparables y sedientos de aventuras. Todos

habían cambiado con el tiempo, pero ninguno tanto como él, que había pasado de ser un niño

escualiducho y pequeñajo, a un fuerte y apuesto joven.

Al cabo de un rato, se marcharon juntos a comer y, tras una animada tarde, se encaminaron

a la estación. Allí se despidieron de Yoyo y ambas regresaron a su barrio juntas.

La primera en llegar a su casa fue Liz.

- Entonces, ¿nos vemos esta noche en la cena?

- ¿De verdad tengo que ir?

- ¡No seas así, Liz! Seguro que a todos les hace ilusión que vengas, y ya sabes que si tú

no vas, yo tampoco.

- Vale, vale – abrió la puerta de su casa – nos vemos en la cena - y se perdió en el

interior.

En realidad, no tenía ninguna gana de reencontrarse con todos sus antiguos compañeros de

instituto. No guardaba muy buenos recuerdos de esos años ni de esas personas, pero Sue había

sido clara. Si Liz no iba, ella tampoco iría, y sabía que se moría de ganas por ir, así que poco

podía decir al respecto.

Alicaída, subió a su habitación y rebuscó entre su ropa algo decente que ponerse. Si quería

empezar con buen pie, tenía que ir vestida para la ocasión.

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Cogió su blusa rosada, combinada con una falda negra por encima de las rodillas y unas

sandalias de tacón; se arregló el pelo, dejándolo suelto hasta la mitad de la espalda, y usó algo

de maquillaje. No le gustaba utilizar potingues en la cara, pero aquella noche debía mezclarse

con el resto de chicas, ser una de ellas… ser normal.

Al cabo de algo más o menos una hora ya estaba lista.

Antes de salir, se echó un poco de perfume en el cuello y las muñecas, embadurnó sus

labios en gloss y se marchó.

Cuando llegó a la estación se percató de que Sue aún no había llegado, lo cual tampoco la

sorprendió. Era algo normal en ella. En más de una ocasión había tenido que mentirla con

respecto a la hora en la que habían quedado, asegurándole haber quedado antes de la hora

prevista y, aún así, siempre le tocaba esperar.

Después de casi media hora, su amiga apareció en el andén, pidiendo mil disculpas, y

cogieron el tren hacia el centro.

A medida que se iban acercando a su destino el nerviosismo se iba apoderando de Liz.

Empezaba a pensar que, tal vez, no había sido buena idea acceder a las súplicas de Sue; al fin

y al cabo, nunca había llegado a intimar con nadie de su clase.

Por desgracia, ya era demasiado tarde para echarse atrás, por lo que sólo le quedaba

mantener la compostura y tratar de no mostrar su histeria interior. El ser Yoyo la primera

persona en ver al llegar la tranquilizó, aunque su calma duraría poco.

No imaginaba que tantísima gente se reuniría aquella noche; casi la totalidad de sus

compañeros de curso estaba allí, incluso había gente de otras clases.

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Cogió aire y trató de relajarse. “Tú puedes hacerlo Liz” se repetía una y otra vez “ya no

estás en el instituto, eres adulta”. Pero de poco la servía.

Todos los presentes se fueron saludando los unos a los otros, entre risas y abrazos. Sue se

lanzó a los brazos de Alexa y Liz supo que pronto llegaría su turno. Primero fue su compañera

y después su novio Chris. Al instante, un cúmulo de gente se apelotonó a su alrededor para

saludar a su animada amiga, viéndose también ella rodeada y sin escapatoria. Para su sorpresa,

el encuentro no fue del todo mal y nadie pareció molestarse por su presencia ni hubo malas

miradas. “¡Prueba superada!” se felicitó. Lo peor había pasado, o eso creía.

Al cabo de un rato, cada uno fue ocupando un lugar en la mesa y los platos hicieron

entrada. Liz se encontraba junto a Sue y Yoyo, enfrente de Alexa, Chris y otros compañeros.

Todo iba viento en popa y pronto llegarían las bebidas. Liz no era muy dada al alcohol,

pero esa era una noche especial, así que no iba a ser la única sin beber.

En cuanto los licores fueron servidos, todos se desperdigaron por el lugar, mezclándose los

unos con los otros.

Fue sorprendente la manera en la que se integró con la gente, si se lo hubieran dicho tiempo

atrás no lo habría creído; definitivamente, aquellos años de pesadilla habían quedado

enterrados en el pasado.

Después de la segunda copa, ya empezaba a notar los efectos del Bayles. Necesitaba

refrescarse, así que decidió hacer una visita a los servicios.

Tras salir de la sala, comenzó a vagar por el lugar en busca de los aseos, sin encontrarlos.

Dio varias vueltas, asomándose por diferentes habitaciones sin éxito, y cuando por fin atisbó

el cartelito, a su espalda escuchó una risa. Se volvió, esperando encontrar a alguna de sus

compañeras, pero no había nadie por los alrededores. Se giró de vuelta hacia los servicios,

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pero al primer paso escuchó de nuevo aquella risa infantil que, por alguna extraña razón, le

resultaba familiar.

Se volteó y, como llevada por la carcajada, se encaminó hacia la sala de la que procedía.

Desde la entrada todo se veía oscuro y solitario. Se asomó desde la puerta.

- ¿Hola? – no obtuvo respuesta - ¿hay alguien ahí?

Estaba ya volviéndose cuando sintió movimiento en el interior, acompañado por aquella

risa. Volvió a llamar, pero nadie contestó. Podía sentir como su pulso acelerado martilleaba

sus sienes al tiempo que su respiración se hacía más pesada. Una vez consiguió reunir el valor

suficiente, se internó en el salón.

Se arrastró junto a la pared, palpando todo en su avance en busca del interruptor, guiada

por la poca luz que entraba por el hueco de la puerta. Cuando se encontraba casi al otro

extremo de la sala, tropezó con algo, lo que desvió su atención de la entrada, momento en el

que la puerta se cerró de golpe y se sumió en la más absoluta oscuridad.

A punto estuvo de salir disparada, pero en ese momento escuchó de nuevo aquella risa

justo detrás de ella, dejándola totalmente paralizada. Sentía como si el corazón se le fuese a

salir por la boca y su cuerpo temblaba sin parar. Su respiración era tan intensa que hacía eco

en la sala entera.

Buscó en su bolso como pudo el móvil y, cuando lo encontró, apretó una de las teclas para

tener algo de luz, aunque de poco le sirvió, pues apenas alumbraba escasos centímetros a su

alrededor.

Dio varias vueltas sobre sí misma, alumbrando con su teléfono hacia todos lados, sin

demasiada visibilidad. Entonces la luz volvió, y aún desconcertada se encontró inmersa en lo

que perfectamente podría ser una escena en una película de terror. Con espanto vio frente a

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ella, reflejada en el espejo, una joven vestida de blanco en el lugar exacto donde debería

encontrarse ella. Con un fuerte grito saltó hacia atrás y tropezó, cayendo de espaldas al suelo.

Al caer, se golpeó la cabeza y perdió el conocimiento.

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LA LLAMADA

Cuando Liz abrió los ojos, se encontró tendida en el suelo con la cabeza sobre las rodillas

de su amiga Sue. A su lado, Yoyo la sujetaba por los hombros y tras él, una multitud

observaba la escena.

- ¿Qué ha pasado? – intentó incorporarse, pero al instante sintió un gran dolor en la

parte trasera de la cabeza, llevándose una mano atrás.

- Parece que te has dado un buen golpe - Yoyo la miró con alivio – ¿te encuentras bien?

- Escuchamos a alguien gritar y corrimos desde el salón. Cuando llegamos estabas tirada

en el suelo. ¿Qué ha pasado?

Liz aún estaba algo dolorida y confundida por el golpe.

- Iba de camino al baño y escuché una risa en la sala. Entonces entré vi a una chica.

- ¿Una chica? – preguntó Sue.

- Sí, llevaba un vestido blanco.

- Pero cuando llegamos no había nadie... ¿Estás segura?

- Sí, me metí en la sala y la puerta se cerró, entonces las luces se encendieron y la vi en

el espejo, junto donde yo…

En ese instante se percató de que el gentío alrededor comenzaba a cuchichear mientras

algunos de los presentes, entre risas, la miraban de manera burlona. Liz sintió de nuevo

aquellas juiciosas miradas de desprecio que tanto la habían perseguido en el pasado. Volvió a

ponerse en la piel de aquella quinceañera, tímida y solitaria, marginada por sus compañeros.

“¡Es cierto!” quiso gritar, pero sabía que eso no haría más que empeorar las cosas, así que

sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos recuerdos, y optó por el camino fácil para no

volver a ser el hazmerreír de todos.

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- Vaya – rio de manera fingida – está claro que no puedo beber. Me tomo dos copas y ya

empiezo a tener alucinaciones. ¿Pero qué clase de alcohol sirven aquí?

Se levantó ayudada por sus amigos, tambaleándose. Rió abiertamente, tratando de quitarle

leña al asunto e invitando a todos a volver a la sala para continuar con la fiesta.

Sue le dio su bolso con todo ya dentro y la siguió de cerca junto con Yoyo, ambos con

preocupación en sus rostros. El resto de la gente pareció tragar el anzuelo y se encaminaron

entre risas al salón.

Liz, acompañada de Sue, hizo una parada en el baño antes de volver con el resto.

- ¿De verdad te encuentras bien?

- Que sí… - se lavó la cara con agua fría para despejarse – ya sabes que no se me da

bien eso de beber…

- Eso es verdad, siempre acabas llorando o potando por las esquinas. Pero, ¿qué hacías

ahí metida?

- Estaba hablando por el móvil con mi madre y me metí allí por el ruido – mintió –

después me tropecé al querer salir y me caí.

- ¿Y lo de la chica?

- Debí haberlo soñado después del golpe…

Sue no parecía muy convencida, pero ante la insistencia de su amiga lo dejó pasar.

Volvieron al salón para reunirse con sus amigos y así la noche prosiguió sin nuevos

altercados, aunque Liz se abstuvo de beber más por miedo a llamar la atención.

Alrededor de las doce la gente comenzó a movilizarse. La gran mayoría quería ir a un bar

para continuar la fiesta y terminar en alguna discoteca cercana; otros optaron por retirarse a

sus casas para descansar. Liz estaba entre ellos. A pesar de las súplicas de su amiga para que

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se quedara, alegó no encontrarse demasiado bien debido al alcohol, excusa perfecta para

largarse a tiempo. Finalmente, consiguió convencer a Sue para que la dejara marchar, no sin

antes comprometerse a ir a la excursión que varios de los presentes harían a la montaña el

próximo fin de semana.

- Es una promesa, luego no me pongas excusas…

- Que sí, iré, de verdad… Anda, vete ya que sino se van a ir sin ti.

- ¡Genial! Por cierto, la semana que viene duermo en casa de mi padre, así que ya nos

vemos el sábado que viene.

Y tras despedirse, Sue se fue con el resto de la gente y Liz se encaminó hacia la estación.

El tren tardó unos diez minutos en llegar. No había casi gente en su interior. Ya era tarde

para las familias, pero temprano aún para que los jóvenes regresaran a casa.

Liz buscó un asiento y, apoyándose contra el cristal, cerró los ojos. Todavía le quedaba más

de media hora de camino.

A pesar del tránsito de la gente en las diferentes estaciones, apenas se inmutó, totalmente

ensimismada en sus pensamientos. En su mente repasaba una y otra vez lo ocurrido en la cena.

¿Había sido producto del alcohol, del golpe o tal vez había sucedido de verdad?

Siempre le habían pasado cosas raras desde pequeña, pero esto se llevaba la palma de la

mano; jamás había llegado hasta el punto de tener alucinaciones… Y lo peor era que todo lo

sucedido le recordaba a ese molesto sueño que se repetía desde hacía semanas. Tal vez estaba

tan obsesionada que verdaderamente se lo había imaginado…

Cerró los ojos y, poco a poco, todo se fue disipando hasta quedar casi dormida.

Una leve melodía comenzó a sonar. Ya ni siquiera se sentía desconcertada al escucharla,

pues se había acostumbrado a ella, y también a aquella risa infantil que la acosaba desde las

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tinieblas. Abrió los ojos y vio que el vagón estaba completamente vacío, sin nadie alrededor.

Cogió aire, confundida, y de reojo, sin apenas moverse, echó una ojeada. Entonces algo la

dejó petrificada. En el cristal, justo enfrente, encontró su reflejo, pero no estaba sola; justo

detrás de ella se hallaba la imagen de una muchacha vestida de blanco inmaculado. “Te

encontré” escuchó en su cabeza.

Se levantó de un salto y, acalorada, se giró violentamente; pero, para su sorpresa, no

descubrió más que a una pareja besuqueándose. Miró de nuevo hacia el cristal, pero ya no vio

nada anómalo, sólo el reflejo de las personas que se encontraban en el vagón, dejando éste de

estar vacío.

“Maldición” pensó cubriéndose el rostro con las manos, “me estoy volviendo loca…”.

El tren se detuvo y Liz bajó disparada, no sin antes echar un último vistazo atrás. Desde el

andén, mientras observaba al tren alejarse, decidió no darle más vueltas al asunto y volver a

casa. Recordó lo que su abuela solía decir, que las cosas nunca son casuales, mas todo pasa

por una razón, aunque a veces no la sepamos. Sin embargo, todo parecía tan irreal que

probablemente no fuera más que producto de su falta de sueño. Además, tenía cosas más

importantes en las que pensar. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y, aunque

tuviera la ventaja de tener una memoria asombrosa, seguía necesitando estudiar; y eso era lo

que tenía pensado hacer durante las próximas semanas.

Una vez en su casa, a pesar de lo tarde que era, encontró a su padre y su hermano en el

salón viendo la televisión.

Subió directamente a su habitación. Necesitaba una ducha cuanto antes. Cuando terminó,

bajó con la toalla amarrada al pelo y encontró a Miki pegado al televisor viendo un programa

deportivo. Siempre decía que de mayor se convertiría en un atleta profesional; le encantaban

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todo tipo de deportes y, además, se le daban bien. Incluso le habían nombrado capitán del

equipo de atletismo y siempre participaba en los torneos del instituto, cosa de la que disfrutaba

presumiendo delante de sus amigos.

Liz le dio las buenas noches y subió a su cuarto. Al llegar, encendió la lámpara de la

mesilla de noche junto a su cama y cogió el libro del cajón. Era una novela histórica sobre la

Edad Media. La lectura era una de sus pasiones y se podía pasar horas y horas leyendo sin ser

consciente del tiempo. En su estantería tenía miles de libros: de psicología, de sociología,

novelas de suspense, fantásticas, históricas, comics… de todo un poco.

El tiempo fue pasando hasta que notó como los párpados se le cerraban de cuando en

cuando. Cerró su libro, lo dejó de vuelta en su sitio, apagó la luz y se acostó. Apenas tardó

unos segundos en dormirse.

La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser intuida en aquel lugar. Ni luz, ni

formas, sin sonido o sensación alguna…nada. De pronto una dulce y delicada melodía

comenzó a sonar, acompañada de la risa risueña de una muchacha a su espalda. Se giró y vio a

una joven vestida de blanco hasta los pies. Sus cabellos le caían largos hasta los pies, de un

color blanco casi artificial. A los lados, dos orejas puntiagudas sobresalían de entre su pelo, y

su tez era casi tan clara como el vestido que la cubría. En su rostro se podían ver dos enormes

ojos de un color azulado casi transparente que la miraban fijamente, brillantes en mitad de la

oscuridad. La muchacha sonrió.

- Por fin te he encontrado – de su boca emanaba una dulce y melodiosa voz.

Extendió los brazos en perpendicular a su cuerpo, en dirección a Liz.

- Ven a mí…hija de Lilith…

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En ese momento, de su espalda, surgió una cegadora luz dorada que las engulló de golpe.

Liz se levantó de un salto tan grande que acabó tirada en mitad de su habitación, de cara al

suelo. Se giró y miró al techo.

- Tengo que comprar una cama más grande… - se dijo mientras se cubría la cabeza con

el brazo.

A pesar de ser consciente de que todo había sido un sueño, todavía podía oír la melodía en

sus oídos. Estaba completamente segura de que la chica de sus sueños era la misma que se le

había aparecido en el restaurante y en el tren. Ahora sabía que no era una coincidencia ni una

ilusión. Todo estaba conectado: el extraño sueño que no paraba de repetirse, la melodía, la

chica…, pero aún desconocía el motivo de todo lo que estaba ocurriendo ni la razón por la que

ella se encontraba implicada.

¿Qué significaba aquel sueño? ¿Quién era aquella muchacha que la buscaba? ¿De dónde

venía esa melodía que le resultaba tan familiar? y ¿qué demonios tenía que ver ella en todo ese

embrollo? Fuera lo que fuese, algo le decía que no tardaría mucho tiempo en descubrirlo.

Se levantó del suelo, se metió en la cama y cerró los ojos. Había algo que la perturbaba más

que cualquier otra cosa…

- Hija de Lilith… ¿qué significará…? - sabía que había escuchado ese nombre antes,

pero no lograba recordar donde…

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LA EXCURSIÓN

El despertador sonó y Liz abrió los ojos. Todavía en la cama, miró hacia la ventana. A

pesar de la temprana hora, el sol brillaba a través de las cortinas. “Perfecto” pensó. Había

llegado el gran día. La excursión a la montaña.

Se levantó dispuesta a arreglarse. La verdad es que a pesar de haber superado el encuentro

del restaurante, aún se ponía algo nerviosa al pensar en volver a ver a sus compañeros.

Pasarían el día entero en la montaña, y si algo salía mal, no tendría escapatoria alguna. Sin

embargo, a su favor jugaba el hecho de que, desde la noche de la cena, no hubiera vuelto a

tener sueños extraños, cosa que no sabía si la aliviaba o la preocupaba más. Pero por lo menos

había conseguido dormir como dios manda durante un par de días y se sentía llena de energía.

Al ser sábado, todo el mundo seguiría durmiendo en la casa, así que intentó hacer el menor

ruido posible para no despertar a nadie.

Organizó su mochila y su riñonera, preparó la ropa: unos vaqueros cortos y una camiseta

sin mangas; y se dirigió a la ducha. Cuando terminó, se vistió, se recogió el pelo en dos

coletas, agarró sus cosas y, en silencio, bajó a la cocina para comer algo rápido. Cuál fue su

sorpresa al encontrar a su madre preparando el desayuno en la cocina.

- ¿Mamá? – preguntó extrañada - ¿qué haces despierta a estas horas?

- Buenos días, corazón. Como tienes la excursión, me he levantado prontito para

prepararte el desayuno. Necesitarás comer bien para coger fuerzas, que la montaña cansa

mucho.

Liz sonrió. A pesar de su edad, su madre la seguía tratando como una niña pequeña, y

aunque en la adolescencia era algo que no le hacía demasiada gracia, ahora le resultaba

entrañable y hasta le gustaba que de vez en cuando siguiera teniendo ese tipo de detalles.

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Se sentó en la mesa y disfrutó del delicioso aunque desmesurado desayuno junto a ella.

- Cariño, ¿puedo preguntarte algo?

- Claro.

- No sé, tal vez sean imaginaciones mías, pero… te noto algo rara desde hace un

tiempo… ¿va todo bien?

- Vaya… - se sorprendió. No esperaba que, con el poco tiempo que se habían visto, su

madre hubiera notado nada. Y es que las madres parecen tener un sexto sentido y conocen

tanto a sus hijos que hasta da miedo… - ¿tanto se me nota? - su madre sonrió.

- Soy tu madre ¿recuerdas? Las madres nos damos cuenta de todo.

- Tranquila mamá, no es nada. Es sólo que estos últimos días han sido un poco…

extraños.

- ¿Extraños? – repitió su madre - ¿del tipo…?

- Del tipo “hija rarita”.

- Uf…menos mal…- suspiró aliviada – ya creía que te rondaba algún chico por ahí.

- ¡Mamá! – gruñó.

- ¿Por qué no? Ya tienes edad.

- No sé cuál de las dos cosas enfadaría más a papá. Que el bicho raro de su hija tuviera

otro de sus episodios paranormales, o que por fin hubiera decidido sentar la cabeza y me

echara novio.

- Cariño, tú no eres ningún bicho raro – su madre se puso muy seria – eres especial,

como lo era tu abuela. Sólo desearía que tu padre también lo viera así – Liz sonrío de manera

apagada.

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En efecto, Liz era como su abuela materna, y no sólo al parecer en el aspecto físico. Su

yaya había sido una gran vidente en su juventud, famosa en la ciudad entera, y a ella habían

acudido importantes personas en busca de consejo y de ayuda.

Tenía pocos recuerdos de ella y, por desgracia, con el tiempo se habían vuelto cada vez

más borrosos, pues murió cuando apenas tenía cinco años; aún con todo, recordaba que

estaban muy unidas cuando era niña.

Su madre siempre le contaba historias sobre su vida; sin embargo, a medida que se iba

haciendo mayor, notaba como a su padre no le gustaba demasiado oír su nombre, volviéndose

un tema delicado de tratar.

A pesar de ello, su madre se enorgullecía de su sangre. Decía que en su familia siempre

había habido gente con “habilidades especiales”, y Liz había sido bendecida con esa herencia.

Se sentía muy orgullosa de su hija, pues, por desgracia, decía, ella siempre había sido

“normal”. Aunque para Liz era bastante diferente.

Para la gente ella era “rara”, y a nadie le gusta lo raro. Recordaba haber pasado momentos

muy difíciles desde pequeña por ello. Y en gran medida era por eso por lo que tenía pocos

amigos, aunque era feliz así. A pesar de que de chiquita era muy abierta y risueña, con el

tiempo se había vuelto muy reservada, y la experiencia le había enseñado a no compartir con

la gente demasiadas cosas, excepto con su madre y Sue, que eran las únicas personas en las

que confiaba; y aún así no le gustaba entrar en detalles, por más que ambas intentaran

sonsacarle el máximo posible de información.

- No creo que se me pueda comparar con la abuelita… ella sí que era especial – musitó

con tristeza.

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- Sí que lo era, pero no creas que tú eres muy distinta. La diferencia está en que,

mientras que ella se esforzó desde niña en desarrollar su potencial, tú huyes y te avergüenzas.

- Yo no me avergüenzo, mamá… de verdad… es sólo que… - guardó silencio.

- Lo sé… - su madre acarició su mejilla – lo sé… la gente teme lo que no entiende y se

aleja de lo que es diferente… Pero recuerda que tienes a tu lado a gente que te quiere y que

siempre te apoyará, incluso tu hermano y tu padre lo harían, se mueren por ti.

- Gracias mami – sonrió – siempre consigues que me sienta mejor.

- Es el trabajo de las madres, además de hacer el desayuno – rió mientras la abrazaba -

venga, anda, vete ya que vas a llegar tarde y tus amigos se enfadarán. Ya me contarás cuando

vuelvas más detalles ¿vale? – en ese momento apareció Miki por la puerta seguido de su padre.

- Vaya, vaya, momento pasteloso, ¡esperad que me uno! - atravesó la cocina de un

brinco y saltó sobre su madre y su hermana, uniéndose al abrazo.

- ¿Nos hemos perdido algo? – dijo su padre todavía legañoso.

- Pero bueno, ¿es que no pueden una madre y una hija abrazarse sin motivo? – le guiñó

un ojo a Liz.

Apartó a Miki y fue a calentar el café. Éste se sentó y empezó a engullir la comida de la

mesa. Su padre ocupó su lugar de costumbre, aún adormilado.

- Ya podrías tú dar más abrazos a tus hijos de vez en cuando – le recriminó su mujer.

El padre de Liz levantó la mirada por encima del periódico con expresión de extrañeza. Liz

sonrió mientras recogía su plato de la mesa y lo llevaba al fregadero.

Cogió su mochila, metió la comida que le había preparado su madre para el día, se la colgó

de la espalda y se dispuso a salir. Se giró para despedirse de todos y, de pronto, un escalofrío

recorrió todo su cuerpo, dejándola paralizada y acelerándole el corazón.

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- ¿Cariño, estás bien? – preguntó su madre.

La joven reaccionó instantáneamente.

- Sí, sí, estoy bien. Se me olvidaba la fruta.

Meneó la cabeza efusivamente para despejarse y se acercó a su hermano. Con su mano le

alboroto el pelo, a lo que éste se quejó de mala manera. Después se acercó a su padre y le besó

en la frente mientras este leía el periódico sin inmutarse. Por último, se abrazó a su madre y le

besó la mejilla, dejando escapar un silencioso “te quiero”.

- Yo también – respondió – que tengas un buen día. Pásalo bien con todos tus amigos,

cariño.

Cogió una manzana que había en el cesto y se dispuso a salir. Ya en la puerta, se volvió

una última vez. No sabía porque pero tenía la sensación de que si salía de su casa no volvería

a verlos más. Dudó un instante, pero finalmente se decidió. “No son más que tonterías” pensó

sonriente, y prosiguió su camino hacia la estación.

Hacía un día estupendo. El sol brillaba alto en la mañana y, aunque aún era temprano, ya se

notaba el calor. Con razón había en las calles más gente de la esperada.

No tuvo que aguardar mucho para coger el tren hacia el centro. Habían acordado

encontrarse todos allí para salir juntos en los coches hacia la montaña.

Se sentó, se puso los cascos y descansó durante el viaje. Cuando llegó, se encontró con que

casi todos sus amigos ya habían llegado, sorprendiéndose de nuevo de ver a mucha más gente

de la esperada allí reunida, casi los mismos que fueron a la cena, a excepción de Sue, que,

como siempre, llegaba tarde…

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Por fin apareció, sofocada por la carrera y pidiendo mil disculpas, y tras los

correspondientes saludos, emprendieron la marcha, dividiéndose en grupos de cinco para los

coches. Liz iría en el de Yoyo con Sue, Alexa y Chris. Ambos habían coincidido con ella en

los últimos años de instituto y, aunque nunca habían llegado a intimar demasiado, se llevaban

bien.

Chris era callado, pero muy agradable y amable con la gente, y Alexa…, con que la

escuchases sin añadir palabra, asintiendo de vez en cuando, era feliz.

Había sido Sue quien hiciera de celestina entre ellos en el instituto, siguiendo juntos desde

entonces. Su amiga siempre decía que eran la pareja perfecta y, a decir verdad, se parecían

hasta en el físico. Casualidades de la vida, los dos habían coincidido también en la misma

clase en la facultad de teleco, por lo que estaban siempre juntos. A veces hasta daba miedo lo

unidos que estaban…

Durante el trayecto, Alexa no paró de hablar de lo muchísimo que le gustaba su carrera. Y

no sólo eso, decía que adoraba su facultad, a sus compañeros, sus profesores, el temario…,

incluso decía que la cafetería y la biblioteca eran las mejores de todo el campus. Después

empezó a relatar de cabo a rabo toda su historia con su adoradísimo novio. Por su parte, Chris,

sentado en el asiento del copiloto, hablaba con Yoyo sobre deportes y coches. Ambos jugaban

juntos en el equipo de baloncesto del barrio desde el instituto y eran muy amigos.

Por un lado, Sue y Alexa estaban completamente metidas en su conversación, y por el otro,

Chris y Yoyo discutían sobre quien había sido el mejor jugador de la temporada o cual era el

mejor de los motores de hoy en día. Liz miraba por la ventanilla el paisaje que les rodeaba en

su camino a la montaña. No sabía por qué, pero aquel día la vista le pareció más hermosa que

nunca, y una sensación extraña, mezcla entre inquietud y nostalgia, la invadió.

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Al cabo de casi una hora, ya pasado el mediodía, llegaron a su destino: un parque natural

en la montaña al que decenas de personas acudían cada día, incrementado su número al llegar

el fin de semana. Allí se podían realizar diversas actividades como ciclismo, senderismo,

equitación, escalada…, o simplemente pasear disfrutando del aire fresco. Mucha gente

almorzaba para luego bañarse en las piscinas naturales si el tiempo acompañaba.

Al ser sábado, el parking estaba abarrotado de coches, aunque no les importó demasiado,

pues sólo las familias solían quedarse por la zona baja de la montaña, donde había llanos y

parrillas para hacer barbacoas; además había algunas pozas pequeñas no profundas, ideales

para los niños y la gente mayor.

Los jóvenes prefirieron dirigirse una zona más elevada y menos concurrida, aunque por

desgracia no podían acceder con los coches, y una vez pasado el tercer parking, los únicos

vehículos permitidos en la reserva eran bicicletas y los coches de los guardas forestales.

Para su sorpresa, el último aparcamiento disponible estaba casi al completo y tuvieron que

dar varias vueltas y esperar un buen rato antes de lograr aparcar. Los fines de semana el lugar

se llenaba de domingueros con sus tumbonas, sus parrillas y sus críos correteando y gritando

por doquier. Cuando eres niño, esperas ansioso a que tus padres te lleven a pasar el día al

campo, pero a medida que creces la visión se hace más embarazosa, sobre todo en verano,

cuando ves al papá de turno con las chancletas, el bañador y la gorrita, colocando las sillas y

la sobrilla, pretendiendo estar en la playa, embadurnando a los niños de crema y comiendo un

bocata de tortilla… Sin comentarios…

Pero el grupo no iba en ese plan, ellos tenían pensado algo bastante diferente. Se dirigían

más arriba, a un lugar que pocos conocían, lejos del ruido y de la gente.

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Tras aparcar, cogieron sus bártulos y emprendieron la marcha a pie. Todavía les quedaba

un largo camino que recorren.

El sitio en cuestión era un pequeño claro en el lado norte de la montaña, a medio camino de

la cima. Para llegar a él, debían seguir la vía principal y luego desviarse por uno de los

senderos hacia la derecha; después coger la senda central y avanzar hasta encontrar un nuevo

desvío. El recorrido era bastante abrupto y sabían a ciencia cierta que no encontrarían allí a

ninguna familia molesta. A veces habían coincidido con otros grupos de jóvenes, pero no les

importaba demasiado.

Anselmo, uno de los guardas ya jubilado, les había enseñado el lugar hacía años. El hombre

había pasado toda su vida en aquella montaña y conocía cada uno de sus rincones como la

palma de su mano.

El valle al que se dirigían era uno de los más hermosos de toda la montaña; entre los

pinares, había un pequeño claro con arbustos, musgo y flores, rodeado por piedras enormes, y

con una asombrosa vista desde la más alta, aunque había que tener cuidado ya que la caída era

mortal si resbalabas. Un pequeño riachuelo lo cruzaba, cubriéndolo de verde vegetación y

miles de insectos y animalillos varios. Era ciertamente un lugar precioso.

Según decía el viejo guardabosques, cerca de allí había una enorme cuerva, tan antigua

como la tierra misma, de la cual nadie sabe lo que había en su interior; las malas lenguas

decían que todo aquel que entra jamás salía. El guarda estaba seguro de que un dragón

habitaba sus profundidades y que el interior era un laberinto de túneles subterráneos lleno de

seres misteriosos de otro mundo… Chifladuras de un anciano.

Fuera como fuese, la cueva estaba cerrada desde hacía muchos años y pocos se atrevían a

internarse en ella. El ayuntamiento había tapiado con vigas de madera la entrada, colocando

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una enorme señal de “Prohibido el paso” hacía por lo menos unos diez años, después de que

un chaval desapareciera al meterse en ella. Fue una tragedia. Las investigaciones duraron

meses e incluso se mandó a un equipo de exploración, pero cada vez que intentaban

introducirse demasiado, algún accidente ocurría, por lo que al final se dieron por vencidos.

Salió hasta en los informativos. Nunca se encontró el cuerpo. Algunos decían que el chiquillo

se escapó de casa; otros, los lugareños más ancianos, que el dragón se lo había comido.

Sea como fuere, después de eso poca gente se acercaba al lugar y ya casi todos se habían

olvidado de su existencia.

Después de una larga caminata llegaron a su destino.

Sacaron todas las cosas de las mochilas y se pusieron manos a la obra con la barbacoa. Los

chicos decidieron deleitar a las chicas con sus dotes culinarias. Se enorgullecían por hacer un

par de hamburguesas, unas salchichas y unos chorizos en la parrilla; el calor de las brasas

debía de hacerles sentir más varoniles, “o chamuscarles las pocas neuronas que tenían”,

comentaba con malicia algunas de ellas entre risas.

Mandaron a las féminas a buscar piñas y ramitas para el fuego mientras que otro grupito se

encargaba de preparar la sangría, bebida que no podía faltar en un caluroso día en el campo.

Los más vagos cotorreaban en la mesa, bebiendo mientras esperaban la comida, poniendo

cualquier excusa barata para escaquearse.

Una vez estuvo todo listo, empezaron la gran fiesta.

Durante la comida todos charlaron alegremente en pandilla. Hubo recordatorios de

batallitas pasadas. Comentaron como se desmadraban hacía algunos años, en ese mismo lugar,

saltándosele a más de uno y una los colores. Hablaron sobre los años de instituto, sus antiguos

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profesores, mencionando a algunos con cariño y a otros con no tanto, e incluso salieron a

relucir secretos hasta entonces ocultos sobre antiguos compañeros presentes y no presentes.

Pero no sólo hablaron sobre el pasado, también se pusieron al día con respecto a cada uno

de ellos. ¡Cuánto habían pasado juntos y cómo habían crecido!

Liz se sorprendió al encontrarse bastante cómoda en aquella situación. Al parecer el tiempo

no sólo la había cambiado a ella.

Tenía que reconocer que sus últimos años de instituto no habían sido los mejores de su vida,

por no decir los peores. Sus compañeros siempre la habían considerado un bicho raro y sus

extrañas aficiones no habían sido muy bien recibidas. Por aquel entonces, Liz se interesaba

mucho por el esoterismo y la quiromancia. Leía libros sobre el poder de la mente y las artes

ocultas, aunque en el fondo nunca intentó practicar nada, simplemente sentía curiosidad por

ello. Al cumplir los trece empezó a tener sus primeros sueños extraños, o eso creía, pues antes

nunca se había parado a pensar en ello. Pero cuando comenzó a darse cuenta de que algunas

de las cosas que soñaban se hacían realidad, fue consciente de que no era como los demás.

Acompañada por Sue, visitó un par de grupos sobre brujería, en los que descubrió con gran

decepción que la mayoría de los componentes de aquellos círculos eran adolescentes

desquiciados con sus vidas, tratando de encontrar una manera de horrorizar a sus padres, o

chiflados buscando espíritus y ovnis; ninguno de ellos sabía en realidad lo que era tener una

experiencia paranormal excepto, claro, visitar el antiguo hospital psiquiátrico abandonado que

hay en todos los pueblos y que, curiosamente, están todos encantados y los fantasmas de los

pacientes se dedican a encender y apagar luces para entretener a los chavales que llevan a sus

novias para aterrarlas y reírse un rato.

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Pero sin duda alguna, los grupos de tarot eran los peores. Amas de casa aburridas, reunidas

para despotricar sin parar contra sus maridos y todo el que se les antojase, intentando “leer” lo

que las cartas les querían comunicar sobre la vecina de enfrente… Poco convincente, la

verdad. Una excusa más para pasar el tiempo.

Al final decidió rendirse en su empeño y dedicarse a la vida de estudiante, pero ya era

demasiado tarde; tenía la marca de “rara” escrita en la frente. A parte de Sue y Yoyo, apenas

se relacionaba con sus compañeros. Lo bueno sobre aquella situación fue que se pudo dar casi

enteramente a sus estudios, sacando unas notas brillantes, pero perdiendo así aún más puntos

con sus compañeros de clase.

Pero hoy era diferente y, al parecer, sus antiguos compañeros debían de notarlo porque la

trataban con total naturalidad e incluso bromeando sobre aquellos “tiempos oscuros”. Gracias

a dios nadie comentó su episodio en la cena, tragándose la historia del móvil y el alcohol.

Tras una abundante comilona se dio paso a la sangría y las bebidas más fuertes, y pasadas

un par de rondas, las conversaciones empezaron a subir de tono. Comenzaron a aflorar las

intimidades mejor guardadas de muchos. Sentimientos pasados guardados durante tantos años,

rumores corroborados o desmentidos, jugarretas ocultas, relaciones secretas… Es

impresionante como el alcohol es capaz de obrar tales milagros.

Liz decidió abstenerse de beber ese día, ya había tenido bastante la noche de la cena;

deseaba tener la fiesta en paz.

Cuando el panorama se fue calentando, o enfriando, según se mire, pequeños grupos se

fueron desperdigando por todo el espacio. Varias parejas se esfumaron para “intimar”. No

obstante, la mayoría se había reunido en lo alto de la roca del barranco para seguir charlando

mientras disfrutaban de las vistas, incluida Liz.

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Le extrañó no ver ni a Sue ni a Yoyo entre el grupo. Oteó los alrededores, pero tampoco los

encontró. ¿Dónde se habían metido?

Fue entonces cuando ocurrió algo que jamás se hubiera imaginado capaz de suceder.

Ed, el entonces guaperas de la clase, apareció a su lado con tal cogorza que apenas podía

articular palabra.

- ¡Lizzy! Qué pasa guapa, ¿me puedo sentar? – Liz asintió con una media sonrisa algo

incómoda. No le hacía demasiada gracia, pero no quería estropear aquel día.

En el instituto Ed levantaba pasiones: metro ochenta de estatura, capitán del equipo de

futbol, rubio con ojos azules, sonrisa encantadora…, todo un Don Juan. Sin embargo, Liz

nunca lo había tragado. Representaba todo lo que odiaba en un chico. Era engreído, chulo,

miraba a la gente por encima del hombre, manipulaba a las chicas a su antojo, se reía de la

gente más débil… todo un regalito…

Pero la verdadera razón por la que no lo soportaba era que Ed había sido su monotema

durante años.

Sue y él salieron un par de veces y éste le puso los cuernos con una chica mayor delante de

sus narices. A la pobre le costó mucho superarlo y, a pesar de ser un auténtico imbécil, estuvo

colada por él casi tres años, durante los cuales Liz aguantó las lágrimas de su amiga día tras

día. Además, no sabía por qué razón, el tío siempre había aprovechado la mínima ocasión para

hacerle la vida imposible durante todo el instituto, y a él le debía su famoso mote “Lizzy

horrorizzy”, que acabó convirtiéndose sólo en “horrorizzy”. Si no hubiera sido por la

protección de Yoyo, lo habría pasado peor de lo que ya lo hacía. Pero éste siempre estaba allí

para defenderla y al final Ed dejó de meterse con ella.

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Fue por aquel entonces cuando Liz se colgó por su amigo, aunque para su desilusión el

sentimiento no era mutuo. Aún recordaba con vergüenza aquella tarde a los dieciséis cuando

Yoyo la llamó para quedar los dos a solas. La pobre estaba como un flan; nunca antes habían

quedado sin Sue y pensó que tal vez… Pero cuán grande fue su decepción cuando, después de

haberse puesto el mejor vestido de su armario, e incluso su madre la ayudara a ponerse algo de

maquillaje, el muchacho le confesó que estaba loquito por Sue desde hacía años. Fue un golpe

muy duro para ella. Se pasó el fin de semana encerrada en su habitación, llorando como una

magdalena; pero después de desahogarse, volvió a ser la misma de siempre y, a pesar de que

al principio le costó un tiempo, acabó por acostumbrarse a la situación y todo volvió a la

normalidad entre los tres.

En ese momento Ed la sacó de sus recuerdos.

- Lizzy – llamó Ed – te puedo llamar Lizzy, ¿no? Hay confianza

- Claro… - musitó mientras que en su cabeza gritaba “¡no, capullo, ni de coña!”

- Te vi el otro día en la cena y ¡caray! me sorprendí. La verdad es que desde entonces no

puedo quitarte el ojo de encima – sonrió de una manera que no le gustó ni un pelo - he de

decir que siempre pensé que tenías algo especial… no sé, debajo de esa actitud marginal y esa

fachada de rarita, siempre pensé que eras de las más guapas del insti ¿sabes?

- Hm… - Liz no podía con aquello; lo último que esperaba era ver a ese payaso

tirándole los tejos.

- En fin, que lo que quiero decir es que los días de instituto ya pasaron y… no sé, tú

pareces diferente y… a lo mejor nos podríamos dar la oportunidad de conocernos más a

fondo…- la joven enarcó una ceja sin dar crédito a lo que estaba sucediendo - tú ya me

entiendes… - con una repulsiva sonrisa colocó una mano sobre su pierna descubierta.

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Liz se levantó horrorizada y a punto estuvo de montar una escena, pero decidió controlarse

y optar por el camino fácil.

- Perdona – se excusó tratando de no perder la compostura - la llamada de la

naturaleza… ya sabes… demasiada sangría… - se alejó unos pasos, intentando reprimir las

ganas de abofetearlo.

- ¿Quieres que te acompañe? – sugirió con una lasciva sonrisa mientras agarraba su

muñeca.

- No, gracias – con la mano libre se liberó sutilmente - no creo que sea un buen

comienzo para nuestra “nueva” relación – dijo en tono sarcástico, esfumándose al instante.

Mientras bajaba de la roca algo apresurada se cruzó con Sue y Yoyo, y entendió entonces

por qué se habían ausentado. Sue estaba completamente pálida, señal de haber estado

vomitando hacía poco. Por mucho que se burlara de ella, era la peor bebedora; enseguida se le

subía el alcohol a la cabeza y siempre acababa tirada por las esquinas, por lo que Liz o Yoyo

acababan cuidándola llegado el momento. Eso sí, Sue era una de las personas más graciosas

que había cuando estaba borracha. Lo malo era que a veces se excedía con los chicos.

Liz notó en Yoyo algo raro cuando llegaron, figurándose que algo más aparte de vomitar

había pasado. Los saludó, preocupándose por su amiga, quien seguía todavía mareada y muy

borracha. Después se dirigió a Yoyo en tanto que Sue intentaba subir a la roca para reunirse

con el grupo.

- ¿Estás bien?

- Sí, ya sabes, Sue y sus pedos…

- No me refiero a eso, ¿ha pasado algo?

- ¿Por qué lo preguntas?

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- No sé…te veo raro…

- Esta Liz… - dijo sonriendo – no se te escapa una.

- Ya me conoces – rió - ¿y bien?

- Nada…ya te contaré con más calma otro día…

- ¿Me lo prometes?

- Te lo prometo – aseguró mientras abrazaba a su amiga. En ese momento Sue les

interrumpió.

- Vaya, que tenemos aquí. Primero me vienes diciendo cosas y luego te vas abrazando a

otras, muy bonito – Liz miró sorprendida a Sue y luego a Yoyo. Éste movió la cabeza hacia

los lados mientras suspiraba con los ojos en blanco.

- Anda borracha, basta de decir tonterías y deja que te ayude a subir que si no te veo en

el fondo del barranco rodando como una croqueta.

- ¿Cómo una croqueta? ¡¿Me estás llamando gorda?!

Y comenzaron a pelearse de nuevo.

Liz rió, intuyendo lo que había pasado, pero prefirió esperar a que Yoyo se lo contara antes

de sacar conclusiones, aunque sabía que en cuanto volviera Sue se le echaría encima y le

detallaría todo con pelos y señales.

Así, Liz se marchó en busca de un matorral lo suficientemente alejado de la gente como

para sentirse tranquila y a solas.

Cuando hubo terminado, se dispuso a volver al grupo, pero repentinamente una extraña

sensación la invadió. Sintió como si alguien la observara. Estaba segura de que no había nadie

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en la zona cuando llegó, aunque tal vez alguna de las parejas se había trasladado al lugar

mientras estaba distraída.

Miró a su alrededor, tratando de encontrar al o a los intrusos, pero no consiguió ver a nadie.

- ¿Hola? – esperó unos segundos - ¡hola! – pero no obtuvo respuesta - ¿hay alguien ahí?

Escuchó un crujido a su espalda y se volvió. De pronto, de entre los árboles, a uno de sus

laterales, apareció la figura de una persona. Liz se volvió sobresaltada para descubrir que allí,

junto a ella, totalmente ebrio, se encontraba Ed. Al parecer la había seguido. Suspiró aliviada,

aunque molesta de verlo.

- Menudo susto me has dado.

- ¡Eh! Qué pasa guapa. ¿Me echabas de menos?

- No particularmente - dijo de mal humor - ¿se puede saber qué haces aquí?

- Vigilar que no te pase nada – el aliento le apestaba a whisky.

- Ya te dije que no necesitaba compañía, gracias. Soy mayorcita para hacer pipi sola –

comenzó a andar, pero el joven la detuvo agarrándola del brazo.

- Vamos, no te vayas, acabamos de empezar – y le acarició la cara.

“Genial” pensó, “ahora a aguantar a un borracho baboso”.

- Ed, estás muy borracho, ¿por qué no vamos con el resto y seguimos charlando? – Liz

tiró de su brazo para librarse, pero la tenía bien sujeta.

- ¿Charlar? Quien necesita charlar – se abalanzó sobre ella e intentó besarla.

Por suerte para Liz, no había bebido apenas, por lo que su coordinación, comparada con la

del muchacho, era muchísimo mejor.

- No gracias, esto no entra dentro de mis planes – lo apartó de un empujón y comenzó

correr en dirección a los árboles.

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Ed trató de perseguirla, pero al primer traspié cayó al suelo y, allí tirado, gritó su nombre,

haciendo eco en cada rincón de la montaña. Liz aceleró la carrera, perdiéndolo en la lejanía

mientras se internaba en el bosque como alma que lleva le diablo.

Al cabo de un rato volvió la mirada para asegurarse de que no la seguían, se detuvo y

cogió aire. “Capullo” dijo para sí misma mientras intentaba normalizar su respiración. Cuando

por fin se hubo calmado, miró a su alrededor.

- Genial… - estaba completamente perdida.

Sacó su teléfono móvil de la riñonera y miró la pantalla. “Estupendo, sin cobertura…”.

No tenía ni idea de cómo volver y lo peor es que temía encontrarse de nuevo con Ed en el

camino, aunque verlo lo tendría que ver de todas maneras. ¿Qué cara iba a poner? ¿Haría una

escenita o actuaría como si nada hubiera pasado? Probablemente optaría por la segunda

opción.

Sin tener muy claro qué camino tomar, decidió emprender la vuelta.

Cuando apenas había dado el primer paso, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y la dejó

paralizada.

“Esto se está volviendo algo muy habitual últimamente” pensó.

Sintió como si todo su entorno la envolviera y su respiración se volvió pesada, tardando

unos segundos en reaccionar. Volvió a sentir aquella extraña sensación de estar siendo

observada, pero esta vez era diferente. Sabía que no encontraría a Ed allí.

Se llevó la mano al pecho, intentando normalizar su respiración, y oyó un ruido seco a su

espalda. Muy lentamente se giró, con el pulso a cien, sin saber que encontraría. Cuál fue su

sorpresa cuando vio una pequeña ardilla royendo una piña recién caída de uno de los pinos. El

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animal agarró su comida con los dientes y trepó por uno de los troncos. Liz lo miró mientras

suspiraba con alivio y sonrió.

Entonces una risa infantil resonó por todo el lugar. “Lo sabía…” conocía aquella

sensación. Ya la había tenido con anterioridad. Y también conocía aquella risa.

Al instante, otro crujido sonó a su espalda, y esta vez, cuando se volvió, no encontró

ningún animal silvestre, sino una figura de blanco que la miraba en la lejanía. Al instante echó

a correr entre los árboles cuesta arriba. Había llegado el momento. Ya no vacilaría más.

Salió disparada detrás de ella sin saber muy bien adónde se dirigía.

Apenas podía distinguir el recorrido a seguir más que por el crujir de las ramas y la risa de

la muchacha. Hubo un momento en el que se sintió totalmente perdida, rodeada de árboles, sin

saber siquiera si sería capaz de encontrar el camino de vuelta a sus amigos o si realmente

saldría de aquella espesura. A punto estuvo de darse por vencida, pero por fin pudo ver

delante de ella como los pinos se abrían, dando paso a un pequeño claro.

Nada más salir del bosque, se quedó sorprendida con lo que encontró. Allí, frente a ella,

había una enorme cueva con la entrada medio tapiada con vallas de madera y un enorme cartel

que decía “Prohibido el paso. Zona peligrosa”. Liz reconoció enseguida el lugar.

Siempre había pensado que el viejo se había inventado la historia de la cueva, pero ahora

acababa de comprobar que no era así. Era tal y como Anselmo lo había descrito.

Aún dentro de su asombro con aquella inesperada visión, se percató de que no había ni

rastro de la joven de blanco. Miró a su alrededor. Nada. A paso lento se acercó hacia la cueva

y la observó detenidamente.

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En verdad era una entrada enorme, toda tapiada, aunque el paso del tiempo había dejado

su huella y en uno de los laterales había un agujero lo suficientemente grande como para

permitir el paso a una persona de tamaño no muy grande.

Se detuvo frente al hueco y miró hacia el interior. Todo estaba oscuro y no podía distinguir

nada. De pronto oyó el ruido de pasos y aquella risa hizo eco allá dentro.

Se apartó, titubeante. Sabía que era peligroso entrar pero, por otra parte, podía ser la única

oportunidad que tuviera de desvelar aquel misterio. Entonces recordó algo que su abuela solía

decirle. “Cuando dudes entre seguir adelante o volver hacia atrás, escoge siempre seguir el

camino, pues atrás ya sabes lo que te espera, mas lo que encuentres más allá es un misterio por

el que vale la pena arriesgarse”. Y sin pensárselo dos veces, dejó en la entrada el jersey que

llevaba atado a la cintura, apartó con el brazo una de las vigas y se internó en la cueva.

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EL VIAJE

La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser apreciada en aquel lugar.

Apenas sí podía intuir su propia silueta y lo único que escuchaba era el sonido de su

respiración y sus pasos. Estaba totalmente desorientada, y se lamentó por no llevar una

linterna en la riñonera. La tenue luz de la pantalla del móvil era lo único que le permitía no

chocarse con las paredes.

El ambiente era húmedo y pesado, y cuanto más se internaba, más costoso le resultaba

respirar. Podía oír el sonido de gotas cayendo de alguna parte, pero no llegaba a acertar de

donde provenía.

Había andado por el interior de la gruta durante un buen rato y todavía no había

encontrado nada a su paso.

Al cabo de un rato se arrepintió enormemente de su decisión.

Hacía rato que no oía nada y no sabía adónde le llevaría aquel camino ni si serviría de

algo; además, había llegado a un punto muerto sin posibilidad de seguir avanzando sin

despeñarse. Y entonces ocurrió la tragedia.

Si no hubiera estado en silencio, su teléfono la habría avisado hacía rato mediante pitidos

y habría sido consciente de que la batería se estaba agotando, lo que finalmente ocurrió en

mitad de la cueva, dejándola de nuevo en la más absoluta oscuridad. “¿Por qué demonios no

lo puse a cargar por la noche?” se lamentó.

Iba a dar la vuelta y volver con sus amigos cuando de pronto un fuerte viento la empujó

hacia delante, escurriéndose, y cayéndose hacia una inesperada pendiente. Intentó agarrarse al

suelo o cualquier cosa que encontrara a su paso, pero fue inútil, el camino era tan resbaladizo

que no consiguió frenar su caída.

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Mientras se precipitaba por la rampa, la velocidad aumentaba más y más, y recordó la

historia sobre aquel chiquillo que desapareció hacía diez años. Ya se imaginaba los titulares:

“La historia se repite…” Vio las caras de su familia y amigos, destrozados por la pérdida. ¡En

qué momento se le había ocurrido meterse en esa condenada cueva!

La caída duró apenas unos segundos, pero le parecieron horas.

Con unos cuantos rasguños y de seguro moretones de regalo, dejó de patinar por aquel

tobogán natural para acabar haciendo caída libre, dando a parar una especie de lago.

Se hundió casi hasta el fondo y le costó bastante patalear de nuevo hacia la superficie.

Cuando logró salir, distinguió la orilla y, a duras penas, nadó hasta ella. Una vez fuera se dejó

caer de espaldas sobre el césped, intentando recobrar el aliento casi perdido en su odisea.

Tras recuperarse, se sentó y observó boquiabierta el lugar en el que se encontraba.

Estaba rodeada por paredes de piedra que llegaban bien alto, hasta alcanzar varios cientos

de metros de altura, formando en el centro un hueco por el que se veía el claro y soleado cielo

y pájaros volando en las alturas. En los laterales había salientes con algún que otro árbol y

plantas que se dejaban caer colgando de aquellas terrazas naturales. También observó lo que

parecían grutas de la montaña que desembocaban en el inmenso agujero. Varios chorros de

agua surgían de algunas de ellas, creando el lago que cubría casi toda la superficie, y una

preciosa cascada emanaba de uno de los laterales, siendo ésta por la que creía haber caído ella.

En ese momento se encontraba en uno de los pocos pedazos de tierra que emergían del

agua, de varios metros de ancho, cubierto de césped y musgo, y con algunos árboles; y justo

en mitad de la laguna se erigía un islote, más grande que el resto, invadido de hierba y con un

sólo árbol, inmenso, en el centro. Parecía que tuviera cientos de años por el grosor del tronco

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y el descomunal tamaño de la copa, que cubría casi el islote entero con sus serpenteantes

ramas.

No podía creer que semejante lugar de hallara en aquella montaña, y menos aún que nadie

lo hubiera descubierto antes.

Pudo distinguir diferentes animalillos poblando el lugar, pero había algo raro en ellos;

había muchos que jamás había visto antes, como libélulas de brillantes colores y ranas

exóticas que jamás podrían vivir en ese clima. Aquel paraíso no encajaba en esa montaña,

pues no sólo la fauna sino también la flora eran diferentes a los pinos y arbustos de la ladera

circundante. Era como si alguien hubiera arrancado un trozo de tierra y en su lugar hubiera

puesto aquel paraíso exótico allí a propósito.

Estaba tan maravillada con aquella visión que le costó reparar en algo que no formaba parte

del entorno, aparte de ella, claro.

Allí, en la orilla del islote, una figura vestida de blanco permanecía inmóvil, observándola.

No tenía duda alguna acerca de la identidad de la joven; se trataba de la misma que había visto

en el restaurante, después en el tren y también en sus sueños. Todo en ella la delataba: sus

ropajes, su solemnidad, sus cabellos, casi albinos, brillantes bajo el sol, reflejándose en el agua

como destellos de luz; esas puntiagudas orejas que sobresalían, inhumanas, y sus casi

cristalinos ojos, ojos que la escrutaban impasibles, tratando de penetrar en lo más profundo de

su alma.

Pero algo había cambiado. Ya no sonreía, sino al contrario, la miraba fijamente con una

seriedad heladora.

De pronto se percató que todo estaba en calma, tanto que ya no oía el ruido de los pájaros

ni los insectos, reinando un inquietante silencio.

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Una suave brisa comenzó a soplar, procedente del islote, meciendo la hierba al compás de

su baile, al igual que lo hacían sus cabellos. Duró apenas un instante, dando paso a un silencio

aún más profundo. Sabía que esta vez la joven no desaparecería. Por fin había llegado el

momento que tanto había esperado.

- ¿Quién eres? – preguntó Liz sin obtener respuesta - ¿qué quieres?

La muchacha permanecía inmutable en su lugar.

- ¡Aquí estoy! Sé que me has estado buscando… pues bien, ¡aquí me tienes! ¿Cómo

puedo ayudarte? – gritó desesperada.

Pero la joven permaneció en mutis, sin apartar su mirada de ella. Liz se sentía un poco

intimidada, pero no se acobardó. Avanzó hasta situarse en el borde de la orilla.

- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué me persigues? – agachó la cabeza ante el

continuo silencio de la extraña de blanco - ¿qué es lo que buscas…?

- Lo que busco… - de nuevo la brisa comenzó a soplar – en verdad busco algo… - Liz

subió la mirada sorprendida.

- ¿Qué buscas? ¿Eres… un espíritu? – había visto en las películas que había gente que

los veía, tal vez ella… - ¿acaso quieres que le comunique algo a tu familia?

- ¿Un espíritu? – murmuró la joven extrañada, al tiempo que negaba con la cabeza –

no… no es eso…

- Entonces ¿quién eres? ¿Por qué me has llamado?

- Llevo mucho tiempo buscando… mucho… - su mirada pareció perderse en la lejanía

de sus recuerdos – esperando a que alguien oyera mi llamada… a que alguien acudiera en mi

auxilio… - miró a Liz y sonrió – tú respondiste… a ti fue a quien encontré – su rostro se tornó

serio de nuevo – yo sé lo que busco, pero ¿y tú? ¿Qué buscas?

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- ¿Yo? ¿Qué busco? Yo no… - recapacitó un instante.

En el fondo entendía lo que intentaba decirle.

Buscaba algo, si no fuera así jamás se habría internado en aquella cueva alejada de la

mano de dios, dejando atrás a sus amigos y arriesgando su vida.

- Lo que yo busco… Busco respuestas…

- Yo no puedo darte esas respuestas, pero sí puedo ayudarte a encontrarlas. La cuestión

es si tú estás dispuesta a enfrentarte a ellas, a seguir el camino que se te ha marcado.

Se quedó en silencio, meditando la decisión que tomaría. Sabía que una vez eligiera, ya no

podría retroceder. Volvió a recordar las palabras de su abuela y su indecisión se esfumó.

“Adelante, Liz, adelante” pensó.

Cuando por fin se sintió preparada para responder, avanzó unos pasos, pero antes de que

abriera siquiera la boca, la joven la interrumpió.

- Una vez decidas, no habrá vuelta atrás… Tu vida y todo lo que conoces cambiará por

completo… ¿Estás dispuesta a correr el riesgo?

Sin titubeo alguno asintió, sin apartar su mirada; en sus ojos se apreciaba su fuerte

voluntad. Ya no tenía miedo ni dudas. Si ese era el destino que la esperaba, caminaría hacia el

frente sin vacilar.

- Muy bien… - susurró – que así sea… - y en su rostro se dibujó una sonrisa de

satisfacción.

La brisa que antes soplara suave y dócil, se hizo cada vez más intensa, agitando las aguas y

las hojas de los árboles a su paso de un lado a otro. Liz permaneció impasible en donde se

encontraba, sin apartar la mirada de la muchacha de blanco. Ésta extendió los brazos en su

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dirección y Liz comenzó a avanzar. Cuando llegó a la orilla, se internó sin inmutarse en la fría

agua y continuó la marcha.

El viento cada vez soplaba más potente y le resultaba difícil proseguir; además, el agua

empapaba su cara e incluso tragó más de lo deseado, pero eso no la impidió seguir adelante.

Estaba poseída por una inmensa determinación.

Cada vez se encontraba más cerca del islote y, cuando estaba a casi medio camino, el

viento comenzó a soplar con gran violencia, transformando las plácidas aguas del laguito en

un feroz oleaje digno de los océanos.

Toda la decisión que la empujaba a seguir se esfumó en un instante, como traída de vuelta a

la realidad, siendo consciente de la situación en la que se encontraba e invadiéndola el terror.

Se vio en mitad de lo que parecían más los rápidos de un río que la tranquila laguna. La

tierra firme se le antojó tan lejana que pensó que moriría ahogada, y durante unos

interminables minutos luchó por no ser engullida. Miró hacia el islote, en busca de la

muchacha para pedirle ayuda, pero para su sorpresa ésta había desaparecido. Mientras peleaba

por mantenerse a flote, la buscó desesperadamente por todo el lugar, pero no había ni rastro de

ella.

Decidió nadar con todas sus fuerzas de vuelta a tierra firme, pero la marejada era

demasiado violenta y apenas conseguía avanzar. Aunque las fuerzas la iban abandonando

poco a poco, la idea de encontrarse más cerca de la superficie la hacía continuar, y cuando le

quedaban apenas unos metros para llegar, creyéndose por fin fuera de peligro y casi tocando la

hierba, una fuerza descomunal comenzó a tirar de ella hacia el interior del lago.

Se volvió y observó horrorizada como un enorme remolino se iba formando en el centro de

la laguna junto al islote, succionando todo a su alrededor. Pataleó desesperadamente hacia la

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orilla intentando evitar ser arrastrada, pero por más que nadara, se encontraba más y más lejos

del borde.

Como surgido de la nada, algo golpeó su brazo, dejando salir un chorro de sangre de la

herida, que se mezcló con el torrente. A pesar del dolor, sacó las últimas fuerzas que le

quedaban y pateó el agua como si le fuera la vida en ello, lo cual era cierto, tratando de

alcanzar la orilla; sin embargo, la fuerza del remolino aumentó y la arrastró violentamente

hacia su interior.

Ya no le quedaba energía para luchar y sintió impotente cómo era engullida por aquellas

antes pacíficas aguas.

Poco a poco se fue sumergiendo hasta el fondo del lago de manera inevitable. Todo se fue

volviendo más y más sombrío y lo único que podía distinguir a su alrededor era el agua y su

propia sangre, emanando del brazo.

Ya no sentía nada. Sólo había oscuridad y apenas podía mantenerse consciente. Pronto se

desmayaría y ya ni siquiera podía mantener los párpados abierto, pero algo la hizo reaccionar,

obligándola a abrir los ojos con dificultad.

A lo lejos vio una diminuta luz dorada que se acercaba a ella, ¿o era ella la que se

acercaba? Al instante se encontró envuelta en aquel fulgor que salía de las profundidades de la

montaña, y entonces recordó su sueño, aquél que tantas veces se había repetido, y se dio

cuenta de que aquello que estaba viviendo era muy similar a lo que había estado visionando

durante tantas noches.

Cerró los ojos y en su cabeza escuchó la misma suave melodía, tan familiar ya, dejando que

la acunara en sus últimos momentos.

Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, escuchó la voz de la joven.

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- El portal se ha abierto… tu viaje comienza aquí… un viaje que cambiará tu vida y

decidirá el destino de todos… Espero impaciente nuestro próximo encuentro… Liz… hija de

Lilith…

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EL ENCUENTRO

El sol brillaba con gran intensidad en lo alto del cielo. Aunque en aquella región el clima

normalmente era cálido y gentil, esa mañana era especialmente bella; los campos relucían

frondosos y una alfombra multicolor de flores cubría la hermosa y fértil tierra, o por lo menos

lo que quedaba de ella, pues antaño el país entero había sido verde y próspero, siendo sus

cultivos famosos en el resto de reinos por su calidad.

Sin embargo, ahora sólo unos pocos pedazos de terreno estaban poblados por buenas gentes

y el suelo apenas daba frutos para abastecerlos. Hasta los animales habían abandonado gran

parte de la zona, refugiándose en las montañas o a las afueras del reino, por miedo a ser

devorados o peor, infectados.

Desde el principio de los tiempos la sombra había habitado la tierra, contagiando a todo

aquel que encontrase a su paso; por suerte, las regiones donde se asentaban los contagiados

eran limitadas y, de tanto en tanto, tras las cruzadas, las miles de criaturas envenenadas eran

reducidas al mínimo, comenzando así otro ciclo hasta la llegada de la siguiente batalla.

Por desgracia, los ancianos decían, algo salió mal en el último exterminio y, debido a ello,

la plaga no había sido mermada, expandiéndose a un ritmo vertiginoso por cada uno de los

reinos de Ádama. Los lugareños aseguraban que la próxima cruzada estaba cercana, aunque

eso a Rudra le importaba más bien poco.

Después de que su padre los abandonara cuando apenas era un chiquillo, se había hecho

cargo de su madre y su hermana pequeña. A pesar de ser una familia humilde, tenían todo lo

que necesitaban para sobrevivir. Vivían en el norte de la región, una de las pocas zonas

todavía libres de infesta, en una casita a medio camino de la montaña, cerca de un pequeño

poblado al pie del monte.

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Su madre cultivaba verduras en el huerto, que luego vendía en la aldea, conservando

algunas para uso propio; allá arriba los cultivos eran mejores, por lo que se vendían bien.

Además, Rudra bajaba todos los días al pueblo para trabajar y ganar algo más de dinero, con

lo que compraban carne fresca y ropajes.

Era un muchacho fuerte y trabajador, que sólo pensaba en darle lo mejor a su familia, claro

que con los tiempos que corrían, eso era algo bastante costoso. Ya apenas pasaban

comerciantes por la zona y la gente vivía con miedo de ser engullidos por la sombra y

convertidos en kinays.

Además de trabajar, Rudra acostumbraba a salir a la montaña a recoger frutos y setas, y a

cazar de vez en cuando, ya que con suerte, aunque no es que fuera un experto, se defendía con

la espada y los cuchillos; claro que sus presas no pasaban de ser conejos y alguna que otra

perdiz.

Pero lo que más le gustaba del monte era descansar plácidamente rodeado de flores y paz.

Hacía algunos años descubrió oculto entre los árboles un precioso valle que se extendía largo

hacia la cima, rodeado por el bosque. Le gustaba tumbarse sobre el césped y soñar con lugares

lejanos y aventuras sorprendentes, pues, a pesar de tener los pies en el suelo, seguía siendo un

joven soñador después de todo.

Ese día también tenía pensado visitar su campillo. A pesar de que la gente decía que algún

día la región entera sería devorada por la plaga, a él eso no era algo que le importase en

exceso; vivía el día a día, y lo único que le preocupaba era a lo que se pudiera enfrentar en ese

momento. De hecho, él creía que todas esas historias no eras más que habladurías y cuentos

para asustar a los niños y que no andarán por el campo de noche.

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Su jefe, un hombre que se guiaba por la lógica y no por la superstición, decía que la tierra

pasaba por tiempos difíciles, pero que eso iba por rachas, y que ya llegarían tiempos mejores.

No creía en los famosos kinays. Decía que hasta que no viera uno con sus propios ojos no lo

creería, y el muchacho compartía su opinión. A él sólo le preocupaba trabajar duro y disfrutar

de su familia y de su montaña.

Cuando llegó al valle oteó aliviado los alrededores y se dejó caer de espaldas sobre la verde

hierba mientras llenaba de ese aire tan puro sus pulmones. Cerró los ojos, dispuesto a echarse

una cabezadita, cuando de pronto un brillante rayo dorado cayó desde el cielo en mitad del

lugar, a varios metros de distancia de donde se encontraba. Se incorporó de un salto y se

cubrió los ojos ante aquella cegadora luz, que se desvaneció en apenas un instante.

Desconcertado, miró a su alrededor. Todo parecía normal, pero de refilón vio algo que

llamó su atención. Justo en el lugar donde el relámpago había caído pudo distinguir una

especie de bulto tendido sobre el césped. Desde donde se encontraba no acertaba a decir lo

que era. Podría ser una roca o un tronco caído tal vez, o incluso un animal herido o muerto por

el impacto de lo que fuera que fuese aquel fulgor. Por el tamaño podría ser un ciervo o un

potrillo, no sabría decir.

Lentamente se acercó y comprobó que era demasiado pequeño para ser un tronco; además

le pareció moverse. Una vez hubo estado lo suficientemente cerca, descubrió con asombro lo

que era y corrió a su encuentro.

Allí, justo delante de él, yacía una muchacha. Nunca antes la había visto por el lugar. Para

ser exactos, nunca antes había visto a nadie así en ningún lugar.

Su pelo era del color del sol y su piel pálida, totalmente diferente a las gentes del lugar,

cuya tez era de un tono tostado. Puede que no fuera de por allí. Había oído que los elfos eran

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de piel muy clara y tenían los cabellos de color blanco, pero nunca antes escuchó de criaturas

con un color anaranjado de pelo.

Y no sólo su aspecto llamaba la atención. Los ropajes que vestía eran de lo más raro que

había visto jamás. Llevaba una especie de calzones ajustados que sólo le tapaban la mitad del

muslo, dejando al aire el resto de las piernas llenas de arañazos y moretones, y que estaban

hechos de un material azulado bastante áspero y resistente. Su torso estaba cubierto por una

especie de camisa ajustadísima, cortada por la mitad, que sólo cubría hasta la cintura, dejando

al descubierto sus brazos, y en uno de ellos tenía un buen corte que parecía reciente. En sus

pies llevaba un calzado blanco de lo más extraño.

Se arrodilló frente a ella y colocó su mejilla a escasos centímetros de su nariz, tratando de

descubrir si aún respiraba. Con alivió comprobó que estaba viva y su respiración, aunque

pesada, era estable.

Sin pensarlo dos veces desgarró el bajo de su camisa y lo ató alrededor de su brazo,

tratando de cubrir el corte que tenía y detener así la hemorragia. Después se quedó

observándola durante un rato. No es que hubiera visto a demasiadas muchachas en su vida,

quitando las del pueblo y alguna más, pero estaba seguro que jamás había visto a nadie ni la

mitad de hermosa que aquella joven tendida sobre el césped.

De pronto sintió un cosquilleo en el estómago y se dio cuenta de que no podía parar de

mirarla. Suavemente acarició sus cabellos, preguntándose quién era y como habría llegado

hasta allí, y al tacto de su mano, la joven se movió, abrió los ojos y miró a su alrededor,

desorientada. Su mirada se encontró con la de Rudra, una mirada de un color esmeralda tan

profundo que al muchacho se le cortó la respiración, sin apenas poder articular palabra.

- Se… ¿se encuentra bien?

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Pero la joven volvió a perder el conocimiento al instante. Rudra no sabía qué hacer. Debía

volver a casa pronto, pero no parecía haber nadie por los alrededores y no podía dejarla allí

tirada.

Tras unos minutos de meditación, decidió que llevarla a su casa; ya pensaría en algo más

tarde. Se acercó a ella y, rodeándola con sus brazos, la alzó en volandas y emprendió la

marcha de vuelta.

En las profundidades de la gran montaña de Kailasa algo comenzó a moverse. Había

llegado el momento. La gran guerra estaba cerca.

Durante décadas, sus vasallos habían acelerado su avance en pos de invadir cada pedazo de

tierra posible y someterla a su dominio, pero por fin había llegado el momento de despertar.

Ésta sería la última gran batalla y estaba seguro de que nada ni nadie podría cambiar el

resultado.

Toda la tierra tembló y un fuerte estruendo retumbó por todo el reino de Kalapa.

Los súbditos entendieron la señal de su amo y se dispusieron a acabar con la única amenaza

capaz de poner en peligro los planes de su señor.

Desde todos los rincones de Ádama las sombras emprendieron la búsqueda del heredero.

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LA CALMA

Al frente se extendía un hermoso paraje, lleno de flores y verde césped, con árboles a lo

lejos. La brisa soplaba suave y cálida mientras jugueteaba con sus cabellos. Una niña de

apariencia algo extraña sonreía feliz. Su piel era de color verdoso, al igual que su pelo. Al

verla, corrió a su encuentro.

- ¡Por fin has llegado!

La chiquilla saltó llena de energía hacia ella, dispuesta a caer en sus brazos, pero justo en el

momento de alcanzarla, Liz despertó y todo desapareció.

La luz de la mañana entraba clara y templada por la ventana, iluminando toda la estancia.

Una suave brisa se abría paso entre las cortinas. Intentó abrir sus ojos, pero los rayos del sol

que se colaba por las cortinas la cegaban. Se tapó con una de sus manos a modo de visera para

poder ver algo, y una vez se hubo acostumbrado a la luz, miró a su alrededor.

No pudo reconocer el lugar en el que se encontraba.

Tenía un vago recuerdo de lo sucedido, aunque todo estaba un tanto confuso en su cabeza.

Recordaba la excursión y la cueva, con su lago escondido en el interior; fue engullida por las

aguas y entonces una luz la envolvió, momento en el que perdió el conocimiento.

Después de eso, todo era borroso; sin embargo, tenía grabado en la memoria el rostro de un

muchacho, un apuesto joven con ojos brillantes como el oro. Después recordaba voces

desconocidas, ininteligibles, y movimiento a su alrededor. En su mente se dibujó de pronto la

sonrisa lejana de una niña, pero tan fugaz como surgió se desvaneció.

Su cabeza estaba demasiado desordenada para distinguir la realidad de sus sueños. Tal vez

todo había sido eso, un simple sueño.

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Poco a poco se fue incorporando, tratando de organizar sus pensamientos. Oteó la estancia.

Se encontraba en una pequeña habitación con paredes de madera y un precioso armario,

también hecho de madera, al fondo. Junto a la cama en la que se encontraba había una mesilla

de madera, y a la derecha, una pequeña ventana abierta por la que entraba luz.

Se levantó y se acercó al alfeizar, asomándose al exterior. Desde allí observó que frente a

ella se abría una inmensa pradera plagada de flores y árboles. A un lateral se podía ver una

pendiente que subía a lo que parecía ser una enorme colina.

Por más que lo intentase, no conseguía recordar cómo había llegado hasta allí. Tal vez

algún lugareño la descubrió en la montaña y ahora se encontrase en una aldea cercana.

En mitad de sus pensamientos oyó como el pomo de la puerta a su espalda comenzaba a

girar. Se volvió con curiosidad y descubrió a una hermosa mujer de cabellos negros. Ésta

levantó la mirada y sonrió con calidez.

- Vaya… así que por fin te has despertado. Parece que ya te encuentras mejor – lucía un

sencillo vestido campestre que a Liz le pareció más bien sacado de un museo. En sus brazos

llevaba ropa doblada – seguro que estarás hambrienta. Hay comida en la cocina. Pero primero

deja que busquemos algo para ponerte, no querrás bajar así ¿verdad? – y sonrió de nuevo.

Liz se miró y descubrió que vestía un camisón blanco que desde luego no era suyo.

- Gracias… - agradeció confusa – disculpe… ¿cómo he llegado hasta aquí?

- Mi hijo te encontró en las montañas. Al parecer has debido hacer un viaje muy largo,

tus ropajes no parecen ser de por aquí – la mujer dejó la ropa que cargaba en la mesa. Liz vio

que se trataba de sus vaqueros cortos y su camiseta. Después se dirigió al armario y comenzó

a rebuscar en su interior – a ver a ver… creo que éste te servirá. Hace tiempo que lo guardo,

pero a mí ya no me vale.

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Sacó un bellísimo vestido aterciopelado color granate con diferentes bordados. Liz lo miró

maravillada.

- ¿De verdad me lo puedo poner? Parece caro…

- Mi marido me lo regaló cuando nos conocimos. Es muy especial – la mujer lo miró

con gran cariño – pero mi figura ya no es la de antes – dijo dándose golpecitos en el abdomen

- y es mejor que lo vistas tú a que siga acumulando polvo.

- Muchas gracias por su hospitalidad – cogió el vestido con delicadeza.

- No seas tan formal, que me haces sentir vieja – rió – puedes llamarme Margaret. ¿Y tu

nombre es?

- Elizabeth, Elizabeth Danton.

- Muy bien, Elizabeth Danton. Cuando estés lista puedes bajar a la cocina. Seguro que

tienes hambre.

- Gracias… - Margaret se giró, dispuesta a salir de la habitación cuando Liz la detuvo –

disculpe, Margaret, ¿cuánto tiempo hace que llegué?

- Pues Rudra te encontró hará unos cuatro o cinco días. Llevas durmiendo desde

entonces.

- ¡¿Qué?! – exclamó sobresaltada - ¡Dios mío! Mis padres deben de estar

preocupadísimos, seguro que han llamado a la policía y todo. Me estarán buscando como

locos. Necesito un teléfono… un teléfono… - recordó que su móvil estaba en la riñonera, así

que se acercó a la mesa en su busca, bastante nerviosa, pero no consiguió encontrarla - ¿dónde

está mi riñonera?

- ¿El qué? – Margaret la miró como si no tuviera ni idea de lo que le estaba diciendo.

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60

- La bolsita negra que llevaba conmigo… la riñonera – explicó mientras hacía señas con

las manos alrededor de la cintura.

- ¡Ah! Está en cajón. La guardé ahí.

Liz se abalanzó sobre la mesa y abrió el compartimiento con gran ímpetu mientras

Margaret la observaba intrigada. Allí encontró la dichosa riñonera. Corrió la cremallera con

rapidez y buscó su en su interior. Cuando por fin encontró el aparato, vio apenada como la

pantalla estaba rota y el móvil no funcionaba. Apretó varias veces el botón de encendido, pero

nada, o bien seguía sin batería o directamente había muerto…

Entonces se volvió a Margaret.

- ¿Tiene algún cargador de este modelo, o mejor, un teléfono desde el que pueda llamar?

- ¿Un qué?

- Un teléfono – “¿pero qué demonios le pasa?” pensó para sus adentros.

- ¿Teléfono? – preguntó la mujer incrédula, para echarse a reír al segundo – si que tienes

que venir de muy lejos chiquilla, nunca antes había oído esa palabra… - Liz la miró con

asombro. ¿No sabía lo que era un teléfono?

- Disculpe… ¿podría decirme exactamente dónde me encuentro? – todavía no podía

creer que quedase algún lugar en aquel lado del planeta donde no usaran teléfonos.

- Estás a las afueras del poblado de Hern Tsuin, en el reino de Shamballah, tesoro – la

mujer sonrió.

- ¿Dónde? – la miró como si le estuviera hablando en otro idioma. ¿Quizás se trataba de

nombres procedentes de algún dialecto? Jamás había oído hablar de un lugar así llamado.

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- Será mejor que comas algo primero. Ya habrá tiempo para charlar más tarde – se

dirigió a la salida - te estaré esperando abajo. Cuando estés lista, baja y te prepararé algo

suculento. Las cosas se ven desde otra perspectiva con el estómago lleno.

- ¡No tengo tiempo para eso! Yo…

Antes de que terminara la frase, desde el interior de sus tripas un feroz rugido la delató.

Margaret se echó a reír.

- Anda, date prisa – salió de la habitación y, estando en el umbral, la miró y de nuevo le

mostró aquella cálida sonrisa – no te preocupes, querida. Todo saldrá bien – y cerró la puerta,

dejando a una aturdida Liz sola en la habitación.

La joven estaba demasiado confundida. ¿Qué demonios estaba pasando? No sabía dónde

estaba ni cómo había llegado hasta allí. ¿Shamballah? ¡Qué clase de nombre era ese! Si hasta

entonces las cosas habían sido raras, esto se llevaba la palma.

El caso era que aquella mujer tenía razón y, por mucho que tratara de ocultarlo, estaba

muerta de hambre.

Se acercó a la cama y cogió el vestido, examinándolo con detenimiento. En verdad era

precioso. Con él en las manos, se sentó en la cama y comenzó a analizar su situación,

intentando encajar las pocas piezas que tenía.

Estaba su sueño, la muchacha de blanco que no parecía que fuera siquiera humana, el

remolino que la engulló, la luz, y ahora esto… Todavía le faltaban demasiados detalles para

siquiera tener la mitad del puzle.

Las palabras de Margaret se repitieron en su mente: “las cosas se ven desde otra

perspectiva con el estómago lleno”. Liz sonrió y recordó que su madre siempre le decía eso

cuando estaba preocupada. Así pues, se vistió y se dispuso a bajar a la cocina. Las cosas

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caerían por su propio peso y las piezas irían encajando poco a poco, o por lo menos eso quería

creer.

Atravesó un pequeño pasillo, dirigiéndose al lugar del que procedía aquel delicioso olor a

pan recién hecho. Vio unas escaleras y lentamente bajó por ellas, agarrándose a la barandilla

de madera. Se encontró con dos posibles direcciones que tomar, además de la puerta de salida

de frente, al final de un pasillo. Guiada por su olfato, escogió la puerta de la derecha y, en

efecto, allí estaba la cocina, aunque era totalmente diferente a lo que ella jamás hubiera

esperado.

No había enchufes ni lámparas, sino un enorme horno de piedra empotrado en la pared y

una pequeña mesa de madera, rodeada por cuatro sillas, en un extremo de la sala junto a una

de las ventanas. En el lado opuesto vio lo que parecían los fogones donde se cocinaba, aunque

no eran más que dos huecos con troncos y carbón, con un pequeño fuego encendido

calentando una cazuela. Había un par de armarios bajos y una lacena con lo que debía de ser la

vajilla. Justo enfrente de donde se encontraba, había una puerta, la cual se abrió en el

momento en el que entró. Intuyó que se trataba de la despensa, pues Margaret apareció tras

ella con algunos alimentos.

- Vaya… te queda mucho mejor de lo que me quedaba a mí – reprochó en tono divertido

– estás preciosa, Elizabeth.

- Gracias – agradeció sonrojada – tiene una casa preciosa.

- Ya preferiría vivir yo en una mansión, pero aquí nos apañamos bien – bromeó.

En ese momento una de las puertas se abrió de un golpe y Liz oyó a alguien correr a ritmo

acelerado hacia la cocina. Se giró y vio en el umbral a una preciosa niña con las mejillas

coloradas, cargada de flores.

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- ¡Mira, mamá! He cogido todas estas flores para la muchacha – en su cara se dibujó una

enorme sonrisa de satisfacción.

Cuál fue su sorpresa al descubrir a Liz frente a ella. Liz la sonrió.

Debía tener unos cinco o seis años. Vestía un bonito vestido rosado con flores bordadas, de

estilo similar al que llevaba su madre. Sus cabellos eran negros y lisos, y le llegaban casi hasta

los hombros, unos centímetros por debajo de las orejas, sujetos con una diadema con flores

bordadas. Tenía dos enormes ojos de color miel, casi dorados, muy brillantes que irradiaban

vitalidad, y su rostro reflejaba alegría e inocencia. La niña la miró y su cara se iluminó.

- ¡Se ha despertado! ¡Se ha despertado! – gritaba dando saltos de alegría - mira Rudra,

se ha despertado. Ven, ¡corre! – se giró hacia el interior del pasillo y volvió a mirar a Liz –

Rudra también ha traído muchas flores para ti – susurró sonriente.

Justo detrás de la niña apareció un apuesto muchacho. El corazón de Liz dio un vuelco,

pues, nada más verlo, lo reconoció. Tenía grabados aquellos extraordinarios ojos color oro en

su memoria.

Se paró a observarlo más a fondo. Su pelo negro, algo más largo de como los chicos lo

llevan normalmente, lucía alborotado y llevaba una cinta de color rojo en la frente, apartando

los cabellos de sus ojos. Era alto y fuerte, pero no como los chicos que se pasan horas en el

gimnasio y lucen gigantescos músculos; su cuerpo estaba bien proporcionado, robusto debido

al trabajo diario, pero sin llegar a ser exagerado. Sus ropajes se veían viejos y maltrechos, mas

aún pareciendo un mugriento campesino, era el chico más guapo y atractivo que jamás había

visto. No podía dejar de mirar aquellos misteriosos y profundos ojos.

Cuando el muchacho la miró, su rostro se puso colorado. A su vez, Liz notó que sus

mejillas ardían y apenas podía pronunciar palabra.

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- Justo a tiempo – apremió Margaret - Elizabeth, déjame presentarse a mis hijos – dejó

las cosas sobre la mesa y se colocó entre la niña y el joven – ésta es Anna, la pequeña de la

casa – la niña dio un paso hacia el frente.

- Un placer conocerla – se inclinó de manera muy formal haciendo una reverencia.

- Mucho gusto – dijo Liz sonriendo mientras inclinaba su cabeza. ¡Era adorable!

- Y este apuesto jovencito es mi hijo Rudra, acaba de cumplir los veinte años – se

enorgulleció la mujer. El muchacho se sonrojó aún más, bajando la mirada para ocultar su

rostro – él fue quien te encontró en la montaña.

- En… encantada – susurró con timidez mientras inclinaba suavemente la cabeza.

Rudra, aún colorado, contestó con dificultad.

- Igual… mente...

- Bueno, hechas las presentaciones, vamos a comer algo. Seguro que estáis todos

hambrientos. Niños, dadme las flores. ¡Decoremos la sala con ellas!

Margaret se acercó a uno de los armarios y sacó un par de jarrones y varias cestas. Anna

corrió hacia ella para ayudarla, sin apartar la mirada de Liz, que también fue para echar una

mano. La mujer aceptó encantada y le pidió a Rudra que le diera a la muchacha algunas de las

flores que cargaba para, juntos, ponerlas en las cestas. Se acercó tímidamente y ella alargó los

brazos mientras él le ofrecía unas cuantas margaritas. Cuando sus miradas se cruzaron, ambos

se sonrojaron con una tímida sonrisa. Liz se apartó el pelo de la cara y lo recogió detrás de una

de sus orejas mientras le daba las gracias, agradeciéndole también el haberla recogido de la

montaña y haberla traído hasta su casa.

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- De… de nada… - tartamudeó él – no podía dejarte allí tirada… pero… ¿cómo has

llegado hasta aquí? – Liz permaneció en silencio sin saber muy bien que contestar, pero por

suerte Margaret los interrumpió, impaciente por que se sentaran a comer.

Ambos pusieron las flores en las cestas y se colocaron el uno frente al otro en la mesa.

Anna no le quitaba los ojos de encima a Liz; debía de dolerle la mandíbula de tanto sonreír.

Se había sentado a su lado, cosa poco común pues acostumbraba siempre a sentarse junto a su

madre, pero aquel día era diferente y estaba emocionada.

La comida estaba deliciosa. Hacía tiempo que Liz no comía tanto y además todo le supo a

gloria.

Durante el almuerzo, Margaret contó algunas historias sobre el lugar en el que vivían, ante

la atenta mirada de Liz, quien no daba crédito a lo que escuchaba.

Según decía, se encontraban en el extremo norte de Shamballah, uno de los ocho reinos

circundantes de Ádama, como llamaban a su mundo; le enseñó uno de los planos antiguos que

guardaba, señalando el punto exacto donde se situaba la casa. ¡Liz estaba atónita! Al parecer

había sido transportada, no sabía cómo, a otro planeta o dimensión ¡o lo que fuera! Y lo peor

era que no tenía ni idea ni de cómo había llegado hasta allí ni de cómo volver. ¿Acaso estaba

soñando? No, ya había probado a pellizcarse un par de veces, pero dolía… estaba despierta,

¿pero cómo…?

Margaret le preguntó cuál era el lugar de donde provenía, pero Liz guardó silencio, sin

saber muy bien qué contestar, así que la mujer continuó con su historia.

- Desde el principio de los tiempos las sombras han poblado nuestro mundo.

- ¿Las sombras?

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- Eso son habladurías de los ancianos de la aldea para asustar a los chiquillos…- se

burló Rudra.

- No son sólo habladurías… - replicó Margaret y, antes de continuar, se giró hacia Anna

– cariño, ¿por qué no sales fuera a jugar un rato?

- ¡Vale! – dijo la niña feliz - ¿puedo jugar con los animales del corral?

- Claro, tesoro – le dedicó una sonrisa cargada de cariño mientras observaba a la

pequeña marcharse – es una buena niña.

Una vez se hubo marchado, el semblante de la mujer cambió por completo y comenzó su

relato con gran seriedad.

“Se dice que hace mucho tiempo, antes de que el hombre poblara cada rincón de tierra, el

bien y el mal libraron una dura batalla. La reina blanca consiguió derrotar al malvado señor de

las sombras, Rakshasa, mas estando ella débil por la batalla, sólo consiguió confinarlo en el

interior del monte de Kailasa, en el corazón de Ádama. Pero antes de eso, Rakshasa lanzó una

maldición sobre la tierra. Las sombras.”

La joven estaba totalmente fascinada con la historia, no perdiendo detalle alguno. Sin

embargo, Rudra se mostraba bastante indiferente. Margaret prosiguió.

“Dicen que mientras su señor se recuperaba de las heridas en la montaña, las sombras

envenenaron el corazón de toda criatura que encontraban a su paso, creando un ejército para

Rakshasa, quien resucitaría de nuevo para dominar nuestro mundo. Pero la reina también

lanzó un conjuro. Antes de que el despertar sucediera, un guerrero procedente de otro mundo

aparecería en Ádama para enfrentarse a los poseídos y derrotar al malvado rey, confinándolo

de nuevo en el monte de Kailasa hasta su nuevo resurgimiento”.

Liz interrumpió a Margaret.

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- ¿Un guerrero… de otro mundo?

- En efecto, eso dice la leyenda – la miró sonriente – se dice que el retorno de Rakshasa

está próximo y que pronto comenzará una nueva cruzada.

Liz permaneció en silencio, con los ojos como platos.

Aunque era algo imposible de creer, empezaba a encontrar, en cierto modo, algún sentido a

lo que le había pasado. Pero eso era imposible… ¿o no?

- Madre, no le llenes la cabeza de tonterías. Eso no son más que cuentos.

- Hijo mío, no sólo es real lo que se puede ver y tocar. Hay tantas cosas en este mundo

que todavía desconoces, pero no por ello significa que no existan.

- Ya. ¿Me estás diciendo que un guerrero de otro mundo llegará caído del cielo para

salvarnos a todos? Seguro… - se burló con cierta acidez en sus palabras.

- Ya se verá.

La mujer le dedicó a Liz una sonrisa, pero ésta no le prestaba atención alguna. Estaba

pálida, intentando asimilar la historia que acababa de oír. Margaret la sacó de sus

pensamientos.

- Elizabeth, querida, ¿de dónde decías que venías?

- ¿Eh?

La miró con la cara desencajada, sin poder articular palabra. No sabía ni que contestar a

aquella pregunta.

Antes de escuchar aquella historia creía que estaba en algún pueblo perdido de la mano de

dios cercano a la montaña que visitó con sus amigos… Pero ahora… No sabía qué responder

para no sonar como una pirada. ¿Acaso era cierto que estaba en otro mundo diferente a la

Tierra y que, de alguna manera, había viajado en el tiempo o el espacio, o vete tú a saber?

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Verdaderamente sonaba a majadería incluso para ella, así que decidió esquivar la pregunta lo

mejor que pudo.

- ¡Uy! De muy, muy lejos, jeje – trató de reír de manera natural, sin demasiado éxito.

- ¿Cómo de lejos?

- No sabría decir… - intentaba pensar lo suficientemente rápido como para sonar

convincente – el caso es que… viajamos mucho desde que soy niña…

- ¿Viajáis? – preguntó Rudra extrañado.

“Piensa, piensa Liz…”

- ¡Mercaderes! Eso es… mi familia… somos nómadas, viajamos por el mundo… no

recuerdo siquiera donde está mi país… - mintió.

- Vaya, mercaderes… ¿Y cómo has llegado aquí? – insistió – ¿cómo acabaste en mitad

del valle?

- Pues…

“Un remolino de agua me engulló y una luz dorada me transportó hasta aquí…” pensó…

No podía decir eso…

- Me separé del grupo… - prosiguió - yo… - se le acababan las ideas…“vamos Liz,

piensa…” - ¡vi un conejo blanco y lo seguí! – adiós a sus dotes inventivas.

“Lo siento Alicia, te he robado la historia…” Aunque en cierto modo así se sentía, como

Alicia en el País de las Maravillas, y seguro que no conocían el libro en ese lugar, así que…

- Me perdí y acabé aquí.

- Un conejo… - repitió Margaret poco convencida – y ¿no se dieron cuenta de que te

separaste?

- Bueno…

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“Y dale con las preguntitas…” pensó

- Somos un grupo muy grande y… de cuando en cuando alguien se queda en alguno de

los lugares que visitamos… no es extraño que falte gente… pero ya volverán a buscarme…

- Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, ¿verdad madre? – dijo Rudra sonriente.

Por increíble que pareciera, parecía que el joven había mordido el anzuelo, aunque su

madre no se veía tan convencida.

- Claro, ésta es tu casa.

Y ahí se quedó el tema.

Liz se sintió aliviada de que el interrogatorio por fin hubiera terminado.

Después de la charla, recogieron la mesa, y Liz y Rudra salieron a buscar a Anna, que se

encontraba en el establo. Al poco rato, el muchacho se marchó al pueblo a trabajar; estaría

fuera todo el día y volvería casi al anochecer.

No es que tuviera un trabajo fijo, más bien ayudaba aquí y allá para conseguir algún

dinerillo, pero donde más tiempo pasaba era en la casa del herrero. Desde hacía casi un año, se

dedicaba a ello casi enteramente, aunque siempre que surgía algo en otro sitio, aprovechaba

para sacarse un par de perras más.

Margaret le contó a Liz que en esa zona cada vez había menos gente joven. Llegados a una

edad, la mayoría se dirigían hacia el sur, a la capital Chang, más rica y próspera; por ello, los

habitantes de Hern Tsuin agradecían la presencia y ayuda del muchacho. Y las jovencitas

también. Aunque Rudra ya estaba más que en edad de casarse, nunca había mostrado

demasiado interés en las chicas del pueblo, y no porque ellas no lo intentaran. Sin embargo, su

prioridad era su familia. Desde que su padre los abandonara, él se había echo cargo de su

madre y su hermana, y no tenía tiempo para pensar en chicas.

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Mientras su hermano estuvo fuera, Anna se dedicó a enseñarle el lugar entero.

Visitaron el granero, donde vivían las gallinas, que les daban huevos frescos, que, o bien

usaban, o vendían en el pueblo. También vivían otros animales en la granja, como Chibi, el

pequeño poni, uno de los favoritos de la pequeña, y Silver, un precioso caballo gris moteado,

que hacía honor a su nombre, pues su pelaje al sol brillaba como la plata; habitaban en un

pequeño establo dentro del mismo granero. Después estaba Rosalie, una enorme vaca que les

proporcionaba leche fresca, y su pequeña Lady, de apenas unos meses de vida. Además,

poseían un par de cabras y varias ovejas que proporcionaban queso y lana.

Todo le parecía como sacado de un cuento y, acostumbrada a la vida de ciudad, le resultaba

fascinante pensar que se pudiera vivir así.

No tenía idea de cuanto estaría allí, pero tenía que reconocer que todo lo que estaba

sucediendo la intrigaba y entusiasmaba a la vez.

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ADITI

Aquella tarde, como otra cualquiera desde que dio a para en aquel extraño lugar, Liz y

Anna esperaron a que Rudra regresara del poblado para después ayudar a Margaret a preparar

la cena. El joven llegaba con bastante retraso y ya casi había anochecido por completo sin que

diera señales de vida. Liz estaba muy preocupada, aunque a la pequeña no pareció importarle

demasiado; decía que a veces su hermano llegaba muy tarde y que, cuando eso pasaba, solía

estar de muy mal humor.

Liz escuchó lo que le pareció el ruido de cascos a lo lejos, galopando, y atisbó con alivio

como Silver aparecía en el horizonte.

En apenas unos minutos ambos llegaron a donde las chicas se encontraban y comprobó que

Anna tenía razón; Rudra traía cara de pocos amigos y ni siquiera las saludó. Dejó al caballo en

el establo y se metió en casa, seguido por las dos.

Su madre le preguntó por el recado que le había pedido, pero al parecer el herrero había

tenido que salir fuera durante todo el día por un encargo y el joven había estado trabajando

solo hasta muy tarde, así que, para cuando terminó, las tiendas habían cerrado y no pudo

comprar lo que necesitaba.

- Pues ya sabes lo que toca… - se quejó ella, volviendo a sus quehaceres en la cocina.

Rudra resopló con mala cara y salió fuera de un portazo. Liz lo siguió sin entender su

enfado. Él gruñó que volviera dentro, pero no le hizo ni caso y acabó siguiéndolo de todos

modos.

Ambos se dirigieron al granero. Al llegar Rudra cogió un hacha y comenzó a cortar leña.

Liz lo observaba sentada en un lado mientras trabajaba. Se quedó mirando los pollitos que

correteaban a sus pies.

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- Como me gustan – susurró para si misma.

Pero el joven no dijo nada, estaba demasiado ocupado con la madera.

Se sorprendía de lo trabajador que era; se había pasado el día entero ocupado en el pueblo y

nada más volver seguía trabajando duro para su familia. Pensó en lo vago que era su hermano

en casa. Jamás ayudaba en nada, aunque ella tampoco es que se rompiera los cuernos. Su

madre era la que siempre hacía todo y, sin embargo, nunca había reparado en lo cansada que

debía sentirse la pobre trabajando todo el día en el instituto y después en el hogar.

Sintió un pinchado en el pecho, invadida por la nostalgia y el arrepentimiento, y decidió

que la compensaría cuando volviera a su casa, si es que volvía…

Mientras pensaba en todo aquello, no le quitaba el ojo de encima al muchacho. De tanto

sudar se había quitado la camiseta y lucía unos músculos bien formados en el torso. Podía ver

como cada uno de sus brazos se movía arriba y abajo mientras cortaba la leña, y también se

fijó en los enormes pectorales que poseía, y en sus abdominales a lo tableta de chocolate.

Hasta en la espalda exhibía músculos que no sabía ni que existieran.

Sin darse cuenta se sorprendió examinándolo de arriba a abajo, sin poder apartar la mirada,

y en ese momento la cazó.

Su corazón comenzó a latir más rápido y empezó a acalorarse, apartando la mirada,

avergonzada, mientras trataba de disimular jugueteando con sus manos. Oyó como Rudra

paraba de cortar leña y lo miró de soslayo. Entonces vio que tenía sus ojos clavados en ella.

Fue tal su sorpresa, y su vergüenza, miró al suelo sin mediar palabra, a la vez que notaba sus

mejillas arder. Estaba roja como un tomate. Acercó la mano a su frente, simulando rascarse

para en el fondo cubrirse.

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El joven sonrió y se sonrojó también. Muy despacio, se acercó a ella, haciendo que su

corazón se desbocara. De tan nerviosa que estaba, cerró los ojos intentando calmarse.

- Escoge uno – dijo de pronto.

Liz levantó la mirada y vio que Rudra se encontraba a escasos centímetros de su rostro.

- ¿C…cómo?

El muchacho señaló hacia los pollos

- Que escojas uno.

- ¿Para… qué?

- Tú escoge uno, el que quieras – la muchacha los miró durante un rato. De entre el gran

número que había vio a un precioso pollito con una manchita en el ala.

- Ése – señaló.

- Ése es muy pequeño, otro – Liz lo miró extrañada, sin entender a qué venía todo

aquello.

Mientras recorría con la mirada cada polluelo, otro llamó su atención. Era de un color más

oscuro que el resto y de mayor tamaño que el anterior.

- Ése, ése me gusta, el oscurito.

- ¿Éste? – Rudra se acercó al pollo.

- Sí, ése. Me gusta porque es más oscuro que el resto y parece… - antes de que pudiera

terminar la frase, el muchacho cogió al pobre animal y le partió el cuello.

Liz gritó horrorizada cubriéndose la bosa con ambas manos.

- ¡Dios mío! ¡¿Pero qué haces?!

- Es la cena. Éste es el que querías ¿no?

- Sí, porque era mono, no porque quisiera que le retorcieras el pescuezo – le reprendió.

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- Lo siento, pero no pude comprar la carne que mi madre me pidió, así que tengo que

improvisar. Pensé que querías ayudar, por eso te dejé escoger.

- Pero me podrías haber dicho qué iba a escoger, si lo llego a saber…

- ¿Qué te pensabas, que te lo iba a regalar? – bromeó.

Liz sintió como si le estrujaran el pecho.

- ¡Eres un salvaje! – bramó enfurecida con lágrimas en los ojos mientras salía corriendo

del corral. Rudra se quedó allí pasmado.

Cuando llegó a la casa se fue directamente a su habitación.

Margaret intentó convencerla para que bajara a comer, pero alegó no tener hambre. No

quería ver ni hablar con nadie. Se metió en la cama, enfadada consigo misma por su reacción.

Sabía que Rudra no tenía la culpa, pero...

Una vez Margaret le contó que no se alimentaban de sus animales, sino que compraban en

el pueblo, pero a veces había excepciones. Lo entendía. Sin embargo, no estaba acostumbrada

a ver algo así, pues en su mundo la gente compraba en los supermercados la carne ya

preparada, sin necesidad de pasar por el proceso que acababa de presenciar. No podía quitarse

de la cabeza la horrible escena.

Después de mucho rato de llorera, recordando al pobre animalillo, se durmió.

Frente a ella se encontraba el polluelo, aún vivo, correteando por el corral con los otros,

pero al instante, yacía inmóvil en mitad del campo. Corrió a su encuentro, se arrodilló junto a

él y lo estrechó entre sus brazos. Entonces, sin saber cómo, una luz verdosa comenzó a brotar

de su cuerpo, envolviendo al animal moribundo. Volvió a mirarlo, pero ya no estaba, se había

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esfumado. Lo buscó desesperada con la mirada, y cuando lo encontró vio que se encontraba de

pie, en el prado, envuelto en la misma neblina verdosa y correteando de nuevo. Liz sonrió.

Todos los animales de la familia aparecieron de repente frente a ella, pastando

plácidamente en la pradera. Cerró los ojos y se concentró en todos los sonidos que había,

perdiéndose en ellos. Oyó el mugir de Rosalie y el relinche de Silver; a lo lejos escuchó a los

pájaros piar y multitud de otros sonidos animales y de insectos revoloteando. También

apreciaba el ruido del viento al mecer las hojas de los árboles.

De forma inesperada escuchó una risita infantil y abrió los ojos.

A escasos metros encontró a una niña desnuda, con el cuerpo algo translucido y de un tono

verdoso, que la miraba sonriente. Tenía la extraña sensación de haberla visto antes.

Su pelo era corto, de color verde oscuro y muy alborotado. Se fijo en que a la altura de las

rodillas su contorno se volvía irregular, terminando en una especie de estela diáfana. La miró a

los ojos y en su mirada vio una luz especial, diferente a la de otras niñas, salvaje, pero de gran

pureza.

Le preguntó por su nombre, pero no contestó, sólo rió.

Todos los sonidos que antes se le antojaban suaves y armoniosos comenzaron a

intensificarse hasta tal punto que tuvo que taparse los oídos debido al alboroto. En ese

momento escuchó en su mente una voz femenina y todo ruido enmudeció.

“¿Lo quieres?”

Miró a la niña, intuyendo que la voz provenía de ella, pero sin saber a qué se refería. Sintió

como la brisa suave mecía su pelo y de nuevo escuchó su voz.

“Tuyo será”.

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La pequeña levitó hacia ella hasta fundirse con su cuerpo en un abrazo. La joven cerró los

ojos, dejando que una multitud de sensaciones la invadieran. En su mente escuchó de nuevo

aquella armoniosa voz.

“Aditi”.

Y entonces un estallido procedente de todas partes se apoderó de ella, no sólo sonidos, sino

también impresiones sobre su entorno. Sintió como todo su alrededor la envolviera,

haciéndose una con ello. Miró a sus pies y vio que éstos se fundían con la hierba, y de sus

brazos brotaron ramas y hojas. Intentó moverse, pero era demasiado tarde, pues su cuerpo era

rígido e inerte.

Quiso gritar, pero de su boca salió una especie de sonido animal irreconocible, mezcla de

muchos a la vez.

Abrió los ojos, extasiada, y se encontró de nuevo en su habitación. Aún no había

amanecido.

“Un sueño” pensó mientras frotaba sus ojos con sus manos. Se dio media vuelta y volvió a

dormirse sin demasiada dificultad, olvidando lo que acabada de visionar.

A la mañana siguiente se levantó algo cansada. Recordaba vagamente el extraño sueño que

había tenido, pero apenas le dio tiempo a pensar en ello. Las tripas le rugieron con gran

ferocidad y se dio cuenta de que estaba muerta de hambre, pues la noche anterior no había

cenado, así que se levantó de la cama y bajó a la cocina.

Margaret se encontraba allí preparando el desayuno.

- Buenos días, Elisabeth. ¿Te encuentras mejor hoy?

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- Buenos días – saludó con amabilidad – sí, gracias, ya estoy mejor, aunque me muero

de hambre…

- No se hable más – dijo mientras comenzaba a servir alimentos en la mesa – come todo

lo que quieras.

- Gracias.

Liz se sentó y comenzó a desayunar, intentando controlarse para no engullir la comida.

- Rudra me contó lo que pasó ayer en el granero - casi se atraganta al escuchar a la

mujer. Paró en seco y bajó la mirada – es un buen chico, pero a veces es un poco brusco – no

se detuvo en sus quehaceres mientras hablaba – ya sabes que no solemos alimentarnos de

nuestros propios animales, pero cuando lo necesitamos, es él quien hace el trabajo sucio y le

pone de muy mal humor.

Liz se sintió aún peor tras escuchar aquello. Ahora entendía su actitud la noche anterior.

- ¿Se ha marchado ya al pueblo?

- No – la mujer la miró sorprendida – está en el granero limpiando las cuad.... – antes de

que siquiera terminara la frase, Liz salió disparada como una bala fuera de la casa - …dras.

Margaret miró hacia la puerta sonriente y después continuó con lo que estaba haciendo.

Cuando llegó, encontró al joven atareado con el rastrillo y la escoba. Se quedó en la puerta,

observándolo, y pensando en la manera de disculparse. No sabía por donde empezar ni como

siquiera dirigirse a él.

Mientras estaba absorta en sus pensamientos Rudra apareció a su lado, igual que la noche

anterior, sorprendiéndola más esta vez por no esperárselo siquiera.

- ¿Piensas quedarte en la puerta todo el día?

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De un bote, entró disparada en el granero, roja como un tomate, y se sentó en uno de los

bancos opuestos a donde se encontraba. Él volvió a sus labores bajo la tímida mirada de Liz,

quien de reojo lanzaba miradas al aire sin saber que decir.

En su cabeza repetía una y otra vez el mismo discursillo de disculpar, pero cada vez que

trataba de hacerlo en voz alta, la garganta se le secaba y de ella no salía más que un sonido

gutural atragantado. Estaba a punto de darse por vencida cuando él intervino.

- Escoge uno.

- ¿Qué?

- Que escojas uno, da igual el tamaño – dijo señalando a los pollitos.

“¿Otra vez?” pensó ella.

- Rudra, no creo que sea una buena idea…

- Tú hazlo – insistió.

Miró a su alrededor, con miedo, y volvió a reparar en aquel pequeño pollito con la

manchita en el ala. Sonrió mientras lo miraba, pero enseguida meneó la cabeza, temerosa de

sentenciarlo a muerte también. Rudra se dirigió al animal y lo cogió con sus manos.

- ¿Éste te gusta?

- Sí, pero… - vaciló.

Se quitó la cinta roja que cubría su frente y la ató al animal con cuidado. Después se dirigió

a la muchacha con el pollito entre sus brazos y lo colocó en su regazo.

- De ahora en adelante éste será tuyo, será sagrado, y nadie podrá ponerle la mano

encima – Liz lo miró sorprendida – como lleva el lazo no me confundiré la próxima vez –

añadió con una media sonrisa.

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Los ojos de la joven se volvieron acuosos y por acto reflejo bajó la mirada, tratando de no

ser descubierta. Pero era demasiado tarde. Rudra se acuclilló frente a ella, preocupado, pues

no entendía el por qué de sus lágrimas, y pensó que de nuevo había metido la pata.

- Perdóname Elizabeth – susurró con delicadeza - yo… no sé muy bien cómo tratar a las

chicas, y a veces soy un poco bruto, pero…

- Liz… - lo interrumpió.

- ¿Qué?

- Llámame Liz – pidió mientras recogía sus cabellos detrás de la oreja, despejando su

rostro sonriente.

El corazón del muchacho dio un salto y sus mejillas se sonrojaron.

- Siento haberte llamado salvaje. No lo eres en absoluto, al contrario, eres un cielo – de

besó su mejilla con dulzura, lo que hizo que se pusiera aún más colorado.

En el instante en el Liz que se dio cuenta de lo que acababa de hacer, y de lo cerca que

estaban el uno del otro, sus carrillos se enrojecieron, ardientes, a la vez que su pulso se

intensificaba y sus pulmones se cerraban de nerviosa que estaba. Nunca jamás había sentido

algo parecido, ni siquiera junto a Yoyo.

Un cúmulo de emociones se apoderó de ella y comenzó a temblar como una maraca.

El tiempo se detuvo por completo, y ambos se quedaron inmóviles, escrutándose el uno al

otro, siendo el martilleante sonido de sus latidos la única música de fondo.

Sus caras casi podían tocarse y se iban acercando el uno al otro más y más, muy despacio,

cada vez más cerca. Era como si una fuerza magnética se hubiera apoderado de ellos y los

atrajera entre sí, destinados a fundir sus labios en uno solo. Ya apenas unos pocos centímetros

se interponían en su camino.

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La cabeza de Liz daba vueltas sin parar y pensó que se desmayaría de un momento a otro.

Justo cuando sus labios casi podían rozarse, la inoportuna voz de Anna los interrumpió.

Liz pegó tal bote que a punto estuvo de lanzar al pajarillo por los aires. La reacción de

Rudra tampoco fue para menos, quien dio un salto hacia atrás, separándose de la muchacha.

Ésta se levantó con el pollito aún entre sus brazos y, en respuesta a la llamada de la niña, se

dirigió tambaleante hacia la puerta, aún sobrecogida. Rudra, aún inmóvil, la observó partir

conmocionado. Cuando llegó al umbral se detuvo y se giró hacia el muchacho.

- Muchas gracias por el regalo, Rudra – dijo tímidamente, evitando mirarle a los ojos.

- De nada Eliza… - antes de que terminara la joven lo interrumpió.

- Liz, llámame Liz, así es como me llaman mis amigos.

- De nada, Liz – le devolvió la sonrisa.

Y de manera apresurada se marchó.

Al salir, una vez fuera de la vista del muchacho, y antes de encaminarse hacia la casa, se

apoyó contra la pared, tratando de recobrar el aliento y la compostura.

Aún podía sentir su sangre bombeando con fuerza en sus sienes, y su rostro ardiendo. ¿Qué

demonios acababa de pasar ahí dentro? Algo desconocido comenzaba a crecer dentro de ella;

algo emocionante, pero aterrador al mismo tiempo…

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LA CONFESIÓN

Habían pasado ya un par de semanas desde que Liz se instalara en casa de Rudra y su

familia.

Cada mañana el muchacho se marchaba a trabajar al pueblo, mientras que su madre y Anna

se quedaban en la cabaña. Liz solía quedarse con ellas y ayudar en la casa o jugar con la

pequeña, pero a veces acompañaba al joven al pueblo.

Hern Tsuin la enamoró desde el primer momento en que lo visitó. Era un pueblecito como

los de antaño, de esos que Liz creía ya no quedaban en el mundo, con su pozo en el centro de

la plaza y apenas unas pocas casas, alguna de la cuales incluso hacían las veces de tienda,

como en los cuentos. Las mujeres se reunían en las fuentes para charlar sobre el día y algún

que otro cotilleo, aunque últimamente ella era el centro de todas las habladurías; los niños, por

su parte, se divertían alrededor de la plaza con los perros, correteando de aquí para allá y

jugando con palos, piedras, cajas o lo que fuera que encontraran.

La más grande de las construcciones era la del alcalde, protegida por una muralla de piedra

y cuyo único acceso era el portón de entrada que daba a los jardines de la vivienda. Alrededor

del poblado había campos con multitud de ganado y diferentes cosechas.

Se sorprendía de lo fácil que le había resultado adaptarse a la situación, aunque sabía que

tarde o temprano debería marcharse de allí en busca de una forma de volver a su casa, y cada

vez le dolía más siquiera pensar en ello.

Con frecuencia se preguntaba qué sería de su familia y sus amigos. Debían de estar muy

preocupados, sin saber donde se encontraba, cosa que tampoco tenía muy claro.

Aún con todo, disfrutaba de sus días con aquellas gentes, especialmente de la compañía de

Rudra. Después del incidente en el granero, la amistad entre ambos había crecido

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enormemente. Sin embargo, había tratado de evitar detalles acerca de su procedencia, aunque

él tampoco había indagado demasiado. Disfrutaban con las historias del otro.

Esa mañana se encontraban visitando una preciosa pradera.

El día era claro y el sol brillaba alto, a la vez que una suave brisa refrescaba el campo lleno

de flores, cuyas fragancias inundaban el lugar y el canto de los pájaros se oía en cada rincón.

Miró al cielo, protegiéndose los ojos con su mano, e inspiró con fuerza hasta que sus

pulmones se hubieron llenado de aquel puro aire, soltándolo con una gran sonrisa.

De pronto el cielo se nubló y todo sonido desapareció. La refrescante brisa se volvió gélida

y un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. El silencio y la oscuridad engulleron

aquel espacio por completo y todo a su alrededor desapareció.

Estaba completamente paralizada y por más que lo intentara no conseguía mover ni un solo

músculo. Sintió de pronto ser observada desde algún lugar, acechando desde la penumbra. A

su espalda notó movimiento y su pulso se aceleró al instante; algo se acercaba a ella muy

lentamente, sigiloso y precavido. Con gran esfuerzo consiguió voltearse, y atisbó a duras

penas lo que parecía la silueta de una persona, grande y robusta.

Por su tamaño y corpulencia parecía un hombre, aunque era más grande de lo normal.

Junto a él advirtió que algo se agitaba, no pudiendo discernir más que una enorme masa negra.

Centró su mirada en aquella forma que parecía una especie de animal, pero de tamaño

descomunal. El bulto comenzó a desplazarse hasta situarse delante de la silueta, justo frente a

ella. Percibió como el cuerpo de la bestia se retraía, sintiéndose peligrosamente amenazada. El

cazador se preparaba para abalanzarse sobre su presa.

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Comenzó a correr hacia ella, a cámara lenta, lo que aumentaba aún más su miedo. A

medida que se iba acercando, pudo distinguir que se trataba de un inmenso felino negro con

ojos color sangre y unas fauces de gran tamaño, dispuestas a engullirla de un bocado. Pero su

cuerpo no respondía, estaba petrificada y era incapaz de moverse.

La bestia se fue acercando más, hasta quedar a escasos metros de distancia, momento en el

que saltó, abriendo su enorme boca. Cuando estaba a punto de caer sobre ella, Liz cerró los

ojos y soltó un fuerte grito.

De un salto se incorporó. Su cuerpo estaba todo bañado en sudor y su corazón latía

desbocado. Todavía le costaba respirar y se sentía muy angustiada.

A medida que se iba relajando, se percató de que se encontraba en la que, de momento, era

su habitación, sobre la cama. Se tendió de espaldas y miró al techo mientras su respiración se

normalizaba y su corazón volvía a su ritmo normal.

- Un sueño… sólo ha sido un sueño… - se repitió en voz alta.

Se volvió hacia la ventana y vio que entraba algo de luz por ella. Ya había amanecido,

aunque era más temprano que de costumbre.

Se frotó los ojos y decidió no dormir más. No deseaba volver a sufrir ningún otro sueño

perturbador.

En la mesa había un cuenco con agua y una toalla, así que se levantó, se lavó la cara y se

acercó al armario. Cogió el vestido granate que Margaret le había regalado y se vistió.

Después bajó a la cocina y allí encontró a la mujer preparando la mesa para el desayuno.

Aquella escena le recordó a su propia madre y se dio cuenta de lo muchísimo que la echaba de

menos. Margaret se volvió hacia ella y le dedicó una enorme sonrisa.

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- Buenos días Elizabeth, hoy te has levantado muy temprano.

- Buenos días – contestó – sí… no podía dormir, así que pensé que podría ayudarla con

el desayuno.

- ¿Te encuentras bien? Te veo triste.

- Oh, no es nada, es que al verla allí me recordó a mi madre y…

- Los echas de menos ¿verdad?

- Sí, mucho. Además estoy muy preocupada porque desaparecí de repente. No sabrán

donde estoy ni cómo encontrarme, y yo no sé cómo volver ni comunicarme con ellos así

que… - se detuvo. Estaba dando más información de la que debía – quiero decir… no sabrán

donde buscarme y… ya estarán muy lejos y… - no se le ocurría nada que decir.

En el fondo sabía que Margaret tenía sus sospechas acerca de ella, pero ¿qué podía decir?

Ni ella misma tenía una explicación razonable.

- Bueno, siempre pueden desandar sus pasos para encontrarte, ¿o no? – en su tono se

denotaba algo que Liz no pudo identificar… ¿ironía, duda, sarcasmo…?.

- Sí… claro… - con una sonrisa algo forzada cambió de conversación - ¿qué tenemos

para desayunar hoy?

- Pues no lo sé… no hay mucho en la despensa – entonces el rostro de la mujer se

iluminó – ¡tengo una idea! ¿Por qué no nos preparas algo típico de tu país para desayunar?

Aunque no sé qué cosas se comen allí… puede que no tenga nada útil… ¡ay, qué desastre!

¿Me dará tiempo de ir al pueblo? – Liz sonrió.

- Tranquila, la verdad es que con lo que tenemos aquí hay más que suficiente. Si le soy

sincera, no soy muy buena cocinera… Mi madre es la que siempre prepara las comidas. Yo

apenas sé freír unos huevos y calentar algo en el microondas.

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- ¿Microondas? – la miró extrañada – nunca antes lo había oído, ¿es algún utensilio de

cocina o una técnica típica de tu tierra?

- Olvidaba con quien hablaba… - musitó – no importa… ¿qué hay?

- Vamos a echarle un ojo a la despensa – dijo dirigiéndose a la portezuela.

Las dos se pusieron manos a la obra y con unos huevos, leche, algo de queso y carne se

dispusieron a preparar el desayuno.

En la casa había un pequeño horno en el que Margaret hacía pan cada mañana, por lo que

cogieron harina y comenzaron a amasarla. Liz estaba emocionada. Sólo había horneado pan en

la escuela, de muy pequeña.

- Pareces disfrutar con ello.

- Sí, nunca antes había preparado pan, excepto cuando fui a la granja con la escuela.

Todavía recuerdo el nombre de la profesora que nos enseñó. Adelaida. Estaba tan emocionada

en el autobús pensando en la cara de mi madre cuando viera mi panecillo…

- Parece que en el sitio de dónde vienes las cosas son muy diferentes a las de aquí – Liz

se quedó callada. Había vuelto a meter la pata con sus comentarios. Margaret la miró muy

seria.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?

- Claro – contestó no demasiado convencida sin dejar de amasar.

- Pero quiero que seas franca conmigo – Liz bajo la mirada mientras asentía con la

cabeza – tú no eres de por aquí, ¿verdad?

- No, claro, ya le dije que… - la mujer la interrumpió.

- Me refiero a “de por aquí” – dijo señalando al mapa de Ádama que tenía en la pared.

Liz se detuvo, suspiró abatida y, tras unos segundos de meditación, negó con la cabeza.

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- ¡Lo sabía! – exclamó emocionada, lo que sorprendió a la chica – sabía que eras tú,

después de todo no hay nadie que se te parezca por estas tierras. El color de tu pelo, tus ojos…

desde el primer momento en que te vi lo supe. ¡Eres de otro mundo!

- Pero míreme Margaret – la interrumpió - yo no soy una guerrera, yo soy… - se detuvo

unos instantes tras los cuales exclamó desconsolada- ¡soy universitaria! ¿Cómo se supone que

voy a luchar contra monstruos y kinays, o lo que sea? Eso ni siquiera existe en donde yo

vivo… ha tenido que haber una equivocación… todo esto no tiene sentido… yo no…- guardó

silencio. Margaret vio como los ojos se le humedecían.

- Es posible que ahora no entiendas nada de lo que te está pasando, pero llegará un

momento en que todo tenga sentido – posó la mano sobre su hombro – todo ocurre por una

razón.

- Por favor, no se lo diga a Rudra… no quiero que piense que soy una… tarada… -

recordó la reacción de su padre cada vez que hablaba de sus “cosas”, o de sus compañeros de

instituto, y no deseaba ver la misma expresión de burla o rechazo en el rostro del muchacho.

Margaret asintió.

En ese mismo instante oyeron unos pasos acelerados que se acercaban hacia la cocina y en

apenas unos segundo apareció la pequeña Anna. Liz se secó las lágrimas de inmediato.

Cuando la niña entró en la sala miró hacia la mesa y su rostro de iluminó.

- ¡Ala! ¡Qué de cosas! Mami, ¿lo has preparado tú todo? Menudo trabajo – Margaret y

Liz miraron a la pequeña y no pudieron evitar reír.

- No cariño, hoy me ha ayudado Elizabeth. Ha hecho un desayuno como los que

preparan en su tierra – miró a la joven con una sonrisa y le guiñó un ojo – se ha esforzado

muchísimo en hacerlo – a Liz se le subieron los colores.

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- ¿En serio? ¡Vaya! Muchas gracias, Liz – dijo agradecida la pequeña con una gran

sonrisa – qué suerte, si te quedas para siempre podías preparar más desayunos como éste, y

jugaríamos todos los días.

Quedó cautivada por las palabras y la inocencia de la niña. Una parte de ella deseaba que

aquellos días no terminaran nunca, pero sabía que tarde o temprano debería partir de aquel

lugar en busca de respuestas.

A los pocos minutos, Rudra apareció por la puerta y, sin esperárselo, se encontró cara a

cara con la muchacha, iluminándosele el rostro.

- Bu... buenos días – saludó tras aclararse la garganta – vaya, hoy hay reunión de

mujeres demasiado temprano.

- Claro, como eres un dormilón, siempre te levantas el último – le echó en cara la

pequeña.

- Bueno, bueno. Vamos a desayunar, que Elizabeth ha preparado muchas cosas ricas –

apremió Margaret. Rudra se sorprendió.

- ¿Lo has preparado tú? – preguntó.

Ella asintió tímidamente.

- Sí… bueno… no es gran cosa, pero…

- Vaya, tiene muy buena pinta – el joven fue directo a la mesa, se sentó y comenzó a

servirse, llevándose el primer bocado a la boca – mm… ¡qué rico!

- ¡Eh! No vale, no te lo comas todo ¡glotón! – la niña corrió a la mesa y comenzó a

comer – mm… es verdad, ¡está buenísimo!

- Vaya, me voy a poner celosa – rió Margaret mientras se dirigía a la mesa.

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Liz se sintió feliz de que la familia disfrutara de su comida y también orgullosa, pues era la

primera vez que cocinaba algo. En casa Miki siempre se metía con ella y decía que la comida

de su madre era mucho mejor, así que Liz dejó de intentarlo, a pesar de que su madre siempre

la animara. Aquel día preparó un desayuno como los que ella solía hacer cuando era niña. La

nostalgia volvió a invadirla, pero trató de no dejarse llevar por ella y disfrutar de su delicioso

desayuno casero.

Cuando terminaron, Rudra se dispuso a marcharse al pueblo a trabajar. Anna estaba muy

disgustada. Su hermano le había prometido que irían a la montaña con ella a recoger flores y

fruta. Sin embargo, Rudra no había podido terminar un encargo el día anterior y necesitaba

terminarlo en ese día. Así, Liz decidió acompañar a Anna primero y más tarde Rudra se

reuniría con ellas.

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EL ATAQUE

El joven se marchó tan pronto como tuvo todo preparado, de esa manera no tardaría mucho

en regresar. Como habían acordado, se llevaría a Silver para acortar tiempo. Los aldeanos

decían que era el caballo más veloz de todo el reino.

Siendo sólo un potrillo, Rudra lo encontró perdido en la montaña. Pensó que la manada

habría sido atacada y huido, dejando atrás a la pobre criatura. La familia lo crió en libertad,

dejándolo a sus anchas por donde quisiera ir, aunque éste nunca había abandonado la cabaña.

Después de que el muchacho se fuera, las mujeres volvieron a la casa a organizar todo lo

necesario antes de partir. Prepararon algo para almorzar en la pradera, y cargaron a Chibi con

las cestas.

Una vez todo estuvo preparado emprendieron la marcha.

Charlaron animadamente durante el camino. Anna le enseñó a Liz algunas de las canciones

típicas de aquel lugar mientras que Liz escuchaba con atención aquellas bellas melodías,

cargadas de armonía y musicalidad. Ella, por su parte, se abstuvo de cantar, alegando no tener

buena voz. No es que no le gustara la música, al contrario, le encantaba, especialmente la

clásica, pero hacía tiempo que no la había vuelto a escuchar, abandonando también su gran

pasión, el piano.

Siendo niña había asistido a clases, practicando incesantemente desde los cinco años; se

pasaba horas y horas perdida entre las melodías que aquellas mágicas notas hacían brotar. Sin

embargo, en la adolescencia lo dejó de manera radical y desde entonces no había vuelto a

tocar ni un solo instrumento. Su padre nunca perdonó que lo hiciera, cosa que afianzó más su

determinación, pues él había sido la razón de que lo dejara. Fue su venganza por no aceptarla

como era. Pero aquellos tristes recuerdos habían caído en el olvido desde hacía tiempo.

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Hacía un día fantástico. El sol brillaba alto sin apenas nubes en el cielo, calentándolo todo,

al tiempo que una suave brisa refrescaba el ambiente. Cuando por fin llegaron a su destino, el

valle preferido de Rudra, se situaron en mitad de la pradera, rodeados de flores y sin árboles

en la cercanía. Descargaron la bolsa que llevaba Chibi y extendieron un mantel sobre la

hierba, colocando todo lo necesario para almorzar.

Aun siendo ya era hora de comer, Anna quería seguir jugando un rato más, así que Liz le

enseñó lo que más le gustaba de niña: el veo-veo. En este juego, una de las personas debía

pensar en una cosa que estuviera visible y las otras, adivinar mediante preguntas de qué se

trataba, teniendo sólo como pista la inicial de la palabra. A la niña le encantó, y fue difícil

convencerla para que pararan, aunque después de un rato, cuando las tripas comenzaron a

rugirle, decidió descansar, y por fin los tres, Liz, Anna y Chibi, almorzaron plácidamente en

aquel magnifico prado.

Se podía oír el cantar de los pájaros, y miles de insectos deambulaban por el lugar. Incluso

vieron algún animalillo correteando en la lejanía.

Después de comer, las dos se tendieron sobre las flores a descansar. Justo cuando Liz

estaba a punto de dormirse, la niña la interrumpió, demandando su atención, por lo que se le

ocurrió jugar a descubrir formas diferentes en las nubes utilizando su imaginación.

Liz miró hacia el sol, protegiendo los ojos con una de sus manos para no dañarlos. De

repente, una enorme nube gris lo cubrió. Se incorporó y miró hacia arriba, percatándose de

que unas nubes oscuras habían invadido todo el cielo, y el despejado y claro día se había

tornado lúgubre y siniestro. La suave brisa se transformó en un viento helado y un escalofrío

recorrió su espalda. Algo no andaba bien…

Miró a su alrededor, tratando de entender qué era lo que tanto la desconcertaba.

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- ¿Qué pasa Liz?

- Shhhh – mandó callar – no hagas ruido – su voz apenas era un susurro.

La niña se quedó muy callada durante un rato, pero no aguantó demasiado.

- ¿Has oído algo raro? – Liz permaneció en silencio.

- No, no he oído nada… - y ése era el problema.

No percibía ningún sonido. Los pájaros habían cesado su canto y no se veía ningún animal

o insecto en los alrededores; incluso Chibi se mostraba muy inquieto y relinchaba exaltado.

Algo iba mal.

Pensó que tal vez se acercara una tormenta, pero la reacción del poni era demasiado

exagerada sólo para eso. De pronto creyó oír el rugir de un animal en la lejanía, lo que

provocó que Chibi se pusiera histérico.

Un nuevo escalofrío atravesó su espalda y en su mente apareció la imagen de su sueño. Se

percató de que la situación se parecía bastante y, aunque no quería asustar a la niña, su

intuición le decía que tenía que sacarla de allí.

Se levantó y, con mucha prisa, recogió todo lo que pudo y lo metió en la bolsa. La pequeña

también se levantó. Observó desconcertada como la joven andaba de un lado para otro a toda

prisa, lo que hizo que comenzara a ponerse más nerviosa. Liz colocó la bolsa sobre el poni e

intentó tranquilizarlo con caricias y susurros; después, se volvió hacia la niña y la miró. Se

veía muy asustada y sus hombros subían y bajaban al acelerado compás de su respiración. Se

arrodilló frente a ella y sujetó sus manitas con suavidad.

- Anna, necesito pedirte un favor – su voz sonaba muy calmada y su mirada era serena y

firme – quiero que te montes en Chibi y vayas a casa tan deprisa como puedas – la chiquilla

comenzó a sollozar.

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- ¿Por qué? ¿Qué pasa?

- No pasa nada, tranquila, es sólo que parece que pronto estallará una tormenta y

necesito que me esperes allí con tu mamá.

- ¿Por qué no vienes conmigo?

Otro sobrenatural bramido hizo eco en la lejanía, obligándolas a mirar en dirección al

bosque.

- No puedo… - la joven vaciló – tengo que esperar por si viene Rudra, ¿recuerdas?

- Pero… - la niña se veía confusa.

- Anna escucha, ahora voy a montarte sobre Chibi. Quiero que te agarres muy fuerte –

cogió a la pequeña en brazos y la subió a lomos del animal.

Buscó una de las cuerdas que llevaban en las bolsas y la ató alrededor de la cintura de la

pequeña, rodeando a su vez el cuello del animal e impidiendo así que cayera al suelo. Apenas

sabía lo que estaba haciendo, se guiaba por la adrenalina.

Oyeron de nuevo un aullido, acompañado por otros, cada vez más cercanos. Eran tan

espeluznantes y feroces que la pobre Anna comenzó a temblar, sin poder reprimir las

lágrimas. Liz intentó calmarla.

- Quiero que sigas el camino del valle. Ve siempre por zona despejada, y pase lo que

pase no os internéis en el bosque. ¿Lo has entendido? – la niña asintió – si vieras a Rudra

antes que yo, dile que estoy bien, que me espere en casa. Si no viene antes del atardecer,

volveré a la cabaña, ¿de acuerdo?

Besó con ternura su frente. Después se adelantó y abrazó la cabeza del poni.

- Chibi, por favor – le suplicó - protégela y haz que llegue sana y salva a casa… - miró

al animal a los ojos.

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No sabía por qué, pero sentía como si el poni la entendiera, pues el animal movió la cabeza

de arriba a abajo mientras relinchaba y avanzó hasta encontrarse de nuevo entre los brazos de

la muchacha. Ésta lo abrazó fuertemente y le besó el hocico. Después volvió a donde se

encontraba la niña y secó las lágrimas que resbalaban por su rostro.

- Tranquila, todo saldrá bien – afirmó sonriente – Anna… - la miró con tristeza -

adiós… - y azotó Chibi, comenzando éste su marcha al galope en descenso por el valle.

Todavía podía escuchar los gritos de la pequeña, llamándola entre sollozos. Un par de

lágrimas descendieron por sus mejillas. Si estaba en lo cierto, y según su sueño, fuera lo que

fuese que había allí la estaba buscando a ella; cuanto más lejos se encontrara de la cabaña

mejor sería para sus amigos.

Se secó las lágrimas y, tras unos instantes de reflexión, dio media vuelta y se echó a la

carrera hacia la cima de la montaña.

Corrió todo lo rápido que pudo, manteniéndose alejada de la arboleda, hasta que llegó al

final de la pradera, extendiéndose al frente el frondoso bosque, y obligándola a detenerse en

seco. Algo le decía que si se internaba en aquel lugar correría mayor peligro, pero no podía

quedarse allí parada o dar media vuelta.

Otro rugido la sacó de su vacilación. El dueño de aquel monstruoso bramido se encontraba

cada vez más cerca, por lo que decidió no esperar a que llegara y siguió la marcha.

Así, a la mayor velocidad que sus piernas le permitieron, se internó en aquel oscuro monte.

Había perdido totalmente la noción del tiempo y tampoco tenía idea de adonde se dirigía;

sólo pensaba una cosa: correr y correr tan rápido y lejos como pudiera. Aunque estuviera

agotada, no podía detenerse.

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Era incapaz de decir si en verdad avanzaba o se movía en círculos, pues cada rincón

parecía el mismo lugar. Además, sentía que la oscuridad se iba haciendo más intensa y cada

vez era más difícil ver. Sabía que era cuestión de tiempo que lo que fuera que la perseguía la

alcanzara.

De pronto, percibió movimiento a su espalda. Aún a la carrera, intentó mirar hacia atrás,

pero no vio nada.

Volvió a sentir que algo se movía, ya no sólo a su espalda, sino a todo su alrededor. Oteó a

sus lados y esta vez sí pudo atisbar un par de formas que avanzaban a su misma altura. Intentó

acelerar el ritmo, pero estaba demasiado cansada y sus nervios tampoco mejoraban las cosas.

Pudo distinguir vagamente lo que parecían unas enormes bestias, similares a felinos, pero

de tamaño gigantesco. Sabía que si lo querían, ya la podrían haber atacado y devorado hacía

tiempo, pero por alguna extraña razón sólo se limitaban a perseguirla. Era una cacería y ella

era la presa.

En un descuido, mientras miraba a sus laterales, tropezó con algo y cayó de bruces al suelo,

derrapando incluso después de la caída debido al impulso de la carrera.

La persecución había terminado para su desgracia.

Levantó la mirada, dolorida, y vio con horror como sus perseguidores la acorralaban por

completo, pudiendo contemplarlos esta vez con total claridad.

Se trataban de lo que parecían seis enormes felinos de apariencia totalmente desconocida

para ella. Se asemejaban a panteras, aunque su tamaño y su ferocidad eran mayores. La parte

delantera del cuerpo era de color pardo; sin embargo, desde la mitad trasera del torso, se

dibujaban unas rayas parecidas a las de los tigres, pero de colores menos intensos y

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llamativos. Sus ojos eran de un color rosado, como teñidos de sangre, y su cuerpo emitía una

especie de humareda uniforme, oscura y siniestra, que ponía los pelos de punta.

Liz pensó que de un momento a otro se abalanzarían sobre ella y la devorarían sin piedad;

no obstante, las bestias permanecieron inmóviles, gruñendo y lanzando mordiscos al aire, pero

sin acercarse.

Poco a poco se fue levantando, bajo la atenta mirada de las fieras. Miró a su alrededor,

tratando de analizar su situación.

No tenía escapatoria. Los seis animales la tenían totalmente acorralada, formando un

círculo a su alrededor, y aunque pudiera correr hacia el frente, en un abrir y cerrar de ojos

saltarían sobre ella y se la zamparía.

Mientras estudiaba algún plan de escape, otro horrible rugido, más espeluznante y

ensordecedor que los otros, retumbó por todo el lugar. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo

ante aquel sonido, paralizándose por completo en cuerpo y mente.

Detrás de las bestias distinguió la silueta de algo que la horrorizó por completo. Ante ella

se alzaba una inmensa criatura, más grande incluso que los animales que la rodeaban. Era de

color negro, con ojos rojos como la sangre, y sus dientes…eran enormes. Se imaginó siendo

masticada por ellos y no pudo contener su miedo. Su corazón se disparó y notó como el sudor

le resbalaba por la frente; hasta le resultaba costoso el poder respirar y su cuerpo no dejaba de

temblar.

No tenía duda alguna. Aquel descomunal felino era el mismo que había visto en sus sueños

la noche anterior; y lo peor era que ya sabía de antemano lo que ocurriría.

El animal avanzó hacia el círculo al tiempo que los otros se apartaron a su paso,

colocándose justo enfrente de la joven, mientras los demás se situaron a espaldas de su líder.

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96

Durante unos instantes ambos se miraron a los ojos, estudiándose el uno al otro. Liz pensó que

tendría ventaja, pues sabía que se abalanzaría sobre ella, momento que aprovecharía para

esquivarlo y echar a correr, aunque eso no le serviría de mucho. No tenía escapatoria, después

de todo, eran siete bestias feroces contra ella…, pero no era de las que se rendía fácilmente.

La bestia la miraba fijamente, entre gruñidos. Llegado el momento, su cuerpo comenzó a

tensarse y contraerse. “Aquí viene” pensó, tensándose ella también.

La enorme fiera se inclinó hacia atrás y acto seguido dio un gran salto al frente, justo por

encima de Liz. Ésta se agachó, cogió fuerzas y saltó tan lejos como pudo hacia uno de sus

lados, pero por desgracia no fue suficiente y el felino desgarró una de sus piernas de un

zarpazo.

Liz soltó un grito de dolor. No podía moverse. Se encontraba tendida en el suelo,

sujetándose la pierna herida, sin saber qué hacer. Sus pocas esperanzas se habían esfumado

por completo y ya ni siquiera podía huir a la carrera. Estaba perdida.

El enorme felino, a apenas unos metros de distancia, la observaba con expresión de

satisfacción, como si estuviera disfrutando con su sufrimiento. Levantó la garra ensangrentada

y lamió las gotas que se habían acumulado en sus afiladas uñas, relamiéndose y mirándola con

ojos que emanaba un brillo aterrador.

En apenas un instante, volvió a adoptar la posición de ataque.

Había llegado el fin, ya no le quedaban fuerzas para levantarse y la pierna le impedía

moverse.

La fiera se inclinó hacia atrás y, justo cuando estaba a punto de saltar, un grito de entre los

árboles distrajo su atención.

- ¡¡Liz!!

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La joven miró desconcertada en la dirección de la llamada y pudo distinguir la figura de un

caballo que corría en su dirección a toda velocidad. En él había un joven montado. Era Rudra,

quien, a lomos de Silver, vociferaba su nombre sin cesar. Aprovechando que el joven captaba

toda la atención de las bestias, Liz reunió las pocas fuerzas que le quedaban y se levantó.

Tenía que distraerlos o éstos destrozarían al caballo y a su jinete, así que soltó un grito.

- ¡Eh, tú! ¡Gatito! – la enorme pantera negra se volvió, a la vez que todos sus camaradas

- ¿me quieres? ¡Pues toma! – le lanzó una piedra que había cogido antes de levantarse,

dándole de lleno en el ojo.

El animal rugió enfurecido mientras sacudía la cabeza de un lado a otro. En ese mismo

momento, cuando estaba a punto de lanzarse sobre la joven, un relinche a su espalda lo

despistó, y mientras se volvía, el caballo aprovechó para saltar por encima de las bestias hasta

caer junto a la joven. Rudra, estando todavía en el aire, se inclinó hacia abajo con los brazos

extendidos, dispuesto a agarrar a su amiga, al mismo tiempo que ésta tendía los suyos hacia el

cielo, dejándose llevar.

Todo ocurrió en cuestión de segundos, sin que Silver detuviera su carrera, prosiguiendo

juntos a galope y alejándose de las fieras.

Cuando la pantera reaccionó, se dio cuenta de que la joven había escapado. Un sobrenatural

rugido emanó de su garganta y furiosa emprendió la carrera tras sus presas, seguida por el

resto de la manada.

Aunque eran rápidos y mayores en número, aquel dichoso caballo corría como el demonio

y no conseguían darle alcance… pero tarde o temprano lo atraparían.

Liz agarró con fuerza al muchacho mientras éste la colocaba delante de él en el caballo. No

podía creer que hubieran conseguido escapar, pero aún así se encontraba muy débil.

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- Liz, ¿estás bien? – Rudra vio lo pálida que estaba – dios mío, ¡estás sangrando!

- No es nada… ¿cómo me has…?

- Me encontré con Anna de camino. Me dijo que te habías quedado sola. Estaba

aterrorizada, así que corrí lo más rápido que pude, pero no estabas en el valle. A lo lejos oí a

un animal rugir y galopé hacia la cima. No sabía dónde buscarte… Pero escuché tu grito y fui

a tu encuentro. ¿Qué demonios son esos bichos?

- No lo sé… yo… tuve un sueño… lo vi… y…creo que… son… ki… na… ys… - la

joven apenas conseguía mantenerse consciente.

- ¿Liz? ¡¿Liz?!

Un bramido sonó a sus espaldas, a lo que Rudra se giró y vio con horror como los felinos

casi les habían dado alcance. Agarró con fuerza a la muchacha y espoleó al caballo para que

acelerara.

- Corre, Silver, ¡corre!

El semental echó las orejas hacia atrás, inclinó la cabeza y aceleró tanto cuanto pudo.

Sentía que debía galopar no sólo por su amo, sino también por su vida.

Avanzaban veloces como el viento, el caballo y también las bestias. Rudra sujetaba tan

fuerte como podía a Liz, con los ojos cerrados, echado hacia adelante para favorecer la

aceleración y no caerse.

De pronto, sintió como Silver comenzaba a frenar, y temió que el animal hubiera llegado a

su límite. Abrió los ojos y, tras incorporarse, vio con asombro la razón por la que el caballo

había aminorado su paso. Frente a ellos se alzaba un enorme monolito, en mitad de un claro, y

al otro lado un inmenso acantilado que les impedía continuar avanzando.

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Rudra se estremeció. Habían llegado al final de su camino. Al otro lado del precipicio sólo

se veía el vacío. No tenían adonde huir.

Tras ellos apareció el ejército de bestias, las cuales, al ver la escena, se detuvieron y

rodearon con sigilo a sus presas. El caballo comenzó a relinchar aterrado. El muchacho agarró

fuertemente a Liz, quien se encontraba casi inconsciente, y dejó escapar un grito. Se sentía

lleno de ira y a la vez decepcionado por no haber podido proteger a la muchacha.

La enorme pantera se adelantó muy despacio hasta situarse por delante del grupo, frente al

caballo. Éste retrocedió unos pasos, dando a parar a una especie de plataforma de piedra junto

al enorme pedrusco.

Había llegado el momento. Rudra miró a Liz, quien apenas podía mantener los ojos

abiertos.

- Perdóname por no haber podido protegerte… lo siento… - una lágrima resbaló por su

rostro impotente mientras apretaba con fuerza la mandíbula.

- Ru…dra… - a Liz ya no le quedaban más fuerzas.

Deseó de corazón poder salvar a aquel chico que tanto había hecho por ella, por el que

tanto cariño sentía. Lo deseaba tanto… Dos lágrimas brotaron de sus ojos, ya cerrados.

Mientras se desvanecía, comenzó a escuchar en su cabeza aquella suave melodía que tanto la

había perseguido en el pasado, y una cálida luz dorada inundó su mente, mezclándose con ella

hasta desaparecer por completo.

En aquel mismo instante, justo cuando la bestia estaba a punto de devorar a la pareja, el

cuerpo de Liz comenzó a brillar y un destello cegador envolvió todo el lugar. Rudra la miró

con asombro, sin saber qué sucedía. La luz era tan intensa que apenas podía distinguir nada a

su alrededor. Totalmente cegado, oyó a la bestia rugir de manera escandalosa. El joven estaba

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a punto de perder el conocimiento, pero antes de ello pudo ver como el inmenso animal,

envuelto en aquella dorada luz, se retorcía sobre el suelo frente a ellos. Finalmente todo se

volvió luminosidad.

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LA PARADESA

Poco a poco Liz fue despertando, notando el brillo del sol en sus ojos, lo que hizo que le

costara abrirlos. Cuando por fin se hubo adaptado a la claridad, vio que se encontraba tendida

de espaldas en el césped. En cuanto intentó incorporarse alguien corrió a su encuentro.

- Liz, estás despierta – se trataba de Rudra, quien sonreía con alivio - ¿te duele algo?

- No, yo… estoy bien – al mover su pierna, un pinchazo le subió hasta la cabeza,

encogiéndose de dolor y agarrándose la pierna dolorida de manera inconsciente - ¡ay!

- No te muevas – el joven la sujetó – todavía estás herida, aunque he de reconocer que te

curas muy deprisa, la herida está casi bien.

Liz se sentó y miró su pierna. Por lo que recordaba, aquel terrorífico animal había hundido

sus garras en ella, creando una profunda y sangrante herida; sin embargo, ya había empezado

a cicatrizar.

- Vaya… - comentó sorprendida.

- Fue igual con tu brazo.

- ¿Mi brazo?

- Sí, cuando te encontré en el valle tenías un buen corte en el brazo, pero tan pronto

como llegamos a casa ya había comenzado a cicatrizar, y en apenas un par de días incluso la

cicatriz había desaparecido.

La joven recordó entonces el corte que se hizo en la laguna del interior de la montaña,

mirándose al instante el lugar en el que debía encontrarse y llevándose la mano. En efecto, no

había ninguna cicatriz y eso que, por lo que recordaba, era muy profundo.

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Visionó aquel momento en las aguas del lago, engullida por el remolino. Todavía no podía

explicarse dónde estaba ni como había llegado hasta allí, pero sabía que todo había

comenzado en aquel remolino.

De pronto algo llamó su atención. Sintió movimiento en la distancia. No muy lejos de

donde se encontraban, pudo distinguir un bulto negro que se movía. Asustada, agarró al

muchacho y se incorporó.

- Rudra, ¡cuidado! – y señaló hacia el lugar donde se hallaba la mancha.

El joven se giró a la defensiva mientras protegía con su cuerpo a la muchacha y, tras ver lo

que tanto la espantaba, se relajó.

- Tranquila, lleva todo el tiempo allí, pero no se ha movido desde que desperté. Hasta le

he tirado piedras y nada, ni se inmuta. Creo que está muert...

Antes de que terminara la frase, la mancha negra se revolvió en su sitio. Cuando se

incorporó, los dos jóvenes pudieron distinguir con horror que se trataba del mismo animal que

los había perseguido en la montaña.

Rudra se puso en guardia, intentando mantener la calma y buscar alguna salida. Al instante

notó como la muchacha le acariciaba su hombro con suavidad.

- Espera Rudra, mira, fíjate bien… ha cambiado…

El joven echó un vistazo a la bestia, pero lo único que veía era una enorme pantera negra,

la misma que los había atacado; sin embargo, para Liz el cambio era evidente. A pesar de que

siguiera siendo un ejemplar enorme, su tamaño había menguado bastante, por no hablar de su

ferocidad; más bien parecía un animal corriente. Además, ya no se sentía esa aura oscura que

antes lo envolviera, y hasta sus rugidos habían perdido ese toque monstruoso que antes hacía

estremecerse.

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Pero lo más destacable de todo era que aquellos profundos ojos, antes inyectados en sangre,

habían adquirido el tono verde amarillento típico en su especie.

Rudra vaciló, pero Liz lo tranquilizó y se adelantó unos pasos, manteniendo aún una cierta

distancia. El felino seguía con sus ojos postrados en ella.

- Parece que la maldición que te poseía ha desaparecido – el animal no apartaba ni por

un instante la mirada de la joven.

- Creo que deberías buscar a tus compañeros, tal vez ellos también se hayan curado –

sonrió.

La pantera soltó un suave gemido de lamento, y sin saber por qué comenzó a sentirse llena

de tristeza, de una pena que no parecía suya, dudando de que eso que acabara de decir fuera

posible. Rudra apareció a su espalda.

- No creo que sea muy buena idea quedarnos aquí para comprobarlo. Además, debemos

encontrar algún sitio para resguardarnos, no sabemos dónde estamos – Liz se giró.

- ¿Cómo? ¿Acaso no estamos en la montaña?

- Me temo que no… Lo último que recuerdo es que estábamos acorralados y una luz nos

envolvió…después me desperté aquí, y a pesar de haber inspeccionado los alrededores, no

conozco este lugar.

- ¿Una luz?

- Sí, era dorada – la miró muy serio – a decir verdad… no es la primera vez que la veo.

Vi esa misma luz el día que te encontré en la montaña… Pensé que habían sido imaginaciones

mías, pero después de lo de hoy no estoy tan seguro.

- Pero… yo no recuerdo ninguna luz…

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- Pues era la misma que en el momento del ataque, además… - se detuvo unos instantes

- creo que eras tú la que brillaba… no sé…

- ¿Qué? ¿Qué yo brillaba?

- Sí… no sé… - no parecía muy convencido - ¿qué es lo último que recuerdas?

- Recuerdo que estaba rodeada, entonces tú apareciste y me salvaste… luego huimos a

lomos de Silver… sentía mucho dolor en la pierna, y…- se rascó la frente - todo está muy

borroso… - se esforzó en hacer memoria - recuerdo oír una melodía… - se quedó pensativa -

aquella melodía…

- ¿Una melodía? ¿Estás segura?

- Sí, era muy leve. De hecho, ya la había escuchado antes… y después sentí calor… y…

- chasqueó la lengua, sabía que se le escapaba algo – no consigo acordarme de más…

- Yo no recuerdo escuchar nada… - Liz miró al muchacho y, por su expresión, estaba

claro que decía la verdad.

- No lo entiendo…yo…

Rudra trató de quitarle leña al asunto y cambió de tema.

- Bueno, sea como fuere, el caso es que estamos a salvo – su sonrisa consiguió que se

relajara - lo primero que tenemos que hacer ahora es salir de aquí y encontrar algún poblado

donde conseguir información y cobijo.

El muchacho juntó sus dedos pulgar e índice y, acercándoselos a la boca, sopló con fuerza,

emitiendo un silbido que hizo eco en todo el lugar. Al instante Silver apareció a todo galope.

Rudra se acercó al caballo, ató la silla y extendió su mano a Liz.

- ¿Vamos?

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- Sí, espera un momento – se volvió y se dirigió al animal, que seguía tendido – ¡nos

marchamos! Tú también deberías hacerlo. Espero que encuentres tu hogar pronto – dijo

sonriente.

El animal gimió de manera que a Liz le pareció lloriquear y, por acto reflejo se miró la

pierna.

- Tranquilo, ya casi ha sanado, así que no te preocupes, no estoy enfadada.

Sacudió su mano de un lado para otro a modo de despedida y se volvió hacia el muchacho.

Éste la ayudó a montar a lomos de Silver y, antes de emprender la marcha se volvió una

última vez.

- ¡Adiós y buena suerte! – y se marcharon a galope.

La pantera los observó mientras desaparecían en el horizonte. Se incorporó y comenzó su

marcha.

Galoparon durante un largo rato, sin encontrar a nadie a su paso. Frente a ellos se extendía

un inmenso valle sin apenas árboles a su alrededor.

Después de más o menos una hora dieron con un sendero y decidieron seguirlo.

El paisaje era totalmente diferente al lugar donde vivía Rudra; mientras que en Hern Tsuin

la tierra era verde y llena de bosque y arboledas, las tierras donde se encontraban eran más

bien de secano, siendo algunos hierbajos y altas espigas de tonos amarillentos y parduzcos lo

único a su alrededor; pero aún siendo tan diferente, seguía teniendo su encanto.

Al poco tiempo, comenzaron a cruzarse con algún que otro transeúnte. Parecían gentes de

campo, y poca información pudieron sacar de ellos aparte de que aquella vía les llevaría

directos a la ciudad.

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Rudra estaba fascinado. Por fin visitaría la capital.

Pasaron cerca de algún que otro poblado, pero no se detuvieron en ninguno pues Rudra

deseaba llegar a la ciudadela cuanto antes. No hubo manera de convencerlo para que parara a

descansar.

Por fin, después de más de medio día a caballo, a eso de la media tarde, atisbaron los

edificios en el horizonte. Totalmente extasiado, Rudra obligó al caballo a acelerar el paso.

A medida que se iban acercando, pudieron distinguir que la ciudad estaba rodeada por una

inmensa fortaleza y en su interior se podían ver un millar de viviendas, oyéndose, incluso a

esa distancia, el bullicio de gente.

El joven estaba maravillado pues, a pesar de haber oído muchos rumores sobre Chang, la

capital de Shamballah, aquella idea no se acercaban ni por asomo al lugar al que se estaban

aproximando. Se decía que era una ciudad pequeña y tranquila, pero ese sitio era todo lo

contrario, y no podía evitar reflejar en su rostro la enorme emoción que sentía. Por su parte,

Liz sentía como si hubiera retrocedido atrás en el tiempo y hubiera ido a parar a una de

aquellas medievales ciudades custodiadas por grandes murallas, en cuyo interior compartían

asilo campesinos, caballeros y nobles de la corte.

Detuvieron el caballo mientras, embelesados, observaban la increíble fortaleza. Un anciano

que pasaba por su lado sonrió al ver sus caras.

- Bonito, ¿eh? Es el orgullo de nuestro país. Taraka, la gran capital.

Rudra lo miró extrañado.

- ¿Taraka? Tenía entendido que la capital de Shamballah se conoce como Chang.

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- ¿Shamballah? – el hombre los miró sorprendido - amigo, éste no es el reino de los

bosques. Es el reino de los mercaderes – Liz examinó a Rudra, extrañada, pues se había

quedado totalmente estupefacto ante las palabras del abuelo.

El anciano siguió su camino hasta perderse entre la muchedumbre entre carcajadas.

- Rudra, ¿qué quiere decir con el reino de los mercaderes? – el muchacho seguía

ensimismado.

- El reino de los mercaderes…claro…eso lo explica…pero… ¿cómo es posible?

- ¿Rudra? – por fin volvió en sí.

- Taraka, la ciudad de los mercaderes, donde gentes de todas partes acuden para hacer

dinero… el país de los desiertos… - Liz meneó la cabeza aún sin comprender – no entiendo

cómo, pero estamos muy lejos de Hern Tsuin. Ya ni siquiera nos encontramos en el país de

Shamballah.

- ¿Qué? – se sorprendió, los ojos del muchacho flamearon de emoción.

- De alguna manera hemos viajado a uno de los países vecinos, a la gran Paradesa, el

famoso reino del sol, donde los comerciantes pueblan las ciudades. Algunos viajan por el

mundo vendiendo y encontrando nuevas mercancías, pero la mayoría viven aquí, en La

Paradesa.

Ambos miraron de nuevo la gran ciudad que se extendía frente a ellos, con fascinación y a

la vez con desconcierto, permaneciendo en silencio durante unos minutos.

- Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Por lo que me contó tu madre, cada reino se

encuentra suspendido en el aire y la única forma de viajar de un país a otro es a través de los

puentes que los conectan.

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- Y así es… De Shamballah sólo se puede salir por el puente de Carendoff, al sur del

país, que desemboca en Kalapa, el reino central. Además, Hern Tsuin se encuentra en el

extremo norte, es imposible… - bajó la mirada intentando encontrar una explicación.

De pronto algo llamó la atención de ambos.

Una multitud invadió el camino y un montón de carros se acumularon de tal manera que

apenas dejaban espacio para transitar, obligando a la gente a hacerse a un lado. Los jóvenes

intentaron descubrir de qué se trataba, pero apenas pudieron distinguir nada.

Cuando por fin hubieron desaparecido todos los carruajes, escucharon a un par de mujeres

hablando sobre la llegada de un grupo de gitanos ambulantes a la ciudad. Liz parecía

emocionada, e insistió en apresurarse en llegar. Rudra, por su parte, también sentía una

curiosidad por todo lo que estaba aconteciendo, así que prosiguieron su camino hacia el

interior de la ciudad.

No tardaron mucho en cruzar los portones.

Al ser una ciudad de mercaderes, todo el mundo era bienvenido y apenas había guardas

custodiando el lugar, lo que, por otra parte, no era de extrañar pues, a pesar de los tiempos que

corrían, Taraka estaba situada al norte del país, y para llegar a ella desde el sur, donde se

encontraban los puentes conectores, había que atravesar un enorme y árido desierto lleno de

peligros. Por ese motivo la gente vivía ajena a la amenaza de las sombras, mostrándose alegre

y despreocupada. E incluso muchos huían desde sus pueblos a aquel seguro lugar.

Las calles estaban abarrotabas y a cada paso había tenderetes, cada cual más extravagante,

con multitud de objetos que fascinaban a ambos, especialmente a Liz, que corría de uno a otro

mientras el joven la seguía, guiando de las riendas al corcel. Aunque tenían prisa por encontrar

una posada donde pasar la noche, Rudra se sentía feliz de ver a la muchacha tan emocionada.

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Liz paró frente a un puesto y se quedó mirando a un precioso brazalete de plata. Rudra le

preguntó al hombre de la tienda el precio y, tras obtener la respuesta, metió su mano en el

bolsillo, pero se dio cuenta de que no tenía más que unas pocas monedas; nunca habría

imaginado que acabarían en esa situación por lo que apenas llevaba lo puesto.

Liz sonrió y abrió su riñonera, que llevaba atada a la cintura; se alegró de haber decidido

llevarla a la montaña a pesar de que no pegase ni con cola con el antes precioso vestido

granate, que ahora se veía sucio y desquebrajado.

- Tranquilo, traje algo de dinero – y sacó una moneda. Rudra la miró extrañado.

- ¿Qué es eso? – preguntó.

- Pues dinero, también llevo billetes.

- No sé de dónde lo habrás sacado, pero nunca antes lo había visto, ni siquiera sé si

servirá.

- ¿Qué? – primero se sorprendió, pero luego recordó que ya no se encontraba en su

mundo – vaya… - dijo deprimida.

Una voz los distrajo.

- Niña, ¿puedo ver eso que tienes ahí? – ambos se giraron y vieron a un gitano de unos

sesenta o setenta años sentado en uno de los puestos.

Liz se acercó y se la mostró. El hombre la cogió y la examinó cuidadosamente.

- Vaya… - declaró fascinado – qué tenemos aquí… ¿puedo preguntar de dónde la has

sacado?

- Es una moneda de mi país.

- Y tu país, ¿está muy lejos? – preguntó el anciano.

- No puede imaginarse cuanto…

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El viejo permaneció en silencio durante un par de minutos, pensativo, hasta que por fin

habló.

- ¿Cuánto quieres por ella, jovencita? – lo miró extrañada – verás preciosa, mi afición es

coleccionar objetos raros, y esta moneda que tienes es digna de mi colección – el abuelete

sonrió, mostrando una amarillenta y agujereada dentadura.

El gitano se volvió hacia el montón de cachivaches que tenía tras de él, rebuscando entre

ellos, y al cabo de un rato regresó con una caja vieja. En su interior había una gran cantidad de

calderilla de todo tipo. Algo llamó la atención de Liz.

- ¿Podría ver esa moneda de allí, por favor? – señaló.

El viejo la cogió y se la dio. En cuanto la tuvo entre sus manos, su corazón se aceleró. Dio

mil gracias al cielo de que su abuelo paterno fuera un aficionado a las monedas antiguas, pues

aquel pedazo de metal que sostenía entre sus dedos era nada más y nada menos que un marco

alemán de los años veinte. También distinguió algunos rublos, dólares y hasta yenes.

Estaba atónita y a su vez aliviada. Ahora sabía con certeza que no era la primera persona de

su mundo que había ido a parar a aquel lugar. Aquella revelación hizo que dejara escapar una

sonrisa.

- ¿Cuánto me ofrece? – Rudra la miró sorprendido.

- Veamos… Está en muy buen estado, y parece nueva – el gitano sonrió – creo que

podemos hacer un buen negocio.

Y en efecto consiguió sacar un buen pellizco con todo el dinero que tenía, e incluso vendió

los billetes y algún que otro adorno para el pelo que llevaba en su bendita riñonera, gracias a

la cual también sacó parte de las ganancias. Rudra observaba perplejo la situación. Jamás

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había visto tanto dinero junto. Liz, por su parte, estaba disfrutando de lo lindo; después de

todo, no creía que todo aquello le fuera a ser de mucha utilidad de ahora en adelante.

El anciano estaba tan feliz por la cantidad de mercancías que había conseguido, que como

agradecimiento les ofreció que eligieran como regalo cualquiera de los objetos que había en el

puesto. Liz le cedió el honor al muchacho, pues ella ya había conseguido suficiente. Tras un

rato, se decidió por una espada algo oxidada pero aún servible y, después de despedirse del

gitano, prosiguieron su camino por las calles de la ciudad. Ahora se sentían algo mejor al tener

dinero suficiente como para aguantar durante varias semanas.

Decidieron dirigirse a la zona de alojamientos para buscar alguna posada para hospedarse;

sin embargo, al llegar a una de las plazas, algo llamó su atención.

Un chiquillo gritaba a los cuatro vientos, anunciando la presencia de una gran vidente,

capaz de predecir el futuro a cualquier persona por un módico precio. Detrás de él había una

muchacha de tez morena y cabellos largos sentada frente a una mesa con una bola de cristal y

una baraja de cartas. Llevaba muchos abalorios y vestía ropas elegantes, mostrando un aspecto

muy solemne y enigmático. En el lado izquierdo del rostro, justo bordeando la cara, tenía una

cicatriz que le llegaba desde un poco más abajo de la oreja hasta casi la barbilla. A pesar de

ello, a Liz le pareció muy bella.

A su lado, apoyado contra el carruaje, había un chico con cara de pocos amigos, también

gitano, con una enorme espada atada a su espalda.

Una gran multitud hacía cola frente a la adivina.

Emocionada, Liz se unió al corralillo de gente que rodeaba la plaza, seguida a

regañadientes por Rudra, quien intentó convencerla de que esas cosas no eran más que cuentos

chinos. Según decía, esa gente se ganaba la vida estafando a las personas honradas diciéndoles

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lo que querían oír; pero ella insistió en acercarse a probar. Tal vez pudiera obtener

respuestas…

Mientras discutían, un hombre comenzó a pegar gritos en mitad de la plazoleta. Acusaba a

la gitana de haberle timado hacía tiempo. Al parecer, acudió a ella para conocer su futuro

amoroso en el pasado. La mujer le aseguró que su esposa le era fiel y que no tenía de qué

preocuparse; sin embargo, al poco tiempo, ésta se fugó con uno de sus vecinos, llevándose

todo lo de valor que poseía, o por lo menos eso es lo que decía él.

La gente comenzó a amontonarse alrededor para observar la escena, y Rudra y Liz estaban

entre ellos.

Ante la negativa de la mujer de devolverle el dinero, el hombre comenzó a ponerse cada

vez más violento, y cuando la gitana se disponía a retirarse a su caseta, éste cogió una piedra

del suelo y la lanzó contra la bola de cristal que se encontraba sobre la mesa. Casi en el acto,

muchacho que se encontraba junto al carro agarró la empuñadura de su espada y avanzó unos

pasos, pero la gitana lo detuvo.

- Déjalo Vlad, ni te molestes. No hay que inmutarse por este tipo de escoria – Liz se

sorprendió por la dureza con la que hablaba a pesar de su refinado aspecto.

A simple vista parecía una delicada muñeca, pero en sus palabras se percibía gran fuerza y

rigidez.

- ¡¿Cómo dices?! – el hombre enfureció - ¡bruja tramposa! – con gran agilidad y sin

apenas ser vista, la adivina apareció frente al hombre y lo agarró del cuello de la camisa de

manera amenazadora.

- ¡Qué rápida! – susurró Rudra – ni la he visto.

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- ¿Qué me has llamado, gordo asqueroso? – la cara del hombre se torno en una mueca

de terror ante su desafiante mirada. Al segundo lo soltó, cayendo éste sobre el suelo – ¡bah!

No merece la pena siquiera… Lárgate y olvidaré lo que ha pasado – se giró y se encaminó

hacia la puerta de la carroza.

Tras recuperarse, el hombre volvió a coger otra piedra y la lanzó contra la mujer, atinando

de lleno en su cabeza mientras ésta se balanceaba desorientada. El chico se abalanzó sobre él,

sujetando la empuñadura de su espada, pero antes de que la sacara la gitana se interpuso,

deteniéndolo a apenas unos centímetros de su objetivo.

- ¡Basta Vlad! - el joven parecía haber perdido el juicio.

Ella lo miró a los ojos, intentando calmarle mientras le susurraba algo inaudible para la

multitud, y parecía que funcionaba, pues al poco rato consiguió que se relajara.

- Vámonos de aquí.

La gente alrededor comenzó a chismorrear.

Herido su orgullo, el hombre se levantó del suelo enfurecido.

- De eso nada, devuélveme mi dinero.

La mujer, harta de pelear, sacó un saquito de monedas y se lo lanzó a los pies. Él lo recogió

y, satisfecho, decidió avivar de nuevo la pelea.

- Vaya, vaya. Yo tenía razón. Eres una farsante.

- Di lo que quieras – cansada, sujetaba su cabeza con la mano, intentando detener la

hemorragia.

- No creas que no sé quién eres. He oído habladurías sobre ti – se giró y se dirigió a la

multitud - ¡escuchad todos! Esta mujer es una ladrona. Ni siquiera es vidente. Fue expulsada

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de su clan – se giró de nuevo hacia la pareja de gitanos, a la vez que el bullicio aumentaba –

no eres más que una mentirosa – en su rostro se dibujó una malévola sonrisa.

El joven hizo amago de lanzarse de nuevo contra él, pero ella le detuvo. De repente sus

rodillas cedieron y cayó al suelo, mareada por la pérdida de sangre. Su compañero se arrodilló

a su lado, preocupado, en una lucha interna por ayudarla o callar a ese gordo prepotente de

una vez por todas.

Liz, hasta el colmo de la injusticia y el horrible trato del hombre, salió de entre la multitud

dispuesta a ayudar a la muchacha. La gente la miró atónita, incluido Rudra, quien, tras

recuperarse de la sorpresa, la siguió a trompicones mientras gritaba su nombre. La pareja

estaba igual de sorprendida.

- ¡Ya basta! Tiene su dinero, así que lárguese de una vez - con un pañuelo en la mano,

se agachó junto a la joven - ¿estás bien?

- Eso creo… – la gitana vaciló un instante, pero al ver su amabilidad cogió el pañuelo

que le tendía y se cubrió la herida – gracias.

- De nada – Liz le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.

En el momento en que sus manos entraron en contacto, algo extraño sucedió.

La adivina, aturdida, bajó la mirada al tiempo que sentía una especie de cosquilleo en el

estómago y sus pensamientos se iban turbando y se le nublaba la vista. Agarró fuertemente la

mano de Liz, quien la sujetaba por uno de sus hombros, intentando hacer que reaccionara.

Cuando la gitana alzó la vista, la multitud se alejó súbitamente mientras exclamaban con

horror. Sus ojos estaban vueltos, totalmente en blanco; su piel se había vuelto pálida y sus

labios habían adquirido un tono amoratado espeluznante. Rudra observaba la escena detrás de

Liz, tan anonado como el resto.

Page 115: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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El hombretón, aterrorizado, salió corriendo del lugar mientras gritaba.

- ¡Bruja! ¡Es una bruja!

El bullicio se hizo mayor y entonces una voz de ultratumba salió de los labios de la vidente.

- Lo veo… lo veo… bloques que llegan hasta el cielo llenos de gente… ruido… mucho

ruido… maquinas que ruedan por el suelo… ¡pájaros de metal…! - Liz la miró sorprendida

mientras a la gitana se le iba entrecortando la respiración y disparando el pulso – está

oscuro… espejos… una risa… ¡la niña blanca…! - parecía estar hablando sin sentido, llevada

por una locura inexplicable, pero no para Liz – hay mucha agua… y una luz brillante… oigo

música… todo está oscuro de nuevo… - cada vez respiraba con mayor dificultad, agarrando

con más fuerte la mano de la muchacha – es tan oscuro… pero… una silueta… ¡las bestias! –

comenzó a convulsionar – algo se acerca… ¡cuidado! - el aire apenas le llegaba a los

pulmones - muerte… sangre… ¡sangre! ¡ah! - Liz, asustada, trató de librarse, pero la sujetaba

con tanta fuerza que no conseguía soltarse. La mujer parecía estar en éxtasis.

Rudra agarró el brazo de Liz y tiró, intentando separarlas, al tiempo que el otro gitano

realizaba la misma maniobra, y entre ambos lo consiguieron.

Tan pronto se hubo liberado, la gitana volvió a la normalidad y, aunque todavía respiraba

con dificultad, parecía que se iba normalizando.

De entre la multitud una silueta se alejó silenciosamente del escenario, en dirección

opuesta.

Ajena a este suceso, Liz se incorporó, ayudada por su amigo, con la mirada fija en la

adivina mientras que ésta permanecía en el suelo tratando de recobrar el aliento. Rudra insistió

en marcharse de allí y, casi tirando de ella, se alejaron sin decir nada. En cuanto

desaparecieron, otras tres siluetas se retiraron de entre la multitud.

Page 116: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

116

Poco a poco, la gente comenzó a disiparse entre murmullos. Al final sólo quedaron en el

lugar los dos gitanos y el niño, que había presenciado todo lo ocurrido escondido detrás del

carruaje. El chicuelo corrió para reunirse con la pareja, emocionado, mientras que el gitano

observaba a su compañera con preocupación.

- ¡Ha sido genial, Rudy! Esta vez te has lucido – exclamó el chiquillo sin recibir

atención alguna.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Lo he visto… ha sido increíble… - alzó la mirada y comenzó a otear los alrededores -

¿dónde está?

- ¿Quién? – preguntó extrañado el pequeño.

- La chica. ¿Dónde está? Necesito hablar con ella.

- Creo que ya has dicho demasiado… la pobre estaba horrorizada… te has pasado…

dabas hasta miedo – reprochó el niño – ¡yo casi me lo trago y todo! – rió.

- Te equivocas, Bastian – Rudy miró a Vlad y su voz se convirtió en un susurro – no

estaba actuando. De verdad, lo he visto – el joven la miró a los ojos en silencio y asintió. La

gitana se dirigió al niñito – Bastian, deprisa, ¡ve a buscarlos!

El chiquillo se levantó de un brinco y corrió calle abajo. Vlad ayudó a su pareja a

incorporarse y se dirigieron a la tienda para curarle la herida.

- ¿Estás segura? – su voz era grave y seria.

- Sí, no hay duda… necesito encontrarla… - y tras cubrirle la herida, los dos se

perdieron entre las calles en su busca.

Page 117: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

117

LS REUNIÓN

Tras mucho caminar, Rudra se detuvo frente a un montón de cajas apiladas en la entrada de

una callejuela. Ninguno de los dos dijo palabra alguna desde que abandonaran la plaza. Rudra

se percató de que Liz aún se veía pensativa y un poco pálida.

- Te dije que no era buena idea acercarse a semejantes personajes – dijo enojado – había

oído que los gitanos eran troleros, pero no imaginé que montaran bochornos así para sacar

pelas.

El joven no obtuvo más que un gemido poco efusivo por respuesta, así que decidió cambiar

de tema.

- Será mejor que encontremos un lugar donde hospedarnos, está oscureciendo y pronto

caerá la noche – la joven seguía inmersa en sus pensamientos - ¿Liz?

- ¿Eh? – por fin reaccionó – perdona, ¿qué decías?

- Digo que debemos encontrar una posada.

- Ah, claro, es verdad… - aunque ya no parecía ausente, se veía decaída.

- No hagas mucho caso de lo que acaba de pasar – intentó animarla – esta gente es muy

observadora, analiza a la persona y luego inventa historias.

- Pero… lo que dijo… lo de las bestias...

- Probablemente vio la herida de tu pierna – Liz bajó la mirada y se percató de que

todavía lucía el corte en forma de garra.

- Vaya…

- No le des más vueltas. Además, lo único que decía eran cosas sin sentidos. Pájaros de

metal… - se mofó - ¡menuda chorrada!

Page 118: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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- Tienes razón – rió desganada – soy una tonta. Me lo creo todo – su rostro se relajó – ya

estoy mejor, gracias.

- Bueno, será mejor que vaya a ver dónde podemos pasar la noche. Tú quédate aquí con

Silver, tardaré menos si voy solo.

La joven accedió y, tras una corta despedida, Rudra se marchó. Se llevó la mayor parte del

dinero para conseguir un buen lugar y prometió reunirse con ella lo antes posible.

Cuando se hubo marchado, Liz se sentó sobre una de las cajas con las riendas del caballo

entre las manos a esperar.

Entendía lo que el joven trataba de hacer. Intentaba animarla, pero a pesar de que para él

todo lo que escuchó no fueran más que tonterías, para ella tenía sentido; sin embargo, no

podía decírselo, pues la tomaría por chiflada.

No conseguía sacarse de la cabeza aquel suceso. Ya no sólo porque hubiera descrito su

mundo de cabo a rabo, cosa que nadie en aquel lugar podía conocer, ni porque hubiera

mencionado lo sucedido con las bestias; sino por lo que vino después. Muerte, sangre… Esas

palabras no paraban de repetirse en su mente. Sabía que fuera lo que fuese su significado no

podía ser nada bueno.

Mientras repasaba los acontecimientos en su cabeza, una voz la sacó de sus pensamientos.

Frente a ella vio a una mujer que vestía una capa con capucha y una pasmina alrededor de su

cuello que cubría la mitad baja de su cara, resultando imposible ver su rostro. Su voz sonaba

dulce y amable.

- Disculpa, ¿tú no viajarás por casualidad con un muchacho alto y de pelo oscuro?

Estaba buscando alojamiento. Cómo se llamaba…

- ¿Rudra?

Page 119: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

119

- Sí, exacto, ése es su nombre. Es que verás, trabajo en una posada de aquí cerca y llegó

buscando una habitación. Me pidió que viniera a avisarte ya que tenía que solucionar unos

asuntos con el dueño. Me dijo que buscara a una muchacha que cuidaba de un caballo y

respondía al nombre de Liz. ¿Eres tú?

- Sí, soy yo.

- ¡Menos mal! – la mujer se alegró de sobremanera - Como está oscureciendo me pidió

que te llevara rápido de vuelta. Pensé que no te encontraría – la agarró de la mano y tiró

suavemente de ella – vamos, deprisa, si no nos apresuramos se hará de noche.

Liz se dejó llevar y, aunque le pareció extraño que no hubiera ido Rudra a buscarla en

persona, la mujer llevaba tanta prisa que apenas le dio tiempo a reaccionar.

Comenzaron a deambular por las calles. En verdad había oscurecido bastante y era normal

que llevaran tanta prisa. Le dijo que acababa de empezar a trabajar en aquel lugar y todavía le

resultaba difícil encontrar el camino, sobre todo en la noche, por lo que dieron varias vueltas,

deteniéndose y retomando de nuevo el camino una y otra vez. Al cabo de un rato Liz había

perdido totalmente el sentido de la orientación y estaba convencida de que si la dejaba allí

sola, sería incapaz de desandar sus pasos. Finalmente la guía se detuvo a una calle y le pidió

que atara al caballo a un poste para animales junto a la entrada de la callejuela. La posada,

según ella, se encontraba un poco más adelante, pero allí no tenían espacio para animales. Liz

hizo lo que le ordenó sin rechistar y la siguió.

Se adentraron en el callejón y prosiguieron andando. Cada vez estaba más oscuro y ya ni

siquiera se oía a la gente alrededor. La muchacha, inquieta, se detuvo dudosa de que aquella

fuera la ruta correcta.

- Creo que se ha equivocado de camino… será mejor que volvamos atrás…

Page 120: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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Estaba a punto de girarse cuando su acompañante tiró del brazo por el que la sujetaba, sin

inmutarse, aumentando la presión de sujeción hasta tal punto que le causaba dolor. La miró

sorprendida y pensó entonces que tal vez había hecho mal en dejarse llevar por una

desconocida. La mujer se giró levemente.

- Te estabas portando muy bien – las uñas de su captora se alargaron repentinamente,

clavándose a ras de la piel unos milímetros, sin llegar a penetrar en ella.

Liz la miró escandalizada y, por primera vez, pudo distinguir su rostro. Se veía tan pálido

como el de un cadáver, y sus ojos eran completamente negros, pero no sólo el iris o las

pupilas, sino el globo ocular al completo. No pudo evitar soltar un gritito de horror al ver

aquel espeluznante rostro, llevándose la mano libre a la boca. Su captora carraspeó ofendida.

- No me lo pongas difícil – su voz, totalmente transformada, sonaba grave y de

ultratumba.

- ¿Qué…? ¿Quién? – le costaba articular palabra - ¿Qué es lo que quieres?

- ¿Es que no lo sabes? Mi señor me envía para acabar con tu amenaza – la miró un

instante y enseguida lo supo.

- Rakshasa…- titubeó anonadada - eres un… kinay.

- ¡Premio para la señorita! – se burló - veo que estás bien informada, eso facilita las

cosas. Si te portas bien no te pasará nada, ¿qué me dices?

- ¡Espera! Tiene que haber un error. ¡Yo no soy ningún guerrero! Yo soy una chica

normal, te lo aseguro, yo… - el monstruo no pudo evitar reír.

- Tienes gracia, pero eso no funcionará. No sólo tu aspecto te delata, sino que además tu

hedor es inconfundible. Podría saber dónde te encuentras a kilómetros de distancia.

- ¿Mi olor? – Liz se olfateó disimuladamente, sin percibir nada.

Page 121: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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- Es diferente al del resto de criaturas y humanos de este mundo. No hay duda. Tú eres

mi objetivo y cumpliré con mi cometido, ¡vamos! – tiró de ella

- ¡No! – intentó liberarse, pero al hacerlo las uñas del demonio la desgarraron la carne, a

lo que gritó de dolor.

- ¿Te resistes? – la mujer la lanzó al suelo mientras una maliciosa sonrisa se dibujaba en

su boca – estaba deseando que lo hicieras. Así será más divertido – Liz la miró mientas se

agarraba el brazo herido – me ordenaron que te llevara con vida, pero no pasará nada porque

te arranque un par de miembros o destroce esa bonita cara que tienes. Total, te mataré

igualmente cuando lleguemos.

La muchacha vio horrorizada como las manos de la mujer se convertían en punzantes

garras capaces de despedazar cualquier objeto, mostrando en su cara una horripilante mueca

de satisfacción ante su reacción.

Echó una ojeada a su espalda, pero apenas había ya luz y era incapaz de distinguir la salida.

Estaba acorralada, pero no iba a rendirse.

- ¡Espera! No me hagas daño, por favor. Haré lo que me ordenes – se incorporó muy

despacio, cogiendo un puñado de arena del suelo sin que el kinay se percatase.

- Buena chica. Aunque me apetecía divertirme un rato – extendió el brazo para agarrarla

de nuevo – el rey estará muy contento cuando te vea. Seguro que me recompensa…

Antes de que terminara siquiera la frase, y aprovechando la distracción de la mujer, le tiró

la arena directa a los ojos. El monstruo soltó un grito y se cubrió la cara con las manos,

momento que Liz aprovechó para dar la vuelta y correr como alma que lleva el diablo hacia la

salida. Apenas había avanzado unos pocos metros cuando oyó un ruido a lo alto, en un lateral.

Miró hacia los lados y vio horrorizada como el kinay la perseguía a cuatro patas por la pared,

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122

con sus miembros totalmente desencajados, como si de una araña se tratara. Intentó acelerar

mientras gritaba desconsolada para que alguien la ayudara, pero por desgracia el demonio era

más rápido que ella y saltó, bloqueándole el paso.

En un intento desesperado por defenderse, agarró la pasmina con la esperanza de causar

algún daño en su atacante, pero lo único que consiguió fue acabar con el pañuelo entre sus

manos y observar, con espanto, el espeluznante rostro de la mujer.

De sus mejillas emergían dos afilados colmillos carnosos que se unían frente a la boca,

moviéndose sin parar como las antenas de un insecto, cubriendo una diminuta dentadura.

La pobre gritó horrorizada ante aquella surrealista visión, a lo que la criatura mostró una

maquiavélica sonrisa que le erizó los pelos.

En un intento desesperado, empujó al monstruo y trató huir en dirección contraria;

desafortunadamente el engendro lanzó de su boca una especie de seda que rodeó el cuello de

Liz, impidiéndola avanzar y siendo ahora ella la estrangulada. Su captora tiró de las cuerdas

mientras la joven seguía luchando, tratando de desprenderse de la soga, pero el kinay le lanzó

dos cuerdas más a los brazos, imposibilitándola el seguir luchando. Tiró de las sedas,

suspendiéndola en el aire, y comenzó lanzar escupitajos, formando una especie de tela de

araña para atraparla e inmovilizarla.

- Parece que sí que voy a poder divertirme un rato. Tendré que torturarte hasta que

pierdas el conocimiento y pueda llevarte conmigo – la criatura sonrió con maldad – trataré de

tardar lo máximo posible.

Las uñas del monstruo crecieron de nuevo hasta alcanzar más de diez centímetros de largo.

Miró a su presa, sonriente. Liz nunca había visto una sonrisa tan desagradable y diabólica.

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Pudo ver sus dientes, puntiagudos y amarillentos, centelleando tras sus dos antenas movibles.

Su sonrisa se torno en una amenazadora mueca que anunciaba el fin de la partida.

De pronto, justo cuando aquella monstruosa criatura iba a abalanzarse sobre su maniatada

prisionera, algo en la oscuridad saltó sobre el kinay y comenzaron a pelear.

Liz apenas podía distinguir nada. El monstruo se agitaba, intentando quitarse de encima a

su atacante, y en un movimiento, lanzó a lo que fuera que fuese contra el suelo. La joven por

fin pudo ver con asombro de qué se trataba. Allí, frente a ella, estaba la enorme pantera que

con anterioridad la había atacado. Pero esta vez había venido para salvarla. El engendro se

sorprendió.

- ¿Akehiya? ¡¿Pero qué demonios estás haciendo?! Se suponía que era tu misión

capturar a la muchacha y, sin embargo, ahora me atacas. ¿Es que quieres robarme mi trofeo?

El animal rugió con fiereza a la mujer. Ésta se detuvo y la observó con detenimiento. En su

rostro se reflejó su asombro.

- No es posible… Has perdido todos tus poderes. ¿Acaso has vuelto a la normalidad? –

el animal gruñó de nuevo – pero eso es imposible…

Miró a Liz y su sorpresa se transformó en rabia.

- ¡Tú! – gritó enfurecida señalándola - ¡has sido tú!

Cuando iba a lanzarse contra ella, el animal se interpuso y la alejó de un zarpazo

- ¿Cómo es posible que hayas convertido a la poderosísima Akehiya, mano derecha de

nuestro rey, en un simple… animal? Una criatura tan inferior… – observó a la pantera

entristecida – y lo peor de todo es que la proteges… nos has traicionado – miró a la joven

encolerizada – ¡jamás te lo perdonaré! Tu amenaza es mayor de la que esperaba. No dejaré

que te acerques a mi rey. ¡Te mataré aquí mismo!

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Dicho esto, se abalanzó sobre Liz, pero Akehiya se interpuso y la batalla comenzó de

nuevo.

A pesar de que el felino era poderoso, no era rival contra aquel demonio. Una y otra vez era

lanzado por los aires contra paredes y cajas, pero siempre se levantaba y volvía a embestir; no

obstante, cada vez estaba más magullado y cansado.

El kinay arrojó de nuevo al animal, que cayó a los pies de la joven. Liz le pidió que no se

levantara, pero volvió a hacerlo; todo su cuerpo temblaba del esfuerzo empapado en sangre.

- ¡Basta, por favor! ¡Te matará!

- Deberías hacer caso a la niña. Puede que fueras la bestia más poderosa de entre

nosotros, pero ahora no eres más que simple gatito. Si te marchar ahora, te perdonaré la vida,

por todos los años que hemos pasado juntas – el animal se preparó para embestir – luchadora

hasta el final. Muy bien.

El monstruo se afiló la uñas, decidido a atravesar a su rival en cuanto se abalanzará sobre

ella. Akehiya se dispuso a atacar, mientras que Liz gritaba desesperada para que se detuviera;

tenía que hacer algo, pero no sabía el qué. Estaba desesperada.

Cerró los ojos y en su mente suplicó que alguien la ayudara, quien fuera. Y de pronto

comenzó a sentir un gran calor que invadía todo su cuerpo, menguado sus fuerzas, y por un

instante, se desvaneció.

Apenas habían pasado unos segundo cuando recobró el sentido, y sin embargo, todo el

escenario había cambiado. El kinay se hallaba en el suelo, retorciéndose mientras se cubría los

ojos y gritaba de dolor.

Era su oportunidad para escapar, así que trató de forcejear para liberarse, pero sus muñecas

se resentían. Al volverse en un intento por soltarse de sus ataduras, vio a la pantera inmóvil,

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tendida a escasos metros de ella. Pensó que estaba muerta, pero reaccionó ante su llamada, y a

pesar de encontrarse muy malherida, se incorporó como pudo y se arrastró hasta donde se

estaba. Comenzó a mordisquear la tela para liberarla, pero cuando ya casi lo había logrado, la

mujer araña agarró al animal y lo lanzó por los aires.

Después, cogió del cuello a la muchacha con inmensa furia. Su aliento era tan pestilente

que creyó que se desmayaría de nuevo.

- Maldita… ¡Te arrepentirás de haber nacido! – justo en ese momento una voz irrumpió

en el lugar.

- ¡Detente!

El monstruo se giró y apenas tuvo tiempo de apartarse cuando sintió como el filo de una

espada se le clavaba en un costado, dejando caer a la joven. Miró a su atacante y distinguió a

un muchacho.

- ¡Rudra! – gritó llena de alegría al ver a su amigo.

- ¡Liz! ¿Estás bien? – con sólo ver el aspecto que tenía podía deducir que no lo estaba.

El muchacho estaba tan distraído pensando en el bienestar de la joven que se olvidó de la

mujer a quien había atacado. Ésta agarró la espada y la sacó de su cuerpo ensangrentado,

emitiendo un desagradable ruido al hacerlo. Acto seguido, se abalanzó sobre Rudra, y si no

hubiera sido por grito de Liz, éste no hubiera conseguido esquivar las uñas a tiempo, aunque

al hacerlo perdió el equilibrio y cayó al suelo. El engendro rió.

- Vaya, vaya. Qué tenemos aquí – se pasó la mano por la herida, que ya había

comenzado a regenerarse, ante la atónita mirada de los jóvenes – si crees que con eso vas a

acabar conmigo estás muy equivocado. Tú solo no podrás derrotarme.

- No está solo – la voz provenía de detrás.

Page 126: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

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Liz buscó con la mirada y vio con sorpresa como los dos gitanos aparecían en escena. No

sabía en qué momento se le habían unido, pero se alegró de ver a más personas dispuestas a

ayudarla. La gitana ayudó Rudra a levantarse mientras que su compañero permanecía en la

retaguardia.

- Es la primera vez que veo a un kinay – afirmó ella – es más feo de lo que pensaba.

- ¡Ah! – rugió el monstruo - parece que quieres adelantar tu muerte.

- No creas que me impresionas. Somos tres contra uno. No pinta muy bien para ti.

La criatura, enfurecida, se lanzó contra la gitana, siendo interceptada por Vlad, dando

comienzo la lucha, a la que Rudra también se unió.

El gitano mostraba una gran destreza y agresividad con la espada, mientras que Rudra se

veía algo patoso con ella, pero se defendía. Rudy corrió hacia Liz y con un puñal comenzó a

cortar la tela que la tenía presa. A su espalda, la lucha continuaba.

- ¿Te encuentras bien?

- Sí, gracias por tu ayuda

- Te llamas Liz ¿verdad? Se lo escuché a Rudra. Yo me llamo Rudy – se volvió a

observar la batalla – debes de ser una persona muy importante para que los kinays vayan tras

de ti.

En ese momento, Liz vio a los jóvenes salir despedidos y al monstruo dirigiéndose hacia

ellas. Rudy sacó la espada que llevaba y lo bloqueó, ordenando a Liz que escapara. Ésta corrió

despavorida hacia la salida, pero tras oír el grito de Rudy se volvió y vio con horror como

todos sus rescatadores estaban tendidos en el suelo, maltrechos. Frente a ella se alzaba la

figura del kinay, envuelto en sangre pero todavía en pie.

“¿Acaso no se les puede matar?” pensó con pavor.

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Estaba perdida. Ya no quedaba nadie en pie; y justo cuando pensaba que había llegado su

fin, la pantera volvió a saltar sobre el monstruo, con las últimas fuerzas que le quedaban,

dispuesta a protegerla. Aún con todo, no pudo hacer mucho y, tras un breve encontronazo,

cayó a los pies de la joven sin poder moverse. El kinay se dirigió hacia el cuerpo inerte del

felino, dispuesto a rematarlo, cuando de su estómago apareció el filo de la vieja y oxidada

espada de Rudra.

- ¡Corre, Liz! ¡Huye! – pero poco tiempo pudo retener al monstruo.

Éste agarró al muchacho del cuello y lo alzó. Rudra intentó liberarse, pero su atacante

clavó sus garras en su hombro, obligándole a soltar un ensordecedor grito de dolor. Lo miró a

los ojos y rió a carcajada limpia.

- Esos ojos… ¡Éste es mi día de suerte! Mi señor estará feliz si le llevo la cabeza de

ambos – el demonio apretó con más fuerza el cuello que aprisionaba, y como consecuencia el

muchacho comenzó a ponerse morado por la falta de aire. Liz gritó desesperada.

- ¡Ya basta! Por favor, no les hagas más daño. Mátame a mí si quieres, pero déjales

marchar, ¡te lo suplico!

- No… vete… huye… - apenas le quedaba ya aire.

El engendro, cubierto de sangre, dejó caer a Rudra, quien comenzó a toser con gran ansia.

Se encaminó hacia la muchacha y, al llegar a donde se encontraba, la levantó del cuello sin

que ella se resistiera.

A los pocos segundos Liz pudo sentir como el aire dejaba de llegar a sus pulmones. Se

estaba asfixiando. A pesar de haber decidido sacrificarse, su cuerpo rehusaba morir y

pataleaba descontrolado, luchando contra su agresor mientras agarraba las manos del

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monstruo en un empeño por liberarse. La falta de aire hizo que se mareara y poco a poco sus

fuerzas la fueron abandonando.

A punto estaba de perder el conocimiento cuando una flecha apareció de la nada y se clavó

en plena frente del monstruo, arrojando éste a la muchacha entre quejidos. Liz inspiró con

ansia con el fin de llenar sus pulmones de oxígeno de nuevo. El kinay trató de quitarse la

flecha, pero tan pronto la tocó se convirtió en llamas que se extendieron por todo su cuerpo.

Liz oyó pasó a su espalda y, tendida en el suelo, volteó la cabeza tratando de descubrir de

qué se trataba. Tras ella apareció un muchacho de cabellos rubios, casi albinos, que se dirigía

lentamente hacia el monstruo, el cual aullaba de dolor.

Cuando el fuego se hubo extinguido, el demonio saltó sobre el joven, pero éste alzó los

brazos y un rayo cayó del cielo justo encima de su atacante, chamuscándolo por completo.

Entre gritos, volvió a arremeter contra el desconocido quien, tras pronunciar unas palabras

casi inaudibles, disparó otra flecha ardiendo, achicharrando una vez más a la criatura, que

cayó al suelo quejumbroso. El muchacho se situó a su vera, y desenvainando su espada, cortó

la cabeza del kinay de un solo golpe, dejando éste por fin de moverse.

Liz miró horrorizada la escena mientras las lágrimas manaban sin cesar de sus ojos.

Lágrimas que no sabía si eran de horror o de alivio.

El olor a carne quemada tan era insoportable, que tuvo que cubrirse la nariz y la boca para

no vomitar, apartando la mirada de aquella monstruosidad. Al poco tiempo apareció a su lado

el joven de cabellos alvinos.

- ¿Os encontráis bien? – ella lo miró, pero no respondió – vuestras heridas no parecen de

gravedad, estoy seguro de que os recuperaréis enseguida.

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Se agachó y posó sus manos sobre los cortes. Al instante una luz verdosa comenzó a brotar

de ellas, haciendo que el dolor fuera desapareciendo.

- ¿Rudra? – Liz lo buscó por la zona con la mirada.

- Tranquila, mis compañeros los están atendiendo.

Vio a dos hombres con el resto, curando las heridas del gitano y Rudra. Rudy estaba junto a

ellos. No parecía tener más que algunos rasguños.

Se levantó con dificultad y fue junto a su amigo, sentándose a su lado. Éste la tranquilizó

diciéndole que se encontraba bien. Se notaba en su rostro lo aliviado que estaba de que todo

hubiera por fin terminado. De pronto, Liz se levantó de un salto.

- ¡Akehiya! ¿Dónde está? – buscó al animal desesperada por todo el lugar,

descubriéndolo a unos metros de distancia, inmóvil.

Corrió hacia él y se dejó caer a su lado, colocándolo sobre su regazo. El muchacho de

cabellos rubios apareció a su lado.

- Lo siento, está demasiado malherida, no puedo hacer nada por ella - se lamentó.

- ¡Pero me salvó la vida! Me protegió incluso cuando no le quedaban fuerzas. ¡Tienes

que hacer algo! – el chico bajó la mirada – no… ¡no! Por favor… ¡por favor! Alguien, que

haga algo… ¡quien sea! – comenzó a llorar desconsolada.

Entonces escuchó una voz.

“¿Quieres salvarla?”

Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. De nuevo, volvió a repetirse la voz.

“¿Lo deseas?”

- Sí, por favor – suplicó Liz. Todos a su alrededor la miraron extrañados, preguntándose

con quien hablaba – haré lo que sea.

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“Utiliza mi poder. Di mi nombre.”

- ¿Tú nombre? ¿Cuál es tu nombre?

“Recuerda tu sueño… mi nombre…”

- Mi sueño… tu nombre… - a su mente vino la imagen de una niña de cabellos verde, y

de sus labios brotó inconscientemente una palabra – Aditi…

En el momento en que pronunció aquel nombre, sus ojos desprendieron un intenso brillo

verdoso, más claro que el suyo, y todo su cuerpo fue envuelto por un aura del mismo color.

Ante la mirada atónita de los presentes, la bruma que emanaba de su cuerpo adquirió la forma

de una niña translúcida de cabellos verdosos. La pequeña se paseó entre todos y en un instante

el dolor desapareció. Rudra vio como sus cortes se cerraban en cuestión de segundos.

Después, la niña se posó sobre el maltrecho animal y su cuerpo empezó a brillar.

Liz observó como las heridas comenzaban a sanar y lloró de alegría. Cuando la pantera se

hubo recuperado, la pequeña volvió a adquirir forma y, con una dulce sonrisa, se despidió de

la muchacha, quien le devolvió la sonrisa entre lágrimas, dándole las gracias al tiempo que

desaparecía. La joven miró de nuevo al felino y lo llamó por su nombre:

- Akehiya… ¿Akehiya?

Ésta por fin se movió y, a pesar de estar muy débil, consiguió lamer el rostro Liz y posar la

cabeza sobre su regazo. Todos observaban pasmados la escena, especialmente Rudra.

Al instante, la joven se tambaleó y perdió el conocimiento, desvaneciéndose sobre el

costado del joven desconocido, quien la sujetó con delicadeza.

- ¡Liz! – gritó Rudra mientras corría hacia ella.

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- Tranquilo, sólo está agotada. Dejémosla descansar – el muchacho de cabellos alvinos

cogió a Liz en volandas y se volvió – seguidme – Rudra, algo molesto, y los demás lo

siguieron.

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LA SEPARACIÓN

Cuando abrió los ojos, vio que se encontraba tendida sobre la cama de una habitación

desconocida. A su lado estaba Rudra, sentado, y tras él, los gitanos. De pie, deambulando por

la estancia, se hallaba el extraño joven que los ayudó en el callejón, y echada sobre el suelo

junto a la cama, la pantera. En cuanto despertó, todos se reunieron a su alrededor, aliviados, y

la pusieron al día de lo sucedido.

Al parecer, su nuevo amigo los había conducido a la posada donde se hospedaba con sus

compañeros y allí había dormido durante casi tres días enteros. En ese tiempo, el desconocido

les explicó que su gran maestro, Maharshi el mago, les había enviado en busca de una persona

a la ciudad. No tenían descripción alguna, mas que destacaría entre las demás y que

posiblemente fuera perseguida por los kinays, aunque aseguró que sabrían de quien se trataba

en cuanto la vieran.

Así, cuando el joven Roth, pues ese era su nombre, vio a la pareja en la plaza, decidió

seguirlos, pero cuando se separaron fueron tras el muchacho, y al sentir la presencia del kinay

se distrajeron, perdiéndolo de vista. Entonces, vieron una brillante luz aparecer de la nada y

tras dirigirse hacia ella pudieron encontrarlos.

- ¿Una luz? – preguntó Liz.

- Sí, nosotros también la vimos – afirmó su amigo - cuando nos separamos, volví a

recogerte adonde te dejé, pero ya no estabas allí. Mientras te buscaba me encontré con Rudy y

Vlad, los gitanos de la plaza. Rudy deseaba hablar contigo así que me acompañaron en tu

búsqueda. Bueno, más bien me siguieron… Dimos muchas vueltas, pero no había manera de

encontrarte. Entonces el pequeño Bastian, que al parecer te había estado siguiendo, apareció

de entre la multitud y nos contó que te había visto marchar con una mujer encapuchada;

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después nos guió hasta el lugar donde se encontraba Silver, pero no había ni rastro de ti. No

sabíamos por donde buscar, pero de pronto una luz dorada se elevó desde el interior del

callejón hasta el cielo. Era la misma luz que nos envolvió cuando escapábamos de las bestias

en Shamballah, así que pensé que tal vez te encontraría allí. Y estaba en lo cierto – sonrió –

menos mal que llegamos a tiempo.

Liz se quedó pensativa. Ella no recordaba haber visto luz alguna, aunque perdió el

conocimiento durante unos instantes. Quizás…

- ¿Qué fue lo que pasó?

- No estoy segura… la mujer me dijo que tú la enviabas… sabía mi nombre… dijo que

debía llevarme con vida… pero después de ver a la pantera decidió matarme – la muchacha

acarició suavemente la cabeza del animal, que yacía junto a ella plácidamente.

- Lo mejor será que el maestro nos explique qué está pasando. Mañana al amanecer

partiremos hacia el desierto, allí se encuentra nuestra morada – explicó Roth.

- Bien, pues no se hable más. Vayamos a dormir y mañana partiremos todos juntos –

Rudy estaba entusiasmada.

- ¿Juntos? ¿Desde cuándo somos un grupo? – se quejó Rudra no muy convencido.

- Yo también tengo curiosidad por saber de qué va todo esto, además, necesito hablar

con Liz cuando las cosas se hayan calmado – la miró sonriente.

Liz la observó durante un instante y después apartó la mirada, reflejándose en su rostro una

emoción que la gitana no consiguió identificar, mezcla entre duda, pena y dolor.

Tras acordar el plan, cada uno se fue a sus respectivas habitaciones a prepararse para la

partida del día siguiente y descansar.

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Unos minutos después de que el grupo se desperdigara, alguien llamó a la puerta de Roth.

Éste abrió y vio a Liz al otro lado. Ella lo miró un instante y después bajo la mirada, evitando

el contacto visual. Dijo que necesitaba hablar con él, así que Roth le ofreció entrar. Le pidió a

sus compañeros que abandonaran la estancia, pero ella insistió en que se quedaran, así que se

sentó.

- ¿Qué sabes del ataque de hoy? – lo interrogó.

- No mucho, lo único que sé es que os he contado ya.

- Vaya…

- He de reconocer que al principio pensé que se trataba del muchacho, debido a su

extraño color de ojos, pero después de los acontecimientos está claro que la persona a la que

se refería el maestro sois vos – la joven permaneció en silencio – siento no poder seros de más

ayuda.

- Necesito pedirte un favor – se quedó callada un instante mientras seguía con la cabeza

gacha, después miró seria al joven a los ojos – quiero que salgamos esta noche – vaciló un

instante, pero enseguida volvió a llenarse de determinación - sólo los aquí reunidos.

Roth meditó en silencio durante un par de minutos mientras el resto esperaban expectantes.

- Muy bien. Esperaremos a que todos duerman. Después pasaremos a buscaros a vuestra

habitación.

- No hay necesidad. Os estaré esperando en los establos.

- De acuerdo.

- Gracias – la muchacha se marchó en silencio.

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Tras cruzar la puerta de su habitación, Liz se apoyó contra la puerta y toda la entereza con la

que se había mostrado antes se esfumó. Se sentía aliviada de que el joven no le hubiera pedido

ninguna explicación y aceptara sin más.

En el fondo no quería dejar a nadie atrás, pero si continuaban juntos, acabarían heridos de

nuevo o incluso peor, y no podía permitir que eso pasara. Sabía que Rudra se enfadaría con

ella, mas no quería ponerle en peligros de nuevo, ya había pasado por suficiente.

Al pensar en el joven, la garganta se le atragantó y no pudo retener por más tiempo las

lágrimas, rompiendo a llorar al instante.

Cuando Roth y su grupo bajaron a los establos, Liz ya estaba allí esperándolos. Su rostro

aún estaba enrojecido, pero ninguno hizo pregunta alguna.

En silencio, ensillaron a los caballos y montaron. Liz se sentó detrás de Roth.

En la oscuridad de la noche, los tres jinetes y su acompañante cruzaron la puerta sur de la

ciudad, y cuando apenas llevaban unos minutos cabalgando Roth, se detuvo en seco.

- ¿Qué ocurre?

- Alguien nos sigue… - susurró.

- ¿Kinay? – preguntó asustada, pero él no contestó.

De entre las sombras pudo distinguir una silueta que se acercaba a la carrera. Cuando se

encontraba a pocos metros de distancia, la joven bajó del caballo con cuidado.

- Nos has seguido ¿eh?

El animal se acercó a ella hasta colocar su cabeza bajo su mano. Liz sonrió al tiempo que la

acariciaba. Se agachó, situándose a su altura mientras sujetaba su cabeza delicadamente entre

sus manos, y la miró a los ojos.

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- Akehiya… eres libre. Deberías marcharte a tu hogar – la pantera gimió y Liz supo que

no deseaba separarse de ella – pero si me sigues estarás en peligro y probablemente acabarás

herida de nuevo… no quiero que te suceda nada malo…

Akehiya rugió y después lamió la cara de la muchacha. Sabía que dijera lo que dijera la

seguiría de todos modos allá donde fuera.

- Muy bien… - sonrió con ternura.

Montó a lomos del felino y el grupo prosiguió su camino hacia el desierto.

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CAMINOS CRUZADOS

Rudra apenas había dormido durante la noche; no dejaba de repasar todos los

acontecimientos sucedidos en los últimos días. Desde que Liz apareciera en su vida, todo su

mundo había cambiado de manera drástica. En un instante, todas aquellas cosas en las que

jamás había creído se habían convertido en… reales. ¿Y qué sabía de aquella chica? Tenía

tantas dudas en su cabeza… Antes de partir, deseaba hablar con ella a solas, aunque tampoco

parecía que la muchacha tuviera demasiadas respuestas.

Justo antes de que amaneciera, se levantó y se dirigió a la habitación de la joven, ansioso

por aclarar sus dudas. Llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Tal vez estaba

durmiendo… Por desgracia no podía esperar, así que volvió a llamar, sin éxito; posó su oreja

en la puerta y tras esperar unos segundos, no consiguió oír ningún ruido del interior.

Impulsado por la curiosidad agarró el pomo y éste giró sin hacer apenas esfuerzo.

Con cuidado abrió la puerta, esperando encontrar a la despistada muchacha en la cama,

durmiendo ajena a su descuido. Cuál fue su sorpresa al descubrir la estancia completamente

vacía, sin rastro de Liz.

Corrió al cuarto de los gitanos y aporreó la puerta, apareciendo por el umbral una

adormilada Rudy.

- ¿Qué pasa? ¿Ya es la hora?

- ¿Está Liz contigo?

- No… aquí no ha venido… ¿no está en su dormitorio?

- ¡La habitación está vacía! – se giró acalorado – Roth…

Se precipitó escaleras abajo en dirección a la habitación del grupo, pero cuando llegó la

encontró también vacía. Se habían marchado.

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La pareja de gitanos lo alcanzaron.

- Se la han llevado… - musitó.

- ¿Qué? No es posible… - dijo Rudy.

- Ése era su plan… - Rudra se puso furioso.

- Pero ¿por qué salvarnos la vida? No tiene sentido…

- ¡Claro que lo tiene! Se ganan nuestra confianza y la secuestran delante de nuestras

narices.

- Relájate muchachote, que vas a despertar a toda la posada – le regañó la gitana –

Bueno ¿qué hacemos?

- ¿No está claro? Debemos ir tras ellos.

- ¿Adónde?

- No lo sé…

- El desierto – dijo Vlad inesperadamente. Era la primera vez que Rudra lo oía hablar.

- Es cierto, comentaron algo del desierto…

- Pero puede ser una trampa… no podemos fiarnos… - contradijo Rudra a la defensiva.

Entonces Rudy pegó un saltito.

- ¡Tengo una idea! ¿Tienes algo de Liz? – Rudra la miró extrañado – cualquier cosa

servirá.

Sacó de su bolsillo la moneda que le había regalado.

- ¿Te vale esto? – Rudy observó el objeto con detenimiento.

- ¿Qué es?

- Dinero de su tierra. Al menos eso dijo. Uno de los viejos le dio muchísimo por ellas.

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- Vaya… - la gitana sonrió – perfecto. A ver si funciona.

- La quiero de vuelta… - le advirtió.

- Qué desconfiada es la gente.

La mujer agarró la moneda, cerró los ojos y suspiró profundamente, centrando toda su

atención en aquel trozo de metal ante la atenta pero recelosa mirada de Rudra. No quería

interrumpir, aunque no sabía de qué iba todo el rollo, así que preguntó al gitano en voz baja.

- ¿Qué hace?

- Intenta tener una visión.

- ¿Ése es el plan? – resopló desalentado. Entonces Rudy comenzó a temblar – no me

digas… que lo de la plaza no fue un farol.

- De normal, lo habría sido… - dejó escapar una sonrisilla – pero por alguna razón,

cuando tocó a tu amiga, tuvo una real. Rudy proviene de una familia de videntes, aunque

nunca antes había despertado su don, por eso se ganaba la vida timando a la gente – guardó

silencio – aquí viene.

Los ojos de la gitana se tornaron blancos y comenzó a balbucear sin sentido. Lo único que

secaron en claro fue arena, fuego y peligro.

Por primera vez, Rudra decidió creer en aquellas hasta entonces pantomimas, por lo que

cuando Rudy se recuperó del esfuerzo, se encaminaron a toda prisa a los establos.

Empacaron todo y se lanzaron al galope cuando apenas asomaba el sol por el horizonte.

Aunque en un principio Rudra tenía pensado ir solo, la pareja insistió en acompañarlo, así que

los tres cruzaron las puertas de la gran ciudad de Taraka camino del desierto.

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Habían pasado ya dos días desde que abandonaran la capital y todavía seguían en mitad del

desierto, rodeados de arena y más arena. Liz pensó que nunca llegarían a su destino. Si no

hubiera sido gracias a los conocimientos y la magia de sus acompañantes, el viaje habría

resultado más que agotador; sin embargo, estaba siendo tranquilo y sin percances.

La joven descubrió que Roth era un aprendiz de mago, al igual que sus dos compañeros.

Había estado bajo la tutela del maestro Maharshi desde que tenía doce años, por lo que

conocía aquel desierto como la palma de su mano. Los peores días de entrenamiento los había

tenido que sufrir en él, y ni qué decir de las noches. Le contó que cuando desobedecía, su

maestro lo abandonaba en mitad de las arenas y tenía que volver por su cuenta. Por las

palabras del muchacho, Liz pensó que su mentor debía de ser una persona horrible; no

obstante, su tono de voz y su mirada delataban el enorme afecto que sentía por él.

Gracias a las historias de Roth el camino no parecía tan largo y duro. Aún así, desde el

mismo momento en el que entraran en aquel páramo, una extraña sensación se había

apoderado de la muchacha. Sentía una especie de cosquilleo constante en su estomago,

desconocido hasta el momento, que la inquietaba, y que se agudizaba a cada paso que daban

hacia las entrañas del arenal.

Por fin, en la tarde del segundo día, Liz pudo ver a lo lejos su destino, un frondoso oasis

que desentonaba con todo lo que hasta entonces había visto en aquel país. Rodeado por

grandes y verdes palmeras se alzaba un palacete de estilo arábigo, igualito que los que

aparecían en las películas, pues nunca antes había viajado a una región desértica en su mundo.

A medida que se fueron acercando, pudo distinguir una laguna de aguas cristalinas y

multitud de animales a su alrededor. Las exóticas aves canturreaban por los alrededores y los

camellos se refrescaban a la sombra.

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Antes de que siquiera estuvieran cerca de las puertas, la joven atisbó a varias criadas

esperándolos, y en cuanto llegaron, la condujeron hacia el interior, ignorando al resto de

viajeros.

Primero fue llevada a la estancia donde se alojaría mientras permaneciera allí. Liz creyó

encontrarse en los aposentos de un auténtico Marajá, no sólo por el tamaño, sino por la

lujuriosa decoración. Esculturas talladas en marfil, sábanas de seda cubriendo el lecho,

muebles de la más refinada madera, suelo de un mármol tan pulido que si se cayera sobre él,

resbalaría hasta la pared opuesta. No podía no imaginarse cómo sería el resto del palacio.

A los pocos minutos, un par de doncellas aparecieron y se la llevaron sin decir palabra

alguna ni explicar adónde. La guiaron a través de varios pasillos hasta llegar a una sala casi

entera cubierta de agua, con chorros que caían de las alturas. Era precioso.

- ¿Qué es este lugar?

- Es el manantial para la purificación – le explicó una de las doncellas.

- ¿Purificación?

- Sirve para limpiar el cuerpo y el espíritu de todo lo negativo – aclaró la otra.

- Vaya…

Las mujeres cerraron las puertas y comenzaron a desnudarla. Liz dio un paso atrás,

cubriéndose.

- ¿Qué hacéis?

- El maestro nos ordenó que nos hiciéramos cargo de su ritual de purificación.

- No es necesario… puedo hacerlo yo sola…

- No os preocupéis – rió la más joven – no es la primera vez que vemos una mujer

desnuda.

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A Liz se le saltaron los colores.

- Seremos muy delicadas – bromeó la otra.

Y se abalanzaron sobre ella entre carcajadas. La joven se resistió tanto que casi tuvieron

que arrancarle las vestiduras.

Una vez desvestida, la metieron en el manantial. Lavaron su cuerpo con aguas perfumadas,

mientras pronunciaban oraciones de purificación; después, ya sin compañía y superada su

timidez, se dirigió al interior del manantial y se relajó bajo las cascadas.

Cuando volvió a la orilla, la vistieron con ropas de seda tan delicadas que por un instante

pudo hacerse una idea de cómo debía de sentirse una princesa, y la condujeron a un enorme

comedor. En el centro, la mesa rebosaba de exóticos manjares, cada cual de aspecto más

apetitoso. No fue hasta el momento de verlos cuando se percato de que estaba hambrienta.

Al instante Roth apareció por la puerta y se sentó a su lado.

- Espero que todo sea de su agrado.

- Claro, incluso me parece un trato excesivo… - rió.

- Siento comunicaros que el maestro no se encuentra en estos momentos en palacio. Al

parecer salió justo antes de que regresáramos. Sin embargo, ordenó que se os recibiera con

todos los honores, y todas las doncellas os servirán en cualquier cosa que necesitéis.

- Ya lo he comprobado – rio - no importa. Esperaré a que llegue. De todas maneras, no

tengo a donde ir – bajó la mirada.

- ¿Puedo haceros una pregunta? Si no es indiscreción.

- Claro.

- ¿Tenéis alguna idea de por qué os persiguen los kinays?

Liz guardó silencio unos instantes. ¿Sabía la respuesta a esa pregunta?

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De manera muy resumida le contó su historia al joven, quien la escuchó con atención y sin

interrumpirla. Cuando terminó, permaneció en silencio.

- Ahora lo entiendo…

Y acto seguido se arrodilló frente a ella. Liz se incorporó incomodada.

- ¿Qué haces? Levántate, por favor, yo no soy nadie especial.

- Os equivocáis. Sois más especial de lo que pensáis.

- Roth, si sabes algo, por favor, dímelo.

- Será mejor que esperéis a que el maestro regrese. Él podrá explicaros en detalle todo lo

que deseéis saber. Tened paciencia, os lo ruego – el muchacho se levantó de la silla - y ahora,

si me disculpáis.

Se despidió mientras se inclinaba a modo de reverencia y se marchó, dejando a Liz sola en

aquel lugar.

Al verse en aquella inmensa estancia sola, sintió un nudo en el estómago. Hacía tiempo que

no había estado sin compañía; se había acostumbrado a estar rodeada de gente y en ese

momento una gran tristeza la invadió.

Como si hubiera leído sus pensamientos, Akehiya apareció en el salón, sentándose a su

lado. Liz la acarició aliviada, agradecida por su presencia.

Pensó en Rudra. Se preguntaba cómo estaría. Probablemente estaba furioso con ella por

haberse marchado así, pero era lo mejor; con suerte ya estaría de regreso a su casa.

De pronto, un pinchazo en el abdomen la hizo estremecerse, llevándose ambas manos al

estómago. El cosquilleo que sentía en el desierto se hizo más intenso desde que llegó al

pequeño oasis, y aunque no era doloroso, no podía ignorarlo.

Levantó la mirada y frente a ella vio un amplio balcón.

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Sin saber por qué, se levantó y se caminó en dirección a la barandilla, seguida de cerca por

el animal. Cuando llegó al extremo del mirador, se apoyó en la barra y su mirada se perdió

entre la oscuridad. Una extraña sensación de embriaguez se apoderó de ella, impidiéndola

retirar la mirada de entre las palmeras. Buscaba algo, pero ni siquiera ella misma sabía lo que

era. No sabía porque, pero sentía que algo la llamaba desde la oscuridad, atraía por lo que

fuera que fuese.

Al cabo de un rato el ruido de voces la sacó de su ensimismamiento. Las dos de criadas, al

parecer a su cargo, aparecieron por la puerta. Insistieron en que debía descansar después de

tan largo viaje, así que venían para escoltarla hasta sus aposentos. Y tenían razón, estaba

agotada, así que no puso pegas y se encaminó hacia la puerta. A cada paso que daba se

volteaba para mirar hacia el exterior del balcón, en dirección al oasis, hasta perderse en el

interior palacio.

El calor era aplastante. Llevaban ya varios días vagando por las arenas y el camino no

parecía tener fin. No se podía distinguir nada. Rudra y Rudy se encontraban en el interior del

carromato mientras Vlad lo conducía.

Por una parte, agradecía la compañía de los gitanos; si no hubiera sido por ellos, no podría

haber sobrevivido en aquel lugar más que unas horas. Al ser nómadas, estaban acostumbrados

a viajar y no era la primera vez que habían cruzado aquel desierto, aunque siempre lo habían

hecho en grupo.

Por la noche se resguardaban del frío y de la arena en el carro, y por el día seguían la

marcha. Sin embargo, Rudra era demasiado impaciente y se sentía molesto por ir tan despacio.

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Rudy había insistido en que el desierto sólo debía cruzarse por lo alto de las dunas y el

camino marcado con postes, pero era mucho más lento y daba más vuelta. El joven no

entendía el por qué de hacerlo así, pero la gitana le explicó que siempre lo habían hecho así y

que aunque desconocía la razón, debía de haberla. Así que Rudra no tuvo más remedio que

acceder a regañadientes. Aún con todo, Vlad se daba toda la prisa que estaba en su mano y

apenas descansaban más que cuando era imprescindible, siendo relevado por alguno de sus

acompañantes muy de cuando en cuando.

En la mañana del segundo día, Vlad llamó a sus compañeros desde el exterior, saliendo

ambos de inmediato del carro para mirar. A lo lejos atisbaron una figura blanca que vagaba en

mitad del desierto. Aceleraron el paso y, estando suficientemente cerca, vieron que se trataba

de un anciano. Cuando le preguntaron a dónde se dirigía, dijo que trataba de salir del desierto,

pero desde hacía días estaba desorientado y deambulaba sin rumbo; así que se ofrecieron a

llevarlo. El anciano agradeció encantado la invitación y se resguardó del sol en el interior del

carromato con Rudy y Rudra.

El hombre les contó historias muy interesantes sobre esas tierras y gracias a él, el tiempo

pasó más deprisa.

Cuando casi había caído la noche, Vlad los llamó. A lo lejos, casi imperceptible, vieron lo

que parecía un pequeño grupo de personas.

- ¡Son ellos! – gritó Rudra.

- Espera – lo detuvo Rudy – puede ser cualquiera. No somos los únicos que se han

podido internar en el desierto de camino al sur.

- ¡No! Tienen que ser ellos – saltó del carro y se dirigió hacia Silver, que se encontraba

atado en la parte trasera.

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- ¿Qué crees que estás haciendo?

- Voy a alcanzarlos – Rudy corrió a donde se encontraba el muchacho y lo agarró.

- ¿Estás loco? Te he dicho que debemos seguir el camino.

- Pero están muy lejos. ¡Si no me doy prisa se escaparán con Liz!

- Deberías hacer caso a tu amiga – le advirtió el anciano desde el interior del carro con

bastante parsimonia.

Haciendo caso omiso a las advertencias, montó en el caballo y, galopando a toda prisa, fue

directo hacia donde se encontraban los viajeros en la lejanía, saliéndose del camino marcado

hacia el interior de las dunas.

- ¡Será! – maldijo la gitana enojada.

El anciano se asomó por la cortinilla del carro para saber qué estaba pasando.

- ¿Qué sucede, querida?

- Tranquilo abuelo, quédese dentro que enseguida arreglo yo las cosas, faltaría más.

- ¿Qué hacemos? - dijo Vlad desde las riendas.

- Pues seguirle, qué vamos a hacer – se montó junto a su compañero y siguieron el

mismo camino que Silver – cuando lo coja me lo voy a cargar.

Rudra iba en cabeza, seguido por el carruaje. A pesar de la gran distancia, cada vez se

encontraban un poco más cerca de su objetivo. Repentinamente, Silver se detuvo en seco en lo

alto de una de las dunas. Parecía muy inquieto. Gracias al alto, el carro los alcanzó en un

instante.

- ¿Qué pasa? – preguntó Rudy.

- No lo sé, no quiere seguir.

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El caballo comenzó a relinchar y a encabritarse al mismo tiempo que los otros lo imitaban.

Rudra trató de que avanzara, pero era inútil. Estaba completamente enloquecido. Su jinete

comenzó a susurrarle al oído de manera dulce y, finalmente, tras calmarse un poco, el caballo

avanzó unos metros, pero se detuvo de nuevo más exaltado que antes.

- ¡¿Pero qué te pasa?! – le riñó Rudra enojado.

De pronto las arenas comenzaron a moverse hacia el corazón de la duna y la tierra empezó

a temblar. Rudra vio horrorizado como en mitad del remolino surgía un enorme gusano con

dientes más grandes que él, arrastrándolos inevitablemente hacia donde se encontraba. Dirigió

al corcel en dirección contraria, pero la corriente era demasiado fuerte, haciendo imposible el

avance. Rudy les lanzó una cuerda tan rápido como pudo y, en cuanto la agarró, Rudra la ató a

la silla del caballo mientras veía cada vez más cercana la boca del desagradable bicho. Una

vez amarrada, la gitana hizo que el carro tirara de ellos, pero aún con eso no eran capaces de

traerlos de vuelta.

- ¡Deja al caballo y agárrate tú! – gritó ella.

- ¡No!

El joven desenvainó su espada y saltó del corcel directo a las fauces del gusano; pretendía

acabar con él mientras sacaban a Silver de allí.

Rudy gritó su nombre angustiada. Sabía que sería engullido de seguro. Le pidió a Vlad que

tirara del caballo y, sin pensárselo dos veces, se ató una cuerda alrededor de la cintura, saltó

del carruaje y se lanzó al agujero espada en mano.

Rudra peleaba desesperado, atestando espadazos en la horripilante cabeza de su atacante a

la vez que se sostenía con las piernas en el umbral de su boca. En uno de los golpes resbaló y

a punto estuvo de caer de lleno en sus fauces, pero en ese mismo instante Rudy lo sujetó

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mientras clavaba su espada en la piel del bicho. Vlad, que ya había sacado al caballo de la

arena, tiró de su cuerda, empujándolos hacia él: sin embargo, la corriente se hizo más fuerte y,

cuando estaban a medio camino, el gusano sacó la mitad de su cuerpo y se lanzó directo al

lugar donde se encontraban, dispuesto a engullirlos.

El muchacho se colocó delante de Rudy para protegerla, con la punta de la espada en

dirección a su atacante, esperando a que llegara su fin; pero de pronto, una silueta se interpuso

entre ellos. Se trataba de Vlad, que con su arma había detenido el avance del gusano. Rudy lo

llamó alterada, a lo que éste se medio volvió, mientras seguía reteniendo al bicho. Su rostro se

había vuelto más pálido de lo normal.

El gitano soltó un grito y arremetió contra el gusano, momento que Rudra aprovechó para

tratar de salir junto a Rudy del agujero. La empujaba hacia arriba mientras que ella trataba de

subir, volviéndose de cuando en cuando hacia su compañero, quien seguía peleando en el

hoyo, lanzando una y otra vez estacadas que penetraban en el cuerpo de su contrincante.

Parecía haber perdido el control, embistiendo sin descanso como un energúmeno, mientras

gritaba ferozmente, todo cubierto de sangre verdosa.

En uno de los bandazos, salió despedido y aterrizó justo en el lugar donde había ascendido

la pareja tratando de huir. Rudy gritó su nombre, pero no parecía escucharla. Jadeaba furioso

sin apartar la mirada del bicho, como poseído. Rudra se percató de que sus ojos se habían

tornado de un peculiar color púrpura.

De nuevo, se lanzó al ataque, hiriendo a su presa una y otra vez, de manera sádica. En un

último intento de huida, el gusano retrocedió, tratando de sumergirse bajo tierra y creando un

fuerte remolino que arrastró a los tres hacia el centro. Pero eso no detuvo al gitano, que saltó

sobre él y le clavó la espada en plena boca.

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El gusano, afligido, emitió un ensordecedor pitido que obligó a los tres a taparse los oídos

por el dolor. Después comenzó a lanzar arena ensangrentada fuera del agujero, enloquecido,

expulsándolos fuera del remolino.

La caída fue tal que Rudra pensó que moriría, sintiendo agarrotado todo su cuerpo. Era

como si lo hubieran estrujado todo por dentro. Notaba como la vista se le nublaba por

momentos.

Oyó unos pasos a su espalda y, a duras penas, se giró, apreciando lo que parecía una silueta

de blanco que sostenía un enorme báculo brillante, aproximándose a él. Fue la última imagen

que vio antes de perder el conocimiento.

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EL GRAN MAHARSHI

La luz del sol consiguió que Rudra fuera despertando poco a poco. Cuando abrió los ojos

vio que se encontraba en una habitación desconocida, muy amplia y tan iluminada que la luz

apenas le dejaba ver. Después de adaptarse a ella reconoció a la persona sentada junto a él.

- ¿Abuelo?

- Al fin despiertas – sonrió el anciano.

- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? – dijo oteando el lugar, desconcertado.

- ¿Qué es lo último que recuerdas?

- Había un gusano enorme que intentaba comernos y… - fugazmente una imagen vino a

su mente – te vi con un bastón brillante.

- Me agrada tu simpleza - rió - será mejor que descanses un rato más. Cuando te

encuentres con fuerzas puedes dar una vuelta. Si tienes hambre, pídele a alguna de las

doncellas que te sirva algo – se levantó y se dirigió a la puerta.

- ¿Adónde vas, abuelo?

- Voy a ver como se encuentran tus amigos. Cuando todos estéis bien hablaremos – y

desapareció.

Tras marcharse, Rudra cayó en la cuenta de que al final no había contestado a ninguna de

sus preguntas, aunque suponía que su “hablaremos” iría referido a ello.

Miró a su alrededor, pero nada le resultaba familiar, así que se levantó de la cama y decidió

dar un paseo. Al salir de la cama descubrió que llevaba una especie de túnica blanca, sin haber

ni rastro de sus ropas ni su arma en la estancia.

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En los pasillos apenas había gente, más que las doncellas que danzaban de un lado para

otro. De cuando en cuando las descubría cuchicheando entre risas al pasar, pero en cuanto las

miraba desaparecían a toda prisa.

El lugar en el que se encontraba era enorme, con multitud de habitaciones diferentes y

grandes salas, cuyos techos se distanciaban del suelo a gran altura, perdiéndose en lejanas

bóvedas semicirculares. Los portones tampoco se quedaban cortos de tamaño y todas las

puertas estaban abiertas. En las blancas paredes había inmensos ventanales que filtraban la

intensa luz en el interior. Todo en aquel lugar emanaba paz.

Sin darse cuenta, admirado por la belleza del palacio, fue a parar a lo que debía ser uno de

los dormitorios, pues al fondo había una inmensa cama con un dosel de seda fina cubriéndola.

Distinguió una silueta tendida en la cama. A pesar de que sabía que no debía estar allí, sentía

una enorme curiosidad por descubrir quien más, aparte de él, se hospedaba en el palacete; tal

vez se trataba de alguno de sus compañeros de viaje. Así, tratando de hacer el menor ruido

posible, se aproximó a la cama.

Cuanto más cerca se encontraba, más seguro estaba que debía de ser de una mujer, pues su

figura era esbelta y pequeña, acomodada sobre el lecho con gracia y delicadeza, dejando sus

largos cabellos alborotarse sobre la almohada, cabellos que le resultaban bien familiares. Ya a

escasos metros del camastro vio el rostro de la muchacha y su corazón dio un vuelco. Se sintió

arrastrado hasta el pasado, un pasado que desencadenó todo lo que estaba sucediendo,

reviviendo de nuevo aquel mágico encuentro en un escenario diferente, pero con los mismos

protagonistas.

Lentamente abrió las cortinas, no sabía si para asegurarse de no equivocarse o simplemente

para observar más de cerca aquel hermoso rostro. Suspiró aliviado al corroborar que allí,

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152

frente a él, se encontraba Liz, durmiendo plácidamente. Se quedó mirándola un buen tiempo,

sin emitir ruido alguno, sólo mirando, hasta que por fin, no se sabe después de cuanto, ella

despertó. Al verlo sonrió, creyéndose aún dentro del sueño, pero cuando al cabo de un rato

éste no desapareció, se incorporó lentamente y acercó su mano hasta la mejilla de Rudra,

acariciándole la cara. En cuanto pronunció su nombre, confundida, el joven la estrechó entre

sus brazos con fuerza. Estaba tan feliz de que se encontrara bien. Liz, por su parte, estaba

perpleja.

- ¿Cómo…? – preguntó entre sus brazos.

- Eso no importa. Ahora estás a salvo – la separó suavemente, sujetándola aún entre sus

manos, y la escrutó con la mirada - ¿te encuentras bien? ¿Estás herida?

- Estoy bien… - sonrió con ternura.

No entendía lo que estaba pasando, pero una parte de ella se alegraba tantísimo de tenerlo

de vuelta. Lo había extrañado muchísimo.

El muchacho acarició sus cabellos mientras la miraba fijamente, posando su mano sobre su

mejilla sonrosada. Liz también lo miraba, sin poder apartar sus ojos de los suyos, que

flameaban y brillaban como nunca antes lo habían hecho. Poco a poco se dejaron arrastrar por

sus miradas, perdiéndose el uno en el otro y acercándose cada vez más con el corazón

desbocado. Cuando apenas estaban a unos milímetros de distancia, Roth apareció por la

entrada.

- Tengo buenas noticias. El maestro ha regresado, enseguida vendrá a… - vio a la pareja

frente a él y se sorprendió – vaya...

Ambos se separaron de inmediato, exaltados por la inesperada visita. Al verlo, el cuerpo de

Rudra se tensó y su expresión se tornó dura y fiera.

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153

- ¡Tú! – se colocó frente a Liz para protegerla y buscó su espada, pero desgraciadamente

no la llevaba.

- Yo también me alegro de verte – comentó Roth con ironía.

- ¡No dejaré que te la lleves de nuevo!

- ¿Llevármela? Pero si yo…

- ¡Calla maldito! No me engañarás dos veces, monstruo asqueroso.

- ¿Monstruo? – Roth rió – Si lo fuera, ¿acaso crees que podrías protegerla? ¿Tú? – lo

miró con desprecio - No me hagas reír.

- ¡Serás!

- ¡Ya basta! – Liz se levantó de la cama y se interpuso entre ambos - ¿se puede saber

qué os pasa a los dos? Roth, Rudra.

- ¡Pero él te secuestró! ¡Es un kinay!

- ¿Qué? – las palabras del muchacho pillaron al resto por sorpresa.

- ¿Yo, un kinay? – Roth comenzó a troncharse de risa ante la atónita mirada de Rudra.

- Pero…él te secuestró… - balbuceó.

- Te equivocas, él no me secuestró… fui yo la que le pedí que nos marcháramos… -

explicó Liz con la mirada baja.

- ¿Qué? – preguntó confundido mientras ella permanecía en silencio - ¡¿Por qué?!

- ¡Era lo mejor! – respondió – si seguías conmigo te acabarían haciendo daño de nuevo.

No podía… - en ese momento Rudy entró corriendo en la habitación, seguida de Vlad.

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- ¡Liz! – abrazó a la joven – que bien que estés aquí. Estábamos tan preocupados – miró

a Rudra – tú también estás bien, me alegro, aunque casi nos matases… – después miró a Roth

– vaya, el secuestrador…

- Él no me secuestró… - insistió Liz.

- Ya me lo imaginaba – dijo Rudy con una sonrisa.

- ¿Cómo? – Rudra no salía de su asombro.

- Bueno… no creía que fueran kinays, no tiene sentido - miró a la joven – además, se te

veía algo decaída la última vez que nos vimos. Supuse que era más probable que hubieras

pensado que marchándote nos protegías de ser atacados de nuevo.

- Pero… ¿por qué no me dijiste nada? – la recriminó.

- ¡Lo intenté! Pero eres demasiado cabezota y no escuchas – el joven bajó la cabeza

ofendido. Rudy se dirigió de nuevo a Liz – lo importante es que estás bien.

- Vaya, vaya, parece que estáis todo ya reunidos. Mejor así – se giraron para ver de

quien se trataba.

- ¿Abuelo?

- ¡Muestra respeto por el maestro, patán! – bramó Roth enojado.

Todos miraron sorprendidos al anciano.

- ¿Maestro? – repitió Rudra – pero… - el viejo sonrió.

- Parece que has encontrado a la persona que buscabas – se giró hacia Roth – así que tú

eres el malvado secuestrador – se burló – no me sorprende en absoluto.

- ¡Maestro! – Roth enrojeció.

El viejo rió ante la mirada del grupo. Después se acercó a la joven.

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155

- Tú debes de ser Elizabeth. He ido hablar mucho de ti. Tenías razón Rudra, es muy

hermosa - tanto Liz como se sonrojaron.

- ¿Usted es el maestro Maharshi?

- Así me conocen aquí.

- ¿Pero qué hacías en mitad del desierto? – interrumpió Rudy.

- Las arenas estaban inquietas. Sabía que la muchacha estaba de camino hacia aquí, pero

sentí una presencia extraña y fui a asegurarme de que el enemigo no la seguía. Entonces me

encontré con vosotros y decidí unirme a vuestro grupo. Pensé que sería divertido.

- ¡Vaya! Qué calladito te lo tenías.

- Querida mía, uno tiene que ser precavido en esta vida, especialmente en estos días –

miró a Vlad, quien no tenía muy buen aspecto - ¿te encuentras bien, hijo? – dijo con una

media sonrisa picarona, pero el gitano no contestó.

Rudy corrió a su lado. Desde que habían llegado del desierto no parecía sentirse demasiado

bien, y se veía pálido y débil. Roth los miró y algo cambió en su expresión.

- Maestro – dijo Liz – hay algo que necesito preguntarle.

- Bueno, bueno, no te pongas tan seria. Será mejor que comamos algo primero. Ya

tendremos tiempo para hablar con calma más tarde.

- Pero…

- Tranquila, aquí no corres peligro. Los kinays no pueden entrar – el anciano se

encaminó a la puerta.

Roth corrió a su lado y le susurró algo al oído con expresión tensa, pero el maestro sonrió,

le palmeó el hombro y salió de la sala. Su aprendiz, aún con preocupación en el rostro, lo

escoltó y todos los demás siguieron sus pasos hasta el comedor.

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156

Una vez atravesaron las puertas del salón, vieron con sorpresa que la mesa se encontraba

rebosante de comida y las doncellas esperaban su llegada.

Todos se sentaron y comenzaron a comer tímidamente al principio, pero con efusividad

después. Estaba todo delicioso. Liz ya había probado los manjares del lugar, así que se lo

tomó con calma; sin embargo, Rudy y Rudra estaban hambrientos y apenas tomaban aire entre

trago y trago. Por el contrario, Vlad no probó bocado; aún se veía mal. Roth no le quitaba el

ojo de encima, pero el maestro no mostraba un especial interés y charlaba animadamente con

los viajeros. Akehiya estaba tendida junto a Liz, disfrutando de un suculento pedazo de carne.

Rudy y el maestro rieron y bromearon durante toda la comida; por el contrario, Liz y Rudra

apenas habían hablado desde que se encontraran en el palacio. Cada vez que la joven trataba

de dirigirse a él, éste bajaba la cabeza, evitando encontrarse con su mirada. Sabía que le había

hecho daño y seguramente estaba muy enfadado con ella, pero seguía convencida de que había

tomado la decisión correcta al marcharse, así que reunió fuerzas y se levantó, llamando la

atención de los presentes.

- Maestro, necesito respuestas.

- Vaya… - se lamentó el maestro - ¿tanta prisa tienes? Pensé que tal vez desearías

disfrutar de un poco de paz antes de proseguir con tu camino.

- Lo siento, pero no tengo tiempo, en cualquier momento…

- ¿Tanta prisa tienes por irte otra vez? – Rudra la interrumpió irritado. Ella lo miró y

guardó silencio.

- Vamos, no te pases, Rudra – Rudy intentó relajar el ambiente – ella sólo quería…

- No, tiene razón – el rostro de Liz se endureció – además, no tengo pensado llevar

compañía cuando me marche.

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- ¡¿Pero por qué hablas de esa manera?! ¿Qué te pasa? – Rudra ya no se veía enfadado

sino desesperado. No entendía el repentino cambio de la chica y lo estaba matando.

- No me pasa nada – el corazón de Liz dio un vuelco y tuvo que morderse el labio con

fuerza antes de continuar para evitar echarse a llorar – creo que lo mejor será que me marche

ya.

- ¡No! – Rudra se levantó y bloqueó la salida – no dejaré que te vayas de nuevo.

- ¡Basta! – Liz explotó - ¡es que no entiendes que si te quedas conmigo te matarán! –

aquellas palabras lo pillaron por sorpresa.

- ¿Por qué dices eso? ¿Acaso no crees que pueda protegerte?

- No es eso… - sus ojos se humedecieron – Rudy lo dijo en su visión. Si permaneces

conmigo sólo habrá sangre y muerte – el joven se acercó a ella.

- Pero Liz, lo único que dijo fueron tonterías.

- ¡Eh! Un respeto, que puedo oírte – gruñó Rudy enojada.

- ¡Pero es cierto! – afirmó – bloques que llegan al cielo, maquinas rodantes, pájaros de

metal… por favor. Esas cosas no existen.

- Te equivocas – Liz lo miró mientras él la observaba perplejo.

- ¿Qué quieres decir?

Liz cerró con fuerza los ojos y tragó saliva. Había llegado el momento, ya no podía

mantenerlo más tiempo en secreto.

- Todas esas cosas existen… en mi mundo…

- ¿Cómo dices?

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- Cuando te dije que no era de por aquí, no me refería a Shamballah… me refería a… -

no lograba terminar la frase.

Sabía que cuando lo dijera todo terminaría. Vaciló un instante, pero se armó de valor y,

apretando con fuerza los puños, desveló el secreto que con tanto empeño había guardado.

- Ádama… yo no soy de este mundo… - seguía con los ojos cerrados, escupiendo las

palabras a trompicones - mi mundo se llama la Tierra. Había una muchacha que me perseguía.

Cuando por fin la encontré, fui engullida por un remolino de agua; después una luz dorada me

envolvió y no sé cómo acabé aquí – se volvió hacia la gitana - Todo lo que dijo Rudy es

verdad, hablaba de mi mundo, de la chica, de todo… por eso… - lo miró, esperando que la

creyera, pero permanecía perplejo, con la mirada estaba perdida, llena de incredulidad y

confusión.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, entristecida. Ahí estaba esa mirada que tanto había

intentado evitar. Esos ojos confusos, entre asustados y desconfiados. El verlo de ese modo le

rompió el alma en mil pedazos, y por primera vez deseó no haber ido a parar nunca a aquel

lugar ni conocer a aquel muchacho por el que tanto sentía, pero que ahora la miraba como si

fuera una extraña. Tenía que salir de allí, desaparecer, alejarse de aquellos ojos.

- Lo mejor es que te alejes de mi… - cabizbaja, cruzó al lado del muchacho dispuesta a

marcharse por la puerta, pero éste la agarró del brazo, deteniendo su huida.

Se giró y vio que su mirada ya no estaba perdida sino fija en ella, llena de dolor.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes? – Liz no sabía si estaba furioso, decepcionado y triste.

- Pensé que si te lo decía… creerías que estaba… loca… - le resultaba casi imposible

contener el llanto - No quería volver a sentir esa… no quería… decepcionarte… - el

muchacho la abrazó fuertemente sin que ella lo esperara.

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- Lo siento… ha tenido que ser muy duro para ti no poder hablar con nadie sobre esto

por mi culpa… lo siento.

Sus palabras y la calidez de su cuerpo la paralizaron por completo. Ya no había temor o

recelo en su mirada, sino comprensión y afecto. Jamás pensó que reaccionaría de aquella

manera cuando descubriera la verdad; fue tal su sorpresa y su alivio que no pudo evitar

romper a llorar desconsolada en sus brazos.

- No te preocupes, a partir de ahora todo será diferente, te lo prometo.

- Pero Rudra… - con tanto sollozo le resultaba difícil hablar - si te quedas conmigo

seguro que volverán a herirte y es posible que…

Le secó las lágrimas con extrema delicadeza.

- Cuando te encontré, me juré a mi mismo que te protegería con mi vida de cualquier

peligro y ya sabes que siempre cumplo mis promesas – dijo sonriente.

- Pero la visión… - en ese momento Rudy apareció a su lado.

- En realidad, necesitaba hablar contigo sobre eso. La razón por la que te he estado

buscando era para contarte el final.

- ¿El final?

- Sí – la gitana tragó saliva – todo fue muy confuso. Vi tu mundo, según dices, y lo que

pasó. Después todo se volvió oscuro, sentía muerte a mi alrededor. La tierra estaba seca, los

animales yacían moribundos, las gentes habían caído en la maldición… y entonces vi sangre

que se derramaba – guardó silencio unos instantes - y como por arte de magia una brillante luz

invadió todo el espacio. Las plantas volvieron a crecer y los animales sanaron… fue increíble

– estrechó las manos de la muchacha – es la primera vez que tengo una visión, y no sé muy

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bien cómo interpretarlas, pero de lo que estoy convencida es de que tú eres esa luz que sanará

nuestro mundo – la miró con una sonrisa - sólo quería que lo supieras.

Liz permaneció en silencio, sin saber qué decir. No entendía el significado de aquellas

palabras, pero una parte de ella se sentía aliviada de no ser ella la causante de todos los males.

Rudra sonreía a su lado, ya sin abrazarla. En ese momento el maestro se levantó de su silla y

se dirigió hacia donde se encontraban los tres jóvenes.

- Creo que yo sí que puedo explicaros el significado de esa visión.

El anciano llamó a una de sus sirvientas y ésta abandonó la sala de inmediato. En un abrir y

cerrar de ojo volvió de nuevo con un pergamino entre sus manos. Se lo entregó al maestro y

volvió a desaparecer, seguida por todas las demás criadas. Maharshi lo colocó sobre la mesa,

lo abrió y todos se acercaron para observarlo. Era un documento en una lengua muy extraña.

- ¿Qué es eso? – dijo Rudy extrañada – no entiendo ni una palabra de lo que dice…

Y no era la única. Ninguno de ellos entendía nada.

- Es irdín, una lengua muy antigua hablada en la antigüedad por los elfos – explicó

Roth.

- Un punto para mi aplicadísimo estudiante – premió el maestro - es un antiguo poema.

No se sabe de cuando data, pero es lo único que queda en esta lengua muerta. Dice así:

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El día en que la oscuridad

la bella y fértil tierra invada,

teñirá de muerte el lugar

destruyendo la paz hallada.

Rakshasa el negro se alzará

y la tierra perecerá,

más no temáis pues un día

de la tierra prometida

el heredero llegará

y contra el tirano vencerá.

Desde el otro mundo viajará

y a los espíritus liderará.

Todos los reinos se unirán

y en la batalla final lucharán.

Pero antes debe encontrar

los fragmentos de la verdad

escondidos en Ádama

esperándolo llegar.

Finalmente en la batalla

al malvado ha de sellar,

y la sangre de la doncella

ambos mundos sanará.

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Todos permanecieron en silencio, repasando la poesía que acabaran de escuchar. Rudy fue

la primera en hablar

- Vaya, ahora parece que sí tiene sentido. Lo que vi en mi visión se parece un poco a

esto, ¿no?

- En efecto – corroboró Maharshi – el heredero eres tú, Elizabeth, también referido

como la sangre de la doncella, quien acabará con las tinieblas de este mundo y traerá la

salvación.

- Pero… - titubeó - yo no soy ningún guerrero… ¿por qué soy yo la elegida? Seguro

que muchos otros lo harían mejor que yo – bajó la mirada entristecida.

- Eso no depende de ti. La elección se hizo incluso antes de que nacieras y no se puede

cambiar.

- No lo entiendo… ¿de quién se supone que soy heredera? Dice que soy la sangre de la

doncella, pero ¿quién es esa doncella? ¿Qué tiene que ver conmigo?

- Ah – suspiró el maestro – prisas, prisas, siempre con prisas… - recogió el pergamino y

se levantó - Seguidme.

Todos se levantaron, extrañados, y siguieron al mago por el palacio, ante la mirada de todas

las sirvientas que encontraban a su paso. Pudieron admirar la belleza de aquel hermoso lugar y

del fabuloso palmeral que se veía a través de los enormes balcones y ventanales abiertos.

Salieron del edificio principal y fueron a parar a una laguna que se encontraba en mitad del

oasis, protegida por la vegetación. El anciano pronunció unas palabras y de entre las aguas,

oculto en las profundidades, se alzó un antiguo templo. De pronto, un fuerte pinchazo hizo

que Liz se llevara las manos al abdomen de nuevo, pero trató de disimular y nadie se percató

de ello.

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Se encaminaron al interior del templo. El ambiente era húmedo y las paredes del lugar

estaban desgastadas, e incluso algunas se habían empezado a derrumbar.

Permanecieron en silencio durante todo el camino, siguiendo al maestro de cerca, hasta que

por fin llegaron a una sala cuyas paredes estaban cubiertas por dibujos corroídos por el paso

del tiempo y la humedad, guardando cierto parecido con las pinturas rupestres encontradas en

cuevas de diferentes países en la Tierra. Los dibujos eran simples y poco definidos, pero se

podían percibir algunos detalles, representando sobre todo a lo que parecían personas y

animales.

Pasearon por el lugar, admirando las pinturas y tratando de ver lo que aparecía en ellas. Liz

reconoció a una muchacha con una especie de caballo blanco en uno de ellos y a un chico de

pelo oscuro oculto en una especie de cueva. También había una figura blanca como la nieve

de largos cabellos y mirada penetrante, y un hombre con cara de demonio atacando a la joven.

Mientras contemplaba las imágenes de la estancia, un destello llamó su atención. En el centro

se alzaba una enorme piedra que brillaba con una tenue luz amarillenta. Todos la observaron

impasibles.

Un fortísimo calambre volvió a estremecer a la joven, quien no pudo controlar el tremendo

cosquilleo que agitaba su estómago. Se agarró el abdomen con angustia mientras la sensación

se volvía más intensa. Rudra, a su lado, se preocupó al verla encorvada, pero la muchacha

trató de hacer que no era nada. El maestro reparó en ella y sonrió; después se acercó a la roca

e indicó al resto del grupo que lo siguieran también.

- ¿Alguno de vosotros sabe lo que es esto? – nadie contestó - ¿Roth?

- Parece una especie de roca mágica.

- En efecto, esto es lo que se conoce como lithoi.

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- ¡No es posible! – exclamó Rudy sorprendida. El maestro sonrió ante su reacción.

- ¿Qué ocurre? – preguntó su compañera.

La gitana había enmudecido. Liz miró a Rudra, pero éste parecía saber tan poco como ella

acerca del tema.

- El Lithoi es una gran roca mágica que recoge la historia sobre el comienzo de la vida

humana en Ádama y relata la vida de la primera persona que luchó contra el rey de las

sombras, la gran reina de los Elfos – explicó Roth sin apartar la mirada del pedrusco.

- No sólo eso, el valor de esas piedras es incalculable – afirmó Rudy.

- Digamos que es como una Biblia o una Torah en tu mundo – aclaró el maestro a Liz.

Se percató de que se encontraba en la misma lengua que el pergamino que les mostró el

maestro anteriormente.

- Es la misma lengua que antes – se le adelantó Rudra. Liz lo miró y sonrió, pensando en

que le había leído la mente.

- En efecto. Éste es uno de los fragmentos del lithoi, los cuales se hallan dispersos por

toda Ádama. Se dice que hay nueve fragmentos en total, uno por cada continente.

- Vaya… nunca había oído hablar de eso – comentó Rudra sorprendido – al final va a

ser cierto que todas esas historias en las que mi madre contaba son reales…

Liz sonrió. Sabía que aquella situación debía de estar conmocionando al muchacho, pues

todo en lo que había creído, o mejor dicho, en lo que no, resultaba ser más real de lo que

jamás hubiera pensado, pero, aún así, se esforzaba por asimilarlo y aceptarlo como podía.

- ¿Y qué dice la piedra? – curioseó Rudy.

El maestro se acercó a la roca y pasó su mano sobre ella. De pronto el fragmento comenzó

a brillar, momento exacto en el que Liz empezó a sentir un leve mareo.

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“En el principio, Ádama estaba poblada únicamente por criaturas mágicas. Un día, una luz

cayó del cielo sobre el reino central de Kalapa. A esa luz se le dio el nombre de Yahweh.”

- ¿Yahweh? – preguntó Liz extrañada – pero ese es el nombre que los judíos dieron a su

Dios.

- Muy aguda, señorita – felicitó el maestro.

- Nunca lo había oído – comentó Rudra.

- ¡Cazurro! – le regañó la gitana - ¿es que nunca has ido a la escuela? Es lo primero que

enseñan. Yahweh, el creador de la humanidad.

- ¿Cómo? – Liz estaba confundida, ¿acaso aquella historia sobre el origen de la

humanidad era conocida en ambos mundos?

“Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó; los creó varón y

hembra. Y les echó Dios su bendición y dijo: creced y multiplicaos y henchid la tierra y

enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar y a las aves del cielo y a todos los

animales que se mueven sobre la tierra… y completó Dios la obra que había hecho; y el día

séptimo reposó de todas las obras que había acabado.”

- Este relato pertenece a uno de los antiguos libros que recoge el origen de la humanidad

en la Tierra – explicó el maestro Maharshi.

- El Génesis, lo conozco – dijo Liz. Todos la miraron sorprendidos, provocando que se

sonrojara – mi familia es muy religiosa y de niña fui a un colegio católico, por lo que conozco

la Biblia.

- En efecto, pertenece al pueblo que habitaba cerca del reino de las grandes pirámides –

prosiguió el maestro – en la historia han existido multitud de pueblos con diferentes creencias,

ritos y dioses. Este pueblo, los judíos, se hacía llamar “el pueblo elegido”, “el pueblo de Dios”

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y llamaban a su creador el Dios único, el verdadero, Yahweh. Con el tiempo, fueron

recogiendo toda su historia en un gran libro, compuesto por varios a su vez, conocido como

La Torah. Aquí se encuentra el génesis. En él se relata cómo Yahweh creó el mundo en siete

días y al hombre y a la mujer.

- Pero yo creía que el génesis era parte de la Biblia.

- Y así es. Originalmente, los judíos crearon la Torah, donde incluyeron los antiguos

testamentos. Más tarde, con la llegada de Jesucristo, sus seguidores añadieron los nuevos

testamentos, creando así la Biblia.

- Pero hay algo que no entiendo. Dice que creó al varón y a la hembra al mismo tiempo

y a su imagen con un trozo de barro.

- En efecto.

- Pero Eva nació de la costilla de Adán, ¿acaso no se contradice? – el maestro sonrió.

- Y Yahweh dijo: “no es bueno para Adán estar sólo. Haré un ayudante para él.” Y

Yahweh convirtió una costilla que había tomado del hombre en una mujer para él, y la llamó

Eva – todos permanecían atentos a la conversación entre ambos.

- Liz tiene razón… no tiene sentido – apuntó Rudra.

- Debéis recordar que esto no son más que relatos recogidos hace miles de años y

seleccionados a conveniencia de las gentes que vivían en aquel entonces. Muchos son

incompletos o incluso pudieron ser manipulados – aclaró el maestro.

- Entonces, ¿cuál es la verdad? – preguntó Rudy, tratando de no perderse en la

conversación.

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- Es cierto, Dios creó al varón y a la mujer al mismo tiempo y de la misma forma, a su

imagen y semejanza, y también les puso nombre. Al varón lo llamó Adán, y a la mujer la

llamó Lilith – Liz reconoció aquel nombre de inmediato.

- Lilith… - era el mismo que la muchacha de la laguna pronunció cuando la transportó a

ese extraño mundo. Sintió que el mareo aumentaba, pero trató de no perder la compostura –

nunca antes había oído esa versión – pronunciaba las palabras con dificultad.

- Eso es porque el hombre se encargó de borrarlo de la memoria de todos, pero aún

intentándolo, no lo consiguió, ya que el nombre de Lilith ha permanecido en la historia e

incluso es nombrada en el libro de Isaac como la esposa de Adán. Pero en la tradición oral han

seguido surgiendo muchas historias sobre ella. Algunas dicen que Lilith, negándose a

someterse a Adán, abandonó el paraíso y se instaló en una cueva en el mar Rojo, engendrando

a multitud de demonios. Otras afirman que sedujo a Dios para conocer su nombre secreto y

que un día, al pronunciarlo, desapareció. E incluso se asegura que huyó con Samael, el ángel

caído que se convertiría en Satán, para convertirse en su amante y engañar a Eva a comer la

manzana prohibida, provocando así la caída de la humanidad.

Liz cada vez se encontraba peor. La cabeza le daba vueltas y apenas podía respirar. Sentía

como si la cueva entera estuviera en continuo movimiento. No entendía por qué, pero el brillo

de la roca la aturdía, así que trataba de no mirarla. Incluso creyó ver las imágenes de las

paredes cambiar y centellear de cuando en cuando. Para no perder la cordura, trataba de

mantener su atención centrada en el anciano, quien proseguía con su historia.

- En muchas culturas se la asocia con diferentes tipos de demonios: los súcubos, las

lamias de la mitología grecorromana, la Brunilda de los nibelungos, Lilu de Babilonia, la reina

de Saba en la historia de Salomón… y hasta se decía que se convirtió en la amante del

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mismísimo Dios y engendró una corte de demonios. Estas son varias de las leyendas que han

surgido sobre éste personaje a través de la historia en el otro mundo.

- ¡Qué desfachatez! – gruñó Roth indignado.

- Pero éstas distan mucho de la realidad – añadió el maestro ignorando su comentario.

- ¿A qué se refiere? – dijo Liz mientras sacudía la cabeza para tratar de despejarse.

- Aquí también se conoce la historia de Lilith. Es una historia casi tan antigua como la

propia Ádama, y en ella Lilith no es ningún demonio malvado que se alimenta de bebés o

seduce a los hombres para después beberse su sangre – Maharshi volvió a pasar su mano sobre

la roca y ésta resplandeció con más fuerza – Lilith es la gran reina que luchó contra la

oscuridad. Y ésta es su historia…

El lithoi brilló hasta iluminar toda la sala, cegando a todos los presentes menos al viejo. Liz

fue la que salió peor parada, pues sus oídos comenzaron a pitar fuertemente al mismo tiempo

que la cabeza le daba vueltas y todo a su alrededor se volvió caótico. Con los ojos

entreabiertos, esforzándose por ver a través de la luz, observó confusa como las paredes

cobraban vida y las pinturas se desprendían de su prisión de piedra, levitando a su alrededor a

la vez que destellaban en tonos dorados. Fue envuelta por aquella luz y de pronto percibió

aquella misteriosa melodía de nuevo, sintiéndose transportada a otro lugar mientras la voz del

maestro se iba haciendo un susurro cada vez más y más lejano, hasta desaparecer.

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LILITH

“En el principio, Ádama estaba poblada únicamente por criaturas mágicas. Un día, una luz

cayó del cielo sobre el reino central de Kalapa. A esa luz se le dio el nombre de Yahweh.

Yahweh decidió convertir aquella hermosa tierra en un paraíso para su creación y lo llamó

Edén. Era una tierra oscura y sin luz, así que creó la luz y la separó de la oscuridad. Y creó

Dios el sol y la luna. Después creó a los peces, las plantas y los animales para aquel paraíso, y

también decidió crear a una criatura que fuera a su imagen y semejanza a la que llamaría

humano. Del suelo cogió un poco de barro y creó a Adán, con los cabellos y los ojos oscuros

como la tierra de la que estaba hecho. Y así Dios creó al hombre. Después creó a la mujer,

pero deseaba crear a una criatura delicada y perfecta, pues ésta sería la madre de toda la

humanidad. Así pues, decidió reunir todos los elementos para su creación.

Tomó barro del suelo mezclado con agua para que fuera más suave y claro; de un árbol

cogió dos verdes hojas para los ojos y para el cabello utilizó fuego avivado con aire. Como

resultado, obtuvo la criatura más hermosa jamás vista. Sus cabellos eran del color de las

llamas y caían ondeantes sobre sus hombros. Su piel era suave y cristalina como el agua, con

multitud motitas marrones que la cubrían, sus ojos eran verdes como el campo y su voz

sonaba armoniosa como el viento. Era tan linda que hasta el propio Yahweh quedó prendado

de ella. Cuando Adán la vio, se maravilló de tan bella compañera y enseguida sintió deseos de

poseerla.

Finalmente, después de su creación, Yahweh descansó, sumiéndose en un profundo sueño

durante una temporada hasta recuperarse, y dejando a la pareja humana en libertad para obrar

a su parecer.

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Al principio, los dos disfrutaban de la compañía de las criaturas que Dios había creado para

ellos. Todas amaban a Lilith y a Adán, y ellos los amaban también, especialmente Lilith. La

joven era vital, inquieta, alegre, bondadosa, pero sobre todo, libre; adoraba danzar por los

campos con sus amigos animales, dándoles todo el cariño que podía. Pero esto no agradaba

demasiado a su compañero.

Mientras la muchacha crecía llena de felicidad y paz, una sombra envolvía a Adán, creando

en él un sentimiento desconocido, egoísta, que le impulsaba a no querer compartirla con nada

ni nadie. Lilith, inocente, no entendía esa obsesión del muchacho por estar los dos solos a cada

momento; ella disfrutaba de la compañía de todas las criaturas del paraíso.

Con el tiempo, Adán se fue volviendo cada vez más obsesivo y no se alejaba de la joven ni

un solo instante, pero a ella no le gustaba su actitud y se resistía cuanto podía a los deseos y

las tonterías del muchacho. A veces, cuando él descansaba, ella se escapaba para jugar en los

prados o bañarse en los ríos. Le encantaba explorar aquellas tierras tan hermosas.

Una noche, mientras Adán dormía, corrió lejos de las tierras del Edén para explorar los

alrededores. Nunca antes había abandonado aquel territorio, pero era tal su curiosidad que

poco le importó. Ya fuera, encontró un bellísimo manantial y decidió bañarse en él. Cuando se

metió, una sensación completamente nueva la invadió, haciendo que su cuerpo temblara de los

pies a la cabeza, y sintió el impulso de salir deprisa del agua, pero al poco tiempo se

acostumbró. Al mirar hacia la orilla, vio una extraña criatura que llamó su atención. Hasta

aquel momento sólo había conocido a Adán y a los animales que Iahveh había creado para

ellos, pero aquél era totalmente diferente a los que había visto.

Parecía un caballo, pero su pelaje era de un color tan claro que brillaba haciendo juego con

la luna; sus ojos eran de color rosáceo y en mitad de su frente se alzaba hacia el cielo una

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especie de cuerno enroscado que terminaba en punta. La muchacha quedó prendada, pues era

el ser más bello que jamás había visto.

Se acercó a la orilla para beber un poco de agua del manantial. Lilith se encaminó

despreocupada hacia él, y éste retrocedió unos pasos. Lo miró extrañada, ya que nunca antes

ningún ser del Edén había rehuido de ella. Intentó avanzar de nuevo con las manos extendidas,

pero el equino seguía mostrándose receloso.

- ¿Por qué no vienes? – no entendía su reacción.

En ese momento una voz surgió de entre los arbustos.

- Parece que tiene miedo.

- ¿Miedo? – preguntó curiosa - ¿qué es eso?

- Es una emoción que surge ante algo que es desconocido – respondió la voz.

- Ah, claro, no me he presentado, además ni siquiera sé tu nombre, que descortés por mi

parte – se lamentó.

- Se llama unicornio.

- Unicornio… que nombre tan bonito – y lentamente extendió los brazos hacia el animal

– ven unicornio, no tengas miedo, sólo quiero ser tu amiga – la muchacha sonrió de manera

dulce e inocente.

La criatura vaciló un instante, pero al final se acercó, y cuando estuvo lo suficientemente

cerca, Lilith rodeó con suavidad su cabeza con los brazos y apoyó la mejilla contra su hocico.

- Es una criatura muy tímida que sólo se acerca a los seres más puros – de entre los

árboles apareció un nuevo ser que la joven jamás había visto antes - parece que le gustáis.

Lilith lo observó con atención. Era muy parecido a un humano, pero a la vez diferente. Sus

cabellos eran blancos y le caían tiesos sobre los hombros, asomando entre su pelo un par de

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orejas más grandes que las suyas, terminadas en punta; sus ojos, de un color azul casi

cristalino, parecido al agua de los manantiales, brillaban en la oscuridad y su tez era tan blanca

como sus cabellos. Era bastante más alto que Adán, y mucho más esbelto. Era joven, aunque

no tanto como Adán, y su voz sonaba dulce y delicada.

Pero, sin lugar a dudas, lo que más fascinó a Lilith fue lo que cubría su cuerpo. Su piel era

la más extraña que jamás había visto. Llena de curiosidad se acercó y comenzó a caminar a su

alrededor mientras lo examinaba cuidadosamente. De cuando en cuando tocaba sus cabellos o

sus ropajes con cuidado, rozándolos sólo un instante. El joven se sorprendió ante la actitud de

la muchacha y se quedó totalmente quieto.

- ¿Qué estáis haciendo? – rió.

- Es la primera vez que veo una piel tan rara. Tienes cada parte del cuerpo de diferente

color, y al tocarlo también es diferente. ¿Son hojas o naciste así?

El muchacho, totalmente aturdido, y tras ver la seriedad con la que la chica le preguntaba,

no pudo evitar troncharse. Lilith lo miró extrañada, pues no entendía la razón de que riera, así

que enarcó una ceja y ladeó la cabeza en señal de desconcierto. Tras aclararse la voz y toser

para cesar la risa, el desconocido miró a la muchacha y trató de responderla con la misma

seriedad con la que ella le había preguntado.

- No son hojas, es ropa. Sirve para cubrir el cuerpo.

- ¿Ropa? ¿Y para qué cubres tu cuerpo? – la chica se fijó en su cuerpecito desnudo y

sonrosado – así se está más cómodo.

- Es cierto, además… – echó un vistazo fugaz a la joven y, sonrojado, apartó la mirada -

es muy hermoso.

La muchacha lo miró extrañada de nuevo, pues ¿qué había de malo en verla desnuda?

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- En el lugar en el que vivo hace mucho frío, por eso necesitamos pieles que nos cubran

y resguarden.

- ¿Qué es el frío?

- Pues… cómo lo explicaría… es lo que se siente al meterse en el agua... – antes de que

terminara la muchacha lo interrumpió.

- ¡Ah! Así que eso es lo que sentí antes… ¿cómo dices que se llama?

- Frío, se llama frío. Mi reino está cubierto de nieve y por ello hace mucho frío.

- ¿Y qué es eso? – preguntó de nuevo.

- ¿Desconocéis lo que es la nieve?

- Nunca antes lo había oído. En el Edén siempre brilla el sol y nunca antes había sentido

frío, hasta hoy…

Mientras decía esto, se volvió para observar su hogar y vio con sorpresa como una especie

de burbuja envolvía el lugar. Nunca antes se había percatado de ello.

- Vaya… - musitó él – y ¿dónde está ese reino?

- Allí – señaló la joven sonriente en dirección a la gran montaña – Padre creó el Edén

para Adán y para mí. Allí siempre brilla el sol y los animales juegan y corren por los campos.

Los árboles siempre están en flor y la comida es abundante – se volvió – es la primera vez que

salgo de los límites… pero es que Adán es un pesado y nunca me deja jugar con nadie ni ir

sola a ningún sitio – gruñó enojada – así que he aprovechado mientras dormía para dar una

vuelta, aunque creo que me he alejado demasiado… - una gran sonrisa se dibujó en su cara,

iluminando todo su rostro – aunque ha merecido la pena, pues os he conocido al unicornio y a

ti. Por cierto, aún no conozco tu nombre.

- Ni yo el vuestro – señaló con una sonrisa.

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174

- Yo he preguntado primero – bromeó.

- Mi nombre es Ávalon. Provengo de las tierras del norte, la tierra de los elfos,

Bielovodye.

- ¿Elfos?

- Así se conoce a mi pueblo – de pronto su rostro se endureció – me enviaron para

investigar la luz que cayó del cielo. Parece ser que ha alterado la naturaleza y el orden de las

cosas de este mundo. ¿Sois vos quien habéis alterado el reino o tal vez ese Adán del que

hablabais?

- ¿Adán? – la joven comenzó a reír a carcajadas, sin poder retener las lágrimas – Adán

no es capaz de hacer siquiera una guirnalda de flores. Debes de referirte a Padre. Él fue el que

nos creó a Adán y a mí de la tierra, y también creó al resto de criaturas del paraíso. Ahora

descansa para recobrar las energías empleadas en la creación.

- Entiendo… así que él fue quien os creó. La verdad es que nunca antes había visto una

criatura que se os pareciese, ¿qué sois exactamente?

- Soy un humano, bueno, una mujer humana para ser exactos - apuntó con orgullo –

Adán es mi compañero, él es un varón.

- Y ¿podría saber el nombre de esta gran mujer?

- Lilith – sonrió – ése es el nombre que Padre me dio, ¿a que es bonito?

Ávalon se arrodilló frente a ella y, alzando una de sus manos con suavidad, la acercó a sus

labios y la besó dulcemente con los ojos cerrados. Lilith, aturdida, notó como una sensación

desconocida la invadía. Desde el lugar donde los labios del elfo rozaran su piel subió un

cosquilleo directo a sus mejillas, tornándose su rostro colorado. Ávalon alzó la vista y clavó

sus cristalinos ojos en la mirada color esmeralda de la muchacha.

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- Es un honor conoceros, Lilith. A partir de este momento seré vuestro más leal servidor.

Ella, todavía sonrojada, intentó encontrar sentido a sus palabras.

- ¿Servidor? ¿Qué significa eso?

Ávalon sonrió mientras se incorporaba de nuevo.

- Significa que siempre que necesitéis de mi presencia, sólo tenéis que decir mi nombre

y acudiré allá donde sea que estéis.

- ¿Dónde sea y cuándo sea?

- Así es.

- Vaya, ¡gracias! – Lilith se sentía muy feliz. No sólo había hecho dos nuevos amigos,

sino que encima habían resultado ser de los más agradables.

De pronto los rayos del sol comenzaron a asomar por el horizonte, cegando al elfo por

completo.

- ¿Qué es eso? – dijo cubriéndose los ojos.

- Es el sol. ¡No puedo creer que sea tan tarde!

Lilith apenas se había percatado del rápido paso del tiempo. Si no se apresuraba, Adán

despertaría y, cuando descubriera que no estaba, enloquecería y la buscaría desesperado por

todas partes, y después tendría que darle explicaciones de dónde había estado.

Sin más dilación, Lilith se marchó del manantial, despidiéndose a la carrera.

Veloz como el viento corrió hacia la gran montaña, atravesando praderas y riachuelos.

Decidió recoger de camino algunos frutos para el desayuno. Cuando por fin llegó a los

alrededores de la montaña, distinguió a lo lejos la figura de su compañero, junto a su morada,

y corrió a su encuentro alegremente, dispuesta a abrazarlo, pero vio como la mano del joven

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se alzaba, cayendo de lleno en su mejilla y haciéndola caer al suelo dolorida, desparramando

todos los frutos que llevaba. Alzó la vista y vio en el rostro de Adán, enrojecido por la ira, una

expresión que jamás había visto antes, tan oscura que la hizo temblar.

- ¡¿Se puede saber dónde demonios has estado?! ¿A dónde has ido? – agarró a la joven

del brazo y de un tirón la levantó del suelo y la zarandeó de un lado a otro - ¡contesta!

Lilith, entre sollozos, apenas podía pronunciar palabra.

- Yo… estuve por los alrededores…

- ¡Mentirosa! – volvió a zarandearla - ¡todo el Edén te ha estado buscando!

- Es que… me despisté y fui al manantial que hay más allá de los límites.

- ¡¿Estás loca?! Está prohibido salir, es peligroso, ¿por qué has ido allí?

- Sentía curiosidad por saber qué hay fuera del Edén… - musitó - recogí algo para el

desayuno… – Adán observó los manjares, esparcidos por el suelo, y su rostro se relajó al

tiempo que bajaba su mano lentamente.

- ¿Por qué has ido sin decirme nada? – toda chispa de maldad se evaporó de su rostro –

estaba muy preocupado.

Se agachó, dispuesto a ayudar a la joven a levantarse, pero ella lo rehuyó, cubriéndose el

rostro con los brazos mientras seguía sollozando. Adán la miró entristecido y trató de calmarla

disculpándose una y otra vez.

- Perdóname, Lilith, no sé que me ha pasado… - alegó – te juro que no volverá a

pasar… no sé ni por qué lo he hecho… eres todo para mí… jamás te haría daño… ha sido sin

querer… lo siento mi amor…

Lilith acabó por creerlo, pues nunca antes se había comportado de tal manera, y juntos

volvieron al interior de la cueva, sin volver a mencionar el tema.

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Adán le pidió que no volviera a abandonar los límites, aunque más que un ruego, sonó a

una orden. Aún así, la curiosidad de la muchacha era demasiado fuerte y en un par de días

volvió a las andadas. Sin embargo, después de experimentar el comportamiento de su

compañero ante sus escapadas, decidió ser más cautelosa y asegurarse de no ser descubierta de

nuevo.

Así, día tras día, mientras el sol brillaba, Adán y Lilith pasaban el tiempo juntos en el Edén,

mientras que en la noche, cuando él dormía, la muchacha corría a través de los campos hasta

llegar al pequeño manantial, donde era recibida por el unicornio y por su amigo el elfo. Éste le

contó muchas historias sobre su mundo: que su nombre era Ádama, y que además del reino

central en el que ella vivía, Kalapa, había ocho reinos circundantes. Antes de la llegada de

Iahveh, Ádama carecía de sol y sólo la oscuridad reinaba en aquel mundo. También le explicó

que el agua rodeaba cada uno de los reinos y que había tenido que cruzar en barco el mar que

separaba ambos reinos.

El país donde vivía era conocido por sus gentes como Bielovodye, el reino de las aguas

blancas. Allí, la noche era eterna y la nieve cubría todo el lugar. Según Ávalon, en cada reino

habitaban diferentes criaturas y cada uno se regía por un elemento, dominando éste en toda

región. En su reino el elemento dominante era el hielo, por lo que siempre hacía frío y había

nieve, así que sus gentes debían cubrir su cuerpo con ropajes para protegerlos de las bajas

temperaturas.

Casi todos los reinos estaban habitados por criaturas mágicas; sin embargo Kalapa había

permanecido desocupado hasta la llegada de Iahveh. Cuando la muchacha le preguntó el

motivo, el elfo permaneció en silencio, no pudiendo ocultar la preocupación en su rostro, pero

sin darle más vueltas al asunto.

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Ávalon no sólo compartió sus historias sobre Ádama con la joven. También le enseñó su

lengua, el irdín, y sus conocimientos sobre la naturaleza. Decía que cada criatura estaba hecha

de energía y que en su tribu habían aprendido a canalizarla y a usarla en su beneficio. A esa

habilidad se la conocía como magia, y gracias a ella podían controlar los diferentes elementos.

Todas las criaturas de aquel mundo eran capaces de usarla en cierto grado, pero sólo los elfos

la manipulaban a gran escala; no obstante, estaba terminantemente prohibido hacer uso de la

magia para alterar el curso de la naturaleza, y ése era uno de los motivos por los que Ávalon

fue enviado a Kalapa. Debía descubrir si el responsable de aquellos sucesos era un elfo o, por

el contrario, otro ser.

- No creo que Padre sea un elfo.

- ¿Qué aspecto tiene?

- Pues la verdad es que no lo sé… nunca lo he visto, sólo he oído su voz.

- ¿Y cómo lo sabéis entonces si nunca lo habéis visto?

- Bueno, él dijo que Adán y yo fuimos creados a su imagen y semejanza, pero nosotros

no nos parecemos a ti.

- Entonces, si no es un elfo, ¿qué es?

- Se lo preguntaré cuando despierte – prometió Lilith.

Mientras que la amistad entre la humana y el elfo iba creciendo, las sospechas de Adán

iban en aumento y un sentimiento desconocido se iba apoderando de él. Ya ningún juego

acababa con su aburrimiento, y ningún alimento saciaba su apetito. Cada vez que la miraba

todo su ser ardía en deseos de poseerla. Su suave piel, sus ondeantes cabellos, sus labios…

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Una noche Adán decidió no dormir, preocupado de que la joven se escapara a los campos.

Se la pasó charlando y observándola bajo el refugio de la cueva, mientras una llama se

encendía en su interior. Ella, ante la impotencia de no poder salir, trataba de conciliar el sueño

bajo la atenta y penetrante vigilancia de Adán.

El muchacho mantuvo la misma actitud durante las noches posteriores; por su parte, Lilith

pensaba en su amigo el elfo, que seguro la estaba esperando.

Al cabo de unos días, mientras que Lilith preparaba la cena en la hoguera, Adán se

incorporó repentinamente ante la mirada asombrada de la joven y se acercó al lugar donde se

encontraba, con sus ojos clavados en ella. Después se sentó a su lado y, sin apartar la mirada,

comenzó a observarla con detenimiento. Lilith sintió que el corazón se le aceleraba.

- ¿Qué estás…? - dijo con dificultad.

Adán posó su dedo sobre sus labios, impidiendo que terminara su frase. Después, los

acarició suavemente mientras escrutaba el rostro de la muchacha con la mirada. A Lilith se le

erizó la piel y notó como su pulso se iba avivando por momentos. Mientras posaba su mano en

la sonrosada mejilla de su compañera, Adán trasladó la otra a sus cabellos y comenzó a

acariciarlos delicadamente.

- Tu pelo es tan suave… mis manos se deslizan sin dificultad alguna… - entrelazando

sus dedos con los cabellos, bajó su mano hasta llegar al hombro.

Al posar Adán la mano sobre su piel, Lilith notó un cosquilleo que recorrió su cuerpo

entero, erizando todo su vello a su paso. El muchacho comenzó a acariciar su hombro,

rozando su brazo desnudo arriba y abajo y pasando por su cuello, de manera muy cuidadosa,

siguiendo el recorrido con su mirada.

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- Tienes una piel tan delicada… y tu cuerpo… - paseó sus ojos por la totalidad de su

cuerpo mientras resoplaba fuertemente. Su respiración era tan dificultosa como la de ella – tu

cuerpo es lo más hermoso que Padre haya creado jamás… Es más hermoso que el propio Edén

- sin saber porque, su cuerpo comenzó a temblar por sí solo y notó como un repentino calor la

invadía. Sentía como si el corazón se le fuera a salir por la boca – no se puede comparar con

ninguno de los frutos del paraíso… - Adán clavó sus ojos en los de Lilith – deseo tanto probar

su sabor… - y sin mediar palabra apoyó sus labios sobre el cuello de la muchacha.

Lilith sintió como todo su ser se estremecía. Tenía tanto calor que incluso comenzó a

marearse. A cada roce de los labios de Adán su cuerpo ardía más y más, sintiendo emociones

que nunca antes había sentido.

Recorrió cada centímetro de su cuerpo desnudo con su boca, saboreando cada rincón, hasta

terminar en sus labios, sus dulces y sabrosos labios. Y sin poder resistirse más, Adán se dejó

llevar por el deseo e invadió todo su cuerpo, cubriéndolo con el suyo mientras se entrelazaban

y comenzaban a danzar al unísono, fundiéndose en un solo ser. Ella notó como ambos se

volvían uno y abrazó con fuerza la ancha espalda del muchacho mientras el ritmo se iba

acelerando, siendo incapaz de describir todas las sensaciones que en ese momento la

inundaban. Su cuerpo se movía por sí solo, sin capacidad para pensar, reaccionando de manera

natural ante lo que estaba sucediendo, respondiéndose el uno al otro de manera instintiva.

Cuando ambos estaban exhaustos, y casi perdiendo la consciencia, algo explotó en su

interior, algo indescriptible, más profundo e intenso que cualquier otra emoción jamás sentida.

Al cabo de unos segundos, Lilith sintió como su cuerpo palpitaba, tratando de volver de

nuevo la normalidad. Su respiración se fue ralentizando y su corazón empezó a serenarse. Se

sentía tan débil que apenas podía moverse. Adán, por su parte, no parecía cansado. En cuanto

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se hubo recobrado, cogió a su compañera en volandas y la colocó sobre el lecho, dejándose

llevar de nuevo por la pasión. Finalmente, habiendo perdido totalmente la noción del tiempo,

ambos acabaron derrotados y se dejaron caer en los brazos de Morfeo.

Al despertar, Lilith se percató de que el cielo comenzaba ya a clarear. Intentó levantarse,

pero los musculosos brazos de Adán rodeaban su cuerpo. Su respiración era pausada y

constante, y parecía que aún se encontrase sumido en un profundo sueño. Con el máximo

cuidado se deslizó por debajo hasta escapar del agarre del muchacho y salió sigilosamente de

la cueva y, cuando se hubo alejado lo suficiente, comenzó a correr.

Al cabo de un rato llegó por fin a su preciado manantial y de un salto se sumergió en las

claras aguas durante unos minutos. Después, tendida sobre las aguas, miró al cielo,

contemplando las estrellas ya tenues y apenas visibles. Una voz la sacó de sus pensamientos.

- Pensé que hoy tampoco vendríais… casi ha amanecido…

Se incorporó y permaneció de pie en el agua. Al instante Ávalon salió de entre los arbustos.

Al aparecer, sintió deseos de correr a su encuentro, llena de alegría por verlo por fin después

de tanto tiempo, pero algo se lo impidió. Sin saber por qué se le hizo un nudo en el estómago

y su rostro se enrojeció. Meneó la cabeza, tratando de volver a la normalidad, y se acercó a la

orilla donde el elfo la esperaba. Pensó que estaría muy enfadado con ella por no haber

aparecido en tanto tiempo. Ni siquiera le había podido avisar de la situación.

Cuando llegó al lugar donde se encontraba, avergonzada, se dispuso a darle una

explicación y a recibir su reprimenda; pero antes de que pudiera decir nada, Ávalon cayó de

rodillas frente a ella, alzó su mano para agarrar la de ella y, a la vez que la sujetaba, la besó

con gran ternura con los ojos cerrados. Lilith sintió de nuevo una cálida sensación que recorrió

su cuerpo desde el lugar donde se posaron los labios del elfo hasta acabar en sus mejillas.

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Ávalon alzó la vista y miró el rostro sonrojado de la muchacha. Entonces notó que algo había

cambiado en ella.

- Os veis diferente…

- ¿Diferente?

- Sí. Más hermosa – sonrió, devolviéndole ella tímidamente una sonrisa.

- ¿Eso crees?

De pronto el unicornio apareció de entre la maleza y se acercó a la muchacha, golpeándola

suavemente con su cabeza para que lo abrazara. Lilith rodeó su hocico con sus brazos, feliz de

verlo.

- Os ha echado mucho de menos – dijo Ávalon – al igual que yo – la joven levantó la

vista para mirarlo – he venido cada noche, esperando vuestra visita hasta el alba, pues sabía

que volveríais, aunque me preocupaba que os hubiese pasado algo… pero por fin estáis aquí y

os encontráis bien – sonrió.

- Siento no haber podido venir. Adán no me quita el ojo de encima cada noche. No tenía

ni un instante para salir. Pero hoy por fin se ha dormido, después de… - se detuvo. Volvió a

sentir aquel nudo en la boca del estómago, haciéndola incapaz de continuar. Tragó saliva –

nosotros… - de pronto sus ojos se empañaron. No es que se sintiera mal por lo ocurrido con

Adán, pero el cúmulo de emociones vividas era tal que no sabía como explicarlo, y sin saber

por qué comenzó a llorar.

El elfo la estrechó entre sus brazos. Notó como temblaba y trató de tranquilizarla mientras

acariciaba sus cabellos.

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- Basta, no es necesario que digáis más. No tenéis que explicarme nada. Yo soy feliz

con ver que os encontráis bien – besó suavemente su cabeza. Lilith se fue calmando poco a

poco.

- Lo siento, no debería haberme comportado así – él sonrió con ternura, provocando en

ella aún más pesar – eres demasiado bueno conmigo…

- ¿Por qué decís eso?

- Soy una egoísta… A pesar de haberte dejado aquí sólo todo este tiempo, sin siquiera

avisarte, tú sigues esperándome, y encima me consuelas… no lo merezco… - el elfo la miró a

los ojos con tal firmeza que la ruborizó.

- Ya os dije que os serviría hasta el fin de mis días – sus ojos brillaron mientras

pronunciaba aquellas palabras – eso no cambiará nunca, ni siquiera cuando no queráis volver a

saber de mi. Yo acudiré siempre que lo necesitéis.

Los rayos del sol aparecieron en el horizonte, advirtiendo a la muchacha de que debía de

regresar.

- Ver vuestra sonrisa es lo único que deseo – sus palabras eran dulces y cargadas de

afecto – es hora de que volváis, vuestro compañero os estará esperando.

- Nos veremos pronto, te lo prometo.

En su cara se dibujó una tierna sonrisa y sus ojos denotaron gran sinceridad en sus

palabras. Ávalon, sonriente, posó su mano sobre la de ella y, lentamente, mientras la sujetaba,

se arrodilló de nuevo, y como tantas veces antes, acercó la mano de Lilith hacia sus labios.

- Lo sé – dijo al tiempo que la besaba con los ojos cerrados.

Tras despedirse se marchó de vuelta a la montaña.

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Mientras caminaba de regreso no podía dejar de pensar en el elfo, en su ternura y

comprensión. Nunca jamás se enojaba ni le reprochaba nada; a veces deseaba que Adán se le

pareciera un poco.

Como cada día, recogió algunos frutos de camino para preparar el desayuno.

Cuando llegó, encontró a Adán, sentado junto al fuego ya apagado con la mirada ausente.

Lo llamó, pero éste no reaccionó. Cuando estuvo junto a él se percato de que su rostro se

mostraba abatido, como experimentando un inmenso dolor. Posó su mano sobre las suyas con

delicadeza.

- ¿Adán? ¿Estás bien?

Éste levantó la mirada, derrotado, sin articular palabra alguna. Lilith no comprendía el

comportamiento del muchacho.

- Mira, fui a recoger estos frutos para ti – con una sonrisa extendió su mano llena de

fresas y almendrucos y las colocó sobre el regazo del muchacho.

- ¿Dónde?

- Pues… - después de lo sucedido la noche anterior no deseaba mentir por más tiempo -

fui al manantial fuera de los límites… ya sé que me dijiste que no fuera, pero no es peligroso

para nada, y los frutos son deliciosos allí, quería que los probaras.

- ¿Fuiste por mí? – parecía sorprendido.

Ella sonrió mientras asentía con la cabeza.

- Así que era eso… - seguía ensimismado – entonces no me has traicionado… - su voz

era casi inaudible.

- ¿Pero qué tonterías dices?

- Tú me quieres… - musitó para sí mismo - ¡tú me quieres!

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Adán se levantó repentinamente y agarró a la joven de las muñecas de manera efusiva. La

muchacha, confusa, lo miró sin tener apenas tiempo de reaccionar cuando él apretó

fuertemente sus labios contra los suyos. Sintió un leve mareo ante el vigor y la pasión del

muchacho.

- Demuéstrame cuanto me quieres – la abrazó con tal fuerza que hasta le costaba casi

respirar – entrégate a mí, dámelo todo, todo tu amor, todo tu ser… - se inclinó para besarla de

nuevo, pero ésta lo apartó.

- Es mejor que comamos primero, sino se estropearán, Ávalon dice… - en cuanto se

percató de sus palabras se tapó la boca.

- ¿Ávalon? – se detuvo en seco - ¿quién es Ávalon?

- Es… vive en el manantial… él…

- ¿Él? – Adán la interrumpió - ¿me estás diciendo que la criatura del manantial es un

hombre?

- ¿Cómo sabes…?

Adán no la escuchaba, loco por la furia.

- Ahora lo entiendo… tus continuas escapadas a ese maldito lugar… ibas a verlo a él –

la agarró tan fuerte de las muñecas que sintió que se las iba a arrancar - ¡¿has yacido con él

también?! – su grito enfurecido retumbó por toda la cueva.

- ¡¿Pero qué demonios estás diciendo?!¡¿Es que te has vuelto loco?!

- ¡No me mientas! Te vi… pensé por su aspecto que se trataba de una mujer, pero veo

que me equivocaba – comenzó a zarandearla con ira - ¡vi como os abrazabais! ¡No lo puedes

negar!

- No me lo puedo creer. ¡Me has seguido!

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Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro.

- Eres mía y de nadie más, y si tengo que perseguirte hasta el fin del mundo para que no

te alejes de mi lado entonces lo haré – la empujó hacia el suelo, recostándose sobre ella

mientras la joven luchaba por liberarse.

- ¡Yo no soy tu posesión, nunca lo he sido y nunca lo seré! – por más que luchaba no

conseguía deshacerse de su prisión – además, ¿por qué he de recostarme debajo de ti? Fuimos

creados iguales y debemos hacerlo en posiciones iguales. ¡Levántate!

- Te equivocas. Tú, como el resto de bestias, fuiste creada para servirme – de pronto su

rostro cambió y una sombra hizo posesión de él – lo dijo muy claro, yo soy dueño y señor de

todo el paraíso, incluida tú. Tú siempre serás inferior a mí, relegada a amarme y observarme

desde abajo, condenada a cumplir mi voluntad y obedecerme. Ahora, te ordeno que me des tu

amor.

Acto seguido, se lanzó sobre su cuello, acariciando con su boca cada centímetro de su piel.

Luchó por apartarlo a empujones, pero su fuerza no podía compararse a la de él. Pataleó, mas

él la bloqueó con sus piernas, empujándola hacia el suelo e impidiendo que se moviera. Lilith

gritaba desconsolada, aunque en el fondo sabía que nadie acudiría a ayudarla, pues Padre aún

no había despertado de su letargo y los animales del Edén, temerosos de su amo, se alejaron

de la guarida hacia los bosques.

Desesperada, se lanzó sobre el hombro de Adán y le propinó un fuerte mordisco, brotando

sangre de la marca de sus dientes, a lo que el joven gritó de dolor. Cuando se incorporó, Lilith

observó aterrorizada que su aspecto había cambiado por completo. Ya no era el adorable

muchacho de mejillas sonrosadas que tanto amaba. Su faz se había tornado pálida y lúgubre, y

sus preciosos ojos color topacio tenían un brillo espeluznante, teñidos de color carmesí.

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Furioso, alzó el puño y la golpeó en plena cara. Lilith nunca había sentido un dolor igual.

Sentía como si se hubiera roto en mil pedazos, y el fuego bajaba desde su rostro hasta el resto

de su cuerpo, desvaneciéndose toda su fuerza en un instante.

Mientras luchaba por no perder el conocimiento, la bestia que la aprisionaba continuó con

su avance. Ahora que no peleaba le resultó más sencillo pasear su lengua por el cuerpo de la

joven, marcándola a su paso con mordiscos y lametazos. Lilith, repugnada, sintió como su

cuerpo temblaba, pero no de placer, sino de dolor y rechazo. Con la poca fuerza que le

quedaba batalló de nuevo por zafarse de él, pero fue inútil.

Su mente se alejó de su cuerpo, tratando de escapar de aquel terrible suceso que estaba

aconteciendo. Los felices recuerdos de un pasado que parecía inmensamente lejano regresaron

a su mente. En ellos veía a su adorado Adán, correteando por los campos mientras ambos

reían a carcajadas, despreocupados, felices, inocentes… Poco a poco se fueron dispersando

para dar pasó a una imagen, tan familiar, y a la vez tan lejana… La luna reflejaba su brillo en

ese precioso manantial que tanto amaba y allí, en la orilla, el bello unicornio la esperaba

ansioso; a su lado, una figura tan blanca como el satélite lunar se alzaba, sonriente, con los

brazos extendidos.

Los ojos de Lilith se llenaron de lágrimas al pensar en toda esa felicidad, perdida en un

instante. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y en un susurró pronunció por última vez

aquel conocido nombre.

- A…Av… Ávalon…

En ese mismo instante una deslumbrante luz invadió la estancia, cegando al atacante y

deteniéndolo en su empeño. De la luz surgió una figura, tan blanca como la propia luz, con

largos cabellos plateados que caían sobre su espalda, y ojos tan azules como el agua cristalina,

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188

los cuales reflejaban tal horror que parecía ser él mismo la victima de aquella atrocidad. Allí,

bajo aquel horripilante y violento ser, se encontraba prisionera la preciosa mujer de cabellos

de fuego que tanto adoraba.

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos, y extendió su brazo hacia él. Escandalizado, Ávalon

se fijó en el monstruo que la retenía. Su aspecto era cadavérico y sus ojos rosados lo miraban

con furia, como si de un animal salvaje se tratara. La criatura rugió y de su garganta un

estruendo sobrenatural y espeluznante retumbó por toda la estancia. El elfo extendió su mano

hacia la bestia y una ráfaga de aire la impulsó violentamente contra la pared al otro lado de la

cueva. Ávalon corrió junto a la joven y cayó de rodillas a su lado mientras las lágrimas

resbalaban por sus mejillas. Estrechó su mano extendida con delicadeza y besó su palma.

Después, la rodeó con sus brazos. Ella lo abrazó fuertemente, perdiendo el conocimiento

segundos después. El elfo se incorporó con cuidado mientras la cargaba inconsciente.

Adán, recuperado del golpe, alzó la vista y encolerizado vio como aquella blanca criatura

se llevaba a su Lilith. Sus ojos se tornaron de sangre y su piel se volvió más blanca que la del

elfo, casi de un color grisáceo putrefacto.

- ¡Tú! – se incorporó adoptando la posición de un felino acechando a su presa - ¡todo es

por tu culpa! – se preparó para atacar - ¡¡devuélveme a mi mujer!!

Reuniendo todas sus fuerzas saltó mientras rugía rabioso, pero fue demasiado tarde.

Cuando se quiso dar cuenta, la luz envolvía de nuevo a la pareja, desapareciendo ante sus ojos.

Cayó de morros contra suelo en el lugar donde debían encontrarse. Cuando se incorporó los

busco por los alrededores, pero se habían esfumado. Ya no quedaba en él signos de fiereza y

su rostro y ojos habían recobrado su color habitual, mostrando una dolorosísima tristeza al

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comprobar que Lilith había sido arrancada de su lado. Desolado, gritó el nombre de su amada

de forma tan desgarradora que todo el paraíso se estremeció.

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190

LA DECISIÓN

Cuando abrió los ojos, vio como la luz se filtraba a través de las cortinas de seda blancas

que cubrían la cama. A su lado encontró a Rudra, feliz de verla despertar, y al fondo de la

habitación atisbó a la pareja de gitanos, sentados junto a una mesilla de mármol. Ambos se

incorporaron y se acercaron a la cama hasta situarse justo tras la espalda del joven. Liz todavía

se encontraba aturdida cuando el anciano, seguido de su aprendiz, entró en la estancia con

paso despreocupado. Todos se hicieron a un lado mientras el maestro se sentaba junto a la

joven, estrechando sus manos.

- ¿Cómo te encuentras, querida? – preguntó Maharshi con una cálida sonrisa.

- Me duele un poco la cabeza…y… tengo sed…

Una sirvienta apareció de la nada con un vaso de agua; se lo extendió a Liz y desapareció

de nuevo. Después de un par de tragos, se sintió mucho mejor.

- ¿Qué ha pasado?

- Te desmayaste en la gruta – se apresuró a decir Rudra – de repente te pusiste blanca y

caíste redonda.

- ¿Qué es lo último que recuerdas?

- Pues… no estoy segura… estábamos en la cueva. Me sentía algo mareada… de pronto

la roca comenzó a brillar y… todo se volvió confuso – guardó silencio – creo que tuve un

sueño…

- ¿Un sueño? – repitió Rudra.

- Sí… era sobre Ádama y una pareja de humanos… y también había un elfo – Liz

sacudió la cabeza - no estoy muy segura, yo…

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- Viste a Lilith, ¿no es así?

Todos, incluida ella, miraron al anciano asombrados mientras éste sonreía con la mirada

fija en Liz.

- Creo que sí… así se llamaba… pero era como si yo fuera ella, yo… no sé cómo

explicarlo.

- Es lo que pasa cuando entras en contacto con el lithoi. Te muestra la historia en tiempo

real.

- Pero nosotros no vimos nada… - señaló Rudy.

- Claro, porque sólo el heredero es capaz de despertar la magia de la piedra – Maharshi

miró a Liz con ternura – sólo tú pudiste verlo, querida.

Todas las miradas se posaron en la joven, quien, sonrojada, bajó la cabeza para recapacitar

sobre las palabras del maestro.

- Ésta es la prueba que demuestra que tú eres la elegida – murmuró Rudy.

Todos permanecieron callados, digiriendo todo lo sucedido hasta el momento, siendo Liz la

que acabara rompiendo el silencio.

- Supo desde el principio que era yo la persona que buscaba ¿verdad? – preguntó al

maestro.

- No tenía ninguna duda – sonrió – y los enemigos tampoco.

- ¿Pero cómo lo sabían? – quiso saber Rudra.

- Puede que para alguien como tú, que nunca ha salido de su lugar natal, sea difícil, pero

para la gente que ha viajado es sencillo percatarse. No hay nadie en estas tierras con ese color

de ojos ni ese tipo de cabellos.

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Rudra miró a la muchacha. Era cierto que nunca había visto a nadie que se le pareciera,

pero pensó que tal vez en otros países no sería extraño. Entonces miró al maestro.

- Pero anciano, tú tienes ese mismo color de ojos – apuntó.

El maestro rió abiertamente.

- Muy perspicaz – apremió - eso tiene una simple explicación – una sonrisa de oreja a

oreja se dibujó en su cara - es porque yo tampoco pertenezco a este mundo.

La noticia causó un gran impacto en todos los presentes, provocando en el maestro otro

ataque de risa.

- Me encanta esta parte.

- Siempre lo había sospechado… - musitó Roth.

El maestro le dedicó una dulce sonrisa.

- ¿Es eso cierto, maestro? – Liz estaba conmocionada.

- Sí – cogió aire - mi verdadero nombre es Manfred Traugott. Nací en Alemania en el

año 1925. Vine a este mundo en el año 1939, si no recuerdo mal, aunque ha pasado mucho

tiempo desde entonces.

Liz estaba tan sorprendida que era incapaz de articular palabra. No sabía si sentirse aliviada

o asustada. El resto del grupo parecía tan absorto como ella. Al cabo de un rato por fin recobró

el aliento.

- ¿Cómo es posible?

- Vivía en un pequeño pueblecito al norte de Alemania…

“Una mañana, mientras paseaba por el bosque, vi a una doncella de blanco corriendo

entre los árboles. Tras seguirla, acabé envuelto por una luz que me trajo aquí. Poco después

conocí a un joven llamado Dustin, un guerrero, el heredero de Lilith, que al parecer también

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193

había viajado hasta aquí desde mi mundo. Pronto descubrí que era capaz de usar la magia y

controlar a las devas, así que decidí seguirle y ayudarle en su lucha. Juntos nos embarcamos

en el viaje que nos llevaría a destruir a Rakshasa. Viajamos en busca de los lithois y

conocimos a muchos compañeros que se nos unieron en la batalla. Dustin era un hombre

impaciente y, en pocos meses, decidió que estaba listo para luchar contra el señor de las

sombras.

La batalla fue dura y muchos de nuestros compañeros perdieron la vida. En un último

golpe, Dustin atacó a Rakshasa, clavándole su espada de lleno, pero él le devolvió el ataque y

perdió la vida. Por suerte, gracias a la herida causada, conseguí lanzar un hechizo durmiente

que mantendría al malvado preso durante años. Pero al no perecer, los kinays no

desaparecieron de la tierra y, por desgracia, su número ha aumentado enormemente en las

últimas décadas, llevando a este mundo a la decadencia y afectando al nuestro de maneras que

no puedo imaginar.

Si mis cálculos son correctos, Rakshasa debe estar a punto de despertar; es por eso que

has sido enviada a este mundo, para luchar contra él y vencerle, trayendo la paz por fin a

ambos mundos.”

Todos escucharon atentamente la historia. Cuando hubo terminado, un millón de preguntas

invadieron la mente de Liz; sin embargo, eran tantas que no sabía por dónde empezar. Por fin

consiguió hablar.

- Si venció, ¿por qué no regresó a casa?

- Bueno, había muchas cosas que deseaba descubrir en este mundo, así que decidí

quedarme aquí.

- ¿Pero podrías haber regresado? – la pregunta de Rudra sorprendió a todos.

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- Sí, una vez terminada la batalla, el portal que comunica ambos mundos se vuelve a

abrir.

- Entonces, si luchamos y vencemos a Rakshasa, Liz podrá regresar a su mundo… - el

comentario del joven sonó más como una afirmación que como una pregunta y mientras

pronunciaba las palabras su mirada se iba perdiendo y su voz se apagaba.

- Sí, si ella lo desea.

El corazón de la joven dio un vuelco. Ahora sabía que había una posibilidad de regresar a

casa. Aún había muchas cosas que deseaba saber, pero aquella chispa de esperanza llenó sus

pensamientos y una lágrima se dejó escapar de sus ojos. El rostro del anciano se tornó más

frío.

- Pero, para ello, debes vencer al rey oscuro. ¿Están segura de que deseas luchar?

Recapacitó durante unos instantes. Después de lo que había visto, sabía que sería peligroso

y que tal vez perecería en el intento, pero estaba decidida, si había una mínima oportunidad

para regresar, la tomaría; además, deseaba de corazón ayudar a esas gentes.

- Lo estoy.

El maestro la observó detenidamente. Después de ver el brillo en sus ojos y la firmeza de

sus palabras suspiró deprimido.

- Supongo que no hay vuelta atrás… Esperaba que tuvieras más tiempo para descansar y

disfrutar de la paz antes de comenzar tu viaje, pero eres muy impaciente, señorita.

Ella lo miró sonriente.

- Yo voy contigo – dijo Rudra inmediatamente.

- Pero…

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- Te prometí que te protegería y lo haré mientras pueda. Te seguiré allá donde vayas,

hasta el final – mientras pronunciaba las últimas palabras una gota de tristeza se reflejó en su

rostro.

Una voz surgió a espaldas del maestro.

- Nosotros también vamos.

Rudy se había adelantado y miraba fijamente a Liz. A su lado Vlad, aún descompuesto y

empalidecido, se apoyaba en su hombro.

- Quiero ver lo que ocurrirá al final con mis propios ojos, y me gustaría hacerlo a tu lado

No estamos dispuestos a que nos dejéis de lado – la gitana la miró con cariño.

- Eso está muy bien, pero ahora la princesita necesita descansar. Además no hay prisa

por partir. Hablaremos más tarde sobre el tema, ¿de acuerdo? – sentenció el anciano.

Todos asintieron y, uno a uno, fueron abandonando la habitación hasta que sólo el maestro

quedó dentro. Antes de marchar le dijo a la joven que pasara a verlo por la mañana antes del

desayuno.

Cuando por fin se quedó sola, se tendió en la cama y suspiró. Akehiya, que se encontrada

echada junto a su cama, levantó la cabeza y lamió su mano. Liz sonrió pues sabía que no

estaba sola, lo que hizo que se sintiera mejor.

A pesar de haber despertado hacía poco, se sentía tremendamente cansada y poco a poco

los parpado se le fueron volviendo más pesados, hasta que se hizo la oscuridad.

Frente a ella las abrasadoras arenas se extendían por doquier. Hasta donde le alcanzaba la

vista sólo era capaz de distinguir el desierto. El sol brillaba alto y potente, pero el calor no

venía de él, sino de delante. Miró al frente y pudo ver un gigantesco toro envuelto en llamas

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que corría desbocado hacia ella. Cuando estuvo a unos centímetros de distancia, se paró en

seco. Era de una enorme envergadura, y su cornamenta presentaba tal diámetro que Liz temía

ser golpeada si giraba su cabeza. El animal la miraba fijamente a los ojos, de manera salvaje

pero a la vez calmada. De pronto, en su cabeza escuchó una voz.

“¿Por qué me quieres?”

Ella no contestó, simplemente lo miró fijamente. La voz volvió a sonar dentro de su

cabeza, triste.

“No es suficiente…”

Inmediatamente el ardiente animal dio media vuelta y corrió hasta desaparecer de su vista

entre las dunas.

Cuando despertó aún no había amanecido. Miró a su alrededor y reconoció el dosel de la

cama en la lujosa habitación donde se hospedaba. A su lado, el enorme felino dormía

plácidamente. Se levantó de la cama y salió de la estancia tratando de no hacer ruido, sin

embargo, tan pronto como abrió la puerta, se dio cuenta de que no estaba sola. Miró a su

espalda y vio la pantera tras ella. En susurros le insistió que volviera a dormir, pero no parecía

dispuesta a ello, así que posó su dedo en sus labios y sopló levemente, emitiendo un leve siseo

indicando que no hicieran ruido mientras guiñaba un ojo.

Paseó en silencio por los pasillos del palacio, cruzando por diferentes salas mientras

admiraba la belleza y la majestuosidad del lugar. Las paredes se elevaban a gran altura y pudo

reconocer el claro estilo arábigo en la arquitectura del palacio, debido a los arcos de herradura

y las columnas cilíndricas hermosamente ornamentadas y dispuestas con diferentes colores,

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destacando el rojo y el negro sobre aquel blanco inmaculado que todo lo bañaba. No sabía

mucho de arquitectura mas, a su parecer, aquel palacio era digno de reyes.

A cada paso se cruzaba con bellas doncellas de tez morena y grandes ojos negros, que la

observaban con respeto y precaución, pero a la vez con enorme curiosidad, sin atreverse a

dirigirle la palabra.

Tras largo rato caminando, llegó a una sala donde se abría un amplio balcón. Salió fuera y

se apoyó en la barandilla para observar maravillada el precioso paisaje que se abría frente a

ella. Akehiya se sentó a su lado, meneando la cola.

Más allá de las palmeras del oasis se extendía el inmenso desierto, y a lo lejos el sol

comenzaba a asomar entre las dunas. Jamás antes había estado en un lugar parecido y la

belleza que desprendía la sobrecogía por completo.

A su espalda una sombra atravesó la puerta a paso lento. Liz vio por el rabillo del ojo como

el maestro avanzaba hasta situarse junto a ella. Ambos permanecieron en silencio mientras el

día amanecía, observando la escena, hasta que por fin Maharshi habló.

- Hermoso, ¿no es cierto?

- Sí que lo es.

- ¿Habías estado antes en un desierto?

- No, en el país donde vivo la tierra es verde. Mi ciudad está cerca de la montaña.

- Vaya.

Después de una pausa, Liz volvió a hablar.

- ¿Lo echa de menos? Su país, quiero decir…

- A veces. Aunque seguro de que ha cambiado mucho en este tiempo que he estado

fuera.

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- De eso estoy segura.

- Y cuéntame, ¿cómo está la Tierra desde que me marché?

Lo puso al día de los acontecimientos más importantes que recordaba. El maestro rió a

carcajadas cuando supo que el hombre había pisado la luna y viajado al espacio. Dijo que en

sus tiempos eso era impensable. Se sorprendió de que hubiera habido tantísimos avances en la

ciencia y la tecnología, pero a Liz lo que más le llamó la atención fue un pequeño detalle

sobre el que él no pareció sorprenderse.

- Vaya, así que la segunda guerra mundial estalló justo cuando me marché…

- No parece asombrado.

- Verás, como te dije, ambos mundos están conectados. Lo que pasa en éste, afecta al

otro. Todas esas guerras en tan poco tiempo tienen que ver que el caos en este mundo, y la

gran batalla…

- ¿Qué quiere decir?

- Cuando la cruzada contra Rakshasa dé comienzo en este mundo, habrá repercusiones

en el otro… – se detuvo un instante mientras recapacitaba sobre sus próximas palabras – una

gran guerra comenzó en mi país el día en que Dustin y yo partimos de Alemania a Ádama…

Guardó silencio. En cuanto encontró sentido a aquellas palabras lo miró asustada.

- Eso quiere decir que…

Él asintió con pesar mientras veía como el horror invadía el rostro de la muchacha, asaltada

por tal pánico que le entraron ganas de echar a correr sin saber muy bien a dónde; sin

embargo, permaneció inmóvil mientras trataba de digerir todo aquello. Después, cuando se

hubo calmado, miró al maestro, quien no apartaba su mirada de ella ni por un instante.

- Tengo que hacer algo, yo… tengo que detenerlo…

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- Por desgracia es muy probable que ya haya empezado…

- Pero, tiene que haber algo que yo pueda hacer – dijo desesperada.

- Lo hay – los ojos del anciano centellearon – pero tiene sus riesgos…

- Pero… - enseguida consiguió leer sus pensamientos y vaciló – yo no soy ninguna

guerrera. No sé si podré vencer a Rakshasa y no deseo poner a nadie en peligro por mi culpa.

- Por desgracia, eso es algo que tú no puedes decidir. Ellos desean acompañarte. No sólo

quieren luchar por ti, sino también por ellos mismos – mientras el maestro decía esto,

acariciaba con delicadeza la suave cabeza del enorme animal, que se encontraba sentado entre

ambos - su mundo se verá destruido si alguien no detiene al malvado. Sus familias y sus seres

queridos acabaran muertos o incluso peor… transformados. Ahora que saben cómo hacerle

frente, no desean permanecer al margen. No puedes pedirles que se queden de brazos cruzados

mientras se acaba la cuenta atrás.

Las palabras del anciano se le grabaron en el cerebro y, por primera vez, se dio cuenta de lo

inmensamente egoísta que había sido hasta el momento. En ningún momento se había parado

a pensarlo desde esa perspectiva; estaba tan preocupada por ella misma que no había

entendido los sentimientos de sus amigos, sin comprender la verdadera situación en la que

aquel mundo se encontraba.

- Este mundo es fascinante… tan distinto al nuestro – el maestro la apartó de sus

remordimientos – aquí suceden cosas que jamás pensé fueran reales. Las criaturas que lo

habitan poseen habilidades extraordinarias y hay tanta magia alrededor que cuando llegué, yo

mismo me asusté. Sin embargo, cuanto más viajaba y más descubría, más me fascinaba y me

enamoraba de este lugar y de su gente. Es por eso que decidí quedarme.

Liz se quedó un rato pensativa. Maharshi la miró con una dulce sonrisa en su rostro.

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- Supongo que todo esto es demasiado confuso para ti y lo único que deseas es volver a

tu casa.

- ¡No! – se apresuró en contestar – bueno, en parte sí, pero… - recapacitó antes de

continuar – si todo es real… si es cierto que ambos mundos pueden… que la gente de este

mundo va a… - guardó silencio un instante mientras trataba de impedir siquiera imaginarlo -

si realmente yo soy quien todo el mundo dice, entonces… - en un solo instante todas las dudas

y el temor desaparecieron de su rostro, dando paso a la determinación y la fuerza – lo haré,

lucharé.

Akehiya se incorporó y se acercó a la joven, restregando su cuerpo con el de ella mientras

emitía una especie de ronroneo, como si de un gatito se tratara. Liz sonrió mientras pasaba su

mano por el pelaje de la pantera, jugueteando con sus dedos. Volvió a centrar su atención en el

maestro y su mirada se mostró más firme que nunca. El anciano sonrió al ver la llama que

desprendían sus ojos, pues sabía que el miedo había desaparecido de su corazón. Sin embargo,

su rostro reflejó cierta tristeza ante el cambio en la muchacha.

- Aún no estás preparada para ello. Primero debes encontrar todos los fragmentos de

lithoi y aprender a dominar tus habilidades.

- ¿Mis habilidades?

- Sí, todos los herederos son capaces de controlar a las devas y usar su magia. Tengo

entendido que Aditi ya es tu sirvienta.

- Aditi… ¿se refiere a la niña verde del sueño?

- Sí, Aditi es el espíritu de la naturaleza. Es capaz de sanar las heridas y comunicarse

con todos los seres vivos de Ádama. ¿Dices que la viste en sueños?

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- Sí, cuando estaba en Shamballah, y desde entonces siento como si… estuviera dentro

de mí… Sé que es de locos, pero…

- Querida, a estas alturas ya deberías saber que “de locos” es lo normal en este mundo –

rió.

“Aditi es la deva que protege Shamballah. En total hay nueve devas, una por cada país de

Ádama: Aditi, protectora de Shamballah y deva de la naturaleza; Agni, manipuladora del

fuego que habita estas tierras; Amath, en Amentis, domina la tierra; Raha, del reino de Kûsha

es la domadora del aire; la deva de Feeria es Khûm, espíritu del agua; en Kun-Lun se

encuentra Fohat, quien controla los rayos; Aishah protege el reino de Bielovodye, siendo su

elemento el hielo; el reino de Pâlata se encuentra sometido por Soma, deva de la oscuridad; y

por último está Akasha, cuya esencia es la luz, que habita en el reino de Kâlapa.”

- ¿Todas se presentan por medio de sueños?

- Depende, a veces se manifiestan adquiriendo forma en el mundo real, aunque son

tímidas y prefieren hacerlo en forma de ilusiones o sueños.

- Vaya, y ¿todas son iguales?

- No, cada deva tiene una forma concreta que ellas mismas deciden adquirir al

aparecerse ante los humanos. No olvides que son espíritus y pueden modificar su figura y

adoptar cuerpos diferentes.

- Entonces – se quedó pensativa - el toro en llamas que vi fue…

- Es Agni, protectora del fuego. Intimida al principio, pero no es de las más duras de

tratar. Así que se te ha presentado.

- Sí, pero se fue…

El maestro sonrió.

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- Es caprichosa, sólo acepta a personas con una gran decisión y espíritu de lucha. Si

presiente que hay duda en tu corazón no conseguirás hacer el pacto.

- ¿El pacto?

- Es la forma en la que las devas deciden servirte. Si te aceptan, el contrato será sellado

hasta que el rey oscuro caiga o... – Liz no quiso preguntar por el resto, pues se hacía una idea

de como continuaba.

- Pero si no me acepta…

- Tranquila – el anciano posó su mano en el hombro de la joven en señal de ánimo – su

razón de existir es servirte. Volverán a intentarlo hasta que consigas que te acepten. Incluso

con las más rebeldes no debes rendirte, pues en el fondo de su corazón ellas desean aceptarte,

pero algunas te lo pondrán difícil.

En su rostro se dibujó una sonrisa de alivio.

- Maestro, usted dijo que era capaz de dominar a las devas. ¿Todas le aceptaron?

Su sonrisa se desvaneció y bajó la mirada apenado.

- Dustin era un hombre impaciente. Su corazón estaba lleno de buenas intenciones y

deseaba liberar a este mundo del sufrimiento lo antes posible. Sin embargo, éramos jóvenes y

no sabíamos lo que debíamos hacer… - levantó la vista y sonrió desganado – apenas conocí a

unas pocas. Tal vez si hubiéramos reunido a todas…

Guardó silencio y, tratando de ocultar su pesar, se giró hacia la puerta del balcón y se

encaminó hacia el interior de la estancia. Antes de perderse en la sala, se volvió a la

muchacha, quien lo observaba desde la barandilla.

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- El desayuno estará listo pronto. Tus amigos te están esperando. Después comenzará tu

entrenamiento para poder hacer uso de la magia de las devas. Esta vez no dejaré que la

historia se repita. Te ayudaré en todo lo que me sea posible.

Y, tras decir esas palabras, desapareció.

Liz se quedó un rato meditando sobre todo lo que Maharshi le había contado. Su historia no

sirvió más que para reafirmar la decisión que había tomado. No se rendiría. Iba a luchar por la

gente de Ádama, por sus amigos, por su familia, por su mundo. Sabía que no podría hacer

mucho, pero si hubiera algo que estuviera en sus manos, lo haría sin dudar y estaba claro que

debía tener algún papel que jugar en todo ello puesto que había viajado desde otro mundo para

desempeñarlo. Sabía que sonaba a locura, pero, como el maestro había dicho, en aquel lugar

“de locos” se estaba convirtiendo en el pan de cada día.

Sin pensarlo más, se encaminó hacia el interior del palacio seguida por su leal mascota.

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EL ENTRENAMIENTO

Cuando Liz llegó a la sala encontró a todos sus amigos reunidos alrededor de la mesa. Pudo

observar el exceso de manjares dispuestos en bellas fuentes de decoración exquisita, cada cual

más apetitoso. Se sentó en silencio en una de las sillas libres, al lado de Rudra y frente a Roth,

quien sonreía abiertamente por su llegada. Junto a Rudra pudo ver a los dos gitanos. Rudy se

mostraba alegre y risueña, encantada de poder disfrutar de tal servicio, mientras que Vlad aún

se veía pálido e indispuesto; desde que lo vio en aquel palacio siempre se veía débil y

enfermizo, al contrario de cómo lo recordaba.

Apreció en Roth una mirada hacia el gitano que no llegaba a identificar, pero que no

denotaba demasiado agrado; cuando el mago se dio cuenta de que lo miraba, se giró hacia ella

y le dedicó una sonrisa. Una voz a su lado la distrajo.

- ¿Cómo te encuentras hoy? – Rudra se veía muy animado.

- Mejor, gracias.

- A ver si hoy podemos pasar más de cinco minutos sin que te desmayes, te escapes o te

abduzcan – se burló, a lo que Liz se rió.

En verdad, hacía tiempo que nada era normal y apenas había podido pasar tiempo con sus

amigos; sin embargo, sabía que aquello debería esperar, puesto que el maestro había decidido

entrenarla.

Después del desayuno, Maharshi condujo a los jóvenes hacia un enorme patio abierto al

exterior, sin apenas vegetación más que en los alrededores. El suelo era de una piedra

blanquecina rugosa pero pulida, y al fondo se extendía el oasis. Encontraron a un grupo de

musculosos hombres realizando ejercicios de calentamiento y soltando gritos al compás de sus

movimientos. Al ver al maestro se detuvieron y se inclinaron respetuosamente a modo de

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saludo; sin embargo, en cuanto los estudiantes vieron a Roth, la expresión de algunos se tornó

sombría y recelosa, cuchicheando entre ellos. Roth, por su parte, apenas se inmutó ante esta

reacción, sin dirigirles siquiera una mirada. A Liz le pareció escuchar a alguien murmurar “ahí

está el favorito del maestro, ese mestizo asqueroso”. Miró de soslayo a Roth, pero nada

diferente reflejaba su rostro, manteniendo la mirada fija al frente, con expresión dura.

Maharshi invitó a Rudra y los demás a unirse al entrenamiento, pues alegó que les sería de

ayuda para desarrollar el autocontrol y la concentración. Sin embargo, al poco de comenzar,

Rudra, aburrido, se echó a la sombra de uno de los árboles a dormir, junto a la enorme

pantera, la cual descansaba plácidamente desde hacía rato. Rudy y Vlad tampoco se habían

unido a la práctica, pues éste continuaba sintiéndose débil y ella no se separaba de su lado.

Apoyados en el ancho tronco de árbol, observaron en silencio el entrenamiento.

La verdad es que no había demasiada diferencia entre lo que hacían unos y otros, o por lo

menos eso le parecía a Liz. El anciano les había ordenado permanecer inmóviles y aislar sus

mentes. Debían conseguir alejar cualquier pensamiento y sentir la energía que fluía a su

alrededor. Y aunque pareciera una tarea sencilla, la joven era incapaz de enmudecer su cabeza

y, de cuando en cuando, abría un ojo para observar al resto de los integrantes del grupo,

totalmente inmóviles como estatuas, incluido Roth.

Liz se pasó horas sin conseguir apenas resultados y a punto estuvo de rendirse, pero su

determinación era grande, por lo que siguió ahí, de pie, incluso cuando todos se marcharon a

almorzar.

Mientras trataba de acallar su mente, sintió como una mano se posaba en su hombro,

haciéndola saltar del susto. Se sorprendió al descubrir a Roth a su lado, con una dulce sonrisa.

- Deberíais descansar. Seguro que estáis hambrienta.

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- No, yo… la verdad es que no tengo hambre. Además, no he conseguido nada en todo

este tiempo. Quiero seguir intentándolo.

Cuando miró a su alrededor se percató de que sus cuatro amigos seguían exactamente en la

misma postura que la última vez que los miró; Rudra roncaba bajo el árbol junto a Akehiya,

mientras que la pareja reposaba sobre el tronco.

- Bueno, parece que no os vais a rendir – dijo Roth entre risas. Ella negó con la cabeza –

en tal caso intentaré ayudaros en lo que pueda.

- Roth… - la joven no dejaba de darle vueltas al comentario – antes… al llegar…

Él bajó la mirada en silencio. Después sonrió de manera poco natural.

- La gente rechaza a lo diferente… - fue lo único que dijo antes de cambiar de tema.

Liz no llegó a entender lo que quería decir, sintiéndose aún más intrigada con todo ello,

pero tras ver un atisbo de dolor en su rostro decidió no seguir indagando más y centrarse en el

entrenamiento.

El mago le recomendó que se sentara; no estaba acostumbrada y el estar de pie podía

distraerla y fatigarla. Él se sentó a su lado y, mientras Liz trataba de vaciar la mente con los

ojos cerrados, el joven hablaba casi en susurros, trasportándola con sus palabras a lugares

pacíficos y lejanos. Le decía que escuchara al viento, los ruidos a su alrededor, que se

concentrara en sonidos lejanos, en el fluir del agua, en las arenas del desierto.

Poco a poco Liz sintió como su mente era transportada a aquellos lugares. Sentía el batir de

las hojas, el cantar de los pájaros, el suave murmullo del agua, la arena levantada bajo los pies

de extraños caminantes… Y entonces una extraña sensación la invadió.

Era como si ya no estuviera allí, como si su alma se hubiera fusionado con todo el entorno.

Aún con los ojos cerrados, veía diferentes colores, como estelas que fluían por doquier. Todo

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aquello la inundó y la hizo perder el control de su ser. Era tan sobrecogedor y nuevo para ella

que sus pulmones se cerraron ante la magnitud de lo que sentía y el brusco intento de su

cuerpo por respirar la sacó de aquel trance.

Cuando abrió los ojos encontró a sus amigos a su alrededor. Roth la sujetaba por los

hombros mientras Rudra se asomaba a su espalda con temor en la mirada, junto a los gitanos.

Todos suspiraron aliviados al ver que se encontraba bien. Akehiya, que se encontraba

agazapada a su lado, lamió su mejilla mientras ella trataba de tranquilizarla posando su mano

en su cabezota.

- ¿Os encontráis bien? – preguntó Roth aún alarmado.

- Eso creo… ¿qué ha pasado? – quiso saber Liz, aún confusa.

- De pronto dejaste de respirar. ¡Te pusiste azul! El rubito se puso histérico – bromeó

Rudra tratando de relajar el ambiente, pero a Roth no pareció hacerle ni pizca de gracia –

prometiste no desmayarte hoy.

- Prometí estar más de cinco minutos sin hacerlo, y lo he cumplido – rió.

- ¿Qué ocurre aquí? – una voz surgió del interior del palacio.

En ese momento Maharshi apareció por la puerta. Roth le contó lo que había pasado. El

anciano suspiró.

- No sé quién es más impaciente, si mi tonto aprendiz o la princesita – comentó con

resignación – lo bueno es que por lo menos sabemos que eres talentosa. Creo que no tardarás

mucho en controlar la magia – ayudó a Liz a levantarse – será mejor que vayáis todos al

comedor. Pronto será la hora de cenar y estaréis hambrientos.

Liz pensó que el anciano había perdido el juicio pero, tras echar una ojeada, se dio cuenta

de que la que lo había perdido era ella, o por lo menos la noción del tiempo.

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Todo a su alrededor estaba oscuro y el cielo presentaba tonos rosáceos debido a que el sol

ya se ocultaba tras el horizonte.

Después de cenar el maestro les explicó qué había sucedido durante el trance.

Al parecer, la energía de todas las criaturas y los elementos fluye a través de toda Ádama.

A esa energía se la conoce como “Qi”, término también usado por algunas de las culturas de la

Tierra. Las criaturas mágicas son capaces de controlar diferentes tipos de elementos, pero sólo

los elfos son capaces de manipularlos, y a esto es a lo que se conoce como magia. Sin

embargo, el Qi es difícilmente percibido por los humanos y es necesario un exhaustivo

entrenamiento del cuerpo y la mente para conseguirlo, además de un alto grado de

concentración y autocontrol. El simple hecho de percibirlo ya es un privilegio para muchos, y

manipular el Qi no es tarea fácil. Para ello, se necesita hacer uso de piedras canalizadoras,

llamadas draconias, que atraen las distintas energías, haciéndolas fluir a través de ellas y

volviéndolas manipulables para el hombre.

Existen diferentes tipos de canalizadores que atraen distintos elementos, por lo que es

difícil que un mago se especialice en más de uno o dos elementos. Además, esto supone un

alto grado de control sólo alcanzable por los más expertos.

- Hay algo que no entiendo. Los humanos necesitan canalizadores para hacer uso de la

magia.

- Así es.

- Pero entonces, ¿por qué Roth no necesita? – la pregunta de Liz tomó por sorpresa a

todos los presentes – recuerdo que en la lucha contra el kinay, él convirtió las flechas en fuego

e hizo caer un rayo.

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Maharshi, aún sorprendido, echo a reír a carcajadas ante la mirada perpleja de los demás.

- Eres muy observadora, señorita. Es cierto que Roth no necesita un canalizador, aunque

las flechas tienen truco. De hecho, están hechas con jaspe rojo, que atrae el fuego, por lo que

es fácil hacerlas arder. Sin embargo, el rayo sí fue obra de mi querido aprendiz, ya que ése es

su elemento.

- Pero ¿cómo es posible? – Rudra se metió en la conversación intrigadísimo, pero

intentando que no se notara.

- Eso es debido a que por sus venas corre sangre de elfo.

El silencio invadió la estancia. El anciano observó con una sonrisa como los ojos de los

presentes se iban saliendo de sus órbitas y las mandíbulas se les desencajaban ante la sorpresa.

Todos esos ojos pasearon del maestro a Roth una y otra vez, incrédulos.

- ¿Eres un elfo? – le preguntó Liz. Él se limitó a bajar la mirada sin contestar.

- No del todo. Su madre era humana y su padre, un elfo. Es lo que se conoce como

semielfo.

El asombro iba en aumento. Rudy fue la primera en romper el hielo.

- ¡Vaya! Pues no lo habría dicho. Bueno, es cierto que su color de pelo y ojos es

demasiado claro, pero físicamente no notaría la diferencia.

- Los elfos tienen las facciones más afiladas y las orejas terminadas en punta, pero por

lo demás no se diferencian tanto en el aspecto exterior a los humanos, excepto por el color de

piel, tremendamente claro y hasta algo brillante bajo la luz del sol – explicó el maestro.

Roth lanzó a su maestro una mirada de desapruebo. No le gustaba que la gente supiera de

su mezcla de sangre puesto que solía crear rechazo tanto por parte de los humanos como de

los elfos.

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210

Durante toda su vida había sido así, incluido el trato recibido por parte de sus compañeros.

Poco deseaba que nadie más supiera de su sangre mestiza.

- Así que eres medio elfo… - Liz reflexionó unos instantes ante la mirada entristecida de

Roth. Al instante una gran sonrisa se dibujó en su rostro – ¡menudo grupo nos hemos juntado!

– exclamó emocionada.

Sus amigos rieron ante la mirada asombrada de Roth. Al cabo de un rato volvieron a sus

conversaciones, sin comentar de nuevo o dar importancia alguna a la notica recibida. Y para

Roth esa era la mejor reacción que jamás habría imaginado experimentar; pues se dio cuenta

que a ninguno le importaba que fuera diferente. Había sido aceptado tal y como era, sin recelo,

rechazo o juicio alguno. El semielfo sonrió y se unió también a las conversaciones arias.

Después de un rato, Maharshi se levantó y se excusó.

- Va siendo hora de que los viejos nos retiremos y los jóvenes os relajéis. Mañana

proseguiremos con el entrenamiento.

Roth se levantó al tiempo que su maestro, se situó a su lado y ambos caminaron hacia la

puerta. Antes de marcharse, el anciano se dirigió hacia Liz.

- Mañana me encargaré personalmente de tu entrenamiento, señorita – después miró a

Rudra – si quieres tú también puedes entrenarte.

Rudra negó con la cabeza efusivamente.

- Muchas gracias, pero creo que paso. Ya he tenido suficiente meditación…

- Me refiero a practicar con la espada.

Su expresión cambió.

- Podéis escoger cualquiera de las salas de palacio para hacerlo, o si lo preferís podéis

salir al oasis, allí no corréis peligro y podríais sentiros más cómodos. Eso sí, no salgáis a las

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arenas del desierto, pues los enemigos pueden andar cerca, y no me refiero sólo a los kinays –

guiñó un ojo.

Al muchacho le entusiasmó la idea y asintió repetidas veces. A Rudy también pareció

agradarle la sugerencia.

- Por cierto, Elizabeth. Si ves a Agni, no hagas un pacto con ella todavía.

Dicho eso, el maestro desapareció de la sala seguido por su aprendiz y el resto de

sirvientes, quedando en ella los dos gitanos, Rudra y Liz, sin olvidar al felino.

Al poco rato, Rudy se disculpó y se marchó junto con Vlad, quien parecía seguir

encontrándose mal. Finalmente sólo Liz y Rudra permanecieron sentados. El muchacho invitó

a la joven a pasear antes de ir a su habitación, acompañados como no de Akehiya.

Por el camino charlaron sobre el tiempo que habían pasado separados. Rudra le contó que

se habían adentrado en el desierto y allí se encontraron al anciano, y después, confundiéndolos

con ellos, fueron atacados por un gusano gigante. Liz, por su parte, le explicó cómo Roth les

guió sin peligro por el desierto y lo mucho que le sorprendió el recibimiento al llegar al

palacio.

Después, para sorpresa de la joven, Rudra le preguntó sobre su mundo, con timidez. Era la

primera vez que hablaban sobre eso desde que lo descubriera y Liz se sintió feliz de que lo

hubiera aceptado. Le habló de su familia, de lo que hacía cada día, de sus amigos y su ciudad.

A veces le preocupaba que todo aquello fuera demasiado para el joven, pero éste la escuchaba

con atención y entusiasmo. De cuando en cuando, hacía preguntas para saber más detalles. Se

sintió liberada; llevaba tanto tiempo ocultando quien era que ahora, por fin, se sentía ella

misma de nuevo.

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Apenas se habían percatado del paso del tiempo ni de qué lugares del palacio habían

recorrido cuando una doncella apareció a su espalda y los sacó de su conversación.

- Disculpen – interrumpió tímidamente – es más de media noche y deberían descansar.

Ambos asintieron sorprendidos, pues no pensaban que fuese tan tarde, y salieron de la

estancia seguidos de la sirvienta. Rudra acompañó a Liz a su habitación y tras despedirse, ya

en la puerta, cuando la muchacha estaba a punto de entrar, se volvió hacia ella.

- Esto…

Ella lo miró con curiosidad.

- Gracias por contarme cosas sobre tu mundo.

La muchacha sonrió.

- Gracias a ti por escucharme y no pensar que estoy majara – y se volteó de nuevo a su

habitación, pero él la volvió interrumpió.

- Yo… - tragó saliva – si me lo hubieras contado antes, también te habría creído – bajó

la mirada mientras sus mejillas se teñían de rojo – puede que a la primera no, pero… - levantó

la mirada, aún colorado y sus ojos ardieron – jamás dudaría de ti.

La fuerza y la sinceridad de sus ojos hicieron que Liz se estremeciera y se sonrojara al

mismo tiempo. El muchacho volvió a bajar la mirada.

- Por eso… por favor, no vuelvas a desconfiar de mí.

- ¡Jamás lo he hecho! – se apresuró en decir – jamás he dudado de ti. Es solo que… si

hubiera sido a la inversa… es muy probable que yo no lo hubiera creído… Por eso…

Rudra sonrió.

- Hagamos una promesa. A partir de ahora no nos ocultaremos nada y nos contaremos

siempre la verdad

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Rudra alargó su brazo, con el puño cerrado y sólo el meñique estirado.

- Y nunca más desconfiaremos el uno de otro – continuó ella mientras enlazaba su

meñique con el del muchacho.

Cuando Rudra desapareció de su vista, Liz entró en su habitación y permaneció un rato

apoyada contra la puerta, con el corazón desbocado y una sonrisa en su rostro. La cara le ardía

y la cabeza le daba vueltas; se sentía tan feliz. Recordaba la mirada de Rudra, tímida y sincera

a la vez, y su sonrisa. Cuando pensaba en él, el pulso se aceleraba. No entendía por qué se

sentía así, jamás había sentido nada igual, pero aquel sentimiento le gustaba y deseaba que

nunca desapareciera.

Miró a sus pies y vio al animal con la mirada clavada en ella. Al instante le reprendió.

- ¡¿Qué?!

A pesar de que la pantera no hablara, era como si supiese lo que quería decir.

- Sólo somos amigos – se excusó.

Aún riendo, corrió hacia su cama y saltó sobre ella, recostándose de espaldas y cerrando los

ojos, aún con el muchacho en mente. Escuchó como el animal se tendía junto a ella y, poco a

poco, se fue durmiendo.

Cuando abrió los ojos, ya entraba el sol por la ventana. Había dormido plácidamente y, por

lo que parecía, más de lo esperado, pues el calor ya era palpable en la habitación. De un salto,

se levantó y se arregló lo más rápido que pudo. Al salir encontró a una doncella esperando en

la puerta, quien, al verla, se levantó de su asiento y la condujo, seguida por Akehiya, hacia la

sala donde Rudra, Rudy, Vlad y el maestro la esperaban sentados. Al llegar se percató de que

todos habían terminado ya su desayuno.

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- Se te han pegado las sabanas ¿a que sí? – bromeó Rudy vivaracha.

- Siento haberme despertado tan tarde.

- Parece que hoy no te han perturbado tus sueños – apuntó Maharshi.

Cuando terminó su desayuno, el maestro los condujo hacia uno de los jardines, pero, a

diferencia del día anterior, éste estaba vacío. Al poco de llegar, Roth apareció por la puerta

con una sonrisa. A pesar de que le maestro le ofreció a Rudra y los otros la posibilidad de ir a

entrenar a otro lugar, decidieron esperar un poco y se sentaron a la sobra de un árbol a

descansar.

Así, Liz comenzó con su entrenamiento.

El anciano permaneció todo el tiempo a su lado mientras ella se concentraba en sentir de

nuevo las energías que fluían en el ambiente.

Al cabo de menos de media hora, Rudra ya estaba aburrido, por lo que se levantó, seguido

de la pareja de gitanos y avisaron al maestro de que se marchaban; sólo la pantera permaneció

tendida en el césped.

Una doncella se apresuró en guiarlos hasta otro de los jardines, también vacío; además les

trajo sus armas y permaneció todo el tiempo en un rincón, con un botiquín por si las moscas.

Rudra comenzó a lanzar espadazos al aire, pero pronto se percató de que solo no avanzaría

demasiado.

- ¡Eh! Vlad, ¿te apetece un poco de juerga?

Vlad aún se veía enfermizo, sentado bajo la sombra de un árbol. Cuando hizo amago de

levantarse, Rudy lo detuvo.

- Todavía estás débil, déjamelo a mí.

- No te ofendas, pero no creo que una chica pueda…

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Antes de que terminara la frase, la gitana se lanzó contra él espada en mano, resultándole

casi imposible bloquear el ataque y recibiendo un pequeño corte en su mejilla. Ella arremetió

de nuevo con fuerza, haciéndolo caer al suelo mientras su espada volaba por los aires. Rudy

rió a carcajadas.

- No me subestimes por ser mujer. Todo lo que Vlad sabe se lo enseñé yo.

- Creo recordar que fue al revés – susurró Vlad con una media sonrisa.

Rudy ayudó a al muchacho a levantarse. Éste cogió su espada mientras ella adoptaba de

nuevo posición de ataque y se preparó. Ésta vez no lo pillaría desprevenido.

Rudy resultó ser una contrincante mucho más dura de lo esperado. No sólo su destreza con

la espada era buena, sino también su velocidad y la ligereza con la que se movía. Rudra se

llevó una gran cantidad de golpes y cayó al suelo varias veces, pero se levantaba una y otra

vez, dispuesto a seguir luchando.

Cuando el sol se encontraba alto, una sirvienta salió al jardín y, después de murmurarle

algo a la doncella que se encontraba con ellos, desapareció. En mitad de la pelea, una voz los

interrumpió.

- Disculpen, es hora de tomar un descanso. La comida ya está servida.

A pesar de la negativa de Rudra, acabo accediendo a hacer un alto ante la persistencia de la

doncella.

Los tres abandonaron el jardín para ser conducidos a una enorme sala donde el almuerzo

esperaba. Allí encontraron a Liz, el maestro, Roth y una decena de hombres más. Cuando Liz

los vio aparecer, se levantó sonriente; no obstante, cuando estuvieron lo suficientemente cerca,

su sonrisa desapareció para dar paso a la preocupación.

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- ¿Qué ha pasado? – preguntó consternada – estás hecho un asco y cubierto de

moretones y cortes.

Al mirarse, Rudra se percató de que tenía razón. Estaba completamente envuelto en barro y

la sangre brotaba de pequeños cortes por todo su cuerpo. No eran heridas graves, pero desde

luego tenía un aspecto horrible. Durante el entrenamiento ni se había dado cuenta de haber

recibido tantos golpes.

- No es nada, tranquila.

- Pero…

- Es que está muy verde – apuntó Rudy en tono burlón.

El comentario no pareció sentarle demasiado bien al muchacho, pero trató de no

demostrarlo, actuando totalmente indiferente.

Liz se acercó a él y puso sus manos sobre su cuerpo herido sin llegar a tocarlo. De pronto,

Rudra sintió un extraño calor al tiempo que de las manos de la joven se desprendía una luz

verdosa y, poco a poco, el dolor fue desapareciendo. Enseguida se detuvo, agotada.

- Lo siento, es todo lo que puedo hacer de momento.

Rudra se miró y vio sorprendido como las heridas ya no sangraban; aunque no estaban

curadas del todo, ya apenas dolían. Después miró a la joven, empapada en sudor y con

respiración pesada.

- ¿Te encuentras bien?

- Sí, es sólo que todavía no domino del todo el flujo de energía y me canso con facilidad

– dejó escapar una sonrisa – eres mi conejillo de indias.

Rudra se la devolvió. Era increíble que en sólo dos días ya pudiera usar la magia. En

verdad, era una persona especial. Entonces se percató de algo.

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- ¿Qué es eso? – señaló las manos de la joven.

Liz bajó la mirada y se fijó en el objeto que atraía la atención del muchacho. Alzó su mano

izquierda y la mostró orgullosa.

- ¿Te gusta? Es un regalo del maestro.

Su mano estaba cubierta por un extraño guante que cubría sólo el dorso y la muñeca,

anudándose en su dedo anular. Era de una tela de color blanco casi plateado, que parecía

suave y a la vez resistente, dejando entrever la piel de la joven. En el centro tenía una enorme

piedra transparente incrustada que brillaba con intensidad. Rudra no era capaz de adivinar de

qué clase de mineral se trataba. La parte de la muñeca estaba adornada con pedazos minerales

de menor tamaño y diferentes colores.

- Es para manipular la magia – explicó orgullosa – ahora puedo ser de utilidad.

- ¿Cómo funciona?

El anciano les interrumpió para explicarles su funcionamiento.

“La gran piedra que hay en el dorso es una draconia, un canalizador que permite atraer la

energía y manipularla, expulsándola adoptando su propio elemento; es decir, si recoge Qi del

elemento fuego, lo expulsará a modo de llamas. Las piedras que hay alrededor de la muñeca

son receptores que atraen la energía de un elemento específico y facilitan su utilización. En

general, no son de especial uso, pero en el caso de Elizabeth es diferente.

Normalmente, una persona no puede usar más que el elemento dominante en su lugar de

nacimiento, puesto que son más receptivos a él. Hay personas que con mucho entrenamiento

son capaces de controlar algún otro, pero suele ser alguno compatible con el suyo propio. Por

ejemplo, una persona que vive aquí, en La Paradesa, podrá manipular el Qi de fuego y,

además, podrá intentar dominar el del aire, puesto que son afines. Sin embargo, jamás podrá

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usar el elemento agua o hielo, pues son antagónicos. La tierra y la naturaleza también son

afines, así como la luz y el rayo. El único elemento independiente es la oscuridad; así, los

nacidos en el reino de Kun-Lun sólo serán capaces de manipular este elemento.

Pero el caso de Liz es diferente. Ella no ha nacido en este mundo, por lo que, en teoría, no

debería poder usar la magia; sin embargo, tiene a las devas. Cada una es protectora de uno de

los elementos de este mundo, y si hace un pacto con una de ellas, será capaz de usarlo. Es por

eso que el guante tiene receptores, para ayudarla a acumular la energía. Además, en la tela hay

disuelto polvo de draconia, dándole gran poder y haciéndolo enormemente resistente.”

Cuando el maestro terminó su explicación, todos lo miraban con suma atención. Rudy

asentía sin cesar durante la charla del anciano, al igual que Roth; sin embargo, Rudra parecía

algo confuso.

- O sea que… en resumen… Liz puede usar magia con el guante ¿no?

Maharshi asintió entre carcajadas pues, por su reacción, era evidente que el joven no había

entendido ni una palabra de lo explicado.

Cada uno ocupó su lugar en la mesa y todos los asistentes al banquete comenzaron a

devorar la comida. Había dos grandes grupos; por un lado, los aprendices del maestro, algunos

de los cuales miraban con recelo de vez en cuando al otro lado, donde se encontraba el

maestro con Roth y los viajeros.

Mientras comían, charlaban y reían alegremente y, en un abrir y cerrar de ojos, toda la

comida había desaparecido. Tras una sobremesa bastante corta, cada uno volvió a su

respectivo entrenamiento: Liz, Roth y el maestro siguieron practicando magia mientras que

Rudra, Rudy y Vlad se dedicaron a la espada.

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LA INVOCACIÓN

Con el paso de los días, Liz iba siendo más precisa a la hora de captar las energías y era

capaz de controlar mejor la magia de curación. Por su parte, Rudra mejoró a pasos

agigantados con la espada, y ya conseguía salir ileso de sus enfrentamientos con Rudy, aunque

de momento no había conseguido vencerla.

Al cabo de una semana, el maestro decidió que la heredera estaba lista para comenzar a

entrenar con las devas.

Como cada mañana, desayunaron todos juntos y después de comer, se dividieron en dos

grupos: los espadachines y los hechiceros. Sin embargo, esa mañana Roth no se unió a la

joven en el entrenamiento, sino que permaneció a un lado del patio, meditando, mientras que

el maestro y ella se situaron en el centro de la terraza.

- Muy bien, Elizabeth. Hoy tendremos una práctica diferente. Voy a enseñarte cómo

controlar a las devas.

- Pero maestro, ya conseguí invocar con anterioridad a Aditi.

- ¿Podrías hacerlo de nuevo? – pidió él con una sonrisa.

Liz cerró los ojos, tratando de concentrarse, y pronunció el nombre de la deva. Acto

seguido, está se presentó envuelta en una luz verdosa. Liz sonrió al verla y, satisfecha, miró al

maestro. Éste también sonreía; sin embargo, no parecía que lo hiciera de satisfacción u orgullo

sino más bien de burla. De pronto, algo falló y Liz sintió como su cuerpo se volvía pesado y

torpe. Se tambaleó y se dejó caer de rodillas mientras la deva se desvanecía frente a sus ojos.

La joven notó como su respiración se había vuelto pesada y sus párpados se cerraban.

Finalmente, cayó al suelo, inconsciente, mientras Roth gritaba a lo lejos su nombre de manera

alarmada.

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Cuando despertó, vio a Rudra y a los demás junto a la cama donde yacía. Buscó con la

mirada al maestro, quien se encontraba al final de la sala, sentado en un cómodo sillón. La

sonrió con dulzura y se incorporó, encaminándose hacia su lado; se sentó en la cama junto a

ella y acarició su cabeza.

- ¿Te encuentras mejor?

- ¿Qué ha pasado? – se apresuró en decir.

- Te desmayaste. Llevas inconsciente casi un día entero – le hizo saber Rudra.

- Pero… no lo entiendo…

- Es lo que pasa cuando se usa a las devas sin conocimiento – explicó Maharshi - ¿acaso

no te pasó lo mismo con anterioridad?

- Aquella vez fue peor – intervino Rudy – durmió durante tres días.

Liz bajó la mirada entristecida. Creía que podría ser de utilidad al poseer a las devas, pero

resultaba casi más un estorbo del que cuidar que alguien en quien confiar en la batalla. El

anciano acarició de nuevo sus cabellos como si de su padre se tratara y sonrió con gran afecto.

- No te preocupes, en realidad no es tan difícil. Ya verás como con un par de lecciones

lo consigues sin problemas.

Liz lo miró. Le recordaba a un abuelo, dulce y animoso, o por lo menos lo que debería de

ser uno. Su abuelo materno murió mucho antes de que ella naciera, cuando su madre tenía su

edad, y su abuelo paterno enfermó cuando ella era sólo un bebé, por lo que apenas había

tenido ocasión de visitarlo en el hospital antes de fallecer, conservando escasos recuerdos de

él, aparte de su afición a las monedas. Sin embargo, el maestro le recordaba a su querida

abuela, con la que tanto tiempo había pasado de pequeña. No sabía por qué, pero después de

escuchar sus palabras se sentía mucho mejor.

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Se había pasado todo el día durmiendo, por lo que ya era la hora de cenar y, a pesar de que

sus amigos le recomendaron hacerlo en su habitación tranquila, Liz insistió en ir con todos a la

sala de banquetes.

Estaba muerta de hambre después del gran gasto de energía, así que todo le supo a gloria.

Al terminar la cena, cada uno regresó a su dormitorio a descansar. Cuando llegó se percató de

que Akehiya se llevaba comportando de manera extraña desde que despertara. Estaba distraída

y caminaba muy despacio, con la cabeza gacha, parándose a cada segundo y adquiriendo

posición de alerta.

Se sentó en la cama y extendió sus brazos hacia el animal en señal de llamada. Éste corrió

hacia ella y se frotó con sus manos. Le preguntó si algo ocurría, pero el animal continuó

acariciándose con las manos de la muchacha.

Pensó que tal vez eran imaginaciones suyas debidas al cansancio, así que se tumbó en la

cama y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó temprano, dispuesta a continuar con su entrenamiento,

pero algo llamó su atención. Para su sorpresa, se encontraba sola en la habitación. Miró a su

alrededor. No había nadie más que ella. Se asomó al pasillo pero nada, no había no rastro de

su inseparable mascota.

Llamó a la pantera sin obtener respuesta, así que decidió dar una vuelta por el palacio en

su búsqueda; sin embargo, no consiguió encontrarla. Incluso preguntó a varias de las doncellas,

mas ninguna lo había visto. Pensó que tal vez hubiera salido a cazar, pues normalmente no se

levantaba tan temprano, así que decidió no darle demasiadas vueltas y esperar a que apareciera.

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Se encaminó al desayuno y descubrió con asombro que era la primera en llegar al salón.

Desayunó antes de que los demás siquiera se levantaran, yendo directamente al patio de

costumbre a practicar su concentración.

Todos se llevaron una gran sorpresa cuando vieron que no aparecía por la sala, pero una

criada les informó de que estaba entrenando.

Cuando el maestro llegó al patio, Liz se encontraba profundamente inmersa en su

meditación, no obstante, en cuanto escuchó la voz de Maharshi abrió los ojos, sonriente. El

anciano caminó hacia ella sin la compañía de que Roth. Le explicó que éste era un

entrenamiento que sólo ella podía realizar, por lo que el joven aprendiz se había marchado

para entrenar con sus compañeros.

Y sin más dilación, retomaron la sesión del día anterior.

- Antes de comenzar me gustaría preguntarte algo – dijo el maestro - ¿sabes qué fue lo

que falló ayer?

- La verdad es que no…

- Es normal querida, acabas de llegar y no conoces nada sobre este mundo. Por suerte,

yo estoy aquí para cambiar eso – aseguró con orgullo - ¿recuerdas lo que te conté sobre el Qi?

¿Cómo cada elemento tiene su propia energía y fluye dentro y fuera de cada cosa? La magia

no es más que la manipulación de ese Qi, haciendo que se manifiesta en el plano físico.

- Sí, lo recuerdo.

- Pues bien, no sólo los elementos poseen Qi. Cada criatura viviente posee su propia

energía. En los seres vivos no está tan directamente relacionada con los elementos, pero sí se

ve influenciada por ellos. Así, como ya sabes, una persona nacida en este país será bendecido

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con el Qi de fuego y podrá llegar a manipular ese elemento. Es más, con el suficiente

entrenamiento incluso se puede llegar a percibir la energía de una persona.

- ¿Quiere decir que sería capaz de percibir su energía aún no estando usted cerca?

- Exactamente. Por desgracia, es necesario un altísimo grado de control del Qi, así como

muchos años de adiestramiento. Sólo he visto esta capacidad en los elfos, puesto que son

inmortales. Sin embargo, este principio es el que te va a ayudar a controlar a las devas.

- Pero maestro, usted ha dicho que hace falta años de práctica; sin embargo, yo no tengo

tanto tiempo… además…

- Tranquila, tú lo tienes más fácil y no necesitas dominar este arte, sólo conocer sus

bases. Como ya sabes, para controlar a las devas primero debes hacer un pacto con ellas, el

cual se consigue cuando te acepten como su ama.

- Sí.

- Pues bien, las devas son espíritus, y aunque pueden manifestarse en el plano físico, les

es imposible hacerlo por demasiado tiempo, por lo que necesitan refugiarse en seres vivos, ya

sea un animal, los arboles o el agua. Cuando un humano es aceptado por una deva, éste se

convierte en su recipiente, es decir, que las devas residirán en su cuerpo mientras el pacto

perdure.

- Quiere decir que… - el maestro asintió, anticipándose a la joven.

- Exacto, en este momento Aditi descansa en tu interior. Y cada una de las devas que se

unan a ti habitarán en tu cuerpo hasta que termine su contrato contigo.

- Y eso sucederá cuando…

- La misión de las devas es ayudar al heredero en su lucha contra Rakshasa, por lo que

su pacto será cumplido cuando eso suceda. Hay devas que hacen pactos diferentes con

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humanos u otras criaturas; sin embargo, el motivo por el que fueron creadas es luchar contra el

malvado, o eso es lo que creo, así que tarde o temprano acabarán aceptándote a ti.

- Entiendo… pero sigo sin tener claro de qué manera puedo controlarlas sin

desmayarme… - el maestro sonrió con picardía ante las palabras de la muchacha.

- De ahí viene mi pregunta anterior… ¿qué fue lo que falló ayer?

La joven reflexionó durante un largo rato, pero por más que pensara en ello no era capaz de

encontrar una respuesta. Finalmente Maharshi la sacó de sus pensamientos.

- Déjame preguntarlo de otra manera… ¿qué fue lo que sentiste ayer al invocar a Aditi?

- Pues… no sé… de pronto sentí que perdía las fuerzas.

El maestro asintió con satisfacción aunque Liz seguía sin saber a dónde la llevaba todo

aquello.

- ¿Y sabes por qué?

Le dio vueltas durante un rato, recordando cada explicación que había escuchado hasta

ahora, tratando de relacionarlo todo entre sí sin demasiado éxito. De pronto, una bombilla se

encendió en su cabeza.

- Me quedé sin fuerzas… - hablaba para sí misma en un tono casi inaudible – me quedé

sin energía…

Entonces levantó la mirada.

- Exacto, gastaste toda tu energía al invocar a Aditi y por eso te desmayaste.

- ¿Y cómo es eso posible?

- Bueno, las devas necesitan Qi para materializarse, lo que significa que para invocarlas

necesitas usar una gran cantidad de energía, pero por defecto usas la tuya propia y no la de las

devas, con lo que lo único que consigues es malgastarla y colapsarte.

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- ¿Y no hay alguna manera de que eso no suceda?

- Para eso estamos aquí, señorita – rió el maestro – lo primero que debes hacer es saber

diferenciar entre tu energía y la de las devas. Una vez que consigas eso, con un poco práctica

serás capaz de invocarlas sin acabar medio muerta a cada intento.

El entrenamiento consistía en ser capaz de percibir su Qi y el de la deva, y diferenciarlo.

Pronto entendió el motivo por el que el maestro le dijo que evitara encontrarse con el espíritu

de fuego. Si ya resultaba complicado diferenciar su propia esencia de la de una deva, más lo

sería si tuviera que hacerlo de dos.

Así, como venía haciendo los últimos días, Liz se sumió en un profundo trance en el que

debía de vaciar su mente por completo y visualizar el Qi. Mientras se concentraba, el maestro

la iba guiando en cómo conseguir percibir las energías. Como ya hizo en el pasado, le

aconsejó que intentara separarlas por colores, que en su mente visualizara cada Qi del color de

su elemente: el fuego rojo, el agua azul, el aire amarillo… y, poco a poco, fue percibiendo la

energía que fluía a su alrededor.

Veía el aire, con una estela de color dorado, y sentía las hojas de los árboles desprendiendo

destellos verdosos en su roce con el viento. Sin embargo, esa vez no debía concentrarse en su

alrededor, sino mirar dentro de ella misma. Y esa tarea resultaba mucho más complicada de lo

que había pensado.

Tenía claro qué color presentaría la esencia de Aditi, debía ser verde, pues era el espíritu de

la naturaleza. Pero por más que buscara en su interior no era capaz de percibir más que

oscuridad.

Se concentró en el latir de su corazón, que bombeaba con fuerza al ritmo de su respiración.

Intentó visualizar como la sangre impregnada de Qi corría por sus venas, recorriendo todo su

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226

cuerpo y revitalizándolo a su paso. Nunca se había parado a pensar en el color que

desprendería ella misma, pero sin saber porque ya había elegido uno: naranja, por el color de

sus cabellos tal vez.

Trató de imaginarse como el vapor anaranjado era expulsado por sus poros, impregnado de

su esencia, envolviéndola. Después buscó la energía de Aditi, fusionada con la suya propia,

escondida en algún recóndito lugar de sus adentros. Cada vez se sentía más ligera y todo se

reducía a impresiones y colores. Allá, a lo lejos, entre el rio anaranjado, pudo distinguir una

mancha verdosa que envolvía a la pequeña niña de tez esmeralda y cabellos alborotados,

sonriendo alegremente, viendo por fin claramente el aura que desprendía. Aditi se desvaneció

lentamente mientras Liz proseguía avanzando hacia su propio interior.

Era una sensación asombrosa. Sentía como flotaba, como si se encontrara en estado de

embriaguez, perdida en una nube azafranada. No sabía cuánto más podría avanzar ni adónde

se dirigía, pero algo la empujaba a seguir.

De pronto algo llamó su atención. Frente a ella vio un tenue destello dorado, intermitente,

que le resultaba enormemente familiar. Avanzó a su encuentro y, cuando se encontraba más

cerca distinguió una figura borrosa en su interior. Apenas alcanzó a verla un instante antes de

que desapareciera. Era una mujer de tez muy clara con cabellos tremendamente largos que

aleteaban a su alrededor, envolviéndola. Su vestido era de color áureo y la cubría hasta los

pies; y sus ojos estaban cerrados, flotando inerte en mitad de la luz. En el instante en el que se

desvaneció, Liz sintió como algo la arrastraba hacia atrás con brusquedad, expulsándola de su

interior.

Abrió los ojos sofocada y se encontró en brazos del maestro, que la sujetaba por los

hombros, sonriente, mientras trataba de volver a la normalidad. Quiso incorporarse, pero

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cuando lo intentó sintió como si acabara de bajar de la montaña rusa, nublándosele la vista y

cayendo de nuevo al suelo. Maharshi se apresuró en sujetarla antes de que cayera mientras

reía abiertamente. Cuando Liz recuperó la visión, lo miró algo molesta, pero él siguió riendo

sin inmutarse.

- ¿Qué tal el paseo? Es toda una experiencia ¿eh? La vuelta es un poco dura al principio,

pero te acostumbrarás.

Aunque pudiera escuchar a la perfección sus palabras, aún se encontraba demasiado

abobada para poder pronunciar palabra. El anciano llamó a las criadas, quienes aparecieron en

un abrir y cerrar de ojos por el portón. Se dirigió a ellas con voz calmada y de inmediato las

cuatro ayudaron a Liz a levantarse, conduciéndola hacia el interior de la estancia. Antes de

que entraran, la joven se volvió con dificultad, aún sujeta por las sirvientas, y habló a

Maharshi.

- ¿Es que voy a acabar siempre desfallecida? – preguntó a modo chistoso, pero a la vez

molesta.

- Tranquila, querida, todo es nuevo y tu cuerpo necesita acostumbrarse, pero después de

un tiempo conseguirás no acabar exánime cada vez que uses la magia o a las devas.

- Por favor, no se lo diga a los demás, no quiero que piensen que soy una debilucha.

El maestro soltó una carcajada.

- Descuida.

Y así, fue arrastrada al interior del palacio por las doncellas, que la llevaron hasta su

habitación, ayudándola a tenderse en la cama para que descansara.

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228

Mientras descansaba, trató de recordar todo lo que había sucedido mientras navegaba por

su interior. Sin embargo, sólo alcanzaba a recordar su encuentro con Aditi, sintiendo que algo

importante se le escapaba.

Al poco rato, una de las sirvientas apareció con un carrito cagado de comida. El maestro

había ordenado que comiera y después se echara una cabezadita para recuperar fuerzas. A

pesar de no tener apetito, nada pudo hacer Liz para resistirse ante la insistencia de la criada.

Tras un ligero almuerzo, se recostó en la cama a la vez que era arropaba por la criada, y en

apenas unos minutos, cayó en los brazos de Morfeo.

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EL ESPÍRITU DEL FUEGO

El calor era abrasador. A su alrededor las arenas lo invadían todo. El ardiente sol llameaba

sobre su cabeza, bañando todo el desierto con su cegadora luz. Allá a lo lejos, un flameante

toro corría entre las arenas, distante. Sabía que no debía llamarlo e intentó salir de allí, pero la

bestia cambió su rumbo y se dirigió al lugar donde se encontraba. Su frenada hizo que la arena

se levantara a su alrededor, salpicando a todos lados. La miraba fijamente, examinándola al

detalle. Ella hizo lo mismo.

El tono rojizo de su piel era totalmente diferente al del reto de su especie, por no mencionar

las llamas que envolvían todo su cuerpo. Cada vez que resoplaba, no salía aire de su nariz sino

fuego. Liz pensó en el pavor que sentiría si encontrara a semejante criatura en un ruedo de

toreo, o incluso pastando en el campo, pero sabía que en realidad se trataba de un espíritu

protector cuya misión era ayudarla en su aventura y que esa aterradora forma no era más que

la que había escogido para mostrarse ante el mundo.

Esta vez no esperó a que la deva hablara, sino que se dirigió a ella con voz calmada.

- Es un placer verte de nuevo, Agni. Mi nombre es Elizabeth.

Volvió a escuchar en su cabeza la ronca voz del toro.

“Veo que sabes sobre mí más que la última vez.”

- El maestro Maharshi me puso al día – sonrió.

“Mi viejo amigo, ávido de saber. Parece no haber cambiado en todos estos años, siempre

tratando de amparar a los demás.”

- Le estoy enormemente agradecida por toda la ayuda que me ha prestado. Jamás podré

compensarlo lo suficiente.

“Y bien, si tanto te ha informado, supongo que sabrás que es lo que espero de ti.”

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Liz permaneció en silencio durante un instante, bajando la mirada.

- Ahora mismo no soy de mucha valía y apenas domino la magia. Cada vez que realizo

un nuevo entrenamiento, acabo perdiendo el conocimiento y abusando de la amabilidad del

maestro y de la gente de palacio. También preocupo constantemente a mis amigos y, desde

que he entrado en sus vidas, no he hecho más que ponerlos en peligro. A pesar de haberles

advertido, se niegan a dejarme marchar y están entrenando muy duro para ayudarme. Soy

torpe y nunca he sido especial en mi vida, especial para bien por lo menos... - se detuvo un

instante - sin embargo, he sido elegida para luchar por el porvenir de este mundo y del mío

propio. No sé por qué yo, ni si estaré a la altura. Una parte de mí sólo desea volver a casa y

olvidarse de todo esto…

Se mordió el labio durante un instante, intentando reprimir aquellos deseos de que todo

fuera sólo un sueño.

- Pero no puedo hacer eso. Hay gente que confía en mí, gente que ha arriesgado su vida

y que está dispuesta seguir luchando sólo porque tienen fe en mí. Gente que sobrevive cada

día a la oscuridad gracias a la esperanza de que alguien vendrá a salvarlos, a pesar de que ese

alguien sea yo.

Miró directamente a los ojos del animal. Su mirada, envuelta en un brillo especial, reflejaba

la enorme determinación que tenía.

- Por eso no puedo rendirme. Voy a luchar. Por ellos, por toda esa gente que sufre, por

la gente que quiero y por mí misma. Haré lo que sea necesario para liberar a este mundo de su

sufrimiento, incluso si eso implica… - hizo un alto antes de continuar, recapacitando sobre lo

que estaba a punto de decir - perder la vida en el intento.

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Permanecieron en silencio durante un largo rato, observándose mutuamente. Por fin, la

bestia inclinó su cabeza a modo de reverencia a la vez que flexionaba una de sus patas

delanteras.

“Que así sea.”

Las llamas que rodeaban al toro explotaron repentinamente, desprendiendo tal calor que

incluso el más duro de los metales habría quedado derretido por su intensidad. En mitad del

fuego, el animal se fue desvaneciendo con lentitud ante la mirada asombrada de la joven. Justo

antes de desaparecer, Liz vio la silueta de una chiquilla desnuda en el corazón de la llamarada.

En el lugar donde debía haber cabellos cortos, el fuego flameaba con fuerza y su piel era del

mismo tono que el del toro candente. Antes de desaparecer, la niña le dedicó una dulce sonrisa.

Cuando se despertó, la luz del sol se colaba ya por las ventanas. No era muy intensa, pero

intuyó que debía haber amanecido hacía rato. Miró a sus pies mas no vio a la pantera,

sintiendo una gran tristeza y un enorme vacío; sin embargo, no estaba sola. Al fondo de la

habitación distinguió una figura junto a una tenue vela que alumbraba parte de la estancia; era

una joven doncella del palacio. Estaba inclinada mientras cosía algo a la vez que canturreaba

alegre una melodía en voz baja. Debía de llevar toda la noche velando por ella, pues era la

misma que la ayudó a acostarse; sin embargo, se la veía llena de energía. En el momento en el

que Liz se incorporó en la cama, la criada se puso en pie y se dirigió hacia ella.

- Buenos días – saludó en voz baja.

- Buenos días – respondió la doncella – ¿ha dormido bien?

- Demasiado – bromeó - ¿has visto a la pantera que siempre me acompaña?

La sirvienta negó con la cabeza.

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232

- No la he visto desde hace un par de días. Tampoco ha tocado su comida.

Liz bajó la mirada entristecida y a la vez preocupada. Desde que se encontrasen de nuevo

en Talaka no se había separado de su lado ni siquiera un instante.

La doncella, tras ver su expresión, trató de aliviarla.

- Es muy posible que haya decidido esperar fuera de palacio. Al fin y al cabo, los

animales salvajes prefieren estar rodeados de naturaleza.

- Puede… - dudó – o es posible que haya regresado a casa.

Recordó como antes de adentrarse en el desierto le insistió en que regresara al lugar del que

provenía. Tal vez, al asegurarse de que estaba a salvo, había decidido hacerlo. Aunque aquel

pensamiento le resultase doloroso, en el fondo sabía que era lo mejor para el animal, así que se

alegró por él y en su corazón le deseó lo mejor.

- Quien sí andaba por aquí era ese jovencito tan apuesto – informó la doncella con una

sonrisa.

- ¿Quién? – preguntó Liz.

- No recuerdo su nombre, pero es alto y fuerte, y sus ojos son del color del oro.

- ¿Rudra?

- Ah, sí, ese es su nombre. Estuvo aquí todo el día hasta que lo obligamos a que se

marchara, asegurando que no se retiraría hasta que usted despertase. Es posible que siga por

los alrededores…

- ¿Todavía sigue ahí fuera?

La doncella se encogió de hombros. Liz se dirigió rápidamente hacia la puerta seguida por

la criada y, al salir, vio a Rudra sentado junto a la pared aún dormido. Se acercó a él y lo

observó sonriente, después se acuclilló a su lado e intentó despertarlo, pero no había manera.

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Corrió a la habitación entre risas y cogió una de las hojas de las flores que había en el florero

de encima de la mesa donde la doncella había estado tejiendo. Ésta la miró desconcertada y,

tras entender sus intenciones, comenzó a reír por lo bajo.

Liz volvió de nuevo al lado de Rudra, tratando de no despertarlo, y se agachó. Con la hojita

en sus dedos, comenzó a acariciar la nariz del muchacho. Éste, aún dormido, se rascó molesto.

Las dos se miraron y no pudieron evitar reír, tapándose la boca para no hacer ruido; al

segundo, volvió a repetir la acción. El joven se sacudió, intentando apartar lo que fuera que le

molestaba con la mano mientras gruñía y se rascaba. Finalmente, Liz tocó el interior de su

nariz con el extremo de la hoja y él resopló, lanzando un manotazo al aire que casi da de lleno

en la cara de la joven, quien hábilmente lo esquivó a tiempo.

Rudra se medio despertó, maldiciendo al bicho que lo estuviera molestando, mientras las

dos culpables reían a carcajadas sin preocuparse ya por ser escuchadas. Cuando el muchacho

se espabiló por completo y vio a Liz con la hoja entre sus dedos riendo, comprendió lo que

había pasado y, con la cara roja como un tomate, comenzó a reprenderla mientras ambas

seguían sin poder parar de reír. Una voz proveniente del pasillo los interrumpió.

- Vaya, empezamos con energía la mañana.

Se trataba del maestro, acompañado por su fiel aprendiz, quien los miraba extrañados.

Rudra se puso aún más colorado al tener compañía mientras que Liz trataba de secarse las

lágrimas que la risa había hecho brotar de sus ojos.

- Te veo muy bien – dijo Maharshi.

- Lo estoy – contestó – llena de energía para continuar por donde lo dejamos ayer.

- Me alegra oír eso – de pronto, tras observarla detenidamente, enarcó una ceja

sorprendido – vaya, así que Agni se ha unido a tu club.

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- Sí, anoche, pero ¿cómo lo sabe?

- No olvides, querida, que una vez fue mi más fiel compañera. Estoy acostumbrado a su

energía y sabría encontrar el rastro de su Qi a kilómetros de distancia. Siempre está cerca.

Liz sonrió al entender el enorme afecto mutuo que se sentían.

- ¿Es un problema? Para el entrenamiento quiero decir…

- No, tranquila, ya pasaste ayer la parte difícil.

- Por cierto – Rudra los interrumpió - ¿te encuentras bien? Ayer te desmayaste de nuevo,

quizás no deberías esforzarte tanto…

- Estoy perfectamente; lista para seguir con mis lecciones – se levantó medio

danzando – me muero de hambre. ¿Vamos?

Le ofreció su mano al muchacho para que se levantara. Él dudó un instante pero, al verla

sonreír de esa manera, aceptó con la cabeza y la agarró.

Se encaminaron hacia el tan conocido salón donde cada mañana desayunaban. Allí

encontraron a Rudy y Vlad, quien seguía teniendo bastante mal aspecto, pero ya parecía

haberse acostumbrado a ese estado. Rudy, por su parte, se alegró de ver que Liz se encontraba

bien. Bromeó con ella sobre el hecho de que en el fondo lo que le gustaba era que la trataran

como una reina y por eso siempre acababa en la cama, servida por multitud de doncellas.

Después del desayuno, cuando Liz y el maestro se dispusieron a marchar a su habitual

lugar de entrenamiento, seguidos por Roth, Rudra insistió en acompañarlos. Aún seguía

preocupado. Ella, con una sonrisa, aceptó sin más y se encaminó al patio. Había decidido no

volver a preocupar a sus amigos y esforzarse al máximo para mejorar, y sabía que si se negaba,

el muchacho se preocuparía aún más. Rudy y Vlad también fueron.

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235

Al llegar, comenzaron con unos ejercicios de calentamiento para la concentración, rutina

con la que Liz ya estaba totalmente familiarizada. Después, insistió en entrenar primero con

las devas puesto que el día anterior no había conseguido avanzar demasiado. Rudra estaba

sentado a la sombra de uno de los árboles, junto a los gitanos, mientras que Roth se

encontraba junto a Liz y al maestro. Maharshi accedió y le pidió a su aprendiz que se uniera a

los otros jóvenes. Él cedió a regañadientes, pues la idea de echarlo a un lado, especialmente

con el espadachín, no le hacía mucha gracia y, por lo que parecía, a Rudra tampoco. Cuando

llegó, ambos se lanzaron un par de miradas poco amistosas.

Al otro lado del patio el maestro comenzó a darle instrucciones a la joven.

- Esta vez quiero que escuches mi voz con atención cuando estés en trance. Ayer se

trataba de que exploraras tu interior, pero ahora debes tratar de no perderte en él ¿entiendes?

Ella asintió.

- Está bien. Ahora quiero que cierres los ojos y te centres en encontrar el Qi de Aditi.

Trata de recordar lo que sentiste ayer ¿vale?

La muchacha cerró los ojos y comenzó a navegar por su interior. En pocos minutos se

encontraba surcando aquella nube anaranjada del día anterior. Buscó a través de ella hasta

distinguir el verdoso Qi de Aditi sin que el anciano dejara de dirigir sus pasos.

- ¿Ves a Aditi?

Trató de asentir, sin saber si tendría éxito en su empeño; sin embargo, el maestro la

respondió.

- Bien, ahora lo que tienes que hacer es centrarte en su energía y decir su nombre para

que se manifieste. Mientras la tengas visualizada dentro de su Qi no usarás el tuyo propio.

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Liz se aseguró de no perder de vista a la deva, pero de pronto algo llamó su atención y le

hizo cambiar de idea.

Se concentró al máximo y decidió invocar al espíritu. Acto seguido, un fuerte viento

comenzó a brotar de ella, alborotando sus cabellos. En voz muy baja, pronunció el nombre de

la deva, abriendo sus ojos en el mismo instante en el que las palabras surgían de sus labios. Su

iris entonces adquirió un intenso brillo rojo y su cuerpo fue envuelto en una furiosa llamarada.

Sus amigos se levantaron consternados ante la escena; sin embargo, el maestro, quien

permanecía a su lado, sonreía impasible a pocos metros de distancia de la muchacha.

Corrieron despavoridos para sacarla del fuego, pero el anciano extendió su bastón,

deteniendo su avance. Rudra lo miró furioso, reprochándole de mala gana, mas la severa

mirada que le lanzó el maestro le hizo retroceder.

Las llamas se alzaron hasta el cielo, transformándose en una descomunal bestia de fuego

que mugía furiosa, ante la atónita mirada del grupo. Cuando la deva se materializó, los ojos de

Liz volvieron a su color normal. El animal bajó llameante hasta situarse frente a la muchacha,

quien se incorporó muy despacio, alargando su mano hasta acariciar el hocico del inmenso

toro. Rudra la llamó a gritos unos instantes antes, suplicándola que se alejara, sin embargo,

ella lo ignoró. Entendía la preocupación de su amigo, pero sabía que el fuego no la quemaría.

Acarició la enorme cabeza de la res, rascando suavemente su frente, cosa que pareció

gustarle. Las llamas ya sólo cubrían al toro, el cual se mostraba manso. El maestro bajó su

bastón, satisfecho, y se acercó a Liz mientras los demás lo seguían con la mirada.

- Vaya, no pensé que te decantarías por tu reciente adquisición. Eres bastante osada, he

de admitirlo – dijo el anciano mientras la muchacha le respondía con una pícara sonrisa.

- Me gustan los retos.

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- Eso parece. Si te soy sincero, no esperaba verte tan pronto, vieja amiga – esta vez se

dirigía al animal - veo que tu apariencia no ha cambiado en absoluto.

“Sin embargo, la tuya sí. Estás viejo” la voz ronca del toro sonó alta y clara. El grupo, que

se encontraba detrás del maestro, miró sorprendido a la res, pues no esperaban que hablara.

- Es lo que tiene ser humano, la mortalidad hace que nos arruguemos como pasas con el

paso del tiempo – bromeó Maharshi.

El maestro observó la docilidad de la bestia y sonrió.

- Parece que habéis hecho buenas migas – Liz se limitó a sonreír – has encontrado una

buena ama. Espero que le sirvas tan bien como me serviste a mí.

“Lo haré lo mejor que pueda.” El animal cabeceo suavemente a la joven a modo de

despedida. “Es una muchacha muy interesante.” Al finalizar las palabras, se desvaneció en

una nube de color rojizo que envolvió a Liz, pegándose en a cuerpo hasta desaparecer por

completo en su interior.

En ese momento se tambaleó, siendo sujetada por Rudra antes de caer al suelo, quien se

había adelantado al resto al notar el desvanecimiento. Aunque lo tratara de apartar alegando

encontrarse bien, el muchacho no se separó de su lado. Estaba claro que estaba exhausta; el

sudor corría por su frente y su respiración era irregular; además, le costaba tenerse en pie, pero

no dejaba que la ayudaran. El maestro se abrió paso y posó su mano en el hombro de la joven,

quien lo miró mientras trataba de mantenerse consciente.

- Te dije que llevaba su tiempo, no seas cabezota y descansa un rato.

- ¡Estoy bien! – insistió, pero nada más terminar su frase se tambaleó de nuevo, cayendo

en los brazos de Rudra.

- ¡No lo estás! – se quejó el muchacho furioso.

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Liz intentó protestar, pero estaba demasiado cansada.

- Tomemos un pequeño descanso. Cuando te sientas mejor, continuaremos con el

entrenamiento.

Por la puerta apareció un séquito de doncellas dispuestas a acompañar a Liz a su habitación,

sin embargo, ella no estaba por la labor de cooperar.

- No, por favor, dejadme que me quede aquí, estoy bien, de verdad – se esforzó al

máximo por pretender que era cierto, mas no consiguió convencer a nadie. Sin embargo, el

maestro accedió y ordenó a las doncellas traer bebidas y algo de comer.

Necesitó casi dos horas para recuperarse del todo. En ese tiempo, le pidió a Rudra que

practicara con la espada, pues no quería que perdieran el tiempo por su culpa. Aunque el

muchacho dudó, Rudy pareció encantada con la idea. Deseaba lucirse. Finalmente Rudra

accedió.

Al principio el joven se mostraba bastante torpe, cosa que Rudy aprovechó. Con un par de

golpes, hizo que la espada de Rudra volara por los aires y lo lanzó al suelo. Roth rió con

malicia, encantado de ver al muchacho en ridículo, mientras Rudy agradecía a su público

haciendo reverencias. Rudra miró a Liz, ruborizado por la vergüenza, pero ella no reía. Lo

miraba seria, mientras asentía con la cabeza a modo de ánimo y, en un instante, todo rastro de

vergüenza o duda desapareció en el joven.

Se levantó y cogió su espada, adoptó posición de guardia y se preparó para el siguiente

asalto. Rudy, con una sonrisa sobrecargada de confianza, hizo lo mismo y esperó a que el

joven se lanzara al ataque; era muy impetuoso e impaciente y sabía que no aguantaría mucho

en guardia. Al minuto, Rudra se echó a la carrera contra la gitana, quien detuvo el golpe

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hábilmente, pero él siguió lanzando estocadas con furia mientras ella trataba de bloquear todos

sus golpes. En un descuido, Rudy aprovechó para lanzar un contraataque, pero Rudra lo

esquivó y la empujó con el hombro, lanzándola hacia atrás.

La mujer le riñó por abusar de su fuerza cuando sabía que era más débil. Rudra, inocente,

bajó su espada para disculparse, momento que Rudy aprovechó para atacarle de nuevo. El

muchacho saltó hacia atrás, sorprendido, pero no llegó a esquivar el filo de la espada, que le

hizo un corte en el brazo.

El público lanzó una carcajada mientras comentaban lo tramposa que había sido la gitana.

Sorprendida por el bullicio, Liz se volvió y descubrió que gran cantidad de personas se habían

reunido en el patio para ver el combate. No sólo varias sirvientas, sino también algunos de los

hombres que aprendían magia allí; sin embargo, Rudra no se distrajo del combate y salió

disparado de nuevo hacia la gitana. Cada golpe se volvía más feroz y afinado, y a Rudy le

costaba cada vez más detener los ataques.

Se agachó mientras lanzaba un espadazo a las piernas de Rudra, pero éste saltó con agilidad

y evitó el golpe, aprovechando la fuerza del salto para lanzar una estocada desde el aire. Rudy

lo bloqueó torpemente y la fuerza la empujó hacia atrás, pero antes de poder sobreponerse el

muchacho se abalanzó de nuevo sobre ella y, tras golpear su espada con gran fuerza, ésta

cedió de sus manos y Rudy cayó al suelo.

Toda la gente comenzó a aplaudir y felicitar al muchacho con silbidos y gritos, incluida Liz.

Rudra se ruborizó mientras se rascaba la cabeza ante aquella reacción. Rudy cogió su espada y

le estrechó la mano, felicitándole por la victoria.

De entre la gente, se escuchó a alguien aplaudir de manera pausada mientras salía de la

muchedumbre. Se trataba de Roth, seguido de varios de sus compañeros.

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- Bravo. Ha sido impresionante – su voz denotaba cierta ironía – me gustaría, si estás de

acuerdo, y si mi maestro lo permite, ser tu próximo contrincante.

A Rudra no le tomó demasiado tiempo decidirse. En cuanto escuchó las palabras del

semielfo, se dibujó en su cara una sonrisa desafiante y se puso en guardia. Maharshi se lo

pensó un rato, pero no tuvo más remedio que aceptar al ver el entusiasmo con que Rudra

recibía la oferta.

Roth avanzó hasta situarse cara a cara con su contrincante y sacó su espada de la vaina. Era

muy ligera y la hoja era fina y delicada comparada con la de Rudra. Liz pensó que se rompería

ante el primer golpe.

Rudra apenas le dejó tiempo para prepararse antes de lanzarse contra él, pero Roth lo

esquivó con gran soltura y sin levantar siquiera los pies del suelo, al contrario que su atacante,

que casi se cae de narices contra el suelo por el impulso. Tras recuperar el equilibrio, se

abalanzó de nuevo contra él, pero el semielfo evitaba cada uno de sus ataques, deslizándose

rítmicamente a cada paso, como si de una suave danza se tratara.

De pronto, Rudra se paró en seco. Parecía dolerle algo.

Liz observó horrorizada como todo su cuerpo estaba plagado de pequeños cortes por los

que la sangre brotaba. Roth le había lanzado estocadas invisibles cada vez que esquivaba las

de él, hiriéndole en múltiples lugares; por suerte los cortes no eran profundos, no bastando

para detener al muchacho. Más furioso que antes, arremetió de nuevo contra el semielfo, cada

golpe más feroz, dificultando a su contrincante el esquivar de tan grácil forma sus ataques,

aunque todavía no le había tocado siquiera un pelo.

Rudra se lanzó hacia los pies de Roth, tratando de hacerle perder el equilibrio, pero éste

saltó a gran altura, siendo el mismo Rudra quien perdiera el equilibrio. En ese momento, Roth

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aprovechó para lanzar una estocada que dio de lleno en el filo la espada contraria, haciéndole

perder su arma mientras caía contra el suelo. Cuando se levantó, sintió como la punta de la

espada de su adversario se apoyaba en su cuello y lo miró con gran ira. Roth sonreía con

malicia.

- Puede que seas suficientemente hábil para derrotar a una mujer, pero todavía te queda

mucho camino para poder derrotar a un guerrero de verdad, paleto.

La mirada de Rudra se llenó de odio al ver a su contrincante darle la espalda sonriente y

marcharse satisfecho, así que, colérico, cogió su espada y se lanzó contra él. Roth se volvió

velozmente y lanzó un golpe contra el arma que lo atacaba, rompiéndola por la mitad y

haciendo que el pedazo partido cayera a escasos metros del público, que exclamó horrorizado.

Mas Rudra no se detuvo y contraatacó con lo que quedaba de su espada mientras lanzaba un

feroz grito. Roth dio un salto atrás y juntó las palmas de sus manos al tiempo que recitaba algo

en voz baja. Mientras separaba sus manos unos pequeños rayos fluían entre ellas, haciéndose

más grandes a medida que la distancia aumentaba entre ambas palmas. Justo cuando estaba a

punto de lanzar su magia contra Rudra, una intensa llamarada se interpuso entre ambos,

interrumpiendo su acción, a la vez que una fuerte voz gritaba solemne.

- ¡Ya es suficiente!

Ambos se detuvieron en seco y miraron a la persona que pronunció dichas palabras. El

maestro los miraba con tan dura expresión, que fueron incapaces de mantener la mirada en

alto. A su lado, Liz estaba completamente horrorizada por lo sucedido y se veía muy alterada,

como la gran mayoría de la muchedumbre.

Roth abandonó de inmediato su posición y se acercó al maestro, con la cabeza gacha. Lo

saludó con una reverencia y se perdió en el interior del palacio, seguido por dos de sus

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compañeros, al tiempo que los otros cuchicheaban por lo bajo. Liz corrió hasta donde Rudra

se encontraba, aún agitado, y examinó sus heridas. Maharshi se dirigió hacia él y lo habló aún

con voz severa.

- Te pido que disculpes a mi aprendiz. Aún es joven y se deja llevar por sus emociones.

Puesto que ambos parecíais ir en serio, espero que no se lo tengas en cuenta en el futuro –

puso su mano sobre el hombro herido del joven – querida, creo que esta es una buena ocasión

para que uses tu magia.

Liz asintió y rápidamente situó ambas manos sobre el joven. De ellas comenzó a emanar

una cálida luz de color verdoso que envolvió a Rudra, calmando el dolor a su paso y

deteniendo las hemorragias. A pesar del cansancio, Liz no se detuvo hasta haber cubierto

todas las heridas, por lo que al terminar estaba de nuevo exhausta.

- Creo que es mejor que dejemos los entrenamientos por hoy – añadió el maestro

mientras se alejaba hasta el portón del patio – podéis descansar. Mañana continuaremos – y

sin más se fue seguido del resto de la gente.

Rudy se acercó a la pareja y regañó a Rudra por su estúpido comportamiento, pero éste no

pronunció palabra. Después de la reprimenda, la gitana ayudó a Liz a levantarse. Rudra se

incorporó por su propia cuenta, enmudecido, y se encaminó hacia el interior de palacio. Las

dos muchachas, junto con Vlad, lo siguieron.

Primero acompañaron a Rudra a su habitación, sin que éste abriera la boca durante todo el

camino. Cuando llegaron, se limitó a entrar sin siquiera despedirse. Ambas se miraron

preocupadas, y aunque estuvieron tentadas a llamar a la puerta, decidieron dejarlo sólo.

Aunque Rudy insistió en que Liz también se retirara a sus aposentos, ésta le pidió que

pasearan durante un rato.

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243

Aunque les costara al principio después de lo ocurrido, charlaron de manera animada sobre

temas poco transcendentales, intentando evitar comentar el suceso o cualquier tema que

resultara incómodo. Al final, Liz acabó siendo interrogada por la gitana y contando historias

sobre su mundo. A Rudy le fascinaba y nunca se cansaba de oírlas. Una doncella les anunció

que la cena ya estaba lista y los tres se dirigieron a la sala.

Aquella noche ni Roth, ni Rudra, ni el maestro se presentaron a cenar.

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244

LA PARTIDA

Liz se levantó bien entrada la mañana. Cuando llegó al comedor, vio a toda la gente ya

desayunando, así que se apresuró en sentarse en su lugar de costumbre. Le sorprendió ver que

Roth no se encontraba entre los presentes, al igual que sus dos inseparables compañeros,

Dwija y Brill. También le llamó la atención ver a Rudra muy animado de nuevo, hablando con

el maestro, mientras éste reía abiertamente. El joven decía que los kinays no daban apenas

miedo en comparación con su madre, Margaret.

Comentaba cómo el momento en el que más terror había sentido no era en ninguna lucha,

sino durante el nacimiento de su hermana Anna, cuando él apenas tenía unos trece o catorce

años. Al parecer, su madre se puso de parto antes de lo previsto, y en mitad de la noche, por lo

que fue imposible avisar a la matrona, y relataba con todo detalle cómo ella le explicaba entre

gritos lo que debía hacer. Aseguró entre risas que jamás había sentido más miedo que

escuchando a su madre berrear furiosa, pensó que lo mataría en cualquier momento. Todos en

la mesa bromeaban sobre el tema y se reían ante la expresividad del muchacho.

- ¿Y dónde estaba escondido tu padre? - bromeó Rudy - ¿no se supone que es el papel

del padre encargarse de esas situaciones?

En cuanto Rudra escuchó esas palabras, cambió totalmente su expresión y todo su cuerpo

se tensó, percatándose enseguida la gitana de que había metido la pata.

Liz lo miró con tristeza, pues sabía que el tema de su padre era delicado para el muchacho.

Margaret le contó que nunca hablaba de él, y cuando lo hacía, no era precisamente para

elogiarlo. Cada vez que oía salía el tema, se ponía de un humor de perros que le duraba días.

En su rostro se podía apreciar tal furia y severidad que acalló a todos los presentes.

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245

- Mi padre se marchó cuando yo apenas tenía tres o cuatro años, dejándonos a mi madre

y a mí solos – su voz sonaba grave y seria – al cabo de unos años regresó – se detuvo un

instante, y al volver a hablar su tono se volvió más frío y severo - dejó preñada a mi madre y

se volvió a largar. No he vuelto a verlo desde entonces.

Nadie dijo ni una sola palabra, todos permanecieron en silencio con la mirada baja, siendo

Rudy quien rompiera el silencio.

- Lo siento… No debería…

Pero antes de que pudiera terminar, Rudra la interrumpió. Su expresión había cambiado y

su voz había vuelto a su tono normal.

- Tranquila, no lo sabías – la excusó de manera despreocupada – además, tenemos cosas

más importantes en las que pensar que en mi viejo.

La reacción del chico provocó que el ambiente se relajara y pronto todos volvieron a

conversar tranquilamente. Liz lo miró sonriente y pensó que Margaret se sentiría muy

orgullosa de él. Había madurado.

Una vez terminaron de desayunar, cada uno se fue a sus respectivos lugares de

entrenamiento. Rudra, Rudy y Vlad se marcharon para practicar con la espada mientras que

Liz y el maestro se dedicarían a la magia.

Cuando se quedaron a solas Liz, le preguntó por Roth. Le preocupaba que la disputa del día

anterior le hubiera costado algún tipo de castigo. Sin embargo, el anciano aseguró que su

aprendiz se encontraba en una misión especial que le obligaría a ausentarse durante unos días.

Tras el entrenamiento, la muchacha se dirigió a su dormitorio y vio a varias doncellas

discutiendo en la puerta.

- ¿Ocurre algo? – preguntó Liz.

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246

- No, señorita. No se preocupe – dijo una de las veteranas.

Al parecer, estaban regañando a la más joven por algo. Liz la reconoció al instante, pues se

trataba de la misma que la había cuidado cuando se encontraba débil por los entrenamientos.

Si no recordaba mal, se llamaba Dhyana.

- ¿Pasa algo, Dhyana?

Las sirvientas se sorprendieron del trato tan cercano que mostró. La doncella bajó el rostro

tímidamente y negó con la cabeza, ante la severa mirada de la más mayor. Liz, enojada, trató

de persuadirlas.

- Si no me decís directamente lo que pasa, tendré que molestar al maestro para que sea

él quien me lo diga.

La amenaza surtió efecto y las criadas enseguida comenzaron a cuchichear entre ellas.

Finalmente, la de expresión más dura se decidió a hablar.

- Parece ser que varias de sus ropas han desaparecido. Sin embargo, la doncella

encargada de asistirla, Dhyana, no tiene idea alguna de dónde pueden estar.

- ¿Creen que las ha robado? – preguntó Liz sorprendida.

A pesar de no obtener respuesta, supo al instante que ése era el problema. Dhyana de

inmediato negó con la cabeza.

- ¡Yo no he sido! – sollozó.

- ¡Claro que no! – gritó de pronto Liz para sorpresa de todas – ha sido mi culpa. Las

rompí durante el entrenamiento y, en lugar de dejarlas en la habitación, las tiré yo misma.

¡Qué descuido!

- Pero no se han encontrado ropas en la basura – inquirió la sirvienta veterana.

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- Eso es porque las tiré fuera, en el oasis. No pensé que fuera un gran problema.

Cualquier animal las ha debido de coger. No hay que darle más vueltas, tengo ropajes de sobra.

La criada, poco convencida, asintió y se marchó del lugar, seguida por las demás,

quedando sólo la más joven. Cuando desaparecieron de la escena, Dhyana cayó sobre sus pies.

- ¡Muchas gracias, su excelencia! – dijo con la cabeza pegada al suelo.

Liz se apresuró en inclinarse y ayudarla a levantarse.

- No hace falta que me las des, y no tienes que reverenciarte ante mí ni llamarme

excelencia. Llámame Liz.

- Pero…

- Que sí. No soy mejor que nadie ni especial, así que no me des un trato distinto al que

darías a tu igual – sonrió – de todas maneras, ¿tanto jaleo por un par de trapos?

- Es cuestión de control. La comadre se encarga de que todo esté en orden, por lo que es

muy difícil que algo se le escape… pero no sé donde pueden estar… yo dejé todas sus ropas

en la canasta como de costumbre… no sé…

- Bueno, no tiene mayor importancia. Espero que con esto te dejen tranquila. Será mejor

que vayas a descansar. Y si pasa algo, me avisas, ¿vale?

- Muchas gracias, excelencia.

Liz la miró con desaprobación.

- Quiero decir, Liz.

Asintió satisfecha y sonrió.

- Buenas noches, Dhyana.

Y sin más, cada una se fue a dormir.

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Durante los siguientes días, Liz se centró en mejorar su habilidad con la magia.

Controlar el fuego resultaba más difícil que hacer uso de la curación y también agotaba sus

energías con mayor rapidez; sin embargo, era muy testaruda y se negaba a detener su

entrenamiento. Así, en cuanto se sentía un poco mejor volvía de nuevo a practicar.

Cada día aguantaba un poquito más y su control iba en aumento. Al cabo de una semana,

su mejora era bastante destacable.

Esa tarde, después del entrenamiento, mientras se dirigía al comedor para la cena, Liz

escuchó el relinche de caballos y el ruido de cascos en el exterior. Cuando se asomó,

descubrió con alegría que se trataba de Roth y sus compañeros. Emocionada, corrió hacia la

salida, encontrándose de frente con el trío, que era recibido por varias criadas. Al ver a la

muchacha, Roth sonrió alegre y la saludó con la mano, devolviéndoselo ella con una gran

sonrisa. En cuanto Roth llegó junto a la joven, su sonrisa se hizo más grande y brillante.

También Liz se sentía feliz de verlo de nuevo.

- Me sorprende veros aquí, pensé que estaríais con el resto de la gente.

- Escuché a los caballos y pensé que seríais vosotros – explicó – el maestro me dijo que

estabas en una misión especial. ¿Dónde habéis ido?

- Será mejor que sea el maestro quien os lo cuente – y antes de que pudiera añadir nada

más, el semielfo la cogió de la mano - ¿vamos?

Liz asintió sonrojada mientras Roth tiraba suavemente de ella, encaminándose hacia el

interior del palacio, seguido de sus compañeros.

Cuando llegaron al comedor, Rudra y los demás ya estaban allí. En cuanto lo vio, se soltó

de la mano de Roth, aún más colorada que antes, y se dirigió con la cabeza baja a su silla. El

maestro, al ver a su aprendiz, se levantó y lo abrazó a modo de bienvenida. A Rudra, sin

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249

embargo, no parecía entusiasmarle en absoluto el regreso del joven y se revolvió incómodo en

su asiento.

Roth le susurró algo a Maharshi en el oído. Éste asintió satisfecho y le indicó que se sentara

junto a él, como de costumbre. Tras hacerlo, miró a la muchacha y sonrió. Ella le devolvió la

sonrisa tímidamente, mientras Rudra observaba con enojo la escena, al contrario que Rudy,

quien parecía disfrutar de lo lindo. Maharshi, aún en pie, habló en voz alta para que todos los

presentes lo escucharan.

- Queridos amigos, tengo algo que anunciaros – todos callaron – hace una semana, le

encomendé a mi apreciado discípulo que inspeccionara los caminos que llevan hacia el país de

los enanos, nuestro vecino Amentis, en pos de descubrir si los enemigos acechan los

alrededores. Hoy Roth ha regresado y me gustaría que nos explicaras la situación.

El aprendiz se levantó de su silla y habló alto.

- Tras dirigirnos hasta el puente de Shamut, no hemos encontrado a ni un solo kinay a

nuestro paso – todos comenzaron a cuchichear por lo bajo - puesto que el monstruo contra el

que luchamos en Talaka estaba solo y fue derrotado antes de establecer contacto, creemos que

el enemigo aún desconoce la presencia de la heredera en estas tierras – miró a Liz – el camino

es seguro.

La muchedumbre continuó murmurando ante las palabras del muchacho. Roth se sentó de

nuevo.

- Son grandes noticias, amigos. Sin kinays por los alrededores, lo más seguro es viajar

durante la noche, a través del desierto. Es por eso que deberéis partir lo antes posible –

Maharshi alzó la voz para que todos los presentes lo oyeran con claridad – hoy es el día en el

que la heredera partirá, dando comienzo su viaje hacia la gran batalla.

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250

El bullicio se volvió más animado mientras que Liz, con los ojos como platos, miraba

asombrada al maestro. Él, por su parte, la observaba con orgullo y satisfacción.

- Durante este tiempo, tus habilidades han mejorado con creces y creo que estás lista

para seguir adelante en tu camino. No hay nada más que pueda enseñarte. Lo que te queda por

aprender debes hacerlo por ti misma.

Liz estaba totalmente descolocada. Las palabras del maestro la habían pillado por sorpresa

y no sabía cómo reaccionar; sin embargo, nadie parecía haberse dado cuenta y el gentío

comenzó a vitorearla, sin que ella reaccionara.

- No creo que tengáis demasiados problemas para cruzar el puente de Shamut puesto

que, al ser éste un país de mercaderes, el tránsito de personas es algo habitual.

En ese momento Enoch, el más joven de los discípulos del maestro, entró en la sala con los

brazos cargados de rollos de papel. Mientras el anciano continuaba con su charla, el muchacho

depositó los pergaminos en la mesa frente y, tras despedirse con una reverencia, se colocó en

un lateral de la sala.

- Es por eso que os he conseguido a cada uno de vosotros salvoconductos para que

podáis desplazaros con toda libertad por cada uno de los reinos. Además, puesto que un grupo

reducido con integrantes tan peculiares como vosotros llamaría enormemente la atención, he

seleccionado a varios de mis mejores hombres para que os acompañen en este viaje.

Maharshi comenzó a nombrar en alto a varios de los discípulos que vivían allí. Entre los

nombres mencionados estaban el de Roth, sus dos compañeros Dwija y Brill, y varios de los

hombres que entrenaban allí, así como dos de las doncellas de palacio. Cada uno se levantó

con orgullo y alegría al escuchar su nombre, mientras que el resto resoplaba decepcionado. El

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251

maestro aseguró que los no nombrados tendrían su oportunidad más adelante, cuando la gran

batalla llegara.

Así pues, además de Liz, Rudra, Rudy, Vlad, Roth y sus dos compañeros, había cinco

hombres más y dos sirvientas, sumando catorce personas en total.

- Cuando lleguéis al puente, alegaréis ser un grupo de feriantes nómadas que se dirige a

Pâlata, hogar de los gitanos. Daréis el pego, pues tenéis a un par como integrantes, así no os

harán demasiadas preguntas

Al oír esas palabras, el rostro de Rudy se ensombreció, denotando cierto nerviosismo.

- Por supuesto, deberéis investigar primero la tierra de Amentis, y llegado el momento,

es recomendable que paséis el menor tiempo posible en Pâlata, cruzando rápidamente hacia

Kûsha.

Vlad posó su mano sobre el hombro de la gitana, quien lo miró con horror. Tras ver la

mirada tranquilizadora de su amigo, se relajó un poco.

- ¿Y qué haremos cuando lleguemos a Amentis? – preguntó Rudra, quien observaba al

maestro con suma atención.

- Vuestra prioridad es encontrar los lithois que se hayan escondidos en los diferentes

países. Se cree que en cada reino se halla un fragmento. El primero ya lo habéis visto, así que

debéis buscar los demás. Gracias a ellos, podréis descubrir el secreto para derrotar a Rakshasa.

- ¿Cuál es su paradero? – quiso saber Rudy, algo más centrada.

- Por desgracia lo desconozco. Sin embargo, tenéis a la heredera con vosotros, con la

ventaja de que es capaz de sentirlos.

Todos los presentes posaron su mirada en la joven, quien se sobresaltó de nuevo ante lo

inesperado del anuncio del maestro.

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- ¿Yo? Pero si yo no…

- ¿Acaso no te sentiste de manera extraña desde que llegaste al desierto?

Reflexionó sobre las palabras de Maharshi. Era cierto que había tenido ese molesto

hormigueo en el estómago desde que entrara, y que a medida que se acercaba al oasis, más

intenso se volvía. Sin embargo, hacía tiempo que no lo había vuelto a sentir.

- Sí… sentía como un cosquilleo, una inquietud… pero ya no lo siento…

- Porque ya estuviste en contacto con la roca.

Entonces la muchacha se dio cuenta de que el maestro tenía razón. Desde que saliera del

templo subterráneo, las mariposas habían desaparecido, aunque no lo había relacionado hasta

ese momento.

- Los lithois guardan los recuerdos de Lilith y tú, como su heredera, estás conectada con

ellos. Es por ello que la piedra te llama, esperando ser encontrada por la persona destinada,

provocando en el elegido una necesidad de encontrarla. Es una sensación extraña, difícil de

identificar al principio, pero una vez que se experimenta, es fácil distinguirla. Por eso, cuanto

más cercana estás, más intensa se vuelve, pues la necesidad de encontrarla se hace más

fuerte – explicó el anciano.

- Sin embargo, no creo ser capaz de localizar los fragmentos… - comentó Liz con

decepción.

- ¿Qué quieres decir? – dijo Rudra.

- Cuando estaba en Talaka, no sentía nada fuera de lo normal y en ningún momento noté

nada raro. Hasta que no me encontré realmente cerca no apareció.

- Es por eso que tenéis la suerte de contar con vuestra amiga gitana. Ella os puede echar

una mano con eso.

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Todas las miradas cambiaron su objetivo, recayendo ahora en Rudy, quien miró atónita al

anciano.

- ¿Quién, yo?

El maestro sonrió.

- Tengo entendido que eres muy talentosa y que posees el don de la clarividencia.

El rostro de la muchacha pasó de la sorpresa a la desgana.

- Sí, pero… yo no me confiaría mucho por eso – comentó - la verdad es que nunca antes

había tenido una visión hasta ahora – en sus palabras se denotó cierta tristeza – sólo después

de conocer a Liz.

- Cada suceso ocurre por algún motivo. Es posible que estuvierais predestinadas a

encontraros y que tus poderes no necesitaran despertar hasta ese momento.

La gitana miró con asombro al anciano y una chispa de emoción se reflejó en sus ojos.

- ¿Y cómo se supone que lo puedo hacer?

- Está claro que existe una conexión entre ambas. Es muy posible que si te concentras,

puedas ver cosas que guarden relación con Elizabeth – afirmó el maestro – sin embargo, yo no

soy visionario, por lo que no puedo ayudarte mucho en ese tema. Pero estoy convencido de

que encontrarás la forma de hacerlo por ti misma.

Ella asintió no muy convencida.

- Ahora comamos, amigos míos. Mis doncellas se encargarán de tenerlo todo listo para

después de la cena, de modo que podáis partir cuanto antes.

Varias de las sirvientas comenzaron a servir la comida mientras otras salieron de la sala.

Todos comieron alegres ante la gran noticia, todos menos Liz, quien apenas probó bocado y

tampoco se veía demasiado entusiasmada.

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Después de cenar, los que viajarían se dirigieron a sus habitaciones para realizar los

preparativos necesarios mientras que los demás permanecieron en el comedor con el maestro.

Liz permaneció sentada en su lugar, cabizbaja, sin decir ni media palabra. De cuando en

cuando, miraba al maestro de reojo, quien conversaba animado con sus discípulos.

Una de las doncellas entró en la sala y tiró de la muchacha para que se levantara,

arrastrándola a su habitación a regañadientes. Varias criadas la esperaban impacientes en sus

aposentos. Liz vio con asombro como en la puerta del dormitorio había dos bolsas enormes

con lo que debían ser sus pertenencias, aunque ella no recordaba tener tantas, sino lo puesto

cuando llegó, que encima había desaparecido.

La condujeron directamente a las termas, donde la asearon cuidadosamente, cepillando

sus cabellos y limpiando su cuerpo con delicadeza. Cuando terminaron, la llevaron a su

habitación envuelta en toallas. Sobre la cama, un precioso vestido blanco reposaba junto a una

túnica del color de sus ojos verde esmeralda. Al ponérselo, notó como la tela, suave y liviana,

se ajustaba a la perfección a su contorno, marcando su figura en la parte superior mientras la

caída se hacía suave y vaporosa. Las doncellas la envolvieron en la túnica y probaron el

capuchón, el cual cubría su rostro entero. Satisfechas, abandonaron la estancia informando a la

muchacha de que pronto la recogerían para partir.

Cuando por fin se quedó sola, sintió una punzada en el estómago. Se asomó al pequeño

balcón y miró entristecida el precioso oasis. En ese momento, Maharshi entró en el dormitorio

y se situó a su lado.

- Pareces deprimida – comentó el anciano – pensé que tú, por encima de cualquiera, se

sentiría feliz con la partida.

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Liz bajó la mirada mientras suspiraba. Guardó silencio durante unos instantes, meditando

su respuesta

- Hace una semana habría estado encantada de marcharme, pero ahora… - su rostro se

llenó de preocupación - ¿y si no estoy lista aún? Y si yo no… - las palabras se le atragantaron.

El maestro sonrió mientras posaba su mano sobre el hombro de la joven.

- Elizabeth, escúchame con atención. Tienes un gran talento, mayor del que yo tenía

cuando llegué aquí. No hay nada más que yo pueda enseñarte. Estoy convencido de que tu

viaje te revelará todo lo que necesitas saber para librar esta guerra. No dudes de ti misma; yo

no lo hago. Estoy seguro de que esta vez Rakshasa será derrotado – a medida que pronunciaba

esas palabras, agarraba con más fuerza su hombro, sin llegar a ser doloroso sino animoso –

debes seguir tu instinto. Eso es lo más importante. No dejes que los demás te guíen en tu

camino. Eres tú la que debe marcarlo.

- Pero, ¿y si no soy más que un estorbo? - murmuró desesperanzada.

- Es cierto que aún no tienes la fuerza suficiente, pero te aseguro que con el tiempo

dominarás por completo la magia y a las devas. Sólo tienes que ser paciente. Además, no estás

sola. Tienes a grandes amigos que te apoyarán y lucharán por ti siempre que lo necesites.

Liz asintió aún dubitativa.

Un par de doncellas entraron apresuradas en la habitación para informar a la pareja de que

todo estaba listo para la partida. El maestro se dirigió hacia la salida del dormitorio, seguido

por Liz, siendo conducidos por las sirvientas hacia la puerta principal, donde los caballos los

esperaban. En el camino, la muchacha contempló con nostalgia las solemnes paredes del

palacio, despidiéndose de aquel magnífico lugar y preguntándose si volvería de nuevo algún

día.

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En el patio exterior todos se habían reunido ya. Entre las sombras se distinguían varios

caballos y una gran caravana, además de la de Rudy. Todos se encontraban en sus puestos y

sólo faltaba la heredera.

Antes de subir al carruaje de Rudy, la joven abrazó al anciano con efusión, al tiempo que

un par de lágrimas brotaban de sus ojos. Le estaba tan agradecida, que las palabras no

bastaban para expresa su gratitud.

- Nos volveremos a ver, princesita, no te preocupes – aseguró el maestro – debes

prometerme que te cuidarás y que no harás nada arriesgado. Eres demasiado importante como

para perderte.

La muchacha asintió entre sollozos mientras se subía al carromato, ayuda por Rudra.

Una vez que todos estuvieron listos, y tras despedirse del maestro y de los compañeros que

permanecerían en el oasis, el séquito emprendió su partida hacia Amentis.

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EL DESIERTO DE KONCHU

La luna brillaba alta en el cielo nocturno, iluminando el camino al grupo de feriantes

ambulantes a través del desierto. Nada más aparte de las caravanas y los caballos se movía en

aquel inhóspito lugar. El ruido de los cascos hacía eco por todo el lugar mientras que los

integrantes del grupo permanecían en silencio, algunos vigilando, otros descansando dentro de

los carruajes.

Liz y Rudy se encontraban en la parte delantera de uno de los carros, guiando a los caballos,

mientras que Roth cabalgaba a su lado y Vlad, Rudra y Dwija descansaban en el interior. Se

había acordado que el semielfo y otros tres hombres harían la guardia durante la primera mitad

de la noche mientras que el resto descansaría, y Rudy conduciría el carro hasta que Vlad la

relevara cuando fuese necesario. El otro carromato era conducido por Sadhu, quien, según

Roth, conocía el desierto como la palma de su mano, y en el interior descansaban Kabirim,

Cavi y las dos doncellas, Sephira y Dhyana. Sadhu iba en cabeza, seguido por Rudy, escoltada

por Roth y Brill, uno de los compañeros del semielfo. Enoch y Lha custodiaban el primer

carruaje.

Liz estaba demasiado nerviosa como para dormir, por lo que decidió hacerle compañía a la

gitana. Desde el exterior eran capaces de escuchar los ronquidos de Rudra, quien dormía

plácidamente, lo que causaba risa a las mujeres, pero no tanta a Roth, quien se quejó en varias

ocasiones, alegando que si algún enemigo andaba cerca, sin duda los conduciría directos a

ellos. Sin embargo, a Liz la tranquilizaban; el que el joven pudiera descansar con tanta

facilidad le daba seguridad y hasta envidia.

Durante el camino, Roth les habló un poco más sobre sus acompañantes. A pesar de

haberlos visto a todos con anterioridad, la verdad es que no sabían mucho de ninguno.

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A Brill y Dwija los conocía desde niño, eran sus compañeros desde antes de llegar al oasis

y aseguraba tener plena confianza en ellos. Eran semielfos, como él, y aunque no eran tan

agraciados como Roth, denotaban más elegancia y gracilidad que el resto de acompañantes.

En cuanto al resto, algunos llevaban más tiempo que otros en el palacio.

Enoch era el más joven y quien se había unido al grupo más recientemente. Al parecer, su

familia vivía en Kûsha y desde niño mostraba ser talentoso con la magia. Su elemento era el

aire. No debía de tener más de 17 años y aún le quedaba por crecer. Tenía los ojos algo

rasgados y su pelo era oscuro y liso; a Liz sus rasgos le resultaron muy parecidos a los de los

asiáticos en su mundo.

Sadhu, por el contrario, era de gran corpulencia y muy alto. Era nativo del desierto, de tez

oscura como el ébano y pelo negro, lleno rastas que se anudaban a su espalda en una coleta.

Procedía de una tribu nómada que fue exterminada por los kinays cuando sólo era un niño.

Fue recogido por el maestro, quien lo crió y adiestró como si fuera su hijo, convirtiéndose en

su primer aprendiz. Su elemento era le fuego.

Nadie conocía la procedencia de Lha. Llegó al oasis poco después que Roth. Era bastante

reservado y no se relacionaba demasiado; incluso su aspecto era peculiar. Tenía el cabello gris,

casi blanco, que le caía hasta la cintura como un velo. Por sus rasgos, parecía casi más una

mujer que un guerrero; sin embargo, su cuerpo era atlético y era demasiado alto para ser mujer,

midiendo más de metro ochenta. Mostraba gran elegancia al andar y su rostro era muy dulce.

A pesar de no ser demasiado bueno con la espada, su talento era excepcional con el arco y era

capaz de dominar varios elementos: fuego, tierra y aire, algo extremadamente inusual. Muchos

al verlo pensarías que también se trataba de un semielfo; sin embargo, sus ojos marrones

delataban su naturaleza humana.

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Cavi era procedente de Chang, la capital de Shamballah. Su familia era bien adinerada y

deseaban que aprendiera el arte de la magia; sin embargo, a él le interesaban más la lectura y

la poesía. Decía que lo que más deseaba era convertirse en un gran filósofo como Maharshi y

conocer la historia de Ádama y del otro mundo. A pesar de su poca dedicación al

entrenamiento, Roth reconoció que era el mejor curandero de todos los aprendices del maestro

y que su ayuda era de gran utilidad en el campo de batalla.

Kabirim era todo lo contrario. Parecía más una bestia que un mago. Su tamaño era

descomunal y sus músculos no le cabían en las vestiduras. No era demasiado hábil con la

magia; sin embargo, era el mejor luchador de todo el oasis. Su especialidad era la lucha

cuerpo a cuerpo. Su tierra natal era Amentis. Antes de acudir al maestro, trabajaba en las

minas de los enanos en las montañas al norte del país. Era huérfano y al llegar a la

adolescencia descubrió que era capaz de manipular la tierra. Fue enviado al desierto a entrenar

con el fin de que facilitara su trabajo en las minas en el futuro, pero nunca regresó y decidió

quedarse con el maestro.

En cuanto a las doncellas, Sephira y Dhyana, eran hermanas. Durante el tiempo que

estuvieron en el palacio, ambas habían sido las encargadas de cuidar de Liz desde el mismo

momento en el que pisó el hogar de Maharshi. Más de una vez había entablado conversación

con ellas; sin embargo, Liz no sabía nada de su pasado. Roth le contó que ambas fueron

abandonadas en el desierto por su familia, naturales de algún poblado pobre de La Paradesa, y

el maestro las recogió. Prácticamente se habían criado en palacio. Ambas tenían la piel tostada

y los cabellos oscuros, algo ondulados, con los ojos color ocre. Sephira era la mayor; tenía el

cabello largo, recogido en una trenza que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Debía ser

algo mayor que Liz. Su carácter era algo más duro que el de su hermana pequeña, pero

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siempre había sido muy agradable con la heredera. En cuanto a Dhyana, era más o menos de

la misma edad que Liz. Llevaba el pelo por los hombros, sujeto por una diadema. Era muy

risueña y dulce. Parecía mostrar cierto interés por Rudra y cada vez que el muchacho andaba

cerca, se sonrojaba.

Mientras Roth hablaba, el tiempo pasó volando y Rudra apareció junto a las muchachas

dispuesto a tomar el relevo en la vigilancia. Vlad lo acompañó, con mucho mejor aspecto que

el que había tenido en los últimos días. La palidez había desaparecido y se mostraba vigoroso

de nuevo. Todos se dieron cuenta del cambio.

- Vaya, parece que estas de vuelta – apuntó Rudra – se te ve mucho mejor.

- Eso parece…

- Menos mal, ya empezaba a pensar que aquel gusano te había envenenado o algo –

bromeó Rudy. Tras ver la mejoría en el estado del muchacho se la notaba aliviada.

- Anda, no lo había pensado, a lo mejor fue eso lo que pasó – comentó Rudra.

- Lo dudo… - el tono de Roth denotaba desconfianza – será mejor que descanséis – dijo

con dulzura dirigiéndose a Liz – debéis estar agotada.

- Roth, por favor – reprochó Liz con dureza – ahora que vamos a viajar juntos, creo que

va siendo hora de que dejes de hablarme en ese tono tan formal – bajo la mirada – me hace

sentir incómoda…

- Pero…

Le suplicó con la mirada.

- Somos amigos… ¿no?

Las palabras de la joven consiguieron que cambiara de actitud y finalmente aceptara.

- De acuerdo, Liz.

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Ella sonrió satisfecha y se metió dentro del carruaje, seguida por Rudy. El semielfo decidió

continuar haciendo guardia, así que Rudra se sentó junto a Vlad, molesto, pues debería ser su

turno, aunque poco le duró el enfado.

Liz se tumbó sobre una de las mantas que había en el suelo. Observó como Dwija todavía

dormía. Si no fuera por el movimiento de su respiración, habría jurado que estaba muerto,

pues permanecía totalmente inmóvil y sin emitir sonido alguno. Rudy se echó a su lado y al

instante ya estaba durmiendo. La joven miró el techo, en silencio, y poco a poco sintió como

el mecer del carruaje la adormecía.

Cuando despertó, la temperatura había subido considerablemente y el sol se colaba por las

cortinas. Rudy seguía dormida a su lado mientras que Dwija había desaparecido. Se incorporó

y salió al exterior.

En cuanto apartó las cortinas, el sol la cegó por completo, obligándole a cubrirse la cara

con el brazo al tiempo que se agarraba al carro con la otra mano con el fin de no caerse. Una

vez que sus ojos se fueron adaptando a la cegadora luz, vio a Vlad sentado frente a ella. Rudra

se encontraba a lomos de Silver, junto al primer carruaje, y Dwija cabalgaba en el lado

opuesto. Los encargados de cubrir la retaguardia eran Cavi y Lha. Sadhu seguía conduciendo

el primer carro, por lo que dedujo que hasta que no abandonaran el desierto no podría ser

relevado. Junto a él se encontraba Kabilim, sentado. No vio a Roth por ninguna parte. Debía

de estar descansando en el primer carro, mucho más espacioso que el de la gitana.

Vlad le dio los buenos días. Rudra, al escuchar su voz, ralentizó su paso hasta situarse junto

a ellos.

- Buenos días, Liz. ¿Has dormido bien?

- La verdad es que sí – contestó sorprendida.

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262

En verdad, no esperaba dormir tan plácidamente dentro de aquella caravana en movimiento.

- Me alegro – sonrió el muchacho.

- ¿Estás cansado? ¿Quieres que te releve? – Rudra rió.

- Tranquila, acabo de subirme al caballo, además creo que es mejor que te quedes en la

caravana, recuerda que es a ti a quien debemos proteger, y no al contrario.

A pesar de no tratar de expresar maldad alguna con aquellas palabras, a Liz no pareció

hacerle demasiada gracia el comentario. En ese momento, Rudy apareció por la cortinilla,

repitiendo la misma acción que hiciera Liz instantes atrás.

- No se puede dormir con tus gritos – le reprochó a Rudra, pero él la ignoró.

- Buenos días – saludó Vlad.

- Buenas. ¿Dónde estamos?

- En el desierto, ¿no lo ves? – Cavi y Kabilim rieron al escuchar la respuesta de Rudra.

- Ja ja ja, mira que gracioso es él. Eso ya lo veo. Me refiero a si queda mucho para salir

de este sitio.

- ¿Y cómo quieres que lo sepa? – se quejó.

- Pregúntale a Sadhu – dijo Cavi – conoce mejor que nadie este desierto.

Rudy echó un vistazo al guía y vaciló. No se veía demasiado amigable. Miró a Cavi con

ojos suplicantes, intentando convencerlo de que le preguntara en su lugar. El mago se adelantó

entre risas.

- Tres días, si no hay contratiempos – informó secamente. Fue lo único que dijo.

- Pues tenemos un problema – musitó Rudy – necesito ir al servicio.

- ¿No tienes un barreñito ahí dentro para esas cosas? – protestó Rudra enojado.

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263

- Pues no…

- La verdad… - añadió Liz con timidez – es que yo también lo necesito…

- Pararemos en dos horas – dijo Sadhu con el mismo tono impasible que antes.

- ¡No puedo esperar dos horas! – suplicó Rudy desesperada.

El carro en cabeza se detuvo de repente, provocando que la caravana de Rudy casi chocara

con él.

- Dos minutos – sentenció tajante el guía.

Las dos mujeres se apresuraron en bajar del carro. Rudy les pidió a Cavi y Lha que se

adelantaran para no ser vistas, haciendo que Cavi se tronchara, sin que Lha cambiara su

expresión un ápice.

La gitana, ya posicionada en su lugar, se desató el pañuelo que tenía amarrado en la cintura

y lo dejó en un saliente del carro. Mientras se acuclillaba, una leve ráfaga de viento se levantó,

llevándose el pañuelo volando. Corrió tras él sin pensar, en dirección contraria al grupo,

seguida por Liz. Cuando los jinetes vieron a las dos correr hacia la duna, las llamaron a gritos,

pero ellas hicieron caso omiso.

Por fin, Rudy alcanzó su preciado pañuelo, agarrándolo con fuerza para que no se volviera

a escapar. Cuando miró hacia la caravana, se dio cuenta de que se había alejado más de lo que

pensaba. Liz se encontraba a escasos metros de ella, casi en lo alto de la duna. La gitana

saludó orgullosa con el pañuelo en la mano, esperando una sonrisa por su parte; sin embargo,

sin saber por qué, la cara de sus compañeros se veía desencajada. Ignorante, Rudy dio un paso

en dirección a sus amigos, pero de pronto la arena bajo sus pies comenzó a desprenderse en

dirección contraria, y entonces los recuerdos volvieron a su mente, comprendiendo el por qué

de la expresión de todos.

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Miró a su espalda y observó con terror como del centro de la duna surgía un enorme

escarabajo rojizo. En la parte posterior de la cabeza poseía dos enormes pinzas que chocaban

al unísono mientras esperaban para descuartizar a su presa. La gitana intentó avanzar en

dirección al grupo, mas la fuerza de la arena la arrastraba inevitablemente hacia el depredador.

Liz corrió horrorizada en su ayuda, haciendo caso omiso a los gritos de Rudra y el resto de

compañeros.

Rudy luchaba contra corriente cuando Liz la alcanzó, agarrándola de la mano; sin embargo,

al llegar se dio cuenta de que poco podía hacer para ayudarla, pues ahora ella también se

encontraba atrapada en la corriente.

Una cuerda cayó justo al lado de las muchachas. Rudy la agarró y la ató alrededor de la

cintura de Liz al tiempo que Rudra ataba el otro extremos al carro y, ayudado por Vlad, tiraron

con fuerza de Liz mientras ésta abrazaba a la gitana. Ambas comenzaron a ser tiradas por el

carro en dirección opuesta al enorme escarabajo cuando un chorro de arena golpeó a la pareja.

El coleóptero escupía arena a sus presas, intentando por todos los medios no perder su comida

del día. La fuerza del disparo fue tal que Rudy se soltó, cayendo de nuevo en la trampa de

tierra. Liz forcejeó para alcanzar a su amiga, pero desde el otro lado tiraban para sacarla de allí.

Vlad saltó del carro encolerizado dispuesto a lanzarse contra el bicho, pero Roth lo detuvo.

El gitano lo miró con gran rabia mientras la sangre se le subía a la cabeza, hinchándosele

algunas de las venas en cuello y sienes. Sus ojos se habían tornado del color de la sangre y su

piel había empalidecido. Roth lo miraba con severidad mientras a lo lejos Rudy gritaba

desesperada, convencida de que había llegado el fin de su viaje. Liz lloraba desconsolada

pidiendo que la dejaran ir en su ayuda: sin embargo, no estaban dispuestos a perder a la

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265

heredera. Vlad se lanzó furioso contra Roth con el fin de apartarlo de su camino, pero éste lo

esquivó y volvió a cortarle el paso. Entonces una leve música comenzó a sonar.

En lo alto de la duna, Sadhu se encontraba inmóvil tocando una especie de flauta

redondeada hecha de un material blanquecino con agujeros en su superficie y dibujos por todo

el instrumento. La melodía que salía de ella era extraña y casi inaudible; se apreciaban notas

sueltas de diferente intensidad y duración sin ningún tipo de armonía. En ese momento las

arenas movedizas se detuvieron, justo cuando Rudy se encontraba a escasos metros de

distancia de las pinzas del escarabajo. Lentamente, el bicho comenzó a agazaparse entre la

tierra hasta desaparecer por completo. Rudy resopló aliviada, feliz de no haber servido de

desayuno a aquel asqueroso bichejo, y emprendió la vuelta al exterior del agujero.

Roth se apartó y dejó que el gitano se reuniera con su compañera. Liz también corrió a su

encuentro tras librarse de la cuerda.

Cuando Vlad se encontró con Rudy, estaba extasiado y su pulso era tan acelerado que Liz

pensó que el corazón se le saldría por la boca. Rudy lo abrazó mientras le susurraba algo y,

poco a poco, el muchacho se fue calmando hasta volver a la normalidad. Los tres se

encaminaron a la caravana para reunirse con el grupo. Rudra se disponía a reprender a la

gitana por su inconsciencia cuando Roth apareció a su espalda y le cortó el paso a la pareja de

gitanos, posando su espada en el gaznate de Vlad. Liz observó espantada la escena mientras

era alejada por Brill.

- ¡¿Qué demonios haces?! – gritó Rudy aterrada.

- Apártate – amenazó el semielfo con tono severo – o también serás mi objetivo.

Rudy trató de alejar la espada de su amigo, pero Vlad la apartó de un empujón tratando de

ponerla a salvo de su atacante. Liz se zafó de Brill y corrió hacia Roth tratando de detenerlo.

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- ¡Basta, por favor! ¿Por qué los atacas?

- Es un enemigo – afirmó sin apartar su mirada del gitano.

- ¿Qué? – dijo Liz, tan perpleja como Rudy.

- Es un kinay – la noticia conmocionó a todos los presentes.

- ¿Pero qué estas diciendo? Te has vuelto majareta – dijo Rudra; sin embargo, Roth lo

ignoró por completo.

- Sus ojos se tornaron rojos y su piel palideció, esos son los primeros signos de la

transformación – todos miraron al gitano con asombro mientras éste permanecía inmóvil sin

trata de defenderse.

- Es cierto que cambió, pero… - admitió Rudra dubitativamente – ahora ha vuelto a la

normalidad.

- Los kinays pueden tomar forma humana a su antojo, pero a mí no puede engañarme –

Roth acercó su espada un poco más al cuello de Vlad, hundiéndola levemente en la piel sin

llegar rajarla.

- ¡Te equivocas! – gritó Rudy - no es lo que crees.

- No intentes engañarme, gitana, el motivo por el que ahora se encuentra tan lleno de

energía es porque estamos lejos del palacio.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó Liz.

- El maestro lanzó un hechizo que debilita a los kinays hasta inmovilizarlos en cuanto

pisan el oasis. Es por eso que estaba sin energías. Es un monstruo.

Liz miró a Vlad. Si lo que decía Roth era cierto, explicaba el cambio en el estado del gitano.

Sin embargo, él nunca la había atacado ni había mostrado interés alguno en ella.

- Esperad – suplicó Rudy – estáis cometiendo un error.

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La mujer miró al grupo y vio en sus miradas duda y decepción. Cuando volvió la mirada a

Rudra, éste la apartó indeciso, sin saber que pensar. Entonces miró a Liz.

- Puedo explicarlo – su tono era suplicante y desesperado.

- ¡No más trucos! – Roth alzó la espada, decidido a acabar con su enemigo.

Rudy trató de detenerlo, pero Brill la sujetó antes de que pudiera acercarse lo suficiente.

Vlad cerró los ojos y esperó el golpe, sin defenderse. Justo antes de que la espada cayera sobre

él, Liz saltó al frente, interponiéndose entre ambos. Al instante, Roth detuvo el descenso de su

arma, que acabó a escasos centímetros de la joven. Rudra gritó horrorizado.

- ¡¿Pero qué estás haciendo?!

- Deja que se expliquen – ordenó Liz.

Su mirada era gélida y su tono severo. Roth dudó un instante, mas su actitud no le hizo

cambiar de opinión. Pero Liz era más cabezota que él.

- Si quieres matarlo, tendrás que matarme a mí primero.

Ante la reacción de la muchacha, Roth no pudo más que apartar su espada con resignación

mientras daba un paso hacia atrás. Rudy, aliviada corrió hacia Vlad, envolviéndolo entre sus

brazos y cerciorándose de que no estuviera herido. Las lágrimas brotaban de sus ojos a

borbotones mientras le daba las gracias a la muchacha. Liz se volvió a la pareja ante la mirada

de todos, se agachó y habló con dulzura.

- Rudy, creo que nos debes una explicación.

La gitana se secó las lágrimas y tomó aire antes de hablar.

- Vlad no es un enemigo… aunque Roth no está desencaminado del todo… - todos

escucharon atentos.

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“Nosotros nacimos en Pâlata, y allí las cosas no son como en el resto de los reinos. No

fuimos agraciados con la luz del sol y sólo las ciudades del norte disfrutan de escasas horas de

luz. Sin embargo, nosotros vivimos en la oscuridad y, por ello, somos blanco fácil para las

sombras. Vivir con la amenaza constante de un ataque es difícil, pero es aún peor hacerlo

sabiendo que en cualquier momento puedes toparte con un kinay o ser devorado.

Antes de nacer yo, la hermana de mi madre desapareció en los bosques durante una semana.

Cuando la encontraron su cuerpo estaba amoratado y maltrecho, y algo había cambiado en su

interior. Con el paso de los meses, el vientre se le fue agrandando y al poco tiempo nació un

bebe, Vlad, pero no era un bebé normal y su madre murió debido a las complicaciones del

parto. Mi familia lo adoptó y prometió cuidar de él.

El niño parecía completamente normal, excepto al enojarse; cuando eso pasaba, su piel

palidecía y sus ojos se teñían de sangre, volviéndose enormemente agresivo y perdiendo el

control. Por ello, la aldea entera lo repudiaba y en más de una ocasión trató deshacerse de él,

pero por respeto a mi familia se resignaron, no sin marginarlo y abusar de él en cuanto tenían

ocasión. Finalmente un día – Rudy se acarició la cicatriz de la cara con tristeza – decidimos

marcharnos. Viajamos por diferentes países hasta que nos unimos a un grupo de mercaderes.

Así fue como acabamos en La Paradesa.”

Rudy se detuvo. Entonces levantó la mirada y clavó sus ojos Liz.

- Es cierto que Vlad se transforma en “algo”, pero él jamás ha hecho daño a nadie que

no fuera malvado. Él sólo trataba de protegerme, ¡no es un monstruo! – el tono de la gitana

volvía a mostrarse desesperado.

- Lo sé – la tranquilizó Liz.

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269

Todos reflexionaron sobre las palabras de Rudy durante un rato. Rudra fue el primero en

hablar.

- Para mí tiene sentido – dijo ante la sorpresa de todos.

- ¡¿Cómo?! – se quejó Roth exaltado.

- Tiene razón, él no es una amenaza – añadió Liz.

- ¡Pero…! – el mago trató de quejarse, pero la joven lo interrumpió antes de que pudiera.

- Podría habernos atacado desde hace mucho y nunca lo ha hecho, además, si el maestro

hubiera pensado que era una amenaza, jamás le hubiera dejado venir, ¿no es así?

Las palabras de Liz enmudecieron a Roth. En verdad, el semielfo había informado al

anciano de sus sospechas; sin embargo, lo único que Maharshi dijo al respecto fue

“interesante…” y le ordenó a su aprendiz no intervenir. Al parecer, tanto su maestro como la

heredera compartían la misma opinión. Roth resopló resignado.

- ¿Y si es una tapadera…? – insistió, sabiendo que no la convencería.

- Correré el riesgo – respondió ella – son mis amigos y no se ataca a los amigos.

La decisión había sido tomada y Roth sabía que debía seguir los deseos de la heredera.

Abatido, le dio la espalda al trío.

- De acuerdo, pero si alguna vez pierde el control o ataca a la elegida, yo mismo me

encargaré de cortarle la cabeza.

Y dicho esto, se dirigió hacia la caravana, seguido por el resto de sus compañeros, algunos

aún no convencidos, otros emocionados por la resolución.

Rudra se adelantó hacia Liz y le dedicó una sonrisa de aprobación; después, extendió su

mano hacia Vlad. Éste, atónito ante lo sucedido, miró al muchacho aún confundido. Rudra le

sonreía.

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- Vamos, amigo – dijo con gentileza.

Vlad agarró su mano mientras se levantaba. Era la primera vez que alguien lo llamaba así

aparte de Rudy. Y por primera vez dejó escapar una sonrisa muy diferente a las anteriores.

- Vamos… amigo – añadió tratando de reprimir la emoción.

Liz ayudó a Rudy a levantarse mientras las lágrimas volvían a invadir los ojos de la gitana,

agradecida, y ambas se abrazaron entre sollozos.

Los cuatro se unieron al resto del grupo y, cuando cada uno hubo ocupado su puesto, el

grupo se puso en marcha de nuevo.

Después de un rato, una vez los humos se hubieron calmado un poco, y para apaciguar el

ambiente, Rudra riñó de manera burlona a la gitana por lo ocurrido en la duna.

- Se suponía que ya deberías haber aprendido de la última vez que no se mete uno en las

dunas.

- Lo siento… lo hice sin pensar… Como hemos estado toda la noche atravesándolas

pensé que en este lado del desierto no había bichos…

- Por la noche duermen, por el día se alimentan – dijo Sadhu.

- ¿Por qué se ha marchado? – quiso saber Liz.

- La flauta de Sadhu emite ultrasonidos sólo audibles por los insectos – aclaró Cavi.

- O sea que es un domador de bichos – sentenció Rudra.

- Algo parecido – Cavi rió.

Todavía tenían por delante un largo camino, así que cada uno decidió tratar de pasar el

tiempo de la mejor forma posible.

En la primera caravana, las dos doncellas abastecían a los hombres con botellas llenas de

agua fresca. Al parecer, en el interior había varios barriles para el camino y también

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guardaban comida suficiente para alimentas a todos durante el viaje. Sin embargo, el

aburrimiento era inevitable y eso era algo que algunos, entre ellos Rudy, no podían soportar.

De vez en cuando, se detenían para que los caballos descansaran y se alimentaran mientras

el grupo estiraba las piernas.

Al cabo de tres días, tal y como Sadhu había previsto, y sin más contratiempos, las arenas

dieron paso a los caminos y a la vegetación.

Cuando llegaron a uno de los poblados, decidieron hospedarse en una posada durante la

noche para que los animales y el grupo pudieran descansar como dios manda.

Rudy y Liz compartieron dormitorio con las dos doncellas mientras que los hombres se

repartieron en tres habitaciones más. Todos se mostraban como lo habían hecho antes del

incidente en el desierto, salvo por Roth, que evitaba dirigirse a los gitanos o a Liz.

Tras la cena, cada uno se fue a sus respectivos cuartos.

Las mujeres charlaron animadas, excepto por Liz, quien se veía distante y callada desde

hacía días, y, tras asearse, se metieron en la cama para dormir. Al cabo de un rato se escuchó

una voz.

- Liz… ¿estás despierta? – susurró Rudy a su lado.

- Sí… ¿no puedes dormir?

- Es que te he visto algo deprimida, ¿te encuentras bien?

Cuando Rudy le preguntó qué le preocupaba, dudó un instante antes de responder.

- Jamás me había parado a pensar en vuestro pasado, pero parece que ha sido duro…

La gitana se sorprendió antes las palabras de la joven. De todas las cosas que habría

imaginado que la preocuparan, su pasado era la última. No sabía que contestarla.

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- Entiendo que debe ser difícil para ti y que lo único que querrás será olvidarte de ello

pero… - se volvió hacia ella y miró la cicatriz en su cara con tristeza. Sintió deseos de

acariciarla, pero se contuvo – si alguna vez quieres hablar de ello puedes contar conmigo –

dijo con una dulce sonrisa.

Rudy agarró su mano suavemente.

- Lo haré – prometió sonriente.

Ambas se abrazaron en silencio y, tras un rato, se durmieron.

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EL PUENTE DE SHAMUT

El grupo se marchó temprano de la posada. El puente de Shamut no quedaba lejos; según

Roth, llegarían al anochecer. Ahora que habían abandonado el desierto, no era necesario que

la vigilancia fuera tan exhaustiva y se mostraban más relajados que antes.

Cambiaron las inhóspitas arenas por los caminos poblados de viandantes que se dirigían a

diferentes de lugares. Era sorprendente la gran cantidad de gente que transitaba por aquellos

lares, pues apenas había caminantes en los alrededores del desierto. Por lo que Rudy le explicó,

había varias rutas para llegar a Talaka sin necesidad de atravesar las arena; sin embargo, el

tiempo que tomaba era casi el triple. Aún así, la gran mayoría decidía evitar las dunas por los

múltiples peligros que podrían encontrar, tal y como ellos habían comprobado.

El recorrido fue animado y todos parecían disfrutar, incluido Roth, quien por fin había

vuelto a la normalidad. Hacia el anochecer, como había predicho el semielfo, ya se podía

atisbar el gran portón del puente, pero, para sorpresa de todos, una gran fila de personas que se

aglutinaban a la entrada impedía el avance desde gran distancia. Varios grupos de viajeros

retrocedían ante la idea de pasar la noche al descubierto; otros volvían a la ciudad, pues no

habían sido autorizados por los guardas para cruzar. Rudy se acercó a unos ancianos para

enterarse de lo que ocurría.

- Corren tiempos difíciles y ya las cosas no son como solían ser en mi juventud. Cuando

yo era niña, la gente viajaba sin preocupaciones entre naciones y no ocurría nada – se

quejaba enojada una de las abuelas.

- Mujer, si lo hacen por nuestro bien. Con lo feas que están las cosas ahí afuera, es

mejor quedarnos en este reino pacífico y sin infección – comentaba otra.

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- Disculpen que las interrumpa, pero ¿qué es lo que sucede en el puente? – preguntó

Rudy.

- ¡Yo no quiero vivir en este país! Quiero volver con mi familia a Amentis. Además,

aquí hace demasiado calor y ya soy vieja.

- Qué exagerada eres, tampoco es para tanto. Hace calor, pero en la aldea se vive bien.

Y siempre puedes mandarle una carta a tu hija para que sea ella la que venga a verte. Con

suerte, también se quedan.

- ¡He dicho que no! Quiero cruzar

Rudy trató de conseguir que las ancianas le prestaran atención, pero ambas estaban

enzarzadas en su discusión e hicieron caso omiso de la gitana. Una pareja joven que pasaba

junto al grupo se percataron de su curiosidad.

- Parece ser que los guardas están pidiendo salvoconductos a todos los que deseen

cruzar el puente. Antes no era necesario, pero hay rumores de que kinays han entrado en el

reino. Es por eso que la vigilancia se ha hecho muy exhaustiva – explicó el marido.

- Además, aparentemente están buscando a unos forasteros, así que todo aquel que

parezca sospechoso es interrogado y examinado en detalle, y algunos son llevados al cuartel –

añadió la mujer.

En cuanto escuchó esas palabras, Liz se ajustó la capucha, cubriéndose todo el rostro para

no ser vista.

Después de agradecerles su ayuda, Rudy volvió desanimada junto al grupo.

- Perfecto… - dijo deprimida - ¿qué vamos a hacer ahora?

- ¿A qué te refieres? – preguntó Rudra sorprendido – tenemos los salvoconductos ¿no?

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- Sí, pero creo que no damos el pego de “gente poco llamativa” entre nosotros. Quitando

a Enouch, Cavi y las hermanas, creo que no nos libremos ni uno…

De dentro del primer carruaje se oyó reír a Cavi.

Rudra echó un vistazo a todos los integrantes de la caravana. En efecto, a ninguno se lo

podía catalogar de común, e iba a ser difícil franquear la barrera de los guardias sin llamar la

atención; sin embargo, no se podían permitir retrasos ni intromisiones. Ante los rumores de la

presencia de kinays, era peligroso seguir allí y exponer a la heredera. Era necesario y urgente

pensar en un plan para pasar desapercibidos.

Al ritmo al que avanzaba la fila, Roth calculó que en un par de horas llegarían al portón,

por lo que no tenían demasiado tiempo.

Por más que pensaban, a ninguno se le ocurrió nada que no implicara atacar a los guardias,

cosa que obviamente no iban a hacer, o cruzar por la fuerza. Rudy sugirió volver atrás y

buscar otra vía, no obstante el puente era la única conexión entre ambos reinos, quedando un

enorme vacío en donde antaño había habido agua.

Mientras seguían dándole vueltas a la cabeza, un grupo de ancianos se retiraba,

desamparados. Habían recibido la triste noticia de que una de sus amigas había fallecido al

otro lado del puente; por desgracia, tal y como estaban las cosas, dudaban poder llorarla en su

funeral. De pronto, a la gitana se le iluminó el rostro, dibujándosele una sonrisa de oreja a

oreja.

- Ya lo tengo – declaró con los ojos llameantes – ¡es una idea genial!

Antes de que nadie pudiera siquiera preguntar, le pidió a las hermanas que recogieran

cuantas flores pudieran por el camino y encargó a los hombres que vaciaran el interior de su

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carro. Sin entender muy bien el porque, pero sin rechistar, todos comenzaron a ayudarla.

También cambiarían de posición, yendo su carro en cabeza.

Cuando todo estuvo listo, Rudy cogió a Liz y le cubrió la cabeza con un manto negro.

- ¿Cuál es el plan? – preguntó confusa.

- Te llevaremos a tu funeral.

- ¡¿Qué?! - exclamaron casi todos al unísono.

Cavi volvió a troncharse. Estaba claro que nunca sería capaz de aburrirse en ese grupo, y

disfrutaba de cada disparatada idea y comentario que surgía.

- Es muy simple, lo tengo todo calculado, vosotros sólo tenéis que seguirme el rollo – la

gitana se volvió hacia sus compañeros – necesito que llevéis las capuchas puestas en todo

momento. Dejadme hablar a mí.

- Pero Rudy… no sé… - vaciló Liz.

- Tranquila, ya verás como todo sale bien – de un empujón, la metió en el interior del

carruaje. Acto seguido, se volvió a Rudra – necesito que te bajes del caballo y te sientes junto

a Vlad en las riendas.

El muchacho desmontó obediente y ocupó el puesto que Rudy le había pedido. Cuando se

sentó, ella lo miró sonriente mientras sacudía una venda en sus manos.

- Una cosa más… - la miró con horror mientras se abalanzaba sobre él.

La noche estaba bien entrada cuando llegaron al lugar donde los soldados aguardaban

cansados a los transeúntes que deseaban cruzar. El guarda que se encontraba a la cabeza se

dirigió a los viajeros con tono poco amigable.

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- Salvoconductos – ordenó mientras observaba con atención a cada uno de los

integrantes de aquella caravana.

La mujer que conducía el primer carruaje le entregó un gran número de pergaminos

enrollados mientras sonreía de manera algo forzada.

- ¿Cuántas personas viajan?

- Esto… - dijo la gitana. Cada uno se asomó al oír la pregunta del guarda y después de

contar a los presentes, dijo – trece.

Uno de los guardas se situó al lado de su compañero y fue inspeccionando uno a uno cada

rollo. Todo parecía estar en orden cuando el recién llegado le susurró algo a su compañero.

Éste habló con voz ronca y severa.

- Las capuchas.

- ¿Disculpe? – preguntó la mujer.

- Quítense las capuchas.

“Maldición”.

- ¿Hay algún problema, señor?

- Catorce.

- ¿Cómo? – volvió a preguntar extrañada.

- Catorce salvoconductos. Sois trece personas y catorce salvoconductos.

La gitana bajó del carruaje y se dirigió hacia el soldado en voz baja.

- Verá oficial, es verdad que somos catorce integrantes. La última persona está dentro

del carro, sin embargo… - de pronto su rostro se ensombreció y sus ojos se volvieron

acuosos – la última persona, mi hermanita querida, nos acompaña en cuerpo, pero no en

alma…- una lágrima resbaló por su mejilla.

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- ¿Cómo es eso? – interrogó el soldado impasible.

- Falleció hará ya unos días. La llevamos de vuelta a casa para enterrarla – la gitana sacó

un pañuelo de su vestido y se sonó la nariz mientras trataba de contener las lágrimas - somos

un grupo de feriantes, todos nómadas y sin hogar. Ambas abandonamos nuestro país tiempo

atrás para ganarnos la vida y poder ser de utilidad a nuestras pobres familias que no pudieron

acompañarnos en nuestro viaje. Durante estos años, fuimos agrandando nuestro grupo a

medida que íbamos conociendo a otros en nuestra misma situación y, gracias a ello,

conseguimos formar un gran grupo, actuando con gran éxito por toda Ádama. Sin embargo,

mi hermanita enfermó hace algunos meses y finalmente murió. Nos dirigimos a Pâlata para

llorar su pérdida junto a la familia.

En cuanto el soldado escuchó en nombre de Pâlata, su rostro se ensombreció.

- ¿Por qué Pâlata?

- Verá señor, nosotras somos gitanas, nacidas allí, es por eso que deseo llevarla a mi

madre, para que la bendiga y pueda descansar.

El guarda se encaminó hacia el carro, dispuesto a inspeccionar el cadáver, pero la mujer lo

detuvo antes de que pudiera.

- No le recomendaría que la viera, oficial… es…

El soldado hizo caso omiso a la advertencia y, de un empujón, se zafó de ella para ver a la

muerta. Tras apartar la cortinilla, encontró el cuerpo de una muchacha cubierta de flores y con

los cabellos envueltos por un manto negro. Vestía un precioso vestido blanco y su rostro

estaba tapado por un finísimo pañuelo de seda algo traslúcida, sin apenas poder verse el

marfilino semblante de la joven, inmensamente pálido en comparación con el de su hermana.

Aquella hermosa criatura permanecía inerte en su sepultura. El soldado quedó cautivado por la

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fallecida y una inmensa curiosidad por observar su bellísimo rostro de cerca se apoderó de él,

aún sabiendo que la princesa no despertaría de su letargo ni vivirían felices para siempre.

Llevado por aquel impulso, se adelantó, dispuesto a entrar y dejar al descubierto aquel

hermoso cadáver, pero la gitana lo agarró con fuerza del brazo y tiró de él hacia atrás.

- ¡No! – el hombre casi cayó al suelo por el empujón.

- ¡Maldita! ¡¿Cómo osas?! – el soldado, furioso, alzó la mano dispuesto a arremeter

contra ella cuando ésta se arrodillo frente a él.

- Os pido mil perdones, oficial. Sólo quería evitar que os contagiarais de la misma

enfermedad que se llevó a mi queridísima hermanita – se excusó la mujer, sumisa.

- ¿Enfermedad?

- Sífilis… - escupió sus palabras de un modo tremendamente amenazador.

Acto seguido, el soldado dio un paso atrás al oír aquel desagradable nombre...

- ¿Sífilis? – nunca lo había oído, pero sonaba peligroso.

- Es una enfermedad letal… con sólo acercarse, al cadáver podrían contagiarse o resultar

víctima de algún mal – explicó – aquel muchacho, por ejemplo – señaló a un joven sentado a

las riendas del primer carro que llevaba un vendaje sobre los ojos – él realizó la sepultura de

mi hermana. Al día siguiente, se le cayeron los ojos…

El soldado se llevó las manos a la boca, tratando de contener las náuseas al imaginarse

aquella espantosa escena.

- Fue algo horrible… - prosiguió la mujer - por eso lleva el vendaje, para no dejar al

descubierto sus cuencas sangrantes. Y aquel caballero de allá – apuntó a un hombre a caballo

al final del grupo – entró en el carro para limpiar y el pelo se le tornó blanco…

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280

Al oír esas palabras, el hombre apartó su capucha un instante, dando a los guardas el

suficiente tiempo para contemplar con horror su blanca cabellera.

- Yo no le recomendaría entrar ahí, oficial, pero si insiste…

La gitana apartó la cortinilla y dio un empujoncito al soldado en dirección al carro. Éste se

apartó del carruaje lo más deprisa que pudo y volvió a su puesto inicial, con el rostro

desencajado.

- Avancen… - ordenó con voz aún temblorosa, horrorizado por tales sucesos y la

cercanía de haber sido una víctima más.

La gitana lo reverenció con una pícara sonrisa que ninguno de los soldados percibió, pues

todos evitaban acercarse a ellos y apartaban la mirada del grupo, dando un salto atrás a su

paso.

Tras recolectar de nuevo los pergaminos y volver a su puesto, la gitana encabezó el paso de

la caravana a través del puente de Shamut. Las personas que les seguían, escandalizados por la

historia, decidieron volver atrás y esperar a que desaparecieran del camino para proseguir su

avance, y todos los que se encontraban a su paso se hacían a un lado, dejándoles pasar sin

cuestionarles.

El grupo permaneció en silencio durante todo el camino. Una vez cruzaron el puente y

estuvieron lo suficientemente lejos, Rudy rió a carcajada limpia, acompañada de otros

integrantes. Rudra se quitó la banda de los ojos mientras le daba un capón a la gitana.

- ¡¿Ocultar mis cuencas sangrantes?!

- Era la única manera de que nos dejaran pasar sin molestarnos.

- Cualquiera habría hecho lo mismo, menuda historia te has marcado, jefa – rió Cavi.

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281

- Menuda panda de bobos, yo no me habría tragado ni una sola palabra, no tiene ni pies

ni cabeza – se quejó Rudra indignado.

- Aunque me cueste admitirlo, estoy de acuerdo con Rudra, es una historia absurda… -

añadió Roth.

- Tenéis que pensar que es más de media noche y esos hombres probablemente lleven en

pie demasiadas horas. Además, los soldados suelen ser gente de no demasiados conocimientos

médicos, y si hay kinays, ¿por qué no va a haber “sífilis”? Por cierto Liz, gracias por el

nombre – la felicitó Rudy – no se de dónde lo has sacado, pero suena verdaderamente

mortífero.

- No hay de qué – respondió mientras se asomaba con cuidado por la cortina, apartando

el velo negro de su cabeza – de hecho… la sífilis es una enfermedad real en mi mundo,

aunque no estoy segura que hiciera que los ojos se cayeran y el pelo se volviera blanco.

- Tenía que improvisar – se excusó sonriente y satisfecha.

- ¿Y ahora qué? – preguntó Rudra.

- Deberíamos ir a la capital, necesitamos abastecimiento para el camino. No está muy

lejos de aquí – informó Roth.

- Muy bien, pues vamos allá – decidió Rudy animada.

Y de ese modo, el grupo se encaminó hacia Thute, la capital de Amentis.

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AMENTIS

Durante la noche, volvieron a la rutina de guardias para mantener la vigilancia pues, a

pesar de haber cruzado con éxito el puente, desconocían los posibles peligros a su paso. La

noche transcurrió tranquila y apenas encontraron transeúntes por el camino; al parecer, la

gente optaba por acampar u hospedarse en las escasas posadas que había por los caminos.

Cuando amaneció, Liz se sorprendió por la enorme diferencia que existía entre los países

de aquel mundo.

Shamballah era un lugar verde, con abundante flora y fauna, mientras que La Paradesa,

aunque conservaba cierta vegetación, era más bien de secano, con bajos arbustos y hierbas

amarillentas. Sin embargo, Amentis apenas tenía plantas, sino más bien campos rocosos y

abruptas montañas. La mayoría de los árboles que había eran de hoja perene y se agrupaban

cerca de las montañas, en número escaso; las rocas eran invadidas por el musgo y la hierba

baja abundaba a su alrededor, sin poder compararse con la verde Shamballah o siquiera con la

seca Paradesa.

También la temperatura era diferente; mientras que La Paradesa era muy calurosa y

Shamballah, templada, en aquellas tierras hacía algo más de frío, obligando a Liz a

resguardarse en su túnica.

Mientras se abrigaba, recordó una de las tantas historias que el maestro, allá en aquel

caluroso oasis, le contara sobre aquel nuevo mundo que, aún muy parecido en algunas cosas,

era completamente diferente al suyo.

“En el principio de los tiempos, en el mundo de Ádama reinaba la oscuridad y sólo la luz

propia de algunas de las criaturas que allí habitaban existía. En cada reino dominaba un

elemento y la tierra estaba regida por él. Fuego, aire, tierra, agua, oscuridad, hielo, rayo, luz y

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naturaleza regían las condiciones de cada región, cada uno viviendo en armonía con sus

criaturas y habitantes. Un día apareció una inmensa bola de fuego que desprendía luz y calor,

creada por Iahveh, quien también creó a los humanos, situando su hogar en el deshabitado

reino de Kâlapa. Estos seres llamaban a Iahveh su dios, su padre y su creador; y a la bola de

fuego la llamaban sol, destinado a servirlos, por lo que giraba en torno al reino central,

creando un semicírculo en su trayectoria, asomando desde la Paradesa y ocultándose por el

reino de Kûsha. Es por eso que La Paradesa s tan caluroso, pues hay que añadir su elemento,

el fuego, al calor que desprende el sol dando de lleno en el reino.

- ¿Y qué hay de Kâlapa? – preguntó ella - ¿acaso no debería de ser el más cálido?

- El reino central está protegido por una especie de burbuja casi inapreciable que

mitigaba los poderosos rayos del sol, creando una especie de capa protectora que sólo cubre

las tierras del reino. El sol no sigue una trayectoria lineal, sino que se curvaba hacia el reino

de Bielovodye, dejando casi a oscuras al reino de Pâlata. Así, cada reino se ve afectado de

manera diferente por el sol. Cuando Iahveh creó el sol y otras cosas, rompió el equilibrio que

tenía este mundo e hizo falta mucho tiempo para que sus criaturas se adaptaran al nuevo

entorno, quedando ya muy poco de aquel mundo original, y prevaleciendo lo que Iahveh

concibió. Sólo los reinos de Feeria y Bielovodye todavía conservan su esencia antigua, pero a

los humanos les resulta casi imposible acceder a esos lugares, pues no hay puentes de unión a

ellos, y sólo unos pocos elegidos tienen el privilegio de visitarlos.”

De pronto, algo saco a la joven de sus pensamientos. Un extraño bramido a su espalda hizo

que se girara para observar con asombro una enorme criatura que jamás antes había visto.

Aunque allá a lo lejos a primera vista pareciera un búfalo, observó embelesada como a medida

que se acercaba dejaba de tener claro de lo que se trataba. Sus orejas eran pequeñas como las

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de un hipopótamo; sin embargo, una larga trompa de elefante surgía de su hocico y su cuerpo

era similar al de un búfalo de un tamaño descomunal. La criatura corría hacia la caravana a

gran velocidad, levantando una inmensa polvareda a su paso. A su espalda se apreciaba una

enorme y robusta cola de cocodrilo balanceándose sin parar por la carrera.

Liz, que se encontraba en la parte trasera del carro, se encaminó a toda prisa hacia las

riendas donde Vlad y Rudy conducían. Señaló extasiada y sin poder articular palabra hacia su

espalda. Entonces se oyó de nuevo el bramido de la bestia y, a continuación, el sonido de una

especie de trompeta hizo que todos los viandantes se detuvieran y se colocaran a los lados del

camino, dejando pasar a la enorme bestia a toda velocidad. El grupo hizo lo mismo para no ser

arrollados por la criatura.

Cuando estuvo más cerca pudieron apreciar que a su espalda había un jinete, que agradeció

con la mano a los transeúntes su amabilidad. El animal, que a su paso hacía temblar la tierra,

arrastraba un enorme carromato cargado de pesadas piedras, pero aún así su velocidad era

asombrosa y pronto lo perdieron de vista.

Los ojos de Liz parecían encontrar bastante dificultad en permanecer dentro de sus órbitas

y la gitana rió ante la mezcla de espanto e incredulidad reflejada en su rostro.

- Es un behemoth. Parecen terroríficos, pero en verdad son bastante mansos. Es extraño

verlos cerca de las ciudades; suelen ser usados en las minas de las montañas al norte del país.

Son extremadamente útiles en cuanto a los trabajos de carga, y en las minas son

indispensables para transportar minerales en su lomo o con la trompa y derrumbar paredes con

su cola.

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285

Liz miró a Rudra, quien se encontraba en el lado opuesto del camino, a lomos de Silver, y

dedujo por su expresión que estaba tan anonadado como ella. Cavi, a su lado, probablemente

le estuviera contando lo mismo que Rudy le acababa de contar a ella.

Tardó un largo rato en recuperarse, al igual que el joven, quien nunca antes había visto con

sus propios ojos una criatura semejante; de hecho, hasta entonces había dudado de la propia

existencia de semejantes criaturas.

Aunque en la escuela le habían hablado de seres que vivían en otros reinos, nunca había

sentido demasiado interés y siempre dormía durante las clases, pues ya desde muy joven

empleaba las tardes trabajando, y cuando apenas tenía doce años, dejó de ir al colegio.

Además, su antiguo jefe allá en Shamballah siempre le había dicho que semejantes seres no

eran más que cuentos de hadas y que en verdad no existían. Después de todo lo que había

pasado, parecía que el viejo se equivocaba en casi todo lo que afirmaba, y Rudra tenía que

empezar a pensar que, tal vez, las historias que su madre le contaba desde niño eran ciertas.

Para Liz, sin embargo, era más duro asimilar la existencia de criaturas que en su mundo

eran del todo imaginarias y cuya existencia era imposible. Aún así, siempre había creído en

cosas que para el resto de la gente eran imposibles de creer, así que más que horrorizarla, le

entusiasmaba la idea de que semejantes seres fueran reales. De hecho, cada vez sentía más

curiosidad por descubrir los secretos de aquel extraordinario lugar.

Al cabo de más de medio día de camino, cuando la luz del sol se iba atenuando, llegaron a

lo que Liz pensó sería la capital, Thute. A cada paso iban apareciendo más casas a los

alrededores, y a lo lejos la aglomeración de edificios cada vez más elevados era notable.

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Parecía que las regiones no sólo se diferenciaban en el clima sino también en los estilos de

vida.

Shamballah le recordaba a lo que sería a un país típico de la edad media, campestre y sin

demasiado desarrollo. La Paradesa se asimilaba más a los países del medio oriente, con sus

bazares y poco desarrollada también. Pero Thute era totalmente diferente a las dos anteriores;

más parecida a una de esas ciudades de la Europa del siglo XVIII, con sus carruajes de

caballos y sus casas de dos o tres pisos construidas en piedra. Incluso la gente parecía tener

diferente actitud y se veían más refinados. Los hombres vestían elegantes y las mujeres lucían

hermosos collares y vestidos apompados. Su fascinación iba en aumento por momentos.

Roth le contó que Amentis era famoso por sus minas y sus minerales preciosos, y la gente

de la capital disfrutaba haciendo lujo de su estatus y sus riquezas. Por desgracia, también

había mucha gente pobre en aquellas tierras y sólo la mitad sur estaba habitada por humanos.

En el norte, pasadas las montañas, sólo los enanos se atrevían a cruzar a aquellos territorios,

pues se decía que estaban habitados por dragones, aunque hacía ya mucho tiempo que no se

veía ninguno en los alrededores. Contaban que varios años atrás, los dragones exterminaron a

todos los humanos y ya nadie se atrevía siquiera a acercarse a sus tierras.

Ya en la capital, su prioridad era encontrar un lugar donde hospedarse hasta descubrir la

siguiente parada en el camino, y corría prisa ya que toda la gente que caminaba por las calles

miraba con asombro a aquel extraño grupo de viajeros, y llamar la atención era lo último que

deseaban. Desconocían si también allí la guardia estaría alerta o, peor, si los kinays estarían

por los alrededores.

Siguiendo las recomendaciones de Cavi, se dirigieron a la casa de unos conocidos suyos en

el centro de la ciudad, asegurando que serían bien recibidos y estarían seguros.

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Cuando llegaron, observaron con asombro como la casa en cuestión era en realidad un

enorme caserón custodiado por una pared de piedra, infranqueable a menos que se pasara por

la verja principal. Desde los barrotes de la valla se observaba como la inmensa construcción se

erigía de entre la vegetación de un silvestre jardín con infinidad de árboles y arbustos, con

flores por doquier y un precioso estanque en el centro. Quedaron maravillados ante tan

esplendoroso lugar. Cavi les explicó que su madre era muy amiga de la dueña y solían

hospedarse allí cuando visitaban la capital amentiana.

Así pues, empujaron la gran valla de metal y se adentraron en el patio. Acto seguido

aparecieron varios criados que los ayudaron a desmontar y hacerse cargo de los caballos y los

carros. Rudy se sintió algo recelosa de dejar su preciado hogar en manos de unos

desconocidos, pero Cavi enseguida la condujo hacia el interior de la estancia, asegurándole

que sus pertenencias estaban a buen recaudo.

El grupo al completo los siguió ante la tímida mirada de alguna de las criadas más jóvenes,

quienes recibieron una buena reprimenda por parte las más mayores. Cavi les explicó que en

aquella tierra las diferencias de clase eran notables, y las relaciones entre ricos y pobres

estaban marcadas y condicionadas de gran manera, considerándose un insulto que la

servidumbre mirara, hablara o tocara a los adinerados, pudiendo ser incluso castigados con la

muerte. Rudra se mostró totalmente en contra de tal comportamiento, causándole incluso ira,

mientras que el resto permaneció en silencio.

- ¿Cómo es posible que el rey permita algo así?

- Amigo mío, el rey vive muy lejos y tiene demasiadas preocupaciones para perder el

tiempo en un solo reino. Cada gobernante se encarga de mandar en su región y, por desgracia,

el dinero y las joyas hacen más que las buenas intenciones…

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- ¡Pero eso es…!

- Bienvenido al mundo real, paleto – dijo Roth no tanto con desprecio sino con tristeza –

hay cosas que no se pueden cambiar, te guste o no…

- Si yo fuera rey, me preocuparía por el bienestar de la gente y no permitiría que algo así

pasara…

- Las cosas no siempre son tan sencillas como crees…

Rudra iba a contestarle cuando las trompetas sonaron en la sala, anunciando la llegada de

los propietarios. Liz posó su mano en su hombro y le sonrió con dulzura, haciéndole ver que

entendía su indignación.

En ese momento apareció por la puerta la que debía de ser la señora de la casa. Se acercó a

Cavi emocionada y lo saludó efusivamente. La mujer respondía al nombre de Verónica y

debía tener unos treinta y pocos años. Tras ella se ocultaba un vergonzoso chavalín de unos

catorce o quince años que miraba con emoción a los integrantes del grupo. Ambos vestían

buenas ropas y Liz dedujo que su estatus era bastante elevado, pues el lugar donde vivían se

podría considerar como una de las mejores mansiones en su mundo.

Las paredes estaban adornadas por infinidad de tapices y elegantes cuadros, y las lámparas

de araña que colgaban desde el techo brillaban con gran intensidad, adornadas con hermosos

cristales que centelleaban en un millar de rayos con la luz de las velas. El suelo era de finas y

relucientes baldosas, cubierto por refinadas alfombras en las diferentes salas. Las cristaleras

de las ventanas eran dignas del mejor de los palacios, y desde ellas se veían los preciosos

jardines que rodeaban la casona. En verdad, era el lugar más lujoso en el que jamás había

estado. Su estilo era totalmente diferente al palacio en el desierto, y si tenía que decidir cuál de

los dos parecía más lujoso, sin duda la casa ganaba al palacete.

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Cavi presentó uno a uno a todos los integrantes del grupo, evitando extenderse en detalles y

tratando de no revelar demasiada información sobre sus identidades. No deseaban llamar la

atención y, aunque la familia fuera de fiar, era demasiado peligroso arriesgarse. La mujer fue

bastante amable con todos, aunque sólo mostró verdadero interés por los que parecían poseer

mejor presencia y caché, como fuera el caso de Roth y sus guardaespaldas. También se centró

bastante en Liz, a quien no paraba de mirar una y otra vez, sorprendida por su extraño pero

sofisticado aspecto. Apenas mostró aprecio alguno hacia el resto de sus compañeros,

comportándose incluso de manera un tanto despectiva hacia los que consideraba de bajo rango,

lo que, por otra parte, era de esperar; pero aún así, teniendo en cuenta las costumbres de

aquellas tierras, se podía decir que Verónica era una persona agradable.

Varias criadas entraron en escena y condujeron a los recién llegados a sus cuartos. Se

notaban el tremendo respeto que sentían hacia la señora de la casa, pero también era palpable

el afecto por ambas partes. Sin duda, estaba claro que Verónica daba buen trato a sus

trabajadores. Así, las mujeres compartirían un aposento y los hombres ocuparían otros tres,

separándose en grupos.

Las habitaciones eran impresionantes, dignas suites para hombres de negocios, como si de

un hotel del mismísimo Manhattan se tratara, con infinidad de lujosos abalorios. Cada una

poseía un baño, lo que alegró enormemente a Liz por no tener que hacer sus necesidades en un

agujero en el suelo como había hecho en las posadas de Paradesa. ¡Hasta había un retrete y

una bañera! Sobre los lechos había ropa de cama y batas para caminar cómodo por la estancia.

Las cuatro mujeres se asearon y se cambiaron, disfrutando al máximo de las comodidades

del lugar, pues dudaban volver a gozar de aposentos iguales el resto de su viaje. Al rato, un

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par de sirvientas las avisaron de que la cena ya estaba lista, así que, vistiendo sus batas,

bajaron al salón para reunirse con el resto.

Cuando llegaron, la cena ya estaba servida y los hombres sentados a la mesa con sus

albornoces y aseados. Se veían menos vulgares y con mejor presencia después de un buen

baño e incluso el trato que Verónica les daba así lo reflejaba, pues su actitud era más amable

de lo que fue en el recibidor. Servidos había varios platos que, aunque no fueran tan exóticos

como los del palacio de Maharshi, se veían igual de apetecibles y pronto la mesa quedó vacía.

Verónica presentó a su hijo, Seth, el jovencito que se hallaba escondido tras ella cuando

llegaron. Como Liz había imaginado, tenía tan sólo catorce años, pero según su madre era

tremendamente inteligente y el estudiante más brillante de toda su escuela. Decía orgullosa

que le esperaba un gran futuro en el mundo del comercio, como a su padre. Sin embargo, a

medida que su madre iba pronunciando dichas palabras, el rostro del muchacho se entristecía,

y se iba encorvando con la cabeza gacha.

Verónica les habló sobre los negocios familiares y la historia de su familia, así como sobre

historias y cotilleos de la ciudad. El único que parecía interesado era Cavi; el resto se limitó a

comer y callar.

Cuando el reloj marcó las diez, la mujer se disculpó a la vez que un par de criadas

aparecían en escena. Al parecer, necesitaba acostarse pronto pues al día siguiente tenía ciertos

compromisos que cumplir. Cavi les explicó más tarde que en realidad cada noche se sometía a

un riguroso ritual de acicalamiento y embellecimiento para tratar su piel contra el paso del

tiempo, confesándoles que su edad real estaba más cercana a los cincuenta que a los cuarenta,

a pesar de aparentar apenas treinta y pocos. Según él, su madre seguía el mismo tratamiento,

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por lo que debían descansar al menos ocho horas diarias y embadurnarse de toda clase de

potingues antes de dormir, lo que llevaba un par de horas.

Seth se marchó tras ella, bastante molesto. Durante la cena no había parado de observar a

cada uno de los integrantes, sobre todo a Rudra, de quien no apartaba la mirada ni un segundo,

a pesar de no haber abierto la boca en todo ese tiempo. Rudra no pareció haberse percatado en

absoluto y se preocupaba más por la comida que por otra cosa.

Tras macharse por fin, quedó en la sala el grupo de viajeros. Después de un largo rato en

silencio, Rudra rompió el hielo.

- Bueno, estamos en Amentis. ¿Y ahora qué?

- Lo primero es determinar si hay un fragmento del lithoi cerca, y si así fuera, debemos

dar con su localización exacta – comentó Roth.

En ese momento todas las miradas se centraron en Liz, quien tímidamente cerró los ojos y

esperó.

- No sabría decir… no noto nada especial… es posible que se encuentre lejos de aquí…

- Vaya, esperaba que no tuviéramos que perder tiempo vagando por el reino sin un

destino claro… - el semielfo parecía decepcionado.

- ¿Y no hay ninguna otra manera de saber dónde está? – preguntó Rudra.

Todas las miradas se trasladaron a Rudy, quien pareció sobresaltarse ante el repentino

cambio.

- ¿Qué pasa?

- El maestro dijo que existía una posibilidad de que pudieras ayudar con tus visiones.

Ella se mostró esquiva.

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- No estoy segura de que… - sintió como todos la ametrallaban con los ojos y tuvo que

detenerse en su empeño por escaquearse.

- Estoy convencida de que puedes hacerlo – la animó Liz – ya tuviste visiones antes.

- Sí, pero eso fue diferente… se trataba de ti, además, vino solo, no sé como

provocarlo… yo…

Rudra la interrumpió de nuevo.

- Hazlo como lo hiciste en el desierto.

Todos lo miraron intrigado.

- ¿Cómo? – preguntó Roth.

- En el desierto seguimos vuestro rastro gracias a ella – explicó Rudra.

De nuevo todas las miradas se posaron en la gitana, quien jugueteaba nerviosa con el

mantel mientras mantenía la cabeza baja, huyendo de sus observadores. Sentía como la

presión era cada vez más fuerte y oteaba de reojo al grupo tratando de que no se percataran.

Finalmente, Vlad posó su mano sobre su hombro y la miró con amabilidad.

- No se pierde nada por probar ¿no? – su voz sonaba dulce y sus palabras parecieron

tranquilizar a su compañera por momentos – es tu momento, lo que siempre has deseado. No

tengas miedo ahora.

Rudy lo miró con ojos de corderito degollado. Liz se levantó y se dirigió a ella,

acuclillándose a su lado y sujetando sus manos.

- Por favor… - pidió suplicante.

Por mucho que temiera no lograrlo, no podía resistirse a la mirada inocente e implorante de

la muchacha, y no tuvo más remedio que acceder a probar.

- Vaaale, lo intentaré.

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Todos sonrieron con nuevas esperanzas.

- ¿Y cómo lo hago?

Se miraron entre ellos sin saber muy bien que contestar.

- La última vez utilizaste el pañuelo de Liz. Tal vez si hicieras algo parecido… - sugirió

Rudra.

- Puede que funcione - comentó Roth - Liz, si pudieras sostener su mano tal vez

ayudaría en el proceso puesto que estás directamente relacionada con los lithois, además

parece ser que eres su musa – se le escapó una sonrisilla.

La joven, obediente, continuó estrechando sus manos con suavidad. Rudy cerró los ojos y,

tras un rato, los abrió de nuevo con decepción.

- Nada… no veo nada… - dijo deprimida.

Su poco animó se contagió al resto del grupo y cada uno suspiró decepcionado y sin saber

muy bien qué hacer.

- Inténtalo otra vez - la animó Liz - pero esta vez trata de visualizar en tu mente el

fragmento que vimos en el oasis. Yo, por mi parte, trataré de recordar la sensación que tuve al

estar cerca de él.

Rudy no pareció muy convencida, pero de nuevo la determinación de la muchacha la llenó

de fuerzas y asintió con ímpetu dispuesta a no rendirse.

Cerró los ojos y trató de recordar la roca que vio en la gruta tiempo atrás. A su vez, Liz

hizo lo propio y trató de rememorar ese cosquilleo que sintió en el oasis, visualizando a su vez

el brillante fragmento lleno con los recuerdos de Lilith.

De pronto, el cuerpo de Rudy se volvió rígido y comenzó a temblar. Agarró con más fuerza

las manos de Liz, mas sin llegar a hacerle daño. Ésta sintió el impulso de abrir los ojos y

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apartarse de Rudy, pero luchó contra la tentación y trató por todos los medios no perder la

concentración.

Los temblores de Rudy se fueron volviendo más fuertes y súbitamente abrió los ojos ante la

atenta mirada del grupo. Sus ojos, como las veces anteriores, se habían tornado de blancos y

su piel se veía más pálida de lo normal, balbuceando palabras sin sentido alguno.

- Lejos… muy lejos… donde poco brilla el sol… arriba… más arriba…las montañas…

mineros trabajando… rocas… tantas rocas… más lejos… dientes de piedra afilada… una

gruta… está tan oscuro… no se ve nada… tan profundo… los tesoros escondidos…

brillantes… pero ¡cuidado! un guardián de fuego… el fuego…ojos de rubíes… los dientes…

¡cuidado! ¡ah!

Tras pronunciar esas palabras se soltó de la joven, cayendo de espaldas al suelo con la silla

mientras soltaba un grito. Liz se levantó al mismo tiempo con expresión asustada. Su corazón

aún iba a cien y apenas daba crédito a lo que acababa de suceder pues, no sólo la gitana había

tenido una visión, sino que ella misma había compartido fragmentos de la misma, aunque todo

era extremadamente confuso y caótico.

Vlad se apresuró en ayudar a Rudy a levantarse, quien todavía se mostraba aturdida. Las

hermanas trajeron agua y paños para ayudar a las dos muchachas. Liz se acomodó en la silla,

aún algo mareada mientras Rudy era ayudada por Vlad y Sephira a sentarse también. El resto

del grupo permanecía expectante y sin articular palabra. Fue Roth el primero en hablar ante el

silencio reinante.

- Bueno, parece ser que sí que puedes guiarnos al lithoi, ¿me equivoco?

Rudy asintió, aún algo consternada, pero volviendo poco a poco a la normalidad.

- Pero no sabría decir dónde exactamente… es demasiado confuso…

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- Poco podemos hacer con lo que sabemos… ¿tiene algún sentido para vosotros? –

preguntó Cavi.

Todos negaron con la cabeza, incluyendo las dos visionarias, pues ni ellas mismas sabían

cómo interpretar lo visto, aunque a ciencia cierta allí había un lithoi, de eso estaban seguras.

Liz había sido capaz de sentirlo a medida que se acercaba en la visión a su paradero.

- Bueno, algo está claro, es más allá de las montañas, pero lo de los dientes no lo llego a

entender… - comentó Rudra.

- Los dientes de piedra, en el norte.

Una voz surgió de entre las sombras en la entrada de la habitación. Todos se giraron en la

dirección de donde procedía, pero no se distinguía nada. Entonces salió de su escondite una

delgada y menuda silueta, descubriéndose tímidamente ante el grupo. Se trataba del joven

Seth, apoyado junto a la pared con la mirada baja. Todos se sorprendieron tanto por su

presencia como por su intervención.

- ¿No se suponía que estabas durmiendo? – le interrogó Rudra.

El joven permaneció en silencio unos instantes antes de contestar.

- Parecía que os traíais algo entre manos, así que, cuando las criadas se fueron, salí de

mi habitación y os espié – las palabras del muchacho provocaron varias risas entre el grupo

por su sinceridad; no se andaba con rodeos.

- Por lo menos eres sincero – rió Rudra.

- Eso que has dicho antes… – intervino Roth – lo de los dientes de piedra en el norte…

¿a qué te referías?

- Lo que la mujer decía… los dientes de piedra. Así es como se conoce a las montañas

situadas en el límite norte. Los dientes de piedra o dientes del dragón. Se las llama así porque

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son tan afiladas que parecen la dentadura de uno de esos gigantescos reptiles. Están más allá

de las montañas de los mineros, donde apenas brilla el sol. Se dice que estaba habitado por

dragones, por lo que en sus grutas hay innumerables tesoros. Es muy posible que se refiriera a

eso.

Todos se miraron entre ellos, estupefactos, paseando la mirada entre el muchacho y sus

compañeros. El joven Seth se encogió de hombros y, sonrojado, se explicó en tono casi

inaudible.

- Lo dice en los libros de la biblioteca…no sé…

Todos rieron ante su respuesta, recobradas nuevamente las esperanzas. Rudra se adelantó y

con cariño golpeó el hombro del muchacho a modo de reconocimiento.

- Buen trabajo, chaval.

El ánimo general volvió a subir y todos felicitaron al jovencito, quien sonreía con timidez,

pero orgulloso de sí mismo. Era la primera vez que alguien, además de su madre, lo felicitaba

de aquella manera.

Debido a su peculiar afición por la lectura y las historias antiguas, visitaba con asiduidad

las bibliotecas del lugar. Sin embargo, su pasatiempo no era bien visto entre sus compañeros

de la escuela, quienes “cariñosamente” lo llamaban rata de biblioteca. En verdad, el joven

Seth no se caracterizaba por rodearse de personas; se sentía más cómodo entre los libros. Le

encantaba soñar e imaginarse dentro de esas historias contadas a través de los siglos en papel.

Era su pasión y, aunque su madre había decidido que se convertiría en el heredero del negocio

de la familia, lo que él realmente deseaba era viajar por el mundo y vivir aventuras tan

fantásticas como las que había leído, para después recogerlas en una gran novela. Por ello,

sentía una gran curiosidad por las personas que en ese momento se encontraban en el salón de

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su casa. Aquel grupo de extraños viajeros sin duda escondía secretos que despertaban toda su

curiosidad.

La escena que había observado desde las sombras se alejaba mucho de lo que se suponía su

realidad hasta el momento y, si estaba en lo cierto, y sus oídos no le habían fallado, lo que

esas personas buscaban eran los legendarios fragmentos de la piedra mágica, algo que sólo el

guerrero venido de otro mundo buscaría. No cabía duda. Y, por consiguiente, el guerrero

legendario debería encontrarse entre los presentes.

Miró a su alrededor, tratando de descubrir cuál de aquellos extraños personajes podría ser

él, pero no le faltó tiempo para descubrir de quien se trataba. Seth miró lleno de admiración a

aquel muchacho de ojos dorados que reía a su lado y enseguida lo supo.

- ¡Llévame contigo! – pidió con firmeza mientras tiraba del brazo de Rudra.

- ¿Cómo? – dijo éste sorprendido.

- Puedo serte de ayuda, conozco todos los caminos de este reino, he memorizado los

mapas de los libros. Seguro que seré de utilidad en tu viaje y que también lo seré en la batalla.

Rudra lo miró estupefacto, al igual que el resto de los presentes.

- ¿La batalla?

- Para derrotar a Rakshasa. Desde niño he sido entrenado en el arte de la esgrima y

siempre he sido el primero de la clase con la espada. Así que…

- Un momento, un momento, para el carro... ¿cómo sabes tú lo de Rakshasa?

- No hay que ser muy listo para saber que no sois viajeros normales, además buscáis los

lithois… las piezas encajan solas.

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298

El asombro entre los presentes iba en aumento, al igual que cierta irritación por parte de

Rudra. Se preguntaba cuánto habría visto y oído el muchacho y qué sabría con exactitud. El

jovencito se percató del enojo de Rudra, así que trató de calmarlo.

- No te preocupes, no le diré nada a nadie, soy de confianza. Tu secreto está a salvo

conmigo.

La desconfianza de Rudra se transformó en estupefacción.

- ¿Mi secreto?

- Tu identidad – susurró Seth – tranquilo, mis labios están sellados.

En ese momento se escuchó la ya tan usual risa de Cavi de entre la multitud, acompañada

de unas cuantas más, aunque más discretas. El rostro de Rudra se relajó y una divertida mueca

se dibujo en sus labios ante la disparatada idea del jovencito.

- Mi identidad… - repitió con una sonrisa, enarcando una de sus cejas.

- Está claro, tú eres guerrero legendario venido de otro mundo.

Las discretas risas se transformaron en sonoras carcajadas. Seth miró a su alrededor

sorprendido ante tal comportamiento. Rudra posó su mano en la cabeza del muchacho y le

alborotó el cabello. A su espalda se escuchó la voz de Cavi.

- Creo que te equivocas, chaval…

El chiquillo miró con asombro a Rudra, sin entender del todo las palabras de Cavi. Rudra,

por su parte, lo observaba sonriente mientras negaba con la cabeza.

- Pero… - parecía aturdido.

Saltó para atrás enojado, apartando a Rudra de un empujón. Éste suspiró.

- No soy ningún guerrero legendario. Soy natal de Hern Tsui, un pequeño pueblo al

norte de Shamballah – se detuvo un instante y prosiguió – soy discípulo del viejo del desierto,

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todos lo somos, y él es quien nos ha pedido que busquemos los fragmentos, nada más. Lo del

guerrero ese no son más que historias para niños tontos como tú.

La furia del muchacho aumentó y, con los ojos empañados y una enorme rabia, se dio

media vuelta y corrió escaleras arriba para encerrarse de un portazo en su habitación. Rudra

suspiró y se volvió de nuevo al grupo.

- Has sido demasiado duro con el chico – le reprochó Cavi.

- Tenía que hacerlo, es la única manera de que no vuelva a meter las narices en nuestros

asuntos.

- Tiene razón – lo defendió Roth – no podemos dejar que nadie conozca nuestra

identidad. Es demasiado peligroso, por eso deberemos partir al alba.

Se oyeron murmullos de desacuerdo entre los presentes.

- ¿Otra vez? – se quejó Rudy molesta - ¿es que nunca vamos a descansar como es

debido?

Roth se volvió hacia ella taladrándola con la mirada.

- No estamos en un viaje de placer. Nuestra misión es muy importante y no, no nos

podemos permitir descansar y relajarnos. Debemos dar con los lithois cuanto antes y evitar

encuentros ingratos. Así que, nos reuniremos en el patio al alba y partiremos hacia el norte,

¿queda claro?

Nadie se atrevió a contrariarle y, con resignación, se fueron levantando uno a uno y

dirigiéndose a su habitación. Cuando las muchachas se hubieron aseado y estuvieron listas

para dormir, Rudy se quejó del semielfo.

- Menudo incordio. Pensé que podría hacer unas buenas compras antes de marcharnos.

No todos los días se tiene la oportunidad de visitar la capital. ¡Necesito ropa nueva!

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Las hermanas rieron.

- No te enfades con él – le pidió Liz – sólo se preocupa por nuestro bienestar.

- ¡Ya lo sé! – respondió con resignación – que se le va a hacer, tendré que esperar a la

próxima – sonrió – anda, vamos a dormir que al final va a amanecer y encima no habremos

dormido nada.

Así pues, todas se metieron en la cama y, una a una, cayeron dormidas en un instante.

Aquella noche Liz tuvo un extraño sueño, algo difuso y difícil de recordar a la mañana

siguiente.

Se encontraba vagando por unas tierras áridas y solitarias. Todo el lugar estaba plagado de

ciénagas sombrías que emanaban pestilentes vapores, y al fondo se alzaba una enorme

montaña terminada en punta. Se adentró en ella, vagando por oscuros túneles, hasta llegar a

un espacio abierto lleno de tesoros. A su espalda escuchó una pesada respiración, cada vez

más cercana, que emitía leves ronquidos. Cuando se volvió, observó aterrada una enorme

figura camuflada con la oscuridad. Sólo podía ver con claridad sus brillantes ojos color tierra,

centelleantes en las tinieblas. Aquella tremenda criatura tenía clavada su mirada en ella,

soltando pequeños rugidos de advertencia. De pronto, Liz escuchó una voz procedente de la

bestia.

- Si te atreves a acercarte… morirás.

Las fauces de la bestia se abrieron de par en par mientras un ensordecedor rugido era

expulsado desde el interior de sus entrañas.

Liz se levantó de un salto, jadeando y empapada de sudor. Miró a su alrededor y reconoció

las paredes de la habitación en la que se hospedaba. Junto a ella, dormían plácidamente sus

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tres compañeras y enseguida supo que había sido un sueño, por lo que volvió a tenderse en la

cama, tratando de conciliar de nuevo el sueño.

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EL INTRUSO

Cuando apenas había comenzado a aclarar, las dos hermanas ya estaban listas y se

encargaron de despertar a sus otras dos compañeras de habitación. Rudy se levantó a

regañadientes y de muy mal humor, mientras que Liz lo hizo aún medio dormida. A paso lento,

se vistieron y recogieron sus cosas.

Al llegar al patio vieron con asombro como todo había sido ya organizado y los criados de

la mansión ayudaban a colocar gran cantidad de abastecimiento y víveres en los carros.

Verónica se encontraba charlando con Cavi, pero no había ni rastro del joven Seth.

Probablemente estaría aún durmiendo o enojado por lo sucedido la noche anterior, aunque en

el fondo era mejor así.

Al cabo de un rato estaba todo listo y, tras despedirse de Verónica y el resto de los

presentes, emprendieron la marcha.

Apenas había movimiento en aquella silenciosa ciudad en la que lo único que hacía eco

eran los cascos de los caballos y los tumbos de los carros al pasar sobre las pedregosas vías.

Liz miró con gran admiración aquella bellísima ciudad, con su increíble riqueza arquitectónica,

sus casas afiladas con enormes chimeneas, de colores suaves. Le pareció estar dentro de una

de esas películas ambientadas en la Europa antigua y se cuestionó si realmente se encontraba

en otro mundo. Cierto era que ambos tenían muchas cosas que claramente los diferenciaban,

no sólo el clima tan cambiante y la gran variedad paisajística y de gentes entre los países, sino

también las extrañas criaturas que poblaban aquellas tierras que claramente no existían en su

planeta. Sin embargo, había tal cantidad de similitudes, ambientes parecidos, costumbres

semejantes y hasta gentes similares a las de la Tierra, que a veces costaba discriminar entre

uno u otro.

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Con la mirada se despidieron de aquella durmiente ciudad, dispuestos a vagar de nuevo por

los áridos caminos hasta llegar a su destino. Primero se dirigirían a las montañas rocosas y,

desde allí, se adentrarían en el antiguo territorio de los dragones.

Apenas encontraron transeúntes en la vía hasta bien entrada la mañana, aunque el

movimiento de gente era menor en ese reino que en La Paradesa, donde los caminos casi

nunca estaban desiertos; no obstante, en Amentis sólo encontraban viajeros en dirección a la

gran ciudad.

Ya pasado el medio día, Rudy decidió tomarse un pequeño descanso. Aún estaba algo

molesta por no haber podido disfrutar más tiempo de la capital, así que hizo caso omiso a las

quejas de Roth. Vlad ocupó su lugar a las riendas mientras que ella se metió en el carruaje,

dispuesta a echarse una larga cabezada.

Ya dentro, comenzó a acomodarse en una de las tumbonas que había. Cerró los ojos y

suspiró, dispuesta a dormirse lo antes posible, pero algo perturbó su tranquilidad. Al fondo de

la cochera, junto a un cúmulo de bártulos, le pareció oír un ruido. Abrió un ojo para ver de qué

se trataba, pero no vio nada, por lo que volvió a cerrarlo. Acto seguido, escuchó el sonido de

algo cayéndose. Sobresaltada, abrió los ojos y observó con atención; sin embargo, desde

donde se encontraba no podía ver nada, así que lentamente se incorporó, sin apartar la vista de

su objetivo, y se fue acercando al lugar del que provenía el ruido. Estaba claro que allí había

algo, pues era capaz de escuchar el continuo choque del intruso al moverse.

Con cautela, agarró la vaina de su espada y se fue acercando cada vez más. Ya casi se

encontraba junto al lugar indicado cuando algo se abalanzó sobre ella, quien gritó aterrada al

tiempo que le atizaba un golpazo a su atacante en la cabeza.

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Todos los presentes escucharon el grito, deteniendo en seco a los caballos. Vlad abandonó

las riendas y corrió al interior del carruaje, al tiempo que Roth, en el otro extremó, saltaba del

caballo para entrar por la parte trasera. Una vez dentro, observaron estupefactos el motivo de

tan desgarrador quejido. La gitana, con la vaina de su espada, molía a palos de ciego sin parar

a lo que parecía un muchacho, el cual trataba de protegerse con los brazos para no resultar

herido, a la vez que intentaba calmar a la mujer. Ambos observadores suspiraron con alivio al

ver que no había peligro.

Vlad se acercó a Rudy y le quitó la espada de las manos, haciendo que saliera de su estado

de histeria. Cuando abrió los ojos, vio con asombro como su terrorífico atacante no era otro

que un muchacho que enseguida reconoció, al igual que el resto de sus compañeros que,

asomados, observaban la divertida escena. Se trataba del joven Seth, quien se encontraba

sentado en el suelo tratando de calmar el dolor de los chichones causados por la gitana.

Cuando por fin el escozor hubo pasado tras ser atendido por las hermanas, Rudra comenzó

la reprimenda.

- ¡¿Qué estás haciendo aquí?!

El muchacho bajó la mirada arrepentido, pero acto seguido se armó de valor e hizo frente al

joven.

- Os he seguido.

- Eso ya lo veo – dijo Rudra – pero ¿por qué? Se suponía que debías estar en tu casa.

¿Es que no tuviste suficiente ayer? A tu madre le va a dar algo cuando se de cuenta de que…

- ¡Esto no tiene que ver con mi madre! – gritó Seth furioso - ¡ya soy mayor para decidir

adonde ir por mi cuenta!

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- ¡Pero qué estás diciendo! – le atinó un capón en la cabeza haciendo que se llevara la

mano al lugar del golpe – sólo eres un crío. A tu edad deberías preocuparte sólo de divertirte

con tus amigos.

- Yo no tengo amigos – respondió entristecido – y mis compañeros de clase no hacen

más que meterse conmigo. Nadie me va a echar de menos, ni siquiera mi madre se dará cuenta

tan rápido, siempre está ocupada con sus negocios y apenas sabe que existo, mas que cuando

viene alguien importante de visita y quiere fardar de hijo superdotado.

Rudra bajó la mirada ante las palabras del muchacho. Se dio cuenta de que apenas sabía

nada de su vida.

- Ésta es mi decisión – afirmó Seth - estoy harto de que me digan lo que tengo que hacer.

¡Ya no soy un crío! No quiero que los demás decidan mi futuro sin ni siquiera consultarme.

Ya no aguanto el tener que ocultarme entre libros donde nadie se meta conmigo o me pegue –

sus ojos reflejaron una gran impotencia - deseo salir a la luz y ver el mundo, viajar y conocer

tierras nuevas. No tener que conformarme con imaginarme las historias, sino experimentarlas.

¡Quiero vivir y ser útil para algo! – mientras decía esas palabras Seth recordó la noche

anterior – quiero que la gente me reconozca por quien soy, no por mi apellido o el dinero de

mi familia, como hiciste ayer – se dirigió a Rudra con la mirada – sólo por mí…

Bajó la cabeza tratando de ocultar las lágrimas que inundaban sus ojos a la vez que se

reprimía para no llorar. Rudra se acercó y puso su mano en su cabeza a la vez que le

alborotaba el pelo. Seth lo miró sorprendido y vio que sonreía. Liz sonrió también, mientras

que Roth resopló con resignación.

- ¿Y ahora que hacemos? – preguntó el semielfo sabiendo ya la respuesta.

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- No podemos darnos la vuelta, perderíamos gran cantidad de tiempo y definitivamente

llamaríamos la atención – comentó Cavi.

- Parece que está claro – decidió Rudra con una sonrisa – tendremos que seguir adelante

y encontrar lo que buscamos.

- ¿Y el muchacho? – preguntó Vlad.

- Habrá que mandarlo de vuelta cuando hayamos terminado – dijo Rudra mientras le

guiñaba un ojo al joven Seth – bien, no perdamos más tiempo.

Y dicho eso, se marchó del carruaje para montar de nuevo en Silver.

Uno a uno, fueron volviendo a su puesto mientras el joven Seth permanecía en el interior

del carruaje. Liz se acercó a él y le sonrió.

- Parece que te has librado por esta vez. Vamos, siéntate con nosotros a las riendas, el

paisaje es precioso.

Seth la miró aún incrédulo por lo sucedido. Cuando lo descubrieron, pensó que

definitivamente se había acabado su viaje y lo mandarían derechito a casa; sin embargo, las

cosas habían girado de tuerca.

Se fijó en aquella extraña muchacha que le sonreía con gran dulzura, con la mano

extendida hacia él. Era muy guapa.

Seth se limpió las lágrimas con la manga de su chaqueta y aceptó la invitación,

dirigiéndose juntos a la parte delantera del carro, junto a Vlad.

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HACIA LAS MINAS DE ZHURÚ

El día transcurrió tranquilo y, poco a poco, fue cayendo el sol. Más de uno hubiera

deseado encontrar algún poblado en el que pasar la noche, pero no parecía que fuera a ser el

caso; ya por la tarde varios de los aprendices de hechicero habían estado durmiendo para

poder hacer guardia más adelante, señal de que no se detendrían.

Con un integrante más en el grupo, el espacio empezaba a escasear, especialmente en el

carro de Rudy. Los dos gitanos se turnaban a la hora de llevar las riendas; así, Vlad durmió en

la tarde para poder hacerse cargo de dirigir el carruaje durante la noche mientras que Rudy

intercalaba las quejas con las charletas, haciendo el viaje más ameno para Seth y Liz.

La gitana disfrutó contándole sus viajes al muchachito, quien escuchaba con suma

atención cada palabra, tomando incluso algunas notas de cuando en cuando en su cuadernillo.

Sus ojos centelleaban con cada relato. Liz, por su parte, se abstuvo de contar nada sobre sí

misma, tratando de no sacar a la luz el pequeño detalle acerca de su procedencia. De vez en

cuando Rudra interrumpía a Rudy para hacer alguna broma, y en esos momentos el joven Seth

centraba toda su atención en él, mostrando en su rostro una inmensa admiración. Rudy,

percatándose de su mirada, esperó a que Rudra se alejara y atacó.

- ¿Por qué sientes tanta admiración por él? Apenas lo conoces…

- Es obvio, es el salvador de nuestro mundo – explicó Seth con orgullo.

- ¿Y cómo estás tan seguro? – quiso saber entre risas.

- Pues por sus ojos, nunca antes había visto ojos así, no puede ser de este mundo.

Además, se le nota.

- ¿Se le nota?

- Su simple presencia denota solemnidad.

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La gitana echó un vistazo a Rudra y no pudo contener una risotada.

- De entre todas las palabras que utilizaría para describirle, solemne no es una de ellas.

Cavi, el cual se encontraba a la izquierda del carro, comenzó a reír a carcajada limpia y

Rudra se volvió con cara de pocos amigos, lo que provocó aún más risas en el grupo.

- Deberías aprender del chaval, él sí que sabe calar a la gente – comentó Rudra

indignado.

- Claro, ¡oh grandísimo guerrero! – se burló Rudy – tiene un increíble ojo avizor, sin

mencionar, claro, que está algo desorientado.

- ¿A qué te refieres? – dijo Seth sin saber muy bien de qué iba el tema.

- Pues que tu solemne guerrero, ni es guerrero ni es solemne, y mucho menos de otro

mundo.

Seth miró a Rudra atónito mientras que éste suspiraba con resignación.

- Ya te lo dije antes, soy de Shamballah. Pero sí que soy guerrero, señorita sabelotodo, y

además puedo patearte el culo cuando quieras para demostrarlo.

Las palabras de Rudra consiguieron enmudecer a la gitana pues, a pesar de sus continuas

burlas, era cierto que hacía tiempo resultaba cada vez más difícil de vencer en la batalla,

admitiendo en secreto, muy a su pesar, que incluso la había sobrepasado.

- Pero creí que eso era una excusa para zanjar el tema y que me olvidara… - el rostro de

Seth se entristeció – estaba convencido de que el guerrero legendario estaba entre vosotros, es

la única respuesta… así que es verdad que sois unos simples viajeros…

A pesar de la tristeza del muchacho, era mejor que pensara que todo era producto de su

imaginación; con suerte se deprimiría y decidiría volver a su casa, y así se ahorrarían tener que

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cuidar de él y preocuparse de que le contara a alguien más de lo necesario. Sin embargo, no

todo el mundo opinaba lo mismo.

- Yo no he dicho que el guerrero no esté entre nosotros, sólo que yo no soy.

Las miradas se posaron en Rudra con sorpresa mientras que al joven Seth se le iluminaba

de nuevo la cara.

- Perfecto… - musitó de pronto Roth, apareciendo por la derecha – ahora que parecía

que el niño se volvería a su casa, tú tienes que irte de la lengua…

- Es peligroso llevarlo con nosotros y que no sepa la verdad – señaló Rudra.

- Es más peligroso que la sepa – se quejó Roth enojado.

- Vamos, dale una oportunidad al chaval – dijo Rudra.

Roth miró al muchachito y después se volvió a su puesto resoplando.

- Yo no me hago responsable…

Seth miró al semielfo y, en un susurro, le formuló su nueva hipótesis a la gitana.

- ¿Es ese el guerrero?

- Bueno – Rudy miró a Roth – desde luego, tiene más papeletas que el campesino para

serlo – sonrió - pero no, no es él.

Seth paseó la mirada entre todos los presentes, analizando uno a uno a todos los candidatos.

Cada vez que señalaba a alguno, Rudy negaba con la cabeza. Iban quedaban menos aspirantes

al puesto y Seth se desorientaba más y más. Cuando ya apenas quedaban personas que

encajaran con el perfil que él tenía en mente, miró a la gitana dubitativo. Inmediatamente ella

negó con su cabeza.

- Por favor, dios me libre.

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- Entonces… ¿quién es? – suspiró - ¿acaso no está aquí? – de pronto una bombilla se

encendió en su cerebro - ¡claro! Como es peligroso, él os ha enviado a vosotros a buscar los

lithois.

- ¿Qué clase de guerrero salvador sería si se ocultara mientras otros hacen el trabajo

sucio? – Rudy sonrió – ella es mejor que eso.

- ¿Ella? – preguntó Seth cada vez más confuso.

- Sí, ella.

El muchacho se paró a pensar con cuidado en las palabras de la gitana. “Es una mujer”…

Esa afirmación rompía completamente sus esquemas, pero ¿por qué no? Al fin y al cabo, la

primera en derrotar al malvado había sido la gran reina blanca, una mujer. Sabiendo esto, Seth

miró a las mujeres del grupo, deteniéndose finalmente en aquella bella y extraña muchacha

que le había tendido la mano en el carro. Ella, vergonzosa y con la mirada baja, levantó la

mano como si de la hora de pasar lista en la escuela se tratara. A Seth se le desencajaron los

ojos de las órbitas ante semejante hallazgo. Emocionado, quiso cerciorarse.

- ¿Tú eres el guerrero?

- Eso dicen… - musitó Liz.

Seth saltó de su asiento, invadido por el júbilo, y comenzó a ametrallar de preguntas a la

pobre Liz. Estaba claro que ya no tenía escapatoria. A pesar de haber tratado de mantenerlo en

secreto, ya no tenía sentido seguir ocultándole la verdad, así que, una a una, fue respondiendo

como pudo a las preguntas del jovencito, que no fueron pocas. A cada respuesta, Seth

apuntaba en su libreta todos los detalles de los que hablara. Había preguntas sobre su mundo,

sobre cómo había llegado a Ádama, sobre los diferentes encuentros con el grupo actual…, en

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definitiva, sobre todo lo que al jovencito se le pudiera ocurrir. Sin darse cuenta, el día ya había

pasado y la noche había caído sobre aquellos parajes.

Como ya venían sospechando, la caravana no se detuvo, sino que prosiguieron la marcha

durante en la oscuridad. Cuando llegó el momento de retirarse a dormir, Seth todavía seguía

pensando en nuevas preguntas que hacerle a Liz. A pesar de estar agotada, era divertido ver al

muchacho tan emocionado, y hasta que el cansancio no lo doblegó no pudo dormir tranquila.

Todavía les quedaban varios días de viaje hasta llegar a las minas. Seth les aseguró que

tardarían al menos una semana en alcanzar su destino; sin embargo, puesto que apenas se

detuvieron más que para que los animales descansaran y se alimentaran, atisbaron las

montañas al cuarto día desde su partida. Aún habiendo todavía un largo trecho antes de llegar,

los ánimos mejoraron al poder contemplar al fin la meta.

El viaje había resultado bastante ameno gracias a la presencia de Seth, cuya curiosidad y

naturalidad le permitió entablar una buena relación con casi todos los integrantes del grupo,

interrogando uno a uno a cada miembro durante el camino. Incluso Sadhu se había animado a

contarle alguna que otra historia. Los únicos que no se mostraron demasiado comunicativos

fueron Lha y los semielfos. Roth no parecía demasiado a gusto por la presencia del jovencito,

y claro, sus inseparables guardaespaldas no podían tomar una actitud diferente a la suya. Lha,

por su parte, permanecía indiferente hacia Seth y cualquier otro componente del grupo; lo

ignoraba cada vez que se trataba de acercar a él, por lo que el muchacho terminó dándose por

vencido y se centró en el resto de personas.

Cuando el día se acercaba a su fin, aún se encontraban lejos de las montañas, por lo que

decidieron hospedarse en una de las posadas situadas junto al camino. Rudy estaba

emocionada pues por fin podría dormir en condiciones. A pesar de estar acostumbrada a viajar

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con frecuencia, odiaba hacerlo durante la noche y tener que dormir en el carro en movimiento.

Y no era la única en alegrarse por el parón. Tanto Cavi como las hermanas manifestaron su

entusiasmo por poder estirar las piernas y, aunque no lo mostraran abiertamente, los demás

también parecían contentos con el descanso. Durante el día habían pasado cerca de un poblado;

sin embargo, no se veían otras construcciones por esos lares más que la pequeña hospedería.

Cuando entraron, comprobaron que tampoco había gran cantidad de huéspedes en ella. En

la sala principal, en cuyo interior había una barra y varias mesas, sólo se encontraban

presentes el que parecía el dueño, pues permanecía de pie tras la barra atendiendo al resto, un

par de trabajadores y otras tres personas más.

Roth, seguido por Dwija y Brill, se acercó a él mientras el resto esperaba fuera, observando

desde la puerta. El hombre, mostrando gran alegría, asintió efusivamente ante las palabras del

semielfo mientras se frotaba las manos y dirigía una rápida mirada a entrada. Llamó a una de

las camareras y ésta enseguida salió de la sala por una portezuela en el fondo. En apenas unos

instantes, dos hombres aparecieron por la misma puerta que desapareciera la mujer y se

dirigieron a la salida, abriéndose paso entre el grupo y ocupándose de los caballos y los carros.

Roth indicó al resto de viajeros con la cabeza que se encaminaran al interior del lugar para

reunirse con él. Cuando estuvo más cerca, Liz pudo observan en detalle al dueño del lugar.

Era un hombre regordete y sin demasiado pelo en la parte superior de la cabeza, dejando al

descubierto una clavilla de monje, como dirían en su tierra. Respondía al nombre de Luke.

Mostró sin reparo la enorme felicidad que sentía al recibir a un grupo tan numeroso de

huéspedes de una tirada pues, a parte de los mineros de las montañas que pasaban por allí de

camino a ver a sus familias o de vuelta al trabajo, no recibían demasiadas visitas en la posada,

y era aún más extraño acoger a señoritas tan hermosas como ellas, según él.

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A pesar de que aquel lugar en nada se parecía a la mansión de Verónica, no estaba tan mal,

y Luke se encargaba de hacer acogedora y amena la estancia. Además, era un gran cocinero y

todos disfrutaron de una suculenta cena, sin faltar, claro, la bebida; al fin y al cabo, los

huéspedes habituales eran mineros.

Los que en ese momento se hospedaban allí se unieron al grupo para comer. Resultaron ser

tremendamente agradables. En total eran tres. El más grande se llamaba Thor y era incluso

más grande que Sadhu, pero mucho más hablador y risueño; no paraba de reír y reír por

cualquier cosa. Debía de tener unos cuarenta y muchos años; sin embargo, aún le quedaban

fuerzas de sobra para trabajar en las minas. Había trabajado allí desde que cumpliera los

quince años y las consideraba su hogar. Vivía, como la mayoría de los trabajadores, en el

poblado al pie de las montañas. En ese momento se encontraba de camino a su pueblo natal,

pues había recibido la triste noticia de que su padre había fallecido; no obstante, eso no

conseguía paliar su buen ánimo. Su hijo, Cratos, lo acompañaba en su viaje. La verdad es que

se notaba a la legua que eran familia, ya que el más joven era la viva imagen de su padre, y no

sólo físicamente, sino que también había heredado su buen humor.

El último de los mineros se llamaba Furst. Era menos dicharachero que sus compañeros,

pero seguía siendo agradable. Llevaba diez años trabajando en las minas y volvía de visitar a

su madre enferma.

Parecía ser que la única razón por la que los trabajadores se tomaban un descanso era como

consecuencia de malas noticias; sin embargo, eso no les quitaba la alegría.

Thor les explicó que el trabajo era muy duro allí y nunca sobraban hombres, por lo que no

se concedían permisos a menos que hubiera una emergencia, normalmente relacionadas con

enfermedad severa o la muerte. A pesar de ello, la vida no era mala, había lugares peores,

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decía el hombre. Los enanos pagaban bien, y mientras el trabajo se hiciera, no molestaban;

incluso les permitían traer a sus familias a la aldea y no tenían que pagar por las viviendas. Sin

embargo, no eran demasiado amigables con los humanos y tenían reputación de huraños y

ariscos. Su mayor preocupación era el trabajo, en especial si estaba relacionado con piedras

preciosas, por lo que la mayoría eran mineros, herreros o artesanos. Casi todos habitaban en

las minas en Amentis y los que vivían en otros reinos residían alejados de las poblaciones, en

las montañas o los bosques.

El tiempo pasó veloz con la charla mientras disfrutaban de los deliciosos platos de Luke y

la refrescante bebida, e incluso las féminas se animaron a tomar un par de tragos, sobre todo

Rudy, quien bebió casi más que los hombres. En un momento de la noche, sin saber muy bien

cómo se llegó a aquella situación, se vio envuelta en un duelo mano a mano con varios de los

hombres presentes. Rudra fue el primer derrotado, cayendo redondo sobre la mesa. Cavi e

Enoch tuvieron que llevarlo derechito a la cama, seguidos por el joven Seth. Después de verlo,

muchos se echaron atrás y sólo un par de mineros osaron retar a la gitana, sin éxito, pues

acabaron demasiado borrachos como para poder continuar bebiendo, autoproclamándose la

gitana vencedora del evento y celebrándolo a grito pelado con más bebida. Incluso Luke se

mostró sorprendido por la gran cantidad de alcohol que la mujer podía llegar a ingerir; sin

embargo, al terminar, apenas podía mantenerse en pie y tuvo que ser Vlad quien la llevara a su

habitación en volandas. Al poco rato, el resto del grupo se retiró a sus respectivos dormitorios

para descansar.

Cuando Liz y las hermanas llegaron a su dormitorio, Rudy roncaba en una de las camas

mientras Vlad permanecía sentado a su lado. Liz se percató de la dulzura con la que el gitano

miraba a su compañera dormida y no pudo evitar sonreír. Al escucharlas, se volvió y se

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incorporó sobresaltado, encaminándose a la salida sin mediar palabra. Ya en la puerta, se

despidió y se marchó. Las hermanas rieron disimuladamente mientras Liz seguía sonriendo.

Una a una, se cambiaron y se acostaron con la esperanza de dormir hasta que su cuerpo

decidiera que ya había tenido suficiente descanso; sin embargo, no tendrían tanta suerte.

Apenas empezaba a asomar el sol cuando un tremendo estrépito despertó a Liz.

Sobresaltada, se acercó corriendo hacia la ventana mientras las dos hermanas la miraban

medio dormidas. Abrió las cortinas, dejando entrar algo más de luz, lo que la obligó a cubrirse

los ojos un instante, y cuando se adaptó a la claridad vio con asombro a un enorme animal,

igual que el que viera de camino a la capital, seguido de tres más de tamaño algo menor. El

primero corría sin jinete mientras que los otros tres eran guiados por varios hombres a sus

lomos.

A pesar de no ser la primera vez en ver dichos ejemplares, no podía evitar seguir fascinada

ante la existencia de tales criaturas. A cada uno de sus pasos, la tierra temblaba bajo sus pies e

incluso allá, en la posada, los muebles se tambaleaban al ritmo de cada pisotón. Rudy gruñó

malhumorada mientras se volteaba en su cama, provocando en las hermanas una risilla que

sonó al unísono, como si de gemelas se tratasen.

Las bestias se detuvieron a las puertas del lugar y sus jinetes se adentraron en la posada, no

sin antes dejar bien amarradas sus monturas. Liz, emocionada, se cambió en un abrir y cerrar

de ojos y decidió bajar a investigar, seguida por Dhyana, mientras que Sephira se quedó en la

habitación con la gitana.

Ya en la cantina, atisbó en la barra a los recién llegados. Eran un total de tres, o mejor

dicho, dos y medio, pues mientras que dos de ellos eran altos y corpulentos, el tercero era casi

de la mitad de tamaño que los demás, aunque no por ello menos robusto. Éste último debía de

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316

tratarse del jefe, pues los otros lo seguían cual sombras, sin intervenir en ninguna de las

conversaciones. Aunque claro, con esa cara de pocos amigos, cualquiera se atrevía a

interrumpirlo. Su nariz era grande y redonda, y sus cejas pobladas y oscuras. La barba le

llegaba hasta el pecho y sus ropajes se veían de mucha mejor calidad que los de sus

acompañantes. Enseguida supo que se trataba de un enano, y no precisamente por su tamaño,

sino por su carácter, pues verdaderamente hacía justicia a la reputación que se les daba; sin

embargo, Luke lo trataba de igual manera que los hubiera tratado a ellos la noche anterior,

sonriente y amable, sin ofenderse lo más mínimo ante el tono brusco y prepotente de aquel

corto hombrecillo.

Mientras discutían algo en la barra, Liz se deslizó sigilosamente hacia el exterior de la

posada, seguida por Dhyana, quien repetía sin parar que volvieran al cuarto, tratando de no ser

escuchada más que por ella. Pero Liz hizo caso omiso y salió del lugar sin ser vista por nadie.

A varios metros se encontraban los behemoths, pastando plácidamente bajo el sol. Vistos

de cerca eran más magnificentes de lo que jamás hubiera imaginado. Dhyana la agarró por la

manga en un intento de hacerla volver al interior, pero Liz se encaminó al lugar donde

reposaban las bestias.

El más grande de ellos, que se encontraba atado a varios postes, levantó la mirada ante la

presencia de la joven. Ésta se detuvo en seco. La doncella a su espalda saltó hacia la pared

aterrada mientras suplicaba a la muchacha que volviera, pero Liz se encontraba sumergida en

la mirada de la criatura. Toda su inseguridad o miedo desaparecieron mientras observaba

aquellos acuosos ojos de color azabache, invadida por la emoción. Muy despacio se fue

acercando a la bestia, la cual la miraba con calma mientras rumiaba un puñado de hierbajos.

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317

Los otros tres levantaron la vista con curiosidad para observar la escena, sin moverse de su

sitio.

Cuando se encontraba a escasos metros de distancia, extendió su brazo en dirección al

behemoth mientras éste mantenía su atención fija en ella. Levantó su trompa y la posó junto a

su palma, acariciándola Liz con suavidad. Al contrario de lo que había imaginado, era

aterciopelada, no rugosa ni áspera. No sabía si la trompa de un elefante se sentiría igual, nunca

había estado cerca de una; pero el tacto del behemoth era suave y deslizante. El animal emitió

un gemido de placer ante el tacto de la joven, lo que la hizo sonreír. Era incapaz de expresar

con palabras lo que sentía en ese instante, comprobando con su propia mano que aquella

fantástica criatura, digna de las mejores novelas de ficción, era de carne y hueso, tan real

como ella misma.

En ese momento se escuchó un grito a su espalda y en un instante, toda esa magia se

esfumó. El animal, asustado, alzó la trompa al tiempo que se ponía a dos patas. Liz se cubrió,

esperando la arremetida, cuando alguien se interpuso entre ambos, bloqueando el ataque de la

bestia. El behemoth, encabritado, se liberó de las cuerdas por la fuerza y se alejó de la pareja

mientras los tres hombres corrían hacia él para calmarlo. Liz miró aún temerosa a su salvador,

agradeciéndole su ayuda, y cuando se volvió, comprobó que se trataba de Rudra, quien la

miraba enojado.

- ¿Se puede saber qué estabas haciendo?

- Yo… sólo quería…

En ese momento apareció a su espalda el dueño del grito que provocó todo.

- ¿Qué demonios pretendes, niña? – gruñó con rudeza el enano - ¿intentas herir a mi

animal?

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318

- ¡No! Sólo… sentía curiosidad…

- ¡¿Curiosidad?! – chilló aún más enojado - la curiosidad mató al gato. ¡No lo olvides!

Dichosos humanos…

Y sin más, se marchó mientras seguía maldiciendo por el camino. Los hombres habían

conseguido calmar a las bestias más pequeñas, pero el grande aún seguía bastante exaltado. El

enano sacó algo de su zurrón y lo esparció en su hocico. Acto seguido el behemoth se mostró

aturdido y manso, pudiendo echarle varias cuerdas al cuello por fin. Una vez bajo control,

amarraron a los otros tres y, tras montar, desaparecieron entre tumbos. Rudra agarró a la

muchacha por los hombros y la inspeccionó.

- ¿Estás bien? ¿Estás herida?

Ella negó con la cabeza, avergonzada. En ese momento aparecieron por la entrada de la

posada Roth y los demás. Dhyana corrió hacia la muchacha entre lágrimas y la abrazó, pero

enseguida Liz consiguió calmarla.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó Roth.

- Eso quisiera saber yo… - inquirió Rudra mientras miraba a Liz.

Ella se encogió de hombros.

- Yo sólo sentía curiosidad… no iba a hacerle daño ni nada…

- Pero él te podría haber hecho daño a ti – aclaró Luke entre el tumulto – el grandote

acaba de ser capturado y aún no ha sido amaestrado. Podría haberte matado – el espanto se

reflejó en el rostro de los presentes ante tal idea - aunque los behemoths son fáciles de domar

y muy mansos una vez se habitúan a las personas, en estado salvaje pueden resultar letales.

Liz permaneció en silencio, pensativa.

- Pero… en ningún momento se ha mostrado violento…

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- ¿Y cuando te atacó, qué? – apuntó Rudra enojado

- Eso es porque estaba asustado… no sentí ningún peligro cerca de él antes… al

contrario…

- De todas maneras, si no está amaestrado, ¿cómo es que se ha mostrado tan dócil con el

enano ese? – preguntó Rudy.

- A los enanos no sólo les interesan los minerales por su brillo y su prestigio, también

saben explotar muy bien sus componentes – explicó Luke - se dice que cada roca tiene

propiedades especiales, capaces de crearse las pociones más poderosas con ellas, convirtiendo

incluso a la bestia más letal en un perrillo faldero.

Roth enseguida se acercó a la joven, serio.

- Lo que acabas de hacer es muy peligroso, ¿lo entiendes?

Liz bajo la mirada afligida y sin articular palabra alguna. Rudra se interpuso entre ambos.

- Bueno, bueno, en cualquier caso, no ha pasado nada, así que lo mejor será que

comamos algo y prosigamos nuestro camino – dijo con una sonrisa algo forzada.

Roth lo fulminó con la mirada y dio media vuelta en dirección a la posada, seguido por los

demás. Los últimos en moverse fueron Liz y Rudra, quien seguía el camino del semielfo con

mirada seria.

- Lo siento…

El muchacho se limitó a posar una mano sobre su cabeza con una sonrisa, encaminándose

juntos hacia la posada.

Ya en el interior, los ánimos parecieron calmarse a lo largo del desayuno. Rudy estaba

resacosa y de muy mal humor, aunque orgullosa de su victoria la noche anterior. Una vez

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terminaron, prepararon todo lo necesario y se dirigieron de nuevo hacia las minas, uniéndose

Furst al grupo. Se alegró de no tener que realizar el viaje en solitario, y durante el camino

demostró no ser tan serio como pareciese.

No se volvió a hacer mención alguna sobre el incidente de la mañana y Seth se encargó de

hacer más ameno el viaje pues, al tener a un nuevo miembro en el grupo, le acribilló a

preguntas de todo tipo, tomando notas en su libreta a cada rato. Antes de partir, decidieron

omitir el cometido de su viaje y evitar delatar la identidad de ninguno, y más de uno temía que

el muchachito se fuera de la lengua; pero para sorpresa de todos, Seth fue digno de confianza

y no dejó escapar ninguna palabra comprometedora.

Hacia el medio día atisbaron un cúmulo de casas situadas al pie de las montañas. De cerca,

la sierra se veía mucho más inmensa de lo que parecían desde la lejanía. Liz jamás había visto

cumbres tan elevadas más que en los documentales, y por la cara de los demás, no era la única

sorprendida por el descomunal tamaño de aquellos picos. Furst les explicó que las minas se

extendían por el interior de toda la cordillera, creando infinidad de laberintos. Al pie de las

montañas se encontraban las viviendas de los trabajadores, mientras que en el interior mismo

habitaban los enanos, siendo conocido su hogar como “el mundo subterráneo”.

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EL MUNDO SUBTERRÁNEO

Se adentraron en el poblado de los mineros pasada la media tarde. Furst se ofreció a dar

asilo a varios de los viajeros, asegurando que el resto cabrían de sobra en la casa de Thor. Si

se podía decir algo bueno de los enanos es que eran generosos con sus trabajadores, y las

casas que les proporcionaban no tenían nada que envidiar a las de las aldeas vecinas o incluso

a las de la ciudad. Además, cuanto mayor rango conseguía un trabajador, mejor era el

alojamiento del que disponía.

Al parecer, Thor había obtenido a lo largo de los años muy buena reputación y disfrutaba

de una casa casi tan grande como la posada de Luke. Sin contar las habitaciones ocupadas por

sus cinco hijos y su esposa, aún quedaban tres dormitorios libres. Furst, por su parte, había

conseguido ascender con bastante rapidez y, aunque su rango no era tan elevado como el de

Thor, no podía quejarse. En su casa, además de su mujer y sus tres hijos, quedaban un par de

habitaciones más, así que el grupo se repartió entre las dos casas. Pasarían la noche allí y por

la mañana solicitarían a los enanos permiso para cruzar las montañas.

Tras los arreglos necesarios, el grupo se dividió de la siguiente manera: las cuatro mujeres

dormirían en la casa de Thor junto con cinco de los hombres: Roth, Dwija y Brill en una

habitación, y Rudra y Seth en otra. En casa de Furst se quedarían el resto: Vlad, Lha y Sadhu

por un lado, y Kabirim, Enoch y Cavi por otro. Rudy le comentó a Liz al oído entre risas lo

interesante que resultarían las conversaciones en el grupo de Vlad. Ésta los miró y no pudo

evitar dejar escapar una risita al mismo tiempo que se cubría la boca. Verdaderamente,

ninguno se podía describir como demasiado hablador.

La mujer de Thor era tan adorable y dicharachera como su marido, y los acogió con

enorme entusiasmo y cariño, ordenando a sus hijos que se hicieran cargo de todo. Tenían

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cinco en total: el más mayor era Cratos, que acompañaba a su padre en su viaje y debía tener

un par de años más que Liz; después venía Leila, una jovencita de más o menos la misma edad

que Dhyana, y continuación estaban los gemelos, Roddy y Zack, de una edad similar a la de

Seth; y por último, la pequeña Azura, de unos diez años de edad. Se notaba de quien eran hijos

con sólo verlos.

En la casa de Furst, el recibimiento también fue agradable. Trisha, su mujer, era tímida

pero muy amable y enseguida ayudó a los viajeros a que se instalasen. La pareja tenía tres

hijos pequeños: el mayor, Benjamin, debía de tener unos siete años, y había heredado la

personalidad de su madre, escondiéndose tras ella a cada segundo, aunque entre risitas. Sin

embargo, el pequeño Timothy, de unos tres o cuatro años, era más amigable y pronto se lanzó

a los brazos de los desconocidos para jugar; finalmente estaba la diminuta Karen, quien

apenas acababa de aprender a dar sus primeros pasos. Era la viva imagen de su madre, con sus

enormes ojos pardos, y nada más ver aparecer por la puerta a su padre, se embarcó en un

intento fortuito por alcanzarlo, lleno de caídas y golpetazos, pero siempre con una dulce

sonrisa en su carita. Él la estrechó entre sus brazos en cuanto consiguió alcanzarlo.

Antes de la cena, Liz decidió dar un paseo por el poblado acompañada por Rudy y las

demás. Rudra se quedó a ayudar a Estela, la mujer de Thor, a preparar las cosas, y Seth con él,

por supuesto. Estela debía de recordarle a su propia madre, pensó Liz, y cayó en la cuenta de

lo mucho que la debía de extrañar. Eso le hizo pensar en la suya y en cómo estarían allá en su

mundo, entristeciéndola; pero sus acompañantes no le dejaron tiempo para estar triste. Roth y

sus dos compañeros se unieron al paseo, y así, los siete se perdieron por las callejuelas del

poblado.

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Por otra parte, en casa de Furst, cada uno ayudaba como podían a preparar todo para la

cena; algunos atendían a los niños y otros ayudaban Trisha con la cocina.

Era increíble lo alegres que parecían todos en aquel lugar. Liz se imaginaba a gente sucia y

mal alimentada, triste y explotada deambulando por las calles, como en las películas de

mineros que ponían en la tele; sin embargo, las gentes que poblaban aquellas calles distaban

mucho de esa imagen que se había creado.

Los niños correteaban con los perros por doquier y las mujeres charlaban en los puestos de

alimentos de la plaza principal. No había carros transitando y la gente se movía a pie. Las

casas eran individuales, de dos o tres pisos, y los caminos no tenían asfalto sino que estaban

cubiertos por arena y polvo. Había algún que otro árbol, pero el verde no era un color que

abundase en el lugar más que en las ventanas de las casas o los maceteros de las entradas.

También se podía apreciar si los residentes eran mejor o menor allegados por el tamaño y el

aspecto exterior de las viviendas, aunque ninguna se podía describir como descuidada, al

contrario, todo el pueblo se veía limpio y lleno de vida.

En cierto modo le recordó al pueblecito de Shamballah, cerca de la casa de Rudra, aunque

éste era algo más grande y con casi el doble de habitante, rodeado por un paisaje muy

diferente de aquél; pero aún así desprendía la misma aura de sencillez y serenidad.

Compraron un par de cosas para la cena y las mujeres se hicieron con algún que otro

abalorio. Liz se percató de que no había ni un enano por los alrededor, corroborando lo que

Thor les explicara en la posada: los enanos y los humanos no se juntaban más que para

cuestiones de trabajo.

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Había un camino que conducía a lo alto de las montañas. Los mineros deberían andar un

largo trecho antes de llegar a su lugar de trabajo cada mañana, pues la entrada de la mina

apenas era perceptible por el ojo humano desde donde se encontraban.

Estando aún en el mercado, sin haber anochecido todavía, una trompeta sonó desde lo alto

de la montaña. Todas las mujeres se reunieron alegres al pie del camino mientras los hombres

comenzaban a asomar allá a lo lejos, camino de vuelta a casa. Tardaron un largo rato en llegar,

pisando por fin el poblado cuando ya apenas había luz.

Tras la calurosa bienvenida de sus familias, toda la gente se fue desperdigando a sus

respectivas casas para disfrutar de una suculenta y bien merecida cena. El grupo de recién

llegados hizo lo propio, encaminándose a la casa en la que se hospedarían aquella noche,

donde Estela los recibió con un banquete digno de un rey.

Después de cenar, charlaron sobre su viaje. En un momento dado, pero no inesperado,

Estela les preguntó por el motivo de su visita al lugar y a dónde se dirigían. Roth, muy

perspicaz, enseguida respondió de manera muy convincente con la misma historia que les

soltara a los mineros en la posada de Luke. Liz se preguntó entonces como les estaría yendo a

los otros en la casa de Furst; puesto que ya conocían la supuesta historia, no deberían tener

problemas. Además, dudaba que la conversación fuera tan amena como la que ellos estaban

teniendo. En ese momento se cruzaron por su cabeza los rostros de Sadhu, Lha y Vlad, y no

pudo evitar dejar escapar una risita.

Estela, una vez satisfecha su curiosidad, no volvió a preocuparse por el tema y prosiguió

charlando hasta que finalmente se retiró junto a sus hijos para descansar. También ellos

decidieron acostarse temprano, pues no sabían lo que les esperaría a lo alto de la montaña.

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A la mañana siguiente, cuando aún no había asomado el sol, una trompeta resonó en el

lugar, despertando a cuantos habitaban el poblado. Era la señal de que un nuevo día de trabajo

comenzaba.

Las hermanas se levantaron al instante, mientras que Liz apenas se incorporó en la cama

con los ojos legañosos. Rudy, por su parte, se dio media vuelta entre quejidos, demostrando su

poca predisposición a salir de la cama. A los pocos minutos alguien tocó a la puerta de la

habitación. Dhyana la abrió y encontró a un animado Rudra al otro lado, junto a su joven

acompañante. En un abrir y cerrar de ojos se había colado en la habitación y tiraba de la gitana

para que saliera de la cama. Ésta le asestó un almohadazo en la cara muy malhumorada

mientras le maldecía a gritos, pero él no estaba dispuesto a rendirse y prosiguió en su intento

por sacarla, esquivando los golpes que le lanzase. El buen espíritu no tardó en contagiarse al

resto de los presentes, quienes reían a carcajadas ante la cómica escena.

Al poco rato apareció Roth por el umbral de la puerta, seguido de Brill y Dwija. Miró muy

seriamente a la pareja que se peleaba a almohadazos y con un “críos” se marchó escaleras

abajo.

Entre risas, Sephira y Dhyana echaron a empujones al muchacho de la habitación para

poder cambiarse sin mirones. Tras la gresca, Rudy ya estaba totalmente despierta, así que, aún

de mal humor, se levantó y comenzó a asearse como el resto. Cuando estuvieron listas,

bajaron a desayunar.

Estela se había encargado de prepararlo todo y esperaba, junto a los hombres del grupo, a

que bajaran las cuatro. Sus hijos aún dormían, pues para ellos todavía era temprano, y no se

levantarían para ir a la escuela hasta que amaneciera.

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Una vez terminado el desayuno, se despidieron de la mujer, agradeciéndole enormemente

su amabilidad y se reunieron con el resto del grupo en la calle. Subirían a las minas con los

trabajadores y allí solicitarían una audiencia con los enanos para poder cruzar en dirección a

las montañas.

Era increíble el gran número de trabajadores que cada mañana se encaminaban hacia las

minas, y al parecer, en cada zona había poblados diferentes de mineros para explotar distintas

áreas. Resultaba casi imposible hacerse una idea de la cantidad de gente que trabajaba allí, sin

contar a los propios enanos que poblaban el lugar.

Antes de que llegaran, Liz se preguntó si tal vez Kabirim hubiera vivido en su juventud en

aquel pueblo con el resto de mineros, cuando él también era uno de ellos. No obstante, por su

poco entusiasmo y su falta de interés dedujo que habría residido en otra zona, o que tal vez

deseaba olvidar aquel tiempo de duro trabajo y centrarse en su nueva vida como aprendiz del

maestro. De todas maneras, no parecía conocer a nadie ni tampoco hizo mención alguna de

nada, así que se abstuvo de preguntar.

Después de un largo rato, cuando el sol asomaba ya por el horizonte, llegaron a la entrada,

donde un hombre los detuvo en su avance.

- Vosotros no sois de por aquí, ¿cuál es vuestro propósito? ¿Deseáis trabajo?

Roth sería el que hablaría en nombre del grupo.

- Somos viajeros. Nos dijimos a las montañas del norte.

Los murmullos se extendieron entre los presentes.

- No hay nada en ese lugar. Os sugiero que desandéis vuestros pasos y retornéis al país

del que venís.

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- Lo siento, pero no podemos permitirnos hacer eso – explicó Roth en tono solemne –

nuestra misión es de alta prioridad – sacó uno de los salvoconductos que el maestro les

hubiera dado – solicitamos audiencia con el responsable de esta mina.

- Los enanos no ofrecen audiencias. Ese rollo de papel viejo no va a servirte de nada

aquí.

- Si me permitís hablar con el encargado, podré explicarle sin demora el motivo que nos

empuja a presentarnos de forma tan repentina en este lugar.

- Ya os lo he dicho. Los enanos no ven a nadie.

- El venerable Dvergar lo hará – una voz se alzó de entre los ocupantes del grupo. Era

Kabirim – si le avisas, claro.

- ¿Qué sabrás tú? – el hombre estaba visiblemente enojado.

- Decidle que Kabirim el Gordina está aquí.

El guarda titubeó al principio, conmocionado por aquellas palabras, y finalmente aceptó

dejarlos reunirse con el capataz. Un grupo de trabajadores se acercó a donde se encontraban.

- Estos hombres os escoltarán hasta el lugar de reunión. Deberéis esperar allí hasta que

el responsable llegue. Se os prohíbe deambular por los alrededores y deberéis permanecer en

el lugar indicado sin excepción.

- Gracias por vuestra amabilidad. Os aseguro que cumpliremos con lo estipulado – dijo

Roth mirando de reojo a Kabirim, sin que éste añadiera nada.

El hombre se limitó a indicarles que circularan con la mano y prosiguió en su misión de

vigilar la entrada desde su puesto.

Así, el grupo fue escoltado al interior de las minas. Para su sorpresa, el lugar era mucho

más amplio de lo que habrían esperado. El interior de la montaña parecía haber sido extraído,

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deshaciéndose de lo inservible y conservando sólo lo explotable. Como consecuencia, los

muros, dispuestos de manera discontinua, se alzaban hasta donde se perdía la vista, sin llegar a

ver ninguno de los extremos hacia arriba o abajo, creando una red de grutas por todo el lugar

dispuestas a modo de rombo irregular, para dejar en el centro un enorme espacio cuya altura y

profundidad se perdían en el infinito, sin llegar a dejar pasar siquiera la luz de sol, como si del

interior de una gigantesca colmena se tratara.

En las alturas, diferentes caminos suspendidos en el aire conectaban las salas. Daba pánico

sólo de pensar en la posibilidad de tropezar y caer en el abismo; sin embargo, los puentes de

tierra eran lo suficientemente anchos y resistentes como para soportar el peso de diez

behemoths, por lo que un puñado de humanos no supondrían ningún problema. Además, había

redes estratégicamente colocadas a los laterales de los puentes para evitar pérdidas

innecesarias. De las paredes colgaban lo que se podrían llamar ascensores que conectaban

distintos pisos, aunque el medio más usual para transitar de unos a otros eran las escaleras a

los lados.

El ruido de las palas y los diques rechinando contra las rocas hacían eco por todo el lugar.

En los diferentes niveles había espacios más amplios donde los mineros extraían las piedras

preciosas de las paredes de la montaña. Los behemoths ayudaban a cargar la mercancía,

conduciéndola a los recintos donde las rocas serían examinadas, separadas y valoradas por los

enanos para después venderlas a diferentes ciudades y países. Aquel lugar era en verdad algo

fuera de la imaginación humana.

Se adentraron en una de las grutas que conducía a una estancia gigantesca. Se notaba que

no estaba destinada a los trabajadores, pues estaba decorada en exceso con relucientes

abalorios y muebles dignos de un marqués.

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Los hombres se limitaron a esperar en la puerta mientras indicaban a los viajeros que

entrasen. Uno de ellos desapareció. Tras un rato esperando, entraron en escena dos enanos

bien arreglados. No parecían trabajar en la mina de manera directa, sino que más bien se

dedicaban a dirigir desde lo alto, sin ensuciarse las manos. Uno de ellos era de considerable

edad: sus cabellos eran de color ceniza, al igual que su larga barba, y las arrugas hacían meya

en sus facciones; aunque no se pudiera decir que fuera excesivamente viejo, sí estaba ya

entrado en edad. Su semblante era sereno y solemne, por lo que enseguida dedujeron que el

rango que ocupase debía de ser elevado en la jerarquía de su gente. El otro era más joven y se

presentaba más desaliñado y menos formal. Debía de ser el capataz. Sus cabellos eran de color

castaño y, como la gran mayoría de los enanos, su rostro no denotaba demasiada amabilidad.

- Bienvenidos viajeros – saludó el más anciano – mi nombre es Dvergar y soy el

responsable de este sector de las minas. Éste es mi hijo Harald, capataz del lugar.

El enano más mayor le echó una mirada a Kabirim y sonrió, mientras que al otro se le

endureció el semblante.

- Qué sorpresa verte por aquí, querido amigo – Kabirim se adelantó e hizo una leve

reverencia – parece que el tiempo pasado en el desierto ha amansado algo a la fiera.

- No crea – respondió por lo bajo con una sonrisa.

- ¿Terminaste ya tu entrenamiento y has decidido traer compañía contigo?

- No creo que ninguno consiga sobrevivir ni dos segundos en este lugar – rió el

hombretón.

En ese momento Roth se adelantó e hincó una de sus rodillas en el suelo en señal de

respeto hacia sus recibidores.

- Gracias por atendernos.

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El anciano centró su atención en el semielfo.

- Vuestra inesperada visita es cuanto menos intrigante. Tengo entendido que deseáis

cruzar las minas en dirección a las tierras del norte.

- Así es, venerable Dvergar. Necesitamos llegar a las montañas conocidas como los

dientes del dragón.

- Las tierras que se extienden en el norte son peligrosas y la supervivencia de los que

osan adentrarse en ellas es casi nula – apuntó el viejo pensativo - ¿cuáles son los motivos que

os empujan a arriesgar vuestras vidas de tal manera?

- El gran Maharshi nos envía.

Dvergar reaccionó de inmediato al oír el nombre del maestro de Roth. Parecía que el

hechicero era bien conocido por todos los pueblos de aquel mundo. Era de esperar, tratándose

de uno de los guerreros sagrados de la antigua cruzada.

- Era de esperar viendo a Kabirim aquí – sonrió - si el mago del desierto está detrás de

esto, debe haber una buena razón. Sin embargo, no es motivo suficiente para dejaros pasar. A

menos que conozca los detalles exactos de vuestra demanda, es difícil que pueda acceder a

vuestro ruego.

Roth suspiró con desánimo. Creyó que con sólo mencionar al maestro podrían pasar sin

más explicaciones, pero los enanos no eran tan fáciles de convencer. Esta vez no había más

remedio que decir la verdad.

- La verdad es, venerable Dvergar, que el motivo que nos lleva a las montañas del norte

es la posible existencia de un fragmento de lithoi en su interior.

Ambos enanos se sorprendieron ante las palabras del viajero.

- ¿Cómo estás tan seguro?

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- En nuestro grupo contamos con una vidente que asegura haberlo visto en su visión.

Rudy se sobresaltó al escuchar su mención. Roth la miró y con un gesto le indicó que se

acercara, pero ella no parecía demasiado por la labor. Con la cabeza gacha, miraba de reojo al

semielfo, quien parecía cada vez más enojado. Tuvo que ser Rudra quien a empujones la

sacara del grupo. A regañadientes, se adelantó y asintió con timidez.

- Eso es lo que vi… creo…

La pareja de enanos la observó cuidadosamente, haciendo que se sintiera aún más

incómoda ante la situación. Después, pasearon la vista por el resto del grupo, deteniéndose en

cada uno de ellos. Liz se encontraba algo más rezagada, oculta, pues Roth le había ordenado

evitar en la medida de lo posible delatar su identidad. Si no era necesario, deseaban omitir ese

pequeño detalle. Dvergar volvió a centrar su atención en Rudy.

- Una gitana… parece que habéis encontrado a una buena visionaria para vuestro viaje –

comentó - ¿y por qué deseáis encontrar dicho fragmento? Si no es indiscreción… - una sonrisa

picarona se dibujo en su cara.

Todos guardaron silencio. Había llegado el momento que tanto habían deseado evitar. Roth

cogió aire y se dispuso a salir al paso como pudiere.

- Como ya supondréis, sólo hay un motivo por el que desearíamos buscar los fragmentos

de lithoi.

- Ya lo imaginaba. Ese rayo en el cielo sólo podía significar una cosa – musitó

pensativo – el guerrero legendario ha regresado a esta tierra.

- En efecto – asintió Roth – y es por ello que mi maestro nos envía a recolectar los

fragmentos mágicos.

- ¿Y dónde se encuentra el guerrero?

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Roth guardó silencio un instante antes de contestar.

- Desafortunadamente, es muy peligroso para alguien tan importante viajar dadas las

circunstancias, por lo que se encuentra con mi maestro, entrenando para la batalla.

- Vaya… - murmuró con desilusión – es una pena…

- Dice bastante poco de la persona que se supone es nuestro salvador que se oculte con

el rabo entre las piernas en un lugar seguro mientras otros hacen el trabajo sucio – intervino de

pronto Harald de forma notoriamente despectiva – debe de ser un auténtico cobarde. Claro

que, después de lo bien que lo hizo su predecesor, no me extraña que se esconda.

Rudra reaccionó enfurecido y apunto estuvo de adelantarse y golpearlo en la cara, pero sus

compañeros lo detuvieron. Roth le dirigió una mirada fulminante, pero el enano apenas se

inmutó y la reacción del mago lo engrío aún más, mostrando una sonrisa medio torcida

bastante perversa. Su padre, bastante más diplomático, intervino para clamar los humos.

- Disculpad a mi hijo. No tiene demasiado tacto en el trato con desconocidos. Sin

embargo, no puedo negar que sus palabras guardan cierto grado de verdad – el enano se

mostró entristecido – la tierra llora desde sus entrañar y los animales y plantas mueren por

culpa de la plaga que asola este mundo. Puedo sentirlo desde mis adentros… el fin está

próximo… es por eso que cuesta confiar en alguien que se oculta mientras otros luchan en su

lugar.

- Tiene razón…

Una voz se alzó entre los componentes del grupo y, de entre ellos, una joven encapuchada

se adelantó al espacio donde estaba teniendo lugar la conversación ante la atónita mirada de

todos los presentes. La muchacha se acomodó sobre sus rodillas y habló a los enanos.

- Le pido mil disculpas por la intromisión, venerable Dvergar. Mi nombre es Elizabeth.

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333

El enano la examinó detenidamente.

- Y ¿a qué se debe tu intervención, señorita?

- Me gustaría disculparme en nombre de todos mis compañeros puesto que no hemos

sido totalmente sinceros con usted.

- ¿A no?

- Me temo que no – guardó silencio – el motivo por el que deseamos cruzar las minas es,

en efecto, el poder encontrar el fragmento de lithoi que, como ha explicado mi compañero,

creemos se encuentra en las montañas del norte. La razón por la que lo buscamos es por la

llegada del guerrero legendario.

- ¿A dónde quieres llegar niña? – dijo con impaciencia Harald.

- Lo que quiero decir es que el guerrero no se encuentra con el maestro Maharshi en

estos momentos, sino que está entre nosotros – mientras decía esas palabras, apartó la capucha

de su cabeza, descubriéndose ante todos.

- Eso pensaba yo – sonrió el anciano – por lo menos eres sincera. Eso dice mucho a tu

favor – la volvió a examinar con la mirada – tienes los mismos ojos que tu predecesor.

Harald miró a su padre desconcertado sin entender nada de lo que decía. Después observó a

la joven que se arrodillaba frente a ellos y la examinó con cautela sin mediar palabras.

- Veo que esta vez hemos recibido a una mujer – comentó Dvergar – espero que

tengamos más suerte que en anteriores ocasiones, por el bien de todos.

El otro enano seguía sin entender nada de lo que estaba pasando. De pronto su expresión

cambió, como si una bombilla se encendiera en su cabeza, y miró sorprendido a la muchacha.

- ¿Esta niña es el guerrero?

Page 334: El Legado Milenario de Elena Roldan Aguirre

334

Su compañero asintió sonriente. Para sorpresa de todos, Harald comenzó a reír a carcajada

limpia ante la mirada atónita de los viajeros, haciendo eco en toda la estancia. Tras un rato,

mientras se secaba las lágrimas de los ojos, habló en tono burlón.

- Lo que nos faltaba… éste es el salvador en el cual el mundo entero tiene sus

esperanzas puestas… una niña.

- ¡Maldito!

Rudra no pudo contenerse por más tiempo ante los insultos del enano y saltó fuera del

grupo. Sus compañeros lo sujetaron, impidiendo que llegara más lejos, aunque no porque no

llevara razón, sino por no empeorar más las cosas. A pesar de todo, éste seguía maldiciendo

desde donde se encontraba, forcejeando inútilmente con sus opresores. Roth se levantó y

extendió el brazo, bloqueando el espacio entre los enanos y el grupo. Rudra enmudeció y lo

miró colérico, pero el semielfo no parecía inmutarse ante su mirada furiosa, sin apartar sus

ojos de los dos enanos.

- Pido disculpas por el comportamiento de mi compañero – intervino Roth – es algo

tosco y le cuesta controlarse – de pronto su semblante se endureció y su voz se volvió gélida y

severa – sin embargo, agradecería que tratarais con más respeto a la dama, Harald.

Ofendiéndola a ella ofendéis a todos los de nuestra especie.

- Los problemas de los humanos no me son de interés alguno.

- No es sólo un problema de los humanos, es asunto de todas las criaturas que habitan

Ádama.

- ¡Exacto! Lo es por culpa del incompetente guerrero que no pudo derrotar a Rakshasa

cuando debía, y ahora todos pereceremos. Es por culpa de los humanos que nos encontramos

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335

en esta situación – Harald señaló furioso a la muchacha - ¿y me dices que esta cría va a

salvarnos a todos? ¡Paparruchas!

- Tiene razón, honorable Harald – lo interrumpió Liz para sorpresa de todos.

En ese momento se incorporó y se dirigió en el mismo tono solemne y con la misma

serenidad que lo hubiera hecho antes.

- No se puede negar la situación en la que este mundo se encuentra, como tampoco se

les puede quitar la responsabilidad a los humanos por ello. Dustin, mi predecesor, no pudo

cumplir su cometido con éxito y pagó tristemente con su propia vida – guardó silencio un

instante – yo no soy más que una chiquilla sin conocimiento alguno de cómo funciona este

mundo ni de las gentes que lo pueblan. Todavía me queda un largo camino para poder siquiera

pensar en enfrentarme a Rakshasa y, mientras tanto, las criaturas que habitan estas tierras

tienen que sufrir por culpa de la plaga que se cierne sobre ellas – levantó la mirada y sus ojos

se posaron en los del enano, llenos de fulgor y determinación – es por ello que estoy aquí hoy.

Para no cometer los mismos errores que se cometieron en el pasado. Como mis antecesores,

he jurado proteger esta tierra y librarla de la maldición que la invade, y para ello necesito

cuanta ayuda sea posible en mi empeño. Por esa razón les pido, no, les imploro que por favor

dejen a un lado sus diferencias y nos permitan cruzar las minas para poder proseguir nuestra

búsqueda y tratar de derrotar al malvado.

El discurso de Liz enmudeció a cuantos se hallaban presentes dentro o fuera de la sala y las

hubieran escuchado. Harald no pudo pensar en una contestación ante las palabras de la joven y

tras varios intentos de respuesta se resignó a guardar silencio. Dvergar, por su parte, sonreía

sin ocultar su satisfacción ante lo ocurrido.

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336

Aquella calma pronto se vio perturbada. Desde el exterior de la sala se oyeron murmullos,

convertidos después en gritos, que se aproximaban al lugar donde los viajeros se encontraban.

A trompicones entró un enano con peores modales que el propio Harald, pegando voces y

maldiciendo por doquier.

- ¡¿Dónde demonios está ese viejo inútil de Dvergar?! Siempre desaparece cuando más

lo necesitas, ¡recorcholis! – cuando vio al anciano, lo señaló con el dedo - ¡ahí estás,

condenado viejo! He recorrido el lugar entero en tu busca.

- ¿Cuál es el problema? Olaf, amigo mío – preguntó Dvergar sonriente a pesar de la

dureza del trato por parte del enano.

- ¿Cuál es el problema? ¡Los humanos! Ése es el problema, a todos los maldigo.

La ira de un enano era algo terrorífico de ver, y por muchas facilidades que pusieran en el

trabajo, era difícil entender cómo alguien podría desear trabajar codo con codo con algo tan

pequeño pero a la vez tan grosero. De pronto, Olaf reparó en el grupo que acompañaba en la

sala a los enanos y, con un grito de horror, señaló a la joven que se encontraba en pie frente a

ellos.

- ¡Tú! – gritó enfurecido - ¡Tú eres la culpable!

Liz miró desconcertada al enano que la acusaba y al instante cayó en la cuenta de por qué

le resultaba tan familiar. Se trataba del mismo que encontraran hará varios días en la posada

de Luke, el de los behemoths. Sin duda, sus modales no habían mejorado desde la última vez

que lo viera. El anciano lo miró extrañado.

- ¿Os conocéis?

- Ella fue la que atacó al behemoth de camino a la mina.

- ¡Yo no lo ataqué! Sólo trataba de acariciarlo.

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- ¡Paparruchas! Desde que nos cruzamos contigo, el animal no ha hecho más que dar

problemas. Es imposible tranquilizarlo y ni siquiera con pociones se relaja más de quince

minutos. ¡Has arruinado a un magnífico ejemplar!

- ¿Es eso cierto? – quiso saber Dvergar desconcertado – en verdad, es un

comportamiento extraño.

- ¡¿Qué le hiciste, bruja?!

- Yo no le hice nada, lo juro – se defendió Liz exaltada.

- ¡Mentira! Cuando te vi estabas justo a su lado con las manos extendidas, sin duda

haciéndole algo. El animal gritó horrorizado y te atacó para defenderse.

- Eso fue porque lo asustó con sus gritos. Estaba tranquilo antes de eso, incluso me dejó

que lo acariciara – Liz miró desconsolada al anciano – le estoy diciendo la verdad, venerable

Dvergar.

El enano se tomó un par de minutos para meditar sobre lo ocurrido y, al cabo de un rato,

dio su veredicto.

- Si lo que dices es cierto, y aseguras que no atacaste en ningún momento al animal, es

posible que algo distinto le ocurra al behemoth.

- ¡Pero viejo…! – bramó Olaf enfurecido.

- No obstante, no podemos dejar la situación así – se detuvo un instante antes de

proseguir – si es cierto que eres quien dices ser, es posible que puedas solucionar esto.

- ¿A qué se refiere? – preguntó Liz.

- Las criaturas mágicas son capaces de ver el alma de las personas que tienen cerca. Si

eres quien afirman, el behemoth no sentirá temor alguno ante tu presencia ¿Qué me dices,

señorita? ¿Tomarás esto a modo de prueba?

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338

Liz recapacitó durante unos instantes para finalmente aceptar la petición del enano.

Dvergar entonces, ordenó a todos que se reunieran en las cuadras de los behemoths. Dejaron

los carros con los caballos en la sala donde se encontraban y se encaminaron hacia los establos.

Olaf iba en cabeza, maldiciendo sin cesar en voz alta, seguido de los otros dos enanos,

quienes permanecían en silencio. Varios hombres escoltaban al grupo de viajeros, sin apartar

la mirada de aquella jovencita que aseguraba ser el guerrero venido de otro mundo. Para

cuando llegaron, el rumor se había extendido y un gran número de personas se situaban en

diferentes puntos del lugar para ver la escena.

En el interior había varios corralillos ocupados por behemoths y caballos que descansaban

plácidamente o se alimentaban. Al fondo se podían escuchar los bramidos del behemoth.

Cuando lo vio comprobó que seguía siendo tan inmenso como lo recordaba. La bestia se

encontraba amarrada por el cuello a las paredes, revolviéndose sin parar, tratando de liberarse.

Sus aullidos eran escabrosos.

Olaf se adelantó.

- ¿Ves? Parece como poseído. Es todo por tu culpa.

Liz lo miró con gran pesar. En verdad, aquel animal enfurecido en nada se parecía al

hermoso ejemplar que viera en la posada. Estaba claro que poco podría hacer para

tranquilizarlo, pero había accedido a intentarlo y no podía echarse atrás.

Dio un paso hacia el behemoth, dispuesta a acercarse, pero Rudra salió de entre la

muchedumbre y la detuvo.

- ¿Estás loca? Te va a aplastar si te acercas.

- Liz es un suicidio – intervino Rudy a su espalda.

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- Es cierto, no tienes que demostrar nada – dijo Rudra – escalaremos la montaña o

cogeremos otro camino, no importa.

Pero ella lo apartó.

- Sí que importa. Si huyo ahora, ¿qué clase de salvador se supone que soy? ¿Cuando las

cosas se pongan feas, voy a echarme atrás y correr con el rabo entre las piernas? Si es cierto

que yo soy la causante de que el pobre animal se encuentre en este estado, es mi

responsabilidad hacer algo – miró a Rudra suplicante – por favor…

En ese momento Roth se unió a la pareja y miró a Liz lleno de confianza.

- ¿Estás segura?

Asintió con calma y el semielfo le dio su aprobación con la condición de intervenir si

ocurriera algo; así que Rudra no tuvo más remedio que acceder a regañadientes y la dejó pasar.

Se acercó lentamente al encolerizado animal, el cual la miraba con recelo, mostrándose aún

más nervioso. Sintió como su corazón se aceleraba a cada paso que daba, así que trató de

tranquilizarse, pues sabía que cualquier animal responde en función de cómo se sienta la

persona, y si aumentaba su nerviosismo también lo haría el de la bestia. El behemoth adquirió

posición de defensa, clavando sus profundos y oscuros ojos en su acechador. Liz le habló

despacio y con mucha calma mientras se acercaba.

- ¿Me recuerdas? Nos vimos en el campo hace unos días. Me llamo Liz.

La bestia no pareció relajarse lo más mínimo, pero ella siguió hablando.

- Tranquilo. No voy a hacerte daño. Sólo quiero ayudarte – lo inspeccionó - ¿Por qué

estás tan nervioso?

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El behemoth no mostraba signos de tranquilizarse, sólo la miraba fijamente. Liz se centró

en esos enormes ojos que la observaban sin descanso y se sintió de nuevo sumergida en ellos,

desapareciendo todo lo demás a su alrededor. Ya sólo existían ella y el behemoth.

Con la mirada fija, se fue acercando poco a poco, cada vez más, a la bestia, la cual

permanecía casi inmóvil, observándola. Se sintió como hipnotizada por aquellos acuosos ojos,

cargados de sufrimiento y pesar. Se encontraba apenas a unos metros de distancia cuando

extendió su mano en dirección al animal. A su espalda todos observaban la escena,

estupefactos. Tanto Roth como Rudra permanecían alerta ante cualquier respuesta violenta del

animal; sin embargo, éste permanecía en el mismo lugar, emitiendo quejidos, pero sin mostrar

una actitud amenazadora.

Cuando estaba a punto de tocarlo vaciló un instante, pero finalmente posó su mano en la

trompa del behemoth. Al hacerlo, sintió un pinchazo proveniente de debajo de su brazo. Se

llevó la mano al lugar que dolía y comprobó que no tenía nada, pero el dolor le decía lo

contrario. En ese momento la bestia gimió desamparada ante la mirada atónita de los presentes.

Entonces Liz pensó que tal vez....

Lentamente fue recorriendo con la mirada al enorme animal que tenía frente a ella y, con la

mano aún bajo el brazo, se colocó frente al punto exacto al que correspondería el mismo lugar

en aquel enorme cuerpo. De inmediato informó a gritos al grupo.

- ¡Está herido!

- ¿Cómo? – preguntó Rudra.

- ¡Que está herido! Tiene una estaca clavada bajo de una de las patas. Necesito sacarla.

Olaf enseguida arremetió verbalmente contra la joven.

- ¡Eso es imposible! Cuando lo encontramos, lo examinamos de arriba abajo.

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- Debió de suceder en la posada. Recuerdo que estaba atado a varios postes. Al

romperlos, debió de desprenderse un trozo y clavársele.

- Pero… eso es…

- Dejemos la discusión para luego – zanjó nerviosa - necesito ayuda para sacarle la

estaca, la herida parece estar infectada y está sufriendo mucho.

Liz se situó de nuevo frente al animal.

- Escúchame bien, necesito que te quedes muy quieto. Voy a sacarte lo que te está

haciendo daño. Te va a doler un poco, pero después te aseguro que se te pasará.

El animal permaneció inmóvil, emitiendo leves quejidos mientras la joven volvía de nuevo

al lugar donde se encontraba la estaca clavada. Muy despacio, posó sus manos alrededor del

madero y se dispuso a sacarlo, pero apenas había agarrado el palo cuando el behemoth,

invadido por el dolor, comenzó a zarandearse, golpeando a la joven con su trompa, quien salió

despedida contra la pared. Varios de sus compañeros corrieron en su ayuda mientras el resto

trataba de retener a la bestia encolerizada. Rudra y Roth ayudaron a Liz a levantarse.

- ¿Estás bien? – preguntó Rudra, quien llegó primero.

- Sí… - dijo ella dolorida - necesito que se esté quieto, sino no podré sacarla.

- Pero estás herida – Rudra señaló su brazo.

- Esto no es nada comparado con la suya. Tenemos que hacer algo – los ojos suplicantes

de la muchachas consiguieron convencer al muchacho.

- Muy bien, pero ¿cómo lo hacemos?

- La poción – intervino Roth – podemos atontarlo con alguna poción. Después nosotros

lo distraeremos y Liz sacará la estaca.

- Puede funcionar – respaldó Rudra - ¡eh tú! Enano gruñón – llamó dirigiéndose a Olaf.

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342

- ¡¿Qué has dicho?!

- Necesitamos que le eches uno de esos mejunjes tuyos para que se relaje.

- ¿El qué?

- Ya sabes, una poción de esas.

Lo miró sorprendido. De mala gana, sacó un frasco de su zurrón y esparció su contenido

frente al animal enfurecido. Éste, tras inspirar un poco, comenzó a tambalearse. En ese

momento Rudra y Roth saltaron frente a la criatura, tratando de captar su atención. Cuando el

behemoth pareció estar lo suficientemente centrado en ellos, Liz corrió hacia el lugar donde se

encontraba la estaca y la agarró con fuerza, tirando de ella. El behemoth, confundido y

dolorido, comenzó a dar tumbos y lanzar golpes con su trompa por doquier, sin saber muy

bien a qué atacar.

Liz se vio elevada por los aires mientras el animal saltaba sin cesar. Aún agarrada a la

estaca, suspendida en el aire, trepó como pudo y apoyó sus pies en el cuerpo de la bestia,

tirando con todas sus fuerzas. Por fin consiguió arrancar el trozo de madera, cayendo de

espaldas contra el suelo. Si no hubiera sido por que todo el recinto estaba cubierto de heno, la

caída habría sido fatal.

El behemoth pareció tranquilizarse una vez que la estaca salió de su cuerpo y, cansado, se

tendió sobre un montón de paja entre lloros. Liz se arrastró hacia donde se encontraba el

animal, situándose frente a la herida sangrante y supurante, y posó sus manos sobre ella. Un

calor verdoso comenzó a emanar de ellas y, poco a poco, la sangre cesó y la infección fue

desapareciendo alrededor de la llaga. El behemoth fue calmándose a medida que sanaba y, al

cabo de un rato, ya estaba completamente cerrada.

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343

- Siento haberte hecho daño – se disculpó exhausta - ya no te dolerá más; por fin puedes

descansar tranquilo.

El behemoth, también agotado, acercó su trompa a la muchacha y una larga lengua

apareció en su extremo, lamiendo su cara entera a modo de agradecimiento. Los presentes

rieron ante la escena y por fin todo volvió a la normalidad.

Varios hombres se dirigieron al animal para darle la asistencia necesaria mientras que los

compañeros de Liz corrieron a su lado para ayudarla. Cavi se encargó de curar sus heridas,

aunque para sorpresa de todos, a pesar de haber sido lanzada varias veces, apenas tenía un par

de rasguños y ya casi habían sanado. Olaf se encargó de dispersar a la enorme multitud que se

había reunido alrededor de los establos, siendo enviados a sus puestos de nuevo.

Una vez controlada la situación, el enano se acercó a donde la joven se encontraba. Los

viajeros lo observaban con curiosidad mientras se iba acercando, tratando de pasar

desapercibido, de manera remolona. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sostuvo su gorro

con las manos, dejando ver una brillante calva en la parte superior de su cabeza, y miró de

soslayo a la joven.

- Esto… bueno… parece que la cosa se ha solucionado…

Todos lo miraban intrigados mientras él evitaba sus miradas, jugueteando con el gorro

entre sus manos.

- ¿Quién iba a imaginar que tendría una estaca en semejante lugar?

- Si no hubiera sido por Liz, podría haberse muerto por la infección – le restregó Rudra

algo molesto.

- Si no hubiese sido por ella, tampoco se habría clavado la dichosa estaca – gruñó.

- ¡¿Qué has dicho?! – Rudra se levantó enojado mientras sus compañeros lo sujetaban.

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- Tiene razón – les interrumpió Liz – pido disculpas.

El enano atónito, asintió y se marchó por donde había venido. Rudra la miró enojado.

- ¿Por qué le das la razón?

- Porque la tiene. Además, no sirve de nada discutir sobre algo que ya ha pasado.

Trató de levantarse, pero sus piernas no parecían dispuestas a dejarla hacerlo sola, así que

las hermanas la ayudaron. En ese momento se oyó una voz entre la multitud,

- ¡Eh, niña!

Liz levantó la vista y pudo ver a Olaf al fondo de la cuadra a punto de marcharse.

- Buen trabajo.

Y dicho eso, desapareció. Todos mantuvieron la mirada clavada en la salida de la cuadra a

pesar de no haber a nadie a quien mirar. Dvergar y Harald se acercaron al grupo.

- Es su forma de darte las gracias – sonrió Dvergar.

Liz miró al anciano y le devolvió la sonrisa.

- Bueno, creo que le debemos un favor a nuestros amigos con lo que acaba de pasar,

¿estás de acuerdo, mi querido Harald?

Harald miró a su padre con resignación mientras asentía. Poco podía rebatir al respecto a

pesar de no gustarle nada la idea de estar en deuda con humanos.

- Creo entonces, que lo mejor que podemos hacer para pagarles es dejar que prosigan su

camino hacia el norte, ¿no te parece?

De nuevo, sin articular palabra, asintió con la cabeza gacha y se alejó del grupo. Dvergar lo

siguió con la mirada sonriente mientras se perdía entre la gente en el interior de la mina.

- Disculpad a mi hijo. No es que tenga nada en vuestra contra. Simplemente le cuesta

tratar con los humanos fuera de los negocios, además les guarda rencor por llevarse a su

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hermano de su lado… – Dvergar alzó a vista, perdiéndose entre sus recuerdos – hubo un

tiempo en que las cosas eran diferentes. Los enanos y los humanos creamos una alianza y nos

unimos en la lucha – la mirada del anciano se llenó de tristeza – sin embargo, las cosas no

terminaron como esperábamos.

En ese momento entraron en la cuadra un grupo de hombres, que pidieron a los viajeros

que los acompañaran. El enano se despidió de ellos en aquel lugar, deseándoles buena suerte

en el viaje y prosiguiendo su camino hasta perderse de vista en aquel laberinto.

El grupo fue conducido por diferentes túneles y niveles de la mina. Cada vez que se

topaban con los trabajadores, un enorme revuelo comenzaba y más de uno se acercaba al

grupo para observar de cerca a sus integrantes, acompañados por vitoreos de cuando en

cuando. Por fin llegaron a lo que parecía una enorme explanada en mitad de aquella tremenda

cueva subterránea. Allí aguardaban sus caballos y sus carros, custodiados por varios

trabajadores. Harald se encontraba en el lugar supervisando todo y cuando los vio llegar, se

adelantó para explicarles la situación.

- Estamos en el extremo más al norte de la mina. A partir este punto no encontraréis

mineros ni nada por el estilo, sólo túneles. Deberéis seguir el camino desde aquí. No tiene

pérdida. Seguid el túnel principal, no os desviéis hacia los más pequeños, permaneced en el

más grande. Tardaréis aproximadamente un día en llegar al otro lado. Os sugiero que no os

detengáis en vuestro avance.

Se volvió hacia sus hombres y comenzaron la retirada. Justo antes de desaparecer, se volvió

hacia los viajeros.

- Una cosa más. No hagáis más ruido del necesario ni llaméis la atención mientras estéis

en los túneles. No querréis despertar a las criaturas de las profundidades.

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Y sin más explicaciones se marchó.

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EN LA MIRA DEL ENEMIGO

Llevaban varias horas caminando por aquel oscuro laberinto subterráneo. Tal y como

Harald les aconsejara, llevaban una sola lámpara para alumbrar el camino, cuya tenue luz

apenas servía para atisbar las paredes. El trayecto había sido bastante tranquilo, sin tener que

desviarse apenas.

Siguiendo la misma rutina que habían llevado durante todo el viaje, descansaron por turnos,

alternando las guardias. También evitaron hacer más ruido del necesario, por si las moscas.

A pesar de llevar caminando largo y tendido, el túnel parecía no tener fin; ni siquiera se veía

una gota de claridad en aquel lugar y el aire cada vez se hacía más denso. Más de uno se

planteó si realmente los enanos les habían dejado cruzar la mina o, por el contrario, los habían

conducido a una trampa mortal.

Habían perdido totalmente la noción del tiempo e ignoraban cuanto habían estado vagando,

pero parecían semanas. De pronto, el carro que se encontraba en cabeza se detuvo.

- ¿Qué pasa? – preguntó Roth.

- Tenemos un problema – señaló Rudy.

Roth se adelantó adonde estaba la gitana para ver qué sucedía y cuando llegó, entendió la

razón de su parada.

- Vaya… esto complica las cosas.

Liz, que se encontraba en el interior del carruaje junto con Rudra y Seth, se asomó al

exterior. Frente a ellos se abrían dos enormes boquetes en la pared, ambos de iguales

dimensiones, haciendo difícil diferenciar entre el camino principal y el que no lo era. Tras un

rato discutiendo sobre qué camino tomar, no se pudo llegar a ningún acuerdo, pues cada uno

tenía una opinión distinta.

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- ¡Ey! Kabi – gritó Rudra - ¿No tienes idea tú del camino? Tú vivías aquí, ¿no?

- No tengo ni idea. Jamás he pisado estas tierras hasta hoy.

- Pero conocías al viejo.

- Dvergar es el líder de los enanos, todos lo que trabajen para ellos lo conocen. Aunque

su residencia está aquí, viaja a las otras minas para inspeccionar el trabajo y reunirse con otros

de los suyos. Yo solía vivir en las minas del oeste, muy lejos de aquí, y además jamás llegué a

trabajar en los túneles, sino en la extracción y limpieza de minerales. Estoy tan perdido como

vosotros…

- Bueno, y entonces ¿qué hacemos?

- ¿Por qué no le pedimos a Rudy que decida el camino? Es vidente ¿no? – sugirió Seth.

- ¿Qué? – se sorprendió ella – no es así como funciona – añadió enojada.

- Espera – intervino Rudra – puede que funcione.

- ¿Os habéis vuelto locos? – Rudy cada vez estaba más nerviosa.

- No, lo digo en serio, ya nos has ayudado a encontrar el camino antes.

- Pero eso es diferente… yo… ¿y si me equivoco?

- No lo harás - Liz estrechó sus manos con fuerza mientras sonreía – tengo plena

confianza en ti, sé que escogerás el camino correcto.

Rudy la miró aún con dudas, mas poco podía hacer para resistirse a aquellos optimistas

ojos. Miró al resto del grupo y vio en sus rostros diferentes emociones: duda, resignación,

confianza, incertidumbre… Observó el rostro de Liz en último lugar, lleno de determinación y

confianza, y cerró los ojos. Sabía que el destino de todo el grupo dependía de ella ahora, y eso

hacía que se sintiera aún más insegura. Si se equivocaba…

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Respiró hondo y trató de concentrarse, sosteniendo aún las manos de la joven. Dejó que su

mente se sumergiera en aquella oscuridad, tratando de encontrar la salida adecuada. Comenzó

a flotar en el aire, avanzando a gran velocidad entre las impenetrables paredes, más y más

lejos. De pronto atisbó a lo lejos un leve resplandor, sintiendo como si un imán la atrajera,

más cercana a cada segundo que pasaba. En un instante fue envuelta por la luz y al siguiente

se vio impulsada de nuevo en dirección contraria, repelida a una velocidad pasmosa, hasta

acabar en el mismo lugar desde el que había empezado.

Abrió los ojos sobresaltada, como si despertase repentinamente de un sueño, y apuntó al

camino de la derecha.

- Por allí – señaló con la respiración entrecortada.

- ¿Estás segura? – preguntó Roth.

Asintió aún fatigada. Todo el grupo se puso en marcha por el camino que había señalado.

Marcharon de la misma manera que lo habían hecho con anterioridad durante largo rato,

haciendo turnos de manera continuada.

El tiempo transcurría mientras que el avance parecía nulo, sin volver a toparse con túneles

secundarios, sólo pared y más pared. Después de lo que parecía una eternidad, Kabirim no

pudo aguantar más.

- Maldición, ¿es que nunca vamos a llegar a la salida?

Todos guardaron silencio.

- ¿Estás segura de que éste es el camino? – preguntó Roth.

Rudy asintió dubitativa. A pesar creerlo con seguridad al principio, después de tanto vagar

había empezado a dudarlo, pero Liz no había perdido su fe en ella.

- Si Rudy dice que es por aquí, tenemos que seguir adelante.

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- ¿Y si no es éste el camino? – dudó Kabirim algo enojado.

- Lo es – afirmó Liz.

- ¿Y cómo lo sabes? ¿Por qué estás tan segura? Ni siquiera la gitana lo está.

Liz miró a Rudy, quien permanecía con la cabeza gacha y sin añadir palabra alguna. Por

mucho que quisiera compartir la misma confianza que tenía Liz en ella, no estaba tan

convencida de sus habilidades como vidente. Después de todo, nunca antes había conseguido

tener visiones hasta la aparición de la muchacha, a pesar de ser proveniente de un linaje de

visionarios, y las dudas del resto de viajeros no ayudaban para alimentar su autoconfianza.

- ¡Demonios! Deberíamos dar la vuelta y coger el otro camino.

- De nada sirve dar la vuelta ahora, tardaríamos una eternidad – comentó Roth con

desánimo.

- ¿Y sugieres que sigamos por este camino hasta que nos quedemos sin agua y alimentos?

- ¿Qué otra cosa podemos hacer? – se quejó Rudra malhumorado – tampoco sabemos si

el otro camino es el adecuado.

- Pues volvemos y les decimos que nos den un mapa.

- Imposible, no podemos volver atrás, nos retrasaría de sobremanera.

- ¿Retrasarnos? – la paciencia de Kabirim había llegado a su fin - ¡estamos perdidos en

este maldito laberinto sin saber a donde demonios nos dirigimos! ¡No me vengas con

estupideces de retrasos! Es peor no salir nunca. Vosotros no tenéis ni idea de lo fácil que es

perderse en estos túneles. ¡Infinidad de trabajadores han desaparecido sin ser encontrados!

- No levantes la voz – pidió Roth calmado.

- ¿Qué no levante la voz? ¡¿Qué no levante la voz?!

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El hombretón estaba perdiendo los estribos a cada segundo, y no era de extrañar. Todos

estaban agotados y la respiración se hacía cada vez más costosa, fatigándolos aún más.

Apenas había oxígeno y la llama que alumbraba el camino ya casi se había extinguido.

- ¡Relájate, ¿quieres?! – ordenó Rudra también nervioso – vamos a seguir adelante y

punto. Tarde o temprano encontraremos una salida.

- ¡Seguirás tú! Yo me vuelvo – gruñó Kabirim.

- ¿Cómo dices? – Roth se bloqueo en su avance, deteniéndose todo el grupo.

- Que me piro.

- No puedes hacer eso. Tu misión es escoltar a la heredera en la búsqueda de los

fragmentos de lithoi.

- ¡Al carajo la misión! Una cosa es morir luchando con honor y otra muy distinta es

hacerlo inútilmente es este podrido agujero. No me marché de las minas para acabar enterrado

en una.

- Kabirim, cálmate, por favor – le pidió Enoch a su lado.

Éste lo apartó de un empujón ante la mirada atónita de todos. Había llegado a su límite.

- ¡He dicho que me voy! Vosotros podéis moriros aquí abajo si queréis. El que quiera

venirse conmigo está a tiempo.

- No digas tonterías – dijo Roth – nadie se…

Miró a su alrededor y vio con asombro los extenuados rostros de sus compañeros. En sus

ojos apenas se veían ya ganas de luchar.

- Roth… - intervino Cavi cabizbajo – ¿y si tiene razón? ¿Y si éste no es el camino y

morimos aquí abajo?

- Cavi – Rudra lo miró sorprendido - ¿qué estás diciendo?

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352

- Yo… no sé…

De pronto un extraño ruido se percibió en la distancia. Nadie se percató de ello excepto

Roth, quien les mandó callar. El ser semielfo tenía sus ventajas y sus sentidos eran más

agudos que los de los humanos normales. Todos lo miraron desconcertados.

- ¡No te hagas el jefe y nos mandes callar a los demás, maldito mestizo! – gritó Kabirim

enfurecido.

- ¡Silencio! – ordenó.

Todos enmudecieron ante la reacción del semielfo. Otro crujido retumbó en el túnel, ésta

vez algo más alto, siendo audible para todos.

- ¿Qué sucede? – susurró Rudra.

- Hay algo cerca – musitó Roth también en voz casi inaudible.

Mientras permanecían callados, intentando situar la procedencia del eco, la luz que había

alumbrado todo el camino se extinguió al terminarse la vela. Rudy mandó a Seth buscar

alguna otra en el interior del carro.

En ese momento se volvió a escuchar otro crujido, acompañado de un sonido extraño,

como si algo se arrastrara. Seguían sin saber de donde provenía, pero cada vez era más intenso

y ahora incluso se podían oír lo que parecían pequeñas pisadas por las paredes. La tensión fue

en aumento mientras el grupo proseguía paralizado, sin saber qué hacer.

Por fin apareció Seth con una vela de repuesto. Liz hizo uso de su magia para encenderla

y en el mismo instante en que el fuego tocó la mecha, iluminando el lugar, la joven pegó un

grito horrorizada, dejando caer la lámpara, que se rompió en mil pedazos. Nadie más que ella

tuvo apenas tiempo para ver que en la pared había una pequeña criatura verdosa de ojos

saltones color malva y afilados dientes. Ante el grito de la joven, la bestia soltó un agudo y

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353

terrorífico chillido que retumbó por toda la estancia. Llevada por el instinto, Rudy zarandeó

las riendas, comenzando la huída al frente a toda velocidad, y automáticamente el resto de

caballos comenzaron a correr despavoridos por el túnel.

La gruta se lleno de gritos horripilantes procedentes de un millar de pequeños monstruitos

que habían infestado tanto las paredes como el suelo. Roth lanzaba flechas en llamas por

doquier mientras que el resto de los magos, incluida Liz, combatían con conjuros, derribando

a gran número de bichejos. Los destellos de la magia permitían a Vlad y Rudra atacar con la

espada a cuantas bestias se acercaban lo suficiente a los carros como para acertarlas.

Algo los distrajo de pronto de la batalla

- ¡Allí! ¡La salida! – gritó Rudy.

Miraron al frente y atisbaron una tenue luz al final de túnel, así que con nuevas energías

azotaron fuerte a los equinos mientras seguían siendo atacados por las diminutas criaturas,

hasta atravesar por fin la salida, dejando atrás el laberinto subterráneo y a sus escalofriantes

habitantes, los cuales no cruzaron el umbral del túnel.

A pesar de ello, el grupo no detuvo su avance hasta que perdieran de vista la salida, aún

extasiados por lo sucedido. Estaba oscureciendo en el exterior y se temían que aquellos seres

osasen abandonar la cueva durante la noche para buscarlos.

Más de uno seguía teniendo el pulso acelerado cuando se detuvieron para descansar y

comer, no sin antes felicitar a Rudy por haber escogido el camino correcto. Kabirim se llevó

un buen escarmiento por la escenita que había montado atrayendo a aquellas bestias con sus

gritos y poniendo la vida de todos en peligro. No se le volvió a oír demasiado después de

aquello.

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Tras un corto descanso, volvieron a ponerse en marcha, esta vez iluminados por la luna y

varias antorchas. Con suerte, aquellos asquerosos bichos no saldrían en su busca. Liz,

exhausta, decidió descansar junto con Rudy durante el primer turno. En apenas unos segundo,

cayeron rendidas en los brazos de Morfeo.

Allá a lo lejos, entre la espesa niebla, una mancha color celeste se deslizaba entre las

sombras, ondeante por el viento. Bajo aquel claro manto, una gran bestia de negro pelaje

corría sin descanso, huyendo de sus perseguidores. En la distancia, un grupo de descomunales

animales seguían de cerca el rastro del felino. A cada paso la pantera frotaba la túnica que

llevaba, cuya esencia era captada en árboles y matorrales por los rastreadores. La persecución

parecía no tener fin, pero algo hizo que las fieras se detuvieran. Olisquearon el aire y, entre

rugidos, dieron media vuelta, corriendo en dirección contraria a la que lo habían estado

haciendo. La bestia negra, horrorizada, se detuvo tras percibir el repentino cambio en sus

perseguidores. Al instante, dejó caer la túnica que llevaba entre sus dientes y comenzó la

carrera hasta perderse de nuevo entre la niebla.

Liz se levantó sobresaltada, con la respiración entrecortada y empapada en sudor. Rudy, a

su lado, se despertó tras escucharla y se asustó al verla en tal estado.

- ¿Qué sucede?

No respondió. Parecía confusa y paseaba la mirada de un lado a otro con la cabeza gacha.

De pronto miró al frente y salió del carro mientras llamaba a gritos a Dhyana. Ésta, que se

encontraba en el otro transporte, se asomó al oír su nombre. Liz bajó de un salto al suelo ante

la mirada atónita de todos, obligando a que detuvieran el avance. Corrió hacia la criada y

agarró a la doncella por los hombros.

- La ropa… - balbuceó casi sin aliento.

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- ¿Qué?

- La ropa… en el palacio… dijiste que había desaparecido mi ropa… ¿recuerdas

exactamente el qué?

Necesitó unos segundos para entender a qué se refería la muchacha. Tras un instante

recapacitando, recordó aquel suceso.

- Creo que fueron algo de ropa interior sin lavar y unas camisetas…

Liz bajó la mirada decepcionada y, tratando de serenarse, se dio media vuelta en dirección

al carruaje.

- ¡Ah! Y una túnica.

Se detuvo en seco.

- ¿Cómo?

- También desapareció una túnica.

Tragó saliva.

- ¿De qué color?

- ¿Qué importa eso? – dijo Rudy.

- Celeste – respondió la criada – lo recuerdo porque la cubrí con ella mientras dormía.

La joven se llevó las manos a la cabeza.

- Akehiya… - murmuró.

- ¿La pantera? ¿Qué ocurre con ella? – quiso saber Rudra, quien se había situado junto

las muchachas.

- Las ropas no desaparecieron, fue Akehiya quien las cogió.

Todos la miraron con incertidumbre ante tal afirmación.

- ¿Y por qué haría algo así? – preguntó Rudy a su lado.

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- Para atraer al enemigo.

- ¿Qué has dicho? – intervino Roth.

- Lo he visto… la razón por la que no nos hemos topado con ningún kinay… la razón

por la que Akehiya desapareció… fue para protegernos…

En ese momento se tambaleó y Rudy tuvo que sostenerla para que no perdiese el equilibrio.

Al entrar en contacto, la gitana sintió como la respiración le fallaba y entró en trance,

tornándosele los ojos de color blanco. En su visión vio a Akehiya en el palacio, antes de

desaparecer. El animal percibió algo en el exterior y comenzó a sentirse intranquilo. Por la

noche, mientras Liz dormía, cogió algo de ropa sucia entre sus fauces y se acercó a la cama,

donde la joven descansaba plácidamente. Tras impregnar de su esencia la túnica que tendía

sobre las sábanas, la agarró junto a las otras ropas y desapareció en la noche. En el momento

en que abandonara el oasis, un grupo de bestias comenzaron su persecución, convencidos de

que rastreaban a su objetivo. El animal corrió hacia el norte, alejando a los kinays del oasis.

Pero de pronto, tras varias jornadas de persecución, algo hizo que sus acechadores se

detuvieran, cambiando el rumbo y dirigiéndose hacia el sur, en dirección a Amentis.

Tras ver esa última escena, Rudy volvió a la normalidad, recuperando de nuevo su habitual

color. Aún con cierta dificultad para respirar, les explicó a todos con pelos y señales lo que

había visto.

Durante un rato sólo hubo silencio.

- Así que el gatito no se había marchado a vivir una vida feliz con su familia… -

comentó Rudra.

- Parece ser que advirtió la presencia del enemigo y trató de despistarlos por su cuenta –

añadió Roth meditativo – debido a la barrera del maestro, los kinays no pueden entrar en el

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oasis, por lo que debieron de rondar por el desierto, a la espera de que Liz abandonara el lugar.

Debió de captar su esencia y por eso cogió las ropas empapadas con el olor de la heredera,

para que los kinays la siguieran y así alejarlos de su verdadero objetivo.

Liz, acongojada, pensó en su fiel amiga y deseó que estuviera a salvo.

- El problema es que ya no la siguen – apuntó Rudy – no sé por qué, pero cambiaron de

rumbo y se dirigen hacia nosotros.

- Entonces debemos darnos prisa y encontrar el lithoi antes de que lleguen – dijo Rudra.

- Aún llevamos mucha ventaja. No podrán atravesar las minas como hicimos nosotros,

por lo que tardarán bastante en llegar hasta aquí – señaló Cavi.

- Aún así el tiempo apremia. No sabemos cuando exactamente ocurrió la visión.

Tenemos que darnos prisa y llegar a las montañas del norte cuanto antes.

Todos parecieron estar de acuerdo con la idea de Roth, por lo que en cuanto volvieron a sus

puestos, prosiguieron la marcha hacia el norte.

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LAS TIERRAS OLVIDADAS

Habían pasado varias horas desde que comenzaran de nuevo la marcha y no había ni rastro

de perseguidores por el momento. Aún era de noche y todavía no parecía que fuese a aclarar.

Al encontrarse más alejados de Kalapa, la luz del sol llegaba con mayor dificultad y el día

duraba menos. También era palpable en el ambiente el cambio de temperatura, haciendo algo

más de frío en aquella mitad del país, por lo que era necesario abrigarse más. Poco se podía

ver de los alrededores más que el brillo de las estrellas en el cielo.

Liz y Rudy se encontraban a las riendas del carro, mientras Vlad y Seth descansaban.

Rudra también estaba en el interior durmiendo, y Roth y Dwija hacían guardia en el frente de

la caravana a caballo. Las chicas charlaban entre ellas con el fin de no quedarse dormidas; sin

embargo, para Liz estaba siendo una verdadera lucha y de cuando en cuando cabeceaba,

dejándose vencer finalmente por el sueño y el frescor.

Cuando despertó el día ya había amanecido y la temperatura era algo más agradable.

Observó con asombro aquel abrupto paraje, lleno de montañas y mesetas invadiendo cada

rincón, poblados por pinares en algunas zonas, o simplemente lleno de rocas. Era una imagen

bien diferente a lo que Liz había visto desde que llegara a Ádama, comprobando que cada

reino poseía características singulares. Sin embargo, había algo en aquella tierra que resultaba

desconcertante, y no era la única en sentirse así; todos parecían incómodos en aquel lugar, sin

llegar a saber con exactitud que era eso que tanto les preocupaba.

A lo lejos pudieron atisbar un poblado, así que se dirigieron hacia él, pues los animales

necesitaban descansar y ser alimentados. Cuanto más se acercaban, aquella sensación de que

algo no iba bien se iba acrecentando.

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Tras entrar en la aldea, se dirigieron a lo que parecía la posada del lugar. Roth y sus dos

compañeros se adentraron en el interior del edificio mientras el resto esperaba en la caravana.

Rudra se acercó a las jóvenes algo preocupado.

- ¿Os habéis dado cuenta? – susurró.

- ¿De qué? – preguntó Rudy.

- Algo no anda bien en este lugar – intervino Liz incómoda.

- Exacto… desde que cruzamos las montañas no nos hemos cruzado con ni una sola

persona por los caminos.

- ¡Es verdad! – señaló Seth a espaldas de ellos – no lo había pensado.

- Y no sólo eso – musitó Rudra meditativo – en los campos tampoco se ven animales…

es muy extraño.

- Ahora que lo dices – añadió Rudy - ¿dónde están las personas de la aldea? No se ve a

nadie por aquí.

Miraron a su alrededor y comprobaron que efectivamente la gitana tenía razón. No había

nadie por los alrededores. Ni mujeres comprando en las tiendas, ni niños correteando por las

calles, ni animales perros deambulando por el lugar. Todo estaba silencioso y demasiado

tranquilo.

Los tres semielfos salieron de la posada con los rostros desencajados.

- ¿Qué sucede? – quiso saber Rudra.

- No hay nadie… - respondió Roth horrorizado – hemos inspeccionado el lugar de arriba

a abajo y no hemos encontrado a ni una sola persona… Todo parece estar en su lugar y no hay

signos de batalla… Es como si se los hubiera tragado la tierra.

- ¡¿Pero cómo es eso posible?! – exclamó Rudy.

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- No tengo ni idea, pero lo mejor que podemos hacer es alimentar a los caballos y

marcharnos cuanto antes.

- Estoy de acuerdo, no estoy dispuesto a quedarme para descubrir lo que pasa – comentó

Rudra apresurado.

Liberaron a los caballos de los carros, proporcionándoles agua y comida mientras ellos

mismos se alimentaban a toda prisa. El tiempo apremiaba y deseaban pasar en aquel pueblo

fantasma lo menos posible.

Tan rápido como pudieron, se abastecieron de víveres y se dispusieron a emprender la

marcha de nuevo; sin embargo, algo los detuvo. En la lejanía se escuchó un ruido que jamás

ninguno de ellos había escuchado, poniéndoles a todos los pelos de punta. No sabían qué era

ni de donde procedía; no obstante, cada vez se antojaba más cercano.

En apenas un instante, aquel sonido de ultratumba se hizo ensordecedor, obligando a cada

uno a taparse los oídos en un intento por escapar del dolor producido. Los animales

enloquecieron aterrorizados, forcejeando para salir a la carrera de aquel lugar. Rudra agarró a

Silver con todas sus fuerzas, tratando de calmarlo, pero resultaba casi imposible.

Uno de los caballos se encabritó, elevando sus patas delanteras del suelo y golpeando el

poste que lo tenía preso, liberándose así de la cuerda que lo sujetaba y escapando despavorido

ante la mirada atónita de todos. Algunos de los integrantes del grupo corrieron tras él, tratando

de darle alcance, pero se alejaba a gran velocidad y era imposible atraparlo.

En ese momento el chillido se hizo estridente y de la nada apareció un inmenso reptil

volador de color pardo grisáceo que se lanzó contra el equino, clavándole lo que parecía una

enorme cola en mitad del lomo. El animal se desplomó en el suelo mientras su atacante se

elevaba por el aire, preparándose para una segunda envestida. El pobre caballo trató de

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361

levantarse, aturdido por el veneno del reptil, pero éste cayó de nuevo sobre él, clavándole sus

garran e introduciendo de nuevo el aguijón de su cola en su cuerpo. Así, dejó de moverse al

fin, y el predador, victorioso, expulsó de su garganta un rugido agudo más espeluznante que

los anteriores. Acto seguido, a lo lejos, se escucharon varios chillidos en respuesta al del

monstruo, apareciendo en escena otros dos ejemplares de menor tamaño.

Observaron horrorizados como los recién llegados despedazaban al caballo con sus afilados

dientes, empapándose con su sangre mientras trituraban entre sus fuertes mandíbulas la carne

del animal. Tras comprender que era demasiado tarde para salvarlo, trataron de retroceder en

silencio para no llamar la atención de las bestias asesinas que se encontraban a poca distancia

de ellos. Sin embargo, el ejemplar más grande los miró con sus enormes ojos rojos y tras

mostrar una horripilante mueca, parecida a lo que sería la más malévola de las sonrisas en un

ser humano, emitió otro chillido hacia el cielo. Sus dos compañeros levantaron la vista y

miraron al grupo de humanos durante un instante, sin apenas interés, para continuar con su

festín a los pocos segundos, pensando éstos que tal vez estarían satisfechos con la comida. Por

desgracia, lo peor aún estaba por llegar.

A su espalda escucharon una serie de silbidos, acompañados de cascabeleos, que se

aproximaban a ellos. Tras volverse, vieron con horror como de todos los rincones aparecían

enormes serpientes con patas arrastrándose hacia donde se encontraban. Estos reptiles eran

diferentes a los anteriores, más repugnantes aún si cabía decirse: totalmente

desproporcionados, con enormes cuerpos y dos patitas minúsculas en mitad que les permitían

andar con dificultad, arrastrando una larguísima cola terminada en cascabel. Se acercaban con

sigilo, guardando las distancias mientras agitaban sus lenguas bífidas, emitiendo un siseo que

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ponía los pelos de punta. El grupo se preparó para el ataque, poniendo a cubierto a los caballos

y las mujeres, junto con Seth. Rudy se encargaría de defenderlos en caso de necesidad.

Esperaron expectantes a que las serpientes atacaran, mas éstas permanecían a la espera,

acechando desde la distancia. Al centrar su atención en ellas, no vieron venir el proyectil que

impactó desde el cielo contra uno de los carros, rasgando la tela superior que protegía el

interior. Entonces comprendieron que el ataque no vendría desde el suelo sino desde arriba.

Como por arte de magia habían aparecido media docena de reptiles voladores, además de los

tres presentes, que surcaban los cielos entre gritos dispuestos a disfrutar de un suculento

bocado. Inmediatamente comenzó la batalla.

Roth lanzaba flechas de fuego a los voladores, mientras que Sadhu golpeaba con sus brazos

desnudos a las repulsivas serpientes que, aprovechando la distracción del grupo, se acercaban

a los caballos lanzando mordiscos al aire. Rudra y Vlad custodiaban el carro en el que se

encontraban Dhyana, Sephira, Liz, Rudy y Seth, y el resto atacaban a toda aquella criatura que

osara acercarse con sus armas y conjuros.

A pesar de que la formación del grupo era infranqueable, el número de enemigos era un

gran inconveniente, y encima atacaban desde el aire, lanzando sus enormes aguijones contra

sus presas, además de usar sus garras para atacar. Eran tan veloces que resultaba difícil

atinarles y la presión de los ataques en tierras tampoco ayudaba.

En un descuido, Cavi resultó herido por uno de los agujones, desplomándose en el suelo

invadido por el dolor. Las serpientes trataron de abalanzarse sobre él, pero Sadhu lo protegió

con sus puños mientras Enoch los lanzaba por los aires con su magia. Cavi no era el único con

problemas. Rudra y Vlad habían sido víctimas de varios zarpazos y el olor de su sangre había

enloquecido aún más a los reptiles, que arremetían sin descanso contra ellos. Roth intentaba

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respaldarlos; sin embargo, los ataques se volvían cada vez más violentos y feroces, haciéndose

difícil incluso defenderse uno mismo. Rudy se había unido a la batalla, lanzando espadazos a

los monstruos desde uno de los extremos del carro, protegiendo a los que se encontraban en su

interior, pero las cosas no pintaban bien y Liz decidió hacer algo al respecto.

Saltó al exterior, y en cuando la gitana la vio gritó su nombre horrorizada. Liz hizo caso

omiso y cerró los ojos tratando de concentrarse. En un murmullo, pronunció el nombre de

Agni, volviéndose sus ojos de un rojo intenso y su cuerpo se envolvió en llamas. Sobre ella

apareció un enorme toro envuelto en fuego que bramaba con ferocidad, llamando la atención

tanto de los humanos como de los reptiles. La joven comandó al espíritu en un violento ataque

contra las bestias voladoras, lanzando bolas de fuego contra sus alas y derribando a cuantos

pudiera, achicharrándolos entre dolorosos chillidos.

La deva envestía sin descanso a todos sus atacantes, los cuales se habían olvidado de los

humanos, volcando todo su empeño en acabar con aquella terrible amenaza. Liz dirigía cada

movimiento con tremenda precisión ante la mirada atónita de cuantos se encontraban

presentes.

Parecía que el resultado estaba decidido, cuando de pronto la joven se tambaleó, posando

una rodilla sobre el suelo. Al instante la fuerza del toro disminuyó, momento que

aprovecharon sus agresores para lanzarse en grupo, clavándole sus garras y colmillos en el

torso, al igual que los aguijones envenenados. Liz experimentó el mismo dolor que sintiera el

espíritu. Aulló de dolor al tiempo que su otra rodilla cedía, cayendo así al suelo. El reptil de

mayor tamaño se elevó en el aire tan alto como pudo y se lanzó en picado a gran velocidad

dispuesto a arremeter en dirección a la joven, quien se retorcía de dolor. Rudra corrió

despavorido al lugar donde se encontraba al mismo tiempo que Roth lanzaba un cegador rayo

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contra la bestia con el fin de detener su avance, pero ésta lo esquivó y prosiguió veloz hacia la

muchacha. Rudra aún se encontraba demasiado lejos y gritó impotente al comprender que no

llegaría a tiempo para bloquear el ataque.

Justo cuando el reptil estaba a punto de alcanzar a Liz, una enorme arma voladora se

interpuso en su camino, rajando de arriba a abajo su vientre. La bestia cayó de bruces al suelo

encogiéndose de dolor entre aullidos. Lo que fuera que acababa de atacar a la criatura dio

media vuelta y fue a parar a las manos de su desconocido propietario. Éste gritó con ferocidad

mientras se lanzaba al ataque contra el resto de monstruos, asestando golpes con su hacha y su

boomerang cortante. Los atacantes retrocedieron, dejando atrás a sus compañeros caídos y

esfumándose del lugar. La bestia herida se arrastró como pudo hasta un precipicio e izó el

vuelo con torpeza entre quejidos, seguido por sus camaradas, desapareciendo así de la vista

del grupo.

Rudra, quien se había reunido ya con Liz, la cargaba entre sus brazos mientras la sangre

brotaba de sus propias heridas. Había perdido el conocimiento. Al mismo tiempo, varias

personas ayudaron a Cavi a levantarse, pues apenas podía moverse; el cuerpo le ardía como si

estuviera en medio de una abrasante hoguera y gritaba sin cesar. Lo llevaron en volandas entre

alaridos hasta uno de los carros y lo tendieron sobre una manta mientras Roth y Brill trataban

de sanarle las heridas. Rudra llevó a Liz al otro carro, seguido por Rudy, y la tendió

inconsciente en el suelo. No parecía estar herida; sin embargo, su rostro denotaba un gran

dolor, empapada en sudor y quejambrosa, presentando un aspecto similar al de Cavi.

El desconocido se acercó al grupo y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, observaron

con sorpresa que su tamaño, a pesar de ser muy corpulento, era más bajo que el de un hombre

normal. Dedujeron por sus rasgos que se trataba de un enano; no obstante, en nada se parecía a

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los fofos medianos de las minas, vestidos con elegantes vestidos y llamativos abalorios. Su

aspecto era más bien tosco y fornido, y sus ropajes se veían maltrechos, más parecidos a

harapos que a vestiduras. Además, todo su cuerpo estaba invadido de cicatrices, siendo la más

llamativa de todas la que le atravesaba el ojo derecho de arriba abajo, faltándole el globo

ocular. No se podía adivinar qué es lo que ocupaba su lugar, pero gracias al cielo no se trataba

de la cuenca al descubierto. Parecía una especie de ornamento opaco de color púrpura que no

dejaba ver a través. Rudy se acercó a él con el fin de agradecerle su intervención.

- Muchísimas gracias, buen señor, por su ayuda. Si no hubiese sido por usted, ahora

estaríamos…

El enano la miró impasible y, de manera casi inexpresiva, habló con voz grave.

- ¿Quiénes sois y qué estáis haciendo aquí?

- Viajamos hacia las montañas del norte.

A lo lejos se escucharon de nuevo los mismos chillidos de las bestias que les atacaran con

anterioridad, despertando en todos el miedo a otra batalla. El mediano miró hacia el cielo y,

tras otearlo durante unos instantes, cogió su arma y comenzó a andar hacia el exterior de la

aldea. El grupo lo miró sin saber qué hacer. Él se volvió de manera tosca.

- Si no queréis servir de cena a esos asquerosos lagartos, será mejor que vengáis

conmigo – gruñó de mala gana.

Sin pensárselo dos veces, lo dispusieron todo y lo siguieron hacia el extremo opuesto del

poblado. Allí, a escasos metros, se erguía un extenso pinar con inmensos árboles que

protegían el camino, en el que el desconocido se adentró seguido por el grupo de viajeros.

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Seguían oyendo los chillidos de las bestias, pero los árboles impedían que fueran rastreados

desde las alturas y, después de la paliza propinada, los reptiles no parecían estar dispuestos a

arriesgarse a un ataque a ciegas.

Así, recorrieron el interior bosque hasta ir a parar a una pequeña cabaña de madera

totalmente camuflada entre los pinos. El enano entró sin molestarse en invitar a los viajeros,

quienes aguardaron fuera hasta que, al cabo de unos segundos, el hombrecillo se asomó por la

puerta.

- ¿Pensáis quedaros ahí fuera todo el día?

Era la mejor invitación que se podía esperar por su parte, así que varios sacaron a los

heridos de los carros mientras el resto se haría cargo de los caballos. Rudra llevaba a Liz, y

Enoch y Kabirim cargaban con Cavi, el cual se revolvía de dolor, haciendo incluso más difícil

sujetarlo. Tras arduos esfuerzos, consiguieron situarlo en una de las camas que el enano había

preparado para ellos. Había varios heridos, y sin Cavi ni Liz ayudando con su magia curativa,

iba a resultar difícil sanar al grupo de manera rápida.

La joven aún permanecía inconsciente, con el rostro desencajado de dolor. Las doncellas la

examinaron, pero no tenía ni siquiera un rasguño; sin embargo, se quejaba entre sueños y su

piel, normalmente pálida, mostraba un tono amarillento fuera de lo normal. Roth y Rudra

permanecían a su lado, impotentes.

Enoch se acercó a Roth, alarmado. Al parecer, el estado de Cavi era crítico; el veneno se

había extendido por todo su cuerpo, tornándolo de color amarillento, y sus hemorragias no

cesaban. Ni siquiera la magia curativa de Brill y Lha ayudaban lo suficiente. Roth se acercó a

su dolorido compañero y estrechó sus manos. Éste levantó la mirada con dificultad, mostrando

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su tan habitual sonrisa, aunque esta vez le faltaba esa chispa que la hacía tan especial,

tratándose más bien de una mueca forzada.

- Parece que lo llevo crudo, ¿eh?

- Te pondrás bien – aseguró Roth de manera poco convincente.

Cavi tragó saliva con dificultad.

- Eso de que uno mismo no pueda usar la magia curativa en sus heridas es una buena

faena… y encima la princesita ha decidido echarse una cabezadita justo ahora… - tosió,

dejando escapar algo de sangre.

- No hables, debes descansar.

- Si dejara de hablar, es entonces cuando deberíais preocuparos – comentó tratando de

sonar gracioso sin demasiado éxito.

En ese momento apareció el enano, hasta entonces ausente, y colocó un cuenco en la mesa

junto a Cavi. Le indicó a Roth que se apartara y se sentó junto al enfermo.

- Abre la boca – ordenó con tosquedad.

- ¿Cómo? – dijo Cavi con dificultad.

- La ponzoña se ha extendido, te deben de quedar apenas unas horas – agarró el cuenco

entre sus manos y lo acercó a la boca del enfermo – esto te ayudará a sentirte mejor y acabará

con el veneno.

Cavi miró el interior del cuenco y vio con horror una especie de líquido espumoso de color

azulado que olía a rayos, apartando su cara con repugnancia ante tal hedor. El enano le lanzó

tal mirada que, como si de un niño pequeño se tratara, se acercó de nuevo al cuenco y abrió la

boca a regañadientes, dejando que aquel asqueroso fluido se colara por su garganta. El sabor

era aún peor de lo que había imaginado y el pobre sintió ganas de devolver aquella

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asquerosidad, pero la severa mirada del mediano le hizo desistir, tragándose todo el contenido.

El enano sonrió satisfecho mientras lo felicitaba.

Sacó de su bolsillo un pequeño frasco y desenroscó la tapa. En el interior había un

ungüento de color verdoso que tampoco olía demasiado bien. Le pidió a sus compañeros que

le quitaran la ropa y lo sujetaran con fuerza. Ellos, sin entender demasiado la razón,

obedecieron sin pestañear, sujetándolo de brazos y piernas. El herido los miró desconcertado e

instintivamente trató de mofarse sin éxito.

El enano recogió con sus dedos un puñado de aquel unto y con cuidado lo extendió sobre

las heridas sangrantes de Cavi. En el momento en que el gel entró en contacto con su cuerpo,

comenzó a gritar de dolor, retorciéndose con gran violencia para liberarse de sus opresores. El

enano les ordenó que lo agarraran con más fuerza y no lo dejaran escapar. Angustiados por ver

el sufrimiento de su amigo, hicieron lo que lo mandado mientras él seguía untando el

contenido del frasco en los cortes, de los que emanaba una especie de vaho, como si

estuvieran ardiendo. Cavi siguió revolviéndose entre alaridos, ante la mirada impotente de

todos.

Al cabo de un rato, después de tanta lucha, cayó rendido sobre la cama sin fuerzas para

moverse. Su pecho subía y bajaba con pesadez, emitiendo silbidos mientras respiraba. Se

durmió entre sudores y tembleques. El enano les informó que se encontraba en el momento

más crítico. Si su cuerpo era lo suficientemente fuerte, podría sobrevivir al veneno gracias al

antídoto que había ingerido y, si esto ocurría, podrían sanar sus heridas, las cuales habían

dejado de sangrar gracias al bálsamo. Ahora todo dependía de él.

El enano se dirigió hacia la joven con el frasco en las manos. Rudra, que se encontraba

junto a Liz, se interpuso en su camino sin saber muy bien por qué.

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- ¿Qué piensas hacer?

- Curarla – dijo tajante.

- Pero no tiene herida alguna – apuntó Dhyana.

El mediano apartó a Rudra de un manotazo y se sentó junto a ella, examinándola con

detenimiento.

- Es imposible. Sus síntomas son los del veneno de los wyverns.

- ¡Pero es cierto! Mi hermana y yo lo comprobamos – Sephira asintió.

El enano se quedó pensativo. Todos los signos que presentaban eran claros: piel amarillenta,

fiebre alta, sudores, dolor… No había duda alguna… Sin embargo, no había rastro de la herida

del aguijón. ¿Cómo era posible? Después de un rato meditando se levantó y se dirigió hacia la

puerta.

- No puedo tratarla si no tiene veneno… El efecto podría ser letal… habrá que esperar…

Y despareció por el umbral. Rudra se sentó de nuevo a su lado y cogió el paño que había en

una palangana en la mesilla. Lo humedeció en el agua y con mucho cuidado limpió el rostro

de la muchacha, posando el trapo en su frente y cuello para tratar de refrescarla. No podía

ocultar el gran pesar por el que estaba pasando y poco le importaba lo que ocurriera a su

alrededor. Sólo tenía ojos para ella.

Siempre había alguien junto a Cavi vigilándolo. Por su parte, el mediano se encargó de las

heridas de todos, aplicando diferentes pomadas en ellas que, aún no siendo tan rápidas y

efectivas como la magia, surtían efecto. Aunque el dolor era insufrible al primer contacto,

después de un rato éste desaparecía y parecían mejorar considerablemente.

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Así, el desconocido aparecía y desaparecía de cuando en cuando, limitándose a cuidar de

Cavi y las heridas de los demás, pero sin detenerse a charlar con nadie. Les preparó algo de

comer y, tras servirles, se perdió en le interior de la casa.

La noche cayó sobre aquellas tierras y, por turnos, fueron descansando algunos mientras

los otros vigilaban tanto a los heridos como la propia casa. Temían que sus atacantes

aprovecharan la noche para buscarles de nuevo; sin embargo, el enano no parecía demasiado

preocupado al respecto, retirándose a descansar desde muy temprano. Antes de desaparecer,

les ordenó que le dieran a Cavi el brebaje cada tres horas, aplicándole inmediatamente después

el ungüento en las heridas. Por supuesto, ésta era la peor parte, pues cada vez que tenían que

tratar sus llagas, Cavi, inconsciente, se retorcía afligido, poniéndoselo muy difícil a sus

compañeros. Aún así, parecía que la fiebre le iba bajando y las heridas mejoraban poquito a

poco.

En cuanto a Liz, aún seguía sin conocimiento y no parecía mostrar signos de despertarse

pronto. Estaba sumida en un profundo sueño.

En él podía ver a Agni, malherida por el combate, invadida ella también por un intenso

dolor en el mismo lugar en el que el toro estaba lastimado. Posó su mano sobre su costado y

allí encontró la misma sangre que tuviera la deva. Ésta reposaba sobre el regazo de Aditi,

quien iba sanando sus heridas poco a poco gracias a su magia. No sabía cuanto tiempo había

pasado desde que se sumiera en aquel estado.

De pronto todo desapareció a su alrededor y escuchó a su espalda una fuerte respiración,

pesada y ronca, a ritmo lento pero constante. Cuando se volvió vio a un enorme reptil de color

pardo tendido sobre el suelo de una oscura gruta. El animal parecía dormido y respiraba de

forma pausada pero regular. Su tamaño era impresionante y en el suelo donde reposaba había

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multitud de joyas y otros ornamentos que brillaban incluso en aquella oscuridad. Abrió sus

enormes ojos de color ámbar y los clavó en la joven. Comenzó entonces a emitir una serie de

leves gruñidos y, sin abrir la boca en ningún momento, en aquel lugar resonaron las palabras.

- Si osas acercarte… ¡morirás!

En ese momento se oyó otro rugido a su espalda, totalmente atronador. Se giró lo más

rápido que pudo y vio a otro reptil, inmenso también, y de aspecto más amenazador, de color

azabache casi imperceptible en aquella oscuridad más que por sus ojos de rubíes que

centelleaban bajo dos cuernos puntiagudos. El animal abrió sus fauces y de ellas se escapó

otro ensordecedor bramido mientras mostraba sus afilados colmillos empapados en baba

verdosa. Extendió sus alas y, de un salto, se lanzó hacia la joven con su boca abierta, directa a

su cabeza, dispuesto a arrancársela de un bocado. Liz era capaz de ver su campanilla vibrando

por la fuerza de su rugido e incluso de oler su pestilente aliento al tiempo que era atrapada,

desapareciendo todo resquicio de luz al tiempo que la bestia juntaba sus dos mandíbulas con

ella en su interior.

De un grito se levantó entre sudor y con el corazón a punto de salírsele por la boca. Miró a

su alrededor totalmente desorientada y aún aterrorizada, buscando a su atacante por todas

partes, sin hallarlo. Junto a ella se encontraba Dhyana, muy alarmada por su comportamiento.

Trató de calmarla con dulces palabras, pero Liz estaba demasiado nerviosa para siquiera

escucharla. En ese momento aparecieron el resto de sus compañeros por la puerta,

desconcertados por los gritos. Trataron de calmarla, mas ella balbuceaba sin sentido. Rudra se

sentó a su lado y estrechó sus manos. La joven lo miró aún con confusión en sus ojos. Poco a

poco fue comprendiendo que aquello no había sido más que un sueño y que se encontraba a

salvo con sus amigos.

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A medida que se iba sosegando, se percató de que no conocía el lugar en el que estaban. Le

explicaron lo que había pasado, informándola de que había estado inconsciente durante más

de cinco días. Recordó la batalla en el pueblo desértico, las serpientes y lagartos voladores;

también se acordaba de cómo había invocado a Agni y que ésta había sido herida. En su mente

apareció entonces la imagen del toro tendido en el suelo, malherido, sanando Aditi sus heridas,

y tocó su costado, comprobando que no había nada y que tampoco dolía.

También le hablaron del estado Cavi. Al parecer, había conseguido hacer frente al veneno

gracias a los cuidados del enano Bagwanda, que así se llamaba, y se iba recuperando de sus

heridas con gran lentitud.

Liz se levantó de la cama y pidió que la llevaran al lugar en el que reposaba. Cuando llegó

a su lado, vio que su estado era peor de lo que había imaginado. Aún si fuera cierto que se

estaba recuperando, sin lugar a dudas el dolor debía de ser insoportable y era incapaz de

permanecer consciente durante demasiado tiempo. Su piel conservaba ese tono amarillento y

el sudor empapaba todo su cuerpo. Bagwanda, que se encontraba a su lado, se volteó al ver al

grupo aparecer y observó que la joven ya estaba completamente recuperada. Liz se acercó al

pobre Cavi y lo miró con tristeza.

- Lo siento…

Extendió sus manos sobre él y cerró los ojos.

- De poco sirve la magia en este estado, ya lo han intentado tus amigos…

Pero ella no lo escuchó. Casi en un susurro pronunció el nombre de Aditi y abrió sus ojos,

los cuales se habían tornado de un verde fosforito muy brillante, diferente a su color habitual.

De su cuerpo brotó una bruma verdosa que envolvió al enfermo y sus heridas comenzaron a

sanar a una velocidad exagerada, cerrándose por completo y cicatrizando en un abrir y cerrar

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de ojos. Su tono de piel cambió también, volviendo a su color normal, y al cabo de unos

minutos, parecía que nunca nada le hubiera pasado.

La bruma envolvió a la muchacha y se desvaneció de inmediato. Cavi abrió los ojos, que

por fin brillaban como solían hacerlo, y miró a sus amigos reunidos a su alrededor.

- Ya podrías haberte despertado un poco antes, princesa, no sabes lo malos que han sido

conmigo mientras dormías – bromeó.

- Lo siento… - se disculpó Liz con una sonrisa, algo cansada de nuevo por la invocación.

- Más vale tarde que nunca – dijo mientras suspiraba – pensé que no salía de ésta.

Todos rieron aliviados al comprobar que no sólo su estado sino también su sentido del

humor habían vuelto a la normalidad. El enano, anonadado, miró a la muchacha.

- ¿Cómo…? – estaba tan estupefacto que apenas conseguía articular palabra.

- Nuestra princesita es un tanto especial – señaló Cavi mientras trataba de incorporarse

ayudado por Enoch – su magia no puede compararse a la de ningún mago o poción.

Por primera vez, el mediano quiso saber más sobre aquel extraño grupo.

- ¿Quiénes sois?

- Somos viajeros – intervino Roth.

- Pero no viajeros normales – cuestionó el enano con desconfianza.

- Nos habéis sido de gran ayuda y sin vuestra intervención probablemente estaríamos

muertos – afirmó Roth – por ello seré franco.

Guardó silencio durante un instante antes de continuar.

- Mi nombre es Roth. Soy aprendiz del gran mago Maharshi, héroe de la última cruzada.

Éstos son mis compañeros y juntos nos dirigimos en busca de los fragmentos de lithoi que

encierran la historia de la reina blanca que luchó contra el malvado Rakshasa. Nuestra misión

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consiste en reunir los fragmentos y escoltar al heredero llegado desde otro mundo para luchar

en una nueva cruzada contra el rey negro.

- ¿El heredero? – murmuró Bagwanda pensativo.

Paseó la mirada entre todos los presentes, examinando uno a uno a cada integrante de aquel

peculiar grupo, deteniéndose finalmente en aquella extraña muchacha de cabellos de fuego y

ojos verdes. Entonces sus ojos se agrandaron por la sorpresa y su boca se entreabrió sin dejar

escapar ningún sonido de ella.

- En efecto – confirmó Roth con tono solemne – Liz es la persona a la que debemos

proteger.

Ella miró al suelo con timidez sin saber qué decir. En verdad, aún no conseguía

acostumbrarse a ese tipo de reacciones sobre su persona.

- Entiendo… - susurró el enano - ¿y por qué estáis aquí?

- Creemos que uno de los fragmentos se encuentra en las montañas del norte, conocidas

como los dientes del dragón.

En cuanto escuchó aquellas palabras, el enano bajó la mirada con amargura mientras

apretaba con fuerza sus puños.

- Nos gustaría que nos ayudarais. Parecéis conocer estas tierras y sabéis como evitar y

hacer frente a esas bestias asesinas.

- Lo siento, pero no puedo – se dio media vuelta – marchaos en cuanto vuestro amigo se

haya recuperado.

Todos lo observaron desconcertados, mirándose los unos a los otros sin explicarse el

repentino cambio del enano. Roth intervino para tratar de solucionar el problema.

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- Estimado Bagwanda. Si en algún momento hemos sido un estorbo u os hemos

ofendido, os pido mil disculpas en nombre de cada uno de nosotros.

El enano no respondió.

- Supongo que para vos sería un gran inconveniente, pero no os lo pediría si no fuese

tremendamente necesario… vuestra ayuda y experiencia nos sería de gran ayuda en nuestra

misión.

El enano lo ignoró, encaminándose hacia la puerta sin articular palabra alguna.

- ¡Os lo suplico! – le rogó el semielfo.

- No tiene nada que ver conmigo – respondió el enano con dureza – ése es un problema

de los humanos.

- ¡Y un cuerno! – gritó el joven Seth para sorpresa de todos.

- ¡Silencio Seth! – le ordenó Roth enojado.

- ¡No! – gritó él – ya estoy harto de tanta tontería. ¿Qué no es asunto tuyo? ¿Qué sólo

atañe a los humanos? ¡Éste no es un problema de humanos! Es algo que nos afecta a todos.

Callaron ante sus palabras.

- Si el rey Rakshasa destruye este mundo, da igual que seas humano, elfo o enano.

También serás destruido. Las sombras no tienen piedad de nada ni nadie. No es justo culpar a

los humanos o resguardarse en la propia raza. Debemos luchar todos juntos para conseguir

acabar con esto. ¿Acaso no es éste también tu mundo? ¿Es que no le importa a otras razas lo

que ocurra con él? Yo no quiero que mi casa ni mi familia sean destruidas, así como tampoco

quiero que lo sean las de otros. En lugar de discutir entre nosotros y ponernos las cosas más

difíciles, todos los pueblos de Ádama deberían unirse para acabar con el malvado. ¡Así que no

digas que no es asunto tuyo!

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No se sabe si por rabia o impotencia, los ojos de Seth se llenaran de agua, rompiendo a

llorar desconsolado. Rudra se acercó a él y trató de animarlo al tiempo que el chico se

limpiaba las lágrimas con la manga de la camisa. Todos mostraron su aprecio al joven,

conmovidos con sus palabras, todos excepto Bagwanda, quien, sin mediar palabra,

desapareció entre la linde de la puerta.

Los viajeros comenzaron a recoger sus artilugios para embarcarse de nuevo en la búsqueda

del lithoi y tras recoger todo, fueron a preparar a los caballos y los carros. Al salir,

encontraron al enano cargando una enorme bolsa en la espalda. Preparaba a su animal para el

viaje. Lo miraron sorprendidos mientras él, sin inmutarse, terminaba de hacer sus preparativos.

Rudra y los otros sonrieron y continuaron cargando bártulos en los carros. Seth observó al

mediano con asombro sin entender. Éste lo miró con tosquedad, resopló y se subió a su

caballo. Rudra pasó el brazo alrededor del cuello del chiquillo y le sonrió.

- Parece que tu discursito le ha tocado la fibra sensible. Buen trabajo, chaval.

Seth, orgulloso, le devolvió la sonrisa y ambos se dirigieron a sus puestos, listos para partir.

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EL ENANO BAGWANDA

Habían pasado varias horas ya desde que abandonaran la cabaña de Bagwanda, avanzando

entre los árboles para evitar ser vistos por el enemigo. El enano los había obligado a untarse

un pestilente líquido por toda la ropa. Decía que así taparían su propio olor y los reptiles no

los atacarían.

- ¡Puaj! Desde luego, con este olor dudo que nadie quiera perseguirnos, ¿es así como

huelen nuestros amiguitos? No me había dado cuenta de ello – se quejó Rudy.

- Es orina de dragón.

Todos lo miraron horrorizados para después mirarse a ellos mismos con repugnancia,

tapándose la nariz y tratando de deshacerse de sus atuendos.

- Es el único modo de que no nos persigan – informó el enano de forma severa,

haciendo que se detuvieran en su intento por desnudarse.

- Tiene lógica, no atacarían a su propia especie – señaló Rudra pensativo.

- Esas sanguijuelas no son dragones – la voz de Bagwanda sonaba cada vez más

enojada – aunque sean parientes, no tienen nada que ver con un dragón. Los alados son

wyverns y las repugnantes serpientes con patas se llaman lindworms. Son criaturas estúpidas y

salvajes que sólo se preocupan por alimentarse. Los wyverns son algo más astutos, pero

necesitan cazar en grupo porque no son demasiado veloces ni fuertes y no pueden con las

presas grandes como los caballos. Los lindworms son sabandijas carroñeras que se alimentan

de cadáveres o animales moribundos. Si presienten que estás en plenas facultades, ni se

acercarán; sin embargo, cuando hay una batalla, siempre rondan los alrededores, esperando

conseguir un bocado. Desde hace tiempo ambas especies parecen haberse aliado en la caza,

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acabando con toda criatura que osa pisar estas tierras. Por ello, parecen no temerle a nada ni

nadie.

- ¿Y los dragones? Has dicho que los evitan.

- Son sus enemigos naturales, pero hace tiempo que no tienen que preocuparse por ello.

- ¿Por qué?

- Porque ya no hay dragones en estas tierras.

La noticia conmocionó al grupo entero, mirándose los unos a los otros desconcertados.

- ¿Cómo es posible? – quiso saber Seth intrigado.

Bagwanda permaneció en silencio ante la atenta mirada del resto del grupo.

- La mayoría desaparecieron de repente…

- ¿La mayoría…? Eso significa que aún quedan algunos – apuntó Rudy.

- No – dijo con la voz fría como un témpano.

- ¿No? ¿Cómo es posible?

El enano prosiguió sin decir nada, con la mirada perdida en el horizonte. Su expresión se

volvió lúgubre. Entonces habló.

- Yo los maté.

Nadie se atrevió a abrir la boca después de escuchar aquellas palabras; simplemente lo

miraban con las mandíbulas desencajadas y los ojos a punto de salírseles de las cuencas. Una

chispa de miedo brotó en sus rostros al mirar al enano que había sido capaz de aniquilar a los

dragones. Liz, desconcertada, rompió el silencio.

- ¿Por qué? ¿Por…qué…? – una lágrima resbaló por su mejilla al pensar en que no

tendría la oportunidad de ver a aquellas legendarias y tan magníficas criaturas nunca más.

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Bagwanda permaneció callado mientras su rostro se volvía sombrío y melancólico,

invadido de una tristeza y un dolor mayores que el de ninguno de los presentes.

- Masacraron a todas las personas de esta mitad del reino.

Aquella noticia causó casi más conmoción si cabe que la primera. Las miradas se paseaban

entre ellos, corroborando la misma reacción en cada uno, atónitos todos. Bagwanda bajó la

vista y comenzó a relatar los trágicos hechos que le llevaron a realizar tales atroces actos.

- Cuando era joven vivía, en las minas con el resto de los míos. Mi padre era el

responsable del control de la zona este y mi hermano Harald se convertiría en su sucesor

cuando muriese.

Observó como los viajeros reaccionaban ante el nombre de su hermano, dibujándose una

sonrisa en su rostro.

- Parece que habéis conocido a mi familia – ellos asintieron – lo suponía. Si fuisteis

capaces de llegar al poblado sin problemas, debisteis de haber entrado por la mina del este.

Así me ahorro el tener que explicaros el concepto de mi familia con respecto a los humanos.

“Por mi parte, nunca me había interesado demasiado por la mina ni el trabajo que se

llevaba a cabo allí. Disfrutaba de mi estatus y mi situación en la ciudadela de la montaña, sin

hacer nada más que divertirme o relajarme. Cuando cumplí la mayoría de edad, mi padre me

envió junto con mi hermano a las tierras del norte a buscar obreros, pues el trabajo había

aumentado y los enanos nos habíamos vuelto más perezosos, dependiendo cada vez más de la

mano de obra humana. Podéis imaginar que ni a Harald ni a mí nos hizo demasiada ilusión la

enmienda, pero no podíamos negarnos, por lo que partimos con varios de nuestra raza hacia el

norte. De esto hará unos veinte años.

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Por aquel entonces, había muchos poblados por los alrededores y nos dirigimos a lo que se

podría decir el de mayor tamaño en estas tierras, Shancheng. Yo nunca había simpatizado

demasiado con los humanos ni me había relacionado en exceso con ellos, por no mencionar a

Harald, que para él eran más como perros que otra cosa, por lo que cuando llegamos al lugar

nos limitamos a buscar reclutas para la mina, sin entablar más conversación de la necesaria

con aquellas personas. Y fue entonces cuando la conocí.”

El enano hizo un alto en su historia durante unos instantes, tiñéndose su rostro de

melancolía y sonriendo ante un bonito recuerdo, para después dar paso a la amargura.

“Nos dirigimos a la posada de mejor reputación del lugar con la intención de ocupar varias

habitaciones y al menos tener una estancia tranquila. Cuando llegamos al lugar, había varias

personas esperando para registrarse. Como podéis imaginar, Harald se abrió paso a empujones

entre la muchedumbre hasta llegar al mostrador. Allí había una jovencita atendiendo a los

clientes.

- Niña, danos las tres mejores habitaciones que tengáis en el lugar.

Ella enarcó una de sus cejas y lo miró de arriba a abajo, para después volver la vista a su

libro.

- Lo siento, pero deberá hacer cola como el resto de la gente que desea registrarse.

- ¡¿Qué has dicho?! – a Harald no se le da demasiado bien tratar con nadie y menos con

humanos.

- Que vuelva al final de la fila – dijo ella con indiferencia sin siquiera mirarlo.

- ¡Mentecata! – gritó uno de los enanos del grupo - ¿sabes con quién estas hablando?

Miró al que acababa de hablar y seguidamente volvió a fijarse en el que tenía frente a ella.

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- Con un señor bastante regordete y muy bajito, que, por cierto, tiene muy mal gusto

eligiendo la ropa.

A Harald parecía salirle humo por las orejas del enfado, al igual que a varios otros del

grupo; sin embargo, yo no pude evitar reírme ante la osadía de aquella joven.

- Éste es Harald, hijo del grandísimo Dvergar y heredero de las minas del Este – lo miró

sorprendida – exacto – comentó uno de los enanos con orgullo.

- Ni me suena ni me importa – se volvió de nuevo con indiferencia, enojando aún más a

los enanos.

- Escúchame niñata… - gruñó Harald.

- No, escúchame tú, achaparrado – interrumpió antes de que terminara su frase – ésta es

mi posada y si quieres hospedarte en ella, será mejor que vayas derechito al final de la cola y

esperes tu turno. De lo contrario, te recomiendo que salgas por esa puerta y te busques otro

sitio porque aquí nadie tiene preferencia sobre los demás, ¿te ha quedado claro?

- ¡Maldita! – Harald había enloquecido y agarraba la empuñadura de su espada dispuesto

a rebanar en dos a la muchacha.

Era hora de intervenir.

- ¡Basta! – grité – Harald, ya has oído a la señorita, tú decides.

Mi querido hermano me fulminó con la mirada, enfurecido y dispuesto a arremeter contra

mí también. No se puede decir que la paciencia y la tolerancia sean dos de sus virtudes, pero

le conozco muy bien y sé que en el fondo es de los que no muerde… normalmente. Así que lo

miré con firmeza y esperé a que se calmara. Indignado, se encaminó hacia la puerta a

trompicones mientras maldecía en voz alta, no se sabe a quien, hasta abandonar la posada. El

resto de los enanos lo siguieron dirigiendo miradas amenazantes a todo aquel que osara

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siquiera mirarlos de refilón. Yo fui el último en abandonar el local, dirigiendo una cortés

reverencia a la muchacha y la gente que se encontraba en el interior.

- Siento las molestias causadas – y me marché tras los míos.

A punto estuvo mi hermano de volverse a las minas sin ningún obrero, pero finalmente

logré convencerlo de que padre se irritaría si lo hiciéramos. Al final nos hospedamos en otro

de los hostales, encargándome yo de tratar con el posadero para evitar más encontronazos. El

enfado le duró a Harald varios días, refunfuñando cada dos por tres de lo poco que le gustaban

los humanos; por el contrario, a mí empezaban a fascinarme cada vez más

Cada mañana hacíamos cuartelillo en la plaza, esperando a que los hombres firmaran para

trabajar en la mina, pero nadie se acercaba siquiera al lugar donde nos encontrábamos. Mi

hermano se quejaba sin parar, gruñendo por el sol, el polvo, los mosquitos, el ruido... por todo

lo que se le ocurriera, apoyado como no por sus compañeros. Yo, sin embargo, miraba

fascinado a aquellas atareadas gentes charlando animados por las calles, riendo mientras

hacían sus tareas de aquí para allá. En nada se parecían a los de mi raza y menos aún a la

imagen que me había hecho de ellos en mi cabeza.

Una tarde, después de que Harald y los demás se retiraran a la posada, yo me quedé

recogiendo todos los bártulos. Al recoger, vi una florecilla solitaria creciendo entre las rocas

de la vía y me quedé observándola maravillado, pues en la montaña las únicas flores que hay

son las de los floreros de las estancias, las cuales se cambian cada mañana antes de que les

diera tiempo siquiera a marchitarse. Sin embargo, aquella florecita era más hermosa que

ninguno de los exuberantes racimos que adornaran mi antiguo hogar. De pronto escuché una

voz a mi espalda.

- Vaya, a quien tenemos aquí.

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Cuando me giré vi con sorpresa que se trataba de la misma muchacha que había osado

plantarle cara a mi hermano. No pude evitar que se me escapara una sonrisa al recordar

aquella escena. Ella me miró extrañada.

- ¿Qué es tan gracioso?

- Recordaba cómo le hablaste al grandioso Harald en la posada.

- ¿Eso te hace gracia?

- Mucha. Nunca nadie se había dirigido a él así, tendrías que haber visto su cara cuando se

marchó, estaba que iba a estallar.

- Se lo tiene merecido. No se puede tratar así a la gente.

- Tienes toda la razón – sonreí mientras volvía a recoger mis cosas, asegurándome de no

dañar la flor.

- ¿Qué haces?

- Recojo el campamento.

- ¿Y lo haces tú solo? ¿Dónde están tus compañeros?

- Se marcharon hace rato para descansar.

- ¡Qué vergüenza! Será posible – y se puso a recoger conmigo.

No podía dejar de mirarla ni un instante, sin saber por qué, aunque trataba de evitar que se

percatara de ello.

Con su ayuda terminamos en un santiamén y me acompañó hasta el hostal. A diferencia de

cómo se había mostrado la primera vez que nos conocimos, era muy agradable y risueña, y no

paró de hacerme preguntas. Por el camino le conté cosas sobre mi hogar y cuán diferente era

de aquel poblado. No pude evitar hablar de las sorpresas que me había llevado al llegar y de lo

diferente que era todo de cómo me esperaba. Ella me sonrió.

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- Vaya. Eres diferente de cómo dicen.

- ¿Cómo dices?

- La gente dice que los enanos son soberbios, groseros y gruñones.

- Después de la actuación de mi hermano, sería un mezquino si te quitara la razón –

bromeé.

- Bueno – rió ella - pero creo que me equivoqué contigo.

- ¿Lo dices porque soy apuesto, elegante y encantador?

- No – sonrió – eres amable, y muy sensible.

- ¿Qué?

- Te vi antes con la flor. La observabas con una expresión muy dulce, y al recoger, tuviste

extremado cuidado de no lastimarla. Eres una persona muy amable.

Sus palabras llegaron muy hondo en mi corazón y me hicieron recordar lo que mi padre

siempre me decía: “eres demasiado amable, Bagwanda. Es por eso que la mina no es tu sitio”.

Nunca me habría definido como amable.

- Kaara – la joven me sacó de mis pensamientos.

- ¿Cómo?

- Kaara – repitió con una sonrisa – es mi nombre.

- Kaara… muy bonito. El mío es Bagwanda. He de reconocer que tú tampoco eres como

esperaba.

- ¿En serio?

- Sí, mi gente dice que los humanos son cobardes, subversivos e insolentes.

- ¿A si? ¿Y como soy yo entonces?

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- Desde luego eres insolente, y algo subversiva… - dije entre risas mientras ella se

enojaba – pero no eres cobarde. Tienes la valentía de enfrentarte a mi hermano, cosa que no

todo el mundo se atreve a hacer.

- Yo no soy insolente… – reprochó a la vez que se sonrojaba – ni tampoco subversiva, es

sólo que no soporto las injusticias…

Los dos nos miramos y comenzamos a reír.

Desde aquel día comenzó a tejerse una amistad entre ambos y cada tarde, después del

trabajo, Kaara venía a la plaza para charlar y pasear por el poblado conmigo. No sólo entre

nosotros, sino que incluso el trato de la gente hacia mí también lo hizo. Cuando empezaron a

vernos a los dos juntos pensaron que, tal vez, se habían dejado llevar por sus prejuicios, sin

darnos una oportunidad, y en el momento en que comenzamos a conocernos los unos a los

otros, nos dimos cuenta de que no éramos tan distintos entre nosotros.

Así, cada día más hombres se animaban a unirse a la plantilla de la mina, aunque no por el

esfuerzo de mi hermano, desde luego. Incluso gente de otros poblados se acercaban al puesto a

firmar su nombre.

Cada día era especial al lado de Kaara. Estando con ella sentía como si todo lo que había

vivido antes, todo en lo que creía, fuera una mentira. Yo siempre había pensado que lo más

importante era acumular cuantas más riquezas se pudiera a costa del mínimo esfuerzo.

Siempre me habían servido, por lo que nunca me había preguntado de dónde venía lo que

poseía, ni todo lo que la gente tenía que hacer para conseguirlo. Mi máxima era pensar en mi

propia felicidad y bienestar.

Sin embargo, Kaara era todo lo contario. Su madre falleció cuando apenas era una chiquilla

y su padre se ocupó de educarla. Él era dueño de la mejor posada de la aldea y desde muy niña

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lo había ayudado en las tareas del lugar. Le enseñó todo lo que necesitaba saber sobre el

negocio y el trabajo duro. Así que, cuando su padre enfermó, se hizo cargo del negocio

familiar. Sólo tenía catorce años cuando murió, convirtiéndose ella en la dueña y necesitando

dirigir todo sola. De eso habían pasado ya cuatro años; sin embargo, se las había apañado para

seguir a flote y conservar la buena reputación que tenía.

Me recordaba a aquella florecilla, creciendo hermosa entre la adversidad, luchando por

sobrevivir en un entorno y un clima que no daban cabida a tal milagro, y aún así ocurría.

Cada día se me hacía más duro pensar en que el tiempo que pasábamos juntos llegaría su

fin, un fin más cercano de lo que imaginaba.

Transcurridos los dos meses desde nuestra llegada, mi hermano decidió que había

conseguido suficientes mineros para trabajar y se dispuso a emprender la vuelta a casa.

Recuerdo el gran pesar que sentí cuando imaginé volviendo a aquel oscuro agujero, lleno de

riquezas, sí, pero vacío de sentimientos… y sin Kaara. Nunca olvidaré su hermosa pero

desconsolada cara cuando le dije que me marchaba, cómo se mordía el labio, tratando de

contener su pena, mientras evitaba mi mirada. Se limitó a forzar una tenue sonrisa y, tras

desearme lo mejor, se marchó corriendo sin mirar atrás. Aquella reacción me rompió aún más

el corazón.

No volví a verla después de aquello, pues no vino a despedirme el día de nuestra partida,

aunque supe después que sí lo hizo, ocultándose entre unos árboles para no ser vista.

Apenas pude hablar durante el camino de vuelta. Me resultaba imposible compartir el

entusiasmo de Harald por volver al interior de aquellas montañas.

Cuando regresamos, todo me pareció incluso más sombrío de como lo recordaba y no pude

habituarme a la vida en aquel lugar. Añoraba el aire libre, el júbilo de los aldeanos charlando

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por las calles, los gritos de los chiquillos correteando en los alrededores, la dulce risa de mi

querida Kaara.

En lugar de permanecer con los míos, me dediqué a mezclarme con las gentes de las minas,

tratando de encontrar de nuevo esa alegría innata de los humanos, pero seguía faltándome algo,

lo que realmente añoraba por encima de todo. Kaara. Mi padre pronto se percató de mi

desdicha y tras una conversación con él, tomé la decisión que cambiaría mi vida.

- Voy a abandonar las minas – dije tajante en mitad de la cena.

- ¡¿Qué has dicho?! – gritó mi madre horrorizada.

- Mañana al alba emprenderé mi marcha.

- ¡Pero te has vuelto loco! – vociferó Harald - ¿dónde piensas ir?

- Me vuelvo con los humanos.

Aquellas palabras provocaron en mi madre y mi hermano tal furia que pensé que ambos se

levantarían y me atizarían sin pensarlo. Y a punto estuvo Harald de hacerlo si no hubiese sido

por la intervención mi padre.

- ¿Es eso lo que deseas?

- Sí – asentí con firmeza – lo siento padre, pero éste no es mi lugar.

- Si te marchas con los humanos, ya puedes ir olvidándote de volver – amenazó mi madre

en un intento por impedir mi partida.

Mi padre permanecía en silencio, meditando, mientras que Harald se empezaba a poner

morado del enfado.

- Lo siento madre, pero aquí no soy feliz.

- ¿Pero cómo no vas a ser feliz? Lo tienes todo. Riquezas, comodidad, un hogar, a tu

familia, seguridad… no necesitas hacer nada, sólo disfrutar. ¿Qué más se puede pedir?

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- Vivir – dije sin añadir nada más.

Antes de que nadie pudiera arremeter de nuevo en mi contra, mi padre intervino.

- ¿Hay alguna razón en especial que te haya llevado a tomar esta decisión? – quiso saber.

Yo permanecí en silencio sin saber siquiera por donde empezar sin causar una conmoción a

mi familia.

- Es por esa niñata, ¿no es así? – las venenosas palabras de Harald no pasaron por alto –

esa humana – el desprecio en su tono era evidente.

- ¡¿Una humana?! – exclamó mi madre escandalizada - ¿todo esto por una chica humana?

- ¿Es eso cierto? – preguntó mi padre.

Yo asentí cabizbajo, dispuesto a recibir una buena reprimenda. Sin embargo, permaneció

mudo, con los ojos cerrados, meditando. No me importaba lo que mi madre o mi hermano

pensaran, pero decepcionar a mi padre era algo que me dolería durante el resto de mi vida.

Harald sonrió con malicia, satisfecho, al igual que mi madre. Ambos sabían que quien tenía la

última palabra era mi padre y que acataría sus órdenes sin rechistar.

Por fin abrió los ojos, dispuesto a enunciar su veredicto.

- Bagwanda, hijo mío, siempre he sabido que esta vida no era para ti. Ésa fue una de las

razones por las que te envié con tu hermano al exterior. Deseaba que vieras otros mundos,

aunque he de admitir que no esperaba que te enamoraras de una humana, la verdad – calló un

instante – para mí, lo más importante siempre ha sido la felicidad y bienestar de mis seres

queridos. Como muy bien dice tu madre, aquí tienes todo lo que se necesita para vivir una

vida plácida - mi madre asentía complacida con cada palabra que pronunciaba – y el tener una

relación con una humana es algo inaceptable dentro de esta comunidad – mi hermano

mostraba una maliciosa mueca de placer mientras mi padre volvía a tomarse unos segundos

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antes de continuar – sin embargo, no hay ninguna ley que prohíba a un enano fuera de estas

montañas contraer matrimonio con una mujer humana, como tampoco la hay que te obligue a

permanecer en las minas – Harald y mi madre se miraron con sorpresa y horror – es por ello

que, si esa es tu decisión, eres libre de marcharte – yo estaba tan sorprendido como ellos – así

pues, ante la presencia de tu madre, tu hermano y yo mismo, Dvergar, decreto que quedas

exento de todas tus responsabilidades para con las minas y por lo tanto tienes mi

consentimiento y mi bendición para abandonar las montañas; sin embargo, desde el momento

en que pongas un pie fuera, perderás tu derecho a vivir dentro de la comunidad – se levantó de

la silla – no podrás volver a las minas a menos que seas convocado o invitado por uno de sus

miembros.

- ¡Pero Dvergar…! – interrumpió mi madre.

- ¡Ésta es mi decisión y es irrevocable! – sentenció mi padre en tono severo – aquel que

cuestione mi veredicto estará cuestionando mi integridad y mi persona, cometiendo un enorme

delito contra esta congregación. ¿Está claro?

Todos los presentes permanecieron en silencio mientras el gran Dvergar avanzaba hasta la

puerta con el fin de abandonar la sala. Antes de marcharse, se detuvo y se volvió hacia mí.

- Ve y cumple tu sueño – susurró con gesto amable – vive y sé feliz.

Y tras decir esto, desapareció por la puerta, seguido de mi madre, que sollozaba

desconsolada, y mi hermano, cuyo rostro mostraba su enorme insatisfacción. Yo, por mi parte,

aún en estado de shock, fui a preparar lo necesario para el viaje.

Mientras organizaba mis cosas, mi madre apareció en la habitación llorando sin parar.

Traté de animarla y hacerle entender que no era algo tan horrible, que seguía siendo mi madre

y nunca dejaría de quererla aunque me marchara. Hizo un último intento por convencerme de

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390

mi error, pero después de lo que había pasado, era imposible que lo consiguiera. Me despedí

de ella con un fuerte abrazo, prometiendo venir de visita, y me marché de lo que fue mi hogar

durante toda mi vida.

Poco me duró la tristeza, dando paso a una enorme excitación ante la idea de volver a ver a

Kaara; no obstante, a medida que iba avanzando en mi camino las dudas comenzaron a

invadirme. ¿Y si ella no sentía lo mismo que yo? ¿Y si se había olvidado de mí? ¿Y si me

había condenado al destierro sólo por una ilusión?

Toda aquella incertidumbre se esfumó en cuanto nos encontramos de nuevo. Sus ojos se

llenaron de lágrimas nada más verme, corriendo a mi encuentro y lanzándose a mis brazos. En

ese mismo instante, arrodillándome en el suelo, le pedí que se casara conmigo, aceptando ella

sin duda alguna, y desde aquel día experimenté lo que era la verdadera felicidad.

Empecé a trabajar en la posada y, al cabo de un tiempo, abrí mi propia herrería en el pueblo.

Enseguida se hizo muy popular y venían clientes de diferentes lugares para requerir mis

servicios. En cuanto a los aldeanos, al principio no encajaron la noticia de nuestra unión

demasiado bien, pero con el tiempo lo acabaron aceptando, convirtiéndome en uno más de

ellos. A menudo bromeábamos sobre los enanos y los humanos, pero siempre desde el cariño.

De cuando en cuando, algunos aldeanos me pedían referencias para trabajar en las minas, así

que los mandaba allí con una carta dirigida a mi padre. Supongo que los recibirían porque

ninguno volvió para quejarse.

Fue durante ese tiempo cuando escuché por primera vez la historia acerca de la relación de

los humanos con los dragones. Los enanos siempre hemos detestado a los dragones, pues

según las historias de los viejos, sufrimos numerosas bajas en el pasado, y tras muchos

enfrentamientos nos cobijamos en las montañas, huyendo de aquellos odiosos reptiles

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voladores que no hacían más que comerse a todo bicho viviente, o eso es lo que se contaba en

la comunidad. Si he de ser sincero, nunca antes había visto o siquiera pensado en dragones,

sabiendo bien poco sobre ellos más que lo que me contaran de niño.

Kaara me explicó que había diferentes tipos de reptiles. Los wyverns y lindworms eran las

especies más abundantes. Su inteligencia era limitada y se alimentaban de cuanto se pusiera a

su alcance. Eran bastante problemáticos y solían atacar a los animales y a las aldeas para

conseguir comida. Era por eso que los humanos se habían aliado con los dragones.

Éstos eran de mayor tamaño y poseían una inteligencia incluso superior a la de los

hombres. Desde hacía siglos, las gentes ofrecían sacrificios de ganado a los dragones a cambio

de protección, encargándose así de mantener alejados a los wyverns y lindworms de los

poblados, viéndose éstos limitados a cazar animales salvajes o viajeros ignorantes del peligro

de su presencia. Debido a ello, su número se había reducido de manera considerable.

Así, una vez al mes se ofrecía el sacrificio, ya fuera una oveja o un ternero, depositándolo

en el altar del dragón. Algunos se quejaban de lo costoso que resultaba, pero desde luego era

mejor que quedar a merced de otros depredadores.

Cada mes alguien diferente haría su ofrenda y, gracias a ello, las gentes de las ciudades

habían vivido en paz durante siglos. Cada gran poblado tenía un dragón guardián. El de

aquella aldea era el gran dragón pardo. Muy pocos lo habían visto, pues se acercaba en la

noche para aceptar su obsequio mensual y jamás aparecía en presencia de nadie. De esta

manera, la vida se volvió tranquila y relajada en el pueblo, ocupados en nuestros quehaceres.

Pasados varios años desde que nos casáramos, ocurrió el mayor milagro que jamás

hubiéramos podido imaginar. Ni siquiera sabíamos que algo así pudiera suceder. Para sorpresa

de todos, Kaara se quedó embarazada y dio a luz a una preciosa niña a la que pusimos de

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nombre Leila, en honor a la madre de mi esposa. Era clavadita a su mamá, con sus mismos

ojazos y su cabello negro ondeante; también había heredado su carácter alegre pero peleón.

Era la cosa más bonita que pudiera existir y juntos cada día era más maravilloso en nuestras

vidas. Hasta aquel día…

Cuando Leila estaba a punto de cumplir los cuatro años, un enano enviado desde las minas

apareció en la aldea en mi busca. En la carta que traía se me informaba del repentino

fallecimiento de mi madre, por lo que decidí partir hacia las montañas y honrar su muerte.

Kaara quiso venir conmigo, pero me preocupaba la reacción de la comunidad ante su

aparición, y en especial con nuestra pequeña Leila, así que insistí en que se quedaran en casa y

esperaran mi regreso, asegurando volver muy pronto. Ojala no lo hubiera hecho… Si pudiera

volver atrás, jamás me hubiera separado de ellas…”

El enano guardó silencio mientras una mezcla de emociones invadía su rostro y todo su

cuerpo. Todos permanecieron a la espera de que continuara con su historia, aunque sabían que

el final no sería feliz.

A duras penas, Bagwanda terminó su relato.

“Todo en la mina fue normal. Mi familia y yo lloramos la muerte de mi madre que al

parecer había estado enferma desde hacía tiempo, ocultándoselo todos, muy típico en ella.

Durante mi estancia mi hermano no me dirigió la palabra y mi padre estaba demasiado

afligido para mostrar alegría por mi visita.

Permanecí una semana en la minas y, tras despedirme de mi gente, emprendí la vuelta a

casa. Normalmente haría el viaje a pie, tardando casi tres días; sin embargo, estaba tan

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impaciente por llegar que cogí uno de los caballos de la mina, tomándome alrededor de un día

el trayecto, sin detenerme más que un par de veces. Estaba ansioso por regresar, no sólo por

las ganas de ver a mis tesoros, sino porque, por alguna razón, desde hacía unos días tenía un

mal presentimiento. Y estaba en lo cierto.

Cuando estaba todavía de camino, vi a lo lejos humo en una de las villas vecinas y, a pesar

de la prisa que llevaba, decidí acercarme a ver qué sucedía. Cual fue mi sorpresa al ver con

horror desde las afueras como la aldea había sido totalmente destruida. Varias de las casas

ardían en llamas y el olor a carne quemada y sangre era insoportable. En condiciones

normales me habría adentrado en el lugar, tratando de dar auxilio a quien lo necesitara; no

obstante, en ese momento sólo podía pensar en una cosa. Kaara. Azucé al caballo lo más

fuerte que pude y emprendí una fugaz carrera en dirección a casa.

Con gran espanto vi como de mi poblado también salía humo. Me apresuré lo más que

pude, sin detenerme hasta llegar a nuestro hogar. El interior estaba vacío, así que salí al

exterior y llamé a mis dos soles a gritos, sin recibir respuesta alguna. Corrí por todo el lugar

mas nadie me respondía, buscando por cada rincón y en cada casa, sin éxito alguno. Algunas

cabañas habían ardido y por las calles la sangre inundaba los caminos. El olor a carne

chamuscada era nauseabundo, llenando mi mente de horribles imágenes en un intento por

entender qué era lo que había sucedido.

Cuando llegué al extremo norte, donde se alzaba la colina de la torre del sacrificio, escuché

lo que parecían quejidos procedentes de debajo de un carro. Lo retiré como pude y allí

encontré a uno de los ancianos del pueblo, cubierto de sangre pero aún consciente.

- ¡Maurice! ¡Maurice! – grité tras reconocerlo - ¡Dios santo, Maurice! ¿Qué ha ocurrido?

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Apenas le quedaban fuerzas suficientes para moverse. Sus heridas eran tan profundas que

resultaba increíble que aún siguiera con vida. Traté de detener la hemorragia de su estómago,

mas fue en vano, pues era evidente que nada se podía hacer. Su vientre había sido totalmente

desgarrado, asomándole varios de sus órganos.

- Bag… Bagwan… - ni siquiera podía hablar con claridad.

- Sí, Maurice, soy yo, ¿qué ha pasado?

- Un dragón… - balbuceó con dificultad – negro… con los wyve… todos… - comenzó a

toser sangre por la boca.

- ¡Kaara! ¿Dónde está Kaara? – le pregunté desesperado.

- El dragón pardo… arriba… - señaló hacia lo alto de la colina con las últimas fuerzas que

le quedaban.

- ¿El dragón pardo? ¿Qué pasó?

- Él… él… - esas fueron sus últimas palabras antes de dejar escapar la vida que le

quedaba.

Sin poder hacer mucho más por Maurice, salí escopetado hacia la colina con la esperanza

de que…

Corrí y corrí hasta llegar a una torre en lo alto de la loma y allí, en la entrada, había más

cadáveres esparcidos por el suelo. Sin detenerme, entré dentro y me lancé escaleras arriba casi

sin aliento hasta llegar a la parte superior. La torre terminaba en una enorme explanada sin

nada que la protegiera del exterior, dejando a la vista el horizonte y las enormes montañas del

norte, los dientes del dragón.

Nada más poner un pie en aquella terraza caí al suelo invadido por el dolor entre llantos y

alaridos. Allí, en mitad del altar, yacía mi Kaara, mi amada Kaara, sin vida, tendida sobre la

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fría piedra. Mi tormento me impedía acercarme a ella, por lo que tuve que luchar con mi

propio cuerpo para incorporarse y avanzar. Nada más llegar a su lado comprobé que

efectivamente estaba muerta. Tenía varias heridas a lo largo de su cuerpo; sin embargo, lo que

causó su muerte fue el enorme agujero en su espalda por el que la sangre debía de haber

brotado a borbotones. Cuando posé mi mano sobre su cuerpo noté que aún estaba caliente,

signo de haber fallecido no hacía mucho. Si sólo hubiera sido más rápido…

Limpié su rostro ensangrentado y observé sus bellas facciones una vez más, inertes esta vez

y carentes de aquel brillo que la caracterizaba, pero aún hermosa. A pesar de que debió de

sufrir de sobremanera, su rostro permanecía sereno y una sonrisa se dibujaba en sus labios.

No recuerdo el tiempo que pasé allí, abrazándola, berreando desconsolado y con el rostro

cubierto de lágrimas. Ésa fue la primera de las muchas veces que lloraría en mi vida.

Cuando por fin tuve fuerzas para levantarme, busqué por los alrededores a mi pequeña

Leila, con miedo de encontrar su diminuto cadáver, y aún con la esperanza de que… Sin

embargo, no había rastro de ella.

Rastreé el poblado durante días, pero no logré encontrar a nadie más con vida. Enterré

todos los cadáveres que encontré y abandoné la aldea para nunca volver. Por las palabras de

Maurice, los wyverns habían atacado el poblado, y los dragones también habían estado

implicados, rompiendo el pacto que tenían con los humanos y traicionándonos así. Desde

entonces, no he hecho otra cosa que darles caza. De ese día hace diez años.

Volví a las minas para buscar información sobre ambas especies y me retiré al bosque. A

pesar de la insistencia de mi padre en que me quedara, no podía hacerlo. Debía vengar a mi

familia y a toda mi gente.

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Supe que todos los pueblos habían corrido la misma suerte, pues no había ni un solo ser

humano en la zona, así que desde las minas se prohibió el tránsito a la zona norte,

convirtiéndose en área de alto riesgo para cualquier viajero. Yo, por mi parte, entrené y

entrené, enfrentándome de cuando en cuando a los wyverns y buscando a los dragones. No

obstante, éstos habían desaparecido de la faz de la tierra y sólo conseguí encontrar a dos de

ellos. Y cuando lo hice…”

La mirada del enano se llenó de odio y rencor.

- Los maté…

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DE CAMINO A LAS MONTAÑAS DEL DRAGÓN

La tragedia del enano sin duda alguna había dejado huella en cada uno de los integrantes

del grupo y nadie se atrevió a cuestionar sus decisiones o preguntar nada una vez terminó su

relato, continuando su camino en silencio, con aquellos horribles sucesos en mente. Ahora

entendía el por qué de su reacción tras escuchar el destino de aquellos viajeros. Hasta

resultaba extraño que hubiera aceptado a acompañarlos. Es posible que viera en Seth reflejado

el espíritu luchador de su difunta esposa.

Tardarían aproximadamente tres días en llegar, si no eran atacados antes. Durante ese

tiempo evitarían transitar por espacios abiertos, ocultándose entre los pinares siempre que

pudieran, y rociándose con el apestoso repele-wyverns.

La primera noche acamparon en el bosque siguiendo los consejos de Bagwanda, quien dijo

que, a pesar de que tardarían más, era conveniente que hicieran varios altos en el viaje,

deteniéndose de inmediato ante la amenaza de un ataque. Cenaron todos juntos alrededor de

una hoguera. Si algún depredador osaba acercarse, lo sabrían enseguida, pues, según el enano,

los wyverns delataban su presencia en el momento en que avisaban a sus camaradas mediante

gritos, cosa que si los encontraran harían por descontado pues, por instinto, no se atreverían a

atacar a un grupo en solitario. Así, por fin pudieron relajarse y disfrutar de comida caliente y

el privilegio de estirar las piernas.

Después de comer, algunos charlaron mientras que otros descansaban en el interior de los

carruajes para prepararse para futuras guardias. Seth sorprendió a todos con una pregunta que

a ninguno se le había ocurrido antes.

- Kabirim… ¿tu pueblo también fue atacado por los dragones?

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En efecto, Kabirim era procedente de aquella tierra, y había mencionado con anterioridad

vivir en el norte de la región. Tal vez él también había sido víctima de la masacre.

- No lo sé… - dijo meditativo – según el enano, el ataque sucedió hace diez años, yo era

muy joven por aquel entonces y no tengo demasiados recuerdos de mi infancia… Mis padres

murieron cuando apenas era un chiquillo, así que me mudé a las minas cuando tenía unos

cinco años para vivir con mi tío, que era minero. Nunca volví a mi pueblo natal, por lo que es

posible que lo atacaran… Ahora que lo dices… - guardó silencio un instante – recuerdo que

hubo mucho revuelo durante una temporada, y llegaron nuevas gentes a las minas procedentes

del norte. Nunca supe qué sucedió pues mi tío esquivaba el tema, pero sí recuerdo sus

afligidos rostros… Después de eso se prohibió cruzar las montañas a cualquiera.

El grupo continuó charlando, intentando evitar cualquier tema delicado. Al rato, Rudra se

levantó sin hacer ruido y se acercó a donde se encontraba Bagwanda, quien se había ofrecido

para patrullar en primer lugar. El enano no se volvió a pesar de la presencia del muchacho.

- Esto… ¿Bagwanda?

El mediano no contestó. Rudra siguió hablando.

- Yo… me preguntaba… ¿dónde aprendiste a luchar?

- Solo – respondió – a base de experiencia y combates.

- Ah… Eres un gran luchador y si no hubiera sido por ayuda, probablemente estaríamos…

- no terminó la frase por miedo a enfadarlo con lo que venía después – es por eso que me

preguntaba…

Guardó silencio un instante, esperando que Bagwanda dijera algo; sin embargo, éste

permaneció en estado de mutis con la vista fija en la espesura del bosque, así que Rudra se

lanzó decidido en su empeño.

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- Quiero que me enseñes a luchar – pidió muy serio mientras juntaba las palmas de sus

manos frente a su cabeza baja.

- Yo no soy espadachín ni maestro de lucha – afirmó el enano sin mirarlo – soy herrero.

- Pero sabes luchar, sabes como acabar con esas sanguijuelas e incluso como matar a un

dragón. Por eso… por eso… ¡te lo pido por favor! – rogó.

- ¿Para qué quieres luchar? – quiso saber Bagwanda mirándolo de reojo

- Quiero proteger a Liz – dijo mientras sus ojos llameaban – no sólo a ella, a toda la gente

que es importante para mí.

- Lo que pides es muy difícil… - musitó entristecido.

- Lo sé… por eso necesito tu ayuda. No quiero ver impotente como la gente que quiero

sufre sin que yo pueda hacer nada. Quiero luchar para protegerlos.

Bagwanda se volvió hacia él y, tras posar su mano en el hombro del muchacho, avanzó

hacia el grupo, le dijo al oído algo a Sadhu y se encaminó de nuevo al lugar donde Rudra

permanecía en pie, cruzándose con él y prosiguiendo en su avance hacia los árboles. El

muchacho lo miraba sin saber muy bien que hacer. Entonces el enano se detuvo y se volvió.

- ¿Piensas quedarte ahí parado toda la noche o vas a venir conmigo a entrenar?

Su rostro se iluminó y, tras correr a por su espada, fue directo a donde Bagwanda lo

esperaba, internándose ambos en el bosque.

Seth, que los había estado observando desde hacía rato, se levantó y los siguió

sigilosamente. Oculto entre los árboles, fue testigo del duro entrenamiento al que el enano

sometía al muchacho. Más que entrenar, parecía que le estuviera dando una paliza. Bagwanda

le dijo que primero debía fortalecer los músculos de los brazos para poder penetrar en la dura

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piel de los reptiles, por lo que debía detener su avance y evitar ser golpeado con la ayuda de

un palo.

Aunque en un principio el joven había pensado que sería una tarea fácil, la práctica resultó

mucho más dura de lo que parecía. El enano le aseguró que luchar contra una persona y

hacerlo contra una bestia salvaje que sólo te ve como un pedazo de carne para llenar su

estómago eran dos cosas completamente diferentes, así que se dedicó a darle porrazos sin

parar mientras el pobre Rudra apenas era capaz de esquivarlos.

Seth miraba con atención entre los árboles. Desde que se uniera al grupo, su relación con

Rudra se había vuelto cada vez más estrecha y, a pesar de que el joven no fuera el guerrero

legendario, seguía sintiendo una gran admiración por él y lo imitaba en todo lo que hacía.

Cada día tomaba notas sin parar de todo lo que hablaban, y decía que un día se convertiría en

un luchador tan grande como él.

Mientras escribía sin prestar atención a otra cosa que no fuera la pelea, algo se acercó con

sigilo por su espalda hasta agarrarlo por el brazo. Se giró exaltado, dispuesto a gritar, pero su

atacante le cubrió la boca y lo mandó callar tratando de tranquilizarlo. Se trataba de Liz

- ¡Menudo susto! – intentó por todos los medios no gritar, surgiendo de su garganta un

susurro raspado - ¿qué estás haciendo aquí?

- Seguirte – murmuró ella - ¿y tú que haces?

Señaló hacia los luchadores, sonriente. Liz vio a Rudra y al enano peleando y en un primer

momento se asustó, haciendo amago por correr a detenerlos, pero al instante comprendió lo

que estaba pasando.

- Lo hace por ti – afirmó Seth – para protegerte.

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Ella se quedó observando la escena durante un rato, viendo lo muchísimo que Rudra se

esforzaba a pesar de la gran cantidad de palos que estaba recibiendo. Seth lo miraba con un

brillo especial en los ojos.

- Lo admiras mucho ¿verdad?

El chiquillo asintió sonrojado. Liz miró a Rudra con dulzura y en sus ojos se denotó un

brillo diferente.

- ¿Tú no? – le preguntó Seth.

Una tierna sonrisa se dibujó en su rostro mientras asentía a la vez que fijaba su mirada el

espadachín.

Ambos se quedaron de espectadores durante un rato hasta que el sueño hizo imposible

mantener los ojos abiertos por más tiempo. Liz se llevó a un dormido Seth a cuestas, con su

cuaderno entre las manos, dejando que Bagwanda y Rudra prosiguieran con su entrenamiento.

No sabía lo que el muchacho escribía en sus notas, pero nunca dejaba de tomarlas. Siempre

que algo le resultara interesante lo apuntaba, y desde hacía tiempo se pasaba el día con la nariz

pegada al librillo, escribiendo sin parar.

Después de ver cuanto empeño ponía Rudra, Liz decidió que también entrenaría duro con

su magia a partir de mañana. Durante el viaje había tratado de practicar algo, pero esta vez le

pediría a Roth que la ayudara.

Dejó a Seth en el carro y se echó a dormir un rato. No tardó mucho en levantarse, yendo

directamente en busca de Roth, que hacía guardia junto a uno de los árboles.

- Qué raro que estés despierta tan temprano.

- Sí, bueno, es que quería pedirte un favor – murmuró con timidez – si tienes un rato libre,

claro.

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Roth llamó a Brill y le pidió que lo sustituyera en su puesto. Una vez todo en orden, se la

llevó a un lado.

- ¿Ocurre algo?

- No es nada importante, yo… me preguntaba si querrías ayudarme a entrenar con mi

magia…

- Por supuesto – aceptó de inmediato con una sonrisa.

Y sin más dilación comenzaron a prepararse.

Ambos permanecieron en pie, meditando durante un rato para mejorar la canalización y el

dominio del Qi. Desafortunadamente no podían utilizar magia de ataque, pues llamaría

demasiado la atención, así que se centraron en la de curación.

Mientras entrenaban a un lado del grupo, los dos guerreros regresaron de su entrenamiento.

Rudra, que apenas podía tenerse en pie, miró en dirección a los dos magos y chasqueó los

dientes, caminando derechito al carruaje. Estaba hecho polvo y su cuerpo le pedía a gritos

descansar. Por su parte, Liz estaba tan metida en la meditación, que no se percató de la llegada

del muchacho.

Al cabo de un rato, Roth la distrajo.

- Acabo de caer en la cuenta, ¿has contactado con la deva de estas tierras?

Liz lo miró desanimada.

- No estoy segura… - dijo pensativa – últimamente me cuesta recordar mis sueños; sin

embargo, presiento que se me escapa algo… no sé el qué…

- ¿Crees que se te ha manifestado el espíritu?

- Tengo la sensación de que está cerca, pero no puedo asegurarlo… es como si se

estuviera escondiendo de mi… no sé como explicarlo.

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- Tranquila, tarde o temprano acudirá a ti. El maestro dice que la mera existencia de las

devas las obliga a conectar contigo, aunque no sé muy bien por qué.

- Eso espero…

Cavi los interrumpió, anunciando que el desayuno estaba listo y que pronto retomarían la

marcha. Ambos se reunieron con el resto y tras comer lo suficiente, prepararon todo para

partir. Rudra se encontraba descansando en el carro junto con Seth, así que Liz se sentó a las

riendas junto a Rudy y Vlad.

Como hicieron con anterioridad, transitaron a través de los bosques, evitando las zonas

abiertas, siempre alertas por si el enemigo los atacaba. En cada descanso, Rudra y Bagwanda

se retiraban del grupo para entrenar, seguidos de Seth, quien los observada a escondidas; y a

su vez, Liz practicaba, a veces con Roth y otras en solitario.

Al cabo de dos días ya se podían ver las montañas, cada vez más cercanas; sin embargo,

algo impidió que prosiguieran con su avance. Entre los árboles escucharon varios chillidos

procedentes de una zona descubierta un poco más alejada de donde se encontraban. Lo más

preocupante era que los rugidos eran varios y diferentes, por lo que supusieron que había más

de un wyvern esperándolos al otro lado. Era posible que hubiera un nido cerca de aquel lugar,

siendo extremadamente peligroso siquiera rondar aquella zona arbolada.

- Genial… - gruñó Rudra molesto - ¿y ahora qué hacemos?

- ¿No hay ningún otro camino? – preguntó Rudy.

- No es seguro… - comentó el enano.

- Pero tampoco podemos quedarnos aquí y esperar a que nos coman – se quejó de nuevo

Rudra.

- Es posible… - murmuró Bagwanda, pensativo.

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- ¿Es posible? – repitió Rudra impaciente.

- Existe otra manera de llegar, pero es muy arriesgado y no tendremos la protección de los

árboles, además nos tomará casi medio día en llegar…

- Tendremos que correr el riesgo, no podemos quedarnos aquí. Necesitamos entrar en el

interior de las montañas – sentenció Roth mientras todos lo escuchaban - ¿no es así, Liz?

La joven observó las montañas y sintió un cosquilleo en la boca del estómago, leve, pero

ahí estaba. Se llevó la mano al vientre y asintió con decisión.

- Está cerca… puedo sentirlo…

De esa manera, con cierta resignación, dieron media vuelta y desanduvieron un buen trecho

de lo que habían recorrido. Llegado a un punto, tomaron un camino diferente y prosiguieron la

marcha. A medida que se fueron alejando, los rugidos se iban haciendo más y más lejanos, por

lo que parecía que habían tomado la decisión correcta al cambiar su ruta; sin embargo, los

había retrasado y para cuando llegaron a la linde del bosque, ya casi había anochecido. Tras

discutir sobre si proseguir hasta las montañas o detenerse, decidieron escuchar al sabio enano

y acampar, emprendiendo la marcha al alba.

De nuevo cada uno se dedicó a sus quehaceres. Algunos descansaron, otros hicieron

guardia, Rudra y Bagwanda entrenaron bajo la atenta mirada del jovencito Seth, y Liz estuvo

con Roth.

Tras largo rato concentrándose, Liz decidió que era hora de descansar, así que se retiró al

cobijo del carro. Cuando llegó, vio que ni Seth ni Rudra habían vuelto aún, por lo que, a

hurtadillas, salió del carruaje y se internó en el bosque en su busca. No tardó mucho en

encontrarlos.

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Seth se había quedado dormido entre los árboles mientras que la pareja entrenaba duro un

poco más allá. Liz se percató de lo mucho que Rudra había mejorado en los últimos tres días,

luchando sin descanso mientras el enano lo atacaba y daba consejos sobre la lucha.

- No olvides que el punto débil de un wyvern está en su cola envenenada.

- ¿En su cola? Pensé que ése era su arma.

- Es un arma de doble filo. Por una parte, ataca con gracias al enorme aguijón que tiene en

su extremo, donde se almacena el veneno segregado. Sin embargo, si éste se corta, pierde su

recipiente y la válvula que bombea la ponzoña hacia el interior, por lo que el tóxico se esparce

por su sangre, matándolo.

- Eh… no lo llego a entender.

- El aguijón tiene una especie de mecanismo que succiona el veneno que se segrega en las

glándulas de la base de la cola. Mediante esa válvula, el tóxico es absorbido al interior del

aguijón, impidiendo que el wyvern se envenene.

- ¡Ah! Entonces si el aguijón se corta…

- Exacto, ya no hay nada que bombee el veneno hacia sí, siendo vertido desde las

glándulas a la sangre, envenenándolo a él.

- ¡Tomando de su propia medicina! – exclamó Rudra sonriente.

El enano lanzó una media sonrisa sarcástica ante su comentario.

- ¿Y a los lindworms?

- Esos son fáciles, se les corta la cabeza – rió con malicia – pero dudo que se acerquen lo

suficiente para ello, son demasiado cobardes para luchar. Prefieren esperar a los restos.

- ¿Y…?

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Rudra calló. No sabía si debía siquiera mencionarlo; sin embargo, el mediano pareció leerle

la mente, adquiriendo un aire sombrío al instante.

- Esos son más duros de pelar… - musitó - ¿ves esto? – señaló su ojo derecho – me lo

hizo uno de ellos. Son bastante peliagudos y apenas tienen puntos débiles. Escupen fuego y

pueden volar. Además, su fuerza bruta es incomparable a la de cualquier otra criatura y son

listos, muy listos…

- ¿Cómo…?

- Su vientre – explicó mientras ponía su mano en la tripa del muchacho – allí las escamas

son menos duras, haciéndolos más vulnerables; claro que es muy difícil clavarle un arma. De

una batalla con wyverns se puede salir ileso si se sabe como atacar, pero con un dragón, se

tiene suerte si se sale con vida.

- Tú acabaste con dos…

- Y ojala hubieran sido más. No descansaré hasta acabar con todos los dragones de la faz

de la tierra.

Liz observaba entristecida la escena desde los árboles. Entendía el sufrimiento de

Bagwanda por la pérdida de su familia; sin embargo, a pesar de haber escuchado su historia,

no podía evitar sentir gran fascinación por aquellas criaturas.

Desde niña había admirado la idea de que los dragones pudieran existir. Le encantaban las

novelas de fantasía. En su mundo había tantos conceptos diferentes sobre los dragones; desde

las fieras salvajes y crueles de Europa, hasta la figura sagrada y sabia del dragón oriental y

latinoamericano. A pesar de que se dijera que era absurda la existencia de tales criaturas, ella

pensaba que era imposible que civilizaciones tan diferentes y alejadas unas de otras

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compartieran una misma idea de la nada, con similitudes tan grandes. Siempre había creído

que tenía que haber una base común para ello, una criatura auténtica.

Pero eso era lo que pensaba de cría. Una vez se pasa a la adolescencia, se deja de pensar en

ese tipo de fantasías. Eso era lo que decía padre, y mira por donde, ahí estaba, en el

mismísimo reino de los dragones, en otro mundo diferente al suyo propio; luchando contra

reptiles alados y bestias endemoniadas, usando magia e invocando a espíritus mágicos. Si era

posible que hubiera ocurrido algo así, ¿qué más podría ser posible? Desde el fondo de su ser

anhelaba poder ver a un verdadero dragón.

Mientras pensaba en ello tuvo una especie de flash en su mente, cómo si se le estuviera

escapando algo, mas no sabía lo que era. De manera difusa, apareció la imagen borrosa de lo

que parecía un dragón parduzco, pero era demasiado confuso para siquiera adivinar lo que

significaba. Tal vez se tratara sólo de un sueño…

Cogió a Seth a caballito mientras permanecía dormido y regresó a la caravana, dejando

atrás a los luchadores. Cuando llegó al campamento, echó al chiquillo sobre una manta y se

acostó, y soñó entonces con dragones y princesas.

Liz se levantó sobresaltada cuando sintió una mano posarse sobre su hombro. Tras volverse

vio que se trataba de Rudy, quien le informaba de que estaban listos para partir. Antes de salir,

Rudy la detuvo. Se veía pensativa y preocupada.

- ¿Ocurre algo? – quiso saber Liz.

- Es que… hay algo que me preocupa…

- ¿El qué?

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408

- Anoche, antes de dormir, estuve practicando con eso de las premoniciones y… vi algo

extraño.

- ¿Algo extraño?

- Era bastante confuso, bueno, ya sabes – Liz sonrió, pues ella también lo había

experimentado antes - el caso es que del interior de la montaña salía volando un enorme reptil,

diferente y más grande que los que hemos visto. Izaba el vuelo hacia un cúmulo de nubes

justo encima de las montañas, alto, muy alto. El animal rugía y de entre las nubes otros

respondía. Había algo oculto, no sé muy bien que… y de repente oí risas humanas.

- ¿Qué? – Liz estaba sorprendida.

- Es raro, ¿verdad? No tiene sentido… pero estoy convencida de que lo que vi era un

dragón. ¿No se suponía que todos habían desaparecido? ¿Y qué sentido tiene que oyera risas

humanas? Algo no anda bien.

- Yo también lo creo – afirmó Liz – tengo la sensación de que hay piezas que no encajan

del todo en lo de la masacre y todo eso.

- ¿Crees que el enano miente?

- No, no lo creo. Después de todo él no estuvo allí.

- ¿Qué debemos hacer?

- De momento no digas nada, no quiero que Bagwanda se entere de que puedan haber

dragones con vida y decida aniquilarlos. Me da que pronto descubriremos todo.

Rudy asintió y se dispuso a marcharse cuando Liz la interrumpió.

- Gracias – dijo sonriente – por habérmelo contado.

- Tú eres la jefa, ¿no? – señaló en tono divertido la gitana.

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- Menuda jefa, lo único que hago es desmayarme cuando intento ayudar y dormir durante

horas.

- No digas eso, salvaste a Cavi, ¿no?

- Lo hizo Bagwanda… - su expresión triste se transformó en una sonrisa - me alegra que

vayas familiarizándote con eso de las visiones.

- Sí, bueno, quitando lo de los tembleques y los ojos en blanco, no está tan mal – rió.

Ambas salieron del carro para reunirse con el resto. El enano les dijo que todos debían estar

despiertos y alerta por si surgía algún contratiempo. Ordenó que lo siguieran de cerca y que

nadie se separara, ya que el lugar entrañaba peligros peores aún que los propios wyverns, lo

que preocupó bastante al grupo. Deberían andar con mil ojos por el camino.

En apenas una media hora llegaron al final del bosque y entendieron entonces el por qué de

las advertencias del enano. Frente a ellos se extendía un basto territorio sin ningún lugar en el

que resguardarse, poblado de zonas irregulares y más oscuras que desprendían una especie de

vaho. Se trataban de ciénagas que expulsaban vapores pestilentes y altamente nocivos,

formadas por fluidos tóxicos provenientes del interior de la tierra. Todo lo que caía en su

interior era desintegrado por su ácido y abrasante contenido. Incluso era peligroso inhalar

demasiado aquellos vapores, por lo que todos se cubrieron la boca y la nariz con el fin de

minimizar su efecto.

A pesar de que no había un camino detallado, se podía apreciar una vía más amplia hacia el

centro del terreno. Antes de avanzar, se cercioraron de que no hubiera moros en la costa y, una

vez seguros, se internaron en aquel angosto paraje. De pronto Liz se sintió mareada, como

soñolienta, y tuvo la extraña sensación de haber estado ya allí. Lo conocía, no tenía ninguna

duda. Miró hacia las montañas y sintió como si algo tirara de ella, seguido un pinchazo en la

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boca del estómago. Estaban cerca, lo notaba, pero un escalofrío recorrió su espalda, signo de

mal augurio.

La distancia que los separaba de la montaña no era excesivamente grande; no obstante,

debían avanzar con cautela y despacio para no resbalar y sufrir accidentes.

Cuando estaban a mitad de camino, escucharon lo último que hubieran deseado. Un agudo

chillido a su espalda tronó ensordecedor, seguido de otros varios en respuesta. Se volvieron

horrorizados y vieron con espanto como el enorme wyvern que los atacara en el poblado

apareció en el horizonte. Lo reconocieron enseguida por la herida, aún sin cicatrizar del todo,

que cruzaba todo su vientre, causada por el ataque de Bagwanda. Tras él, un gran número de

ejemplares de la misma especie lo seguían entre gritos.

- Es una trampa. ¡Corred! – gritó el enano mientras señalaba hacia la derecha, donde el

bosque era más fácil de acceder.

- ¡No! – exclamó Liz - ¡debemos ir a la montaña! – apuntó en dirección opuesta a los

atacadores.

- ¡No llegaremos a tiempo! – bramó furioso el mediano.

Pero de poco sirvió su queja. Rudy azotó a los caballos, emprendiendo la desesperada

huida hacia las colinas al tiempo que trataba de no caer en ninguna de las ciénagas. Todos los

animales siguieron al carro en cabeza, avanzando a gran velocidad. Por desgracia, el vuelo de

los wyverns era muy veloz y pronto comenzaron su ataque desde el cielo. Pero esta vez los

viajeros estaban preparados para defenderse.

Tal y como Bagwanda les explicara, se dedicaron a atacar a las alas y la cola. Roth, Brill y

Dwija lanzaban flechas hacia arriba, parando el avance de algunos reptiles. Aquellos que

esquivaban el ataque eran bloqueados por la magia de Lha, Kabirim y Enoch, y los pocos

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afortunados que escapaban iban a parar contra las armas de Rudra, Bagwanda y Vlad. Rudy y

Sadhu conducían los carros a toda prisa, tratando de no perder de vista el camino correcto. Liz

se encontraba junto a Rudy, atacando a aquellos que bloquearan el paso.

Justo cuando estaban a punto de llegar, Liz se levantó e invocó a Agni. El descomunal toro

llameante apareció en el cielo de forma solemne. Se lanzó contra los wyverns, evitando esta

vez ser golpeado por sus aguijones, y cuando éstos retrocedieron, lanzó una enorme bola de

fuego que los envolvió en una impresionante explosión, momento que los viajeros

aprovecharon para adentrarse en una pequeña gruta al pie de la montaña.

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EL GUARDIÁN

A pesar de que la explosión detuvo el avance enemigo, el grupo prosiguió corriendo

despavorido por el interior de la montaña, internándose más y más en la gruta.

Después de un largo rato, Roth le gritó a Rudy que detuviera a los caballos, imitándola el

resto. Escucharon con atención, pero nada se oía en aquel lugar. No los seguían. Resoplaron

aliviados, excepto Bagwanda, quien se acercó dando grandes zancadas hacia Liz con gran

enfado.

- ¡¿Se puede saber qué ha pasado ahí afuera?!

Rudra corrió al lado de la muchacha, intentando calmarlo. Roth se reunió con ellos también,

interponiéndose entre el enano y Liz.

- Vamos, vamos, relájate, no ha pasado nada – medió Rudra.

- ¡Hemos corrido un peligro innecesario! El bosque era más seguro y cercano. ¡Ha sido

una insensatez! – Bagwanda estaba que echaba humo.

- Pero no ha pasado nada, así que… - el intento de Rudra por quitarle leña al asunto no

parecía tener demasiado éxito.

- Lo siento… - se disculpó Liz – pero si retrocedíamos, no habríamos tenido otra

oportunidad de volver. Además, éste es el lugar que buscábamos.

Roth la miró con entusiasmo.

- ¿El lithoi está aquí?

Ella asintió mientras sujetaba su vientre con ambas manos.

- Está muy cerca, puedo sentirlo.

Todos la miraron esperanzados, pues por fin, después de aquel largo viaje, estaban cerca de

su objetivo.

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- Y menos mal que no huimos al bosque… - recalcó la gitana - ¿pero cómo es posible que

nos hayan atacado de manera masiva y tan controlada? Pensé que habías dicho que son

animales sin inteligencia alguna.

- ¿A qué te refieres? – quiso saber el enano.

- El bosque estaba infestado de lindworms aguardando a que nos cobijáramos en él.

Habría sido un suicidio dirigirse allí.

- ¿Qué? – dijo el enano aturdido.

- ¿Es que no los viste? – se sorprendió la gitana.

Bagwanda guardó silencio, pensativo.

- Estoy seguro de que nos condujeron a este lugar apropósito – señaló Roth.

- Pero eso no es posible – musitó Bagwanda – no son tan astutos… a no ser… - guardó

silencio pensativo.

- ¿A no ser? – repitió Rudra.

- Es imposible…

- ¡¿El qué?! – insistió el muchacho impaciente.

- Que alguien entre las sombras lo haya maquinado… es la única posibilidad.

- ¿Qué quieres decir?

- Que alguna otra criatura, mucho más inteligente y astuta, ha debido de dirigir a los

wyverns y los lindworms en la emboscada.

- ¿Algo cómo… qué?

Todos permanecieron callados mientras trataban de figurarse quién podría haber sido.

Entonces Rudra pensó haber encontrado la solución.

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- ¡Kinays! – exclamó.

- ¿El qué? – preguntó el enano.

- Son los subordinados de Rakshasa, el rey oscuro. Hace tiempo les perdimos la pista,

pero sabemos que han vuelto a rastrarnos. Es posible… - explicó Roth.

- Lo dudo – comentó Bagwanda – a esas bestias poco les importa lo que el rey ese tenga

en mente, a ellos sólo les preocupa llenarse el estómago. Tiene que ser otra cosa…

- Perdonad – interrumpió Rudy – eso de charlar está muy bien, pero ¿os importaría

hacerlo mientras seguimos avanzando? No me gustaría que esos bichos con alas decidieran

meterse a buscarnos y nos alcanzasen porque os sintáis con ganas de cotorrear.

Así, emprendieron de nuevo la marcha hacia el oscuro interior de la gruta. Gracias a que

llevaban varias velas entre sus pertenencias pudieron evadir la oscuridad, alumbrando con

ellas el camino. A Rudy le dio un escalofrío al recordar la última vez que habían estado en una

situación parecida, rememorando el ataque de aquellas asquerosas criaturas que en las minas.

Por ello, les pidió que avanzaran en silencio, atentos a cualquier signo de amenaza.

No sabían exactamente adónde se dirigía, así que se dejaron dirigir por Liz. No había duda

de que el lithoi se encontraba cerca, la estaba llamando, tirando de ella hacia el interior de

aquella montaña, pero estaba inquieta. Algo andaba mal y a cada paso que daban, aquella

sensación de peligro se hacía cada vez más intensa.

Llevaban más de una hora caminando sin rumbo cuando de pronto Liz escuchó una casi

inaudible risa.

- ¿Qué ha sido eso? – preguntó desorientada.

- ¿El qué? – dijo Rudy – yo no he oído nada.

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Se concentró en cada sonido que aquel lugar emitía. Era cierto, no se oía nada más que las

pisadas de los caballos y las ruedas al marchar; sin embargo, estaba convencida de haber oído

algo. De nuevo volvió a escuchar una risa grave, ésta vez más cercana a la anterior.

- ¡Deteneos! – ordenó.

El grupo paró en seco ante la orden, desconcertados. Liz se levantó en donde estaba y

comenzó a otear cada rincón de aquella gruta, analizando cada sombra, cada roca. Ahí estaba

de nuevo aquella voz grave y ronca, pero esta vez no se limitó a reír.

- Qué suerte la mía, hace tiempo que no tengo visitas. Empezaba a aburrirme. Por fin un

bocado que llevarme.

- ¡Atentos! – gritó, poniéndose en guardia.

Todos la miraban obsoletos sin saber qué estaba pasando.

- ¿Atentos a qué, Liz? – preguntó Rudra.

- ¿Es que no lo oís? – dijo desconcertada mientras observaba las caras de sus compañeros.

- Me parece que los vapores de las ciénagas se le han subido a la cabeza a la princesita –

se burló Cavi.

- ¡No! – insistió – hay algo. Lo oigo, de verdad.

- Creo que necesitas descansar – le sugirió Rudy a su lado.

- Os aseguro que…

En ese momento volvió a escuchar la misma voz de antes.

- ¿Quién será el primero? A ver, a ver… Ya lo tengo, el primero será… ¡el rubito!

Liz buscó aterrada a Roth con la mirada. Se encontraba justo a la cabeza del grupo, a unos

pasos más adelantado que ella.

- ¡Roth, cuidado! – gritó Liz desesperada mientras saltaba del carro en su dirección.

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El semielfo la miró confundido y al minuto se volvió en seco, sintiendo la presencia de

algo a su espalda. Saltó del caballo con gran agilidad, rodando por el suelo mientras su animal

desaparecía ante la incrédula mirada de todos. Se escuchó el relincho desesperado del equino

hasta convertirse al instante en silencio. Liz se reunió con Roth.

- ¿Estás bien?

- Eso creo – dijo mientras se incorporaba – pero, ¿qué ha sido eso?

- No lo sé, pero ahí hay algo. Puedo oírlo.

- ¿Pero cómo es posible? Yo no hemos oído nada – comentó Rudra frustrado, que se

había reunido con ellos – ninguno, por lo que parece.

Volvió a escuchar la voz en su cabeza.

- Mm, delicioso – era capaz de escuchar cómo se relamía de placer – el siguiente...

- ¡Cuidado! Viene de nuevo – advirtió – está al frente.

- ¡Luz! – gritó Rudy – necesitamos luz.

Roth concentró su magia eléctrica en su mano, iluminando todo el espacio y permitiéndoles

observar con horror a su atacante. Frente a ellos, de un descomunal tamaño, había un reptil

color pardo con los ojos de color ámbar, tan enormes y brillantes que resultaba difícil que no

se vieran a través de la oscuridad. En su espalda había dos enormes alas plegadas y al final

una larga cola terminada en punta. Era una criatura totalmente diferente a las que se habían

enfrentado con anterioridad y, a pesar de ser un reptil también, emanaba una enorme

majestuosidad y su tamaño era el triple del de sus anteriores atacantes. Su mirada parecía

analizar cada movimiento, leer cada pensamiento, controlando toda la situación; y sus

movimientos eran gráciles y sigilosos, no violentos y bruscos como los de los wyverns. Los

acechaba desde donde estaba, pero buscando el momento preciso y el lugar exacto para atacar.

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Liz lo miró a los ojos y entonces lo supo. Había visto antes a esa criatura. Ahora recordaba

sus sueños, en los que le advertía que no se acercara; sin embargo, por alguna extraña razón,

no sentía temor ni peligro, sino fascinación y curiosidad. Aquel ser clavó sus ojos en los de

ella y permaneció inmóvil, observándola, sin moverse de su sitio, perdiéndose ambos en la

mirada del otro.

Algo la sacó de su ensimismamiento. Bagwanda, a su espalada, se lanzó en picado contra la

bestia.

- ¡Dragón! – aulló mientras blandía su enorme hacha.

Se abalanzó sobre la inmensa criatura, siendo repelido por ésta de un coletazo. Debido al

golpe perdió de sus manos el hacha, que se quedó enganchada en la cola del dragón. Vio

estupefacto como de su punta se abrían tres enormes pinchos que tenían presa a su arma.

Bagwanda lo maldijo a gritos mientras se incorporaba y se lanzaba de nuevo al ataque, siendo

rechazado por el animal fácilmente. Pero el enano parecía no rendirse.

- ¡Detente! – gritó Liz.

- Deberías seguir el consejo de tu amiga – se burló la voz.

- No se lo digo al enano, te lo digo a ti – dijo la muchacha con su mirada fija en el dragón.

La criatura centró toda su atención en aquella joven, meneando su cola con el hacha

enredada como si de un gatito se tratara.

- ¿Es a mí a quien hablas?

- Sí.

El dragón soltó un ensordecedor rugido que retumbó en todo el lugar, obligando a los

humanos a taparse los oídos. Mas para Liz no era un rugido sino una desternillante risotada.

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- ¡Increíble! – reía la bestia – una humana que entiende a los dragones. Puesto que puedes

entenderme, te recomiendo que cojas a tus amigos y salgáis de este lugar si no queréis

servirme de almuerzo.

- Lo siento, pero no podemos hacer eso.

Liz no apartaba su mirada del dragón mientras el resto del grupo danzaba la mirada de la

muchacha a la criatura sin entender lo que sucedía. El dragón permanecía en su lugar, sin

acercarse o alejarse del grupo, simplemente observando a la joven frente a él.

- ¿Qué está pasando? – quiso saber Rudra.

- No sé por qué, pero por alguna razón puedo escuchar la voz del dragón en mi cabeza.

Todos la miraron estupefactos. ¿Es que aquella muchacha jamás iba a dejar de

sorprenderlos?

- ¡Eso es imposible! – gritó Bagwanda desde su lugar – una bestia inmunda y desalmada

como ésa es incapaz de poder comunicarse. Sólo piensan en matar. Por eso yo…

De nuevo arremetió contra el dragón, lanzándose hacia su vientre con uno de los puñales

que guardaba en su cinturón. El reptil echó su cuerpo hacia adelante, protegiéndose y abriendo

sus enormes fauces en señal de amenaza; pero eso no amedrentaría al enano. Lo esquivó y

arremetió contra uno de sus costados, dirigiendo su puñal hacia el cuerpo del animal. Por

desgracia, la hoja se dobló nada más entrar en contracto con las resistentes escamas que lo

cubrían, como si de plastilina se tratara. Bagwanda corrió hacia su cola y trató de agarrar la

empuñadura de su hacha, pero el animal la elevó justo antes de que la alcanzara, acercándola y

alejándola del enano como si de un juego se tratara. Mientras Bagwanda trataba de agarrarla,

la pata del dragón lo sorprendió por uno de sus lados, lanzándolo contra una de las paredes.

- ¡Ya basta! – suplicó Liz – no hemos venido a luchar.

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- Habla por ti, niña – gruñó el enano maltrecho, incorporándose y dispuesto a atacar de

nuevo – mi única intención es matar a cuantos dragones se pongan en mi camino. Y pronto

añadiré a éste a mi lista

El reptil emitió un fuerte rugido tras escuchar las palabras del enano

- Con que tú eres el asesino que ha acabado con la vida de mis camaradas – la voz sonaba

furiosa y aterradora esta vez – no creas que te resultará tan fácil acabar conmigo. Después de

todo, tus contrincantes no eran más que jóvenes impulsivos e inexpertos. Yo te enseñaré lo

que es enfrentarse a un dragón de verdad.

La actitud del animal cambió por completo, mostrándose ahora hostil y amenazador.

Adoptó posición de ataque y se preparó para lanzarse contra el enano. Bagwanda, por su parte,

dispuesto a recibir el golpe de la bestia, empuñó varios puñales para iniciar el contraataque en

cuanto pudiera. El dragón rugió y comenzó su avance hacia el enano, quien lo esperaba

impaciente.

- ¡Ya basta! – gritó Liz enfurecida.

En ese momento una enorme llama se interpuso entre los dos luchadores, surgiendo de ella

un toro de color rojizo. Agni permaneció inamovible en mitad del camino, deteniendo el

avance de ambos, con actitud solemne. El dragón miró al espíritu y reaccionó de manera un

tanto extraña, no pasando desapercibida para la joven, al tiempo que retrocedía. El enano, sin

embargo, maldecía a toda criatura viviente, amenazando con lanzarse contra la deva si fuera

necesario. Rudra trató de calmarlo, pero era una tarea imposible. Pensó en noquearlo para que

se callara, pero tampoco resultaría fácil.

El enano se encaminó hacia Liz, furioso, dispuesto a arremeter contra ella. La muchacha le

lanzó tal mirada que se detuvo en seco. Colérico, se dio media vuelta y se dirigió al final de la

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caravana, evitando estar cerca del grupo. Liz se acercó al dragón a la vez que Agni

desaparecía.

- Ahora lo entiendo – comentó el dragón – y creo saber qué es lo que queréis.

- No hemos venido a luchar. Buscamos uno de los fragmentos del li….

- Del lithoi – terminó él - si las devas están bajo tus órdenes y has llegado hasta éste lugar,

sólo puede significar una cosa. Buscáis la piedra mágica.

- ¿Lo sabías?

- No al principio. Hay infinidad de túneles bajo estas montañas y éste es el de más difícil

acceso, pues nadie osa atravesar el valle pantanoso. Aún así, hay viajeros que tienen suerte y

consiguen encontrar este lugar. Es por ello que me encuentro aquí. Yo soy el guardián del

lithoi.

- El guardián… - repitió Liz – entonces se encuentra aquí – su rostro se iluminó de alegría.

- No te alegres tan rápido – advirtió – aún tienes que pasar la prueba.

- ¿Una prueba?

- ¿Qué está pasando? – quiso saber Rudra impaciente.

- Dice que es el guardián del lithoi y que debemos pasar una prueba.

- Pero tú eres la heredera – afirmó Roth.

- No hay duda de que tú debes ser el guerrero legendario venido de otro mundo. El que

Agni y Aditi estén a tu servicio lo demuestra. Pero mi misión es asegurarme de que la piedra

no caiga en manos equivocadas.

- ¿Cómo sabes que Aditi…?

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- Es obvio, es por ello que puedes entenderme. Aditi es la deva de la naturaleza, por lo

que te permite entender el lenguaje de todas las criaturas mágicas, así como los sentimientos

de los animales normales. Por ejemplo, ante un dragón, podrás escuchar a la perfección cada

pensamiento que tenga, aplicándose a otras criaturas mágicas como unicornios o hadas. Sin

embargo, con los animales corrientes funciona de manera diferente. Aunque no puedas

escuchar ni entender lo que piensan, puedes captar sensaciones, sentimientos, y sentirlos

como propio. Y no sólo eso. Gracias a su ayuda, puedes entender a la perfección el lenguaje

de las gentes que viven en este mundo. ¿O acaso no te habías percatado?

- ¿Cómo? – dijo desconcertada.

- ¿Es que no te parece raro que siendo de otro mundo seas capaz de entender a las gentes

de éste? Y no sólo eso, cada reino tiene su propio dialecto, incluso los enanos y los elfos

poseen una lengua diferente. Pídele al enano que hable en la suya.

Dubitativa, hizo lo que el dragón le pidió. El enano la miró con extrañeza, y aunque

cuestionara el hacerlo, al final accedió. Acto seguido Liz preguntó a sus compañeros si

entendían lo que decía, asegurando éstos no haber comprendido ni una sola palabra, a

diferencia de ella, quien no encontró diferencia alguna en su lenguaje.

La joven no salía de su asombro. Ignoraba todo aquello. Era cierto que a veces lo había

pensado, pero no le dio importancia. Entonces, tras descubrir esto, recordó su primer

encuentro con Rudra en la montaña, y se percató de que aquella vez no entendió ni una

palabra de lo que dijo; sin embargo, tras despertarse en su casa, entendía por fin. Así, recordó

por fin el primero de sus sueños con la deva.

- Aún así, ese no es motivo suficiente para mí. Como guardián, deberás convencerme de

que mereces poseer el fragmento mágico, por lo que tendrás que pasar la prueba que te plantee.

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Si aceptas, tendrán una posibilidad de acceder al lithoi, pero si te niegas ahora, te dejaré

marchar sin contemplaciones junto con tus amigos con la condición de no volver jamás.

- ¿Marchar y no volver? ¿Qué tipo de prueba es?

- Primero debes decirme si aceptas o no, ahí está la gracia.

Liz permaneció pensativa durante un rato mientras sus compañeros la miraban sin saber

qué estaba sucediendo. Tras un rato decidió aceptar la prueba.

- Perfecto – dijo el dragón, volviéndose – seguidme – y se internó en la gruta.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Roth.

- Debo pasar una prueba para conseguir el fragmento, si no la paso no podremos

acercarnos al lithoi.

- Jamás os dejará tenerlo, uno no puede fiarse nunca de un dragón, son viles y

traicioneros – gruñó Bagwanda desde el fondo.

- Tendremos que arriesgarnos – sentenció Liz, marchando tras el guardián.

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LA PRUEBA

A pesar de las quejas del enano y el desconcierto de algunos de los integrantes del grupo,

decidieron seguir a la muchacha y enfrentarse a la prueba, aun no teniendo idea alguna de en

qué consistiría ni qué peligros entrañaría.

Caminaron durante un largo rato, sin perder de vista la enorme cola del dragón, que se

balanceaba a cada paso. A lo lejos atisbaron una luz, justo en la dirección a la que se dirigían,

y cuando llegaron al final, se internaron en una enorme sala llena de tesoros.

Las reliquias centelleaban bajo la luz de varias antorchas dispuestas en los pilares que

sostenían una enorme bóveda ovalada. Contemplaron la infinidad de riquezas que inundaban

la sala: oro, joyas, armas brillantes, cadenas relucientes, coronas de diamantes… Parecía

cierto eso de que a los dragones les gusta acumular todo lo que brilla; la fortuna que debía de

haber allí reunida era inimaginable. Al fondo había una enorme puerta cerrada, frente a la cual

el animal se detuvo y se volvió hacia el grupo.

- Bienvenidos a la cueva de las maravillas. Mi nombre es Tiamat y soy el guardián de este

lugar. Sentiros afortunados de pisar este suelo.

- ¿Cómo…? – balbuceó Rudra con gran sorpresa.

Liz miró a sus compañeros y vio las pasmadas expresiones de sus rostros, con una mezcla

entre anonadamiento y terror que la joven no llegaba a entender.

- ¿Qué sucede?

- El dragón… ¡habla!

Miró al animal extrañada.

- Pues claro que hablo, insensato.

- ¿Pero cómo es posible que te entiendan?

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- Esta sala es mágica. En ella los humanos y los dragones son capaces de comunicarse de

manera corriente. Mejor dicho, los humanos son capaces de entender a cualquier criatura

mágica que se encuentre en su interior. Antaño servía como salón de reuniones; sin embargo,

los tiempos han cambiado – al decir esta última parte Liz pudo percibir una pizca de tristeza.

- ¡Esto es inaudito! – se repetía sin cesar el enano.

- Inaudito es permitir que un enano asesino cazador de dragones pise este suelo.

- ¡¿Asesino?! ¿Y qué hay de todas las personas que los de tu especie han aniquilado? ¡No

tienes derecho a llamarme asesino!

- ¿Los de mi especie? No me compares con esos descerebrados wyverns.

- No me refiero a eso – refunfuñó Bagwanda furioso – sino a la masacre llevada a cabo

por los tuyos en la que aniquilasteis a todo ser viviente hace diez años.

- Me parece que te confundes – dijo el dragón en tono de advertencia.

- Yo creo que no – contraatacó el enano – uno de mis camaradas me lo dijo antes de morir,

que un dragón negro atacó la aldea, y también el dragón protector. Supongo que os cansaríais

de tanta cabra y decidisteis comer algo más grande – comentó con desprecio.

- ¡Ja! – rió Tiamat – no me hagas reír. Ni en sueños comería la carne de un humano, tiene

un sabor asqueroso. Por no mencionar la de los enanos…

- ¡No te creo!

- Ya basta – los interrumpió Liz - ¿podéis dejar las peleas para luego?

Bagwanda le dedicó una mirada cargada de odio que la hizo revolverse. Meneó la cabeza y

se centró en lo que tenía que hacer.

- ¿En qué consiste la prueba?

- Directa al grano ¿eh? – señaló Tiamat – bien, eso me gusta. De acuerdo entonces.

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425

- ¿Debemos luchar? – añadió Rudra emocionado.

- Eso no estaría mal del todo – rió el dragón - pero me temo que es algo menos mediocre.

- ¿De qué se trata entonces? – pregunto Rudy.

El dragón adquirió una extraña mueca que parecía una sonrisa.

- Debéis responder a tres preguntas.

- ¿Cómo? – dijo Rudra.

- Acertijos… - musitó Seth desde el carro – a los dragones les encantan los acertijos.

- Vaya, tenemos un ganador. Yo os haré tres preguntas. Si contestáis correctamente, os

dejaré formularme otras tres como premio.

- ¿Y qué ganamos con eso? – gruñó Rudra irritado.

- Es sencillo, podéis preguntarme todo lo que queráis, desde cuál es el paradero del lithoi

hasta por el color de las nubes.

- ¡Y a mi qué narices me importa el color de…! – Liz detuvo a Rudra antes de que

terminara de quejarse.

- ¿Cualquier cosa?

- Cualquier cosa.

- ¿Y cuál es la trampa? – preguntó Roth con desconfianza.

El dragón rió.

- Sólo os permitiré formularme las preguntas después de vuestras respuestas, y las tres

deben ser correctas.

- ¡Eso es trampa! – grito Rudra.

- Eso ya lo he dicho yo – dijo Roth molesto - ¿y si fallamos alguna de las preguntas?

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- Me serviréis de almuerzo.

Todos se quedaron tiesos tras oír las palabras del dragón. La dolorosa imagen de ser

engullidos surcó sus mentes y el terror se reflejó en sus rostros. Más de uno hizo amago de

salir corriendo, pero Liz intervino.

- Ésta es la prueba para el elegido, así que ellos no tienen nada que ver – señaló con tono

firme – te suplico que sea sólo yo la que pague las consecuencias si fuera necesario.

- ¡¿Te has vuelto loca?! – gritó Rudra, pero ella lo ignoró.

- Supongo que es justo – aceptó el dragón tras unos minutos de meditación – sin embargo,

en consecuencia, sólo podrás ser tú la que responda a las preguntas.

- Trato hecho.

Todos resoplaron aliviados tras saber que sus cabezas permanecerían en su sitio, todos

menos Roth y Rudra, quienes no paraban de protestar por la posibilidad de que algo le

sucediera a la muchacha; sin embargo, ella hizo caso omiso de sus quejas y zanjó el asunto.

- Ah, se me olvidaba, una vez te haya devorado, perseguiré a tus compañeros, así que

deberéis daros prisa en escapar de aquí.

El pánico volvió a surgir entre los presentes, excepto en el enano, quien estaba deseoso de

pelear con el dragón. Liz trató de calmarlos, asegurando que nada pasaría, pero sus palabras

no tuvieron demasiado éxito.

Poco le importaba al dragón la confusión de los viajeros, y sin esperar más comenzó con el

juego.

- Muy bien, ahí va la primera pregunta, se podría decir que es la más fácil: ¿cuál es el

animal que al nacer camina con cuatro extremidades, en la edad adulta camina con dos y antes

de morir utiliza tres?

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- ¿Y ésta es la fácil? – protestó Rudra.

Todos comenzaron con sus suposiciones entre ellos, tratando de descubrir de qué animal se

trataba. Rudra gritaba enojado, aún quejándose sobre la situación en la que se encontraban y,

al mismo tiempo, diciendo que dicho animal no podía existir, mientras el resto decía nombres

al azar sin demasiado convencimiento. Liz permanecía en silencio, pensativa, y tras unos

instantes sonrió.

- Tienes razón, ésta es la fácil. Es el ser humano.

Sus compañeros la miraron sorprendidos, pues apenas se había dado unos minutos para

reflexionar. Se podía percibir en ellos el miedo a su equivocación, pero ninguno dijo nada. El

dragón la miró sonriente.

- ¿Cuál es tu argumento?

- Al nacer, los bebés gatean con los brazos y las piernas; después, a la edad adulta, camina

sólo con sus dos piernas, y cuando envejece necesita de la ayuda de un bastón para hacerlo.

Cuatro, dos y tres patas.

- Correcto – dijo ante los pasmados rostros del resto de viajeros.

Rudra corrió a su lado, preguntando cómo lo había descubierto tan rápido.

- Éste me lo sabía – susurró guiñándole un ojo.

- Así pues, el siguiente no será tan sencillo: hay dos objetos, muy populares y corrientes,

y a su vez muy antiguos, que aún se usan por ser de gran utilidad. Ambos tienen la misma

función, sin embargo, uno tiene miles de piezas móviles y el otro no tiene ninguna. ¿Cuáles

son estos objetos?

“Maldición” pensó Liz. Esta vez no se la sabía.

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Cuando era pequeña tenía un libro de acertijos y adivinanzas, como cualquier niño de su

edad, y le encantaba preguntar a todo el que conociera para ver si lograban adivinarlos.

Conocía muchos, pero éste parecía demasiado complicado para incluirse en un libro infantil.

Tendría que pensar con cuidado antes de responder.

- ¿También lo conoces? – preguntó Rudra esperanzado.

Negó con la cabeza entristecida. Todos se reunieron para discutir la respuesta.

- Pensé que sólo tú responderías – se quejó el reptil.

- Nunca dijiste nada de no consultar, ¿o si?

Tiamat soltó una sonora carcajada mientras se tumbaba en el suelo.

- Tómate tu tiempo – dijo antes de cerrar los ojos.

El comportamiento del animal no la alivió demasiado. Por su actitud, parecía que dudara

que consiguieran resolverlo, echándose una cabezadita mientras ellos pensaban en la respuesta.

Fueron muchas las posibles respuestas que cada uno sugirió. Rudra propuso una espada y

una ballesta, pues ambas servían para el ataque mas la espada era una pieza sola y la ballesta,

varias móviles. Estaba convencido, y varios apoyaban su idea; sin embargo, Liz no estaba

segura del todo. Rudy se decantó por el barco y la carreta, pues el barco constaba de una pieza

inmóvil y la carreta no, y ambos eran antiguos y servían para viajar, pero seguía sin ser

demasiado convincente para todos. Algunos se enfrascaron en una discusión absurda para

tratar de convencerse los unos a los otros de que su propuesta era la correcta. Por su parte, Liz

seguía pensando sin llegar a dar con la respuesta mientras miraba de soslayo al dragón, el cual

descansaba plácidamente con una malévola sonrisa dibujada en su boca.

Liz tenía la certeza de que esas no eran las respuestas. El hecho de que sus piezas fueran

móviles implicaba que se movían para su funcionamiento, y aunque las dos respuestas

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obtenidas eran buenas, esas piezas no se movían sino que algunas permitían el movimiento,

pero no todas lo hacían. Debía ser algo más sencillo.

Pensó en varias opciones que en su mundo podrían valer, pero no allí, pues dudaba que

hubiera motosierras en aquellas tierras. ¿Silla de ruedas? No, no iban por ahí los tiros. Y qué

decir de un teléfono móvil, allí no existían siquiera los teléfonos.

Ignoraba cuanto rato llevaban meditando y discutiendo cuando Rudra perdió la paciencia.

- ¡Sea como sea, tenemos que decidirnos ya! ¡No nos queda tiempo!

El dragón levantó la cabeza ante las palabras del muchacho y lo miró con curiosidad, gesto

del que Liz se percató al instante y entonces una bombilla se le encendió en el cerebro.

- Tiempo… - dijo para sí misma en voz baja - ¡claro! ¿Cómo no me he dado cuenta antes?

Roth la miró y enseguida supo en lo que estaba pensando.

- Es cierto, era muy sencillo. Gracias paleto – añadió mientras palmeaba a Rudra en la

espalda.

- ¿Eh? – éste no tenía ni idea de qué era lo que había hecho, pero se ruborizó ante las

felicitaciones, rascándose la cabeza.

- ¿Qué está pasando? – preguntó Rudy confundida.

- El tiempo es la clave – explicó Roth – el mismo dragón nos dio la pista. ¿Qué se usa

para medir el tiempo?

- El reloj – expuso la gitana.

Al instante sacó de su bolsillo un diminuto reloj de arena que había conseguido gracias a

uno de los mercaderes en Talaka. Lo miró detenidamente y de repente reaccionó.

- ¡Los granos de arena! – exclamó entusiasmada – ¡se mueven!

- Exacto – dijo el semielfo – miles de piezas móviles.

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- Pero un reloj de cuerda también tiene piezas móviles, todos los relojes las tienen… no

tiene sentido.

- No todos las tienen – comentó Liz sonriente.

Entonces con su pie dibujó en la arena de la gruta una semiesfera y escribió números del

seis al doce y del uno al seis. Después cogió una vara de entre las riquezas de la gruta y la

colocó en vertical, justo en la mitad de la línea que se dibujaba tras unir ambos extremos del

semicírculo. Acto seguido cogió una de las antorchas y la situó cerca del dibujo. Todos la

miraron absortos y en silencio mientras llevaba a cabo la operación completa. A medida que

se movía, la sombra del palo se situaba en un número diferente del dibujo.

- ¿Qué es eso? – preguntó Rudra.

- Es un reloj de sol – explicó Seth desde su lugar.

Por la reacción de algunos, más de uno desconocía la existencia de este tipo de reloj. Y no

era de extrañar, en aquel mundo el sol funcionaba de manera diferente, por lo que era difícil

poder utilizarlo en aquellos reinos en los que apenas brillaba.

- Dependiendo de la posición del sol en el cielo, se puede saber la hora exacta mientras

haya luz, aunque no sirve en la noche – informó el muchachito – lo dice en los libros, aunque

nunca había visto uno, sólo dibujos.

- Exacto – sonrió Liz – eres muy aplicado, Seth.

- ¿Cómo lo has sabido? – preguntó Rudra curioso.

- En mi mundo también tenemos un sol. En la antigüedad se usaban mucho e incluso en

algunas iglesias se conservan. Cuando era niña nos enseñaron en la escuela a construir nuestro

propio reloj de sol, fue muy divertido. Me parece increíble que todavía me acuerde – sonrió.

- Vaya…

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Liz se acercó hacia el dragón y dio su respuesta: el reloj de arena y el reloj de sol.

- Correcto – dijo algo molesto – van dos de tres. Ésta será la última de las preguntas; si

respondes bien, dejaré que me formules tres preguntas, pero si no, tus amigos se marcharán y

tú me servirás de cena. Aquel caballo no fue suficiente para llenar mi estómago – la bestia se

relamía mientras decía estas palabras.

- Estoy lista.

- Bien, aquí va: soy más poderoso que el creador y más malvado que un demonio. Los

pobres me poseen y los ricos no me necesitan. Los difuntos piensan en mí y si me comes,

morirás, ¿quién soy?

- ¡Rakshasa! – gritó Rudra al instante – Rakshasa es lo más malvado que hay.

- ¡Pero qué dices, burro! – arremetió Rudy mientras lo golpeaba en la cabeza - ¿cómo te

vas a comer al rey oscuro?

- Jajaja – rió el dragón – me encantan los jóvenes impulsivos, hacen las cosas más

fáciles – dijo mientras se preparaba para saltar contra los viajeros – respuesta incorrecta.

A punto estuvo de lanzarse al ataque, pero Liz lo detuvo desesperada.

- ¡Espera! Se supone que soy yo la que tiene que contestar, ¿no?

La bestia relajó los músculos, soltando un feroz rugido, y volvió a tenderse en el suelo,

molesto. Liz respiró, tratando de recobrar la calma mientras el resto recriminaba a Rudra por

su insensatez. El joven, avergonzado, se disculpó y no volvió a abrir la boca durante un largo

rato.

Así pues, comenzaron a concentrarse en el acertijo. Parecía que el dragón se había

guardado el más difícil para el final.

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Había respuestas de todo tipo: Rudy se decantaba por el hambre, pues decía que los pobres

lo tienen y es más grande y malvado que nada; Roth sugirió que era la muerte, y en efecto

parecía una de las opciones más acertadas, si no fuera porque no se puede comer; Cavi

afirmaba que se trataba del amor, porque es más grande que cualquier cosa y a la vez lo más

malvado, los ricos no lo necesitan pues tienen dinero y podría incluso matar. Pero el

romanticismo de Cavi no llegó a convencer al grupo. Alguien optó por apuntar el dinero, mas

tampoco cuadraba del todo, y los más simples respondían que el veneno.

Las respuestas eran variadas. Por desgracia ninguna cumplía con todos los requisitos. Tenía

que haber gato encerrado. Era imposible encontrar algo que cumpliera todos los requisitos del

acertijo. Liz se repetía una y otra vez que era imposible.

- No hay nada así…

Guardó silencio.

- No hay nada… nada…

Entonces, como alma que lleva el diablo, corrió hacia el dragón y se plantó delante de él.

- ¡Nada! – gritó ante la absorta mirada de sus compañeros, quienes apenas habían tenido

tiempo de verla marchar.

El dragón la miró irritado.

- Nada es más poderoso que el creador, nada es más malvado que un demonio, ¿qué

tienen los pobres? Nada, y los ricos no necesitan nada. ¿En qué piensan los difuntos? En nada

porque están muertos, y si nada comes, te mueres.

Todos permanecieron inmóviles mientras esperaban alguna respuesta por parte del reptil.

Éste tenía la mirada clavada en la joven, sin mover ni un músculo. El corazón de Liz latía

desbocado ante la posibilidad de haberse equivocado. Si así fuese, no tendría ninguna

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posibilidad contra aquella criatura, aunque lucharía hasta el final para proteger a sus amigos.

Finalmente, el dragón cerró los ojos y se incorporó.

- Correcto – dijo con desilusión.

La silenciosa gruta se llenó de gritos y risas. Sus compañeros corrieron para reunirse con

Liz, exaltados y vitoreándola sin parar ante su victoria. A ella le flaquearon las piernas,

perdiendo durante un instante el equilibrio debido a la enorme tensión vivida. No podía creer

que hubiera acertado. Desde luego, había pasado un mal rato, pero por fin había terminado.

Acorde al trato, ahora el dragón debería responder a tres preguntas. Y sabía muy bien cuales

serían.

- Bueno, he de reconocer que eres lista. Te mereces mi respeto y, por ello, tienes derecho

a formular tus tres preguntas. Piensa bien lo que escoger porque no tendrás otra oportunidad.

- Ya las he elegido.

- Bien. Responderé a las tres tras ser formuladas. Puede ser en orden o no, depende de lo

que crea oportuno.

- Muy bien, la primera pregunta es ¿cómo llegar hasta el fragmento de lithoi?

- Lo suponía – dijo el dragón.

- La segunda es ¿qué ocurrió hace diez años durante la masacre de los humanos?

Todos, incluidos el dragón, la miraron sorprendidos ante la pregunta, especialmente el

enano. Ninguno habría imaginado que preguntaría algo así, sino algo más relacionado con los

kinays o el enemigo.

- Y la tercera es… - cogió aire antes de continuar - ¿qué hay oculto entre las nubes que se

encuentran sobre estas montañas?

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Solamente Rudy sabía a lo que se refería, pues fue ella misma quien le hablara sobre ello

en su visión. El dragón pareció descolocarse tras escuchar a la muchacha formular su última

pregunta.

- ¿Cómo sabes tú…? – balbuceó.

- No subestimes a mis compañeros, cada uno de ellos posee asombrosas habilidades y son

de gran valía – comentó mientras le dirigía una dulce sonrisa a la gitana.

La bestia suspiró con desaire. Se esperaba tan poco como aquellos humanos que la joven

formulase semejantes preguntas, pero una promesa era una promesa, y un dragón jamás

rompía su palabra.

- Bien, parece que no tengo elección – se resignó mientras se volvía hacia la enorme

puerta al final de la sala – seguidme.

Todos avanzaron en silencio en dirección hacia el portón. Justo antes de abrir, les pidió que

dejaran a sus caballos atados en la sala junto a los dos carros. A pesar de haber algunas quejas

accedieron, encaminándose al otro lado de la puerta, y tras cruzarla, se encontraron en un

enorme cráter en mitad de la montaña. En el fondo había agua acumulada y sobre ella un

camino que cruzaba el inmenso agujero hacia la pared opuesta de la montaña, terminándose a

mitad del recorrido, donde se expandía en una gran plataforma. Se podía ver el cielo desde

aquel lugar.

Tras recorrer el camino y situarse en el espacio de tierra, ordenó a los humanos que

subieran a su lomo. Como eran muchos y no todos podrían ser llevados, algunos decidieron

quedarse en la gruta cuidando de los animales y sus pertenencias.

Así, se decidió que Roth, Rudra, Liz, Rudy y Bagwanda se marcharan con el dragón. El

enano puso el grito en el cielo ante la simple idea de confiar en aquella bestia, pero Liz le

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instó en que, si quería saber lo que realmente le había ocurrido a su familia, debían confiar en

él.

A regañadientes y todavía quejándose, se subió a la espalda de aquella criatura que tanto

odiaba y tuvo que controlarse para no molerla a palos. Por suerte había dejado todas sus armas

a petición de la bestia en los carros. Seth suplicó que lo llevaran con ellos, berreando como un

niño pequeño, así que, por no oírlo más, decidieron que se uniera al grupo, a fin de cuentas, ni

pesaba demasiado ni apenas ocupaba espacio. De esta manera, el descomunal animal batió sus

alas y se elevó hacia el cielo, en dirección a las nubes que cubrían la cima de la montaña.

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LA TIERRA OCULTA

Desde aquella distancia la vista era espectacular. Se podía vislumbrar cada palmo de

territorio hasta llegar hacia las montañas de los mineros. Comprendieron entonces cuan

todopoderosos debían de sentirse aquellas criaturas voladoras que todo lo veían y controlaban

desde el cielo, sin miedo a nada ni nadie. Sin embargo, lo que antaño habría sido un panorama

hermoso y lleno de vida, ahora se veía oscuro e inerte, sin movimiento alguno. Los bosques se

mostraban sombríos desde allá y todo permanecía en silencio.

En dirección opuesta, se acumulaban las nubes, blancas y opacas, ocultando el azul cielo,

pero había algo extraño en ellas. La mayoría parecían normales; no obstante, justo en

perpendicular al enorme cráter de la montaña, se acumulaban en el centro nubes de mayor

espesura y concentración, y mientras que las otras eran traslúcidas y se movían empujadas por

el viento, aquellas permanecían estáticas en su lugar.

A medida que se iban acercando, comprobaron que había movimiento alrededor de ellas,

como si infinidad de remolinos poblaran su superficie, envolviéndolas y escupiendo hacia

fuera a todo aquello que osara acercarse. El dragón lanzó un fortísimo rugido mientras

aumentaba su velocidad.

- ¡Agarraos! – escuchó Liz en su cabeza, pasando el mensaje a sus compañeros.

La bestia planeó hacia los nimbos, elevándose cada vez a más altura. El viento soplaba

fuerte, atrayendo hacia si todo lo que estuviera cerca para después lanzarlo fuera echo pedazos.

Los seis que se encontraban a lomos del dragón se sujetaron como pudieron a las escamas

del animal, que aunque parecieran resbaladizas, eran ásperas y con bultos irregulares en toda

su superficie, como si de una roca se tratara. Seth perdió el equilibro y casi cayó al vacio, si no

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hubiera sido por Rudra, quien, con gran habilidad, consiguió agarrarlo en el último momento,

impidiendo que saliera despedido.

Varias veces pensaron que serían engullidos por los remolinos, pero el dragón voló alto y

firme hacia la parte superior, dejando atrás el inmenso cúmulo y situándose justo en el

extremo más elevado. Allí había una zona no tan densa en la que el viento parecía menos

intenso. La bestia se lanzó en picado sobre aquella abertura mientras sus pasajeros gritaban

aterrorizados, internándose en el corazón de la tormenta.

Cuando abrieron los ojos, todo estaba en calma y había claridad en el cielo. La tormenta

había cesado y apenas soplaba una leve brisa. Alrededor, unas nubes blanquecinas y espesas

envolvían el espacio en el que se encontraba, dejando que se filtrara la luz del exterior, que

bañaba todo el lugar. En el lado opuesto, hacia abajo, observaron asombrados que allí, en

mitad de aquel espacio nuboso, un pedazo de piedra flotante se asentaba casi en la base del

espacio creado. Y no estaba despoblado; había árboles y plantas, estanques de diferentes

tamaños y casas, casas humanas. Ninguno daba crédito a sus ojos.

- Bienvenidos a Fuudo – escuchó Liz en su mente.

Tiamat descendió planeando con el viento mientras lanzaba varios rugidos. De las casas

salieron una serie de personas, y de las grutas asomaron otros dragones para dar la bienvenida

a los recién llegados. Los acompañantes del dragón no conseguían salir de su asombro.

Humanos y dragones habitaban aquella tierra flotante en mitad de la nada.

Tras aterrizar, los seis bajaron del lomo del dragón, siendo éste recibido por sus camaradas.

Una chiquilla de más o menos la misma edad que Seth corrió despavorida hacia el reptil,

lanzándose contra su cabeza y estrechándola entre sus brazos.

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- ¡Tiamat! – exclamó con gran alegría – te he echado tanto de menos.

- Y yo a ti – dijo el dragón.

De nuevo, todos podían oír sus palabras. La muchacha miró a los seis viajeros con

curiosidad.

- ¿Quiénes son?

- Nuevos amigos – explicó el animal mientras la niña le rascaba bajo la barbilla. Estaba

claro que le gustaba, y mucho.

De repente Bagwanda respiró hondo, quedándose casi sin aliento, y su rostro palideció por

completo, invadido por no se sabe si sorpresa, terror o incredulidad. No apartaba sus ojos de

aquella chica, como hipnotizado.

- ¿Qué te pasa Bagwanda? Parece que hubieras visto un fantasma – dijo Rudra.

Y en efecto, eso parecía. Estaba blanco y apenas podía articular palabra. La chiquilla lo

miró y, algo intimidada, se ocultó tras el dragón. Liz observó al enano, extrañada, aunque en

parte entendía su reacción. En esa tierra humanos y dragones vivían en armonía, tirando al

traste la idea que se había formado en su cabeza durante años. Sin embargo, su reacción era

demasiado intensa para limitarse sólo a eso. Oscilaba su mirada entre la muchacha y al enano,

tratando de entender la actitud de Bagwanda, a quien le temblaba el cuerpo entero. “No es

posible” pensó para sí. Como si Tiamat hubiera leído sus pensamientos, les presentó a la

chiquilla.

- Ésta es Leila – su voz sonaba suave y llena de cariño.

Bagwanda empeoró tras escuchar aquellas palabras, mientras que Liz y el resto adoptaron

la misma obsoleta expresión que su compañero ante la chocante noticia. Y es que todos

conocían aquel nombre.

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La niña se adelantó y realizó una tímida reverencia a los recién llegados, volviendo acto

seguido a la protección del dragón. Los ojos del enano se llenaron de lágrimas al tiempo que

sus rodillas cedían y caía al suelo acongojado. Liz lo sujetó por los hombros y trató de

consolarlo, aunque sabía que no lo lograría. La gente que se encontraba alrededor no entendía

aquel comportamiento y los miraban confusos. En ese momento Tiamat pidió que se atendiera

a los viajeros, dándolos comida y cobijo, y se retiró con la muchacha, dispersándose entonces

el gentío.

Algunas personas condujeron al grupo a una de las casa mientras el resto volvía a sus

labores. Tuvieron que ayudar entre todos a Bagwanda a levantarse, el cual seguía en estado de

shock. Ya en la vivienda, le dieron agua y algo de comer, pero su congoja era tal que no probó

bocado. Los demás, sin embargo, agradecieron la comida y descansaron.

Cuando por fin se quedaron solos, se decidieron a hablar de lo sucedido.

- ¿Cómo es posible? – dijo Rudy aún incrédula.

- Jamás hubiera imaginado que dragones y humanos se ocultarían en un lugar como este -

musitó Roth pensativo.

- Creía que habían muerto todos – comentó Rudra.

- Parece ser que las cosas no son como pensábamos – Roth miraba de refilón al enano.

Liz se encontraba a su lado, tratando de darle apoyo. Su expresión mostraba tal mezcla de

emociones que era difícil advertir en qué estaba pensando. La joven lo miraba con pesar, pues

era incapaz de imaginar el dolor que debía sentir en aquel momento.

- Aquella niña… - murmuró.

- Es la viva imagen de su madre – susurró Bagwanda con la mirada perdida.

- Lo suponía…

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- ¿Cómo es posible? – sollozaba el enano sin parar.

Alguien llamó a la puerta. Era la pequeña Leila asomándose con timidez desde la entrada.

- Esto… Tiamat solicita vuestra presencia.

En cuanto Bagwanda escuchó su voz, palideció de nuevo. Liz trató de calmarlo; no

obstante, estaba demasiado emocionado para lograrlo. Parecía que fuera a explotar de un

momento a otro, no pasando desapercibido su estado a la niña. Liz le sugirió que se quedara

en la cabaña, pero él insistió en ir, así que Rudra y Roth lo ayudaron a levantarse y, cuando

estuvieron listos, Leila los condujo hasta el cobijo del dragón.

Ya en el umbral, Bagwanda llegó a su límite y se negó a entrar, incapaz de hace frente a

aquella criatura que esperaba en su interior. Liz le pidió a la chiquilla que se quedara con él,

excusa perfecta para dejarlos solos. Seth se ofreció voluntario para acompañarlos; parecía que

el muchacho sentía cierto interés en la chica, a quien no le quitaba el ojo de encima. Los

demás accedieron y se encaminaron al interior de la gruta para reunirse con el dragón.

Tiamat los aguardaba con calma, tumbado sobre una cama de hojas frescas, probablemente

preparada por la joven Leila.

- Bienvenidos. Veo que faltan aún algunos de vuestros acompañantes.

- Bagwanda no se encontraba bien, así que Leila y Seth se han quedado fuera con él –

explicó Liz.

- Puedo entender el por qué – musitó el dragón con tristeza – ha debido ser un golpe muy

duro encontrarse con humanos y dragones juntos.

- No sólo eso – musitó para sí la gitana.

- ¿Cómo es posible? – preguntó Rudra - ¿no se suponía que todos habían muerto?

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- Amigo mío, muchas veces las cosas no son lo que parecen.

- Tiamat – intervino Roth - ¿sería posible escuchar de tus propios labios lo que realmente

ocurrió hace diez años?

- No tengo más remedio, una promesa es una promesa. Ahora responderé a las tres

preguntas que me hicieras con anterioridad. En cuanto a qué había oculto entre las nubes, creo

que no hace falta que responda, pues todos lo habéis visto ya con vuestros propios ojos. Pero

empezaré desde el principio. Supongo que vuestro compañero ya os habrá contado que

durante siglos humanos y dragones han vivido en armonía, luchando contra los wyverns para

sobrevivir. La razón de esta alianza es simple: los wyverns no son criaturas mágicas como

nosotros, sino el resultado de los experimentos realizados por Rakshasa para crear su propio

ejército alado.

La noticia conmocionó a los presentes.

- ¿Experimento? – preguntó Rudy.

- Es una forma de llamarlo. Rakshasa es la encarnación del mal, cuya única motivación es

destruir. Por desgracia para él, eso no es tan sencillo. En este mundo habitan muchas criaturas

a las que no puede controlar. Todos los seres mágicos escapan a su control: hadas, sirenas,

dragones, elfos… son seres puros a los que no puede manipular, es por eso que utiliza a los

humanos y a sus propias creaciones.

- ¿Pero cómo es posible que haga eso?

- Ni yo mismo lo sé, desconozco sus métodos y su motivación, pero como habitante de

este mundo, no puedo permitir que acabe con mi hogar.

- ¿Qué es la plaga entonces? – preguntó Rudra - ¿por qué sólo afecta a humanos y

animales?

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- Las sombras no son más que el resultado de la oscuridad de los corazones. Los humanos

son criaturas extrañas que albergan infinidad de emociones y sentimientos en su alma.

Aquellos que son negativos constituyen su propia oscuridad. El miedo, la tristeza, el odio, el

rencor… La sombra es todo aquello que es oscuro en uno mismo, consumiéndolo hasta

convertirlo en un ser maligno y exento de sentimientos. Eso es lo que se denomina un kinay,

un cuerpo sin alma consumido por su propia maldad.

- ¿Y por qué no afecta a ciertas criaturas?

- Porque no hay oscuridad en ellas. Elfos, hadas… su propia naturaleza es benévola y sin

posibilidad de maldad, escapando de la maldición. Hay criaturas mágicas que son malvadas

por naturaleza, por lo que es fácil que acaben al servicio del rey oscuro, como las arpías o

algunos duendes. Pero su dominio es diferente, son plenamente conscientes de sus actos y se

unen al malvado de forma voluntaria, cosa que los kinays no hacen, pues una vez

transformados pierden su voluntad.

- Los kinay… - murmuró Liz - ¿son todos iguales?

- Hay rangos – explicó el dragón – los más poderosos tienen habilidades especiales y son

dotados de cierta libertad de actuación. Sin embargo, la mayoría son como esos wyverns,

simples marionetas. Pierden sus recuerdos y su identidad, convirtiéndose en un ejército de

desalmados que arrasan con todo lo que encuentran. Las cosas solían alcanzar cierta balanza

con las cruzadas, pero la última fue un fracaso y el equilibrio se rompió.

Su expresión se llenó de tristeza y pesar. Parecía que sus recuerdos le trajeran un enorme

dolor.

- Los dragones nos convertimos en los guardianes protectores de los humanos y, a cambio

de comida, los protegíamos de los wyverns y los kinays si es que osaban atacarlos. Sin

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embargo, hace diez años algo horrible sucedió. Uno de nuestros congéneres se… cambió de

bando.

- ¿Qué quieres decir?

- Vrita es uno de los dragones más poderosos que jamás haya existido, pero nunca estuvo

del todo de acuerdo con que protegiéramos a los humanos. Decía que éramos demasiado

poderosos para servir de mascota, negándose a ser esclavo de ninguno de ellos y limitándose a

vivir en su cueva. Durante largo tiempo nada se supo de él, por lo que supusimos que tal vez

hubiera abandonado estas tierras o muerto. Pero hace diez años apareció de nuevo, liderando a

los wyverns y los lindworm, y atacó las aldeas humanas.

Todos se quedaron en silencio escuchando el relato del dragón. Mientras, en el exterior de

la cueva, Seth, Leila y Bagwanda permanecían sentados, sin decir palabra alguna. Poco duró

el silencio y Seth enseguida se acercó a la muchacha y comenzó a hacerle preguntas. Sabía

que tenía que tener cuidado con lo que decía, pero no podía estarse callado.

- ¿Cuántos años tienes, Leila?

- Pronto cumpliré los quince.

- Yo también tengo quince – dijo entusiasmado – me llamo Seth.

- Encantada – respondió con una dulce sonrisa - ¿y de dónde venís? Es extraño ver a

forasteros, sobre todo después de la masacre.

- ¿La masacre? – preguntó Seth.

El enano permanecía en silencio, pero escuchando con atención cada palabra.

- Hace diez años Vrita, el dragón negro, se unió a los wyverns y atacó a todos los

humanos de la zona, acabando con la gran mayoría. Sólo unos pocos sobrevivimos a la

desgracia. Tiamat y los otros salvaron a cuantos pudieron y nos condujeron a esta tierra oculta

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para huir de los asesinos. Llevan tiempo buscándonos, pero Tiamat dice que aquí estamos a

salvo.

- ¿No pueden encontraros?

- Esta tierra es mágica, Tiamat cogió un trozo de la montaña y lo elevó al cielo con su

magia. Es muy poderoso – el orgullo era palpable en sus palabras – después creó la tormenta

que rodea a Fuudo, por lo que es imposible no sólo vernos, sino también atravesar las nubes.

Sólo Tiamat puede hacerlo, es por eso que él se encarga de vigilar en el exterior mientras los

demás permanecemos a salvo aquí.

- Vaya… ¿y no te da miedo vivir con los dragones? – la muchacha comenzó a reír ante la

pregunta del jovencito.

- Los dragones nunca nos atacarían. Somos demasiado valiosos para ellos.

- Sí… como comida – murmuró Seth con cierta preocupación.

- ¡Eres muy gracioso! – se carcajeó – jamás nos comerían. Según ellos, sabemos fatal.

Además, ¿quién cuidaría de ellos entonces? Son demasiado perezosos y les encanta que los

cuiden. Si por ellos fuera, jamás cazarían, lo que más les gusta es charlar y leer.

- Son como los viejos – dijo Seth mientras a Leila le daba un ataque de risa.

- Leila… - susurró de pronto Bagwanda - ¿dónde está… tu familia?

- Bueno… - el rostro de la muchacha se entristeció – murieron durante el ataque. Tiamat

me recogió y me crió desde entonces.

- Entiendo – el enano trató de incorporarse - ¿puedes llevarme ante tu dragón? Necesito

hablar con él.

La muchacha obedeció y, junto con Seth, ayudaron al mediano a levantarse, internándose

en la cueva. En el interior, Tiamat acababa de relatar la misma historia al resto del grupo.

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- Así que Vrita fue el que atacó a todos… - comentó Liz pensativa y a la vez apenada.

- El dragón negro… recuerdo que el viejo aldeano mencionó eso en el relato de

Bagwanda.

En ese mismo instante el ruido de pisadas interrumpió a los presentes. Al volverse, vieron

como Leila, Seth y el enano entraban en la cueva. Los saludaron, preocupados por el estado

del enano, quien enseguida se zafó de ellos y caminó directo hacia el dragón con el semblante

gélido.

- Dragón – dijo con voz grave – necesito preguntarte algo.

- Adelante.

- Kaara… la madre de esta niña…

Tanto Tiamat como Leila reaccionaron ante el nombre mencionado, ambos de formas

dispares. Mientras que el animal bajó la mirada con pena, Leila pareció alterarse.

- ¿Cómo sabes tú el nombre de mi madre?

El enano no contestó, sufriendo con solo nombrar a su amada. La chiquilla pareció

enfurecer más ante el silencio del enano, por lo que Liz decidió intervenir.

- Verás Leila… en realidad…

- Por favor – interrumpió el enano antes de que Liz se fuera de la lengua – Tiamat… te lo

suplico…

El dragón suspiró abatido y esperó unos instantes antes de continuar.

- Nunca antes había hablado de esto con nadie, ni siquiera contigo, mi niña – dijo

dirigiéndose a la muchacha – pero parece que no tengo más remedio.

“Jamás olvidaré ese nombre. Kaara. Sólo lo escuché una vez, pero ha estado en mi cabeza

desde aquel nefasto día. A pesar de proteger a los humanos, los dragones siempre tratamos de

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evitar el contacto con ellos. Tras ofrecer un sacrificio, el encargado debía abandonar la torre y

nosotros acudiríamos durante la noche para no ser vistos. Aquel día todo parecía normal.

No necesitaba acercarme a la aldea hasta dentro de unos días, por lo que reposaba

plácidamente a la espera. Solíamos patrullar durante la noche, momento más propenso a un

ataque, y descansar durante el día. Cuando los dragones dormimos, ni una tempestad es capaz

de despertarnos, sólo el desagradable olor de los wyverns y lindworms. Además, nuestro lugar

de descanso suele ser en las montañas, lejos de ser molestados de manera innecesaria. Sin

embargo, aquel día me encontraba en el bosque.

Los gritos y el alboroto me despertaron de mi letargo. Enojado, levanté la cabeza y con

espanto capté el olor de la sangre humana siendo derramada. Tan rápido como pude volé hasta

mi pueblo y vi con horror lo que estaba aconteciendo. Los wyverns atacaban sin compasión a

cada aldeano, entrando incluso en sus hogares, desgarrando a hombres, mujeres y niños a su

paso mientras las casas ardían bajo las llamas. No entendía cómo no había percibido su hedor

antes, pero no había tiempo que perder. Me lancé contra ellos, dispuesto a poner orden, pero

Vrita me detuvo. No esperaba que estuviera de su lado, aunque de ese modo las piezas

encajaban y a ello se debía el no haber captado su esencia. Los había rociado con su olor.

Tras una ardua batalla, conseguí escapar con vida, ocultándome en la torre de sacrificio.

Allí había una mujer malherida con una niña entre sus brazos.

Agonizante, me suplicó que salvara a su hija y a los aldeanos. Nuestras propias leyes nos

impedían acercarnos siquiera a un humano, pero no pude ignorar los ruegos de la mujer, por lo

que accedí. Estreché a la pequeña entre mis brazos; la pobre temblaba sin parar por lo que hice

que se durmiera. Su madre, feliz de ver a salvo a su hija, pudo por fin descansar. Con su

último aliento, de sus labios brotó casi inaudible un nombre, y con una sonrisa dio su último

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suspiro. Antes de marcharme, traté de limpiarla lo mejor que pude y la coloqué en el altar para

que descansara. Es un lugar sagrado y los wyverns no se atreverían a acercarse.

Me marché tan rápido como pude y avisé a mis camaradas de lo que estaba sucediendo.

Tantos como pudimos recorrimos el país en busca de supervivientes, luchando con los

wyverns para salvar a cuantos nos fuera posible, pero Vrita ha sido siempre el más listo de

todos, y con él a la cabeza poco podíamos hacer nosotros. En cuanto atacamos se retiraron, y

por desgracia, para cuando llegábamos a un lugar, ya había sido aniquilado casi por completo.

Sólo conseguimos salvar a un puñado de humanos.

Para ponerlos a salvo, utilicé mi magia, creando esta tierra. Está demasiado elevada para

que los wyverns puedan acceder a ella y la magia la protege de Vrita, por lo que estos últimos

diez años hemos podido vivir en paz. La gran mayoría nos refugiamos aquí también, excepto

algunos de los jóvenes, que con obstinación se negaron a abandonar sus dominios. Algunos

acabaron uniéndose a nosotros, pero otros, quien sabe lo que fue de ellos.”

- Todo gracias a ti – dijo Leila mientras abrazaba al dragón.

Bagwanda permaneció en silencio, cabizbajo, y las lágrimas comenzaron a salir a

borbotones de sus ojos, resbalando por sus mejillas mientras sollozaba sin parar. Todos lo

observaron, Leila con incertidumbre, el resto con pesar.

- Lo siento, lo siento - repetía sin parar una y otra vez.

Era imposible saber la cantidad de emociones y pensamientos que debían de estar

invadiéndolo. Rudra apretó el puño con fuerza, sin haberse esperado jamás ver a aquel fuerte

guerrero tan abatido. Liz sintió deseos de consolarlo, pero en el fondo sabía que no podría, por

lo que permaneció en silencio, con la cabeza baja, sin osar siquiera mirarlo.

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Leila era la única persona que no entendía el comportamiento del enano. Con timidez, se

acercó a él y posó su mano sobre la cabeza del enano, acariciando con delicadeza sus cabellos

enredados. Lo miraba con dulzura, sonriente. De pronto, sufrió una especie de espasmo y se

alejó de un salto. Se veía confusa. No paraba de pasear la mirada del enano a sus manos,

aturdida.

- ¿Qué sucede? – le preguntó el dragón preocupado.

- Yo… siento como si… es tan familiar… yo no… sus ojos, su pelo, su olor… ¿qué es

esto?

El dragón comprendió con pesar qué era lo que estaba pasando, y es que es imposible

olvidar a los seres queridos. Bagwanda la miraba aún con más dolor, sin saber cómo explicar

todo lo sucedido sin que lo odiara, pues tenía tantas razones para hacerlo. No había podido

protegerla, se había marchado en el peor momento, regresando demasiado tarde, y por si fuera

poco, había matado a aquellos dragones que ella tanto adoraba y que sólo intentaban ayudar a

los humanos. Incluso había intentado matar al que fuera su padre ahora, quien la había salvado

y criado en su lugar. Era imposible que lo perdonara siquiera. No, no podía contárselo.

- Leila… - dijo el dragón - ¿puedes llevar a nuestros invitados a su lugar de descanso?

Deben estar agotados y necesitan descansar.

- Claro – obedeció aún consternada.

Antes de que se marcharan, Tiamat le pidió al enano que se quedara en la cueva un rato

más.

La muchacha los condujo a la cabaña. Se dispuso a marcharse de inmediato, pero le

pidieron que se quedara un rato con ellos. Deseaban escuchar historias sobre dragones,

especialmente Seth, quien no paraba de escribir en su cuaderno.

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Al cabo de un rato, Bagwanda regresó más calmado a la cabaña, aunque aún se mostraba

bastante afligido. Le pidió al grupo que lo dejaran a solas con Leila durante un rato.

Obedecieron y esperaron en el exterior. ¿Cómo reaccionaría Leila cuando supiera la verdad?

Era difícil de imaginar.

Durante largo rato no se oyó ningún sonido procedente de la cabaña, lo que intrigaba aún

más a los viajeros. De pronto se escuchó un fuerte grito perteneciente a Leila y, al instante,

abrió la puerta de un empujón y salió corriendo entre lágrimas a gran velocidad, apartando a

todo el que se interpusiera en su camino. Seth corrió tras ella mientras que los otros

permanecieron donde estaban sin saber qué hacer. En el interior de la cabaña el enano estaba

sentado sobre la cama, inmóvil, con gran pesar en su rostro. Liz decidió ir tras la muchacha

mientras que el resto se quedaron con el enano.

Leila corrió despavorida hacia la guarida de Tiamat, entrando a gritos en el lugar.

- ¿Es cierto? – vociferaba – ¡dime que no es cierto!

El dragón la miró compasivo y asintió en silencio.

- ¿Cómo es posible? Mi padre… ¡dijiste que toda mi familia había muerto!

- Desconocía que estuviera ausente aquel día… pensé que también habría muerto.

La joven se mordió el labio inferior de la rabia y la impotencia, sin saber qué pensar o

sentir.

- No es posible… ¿y qué se supone que debo hacer ahora? ¡Éste es mi hogar!

- Y siempre lo será.

- Pero él… él… ¡ha matado dragones!

- No se le puede culpar por sus acciones, después de todo fue un dragón el que acabó con

su gente.

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- ¡Pero es diferente! Vrita es malvado.

- Él no sabía…

- No. ¡No! Jamás podré aceptar a alguien que asesina dragones con crueldad como parte

de mi familia. ¡Tú eres mi familia!

- Leila…

- ¡No! – antes de que se dieran cuenta, la niña corría de nuevo en dirección contraria,

saliendo de la cueva como alma que lleva el diablo hasta perderse entre las casas del lugar.

Tiamat suspiró con resignación. Había sido un golpe muy duro para ella y necesitaba

tiempo para asimilar todo aquello. Pero era buena y comprensiva, y sin duda acabaría

entrando en razón. Seth insistió en ir en su busca, y al instante desapareció de la cueva,

dejando al dragón y a Liz a solas.

Durante un rato permanecieron callados, siendo el dragón el primero en hablar.

- Bueno, creo que ha llegado el momento de contestar a la última de las preguntas que me

formulaste.

- En realidad era la primera – bromeó.

- Tienes razón, pero ya te advertí que escogería el orden que mejor me conviniera.

Además, las tres respuestas estaban relacionadas entre sí, es por lo que decidí traeros a este

lugar.

- Entonces…

- Exacto, el lithoi se encuentra en esta tierra. Antiguamente solía ocultarse en el interior

de la montaña, pero tras lo sucedido decidí que era más seguro ocultarlo aquí.

Tiamat se incorporó y se aproximó al linde de la cueva.

- Si subes a mi lomo llegaremos más rápido.

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Liz se apresuró en reunirse con él y subió a su espalda con cuidado. Una vez en el exterior,

el dragón levó el vuelo hacia el pico más alto de aquel pedazo de tierra. Andando no hubieran

tardado mucho, pues la superficie del terreno no era demasiado extensa ni irregular, pero

desde luego volar era más cómodo.

Había una pequeña colina en el centro del territorio y a su alrededor se extendían verdes

campos y pequeños grupos de viviendas sencillas. No debían de haber más de cien en todo el

lugar. Varias cuevas emergían de la tierra, donde habitaban los diferentes dragones. Tiamat le

explicó que la gran mayoría vivían en los túneles subterráneos que había bajo la superficie, y

cuyas entradas asomaban por debajo de donde se encontraban, pues aquel pedazo de tierra

tenía forma cónica, siendo el verdadero hogar de los dragones esa zona a la que los humanos

no podían acceder. No obstante, de cuando en cuando salían a la superficie para disfrutar del

aire, la comida o la simple compañía humana.

No eran muchos los que habían sobrevivido al ataque de Vrita. Incluido Tiamat, estimaba

que habría unos cincuenta ejemplares más en aquel lugar. Según decía, otros dragones

habitaban diferentes países de Ádama, pero eran muy escasos, y aunque había diferentes

especies, algunas casi se habían extinguido. Antaño el agua rodeaba cada continente de aquel

mundo, sirviendo de hogar a multitud de dragones marinos, pero hacía tiempo que se había

secado y, como consecuencia, quedaban unos pocos con vida.

Los más abundantes eran los que habitaban en las montañas, como Tiamat, y que habían

vivido en Amentis desde el principio de los tiempos. Éstos tenían grandes alas que les

permitía surcar los cielos y habitar lugares que otros animales no podían, asegurando su

territorio y supervivencia. Después estaban los dragones de tierra, una mezcla entre los de

agua y los de montaña. Carecían de la habilidad de volar y solían habitar los bosques, pero al

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no poder volar, la mayoría fueron aniquilados en el ataque de Vrita y sólo un puñado se

ocultaba en Fudo. Aquellas cuevas sobre la superficie era donde descansaban.

En apenas unos minutos llegaron a lo alto de la colina. Desde que entrara en las montañas

rocosas, Liz había sentido la presencia del lithoi, pero no de manera tan intensa como lo hacía

en ese momento. Estaba convencida; la piedra se encontraba muy cerca, podía sentirlo.

En la cima había un templo parecido al del oasis del desierto. Sabía que en cuanto cruzara

la entrada sentiría la atracción de la piedra, así como el intenso mareo y cosquilleo en la boca

del estómago, pero esta vez estaba preparada. El dragón decidió esperar en el exterior, por lo

que Liz entró sola en la sala.

El ambiente era menos húmedo que en el templo del oasis, pero le costaba bastante respirar

debido a la gran altura a la que se encontraba, siendo la presión más notoria allí dentro. Las

paredes estaban decoradas con lo mismos dibujos antiguos que el templo de La Paradesa.

Analizó cada imagen, tratando de buscarle sentido, mas sabía que pronto lo haría, pues en

cuanto se acercara al lithoi, éste le contaría la historia.

Al final de un largo pasillo había una abertura sin puerta, de la que emanaba una luz

brillante y conocida, proveniente de la roca mágica. Era exactamente igual que la anterior, con

aquella luz dorada tan cegadora que hasta dolían los ojos si se la miraba demasiado tiempo.

Caminó hasta situarse justo frente a ella, sintiendo las nauseas y el atroz mareo que hubiera

sentido antes. Se sentía totalmente hipnotizada por aquel brillo y de modo instintivo, posó su

mano sobre el pedrusco, dejándose llevar por su poder.

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EL REINO DE LOS ELFOS

Cuando Lilith despertó, no conseguía reconocer el lugar en el que se encontraba. Desde

luego no era la cueva que habitaba. Era una especie de sala con las paredes lisas y de color

blanco. Había una abertura en uno de los lados, de forma cuadrada, con una especie de

material transparente que dejaba filtrar la luz del exterior sin permitir el paso del viento. Dos

extrañas telas, similares a las que llevaba su amigo Ávalon alrededor de su cuerpo, caían

suavemente hacia el suelo de la sala. Al fondo había lo que parecía otra abertura rectangular

que llegaba desde el suelo hasta casi la parte superior de la sala, cubierta por lo que Lilith

pensó un tronco sin hojas, cuya madera era también de color blanco.

En aquella extraña estancia había muchas cosas que jamás había visto. Lo primero era el

lugar sobre el que reposaba. Al principio creyó que se trataba de un montón de hojas y plumas,

pero enseguida se dio cuenta de su error. Era blando y confortable, mas no llegaba a acertar de

lo que estaba hecho, y estaba cubierto por una piel menos suave que la suya, pero sin llegar

ser tan áspera como la de sus amigos reptiles. Sobre ella había una especie de pelaje cálido

que la cubría hasta los pies, y su cuerpo no estaba desnudo, sino cubierto por un extraño velo

que se ajustaba de manera perfecta a su figura, del mismo color que todo lo que había en ese

lugar. Blanco.

Mientras observaba aquella desconocida tela, un ruido nuevo llamó su atención. El tronco

de la abertura frente a ella se deslizó hacia atrás, acompañado de un extraño chirrido, sin caer

al suelo sino desplazándose hasta dejar libre el paso. Allí se encontraba aquella cara tan

conocida. Detrás de él había alguien más, pero apenas prestó atención.

- ¡Ávalon! – exclamó sorprendida y a la vez feliz.

- Veo que por fin habéis despertado.

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- ¿Dónde estoy? – quiso saber extrañada - ¿qué es esta extraña cueva?

- No es una cueva, es una habitación. La utilizamos para descansar y resguardarnos del

frio.

Ladeó la cabeza desconcertada sin saber en absoluto qué estaba pasando. De pronto una

horrible imagen cruzó su mente, haciendo que se estremeciera. Acercó sus rodillas contra el

pecho para protegerse y se sujetó las sienes, horrorizada. Ávalon se apresuró en llegar a su

lado y estrechó sus manos. Eran cálidas y suaves.

- ¿Recordáis algo de lo que pasó?

Ella sacudió la cabeza. No se acordaba, o mejor dicho, no deseaba hacerlo. Quería escapar

de aquel doloroso recuerdo, pero su subconsciente no la dejaba hacerlo. Las lágrimas

comenzaron a brotar de sus ojos mientras se cubría con aquel pelaje tan delicado. Ávalon le

acarició el pelo con delicadeza, tratando de tranquilizarla.

- Tranquila, estáis a salvo. Ya nadie puede haceros daño.

La muchacha lo miró sollozante mientras los recuerdos afloraban en su mente.

Veía a Adán, enloquecido como nunca antes lo había visto. Recordaba la lucha por

liberarse y cómo la golpeó repetidas veces hasta doblegarla. Lo último que vio antes de caer

inconsciente fue la cara de Ávalon, aterrorizado, mientras Adán se lanzaba contra él. Después

todo estaba negro. Se miró el cuerpo y descubrió que no tenía ninguna herida.

- Todas sanaron hace tiempo. Habéis dormido durante varias semanas. De vez en cuando

recobrabais el conocimiento durante un instante, pero enseguida volvíais a dormir. Ambos os

hemos estado cuidando.

El elfo señaló a la persona que se encontraba minutos antes tras de él y que ahora estaba

junto a la cama, no demasiado cerca. Lilith la miró con atención y vio que era

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extremadamente parecida a su amigo, aunque algo más esbelta y con las facciones más

afiladas. También sus ropajes eran diferentes, pareciéndose más a los que llevaba ella en ese

momento.

Dedujo que se trataba también de un elfo, pues, aunque su pelo era más largo que el de su

amigo, tenía el mismo color, y sus ojos eran tan cristalinos como los de él. Aquella criatura le

dedicó una dulce sonrisa.

- Ésta es mi hermana, Cassandra. Ella es quien ha estado cuidándoos.

- Encantada – la voz de Cassandra sonaba tan armoniosa como el cantar de un pajarillo.

Lilith la miraba ensimismada, fascinada por tal belleza y elegancia. Cassandra se retiró

durante un instante mientras Ávalon trataba de que la muchacha se calmara por completo.

Acto seguido apareció de nuevo con una bandeja brillante transportando algo. La situó sobre

el regazo de la muchacha, quien inspeccionó aquello que le acababan de traer. Desde luego se

trataba de comida, y el olor lo delataba, pero era un alimento totalmente desconocido, como

todo lo demás.

Su amigo le instó en que comiera antes de que se enfriara. En cuanto le dio un bocado, la

comida se deshizo en su boca, dejando tras de sí un delicioso saber que no pudo menos que

sonrojarla de placer. Antes de que se dieran cuenta, ya había devorado toda la comida,

tratando de comerse también el plato. Cassandra rió al ver a la muchacha mordisqueando la

vajilla y su risa trinó como el cantar de un petirrojo en primavera. Ávalon por su parte le

explicó a la joven todo lo acontecido después su reencuentro.

Tras aquel horrible suceso, el elfo la rescató de la garras de Adán y la llevó a su reino, al

norte de Kâlapa. Bielovodye, el país de los elfos. Ya le había hablado de ello con anterioridad,

así que la sorpresa fue menor de lo esperado. Allí la tierra estaba cubierta de hielo y nieve. Su

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capital era Adityas, donde vivían el rey y la reina de los elfos desde hacía siglos, y en ese

momento se encontraban en una de las habitaciones de palacio.

Lilith escuchaba con fascinación todo lo que su amigo le contaba, tratando de recordar cada

detalle. También le explicó lo necesario sobre aquel lugar, pues todo era nuevo para la

muchacha.

Cuando se hubo encontrado mejor, Ávalon la llevó al exterior, y en cuanto puso un pie en

aquella tierra, su corazón dio un vuelco. Todo, absolutamente todo, era de color blanco, como

aquella sala en la que despertara, como aquellas hermosas criaturas que habitaran el país. Y no

sólo eso, todo brillaba de una manera especial con los rayos del sol, que asomaba con timidez

en el horizonte sin llegar a calentar demasiado. Su luz era tenue en el lugar, pero aquella tierra

era muy diferente a lo que ella conocía, y entonces entendió aquellas historias que le contara

Ávalon tiempo atrás a las afueras de Kalapa, junto al manantial secreto. Sin duda era más

hermoso de lo que hubiera podido imaginar.

Aprendió mucho sobre aquellas inmaculadas criaturas y su estilo de vida, y también

comenzó a interesarse por su historia, pidiéndole a Ávalon que le contara más cosas. Deseaba

llenarse de conocimiento, saberlo todo sobre sus costumbres, su comida, todo. Cassandra

pasaba mucho tiempo con ellos, contándole también infinidad de relatos a la joven, quien

escuchaba con gran atención a cada palabra.

Una mañana, mientras Ávalon se encontraba ausente, Cassandra y Lilith paseaban por los

jardines de palacio. La elfa le habló sobre los reyes.

- ¿Los reyes? – preguntó emocionada - ¿de verdad quieren conocerme?

- Se mueren de ganas – afirmó su amiga sonriente.

- Pero deben de ser unas personas muy importantes, no sé si yo…

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- Tú eres muy importante también, Lilith. Después de todo, eres la primera humana que

jamás hayan visto. Además…

En ese momento Ávalon apareció por la puerta del jardín. La muchacha corrió a su

encuentro con alegría.

- ¡Ávalon! – dijo feliz tras lanzarse entre sus brazos - ¿sabes qué? Los reyes quieren

conocerme, ¡no es increíble!

Lilith esperaba que su amigo estuviera tan emocionado como ella; sin embargo, la noticia

no pareció alegrarlo en demasía.

- Cassandra, ya hemos hablado de ello.

- Pero tienen derecho a conocerla – se quejó – vamos, están impacientes por ver a quien

ha vuelto tan feliz al príncipe. Además, ella quiere conocerlos.

Lilith no entendía nada de lo que ambos hablaban, pero deseaba conocer a los reyes.

Siempre trataba de imaginar cómo serían y quería comprobar si se equivocaba o no.

- Ávalon, por favor – pidió la muchacha – te prometo que me portaré bien.

Él la sonrió mientras acariciaba sus cabellos.

- Sé que lo haréis – su voz estaba cargada de afecto – no es eso lo que me preocupa.

- No tienes que preocuparte – aseguró Cassandra – lo tengo todo preparado.

El elfo meditó durante un rato sobre lo que hacer, pero finalmente, tras la insistencia de

ambas, decidió acceder a la petición. Cassandra y Lilith lo celebraron emocionadas mientras le

daban las gracias. Acto seguido, la elfa cogió a Lilith del brazo y se la llevó a uno de los

aposentos para vestirla para la ocasión.

Eligió el vestido más hermoso que tuviera en su armario, arregló sus cabellos y hasta

esparció unos polvos perfumados en su cara. La emoción de Lilith se iba esfumando por

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momentos debido a tanto ajetreo, pero tras ver su reflejo en el espejo volvió al instante.

Parecía una persona distinta, más parecida a una elfa que a una humana. El precioso vestido se

ceñía a sus curvas como una segunda piel, de un color blanco con brillos dorados bordados en

el escote, la cintura y la cola. Cassandra había recogido su cabello en un precioso moño a lo

alto de la cabeza que le daba un toque muy sofisticado y elegante. Éste estaba adornado con

cadenas doradas que centelleaban bajo la luz de las velas; y su rostro brillaba inmaculado con

aquellos polvos.

Cassandra se acercó a ella y añadió el último retoque, una sustancia pastosa en sus labios,

volviéndose éstos de un rojo intenso que contrastaba a la perfección con la blancura de su

cutis, aunque no tan pálido como el de su amiga. Si tuviera que describir lo que sería una

princesa como la de los cuentos de Cassandra, sería sin duda como el reflejo que mostraba

aquel espejo.

Ambas se encaminaron por los pasillos de palacio hasta la sala principal, donde

aguardarían los reyes. Hasta entonces, Lilith sólo había disfrutado de la presencia de Ávalon y

Cassandra, sin ver a ningún otro elfo a parte de ellos; sin embargo, aquella noche el palacio

estaba abarrotado de ellos, cruzándose a cada paso con alguno, y encima todos la miraban

embelesados, pues jamás habían visto a una criatura como ella.

Cassandra le explicó que habría una fiesta en palacio, por lo que era el momento perfecto

para darse a conocer, pero a Lilith no le pareció tan perfecto. El pánico comenzó a invadirla,

suplicándole a su amiga que no se apartara de su lado.

Cuando llegaron al gran salón, la joven se encontró dentro de uno de esos cuentos que tanto

le gustaba escuchar, siendo ella la protagonista. Aquella sala era la más hermosa de las que

había visto hasta entonces. Era tan blanca e inmaculada como la misma nieve, decorada con

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brillantes ornamentos y cristaleras de diferentes colores. Había enormes lámparas colgantes

por toda la sala, con cristales que reflejaban la luz de las velas en infinidad de direcciones,

alumbrando de sobre manera el lugar entero. Las baldosas del suelo presentaban diversas

formas, de colores varios, llenando de vida aquel lugar, y sobre ellas había mesas dispuestas

por todo el salón, con bandejas y platos llenos de alimentos.

Pero no sólo el lugar era mágico. Cada uno de los elfos que se encontraba en él parecía más

elegante y distinguido que el anterior, contrastando a la perfección con la solemnidad de la

estancia.

Nada más aparecer por la puerta, todas las miradas se centraron en Lilith, quien intimidada,

se ocultó tras su amiga, tratando de evitarlas. Si ya estaba nerviosa antes con la idea de

conocer a los reyes, ahora lo estaba mucho más al sentirse el centro de atención de todos los

presentes. Sin embargo, todo eso desapareció en un instante. Entre la gente distinguió la figura

conocida de su amado amigo, cuya presencia disipó toda emoción negativa.

Lo observó desde donde se encontraba y su corazón dio un vuelco, volviendo a latir más

deprisa de lo normal, pero no por las miradas, sino por la presencia de Ávalon. Y es que,

aunque desde que escapara de Kalapa había pasado cada día a su lado, aquella noche se veía

de manera diferente. Estaba tremendamente guapo y su semblante emanaba gracia y finura.

Siempre lo había visto con sus ropas sencillas y su actitud amable, pero aquella noche, ante

toda esa gente, se mostraba majestuoso, como nunca antes lo había visto.

Ávalon se volvió y sus ojos dieron de manera instintiva con los de la joven. En cuanto la

vio, su rostro cambió por completo, pareciendo que se le cortara la respiración, y no pudiendo

evitar observándola con gran fascinación. Su intensa mirada hizo que la muchacha se

ruborizara al instante, poniéndose más nerviosa aún. El elfo marchó a paso firme hacia las dos

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mujeres con una enorme sonrisa y cuando llegó al lugar donde se encontraban, hizo una

reverencia a modo de saludo, sin apartar la mirada de Lilith.

- Estás muy guapo, hermano - dijo Cassandra a modo de cumplido.

- Esta te la guardo, Cassandra – su tono mostraba su enorme disgusto – no me dijiste que

hubiera una fiesta esta noche.

- ¿De veras? – se hizo la tonta – se me debió de olvidar.

- Seguro…

Centró su atención en la muchacha que se ocultaba tras de su hermana y en un instante todo

su enfado de esfumó.

- Os veis radiante esta noche, Lilith – el elfo besó su mano tras decir estas palabras con

una resplandeciente sonrisa.

- Tú también te estas… muy guapo.

- ¿Tenéis hambre? – Ávalon acercó su brazo flexionado a modo de invitación – hay

deliciosos manjares que seguro deseáis probar.

Lilith sonrió y aceptó la propuesta, posando su brazo sobre el de él de la manera en que

Cassandra le había enseñado.

Todas las miradas estaban puestas en la pareja, que se paseaba indiferente de mesa en mesa

degustando diferentes manjares. Al cabo de un rato, sonaron las trompetas y todos desviaron

su atención hacia la puerta principal, de donde aparecieron desfilando un grupo de elfos

ataviados con armaduras, hasta situarse en formación a los lados del portón. Tras la entrada de

los soldados, apareció una pareja que hacía que el resto de los presentes parecieran simples

campesinos. Su talante, sus atuendos, su presencia… todo en ellos delataba tal solemnidad que

Lilith se sintió fuera de lugar ante tal exquisitez.

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La mujer guardaba un enorme parecido con Cassandra, lo que sorprendió de sobremanera a

la humana, quien paseaba la mirada de la una a la otra anonadada. Él, sin embargo, era la viva

imagen de Ávalon, pero algo más desgastado y envejecido. Tras la pareja, un arsenal de

doncellas esperaban a que los reyes cruzaran la sala para seguirlos de cerca, dispuestas a

servirlos en lo que hiciera falta.

La joven no lograba salir de su asombro, con la boca totalmente desencajada y sin fuerzas

para cerrarla. La realidad superaba con creces a la ficción, siendo los reyes más sublimes de lo

que hubiera imaginado jamás. Ahora entendía la razón de que Ávalon no quisiera que se

conocieran. No podía compararse a ellos ni en un millón de años.

Era sorprendente que pensamientos que antes jamás hubieran surgido en su cabeza ahora la

invadiesen de tal manera que la cohibieran como lo hacían. Sentía emociones que nunca antes

había sentido: vergüenza, miedo, frío, nostalgia, dolor… emociones que no existían en el Edén

que Dios había creado para ella y Adán. Sin embargo, trataba de no pensar en ello todo lo que

podía, pues sólo le causaba dolor recordar tanto su vida en aquel lugar como la forma en la

que se marchó. Deseaba disfruta de aquel reino maravilloso y explorar todo lo que pudiera en

la tierra de los elfos y en ella misma, sorprendiéndose de la cantidad de cosas que desconocía

y que tanto le gustaban ahora.

El ruido de cornetas la sacó de sus pensamientos. Observó con atención como cada uno de

los presentes se acercaba a la pareja real, inclinándose ante ellos y presentando sus respetos.

Lilith sintió un nudo en el estómago al pensar que ella debería hacer lo mismo y de nuevo

comenzó a ponerse nerviosa. Ávalon estrechó su mano y le susurró al oído.

- No os preocupéis, no os dejaré sola.

- ¿Lo prometes?

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- Os doy mi palabra – aseguró con aquella característica sonrisa suya – ahora escuchad

con atención, os explicaré lo que debéis hacer.

Uno a uno los presentes mostraron su respeto a los reyes, quienes saludaban con cortesía y

amabilidad. Finalmente le llegó el turno a la joven. Junto a Ávalon se adelantó del resto hasta

situarse a una distancia prudente de los reyes. Después, de la forma más elegante que pudo,

dobló una pierna por detrás y agachó el cuerpo hacia adelante, justo como Cassandra le había

enseñado, inclinando la cabeza al mismo tiempo como si de la más refinada de las damas se

tratara. En la misma posición, y sin mirar a los reyes, habló con dulzura tratando de que no le

temblara demasiado la voz.

- Es un gran placer hallarme en presencia de sus excelencias. Mi nombre es Lilith.

- Muchacha, levántate por favor – la voz de la reina era casi tan armoniosa como la de

Cassandra, aunque algo menos risueña y más madura.

Lilith, descolocada, hizo lo que le pidiera la reina, pero siempre manteniendo la mirada

baja a modo de respeto. Sin embargo, no podía evitar sentir la enorme tentación de observar

con más detenimiento a aquella bellísima y exquisita mujer que se hallaba frente a ella. De

forma tímida, y tratando de que no se apreciase, lanzaba miradas furtivas a la reina, posando

sus ojos tan sólo un instante en ella. Pudo observar que ésta sonreía con dulzura.

- Lilith, te llamas – comentó la reina.

Ella asintió.

- Querida, ¿podrías dejarme ver tu rostro con claridad?

A la pobre casi le da un patatús. Ávalon le había dicho que jamás mirara a los reyes a la

cara, pero también le dijo que siempre obedeciera a lo que le pidieran. Decidió obedecer a la

reina y alzó la mirada muy despacio, posando sus ojos sobre los de ella. De cerca era incluso

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más hermosa que desde la lejanía. Estaba como hipnotizada mientras la miraba. Por su parte,

la reina parecía poseer la misma fascinación en ella. Observaba meticulosamente cada detalle

de su rostro, provocando un cierto rubor en la muchacha. En ese momento, Ávalon hizo acto

de presencia, sacándola del atolladero.

- Alteza, es una verdadera falta de respeto examinar de tal manera a sus invitados.

- Perdona mis modales – dijo ella divertida – pero no podía evitar la tentación de

contemplar tan singular rostro. Me sorprende que la hayas dejado aparecer por aquí. Pensé que

nunca tendría la oportunidad de conocer a quien ha cautivado de tal manera al príncipe.

- No es que lo deseara, he de ser sincero, sino que mi hermana me tendió una pequeña

trampa.

- Bien por Cassandra – añadió el rey con una sonrisa picarona.

Lilith estaba perdida. No entendía ni una sola palabra de la conversación que se estaba

llevando a cabo entre ellos. Y no porque no dominase el lenguaje élfico, habiéndose

convertido en una experta en tiempo récord, sino porque no encontraba sentido a las palabras.

- ¿El príncipe? – dijo de pronto con el mayor respeto posible – discúlpeme, majestad, pero

creo que ha habido una confusión, yo no conozco a ningún príncipe.

Los reyes rieron ante la atenta mirada de los allí presentes. Ávalon le dedicó a Lilith la más

dulce de sus sonrisas, viéndose algo abatido, sin embargo. Estaba claro que no podría

ocultarlo por más tiempo.

- Querida mía – intervino la reina – me parece que tu amigo Ávalon y tú tenéis una

conversación pendiente.

- Si nos disculpáis, ha llegado el momento de retirarnos y disfrutar de la fiesta – se excusó

el elfo algo molesto, pero sin perder sus modales ni por un instante.

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- Entiendo – comentó el rey – pasadlo bien.

- Gracias – agradeció Lilith con su mejor sonrisa mientras repetía su tan practicada

reverencia.

- Madre… Padre… - dijo Ávalon tras inclinarse hacia sus respectivas manos, besando de

forma cortés cada una.

Fue poco después, tras alejarse de los reyes, cuando Lilith, con un leve grito, reaccionó

ante la última de las frases de Ávalon, recordando las palabras de sus majestades, lo que hizo

que se centrara de nuevo la atención sobre ellos.

- ¿Madre…? ¿…padre…?

El elfo suspiró derrotado. Tenía la esperanza de que se le hubiera escapado dicho detalle,

pero no era tan estúpida.

- ¿Les has llamado madre y padre?

- Dejadme explicároslo…

En ese momento Cassandra se asomó por detrás de Ávalon con una enorme y pícara

sonrisa dispuesta a romper el pastel.

- Ávalon es el príncipe real, ¿no te lo había dicho?

- El príncipe… - musitó Lilith mientras lo miraba asombrada - ¡el príncipe!

Ávalon estaba desolado; no sólo porque la muchacha se hubiera enterado de esa manera,

sino porque temía que aquello supusiera un cambio en ella. Lilith repetía en voz baja “el

príncipe… el príncipe…” una y otra vez, con la mirada baja. De repente alzó la vista con un

brillo especial en sus ojos y una enorme sonrisa.

- Por eso sabes tanto sobre el reino y los reyes, ¡eres el príncipe! ¿Por qué no me lo habías

dicho antes? – rió emocionada – vaya… por fin sé lo que es un príncipe como el de los

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cuentos que me contabas – se volvió a Cassandra – y tú eres una princesa. Justo como la había

imaginado.

Los hermanos miraban a la joven anonadados. De todas las reacciones que hubiesen podido

esperar, aquella era la última de todas. Pero pensándolo mejor, su inocencia y pureza le

impedían pensar más allá de aquello. Ávalon abrazó tan repentinamente a Lilith que ésta se

quedó sin respiración durante unos segundos. Todas las miradas reposaban en ellos dos,

acompañados de varios murmullos y voces de sorpresa ante tal actuación. Sin embargo, al elfo

poco le importaban las habladurías. Se sentía tan feliz de que Lilith fuera ella misma, que algo

de cotorreo no iba a estropear aquel momento. Mientras la abrazaba, dejó escapar un tierno

“gracias”, a lo que la joven no supo qué responder, pues no entendía el por qué de su

agradecimiento.

Para desviar la atención del público, Cassandra se ofreció voluntaria para dedicar una

canción a los reyes y los invitados de la fiesta, a modo de apertura. Su voz sonaba tan

armoniosa como el mecer del viento sobre las hojas, tan delicada como el agua brotando entre

las rocas, y tan atrayente como un pajarillo silvestre, convirtiéndose sin duda en el centro de

interés. Lilith había escuchado antes a la princesa cantar, pero desconocía aquella hermosa

canción y disfrutó como nadie de ella, prometiéndose a si misma aprenderla algún día.

Mientras la escuchaba, comenzó a notarse extraña, como si todo a su alrededor estuviera en

movimiento, dando vueltas sin parar. Le costaba bastante mantener el equilibrio e

instintivamente se agarró al brazo de Ávalon, que se encontraba a su lado.

- ¿Os encontráis bien?

No tuvo tiempo de contestar. Sintió un fortísimo dolor en el vientre que la hizo doblarse

hacia delante. El elfo llamó a la guardia para que ayudaran a la joven, quien se quejaba de

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dolor mientras se tambaleaba, tratando de no perder el equilibrio. Poco tardó en cae al suelo,

aún sujetando su vientre, mientras su vista se nublaba poco a poco, viendo de nuevo el rostro

aterrorizado de su amigo elfo antes de perder el conocimiento.

Cuando despertó se encontraba de nuevo en la misma habitación que llevaba ocupando

desde que llegara, tan familiar ahora. Junto a ella estaba Cassandra, quien sonrió al ver que

despertaba.

- ¿Qué ha pasado? – preguntó aún débil.

- Te desmayaste.

- ¿Por qué? ¿Acaso estoy enferma?

Cassandra le había explicado que a veces el cuerpo no funcionaba bien, causando

enfermedades y dolor.

- No – la tranquilizó – no estás enferma. Todo está bien.

- ¿Y entonces? – a Lilith todavía le costaba entender ciertas cosas de aquella nueva vida.

- Verás… - Cassandra guardó silencio durante un instante, tratando de pensar en cómo

explicarle a la joven lo que sucedía de manera que lo entendiera – Lilith, tú… estás

embarazada.

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LA VERDAD SOBRE TIAMAT

Al despertar, Liz vio que se encontraba echada sobre el césped de la montaña, y junto a ella

reposaba el enorme dragón pardo. Se sentó con cuidado, con el fin de no sentir ningún mareo

y volver a desfallecer. Tiamat sintió que se movía y levantó la cabeza.

- Veo que estás despierta.

- Esperaba no desmayarme esta vez, pero parece ser que no he tenido suerte.

- Sí, se me había olvidado lo que pasa cuando el elegido entra en contacto con el lithoi.

Lo siento.

- ¿Cuánto he dormido?

- Un par de horas. Al ver que no salías, entré a buscarte y te vi tendida en el suelo, así que

pensé que te vendría bien un poco de aire fresco.

La joven cerró los ojos, apoyándose en el duro lomo del dragón, y trató de recordar cada

detalle de lo que había visto. Cada vez estaba más interesada en la historia de Lilith y después

del notición que acababa de recibir, no podía esperar hasta encontrar el siguiente fragmento.

Tiamat la sacó de sus pensamientos.

- Eres muy diferente al último guerrero que luchó contra Rakshasa.

- Dustin… - murmuró pensativa - ¿cómo era?

El silencio volvió a reinar en aquel lugar durante un instante, escuchándose sólo el ruido

del viento acariciando el césped de la colina.

- Impulsivo, testarudo y lleno de energía. Jamás se rendía ante nada, pero tenía poca

paciencia.

- Desde luego no nos parecemos mucho.

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- En algo sí que os parecéis. Ambos tenéis la misma determinación en vuestra mirada.

- Tiamat… - dijo tras guardar un minuto de silencio – hay algo que quiero preguntarte.

- Ya acabaste con el cupo de preguntas – bromeó.

Liz lo fustigó con la mirada y el dragón no pudo menos que troncharse de ella.

- Era broma mujer – rió - adelante.

- El poder que utilizaste para elevar la tierra de la montaña, tu relación con Dustin…tú…

en realidad…

- Vaya, eres más avispada de lo que pensaba – comentó en tono agradable – aunque

pensándolo bien, después de haber adivinado los tres acertijos, debería haberlo imaginado.

Tiamat sonrió con amargura mientras volvían a su memoria recuerdos pasados que deseaba

enterrar en el olvido. Nadie hasta entonces se había percatado de su naturaleza, pero aquella

muchacha, pasando tan sólo unos instantes con él, lo había descubierto todo.

- ¿Cómo lo has sabido?

- Cuando te toqué en las montañas para subir a tu espalda… fue algo instintivo,

supongo… - espero un instante antes de continuar – fue la misma sensación que con las

otras… - se decidió a poner en palabras aquellos pensamientos que la rondaban desde hacía

tiempo - tú eres Amath, ¿verdad? La deva de tierra…

El dragón cerró los ojos y acto seguido de su cuerpo se desprendió un ente traslúcido e

irregular. Liz se incorporó frente a él y observó con atención. Su forma no había cambiado,

pero sí su naturaleza, desvelando su verdadero ser: una criatura espiritual sin complexión real.

El cuerpo de Tiamat permanecía inerte junto a Amath.

- ¿Cómo has podido convertirte en un dragón real?

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- Este cuerpo perteneció al verdadero Tiamat – explicó la deva – sin embargo, hace

tiempo que su alma lo abandonó. Después de una larga vida, como a toda criatura, le llegó la

hora de partir, dejando atrás su recipiente sin vida. Fue entonces cuando aproveché la ocasión.

- ¿Por qué?

- No deseaba vivir como deva por más tiempo, por lo que decidí hacerlo como dragón,

aunque no ha durado mucho la farsa.

- ¿Cómo es posible que no quieras ser una deva? – dijo Liz intrigada – es lo que eres.

- No quería luchar por más tiempo… deseaba ocultarme de la culpa y la vergüenza

- ¿La culpa?

- La muerte de Dustin fue por mi culpa.

La chocante noticia la impactó de tal modo que necesitó un tiempo para reaccionar. Dustin,

el anterior caballero que luchara contra Rakshasa, había muerto en combate contra el rey,

causando un enorme desequilibrio en aquel mundo y condenándolo a la destrucción. Eso era

lo único que sabía, lo que había conseguido averiguar de aquí y allá, pero en el fondo

desconocía por completo qué había pasado hacía cincuenta años en aquel mundo. Por aquel

entonces ni siquiera había nacido.

No pudo evitar rendirse ante su curiosidad.

- Amath… por favor… cuéntame lo que pasó…

El dolor era visible en el rostro del dragón espíritu, que luchaba contra sí mismo para no

sucumbir ante él. Con gran esfuerzo, Amath le habló de su anterior amo, Dustin el valiente.

“Hace unos cincuenta años aparecieron en Ádama una pareja de humanos procedentes de

otro mundo. La leyenda cuenta que cuando la tierra esté a punto de sucumbir a la oscuridad,

un guerrero de otro mundo será enviado para vencer al malvado y traer de nuevo el equilibrio.

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Nosotras las devas debemos esperar a que el heredero nos llame, prestándole nuestro poder en

la lucha. Cada vez que el rey Rakshasa es vencido, digamos que todo vuelve al comienzo. Es

como si nada hubiera acontecido. Nuestros recuerdos desaparecen y nos sumimos en un

profundo sueño, a la espera de que un nuevo elegido nos despierte para la lucha.

No recuerdo a cuantos enviados he servido, todo es borroso después de despertar; sin

embargo, algo ocurrió durante la última cruzada que cambió el curso de los acontecimientos.

Todos teníamos nuestras esperanzas puestas en aquel temible guerrero, más capacitado que

ninguno en el pasado según decían, creyendo de todo corazón que él acabaría con la maldición

y traería por fin la paz a Ádama para siempre. Dustin era muy especial en todos los sentidos,

pero sobre todo porque era capaz de contagiar su valor y decisión a todo aquel al que conocía.

Nunca antes había existido una alianza semejante entre diferentes pueblos. Humanos, enanos,

elfos, semielfos… todos se unieron con el elegido para luchar y vencer al malvado.

Pero Dustin no sólo era especial por ello, sino porque era incapaz de usar la magia. Desde

que las cruzadas se iniciaran, el heredero siempre había sido apto para el uso de la magia y las

devas, pero Dustin no podía. No había duda de que portaba la sangre de la reina blanca,

podíamos sentirlo, él era el elegido, pero por alguna extraña razón no podía usarnos. Además,

como ya he mencionado, era muy impaciente, y para él era una pérdida de tiempo recorrer el

mundo en busca de los lithois y las devas, por lo que ni siquiera nos despertó a todas. Sin

embargo, sí que vino a Amentis, donde lo conocí.

Desde el primer momento supe que era especial y fui la única de mis hermanas que se

arriesgó a hacer la alianza con él. Dustin era extremadamente hábil con la espada, por lo que

combinaba mi poder con sus ataques, siendo demoledor, pero no invencible… Durante la

cruzada ganamos infinidad de batallas y llegamos a la tierra de Kalapa, donde tendría lugar la

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última de las batallas. El ánimo entre los soldados era inmejorable, con grandes expectativas

de victoria, pero las cosas no salieron como esperábamos.

Durante la batalla, Rakshasa acabó con la vida de Dustin, siendo finalmente Maharshi, el

otro guerrero venido de tu mundo, quien lanzara un hechizo contra el rey oscuro, confinándolo

en el monte de Kailasa, pero sin llegar a matarlo. Supongo que al no morir, el ciclo se rompió,

dando como resultado todo este desastre en el que nos encontramos. Yo, por mi parte, fui

incapaz de proteger a mi señor, cargando de por vida con esa culpa y sin la posibilidad de que

el sueño borrara mis pecados.

Por ello, me escondí en el cuerpo de Tiamat, esperando vivir en paz como dragón sin tener

que luchar nunca más. Pero de nuevo, nada salió como esperaba. Me vi envuelto en una guerra

entre dragones, con el resultado de la masacre de los humanos, y no pude contenerme para

salvarlos, por lo que usé mi poder para protegerlos aquí en Fuudo.”

- No esperaba encontrarme contigo, si te soy sincero - sonrió Amath – en el fondo tenía la

esperanza de que te rindieras al no encontrarme y te marcharas a otro reino. En cuanto te vi en

la cueva supe que eras tú, por ello traté de hacer que os marcharais.

- La prueba de los acertijos… - murmuró Liz.

- Un simple truco para deshacerme de vosotros, nunca pensé que los acertarías.

- Lo tomaré como un cumplido – rio Liz.

Ambos permanecieron callados durante un rato después de la broma, hasta que finalmente

fue Liz la que habló.

- Tiamat… Amath… entiendo el dolor por el que has tenido que pasar, y no voy a

obligarte a que me ayudes en la cruzada si no lo deseas. Yo no soy más que una cría que en

lugar que ayudar suelo entorpecer a los demás. Pero quiero ser capaz de reunir cuantos

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fragmentos de lithoi que me sean posible y encontrar a todas las devas que pueda. Estoy

segura de que el secreto para derrotar a Rakshasa se encuentra en la historia de Lilith y que

con vuestra ayuda es posible acabar con todo este sufrimiento que hay en ambos mundos. Es

por eso que, si decides volver a luchar, estaré esperándote con los brazos abiertos.

El espíritu miró el sonriente y sincero rostro de la joven y le agradeció su comprensión,

volviendo de nuevo al cuerpo del dragón.

- Ojalá fuera tan sencillo… pero dudo que se pueda hacer algo ya…

- Nunca lo sabremos si no lo intentamos – añadió Liz.

Tiamat observó el rostro de la muchacha con curiosidad.

- Me equivocaba – susurró - creo que te pareces a Dustin más de lo que pensaba.

Ella recibió la frase del dragón como un alago y sonrió orgullosa.

Decidieron que era hora de volver al poblado y descubrir qué había pasado con los demás

en su ausencia. Liz montó a lomos del dragón y emprendieron el vuelo de vuelta.

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UNA AMARGA DESPEDIDA

Seth corrió sin descanso esquivando a transeúntes y casas para no perder de vista a Leila,

que le llevaba bastante ventaja, pues conocía de sobra el lugar. Tras doblar una esquina, el

joven buscó a su alrededor con la mirada, tratando de encontrarla. Tardó poco en hacerlo,

acurrucada en un rincón lejos de las miradas de los curiosos. Se acercó despacio al lugar

donde se encontraba. Cuando lo oyó, Leila ni siquiera levantó la mirada.

- ¡Márchate! – gritó enojada – no quiero hablar con nadie.

- No hace falta que hables – dijo Seth mientras se sentaba a su lado.

En silencio sacó su cuaderno del bolsillo y se puso a escribir en él. Leila le lanzaba miradas

furtivas de cuando en cuando, intrigada por lo que hacía, pero demasiado enojada para

mostrarlo. Después de un rato su curiosidad venció a su ira y se asomó por encima del hombro

del muchacho.

- ¿Qué es eso?

- Es una novela – sonrió Seth orgulloso.

- ¿Una novela?

- Es la primera que escribo, pero seguro que no será la última.

- ¿Y de qué trata?

- Es sobre un joven caballero que viaja por el mundo en busca de aventuras – dijo

sonriente – tras recorrer varios continentes, llega al reino de las flores, cuya princesa ha sido

capturada por un malvado hechicero, encerrándola en una torre custodiada por un malvado

dragón.

- ¡Los dragones no son malvados! – gruñó enfurecida.

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- Este sí, el malévolo Vrita, traidor de los dragones y asesino de ganado. El dragón Tiamat

ayudará al guerrero a salvar a la princesa.

- ¿Y como es la princesa? – dijo con curiosidad sin enfado ya.

- Pues es muy guapa – se sonrojó – de cabellos largos y ondeantes, ojos negros azabache

y sonrisa encantadora – Seth la miraba con timidez mientras describía a la princesa.

- Vaya… – Leila se ruborizó – suena interesante, ¿puedo leerla?

- Aún no está terminada.

- ¿Qué piensas hacer cuando la termines? ¿Vas a venderla?

- Dudo que eso le haga demasiada ilusión a mi familia – aseguró con una sonrisa

forzada – nunca les ha gustado que escribiera.

- ¿Por qué?

- Mi padre es un gran hombre de negocios y nunca está en casa, viajando de aquí para allá;

apenas lo he visto en los últimos cinco años. Y mi madre es una señorona que disfruta del

dinero que mi padre consigue. No me malinterpretes, no es mala mujer, pero siempre le ha

gustado la comodidad y la vida fácil. Es por eso detesta la idea de que quiera viajar por el

mundo y me convierta en escritor. Dice que eso no es siquiera una profesión y que no puedes

llenar el estómago con historias. Por eso quiere que siga los pasos de mi padre y herede su

negocio llegado el momento.

- ¿Es eso malo?

- No es que sea malo, simplemente no es lo que yo quiero. Veo a mi padre y me doy

cuenta de que es todo lo opuesto a lo que me gustaría ser… ausente, frío como el hielo,

siempre ocupado con su trabajo, sin importarle nada más que el dinero – Seth miró a Leila con

una sonrisa apagada – tú tienes suerte, al menos el tuyo ha dedicado su vida a luchar por ti.

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Ella se revolvió en su lugar, volviendo a sentir aquel enojo que desapareciera hace rato, tras

oír las palabras del muchacho.

- ¿Suerte? – dijo con desprecio – ¿dónde está la suerte en el hecho de que mi padre

estuviera ausente mientras mataban a mi madre? Y encima ha asesinado a aquellos que nos

salvaron la vida.

- Lo hizo todo por vosotras – el rostro de Seth se volvió serio.

- ¿Por nosotras? – repitió la chica en tono sarcástico – debería haberse enterado mejor de

las cosas antes de actuar.

- ¡¿Y qué esperabas que hiciera?! – la repentina subida en el tono del muchacho pilló

desprevenida a Leila, quien lo miró con gran sorpresa – tampoco es que hubiera nadie para

que darle explicaciones. Cuando llegó todos estaban muertos ¿tienes idea de lo duro que debió

de ser para él encontrar a todos los aldeanos despedazados, a su mujer muerta y ni siquiera

encontrar el cadáver de su hija?

Leila bajó la mirada, poniéndose por primera vez en la piel del enano y tratando de

imaginar lo que habría sentido en ese momento.

- Lo único que sabía es que un dragón había arrasado con todo. Se ha pasado su vida

intentando dar paz a aquellos inocentes que perecieron. ¿Acaso no has visto sus cicatrices? Ha

luchado sin descanso contra toda criatura que osara acercarse siquiera a un humano. Si no

fuera por él, todos nosotros estaríamos muertos… creo que se merece algo más de respeto por

tu parte…

La muchacha apretó los labios en silencio, sintiendo como la culpabilidad hacía mella en

ella. Pero Seth aún no había terminado.

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- Cuando nos hablaba sobre tu madre y sobre ti, sus ojos brillaban de una manera tan

especial, cargada de afecto y felicidad, que por un momento me hizo preguntarme si mi padre

tendría esa misma mirada en sus ojos cada vez que hablara de mí – lo miró y vio la tristeza en

su rostro – ojalá mi padre me quisiera la mitad de lo que te quiere el tuyo.

Aquellas palabras se clavaron en el corazón de la joven como si de un puñal se tratara,

penetrando tan hondo que no pudo reprimir las ganas de llorar, llevándose las manos al rostro.

- No puedo ni imaginar lo culpable que se ha debido de sentir todo este tiempo por no

haber podido protegeros. Es por eso que ha dedicado su vida a luchar por vosotras, en lugar de

volver con los suyos y llorar vuestras muertes. Deberías sentirte afortunada…

Las lágrimas de Leila resbalaban por sus mejillas como torrentes, sollozando de tal manera

que en más de una ocasión el aire no le llegaba a los pulmones. Seth, cuya intención no había

sido la de herir a la muchacha ni mucho menos, la rodeó entre sus brazos, tratando de

consolarla. Ahora era él quien se sentía culpable por haber echo llorar a una chica. Todo

caballero que se precie jamás debe hacer derramar ni una lágrima a una dama. Estaba claro

que todavía le quedaba un largo camino para convertirse en uno.

Se disculpó repetidas veces, pero eso no pareció consolar a la joven. Al rato, Leila

consiguió tranquilizarse un poco y decidieron volver juntos a la cabaña.

Liz llegó a lomos de Tiamat a la cabaña, donde la esperaban Rudy, Vlad y Bagwanda. No

había rastro de Leila y Seth por los alrededores, ni tampoco había señales de Roth y Rudra. La

gitana salió a su encuentro.

- ¿Dónde has estado? – dijo aliviada nada más verla – Roth y Rudra te están buscando por

todas partes.

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- Lo siento – se disculpó Liz – fui el templo del lithoi

Rudy la miró con sorpresa.

- ¿Lo encontraste?

Liz asintió.

- Más tarde os contaré los detalles. ¿Dónde está el resto de la gente?

- Roth y Rudra no deben andar lejos.

- Yo me encargaré de traerlos – el dragón desapareció volando.

- ¿Y Leila? – preguntó Liz.

- No ha vuelto desde que se marchara de la cueva.

- Seth la siguió – informó Liz.

- Tampoco lo he visto desde que os fuisteis…

Liz paseó la mirada por el interior de la cabaña hasta dar con lo que estaba buscando.

Bagwanda permanecía inmóvil, junto a la ventana, sin mover ni un pelo.

- Lleva así desde que os marchasteis. Ni se ha movido ni ha dicho nada. Estoy un poco

preocupada.

- Tranquila, ya verás como todo se soluciona.

- Será mejor que hables con él. Yo no sirvo para estas cosas – dijo Rudy.

Liz se encaminó en dirección al enano, quien apenas se inmutó por su presencia. Tenía la

mirada perdida y su rostro delataba que estaba completamente roto por dentro. Se sentó en la

cama, junto a él, sin decir nada. Esperaba algún tipo de respuesta, un movimiento… algo, pero

tras no conseguir nada, decidió dar el primer paso.

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- Dale tiempo, ya verás como se le pasará. Ha sido una noticia demasiado grande para

asimilarla de buenas a primeras. Pero si Leila es la mitad de buena chica de lo que parece, al

final lo acabará entendiendo.

- Jamás me perdonará – susurró el enano sin pestañear.

- Claro que lo hará. Tú eres una buena persona. Nunca…

- Los maté – balbuceó – maté a esos dragones. Soy un asesino.

- No, no lo eres. Creías que habían matado a tu familia.

- Eso no es excusa… Eran inocentes y yo acabé con ellos.

- ¿Acaso no eran inocentes también las personas que fueron masacradas? ¿Y qué hay de

todos esos inocentes que aún siguen con vida gracias a ti? ¿Qué hay de nosotros, esas quince

personas que salvaron la vida con tu ayuda?

Bagwanda pareció mostrar cierta reacción ante sus palabras.

- Es cierto, acabaste con dos dragones, pero también uno de ellos acabó con casi todas las

personas que habitaban esta región. Eso no es una excusa, pero nadie puede culparte por ello.

En lugar de lamentarte por lo que pasó, deberías tratar de enmendar tus errores de ahora en

adelante.

- ¿Cómo? – sus ojos se llenaron de lágrimas - ¿cómo puedo hacerlo?

- Protegiendo a los que quedan con tu vida, como has estado haciendo hasta ahora.

Demostrando a tu hija que eres un valeroso guerrero que jamás se rinde, luchando no para

vengar a los muertos, sino para proteger a los vivos.

- Mi hija… - murmuró entre lamentos.

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En ese momento las bisagras de la puerta chirriaron, apareciendo por la puerta Rudra y

Roth. Parecían haber estado corriendo durante largo rato pero sus rostros se relajaron nada

más verla.

- ¿Se puede saber dónde te habías metido? – dijo Rudra simulando estar enojado – mira

que este pedazo de tierra es pequeño, pero aún así no había manera de encontrarte.

- Lo siento – se disculpó Liz mientras se le escapaba una risita – Tiamat me llevó al lugar

donde se encontraba el lithoi.

- ¿Lo tienes contigo? – preguntó Roth.

- No, pero tuve una visión de sobre su contenido. Ahora que estamos todos juntos es un

buen momento para contároslo.

Liz les explicó hasta el más mínimo detalle de lo que el lithoi le había contado mediante su

sueño. Era de esperar la enorme sorpresa ante el final de la visión.

- Embarazada… - musitó Roth - ¿de Adán?

- Eso parece… - dijo Liz sonrojándose al recordar aquella escena en la que…

- ¿Qué pasó después? – preguntó Rudy.

- No lo sabremos hasta que no encontremos el siguiente fragmento.

- Entonces lo mejor será que nos marchemos cuanto antes – intervino Rudra.

Liz se volvió hacia el enano, con preocupación, sin saber qué decisión tomaría. Por fin,

después de tanto rato, Bagwanda pareció reaccionar y se levantó de la cama, encaminándose

hacia el grupo.

- Iré con vosotros – afirmó con determinación.

- Pero… ¿y tu hija? Leila… - dijo Liz con tristeza.

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- Da igual los motivos que me llevasen a ello… soy un asesino y no soy digno de

llamarme su padre… - guardó silencio - creo que es mejor para ella que me marche y siga

llevando una vida pacífica con su nueva familia.

- ¿Estás seguro?

- Hasta que no consiga enmendar mis errores no podré volver a mirarla a la cara. Quiero

que la próxima vez que me vea pueda sentirse orgullosa de mí, no avergonzada.

Desde el otro lado de la puerta, apoyada en la pared, Leila escuchaba las palabras del enano

en silencio, sin atreverse a entrar en la cabaña. Se sentía avergonzada, pero no de su padre,

sino de ella misma por haberse comportado de tal manera. Seth, a su lado, la miraba

entristecido sin saber qué decir. Leila se alejó del lugar lagrimeando, pero sin emitir sonido

alguno. A punto estuvo el muchacho de detenerla, pero la dejó marchar, viendo como

desaparecía de su vista.

Al poco tiempo el chiquillo entró en la casa, alegando no haber encontrado a la chica.

Bagwanda le agradeció su esfuerzo y se retiró para comer algo de lo que quedaba en la mesa

de la cabaña.

- Será mejor que avisemos a Tiamat para partir cuanto antes – comentó Roth.

- Tienes razón – intervino Liz – iré yo.

- Voy contigo – dijo Rudra antes de que el semielfo se le adelantara.

Ambos salieron de la cabaña y se encaminaron a la cueva del dragón mientras el resto se

preparaba para marchar.

Sin darse cuenta había pasado casi todo el día ya y la luz se iba haciendo más oscura.

Pronto caería la noche, por lo que era mejor volver a tierra firme y estar en la cueva con el

resto de compañeros cuando sucediera. Descansarían en el interior y por la mañana se

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encaminarían hacia las montañas de los mineros. Después llevarían a Seth a la capital y lo

dejarían con su familia, encaminándose al país de Palata.

Liz observó aquella tierra flotante. Las casitas se extendían por gran parte del terreno,

habiendo praderas y árboles en algunas zonas. Por el cielo surcaba algún que otro dragón, en

busca de alimento o simplemente aire fresco, regresando a su morada poco después.

- Es como un sueño – murmuró para sí misma.

- ¿Cómo? – le preguntó Rudra.

- A veces me da la impresión de que todo esto es un sueño y que en cualquier momento

me despertaré de nuevo en mi habitación… Por las noches me da miedo dormirme y que al

abrir los ojos todo se haya desvanecido de repente.

- ¿Desearías que así fuera? – preguntó el joven con su mirada clavada en ella.

- Desearía que desapareciera el sufrimiento… - afirmó entristecida – hay tanto dolor en

este mundo… me gustaría poder llevarlo lejos, muy lejos de aquí, para que las gentes de

Ádama pudieran ser felices y vivir sin miedo… Si esto fuera un sueño, si nada fuera real… -

la muchacha lo miró y su corazón se aceleró – desearía no despertar jamás y así derrotar al

malvado, trayendo la paz a este mundo.

- Tranquila – dijo Rudra con una dulce sonrisa – no iremos a ninguna parte.

Cuando llegaron a la cueva explicaron a Tiamat la situación, dirigiéndose juntos hacia la

cabaña donde aguardaba el resto del grupo. Se montaron en el dragón y, justo antes de que

emprendieran el vuelo, Leila apareció corriendo llamando al enano. Bagwanda se levantó

desde su sitio y, completamente emocionado, escuchó de nuevo aquella mágica palabra que

llevaba tanto tiempo sin oír.

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- ¡Papá! – gritaba desesperada- ¡papá!

Los ojos del enano se llenaron de lágrimas.

- Prométeme que volverás pronto – lloraba ella – prométemelo.

- Te lo prometo – afirmó él con la más gentil de las sonrisas.

El dragón batió sus alas e inició el ascenso directo hacia las nubes, al tiempo que Leila se

despedía de ellos desde tierra firme, deseosa de volver a encontrarse con ellos y, la próxima

vez, recibiría su progenitor como se merecía y no dejándolo marchar de nuevo.

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EL ATAQUE SORPRESA

La salida de Fuudo no fue tan tortuosa como lo había sido la entrada, pues la tormenta

estaba diseñada para proteger el lugar de intrusos, no de sus habitantes. Cuando abandonaron

la espesura de las nubes, comprobaron que había algo más de claridad de lo que parecía en el

interior de la roca flotante.

Descendieron sin prisa pero sin pausa; si el dragón hubiera volado solo habría sido otra

historia, pero un descenso en picado era demasiado peligroso para sus pasajeros. No tardaron

mucho en llegar al gigantesco cráter de la montaña que daba a la cueva donde encontraran por

primera vez al guardián alado. Allí aguardaban sus compañeros, algunos haciendo guardia,

otros descansando en los carros.

Puesto que aún había suficiente luz, decidieron abandonar la montaña y emprender la

vuelta lo antes posible, ocultándose en el bosque a salvo de atacantes. Así que recogieron todo

y se dispusieron a abandonar la cueva, encaminándose hacia la salida.

Seth gruñía sin parar ante la idea de volver de nuevo a su aburrida vida en la ciudad.

Buscaba cualquier excusa para retrasar la partida: que si era mejor dormir allí, que si lo más

prudente sería abandonar el país cuanto antes, que si les sería de gran ayuda gracias a sus

conocimientos, que él también podía convertirse en un guerrero si le daban la oportunidad y

ser un héroe como ellos…

Pero ninguna le servía para convencer al grupo. Aunque se habían acostumbrado a su

presencia, e incluso disfrutaban de su compañía, aquel viaje era demasiado arriesgado para él.

Si Amentis había resultado peligroso, Palata iba a ser aún peor, pues se rumoreaba que

Rakshasa poseía una de sus bases en aquel país. Maharshi había sido claro: cruzar hacia

Kusha lo más rápido posible, sin detenerse allí.

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Rudra tuvo que intervenir para que no montara una escenita.

- Todavía tienes que crecer un poquito más para convertirte en un héroe - le dijo – debes

pasar más tiempo con tu familia.

A punto estuvo Seth de reprocharle su comentario, cuando el joven poso su mano en su

cabeza y le alboroto el pelo.

- En un par de años volveré a buscarte – dijo con una sonrisa – y ya no habrá vuelta atrás.

Seth enmudeció, no se sabe si por el disgusto o de felicidad ante aquellas palabras, pero el

caso es que no volvió a decir nada más al respecto, aunque Liz pensó que sería por lo segundo,

pues una gran sonrisa lo acompañó durante el resto del trayecto.

Una vez estuvo todo listo, comenzaron su camino de vuelta al exterior de la cueva. Tiamat

los acompañó para que no se perdieran en aquel laberinto de túneles.

Tras recorrer los largos pasillos del interior de la montaña atisbaron algo más de claridad al

fondo, intuyendo que se trataba de la salida. Una vez abandonaron la gruta, fueron a parar a un

lugar diferente por el que entraran en la mañana. Después de esperar un rato e inspeccionar los

alrededores, comprobaron que no había moros en la costa. No había ni rastro de sus atacantes

de esa mañana. Tiamat también les confirmó que no olía ni oía nada en kilómetros a la

redonda, lo que significaba que los wyverns debían de haberse marchado hacía tiempo. Estaba

convencido de que se encontrarían lejos, pues eran ruidosos e inquietos, difíciles de pasar

desapercibidos.

Liz abrazó al dragón con pena, pues deseaba que se uniera a ellos en la batalla, y con

resignación al entender su deseo de proteger a las gentes de Fuudo. Para sorpresa de todos,

Bagwanda se adelantó y alargó su brazo en dirección a Tiamat, en señal de paz y respeto. El

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dragón extendió una de sus patas y sellaron el pacto. Entonces le pidió a Liz que le diera un

mensaje.

- Dile que la última palabra que pronunció Kaara antes de fallecer fue su nombre. Y que

lo hizo con una gran sonrisa en su rostro.

La joven tuvo que reprimir las lágrimas y tragar saliva varias veces antes de transmitirle

aquellas palabras. El enano no se esforzó tanto, rompiendo a llorar al instante y agradeciendo

a Tiamat el que salvara a su mujer y su hija, y prometiendo compensarlo algún día por el daño

causado.

Así, se despidieron del dragón con tristeza, esperando volver a verlo y deseándose

mutuamente lo mejor en el futuro. Tiamat se perdió en el interior de la cueva y los viajeros,

por su parte, comenzaron la vuelta a casa.

Era agradable no tener que cruzar por aquellas fétidas ciénagas de nuevo. De pronto Roth

se detuvo en seco al grupo. Algo, justo al frente del sitio en el que se encontraban, había

llamado su atención. No podía distinguir lo que era, pero sin lugar a dudas había movimiento

a lo lejos, entre los árboles. De repente, desde el bosque apareció corriendo un enorme animal,

de pelaje oscuro, que avanzaba a gran velocidad hacia aquellos viajeros. Todos se pusieron en

guardia, esperando a que llegara el ataque ya que aún se encontraba lejos y no podrían atinarle

con su magia. Entonces Liz se levantó de donde estaba y extendió su mano mientras le pedía

al resto que aguardaran. Empequeñeció sus ojos para tratar de focalizar y agudizar su vista en

aquel bulto negro hasta que logró reconocer lo que era.

- ¡Akehiya! – gritó emocionada mientras bajaba de un salto del carro y corría hacia el

animal.

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Todos respiraron aliviados y comenzaron a avanzar para no separarse en exceso de la

muchacha.

Cuando la pantera llegó al lugar donde se encontraba, saltó sobre ella y la comió a

lametazos. También la había echado de menos. Liz la abrazó con entusiasmo y comprobó que

no tenía rasguño alguno. El resto del grupo los alcanzó enseguida.

- Parece que se encuentra bien – comentó Rudra.

- Sí – Liz miraba sonriente al animal.

Rudy se acercó y se agachó a su lado.

- Pero… - se notaba cierta preocupación en su rostro – si Akehiya está aquí… significa…

- miró con miedo en sus ojos a Liz, quien tenía la misma expresión.

La gitana posó su mano sobre el torso del animal, cuya respiración aún no se había

normalizado por la carrera, y comenzó a sentir espasmos. Sus ojos se tornaron blancos y

palideció en el acto. En apenas un instante, sus ojos volvieron a la normalidad cargados de

terror.

- El enemigo… - dijo horrorizada mientras intentaba recomponerse – Tiamat… - señaló

hacia la montaña.

Vieron muy a lo lejos al dragón volando en dirección al cúmulo de nubes sobre la montaña,

ajeno a lo que sucedía allá abajo, y en ese mismo instante se escucharon los ensordecedores

chillidos de gran número de wyverns, que aparecieron desde el horizonte volando a gran

velocidad hacia el punto en el que se encontraba el dragón. Todos observaron espantados la

escena, viendo como en un instante los wyverns habían alcanzado al dragón y se enzarzaban

en una violenta lucha por hacerlo caer. Otro grupo se lanzaba kamikaze contra las nubes,

siendo repelidos por la fuerte tormenta, pero volviendo a arremeter una y otra vez.

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Liz miraba aterrorizada y, en un impulso, echó a correr en dirección a la montaña,

cortándole Roth el paso a lomos de su caballo.

- ¿Qué estás haciendo?

- ¡Tenemos que ayudar! Su objetivo es Fuudo.

- Es demasiado arriesgado combatir en este momento - afirmó el semielfo con una severa

mirada.

- Roth tiene razón – lo apoyó Cavi a su espalda – lo mejor es que aprovechemos y

salgamos de aquí.

- ¡Cómo podéis decir eso! – gritó enfurecido Bagwanda - ¡los están atacando!

- Lo sé… pero nuestra prioridad es asegurarnos de que Liz llegue sana y salva hasta el

próximo lithoi… - sentenció el Roth – es demasiado peligroso para ella combatir aquí, además

de innecesario.

- ¡Maldito! – rugió el enano mientras Rudra trataba de sujetarlo para que no le clavara el

hacha a Roth.

- ¡No! – Liz se zafó del caballo y corrió despavorida hacia la montaña – no pienso

permitir que aquella pobre gente vuelva a ser masacrada.

Roth se dispuso a cabalgar hacia ella, pero Akehiya se interpuso en su camino, soltando un

amenazador rugido que espantó al caballo, negándose éste a seguir avanzando y dando media

vuelta. La pantera corrió hacia donde se encontraba la muchacha, que al verla se detuvo un

instante y se subió a su lomo, emprendiendo de nuevo la carrera, esta vez llevada por el

animal.

- No puedo culparla – dijo Rudra sonriente mientras veía a la joven alejarse.

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- ¡Maldita sea! – maldijo el semielfo mientras intentaba tranquilizar al caballo y

perseguirla.

- No tenemos tiempo para eso – vociferó la gitana mientras sacaba su espada.

Frente a ellos apareció a lo lejos un grupo de lindworms, acompañados de varios wyverns

que caminaban entre los árboles en su dirección. Cuando llegaron a la linde del bosque,

extendieron sus alas con feroces chillidos y se lanzaron contra el grupo, que esperaba en

guardia preparado para defenderse con uñas y dientes.

Akehiya corrió lo más rápido que pudo en dirección a la montaña con Liz sobre su lomo.

Cuando llegaron al lugar, el animal comenzó a escalar a la carrera, saltando de roca en roca

hacia la cima. En lo alto, Tiamat lanzaba chorros de fuego contra sus atacantes mientras que

otros seguían en su empeño por penetrar las espesas nubes que protegían Fuudo. Algunos

cogían piedras y las lanzaban contra la barrera en un intento por dañar lo que fuera que

protegía el interior.

Desde dentro, la gente sentía con pavor los temblores que producían los choques,

escuchando a lo lejos aquellos horripilantes gritos que sus mentes habían intentado borrar de

sus recuerdos durante todos aquellos años de paz. En un primer momento, salieron

desconcertados de sus hogares para tratar de descubrir lo que ocurría, pero no tardaron en

suponerlo. Más de uno comenzó a temblar al oírlos, enloqueciendo de terror mientras

recordaba aquella catástrofe sucedida hacía diez años, y muchos se encerraron en sus casas,

creyendo estar más seguros allí dentro. Leila corría de un lado a otro, intentando tranquilizar a

los ciudadanos, pero también estaba asustada.

En tierra, Liz comenzó a lanzar bolas de fuego al aire, esperando atinarle a alguno de los

reptiles, sin demasiado éxito. Aún se encontraba demasiado lejos para dar a los que volaban,

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pero no a los que se acercaban a la montaña para recoger rocas. Se centró en atacar a éstos,

lanzando fuego a sus alas. Uno de ellos fijó su atención en ella y se lanzó en picado contra su

atacante. A punto estuvo de alcanzarla, pero en ese momento un rayo cayó del cielo,

aterrizando en el reptil y chamuscándolo. Liz se volvió y vio a Roth a escasos metros de

donde se encontraba. Buscó con la mirada al resto del grupo, descubriendo la dura batalla que

se estaba llevando a cabo en el valle.

El grupo estaba siendo atacado por tierra y por aire. Los wyverns se lanzaban desde arriba,

tratando de clavar sus potentes aguijones en sus presas. No obstante, gracias a la magia de sus

miembros no habían logrado tener éxito. Por otro lado, Rudy, Vlad, Rudra y Bagwanda

retenían a los lindworms, que a diferencia de antes, esta vez no se limitaban a esperar, sino

que atacaban ferozmente a aquellos humanos. Liz observó como Enoch, Kabirim, Cavi y Lha

protegían uno de los carros, donde dedujo se encontraban ocultos Seth, Sephira y Dhyana.

En el aire, Tiamat comenzó a deshacerse de gran parte de los wyvenrs, de mucho menor

tamaño que el impresionante dragón y más torpes. Liz y Roth se encargaban de derribar a

cuantos enemigos podían, mientras que Akehiya también acababa con aquellos que se

pusieran a tiro. Parecía que poco a poco la batalla se iba decantando a favor de Liz y sus

compañeros, pero pronto cambiarían las tornas.

De entre los árboles, una inmensa bola de fuego surgió, directa al dragón, pillándolo por

sorpresa e impactando de lleno en él sin posibilidad de esquivarlo. Liz observó con horror

como Tiamat caía en picado mientras el humo emanaba de sus chamuscadas escamas. Del

lugar del que había surgido el ataque apareció un colosal dragón de color negro, con los ojos

rojos como rubíes y dos tremendos cuernos que emergían de su cabeza. Batía sus gigantescas

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alas con lentitud mientras avanzaba a poca velocidad. Los wyverns y los lindworms

detuvieron su ataque y observaron como el descomunal animal volaba hacia la montaña.

Tiamat cayó en el suelo, a pocos metros de distancia de donde se encontraban Liz y Roth,

quienes corrieron de inmediato a su lado. Liz extendió sus manos y trató de curar sus heridas.

Mientras usaba su magia, no apartaba sus ojos del oscuro dragón.

- Ese es… - balbuceó.

- Vrita… - escuchó en su mente.

- ¿Qué está haciendo aquí?

Escuchó entonces en su mente una voz muy diferente a la de Tiamat.

- Por fin nos encontramos, viejo amigo – la voz parecía provenir de Vrita.

- Creo que has olvidado lo que es un amigo – respondió Tiamat – a los amigos no se los

ataca.

- Tampoco se los abandona a su suerte. Hace muchos años que no te veo por aquí, pensé

que habías muerto.

- Ya te gustaría…

- Veo que no han cambiado tus hábitos – dijo con sarcasmo – siempre rodeado de escoria

humana.

- Tampoco los tuyos… jugando con esos carroñeros descerebrados.

- Son fáciles de controlar cuando se sabe como hacerlo – afirmó con tono burlón – y

hacen un buen trabajo a la hora de recoger la basura.

- ¡Maldito! – Tiamat estaba empezando a cansarse de sus juegos.

- Por cierto, aún tenemos una cuenta pendiente que saldar. Hoy he venido a terminar el

trabajo que empecé diez años atrás – Vrita elevó la mirada hacia lo alto, en dirección al

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cúmulo de nubes sobre sus cabezas – me ha costado mucho encontrar vuestro escondrijo.

Sabía que observar a esos humanos daría sus frutos, por partida doble.

- ¡¿A qué te refieres?! – exclamó Liz desde donde se encontraba, esperando que el dragón

la oyera.

- Vaya. vaya, así que tú eres la mosquita que mi señor quiere aplastar. Sí que tengo suerte.

- ¿Qué quieres decir con tu señor? – Tiamat estaba tan sorprendido como la joven.

La risa de Vrita sonaba como un feroz rugido para el resto de los humanos, pero en la

cabeza de Liz se oía con claridad, cargada de malicia y crueldad.

- No es posible – dijo Tiamat incrédulo - ¡has traicionado a los de tu propia especie!

- ¿Traicionar? Simplemente hago lo que considero más conveniente para asegurar mi

supervivencia, como cualquier otra criatura viviente. Además, eso a ti no debería incumbirte.

Ni siquiera eres un dragón verdadero.

Liz miró a Tiamat con sorpresa tras descubrir que Vrita conocía su verdadera identidad,

pero él no pareció inmutase ante sus palabras, manteniendo su atención fija en su enemigo,

cargada de ira. La joven echó un vistazo a sus heridas y descubrió que no habían sanado en

absoluto, sin parecer importarle al dragón, quien comenzó a incorporarse bajo la atenta mirada

de Vrita desde el cielo.

- De todas maneras, dentro de poco no quedará nadie a quien traicionar, pues aquellos que

no me sigan acabarán destrozados por mis garras – rugió con gran maldad – hoy se decidirá

quien será el que domine este territorio y, por supuesto, la respuesta es obvia… ¡Yo!

- ¡No te lo permitiré!

Vrita comenzó un rapidísimo ascenso en dirección hacia las nubes que protegían Fuudo,

seguido de Tiamat. El dragón negro lanzó abrasantes llamaradas a la barrera, esperando así

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que se desvaneciera. Los wyverns, por su parte, volvieron a emprender el ataque contra los

humanos y la tormenta. Algunos atacaron al dragón pardo en un intento de detenerlo en su

avance por proteger su objetivo, enzarzándose en una sangrienta lucha.

Liz, cansada de observar desde la distancia, decidió que era hora de actuar e

inmediatamente invocó a Agni, quien apareció sublime sobre ella, lanzándose contra los

reptiles voladores e impidiendo que entorpecieran al dragón.

En tierra firme el ataque había disminuido, pues la gran mayoría de los wyverns estaban en

la cumbre o habían sido ya derribados. Al parecer, el objetivo principal de aquellas alimañas

era derribar Fuudo, dejándolos a ellos de segundo plato. Cuando casi habían acabado con sus

atacantes, el grupo decidió dirigirse a la montaña para apoyar a sus compañeros.

En el interior de la tormenta, no sólo se sentían los temblores, sino que también eran

capaces de ver los destellos del fuego que Vrita lanzaba sin descanso. La mayoría de aldeanos

permanecían escondidos en sus casas, debajo de los muebles, mientras que el resto se

encontraban en el exterior, aterrorizados, al igual que varios de los dragones, que habían

salido de sus refugios y observaban con atención lo que acontecía. Leila acertó a escuchar el

rugido del dragón pardo.

- ¡Es Tiamat! Está luchando.

Las gentes comenzaron a cuchichear entre susurros, temerosos por la batalla, pero Leila no

tenía miedo. Se dirigió a lo dragones que se encontraba allí reunidos.

- ¡Necesita vuestra ayuda!

Los reptiles se miraron entre ellos, tan asustados como los humanos. Muchos de ellos

habían olvidado lo que era la lucha e incluso algunos jamás habían tenido que preocuparse por

ello. No parecían demasiado dispuestos a salir de allí para arriesgar sus vidas.

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La indecisión de las bestias enfureció a la muchacha.

- No puedo creer que ninguno vaya a hacer nada para salvarlo. Él ha arriesgado su vida

por todos nosotros. Nos salvó de la masacre y ahora está luchando para protegernos. ¿Acaso

no sois vosotros los luchadores más poderosos de los cielos? ¡Tenéis que ayudarlo! ¡Por favor!

A pesar de sus ruegos, los dragones, temerosos, la miraron impotentes y volvieron a sus

guaridas. Las lágrimas de Leila comenzaron a brotar de sus ojos, llena de rabia e impotencia.

Gritaba sin parar, enloquecida, suplicando que alguien ayudara al dragón que tanto amaba,

haciendo su llanto eco por toda la tierra de Fuudo.

Gracias a la ayuda de Agni, Tiamat consiguió deshacerse de los molestos wyverns que

impedían su avance y en cuanto tuvo la ocasión se lanzó contra Vrita, enzarzándose ambos en

la más feroz de las batallas posible. Los reptiles continuaban tirándose en kamikaze o

disparando rocas contra la barrera. Agni luchaba sin descanso, recibiendo algún que otro golpe,

y a su vez sufriéndolo Liz. Se percató de que si los espíritus eran heridos, ella también lo

sentía, por lo que debía ser extremadamente cuidadosa en las batallas. Observaba con atención

la lucha, avisando al enorme toro de los ataques sorpresa y reprendiendo contra los que se

encontraban a tiro.

De pronto escuchó a Roth gritar a su espalda, advirtiéndola de que estaba siendo atacada.

Por desgracia no consiguió reaccionar a tiempo, viendo con horror al volverse como un

wyvern se abalanzaba sobre ella. De manera automática cerró los ojos mientras se cubría con

los brazos y esperó a recibir la envestida, pero para su sorpresa, escuchó frente a ella al reptil

aullar de manera insoportable, sin recibir ningún golpe. Cuando abrió los ojos vio con alivio a

Rudra protegiéndola, quien con su espada no sólo había detenido al atacante, sino que además

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había cortado su aguijón, lo que significaba una muerte casi instantánea para el reptil. Se

volvió sonriente.

- Yo cubro tu espalda – dijo seguro de sí mismo.

La joven le devolvió la sonrisa mientras asentía con firmeza y volvía a lanzar bolas de

fuego contra sus enemigos. A pesar de sentir un gran cansancio, continuó luchando sin bajar el

ritmo de sus ataques, a igual que Agni.

En las alturas se escuchó a los dragones rugir con fiereza, llamando la atención de todos los

presentes. Por lo que parecía, Vrita llevaba algo de ventaja sobre Tiamat, quien a pesar de

encontrarse malherido seguía luchando sin descanso. Liz estaba muy preocupada por el

dragón. Había sido herido antes de comenzar la verdadera batalla, sin poder sanar sus heridas,

y sin duda había recibido aún más daño.

Vrita lanzó una llamarada al dragón pardo, cegándolo por un instante y aprovechando ese

momento para lanzarse con las fauces abiertas a su yugular, hundiendo sus dientes en el cuello

de su oponente, que aulló de dolor mientras trataba de quitarse a su negro atacante de encima.

Liz mandó de inmediato a Agni para ayudarlo, invistiendo contra Vrita cuerpo a cuerpo y

clavando su cornamenta en el lomo de la bestia. Vrita liberó a Tiamat al instante y atacó al

toro con su cola llena de pinchos, siendo éste incapaz de esquivarlo. En el momento en que

Agni recibió el coletazo, Liz sitió como las espinas se incrustaban en su torso, cayendo al

suelo y retorciéndose de dolor. Agni se desvaneció en el cielo mientras la joven convulsionaba

sin cesar. Rudra corrió a su lado para socorrerla, pero no había rastro de heridas en su cuerpo.

Tiamat estaba muy malherido y apenas podía mantenerse en el aire. Agni había

desaparecido y los humanos se encontraban demasiado alejados para alcanzar a la gran

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mayoría de los wyverns, que habían incrementado sus ataques. Vrita se pavoneó, asegurando

que la victoria sería suya y riendo sin parar en lo alto del cielo.

Justo cuando todo parecía perdido, desde el interior de la tormenta surgieron varias bolas

que impactaron de lleno en varios de los wyvenrs, cayendo éstos abrasados hacia la montaña.

Ante la asombrada mirada de todos los que allí se encontraban, emergieron de la espesura

decenas de dragones, batiendo sus alas y clamando con feroces rugidos, dispuestos a proteger

su hogar. En el interior de las nubes los humanos vitoreaban entusiasmados a los reptiles que

surcando el cielo se lanzaban contra las nubes para unirse a la batalla en el exterior. Leila, en

el suelo, miraba con lágrimas en los ojos a las gentes y los dragones recuperar el coraje. No

todo estaba perdido aún.

Vrita rugió con rabia, lanzándose al ataque contra aquellos jóvenes e inexpertos congéneres,

pero llenos de energía y fuerza, que osaban enfrentarse a él, y aunque estos derribaban a todo

wyverns que se les pusiera por delante, Vrita era otro cantar, y más de uno cayó derrotado al

suelo. Tiamat aprovechó el ataque de los jóvenes para lanzarse contra su oponente, clavándole

sus garras y mordiéndolo con saña. Su presa se revolvió, pero en ese momento varios de los

más jóvenes se lanzaron contra él, apresándolo entre sus fauces y causándole gran dolor. Los

rugidos del dragón eran ensordecedores, aterrorizando a los pocos wyverns que quedaban tras

comprobar que su líder estaba a punto de caer. Con el rabo entre las piernas, huyeron de aquel

lugar, abandonando a su señor.

Vrita seguía luchando para liberarse en vano. Reunió las últimas fuerzas que le quedaban y

lanzó una enorme bola de fuego contra el cúmulo de nubes que se encontraba sobre ellos, tan

potente que penetró en su interior, golpeando la parte inferior de la tierra y cayendo ésta en

picado.

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El malvado reía orgulloso.

- Ésta es mi venganza…

Todos los dragones lo soltaron de inmediato, volando hacia la tierra que descendía en

dirección a la montaña. Toda la gente en Fuudo gritaba aterrorizada ante la sensación de caía,

sin saber lo que estaba ocurriendo. Tiamat se precipitó junto Vrita hacia la montaña,

aterrizando a pocos metros de los humanos. Liz corrió en su ayuda y comprobó que estaba en

condiciones nefastas.

- Tiamat… - sollozó – te curaré enseguida.

- No te esfuerces… - dijo el dragón agonizante – recuerda que este cuerpo hace tiempo

que perdió su vida. Tu magia no tiene efecto sobre los muertos…

- Pero…

- Fuudo… - gimió mientras miraba hacia el cielo, viendo la enorme tierra emerger de las

nubes y cayendo en dirección a la montaña – he fracasado…

- No…

Liz miró hacia el cielo y vio con horror como el pedrusco se iba acercando más y más a la

tierra, sin nada que lo frenara. Los dragones volaban alrededor, lanzando quejidos

desesperados sin saber cómo detener la caída. Liz clavó sus ojos en el dragón.

- Yo puedo salvarlos – afirmó con decisión – si me das tu poder podemos salvarlos.

- Es demasiado tarde… - la voz de Tiamat se iba desvaneciendo por segundos – pereceré

con este cuerpo.

- ¡No! – gritó ella con lágrimas en los ojos – hay que intentarlo. Toda esa gente… ¡morirá!

Por favor, ayúdame a salvarlos.

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El dragón cerró los ojos, dispuesto a dejar que la vida se le escapara. Pero Liz no estaba

dispuesta a rendirse.

- ¿Vas a dejarlos morir a ellos también?- dijo enfurecida - ¿igual que hiciste con Dustin?

Tiamat abrió los ojos, reaccionando ante el hiriente comentario de la joven con pesar. Ella

se cubrió la boca, comprendiendo que había ido demasiado lejos. El dragón la miró con la

vista borrosa, aún resistiéndose a la idea.

- Te lo suplico… ¡Por favor!

El dragón cerró los ojos y un aura de color pardo comenzó a emanar de su cuerpo, cálida y

brillante. La neblina se concentró, adquiriendo la forma de una niña de tez morena con el pelo

de barro que corrió hacia Liz, fundiéndose ambas en un abrazo. La joven sintió como la

envolvía y nuevas fuerzas resurgieron en ella. Escuchó la voz de la deva en su cabeza.

- Por favor… sálvalos…

El aura desapareció y Liz permaneció inmóvil, junto al cadáver del dragón. Entonces

pronunció en alto el nombre del espíritu mientras sus ojos se volvían de un color marrón

brillante.

- ¡Amath!

De inmediato de su cuerpo surgió un enorme dragón brillante color café que alzó el vuelo

veloz y se lanzó contra el pedazo de tierra que caía en picado, situándose en su base y tratando

de detener la caída. Al mismo tiempo, la heredera extendió sus brazos y se concentró en aquel

cúmulo de arena, sintiendo cada partícula de tierra. Sin saber lo que hacía, notó como una

fuerza invisible emanaba de sus manos, directa a la tierra y frenándola. Todos la miraron

asombrados mientras ella se esforzaba para no perder la concentración. Algunas de las rocas

menos pesadas que se encontraban cerca comenzaron a vibrar, elevándose levemente del suelo.

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En la cara de Liz se apreciaba el tremendo esfuerzo que estaba realizando, resbalando desde

su frente goterones de sudor.

Pero para sorpresa de todos, Fuudo estaba cayendo más despacio, acercándose a la

montaña a menos velocidad. Amath seguía en la base ayudando a Liz a desacelerar el

descenso. Fuudo tocó tierra, encajando de manera perfecta en el cráter y deteniéndose al

hacerlo, sin causar demasiado disturbio ni daño a la montaña o a lo que fuera la tierra flotante.

Sus habitantes sintieron el fuerte temblor al acoplarse de nuevo al lugar donde antaño

pertenecía Fuudo. Todos se habían salvado, y tras comprobar que estaban bien, comenzaron a

gritar de emoción, algunos llorando, otros riendo, pero todos felices de seguir con vida. Los

dragones surcaban el cielo lanzando rugidos de victoria y alegría, celebrando con lo que

parecía una majestuosa danza la salvación de los humanos.

Amath había desaparecido y Liz cayó al suelo de rodillas, exhausta por el esfuerzo, pero

inmensamente feliz. Desde la distancia sus compañeros la miraban asombrados por el milagro

que acababa de obrar.

Rudra era el que se encontraba más cerca, observándola sonriente a la vez que ella lo

miraba a él, tratando de recobrar el aliento, agotada. Entonces la cara del muchacho se

desencajó, tornándose en una mueca cargada de terror. La joven se volvió con torpeza en la

dirección hacia la que miraba el muchacho y descubrió con horror a Vrita, aún con vida, a

escasos metros de ella, con el cuerpo cubierto de sangre.

- Maldita… No te perdonaré por esto… - adoptó posición de ataque - por lo menos haré

feliz a mi señor…

El dragón, con las últimas fuerzas que le quedaban, rugió encolerizado y saltó hacia la

muchacha con sus enormes fauces abiertas. Liz estaba tan débil que no podía siquiera

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499

levantarse, viendo con espanto como la gigantesca boca del animal, plagada de puntiagudos

dientes, iba directa a ella. Rudra echó a correr desesperado, con la esperanza de alcanzar a la

joven antes que la bestia, pero se encontraba demasiado lejos para poder llegar a tiempo.

Todos gritaban desde allí donde se encontraban, desconsolados, mientras veían al dragón

llegar hacia su destino. El corazón de Liz latía tan fuerte que pensó que se le saldría del pecho

de un salto, pasando por su mente infinidad de imágenes sobre su familia, sus amigos, su

mundo, su viaje a Ádama, sus nuevos amigos, la gente que había conocido allí, todas aquellas

experiencias…

Justo un instante antes de que Vrita llegara a donde se encontraba algo se interpuso entre

ambos. Fue un momento fugaz, pero Liz pudo ver la inocente y risueña sonrisa de su salvador

antes de que se desvaneciese por completo. Una sonrisa cargada de esperanza e ilusión por

haber podido socorrer a la salvadora de su mundo, aquella muchacha que le ofreciera su mano

una vez, dándole la oportunidad de vivir aquellas aventuras que tanto anhelaba y cumplir así

su sueño.

Con pavor en los ojos vio como el dragón atrapaba entre sus dientes la cintura de aquel

chiquillo lleno de vida que tan buenos momentos había hecho pasar a todos.

Vrita lo zarandeó entre sus fauces con furia hasta escupirlo, comprobando que no había

acertado en su objetivo. Liz estaba completamente paralizada, temblando con lágrimas en sus

ojos y sin lograr reaccionar ante lo presenciado. El dragón volvió a cargar en su dirección,

dispuesto a no fallar, pero Rudra se lanzó contra él entre gritos mientras le clavaba en el pecho

su espada tan hondo como su fuerza le permitía, chillando la fiera de dolor. La lucha duró

apenas un instante, pero a pesar de que el dragón dejara de resistirse hacía tiempo, el joven

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500

continuaba hundiendo su arma una y otra vez en el cuerpo sin vida del animal, empapándose

de su sangre mientras bramaba sin parar.

Liz, aún temblando, vio el cuerpo de su salvador frente a ella y, como pudo, se arrastró

hasta él. Lo tocó en el vientre, manchando sus manos con sangre. Las miró y sintió ganas de

vomitar, nublándosele la vista. Sin embargo, no tenía tiempo para eso. Extendió sus manos

sobre la herida y de ellas empezó a brotar una luz verdosa que lo envolvió. Roth consiguió

alcanzarlos por fin, seguido por Rudy y otros cuantos más. Observó a Seth, inmóvil en el

suelo, y bajó la mirada entristecido.

- Liz…

- Está bien… - se repetía en voz baja – enseguida se curará… está bien…

El semielfo la miró con tristeza, sabiendo que no había nada que hacer por él. Intentó

detenerla, pero ésta no lo escuchaba, aumentando la intensidad de su magia. Rudra se unió al

grupo, completamente empapado en la sangre del dragón y extenuado.

- ¿Qué sucede? – dijo alarmado - ¿por qué no se cura?

- ¡No lo sé! – gritó ella desesperada.

- ¡Cúralo! – ordenó Rudra encolerizado.

- Rudra… - se lamentó la gitana.

- ¡Eso intento! – lloró la muchacha.

Liz invocó a Aditi, suplicándole que salvara al muchacho. La deva envolvió el cuerpo de

Seth, pero nada cambió, continuando éste inerte. Liz gritaba desconsolada, implorando que lo

curara, bajo la afligida mirada del resto.

- Liz… - Roth posó su mano sobre el hombro de la muchacha – es inútil… la magia no

funciona sobre los muertos.

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501

- ¡No está muerto! – bramó ella mientras apartaba su mano de un empujón, enloquecida –

no está… - se detuvo.

Había llegado a su límite, pero se negaba a rendirse, siendo consciente de que ya no le

quedaban fuerzas siquiera para mantener los ojos abiertos.

Un ensordecedor chillido retumbó en todo el lugar. Era la voz de Rudra, que gritaba

desconsolado. La vista de la muchacha se fue nublando por momentos hasta volverse todo

oscuro, siendo lo último que escuchara el desgarrador grito del muchacho.

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502

ADIOS QUERIDO AMIGO

Liz abrió los ojos mientras la luz se filtraba por la ventana de la estancia. Tardó unos

segundos en acostumbrarse. Oteó a su alrededor, descubriendo a Rudy y las hermanas velando

a su lado. Las miró desorientada mientras trataba de recordar lo que había pasado. La gitana

avisó al resto y Liz vio aparecer a Roth a su espalda, con alivio en su rostro. Observó a todos

los que se reunieron a su alrededor y de pronto saltó de la cama como un muelle.

- ¿Dónde estoy? – preguntó alarmada.

- Tranquila, estás a salvo – afirmó el semielfo con suavidad – estamos en la casa de Leila.

- Leila… - musitó, tratando de que sus neuronas se pusieran en marcha - ¿estamos en

Fuudo?

- Sí – dijo Rudy.

- ¿Rudra?

El muchacho apareció de un lado de la estancia, cabizbajo. La joven le sonrió, pero él no le

devolvió la sonrisa. Tenía la vista clavada en el suelo, con una expresión sombría y

quejumbrosa, sin dirigirle siquiera la mirada. Extrañada, paseó la vista por todos los presentes

y se percató de que algo no iba bien.

- ¿Y Seth? – preguntó nerviosa - ¿dónde está Seth?

Se miraron desconcertados y apenados a la vez, sin saber cómo responder a la joven.

- Liz – habló Rudy con dulzura - ¿recuerdas lo que pasó?

- Esto… - la muchacha trató de hacer memoria – hubo una lucha y… había un dragón

negro… Vrita… - entonces pequeños fragmentos de imágenes comenzaron a surgir en su

mente – Tiamat estaba herido y… Fuudo comenzó a caer del cielo… pero… se salvaron…

y…

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A medida que iba recordando lo sucedido su cuerpo se iba tensando y temblaba con más

intensidad, quebrándosele la voz y empañándose sus ojos, hasta quedarse completamente

muda.

- Liz… - la gitana sujetó sus manos con delicadeza – verás… Seth…

- No… - parecía como poseía – no puede ser…

Rudy bajó la mirada entristecida.

- ¡Ya lo entiendo! Ha debido ser un sueño. Justo después de la visión del lithoi. Eso es… -

la gitana meneaba la cabeza con pesar – Seth salió a buscar a Leila… enseguida…

De pronto vio a la chiquilla sentada en un rincón, abrazada por Bagwanda, sollozando sin

parar. Liz comenzó a buscar desesperada con la mirada por todo el lugar, sin saber muy bien

qué encontrar. Finalmente lo encontró, quedándose sin aliento ante la visión.

Al fondo de la sala, sobre una de las camas, había una sábana blanca que cubría un bulto de

gran tamaño.

Como llevada por una fuerza invisible se levantó sin apartar la vista del bulto, bajo la

atenta mirada de sus compañeros. A paso lento su cuerpo avanzó hacia el lugar donde sus ojos

apuntaban, negando con la cabeza.

- Esto… – susurró con una sonrisa medio torcida – es una broma ¿verdad? – rió de

manera poco convincente – eso es… vamos Seth, levántate…

Pero nada se movía debajo de la manta.

- ¡Seth! – gritó entre lágrimas – no tiene gracias.

- Liz… - dijo Roth a su lado.

- ¡No! – chilló – no… no puede ser verdad… un sueño… tiene que ser un sueño… -

balbuceaba – si me despierto…

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Rudra golpeó la pared con tal fuerza que la sangre brotó de sus nudillos, retumbando en

toda la estancia el golpe y llamando la atención de todos los presentes. La joven lo miró

asustada mientras la rabia invadía el rostro del muchacho, apretando sus puños con tanta

fuerza que acabaría atravesando su piel del esfuerzo.

- ¡Abre los ojos de una maldita vez! – rugió furioso – esto no es un sueño, ¡es la

asquerosa realidad! Y no puedes hacer nada para cambiarla, por mucho que no te guste, ¡deja

ya de huir de una condenada vez y enfréntate a ella!

Liz estaba pálida y sin poder moverse del sitio.

- ¡Basta ya! – gritó Roth – ¡esto no habría pasado si no hubieras traído al chico!

Rudra se lanzó como un energúmeno contra el semielfo entre gritos, dispuesto a descargar

en él toda la rabia que llevaba dentro. Roth se preparó para el ataque, sin importarle las

consecuencias del enfrentamiento, pero antes de que Rudra lo alcanzara Liz los detuvo.

- ¡PARAD! – chilló – parad… por favor… no más peleas… por favor… - lloriqueó.

Rudra golpeó de nuevo la pared, rabioso, y salió de la casa a grandes zancadas, seguido por

Rudy y Vlad, quienes intentarían tranquilizarlo. Roth, aún en tensión, se volvió a la joven y

vio el tremendo dolor en su rostro descompuesto, sosegándose al instante y, avergonzado,

abandonó la sala.

Sin inmutarse más por lo sucedido, la muchacha avanzó hasta situarse junto a la manta y la

agarró de uno de los bordes.

- Liz… - intervino Dhyana alarmada – no deberías…

Pero ella no hizo caso, apartándola de manera pausada, hasta dejar al descubierto la cara

inerte del muchacho. Estaba limpio e inmaculado, de color marfilino, con su dulce sonrisa

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dibujada en el rostro. Los ojos de Liz se llenaron de lágrimas que caían a borbotones por sus

mejillas.

- No sufrió – afirmó Cavi, que se encontraba a su lado – fue instantáneo. Debió de

sentirse feliz por poder salvar la vida de la heredera.

En su pecho descansaba su cuaderno de notas, manchado de sangre. Liz lo cogió y

comenzó a leer las notas que con tanto tesón y cariño había empezado a escribir el muchacho

en aquel viaje, reflejando las aventuras que habían experimentado juntos.

Era la historia de Seth, un valeroso guerrero de ojos dorados, se embarca en una peligrosa

aventura llena de enemigos para salvar a Leila, la princesa encerrada en una oscura torre

custodiada por un malvado dragón. En su aventura lo acompaña su hermana Liz, magnífica

hechicera y manipuladora de los espíritus sagrados.

Sus lágrimas caían sin descanso mientras leía entre sollozos algunas de las páginas de la

novela. Con el libro entre sus manos, se arrodilló junto al joven sin poder reprimir por más

tiempo su agonía y rompió a llorar abatida mientras sus desgarradores gritos llegaban a oídos

de todas las gentes del lugar.

Seth se había convertido por fin en el héroe que tanto deseó ser, dejando tras de sí un gran

pesar y sufrimiento en aquellos que lo habían amado alguna vez; un dolor que cargarían

consigo durante el resto de sus vidas.

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PRÓXIMA PARADA

Habían pasado ya varios días desde la pelea y todos se habían recuperado de sus heridas

físicas, así que, tras calmarse los humos, Rudy se reunió con Roth para discutir sobre lo que

acontecería a partir de ahora. Le informó de la última visión que había tenido, en la que un

grupo de kinays, acompañados por enormes bestias, se dirigía hacia el lugar en el que se

encontraban, calculando que llegarían en apenas un par de días. Tras la fatal batalla y la

pérdida del joven Seth, Roth decidió que era demasiado peligroso exponerse de nuevo a otro

enfrentamiento con los kinays.

- No podemos permitirnos más bajas… - dijo apenado.

- ¿Pero qué podemos hacer? – preguntó Cavi preocupado – si volvemos por donde hemos

venido acabaremos encontrándonos con ellos, pero por otro lado no podemos tomar un

camino diferente… no tenemos demasiadas opciones…

- Es cierto…

- Y ése no es el único problema… - murmuró Rudy.

- ¿A qué te refieres? – preguntó Enoch.

- No creo que sea buena idea ir a Pâlata tal y como estamos… Liz está aún muy débil…

- ¿Y atajar? – intervino Bagwanda.

- ¿Atajar?

- Por el aire… los dragones, ¿recordáis? Y están en deuda con Liz por haber salvado su

hogar.

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- Podría funcionar… - musitó Roth meditativo - bien, entonces está decidido. Con la

ayuda de los dragones iremos a Feeria, sin detenernos en Pâlata, ¿crees que pueden hacer

eso? – le preguntó el semielfo a Leila.

- Ahora mismo los aviso – la muchacha aún se veía muy afectada por la pérdida de Seth,

pero deseaba ayudarlos.

- Gracias – dijo mientras desaparecía de la cabaña – de ahora en adelante no podremos ir

todos, tendremos que separarnos.

- Yo me quedo dentro – intervino Rudy – y Vlad también.

- ¿Y vosotros? – preguntó Roth al grupo.

- Será mejor que volvamos a casa e informemos al maestro de todo lo acontecido hasta el

momento – sugirió Enoch en nombre de algunos otros miembros.

- Yo me encargaré de llevar el cuerpo de Seth a su familia junto con las hermanas – se

comprometió Cavi con pesar.

- Bien, entonces quedamos así. Rudy, Vlad, Brill, Dwija y yo continuaremos con Liz

mientras que el resto regresáis junto al maestro.

Akehiya rugió a su lado. Era su forma de decir que también se uniría a ellos, aunque yo lo

daban por hecho.

- Yo también voy – dijo de pronto Rudra tajante desde uno de los rincones. Aún se veía

enojado. Roth ni siquiera lo miró. Si por él fuera lo habría dejado con el resto, pero sabía que

Liz se opondría.

- ¿Y tú, Bagwanda?

- Lo siento, pero yo no puedo acompañaros por el momento. Me quedaré aquí y ayudaré a

las gentes que quedamos a construir un nuevo hogar junto con los dragones. También haré que

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los enanos ayuden en ello. Debemos apoyarnos entre nosotros, no pelearnos – sonrió mientras

recordaba las palabras que un día le dijera el jovencito Seth.

- Muy bien, entonces esta decidido. Mañana por la mañana partiremos con destino a

Feeria.

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EPÍLOGO

Entre la oscuridad de la noche se alzaban las enormes murallas que custodiaban el

tenebroso castillo de piedra. En su interior, en una de las salas principales, una sombría figura

descansaba contra el respaldo de su trono entre las tinieblas. La enorme puerta de entrada se

abrió y un pequeño mensajero de aspecto deforme corrió hasta el sitial, arrodillándose de

inmediato en presencia de su rey.

- Mi… mi señor… - murmuró con voz temblorosa.

- ¿La habéis encontrado? – su voz era gélida y aterradora, haciendo temblar aún más a su

sirviente.

- Me… me temo que… hemos perdido el rastro…

Una bola de fuego emergió de las manos del rey, dando de lleno en el amorfo criado y

siendo completamente abrasado, no quedando más que las cenizas de su cuerpo frente a las

escaleras que daban al trono.

- Veo que su temperamento no ha mejorado, mi señor – una voz surgió de entre las

sombras, al tiempo que una silueta alargada y serpenteante aparecía de entre la penumbra.

- ¿Cómo va tu cometido, Nagas?

- A las mil maravillas, mi señor – afirmó la figura entre seseos – dentro de muy poco se

unirá a sus filas el mejor guerrero que jamás haya existido entre los mortales, convirtiéndose

en el mejor de sus luchadores, mi señor. Con ella a vuestro lado, nada ni nadie podrá venceros

jamás.

El rey carcajeó de forma atronadora, cargado de maldad, escuchándose su risa en cada

rincón de aquel palacio. En su mente se imaginó la tan ansiada victoria y rió aún con más

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fuerza y júbilo, llegando a oídos de cada uno de los habitantes del lugar y temblando toda la

tierra. Esta vez nada ni nadie impediría que el mundo sucumbiera por fin ante la destrucción

Continuará…

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