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El-legado-milenario-de-Elena-Roldan-Aguirre
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EL LEGADO MILENARIO
PRIMER VOLUMEN DE LA TRILOGÍA
“CRUX MUNDI”
Elena Roldán Aguirre
2
3
ÍNDICE
Prólogo…………………………………………..…………….…….……… 6
El sueño…………………………..……...……………………….……….… 7
La llamada………………………..……...………………............................ 18
La excursión………………………..…………………………………….... 24
El viaje…………...…….…………….….……………………………....… 43
El encuentro………….................................................................................. 51
La calma………………...……………..…………………………………... 56
Aditi ...………………...……….………..……………………………....… 70
La confesión…………...………………..…………….............................… 80
El ataque………………………………….…………….............................. 88
Paradesa…………....………………….…….………………………….... 100
La reunión………………………………………………………………... 116
La separación………....………………….……………............................. 131
Caminos cruzados…..…………………….………………….…………... 136
El gran Maharshi…………………………..…………………..……….….149
Lilith……………………….………………..…......................................... 168
La decisión……...…………….……………..………………………….... 189
Entrenamiento...……………………………..………………………….... 203
4
La invocación……………………………...………………………...…… 218
El espíritu del fuego….………………………..…………......................... 228
La partida…………………………….……….………………………..… 243
El desierto de Konchu.……………..…………..……………..……......... 256
El puente de Shamut……..………….………….………………………... 272
Amentis…………………………………………..…………………….… 281
Hacia las minas de Zhurú.………………………..……...…...…………... 301
El mundo subterráneo………………….………….…………………...… 320
En la mira del enemigo…………………….………………………….…. 346
Las tierras olvidadas……………………….………………………….…. 357
El enano Bagwanda……....……………….……………………………... 376
De camino a las montañas del dragón…….…………………………...… 396
El guardián……………………..……………………………………….... 411
La prueba…………………….…………………………………………... 422
La tierra oculta……………….………………………………………...… 435
El reino de los elfos………….………………………………………...… 452
La verdad sobre Tiamat.…….……………………………………........… 466
Una amarga despedida…….…………………………………………...… 472
El ataque sorpresa………….…………………………………………..… 482
Adiós querido amigo…………………………………………………...… 501
5
Próxima parada…………………………………………………………... 505
Epílogo…………………………………………………………………… 508
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PRÓLOGO
La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser intuida. Sin luz ni sonido o
sensación alguna... nada. Intentó avanzar, pero no notaba su cuerpo y, a pesar de todo, no tenía
miedo.
Algo perturbó aquel vacío en el que se encontraba.
Una risa infantil hizo eco y súbitamente una cegadora luz inundó el lugar y desapareció en
apenas un instante, encontrándose de nuevo asolada en las tinieblas; sin embargo, algo había
cambiado.
Allá, a lo lejos, del tamaño de una minúscula mota de polvo, se apreciaba un leve
resplandor. Intentó alcanzarlo, pero algo tiró de su cuerpo en dirección contraria, haciéndola
caer de espaldas al suelo.
Allí tumbada percibió de pronto una melodía, casi inaudible, suave y armoniosa; y, como
llevada por la música, se incorporó, decidida a avanzar de nuevo hacia la luz. Cuando se
dispuso a dar el primer paso, sintió la misma fuerza de antes, empujándola hacia atrás a una
velocidad vertiginosa.
La música cesó y un estridente sonido la hizo reaccionar.
Entonces se volvió hacia atrás y cayó de bruces contra el suelo.
7
EL SUEÑO
Abrió los ojos y allí estaba de nuevo; las mismas paredes, las sabanas alborotadas, la
mesilla de noche y el dichoso despertador: bip biip biiip biiiipp ¡biiiiiiip! Estiró la mano,
agarró el aparato y, aunque sintió el impulso de lanzarlo contra la pared, simplemente lo
apagó.
Se volvió a recostar mientras trataba de ordenar todo su mundo.
Ya tumbada, oteó el lugar y se dio cuenta de que estaba tirada en mitad de la habitación,
junto a la cama, sobre su alfombra lila.
A través del cortinaje entraba la luz de un nuevo día que anunciaba la llegada del verano.
Una suave brisa agitaba las cortinas en danza, incitándola a acercarse y unirse al baile. Cogió
aire y, muy despacio, se incorporó, se dirigió al alfeizar y se asomó.
- Otra vez el mismo sueño…
Permaneció allí unos minutos, observando el paisaje. Puesto que su casa estaba a las
afueras de la ciudad, disfrutaba de una preciosa vista campestre.
Se habían mudado hacía ya algunos años, y el cambio del pleno centro de la ciudad había
sido notable. Por suerte el transporte público era abundante y regular.
Por otra parte, el tamaño de su actual vivienda no se podía comparar al pisito en el que
antes vivían; era un chalet de dos plantas con jardín delantero y trasero, piscina y garaje
propio. Todavía recordaba aquellos años en los que la palabra ‘privacidad’ no existía en su
vocabulario y tenía que compartir un dormitorio minúsculo. Ahora, sin embargo, le encantaba
su habitación, pues era la más amplia de la casa y tenía una enorme ventana que daba al jardín
trasero, viéndose la montaña de fondo a lo lejos.
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Miró hacia abajo y vio al vecino arreglando sus plantas con su sobrero de paja y su mono
azulado lleno de manchurrones de barro.
Con los ojos cerrados, respiró hondo, llenando sus pulmones con aquella multitud de
fragancias que arrastraba la brisa.
Volvió dentro y abrió su armario decorado con fotos de sus amigos y familiares. Se quedó
mirando unos segundos las caras de aquellas personas tan queridas para ella, sonriente, y
después cogió su ropa y fue al cuarto de baño, dispuesta a que una buena ducha terminara de
despertarla.
Abrió el grifo del agua caliente, se desnudó, se metió en la ducha y cerró los ojos. El calor
del agua se extendió por todo su cuerpo, despertando todos sus músculos a su paso mientras
el vapor ascendía y se pegaba a los cristales de la habitación. Apoyó su cabeza contra la
pared, aún con los ojos cerrados, y permaneció inmóvil, disfrutando del delicado masaje del
agua al caer.
Cuando se hubo relajado lo suficiente, cerró el grifo y rodeó su cuerpo con una toalla. Con
sus manos recorrió su larga melena, escurriendo el exceso de líquido, y salió de la ducha.
Una vez fuera, se paró frente al lavabo y, con cuidado, apartó el vaho que cubría el espejo,
dejando al descubierto la imagen que se escondía tras la neblina.
Ahí estaba ella, aún con cara de dormida y dos enormes bolsas amoratadas bajo sus ojos.
La falta de sueño empezaba a hacer mella en su rostro.
A pesar de estar mojado, su pelo seguía teniendo ese tono anaranjado tan poco común en su
zona. De pequeña, en el barrio la conocían más como “Pipi” que como Liz. Y es que tenía un
gran parecido con el famoso personaje de televisión: tez pálida plagada de pecas, pelirroja
natural, ojos verdes, labios sonrosados… sumándose el hecho de que de niña era muy
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delgaducha, pero ahora tenía una buena figura y sus peculiares facciones la hacían destacar
del resto. Su madre siempre decía que era la niña más bonita de todo el mundo, claro que eso
es lo que dicen siempre las madres.
Se miró fijamente en el espejo.
“Ya van 13 veces este último mes” dijo para sí. “¿Por qué tengo siempre el mismo sueño?
¿Qué significará?”
De pronto la luz se apagó y se encontró sumida en la más profunda oscuridad. Su corazón
se aceleró en cuestión de segundos y un ahogo insoportable se apoderó de ella, paralizándola
por completo. Con un esfuerzo casi sobrehumano, se abalanzó contra la puerta y, a duras
penas, consiguió abrir el pestillo y salir al exterior.
Frente a ella se encontró con lo que, a veces, podía resultar la peor de sus pesadillas.
La miraba de manera burlona, y en su cara se dibujaba una media sonrisa cargada de
malicia.
- Te he asustado, ¿a qué sí? – rió el chiquillo – eso te pasa por tardona. La próxima vez
date más prisa, que no vives sola, guapa.
Cuando se recuperó del sobresalto, agarró al chico por la camisa y lo arrastró hasta la
pared.
- ¡¿Estás loco o qué te pasa?! ¡No vuelvas a pegarme un susto así en tu vida, Miki!
La cara de su hermano cambió de golpe y aquella sonrisilla desapareció para dar paso a una
expresión de desconcierto.
- No te pongas así, mujer, que sólo era una broma… - la joven se relajó y lo soltó, dando
un paso hacia atrás - ¿te has dado un golpe en la cabeza o algo así?
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- Algo así… - balbuceó aún malhumorada - no he dormido muy bien esta noche.
Además, me has pegado un susto de muerte – le recriminó de nuevo.
- Hermanita, eres muy rara…
Liz sonrió y le dio un empujoncito hacia las escaleras, camino al baño de nuevo, sin
olvidarse de encender primero la luz.
Cuando Miki hubo bajado un par de peldaños, se volvió hacia ella.
- Por cierto, el desayuno ya está en la mesa. Date prisa o papá y mamá se irán antes de
que bajes – se giró y desapareció.
Al bajar al comedor se encontró con una imagen que, aunque conocida, no se producía con
demasiada frecuencia.
La mesa estaba rebosante de comida y toda la familia se encontraba reunida a su alrededor.
Hacía tiempo que no estaban todos juntos.
Su padre acababa de regresar de uno de sus tantos viajes de trabajo, mientras que su madre
y Miki habían vuelto hacía un par de días del campamento de invierno en la estación de esquí.
Tenía que reconocer que la casa había estado demasiado tranquila las últimas semanas;
prefería un poco más de ajetreo a su alrededor.
- Buenos días, cariño – saludó su madre - ¿qué quieres desayunar?
- Buenos días, mamá – Liz le dedicó la mejor de sus sonrisas - ¿qué se celebra? ¿Es que
hoy es el cumpleaños de alguno y se me ha olvidado?
- No, tesoro. Es que hace mucho que no estamos todos juntos y me apetecía hacer algo
para festejarlo. ¿Quieres que te prepare algo? – Liz oteó la mesa.
- No gracias, creo que ya hay bastante donde elegir.
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- ¿Café o té?
- ¿Batido?
- Un batido marchando – rió.
Mientras le ponía la bebida y se iba de nuevo a su asiento, Liz se sentó a la mesa y, en
silencio, observó la escena.
Su madre estaba a su derecha con su té verde y sus galletas integrales. El tiempo en la
montaña había dejado huella en ella; su piel, normalmente muy clara, había adquirido un tono
tostado que, en contraste con sus cabellos rubios y sus ojos azules, resaltaba más, con la
característica marca blanca alrededor de sus ojos producida por las gafas.
Frente a ella, Miki no paraba de hablar y reír. Tenía el pelo alborotado y aún llevaba puesto
el pijama. En él, el sol había sido menos considerado y su piel se había tornado casi negruzca.
En su cara se podían ver varios arañazos, al parecer producto de un par de caídas en la nieve.
Su padre, sin embargo, no tenía un aspecto muy diferente al habitual: vestía su típica
camisa de franela con sus pantalones grises e iba repeinado hacia atrás con gomina. Acababa
de pasar tres meses en Rusia supervisando un par de proyectos para su empresa.
Miki cotorreaba sin parar de lo divertido que era esquiar y de las ganas que tenía de que
pasara rápido el año para repetir la excursión. Su madre, por su parte, comentaba que, aunque
le gustaran ese tipo de excursiones, cada vez le costaba más seguir el ritmo de los jóvenes.
Trabajaba en el instituto de su hijo dando clases de biología, y casi todos los años le tocaba
participar en la mayoría de los viajes que se organizaban, principalmente debido a su
dificultad para decir que no a la gente.
Su padre apenas comentó algo de su estancia en el extranjero, como de costumbre.
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Después de desayunar, cada uno se fue a sus respectivos destinos: sus padres se marcharon
a trabajar, Miki se fue a la ducha y Liz a su habitación para prepararse.
Justo cuando bajaba por las escaleras, sonó el timbre de la puerta. Miki ni se molestó en
moverse y se quedó pegado a la televisión viendo el canal de deportes.
Tan rápido como pudo, Liz recogió todas sus cosas, pasó por la cocina para coger algo de
fruta y abrió la puerta, encontrando a su mejor amiga, Sue, en la entrada con una enorme
sonrisa. Se despidió de su hermano y salió a la calle.
Así, como cada mañana, las dos amigas marcharon en dirección a la facultad.
Éste era su primer año. Liz estudiaba Psicología mientras que Sue hacía Derecho. Ambas
se conocieron en la guardería y desde entonces habían estado siempre juntas. Compartieron
colegio y clase, y además, tenían la ventaja de vivir en la misma calle, a unas manzanas de
distancia.
Aunque eran muy diferentes, siempre habían congeniado de maravilla. Liz era una chica
callada y tímida a primera vista. Se podía decir que las relaciones sociales no eran su fuerte.
Por el contrario, Sue era muy extrovertida, y allá donde iba era el alma de la fiesta. Simpática,
divertida y algo alocada, era capaz de entablar conversación con cualquier persona, y si se
trataba de chicos guapos, mejor.
Y es que era toda una belleza: metro setenta de estatura, pelo negro y liso que le llegaba
hasta la cintura, ojos azules, labios carnosos, cuerpo escultural y una sonrisa deslumbrante.
Cada mes aparecía colgada del brazo de algún nuevo guaperas, cada cual mejor. Pero, por
alguna razón, nunca duraba demasiado con ninguno.
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Liz, por su parte, no mostraba demasiado interés en los chicos de su edad. No había
llegado a encontrar a ninguno que despertara su interés o por lo menos no le resultara infantil
o superficial.
Tras un largo camino llegaron a su destino entre risas y charletas, despidiéndose la una de
la otra.
El día pasó muy rápido, sin ninguna novedad, más de lo mismo: apuntes, más apuntes, un
alto en la cafetería, clases de nuevo… otro día corriente en la universidad.
A la salida, quedaron en el parque para ir a comer. Justo cuando se disponían a marcharse,
alguien surgió de entre los árboles y se abalanzó sobre ellas.
- ¡¡¡AAAAHHHHHHH!!! – saltaron hacia atrás, soltando un grito.
Después de recuperarse del susto, Sue se adelantó.
- Yoyo, ¡eres un imbécil! – y de muy mala gana, empujó al joven que se encontraba
frente a ellas.
- Anda tonta, no te pongas así – rió - tendríais que haber visto vuestras caras, ¡ha sido
genial!
- Te parecerá bonito atacar a dos jóvenes indefensas – bromeó Liz.
- Indefensa ¿Sue? Ja, eso sí que tiene gracia – el chico le dio una palmadita en el
hombro.
- ¿Qué insinúas, listo? - gruñó mientras le asestaba una buena colleja en la coronilla –
¿te parece gracioso ahora, señor risitas?
Los dos comenzaron a correr por el parque, lanzándose todo lo que encontraban a su paso.
Liz se sentó entre carcajadas en un banco para observar la divertida escena. No sabía si reír o
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sentir vergüenza al ver a sus dos amigos, ya creciditos, correteando como perros en la arena,
igual que cuando eran pequeños. Por un instante volvieron a su mente los recuerdos de
aquellos años que pasaron juntos en el colegio de primaria.
Conocieron a Yoyo con 8 años, cuando sus padres se trasladaron de Ecuador, y desde
entonces habían sido como los tres mosqueteros: inseparables y sedientos de aventuras. Todos
habían cambiado con el tiempo, pero ninguno tanto como él, que había pasado de ser un niño
escualiducho y pequeñajo, a un fuerte y apuesto joven.
Al cabo de un rato, se marcharon juntos a comer y, tras una animada tarde, se encaminaron
a la estación. Allí se despidieron de Yoyo y ambas regresaron a su barrio juntas.
La primera en llegar a su casa fue Liz.
- Entonces, ¿nos vemos esta noche en la cena?
- ¿De verdad tengo que ir?
- ¡No seas así, Liz! Seguro que a todos les hace ilusión que vengas, y ya sabes que si tú
no vas, yo tampoco.
- Vale, vale – abrió la puerta de su casa – nos vemos en la cena - y se perdió en el
interior.
En realidad, no tenía ninguna gana de reencontrarse con todos sus antiguos compañeros de
instituto. No guardaba muy buenos recuerdos de esos años ni de esas personas, pero Sue había
sido clara. Si Liz no iba, ella tampoco iría, y sabía que se moría de ganas por ir, así que poco
podía decir al respecto.
Alicaída, subió a su habitación y rebuscó entre su ropa algo decente que ponerse. Si quería
empezar con buen pie, tenía que ir vestida para la ocasión.
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Cogió su blusa rosada, combinada con una falda negra por encima de las rodillas y unas
sandalias de tacón; se arregló el pelo, dejándolo suelto hasta la mitad de la espalda, y usó algo
de maquillaje. No le gustaba utilizar potingues en la cara, pero aquella noche debía mezclarse
con el resto de chicas, ser una de ellas… ser normal.
Al cabo de algo más o menos una hora ya estaba lista.
Antes de salir, se echó un poco de perfume en el cuello y las muñecas, embadurnó sus
labios en gloss y se marchó.
Cuando llegó a la estación se percató de que Sue aún no había llegado, lo cual tampoco la
sorprendió. Era algo normal en ella. En más de una ocasión había tenido que mentirla con
respecto a la hora en la que habían quedado, asegurándole haber quedado antes de la hora
prevista y, aún así, siempre le tocaba esperar.
Después de casi media hora, su amiga apareció en el andén, pidiendo mil disculpas, y
cogieron el tren hacia el centro.
A medida que se iban acercando a su destino el nerviosismo se iba apoderando de Liz.
Empezaba a pensar que, tal vez, no había sido buena idea acceder a las súplicas de Sue; al fin
y al cabo, nunca había llegado a intimar con nadie de su clase.
Por desgracia, ya era demasiado tarde para echarse atrás, por lo que sólo le quedaba
mantener la compostura y tratar de no mostrar su histeria interior. El ser Yoyo la primera
persona en ver al llegar la tranquilizó, aunque su calma duraría poco.
No imaginaba que tantísima gente se reuniría aquella noche; casi la totalidad de sus
compañeros de curso estaba allí, incluso había gente de otras clases.
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Cogió aire y trató de relajarse. “Tú puedes hacerlo Liz” se repetía una y otra vez “ya no
estás en el instituto, eres adulta”. Pero de poco la servía.
Todos los presentes se fueron saludando los unos a los otros, entre risas y abrazos. Sue se
lanzó a los brazos de Alexa y Liz supo que pronto llegaría su turno. Primero fue su compañera
y después su novio Chris. Al instante, un cúmulo de gente se apelotonó a su alrededor para
saludar a su animada amiga, viéndose también ella rodeada y sin escapatoria. Para su sorpresa,
el encuentro no fue del todo mal y nadie pareció molestarse por su presencia ni hubo malas
miradas. “¡Prueba superada!” se felicitó. Lo peor había pasado, o eso creía.
Al cabo de un rato, cada uno fue ocupando un lugar en la mesa y los platos hicieron
entrada. Liz se encontraba junto a Sue y Yoyo, enfrente de Alexa, Chris y otros compañeros.
Todo iba viento en popa y pronto llegarían las bebidas. Liz no era muy dada al alcohol,
pero esa era una noche especial, así que no iba a ser la única sin beber.
En cuanto los licores fueron servidos, todos se desperdigaron por el lugar, mezclándose los
unos con los otros.
Fue sorprendente la manera en la que se integró con la gente, si se lo hubieran dicho tiempo
atrás no lo habría creído; definitivamente, aquellos años de pesadilla habían quedado
enterrados en el pasado.
Después de la segunda copa, ya empezaba a notar los efectos del Bayles. Necesitaba
refrescarse, así que decidió hacer una visita a los servicios.
Tras salir de la sala, comenzó a vagar por el lugar en busca de los aseos, sin encontrarlos.
Dio varias vueltas, asomándose por diferentes habitaciones sin éxito, y cuando por fin atisbó
el cartelito, a su espalda escuchó una risa. Se volvió, esperando encontrar a alguna de sus
compañeras, pero no había nadie por los alrededores. Se giró de vuelta hacia los servicios,
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pero al primer paso escuchó de nuevo aquella risa infantil que, por alguna extraña razón, le
resultaba familiar.
Se volteó y, como llevada por la carcajada, se encaminó hacia la sala de la que procedía.
Desde la entrada todo se veía oscuro y solitario. Se asomó desde la puerta.
- ¿Hola? – no obtuvo respuesta - ¿hay alguien ahí?
Estaba ya volviéndose cuando sintió movimiento en el interior, acompañado por aquella
risa. Volvió a llamar, pero nadie contestó. Podía sentir como su pulso acelerado martilleaba
sus sienes al tiempo que su respiración se hacía más pesada. Una vez consiguió reunir el valor
suficiente, se internó en el salón.
Se arrastró junto a la pared, palpando todo en su avance en busca del interruptor, guiada
por la poca luz que entraba por el hueco de la puerta. Cuando se encontraba casi al otro
extremo de la sala, tropezó con algo, lo que desvió su atención de la entrada, momento en el
que la puerta se cerró de golpe y se sumió en la más absoluta oscuridad.
A punto estuvo de salir disparada, pero en ese momento escuchó de nuevo aquella risa
justo detrás de ella, dejándola totalmente paralizada. Sentía como si el corazón se le fuese a
salir por la boca y su cuerpo temblaba sin parar. Su respiración era tan intensa que hacía eco
en la sala entera.
Buscó en su bolso como pudo el móvil y, cuando lo encontró, apretó una de las teclas para
tener algo de luz, aunque de poco le sirvió, pues apenas alumbraba escasos centímetros a su
alrededor.
Dio varias vueltas sobre sí misma, alumbrando con su teléfono hacia todos lados, sin
demasiada visibilidad. Entonces la luz volvió, y aún desconcertada se encontró inmersa en lo
que perfectamente podría ser una escena en una película de terror. Con espanto vio frente a
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ella, reflejada en el espejo, una joven vestida de blanco en el lugar exacto donde debería
encontrarse ella. Con un fuerte grito saltó hacia atrás y tropezó, cayendo de espaldas al suelo.
Al caer, se golpeó la cabeza y perdió el conocimiento.
19
LA LLAMADA
Cuando Liz abrió los ojos, se encontró tendida en el suelo con la cabeza sobre las rodillas
de su amiga Sue. A su lado, Yoyo la sujetaba por los hombros y tras él, una multitud
observaba la escena.
- ¿Qué ha pasado? – intentó incorporarse, pero al instante sintió un gran dolor en la
parte trasera de la cabeza, llevándose una mano atrás.
- Parece que te has dado un buen golpe - Yoyo la miró con alivio – ¿te encuentras bien?
- Escuchamos a alguien gritar y corrimos desde el salón. Cuando llegamos estabas tirada
en el suelo. ¿Qué ha pasado?
Liz aún estaba algo dolorida y confundida por el golpe.
- Iba de camino al baño y escuché una risa en la sala. Entonces entré vi a una chica.
- ¿Una chica? – preguntó Sue.
- Sí, llevaba un vestido blanco.
- Pero cuando llegamos no había nadie... ¿Estás segura?
- Sí, me metí en la sala y la puerta se cerró, entonces las luces se encendieron y la vi en
el espejo, junto donde yo…
En ese instante se percató de que el gentío alrededor comenzaba a cuchichear mientras
algunos de los presentes, entre risas, la miraban de manera burlona. Liz sintió de nuevo
aquellas juiciosas miradas de desprecio que tanto la habían perseguido en el pasado. Volvió a
ponerse en la piel de aquella quinceañera, tímida y solitaria, marginada por sus compañeros.
“¡Es cierto!” quiso gritar, pero sabía que eso no haría más que empeorar las cosas, así que
sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos recuerdos, y optó por el camino fácil para no
volver a ser el hazmerreír de todos.
20
- Vaya – rio de manera fingida – está claro que no puedo beber. Me tomo dos copas y ya
empiezo a tener alucinaciones. ¿Pero qué clase de alcohol sirven aquí?
Se levantó ayudada por sus amigos, tambaleándose. Rió abiertamente, tratando de quitarle
leña al asunto e invitando a todos a volver a la sala para continuar con la fiesta.
Sue le dio su bolso con todo ya dentro y la siguió de cerca junto con Yoyo, ambos con
preocupación en sus rostros. El resto de la gente pareció tragar el anzuelo y se encaminaron
entre risas al salón.
Liz, acompañada de Sue, hizo una parada en el baño antes de volver con el resto.
- ¿De verdad te encuentras bien?
- Que sí… - se lavó la cara con agua fría para despejarse – ya sabes que no se me da
bien eso de beber…
- Eso es verdad, siempre acabas llorando o potando por las esquinas. Pero, ¿qué hacías
ahí metida?
- Estaba hablando por el móvil con mi madre y me metí allí por el ruido – mintió –
después me tropecé al querer salir y me caí.
- ¿Y lo de la chica?
- Debí haberlo soñado después del golpe…
Sue no parecía muy convencida, pero ante la insistencia de su amiga lo dejó pasar.
Volvieron al salón para reunirse con sus amigos y así la noche prosiguió sin nuevos
altercados, aunque Liz se abstuvo de beber más por miedo a llamar la atención.
Alrededor de las doce la gente comenzó a movilizarse. La gran mayoría quería ir a un bar
para continuar la fiesta y terminar en alguna discoteca cercana; otros optaron por retirarse a
sus casas para descansar. Liz estaba entre ellos. A pesar de las súplicas de su amiga para que
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se quedara, alegó no encontrarse demasiado bien debido al alcohol, excusa perfecta para
largarse a tiempo. Finalmente, consiguió convencer a Sue para que la dejara marchar, no sin
antes comprometerse a ir a la excursión que varios de los presentes harían a la montaña el
próximo fin de semana.
- Es una promesa, luego no me pongas excusas…
- Que sí, iré, de verdad… Anda, vete ya que sino se van a ir sin ti.
- ¡Genial! Por cierto, la semana que viene duermo en casa de mi padre, así que ya nos
vemos el sábado que viene.
Y tras despedirse, Sue se fue con el resto de la gente y Liz se encaminó hacia la estación.
El tren tardó unos diez minutos en llegar. No había casi gente en su interior. Ya era tarde
para las familias, pero temprano aún para que los jóvenes regresaran a casa.
Liz buscó un asiento y, apoyándose contra el cristal, cerró los ojos. Todavía le quedaba más
de media hora de camino.
A pesar del tránsito de la gente en las diferentes estaciones, apenas se inmutó, totalmente
ensimismada en sus pensamientos. En su mente repasaba una y otra vez lo ocurrido en la cena.
¿Había sido producto del alcohol, del golpe o tal vez había sucedido de verdad?
Siempre le habían pasado cosas raras desde pequeña, pero esto se llevaba la palma de la
mano; jamás había llegado hasta el punto de tener alucinaciones… Y lo peor era que todo lo
sucedido le recordaba a ese molesto sueño que se repetía desde hacía semanas. Tal vez estaba
tan obsesionada que verdaderamente se lo había imaginado…
Cerró los ojos y, poco a poco, todo se fue disipando hasta quedar casi dormida.
Una leve melodía comenzó a sonar. Ya ni siquiera se sentía desconcertada al escucharla,
pues se había acostumbrado a ella, y también a aquella risa infantil que la acosaba desde las
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tinieblas. Abrió los ojos y vio que el vagón estaba completamente vacío, sin nadie alrededor.
Cogió aire, confundida, y de reojo, sin apenas moverse, echó una ojeada. Entonces algo la
dejó petrificada. En el cristal, justo enfrente, encontró su reflejo, pero no estaba sola; justo
detrás de ella se hallaba la imagen de una muchacha vestida de blanco inmaculado. “Te
encontré” escuchó en su cabeza.
Se levantó de un salto y, acalorada, se giró violentamente; pero, para su sorpresa, no
descubrió más que a una pareja besuqueándose. Miró de nuevo hacia el cristal, pero ya no vio
nada anómalo, sólo el reflejo de las personas que se encontraban en el vagón, dejando éste de
estar vacío.
“Maldición” pensó cubriéndose el rostro con las manos, “me estoy volviendo loca…”.
El tren se detuvo y Liz bajó disparada, no sin antes echar un último vistazo atrás. Desde el
andén, mientras observaba al tren alejarse, decidió no darle más vueltas al asunto y volver a
casa. Recordó lo que su abuela solía decir, que las cosas nunca son casuales, mas todo pasa
por una razón, aunque a veces no la sepamos. Sin embargo, todo parecía tan irreal que
probablemente no fuera más que producto de su falta de sueño. Además, tenía cosas más
importantes en las que pensar. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y, aunque
tuviera la ventaja de tener una memoria asombrosa, seguía necesitando estudiar; y eso era lo
que tenía pensado hacer durante las próximas semanas.
Una vez en su casa, a pesar de lo tarde que era, encontró a su padre y su hermano en el
salón viendo la televisión.
Subió directamente a su habitación. Necesitaba una ducha cuanto antes. Cuando terminó,
bajó con la toalla amarrada al pelo y encontró a Miki pegado al televisor viendo un programa
deportivo. Siempre decía que de mayor se convertiría en un atleta profesional; le encantaban
23
todo tipo de deportes y, además, se le daban bien. Incluso le habían nombrado capitán del
equipo de atletismo y siempre participaba en los torneos del instituto, cosa de la que disfrutaba
presumiendo delante de sus amigos.
Liz le dio las buenas noches y subió a su cuarto. Al llegar, encendió la lámpara de la
mesilla de noche junto a su cama y cogió el libro del cajón. Era una novela histórica sobre la
Edad Media. La lectura era una de sus pasiones y se podía pasar horas y horas leyendo sin ser
consciente del tiempo. En su estantería tenía miles de libros: de psicología, de sociología,
novelas de suspense, fantásticas, históricas, comics… de todo un poco.
El tiempo fue pasando hasta que notó como los párpados se le cerraban de cuando en
cuando. Cerró su libro, lo dejó de vuelta en su sitio, apagó la luz y se acostó. Apenas tardó
unos segundos en dormirse.
La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser intuida en aquel lugar. Ni luz, ni
formas, sin sonido o sensación alguna…nada. De pronto una dulce y delicada melodía
comenzó a sonar, acompañada de la risa risueña de una muchacha a su espalda. Se giró y vio a
una joven vestida de blanco hasta los pies. Sus cabellos le caían largos hasta los pies, de un
color blanco casi artificial. A los lados, dos orejas puntiagudas sobresalían de entre su pelo, y
su tez era casi tan clara como el vestido que la cubría. En su rostro se podían ver dos enormes
ojos de un color azulado casi transparente que la miraban fijamente, brillantes en mitad de la
oscuridad. La muchacha sonrió.
- Por fin te he encontrado – de su boca emanaba una dulce y melodiosa voz.
Extendió los brazos en perpendicular a su cuerpo, en dirección a Liz.
- Ven a mí…hija de Lilith…
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En ese momento, de su espalda, surgió una cegadora luz dorada que las engulló de golpe.
Liz se levantó de un salto tan grande que acabó tirada en mitad de su habitación, de cara al
suelo. Se giró y miró al techo.
- Tengo que comprar una cama más grande… - se dijo mientras se cubría la cabeza con
el brazo.
A pesar de ser consciente de que todo había sido un sueño, todavía podía oír la melodía en
sus oídos. Estaba completamente segura de que la chica de sus sueños era la misma que se le
había aparecido en el restaurante y en el tren. Ahora sabía que no era una coincidencia ni una
ilusión. Todo estaba conectado: el extraño sueño que no paraba de repetirse, la melodía, la
chica…, pero aún desconocía el motivo de todo lo que estaba ocurriendo ni la razón por la que
ella se encontraba implicada.
¿Qué significaba aquel sueño? ¿Quién era aquella muchacha que la buscaba? ¿De dónde
venía esa melodía que le resultaba tan familiar? y ¿qué demonios tenía que ver ella en todo ese
embrollo? Fuera lo que fuese, algo le decía que no tardaría mucho tiempo en descubrirlo.
Se levantó del suelo, se metió en la cama y cerró los ojos. Había algo que la perturbaba más
que cualquier otra cosa…
- Hija de Lilith… ¿qué significará…? - sabía que había escuchado ese nombre antes,
pero no lograba recordar donde…
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LA EXCURSIÓN
El despertador sonó y Liz abrió los ojos. Todavía en la cama, miró hacia la ventana. A
pesar de la temprana hora, el sol brillaba a través de las cortinas. “Perfecto” pensó. Había
llegado el gran día. La excursión a la montaña.
Se levantó dispuesta a arreglarse. La verdad es que a pesar de haber superado el encuentro
del restaurante, aún se ponía algo nerviosa al pensar en volver a ver a sus compañeros.
Pasarían el día entero en la montaña, y si algo salía mal, no tendría escapatoria alguna. Sin
embargo, a su favor jugaba el hecho de que, desde la noche de la cena, no hubiera vuelto a
tener sueños extraños, cosa que no sabía si la aliviaba o la preocupaba más. Pero por lo menos
había conseguido dormir como dios manda durante un par de días y se sentía llena de energía.
Al ser sábado, todo el mundo seguiría durmiendo en la casa, así que intentó hacer el menor
ruido posible para no despertar a nadie.
Organizó su mochila y su riñonera, preparó la ropa: unos vaqueros cortos y una camiseta
sin mangas; y se dirigió a la ducha. Cuando terminó, se vistió, se recogió el pelo en dos
coletas, agarró sus cosas y, en silencio, bajó a la cocina para comer algo rápido. Cuál fue su
sorpresa al encontrar a su madre preparando el desayuno en la cocina.
- ¿Mamá? – preguntó extrañada - ¿qué haces despierta a estas horas?
- Buenos días, corazón. Como tienes la excursión, me he levantado prontito para
prepararte el desayuno. Necesitarás comer bien para coger fuerzas, que la montaña cansa
mucho.
Liz sonrió. A pesar de su edad, su madre la seguía tratando como una niña pequeña, y
aunque en la adolescencia era algo que no le hacía demasiada gracia, ahora le resultaba
entrañable y hasta le gustaba que de vez en cuando siguiera teniendo ese tipo de detalles.
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Se sentó en la mesa y disfrutó del delicioso aunque desmesurado desayuno junto a ella.
- Cariño, ¿puedo preguntarte algo?
- Claro.
- No sé, tal vez sean imaginaciones mías, pero… te noto algo rara desde hace un
tiempo… ¿va todo bien?
- Vaya… - se sorprendió. No esperaba que, con el poco tiempo que se habían visto, su
madre hubiera notado nada. Y es que las madres parecen tener un sexto sentido y conocen
tanto a sus hijos que hasta da miedo… - ¿tanto se me nota? - su madre sonrió.
- Soy tu madre ¿recuerdas? Las madres nos damos cuenta de todo.
- Tranquila mamá, no es nada. Es sólo que estos últimos días han sido un poco…
extraños.
- ¿Extraños? – repitió su madre - ¿del tipo…?
- Del tipo “hija rarita”.
- Uf…menos mal…- suspiró aliviada – ya creía que te rondaba algún chico por ahí.
- ¡Mamá! – gruñó.
- ¿Por qué no? Ya tienes edad.
- No sé cuál de las dos cosas enfadaría más a papá. Que el bicho raro de su hija tuviera
otro de sus episodios paranormales, o que por fin hubiera decidido sentar la cabeza y me
echara novio.
- Cariño, tú no eres ningún bicho raro – su madre se puso muy seria – eres especial,
como lo era tu abuela. Sólo desearía que tu padre también lo viera así – Liz sonrío de manera
apagada.
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En efecto, Liz era como su abuela materna, y no sólo al parecer en el aspecto físico. Su
yaya había sido una gran vidente en su juventud, famosa en la ciudad entera, y a ella habían
acudido importantes personas en busca de consejo y de ayuda.
Tenía pocos recuerdos de ella y, por desgracia, con el tiempo se habían vuelto cada vez
más borrosos, pues murió cuando apenas tenía cinco años; aún con todo, recordaba que
estaban muy unidas cuando era niña.
Su madre siempre le contaba historias sobre su vida; sin embargo, a medida que se iba
haciendo mayor, notaba como a su padre no le gustaba demasiado oír su nombre, volviéndose
un tema delicado de tratar.
A pesar de ello, su madre se enorgullecía de su sangre. Decía que en su familia siempre
había habido gente con “habilidades especiales”, y Liz había sido bendecida con esa herencia.
Se sentía muy orgullosa de su hija, pues, por desgracia, decía, ella siempre había sido
“normal”. Aunque para Liz era bastante diferente.
Para la gente ella era “rara”, y a nadie le gusta lo raro. Recordaba haber pasado momentos
muy difíciles desde pequeña por ello. Y en gran medida era por eso por lo que tenía pocos
amigos, aunque era feliz así. A pesar de que de chiquita era muy abierta y risueña, con el
tiempo se había vuelto muy reservada, y la experiencia le había enseñado a no compartir con
la gente demasiadas cosas, excepto con su madre y Sue, que eran las únicas personas en las
que confiaba; y aún así no le gustaba entrar en detalles, por más que ambas intentaran
sonsacarle el máximo posible de información.
- No creo que se me pueda comparar con la abuelita… ella sí que era especial – musitó
con tristeza.
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- Sí que lo era, pero no creas que tú eres muy distinta. La diferencia está en que,
mientras que ella se esforzó desde niña en desarrollar su potencial, tú huyes y te avergüenzas.
- Yo no me avergüenzo, mamá… de verdad… es sólo que… - guardó silencio.
- Lo sé… - su madre acarició su mejilla – lo sé… la gente teme lo que no entiende y se
aleja de lo que es diferente… Pero recuerda que tienes a tu lado a gente que te quiere y que
siempre te apoyará, incluso tu hermano y tu padre lo harían, se mueren por ti.
- Gracias mami – sonrió – siempre consigues que me sienta mejor.
- Es el trabajo de las madres, además de hacer el desayuno – rió mientras la abrazaba -
venga, anda, vete ya que vas a llegar tarde y tus amigos se enfadarán. Ya me contarás cuando
vuelvas más detalles ¿vale? – en ese momento apareció Miki por la puerta seguido de su padre.
- Vaya, vaya, momento pasteloso, ¡esperad que me uno! - atravesó la cocina de un
brinco y saltó sobre su madre y su hermana, uniéndose al abrazo.
- ¿Nos hemos perdido algo? – dijo su padre todavía legañoso.
- Pero bueno, ¿es que no pueden una madre y una hija abrazarse sin motivo? – le guiñó
un ojo a Liz.
Apartó a Miki y fue a calentar el café. Éste se sentó y empezó a engullir la comida de la
mesa. Su padre ocupó su lugar de costumbre, aún adormilado.
- Ya podrías tú dar más abrazos a tus hijos de vez en cuando – le recriminó su mujer.
El padre de Liz levantó la mirada por encima del periódico con expresión de extrañeza. Liz
sonrió mientras recogía su plato de la mesa y lo llevaba al fregadero.
Cogió su mochila, metió la comida que le había preparado su madre para el día, se la colgó
de la espalda y se dispuso a salir. Se giró para despedirse de todos y, de pronto, un escalofrío
recorrió todo su cuerpo, dejándola paralizada y acelerándole el corazón.
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- ¿Cariño, estás bien? – preguntó su madre.
La joven reaccionó instantáneamente.
- Sí, sí, estoy bien. Se me olvidaba la fruta.
Meneó la cabeza efusivamente para despejarse y se acercó a su hermano. Con su mano le
alboroto el pelo, a lo que éste se quejó de mala manera. Después se acercó a su padre y le besó
en la frente mientras este leía el periódico sin inmutarse. Por último, se abrazó a su madre y le
besó la mejilla, dejando escapar un silencioso “te quiero”.
- Yo también – respondió – que tengas un buen día. Pásalo bien con todos tus amigos,
cariño.
Cogió una manzana que había en el cesto y se dispuso a salir. Ya en la puerta, se volvió
una última vez. No sabía porque pero tenía la sensación de que si salía de su casa no volvería
a verlos más. Dudó un instante, pero finalmente se decidió. “No son más que tonterías” pensó
sonriente, y prosiguió su camino hacia la estación.
Hacía un día estupendo. El sol brillaba alto en la mañana y, aunque aún era temprano, ya se
notaba el calor. Con razón había en las calles más gente de la esperada.
No tuvo que aguardar mucho para coger el tren hacia el centro. Habían acordado
encontrarse todos allí para salir juntos en los coches hacia la montaña.
Se sentó, se puso los cascos y descansó durante el viaje. Cuando llegó, se encontró con que
casi todos sus amigos ya habían llegado, sorprendiéndose de nuevo de ver a mucha más gente
de la esperada allí reunida, casi los mismos que fueron a la cena, a excepción de Sue, que,
como siempre, llegaba tarde…
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Por fin apareció, sofocada por la carrera y pidiendo mil disculpas, y tras los
correspondientes saludos, emprendieron la marcha, dividiéndose en grupos de cinco para los
coches. Liz iría en el de Yoyo con Sue, Alexa y Chris. Ambos habían coincidido con ella en
los últimos años de instituto y, aunque nunca habían llegado a intimar demasiado, se llevaban
bien.
Chris era callado, pero muy agradable y amable con la gente, y Alexa…, con que la
escuchases sin añadir palabra, asintiendo de vez en cuando, era feliz.
Había sido Sue quien hiciera de celestina entre ellos en el instituto, siguiendo juntos desde
entonces. Su amiga siempre decía que eran la pareja perfecta y, a decir verdad, se parecían
hasta en el físico. Casualidades de la vida, los dos habían coincidido también en la misma
clase en la facultad de teleco, por lo que estaban siempre juntos. A veces hasta daba miedo lo
unidos que estaban…
Durante el trayecto, Alexa no paró de hablar de lo muchísimo que le gustaba su carrera. Y
no sólo eso, decía que adoraba su facultad, a sus compañeros, sus profesores, el temario…,
incluso decía que la cafetería y la biblioteca eran las mejores de todo el campus. Después
empezó a relatar de cabo a rabo toda su historia con su adoradísimo novio. Por su parte, Chris,
sentado en el asiento del copiloto, hablaba con Yoyo sobre deportes y coches. Ambos jugaban
juntos en el equipo de baloncesto del barrio desde el instituto y eran muy amigos.
Por un lado, Sue y Alexa estaban completamente metidas en su conversación, y por el otro,
Chris y Yoyo discutían sobre quien había sido el mejor jugador de la temporada o cual era el
mejor de los motores de hoy en día. Liz miraba por la ventanilla el paisaje que les rodeaba en
su camino a la montaña. No sabía por qué, pero aquel día la vista le pareció más hermosa que
nunca, y una sensación extraña, mezcla entre inquietud y nostalgia, la invadió.
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Al cabo de casi una hora, ya pasado el mediodía, llegaron a su destino: un parque natural
en la montaña al que decenas de personas acudían cada día, incrementado su número al llegar
el fin de semana. Allí se podían realizar diversas actividades como ciclismo, senderismo,
equitación, escalada…, o simplemente pasear disfrutando del aire fresco. Mucha gente
almorzaba para luego bañarse en las piscinas naturales si el tiempo acompañaba.
Al ser sábado, el parking estaba abarrotado de coches, aunque no les importó demasiado,
pues sólo las familias solían quedarse por la zona baja de la montaña, donde había llanos y
parrillas para hacer barbacoas; además había algunas pozas pequeñas no profundas, ideales
para los niños y la gente mayor.
Los jóvenes prefirieron dirigirse una zona más elevada y menos concurrida, aunque por
desgracia no podían acceder con los coches, y una vez pasado el tercer parking, los únicos
vehículos permitidos en la reserva eran bicicletas y los coches de los guardas forestales.
Para su sorpresa, el último aparcamiento disponible estaba casi al completo y tuvieron que
dar varias vueltas y esperar un buen rato antes de lograr aparcar. Los fines de semana el lugar
se llenaba de domingueros con sus tumbonas, sus parrillas y sus críos correteando y gritando
por doquier. Cuando eres niño, esperas ansioso a que tus padres te lleven a pasar el día al
campo, pero a medida que creces la visión se hace más embarazosa, sobre todo en verano,
cuando ves al papá de turno con las chancletas, el bañador y la gorrita, colocando las sillas y
la sobrilla, pretendiendo estar en la playa, embadurnando a los niños de crema y comiendo un
bocata de tortilla… Sin comentarios…
Pero el grupo no iba en ese plan, ellos tenían pensado algo bastante diferente. Se dirigían
más arriba, a un lugar que pocos conocían, lejos del ruido y de la gente.
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Tras aparcar, cogieron sus bártulos y emprendieron la marcha a pie. Todavía les quedaba
un largo camino que recorren.
El sitio en cuestión era un pequeño claro en el lado norte de la montaña, a medio camino de
la cima. Para llegar a él, debían seguir la vía principal y luego desviarse por uno de los
senderos hacia la derecha; después coger la senda central y avanzar hasta encontrar un nuevo
desvío. El recorrido era bastante abrupto y sabían a ciencia cierta que no encontrarían allí a
ninguna familia molesta. A veces habían coincidido con otros grupos de jóvenes, pero no les
importaba demasiado.
Anselmo, uno de los guardas ya jubilado, les había enseñado el lugar hacía años. El hombre
había pasado toda su vida en aquella montaña y conocía cada uno de sus rincones como la
palma de su mano.
El valle al que se dirigían era uno de los más hermosos de toda la montaña; entre los
pinares, había un pequeño claro con arbustos, musgo y flores, rodeado por piedras enormes, y
con una asombrosa vista desde la más alta, aunque había que tener cuidado ya que la caída era
mortal si resbalabas. Un pequeño riachuelo lo cruzaba, cubriéndolo de verde vegetación y
miles de insectos y animalillos varios. Era ciertamente un lugar precioso.
Según decía el viejo guardabosques, cerca de allí había una enorme cuerva, tan antigua
como la tierra misma, de la cual nadie sabe lo que había en su interior; las malas lenguas
decían que todo aquel que entra jamás salía. El guarda estaba seguro de que un dragón
habitaba sus profundidades y que el interior era un laberinto de túneles subterráneos lleno de
seres misteriosos de otro mundo… Chifladuras de un anciano.
Fuera como fuese, la cueva estaba cerrada desde hacía muchos años y pocos se atrevían a
internarse en ella. El ayuntamiento había tapiado con vigas de madera la entrada, colocando
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una enorme señal de “Prohibido el paso” hacía por lo menos unos diez años, después de que
un chaval desapareciera al meterse en ella. Fue una tragedia. Las investigaciones duraron
meses e incluso se mandó a un equipo de exploración, pero cada vez que intentaban
introducirse demasiado, algún accidente ocurría, por lo que al final se dieron por vencidos.
Salió hasta en los informativos. Nunca se encontró el cuerpo. Algunos decían que el chiquillo
se escapó de casa; otros, los lugareños más ancianos, que el dragón se lo había comido.
Sea como fuere, después de eso poca gente se acercaba al lugar y ya casi todos se habían
olvidado de su existencia.
Después de una larga caminata llegaron a su destino.
Sacaron todas las cosas de las mochilas y se pusieron manos a la obra con la barbacoa. Los
chicos decidieron deleitar a las chicas con sus dotes culinarias. Se enorgullecían por hacer un
par de hamburguesas, unas salchichas y unos chorizos en la parrilla; el calor de las brasas
debía de hacerles sentir más varoniles, “o chamuscarles las pocas neuronas que tenían”,
comentaba con malicia algunas de ellas entre risas.
Mandaron a las féminas a buscar piñas y ramitas para el fuego mientras que otro grupito se
encargaba de preparar la sangría, bebida que no podía faltar en un caluroso día en el campo.
Los más vagos cotorreaban en la mesa, bebiendo mientras esperaban la comida, poniendo
cualquier excusa barata para escaquearse.
Una vez estuvo todo listo, empezaron la gran fiesta.
Durante la comida todos charlaron alegremente en pandilla. Hubo recordatorios de
batallitas pasadas. Comentaron como se desmadraban hacía algunos años, en ese mismo lugar,
saltándosele a más de uno y una los colores. Hablaron sobre los años de instituto, sus antiguos
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profesores, mencionando a algunos con cariño y a otros con no tanto, e incluso salieron a
relucir secretos hasta entonces ocultos sobre antiguos compañeros presentes y no presentes.
Pero no sólo hablaron sobre el pasado, también se pusieron al día con respecto a cada uno
de ellos. ¡Cuánto habían pasado juntos y cómo habían crecido!
Liz se sorprendió al encontrarse bastante cómoda en aquella situación. Al parecer el tiempo
no sólo la había cambiado a ella.
Tenía que reconocer que sus últimos años de instituto no habían sido los mejores de su vida,
por no decir los peores. Sus compañeros siempre la habían considerado un bicho raro y sus
extrañas aficiones no habían sido muy bien recibidas. Por aquel entonces, Liz se interesaba
mucho por el esoterismo y la quiromancia. Leía libros sobre el poder de la mente y las artes
ocultas, aunque en el fondo nunca intentó practicar nada, simplemente sentía curiosidad por
ello. Al cumplir los trece empezó a tener sus primeros sueños extraños, o eso creía, pues antes
nunca se había parado a pensar en ello. Pero cuando comenzó a darse cuenta de que algunas
de las cosas que soñaban se hacían realidad, fue consciente de que no era como los demás.
Acompañada por Sue, visitó un par de grupos sobre brujería, en los que descubrió con gran
decepción que la mayoría de los componentes de aquellos círculos eran adolescentes
desquiciados con sus vidas, tratando de encontrar una manera de horrorizar a sus padres, o
chiflados buscando espíritus y ovnis; ninguno de ellos sabía en realidad lo que era tener una
experiencia paranormal excepto, claro, visitar el antiguo hospital psiquiátrico abandonado que
hay en todos los pueblos y que, curiosamente, están todos encantados y los fantasmas de los
pacientes se dedican a encender y apagar luces para entretener a los chavales que llevan a sus
novias para aterrarlas y reírse un rato.
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Pero sin duda alguna, los grupos de tarot eran los peores. Amas de casa aburridas, reunidas
para despotricar sin parar contra sus maridos y todo el que se les antojase, intentando “leer” lo
que las cartas les querían comunicar sobre la vecina de enfrente… Poco convincente, la
verdad. Una excusa más para pasar el tiempo.
Al final decidió rendirse en su empeño y dedicarse a la vida de estudiante, pero ya era
demasiado tarde; tenía la marca de “rara” escrita en la frente. A parte de Sue y Yoyo, apenas
se relacionaba con sus compañeros. Lo bueno sobre aquella situación fue que se pudo dar casi
enteramente a sus estudios, sacando unas notas brillantes, pero perdiendo así aún más puntos
con sus compañeros de clase.
Pero hoy era diferente y, al parecer, sus antiguos compañeros debían de notarlo porque la
trataban con total naturalidad e incluso bromeando sobre aquellos “tiempos oscuros”. Gracias
a dios nadie comentó su episodio en la cena, tragándose la historia del móvil y el alcohol.
Tras una abundante comilona se dio paso a la sangría y las bebidas más fuertes, y pasadas
un par de rondas, las conversaciones empezaron a subir de tono. Comenzaron a aflorar las
intimidades mejor guardadas de muchos. Sentimientos pasados guardados durante tantos años,
rumores corroborados o desmentidos, jugarretas ocultas, relaciones secretas… Es
impresionante como el alcohol es capaz de obrar tales milagros.
Liz decidió abstenerse de beber ese día, ya había tenido bastante la noche de la cena;
deseaba tener la fiesta en paz.
Cuando el panorama se fue calentando, o enfriando, según se mire, pequeños grupos se
fueron desperdigando por todo el espacio. Varias parejas se esfumaron para “intimar”. No
obstante, la mayoría se había reunido en lo alto de la roca del barranco para seguir charlando
mientras disfrutaban de las vistas, incluida Liz.
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Le extrañó no ver ni a Sue ni a Yoyo entre el grupo. Oteó los alrededores, pero tampoco los
encontró. ¿Dónde se habían metido?
Fue entonces cuando ocurrió algo que jamás se hubiera imaginado capaz de suceder.
Ed, el entonces guaperas de la clase, apareció a su lado con tal cogorza que apenas podía
articular palabra.
- ¡Lizzy! Qué pasa guapa, ¿me puedo sentar? – Liz asintió con una media sonrisa algo
incómoda. No le hacía demasiada gracia, pero no quería estropear aquel día.
En el instituto Ed levantaba pasiones: metro ochenta de estatura, capitán del equipo de
futbol, rubio con ojos azules, sonrisa encantadora…, todo un Don Juan. Sin embargo, Liz
nunca lo había tragado. Representaba todo lo que odiaba en un chico. Era engreído, chulo,
miraba a la gente por encima del hombre, manipulaba a las chicas a su antojo, se reía de la
gente más débil… todo un regalito…
Pero la verdadera razón por la que no lo soportaba era que Ed había sido su monotema
durante años.
Sue y él salieron un par de veces y éste le puso los cuernos con una chica mayor delante de
sus narices. A la pobre le costó mucho superarlo y, a pesar de ser un auténtico imbécil, estuvo
colada por él casi tres años, durante los cuales Liz aguantó las lágrimas de su amiga día tras
día. Además, no sabía por qué razón, el tío siempre había aprovechado la mínima ocasión para
hacerle la vida imposible durante todo el instituto, y a él le debía su famoso mote “Lizzy
horrorizzy”, que acabó convirtiéndose sólo en “horrorizzy”. Si no hubiera sido por la
protección de Yoyo, lo habría pasado peor de lo que ya lo hacía. Pero éste siempre estaba allí
para defenderla y al final Ed dejó de meterse con ella.
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Fue por aquel entonces cuando Liz se colgó por su amigo, aunque para su desilusión el
sentimiento no era mutuo. Aún recordaba con vergüenza aquella tarde a los dieciséis cuando
Yoyo la llamó para quedar los dos a solas. La pobre estaba como un flan; nunca antes habían
quedado sin Sue y pensó que tal vez… Pero cuán grande fue su decepción cuando, después de
haberse puesto el mejor vestido de su armario, e incluso su madre la ayudara a ponerse algo de
maquillaje, el muchacho le confesó que estaba loquito por Sue desde hacía años. Fue un golpe
muy duro para ella. Se pasó el fin de semana encerrada en su habitación, llorando como una
magdalena; pero después de desahogarse, volvió a ser la misma de siempre y, a pesar de que
al principio le costó un tiempo, acabó por acostumbrarse a la situación y todo volvió a la
normalidad entre los tres.
En ese momento Ed la sacó de sus recuerdos.
- Lizzy – llamó Ed – te puedo llamar Lizzy, ¿no? Hay confianza
- Claro… - musitó mientras que en su cabeza gritaba “¡no, capullo, ni de coña!”
- Te vi el otro día en la cena y ¡caray! me sorprendí. La verdad es que desde entonces no
puedo quitarte el ojo de encima – sonrió de una manera que no le gustó ni un pelo - he de
decir que siempre pensé que tenías algo especial… no sé, debajo de esa actitud marginal y esa
fachada de rarita, siempre pensé que eras de las más guapas del insti ¿sabes?
- Hm… - Liz no podía con aquello; lo último que esperaba era ver a ese payaso
tirándole los tejos.
- En fin, que lo que quiero decir es que los días de instituto ya pasaron y… no sé, tú
pareces diferente y… a lo mejor nos podríamos dar la oportunidad de conocernos más a
fondo…- la joven enarcó una ceja sin dar crédito a lo que estaba sucediendo - tú ya me
entiendes… - con una repulsiva sonrisa colocó una mano sobre su pierna descubierta.
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Liz se levantó horrorizada y a punto estuvo de montar una escena, pero decidió controlarse
y optar por el camino fácil.
- Perdona – se excusó tratando de no perder la compostura - la llamada de la
naturaleza… ya sabes… demasiada sangría… - se alejó unos pasos, intentando reprimir las
ganas de abofetearlo.
- ¿Quieres que te acompañe? – sugirió con una lasciva sonrisa mientras agarraba su
muñeca.
- No, gracias – con la mano libre se liberó sutilmente - no creo que sea un buen
comienzo para nuestra “nueva” relación – dijo en tono sarcástico, esfumándose al instante.
Mientras bajaba de la roca algo apresurada se cruzó con Sue y Yoyo, y entendió entonces
por qué se habían ausentado. Sue estaba completamente pálida, señal de haber estado
vomitando hacía poco. Por mucho que se burlara de ella, era la peor bebedora; enseguida se le
subía el alcohol a la cabeza y siempre acababa tirada por las esquinas, por lo que Liz o Yoyo
acababan cuidándola llegado el momento. Eso sí, Sue era una de las personas más graciosas
que había cuando estaba borracha. Lo malo era que a veces se excedía con los chicos.
Liz notó en Yoyo algo raro cuando llegaron, figurándose que algo más aparte de vomitar
había pasado. Los saludó, preocupándose por su amiga, quien seguía todavía mareada y muy
borracha. Después se dirigió a Yoyo en tanto que Sue intentaba subir a la roca para reunirse
con el grupo.
- ¿Estás bien?
- Sí, ya sabes, Sue y sus pedos…
- No me refiero a eso, ¿ha pasado algo?
- ¿Por qué lo preguntas?
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- No sé…te veo raro…
- Esta Liz… - dijo sonriendo – no se te escapa una.
- Ya me conoces – rió - ¿y bien?
- Nada…ya te contaré con más calma otro día…
- ¿Me lo prometes?
- Te lo prometo – aseguró mientras abrazaba a su amiga. En ese momento Sue les
interrumpió.
- Vaya, que tenemos aquí. Primero me vienes diciendo cosas y luego te vas abrazando a
otras, muy bonito – Liz miró sorprendida a Sue y luego a Yoyo. Éste movió la cabeza hacia
los lados mientras suspiraba con los ojos en blanco.
- Anda borracha, basta de decir tonterías y deja que te ayude a subir que si no te veo en
el fondo del barranco rodando como una croqueta.
- ¿Cómo una croqueta? ¡¿Me estás llamando gorda?!
Y comenzaron a pelearse de nuevo.
Liz rió, intuyendo lo que había pasado, pero prefirió esperar a que Yoyo se lo contara antes
de sacar conclusiones, aunque sabía que en cuanto volviera Sue se le echaría encima y le
detallaría todo con pelos y señales.
Así, Liz se marchó en busca de un matorral lo suficientemente alejado de la gente como
para sentirse tranquila y a solas.
Cuando hubo terminado, se dispuso a volver al grupo, pero repentinamente una extraña
sensación la invadió. Sintió como si alguien la observara. Estaba segura de que no había nadie
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en la zona cuando llegó, aunque tal vez alguna de las parejas se había trasladado al lugar
mientras estaba distraída.
Miró a su alrededor, tratando de encontrar al o a los intrusos, pero no consiguió ver a nadie.
- ¿Hola? – esperó unos segundos - ¡hola! – pero no obtuvo respuesta - ¿hay alguien ahí?
Escuchó un crujido a su espalda y se volvió. De pronto, de entre los árboles, a uno de sus
laterales, apareció la figura de una persona. Liz se volvió sobresaltada para descubrir que allí,
junto a ella, totalmente ebrio, se encontraba Ed. Al parecer la había seguido. Suspiró aliviada,
aunque molesta de verlo.
- Menudo susto me has dado.
- ¡Eh! Qué pasa guapa. ¿Me echabas de menos?
- No particularmente - dijo de mal humor - ¿se puede saber qué haces aquí?
- Vigilar que no te pase nada – el aliento le apestaba a whisky.
- Ya te dije que no necesitaba compañía, gracias. Soy mayorcita para hacer pipi sola –
comenzó a andar, pero el joven la detuvo agarrándola del brazo.
- Vamos, no te vayas, acabamos de empezar – y le acarició la cara.
“Genial” pensó, “ahora a aguantar a un borracho baboso”.
- Ed, estás muy borracho, ¿por qué no vamos con el resto y seguimos charlando? – Liz
tiró de su brazo para librarse, pero la tenía bien sujeta.
- ¿Charlar? Quien necesita charlar – se abalanzó sobre ella e intentó besarla.
Por suerte para Liz, no había bebido apenas, por lo que su coordinación, comparada con la
del muchacho, era muchísimo mejor.
- No gracias, esto no entra dentro de mis planes – lo apartó de un empujón y comenzó
correr en dirección a los árboles.
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Ed trató de perseguirla, pero al primer traspié cayó al suelo y, allí tirado, gritó su nombre,
haciendo eco en cada rincón de la montaña. Liz aceleró la carrera, perdiéndolo en la lejanía
mientras se internaba en el bosque como alma que lleva le diablo.
Al cabo de un rato volvió la mirada para asegurarse de que no la seguían, se detuvo y
cogió aire. “Capullo” dijo para sí misma mientras intentaba normalizar su respiración. Cuando
por fin se hubo calmado, miró a su alrededor.
- Genial… - estaba completamente perdida.
Sacó su teléfono móvil de la riñonera y miró la pantalla. “Estupendo, sin cobertura…”.
No tenía ni idea de cómo volver y lo peor es que temía encontrarse de nuevo con Ed en el
camino, aunque verlo lo tendría que ver de todas maneras. ¿Qué cara iba a poner? ¿Haría una
escenita o actuaría como si nada hubiera pasado? Probablemente optaría por la segunda
opción.
Sin tener muy claro qué camino tomar, decidió emprender la vuelta.
Cuando apenas había dado el primer paso, un escalofrío recorrió todo su cuerpo y la dejó
paralizada.
“Esto se está volviendo algo muy habitual últimamente” pensó.
Sintió como si todo su entorno la envolviera y su respiración se volvió pesada, tardando
unos segundos en reaccionar. Volvió a sentir aquella extraña sensación de estar siendo
observada, pero esta vez era diferente. Sabía que no encontraría a Ed allí.
Se llevó la mano al pecho, intentando normalizar su respiración, y oyó un ruido seco a su
espalda. Muy lentamente se giró, con el pulso a cien, sin saber que encontraría. Cuál fue su
sorpresa cuando vio una pequeña ardilla royendo una piña recién caída de uno de los pinos. El
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animal agarró su comida con los dientes y trepó por uno de los troncos. Liz lo miró mientras
suspiraba con alivio y sonrió.
Entonces una risa infantil resonó por todo el lugar. “Lo sabía…” conocía aquella
sensación. Ya la había tenido con anterioridad. Y también conocía aquella risa.
Al instante, otro crujido sonó a su espalda, y esta vez, cuando se volvió, no encontró
ningún animal silvestre, sino una figura de blanco que la miraba en la lejanía. Al instante echó
a correr entre los árboles cuesta arriba. Había llegado el momento. Ya no vacilaría más.
Salió disparada detrás de ella sin saber muy bien adónde se dirigía.
Apenas podía distinguir el recorrido a seguir más que por el crujir de las ramas y la risa de
la muchacha. Hubo un momento en el que se sintió totalmente perdida, rodeada de árboles, sin
saber siquiera si sería capaz de encontrar el camino de vuelta a sus amigos o si realmente
saldría de aquella espesura. A punto estuvo de darse por vencida, pero por fin pudo ver
delante de ella como los pinos se abrían, dando paso a un pequeño claro.
Nada más salir del bosque, se quedó sorprendida con lo que encontró. Allí, frente a ella,
había una enorme cueva con la entrada medio tapiada con vallas de madera y un enorme cartel
que decía “Prohibido el paso. Zona peligrosa”. Liz reconoció enseguida el lugar.
Siempre había pensado que el viejo se había inventado la historia de la cueva, pero ahora
acababa de comprobar que no era así. Era tal y como Anselmo lo había descrito.
Aún dentro de su asombro con aquella inesperada visión, se percató de que no había ni
rastro de la joven de blanco. Miró a su alrededor. Nada. A paso lento se acercó hacia la cueva
y la observó detenidamente.
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En verdad era una entrada enorme, toda tapiada, aunque el paso del tiempo había dejado
su huella y en uno de los laterales había un agujero lo suficientemente grande como para
permitir el paso a una persona de tamaño no muy grande.
Se detuvo frente al hueco y miró hacia el interior. Todo estaba oscuro y no podía distinguir
nada. De pronto oyó el ruido de pasos y aquella risa hizo eco allá dentro.
Se apartó, titubeante. Sabía que era peligroso entrar pero, por otra parte, podía ser la única
oportunidad que tuviera de desvelar aquel misterio. Entonces recordó algo que su abuela solía
decirle. “Cuando dudes entre seguir adelante o volver hacia atrás, escoge siempre seguir el
camino, pues atrás ya sabes lo que te espera, mas lo que encuentres más allá es un misterio por
el que vale la pena arriesgarse”. Y sin pensárselo dos veces, dejó en la entrada el jersey que
llevaba atado a la cintura, apartó con el brazo una de las vigas y se internó en la cueva.
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EL VIAJE
La oscuridad era absoluta. Ni una sola forma podía ser apreciada en aquel lugar.
Apenas sí podía intuir su propia silueta y lo único que escuchaba era el sonido de su
respiración y sus pasos. Estaba totalmente desorientada, y se lamentó por no llevar una
linterna en la riñonera. La tenue luz de la pantalla del móvil era lo único que le permitía no
chocarse con las paredes.
El ambiente era húmedo y pesado, y cuanto más se internaba, más costoso le resultaba
respirar. Podía oír el sonido de gotas cayendo de alguna parte, pero no llegaba a acertar de
donde provenía.
Había andado por el interior de la gruta durante un buen rato y todavía no había
encontrado nada a su paso.
Al cabo de un rato se arrepintió enormemente de su decisión.
Hacía rato que no oía nada y no sabía adónde le llevaría aquel camino ni si serviría de
algo; además, había llegado a un punto muerto sin posibilidad de seguir avanzando sin
despeñarse. Y entonces ocurrió la tragedia.
Si no hubiera estado en silencio, su teléfono la habría avisado hacía rato mediante pitidos
y habría sido consciente de que la batería se estaba agotando, lo que finalmente ocurrió en
mitad de la cueva, dejándola de nuevo en la más absoluta oscuridad. “¿Por qué demonios no
lo puse a cargar por la noche?” se lamentó.
Iba a dar la vuelta y volver con sus amigos cuando de pronto un fuerte viento la empujó
hacia delante, escurriéndose, y cayéndose hacia una inesperada pendiente. Intentó agarrarse al
suelo o cualquier cosa que encontrara a su paso, pero fue inútil, el camino era tan resbaladizo
que no consiguió frenar su caída.
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Mientras se precipitaba por la rampa, la velocidad aumentaba más y más, y recordó la
historia sobre aquel chiquillo que desapareció hacía diez años. Ya se imaginaba los titulares:
“La historia se repite…” Vio las caras de su familia y amigos, destrozados por la pérdida. ¡En
qué momento se le había ocurrido meterse en esa condenada cueva!
La caída duró apenas unos segundos, pero le parecieron horas.
Con unos cuantos rasguños y de seguro moretones de regalo, dejó de patinar por aquel
tobogán natural para acabar haciendo caída libre, dando a parar una especie de lago.
Se hundió casi hasta el fondo y le costó bastante patalear de nuevo hacia la superficie.
Cuando logró salir, distinguió la orilla y, a duras penas, nadó hasta ella. Una vez fuera se dejó
caer de espaldas sobre el césped, intentando recobrar el aliento casi perdido en su odisea.
Tras recuperarse, se sentó y observó boquiabierta el lugar en el que se encontraba.
Estaba rodeada por paredes de piedra que llegaban bien alto, hasta alcanzar varios cientos
de metros de altura, formando en el centro un hueco por el que se veía el claro y soleado cielo
y pájaros volando en las alturas. En los laterales había salientes con algún que otro árbol y
plantas que se dejaban caer colgando de aquellas terrazas naturales. También observó lo que
parecían grutas de la montaña que desembocaban en el inmenso agujero. Varios chorros de
agua surgían de algunas de ellas, creando el lago que cubría casi toda la superficie, y una
preciosa cascada emanaba de uno de los laterales, siendo ésta por la que creía haber caído ella.
En ese momento se encontraba en uno de los pocos pedazos de tierra que emergían del
agua, de varios metros de ancho, cubierto de césped y musgo, y con algunos árboles; y justo
en mitad de la laguna se erigía un islote, más grande que el resto, invadido de hierba y con un
sólo árbol, inmenso, en el centro. Parecía que tuviera cientos de años por el grosor del tronco
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y el descomunal tamaño de la copa, que cubría casi el islote entero con sus serpenteantes
ramas.
No podía creer que semejante lugar de hallara en aquella montaña, y menos aún que nadie
lo hubiera descubierto antes.
Pudo distinguir diferentes animalillos poblando el lugar, pero había algo raro en ellos;
había muchos que jamás había visto antes, como libélulas de brillantes colores y ranas
exóticas que jamás podrían vivir en ese clima. Aquel paraíso no encajaba en esa montaña,
pues no sólo la fauna sino también la flora eran diferentes a los pinos y arbustos de la ladera
circundante. Era como si alguien hubiera arrancado un trozo de tierra y en su lugar hubiera
puesto aquel paraíso exótico allí a propósito.
Estaba tan maravillada con aquella visión que le costó reparar en algo que no formaba parte
del entorno, aparte de ella, claro.
Allí, en la orilla del islote, una figura vestida de blanco permanecía inmóvil, observándola.
No tenía duda alguna acerca de la identidad de la joven; se trataba de la misma que había visto
en el restaurante, después en el tren y también en sus sueños. Todo en ella la delataba: sus
ropajes, su solemnidad, sus cabellos, casi albinos, brillantes bajo el sol, reflejándose en el agua
como destellos de luz; esas puntiagudas orejas que sobresalían, inhumanas, y sus casi
cristalinos ojos, ojos que la escrutaban impasibles, tratando de penetrar en lo más profundo de
su alma.
Pero algo había cambiado. Ya no sonreía, sino al contrario, la miraba fijamente con una
seriedad heladora.
De pronto se percató que todo estaba en calma, tanto que ya no oía el ruido de los pájaros
ni los insectos, reinando un inquietante silencio.
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Una suave brisa comenzó a soplar, procedente del islote, meciendo la hierba al compás de
su baile, al igual que lo hacían sus cabellos. Duró apenas un instante, dando paso a un silencio
aún más profundo. Sabía que esta vez la joven no desaparecería. Por fin había llegado el
momento que tanto había esperado.
- ¿Quién eres? – preguntó Liz sin obtener respuesta - ¿qué quieres?
La muchacha permanecía inmutable en su lugar.
- ¡Aquí estoy! Sé que me has estado buscando… pues bien, ¡aquí me tienes! ¿Cómo
puedo ayudarte? – gritó desesperada.
Pero la joven permaneció en mutis, sin apartar su mirada de ella. Liz se sentía un poco
intimidada, pero no se acobardó. Avanzó hasta situarse en el borde de la orilla.
- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué me persigues? – agachó la cabeza ante el
continuo silencio de la extraña de blanco - ¿qué es lo que buscas…?
- Lo que busco… - de nuevo la brisa comenzó a soplar – en verdad busco algo… - Liz
subió la mirada sorprendida.
- ¿Qué buscas? ¿Eres… un espíritu? – había visto en las películas que había gente que
los veía, tal vez ella… - ¿acaso quieres que le comunique algo a tu familia?
- ¿Un espíritu? – murmuró la joven extrañada, al tiempo que negaba con la cabeza –
no… no es eso…
- Entonces ¿quién eres? ¿Por qué me has llamado?
- Llevo mucho tiempo buscando… mucho… - su mirada pareció perderse en la lejanía
de sus recuerdos – esperando a que alguien oyera mi llamada… a que alguien acudiera en mi
auxilio… - miró a Liz y sonrió – tú respondiste… a ti fue a quien encontré – su rostro se tornó
serio de nuevo – yo sé lo que busco, pero ¿y tú? ¿Qué buscas?
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- ¿Yo? ¿Qué busco? Yo no… - recapacitó un instante.
En el fondo entendía lo que intentaba decirle.
Buscaba algo, si no fuera así jamás se habría internado en aquella cueva alejada de la
mano de dios, dejando atrás a sus amigos y arriesgando su vida.
- Lo que yo busco… Busco respuestas…
- Yo no puedo darte esas respuestas, pero sí puedo ayudarte a encontrarlas. La cuestión
es si tú estás dispuesta a enfrentarte a ellas, a seguir el camino que se te ha marcado.
Se quedó en silencio, meditando la decisión que tomaría. Sabía que una vez eligiera, ya no
podría retroceder. Volvió a recordar las palabras de su abuela y su indecisión se esfumó.
“Adelante, Liz, adelante” pensó.
Cuando por fin se sintió preparada para responder, avanzó unos pasos, pero antes de que
abriera siquiera la boca, la joven la interrumpió.
- Una vez decidas, no habrá vuelta atrás… Tu vida y todo lo que conoces cambiará por
completo… ¿Estás dispuesta a correr el riesgo?
Sin titubeo alguno asintió, sin apartar su mirada; en sus ojos se apreciaba su fuerte
voluntad. Ya no tenía miedo ni dudas. Si ese era el destino que la esperaba, caminaría hacia el
frente sin vacilar.
- Muy bien… - susurró – que así sea… - y en su rostro se dibujó una sonrisa de
satisfacción.
La brisa que antes soplara suave y dócil, se hizo cada vez más intensa, agitando las aguas y
las hojas de los árboles a su paso de un lado a otro. Liz permaneció impasible en donde se
encontraba, sin apartar la mirada de la muchacha de blanco. Ésta extendió los brazos en su
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dirección y Liz comenzó a avanzar. Cuando llegó a la orilla, se internó sin inmutarse en la fría
agua y continuó la marcha.
El viento cada vez soplaba más potente y le resultaba difícil proseguir; además, el agua
empapaba su cara e incluso tragó más de lo deseado, pero eso no la impidió seguir adelante.
Estaba poseída por una inmensa determinación.
Cada vez se encontraba más cerca del islote y, cuando estaba a casi medio camino, el
viento comenzó a soplar con gran violencia, transformando las plácidas aguas del laguito en
un feroz oleaje digno de los océanos.
Toda la decisión que la empujaba a seguir se esfumó en un instante, como traída de vuelta a
la realidad, siendo consciente de la situación en la que se encontraba e invadiéndola el terror.
Se vio en mitad de lo que parecían más los rápidos de un río que la tranquila laguna. La
tierra firme se le antojó tan lejana que pensó que moriría ahogada, y durante unos
interminables minutos luchó por no ser engullida. Miró hacia el islote, en busca de la
muchacha para pedirle ayuda, pero para su sorpresa ésta había desaparecido. Mientras peleaba
por mantenerse a flote, la buscó desesperadamente por todo el lugar, pero no había ni rastro de
ella.
Decidió nadar con todas sus fuerzas de vuelta a tierra firme, pero la marejada era
demasiado violenta y apenas conseguía avanzar. Aunque las fuerzas la iban abandonando
poco a poco, la idea de encontrarse más cerca de la superficie la hacía continuar, y cuando le
quedaban apenas unos metros para llegar, creyéndose por fin fuera de peligro y casi tocando la
hierba, una fuerza descomunal comenzó a tirar de ella hacia el interior del lago.
Se volvió y observó horrorizada como un enorme remolino se iba formando en el centro de
la laguna junto al islote, succionando todo a su alrededor. Pataleó desesperadamente hacia la
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orilla intentando evitar ser arrastrada, pero por más que nadara, se encontraba más y más lejos
del borde.
Como surgido de la nada, algo golpeó su brazo, dejando salir un chorro de sangre de la
herida, que se mezcló con el torrente. A pesar del dolor, sacó las últimas fuerzas que le
quedaban y pateó el agua como si le fuera la vida en ello, lo cual era cierto, tratando de
alcanzar la orilla; sin embargo, la fuerza del remolino aumentó y la arrastró violentamente
hacia su interior.
Ya no le quedaba energía para luchar y sintió impotente cómo era engullida por aquellas
antes pacíficas aguas.
Poco a poco se fue sumergiendo hasta el fondo del lago de manera inevitable. Todo se fue
volviendo más y más sombrío y lo único que podía distinguir a su alrededor era el agua y su
propia sangre, emanando del brazo.
Ya no sentía nada. Sólo había oscuridad y apenas podía mantenerse consciente. Pronto se
desmayaría y ya ni siquiera podía mantener los párpados abierto, pero algo la hizo reaccionar,
obligándola a abrir los ojos con dificultad.
A lo lejos vio una diminuta luz dorada que se acercaba a ella, ¿o era ella la que se
acercaba? Al instante se encontró envuelta en aquel fulgor que salía de las profundidades de la
montaña, y entonces recordó su sueño, aquél que tantas veces se había repetido, y se dio
cuenta de que aquello que estaba viviendo era muy similar a lo que había estado visionando
durante tantas noches.
Cerró los ojos y en su cabeza escuchó la misma suave melodía, tan familiar ya, dejando que
la acunara en sus últimos momentos.
Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, escuchó la voz de la joven.
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- El portal se ha abierto… tu viaje comienza aquí… un viaje que cambiará tu vida y
decidirá el destino de todos… Espero impaciente nuestro próximo encuentro… Liz… hija de
Lilith…
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EL ENCUENTRO
El sol brillaba con gran intensidad en lo alto del cielo. Aunque en aquella región el clima
normalmente era cálido y gentil, esa mañana era especialmente bella; los campos relucían
frondosos y una alfombra multicolor de flores cubría la hermosa y fértil tierra, o por lo menos
lo que quedaba de ella, pues antaño el país entero había sido verde y próspero, siendo sus
cultivos famosos en el resto de reinos por su calidad.
Sin embargo, ahora sólo unos pocos pedazos de terreno estaban poblados por buenas gentes
y el suelo apenas daba frutos para abastecerlos. Hasta los animales habían abandonado gran
parte de la zona, refugiándose en las montañas o a las afueras del reino, por miedo a ser
devorados o peor, infectados.
Desde el principio de los tiempos la sombra había habitado la tierra, contagiando a todo
aquel que encontrase a su paso; por suerte, las regiones donde se asentaban los contagiados
eran limitadas y, de tanto en tanto, tras las cruzadas, las miles de criaturas envenenadas eran
reducidas al mínimo, comenzando así otro ciclo hasta la llegada de la siguiente batalla.
Por desgracia, los ancianos decían, algo salió mal en el último exterminio y, debido a ello,
la plaga no había sido mermada, expandiéndose a un ritmo vertiginoso por cada uno de los
reinos de Ádama. Los lugareños aseguraban que la próxima cruzada estaba cercana, aunque
eso a Rudra le importaba más bien poco.
Después de que su padre los abandonara cuando apenas era un chiquillo, se había hecho
cargo de su madre y su hermana pequeña. A pesar de ser una familia humilde, tenían todo lo
que necesitaban para sobrevivir. Vivían en el norte de la región, una de las pocas zonas
todavía libres de infesta, en una casita a medio camino de la montaña, cerca de un pequeño
poblado al pie del monte.
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Su madre cultivaba verduras en el huerto, que luego vendía en la aldea, conservando
algunas para uso propio; allá arriba los cultivos eran mejores, por lo que se vendían bien.
Además, Rudra bajaba todos los días al pueblo para trabajar y ganar algo más de dinero, con
lo que compraban carne fresca y ropajes.
Era un muchacho fuerte y trabajador, que sólo pensaba en darle lo mejor a su familia, claro
que con los tiempos que corrían, eso era algo bastante costoso. Ya apenas pasaban
comerciantes por la zona y la gente vivía con miedo de ser engullidos por la sombra y
convertidos en kinays.
Además de trabajar, Rudra acostumbraba a salir a la montaña a recoger frutos y setas, y a
cazar de vez en cuando, ya que con suerte, aunque no es que fuera un experto, se defendía con
la espada y los cuchillos; claro que sus presas no pasaban de ser conejos y alguna que otra
perdiz.
Pero lo que más le gustaba del monte era descansar plácidamente rodeado de flores y paz.
Hacía algunos años descubrió oculto entre los árboles un precioso valle que se extendía largo
hacia la cima, rodeado por el bosque. Le gustaba tumbarse sobre el césped y soñar con lugares
lejanos y aventuras sorprendentes, pues, a pesar de tener los pies en el suelo, seguía siendo un
joven soñador después de todo.
Ese día también tenía pensado visitar su campillo. A pesar de que la gente decía que algún
día la región entera sería devorada por la plaga, a él eso no era algo que le importase en
exceso; vivía el día a día, y lo único que le preocupaba era a lo que se pudiera enfrentar en ese
momento. De hecho, él creía que todas esas historias no eras más que habladurías y cuentos
para asustar a los niños y que no andarán por el campo de noche.
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Su jefe, un hombre que se guiaba por la lógica y no por la superstición, decía que la tierra
pasaba por tiempos difíciles, pero que eso iba por rachas, y que ya llegarían tiempos mejores.
No creía en los famosos kinays. Decía que hasta que no viera uno con sus propios ojos no lo
creería, y el muchacho compartía su opinión. A él sólo le preocupaba trabajar duro y disfrutar
de su familia y de su montaña.
Cuando llegó al valle oteó aliviado los alrededores y se dejó caer de espaldas sobre la verde
hierba mientras llenaba de ese aire tan puro sus pulmones. Cerró los ojos, dispuesto a echarse
una cabezadita, cuando de pronto un brillante rayo dorado cayó desde el cielo en mitad del
lugar, a varios metros de distancia de donde se encontraba. Se incorporó de un salto y se
cubrió los ojos ante aquella cegadora luz, que se desvaneció en apenas un instante.
Desconcertado, miró a su alrededor. Todo parecía normal, pero de refilón vio algo que
llamó su atención. Justo en el lugar donde el relámpago había caído pudo distinguir una
especie de bulto tendido sobre el césped. Desde donde se encontraba no acertaba a decir lo
que era. Podría ser una roca o un tronco caído tal vez, o incluso un animal herido o muerto por
el impacto de lo que fuera que fuese aquel fulgor. Por el tamaño podría ser un ciervo o un
potrillo, no sabría decir.
Lentamente se acercó y comprobó que era demasiado pequeño para ser un tronco; además
le pareció moverse. Una vez hubo estado lo suficientemente cerca, descubrió con asombro lo
que era y corrió a su encuentro.
Allí, justo delante de él, yacía una muchacha. Nunca antes la había visto por el lugar. Para
ser exactos, nunca antes había visto a nadie así en ningún lugar.
Su pelo era del color del sol y su piel pálida, totalmente diferente a las gentes del lugar,
cuya tez era de un tono tostado. Puede que no fuera de por allí. Había oído que los elfos eran
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de piel muy clara y tenían los cabellos de color blanco, pero nunca antes escuchó de criaturas
con un color anaranjado de pelo.
Y no sólo su aspecto llamaba la atención. Los ropajes que vestía eran de lo más raro que
había visto jamás. Llevaba una especie de calzones ajustados que sólo le tapaban la mitad del
muslo, dejando al aire el resto de las piernas llenas de arañazos y moretones, y que estaban
hechos de un material azulado bastante áspero y resistente. Su torso estaba cubierto por una
especie de camisa ajustadísima, cortada por la mitad, que sólo cubría hasta la cintura, dejando
al descubierto sus brazos, y en uno de ellos tenía un buen corte que parecía reciente. En sus
pies llevaba un calzado blanco de lo más extraño.
Se arrodilló frente a ella y colocó su mejilla a escasos centímetros de su nariz, tratando de
descubrir si aún respiraba. Con alivió comprobó que estaba viva y su respiración, aunque
pesada, era estable.
Sin pensarlo dos veces desgarró el bajo de su camisa y lo ató alrededor de su brazo,
tratando de cubrir el corte que tenía y detener así la hemorragia. Después se quedó
observándola durante un rato. No es que hubiera visto a demasiadas muchachas en su vida,
quitando las del pueblo y alguna más, pero estaba seguro que jamás había visto a nadie ni la
mitad de hermosa que aquella joven tendida sobre el césped.
De pronto sintió un cosquilleo en el estómago y se dio cuenta de que no podía parar de
mirarla. Suavemente acarició sus cabellos, preguntándose quién era y como habría llegado
hasta allí, y al tacto de su mano, la joven se movió, abrió los ojos y miró a su alrededor,
desorientada. Su mirada se encontró con la de Rudra, una mirada de un color esmeralda tan
profundo que al muchacho se le cortó la respiración, sin apenas poder articular palabra.
- Se… ¿se encuentra bien?
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Pero la joven volvió a perder el conocimiento al instante. Rudra no sabía qué hacer. Debía
volver a casa pronto, pero no parecía haber nadie por los alrededores y no podía dejarla allí
tirada.
Tras unos minutos de meditación, decidió que llevarla a su casa; ya pensaría en algo más
tarde. Se acercó a ella y, rodeándola con sus brazos, la alzó en volandas y emprendió la
marcha de vuelta.
En las profundidades de la gran montaña de Kailasa algo comenzó a moverse. Había
llegado el momento. La gran guerra estaba cerca.
Durante décadas, sus vasallos habían acelerado su avance en pos de invadir cada pedazo de
tierra posible y someterla a su dominio, pero por fin había llegado el momento de despertar.
Ésta sería la última gran batalla y estaba seguro de que nada ni nadie podría cambiar el
resultado.
Toda la tierra tembló y un fuerte estruendo retumbó por todo el reino de Kalapa.
Los súbditos entendieron la señal de su amo y se dispusieron a acabar con la única amenaza
capaz de poner en peligro los planes de su señor.
Desde todos los rincones de Ádama las sombras emprendieron la búsqueda del heredero.
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LA CALMA
Al frente se extendía un hermoso paraje, lleno de flores y verde césped, con árboles a lo
lejos. La brisa soplaba suave y cálida mientras jugueteaba con sus cabellos. Una niña de
apariencia algo extraña sonreía feliz. Su piel era de color verdoso, al igual que su pelo. Al
verla, corrió a su encuentro.
- ¡Por fin has llegado!
La chiquilla saltó llena de energía hacia ella, dispuesta a caer en sus brazos, pero justo en el
momento de alcanzarla, Liz despertó y todo desapareció.
La luz de la mañana entraba clara y templada por la ventana, iluminando toda la estancia.
Una suave brisa se abría paso entre las cortinas. Intentó abrir sus ojos, pero los rayos del sol
que se colaba por las cortinas la cegaban. Se tapó con una de sus manos a modo de visera para
poder ver algo, y una vez se hubo acostumbrado a la luz, miró a su alrededor.
No pudo reconocer el lugar en el que se encontraba.
Tenía un vago recuerdo de lo sucedido, aunque todo estaba un tanto confuso en su cabeza.
Recordaba la excursión y la cueva, con su lago escondido en el interior; fue engullida por las
aguas y entonces una luz la envolvió, momento en el que perdió el conocimiento.
Después de eso, todo era borroso; sin embargo, tenía grabado en la memoria el rostro de un
muchacho, un apuesto joven con ojos brillantes como el oro. Después recordaba voces
desconocidas, ininteligibles, y movimiento a su alrededor. En su mente se dibujó de pronto la
sonrisa lejana de una niña, pero tan fugaz como surgió se desvaneció.
Su cabeza estaba demasiado desordenada para distinguir la realidad de sus sueños. Tal vez
todo había sido eso, un simple sueño.
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Poco a poco se fue incorporando, tratando de organizar sus pensamientos. Oteó la estancia.
Se encontraba en una pequeña habitación con paredes de madera y un precioso armario,
también hecho de madera, al fondo. Junto a la cama en la que se encontraba había una mesilla
de madera, y a la derecha, una pequeña ventana abierta por la que entraba luz.
Se levantó y se acercó al alfeizar, asomándose al exterior. Desde allí observó que frente a
ella se abría una inmensa pradera plagada de flores y árboles. A un lateral se podía ver una
pendiente que subía a lo que parecía ser una enorme colina.
Por más que lo intentase, no conseguía recordar cómo había llegado hasta allí. Tal vez
algún lugareño la descubrió en la montaña y ahora se encontrase en una aldea cercana.
En mitad de sus pensamientos oyó como el pomo de la puerta a su espalda comenzaba a
girar. Se volvió con curiosidad y descubrió a una hermosa mujer de cabellos negros. Ésta
levantó la mirada y sonrió con calidez.
- Vaya… así que por fin te has despertado. Parece que ya te encuentras mejor – lucía un
sencillo vestido campestre que a Liz le pareció más bien sacado de un museo. En sus brazos
llevaba ropa doblada – seguro que estarás hambrienta. Hay comida en la cocina. Pero primero
deja que busquemos algo para ponerte, no querrás bajar así ¿verdad? – y sonrió de nuevo.
Liz se miró y descubrió que vestía un camisón blanco que desde luego no era suyo.
- Gracias… - agradeció confusa – disculpe… ¿cómo he llegado hasta aquí?
- Mi hijo te encontró en las montañas. Al parecer has debido hacer un viaje muy largo,
tus ropajes no parecen ser de por aquí – la mujer dejó la ropa que cargaba en la mesa. Liz vio
que se trataba de sus vaqueros cortos y su camiseta. Después se dirigió al armario y comenzó
a rebuscar en su interior – a ver a ver… creo que éste te servirá. Hace tiempo que lo guardo,
pero a mí ya no me vale.
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Sacó un bellísimo vestido aterciopelado color granate con diferentes bordados. Liz lo miró
maravillada.
- ¿De verdad me lo puedo poner? Parece caro…
- Mi marido me lo regaló cuando nos conocimos. Es muy especial – la mujer lo miró
con gran cariño – pero mi figura ya no es la de antes – dijo dándose golpecitos en el abdomen
- y es mejor que lo vistas tú a que siga acumulando polvo.
- Muchas gracias por su hospitalidad – cogió el vestido con delicadeza.
- No seas tan formal, que me haces sentir vieja – rió – puedes llamarme Margaret. ¿Y tu
nombre es?
- Elizabeth, Elizabeth Danton.
- Muy bien, Elizabeth Danton. Cuando estés lista puedes bajar a la cocina. Seguro que
tienes hambre.
- Gracias… - Margaret se giró, dispuesta a salir de la habitación cuando Liz la detuvo –
disculpe, Margaret, ¿cuánto tiempo hace que llegué?
- Pues Rudra te encontró hará unos cuatro o cinco días. Llevas durmiendo desde
entonces.
- ¡¿Qué?! – exclamó sobresaltada - ¡Dios mío! Mis padres deben de estar
preocupadísimos, seguro que han llamado a la policía y todo. Me estarán buscando como
locos. Necesito un teléfono… un teléfono… - recordó que su móvil estaba en la riñonera, así
que se acercó a la mesa en su busca, bastante nerviosa, pero no consiguió encontrarla - ¿dónde
está mi riñonera?
- ¿El qué? – Margaret la miró como si no tuviera ni idea de lo que le estaba diciendo.
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- La bolsita negra que llevaba conmigo… la riñonera – explicó mientras hacía señas con
las manos alrededor de la cintura.
- ¡Ah! Está en cajón. La guardé ahí.
Liz se abalanzó sobre la mesa y abrió el compartimiento con gran ímpetu mientras
Margaret la observaba intrigada. Allí encontró la dichosa riñonera. Corrió la cremallera con
rapidez y buscó su en su interior. Cuando por fin encontró el aparato, vio apenada como la
pantalla estaba rota y el móvil no funcionaba. Apretó varias veces el botón de encendido, pero
nada, o bien seguía sin batería o directamente había muerto…
Entonces se volvió a Margaret.
- ¿Tiene algún cargador de este modelo, o mejor, un teléfono desde el que pueda llamar?
- ¿Un qué?
- Un teléfono – “¿pero qué demonios le pasa?” pensó para sus adentros.
- ¿Teléfono? – preguntó la mujer incrédula, para echarse a reír al segundo – si que tienes
que venir de muy lejos chiquilla, nunca antes había oído esa palabra… - Liz la miró con
asombro. ¿No sabía lo que era un teléfono?
- Disculpe… ¿podría decirme exactamente dónde me encuentro? – todavía no podía
creer que quedase algún lugar en aquel lado del planeta donde no usaran teléfonos.
- Estás a las afueras del poblado de Hern Tsuin, en el reino de Shamballah, tesoro – la
mujer sonrió.
- ¿Dónde? – la miró como si le estuviera hablando en otro idioma. ¿Quizás se trataba de
nombres procedentes de algún dialecto? Jamás había oído hablar de un lugar así llamado.
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- Será mejor que comas algo primero. Ya habrá tiempo para charlar más tarde – se
dirigió a la salida - te estaré esperando abajo. Cuando estés lista, baja y te prepararé algo
suculento. Las cosas se ven desde otra perspectiva con el estómago lleno.
- ¡No tengo tiempo para eso! Yo…
Antes de que terminara la frase, desde el interior de sus tripas un feroz rugido la delató.
Margaret se echó a reír.
- Anda, date prisa – salió de la habitación y, estando en el umbral, la miró y de nuevo le
mostró aquella cálida sonrisa – no te preocupes, querida. Todo saldrá bien – y cerró la puerta,
dejando a una aturdida Liz sola en la habitación.
La joven estaba demasiado confundida. ¿Qué demonios estaba pasando? No sabía dónde
estaba ni cómo había llegado hasta allí. ¿Shamballah? ¡Qué clase de nombre era ese! Si hasta
entonces las cosas habían sido raras, esto se llevaba la palma.
El caso era que aquella mujer tenía razón y, por mucho que tratara de ocultarlo, estaba
muerta de hambre.
Se acercó a la cama y cogió el vestido, examinándolo con detenimiento. En verdad era
precioso. Con él en las manos, se sentó en la cama y comenzó a analizar su situación,
intentando encajar las pocas piezas que tenía.
Estaba su sueño, la muchacha de blanco que no parecía que fuera siquiera humana, el
remolino que la engulló, la luz, y ahora esto… Todavía le faltaban demasiados detalles para
siquiera tener la mitad del puzle.
Las palabras de Margaret se repitieron en su mente: “las cosas se ven desde otra
perspectiva con el estómago lleno”. Liz sonrió y recordó que su madre siempre le decía eso
cuando estaba preocupada. Así pues, se vistió y se dispuso a bajar a la cocina. Las cosas
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caerían por su propio peso y las piezas irían encajando poco a poco, o por lo menos eso quería
creer.
Atravesó un pequeño pasillo, dirigiéndose al lugar del que procedía aquel delicioso olor a
pan recién hecho. Vio unas escaleras y lentamente bajó por ellas, agarrándose a la barandilla
de madera. Se encontró con dos posibles direcciones que tomar, además de la puerta de salida
de frente, al final de un pasillo. Guiada por su olfato, escogió la puerta de la derecha y, en
efecto, allí estaba la cocina, aunque era totalmente diferente a lo que ella jamás hubiera
esperado.
No había enchufes ni lámparas, sino un enorme horno de piedra empotrado en la pared y
una pequeña mesa de madera, rodeada por cuatro sillas, en un extremo de la sala junto a una
de las ventanas. En el lado opuesto vio lo que parecían los fogones donde se cocinaba, aunque
no eran más que dos huecos con troncos y carbón, con un pequeño fuego encendido
calentando una cazuela. Había un par de armarios bajos y una lacena con lo que debía de ser la
vajilla. Justo enfrente de donde se encontraba, había una puerta, la cual se abrió en el
momento en el que entró. Intuyó que se trataba de la despensa, pues Margaret apareció tras
ella con algunos alimentos.
- Vaya… te queda mucho mejor de lo que me quedaba a mí – reprochó en tono divertido
– estás preciosa, Elizabeth.
- Gracias – agradeció sonrojada – tiene una casa preciosa.
- Ya preferiría vivir yo en una mansión, pero aquí nos apañamos bien – bromeó.
En ese momento una de las puertas se abrió de un golpe y Liz oyó a alguien correr a ritmo
acelerado hacia la cocina. Se giró y vio en el umbral a una preciosa niña con las mejillas
coloradas, cargada de flores.
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- ¡Mira, mamá! He cogido todas estas flores para la muchacha – en su cara se dibujó una
enorme sonrisa de satisfacción.
Cuál fue su sorpresa al descubrir a Liz frente a ella. Liz la sonrió.
Debía tener unos cinco o seis años. Vestía un bonito vestido rosado con flores bordadas, de
estilo similar al que llevaba su madre. Sus cabellos eran negros y lisos, y le llegaban casi hasta
los hombros, unos centímetros por debajo de las orejas, sujetos con una diadema con flores
bordadas. Tenía dos enormes ojos de color miel, casi dorados, muy brillantes que irradiaban
vitalidad, y su rostro reflejaba alegría e inocencia. La niña la miró y su cara se iluminó.
- ¡Se ha despertado! ¡Se ha despertado! – gritaba dando saltos de alegría - mira Rudra,
se ha despertado. Ven, ¡corre! – se giró hacia el interior del pasillo y volvió a mirar a Liz –
Rudra también ha traído muchas flores para ti – susurró sonriente.
Justo detrás de la niña apareció un apuesto muchacho. El corazón de Liz dio un vuelco,
pues, nada más verlo, lo reconoció. Tenía grabados aquellos extraordinarios ojos color oro en
su memoria.
Se paró a observarlo más a fondo. Su pelo negro, algo más largo de como los chicos lo
llevan normalmente, lucía alborotado y llevaba una cinta de color rojo en la frente, apartando
los cabellos de sus ojos. Era alto y fuerte, pero no como los chicos que se pasan horas en el
gimnasio y lucen gigantescos músculos; su cuerpo estaba bien proporcionado, robusto debido
al trabajo diario, pero sin llegar a ser exagerado. Sus ropajes se veían viejos y maltrechos, mas
aún pareciendo un mugriento campesino, era el chico más guapo y atractivo que jamás había
visto. No podía dejar de mirar aquellos misteriosos y profundos ojos.
Cuando el muchacho la miró, su rostro se puso colorado. A su vez, Liz notó que sus
mejillas ardían y apenas podía pronunciar palabra.
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- Justo a tiempo – apremió Margaret - Elizabeth, déjame presentarse a mis hijos – dejó
las cosas sobre la mesa y se colocó entre la niña y el joven – ésta es Anna, la pequeña de la
casa – la niña dio un paso hacia el frente.
- Un placer conocerla – se inclinó de manera muy formal haciendo una reverencia.
- Mucho gusto – dijo Liz sonriendo mientras inclinaba su cabeza. ¡Era adorable!
- Y este apuesto jovencito es mi hijo Rudra, acaba de cumplir los veinte años – se
enorgulleció la mujer. El muchacho se sonrojó aún más, bajando la mirada para ocultar su
rostro – él fue quien te encontró en la montaña.
- En… encantada – susurró con timidez mientras inclinaba suavemente la cabeza.
Rudra, aún colorado, contestó con dificultad.
- Igual… mente...
- Bueno, hechas las presentaciones, vamos a comer algo. Seguro que estáis todos
hambrientos. Niños, dadme las flores. ¡Decoremos la sala con ellas!
Margaret se acercó a uno de los armarios y sacó un par de jarrones y varias cestas. Anna
corrió hacia ella para ayudarla, sin apartar la mirada de Liz, que también fue para echar una
mano. La mujer aceptó encantada y le pidió a Rudra que le diera a la muchacha algunas de las
flores que cargaba para, juntos, ponerlas en las cestas. Se acercó tímidamente y ella alargó los
brazos mientras él le ofrecía unas cuantas margaritas. Cuando sus miradas se cruzaron, ambos
se sonrojaron con una tímida sonrisa. Liz se apartó el pelo de la cara y lo recogió detrás de una
de sus orejas mientras le daba las gracias, agradeciéndole también el haberla recogido de la
montaña y haberla traído hasta su casa.
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- De… de nada… - tartamudeó él – no podía dejarte allí tirada… pero… ¿cómo has
llegado hasta aquí? – Liz permaneció en silencio sin saber muy bien que contestar, pero por
suerte Margaret los interrumpió, impaciente por que se sentaran a comer.
Ambos pusieron las flores en las cestas y se colocaron el uno frente al otro en la mesa.
Anna no le quitaba los ojos de encima a Liz; debía de dolerle la mandíbula de tanto sonreír.
Se había sentado a su lado, cosa poco común pues acostumbraba siempre a sentarse junto a su
madre, pero aquel día era diferente y estaba emocionada.
La comida estaba deliciosa. Hacía tiempo que Liz no comía tanto y además todo le supo a
gloria.
Durante el almuerzo, Margaret contó algunas historias sobre el lugar en el que vivían, ante
la atenta mirada de Liz, quien no daba crédito a lo que escuchaba.
Según decía, se encontraban en el extremo norte de Shamballah, uno de los ocho reinos
circundantes de Ádama, como llamaban a su mundo; le enseñó uno de los planos antiguos que
guardaba, señalando el punto exacto donde se situaba la casa. ¡Liz estaba atónita! Al parecer
había sido transportada, no sabía cómo, a otro planeta o dimensión ¡o lo que fuera! Y lo peor
era que no tenía ni idea ni de cómo había llegado hasta allí ni de cómo volver. ¿Acaso estaba
soñando? No, ya había probado a pellizcarse un par de veces, pero dolía… estaba despierta,
¿pero cómo…?
Margaret le preguntó cuál era el lugar de donde provenía, pero Liz guardó silencio, sin
saber muy bien qué contestar, así que la mujer continuó con su historia.
- Desde el principio de los tiempos las sombras han poblado nuestro mundo.
- ¿Las sombras?
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- Eso son habladurías de los ancianos de la aldea para asustar a los chiquillos…- se
burló Rudra.
- No son sólo habladurías… - replicó Margaret y, antes de continuar, se giró hacia Anna
– cariño, ¿por qué no sales fuera a jugar un rato?
- ¡Vale! – dijo la niña feliz - ¿puedo jugar con los animales del corral?
- Claro, tesoro – le dedicó una sonrisa cargada de cariño mientras observaba a la
pequeña marcharse – es una buena niña.
Una vez se hubo marchado, el semblante de la mujer cambió por completo y comenzó su
relato con gran seriedad.
“Se dice que hace mucho tiempo, antes de que el hombre poblara cada rincón de tierra, el
bien y el mal libraron una dura batalla. La reina blanca consiguió derrotar al malvado señor de
las sombras, Rakshasa, mas estando ella débil por la batalla, sólo consiguió confinarlo en el
interior del monte de Kailasa, en el corazón de Ádama. Pero antes de eso, Rakshasa lanzó una
maldición sobre la tierra. Las sombras.”
La joven estaba totalmente fascinada con la historia, no perdiendo detalle alguno. Sin
embargo, Rudra se mostraba bastante indiferente. Margaret prosiguió.
“Dicen que mientras su señor se recuperaba de las heridas en la montaña, las sombras
envenenaron el corazón de toda criatura que encontraban a su paso, creando un ejército para
Rakshasa, quien resucitaría de nuevo para dominar nuestro mundo. Pero la reina también
lanzó un conjuro. Antes de que el despertar sucediera, un guerrero procedente de otro mundo
aparecería en Ádama para enfrentarse a los poseídos y derrotar al malvado rey, confinándolo
de nuevo en el monte de Kailasa hasta su nuevo resurgimiento”.
Liz interrumpió a Margaret.
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- ¿Un guerrero… de otro mundo?
- En efecto, eso dice la leyenda – la miró sonriente – se dice que el retorno de Rakshasa
está próximo y que pronto comenzará una nueva cruzada.
Liz permaneció en silencio, con los ojos como platos.
Aunque era algo imposible de creer, empezaba a encontrar, en cierto modo, algún sentido a
lo que le había pasado. Pero eso era imposible… ¿o no?
- Madre, no le llenes la cabeza de tonterías. Eso no son más que cuentos.
- Hijo mío, no sólo es real lo que se puede ver y tocar. Hay tantas cosas en este mundo
que todavía desconoces, pero no por ello significa que no existan.
- Ya. ¿Me estás diciendo que un guerrero de otro mundo llegará caído del cielo para
salvarnos a todos? Seguro… - se burló con cierta acidez en sus palabras.
- Ya se verá.
La mujer le dedicó a Liz una sonrisa, pero ésta no le prestaba atención alguna. Estaba
pálida, intentando asimilar la historia que acababa de oír. Margaret la sacó de sus
pensamientos.
- Elizabeth, querida, ¿de dónde decías que venías?
- ¿Eh?
La miró con la cara desencajada, sin poder articular palabra. No sabía ni que contestar a
aquella pregunta.
Antes de escuchar aquella historia creía que estaba en algún pueblo perdido de la mano de
dios cercano a la montaña que visitó con sus amigos… Pero ahora… No sabía qué responder
para no sonar como una pirada. ¿Acaso era cierto que estaba en otro mundo diferente a la
Tierra y que, de alguna manera, había viajado en el tiempo o el espacio, o vete tú a saber?
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Verdaderamente sonaba a majadería incluso para ella, así que decidió esquivar la pregunta lo
mejor que pudo.
- ¡Uy! De muy, muy lejos, jeje – trató de reír de manera natural, sin demasiado éxito.
- ¿Cómo de lejos?
- No sabría decir… - intentaba pensar lo suficientemente rápido como para sonar
convincente – el caso es que… viajamos mucho desde que soy niña…
- ¿Viajáis? – preguntó Rudra extrañado.
“Piensa, piensa Liz…”
- ¡Mercaderes! Eso es… mi familia… somos nómadas, viajamos por el mundo… no
recuerdo siquiera donde está mi país… - mintió.
- Vaya, mercaderes… ¿Y cómo has llegado aquí? – insistió – ¿cómo acabaste en mitad
del valle?
- Pues…
“Un remolino de agua me engulló y una luz dorada me transportó hasta aquí…” pensó…
No podía decir eso…
- Me separé del grupo… - prosiguió - yo… - se le acababan las ideas…“vamos Liz,
piensa…” - ¡vi un conejo blanco y lo seguí! – adiós a sus dotes inventivas.
“Lo siento Alicia, te he robado la historia…” Aunque en cierto modo así se sentía, como
Alicia en el País de las Maravillas, y seguro que no conocían el libro en ese lugar, así que…
- Me perdí y acabé aquí.
- Un conejo… - repitió Margaret poco convencida – y ¿no se dieron cuenta de que te
separaste?
- Bueno…
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“Y dale con las preguntitas…” pensó
- Somos un grupo muy grande y… de cuando en cuando alguien se queda en alguno de
los lugares que visitamos… no es extraño que falte gente… pero ya volverán a buscarme…
- Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, ¿verdad madre? – dijo Rudra sonriente.
Por increíble que pareciera, parecía que el joven había mordido el anzuelo, aunque su
madre no se veía tan convencida.
- Claro, ésta es tu casa.
Y ahí se quedó el tema.
Liz se sintió aliviada de que el interrogatorio por fin hubiera terminado.
Después de la charla, recogieron la mesa, y Liz y Rudra salieron a buscar a Anna, que se
encontraba en el establo. Al poco rato, el muchacho se marchó al pueblo a trabajar; estaría
fuera todo el día y volvería casi al anochecer.
No es que tuviera un trabajo fijo, más bien ayudaba aquí y allá para conseguir algún
dinerillo, pero donde más tiempo pasaba era en la casa del herrero. Desde hacía casi un año, se
dedicaba a ello casi enteramente, aunque siempre que surgía algo en otro sitio, aprovechaba
para sacarse un par de perras más.
Margaret le contó a Liz que en esa zona cada vez había menos gente joven. Llegados a una
edad, la mayoría se dirigían hacia el sur, a la capital Chang, más rica y próspera; por ello, los
habitantes de Hern Tsuin agradecían la presencia y ayuda del muchacho. Y las jovencitas
también. Aunque Rudra ya estaba más que en edad de casarse, nunca había mostrado
demasiado interés en las chicas del pueblo, y no porque ellas no lo intentaran. Sin embargo, su
prioridad era su familia. Desde que su padre los abandonara, él se había echo cargo de su
madre y su hermana, y no tenía tiempo para pensar en chicas.
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Mientras su hermano estuvo fuera, Anna se dedicó a enseñarle el lugar entero.
Visitaron el granero, donde vivían las gallinas, que les daban huevos frescos, que, o bien
usaban, o vendían en el pueblo. También vivían otros animales en la granja, como Chibi, el
pequeño poni, uno de los favoritos de la pequeña, y Silver, un precioso caballo gris moteado,
que hacía honor a su nombre, pues su pelaje al sol brillaba como la plata; habitaban en un
pequeño establo dentro del mismo granero. Después estaba Rosalie, una enorme vaca que les
proporcionaba leche fresca, y su pequeña Lady, de apenas unos meses de vida. Además,
poseían un par de cabras y varias ovejas que proporcionaban queso y lana.
Todo le parecía como sacado de un cuento y, acostumbrada a la vida de ciudad, le resultaba
fascinante pensar que se pudiera vivir así.
No tenía idea de cuanto estaría allí, pero tenía que reconocer que todo lo que estaba
sucediendo la intrigaba y entusiasmaba a la vez.
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ADITI
Aquella tarde, como otra cualquiera desde que dio a para en aquel extraño lugar, Liz y
Anna esperaron a que Rudra regresara del poblado para después ayudar a Margaret a preparar
la cena. El joven llegaba con bastante retraso y ya casi había anochecido por completo sin que
diera señales de vida. Liz estaba muy preocupada, aunque a la pequeña no pareció importarle
demasiado; decía que a veces su hermano llegaba muy tarde y que, cuando eso pasaba, solía
estar de muy mal humor.
Liz escuchó lo que le pareció el ruido de cascos a lo lejos, galopando, y atisbó con alivio
como Silver aparecía en el horizonte.
En apenas unos minutos ambos llegaron a donde las chicas se encontraban y comprobó que
Anna tenía razón; Rudra traía cara de pocos amigos y ni siquiera las saludó. Dejó al caballo en
el establo y se metió en casa, seguido por las dos.
Su madre le preguntó por el recado que le había pedido, pero al parecer el herrero había
tenido que salir fuera durante todo el día por un encargo y el joven había estado trabajando
solo hasta muy tarde, así que, para cuando terminó, las tiendas habían cerrado y no pudo
comprar lo que necesitaba.
- Pues ya sabes lo que toca… - se quejó ella, volviendo a sus quehaceres en la cocina.
Rudra resopló con mala cara y salió fuera de un portazo. Liz lo siguió sin entender su
enfado. Él gruñó que volviera dentro, pero no le hizo ni caso y acabó siguiéndolo de todos
modos.
Ambos se dirigieron al granero. Al llegar Rudra cogió un hacha y comenzó a cortar leña.
Liz lo observaba sentada en un lado mientras trabajaba. Se quedó mirando los pollitos que
correteaban a sus pies.
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- Como me gustan – susurró para si misma.
Pero el joven no dijo nada, estaba demasiado ocupado con la madera.
Se sorprendía de lo trabajador que era; se había pasado el día entero ocupado en el pueblo y
nada más volver seguía trabajando duro para su familia. Pensó en lo vago que era su hermano
en casa. Jamás ayudaba en nada, aunque ella tampoco es que se rompiera los cuernos. Su
madre era la que siempre hacía todo y, sin embargo, nunca había reparado en lo cansada que
debía sentirse la pobre trabajando todo el día en el instituto y después en el hogar.
Sintió un pinchado en el pecho, invadida por la nostalgia y el arrepentimiento, y decidió
que la compensaría cuando volviera a su casa, si es que volvía…
Mientras pensaba en todo aquello, no le quitaba el ojo de encima al muchacho. De tanto
sudar se había quitado la camiseta y lucía unos músculos bien formados en el torso. Podía ver
como cada uno de sus brazos se movía arriba y abajo mientras cortaba la leña, y también se
fijó en los enormes pectorales que poseía, y en sus abdominales a lo tableta de chocolate.
Hasta en la espalda exhibía músculos que no sabía ni que existieran.
Sin darse cuenta se sorprendió examinándolo de arriba a abajo, sin poder apartar la mirada,
y en ese momento la cazó.
Su corazón comenzó a latir más rápido y empezó a acalorarse, apartando la mirada,
avergonzada, mientras trataba de disimular jugueteando con sus manos. Oyó como Rudra
paraba de cortar leña y lo miró de soslayo. Entonces vio que tenía sus ojos clavados en ella.
Fue tal su sorpresa, y su vergüenza, miró al suelo sin mediar palabra, a la vez que notaba sus
mejillas arder. Estaba roja como un tomate. Acercó la mano a su frente, simulando rascarse
para en el fondo cubrirse.
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El joven sonrió y se sonrojó también. Muy despacio, se acercó a ella, haciendo que su
corazón se desbocara. De tan nerviosa que estaba, cerró los ojos intentando calmarse.
- Escoge uno – dijo de pronto.
Liz levantó la mirada y vio que Rudra se encontraba a escasos centímetros de su rostro.
- ¿C…cómo?
El muchacho señaló hacia los pollos
- Que escojas uno.
- ¿Para… qué?
- Tú escoge uno, el que quieras – la muchacha los miró durante un rato. De entre el gran
número que había vio a un precioso pollito con una manchita en el ala.
- Ése – señaló.
- Ése es muy pequeño, otro – Liz lo miró extrañada, sin entender a qué venía todo
aquello.
Mientras recorría con la mirada cada polluelo, otro llamó su atención. Era de un color más
oscuro que el resto y de mayor tamaño que el anterior.
- Ése, ése me gusta, el oscurito.
- ¿Éste? – Rudra se acercó al pollo.
- Sí, ése. Me gusta porque es más oscuro que el resto y parece… - antes de que pudiera
terminar la frase, el muchacho cogió al pobre animal y le partió el cuello.
Liz gritó horrorizada cubriéndose la bosa con ambas manos.
- ¡Dios mío! ¡¿Pero qué haces?!
- Es la cena. Éste es el que querías ¿no?
- Sí, porque era mono, no porque quisiera que le retorcieras el pescuezo – le reprendió.
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- Lo siento, pero no pude comprar la carne que mi madre me pidió, así que tengo que
improvisar. Pensé que querías ayudar, por eso te dejé escoger.
- Pero me podrías haber dicho qué iba a escoger, si lo llego a saber…
- ¿Qué te pensabas, que te lo iba a regalar? – bromeó.
Liz sintió como si le estrujaran el pecho.
- ¡Eres un salvaje! – bramó enfurecida con lágrimas en los ojos mientras salía corriendo
del corral. Rudra se quedó allí pasmado.
Cuando llegó a la casa se fue directamente a su habitación.
Margaret intentó convencerla para que bajara a comer, pero alegó no tener hambre. No
quería ver ni hablar con nadie. Se metió en la cama, enfadada consigo misma por su reacción.
Sabía que Rudra no tenía la culpa, pero...
Una vez Margaret le contó que no se alimentaban de sus animales, sino que compraban en
el pueblo, pero a veces había excepciones. Lo entendía. Sin embargo, no estaba acostumbrada
a ver algo así, pues en su mundo la gente compraba en los supermercados la carne ya
preparada, sin necesidad de pasar por el proceso que acababa de presenciar. No podía quitarse
de la cabeza la horrible escena.
Después de mucho rato de llorera, recordando al pobre animalillo, se durmió.
Frente a ella se encontraba el polluelo, aún vivo, correteando por el corral con los otros,
pero al instante, yacía inmóvil en mitad del campo. Corrió a su encuentro, se arrodilló junto a
él y lo estrechó entre sus brazos. Entonces, sin saber cómo, una luz verdosa comenzó a brotar
de su cuerpo, envolviendo al animal moribundo. Volvió a mirarlo, pero ya no estaba, se había
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esfumado. Lo buscó desesperada con la mirada, y cuando lo encontró vio que se encontraba de
pie, en el prado, envuelto en la misma neblina verdosa y correteando de nuevo. Liz sonrió.
Todos los animales de la familia aparecieron de repente frente a ella, pastando
plácidamente en la pradera. Cerró los ojos y se concentró en todos los sonidos que había,
perdiéndose en ellos. Oyó el mugir de Rosalie y el relinche de Silver; a lo lejos escuchó a los
pájaros piar y multitud de otros sonidos animales y de insectos revoloteando. También
apreciaba el ruido del viento al mecer las hojas de los árboles.
De forma inesperada escuchó una risita infantil y abrió los ojos.
A escasos metros encontró a una niña desnuda, con el cuerpo algo translucido y de un tono
verdoso, que la miraba sonriente. Tenía la extraña sensación de haberla visto antes.
Su pelo era corto, de color verde oscuro y muy alborotado. Se fijo en que a la altura de las
rodillas su contorno se volvía irregular, terminando en una especie de estela diáfana. La miró a
los ojos y en su mirada vio una luz especial, diferente a la de otras niñas, salvaje, pero de gran
pureza.
Le preguntó por su nombre, pero no contestó, sólo rió.
Todos los sonidos que antes se le antojaban suaves y armoniosos comenzaron a
intensificarse hasta tal punto que tuvo que taparse los oídos debido al alboroto. En ese
momento escuchó en su mente una voz femenina y todo ruido enmudeció.
“¿Lo quieres?”
Miró a la niña, intuyendo que la voz provenía de ella, pero sin saber a qué se refería. Sintió
como la brisa suave mecía su pelo y de nuevo escuchó su voz.
“Tuyo será”.
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La pequeña levitó hacia ella hasta fundirse con su cuerpo en un abrazo. La joven cerró los
ojos, dejando que una multitud de sensaciones la invadieran. En su mente escuchó de nuevo
aquella armoniosa voz.
“Aditi”.
Y entonces un estallido procedente de todas partes se apoderó de ella, no sólo sonidos, sino
también impresiones sobre su entorno. Sintió como todo su alrededor la envolviera,
haciéndose una con ello. Miró a sus pies y vio que éstos se fundían con la hierba, y de sus
brazos brotaron ramas y hojas. Intentó moverse, pero era demasiado tarde, pues su cuerpo era
rígido e inerte.
Quiso gritar, pero de su boca salió una especie de sonido animal irreconocible, mezcla de
muchos a la vez.
Abrió los ojos, extasiada, y se encontró de nuevo en su habitación. Aún no había
amanecido.
“Un sueño” pensó mientras frotaba sus ojos con sus manos. Se dio media vuelta y volvió a
dormirse sin demasiada dificultad, olvidando lo que acabada de visionar.
A la mañana siguiente se levantó algo cansada. Recordaba vagamente el extraño sueño que
había tenido, pero apenas le dio tiempo a pensar en ello. Las tripas le rugieron con gran
ferocidad y se dio cuenta de que estaba muerta de hambre, pues la noche anterior no había
cenado, así que se levantó de la cama y bajó a la cocina.
Margaret se encontraba allí preparando el desayuno.
- Buenos días, Elisabeth. ¿Te encuentras mejor hoy?
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- Buenos días – saludó con amabilidad – sí, gracias, ya estoy mejor, aunque me muero
de hambre…
- No se hable más – dijo mientras comenzaba a servir alimentos en la mesa – come todo
lo que quieras.
- Gracias.
Liz se sentó y comenzó a desayunar, intentando controlarse para no engullir la comida.
- Rudra me contó lo que pasó ayer en el granero - casi se atraganta al escuchar a la
mujer. Paró en seco y bajó la mirada – es un buen chico, pero a veces es un poco brusco – no
se detuvo en sus quehaceres mientras hablaba – ya sabes que no solemos alimentarnos de
nuestros propios animales, pero cuando lo necesitamos, es él quien hace el trabajo sucio y le
pone de muy mal humor.
Liz se sintió aún peor tras escuchar aquello. Ahora entendía su actitud la noche anterior.
- ¿Se ha marchado ya al pueblo?
- No – la mujer la miró sorprendida – está en el granero limpiando las cuad.... – antes de
que siquiera terminara la frase, Liz salió disparada como una bala fuera de la casa - …dras.
Margaret miró hacia la puerta sonriente y después continuó con lo que estaba haciendo.
Cuando llegó, encontró al joven atareado con el rastrillo y la escoba. Se quedó en la puerta,
observándolo, y pensando en la manera de disculparse. No sabía por donde empezar ni como
siquiera dirigirse a él.
Mientras estaba absorta en sus pensamientos Rudra apareció a su lado, igual que la noche
anterior, sorprendiéndola más esta vez por no esperárselo siquiera.
- ¿Piensas quedarte en la puerta todo el día?
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De un bote, entró disparada en el granero, roja como un tomate, y se sentó en uno de los
bancos opuestos a donde se encontraba. Él volvió a sus labores bajo la tímida mirada de Liz,
quien de reojo lanzaba miradas al aire sin saber que decir.
En su cabeza repetía una y otra vez el mismo discursillo de disculpar, pero cada vez que
trataba de hacerlo en voz alta, la garganta se le secaba y de ella no salía más que un sonido
gutural atragantado. Estaba a punto de darse por vencida cuando él intervino.
- Escoge uno.
- ¿Qué?
- Que escojas uno, da igual el tamaño – dijo señalando a los pollitos.
“¿Otra vez?” pensó ella.
- Rudra, no creo que sea una buena idea…
- Tú hazlo – insistió.
Miró a su alrededor, con miedo, y volvió a reparar en aquel pequeño pollito con la
manchita en el ala. Sonrió mientras lo miraba, pero enseguida meneó la cabeza, temerosa de
sentenciarlo a muerte también. Rudra se dirigió al animal y lo cogió con sus manos.
- ¿Éste te gusta?
- Sí, pero… - vaciló.
Se quitó la cinta roja que cubría su frente y la ató al animal con cuidado. Después se dirigió
a la muchacha con el pollito entre sus brazos y lo colocó en su regazo.
- De ahora en adelante éste será tuyo, será sagrado, y nadie podrá ponerle la mano
encima – Liz lo miró sorprendida – como lleva el lazo no me confundiré la próxima vez –
añadió con una media sonrisa.
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Los ojos de la joven se volvieron acuosos y por acto reflejo bajó la mirada, tratando de no
ser descubierta. Pero era demasiado tarde. Rudra se acuclilló frente a ella, preocupado, pues
no entendía el por qué de sus lágrimas, y pensó que de nuevo había metido la pata.
- Perdóname Elizabeth – susurró con delicadeza - yo… no sé muy bien cómo tratar a las
chicas, y a veces soy un poco bruto, pero…
- Liz… - lo interrumpió.
- ¿Qué?
- Llámame Liz – pidió mientras recogía sus cabellos detrás de la oreja, despejando su
rostro sonriente.
El corazón del muchacho dio un salto y sus mejillas se sonrojaron.
- Siento haberte llamado salvaje. No lo eres en absoluto, al contrario, eres un cielo – de
besó su mejilla con dulzura, lo que hizo que se pusiera aún más colorado.
En el instante en el Liz que se dio cuenta de lo que acababa de hacer, y de lo cerca que
estaban el uno del otro, sus carrillos se enrojecieron, ardientes, a la vez que su pulso se
intensificaba y sus pulmones se cerraban de nerviosa que estaba. Nunca jamás había sentido
algo parecido, ni siquiera junto a Yoyo.
Un cúmulo de emociones se apoderó de ella y comenzó a temblar como una maraca.
El tiempo se detuvo por completo, y ambos se quedaron inmóviles, escrutándose el uno al
otro, siendo el martilleante sonido de sus latidos la única música de fondo.
Sus caras casi podían tocarse y se iban acercando el uno al otro más y más, muy despacio,
cada vez más cerca. Era como si una fuerza magnética se hubiera apoderado de ellos y los
atrajera entre sí, destinados a fundir sus labios en uno solo. Ya apenas unos pocos centímetros
se interponían en su camino.
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La cabeza de Liz daba vueltas sin parar y pensó que se desmayaría de un momento a otro.
Justo cuando sus labios casi podían rozarse, la inoportuna voz de Anna los interrumpió.
Liz pegó tal bote que a punto estuvo de lanzar al pajarillo por los aires. La reacción de
Rudra tampoco fue para menos, quien dio un salto hacia atrás, separándose de la muchacha.
Ésta se levantó con el pollito aún entre sus brazos y, en respuesta a la llamada de la niña, se
dirigió tambaleante hacia la puerta, aún sobrecogida. Rudra, aún inmóvil, la observó partir
conmocionado. Cuando llegó al umbral se detuvo y se giró hacia el muchacho.
- Muchas gracias por el regalo, Rudra – dijo tímidamente, evitando mirarle a los ojos.
- De nada Eliza… - antes de que terminara la joven lo interrumpió.
- Liz, llámame Liz, así es como me llaman mis amigos.
- De nada, Liz – le devolvió la sonrisa.
Y de manera apresurada se marchó.
Al salir, una vez fuera de la vista del muchacho, y antes de encaminarse hacia la casa, se
apoyó contra la pared, tratando de recobrar el aliento y la compostura.
Aún podía sentir su sangre bombeando con fuerza en sus sienes, y su rostro ardiendo. ¿Qué
demonios acababa de pasar ahí dentro? Algo desconocido comenzaba a crecer dentro de ella;
algo emocionante, pero aterrador al mismo tiempo…
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LA CONFESIÓN
Habían pasado ya un par de semanas desde que Liz se instalara en casa de Rudra y su
familia.
Cada mañana el muchacho se marchaba a trabajar al pueblo, mientras que su madre y Anna
se quedaban en la cabaña. Liz solía quedarse con ellas y ayudar en la casa o jugar con la
pequeña, pero a veces acompañaba al joven al pueblo.
Hern Tsuin la enamoró desde el primer momento en que lo visitó. Era un pueblecito como
los de antaño, de esos que Liz creía ya no quedaban en el mundo, con su pozo en el centro de
la plaza y apenas unas pocas casas, alguna de la cuales incluso hacían las veces de tienda,
como en los cuentos. Las mujeres se reunían en las fuentes para charlar sobre el día y algún
que otro cotilleo, aunque últimamente ella era el centro de todas las habladurías; los niños, por
su parte, se divertían alrededor de la plaza con los perros, correteando de aquí para allá y
jugando con palos, piedras, cajas o lo que fuera que encontraran.
La más grande de las construcciones era la del alcalde, protegida por una muralla de piedra
y cuyo único acceso era el portón de entrada que daba a los jardines de la vivienda. Alrededor
del poblado había campos con multitud de ganado y diferentes cosechas.
Se sorprendía de lo fácil que le había resultado adaptarse a la situación, aunque sabía que
tarde o temprano debería marcharse de allí en busca de una forma de volver a su casa, y cada
vez le dolía más siquiera pensar en ello.
Con frecuencia se preguntaba qué sería de su familia y sus amigos. Debían de estar muy
preocupados, sin saber donde se encontraba, cosa que tampoco tenía muy claro.
Aún con todo, disfrutaba de sus días con aquellas gentes, especialmente de la compañía de
Rudra. Después del incidente en el granero, la amistad entre ambos había crecido
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enormemente. Sin embargo, había tratado de evitar detalles acerca de su procedencia, aunque
él tampoco había indagado demasiado. Disfrutaban con las historias del otro.
Esa mañana se encontraban visitando una preciosa pradera.
El día era claro y el sol brillaba alto, a la vez que una suave brisa refrescaba el campo lleno
de flores, cuyas fragancias inundaban el lugar y el canto de los pájaros se oía en cada rincón.
Miró al cielo, protegiéndose los ojos con su mano, e inspiró con fuerza hasta que sus
pulmones se hubieron llenado de aquel puro aire, soltándolo con una gran sonrisa.
De pronto el cielo se nubló y todo sonido desapareció. La refrescante brisa se volvió gélida
y un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. El silencio y la oscuridad engulleron
aquel espacio por completo y todo a su alrededor desapareció.
Estaba completamente paralizada y por más que lo intentara no conseguía mover ni un solo
músculo. Sintió de pronto ser observada desde algún lugar, acechando desde la penumbra. A
su espalda notó movimiento y su pulso se aceleró al instante; algo se acercaba a ella muy
lentamente, sigiloso y precavido. Con gran esfuerzo consiguió voltearse, y atisbó a duras
penas lo que parecía la silueta de una persona, grande y robusta.
Por su tamaño y corpulencia parecía un hombre, aunque era más grande de lo normal.
Junto a él advirtió que algo se agitaba, no pudiendo discernir más que una enorme masa negra.
Centró su mirada en aquella forma que parecía una especie de animal, pero de tamaño
descomunal. El bulto comenzó a desplazarse hasta situarse delante de la silueta, justo frente a
ella. Percibió como el cuerpo de la bestia se retraía, sintiéndose peligrosamente amenazada. El
cazador se preparaba para abalanzarse sobre su presa.
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Comenzó a correr hacia ella, a cámara lenta, lo que aumentaba aún más su miedo. A
medida que se iba acercando, pudo distinguir que se trataba de un inmenso felino negro con
ojos color sangre y unas fauces de gran tamaño, dispuestas a engullirla de un bocado. Pero su
cuerpo no respondía, estaba petrificada y era incapaz de moverse.
La bestia se fue acercando más, hasta quedar a escasos metros de distancia, momento en el
que saltó, abriendo su enorme boca. Cuando estaba a punto de caer sobre ella, Liz cerró los
ojos y soltó un fuerte grito.
De un salto se incorporó. Su cuerpo estaba todo bañado en sudor y su corazón latía
desbocado. Todavía le costaba respirar y se sentía muy angustiada.
A medida que se iba relajando, se percató de que se encontraba en la que, de momento, era
su habitación, sobre la cama. Se tendió de espaldas y miró al techo mientras su respiración se
normalizaba y su corazón volvía a su ritmo normal.
- Un sueño… sólo ha sido un sueño… - se repitió en voz alta.
Se volvió hacia la ventana y vio que entraba algo de luz por ella. Ya había amanecido,
aunque era más temprano que de costumbre.
Se frotó los ojos y decidió no dormir más. No deseaba volver a sufrir ningún otro sueño
perturbador.
En la mesa había un cuenco con agua y una toalla, así que se levantó, se lavó la cara y se
acercó al armario. Cogió el vestido granate que Margaret le había regalado y se vistió.
Después bajó a la cocina y allí encontró a la mujer preparando la mesa para el desayuno.
Aquella escena le recordó a su propia madre y se dio cuenta de lo muchísimo que la echaba de
menos. Margaret se volvió hacia ella y le dedicó una enorme sonrisa.
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- Buenos días Elizabeth, hoy te has levantado muy temprano.
- Buenos días – contestó – sí… no podía dormir, así que pensé que podría ayudarla con
el desayuno.
- ¿Te encuentras bien? Te veo triste.
- Oh, no es nada, es que al verla allí me recordó a mi madre y…
- Los echas de menos ¿verdad?
- Sí, mucho. Además estoy muy preocupada porque desaparecí de repente. No sabrán
donde estoy ni cómo encontrarme, y yo no sé cómo volver ni comunicarme con ellos así
que… - se detuvo. Estaba dando más información de la que debía – quiero decir… no sabrán
donde buscarme y… ya estarán muy lejos y… - no se le ocurría nada que decir.
En el fondo sabía que Margaret tenía sus sospechas acerca de ella, pero ¿qué podía decir?
Ni ella misma tenía una explicación razonable.
- Bueno, siempre pueden desandar sus pasos para encontrarte, ¿o no? – en su tono se
denotaba algo que Liz no pudo identificar… ¿ironía, duda, sarcasmo…?.
- Sí… claro… - con una sonrisa algo forzada cambió de conversación - ¿qué tenemos
para desayunar hoy?
- Pues no lo sé… no hay mucho en la despensa – entonces el rostro de la mujer se
iluminó – ¡tengo una idea! ¿Por qué no nos preparas algo típico de tu país para desayunar?
Aunque no sé qué cosas se comen allí… puede que no tenga nada útil… ¡ay, qué desastre!
¿Me dará tiempo de ir al pueblo? – Liz sonrió.
- Tranquila, la verdad es que con lo que tenemos aquí hay más que suficiente. Si le soy
sincera, no soy muy buena cocinera… Mi madre es la que siempre prepara las comidas. Yo
apenas sé freír unos huevos y calentar algo en el microondas.
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- ¿Microondas? – la miró extrañada – nunca antes lo había oído, ¿es algún utensilio de
cocina o una técnica típica de tu tierra?
- Olvidaba con quien hablaba… - musitó – no importa… ¿qué hay?
- Vamos a echarle un ojo a la despensa – dijo dirigiéndose a la portezuela.
Las dos se pusieron manos a la obra y con unos huevos, leche, algo de queso y carne se
dispusieron a preparar el desayuno.
En la casa había un pequeño horno en el que Margaret hacía pan cada mañana, por lo que
cogieron harina y comenzaron a amasarla. Liz estaba emocionada. Sólo había horneado pan en
la escuela, de muy pequeña.
- Pareces disfrutar con ello.
- Sí, nunca antes había preparado pan, excepto cuando fui a la granja con la escuela.
Todavía recuerdo el nombre de la profesora que nos enseñó. Adelaida. Estaba tan emocionada
en el autobús pensando en la cara de mi madre cuando viera mi panecillo…
- Parece que en el sitio de dónde vienes las cosas son muy diferentes a las de aquí – Liz
se quedó callada. Había vuelto a meter la pata con sus comentarios. Margaret la miró muy
seria.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Claro – contestó no demasiado convencida sin dejar de amasar.
- Pero quiero que seas franca conmigo – Liz bajo la mirada mientras asentía con la
cabeza – tú no eres de por aquí, ¿verdad?
- No, claro, ya le dije que… - la mujer la interrumpió.
- Me refiero a “de por aquí” – dijo señalando al mapa de Ádama que tenía en la pared.
Liz se detuvo, suspiró abatida y, tras unos segundos de meditación, negó con la cabeza.
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- ¡Lo sabía! – exclamó emocionada, lo que sorprendió a la chica – sabía que eras tú,
después de todo no hay nadie que se te parezca por estas tierras. El color de tu pelo, tus ojos…
desde el primer momento en que te vi lo supe. ¡Eres de otro mundo!
- Pero míreme Margaret – la interrumpió - yo no soy una guerrera, yo soy… - se detuvo
unos instantes tras los cuales exclamó desconsolada- ¡soy universitaria! ¿Cómo se supone que
voy a luchar contra monstruos y kinays, o lo que sea? Eso ni siquiera existe en donde yo
vivo… ha tenido que haber una equivocación… todo esto no tiene sentido… yo no…- guardó
silencio. Margaret vio como los ojos se le humedecían.
- Es posible que ahora no entiendas nada de lo que te está pasando, pero llegará un
momento en que todo tenga sentido – posó la mano sobre su hombro – todo ocurre por una
razón.
- Por favor, no se lo diga a Rudra… no quiero que piense que soy una… tarada… -
recordó la reacción de su padre cada vez que hablaba de sus “cosas”, o de sus compañeros de
instituto, y no deseaba ver la misma expresión de burla o rechazo en el rostro del muchacho.
Margaret asintió.
En ese mismo instante oyeron unos pasos acelerados que se acercaban hacia la cocina y en
apenas unos segundo apareció la pequeña Anna. Liz se secó las lágrimas de inmediato.
Cuando la niña entró en la sala miró hacia la mesa y su rostro de iluminó.
- ¡Ala! ¡Qué de cosas! Mami, ¿lo has preparado tú todo? Menudo trabajo – Margaret y
Liz miraron a la pequeña y no pudieron evitar reír.
- No cariño, hoy me ha ayudado Elizabeth. Ha hecho un desayuno como los que
preparan en su tierra – miró a la joven con una sonrisa y le guiñó un ojo – se ha esforzado
muchísimo en hacerlo – a Liz se le subieron los colores.
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- ¿En serio? ¡Vaya! Muchas gracias, Liz – dijo agradecida la pequeña con una gran
sonrisa – qué suerte, si te quedas para siempre podías preparar más desayunos como éste, y
jugaríamos todos los días.
Quedó cautivada por las palabras y la inocencia de la niña. Una parte de ella deseaba que
aquellos días no terminaran nunca, pero sabía que tarde o temprano debería partir de aquel
lugar en busca de respuestas.
A los pocos minutos, Rudra apareció por la puerta y, sin esperárselo, se encontró cara a
cara con la muchacha, iluminándosele el rostro.
- Bu... buenos días – saludó tras aclararse la garganta – vaya, hoy hay reunión de
mujeres demasiado temprano.
- Claro, como eres un dormilón, siempre te levantas el último – le echó en cara la
pequeña.
- Bueno, bueno. Vamos a desayunar, que Elizabeth ha preparado muchas cosas ricas –
apremió Margaret. Rudra se sorprendió.
- ¿Lo has preparado tú? – preguntó.
Ella asintió tímidamente.
- Sí… bueno… no es gran cosa, pero…
- Vaya, tiene muy buena pinta – el joven fue directo a la mesa, se sentó y comenzó a
servirse, llevándose el primer bocado a la boca – mm… ¡qué rico!
- ¡Eh! No vale, no te lo comas todo ¡glotón! – la niña corrió a la mesa y comenzó a
comer – mm… es verdad, ¡está buenísimo!
- Vaya, me voy a poner celosa – rió Margaret mientras se dirigía a la mesa.
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Liz se sintió feliz de que la familia disfrutara de su comida y también orgullosa, pues era la
primera vez que cocinaba algo. En casa Miki siempre se metía con ella y decía que la comida
de su madre era mucho mejor, así que Liz dejó de intentarlo, a pesar de que su madre siempre
la animara. Aquel día preparó un desayuno como los que ella solía hacer cuando era niña. La
nostalgia volvió a invadirla, pero trató de no dejarse llevar por ella y disfrutar de su delicioso
desayuno casero.
Cuando terminaron, Rudra se dispuso a marcharse al pueblo a trabajar. Anna estaba muy
disgustada. Su hermano le había prometido que irían a la montaña con ella a recoger flores y
fruta. Sin embargo, Rudra no había podido terminar un encargo el día anterior y necesitaba
terminarlo en ese día. Así, Liz decidió acompañar a Anna primero y más tarde Rudra se
reuniría con ellas.
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EL ATAQUE
El joven se marchó tan pronto como tuvo todo preparado, de esa manera no tardaría mucho
en regresar. Como habían acordado, se llevaría a Silver para acortar tiempo. Los aldeanos
decían que era el caballo más veloz de todo el reino.
Siendo sólo un potrillo, Rudra lo encontró perdido en la montaña. Pensó que la manada
habría sido atacada y huido, dejando atrás a la pobre criatura. La familia lo crió en libertad,
dejándolo a sus anchas por donde quisiera ir, aunque éste nunca había abandonado la cabaña.
Después de que el muchacho se fuera, las mujeres volvieron a la casa a organizar todo lo
necesario antes de partir. Prepararon algo para almorzar en la pradera, y cargaron a Chibi con
las cestas.
Una vez todo estuvo preparado emprendieron la marcha.
Charlaron animadamente durante el camino. Anna le enseñó a Liz algunas de las canciones
típicas de aquel lugar mientras que Liz escuchaba con atención aquellas bellas melodías,
cargadas de armonía y musicalidad. Ella, por su parte, se abstuvo de cantar, alegando no tener
buena voz. No es que no le gustara la música, al contrario, le encantaba, especialmente la
clásica, pero hacía tiempo que no la había vuelto a escuchar, abandonando también su gran
pasión, el piano.
Siendo niña había asistido a clases, practicando incesantemente desde los cinco años; se
pasaba horas y horas perdida entre las melodías que aquellas mágicas notas hacían brotar. Sin
embargo, en la adolescencia lo dejó de manera radical y desde entonces no había vuelto a
tocar ni un solo instrumento. Su padre nunca perdonó que lo hiciera, cosa que afianzó más su
determinación, pues él había sido la razón de que lo dejara. Fue su venganza por no aceptarla
como era. Pero aquellos tristes recuerdos habían caído en el olvido desde hacía tiempo.
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Hacía un día fantástico. El sol brillaba alto sin apenas nubes en el cielo, calentándolo todo,
al tiempo que una suave brisa refrescaba el ambiente. Cuando por fin llegaron a su destino, el
valle preferido de Rudra, se situaron en mitad de la pradera, rodeados de flores y sin árboles
en la cercanía. Descargaron la bolsa que llevaba Chibi y extendieron un mantel sobre la
hierba, colocando todo lo necesario para almorzar.
Aun siendo ya era hora de comer, Anna quería seguir jugando un rato más, así que Liz le
enseñó lo que más le gustaba de niña: el veo-veo. En este juego, una de las personas debía
pensar en una cosa que estuviera visible y las otras, adivinar mediante preguntas de qué se
trataba, teniendo sólo como pista la inicial de la palabra. A la niña le encantó, y fue difícil
convencerla para que pararan, aunque después de un rato, cuando las tripas comenzaron a
rugirle, decidió descansar, y por fin los tres, Liz, Anna y Chibi, almorzaron plácidamente en
aquel magnifico prado.
Se podía oír el cantar de los pájaros, y miles de insectos deambulaban por el lugar. Incluso
vieron algún animalillo correteando en la lejanía.
Después de comer, las dos se tendieron sobre las flores a descansar. Justo cuando Liz
estaba a punto de dormirse, la niña la interrumpió, demandando su atención, por lo que se le
ocurrió jugar a descubrir formas diferentes en las nubes utilizando su imaginación.
Liz miró hacia el sol, protegiendo los ojos con una de sus manos para no dañarlos. De
repente, una enorme nube gris lo cubrió. Se incorporó y miró hacia arriba, percatándose de
que unas nubes oscuras habían invadido todo el cielo, y el despejado y claro día se había
tornado lúgubre y siniestro. La suave brisa se transformó en un viento helado y un escalofrío
recorrió su espalda. Algo no andaba bien…
Miró a su alrededor, tratando de entender qué era lo que tanto la desconcertaba.
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- ¿Qué pasa Liz?
- Shhhh – mandó callar – no hagas ruido – su voz apenas era un susurro.
La niña se quedó muy callada durante un rato, pero no aguantó demasiado.
- ¿Has oído algo raro? – Liz permaneció en silencio.
- No, no he oído nada… - y ése era el problema.
No percibía ningún sonido. Los pájaros habían cesado su canto y no se veía ningún animal
o insecto en los alrededores; incluso Chibi se mostraba muy inquieto y relinchaba exaltado.
Algo iba mal.
Pensó que tal vez se acercara una tormenta, pero la reacción del poni era demasiado
exagerada sólo para eso. De pronto creyó oír el rugir de un animal en la lejanía, lo que
provocó que Chibi se pusiera histérico.
Un nuevo escalofrío atravesó su espalda y en su mente apareció la imagen de su sueño. Se
percató de que la situación se parecía bastante y, aunque no quería asustar a la niña, su
intuición le decía que tenía que sacarla de allí.
Se levantó y, con mucha prisa, recogió todo lo que pudo y lo metió en la bolsa. La pequeña
también se levantó. Observó desconcertada como la joven andaba de un lado para otro a toda
prisa, lo que hizo que comenzara a ponerse más nerviosa. Liz colocó la bolsa sobre el poni e
intentó tranquilizarlo con caricias y susurros; después, se volvió hacia la niña y la miró. Se
veía muy asustada y sus hombros subían y bajaban al acelerado compás de su respiración. Se
arrodilló frente a ella y sujetó sus manitas con suavidad.
- Anna, necesito pedirte un favor – su voz sonaba muy calmada y su mirada era serena y
firme – quiero que te montes en Chibi y vayas a casa tan deprisa como puedas – la chiquilla
comenzó a sollozar.
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- ¿Por qué? ¿Qué pasa?
- No pasa nada, tranquila, es sólo que parece que pronto estallará una tormenta y
necesito que me esperes allí con tu mamá.
- ¿Por qué no vienes conmigo?
Otro sobrenatural bramido hizo eco en la lejanía, obligándolas a mirar en dirección al
bosque.
- No puedo… - la joven vaciló – tengo que esperar por si viene Rudra, ¿recuerdas?
- Pero… - la niña se veía confusa.
- Anna escucha, ahora voy a montarte sobre Chibi. Quiero que te agarres muy fuerte –
cogió a la pequeña en brazos y la subió a lomos del animal.
Buscó una de las cuerdas que llevaban en las bolsas y la ató alrededor de la cintura de la
pequeña, rodeando a su vez el cuello del animal e impidiendo así que cayera al suelo. Apenas
sabía lo que estaba haciendo, se guiaba por la adrenalina.
Oyeron de nuevo un aullido, acompañado por otros, cada vez más cercanos. Eran tan
espeluznantes y feroces que la pobre Anna comenzó a temblar, sin poder reprimir las
lágrimas. Liz intentó calmarla.
- Quiero que sigas el camino del valle. Ve siempre por zona despejada, y pase lo que
pase no os internéis en el bosque. ¿Lo has entendido? – la niña asintió – si vieras a Rudra
antes que yo, dile que estoy bien, que me espere en casa. Si no viene antes del atardecer,
volveré a la cabaña, ¿de acuerdo?
Besó con ternura su frente. Después se adelantó y abrazó la cabeza del poni.
- Chibi, por favor – le suplicó - protégela y haz que llegue sana y salva a casa… - miró
al animal a los ojos.
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No sabía por qué, pero sentía como si el poni la entendiera, pues el animal movió la cabeza
de arriba a abajo mientras relinchaba y avanzó hasta encontrarse de nuevo entre los brazos de
la muchacha. Ésta lo abrazó fuertemente y le besó el hocico. Después volvió a donde se
encontraba la niña y secó las lágrimas que resbalaban por su rostro.
- Tranquila, todo saldrá bien – afirmó sonriente – Anna… - la miró con tristeza -
adiós… - y azotó Chibi, comenzando éste su marcha al galope en descenso por el valle.
Todavía podía escuchar los gritos de la pequeña, llamándola entre sollozos. Un par de
lágrimas descendieron por sus mejillas. Si estaba en lo cierto, y según su sueño, fuera lo que
fuese que había allí la estaba buscando a ella; cuanto más lejos se encontrara de la cabaña
mejor sería para sus amigos.
Se secó las lágrimas y, tras unos instantes de reflexión, dio media vuelta y se echó a la
carrera hacia la cima de la montaña.
Corrió todo lo rápido que pudo, manteniéndose alejada de la arboleda, hasta que llegó al
final de la pradera, extendiéndose al frente el frondoso bosque, y obligándola a detenerse en
seco. Algo le decía que si se internaba en aquel lugar correría mayor peligro, pero no podía
quedarse allí parada o dar media vuelta.
Otro rugido la sacó de su vacilación. El dueño de aquel monstruoso bramido se encontraba
cada vez más cerca, por lo que decidió no esperar a que llegara y siguió la marcha.
Así, a la mayor velocidad que sus piernas le permitieron, se internó en aquel oscuro monte.
Había perdido totalmente la noción del tiempo y tampoco tenía idea de adonde se dirigía;
sólo pensaba una cosa: correr y correr tan rápido y lejos como pudiera. Aunque estuviera
agotada, no podía detenerse.
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Era incapaz de decir si en verdad avanzaba o se movía en círculos, pues cada rincón
parecía el mismo lugar. Además, sentía que la oscuridad se iba haciendo más intensa y cada
vez era más difícil ver. Sabía que era cuestión de tiempo que lo que fuera que la perseguía la
alcanzara.
De pronto, percibió movimiento a su espalda. Aún a la carrera, intentó mirar hacia atrás,
pero no vio nada.
Volvió a sentir que algo se movía, ya no sólo a su espalda, sino a todo su alrededor. Oteó a
sus lados y esta vez sí pudo atisbar un par de formas que avanzaban a su misma altura. Intentó
acelerar el ritmo, pero estaba demasiado cansada y sus nervios tampoco mejoraban las cosas.
Pudo distinguir vagamente lo que parecían unas enormes bestias, similares a felinos, pero
de tamaño gigantesco. Sabía que si lo querían, ya la podrían haber atacado y devorado hacía
tiempo, pero por alguna extraña razón sólo se limitaban a perseguirla. Era una cacería y ella
era la presa.
En un descuido, mientras miraba a sus laterales, tropezó con algo y cayó de bruces al suelo,
derrapando incluso después de la caída debido al impulso de la carrera.
La persecución había terminado para su desgracia.
Levantó la mirada, dolorida, y vio con horror como sus perseguidores la acorralaban por
completo, pudiendo contemplarlos esta vez con total claridad.
Se trataban de lo que parecían seis enormes felinos de apariencia totalmente desconocida
para ella. Se asemejaban a panteras, aunque su tamaño y su ferocidad eran mayores. La parte
delantera del cuerpo era de color pardo; sin embargo, desde la mitad trasera del torso, se
dibujaban unas rayas parecidas a las de los tigres, pero de colores menos intensos y
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llamativos. Sus ojos eran de un color rosado, como teñidos de sangre, y su cuerpo emitía una
especie de humareda uniforme, oscura y siniestra, que ponía los pelos de punta.
Liz pensó que de un momento a otro se abalanzarían sobre ella y la devorarían sin piedad;
no obstante, las bestias permanecieron inmóviles, gruñendo y lanzando mordiscos al aire, pero
sin acercarse.
Poco a poco se fue levantando, bajo la atenta mirada de las fieras. Miró a su alrededor,
tratando de analizar su situación.
No tenía escapatoria. Los seis animales la tenían totalmente acorralada, formando un
círculo a su alrededor, y aunque pudiera correr hacia el frente, en un abrir y cerrar de ojos
saltarían sobre ella y se la zamparía.
Mientras estudiaba algún plan de escape, otro horrible rugido, más espeluznante y
ensordecedor que los otros, retumbó por todo el lugar. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo
ante aquel sonido, paralizándose por completo en cuerpo y mente.
Detrás de las bestias distinguió la silueta de algo que la horrorizó por completo. Ante ella
se alzaba una inmensa criatura, más grande incluso que los animales que la rodeaban. Era de
color negro, con ojos rojos como la sangre, y sus dientes…eran enormes. Se imaginó siendo
masticada por ellos y no pudo contener su miedo. Su corazón se disparó y notó como el sudor
le resbalaba por la frente; hasta le resultaba costoso el poder respirar y su cuerpo no dejaba de
temblar.
No tenía duda alguna. Aquel descomunal felino era el mismo que había visto en sus sueños
la noche anterior; y lo peor era que ya sabía de antemano lo que ocurriría.
El animal avanzó hacia el círculo al tiempo que los otros se apartaron a su paso,
colocándose justo enfrente de la joven, mientras los demás se situaron a espaldas de su líder.
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Durante unos instantes ambos se miraron a los ojos, estudiándose el uno al otro. Liz pensó que
tendría ventaja, pues sabía que se abalanzaría sobre ella, momento que aprovecharía para
esquivarlo y echar a correr, aunque eso no le serviría de mucho. No tenía escapatoria, después
de todo, eran siete bestias feroces contra ella…, pero no era de las que se rendía fácilmente.
La bestia la miraba fijamente, entre gruñidos. Llegado el momento, su cuerpo comenzó a
tensarse y contraerse. “Aquí viene” pensó, tensándose ella también.
La enorme fiera se inclinó hacia atrás y acto seguido dio un gran salto al frente, justo por
encima de Liz. Ésta se agachó, cogió fuerzas y saltó tan lejos como pudo hacia uno de sus
lados, pero por desgracia no fue suficiente y el felino desgarró una de sus piernas de un
zarpazo.
Liz soltó un grito de dolor. No podía moverse. Se encontraba tendida en el suelo,
sujetándose la pierna herida, sin saber qué hacer. Sus pocas esperanzas se habían esfumado
por completo y ya ni siquiera podía huir a la carrera. Estaba perdida.
El enorme felino, a apenas unos metros de distancia, la observaba con expresión de
satisfacción, como si estuviera disfrutando con su sufrimiento. Levantó la garra ensangrentada
y lamió las gotas que se habían acumulado en sus afiladas uñas, relamiéndose y mirándola con
ojos que emanaba un brillo aterrador.
En apenas un instante, volvió a adoptar la posición de ataque.
Había llegado el fin, ya no le quedaban fuerzas para levantarse y la pierna le impedía
moverse.
La fiera se inclinó hacia atrás y, justo cuando estaba a punto de saltar, un grito de entre los
árboles distrajo su atención.
- ¡¡Liz!!
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La joven miró desconcertada en la dirección de la llamada y pudo distinguir la figura de un
caballo que corría en su dirección a toda velocidad. En él había un joven montado. Era Rudra,
quien, a lomos de Silver, vociferaba su nombre sin cesar. Aprovechando que el joven captaba
toda la atención de las bestias, Liz reunió las pocas fuerzas que le quedaban y se levantó.
Tenía que distraerlos o éstos destrozarían al caballo y a su jinete, así que soltó un grito.
- ¡Eh, tú! ¡Gatito! – la enorme pantera negra se volvió, a la vez que todos sus camaradas
- ¿me quieres? ¡Pues toma! – le lanzó una piedra que había cogido antes de levantarse,
dándole de lleno en el ojo.
El animal rugió enfurecido mientras sacudía la cabeza de un lado a otro. En ese mismo
momento, cuando estaba a punto de lanzarse sobre la joven, un relinche a su espalda lo
despistó, y mientras se volvía, el caballo aprovechó para saltar por encima de las bestias hasta
caer junto a la joven. Rudra, estando todavía en el aire, se inclinó hacia abajo con los brazos
extendidos, dispuesto a agarrar a su amiga, al mismo tiempo que ésta tendía los suyos hacia el
cielo, dejándose llevar.
Todo ocurrió en cuestión de segundos, sin que Silver detuviera su carrera, prosiguiendo
juntos a galope y alejándose de las fieras.
Cuando la pantera reaccionó, se dio cuenta de que la joven había escapado. Un sobrenatural
rugido emanó de su garganta y furiosa emprendió la carrera tras sus presas, seguida por el
resto de la manada.
Aunque eran rápidos y mayores en número, aquel dichoso caballo corría como el demonio
y no conseguían darle alcance… pero tarde o temprano lo atraparían.
Liz agarró con fuerza al muchacho mientras éste la colocaba delante de él en el caballo. No
podía creer que hubieran conseguido escapar, pero aún así se encontraba muy débil.
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- Liz, ¿estás bien? – Rudra vio lo pálida que estaba – dios mío, ¡estás sangrando!
- No es nada… ¿cómo me has…?
- Me encontré con Anna de camino. Me dijo que te habías quedado sola. Estaba
aterrorizada, así que corrí lo más rápido que pude, pero no estabas en el valle. A lo lejos oí a
un animal rugir y galopé hacia la cima. No sabía dónde buscarte… Pero escuché tu grito y fui
a tu encuentro. ¿Qué demonios son esos bichos?
- No lo sé… yo… tuve un sueño… lo vi… y…creo que… son… ki… na… ys… - la
joven apenas conseguía mantenerse consciente.
- ¿Liz? ¡¿Liz?!
Un bramido sonó a sus espaldas, a lo que Rudra se giró y vio con horror como los felinos
casi les habían dado alcance. Agarró con fuerza a la muchacha y espoleó al caballo para que
acelerara.
- Corre, Silver, ¡corre!
El semental echó las orejas hacia atrás, inclinó la cabeza y aceleró tanto cuanto pudo.
Sentía que debía galopar no sólo por su amo, sino también por su vida.
Avanzaban veloces como el viento, el caballo y también las bestias. Rudra sujetaba tan
fuerte como podía a Liz, con los ojos cerrados, echado hacia adelante para favorecer la
aceleración y no caerse.
De pronto, sintió como Silver comenzaba a frenar, y temió que el animal hubiera llegado a
su límite. Abrió los ojos y, tras incorporarse, vio con asombro la razón por la que el caballo
había aminorado su paso. Frente a ellos se alzaba un enorme monolito, en mitad de un claro, y
al otro lado un inmenso acantilado que les impedía continuar avanzando.
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Rudra se estremeció. Habían llegado al final de su camino. Al otro lado del precipicio sólo
se veía el vacío. No tenían adonde huir.
Tras ellos apareció el ejército de bestias, las cuales, al ver la escena, se detuvieron y
rodearon con sigilo a sus presas. El caballo comenzó a relinchar aterrado. El muchacho agarró
fuertemente a Liz, quien se encontraba casi inconsciente, y dejó escapar un grito. Se sentía
lleno de ira y a la vez decepcionado por no haber podido proteger a la muchacha.
La enorme pantera se adelantó muy despacio hasta situarse por delante del grupo, frente al
caballo. Éste retrocedió unos pasos, dando a parar a una especie de plataforma de piedra junto
al enorme pedrusco.
Había llegado el momento. Rudra miró a Liz, quien apenas podía mantener los ojos
abiertos.
- Perdóname por no haber podido protegerte… lo siento… - una lágrima resbaló por su
rostro impotente mientras apretaba con fuerza la mandíbula.
- Ru…dra… - a Liz ya no le quedaban más fuerzas.
Deseó de corazón poder salvar a aquel chico que tanto había hecho por ella, por el que
tanto cariño sentía. Lo deseaba tanto… Dos lágrimas brotaron de sus ojos, ya cerrados.
Mientras se desvanecía, comenzó a escuchar en su cabeza aquella suave melodía que tanto la
había perseguido en el pasado, y una cálida luz dorada inundó su mente, mezclándose con ella
hasta desaparecer por completo.
En aquel mismo instante, justo cuando la bestia estaba a punto de devorar a la pareja, el
cuerpo de Liz comenzó a brillar y un destello cegador envolvió todo el lugar. Rudra la miró
con asombro, sin saber qué sucedía. La luz era tan intensa que apenas podía distinguir nada a
su alrededor. Totalmente cegado, oyó a la bestia rugir de manera escandalosa. El joven estaba
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a punto de perder el conocimiento, pero antes de ello pudo ver como el inmenso animal,
envuelto en aquella dorada luz, se retorcía sobre el suelo frente a ellos. Finalmente todo se
volvió luminosidad.
101
LA PARADESA
Poco a poco Liz fue despertando, notando el brillo del sol en sus ojos, lo que hizo que le
costara abrirlos. Cuando por fin se hubo adaptado a la claridad, vio que se encontraba tendida
de espaldas en el césped. En cuanto intentó incorporarse alguien corrió a su encuentro.
- Liz, estás despierta – se trataba de Rudra, quien sonreía con alivio - ¿te duele algo?
- No, yo… estoy bien – al mover su pierna, un pinchazo le subió hasta la cabeza,
encogiéndose de dolor y agarrándose la pierna dolorida de manera inconsciente - ¡ay!
- No te muevas – el joven la sujetó – todavía estás herida, aunque he de reconocer que te
curas muy deprisa, la herida está casi bien.
Liz se sentó y miró su pierna. Por lo que recordaba, aquel terrorífico animal había hundido
sus garras en ella, creando una profunda y sangrante herida; sin embargo, ya había empezado
a cicatrizar.
- Vaya… - comentó sorprendida.
- Fue igual con tu brazo.
- ¿Mi brazo?
- Sí, cuando te encontré en el valle tenías un buen corte en el brazo, pero tan pronto
como llegamos a casa ya había comenzado a cicatrizar, y en apenas un par de días incluso la
cicatriz había desaparecido.
La joven recordó entonces el corte que se hizo en la laguna del interior de la montaña,
mirándose al instante el lugar en el que debía encontrarse y llevándose la mano. En efecto, no
había ninguna cicatriz y eso que, por lo que recordaba, era muy profundo.
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Visionó aquel momento en las aguas del lago, engullida por el remolino. Todavía no podía
explicarse dónde estaba ni como había llegado hasta allí, pero sabía que todo había
comenzado en aquel remolino.
De pronto algo llamó su atención. Sintió movimiento en la distancia. No muy lejos de
donde se encontraban, pudo distinguir un bulto negro que se movía. Asustada, agarró al
muchacho y se incorporó.
- Rudra, ¡cuidado! – y señaló hacia el lugar donde se hallaba la mancha.
El joven se giró a la defensiva mientras protegía con su cuerpo a la muchacha y, tras ver lo
que tanto la espantaba, se relajó.
- Tranquila, lleva todo el tiempo allí, pero no se ha movido desde que desperté. Hasta le
he tirado piedras y nada, ni se inmuta. Creo que está muert...
Antes de que terminara la frase, la mancha negra se revolvió en su sitio. Cuando se
incorporó, los dos jóvenes pudieron distinguir con horror que se trataba del mismo animal que
los había perseguido en la montaña.
Rudra se puso en guardia, intentando mantener la calma y buscar alguna salida. Al instante
notó como la muchacha le acariciaba su hombro con suavidad.
- Espera Rudra, mira, fíjate bien… ha cambiado…
El joven echó un vistazo a la bestia, pero lo único que veía era una enorme pantera negra,
la misma que los había atacado; sin embargo, para Liz el cambio era evidente. A pesar de que
siguiera siendo un ejemplar enorme, su tamaño había menguado bastante, por no hablar de su
ferocidad; más bien parecía un animal corriente. Además, ya no se sentía esa aura oscura que
antes lo envolviera, y hasta sus rugidos habían perdido ese toque monstruoso que antes hacía
estremecerse.
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Pero lo más destacable de todo era que aquellos profundos ojos, antes inyectados en sangre,
habían adquirido el tono verde amarillento típico en su especie.
Rudra vaciló, pero Liz lo tranquilizó y se adelantó unos pasos, manteniendo aún una cierta
distancia. El felino seguía con sus ojos postrados en ella.
- Parece que la maldición que te poseía ha desaparecido – el animal no apartaba ni por
un instante la mirada de la joven.
- Creo que deberías buscar a tus compañeros, tal vez ellos también se hayan curado –
sonrió.
La pantera soltó un suave gemido de lamento, y sin saber por qué comenzó a sentirse llena
de tristeza, de una pena que no parecía suya, dudando de que eso que acabara de decir fuera
posible. Rudra apareció a su espalda.
- No creo que sea muy buena idea quedarnos aquí para comprobarlo. Además, debemos
encontrar algún sitio para resguardarnos, no sabemos dónde estamos – Liz se giró.
- ¿Cómo? ¿Acaso no estamos en la montaña?
- Me temo que no… Lo último que recuerdo es que estábamos acorralados y una luz nos
envolvió…después me desperté aquí, y a pesar de haber inspeccionado los alrededores, no
conozco este lugar.
- ¿Una luz?
- Sí, era dorada – la miró muy serio – a decir verdad… no es la primera vez que la veo.
Vi esa misma luz el día que te encontré en la montaña… Pensé que habían sido imaginaciones
mías, pero después de lo de hoy no estoy tan seguro.
- Pero… yo no recuerdo ninguna luz…
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- Pues era la misma que en el momento del ataque, además… - se detuvo unos instantes
- creo que eras tú la que brillaba… no sé…
- ¿Qué? ¿Qué yo brillaba?
- Sí… no sé… - no parecía muy convencido - ¿qué es lo último que recuerdas?
- Recuerdo que estaba rodeada, entonces tú apareciste y me salvaste… luego huimos a
lomos de Silver… sentía mucho dolor en la pierna, y…- se rascó la frente - todo está muy
borroso… - se esforzó en hacer memoria - recuerdo oír una melodía… - se quedó pensativa -
aquella melodía…
- ¿Una melodía? ¿Estás segura?
- Sí, era muy leve. De hecho, ya la había escuchado antes… y después sentí calor… y…
- chasqueó la lengua, sabía que se le escapaba algo – no consigo acordarme de más…
- Yo no recuerdo escuchar nada… - Liz miró al muchacho y, por su expresión, estaba
claro que decía la verdad.
- No lo entiendo…yo…
Rudra trató de quitarle leña al asunto y cambió de tema.
- Bueno, sea como fuere, el caso es que estamos a salvo – su sonrisa consiguió que se
relajara - lo primero que tenemos que hacer ahora es salir de aquí y encontrar algún poblado
donde conseguir información y cobijo.
El muchacho juntó sus dedos pulgar e índice y, acercándoselos a la boca, sopló con fuerza,
emitiendo un silbido que hizo eco en todo el lugar. Al instante Silver apareció a todo galope.
Rudra se acercó al caballo, ató la silla y extendió su mano a Liz.
- ¿Vamos?
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- Sí, espera un momento – se volvió y se dirigió al animal, que seguía tendido – ¡nos
marchamos! Tú también deberías hacerlo. Espero que encuentres tu hogar pronto – dijo
sonriente.
El animal gimió de manera que a Liz le pareció lloriquear y, por acto reflejo se miró la
pierna.
- Tranquilo, ya casi ha sanado, así que no te preocupes, no estoy enfadada.
Sacudió su mano de un lado para otro a modo de despedida y se volvió hacia el muchacho.
Éste la ayudó a montar a lomos de Silver y, antes de emprender la marcha se volvió una
última vez.
- ¡Adiós y buena suerte! – y se marcharon a galope.
La pantera los observó mientras desaparecían en el horizonte. Se incorporó y comenzó su
marcha.
Galoparon durante un largo rato, sin encontrar a nadie a su paso. Frente a ellos se extendía
un inmenso valle sin apenas árboles a su alrededor.
Después de más o menos una hora dieron con un sendero y decidieron seguirlo.
El paisaje era totalmente diferente al lugar donde vivía Rudra; mientras que en Hern Tsuin
la tierra era verde y llena de bosque y arboledas, las tierras donde se encontraban eran más
bien de secano, siendo algunos hierbajos y altas espigas de tonos amarillentos y parduzcos lo
único a su alrededor; pero aún siendo tan diferente, seguía teniendo su encanto.
Al poco tiempo, comenzaron a cruzarse con algún que otro transeúnte. Parecían gentes de
campo, y poca información pudieron sacar de ellos aparte de que aquella vía les llevaría
directos a la ciudad.
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Rudra estaba fascinado. Por fin visitaría la capital.
Pasaron cerca de algún que otro poblado, pero no se detuvieron en ninguno pues Rudra
deseaba llegar a la ciudadela cuanto antes. No hubo manera de convencerlo para que parara a
descansar.
Por fin, después de más de medio día a caballo, a eso de la media tarde, atisbaron los
edificios en el horizonte. Totalmente extasiado, Rudra obligó al caballo a acelerar el paso.
A medida que se iban acercando, pudieron distinguir que la ciudad estaba rodeada por una
inmensa fortaleza y en su interior se podían ver un millar de viviendas, oyéndose, incluso a
esa distancia, el bullicio de gente.
El joven estaba maravillado pues, a pesar de haber oído muchos rumores sobre Chang, la
capital de Shamballah, aquella idea no se acercaban ni por asomo al lugar al que se estaban
aproximando. Se decía que era una ciudad pequeña y tranquila, pero ese sitio era todo lo
contrario, y no podía evitar reflejar en su rostro la enorme emoción que sentía. Por su parte,
Liz sentía como si hubiera retrocedido atrás en el tiempo y hubiera ido a parar a una de
aquellas medievales ciudades custodiadas por grandes murallas, en cuyo interior compartían
asilo campesinos, caballeros y nobles de la corte.
Detuvieron el caballo mientras, embelesados, observaban la increíble fortaleza. Un anciano
que pasaba por su lado sonrió al ver sus caras.
- Bonito, ¿eh? Es el orgullo de nuestro país. Taraka, la gran capital.
Rudra lo miró extrañado.
- ¿Taraka? Tenía entendido que la capital de Shamballah se conoce como Chang.
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- ¿Shamballah? – el hombre los miró sorprendido - amigo, éste no es el reino de los
bosques. Es el reino de los mercaderes – Liz examinó a Rudra, extrañada, pues se había
quedado totalmente estupefacto ante las palabras del abuelo.
El anciano siguió su camino hasta perderse entre la muchedumbre entre carcajadas.
- Rudra, ¿qué quiere decir con el reino de los mercaderes? – el muchacho seguía
ensimismado.
- El reino de los mercaderes…claro…eso lo explica…pero… ¿cómo es posible?
- ¿Rudra? – por fin volvió en sí.
- Taraka, la ciudad de los mercaderes, donde gentes de todas partes acuden para hacer
dinero… el país de los desiertos… - Liz meneó la cabeza aún sin comprender – no entiendo
cómo, pero estamos muy lejos de Hern Tsuin. Ya ni siquiera nos encontramos en el país de
Shamballah.
- ¿Qué? – se sorprendió, los ojos del muchacho flamearon de emoción.
- De alguna manera hemos viajado a uno de los países vecinos, a la gran Paradesa, el
famoso reino del sol, donde los comerciantes pueblan las ciudades. Algunos viajan por el
mundo vendiendo y encontrando nuevas mercancías, pero la mayoría viven aquí, en La
Paradesa.
Ambos miraron de nuevo la gran ciudad que se extendía frente a ellos, con fascinación y a
la vez con desconcierto, permaneciendo en silencio durante unos minutos.
- Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Por lo que me contó tu madre, cada reino se
encuentra suspendido en el aire y la única forma de viajar de un país a otro es a través de los
puentes que los conectan.
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- Y así es… De Shamballah sólo se puede salir por el puente de Carendoff, al sur del
país, que desemboca en Kalapa, el reino central. Además, Hern Tsuin se encuentra en el
extremo norte, es imposible… - bajó la mirada intentando encontrar una explicación.
De pronto algo llamó la atención de ambos.
Una multitud invadió el camino y un montón de carros se acumularon de tal manera que
apenas dejaban espacio para transitar, obligando a la gente a hacerse a un lado. Los jóvenes
intentaron descubrir de qué se trataba, pero apenas pudieron distinguir nada.
Cuando por fin hubieron desaparecido todos los carruajes, escucharon a un par de mujeres
hablando sobre la llegada de un grupo de gitanos ambulantes a la ciudad. Liz parecía
emocionada, e insistió en apresurarse en llegar. Rudra, por su parte, también sentía una
curiosidad por todo lo que estaba aconteciendo, así que prosiguieron su camino hacia el
interior de la ciudad.
No tardaron mucho en cruzar los portones.
Al ser una ciudad de mercaderes, todo el mundo era bienvenido y apenas había guardas
custodiando el lugar, lo que, por otra parte, no era de extrañar pues, a pesar de los tiempos que
corrían, Taraka estaba situada al norte del país, y para llegar a ella desde el sur, donde se
encontraban los puentes conectores, había que atravesar un enorme y árido desierto lleno de
peligros. Por ese motivo la gente vivía ajena a la amenaza de las sombras, mostrándose alegre
y despreocupada. E incluso muchos huían desde sus pueblos a aquel seguro lugar.
Las calles estaban abarrotabas y a cada paso había tenderetes, cada cual más extravagante,
con multitud de objetos que fascinaban a ambos, especialmente a Liz, que corría de uno a otro
mientras el joven la seguía, guiando de las riendas al corcel. Aunque tenían prisa por encontrar
una posada donde pasar la noche, Rudra se sentía feliz de ver a la muchacha tan emocionada.
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Liz paró frente a un puesto y se quedó mirando a un precioso brazalete de plata. Rudra le
preguntó al hombre de la tienda el precio y, tras obtener la respuesta, metió su mano en el
bolsillo, pero se dio cuenta de que no tenía más que unas pocas monedas; nunca habría
imaginado que acabarían en esa situación por lo que apenas llevaba lo puesto.
Liz sonrió y abrió su riñonera, que llevaba atada a la cintura; se alegró de haber decidido
llevarla a la montaña a pesar de que no pegase ni con cola con el antes precioso vestido
granate, que ahora se veía sucio y desquebrajado.
- Tranquilo, traje algo de dinero – y sacó una moneda. Rudra la miró extrañado.
- ¿Qué es eso? – preguntó.
- Pues dinero, también llevo billetes.
- No sé de dónde lo habrás sacado, pero nunca antes lo había visto, ni siquiera sé si
servirá.
- ¿Qué? – primero se sorprendió, pero luego recordó que ya no se encontraba en su
mundo – vaya… - dijo deprimida.
Una voz los distrajo.
- Niña, ¿puedo ver eso que tienes ahí? – ambos se giraron y vieron a un gitano de unos
sesenta o setenta años sentado en uno de los puestos.
Liz se acercó y se la mostró. El hombre la cogió y la examinó cuidadosamente.
- Vaya… - declaró fascinado – qué tenemos aquí… ¿puedo preguntar de dónde la has
sacado?
- Es una moneda de mi país.
- Y tu país, ¿está muy lejos? – preguntó el anciano.
- No puede imaginarse cuanto…
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El viejo permaneció en silencio durante un par de minutos, pensativo, hasta que por fin
habló.
- ¿Cuánto quieres por ella, jovencita? – lo miró extrañada – verás preciosa, mi afición es
coleccionar objetos raros, y esta moneda que tienes es digna de mi colección – el abuelete
sonrió, mostrando una amarillenta y agujereada dentadura.
El gitano se volvió hacia el montón de cachivaches que tenía tras de él, rebuscando entre
ellos, y al cabo de un rato regresó con una caja vieja. En su interior había una gran cantidad de
calderilla de todo tipo. Algo llamó la atención de Liz.
- ¿Podría ver esa moneda de allí, por favor? – señaló.
El viejo la cogió y se la dio. En cuanto la tuvo entre sus manos, su corazón se aceleró. Dio
mil gracias al cielo de que su abuelo paterno fuera un aficionado a las monedas antiguas, pues
aquel pedazo de metal que sostenía entre sus dedos era nada más y nada menos que un marco
alemán de los años veinte. También distinguió algunos rublos, dólares y hasta yenes.
Estaba atónita y a su vez aliviada. Ahora sabía con certeza que no era la primera persona de
su mundo que había ido a parar a aquel lugar. Aquella revelación hizo que dejara escapar una
sonrisa.
- ¿Cuánto me ofrece? – Rudra la miró sorprendido.
- Veamos… Está en muy buen estado, y parece nueva – el gitano sonrió – creo que
podemos hacer un buen negocio.
Y en efecto consiguió sacar un buen pellizco con todo el dinero que tenía, e incluso vendió
los billetes y algún que otro adorno para el pelo que llevaba en su bendita riñonera, gracias a
la cual también sacó parte de las ganancias. Rudra observaba perplejo la situación. Jamás
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había visto tanto dinero junto. Liz, por su parte, estaba disfrutando de lo lindo; después de
todo, no creía que todo aquello le fuera a ser de mucha utilidad de ahora en adelante.
El anciano estaba tan feliz por la cantidad de mercancías que había conseguido, que como
agradecimiento les ofreció que eligieran como regalo cualquiera de los objetos que había en el
puesto. Liz le cedió el honor al muchacho, pues ella ya había conseguido suficiente. Tras un
rato, se decidió por una espada algo oxidada pero aún servible y, después de despedirse del
gitano, prosiguieron su camino por las calles de la ciudad. Ahora se sentían algo mejor al tener
dinero suficiente como para aguantar durante varias semanas.
Decidieron dirigirse a la zona de alojamientos para buscar alguna posada para hospedarse;
sin embargo, al llegar a una de las plazas, algo llamó su atención.
Un chiquillo gritaba a los cuatro vientos, anunciando la presencia de una gran vidente,
capaz de predecir el futuro a cualquier persona por un módico precio. Detrás de él había una
muchacha de tez morena y cabellos largos sentada frente a una mesa con una bola de cristal y
una baraja de cartas. Llevaba muchos abalorios y vestía ropas elegantes, mostrando un aspecto
muy solemne y enigmático. En el lado izquierdo del rostro, justo bordeando la cara, tenía una
cicatriz que le llegaba desde un poco más abajo de la oreja hasta casi la barbilla. A pesar de
ello, a Liz le pareció muy bella.
A su lado, apoyado contra el carruaje, había un chico con cara de pocos amigos, también
gitano, con una enorme espada atada a su espalda.
Una gran multitud hacía cola frente a la adivina.
Emocionada, Liz se unió al corralillo de gente que rodeaba la plaza, seguida a
regañadientes por Rudra, quien intentó convencerla de que esas cosas no eran más que cuentos
chinos. Según decía, esa gente se ganaba la vida estafando a las personas honradas diciéndoles
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lo que querían oír; pero ella insistió en acercarse a probar. Tal vez pudiera obtener
respuestas…
Mientras discutían, un hombre comenzó a pegar gritos en mitad de la plazoleta. Acusaba a
la gitana de haberle timado hacía tiempo. Al parecer, acudió a ella para conocer su futuro
amoroso en el pasado. La mujer le aseguró que su esposa le era fiel y que no tenía de qué
preocuparse; sin embargo, al poco tiempo, ésta se fugó con uno de sus vecinos, llevándose
todo lo de valor que poseía, o por lo menos eso es lo que decía él.
La gente comenzó a amontonarse alrededor para observar la escena, y Rudra y Liz estaban
entre ellos.
Ante la negativa de la mujer de devolverle el dinero, el hombre comenzó a ponerse cada
vez más violento, y cuando la gitana se disponía a retirarse a su caseta, éste cogió una piedra
del suelo y la lanzó contra la bola de cristal que se encontraba sobre la mesa. Casi en el acto,
muchacho que se encontraba junto al carro agarró la empuñadura de su espada y avanzó unos
pasos, pero la gitana lo detuvo.
- Déjalo Vlad, ni te molestes. No hay que inmutarse por este tipo de escoria – Liz se
sorprendió por la dureza con la que hablaba a pesar de su refinado aspecto.
A simple vista parecía una delicada muñeca, pero en sus palabras se percibía gran fuerza y
rigidez.
- ¡¿Cómo dices?! – el hombre enfureció - ¡bruja tramposa! – con gran agilidad y sin
apenas ser vista, la adivina apareció frente al hombre y lo agarró del cuello de la camisa de
manera amenazadora.
- ¡Qué rápida! – susurró Rudra – ni la he visto.
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- ¿Qué me has llamado, gordo asqueroso? – la cara del hombre se torno en una mueca
de terror ante su desafiante mirada. Al segundo lo soltó, cayendo éste sobre el suelo – ¡bah!
No merece la pena siquiera… Lárgate y olvidaré lo que ha pasado – se giró y se encaminó
hacia la puerta de la carroza.
Tras recuperarse, el hombre volvió a coger otra piedra y la lanzó contra la mujer, atinando
de lleno en su cabeza mientras ésta se balanceaba desorientada. El chico se abalanzó sobre él,
sujetando la empuñadura de su espada, pero antes de que la sacara la gitana se interpuso,
deteniéndolo a apenas unos centímetros de su objetivo.
- ¡Basta Vlad! - el joven parecía haber perdido el juicio.
Ella lo miró a los ojos, intentando calmarle mientras le susurraba algo inaudible para la
multitud, y parecía que funcionaba, pues al poco rato consiguió que se relajara.
- Vámonos de aquí.
La gente alrededor comenzó a chismorrear.
Herido su orgullo, el hombre se levantó del suelo enfurecido.
- De eso nada, devuélveme mi dinero.
La mujer, harta de pelear, sacó un saquito de monedas y se lo lanzó a los pies. Él lo recogió
y, satisfecho, decidió avivar de nuevo la pelea.
- Vaya, vaya. Yo tenía razón. Eres una farsante.
- Di lo que quieras – cansada, sujetaba su cabeza con la mano, intentando detener la
hemorragia.
- No creas que no sé quién eres. He oído habladurías sobre ti – se giró y se dirigió a la
multitud - ¡escuchad todos! Esta mujer es una ladrona. Ni siquiera es vidente. Fue expulsada
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de su clan – se giró de nuevo hacia la pareja de gitanos, a la vez que el bullicio aumentaba –
no eres más que una mentirosa – en su rostro se dibujó una malévola sonrisa.
El joven hizo amago de lanzarse de nuevo contra él, pero ella le detuvo. De repente sus
rodillas cedieron y cayó al suelo, mareada por la pérdida de sangre. Su compañero se arrodilló
a su lado, preocupado, en una lucha interna por ayudarla o callar a ese gordo prepotente de
una vez por todas.
Liz, hasta el colmo de la injusticia y el horrible trato del hombre, salió de entre la multitud
dispuesta a ayudar a la muchacha. La gente la miró atónita, incluido Rudra, quien, tras
recuperarse de la sorpresa, la siguió a trompicones mientras gritaba su nombre. La pareja
estaba igual de sorprendida.
- ¡Ya basta! Tiene su dinero, así que lárguese de una vez - con un pañuelo en la mano,
se agachó junto a la joven - ¿estás bien?
- Eso creo… – la gitana vaciló un instante, pero al ver su amabilidad cogió el pañuelo
que le tendía y se cubrió la herida – gracias.
- De nada – Liz le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
En el momento en que sus manos entraron en contacto, algo extraño sucedió.
La adivina, aturdida, bajó la mirada al tiempo que sentía una especie de cosquilleo en el
estómago y sus pensamientos se iban turbando y se le nublaba la vista. Agarró fuertemente la
mano de Liz, quien la sujetaba por uno de sus hombros, intentando hacer que reaccionara.
Cuando la gitana alzó la vista, la multitud se alejó súbitamente mientras exclamaban con
horror. Sus ojos estaban vueltos, totalmente en blanco; su piel se había vuelto pálida y sus
labios habían adquirido un tono amoratado espeluznante. Rudra observaba la escena detrás de
Liz, tan anonado como el resto.
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El hombretón, aterrorizado, salió corriendo del lugar mientras gritaba.
- ¡Bruja! ¡Es una bruja!
El bullicio se hizo mayor y entonces una voz de ultratumba salió de los labios de la vidente.
- Lo veo… lo veo… bloques que llegan hasta el cielo llenos de gente… ruido… mucho
ruido… maquinas que ruedan por el suelo… ¡pájaros de metal…! - Liz la miró sorprendida
mientras a la gitana se le iba entrecortando la respiración y disparando el pulso – está
oscuro… espejos… una risa… ¡la niña blanca…! - parecía estar hablando sin sentido, llevada
por una locura inexplicable, pero no para Liz – hay mucha agua… y una luz brillante… oigo
música… todo está oscuro de nuevo… - cada vez respiraba con mayor dificultad, agarrando
con más fuerte la mano de la muchacha – es tan oscuro… pero… una silueta… ¡las bestias! –
comenzó a convulsionar – algo se acerca… ¡cuidado! - el aire apenas le llegaba a los
pulmones - muerte… sangre… ¡sangre! ¡ah! - Liz, asustada, trató de librarse, pero la sujetaba
con tanta fuerza que no conseguía soltarse. La mujer parecía estar en éxtasis.
Rudra agarró el brazo de Liz y tiró, intentando separarlas, al tiempo que el otro gitano
realizaba la misma maniobra, y entre ambos lo consiguieron.
Tan pronto se hubo liberado, la gitana volvió a la normalidad y, aunque todavía respiraba
con dificultad, parecía que se iba normalizando.
De entre la multitud una silueta se alejó silenciosamente del escenario, en dirección
opuesta.
Ajena a este suceso, Liz se incorporó, ayudada por su amigo, con la mirada fija en la
adivina mientras que ésta permanecía en el suelo tratando de recobrar el aliento. Rudra insistió
en marcharse de allí y, casi tirando de ella, se alejaron sin decir nada. En cuanto
desaparecieron, otras tres siluetas se retiraron de entre la multitud.
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Poco a poco, la gente comenzó a disiparse entre murmullos. Al final sólo quedaron en el
lugar los dos gitanos y el niño, que había presenciado todo lo ocurrido escondido detrás del
carruaje. El chicuelo corrió para reunirse con la pareja, emocionado, mientras que el gitano
observaba a su compañera con preocupación.
- ¡Ha sido genial, Rudy! Esta vez te has lucido – exclamó el chiquillo sin recibir
atención alguna.
- ¿Qué ha ocurrido?
- Lo he visto… ha sido increíble… - alzó la mirada y comenzó a otear los alrededores -
¿dónde está?
- ¿Quién? – preguntó extrañado el pequeño.
- La chica. ¿Dónde está? Necesito hablar con ella.
- Creo que ya has dicho demasiado… la pobre estaba horrorizada… te has pasado…
dabas hasta miedo – reprochó el niño – ¡yo casi me lo trago y todo! – rió.
- Te equivocas, Bastian – Rudy miró a Vlad y su voz se convirtió en un susurro – no
estaba actuando. De verdad, lo he visto – el joven la miró a los ojos en silencio y asintió. La
gitana se dirigió al niñito – Bastian, deprisa, ¡ve a buscarlos!
El chiquillo se levantó de un brinco y corrió calle abajo. Vlad ayudó a su pareja a
incorporarse y se dirigieron a la tienda para curarle la herida.
- ¿Estás segura? – su voz era grave y seria.
- Sí, no hay duda… necesito encontrarla… - y tras cubrirle la herida, los dos se
perdieron entre las calles en su busca.
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LS REUNIÓN
Tras mucho caminar, Rudra se detuvo frente a un montón de cajas apiladas en la entrada de
una callejuela. Ninguno de los dos dijo palabra alguna desde que abandonaran la plaza. Rudra
se percató de que Liz aún se veía pensativa y un poco pálida.
- Te dije que no era buena idea acercarse a semejantes personajes – dijo enojado – había
oído que los gitanos eran troleros, pero no imaginé que montaran bochornos así para sacar
pelas.
El joven no obtuvo más que un gemido poco efusivo por respuesta, así que decidió cambiar
de tema.
- Será mejor que encontremos un lugar donde hospedarnos, está oscureciendo y pronto
caerá la noche – la joven seguía inmersa en sus pensamientos - ¿Liz?
- ¿Eh? – por fin reaccionó – perdona, ¿qué decías?
- Digo que debemos encontrar una posada.
- Ah, claro, es verdad… - aunque ya no parecía ausente, se veía decaída.
- No hagas mucho caso de lo que acaba de pasar – intentó animarla – esta gente es muy
observadora, analiza a la persona y luego inventa historias.
- Pero… lo que dijo… lo de las bestias...
- Probablemente vio la herida de tu pierna – Liz bajó la mirada y se percató de que
todavía lucía el corte en forma de garra.
- Vaya…
- No le des más vueltas. Además, lo único que decía eran cosas sin sentidos. Pájaros de
metal… - se mofó - ¡menuda chorrada!
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- Tienes razón – rió desganada – soy una tonta. Me lo creo todo – su rostro se relajó – ya
estoy mejor, gracias.
- Bueno, será mejor que vaya a ver dónde podemos pasar la noche. Tú quédate aquí con
Silver, tardaré menos si voy solo.
La joven accedió y, tras una corta despedida, Rudra se marchó. Se llevó la mayor parte del
dinero para conseguir un buen lugar y prometió reunirse con ella lo antes posible.
Cuando se hubo marchado, Liz se sentó sobre una de las cajas con las riendas del caballo
entre las manos a esperar.
Entendía lo que el joven trataba de hacer. Intentaba animarla, pero a pesar de que para él
todo lo que escuchó no fueran más que tonterías, para ella tenía sentido; sin embargo, no
podía decírselo, pues la tomaría por chiflada.
No conseguía sacarse de la cabeza aquel suceso. Ya no sólo porque hubiera descrito su
mundo de cabo a rabo, cosa que nadie en aquel lugar podía conocer, ni porque hubiera
mencionado lo sucedido con las bestias; sino por lo que vino después. Muerte, sangre… Esas
palabras no paraban de repetirse en su mente. Sabía que fuera lo que fuese su significado no
podía ser nada bueno.
Mientras repasaba los acontecimientos en su cabeza, una voz la sacó de sus pensamientos.
Frente a ella vio a una mujer que vestía una capa con capucha y una pasmina alrededor de su
cuello que cubría la mitad baja de su cara, resultando imposible ver su rostro. Su voz sonaba
dulce y amable.
- Disculpa, ¿tú no viajarás por casualidad con un muchacho alto y de pelo oscuro?
Estaba buscando alojamiento. Cómo se llamaba…
- ¿Rudra?
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- Sí, exacto, ése es su nombre. Es que verás, trabajo en una posada de aquí cerca y llegó
buscando una habitación. Me pidió que viniera a avisarte ya que tenía que solucionar unos
asuntos con el dueño. Me dijo que buscara a una muchacha que cuidaba de un caballo y
respondía al nombre de Liz. ¿Eres tú?
- Sí, soy yo.
- ¡Menos mal! – la mujer se alegró de sobremanera - Como está oscureciendo me pidió
que te llevara rápido de vuelta. Pensé que no te encontraría – la agarró de la mano y tiró
suavemente de ella – vamos, deprisa, si no nos apresuramos se hará de noche.
Liz se dejó llevar y, aunque le pareció extraño que no hubiera ido Rudra a buscarla en
persona, la mujer llevaba tanta prisa que apenas le dio tiempo a reaccionar.
Comenzaron a deambular por las calles. En verdad había oscurecido bastante y era normal
que llevaran tanta prisa. Le dijo que acababa de empezar a trabajar en aquel lugar y todavía le
resultaba difícil encontrar el camino, sobre todo en la noche, por lo que dieron varias vueltas,
deteniéndose y retomando de nuevo el camino una y otra vez. Al cabo de un rato Liz había
perdido totalmente el sentido de la orientación y estaba convencida de que si la dejaba allí
sola, sería incapaz de desandar sus pasos. Finalmente la guía se detuvo a una calle y le pidió
que atara al caballo a un poste para animales junto a la entrada de la callejuela. La posada,
según ella, se encontraba un poco más adelante, pero allí no tenían espacio para animales. Liz
hizo lo que le ordenó sin rechistar y la siguió.
Se adentraron en el callejón y prosiguieron andando. Cada vez estaba más oscuro y ya ni
siquiera se oía a la gente alrededor. La muchacha, inquieta, se detuvo dudosa de que aquella
fuera la ruta correcta.
- Creo que se ha equivocado de camino… será mejor que volvamos atrás…
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Estaba a punto de girarse cuando su acompañante tiró del brazo por el que la sujetaba, sin
inmutarse, aumentando la presión de sujeción hasta tal punto que le causaba dolor. La miró
sorprendida y pensó entonces que tal vez había hecho mal en dejarse llevar por una
desconocida. La mujer se giró levemente.
- Te estabas portando muy bien – las uñas de su captora se alargaron repentinamente,
clavándose a ras de la piel unos milímetros, sin llegar a penetrar en ella.
Liz la miró escandalizada y, por primera vez, pudo distinguir su rostro. Se veía tan pálido
como el de un cadáver, y sus ojos eran completamente negros, pero no sólo el iris o las
pupilas, sino el globo ocular al completo. No pudo evitar soltar un gritito de horror al ver
aquel espeluznante rostro, llevándose la mano libre a la boca. Su captora carraspeó ofendida.
- No me lo pongas difícil – su voz, totalmente transformada, sonaba grave y de
ultratumba.
- ¿Qué…? ¿Quién? – le costaba articular palabra - ¿Qué es lo que quieres?
- ¿Es que no lo sabes? Mi señor me envía para acabar con tu amenaza – la miró un
instante y enseguida lo supo.
- Rakshasa…- titubeó anonadada - eres un… kinay.
- ¡Premio para la señorita! – se burló - veo que estás bien informada, eso facilita las
cosas. Si te portas bien no te pasará nada, ¿qué me dices?
- ¡Espera! Tiene que haber un error. ¡Yo no soy ningún guerrero! Yo soy una chica
normal, te lo aseguro, yo… - el monstruo no pudo evitar reír.
- Tienes gracia, pero eso no funcionará. No sólo tu aspecto te delata, sino que además tu
hedor es inconfundible. Podría saber dónde te encuentras a kilómetros de distancia.
- ¿Mi olor? – Liz se olfateó disimuladamente, sin percibir nada.
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- Es diferente al del resto de criaturas y humanos de este mundo. No hay duda. Tú eres
mi objetivo y cumpliré con mi cometido, ¡vamos! – tiró de ella
- ¡No! – intentó liberarse, pero al hacerlo las uñas del demonio la desgarraron la carne, a
lo que gritó de dolor.
- ¿Te resistes? – la mujer la lanzó al suelo mientras una maliciosa sonrisa se dibujaba en
su boca – estaba deseando que lo hicieras. Así será más divertido – Liz la miró mientas se
agarraba el brazo herido – me ordenaron que te llevara con vida, pero no pasará nada porque
te arranque un par de miembros o destroce esa bonita cara que tienes. Total, te mataré
igualmente cuando lleguemos.
La muchacha vio horrorizada como las manos de la mujer se convertían en punzantes
garras capaces de despedazar cualquier objeto, mostrando en su cara una horripilante mueca
de satisfacción ante su reacción.
Echó una ojeada a su espalda, pero apenas había ya luz y era incapaz de distinguir la salida.
Estaba acorralada, pero no iba a rendirse.
- ¡Espera! No me hagas daño, por favor. Haré lo que me ordenes – se incorporó muy
despacio, cogiendo un puñado de arena del suelo sin que el kinay se percatase.
- Buena chica. Aunque me apetecía divertirme un rato – extendió el brazo para agarrarla
de nuevo – el rey estará muy contento cuando te vea. Seguro que me recompensa…
Antes de que terminara siquiera la frase, y aprovechando la distracción de la mujer, le tiró
la arena directa a los ojos. El monstruo soltó un grito y se cubrió la cara con las manos,
momento que Liz aprovechó para dar la vuelta y correr como alma que lleva el diablo hacia la
salida. Apenas había avanzado unos pocos metros cuando oyó un ruido a lo alto, en un lateral.
Miró hacia los lados y vio horrorizada como el kinay la perseguía a cuatro patas por la pared,
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con sus miembros totalmente desencajados, como si de una araña se tratara. Intentó acelerar
mientras gritaba desconsolada para que alguien la ayudara, pero por desgracia el demonio era
más rápido que ella y saltó, bloqueándole el paso.
En un intento desesperado por defenderse, agarró la pasmina con la esperanza de causar
algún daño en su atacante, pero lo único que consiguió fue acabar con el pañuelo entre sus
manos y observar, con espanto, el espeluznante rostro de la mujer.
De sus mejillas emergían dos afilados colmillos carnosos que se unían frente a la boca,
moviéndose sin parar como las antenas de un insecto, cubriendo una diminuta dentadura.
La pobre gritó horrorizada ante aquella surrealista visión, a lo que la criatura mostró una
maquiavélica sonrisa que le erizó los pelos.
En un intento desesperado, empujó al monstruo y trató huir en dirección contraria;
desafortunadamente el engendro lanzó de su boca una especie de seda que rodeó el cuello de
Liz, impidiéndola avanzar y siendo ahora ella la estrangulada. Su captora tiró de las cuerdas
mientras la joven seguía luchando, tratando de desprenderse de la soga, pero el kinay le lanzó
dos cuerdas más a los brazos, imposibilitándola el seguir luchando. Tiró de las sedas,
suspendiéndola en el aire, y comenzó lanzar escupitajos, formando una especie de tela de
araña para atraparla e inmovilizarla.
- Parece que sí que voy a poder divertirme un rato. Tendré que torturarte hasta que
pierdas el conocimiento y pueda llevarte conmigo – la criatura sonrió con maldad – trataré de
tardar lo máximo posible.
Las uñas del monstruo crecieron de nuevo hasta alcanzar más de diez centímetros de largo.
Miró a su presa, sonriente. Liz nunca había visto una sonrisa tan desagradable y diabólica.
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Pudo ver sus dientes, puntiagudos y amarillentos, centelleando tras sus dos antenas movibles.
Su sonrisa se torno en una amenazadora mueca que anunciaba el fin de la partida.
De pronto, justo cuando aquella monstruosa criatura iba a abalanzarse sobre su maniatada
prisionera, algo en la oscuridad saltó sobre el kinay y comenzaron a pelear.
Liz apenas podía distinguir nada. El monstruo se agitaba, intentando quitarse de encima a
su atacante, y en un movimiento, lanzó a lo que fuera que fuese contra el suelo. La joven por
fin pudo ver con asombro de qué se trataba. Allí, frente a ella, estaba la enorme pantera que
con anterioridad la había atacado. Pero esta vez había venido para salvarla. El engendro se
sorprendió.
- ¿Akehiya? ¡¿Pero qué demonios estás haciendo?! Se suponía que era tu misión
capturar a la muchacha y, sin embargo, ahora me atacas. ¿Es que quieres robarme mi trofeo?
El animal rugió con fiereza a la mujer. Ésta se detuvo y la observó con detenimiento. En su
rostro se reflejó su asombro.
- No es posible… Has perdido todos tus poderes. ¿Acaso has vuelto a la normalidad? –
el animal gruñó de nuevo – pero eso es imposible…
Miró a Liz y su sorpresa se transformó en rabia.
- ¡Tú! – gritó enfurecida señalándola - ¡has sido tú!
Cuando iba a lanzarse contra ella, el animal se interpuso y la alejó de un zarpazo
- ¿Cómo es posible que hayas convertido a la poderosísima Akehiya, mano derecha de
nuestro rey, en un simple… animal? Una criatura tan inferior… – observó a la pantera
entristecida – y lo peor de todo es que la proteges… nos has traicionado – miró a la joven
encolerizada – ¡jamás te lo perdonaré! Tu amenaza es mayor de la que esperaba. No dejaré
que te acerques a mi rey. ¡Te mataré aquí mismo!
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Dicho esto, se abalanzó sobre Liz, pero Akehiya se interpuso y la batalla comenzó de
nuevo.
A pesar de que el felino era poderoso, no era rival contra aquel demonio. Una y otra vez era
lanzado por los aires contra paredes y cajas, pero siempre se levantaba y volvía a embestir; no
obstante, cada vez estaba más magullado y cansado.
El kinay arrojó de nuevo al animal, que cayó a los pies de la joven. Liz le pidió que no se
levantara, pero volvió a hacerlo; todo su cuerpo temblaba del esfuerzo empapado en sangre.
- ¡Basta, por favor! ¡Te matará!
- Deberías hacer caso a la niña. Puede que fueras la bestia más poderosa de entre
nosotros, pero ahora no eres más que simple gatito. Si te marchar ahora, te perdonaré la vida,
por todos los años que hemos pasado juntas – el animal se preparó para embestir – luchadora
hasta el final. Muy bien.
El monstruo se afiló la uñas, decidido a atravesar a su rival en cuanto se abalanzará sobre
ella. Akehiya se dispuso a atacar, mientras que Liz gritaba desesperada para que se detuviera;
tenía que hacer algo, pero no sabía el qué. Estaba desesperada.
Cerró los ojos y en su mente suplicó que alguien la ayudara, quien fuera. Y de pronto
comenzó a sentir un gran calor que invadía todo su cuerpo, menguado sus fuerzas, y por un
instante, se desvaneció.
Apenas habían pasado unos segundo cuando recobró el sentido, y sin embargo, todo el
escenario había cambiado. El kinay se hallaba en el suelo, retorciéndose mientras se cubría los
ojos y gritaba de dolor.
Era su oportunidad para escapar, así que trató de forcejear para liberarse, pero sus muñecas
se resentían. Al volverse en un intento por soltarse de sus ataduras, vio a la pantera inmóvil,
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tendida a escasos metros de ella. Pensó que estaba muerta, pero reaccionó ante su llamada, y a
pesar de encontrarse muy malherida, se incorporó como pudo y se arrastró hasta donde se
estaba. Comenzó a mordisquear la tela para liberarla, pero cuando ya casi lo había logrado, la
mujer araña agarró al animal y lo lanzó por los aires.
Después, cogió del cuello a la muchacha con inmensa furia. Su aliento era tan pestilente
que creyó que se desmayaría de nuevo.
- Maldita… ¡Te arrepentirás de haber nacido! – justo en ese momento una voz irrumpió
en el lugar.
- ¡Detente!
El monstruo se giró y apenas tuvo tiempo de apartarse cuando sintió como el filo de una
espada se le clavaba en un costado, dejando caer a la joven. Miró a su atacante y distinguió a
un muchacho.
- ¡Rudra! – gritó llena de alegría al ver a su amigo.
- ¡Liz! ¿Estás bien? – con sólo ver el aspecto que tenía podía deducir que no lo estaba.
El muchacho estaba tan distraído pensando en el bienestar de la joven que se olvidó de la
mujer a quien había atacado. Ésta agarró la espada y la sacó de su cuerpo ensangrentado,
emitiendo un desagradable ruido al hacerlo. Acto seguido, se abalanzó sobre Rudra, y si no
hubiera sido por grito de Liz, éste no hubiera conseguido esquivar las uñas a tiempo, aunque
al hacerlo perdió el equilibrio y cayó al suelo. El engendro rió.
- Vaya, vaya. Qué tenemos aquí – se pasó la mano por la herida, que ya había
comenzado a regenerarse, ante la atónita mirada de los jóvenes – si crees que con eso vas a
acabar conmigo estás muy equivocado. Tú solo no podrás derrotarme.
- No está solo – la voz provenía de detrás.
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Liz buscó con la mirada y vio con sorpresa como los dos gitanos aparecían en escena. No
sabía en qué momento se le habían unido, pero se alegró de ver a más personas dispuestas a
ayudarla. La gitana ayudó Rudra a levantarse mientras que su compañero permanecía en la
retaguardia.
- Es la primera vez que veo a un kinay – afirmó ella – es más feo de lo que pensaba.
- ¡Ah! – rugió el monstruo - parece que quieres adelantar tu muerte.
- No creas que me impresionas. Somos tres contra uno. No pinta muy bien para ti.
La criatura, enfurecida, se lanzó contra la gitana, siendo interceptada por Vlad, dando
comienzo la lucha, a la que Rudra también se unió.
El gitano mostraba una gran destreza y agresividad con la espada, mientras que Rudra se
veía algo patoso con ella, pero se defendía. Rudy corrió hacia Liz y con un puñal comenzó a
cortar la tela que la tenía presa. A su espalda, la lucha continuaba.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí, gracias por tu ayuda
- Te llamas Liz ¿verdad? Se lo escuché a Rudra. Yo me llamo Rudy – se volvió a
observar la batalla – debes de ser una persona muy importante para que los kinays vayan tras
de ti.
En ese momento, Liz vio a los jóvenes salir despedidos y al monstruo dirigiéndose hacia
ellas. Rudy sacó la espada que llevaba y lo bloqueó, ordenando a Liz que escapara. Ésta corrió
despavorida hacia la salida, pero tras oír el grito de Rudy se volvió y vio con horror como
todos sus rescatadores estaban tendidos en el suelo, maltrechos. Frente a ella se alzaba la
figura del kinay, envuelto en sangre pero todavía en pie.
“¿Acaso no se les puede matar?” pensó con pavor.
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Estaba perdida. Ya no quedaba nadie en pie; y justo cuando pensaba que había llegado su
fin, la pantera volvió a saltar sobre el monstruo, con las últimas fuerzas que le quedaban,
dispuesta a protegerla. Aún con todo, no pudo hacer mucho y, tras un breve encontronazo,
cayó a los pies de la joven sin poder moverse. El kinay se dirigió hacia el cuerpo inerte del
felino, dispuesto a rematarlo, cuando de su estómago apareció el filo de la vieja y oxidada
espada de Rudra.
- ¡Corre, Liz! ¡Huye! – pero poco tiempo pudo retener al monstruo.
Éste agarró al muchacho del cuello y lo alzó. Rudra intentó liberarse, pero su atacante
clavó sus garras en su hombro, obligándole a soltar un ensordecedor grito de dolor. Lo miró a
los ojos y rió a carcajada limpia.
- Esos ojos… ¡Éste es mi día de suerte! Mi señor estará feliz si le llevo la cabeza de
ambos – el demonio apretó con más fuerza el cuello que aprisionaba, y como consecuencia el
muchacho comenzó a ponerse morado por la falta de aire. Liz gritó desesperada.
- ¡Ya basta! Por favor, no les hagas más daño. Mátame a mí si quieres, pero déjales
marchar, ¡te lo suplico!
- No… vete… huye… - apenas le quedaba ya aire.
El engendro, cubierto de sangre, dejó caer a Rudra, quien comenzó a toser con gran ansia.
Se encaminó hacia la muchacha y, al llegar a donde se encontraba, la levantó del cuello sin
que ella se resistiera.
A los pocos segundos Liz pudo sentir como el aire dejaba de llegar a sus pulmones. Se
estaba asfixiando. A pesar de haber decidido sacrificarse, su cuerpo rehusaba morir y
pataleaba descontrolado, luchando contra su agresor mientras agarraba las manos del
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monstruo en un empeño por liberarse. La falta de aire hizo que se mareara y poco a poco sus
fuerzas la fueron abandonando.
A punto estaba de perder el conocimiento cuando una flecha apareció de la nada y se clavó
en plena frente del monstruo, arrojando éste a la muchacha entre quejidos. Liz inspiró con
ansia con el fin de llenar sus pulmones de oxígeno de nuevo. El kinay trató de quitarse la
flecha, pero tan pronto la tocó se convirtió en llamas que se extendieron por todo su cuerpo.
Liz oyó pasó a su espalda y, tendida en el suelo, volteó la cabeza tratando de descubrir de
qué se trataba. Tras ella apareció un muchacho de cabellos rubios, casi albinos, que se dirigía
lentamente hacia el monstruo, el cual aullaba de dolor.
Cuando el fuego se hubo extinguido, el demonio saltó sobre el joven, pero éste alzó los
brazos y un rayo cayó del cielo justo encima de su atacante, chamuscándolo por completo.
Entre gritos, volvió a arremeter contra el desconocido quien, tras pronunciar unas palabras
casi inaudibles, disparó otra flecha ardiendo, achicharrando una vez más a la criatura, que
cayó al suelo quejumbroso. El muchacho se situó a su vera, y desenvainando su espada, cortó
la cabeza del kinay de un solo golpe, dejando éste por fin de moverse.
Liz miró horrorizada la escena mientras las lágrimas manaban sin cesar de sus ojos.
Lágrimas que no sabía si eran de horror o de alivio.
El olor a carne quemada tan era insoportable, que tuvo que cubrirse la nariz y la boca para
no vomitar, apartando la mirada de aquella monstruosidad. Al poco tiempo apareció a su lado
el joven de cabellos alvinos.
- ¿Os encontráis bien? – ella lo miró, pero no respondió – vuestras heridas no parecen de
gravedad, estoy seguro de que os recuperaréis enseguida.
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Se agachó y posó sus manos sobre los cortes. Al instante una luz verdosa comenzó a brotar
de ellas, haciendo que el dolor fuera desapareciendo.
- ¿Rudra? – Liz lo buscó por la zona con la mirada.
- Tranquila, mis compañeros los están atendiendo.
Vio a dos hombres con el resto, curando las heridas del gitano y Rudra. Rudy estaba junto a
ellos. No parecía tener más que algunos rasguños.
Se levantó con dificultad y fue junto a su amigo, sentándose a su lado. Éste la tranquilizó
diciéndole que se encontraba bien. Se notaba en su rostro lo aliviado que estaba de que todo
hubiera por fin terminado. De pronto, Liz se levantó de un salto.
- ¡Akehiya! ¿Dónde está? – buscó al animal desesperada por todo el lugar,
descubriéndolo a unos metros de distancia, inmóvil.
Corrió hacia él y se dejó caer a su lado, colocándolo sobre su regazo. El muchacho de
cabellos rubios apareció a su lado.
- Lo siento, está demasiado malherida, no puedo hacer nada por ella - se lamentó.
- ¡Pero me salvó la vida! Me protegió incluso cuando no le quedaban fuerzas. ¡Tienes
que hacer algo! – el chico bajó la mirada – no… ¡no! Por favor… ¡por favor! Alguien, que
haga algo… ¡quien sea! – comenzó a llorar desconsolada.
Entonces escuchó una voz.
“¿Quieres salvarla?”
Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. De nuevo, volvió a repetirse la voz.
“¿Lo deseas?”
- Sí, por favor – suplicó Liz. Todos a su alrededor la miraron extrañados, preguntándose
con quien hablaba – haré lo que sea.
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“Utiliza mi poder. Di mi nombre.”
- ¿Tú nombre? ¿Cuál es tu nombre?
“Recuerda tu sueño… mi nombre…”
- Mi sueño… tu nombre… - a su mente vino la imagen de una niña de cabellos verde, y
de sus labios brotó inconscientemente una palabra – Aditi…
En el momento en que pronunció aquel nombre, sus ojos desprendieron un intenso brillo
verdoso, más claro que el suyo, y todo su cuerpo fue envuelto por un aura del mismo color.
Ante la mirada atónita de los presentes, la bruma que emanaba de su cuerpo adquirió la forma
de una niña translúcida de cabellos verdosos. La pequeña se paseó entre todos y en un instante
el dolor desapareció. Rudra vio como sus cortes se cerraban en cuestión de segundos.
Después, la niña se posó sobre el maltrecho animal y su cuerpo empezó a brillar.
Liz observó como las heridas comenzaban a sanar y lloró de alegría. Cuando la pantera se
hubo recuperado, la pequeña volvió a adquirir forma y, con una dulce sonrisa, se despidió de
la muchacha, quien le devolvió la sonrisa entre lágrimas, dándole las gracias al tiempo que
desaparecía. La joven miró de nuevo al felino y lo llamó por su nombre:
- Akehiya… ¿Akehiya?
Ésta por fin se movió y, a pesar de estar muy débil, consiguió lamer el rostro Liz y posar la
cabeza sobre su regazo. Todos observaban pasmados la escena, especialmente Rudra.
Al instante, la joven se tambaleó y perdió el conocimiento, desvaneciéndose sobre el
costado del joven desconocido, quien la sujetó con delicadeza.
- ¡Liz! – gritó Rudra mientras corría hacia ella.
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- Tranquilo, sólo está agotada. Dejémosla descansar – el muchacho de cabellos alvinos
cogió a Liz en volandas y se volvió – seguidme – Rudra, algo molesto, y los demás lo
siguieron.
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LA SEPARACIÓN
Cuando abrió los ojos, vio que se encontraba tendida sobre la cama de una habitación
desconocida. A su lado estaba Rudra, sentado, y tras él, los gitanos. De pie, deambulando por
la estancia, se hallaba el extraño joven que los ayudó en el callejón, y echada sobre el suelo
junto a la cama, la pantera. En cuanto despertó, todos se reunieron a su alrededor, aliviados, y
la pusieron al día de lo sucedido.
Al parecer, su nuevo amigo los había conducido a la posada donde se hospedaba con sus
compañeros y allí había dormido durante casi tres días enteros. En ese tiempo, el desconocido
les explicó que su gran maestro, Maharshi el mago, les había enviado en busca de una persona
a la ciudad. No tenían descripción alguna, mas que destacaría entre las demás y que
posiblemente fuera perseguida por los kinays, aunque aseguró que sabrían de quien se trataba
en cuanto la vieran.
Así, cuando el joven Roth, pues ese era su nombre, vio a la pareja en la plaza, decidió
seguirlos, pero cuando se separaron fueron tras el muchacho, y al sentir la presencia del kinay
se distrajeron, perdiéndolo de vista. Entonces, vieron una brillante luz aparecer de la nada y
tras dirigirse hacia ella pudieron encontrarlos.
- ¿Una luz? – preguntó Liz.
- Sí, nosotros también la vimos – afirmó su amigo - cuando nos separamos, volví a
recogerte adonde te dejé, pero ya no estabas allí. Mientras te buscaba me encontré con Rudy y
Vlad, los gitanos de la plaza. Rudy deseaba hablar contigo así que me acompañaron en tu
búsqueda. Bueno, más bien me siguieron… Dimos muchas vueltas, pero no había manera de
encontrarte. Entonces el pequeño Bastian, que al parecer te había estado siguiendo, apareció
de entre la multitud y nos contó que te había visto marchar con una mujer encapuchada;
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después nos guió hasta el lugar donde se encontraba Silver, pero no había ni rastro de ti. No
sabíamos por donde buscar, pero de pronto una luz dorada se elevó desde el interior del
callejón hasta el cielo. Era la misma luz que nos envolvió cuando escapábamos de las bestias
en Shamballah, así que pensé que tal vez te encontraría allí. Y estaba en lo cierto – sonrió –
menos mal que llegamos a tiempo.
Liz se quedó pensativa. Ella no recordaba haber visto luz alguna, aunque perdió el
conocimiento durante unos instantes. Quizás…
- ¿Qué fue lo que pasó?
- No estoy segura… la mujer me dijo que tú la enviabas… sabía mi nombre… dijo que
debía llevarme con vida… pero después de ver a la pantera decidió matarme – la muchacha
acarició suavemente la cabeza del animal, que yacía junto a ella plácidamente.
- Lo mejor será que el maestro nos explique qué está pasando. Mañana al amanecer
partiremos hacia el desierto, allí se encuentra nuestra morada – explicó Roth.
- Bien, pues no se hable más. Vayamos a dormir y mañana partiremos todos juntos –
Rudy estaba entusiasmada.
- ¿Juntos? ¿Desde cuándo somos un grupo? – se quejó Rudra no muy convencido.
- Yo también tengo curiosidad por saber de qué va todo esto, además, necesito hablar
con Liz cuando las cosas se hayan calmado – la miró sonriente.
Liz la observó durante un instante y después apartó la mirada, reflejándose en su rostro una
emoción que la gitana no consiguió identificar, mezcla entre duda, pena y dolor.
Tras acordar el plan, cada uno se fue a sus respectivas habitaciones a prepararse para la
partida del día siguiente y descansar.
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Unos minutos después de que el grupo se desperdigara, alguien llamó a la puerta de Roth.
Éste abrió y vio a Liz al otro lado. Ella lo miró un instante y después bajo la mirada, evitando
el contacto visual. Dijo que necesitaba hablar con él, así que Roth le ofreció entrar. Le pidió a
sus compañeros que abandonaran la estancia, pero ella insistió en que se quedaran, así que se
sentó.
- ¿Qué sabes del ataque de hoy? – lo interrogó.
- No mucho, lo único que sé es que os he contado ya.
- Vaya…
- He de reconocer que al principio pensé que se trataba del muchacho, debido a su
extraño color de ojos, pero después de los acontecimientos está claro que la persona a la que
se refería el maestro sois vos – la joven permaneció en silencio – siento no poder seros de más
ayuda.
- Necesito pedirte un favor – se quedó callada un instante mientras seguía con la cabeza
gacha, después miró seria al joven a los ojos – quiero que salgamos esta noche – vaciló un
instante, pero enseguida volvió a llenarse de determinación - sólo los aquí reunidos.
Roth meditó en silencio durante un par de minutos mientras el resto esperaban expectantes.
- Muy bien. Esperaremos a que todos duerman. Después pasaremos a buscaros a vuestra
habitación.
- No hay necesidad. Os estaré esperando en los establos.
- De acuerdo.
- Gracias – la muchacha se marchó en silencio.
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Tras cruzar la puerta de su habitación, Liz se apoyó contra la puerta y toda la entereza con la
que se había mostrado antes se esfumó. Se sentía aliviada de que el joven no le hubiera pedido
ninguna explicación y aceptara sin más.
En el fondo no quería dejar a nadie atrás, pero si continuaban juntos, acabarían heridos de
nuevo o incluso peor, y no podía permitir que eso pasara. Sabía que Rudra se enfadaría con
ella, mas no quería ponerle en peligros de nuevo, ya había pasado por suficiente.
Al pensar en el joven, la garganta se le atragantó y no pudo retener por más tiempo las
lágrimas, rompiendo a llorar al instante.
Cuando Roth y su grupo bajaron a los establos, Liz ya estaba allí esperándolos. Su rostro
aún estaba enrojecido, pero ninguno hizo pregunta alguna.
En silencio, ensillaron a los caballos y montaron. Liz se sentó detrás de Roth.
En la oscuridad de la noche, los tres jinetes y su acompañante cruzaron la puerta sur de la
ciudad, y cuando apenas llevaban unos minutos cabalgando Roth, se detuvo en seco.
- ¿Qué ocurre?
- Alguien nos sigue… - susurró.
- ¿Kinay? – preguntó asustada, pero él no contestó.
De entre las sombras pudo distinguir una silueta que se acercaba a la carrera. Cuando se
encontraba a pocos metros de distancia, la joven bajó del caballo con cuidado.
- Nos has seguido ¿eh?
El animal se acercó a ella hasta colocar su cabeza bajo su mano. Liz sonrió al tiempo que la
acariciaba. Se agachó, situándose a su altura mientras sujetaba su cabeza delicadamente entre
sus manos, y la miró a los ojos.
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- Akehiya… eres libre. Deberías marcharte a tu hogar – la pantera gimió y Liz supo que
no deseaba separarse de ella – pero si me sigues estarás en peligro y probablemente acabarás
herida de nuevo… no quiero que te suceda nada malo…
Akehiya rugió y después lamió la cara de la muchacha. Sabía que dijera lo que dijera la
seguiría de todos modos allá donde fuera.
- Muy bien… - sonrió con ternura.
Montó a lomos del felino y el grupo prosiguió su camino hacia el desierto.
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CAMINOS CRUZADOS
Rudra apenas había dormido durante la noche; no dejaba de repasar todos los
acontecimientos sucedidos en los últimos días. Desde que Liz apareciera en su vida, todo su
mundo había cambiado de manera drástica. En un instante, todas aquellas cosas en las que
jamás había creído se habían convertido en… reales. ¿Y qué sabía de aquella chica? Tenía
tantas dudas en su cabeza… Antes de partir, deseaba hablar con ella a solas, aunque tampoco
parecía que la muchacha tuviera demasiadas respuestas.
Justo antes de que amaneciera, se levantó y se dirigió a la habitación de la joven, ansioso
por aclarar sus dudas. Llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Tal vez estaba
durmiendo… Por desgracia no podía esperar, así que volvió a llamar, sin éxito; posó su oreja
en la puerta y tras esperar unos segundos, no consiguió oír ningún ruido del interior.
Impulsado por la curiosidad agarró el pomo y éste giró sin hacer apenas esfuerzo.
Con cuidado abrió la puerta, esperando encontrar a la despistada muchacha en la cama,
durmiendo ajena a su descuido. Cuál fue su sorpresa al descubrir la estancia completamente
vacía, sin rastro de Liz.
Corrió al cuarto de los gitanos y aporreó la puerta, apareciendo por el umbral una
adormilada Rudy.
- ¿Qué pasa? ¿Ya es la hora?
- ¿Está Liz contigo?
- No… aquí no ha venido… ¿no está en su dormitorio?
- ¡La habitación está vacía! – se giró acalorado – Roth…
Se precipitó escaleras abajo en dirección a la habitación del grupo, pero cuando llegó la
encontró también vacía. Se habían marchado.
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La pareja de gitanos lo alcanzaron.
- Se la han llevado… - musitó.
- ¿Qué? No es posible… - dijo Rudy.
- Ése era su plan… - Rudra se puso furioso.
- Pero ¿por qué salvarnos la vida? No tiene sentido…
- ¡Claro que lo tiene! Se ganan nuestra confianza y la secuestran delante de nuestras
narices.
- Relájate muchachote, que vas a despertar a toda la posada – le regañó la gitana –
Bueno ¿qué hacemos?
- ¿No está claro? Debemos ir tras ellos.
- ¿Adónde?
- No lo sé…
- El desierto – dijo Vlad inesperadamente. Era la primera vez que Rudra lo oía hablar.
- Es cierto, comentaron algo del desierto…
- Pero puede ser una trampa… no podemos fiarnos… - contradijo Rudra a la defensiva.
Entonces Rudy pegó un saltito.
- ¡Tengo una idea! ¿Tienes algo de Liz? – Rudra la miró extrañado – cualquier cosa
servirá.
Sacó de su bolsillo la moneda que le había regalado.
- ¿Te vale esto? – Rudy observó el objeto con detenimiento.
- ¿Qué es?
- Dinero de su tierra. Al menos eso dijo. Uno de los viejos le dio muchísimo por ellas.
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- Vaya… - la gitana sonrió – perfecto. A ver si funciona.
- La quiero de vuelta… - le advirtió.
- Qué desconfiada es la gente.
La mujer agarró la moneda, cerró los ojos y suspiró profundamente, centrando toda su
atención en aquel trozo de metal ante la atenta pero recelosa mirada de Rudra. No quería
interrumpir, aunque no sabía de qué iba todo el rollo, así que preguntó al gitano en voz baja.
- ¿Qué hace?
- Intenta tener una visión.
- ¿Ése es el plan? – resopló desalentado. Entonces Rudy comenzó a temblar – no me
digas… que lo de la plaza no fue un farol.
- De normal, lo habría sido… - dejó escapar una sonrisilla – pero por alguna razón,
cuando tocó a tu amiga, tuvo una real. Rudy proviene de una familia de videntes, aunque
nunca antes había despertado su don, por eso se ganaba la vida timando a la gente – guardó
silencio – aquí viene.
Los ojos de la gitana se tornaron blancos y comenzó a balbucear sin sentido. Lo único que
secaron en claro fue arena, fuego y peligro.
Por primera vez, Rudra decidió creer en aquellas hasta entonces pantomimas, por lo que
cuando Rudy se recuperó del esfuerzo, se encaminaron a toda prisa a los establos.
Empacaron todo y se lanzaron al galope cuando apenas asomaba el sol por el horizonte.
Aunque en un principio Rudra tenía pensado ir solo, la pareja insistió en acompañarlo, así que
los tres cruzaron las puertas de la gran ciudad de Taraka camino del desierto.
140
Habían pasado ya dos días desde que abandonaran la capital y todavía seguían en mitad del
desierto, rodeados de arena y más arena. Liz pensó que nunca llegarían a su destino. Si no
hubiera sido gracias a los conocimientos y la magia de sus acompañantes, el viaje habría
resultado más que agotador; sin embargo, estaba siendo tranquilo y sin percances.
La joven descubrió que Roth era un aprendiz de mago, al igual que sus dos compañeros.
Había estado bajo la tutela del maestro Maharshi desde que tenía doce años, por lo que
conocía aquel desierto como la palma de su mano. Los peores días de entrenamiento los había
tenido que sufrir en él, y ni qué decir de las noches. Le contó que cuando desobedecía, su
maestro lo abandonaba en mitad de las arenas y tenía que volver por su cuenta. Por las
palabras del muchacho, Liz pensó que su mentor debía de ser una persona horrible; no
obstante, su tono de voz y su mirada delataban el enorme afecto que sentía por él.
Gracias a las historias de Roth el camino no parecía tan largo y duro. Aún así, desde el
mismo momento en el que entraran en aquel páramo, una extraña sensación se había
apoderado de la muchacha. Sentía una especie de cosquilleo constante en su estomago,
desconocido hasta el momento, que la inquietaba, y que se agudizaba a cada paso que daban
hacia las entrañas del arenal.
Por fin, en la tarde del segundo día, Liz pudo ver a lo lejos su destino, un frondoso oasis
que desentonaba con todo lo que hasta entonces había visto en aquel país. Rodeado por
grandes y verdes palmeras se alzaba un palacete de estilo arábigo, igualito que los que
aparecían en las películas, pues nunca antes había viajado a una región desértica en su mundo.
A medida que se fueron acercando, pudo distinguir una laguna de aguas cristalinas y
multitud de animales a su alrededor. Las exóticas aves canturreaban por los alrededores y los
camellos se refrescaban a la sombra.
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Antes de que siquiera estuvieran cerca de las puertas, la joven atisbó a varias criadas
esperándolos, y en cuanto llegaron, la condujeron hacia el interior, ignorando al resto de
viajeros.
Primero fue llevada a la estancia donde se alojaría mientras permaneciera allí. Liz creyó
encontrarse en los aposentos de un auténtico Marajá, no sólo por el tamaño, sino por la
lujuriosa decoración. Esculturas talladas en marfil, sábanas de seda cubriendo el lecho,
muebles de la más refinada madera, suelo de un mármol tan pulido que si se cayera sobre él,
resbalaría hasta la pared opuesta. No podía no imaginarse cómo sería el resto del palacio.
A los pocos minutos, un par de doncellas aparecieron y se la llevaron sin decir palabra
alguna ni explicar adónde. La guiaron a través de varios pasillos hasta llegar a una sala casi
entera cubierta de agua, con chorros que caían de las alturas. Era precioso.
- ¿Qué es este lugar?
- Es el manantial para la purificación – le explicó una de las doncellas.
- ¿Purificación?
- Sirve para limpiar el cuerpo y el espíritu de todo lo negativo – aclaró la otra.
- Vaya…
Las mujeres cerraron las puertas y comenzaron a desnudarla. Liz dio un paso atrás,
cubriéndose.
- ¿Qué hacéis?
- El maestro nos ordenó que nos hiciéramos cargo de su ritual de purificación.
- No es necesario… puedo hacerlo yo sola…
- No os preocupéis – rió la más joven – no es la primera vez que vemos una mujer
desnuda.
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A Liz se le saltaron los colores.
- Seremos muy delicadas – bromeó la otra.
Y se abalanzaron sobre ella entre carcajadas. La joven se resistió tanto que casi tuvieron
que arrancarle las vestiduras.
Una vez desvestida, la metieron en el manantial. Lavaron su cuerpo con aguas perfumadas,
mientras pronunciaban oraciones de purificación; después, ya sin compañía y superada su
timidez, se dirigió al interior del manantial y se relajó bajo las cascadas.
Cuando volvió a la orilla, la vistieron con ropas de seda tan delicadas que por un instante
pudo hacerse una idea de cómo debía de sentirse una princesa, y la condujeron a un enorme
comedor. En el centro, la mesa rebosaba de exóticos manjares, cada cual de aspecto más
apetitoso. No fue hasta el momento de verlos cuando se percato de que estaba hambrienta.
Al instante Roth apareció por la puerta y se sentó a su lado.
- Espero que todo sea de su agrado.
- Claro, incluso me parece un trato excesivo… - rió.
- Siento comunicaros que el maestro no se encuentra en estos momentos en palacio. Al
parecer salió justo antes de que regresáramos. Sin embargo, ordenó que se os recibiera con
todos los honores, y todas las doncellas os servirán en cualquier cosa que necesitéis.
- Ya lo he comprobado – rio - no importa. Esperaré a que llegue. De todas maneras, no
tengo a donde ir – bajó la mirada.
- ¿Puedo haceros una pregunta? Si no es indiscreción.
- Claro.
- ¿Tenéis alguna idea de por qué os persiguen los kinays?
Liz guardó silencio unos instantes. ¿Sabía la respuesta a esa pregunta?
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De manera muy resumida le contó su historia al joven, quien la escuchó con atención y sin
interrumpirla. Cuando terminó, permaneció en silencio.
- Ahora lo entiendo…
Y acto seguido se arrodilló frente a ella. Liz se incorporó incomodada.
- ¿Qué haces? Levántate, por favor, yo no soy nadie especial.
- Os equivocáis. Sois más especial de lo que pensáis.
- Roth, si sabes algo, por favor, dímelo.
- Será mejor que esperéis a que el maestro regrese. Él podrá explicaros en detalle todo lo
que deseéis saber. Tened paciencia, os lo ruego – el muchacho se levantó de la silla - y ahora,
si me disculpáis.
Se despidió mientras se inclinaba a modo de reverencia y se marchó, dejando a Liz sola en
aquel lugar.
Al verse en aquella inmensa estancia sola, sintió un nudo en el estómago. Hacía tiempo que
no había estado sin compañía; se había acostumbrado a estar rodeada de gente y en ese
momento una gran tristeza la invadió.
Como si hubiera leído sus pensamientos, Akehiya apareció en el salón, sentándose a su
lado. Liz la acarició aliviada, agradecida por su presencia.
Pensó en Rudra. Se preguntaba cómo estaría. Probablemente estaba furioso con ella por
haberse marchado así, pero era lo mejor; con suerte ya estaría de regreso a su casa.
De pronto, un pinchazo en el abdomen la hizo estremecerse, llevándose ambas manos al
estómago. El cosquilleo que sentía en el desierto se hizo más intenso desde que llegó al
pequeño oasis, y aunque no era doloroso, no podía ignorarlo.
Levantó la mirada y frente a ella vio un amplio balcón.
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Sin saber por qué, se levantó y se caminó en dirección a la barandilla, seguida de cerca por
el animal. Cuando llegó al extremo del mirador, se apoyó en la barra y su mirada se perdió
entre la oscuridad. Una extraña sensación de embriaguez se apoderó de ella, impidiéndola
retirar la mirada de entre las palmeras. Buscaba algo, pero ni siquiera ella misma sabía lo que
era. No sabía porque, pero sentía que algo la llamaba desde la oscuridad, atraía por lo que
fuera que fuese.
Al cabo de un rato el ruido de voces la sacó de su ensimismamiento. Las dos de criadas, al
parecer a su cargo, aparecieron por la puerta. Insistieron en que debía descansar después de
tan largo viaje, así que venían para escoltarla hasta sus aposentos. Y tenían razón, estaba
agotada, así que no puso pegas y se encaminó hacia la puerta. A cada paso que daba se
volteaba para mirar hacia el exterior del balcón, en dirección al oasis, hasta perderse en el
interior palacio.
El calor era aplastante. Llevaban ya varios días vagando por las arenas y el camino no
parecía tener fin. No se podía distinguir nada. Rudra y Rudy se encontraban en el interior del
carromato mientras Vlad lo conducía.
Por una parte, agradecía la compañía de los gitanos; si no hubiera sido por ellos, no podría
haber sobrevivido en aquel lugar más que unas horas. Al ser nómadas, estaban acostumbrados
a viajar y no era la primera vez que habían cruzado aquel desierto, aunque siempre lo habían
hecho en grupo.
Por la noche se resguardaban del frío y de la arena en el carro, y por el día seguían la
marcha. Sin embargo, Rudra era demasiado impaciente y se sentía molesto por ir tan despacio.
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Rudy había insistido en que el desierto sólo debía cruzarse por lo alto de las dunas y el
camino marcado con postes, pero era mucho más lento y daba más vuelta. El joven no
entendía el por qué de hacerlo así, pero la gitana le explicó que siempre lo habían hecho así y
que aunque desconocía la razón, debía de haberla. Así que Rudra no tuvo más remedio que
acceder a regañadientes. Aún con todo, Vlad se daba toda la prisa que estaba en su mano y
apenas descansaban más que cuando era imprescindible, siendo relevado por alguno de sus
acompañantes muy de cuando en cuando.
En la mañana del segundo día, Vlad llamó a sus compañeros desde el exterior, saliendo
ambos de inmediato del carro para mirar. A lo lejos atisbaron una figura blanca que vagaba en
mitad del desierto. Aceleraron el paso y, estando suficientemente cerca, vieron que se trataba
de un anciano. Cuando le preguntaron a dónde se dirigía, dijo que trataba de salir del desierto,
pero desde hacía días estaba desorientado y deambulaba sin rumbo; así que se ofrecieron a
llevarlo. El anciano agradeció encantado la invitación y se resguardó del sol en el interior del
carromato con Rudy y Rudra.
El hombre les contó historias muy interesantes sobre esas tierras y gracias a él, el tiempo
pasó más deprisa.
Cuando casi había caído la noche, Vlad los llamó. A lo lejos, casi imperceptible, vieron lo
que parecía un pequeño grupo de personas.
- ¡Son ellos! – gritó Rudra.
- Espera – lo detuvo Rudy – puede ser cualquiera. No somos los únicos que se han
podido internar en el desierto de camino al sur.
- ¡No! Tienen que ser ellos – saltó del carro y se dirigió hacia Silver, que se encontraba
atado en la parte trasera.
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- ¿Qué crees que estás haciendo?
- Voy a alcanzarlos – Rudy corrió a donde se encontraba el muchacho y lo agarró.
- ¿Estás loco? Te he dicho que debemos seguir el camino.
- Pero están muy lejos. ¡Si no me doy prisa se escaparán con Liz!
- Deberías hacer caso a tu amiga – le advirtió el anciano desde el interior del carro con
bastante parsimonia.
Haciendo caso omiso a las advertencias, montó en el caballo y, galopando a toda prisa, fue
directo hacia donde se encontraban los viajeros en la lejanía, saliéndose del camino marcado
hacia el interior de las dunas.
- ¡Será! – maldijo la gitana enojada.
El anciano se asomó por la cortinilla del carro para saber qué estaba pasando.
- ¿Qué sucede, querida?
- Tranquilo abuelo, quédese dentro que enseguida arreglo yo las cosas, faltaría más.
- ¿Qué hacemos? - dijo Vlad desde las riendas.
- Pues seguirle, qué vamos a hacer – se montó junto a su compañero y siguieron el
mismo camino que Silver – cuando lo coja me lo voy a cargar.
Rudra iba en cabeza, seguido por el carruaje. A pesar de la gran distancia, cada vez se
encontraban un poco más cerca de su objetivo. Repentinamente, Silver se detuvo en seco en lo
alto de una de las dunas. Parecía muy inquieto. Gracias al alto, el carro los alcanzó en un
instante.
- ¿Qué pasa? – preguntó Rudy.
- No lo sé, no quiere seguir.
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El caballo comenzó a relinchar y a encabritarse al mismo tiempo que los otros lo imitaban.
Rudra trató de que avanzara, pero era inútil. Estaba completamente enloquecido. Su jinete
comenzó a susurrarle al oído de manera dulce y, finalmente, tras calmarse un poco, el caballo
avanzó unos metros, pero se detuvo de nuevo más exaltado que antes.
- ¡¿Pero qué te pasa?! – le riñó Rudra enojado.
De pronto las arenas comenzaron a moverse hacia el corazón de la duna y la tierra empezó
a temblar. Rudra vio horrorizado como en mitad del remolino surgía un enorme gusano con
dientes más grandes que él, arrastrándolos inevitablemente hacia donde se encontraba. Dirigió
al corcel en dirección contraria, pero la corriente era demasiado fuerte, haciendo imposible el
avance. Rudy les lanzó una cuerda tan rápido como pudo y, en cuanto la agarró, Rudra la ató a
la silla del caballo mientras veía cada vez más cercana la boca del desagradable bicho. Una
vez amarrada, la gitana hizo que el carro tirara de ellos, pero aún con eso no eran capaces de
traerlos de vuelta.
- ¡Deja al caballo y agárrate tú! – gritó ella.
- ¡No!
El joven desenvainó su espada y saltó del corcel directo a las fauces del gusano; pretendía
acabar con él mientras sacaban a Silver de allí.
Rudy gritó su nombre angustiada. Sabía que sería engullido de seguro. Le pidió a Vlad que
tirara del caballo y, sin pensárselo dos veces, se ató una cuerda alrededor de la cintura, saltó
del carruaje y se lanzó al agujero espada en mano.
Rudra peleaba desesperado, atestando espadazos en la horripilante cabeza de su atacante a
la vez que se sostenía con las piernas en el umbral de su boca. En uno de los golpes resbaló y
a punto estuvo de caer de lleno en sus fauces, pero en ese mismo instante Rudy lo sujetó
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mientras clavaba su espada en la piel del bicho. Vlad, que ya había sacado al caballo de la
arena, tiró de su cuerda, empujándolos hacia él: sin embargo, la corriente se hizo más fuerte y,
cuando estaban a medio camino, el gusano sacó la mitad de su cuerpo y se lanzó directo al
lugar donde se encontraban, dispuesto a engullirlos.
El muchacho se colocó delante de Rudy para protegerla, con la punta de la espada en
dirección a su atacante, esperando a que llegara su fin; pero de pronto, una silueta se interpuso
entre ellos. Se trataba de Vlad, que con su arma había detenido el avance del gusano. Rudy lo
llamó alterada, a lo que éste se medio volvió, mientras seguía reteniendo al bicho. Su rostro se
había vuelto más pálido de lo normal.
El gitano soltó un grito y arremetió contra el gusano, momento que Rudra aprovechó para
tratar de salir junto a Rudy del agujero. La empujaba hacia arriba mientras que ella trataba de
subir, volviéndose de cuando en cuando hacia su compañero, quien seguía peleando en el
hoyo, lanzando una y otra vez estacadas que penetraban en el cuerpo de su contrincante.
Parecía haber perdido el control, embistiendo sin descanso como un energúmeno, mientras
gritaba ferozmente, todo cubierto de sangre verdosa.
En uno de los bandazos, salió despedido y aterrizó justo en el lugar donde había ascendido
la pareja tratando de huir. Rudy gritó su nombre, pero no parecía escucharla. Jadeaba furioso
sin apartar la mirada del bicho, como poseído. Rudra se percató de que sus ojos se habían
tornado de un peculiar color púrpura.
De nuevo, se lanzó al ataque, hiriendo a su presa una y otra vez, de manera sádica. En un
último intento de huida, el gusano retrocedió, tratando de sumergirse bajo tierra y creando un
fuerte remolino que arrastró a los tres hacia el centro. Pero eso no detuvo al gitano, que saltó
sobre él y le clavó la espada en plena boca.
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El gusano, afligido, emitió un ensordecedor pitido que obligó a los tres a taparse los oídos
por el dolor. Después comenzó a lanzar arena ensangrentada fuera del agujero, enloquecido,
expulsándolos fuera del remolino.
La caída fue tal que Rudra pensó que moriría, sintiendo agarrotado todo su cuerpo. Era
como si lo hubieran estrujado todo por dentro. Notaba como la vista se le nublaba por
momentos.
Oyó unos pasos a su espalda y, a duras penas, se giró, apreciando lo que parecía una silueta
de blanco que sostenía un enorme báculo brillante, aproximándose a él. Fue la última imagen
que vio antes de perder el conocimiento.
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EL GRAN MAHARSHI
La luz del sol consiguió que Rudra fuera despertando poco a poco. Cuando abrió los ojos
vio que se encontraba en una habitación desconocida, muy amplia y tan iluminada que la luz
apenas le dejaba ver. Después de adaptarse a ella reconoció a la persona sentada junto a él.
- ¿Abuelo?
- Al fin despiertas – sonrió el anciano.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? – dijo oteando el lugar, desconcertado.
- ¿Qué es lo último que recuerdas?
- Había un gusano enorme que intentaba comernos y… - fugazmente una imagen vino a
su mente – te vi con un bastón brillante.
- Me agrada tu simpleza - rió - será mejor que descanses un rato más. Cuando te
encuentres con fuerzas puedes dar una vuelta. Si tienes hambre, pídele a alguna de las
doncellas que te sirva algo – se levantó y se dirigió a la puerta.
- ¿Adónde vas, abuelo?
- Voy a ver como se encuentran tus amigos. Cuando todos estéis bien hablaremos – y
desapareció.
Tras marcharse, Rudra cayó en la cuenta de que al final no había contestado a ninguna de
sus preguntas, aunque suponía que su “hablaremos” iría referido a ello.
Miró a su alrededor, pero nada le resultaba familiar, así que se levantó de la cama y decidió
dar un paseo. Al salir de la cama descubrió que llevaba una especie de túnica blanca, sin haber
ni rastro de sus ropas ni su arma en la estancia.
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En los pasillos apenas había gente, más que las doncellas que danzaban de un lado para
otro. De cuando en cuando las descubría cuchicheando entre risas al pasar, pero en cuanto las
miraba desaparecían a toda prisa.
El lugar en el que se encontraba era enorme, con multitud de habitaciones diferentes y
grandes salas, cuyos techos se distanciaban del suelo a gran altura, perdiéndose en lejanas
bóvedas semicirculares. Los portones tampoco se quedaban cortos de tamaño y todas las
puertas estaban abiertas. En las blancas paredes había inmensos ventanales que filtraban la
intensa luz en el interior. Todo en aquel lugar emanaba paz.
Sin darse cuenta, admirado por la belleza del palacio, fue a parar a lo que debía ser uno de
los dormitorios, pues al fondo había una inmensa cama con un dosel de seda fina cubriéndola.
Distinguió una silueta tendida en la cama. A pesar de que sabía que no debía estar allí, sentía
una enorme curiosidad por descubrir quien más, aparte de él, se hospedaba en el palacete; tal
vez se trataba de alguno de sus compañeros de viaje. Así, tratando de hacer el menor ruido
posible, se aproximó a la cama.
Cuanto más cerca se encontraba, más seguro estaba que debía de ser de una mujer, pues su
figura era esbelta y pequeña, acomodada sobre el lecho con gracia y delicadeza, dejando sus
largos cabellos alborotarse sobre la almohada, cabellos que le resultaban bien familiares. Ya a
escasos metros del camastro vio el rostro de la muchacha y su corazón dio un vuelco. Se sintió
arrastrado hasta el pasado, un pasado que desencadenó todo lo que estaba sucediendo,
reviviendo de nuevo aquel mágico encuentro en un escenario diferente, pero con los mismos
protagonistas.
Lentamente abrió las cortinas, no sabía si para asegurarse de no equivocarse o simplemente
para observar más de cerca aquel hermoso rostro. Suspiró aliviado al corroborar que allí,
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frente a él, se encontraba Liz, durmiendo plácidamente. Se quedó mirándola un buen tiempo,
sin emitir ruido alguno, sólo mirando, hasta que por fin, no se sabe después de cuanto, ella
despertó. Al verlo sonrió, creyéndose aún dentro del sueño, pero cuando al cabo de un rato
éste no desapareció, se incorporó lentamente y acercó su mano hasta la mejilla de Rudra,
acariciándole la cara. En cuanto pronunció su nombre, confundida, el joven la estrechó entre
sus brazos con fuerza. Estaba tan feliz de que se encontrara bien. Liz, por su parte, estaba
perpleja.
- ¿Cómo…? – preguntó entre sus brazos.
- Eso no importa. Ahora estás a salvo – la separó suavemente, sujetándola aún entre sus
manos, y la escrutó con la mirada - ¿te encuentras bien? ¿Estás herida?
- Estoy bien… - sonrió con ternura.
No entendía lo que estaba pasando, pero una parte de ella se alegraba tantísimo de tenerlo
de vuelta. Lo había extrañado muchísimo.
El muchacho acarició sus cabellos mientras la miraba fijamente, posando su mano sobre su
mejilla sonrosada. Liz también lo miraba, sin poder apartar sus ojos de los suyos, que
flameaban y brillaban como nunca antes lo habían hecho. Poco a poco se dejaron arrastrar por
sus miradas, perdiéndose el uno en el otro y acercándose cada vez más con el corazón
desbocado. Cuando apenas estaban a unos milímetros de distancia, Roth apareció por la
entrada.
- Tengo buenas noticias. El maestro ha regresado, enseguida vendrá a… - vio a la pareja
frente a él y se sorprendió – vaya...
Ambos se separaron de inmediato, exaltados por la inesperada visita. Al verlo, el cuerpo de
Rudra se tensó y su expresión se tornó dura y fiera.
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- ¡Tú! – se colocó frente a Liz para protegerla y buscó su espada, pero desgraciadamente
no la llevaba.
- Yo también me alegro de verte – comentó Roth con ironía.
- ¡No dejaré que te la lleves de nuevo!
- ¿Llevármela? Pero si yo…
- ¡Calla maldito! No me engañarás dos veces, monstruo asqueroso.
- ¿Monstruo? – Roth rió – Si lo fuera, ¿acaso crees que podrías protegerla? ¿Tú? – lo
miró con desprecio - No me hagas reír.
- ¡Serás!
- ¡Ya basta! – Liz se levantó de la cama y se interpuso entre ambos - ¿se puede saber
qué os pasa a los dos? Roth, Rudra.
- ¡Pero él te secuestró! ¡Es un kinay!
- ¿Qué? – las palabras del muchacho pillaron al resto por sorpresa.
- ¿Yo, un kinay? – Roth comenzó a troncharse de risa ante la atónita mirada de Rudra.
- Pero…él te secuestró… - balbuceó.
- Te equivocas, él no me secuestró… fui yo la que le pedí que nos marcháramos… -
explicó Liz con la mirada baja.
- ¿Qué? – preguntó confundido mientras ella permanecía en silencio - ¡¿Por qué?!
- ¡Era lo mejor! – respondió – si seguías conmigo te acabarían haciendo daño de nuevo.
No podía… - en ese momento Rudy entró corriendo en la habitación, seguida de Vlad.
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- ¡Liz! – abrazó a la joven – que bien que estés aquí. Estábamos tan preocupados – miró
a Rudra – tú también estás bien, me alegro, aunque casi nos matases… – después miró a Roth
– vaya, el secuestrador…
- Él no me secuestró… - insistió Liz.
- Ya me lo imaginaba – dijo Rudy con una sonrisa.
- ¿Cómo? – Rudra no salía de su asombro.
- Bueno… no creía que fueran kinays, no tiene sentido - miró a la joven – además, se te
veía algo decaída la última vez que nos vimos. Supuse que era más probable que hubieras
pensado que marchándote nos protegías de ser atacados de nuevo.
- Pero… ¿por qué no me dijiste nada? – la recriminó.
- ¡Lo intenté! Pero eres demasiado cabezota y no escuchas – el joven bajó la cabeza
ofendido. Rudy se dirigió de nuevo a Liz – lo importante es que estás bien.
- Vaya, vaya, parece que estáis todo ya reunidos. Mejor así – se giraron para ver de
quien se trataba.
- ¿Abuelo?
- ¡Muestra respeto por el maestro, patán! – bramó Roth enojado.
Todos miraron sorprendidos al anciano.
- ¿Maestro? – repitió Rudra – pero… - el viejo sonrió.
- Parece que has encontrado a la persona que buscabas – se giró hacia Roth – así que tú
eres el malvado secuestrador – se burló – no me sorprende en absoluto.
- ¡Maestro! – Roth enrojeció.
El viejo rió ante la mirada del grupo. Después se acercó a la joven.
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- Tú debes de ser Elizabeth. He ido hablar mucho de ti. Tenías razón Rudra, es muy
hermosa - tanto Liz como se sonrojaron.
- ¿Usted es el maestro Maharshi?
- Así me conocen aquí.
- ¿Pero qué hacías en mitad del desierto? – interrumpió Rudy.
- Las arenas estaban inquietas. Sabía que la muchacha estaba de camino hacia aquí, pero
sentí una presencia extraña y fui a asegurarme de que el enemigo no la seguía. Entonces me
encontré con vosotros y decidí unirme a vuestro grupo. Pensé que sería divertido.
- ¡Vaya! Qué calladito te lo tenías.
- Querida mía, uno tiene que ser precavido en esta vida, especialmente en estos días –
miró a Vlad, quien no tenía muy buen aspecto - ¿te encuentras bien, hijo? – dijo con una
media sonrisa picarona, pero el gitano no contestó.
Rudy corrió a su lado. Desde que habían llegado del desierto no parecía sentirse demasiado
bien, y se veía pálido y débil. Roth los miró y algo cambió en su expresión.
- Maestro – dijo Liz – hay algo que necesito preguntarle.
- Bueno, bueno, no te pongas tan seria. Será mejor que comamos algo primero. Ya
tendremos tiempo para hablar con calma más tarde.
- Pero…
- Tranquila, aquí no corres peligro. Los kinays no pueden entrar – el anciano se
encaminó a la puerta.
Roth corrió a su lado y le susurró algo al oído con expresión tensa, pero el maestro sonrió,
le palmeó el hombro y salió de la sala. Su aprendiz, aún con preocupación en el rostro, lo
escoltó y todos los demás siguieron sus pasos hasta el comedor.
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Una vez atravesaron las puertas del salón, vieron con sorpresa que la mesa se encontraba
rebosante de comida y las doncellas esperaban su llegada.
Todos se sentaron y comenzaron a comer tímidamente al principio, pero con efusividad
después. Estaba todo delicioso. Liz ya había probado los manjares del lugar, así que se lo
tomó con calma; sin embargo, Rudy y Rudra estaban hambrientos y apenas tomaban aire entre
trago y trago. Por el contrario, Vlad no probó bocado; aún se veía mal. Roth no le quitaba el
ojo de encima, pero el maestro no mostraba un especial interés y charlaba animadamente con
los viajeros. Akehiya estaba tendida junto a Liz, disfrutando de un suculento pedazo de carne.
Rudy y el maestro rieron y bromearon durante toda la comida; por el contrario, Liz y Rudra
apenas habían hablado desde que se encontraran en el palacio. Cada vez que la joven trataba
de dirigirse a él, éste bajaba la cabeza, evitando encontrarse con su mirada. Sabía que le había
hecho daño y seguramente estaba muy enfadado con ella, pero seguía convencida de que había
tomado la decisión correcta al marcharse, así que reunió fuerzas y se levantó, llamando la
atención de los presentes.
- Maestro, necesito respuestas.
- Vaya… - se lamentó el maestro - ¿tanta prisa tienes? Pensé que tal vez desearías
disfrutar de un poco de paz antes de proseguir con tu camino.
- Lo siento, pero no tengo tiempo, en cualquier momento…
- ¿Tanta prisa tienes por irte otra vez? – Rudra la interrumpió irritado. Ella lo miró y
guardó silencio.
- Vamos, no te pases, Rudra – Rudy intentó relajar el ambiente – ella sólo quería…
- No, tiene razón – el rostro de Liz se endureció – además, no tengo pensado llevar
compañía cuando me marche.
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- ¡¿Pero por qué hablas de esa manera?! ¿Qué te pasa? – Rudra ya no se veía enfadado
sino desesperado. No entendía el repentino cambio de la chica y lo estaba matando.
- No me pasa nada – el corazón de Liz dio un vuelco y tuvo que morderse el labio con
fuerza antes de continuar para evitar echarse a llorar – creo que lo mejor será que me marche
ya.
- ¡No! – Rudra se levantó y bloqueó la salida – no dejaré que te vayas de nuevo.
- ¡Basta! – Liz explotó - ¡es que no entiendes que si te quedas conmigo te matarán! –
aquellas palabras lo pillaron por sorpresa.
- ¿Por qué dices eso? ¿Acaso no crees que pueda protegerte?
- No es eso… - sus ojos se humedecieron – Rudy lo dijo en su visión. Si permaneces
conmigo sólo habrá sangre y muerte – el joven se acercó a ella.
- Pero Liz, lo único que dijo fueron tonterías.
- ¡Eh! Un respeto, que puedo oírte – gruñó Rudy enojada.
- ¡Pero es cierto! – afirmó – bloques que llegan al cielo, maquinas rodantes, pájaros de
metal… por favor. Esas cosas no existen.
- Te equivocas – Liz lo miró mientras él la observaba perplejo.
- ¿Qué quieres decir?
Liz cerró con fuerza los ojos y tragó saliva. Había llegado el momento, ya no podía
mantenerlo más tiempo en secreto.
- Todas esas cosas existen… en mi mundo…
- ¿Cómo dices?
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- Cuando te dije que no era de por aquí, no me refería a Shamballah… me refería a… -
no lograba terminar la frase.
Sabía que cuando lo dijera todo terminaría. Vaciló un instante, pero se armó de valor y,
apretando con fuerza los puños, desveló el secreto que con tanto empeño había guardado.
- Ádama… yo no soy de este mundo… - seguía con los ojos cerrados, escupiendo las
palabras a trompicones - mi mundo se llama la Tierra. Había una muchacha que me perseguía.
Cuando por fin la encontré, fui engullida por un remolino de agua; después una luz dorada me
envolvió y no sé cómo acabé aquí – se volvió hacia la gitana - Todo lo que dijo Rudy es
verdad, hablaba de mi mundo, de la chica, de todo… por eso… - lo miró, esperando que la
creyera, pero permanecía perplejo, con la mirada estaba perdida, llena de incredulidad y
confusión.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, entristecida. Ahí estaba esa mirada que tanto había
intentado evitar. Esos ojos confusos, entre asustados y desconfiados. El verlo de ese modo le
rompió el alma en mil pedazos, y por primera vez deseó no haber ido a parar nunca a aquel
lugar ni conocer a aquel muchacho por el que tanto sentía, pero que ahora la miraba como si
fuera una extraña. Tenía que salir de allí, desaparecer, alejarse de aquellos ojos.
- Lo mejor es que te alejes de mi… - cabizbaja, cruzó al lado del muchacho dispuesta a
marcharse por la puerta, pero éste la agarró del brazo, deteniendo su huida.
Se giró y vio que su mirada ya no estaba perdida sino fija en ella, llena de dolor.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes? – Liz no sabía si estaba furioso, decepcionado y triste.
- Pensé que si te lo decía… creerías que estaba… loca… - le resultaba casi imposible
contener el llanto - No quería volver a sentir esa… no quería… decepcionarte… - el
muchacho la abrazó fuertemente sin que ella lo esperara.
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- Lo siento… ha tenido que ser muy duro para ti no poder hablar con nadie sobre esto
por mi culpa… lo siento.
Sus palabras y la calidez de su cuerpo la paralizaron por completo. Ya no había temor o
recelo en su mirada, sino comprensión y afecto. Jamás pensó que reaccionaría de aquella
manera cuando descubriera la verdad; fue tal su sorpresa y su alivio que no pudo evitar
romper a llorar desconsolada en sus brazos.
- No te preocupes, a partir de ahora todo será diferente, te lo prometo.
- Pero Rudra… - con tanto sollozo le resultaba difícil hablar - si te quedas conmigo
seguro que volverán a herirte y es posible que…
Le secó las lágrimas con extrema delicadeza.
- Cuando te encontré, me juré a mi mismo que te protegería con mi vida de cualquier
peligro y ya sabes que siempre cumplo mis promesas – dijo sonriente.
- Pero la visión… - en ese momento Rudy apareció a su lado.
- En realidad, necesitaba hablar contigo sobre eso. La razón por la que te he estado
buscando era para contarte el final.
- ¿El final?
- Sí – la gitana tragó saliva – todo fue muy confuso. Vi tu mundo, según dices, y lo que
pasó. Después todo se volvió oscuro, sentía muerte a mi alrededor. La tierra estaba seca, los
animales yacían moribundos, las gentes habían caído en la maldición… y entonces vi sangre
que se derramaba – guardó silencio unos instantes - y como por arte de magia una brillante luz
invadió todo el espacio. Las plantas volvieron a crecer y los animales sanaron… fue increíble
– estrechó las manos de la muchacha – es la primera vez que tengo una visión, y no sé muy
160
bien cómo interpretarlas, pero de lo que estoy convencida es de que tú eres esa luz que sanará
nuestro mundo – la miró con una sonrisa - sólo quería que lo supieras.
Liz permaneció en silencio, sin saber qué decir. No entendía el significado de aquellas
palabras, pero una parte de ella se sentía aliviada de no ser ella la causante de todos los males.
Rudra sonreía a su lado, ya sin abrazarla. En ese momento el maestro se levantó de su silla y
se dirigió hacia donde se encontraban los tres jóvenes.
- Creo que yo sí que puedo explicaros el significado de esa visión.
El anciano llamó a una de sus sirvientas y ésta abandonó la sala de inmediato. En un abrir y
cerrar de ojo volvió de nuevo con un pergamino entre sus manos. Se lo entregó al maestro y
volvió a desaparecer, seguida por todas las demás criadas. Maharshi lo colocó sobre la mesa,
lo abrió y todos se acercaron para observarlo. Era un documento en una lengua muy extraña.
- ¿Qué es eso? – dijo Rudy extrañada – no entiendo ni una palabra de lo que dice…
Y no era la única. Ninguno de ellos entendía nada.
- Es irdín, una lengua muy antigua hablada en la antigüedad por los elfos – explicó
Roth.
- Un punto para mi aplicadísimo estudiante – premió el maestro - es un antiguo poema.
No se sabe de cuando data, pero es lo único que queda en esta lengua muerta. Dice así:
161
El día en que la oscuridad
la bella y fértil tierra invada,
teñirá de muerte el lugar
destruyendo la paz hallada.
Rakshasa el negro se alzará
y la tierra perecerá,
más no temáis pues un día
de la tierra prometida
el heredero llegará
y contra el tirano vencerá.
Desde el otro mundo viajará
y a los espíritus liderará.
Todos los reinos se unirán
y en la batalla final lucharán.
Pero antes debe encontrar
los fragmentos de la verdad
escondidos en Ádama
esperándolo llegar.
Finalmente en la batalla
al malvado ha de sellar,
y la sangre de la doncella
ambos mundos sanará.
162
Todos permanecieron en silencio, repasando la poesía que acabaran de escuchar. Rudy fue
la primera en hablar
- Vaya, ahora parece que sí tiene sentido. Lo que vi en mi visión se parece un poco a
esto, ¿no?
- En efecto – corroboró Maharshi – el heredero eres tú, Elizabeth, también referido
como la sangre de la doncella, quien acabará con las tinieblas de este mundo y traerá la
salvación.
- Pero… - titubeó - yo no soy ningún guerrero… ¿por qué soy yo la elegida? Seguro
que muchos otros lo harían mejor que yo – bajó la mirada entristecida.
- Eso no depende de ti. La elección se hizo incluso antes de que nacieras y no se puede
cambiar.
- No lo entiendo… ¿de quién se supone que soy heredera? Dice que soy la sangre de la
doncella, pero ¿quién es esa doncella? ¿Qué tiene que ver conmigo?
- Ah – suspiró el maestro – prisas, prisas, siempre con prisas… - recogió el pergamino y
se levantó - Seguidme.
Todos se levantaron, extrañados, y siguieron al mago por el palacio, ante la mirada de todas
las sirvientas que encontraban a su paso. Pudieron admirar la belleza de aquel hermoso lugar y
del fabuloso palmeral que se veía a través de los enormes balcones y ventanales abiertos.
Salieron del edificio principal y fueron a parar a una laguna que se encontraba en mitad del
oasis, protegida por la vegetación. El anciano pronunció unas palabras y de entre las aguas,
oculto en las profundidades, se alzó un antiguo templo. De pronto, un fuerte pinchazo hizo
que Liz se llevara las manos al abdomen de nuevo, pero trató de disimular y nadie se percató
de ello.
163
Se encaminaron al interior del templo. El ambiente era húmedo y las paredes del lugar
estaban desgastadas, e incluso algunas se habían empezado a derrumbar.
Permanecieron en silencio durante todo el camino, siguiendo al maestro de cerca, hasta que
por fin llegaron a una sala cuyas paredes estaban cubiertas por dibujos corroídos por el paso
del tiempo y la humedad, guardando cierto parecido con las pinturas rupestres encontradas en
cuevas de diferentes países en la Tierra. Los dibujos eran simples y poco definidos, pero se
podían percibir algunos detalles, representando sobre todo a lo que parecían personas y
animales.
Pasearon por el lugar, admirando las pinturas y tratando de ver lo que aparecía en ellas. Liz
reconoció a una muchacha con una especie de caballo blanco en uno de ellos y a un chico de
pelo oscuro oculto en una especie de cueva. También había una figura blanca como la nieve
de largos cabellos y mirada penetrante, y un hombre con cara de demonio atacando a la joven.
Mientras contemplaba las imágenes de la estancia, un destello llamó su atención. En el centro
se alzaba una enorme piedra que brillaba con una tenue luz amarillenta. Todos la observaron
impasibles.
Un fortísimo calambre volvió a estremecer a la joven, quien no pudo controlar el tremendo
cosquilleo que agitaba su estómago. Se agarró el abdomen con angustia mientras la sensación
se volvía más intensa. Rudra, a su lado, se preocupó al verla encorvada, pero la muchacha
trató de hacer que no era nada. El maestro reparó en ella y sonrió; después se acercó a la roca
e indicó al resto del grupo que lo siguieran también.
- ¿Alguno de vosotros sabe lo que es esto? – nadie contestó - ¿Roth?
- Parece una especie de roca mágica.
- En efecto, esto es lo que se conoce como lithoi.
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- ¡No es posible! – exclamó Rudy sorprendida. El maestro sonrió ante su reacción.
- ¿Qué ocurre? – preguntó su compañera.
La gitana había enmudecido. Liz miró a Rudra, pero éste parecía saber tan poco como ella
acerca del tema.
- El Lithoi es una gran roca mágica que recoge la historia sobre el comienzo de la vida
humana en Ádama y relata la vida de la primera persona que luchó contra el rey de las
sombras, la gran reina de los Elfos – explicó Roth sin apartar la mirada del pedrusco.
- No sólo eso, el valor de esas piedras es incalculable – afirmó Rudy.
- Digamos que es como una Biblia o una Torah en tu mundo – aclaró el maestro a Liz.
Se percató de que se encontraba en la misma lengua que el pergamino que les mostró el
maestro anteriormente.
- Es la misma lengua que antes – se le adelantó Rudra. Liz lo miró y sonrió, pensando en
que le había leído la mente.
- En efecto. Éste es uno de los fragmentos del lithoi, los cuales se hallan dispersos por
toda Ádama. Se dice que hay nueve fragmentos en total, uno por cada continente.
- Vaya… nunca había oído hablar de eso – comentó Rudra sorprendido – al final va a
ser cierto que todas esas historias en las que mi madre contaba son reales…
Liz sonrió. Sabía que aquella situación debía de estar conmocionando al muchacho, pues
todo en lo que había creído, o mejor dicho, en lo que no, resultaba ser más real de lo que
jamás hubiera pensado, pero, aún así, se esforzaba por asimilarlo y aceptarlo como podía.
- ¿Y qué dice la piedra? – curioseó Rudy.
El maestro se acercó a la roca y pasó su mano sobre ella. De pronto el fragmento comenzó
a brillar, momento exacto en el que Liz empezó a sentir un leve mareo.
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“En el principio, Ádama estaba poblada únicamente por criaturas mágicas. Un día, una luz
cayó del cielo sobre el reino central de Kalapa. A esa luz se le dio el nombre de Yahweh.”
- ¿Yahweh? – preguntó Liz extrañada – pero ese es el nombre que los judíos dieron a su
Dios.
- Muy aguda, señorita – felicitó el maestro.
- Nunca lo había oído – comentó Rudra.
- ¡Cazurro! – le regañó la gitana - ¿es que nunca has ido a la escuela? Es lo primero que
enseñan. Yahweh, el creador de la humanidad.
- ¿Cómo? – Liz estaba confundida, ¿acaso aquella historia sobre el origen de la
humanidad era conocida en ambos mundos?
“Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó; los creó varón y
hembra. Y les echó Dios su bendición y dijo: creced y multiplicaos y henchid la tierra y
enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar y a las aves del cielo y a todos los
animales que se mueven sobre la tierra… y completó Dios la obra que había hecho; y el día
séptimo reposó de todas las obras que había acabado.”
- Este relato pertenece a uno de los antiguos libros que recoge el origen de la humanidad
en la Tierra – explicó el maestro Maharshi.
- El Génesis, lo conozco – dijo Liz. Todos la miraron sorprendidos, provocando que se
sonrojara – mi familia es muy religiosa y de niña fui a un colegio católico, por lo que conozco
la Biblia.
- En efecto, pertenece al pueblo que habitaba cerca del reino de las grandes pirámides –
prosiguió el maestro – en la historia han existido multitud de pueblos con diferentes creencias,
ritos y dioses. Este pueblo, los judíos, se hacía llamar “el pueblo elegido”, “el pueblo de Dios”
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y llamaban a su creador el Dios único, el verdadero, Yahweh. Con el tiempo, fueron
recogiendo toda su historia en un gran libro, compuesto por varios a su vez, conocido como
La Torah. Aquí se encuentra el génesis. En él se relata cómo Yahweh creó el mundo en siete
días y al hombre y a la mujer.
- Pero yo creía que el génesis era parte de la Biblia.
- Y así es. Originalmente, los judíos crearon la Torah, donde incluyeron los antiguos
testamentos. Más tarde, con la llegada de Jesucristo, sus seguidores añadieron los nuevos
testamentos, creando así la Biblia.
- Pero hay algo que no entiendo. Dice que creó al varón y a la hembra al mismo tiempo
y a su imagen con un trozo de barro.
- En efecto.
- Pero Eva nació de la costilla de Adán, ¿acaso no se contradice? – el maestro sonrió.
- Y Yahweh dijo: “no es bueno para Adán estar sólo. Haré un ayudante para él.” Y
Yahweh convirtió una costilla que había tomado del hombre en una mujer para él, y la llamó
Eva – todos permanecían atentos a la conversación entre ambos.
- Liz tiene razón… no tiene sentido – apuntó Rudra.
- Debéis recordar que esto no son más que relatos recogidos hace miles de años y
seleccionados a conveniencia de las gentes que vivían en aquel entonces. Muchos son
incompletos o incluso pudieron ser manipulados – aclaró el maestro.
- Entonces, ¿cuál es la verdad? – preguntó Rudy, tratando de no perderse en la
conversación.
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- Es cierto, Dios creó al varón y a la mujer al mismo tiempo y de la misma forma, a su
imagen y semejanza, y también les puso nombre. Al varón lo llamó Adán, y a la mujer la
llamó Lilith – Liz reconoció aquel nombre de inmediato.
- Lilith… - era el mismo que la muchacha de la laguna pronunció cuando la transportó a
ese extraño mundo. Sintió que el mareo aumentaba, pero trató de no perder la compostura –
nunca antes había oído esa versión – pronunciaba las palabras con dificultad.
- Eso es porque el hombre se encargó de borrarlo de la memoria de todos, pero aún
intentándolo, no lo consiguió, ya que el nombre de Lilith ha permanecido en la historia e
incluso es nombrada en el libro de Isaac como la esposa de Adán. Pero en la tradición oral han
seguido surgiendo muchas historias sobre ella. Algunas dicen que Lilith, negándose a
someterse a Adán, abandonó el paraíso y se instaló en una cueva en el mar Rojo, engendrando
a multitud de demonios. Otras afirman que sedujo a Dios para conocer su nombre secreto y
que un día, al pronunciarlo, desapareció. E incluso se asegura que huyó con Samael, el ángel
caído que se convertiría en Satán, para convertirse en su amante y engañar a Eva a comer la
manzana prohibida, provocando así la caída de la humanidad.
Liz cada vez se encontraba peor. La cabeza le daba vueltas y apenas podía respirar. Sentía
como si la cueva entera estuviera en continuo movimiento. No entendía por qué, pero el brillo
de la roca la aturdía, así que trataba de no mirarla. Incluso creyó ver las imágenes de las
paredes cambiar y centellear de cuando en cuando. Para no perder la cordura, trataba de
mantener su atención centrada en el anciano, quien proseguía con su historia.
- En muchas culturas se la asocia con diferentes tipos de demonios: los súcubos, las
lamias de la mitología grecorromana, la Brunilda de los nibelungos, Lilu de Babilonia, la reina
de Saba en la historia de Salomón… y hasta se decía que se convirtió en la amante del
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mismísimo Dios y engendró una corte de demonios. Estas son varias de las leyendas que han
surgido sobre éste personaje a través de la historia en el otro mundo.
- ¡Qué desfachatez! – gruñó Roth indignado.
- Pero éstas distan mucho de la realidad – añadió el maestro ignorando su comentario.
- ¿A qué se refiere? – dijo Liz mientras sacudía la cabeza para tratar de despejarse.
- Aquí también se conoce la historia de Lilith. Es una historia casi tan antigua como la
propia Ádama, y en ella Lilith no es ningún demonio malvado que se alimenta de bebés o
seduce a los hombres para después beberse su sangre – Maharshi volvió a pasar su mano sobre
la roca y ésta resplandeció con más fuerza – Lilith es la gran reina que luchó contra la
oscuridad. Y ésta es su historia…
El lithoi brilló hasta iluminar toda la sala, cegando a todos los presentes menos al viejo. Liz
fue la que salió peor parada, pues sus oídos comenzaron a pitar fuertemente al mismo tiempo
que la cabeza le daba vueltas y todo a su alrededor se volvió caótico. Con los ojos
entreabiertos, esforzándose por ver a través de la luz, observó confusa como las paredes
cobraban vida y las pinturas se desprendían de su prisión de piedra, levitando a su alrededor a
la vez que destellaban en tonos dorados. Fue envuelta por aquella luz y de pronto percibió
aquella misteriosa melodía de nuevo, sintiéndose transportada a otro lugar mientras la voz del
maestro se iba haciendo un susurro cada vez más y más lejano, hasta desaparecer.
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LILITH
“En el principio, Ádama estaba poblada únicamente por criaturas mágicas. Un día, una luz
cayó del cielo sobre el reino central de Kalapa. A esa luz se le dio el nombre de Yahweh.
Yahweh decidió convertir aquella hermosa tierra en un paraíso para su creación y lo llamó
Edén. Era una tierra oscura y sin luz, así que creó la luz y la separó de la oscuridad. Y creó
Dios el sol y la luna. Después creó a los peces, las plantas y los animales para aquel paraíso, y
también decidió crear a una criatura que fuera a su imagen y semejanza a la que llamaría
humano. Del suelo cogió un poco de barro y creó a Adán, con los cabellos y los ojos oscuros
como la tierra de la que estaba hecho. Y así Dios creó al hombre. Después creó a la mujer,
pero deseaba crear a una criatura delicada y perfecta, pues ésta sería la madre de toda la
humanidad. Así pues, decidió reunir todos los elementos para su creación.
Tomó barro del suelo mezclado con agua para que fuera más suave y claro; de un árbol
cogió dos verdes hojas para los ojos y para el cabello utilizó fuego avivado con aire. Como
resultado, obtuvo la criatura más hermosa jamás vista. Sus cabellos eran del color de las
llamas y caían ondeantes sobre sus hombros. Su piel era suave y cristalina como el agua, con
multitud motitas marrones que la cubrían, sus ojos eran verdes como el campo y su voz
sonaba armoniosa como el viento. Era tan linda que hasta el propio Yahweh quedó prendado
de ella. Cuando Adán la vio, se maravilló de tan bella compañera y enseguida sintió deseos de
poseerla.
Finalmente, después de su creación, Yahweh descansó, sumiéndose en un profundo sueño
durante una temporada hasta recuperarse, y dejando a la pareja humana en libertad para obrar
a su parecer.
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Al principio, los dos disfrutaban de la compañía de las criaturas que Dios había creado para
ellos. Todas amaban a Lilith y a Adán, y ellos los amaban también, especialmente Lilith. La
joven era vital, inquieta, alegre, bondadosa, pero sobre todo, libre; adoraba danzar por los
campos con sus amigos animales, dándoles todo el cariño que podía. Pero esto no agradaba
demasiado a su compañero.
Mientras la muchacha crecía llena de felicidad y paz, una sombra envolvía a Adán, creando
en él un sentimiento desconocido, egoísta, que le impulsaba a no querer compartirla con nada
ni nadie. Lilith, inocente, no entendía esa obsesión del muchacho por estar los dos solos a cada
momento; ella disfrutaba de la compañía de todas las criaturas del paraíso.
Con el tiempo, Adán se fue volviendo cada vez más obsesivo y no se alejaba de la joven ni
un solo instante, pero a ella no le gustaba su actitud y se resistía cuanto podía a los deseos y
las tonterías del muchacho. A veces, cuando él descansaba, ella se escapaba para jugar en los
prados o bañarse en los ríos. Le encantaba explorar aquellas tierras tan hermosas.
Una noche, mientras Adán dormía, corrió lejos de las tierras del Edén para explorar los
alrededores. Nunca antes había abandonado aquel territorio, pero era tal su curiosidad que
poco le importó. Ya fuera, encontró un bellísimo manantial y decidió bañarse en él. Cuando se
metió, una sensación completamente nueva la invadió, haciendo que su cuerpo temblara de los
pies a la cabeza, y sintió el impulso de salir deprisa del agua, pero al poco tiempo se
acostumbró. Al mirar hacia la orilla, vio una extraña criatura que llamó su atención. Hasta
aquel momento sólo había conocido a Adán y a los animales que Iahveh había creado para
ellos, pero aquél era totalmente diferente a los que había visto.
Parecía un caballo, pero su pelaje era de un color tan claro que brillaba haciendo juego con
la luna; sus ojos eran de color rosáceo y en mitad de su frente se alzaba hacia el cielo una
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especie de cuerno enroscado que terminaba en punta. La muchacha quedó prendada, pues era
el ser más bello que jamás había visto.
Se acercó a la orilla para beber un poco de agua del manantial. Lilith se encaminó
despreocupada hacia él, y éste retrocedió unos pasos. Lo miró extrañada, ya que nunca antes
ningún ser del Edén había rehuido de ella. Intentó avanzar de nuevo con las manos extendidas,
pero el equino seguía mostrándose receloso.
- ¿Por qué no vienes? – no entendía su reacción.
En ese momento una voz surgió de entre los arbustos.
- Parece que tiene miedo.
- ¿Miedo? – preguntó curiosa - ¿qué es eso?
- Es una emoción que surge ante algo que es desconocido – respondió la voz.
- Ah, claro, no me he presentado, además ni siquiera sé tu nombre, que descortés por mi
parte – se lamentó.
- Se llama unicornio.
- Unicornio… que nombre tan bonito – y lentamente extendió los brazos hacia el animal
– ven unicornio, no tengas miedo, sólo quiero ser tu amiga – la muchacha sonrió de manera
dulce e inocente.
La criatura vaciló un instante, pero al final se acercó, y cuando estuvo lo suficientemente
cerca, Lilith rodeó con suavidad su cabeza con los brazos y apoyó la mejilla contra su hocico.
- Es una criatura muy tímida que sólo se acerca a los seres más puros – de entre los
árboles apareció un nuevo ser que la joven jamás había visto antes - parece que le gustáis.
Lilith lo observó con atención. Era muy parecido a un humano, pero a la vez diferente. Sus
cabellos eran blancos y le caían tiesos sobre los hombros, asomando entre su pelo un par de
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orejas más grandes que las suyas, terminadas en punta; sus ojos, de un color azul casi
cristalino, parecido al agua de los manantiales, brillaban en la oscuridad y su tez era tan blanca
como sus cabellos. Era bastante más alto que Adán, y mucho más esbelto. Era joven, aunque
no tanto como Adán, y su voz sonaba dulce y delicada.
Pero, sin lugar a dudas, lo que más fascinó a Lilith fue lo que cubría su cuerpo. Su piel era
la más extraña que jamás había visto. Llena de curiosidad se acercó y comenzó a caminar a su
alrededor mientras lo examinaba cuidadosamente. De cuando en cuando tocaba sus cabellos o
sus ropajes con cuidado, rozándolos sólo un instante. El joven se sorprendió ante la actitud de
la muchacha y se quedó totalmente quieto.
- ¿Qué estáis haciendo? – rió.
- Es la primera vez que veo una piel tan rara. Tienes cada parte del cuerpo de diferente
color, y al tocarlo también es diferente. ¿Son hojas o naciste así?
El muchacho, totalmente aturdido, y tras ver la seriedad con la que la chica le preguntaba,
no pudo evitar troncharse. Lilith lo miró extrañada, pues no entendía la razón de que riera, así
que enarcó una ceja y ladeó la cabeza en señal de desconcierto. Tras aclararse la voz y toser
para cesar la risa, el desconocido miró a la muchacha y trató de responderla con la misma
seriedad con la que ella le había preguntado.
- No son hojas, es ropa. Sirve para cubrir el cuerpo.
- ¿Ropa? ¿Y para qué cubres tu cuerpo? – la chica se fijó en su cuerpecito desnudo y
sonrosado – así se está más cómodo.
- Es cierto, además… – echó un vistazo fugaz a la joven y, sonrojado, apartó la mirada -
es muy hermoso.
La muchacha lo miró extrañada de nuevo, pues ¿qué había de malo en verla desnuda?
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- En el lugar en el que vivo hace mucho frío, por eso necesitamos pieles que nos cubran
y resguarden.
- ¿Qué es el frío?
- Pues… cómo lo explicaría… es lo que se siente al meterse en el agua... – antes de que
terminara la muchacha lo interrumpió.
- ¡Ah! Así que eso es lo que sentí antes… ¿cómo dices que se llama?
- Frío, se llama frío. Mi reino está cubierto de nieve y por ello hace mucho frío.
- ¿Y qué es eso? – preguntó de nuevo.
- ¿Desconocéis lo que es la nieve?
- Nunca antes lo había oído. En el Edén siempre brilla el sol y nunca antes había sentido
frío, hasta hoy…
Mientras decía esto, se volvió para observar su hogar y vio con sorpresa como una especie
de burbuja envolvía el lugar. Nunca antes se había percatado de ello.
- Vaya… - musitó él – y ¿dónde está ese reino?
- Allí – señaló la joven sonriente en dirección a la gran montaña – Padre creó el Edén
para Adán y para mí. Allí siempre brilla el sol y los animales juegan y corren por los campos.
Los árboles siempre están en flor y la comida es abundante – se volvió – es la primera vez que
salgo de los límites… pero es que Adán es un pesado y nunca me deja jugar con nadie ni ir
sola a ningún sitio – gruñó enojada – así que he aprovechado mientras dormía para dar una
vuelta, aunque creo que me he alejado demasiado… - una gran sonrisa se dibujó en su cara,
iluminando todo su rostro – aunque ha merecido la pena, pues os he conocido al unicornio y a
ti. Por cierto, aún no conozco tu nombre.
- Ni yo el vuestro – señaló con una sonrisa.
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- Yo he preguntado primero – bromeó.
- Mi nombre es Ávalon. Provengo de las tierras del norte, la tierra de los elfos,
Bielovodye.
- ¿Elfos?
- Así se conoce a mi pueblo – de pronto su rostro se endureció – me enviaron para
investigar la luz que cayó del cielo. Parece ser que ha alterado la naturaleza y el orden de las
cosas de este mundo. ¿Sois vos quien habéis alterado el reino o tal vez ese Adán del que
hablabais?
- ¿Adán? – la joven comenzó a reír a carcajadas, sin poder retener las lágrimas – Adán
no es capaz de hacer siquiera una guirnalda de flores. Debes de referirte a Padre. Él fue el que
nos creó a Adán y a mí de la tierra, y también creó al resto de criaturas del paraíso. Ahora
descansa para recobrar las energías empleadas en la creación.
- Entiendo… así que él fue quien os creó. La verdad es que nunca antes había visto una
criatura que se os pareciese, ¿qué sois exactamente?
- Soy un humano, bueno, una mujer humana para ser exactos - apuntó con orgullo –
Adán es mi compañero, él es un varón.
- Y ¿podría saber el nombre de esta gran mujer?
- Lilith – sonrió – ése es el nombre que Padre me dio, ¿a que es bonito?
Ávalon se arrodilló frente a ella y, alzando una de sus manos con suavidad, la acercó a sus
labios y la besó dulcemente con los ojos cerrados. Lilith, aturdida, notó como una sensación
desconocida la invadía. Desde el lugar donde los labios del elfo rozaran su piel subió un
cosquilleo directo a sus mejillas, tornándose su rostro colorado. Ávalon alzó la vista y clavó
sus cristalinos ojos en la mirada color esmeralda de la muchacha.
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- Es un honor conoceros, Lilith. A partir de este momento seré vuestro más leal servidor.
Ella, todavía sonrojada, intentó encontrar sentido a sus palabras.
- ¿Servidor? ¿Qué significa eso?
Ávalon sonrió mientras se incorporaba de nuevo.
- Significa que siempre que necesitéis de mi presencia, sólo tenéis que decir mi nombre
y acudiré allá donde sea que estéis.
- ¿Dónde sea y cuándo sea?
- Así es.
- Vaya, ¡gracias! – Lilith se sentía muy feliz. No sólo había hecho dos nuevos amigos,
sino que encima habían resultado ser de los más agradables.
De pronto los rayos del sol comenzaron a asomar por el horizonte, cegando al elfo por
completo.
- ¿Qué es eso? – dijo cubriéndose los ojos.
- Es el sol. ¡No puedo creer que sea tan tarde!
Lilith apenas se había percatado del rápido paso del tiempo. Si no se apresuraba, Adán
despertaría y, cuando descubriera que no estaba, enloquecería y la buscaría desesperado por
todas partes, y después tendría que darle explicaciones de dónde había estado.
Sin más dilación, Lilith se marchó del manantial, despidiéndose a la carrera.
Veloz como el viento corrió hacia la gran montaña, atravesando praderas y riachuelos.
Decidió recoger de camino algunos frutos para el desayuno. Cuando por fin llegó a los
alrededores de la montaña, distinguió a lo lejos la figura de su compañero, junto a su morada,
y corrió a su encuentro alegremente, dispuesta a abrazarlo, pero vio como la mano del joven
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se alzaba, cayendo de lleno en su mejilla y haciéndola caer al suelo dolorida, desparramando
todos los frutos que llevaba. Alzó la vista y vio en el rostro de Adán, enrojecido por la ira, una
expresión que jamás había visto antes, tan oscura que la hizo temblar.
- ¡¿Se puede saber dónde demonios has estado?! ¿A dónde has ido? – agarró a la joven
del brazo y de un tirón la levantó del suelo y la zarandeó de un lado a otro - ¡contesta!
Lilith, entre sollozos, apenas podía pronunciar palabra.
- Yo… estuve por los alrededores…
- ¡Mentirosa! – volvió a zarandearla - ¡todo el Edén te ha estado buscando!
- Es que… me despisté y fui al manantial que hay más allá de los límites.
- ¡¿Estás loca?! Está prohibido salir, es peligroso, ¿por qué has ido allí?
- Sentía curiosidad por saber qué hay fuera del Edén… - musitó - recogí algo para el
desayuno… – Adán observó los manjares, esparcidos por el suelo, y su rostro se relajó al
tiempo que bajaba su mano lentamente.
- ¿Por qué has ido sin decirme nada? – toda chispa de maldad se evaporó de su rostro –
estaba muy preocupado.
Se agachó, dispuesto a ayudar a la joven a levantarse, pero ella lo rehuyó, cubriéndose el
rostro con los brazos mientras seguía sollozando. Adán la miró entristecido y trató de calmarla
disculpándose una y otra vez.
- Perdóname, Lilith, no sé que me ha pasado… - alegó – te juro que no volverá a
pasar… no sé ni por qué lo he hecho… eres todo para mí… jamás te haría daño… ha sido sin
querer… lo siento mi amor…
Lilith acabó por creerlo, pues nunca antes se había comportado de tal manera, y juntos
volvieron al interior de la cueva, sin volver a mencionar el tema.
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Adán le pidió que no volviera a abandonar los límites, aunque más que un ruego, sonó a
una orden. Aún así, la curiosidad de la muchacha era demasiado fuerte y en un par de días
volvió a las andadas. Sin embargo, después de experimentar el comportamiento de su
compañero ante sus escapadas, decidió ser más cautelosa y asegurarse de no ser descubierta de
nuevo.
Así, día tras día, mientras el sol brillaba, Adán y Lilith pasaban el tiempo juntos en el Edén,
mientras que en la noche, cuando él dormía, la muchacha corría a través de los campos hasta
llegar al pequeño manantial, donde era recibida por el unicornio y por su amigo el elfo. Éste le
contó muchas historias sobre su mundo: que su nombre era Ádama, y que además del reino
central en el que ella vivía, Kalapa, había ocho reinos circundantes. Antes de la llegada de
Iahveh, Ádama carecía de sol y sólo la oscuridad reinaba en aquel mundo. También le explicó
que el agua rodeaba cada uno de los reinos y que había tenido que cruzar en barco el mar que
separaba ambos reinos.
El país donde vivía era conocido por sus gentes como Bielovodye, el reino de las aguas
blancas. Allí, la noche era eterna y la nieve cubría todo el lugar. Según Ávalon, en cada reino
habitaban diferentes criaturas y cada uno se regía por un elemento, dominando éste en toda
región. En su reino el elemento dominante era el hielo, por lo que siempre hacía frío y había
nieve, así que sus gentes debían cubrir su cuerpo con ropajes para protegerlos de las bajas
temperaturas.
Casi todos los reinos estaban habitados por criaturas mágicas; sin embargo Kalapa había
permanecido desocupado hasta la llegada de Iahveh. Cuando la muchacha le preguntó el
motivo, el elfo permaneció en silencio, no pudiendo ocultar la preocupación en su rostro, pero
sin darle más vueltas al asunto.
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Ávalon no sólo compartió sus historias sobre Ádama con la joven. También le enseñó su
lengua, el irdín, y sus conocimientos sobre la naturaleza. Decía que cada criatura estaba hecha
de energía y que en su tribu habían aprendido a canalizarla y a usarla en su beneficio. A esa
habilidad se la conocía como magia, y gracias a ella podían controlar los diferentes elementos.
Todas las criaturas de aquel mundo eran capaces de usarla en cierto grado, pero sólo los elfos
la manipulaban a gran escala; no obstante, estaba terminantemente prohibido hacer uso de la
magia para alterar el curso de la naturaleza, y ése era uno de los motivos por los que Ávalon
fue enviado a Kalapa. Debía descubrir si el responsable de aquellos sucesos era un elfo o, por
el contrario, otro ser.
- No creo que Padre sea un elfo.
- ¿Qué aspecto tiene?
- Pues la verdad es que no lo sé… nunca lo he visto, sólo he oído su voz.
- ¿Y cómo lo sabéis entonces si nunca lo habéis visto?
- Bueno, él dijo que Adán y yo fuimos creados a su imagen y semejanza, pero nosotros
no nos parecemos a ti.
- Entonces, si no es un elfo, ¿qué es?
- Se lo preguntaré cuando despierte – prometió Lilith.
Mientras que la amistad entre la humana y el elfo iba creciendo, las sospechas de Adán
iban en aumento y un sentimiento desconocido se iba apoderando de él. Ya ningún juego
acababa con su aburrimiento, y ningún alimento saciaba su apetito. Cada vez que la miraba
todo su ser ardía en deseos de poseerla. Su suave piel, sus ondeantes cabellos, sus labios…
179
Una noche Adán decidió no dormir, preocupado de que la joven se escapara a los campos.
Se la pasó charlando y observándola bajo el refugio de la cueva, mientras una llama se
encendía en su interior. Ella, ante la impotencia de no poder salir, trataba de conciliar el sueño
bajo la atenta y penetrante vigilancia de Adán.
El muchacho mantuvo la misma actitud durante las noches posteriores; por su parte, Lilith
pensaba en su amigo el elfo, que seguro la estaba esperando.
Al cabo de unos días, mientras que Lilith preparaba la cena en la hoguera, Adán se
incorporó repentinamente ante la mirada asombrada de la joven y se acercó al lugar donde se
encontraba, con sus ojos clavados en ella. Después se sentó a su lado y, sin apartar la mirada,
comenzó a observarla con detenimiento. Lilith sintió que el corazón se le aceleraba.
- ¿Qué estás…? - dijo con dificultad.
Adán posó su dedo sobre sus labios, impidiendo que terminara su frase. Después, los
acarició suavemente mientras escrutaba el rostro de la muchacha con la mirada. A Lilith se le
erizó la piel y notó como su pulso se iba avivando por momentos. Mientras posaba su mano en
la sonrosada mejilla de su compañera, Adán trasladó la otra a sus cabellos y comenzó a
acariciarlos delicadamente.
- Tu pelo es tan suave… mis manos se deslizan sin dificultad alguna… - entrelazando
sus dedos con los cabellos, bajó su mano hasta llegar al hombro.
Al posar Adán la mano sobre su piel, Lilith notó un cosquilleo que recorrió su cuerpo
entero, erizando todo su vello a su paso. El muchacho comenzó a acariciar su hombro,
rozando su brazo desnudo arriba y abajo y pasando por su cuello, de manera muy cuidadosa,
siguiendo el recorrido con su mirada.
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- Tienes una piel tan delicada… y tu cuerpo… - paseó sus ojos por la totalidad de su
cuerpo mientras resoplaba fuertemente. Su respiración era tan dificultosa como la de ella – tu
cuerpo es lo más hermoso que Padre haya creado jamás… Es más hermoso que el propio Edén
- sin saber porque, su cuerpo comenzó a temblar por sí solo y notó como un repentino calor la
invadía. Sentía como si el corazón se le fuera a salir por la boca – no se puede comparar con
ninguno de los frutos del paraíso… - Adán clavó sus ojos en los de Lilith – deseo tanto probar
su sabor… - y sin mediar palabra apoyó sus labios sobre el cuello de la muchacha.
Lilith sintió como todo su ser se estremecía. Tenía tanto calor que incluso comenzó a
marearse. A cada roce de los labios de Adán su cuerpo ardía más y más, sintiendo emociones
que nunca antes había sentido.
Recorrió cada centímetro de su cuerpo desnudo con su boca, saboreando cada rincón, hasta
terminar en sus labios, sus dulces y sabrosos labios. Y sin poder resistirse más, Adán se dejó
llevar por el deseo e invadió todo su cuerpo, cubriéndolo con el suyo mientras se entrelazaban
y comenzaban a danzar al unísono, fundiéndose en un solo ser. Ella notó como ambos se
volvían uno y abrazó con fuerza la ancha espalda del muchacho mientras el ritmo se iba
acelerando, siendo incapaz de describir todas las sensaciones que en ese momento la
inundaban. Su cuerpo se movía por sí solo, sin capacidad para pensar, reaccionando de manera
natural ante lo que estaba sucediendo, respondiéndose el uno al otro de manera instintiva.
Cuando ambos estaban exhaustos, y casi perdiendo la consciencia, algo explotó en su
interior, algo indescriptible, más profundo e intenso que cualquier otra emoción jamás sentida.
Al cabo de unos segundos, Lilith sintió como su cuerpo palpitaba, tratando de volver de
nuevo la normalidad. Su respiración se fue ralentizando y su corazón empezó a serenarse. Se
sentía tan débil que apenas podía moverse. Adán, por su parte, no parecía cansado. En cuanto
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se hubo recobrado, cogió a su compañera en volandas y la colocó sobre el lecho, dejándose
llevar de nuevo por la pasión. Finalmente, habiendo perdido totalmente la noción del tiempo,
ambos acabaron derrotados y se dejaron caer en los brazos de Morfeo.
Al despertar, Lilith se percató de que el cielo comenzaba ya a clarear. Intentó levantarse,
pero los musculosos brazos de Adán rodeaban su cuerpo. Su respiración era pausada y
constante, y parecía que aún se encontrase sumido en un profundo sueño. Con el máximo
cuidado se deslizó por debajo hasta escapar del agarre del muchacho y salió sigilosamente de
la cueva y, cuando se hubo alejado lo suficiente, comenzó a correr.
Al cabo de un rato llegó por fin a su preciado manantial y de un salto se sumergió en las
claras aguas durante unos minutos. Después, tendida sobre las aguas, miró al cielo,
contemplando las estrellas ya tenues y apenas visibles. Una voz la sacó de sus pensamientos.
- Pensé que hoy tampoco vendríais… casi ha amanecido…
Se incorporó y permaneció de pie en el agua. Al instante Ávalon salió de entre los arbustos.
Al aparecer, sintió deseos de correr a su encuentro, llena de alegría por verlo por fin después
de tanto tiempo, pero algo se lo impidió. Sin saber por qué se le hizo un nudo en el estómago
y su rostro se enrojeció. Meneó la cabeza, tratando de volver a la normalidad, y se acercó a la
orilla donde el elfo la esperaba. Pensó que estaría muy enfadado con ella por no haber
aparecido en tanto tiempo. Ni siquiera le había podido avisar de la situación.
Cuando llegó al lugar donde se encontraba, avergonzada, se dispuso a darle una
explicación y a recibir su reprimenda; pero antes de que pudiera decir nada, Ávalon cayó de
rodillas frente a ella, alzó su mano para agarrar la de ella y, a la vez que la sujetaba, la besó
con gran ternura con los ojos cerrados. Lilith sintió de nuevo una cálida sensación que recorrió
su cuerpo desde el lugar donde se posaron los labios del elfo hasta acabar en sus mejillas.
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Ávalon alzó la vista y miró el rostro sonrojado de la muchacha. Entonces notó que algo había
cambiado en ella.
- Os veis diferente…
- ¿Diferente?
- Sí. Más hermosa – sonrió, devolviéndole ella tímidamente una sonrisa.
- ¿Eso crees?
De pronto el unicornio apareció de entre la maleza y se acercó a la muchacha, golpeándola
suavemente con su cabeza para que lo abrazara. Lilith rodeó su hocico con sus brazos, feliz de
verlo.
- Os ha echado mucho de menos – dijo Ávalon – al igual que yo – la joven levantó la
vista para mirarlo – he venido cada noche, esperando vuestra visita hasta el alba, pues sabía
que volveríais, aunque me preocupaba que os hubiese pasado algo… pero por fin estáis aquí y
os encontráis bien – sonrió.
- Siento no haber podido venir. Adán no me quita el ojo de encima cada noche. No tenía
ni un instante para salir. Pero hoy por fin se ha dormido, después de… - se detuvo. Volvió a
sentir aquel nudo en la boca del estómago, haciéndola incapaz de continuar. Tragó saliva –
nosotros… - de pronto sus ojos se empañaron. No es que se sintiera mal por lo ocurrido con
Adán, pero el cúmulo de emociones vividas era tal que no sabía como explicarlo, y sin saber
por qué comenzó a llorar.
El elfo la estrechó entre sus brazos. Notó como temblaba y trató de tranquilizarla mientras
acariciaba sus cabellos.
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- Basta, no es necesario que digáis más. No tenéis que explicarme nada. Yo soy feliz
con ver que os encontráis bien – besó suavemente su cabeza. Lilith se fue calmando poco a
poco.
- Lo siento, no debería haberme comportado así – él sonrió con ternura, provocando en
ella aún más pesar – eres demasiado bueno conmigo…
- ¿Por qué decís eso?
- Soy una egoísta… A pesar de haberte dejado aquí sólo todo este tiempo, sin siquiera
avisarte, tú sigues esperándome, y encima me consuelas… no lo merezco… - el elfo la miró a
los ojos con tal firmeza que la ruborizó.
- Ya os dije que os serviría hasta el fin de mis días – sus ojos brillaron mientras
pronunciaba aquellas palabras – eso no cambiará nunca, ni siquiera cuando no queráis volver a
saber de mi. Yo acudiré siempre que lo necesitéis.
Los rayos del sol aparecieron en el horizonte, advirtiendo a la muchacha de que debía de
regresar.
- Ver vuestra sonrisa es lo único que deseo – sus palabras eran dulces y cargadas de
afecto – es hora de que volváis, vuestro compañero os estará esperando.
- Nos veremos pronto, te lo prometo.
En su cara se dibujó una tierna sonrisa y sus ojos denotaron gran sinceridad en sus
palabras. Ávalon, sonriente, posó su mano sobre la de ella y, lentamente, mientras la sujetaba,
se arrodilló de nuevo, y como tantas veces antes, acercó la mano de Lilith hacia sus labios.
- Lo sé – dijo al tiempo que la besaba con los ojos cerrados.
Tras despedirse se marchó de vuelta a la montaña.
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Mientras caminaba de regreso no podía dejar de pensar en el elfo, en su ternura y
comprensión. Nunca jamás se enojaba ni le reprochaba nada; a veces deseaba que Adán se le
pareciera un poco.
Como cada día, recogió algunos frutos de camino para preparar el desayuno.
Cuando llegó, encontró a Adán, sentado junto al fuego ya apagado con la mirada ausente.
Lo llamó, pero éste no reaccionó. Cuando estuvo junto a él se percato de que su rostro se
mostraba abatido, como experimentando un inmenso dolor. Posó su mano sobre las suyas con
delicadeza.
- ¿Adán? ¿Estás bien?
Éste levantó la mirada, derrotado, sin articular palabra alguna. Lilith no comprendía el
comportamiento del muchacho.
- Mira, fui a recoger estos frutos para ti – con una sonrisa extendió su mano llena de
fresas y almendrucos y las colocó sobre el regazo del muchacho.
- ¿Dónde?
- Pues… - después de lo sucedido la noche anterior no deseaba mentir por más tiempo -
fui al manantial fuera de los límites… ya sé que me dijiste que no fuera, pero no es peligroso
para nada, y los frutos son deliciosos allí, quería que los probaras.
- ¿Fuiste por mí? – parecía sorprendido.
Ella sonrió mientras asentía con la cabeza.
- Así que era eso… - seguía ensimismado – entonces no me has traicionado… - su voz
era casi inaudible.
- ¿Pero qué tonterías dices?
- Tú me quieres… - musitó para sí mismo - ¡tú me quieres!
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Adán se levantó repentinamente y agarró a la joven de las muñecas de manera efusiva. La
muchacha, confusa, lo miró sin tener apenas tiempo de reaccionar cuando él apretó
fuertemente sus labios contra los suyos. Sintió un leve mareo ante el vigor y la pasión del
muchacho.
- Demuéstrame cuanto me quieres – la abrazó con tal fuerza que hasta le costaba casi
respirar – entrégate a mí, dámelo todo, todo tu amor, todo tu ser… - se inclinó para besarla de
nuevo, pero ésta lo apartó.
- Es mejor que comamos primero, sino se estropearán, Ávalon dice… - en cuanto se
percató de sus palabras se tapó la boca.
- ¿Ávalon? – se detuvo en seco - ¿quién es Ávalon?
- Es… vive en el manantial… él…
- ¿Él? – Adán la interrumpió - ¿me estás diciendo que la criatura del manantial es un
hombre?
- ¿Cómo sabes…?
Adán no la escuchaba, loco por la furia.
- Ahora lo entiendo… tus continuas escapadas a ese maldito lugar… ibas a verlo a él –
la agarró tan fuerte de las muñecas que sintió que se las iba a arrancar - ¡¿has yacido con él
también?! – su grito enfurecido retumbó por toda la cueva.
- ¡¿Pero qué demonios estás diciendo?!¡¿Es que te has vuelto loco?!
- ¡No me mientas! Te vi… pensé por su aspecto que se trataba de una mujer, pero veo
que me equivocaba – comenzó a zarandearla con ira - ¡vi como os abrazabais! ¡No lo puedes
negar!
- No me lo puedo creer. ¡Me has seguido!
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Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro.
- Eres mía y de nadie más, y si tengo que perseguirte hasta el fin del mundo para que no
te alejes de mi lado entonces lo haré – la empujó hacia el suelo, recostándose sobre ella
mientras la joven luchaba por liberarse.
- ¡Yo no soy tu posesión, nunca lo he sido y nunca lo seré! – por más que luchaba no
conseguía deshacerse de su prisión – además, ¿por qué he de recostarme debajo de ti? Fuimos
creados iguales y debemos hacerlo en posiciones iguales. ¡Levántate!
- Te equivocas. Tú, como el resto de bestias, fuiste creada para servirme – de pronto su
rostro cambió y una sombra hizo posesión de él – lo dijo muy claro, yo soy dueño y señor de
todo el paraíso, incluida tú. Tú siempre serás inferior a mí, relegada a amarme y observarme
desde abajo, condenada a cumplir mi voluntad y obedecerme. Ahora, te ordeno que me des tu
amor.
Acto seguido, se lanzó sobre su cuello, acariciando con su boca cada centímetro de su piel.
Luchó por apartarlo a empujones, pero su fuerza no podía compararse a la de él. Pataleó, mas
él la bloqueó con sus piernas, empujándola hacia el suelo e impidiendo que se moviera. Lilith
gritaba desconsolada, aunque en el fondo sabía que nadie acudiría a ayudarla, pues Padre aún
no había despertado de su letargo y los animales del Edén, temerosos de su amo, se alejaron
de la guarida hacia los bosques.
Desesperada, se lanzó sobre el hombro de Adán y le propinó un fuerte mordisco, brotando
sangre de la marca de sus dientes, a lo que el joven gritó de dolor. Cuando se incorporó, Lilith
observó aterrorizada que su aspecto había cambiado por completo. Ya no era el adorable
muchacho de mejillas sonrosadas que tanto amaba. Su faz se había tornado pálida y lúgubre, y
sus preciosos ojos color topacio tenían un brillo espeluznante, teñidos de color carmesí.
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Furioso, alzó el puño y la golpeó en plena cara. Lilith nunca había sentido un dolor igual.
Sentía como si se hubiera roto en mil pedazos, y el fuego bajaba desde su rostro hasta el resto
de su cuerpo, desvaneciéndose toda su fuerza en un instante.
Mientras luchaba por no perder el conocimiento, la bestia que la aprisionaba continuó con
su avance. Ahora que no peleaba le resultó más sencillo pasear su lengua por el cuerpo de la
joven, marcándola a su paso con mordiscos y lametazos. Lilith, repugnada, sintió como su
cuerpo temblaba, pero no de placer, sino de dolor y rechazo. Con la poca fuerza que le
quedaba batalló de nuevo por zafarse de él, pero fue inútil.
Su mente se alejó de su cuerpo, tratando de escapar de aquel terrible suceso que estaba
aconteciendo. Los felices recuerdos de un pasado que parecía inmensamente lejano regresaron
a su mente. En ellos veía a su adorado Adán, correteando por los campos mientras ambos
reían a carcajadas, despreocupados, felices, inocentes… Poco a poco se fueron dispersando
para dar pasó a una imagen, tan familiar, y a la vez tan lejana… La luna reflejaba su brillo en
ese precioso manantial que tanto amaba y allí, en la orilla, el bello unicornio la esperaba
ansioso; a su lado, una figura tan blanca como el satélite lunar se alzaba, sonriente, con los
brazos extendidos.
Los ojos de Lilith se llenaron de lágrimas al pensar en toda esa felicidad, perdida en un
instante. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban y en un susurró pronunció por última vez
aquel conocido nombre.
- A…Av… Ávalon…
En ese mismo instante una deslumbrante luz invadió la estancia, cegando al atacante y
deteniéndolo en su empeño. De la luz surgió una figura, tan blanca como la propia luz, con
largos cabellos plateados que caían sobre su espalda, y ojos tan azules como el agua cristalina,
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los cuales reflejaban tal horror que parecía ser él mismo la victima de aquella atrocidad. Allí,
bajo aquel horripilante y violento ser, se encontraba prisionera la preciosa mujer de cabellos
de fuego que tanto adoraba.
Ella lo miró, con lágrimas en los ojos, y extendió su brazo hacia él. Escandalizado, Ávalon
se fijó en el monstruo que la retenía. Su aspecto era cadavérico y sus ojos rosados lo miraban
con furia, como si de un animal salvaje se tratara. La criatura rugió y de su garganta un
estruendo sobrenatural y espeluznante retumbó por toda la estancia. El elfo extendió su mano
hacia la bestia y una ráfaga de aire la impulsó violentamente contra la pared al otro lado de la
cueva. Ávalon corrió junto a la joven y cayó de rodillas a su lado mientras las lágrimas
resbalaban por sus mejillas. Estrechó su mano extendida con delicadeza y besó su palma.
Después, la rodeó con sus brazos. Ella lo abrazó fuertemente, perdiendo el conocimiento
segundos después. El elfo se incorporó con cuidado mientras la cargaba inconsciente.
Adán, recuperado del golpe, alzó la vista y encolerizado vio como aquella blanca criatura
se llevaba a su Lilith. Sus ojos se tornaron de sangre y su piel se volvió más blanca que la del
elfo, casi de un color grisáceo putrefacto.
- ¡Tú! – se incorporó adoptando la posición de un felino acechando a su presa - ¡todo es
por tu culpa! – se preparó para atacar - ¡¡devuélveme a mi mujer!!
Reuniendo todas sus fuerzas saltó mientras rugía rabioso, pero fue demasiado tarde.
Cuando se quiso dar cuenta, la luz envolvía de nuevo a la pareja, desapareciendo ante sus ojos.
Cayó de morros contra suelo en el lugar donde debían encontrarse. Cuando se incorporó los
busco por los alrededores, pero se habían esfumado. Ya no quedaba en él signos de fiereza y
su rostro y ojos habían recobrado su color habitual, mostrando una dolorosísima tristeza al
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comprobar que Lilith había sido arrancada de su lado. Desolado, gritó el nombre de su amada
de forma tan desgarradora que todo el paraíso se estremeció.
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LA DECISIÓN
Cuando abrió los ojos, vio como la luz se filtraba a través de las cortinas de seda blancas
que cubrían la cama. A su lado encontró a Rudra, feliz de verla despertar, y al fondo de la
habitación atisbó a la pareja de gitanos, sentados junto a una mesilla de mármol. Ambos se
incorporaron y se acercaron a la cama hasta situarse justo tras la espalda del joven. Liz todavía
se encontraba aturdida cuando el anciano, seguido de su aprendiz, entró en la estancia con
paso despreocupado. Todos se hicieron a un lado mientras el maestro se sentaba junto a la
joven, estrechando sus manos.
- ¿Cómo te encuentras, querida? – preguntó Maharshi con una cálida sonrisa.
- Me duele un poco la cabeza…y… tengo sed…
Una sirvienta apareció de la nada con un vaso de agua; se lo extendió a Liz y desapareció
de nuevo. Después de un par de tragos, se sintió mucho mejor.
- ¿Qué ha pasado?
- Te desmayaste en la gruta – se apresuró a decir Rudra – de repente te pusiste blanca y
caíste redonda.
- ¿Qué es lo último que recuerdas?
- Pues… no estoy segura… estábamos en la cueva. Me sentía algo mareada… de pronto
la roca comenzó a brillar y… todo se volvió confuso – guardó silencio – creo que tuve un
sueño…
- ¿Un sueño? – repitió Rudra.
- Sí… era sobre Ádama y una pareja de humanos… y también había un elfo – Liz
sacudió la cabeza - no estoy muy segura, yo…
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- Viste a Lilith, ¿no es así?
Todos, incluida ella, miraron al anciano asombrados mientras éste sonreía con la mirada
fija en Liz.
- Creo que sí… así se llamaba… pero era como si yo fuera ella, yo… no sé cómo
explicarlo.
- Es lo que pasa cuando entras en contacto con el lithoi. Te muestra la historia en tiempo
real.
- Pero nosotros no vimos nada… - señaló Rudy.
- Claro, porque sólo el heredero es capaz de despertar la magia de la piedra – Maharshi
miró a Liz con ternura – sólo tú pudiste verlo, querida.
Todas las miradas se posaron en la joven, quien, sonrojada, bajó la cabeza para recapacitar
sobre las palabras del maestro.
- Ésta es la prueba que demuestra que tú eres la elegida – murmuró Rudy.
Todos permanecieron callados, digiriendo todo lo sucedido hasta el momento, siendo Liz la
que acabara rompiendo el silencio.
- Supo desde el principio que era yo la persona que buscaba ¿verdad? – preguntó al
maestro.
- No tenía ninguna duda – sonrió – y los enemigos tampoco.
- ¿Pero cómo lo sabían? – quiso saber Rudra.
- Puede que para alguien como tú, que nunca ha salido de su lugar natal, sea difícil, pero
para la gente que ha viajado es sencillo percatarse. No hay nadie en estas tierras con ese color
de ojos ni ese tipo de cabellos.
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Rudra miró a la muchacha. Era cierto que nunca había visto a nadie que se le pareciera,
pero pensó que tal vez en otros países no sería extraño. Entonces miró al maestro.
- Pero anciano, tú tienes ese mismo color de ojos – apuntó.
El maestro rió abiertamente.
- Muy perspicaz – apremió - eso tiene una simple explicación – una sonrisa de oreja a
oreja se dibujó en su cara - es porque yo tampoco pertenezco a este mundo.
La noticia causó un gran impacto en todos los presentes, provocando en el maestro otro
ataque de risa.
- Me encanta esta parte.
- Siempre lo había sospechado… - musitó Roth.
El maestro le dedicó una dulce sonrisa.
- ¿Es eso cierto, maestro? – Liz estaba conmocionada.
- Sí – cogió aire - mi verdadero nombre es Manfred Traugott. Nací en Alemania en el
año 1925. Vine a este mundo en el año 1939, si no recuerdo mal, aunque ha pasado mucho
tiempo desde entonces.
Liz estaba tan sorprendida que era incapaz de articular palabra. No sabía si sentirse aliviada
o asustada. El resto del grupo parecía tan absorto como ella. Al cabo de un rato por fin recobró
el aliento.
- ¿Cómo es posible?
- Vivía en un pequeño pueblecito al norte de Alemania…
“Una mañana, mientras paseaba por el bosque, vi a una doncella de blanco corriendo
entre los árboles. Tras seguirla, acabé envuelto por una luz que me trajo aquí. Poco después
conocí a un joven llamado Dustin, un guerrero, el heredero de Lilith, que al parecer también
193
había viajado hasta aquí desde mi mundo. Pronto descubrí que era capaz de usar la magia y
controlar a las devas, así que decidí seguirle y ayudarle en su lucha. Juntos nos embarcamos
en el viaje que nos llevaría a destruir a Rakshasa. Viajamos en busca de los lithois y
conocimos a muchos compañeros que se nos unieron en la batalla. Dustin era un hombre
impaciente y, en pocos meses, decidió que estaba listo para luchar contra el señor de las
sombras.
La batalla fue dura y muchos de nuestros compañeros perdieron la vida. En un último
golpe, Dustin atacó a Rakshasa, clavándole su espada de lleno, pero él le devolvió el ataque y
perdió la vida. Por suerte, gracias a la herida causada, conseguí lanzar un hechizo durmiente
que mantendría al malvado preso durante años. Pero al no perecer, los kinays no
desaparecieron de la tierra y, por desgracia, su número ha aumentado enormemente en las
últimas décadas, llevando a este mundo a la decadencia y afectando al nuestro de maneras que
no puedo imaginar.
Si mis cálculos son correctos, Rakshasa debe estar a punto de despertar; es por eso que
has sido enviada a este mundo, para luchar contra él y vencerle, trayendo la paz por fin a
ambos mundos.”
Todos escucharon atentamente la historia. Cuando hubo terminado, un millón de preguntas
invadieron la mente de Liz; sin embargo, eran tantas que no sabía por dónde empezar. Por fin
consiguió hablar.
- Si venció, ¿por qué no regresó a casa?
- Bueno, había muchas cosas que deseaba descubrir en este mundo, así que decidí
quedarme aquí.
- ¿Pero podrías haber regresado? – la pregunta de Rudra sorprendió a todos.
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- Sí, una vez terminada la batalla, el portal que comunica ambos mundos se vuelve a
abrir.
- Entonces, si luchamos y vencemos a Rakshasa, Liz podrá regresar a su mundo… - el
comentario del joven sonó más como una afirmación que como una pregunta y mientras
pronunciaba las palabras su mirada se iba perdiendo y su voz se apagaba.
- Sí, si ella lo desea.
El corazón de la joven dio un vuelco. Ahora sabía que había una posibilidad de regresar a
casa. Aún había muchas cosas que deseaba saber, pero aquella chispa de esperanza llenó sus
pensamientos y una lágrima se dejó escapar de sus ojos. El rostro del anciano se tornó más
frío.
- Pero, para ello, debes vencer al rey oscuro. ¿Están segura de que deseas luchar?
Recapacitó durante unos instantes. Después de lo que había visto, sabía que sería peligroso
y que tal vez perecería en el intento, pero estaba decidida, si había una mínima oportunidad
para regresar, la tomaría; además, deseaba de corazón ayudar a esas gentes.
- Lo estoy.
El maestro la observó detenidamente. Después de ver el brillo en sus ojos y la firmeza de
sus palabras suspiró deprimido.
- Supongo que no hay vuelta atrás… Esperaba que tuvieras más tiempo para descansar y
disfrutar de la paz antes de comenzar tu viaje, pero eres muy impaciente, señorita.
Ella lo miró sonriente.
- Yo voy contigo – dijo Rudra inmediatamente.
- Pero…
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- Te prometí que te protegería y lo haré mientras pueda. Te seguiré allá donde vayas,
hasta el final – mientras pronunciaba las últimas palabras una gota de tristeza se reflejó en su
rostro.
Una voz surgió a espaldas del maestro.
- Nosotros también vamos.
Rudy se había adelantado y miraba fijamente a Liz. A su lado Vlad, aún descompuesto y
empalidecido, se apoyaba en su hombro.
- Quiero ver lo que ocurrirá al final con mis propios ojos, y me gustaría hacerlo a tu lado
No estamos dispuestos a que nos dejéis de lado – la gitana la miró con cariño.
- Eso está muy bien, pero ahora la princesita necesita descansar. Además no hay prisa
por partir. Hablaremos más tarde sobre el tema, ¿de acuerdo? – sentenció el anciano.
Todos asintieron y, uno a uno, fueron abandonando la habitación hasta que sólo el maestro
quedó dentro. Antes de marchar le dijo a la joven que pasara a verlo por la mañana antes del
desayuno.
Cuando por fin se quedó sola, se tendió en la cama y suspiró. Akehiya, que se encontrada
echada junto a su cama, levantó la cabeza y lamió su mano. Liz sonrió pues sabía que no
estaba sola, lo que hizo que se sintiera mejor.
A pesar de haber despertado hacía poco, se sentía tremendamente cansada y poco a poco
los parpado se le fueron volviendo más pesados, hasta que se hizo la oscuridad.
Frente a ella las abrasadoras arenas se extendían por doquier. Hasta donde le alcanzaba la
vista sólo era capaz de distinguir el desierto. El sol brillaba alto y potente, pero el calor no
venía de él, sino de delante. Miró al frente y pudo ver un gigantesco toro envuelto en llamas
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que corría desbocado hacia ella. Cuando estuvo a unos centímetros de distancia, se paró en
seco. Era de una enorme envergadura, y su cornamenta presentaba tal diámetro que Liz temía
ser golpeada si giraba su cabeza. El animal la miraba fijamente a los ojos, de manera salvaje
pero a la vez calmada. De pronto, en su cabeza escuchó una voz.
“¿Por qué me quieres?”
Ella no contestó, simplemente lo miró fijamente. La voz volvió a sonar dentro de su
cabeza, triste.
“No es suficiente…”
Inmediatamente el ardiente animal dio media vuelta y corrió hasta desaparecer de su vista
entre las dunas.
Cuando despertó aún no había amanecido. Miró a su alrededor y reconoció el dosel de la
cama en la lujosa habitación donde se hospedaba. A su lado, el enorme felino dormía
plácidamente. Se levantó de la cama y salió de la estancia tratando de no hacer ruido, sin
embargo, tan pronto como abrió la puerta, se dio cuenta de que no estaba sola. Miró a su
espalda y vio la pantera tras ella. En susurros le insistió que volviera a dormir, pero no parecía
dispuesta a ello, así que posó su dedo en sus labios y sopló levemente, emitiendo un leve siseo
indicando que no hicieran ruido mientras guiñaba un ojo.
Paseó en silencio por los pasillos del palacio, cruzando por diferentes salas mientras
admiraba la belleza y la majestuosidad del lugar. Las paredes se elevaban a gran altura y pudo
reconocer el claro estilo arábigo en la arquitectura del palacio, debido a los arcos de herradura
y las columnas cilíndricas hermosamente ornamentadas y dispuestas con diferentes colores,
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destacando el rojo y el negro sobre aquel blanco inmaculado que todo lo bañaba. No sabía
mucho de arquitectura mas, a su parecer, aquel palacio era digno de reyes.
A cada paso se cruzaba con bellas doncellas de tez morena y grandes ojos negros, que la
observaban con respeto y precaución, pero a la vez con enorme curiosidad, sin atreverse a
dirigirle la palabra.
Tras largo rato caminando, llegó a una sala donde se abría un amplio balcón. Salió fuera y
se apoyó en la barandilla para observar maravillada el precioso paisaje que se abría frente a
ella. Akehiya se sentó a su lado, meneando la cola.
Más allá de las palmeras del oasis se extendía el inmenso desierto, y a lo lejos el sol
comenzaba a asomar entre las dunas. Jamás antes había estado en un lugar parecido y la
belleza que desprendía la sobrecogía por completo.
A su espalda una sombra atravesó la puerta a paso lento. Liz vio por el rabillo del ojo como
el maestro avanzaba hasta situarse junto a ella. Ambos permanecieron en silencio mientras el
día amanecía, observando la escena, hasta que por fin Maharshi habló.
- Hermoso, ¿no es cierto?
- Sí que lo es.
- ¿Habías estado antes en un desierto?
- No, en el país donde vivo la tierra es verde. Mi ciudad está cerca de la montaña.
- Vaya.
Después de una pausa, Liz volvió a hablar.
- ¿Lo echa de menos? Su país, quiero decir…
- A veces. Aunque seguro de que ha cambiado mucho en este tiempo que he estado
fuera.
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- De eso estoy segura.
- Y cuéntame, ¿cómo está la Tierra desde que me marché?
Lo puso al día de los acontecimientos más importantes que recordaba. El maestro rió a
carcajadas cuando supo que el hombre había pisado la luna y viajado al espacio. Dijo que en
sus tiempos eso era impensable. Se sorprendió de que hubiera habido tantísimos avances en la
ciencia y la tecnología, pero a Liz lo que más le llamó la atención fue un pequeño detalle
sobre el que él no pareció sorprenderse.
- Vaya, así que la segunda guerra mundial estalló justo cuando me marché…
- No parece asombrado.
- Verás, como te dije, ambos mundos están conectados. Lo que pasa en éste, afecta al
otro. Todas esas guerras en tan poco tiempo tienen que ver que el caos en este mundo, y la
gran batalla…
- ¿Qué quiere decir?
- Cuando la cruzada contra Rakshasa dé comienzo en este mundo, habrá repercusiones
en el otro… – se detuvo un instante mientras recapacitaba sobre sus próximas palabras – una
gran guerra comenzó en mi país el día en que Dustin y yo partimos de Alemania a Ádama…
Guardó silencio. En cuanto encontró sentido a aquellas palabras lo miró asustada.
- Eso quiere decir que…
Él asintió con pesar mientras veía como el horror invadía el rostro de la muchacha, asaltada
por tal pánico que le entraron ganas de echar a correr sin saber muy bien a dónde; sin
embargo, permaneció inmóvil mientras trataba de digerir todo aquello. Después, cuando se
hubo calmado, miró al maestro, quien no apartaba su mirada de ella ni por un instante.
- Tengo que hacer algo, yo… tengo que detenerlo…
199
- Por desgracia es muy probable que ya haya empezado…
- Pero, tiene que haber algo que yo pueda hacer – dijo desesperada.
- Lo hay – los ojos del anciano centellearon – pero tiene sus riesgos…
- Pero… - enseguida consiguió leer sus pensamientos y vaciló – yo no soy ninguna
guerrera. No sé si podré vencer a Rakshasa y no deseo poner a nadie en peligro por mi culpa.
- Por desgracia, eso es algo que tú no puedes decidir. Ellos desean acompañarte. No sólo
quieren luchar por ti, sino también por ellos mismos – mientras el maestro decía esto,
acariciaba con delicadeza la suave cabeza del enorme animal, que se encontraba sentado entre
ambos - su mundo se verá destruido si alguien no detiene al malvado. Sus familias y sus seres
queridos acabaran muertos o incluso peor… transformados. Ahora que saben cómo hacerle
frente, no desean permanecer al margen. No puedes pedirles que se queden de brazos cruzados
mientras se acaba la cuenta atrás.
Las palabras del anciano se le grabaron en el cerebro y, por primera vez, se dio cuenta de lo
inmensamente egoísta que había sido hasta el momento. En ningún momento se había parado
a pensarlo desde esa perspectiva; estaba tan preocupada por ella misma que no había
entendido los sentimientos de sus amigos, sin comprender la verdadera situación en la que
aquel mundo se encontraba.
- Este mundo es fascinante… tan distinto al nuestro – el maestro la apartó de sus
remordimientos – aquí suceden cosas que jamás pensé fueran reales. Las criaturas que lo
habitan poseen habilidades extraordinarias y hay tanta magia alrededor que cuando llegué, yo
mismo me asusté. Sin embargo, cuanto más viajaba y más descubría, más me fascinaba y me
enamoraba de este lugar y de su gente. Es por eso que decidí quedarme.
Liz se quedó un rato pensativa. Maharshi la miró con una dulce sonrisa en su rostro.
200
- Supongo que todo esto es demasiado confuso para ti y lo único que deseas es volver a
tu casa.
- ¡No! – se apresuró en contestar – bueno, en parte sí, pero… - recapacitó antes de
continuar – si todo es real… si es cierto que ambos mundos pueden… que la gente de este
mundo va a… - guardó silencio un instante mientras trataba de impedir siquiera imaginarlo -
si realmente yo soy quien todo el mundo dice, entonces… - en un solo instante todas las dudas
y el temor desaparecieron de su rostro, dando paso a la determinación y la fuerza – lo haré,
lucharé.
Akehiya se incorporó y se acercó a la joven, restregando su cuerpo con el de ella mientras
emitía una especie de ronroneo, como si de un gatito se tratara. Liz sonrió mientras pasaba su
mano por el pelaje de la pantera, jugueteando con sus dedos. Volvió a centrar su atención en el
maestro y su mirada se mostró más firme que nunca. El anciano sonrió al ver la llama que
desprendían sus ojos, pues sabía que el miedo había desaparecido de su corazón. Sin embargo,
su rostro reflejó cierta tristeza ante el cambio en la muchacha.
- Aún no estás preparada para ello. Primero debes encontrar todos los fragmentos de
lithoi y aprender a dominar tus habilidades.
- ¿Mis habilidades?
- Sí, todos los herederos son capaces de controlar a las devas y usar su magia. Tengo
entendido que Aditi ya es tu sirvienta.
- Aditi… ¿se refiere a la niña verde del sueño?
- Sí, Aditi es el espíritu de la naturaleza. Es capaz de sanar las heridas y comunicarse
con todos los seres vivos de Ádama. ¿Dices que la viste en sueños?
201
- Sí, cuando estaba en Shamballah, y desde entonces siento como si… estuviera dentro
de mí… Sé que es de locos, pero…
- Querida, a estas alturas ya deberías saber que “de locos” es lo normal en este mundo –
rió.
“Aditi es la deva que protege Shamballah. En total hay nueve devas, una por cada país de
Ádama: Aditi, protectora de Shamballah y deva de la naturaleza; Agni, manipuladora del
fuego que habita estas tierras; Amath, en Amentis, domina la tierra; Raha, del reino de Kûsha
es la domadora del aire; la deva de Feeria es Khûm, espíritu del agua; en Kun-Lun se
encuentra Fohat, quien controla los rayos; Aishah protege el reino de Bielovodye, siendo su
elemento el hielo; el reino de Pâlata se encuentra sometido por Soma, deva de la oscuridad; y
por último está Akasha, cuya esencia es la luz, que habita en el reino de Kâlapa.”
- ¿Todas se presentan por medio de sueños?
- Depende, a veces se manifiestan adquiriendo forma en el mundo real, aunque son
tímidas y prefieren hacerlo en forma de ilusiones o sueños.
- Vaya, y ¿todas son iguales?
- No, cada deva tiene una forma concreta que ellas mismas deciden adquirir al
aparecerse ante los humanos. No olvides que son espíritus y pueden modificar su figura y
adoptar cuerpos diferentes.
- Entonces – se quedó pensativa - el toro en llamas que vi fue…
- Es Agni, protectora del fuego. Intimida al principio, pero no es de las más duras de
tratar. Así que se te ha presentado.
- Sí, pero se fue…
El maestro sonrió.
202
- Es caprichosa, sólo acepta a personas con una gran decisión y espíritu de lucha. Si
presiente que hay duda en tu corazón no conseguirás hacer el pacto.
- ¿El pacto?
- Es la forma en la que las devas deciden servirte. Si te aceptan, el contrato será sellado
hasta que el rey oscuro caiga o... – Liz no quiso preguntar por el resto, pues se hacía una idea
de como continuaba.
- Pero si no me acepta…
- Tranquila – el anciano posó su mano en el hombro de la joven en señal de ánimo – su
razón de existir es servirte. Volverán a intentarlo hasta que consigas que te acepten. Incluso
con las más rebeldes no debes rendirte, pues en el fondo de su corazón ellas desean aceptarte,
pero algunas te lo pondrán difícil.
En su rostro se dibujó una sonrisa de alivio.
- Maestro, usted dijo que era capaz de dominar a las devas. ¿Todas le aceptaron?
Su sonrisa se desvaneció y bajó la mirada apenado.
- Dustin era un hombre impaciente. Su corazón estaba lleno de buenas intenciones y
deseaba liberar a este mundo del sufrimiento lo antes posible. Sin embargo, éramos jóvenes y
no sabíamos lo que debíamos hacer… - levantó la vista y sonrió desganado – apenas conocí a
unas pocas. Tal vez si hubiéramos reunido a todas…
Guardó silencio y, tratando de ocultar su pesar, se giró hacia la puerta del balcón y se
encaminó hacia el interior de la estancia. Antes de perderse en la sala, se volvió a la
muchacha, quien lo observaba desde la barandilla.
203
- El desayuno estará listo pronto. Tus amigos te están esperando. Después comenzará tu
entrenamiento para poder hacer uso de la magia de las devas. Esta vez no dejaré que la
historia se repita. Te ayudaré en todo lo que me sea posible.
Y, tras decir esas palabras, desapareció.
Liz se quedó un rato meditando sobre todo lo que Maharshi le había contado. Su historia no
sirvió más que para reafirmar la decisión que había tomado. No se rendiría. Iba a luchar por la
gente de Ádama, por sus amigos, por su familia, por su mundo. Sabía que no podría hacer
mucho, pero si hubiera algo que estuviera en sus manos, lo haría sin dudar y estaba claro que
debía tener algún papel que jugar en todo ello puesto que había viajado desde otro mundo para
desempeñarlo. Sabía que sonaba a locura, pero, como el maestro había dicho, en aquel lugar
“de locos” se estaba convirtiendo en el pan de cada día.
Sin pensarlo más, se encaminó hacia el interior del palacio seguida por su leal mascota.
204
EL ENTRENAMIENTO
Cuando Liz llegó a la sala encontró a todos sus amigos reunidos alrededor de la mesa. Pudo
observar el exceso de manjares dispuestos en bellas fuentes de decoración exquisita, cada cual
más apetitoso. Se sentó en silencio en una de las sillas libres, al lado de Rudra y frente a Roth,
quien sonreía abiertamente por su llegada. Junto a Rudra pudo ver a los dos gitanos. Rudy se
mostraba alegre y risueña, encantada de poder disfrutar de tal servicio, mientras que Vlad aún
se veía pálido e indispuesto; desde que lo vio en aquel palacio siempre se veía débil y
enfermizo, al contrario de cómo lo recordaba.
Apreció en Roth una mirada hacia el gitano que no llegaba a identificar, pero que no
denotaba demasiado agrado; cuando el mago se dio cuenta de que lo miraba, se giró hacia ella
y le dedicó una sonrisa. Una voz a su lado la distrajo.
- ¿Cómo te encuentras hoy? – Rudra se veía muy animado.
- Mejor, gracias.
- A ver si hoy podemos pasar más de cinco minutos sin que te desmayes, te escapes o te
abduzcan – se burló, a lo que Liz se rió.
En verdad, hacía tiempo que nada era normal y apenas había podido pasar tiempo con sus
amigos; sin embargo, sabía que aquello debería esperar, puesto que el maestro había decidido
entrenarla.
Después del desayuno, Maharshi condujo a los jóvenes hacia un enorme patio abierto al
exterior, sin apenas vegetación más que en los alrededores. El suelo era de una piedra
blanquecina rugosa pero pulida, y al fondo se extendía el oasis. Encontraron a un grupo de
musculosos hombres realizando ejercicios de calentamiento y soltando gritos al compás de sus
movimientos. Al ver al maestro se detuvieron y se inclinaron respetuosamente a modo de
205
saludo; sin embargo, en cuanto los estudiantes vieron a Roth, la expresión de algunos se tornó
sombría y recelosa, cuchicheando entre ellos. Roth, por su parte, apenas se inmutó ante esta
reacción, sin dirigirles siquiera una mirada. A Liz le pareció escuchar a alguien murmurar “ahí
está el favorito del maestro, ese mestizo asqueroso”. Miró de soslayo a Roth, pero nada
diferente reflejaba su rostro, manteniendo la mirada fija al frente, con expresión dura.
Maharshi invitó a Rudra y los demás a unirse al entrenamiento, pues alegó que les sería de
ayuda para desarrollar el autocontrol y la concentración. Sin embargo, al poco de comenzar,
Rudra, aburrido, se echó a la sombra de uno de los árboles a dormir, junto a la enorme
pantera, la cual descansaba plácidamente desde hacía rato. Rudy y Vlad tampoco se habían
unido a la práctica, pues éste continuaba sintiéndose débil y ella no se separaba de su lado.
Apoyados en el ancho tronco de árbol, observaron en silencio el entrenamiento.
La verdad es que no había demasiada diferencia entre lo que hacían unos y otros, o por lo
menos eso le parecía a Liz. El anciano les había ordenado permanecer inmóviles y aislar sus
mentes. Debían conseguir alejar cualquier pensamiento y sentir la energía que fluía a su
alrededor. Y aunque pareciera una tarea sencilla, la joven era incapaz de enmudecer su cabeza
y, de cuando en cuando, abría un ojo para observar al resto de los integrantes del grupo,
totalmente inmóviles como estatuas, incluido Roth.
Liz se pasó horas sin conseguir apenas resultados y a punto estuvo de rendirse, pero su
determinación era grande, por lo que siguió ahí, de pie, incluso cuando todos se marcharon a
almorzar.
Mientras trataba de acallar su mente, sintió como una mano se posaba en su hombro,
haciéndola saltar del susto. Se sorprendió al descubrir a Roth a su lado, con una dulce sonrisa.
- Deberíais descansar. Seguro que estáis hambrienta.
206
- No, yo… la verdad es que no tengo hambre. Además, no he conseguido nada en todo
este tiempo. Quiero seguir intentándolo.
Cuando miró a su alrededor se percató de que sus cuatro amigos seguían exactamente en la
misma postura que la última vez que los miró; Rudra roncaba bajo el árbol junto a Akehiya,
mientras que la pareja reposaba sobre el tronco.
- Bueno, parece que no os vais a rendir – dijo Roth entre risas. Ella negó con la cabeza –
en tal caso intentaré ayudaros en lo que pueda.
- Roth… - la joven no dejaba de darle vueltas al comentario – antes… al llegar…
Él bajó la mirada en silencio. Después sonrió de manera poco natural.
- La gente rechaza a lo diferente… - fue lo único que dijo antes de cambiar de tema.
Liz no llegó a entender lo que quería decir, sintiéndose aún más intrigada con todo ello,
pero tras ver un atisbo de dolor en su rostro decidió no seguir indagando más y centrarse en el
entrenamiento.
El mago le recomendó que se sentara; no estaba acostumbrada y el estar de pie podía
distraerla y fatigarla. Él se sentó a su lado y, mientras Liz trataba de vaciar la mente con los
ojos cerrados, el joven hablaba casi en susurros, trasportándola con sus palabras a lugares
pacíficos y lejanos. Le decía que escuchara al viento, los ruidos a su alrededor, que se
concentrara en sonidos lejanos, en el fluir del agua, en las arenas del desierto.
Poco a poco Liz sintió como su mente era transportada a aquellos lugares. Sentía el batir de
las hojas, el cantar de los pájaros, el suave murmullo del agua, la arena levantada bajo los pies
de extraños caminantes… Y entonces una extraña sensación la invadió.
Era como si ya no estuviera allí, como si su alma se hubiera fusionado con todo el entorno.
Aún con los ojos cerrados, veía diferentes colores, como estelas que fluían por doquier. Todo
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aquello la inundó y la hizo perder el control de su ser. Era tan sobrecogedor y nuevo para ella
que sus pulmones se cerraron ante la magnitud de lo que sentía y el brusco intento de su
cuerpo por respirar la sacó de aquel trance.
Cuando abrió los ojos encontró a sus amigos a su alrededor. Roth la sujetaba por los
hombros mientras Rudra se asomaba a su espalda con temor en la mirada, junto a los gitanos.
Todos suspiraron aliviados al ver que se encontraba bien. Akehiya, que se encontraba
agazapada a su lado, lamió su mejilla mientras ella trataba de tranquilizarla posando su mano
en su cabezota.
- ¿Os encontráis bien? – preguntó Roth aún alarmado.
- Eso creo… ¿qué ha pasado? – quiso saber Liz, aún confusa.
- De pronto dejaste de respirar. ¡Te pusiste azul! El rubito se puso histérico – bromeó
Rudra tratando de relajar el ambiente, pero a Roth no pareció hacerle ni pizca de gracia –
prometiste no desmayarte hoy.
- Prometí estar más de cinco minutos sin hacerlo, y lo he cumplido – rió.
- ¿Qué ocurre aquí? – una voz surgió del interior del palacio.
En ese momento Maharshi apareció por la puerta. Roth le contó lo que había pasado. El
anciano suspiró.
- No sé quién es más impaciente, si mi tonto aprendiz o la princesita – comentó con
resignación – lo bueno es que por lo menos sabemos que eres talentosa. Creo que no tardarás
mucho en controlar la magia – ayudó a Liz a levantarse – será mejor que vayáis todos al
comedor. Pronto será la hora de cenar y estaréis hambrientos.
Liz pensó que el anciano había perdido el juicio pero, tras echar una ojeada, se dio cuenta
de que la que lo había perdido era ella, o por lo menos la noción del tiempo.
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Todo a su alrededor estaba oscuro y el cielo presentaba tonos rosáceos debido a que el sol
ya se ocultaba tras el horizonte.
Después de cenar el maestro les explicó qué había sucedido durante el trance.
Al parecer, la energía de todas las criaturas y los elementos fluye a través de toda Ádama.
A esa energía se la conoce como “Qi”, término también usado por algunas de las culturas de la
Tierra. Las criaturas mágicas son capaces de controlar diferentes tipos de elementos, pero sólo
los elfos son capaces de manipularlos, y a esto es a lo que se conoce como magia. Sin
embargo, el Qi es difícilmente percibido por los humanos y es necesario un exhaustivo
entrenamiento del cuerpo y la mente para conseguirlo, además de un alto grado de
concentración y autocontrol. El simple hecho de percibirlo ya es un privilegio para muchos, y
manipular el Qi no es tarea fácil. Para ello, se necesita hacer uso de piedras canalizadoras,
llamadas draconias, que atraen las distintas energías, haciéndolas fluir a través de ellas y
volviéndolas manipulables para el hombre.
Existen diferentes tipos de canalizadores que atraen distintos elementos, por lo que es
difícil que un mago se especialice en más de uno o dos elementos. Además, esto supone un
alto grado de control sólo alcanzable por los más expertos.
- Hay algo que no entiendo. Los humanos necesitan canalizadores para hacer uso de la
magia.
- Así es.
- Pero entonces, ¿por qué Roth no necesita? – la pregunta de Liz tomó por sorpresa a
todos los presentes – recuerdo que en la lucha contra el kinay, él convirtió las flechas en fuego
e hizo caer un rayo.
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Maharshi, aún sorprendido, echo a reír a carcajadas ante la mirada perpleja de los demás.
- Eres muy observadora, señorita. Es cierto que Roth no necesita un canalizador, aunque
las flechas tienen truco. De hecho, están hechas con jaspe rojo, que atrae el fuego, por lo que
es fácil hacerlas arder. Sin embargo, el rayo sí fue obra de mi querido aprendiz, ya que ése es
su elemento.
- Pero ¿cómo es posible? – Rudra se metió en la conversación intrigadísimo, pero
intentando que no se notara.
- Eso es debido a que por sus venas corre sangre de elfo.
El silencio invadió la estancia. El anciano observó con una sonrisa como los ojos de los
presentes se iban saliendo de sus órbitas y las mandíbulas se les desencajaban ante la sorpresa.
Todos esos ojos pasearon del maestro a Roth una y otra vez, incrédulos.
- ¿Eres un elfo? – le preguntó Liz. Él se limitó a bajar la mirada sin contestar.
- No del todo. Su madre era humana y su padre, un elfo. Es lo que se conoce como
semielfo.
El asombro iba en aumento. Rudy fue la primera en romper el hielo.
- ¡Vaya! Pues no lo habría dicho. Bueno, es cierto que su color de pelo y ojos es
demasiado claro, pero físicamente no notaría la diferencia.
- Los elfos tienen las facciones más afiladas y las orejas terminadas en punta, pero por
lo demás no se diferencian tanto en el aspecto exterior a los humanos, excepto por el color de
piel, tremendamente claro y hasta algo brillante bajo la luz del sol – explicó el maestro.
Roth lanzó a su maestro una mirada de desapruebo. No le gustaba que la gente supiera de
su mezcla de sangre puesto que solía crear rechazo tanto por parte de los humanos como de
los elfos.
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Durante toda su vida había sido así, incluido el trato recibido por parte de sus compañeros.
Poco deseaba que nadie más supiera de su sangre mestiza.
- Así que eres medio elfo… - Liz reflexionó unos instantes ante la mirada entristecida de
Roth. Al instante una gran sonrisa se dibujó en su rostro – ¡menudo grupo nos hemos juntado!
– exclamó emocionada.
Sus amigos rieron ante la mirada asombrada de Roth. Al cabo de un rato volvieron a sus
conversaciones, sin comentar de nuevo o dar importancia alguna a la notica recibida. Y para
Roth esa era la mejor reacción que jamás habría imaginado experimentar; pues se dio cuenta
que a ninguno le importaba que fuera diferente. Había sido aceptado tal y como era, sin recelo,
rechazo o juicio alguno. El semielfo sonrió y se unió también a las conversaciones arias.
Después de un rato, Maharshi se levantó y se excusó.
- Va siendo hora de que los viejos nos retiremos y los jóvenes os relajéis. Mañana
proseguiremos con el entrenamiento.
Roth se levantó al tiempo que su maestro, se situó a su lado y ambos caminaron hacia la
puerta. Antes de marcharse, el anciano se dirigió hacia Liz.
- Mañana me encargaré personalmente de tu entrenamiento, señorita – después miró a
Rudra – si quieres tú también puedes entrenarte.
Rudra negó con la cabeza efusivamente.
- Muchas gracias, pero creo que paso. Ya he tenido suficiente meditación…
- Me refiero a practicar con la espada.
Su expresión cambió.
- Podéis escoger cualquiera de las salas de palacio para hacerlo, o si lo preferís podéis
salir al oasis, allí no corréis peligro y podríais sentiros más cómodos. Eso sí, no salgáis a las
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arenas del desierto, pues los enemigos pueden andar cerca, y no me refiero sólo a los kinays –
guiñó un ojo.
Al muchacho le entusiasmó la idea y asintió repetidas veces. A Rudy también pareció
agradarle la sugerencia.
- Por cierto, Elizabeth. Si ves a Agni, no hagas un pacto con ella todavía.
Dicho eso, el maestro desapareció de la sala seguido por su aprendiz y el resto de
sirvientes, quedando en ella los dos gitanos, Rudra y Liz, sin olvidar al felino.
Al poco rato, Rudy se disculpó y se marchó junto con Vlad, quien parecía seguir
encontrándose mal. Finalmente sólo Liz y Rudra permanecieron sentados. El muchacho invitó
a la joven a pasear antes de ir a su habitación, acompañados como no de Akehiya.
Por el camino charlaron sobre el tiempo que habían pasado separados. Rudra le contó que
se habían adentrado en el desierto y allí se encontraron al anciano, y después, confundiéndolos
con ellos, fueron atacados por un gusano gigante. Liz, por su parte, le explicó cómo Roth les
guió sin peligro por el desierto y lo mucho que le sorprendió el recibimiento al llegar al
palacio.
Después, para sorpresa de la joven, Rudra le preguntó sobre su mundo, con timidez. Era la
primera vez que hablaban sobre eso desde que lo descubriera y Liz se sintió feliz de que lo
hubiera aceptado. Le habló de su familia, de lo que hacía cada día, de sus amigos y su ciudad.
A veces le preocupaba que todo aquello fuera demasiado para el joven, pero éste la escuchaba
con atención y entusiasmo. De cuando en cuando, hacía preguntas para saber más detalles. Se
sintió liberada; llevaba tanto tiempo ocultando quien era que ahora, por fin, se sentía ella
misma de nuevo.
212
Apenas se habían percatado del paso del tiempo ni de qué lugares del palacio habían
recorrido cuando una doncella apareció a su espalda y los sacó de su conversación.
- Disculpen – interrumpió tímidamente – es más de media noche y deberían descansar.
Ambos asintieron sorprendidos, pues no pensaban que fuese tan tarde, y salieron de la
estancia seguidos de la sirvienta. Rudra acompañó a Liz a su habitación y tras despedirse, ya
en la puerta, cuando la muchacha estaba a punto de entrar, se volvió hacia ella.
- Esto…
Ella lo miró con curiosidad.
- Gracias por contarme cosas sobre tu mundo.
La muchacha sonrió.
- Gracias a ti por escucharme y no pensar que estoy majara – y se volteó de nuevo a su
habitación, pero él la volvió interrumpió.
- Yo… - tragó saliva – si me lo hubieras contado antes, también te habría creído – bajó
la mirada mientras sus mejillas se teñían de rojo – puede que a la primera no, pero… - levantó
la mirada, aún colorado y sus ojos ardieron – jamás dudaría de ti.
La fuerza y la sinceridad de sus ojos hicieron que Liz se estremeciera y se sonrojara al
mismo tiempo. El muchacho volvió a bajar la mirada.
- Por eso… por favor, no vuelvas a desconfiar de mí.
- ¡Jamás lo he hecho! – se apresuró en decir – jamás he dudado de ti. Es solo que… si
hubiera sido a la inversa… es muy probable que yo no lo hubiera creído… Por eso…
Rudra sonrió.
- Hagamos una promesa. A partir de ahora no nos ocultaremos nada y nos contaremos
siempre la verdad
213
Rudra alargó su brazo, con el puño cerrado y sólo el meñique estirado.
- Y nunca más desconfiaremos el uno de otro – continuó ella mientras enlazaba su
meñique con el del muchacho.
Cuando Rudra desapareció de su vista, Liz entró en su habitación y permaneció un rato
apoyada contra la puerta, con el corazón desbocado y una sonrisa en su rostro. La cara le ardía
y la cabeza le daba vueltas; se sentía tan feliz. Recordaba la mirada de Rudra, tímida y sincera
a la vez, y su sonrisa. Cuando pensaba en él, el pulso se aceleraba. No entendía por qué se
sentía así, jamás había sentido nada igual, pero aquel sentimiento le gustaba y deseaba que
nunca desapareciera.
Miró a sus pies y vio al animal con la mirada clavada en ella. Al instante le reprendió.
- ¡¿Qué?!
A pesar de que la pantera no hablara, era como si supiese lo que quería decir.
- Sólo somos amigos – se excusó.
Aún riendo, corrió hacia su cama y saltó sobre ella, recostándose de espaldas y cerrando los
ojos, aún con el muchacho en mente. Escuchó como el animal se tendía junto a ella y, poco a
poco, se fue durmiendo.
Cuando abrió los ojos, ya entraba el sol por la ventana. Había dormido plácidamente y, por
lo que parecía, más de lo esperado, pues el calor ya era palpable en la habitación. De un salto,
se levantó y se arregló lo más rápido que pudo. Al salir encontró a una doncella esperando en
la puerta, quien, al verla, se levantó de su asiento y la condujo, seguida por Akehiya, hacia la
sala donde Rudra, Rudy, Vlad y el maestro la esperaban sentados. Al llegar se percató de que
todos habían terminado ya su desayuno.
214
- Se te han pegado las sabanas ¿a que sí? – bromeó Rudy vivaracha.
- Siento haberme despertado tan tarde.
- Parece que hoy no te han perturbado tus sueños – apuntó Maharshi.
Cuando terminó su desayuno, el maestro los condujo hacia uno de los jardines, pero, a
diferencia del día anterior, éste estaba vacío. Al poco de llegar, Roth apareció por la puerta
con una sonrisa. A pesar de que le maestro le ofreció a Rudra y los otros la posibilidad de ir a
entrenar a otro lugar, decidieron esperar un poco y se sentaron a la sobra de un árbol a
descansar.
Así, Liz comenzó con su entrenamiento.
El anciano permaneció todo el tiempo a su lado mientras ella se concentraba en sentir de
nuevo las energías que fluían en el ambiente.
Al cabo de menos de media hora, Rudra ya estaba aburrido, por lo que se levantó, seguido
de la pareja de gitanos y avisaron al maestro de que se marchaban; sólo la pantera permaneció
tendida en el césped.
Una doncella se apresuró en guiarlos hasta otro de los jardines, también vacío; además les
trajo sus armas y permaneció todo el tiempo en un rincón, con un botiquín por si las moscas.
Rudra comenzó a lanzar espadazos al aire, pero pronto se percató de que solo no avanzaría
demasiado.
- ¡Eh! Vlad, ¿te apetece un poco de juerga?
Vlad aún se veía enfermizo, sentado bajo la sombra de un árbol. Cuando hizo amago de
levantarse, Rudy lo detuvo.
- Todavía estás débil, déjamelo a mí.
- No te ofendas, pero no creo que una chica pueda…
215
Antes de que terminara la frase, la gitana se lanzó contra él espada en mano, resultándole
casi imposible bloquear el ataque y recibiendo un pequeño corte en su mejilla. Ella arremetió
de nuevo con fuerza, haciéndolo caer al suelo mientras su espada volaba por los aires. Rudy
rió a carcajadas.
- No me subestimes por ser mujer. Todo lo que Vlad sabe se lo enseñé yo.
- Creo recordar que fue al revés – susurró Vlad con una media sonrisa.
Rudy ayudó a al muchacho a levantarse. Éste cogió su espada mientras ella adoptaba de
nuevo posición de ataque y se preparó. Ésta vez no lo pillaría desprevenido.
Rudy resultó ser una contrincante mucho más dura de lo esperado. No sólo su destreza con
la espada era buena, sino también su velocidad y la ligereza con la que se movía. Rudra se
llevó una gran cantidad de golpes y cayó al suelo varias veces, pero se levantaba una y otra
vez, dispuesto a seguir luchando.
Cuando el sol se encontraba alto, una sirvienta salió al jardín y, después de murmurarle
algo a la doncella que se encontraba con ellos, desapareció. En mitad de la pelea, una voz los
interrumpió.
- Disculpen, es hora de tomar un descanso. La comida ya está servida.
A pesar de la negativa de Rudra, acabo accediendo a hacer un alto ante la persistencia de la
doncella.
Los tres abandonaron el jardín para ser conducidos a una enorme sala donde el almuerzo
esperaba. Allí encontraron a Liz, el maestro, Roth y una decena de hombres más. Cuando Liz
los vio aparecer, se levantó sonriente; no obstante, cuando estuvieron lo suficientemente cerca,
su sonrisa desapareció para dar paso a la preocupación.
216
- ¿Qué ha pasado? – preguntó consternada – estás hecho un asco y cubierto de
moretones y cortes.
Al mirarse, Rudra se percató de que tenía razón. Estaba completamente envuelto en barro y
la sangre brotaba de pequeños cortes por todo su cuerpo. No eran heridas graves, pero desde
luego tenía un aspecto horrible. Durante el entrenamiento ni se había dado cuenta de haber
recibido tantos golpes.
- No es nada, tranquila.
- Pero…
- Es que está muy verde – apuntó Rudy en tono burlón.
El comentario no pareció sentarle demasiado bien al muchacho, pero trató de no
demostrarlo, actuando totalmente indiferente.
Liz se acercó a él y puso sus manos sobre su cuerpo herido sin llegar a tocarlo. De pronto,
Rudra sintió un extraño calor al tiempo que de las manos de la joven se desprendía una luz
verdosa y, poco a poco, el dolor fue desapareciendo. Enseguida se detuvo, agotada.
- Lo siento, es todo lo que puedo hacer de momento.
Rudra se miró y vio sorprendido como las heridas ya no sangraban; aunque no estaban
curadas del todo, ya apenas dolían. Después miró a la joven, empapada en sudor y con
respiración pesada.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí, es sólo que todavía no domino del todo el flujo de energía y me canso con facilidad
– dejó escapar una sonrisa – eres mi conejillo de indias.
Rudra se la devolvió. Era increíble que en sólo dos días ya pudiera usar la magia. En
verdad, era una persona especial. Entonces se percató de algo.
217
- ¿Qué es eso? – señaló las manos de la joven.
Liz bajó la mirada y se fijó en el objeto que atraía la atención del muchacho. Alzó su mano
izquierda y la mostró orgullosa.
- ¿Te gusta? Es un regalo del maestro.
Su mano estaba cubierta por un extraño guante que cubría sólo el dorso y la muñeca,
anudándose en su dedo anular. Era de una tela de color blanco casi plateado, que parecía
suave y a la vez resistente, dejando entrever la piel de la joven. En el centro tenía una enorme
piedra transparente incrustada que brillaba con intensidad. Rudra no era capaz de adivinar de
qué clase de mineral se trataba. La parte de la muñeca estaba adornada con pedazos minerales
de menor tamaño y diferentes colores.
- Es para manipular la magia – explicó orgullosa – ahora puedo ser de utilidad.
- ¿Cómo funciona?
El anciano les interrumpió para explicarles su funcionamiento.
“La gran piedra que hay en el dorso es una draconia, un canalizador que permite atraer la
energía y manipularla, expulsándola adoptando su propio elemento; es decir, si recoge Qi del
elemento fuego, lo expulsará a modo de llamas. Las piedras que hay alrededor de la muñeca
son receptores que atraen la energía de un elemento específico y facilitan su utilización. En
general, no son de especial uso, pero en el caso de Elizabeth es diferente.
Normalmente, una persona no puede usar más que el elemento dominante en su lugar de
nacimiento, puesto que son más receptivos a él. Hay personas que con mucho entrenamiento
son capaces de controlar algún otro, pero suele ser alguno compatible con el suyo propio. Por
ejemplo, una persona que vive aquí, en La Paradesa, podrá manipular el Qi de fuego y,
además, podrá intentar dominar el del aire, puesto que son afines. Sin embargo, jamás podrá
218
usar el elemento agua o hielo, pues son antagónicos. La tierra y la naturaleza también son
afines, así como la luz y el rayo. El único elemento independiente es la oscuridad; así, los
nacidos en el reino de Kun-Lun sólo serán capaces de manipular este elemento.
Pero el caso de Liz es diferente. Ella no ha nacido en este mundo, por lo que, en teoría, no
debería poder usar la magia; sin embargo, tiene a las devas. Cada una es protectora de uno de
los elementos de este mundo, y si hace un pacto con una de ellas, será capaz de usarlo. Es por
eso que el guante tiene receptores, para ayudarla a acumular la energía. Además, en la tela hay
disuelto polvo de draconia, dándole gran poder y haciéndolo enormemente resistente.”
Cuando el maestro terminó su explicación, todos lo miraban con suma atención. Rudy
asentía sin cesar durante la charla del anciano, al igual que Roth; sin embargo, Rudra parecía
algo confuso.
- O sea que… en resumen… Liz puede usar magia con el guante ¿no?
Maharshi asintió entre carcajadas pues, por su reacción, era evidente que el joven no había
entendido ni una palabra de lo explicado.
Cada uno ocupó su lugar en la mesa y todos los asistentes al banquete comenzaron a
devorar la comida. Había dos grandes grupos; por un lado, los aprendices del maestro, algunos
de los cuales miraban con recelo de vez en cuando al otro lado, donde se encontraba el
maestro con Roth y los viajeros.
Mientras comían, charlaban y reían alegremente y, en un abrir y cerrar de ojos, toda la
comida había desaparecido. Tras una sobremesa bastante corta, cada uno volvió a su
respectivo entrenamiento: Liz, Roth y el maestro siguieron practicando magia mientras que
Rudra, Rudy y Vlad se dedicaron a la espada.
219
LA INVOCACIÓN
Con el paso de los días, Liz iba siendo más precisa a la hora de captar las energías y era
capaz de controlar mejor la magia de curación. Por su parte, Rudra mejoró a pasos
agigantados con la espada, y ya conseguía salir ileso de sus enfrentamientos con Rudy, aunque
de momento no había conseguido vencerla.
Al cabo de una semana, el maestro decidió que la heredera estaba lista para comenzar a
entrenar con las devas.
Como cada mañana, desayunaron todos juntos y después de comer, se dividieron en dos
grupos: los espadachines y los hechiceros. Sin embargo, esa mañana Roth no se unió a la
joven en el entrenamiento, sino que permaneció a un lado del patio, meditando, mientras que
el maestro y ella se situaron en el centro de la terraza.
- Muy bien, Elizabeth. Hoy tendremos una práctica diferente. Voy a enseñarte cómo
controlar a las devas.
- Pero maestro, ya conseguí invocar con anterioridad a Aditi.
- ¿Podrías hacerlo de nuevo? – pidió él con una sonrisa.
Liz cerró los ojos, tratando de concentrarse, y pronunció el nombre de la deva. Acto
seguido, está se presentó envuelta en una luz verdosa. Liz sonrió al verla y, satisfecha, miró al
maestro. Éste también sonreía; sin embargo, no parecía que lo hiciera de satisfacción u orgullo
sino más bien de burla. De pronto, algo falló y Liz sintió como su cuerpo se volvía pesado y
torpe. Se tambaleó y se dejó caer de rodillas mientras la deva se desvanecía frente a sus ojos.
La joven notó como su respiración se había vuelto pesada y sus párpados se cerraban.
Finalmente, cayó al suelo, inconsciente, mientras Roth gritaba a lo lejos su nombre de manera
alarmada.
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Cuando despertó, vio a Rudra y a los demás junto a la cama donde yacía. Buscó con la
mirada al maestro, quien se encontraba al final de la sala, sentado en un cómodo sillón. La
sonrió con dulzura y se incorporó, encaminándose hacia su lado; se sentó en la cama junto a
ella y acarició su cabeza.
- ¿Te encuentras mejor?
- ¿Qué ha pasado? – se apresuró en decir.
- Te desmayaste. Llevas inconsciente casi un día entero – le hizo saber Rudra.
- Pero… no lo entiendo…
- Es lo que pasa cuando se usa a las devas sin conocimiento – explicó Maharshi - ¿acaso
no te pasó lo mismo con anterioridad?
- Aquella vez fue peor – intervino Rudy – durmió durante tres días.
Liz bajó la mirada entristecida. Creía que podría ser de utilidad al poseer a las devas, pero
resultaba casi más un estorbo del que cuidar que alguien en quien confiar en la batalla. El
anciano acarició de nuevo sus cabellos como si de su padre se tratara y sonrió con gran afecto.
- No te preocupes, en realidad no es tan difícil. Ya verás como con un par de lecciones
lo consigues sin problemas.
Liz lo miró. Le recordaba a un abuelo, dulce y animoso, o por lo menos lo que debería de
ser uno. Su abuelo materno murió mucho antes de que ella naciera, cuando su madre tenía su
edad, y su abuelo paterno enfermó cuando ella era sólo un bebé, por lo que apenas había
tenido ocasión de visitarlo en el hospital antes de fallecer, conservando escasos recuerdos de
él, aparte de su afición a las monedas. Sin embargo, el maestro le recordaba a su querida
abuela, con la que tanto tiempo había pasado de pequeña. No sabía por qué, pero después de
escuchar sus palabras se sentía mucho mejor.
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Se había pasado todo el día durmiendo, por lo que ya era la hora de cenar y, a pesar de que
sus amigos le recomendaron hacerlo en su habitación tranquila, Liz insistió en ir con todos a la
sala de banquetes.
Estaba muerta de hambre después del gran gasto de energía, así que todo le supo a gloria.
Al terminar la cena, cada uno regresó a su dormitorio a descansar. Cuando llegó se percató de
que Akehiya se llevaba comportando de manera extraña desde que despertara. Estaba distraída
y caminaba muy despacio, con la cabeza gacha, parándose a cada segundo y adquiriendo
posición de alerta.
Se sentó en la cama y extendió sus brazos hacia el animal en señal de llamada. Éste corrió
hacia ella y se frotó con sus manos. Le preguntó si algo ocurría, pero el animal continuó
acariciándose con las manos de la muchacha.
Pensó que tal vez eran imaginaciones suyas debidas al cansancio, así que se tumbó en la
cama y se durmió.
A la mañana siguiente se levantó temprano, dispuesta a continuar con su entrenamiento,
pero algo llamó su atención. Para su sorpresa, se encontraba sola en la habitación. Miró a su
alrededor. No había nadie más que ella. Se asomó al pasillo pero nada, no había no rastro de
su inseparable mascota.
Llamó a la pantera sin obtener respuesta, así que decidió dar una vuelta por el palacio en
su búsqueda; sin embargo, no consiguió encontrarla. Incluso preguntó a varias de las doncellas,
mas ninguna lo había visto. Pensó que tal vez hubiera salido a cazar, pues normalmente no se
levantaba tan temprano, así que decidió no darle demasiadas vueltas y esperar a que apareciera.
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Se encaminó al desayuno y descubrió con asombro que era la primera en llegar al salón.
Desayunó antes de que los demás siquiera se levantaran, yendo directamente al patio de
costumbre a practicar su concentración.
Todos se llevaron una gran sorpresa cuando vieron que no aparecía por la sala, pero una
criada les informó de que estaba entrenando.
Cuando el maestro llegó al patio, Liz se encontraba profundamente inmersa en su
meditación, no obstante, en cuanto escuchó la voz de Maharshi abrió los ojos, sonriente. El
anciano caminó hacia ella sin la compañía de que Roth. Le explicó que éste era un
entrenamiento que sólo ella podía realizar, por lo que el joven aprendiz se había marchado
para entrenar con sus compañeros.
Y sin más dilación, retomaron la sesión del día anterior.
- Antes de comenzar me gustaría preguntarte algo – dijo el maestro - ¿sabes qué fue lo
que falló ayer?
- La verdad es que no…
- Es normal querida, acabas de llegar y no conoces nada sobre este mundo. Por suerte,
yo estoy aquí para cambiar eso – aseguró con orgullo - ¿recuerdas lo que te conté sobre el Qi?
¿Cómo cada elemento tiene su propia energía y fluye dentro y fuera de cada cosa? La magia
no es más que la manipulación de ese Qi, haciendo que se manifiesta en el plano físico.
- Sí, lo recuerdo.
- Pues bien, no sólo los elementos poseen Qi. Cada criatura viviente posee su propia
energía. En los seres vivos no está tan directamente relacionada con los elementos, pero sí se
ve influenciada por ellos. Así, como ya sabes, una persona nacida en este país será bendecido
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con el Qi de fuego y podrá llegar a manipular ese elemento. Es más, con el suficiente
entrenamiento incluso se puede llegar a percibir la energía de una persona.
- ¿Quiere decir que sería capaz de percibir su energía aún no estando usted cerca?
- Exactamente. Por desgracia, es necesario un altísimo grado de control del Qi, así como
muchos años de adiestramiento. Sólo he visto esta capacidad en los elfos, puesto que son
inmortales. Sin embargo, este principio es el que te va a ayudar a controlar a las devas.
- Pero maestro, usted ha dicho que hace falta años de práctica; sin embargo, yo no tengo
tanto tiempo… además…
- Tranquila, tú lo tienes más fácil y no necesitas dominar este arte, sólo conocer sus
bases. Como ya sabes, para controlar a las devas primero debes hacer un pacto con ellas, el
cual se consigue cuando te acepten como su ama.
- Sí.
- Pues bien, las devas son espíritus, y aunque pueden manifestarse en el plano físico, les
es imposible hacerlo por demasiado tiempo, por lo que necesitan refugiarse en seres vivos, ya
sea un animal, los arboles o el agua. Cuando un humano es aceptado por una deva, éste se
convierte en su recipiente, es decir, que las devas residirán en su cuerpo mientras el pacto
perdure.
- Quiere decir que… - el maestro asintió, anticipándose a la joven.
- Exacto, en este momento Aditi descansa en tu interior. Y cada una de las devas que se
unan a ti habitarán en tu cuerpo hasta que termine su contrato contigo.
- Y eso sucederá cuando…
- La misión de las devas es ayudar al heredero en su lucha contra Rakshasa, por lo que
su pacto será cumplido cuando eso suceda. Hay devas que hacen pactos diferentes con
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humanos u otras criaturas; sin embargo, el motivo por el que fueron creadas es luchar contra el
malvado, o eso es lo que creo, así que tarde o temprano acabarán aceptándote a ti.
- Entiendo… pero sigo sin tener claro de qué manera puedo controlarlas sin
desmayarme… - el maestro sonrió con picardía ante las palabras de la muchacha.
- De ahí viene mi pregunta anterior… ¿qué fue lo que falló ayer?
La joven reflexionó durante un largo rato, pero por más que pensara en ello no era capaz de
encontrar una respuesta. Finalmente Maharshi la sacó de sus pensamientos.
- Déjame preguntarlo de otra manera… ¿qué fue lo que sentiste ayer al invocar a Aditi?
- Pues… no sé… de pronto sentí que perdía las fuerzas.
El maestro asintió con satisfacción aunque Liz seguía sin saber a dónde la llevaba todo
aquello.
- ¿Y sabes por qué?
Le dio vueltas durante un rato, recordando cada explicación que había escuchado hasta
ahora, tratando de relacionarlo todo entre sí sin demasiado éxito. De pronto, una bombilla se
encendió en su cabeza.
- Me quedé sin fuerzas… - hablaba para sí misma en un tono casi inaudible – me quedé
sin energía…
Entonces levantó la mirada.
- Exacto, gastaste toda tu energía al invocar a Aditi y por eso te desmayaste.
- ¿Y cómo es eso posible?
- Bueno, las devas necesitan Qi para materializarse, lo que significa que para invocarlas
necesitas usar una gran cantidad de energía, pero por defecto usas la tuya propia y no la de las
devas, con lo que lo único que consigues es malgastarla y colapsarte.
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- ¿Y no hay alguna manera de que eso no suceda?
- Para eso estamos aquí, señorita – rió el maestro – lo primero que debes hacer es saber
diferenciar entre tu energía y la de las devas. Una vez que consigas eso, con un poco práctica
serás capaz de invocarlas sin acabar medio muerta a cada intento.
El entrenamiento consistía en ser capaz de percibir su Qi y el de la deva, y diferenciarlo.
Pronto entendió el motivo por el que el maestro le dijo que evitara encontrarse con el espíritu
de fuego. Si ya resultaba complicado diferenciar su propia esencia de la de una deva, más lo
sería si tuviera que hacerlo de dos.
Así, como venía haciendo los últimos días, Liz se sumió en un profundo trance en el que
debía de vaciar su mente por completo y visualizar el Qi. Mientras se concentraba, el maestro
la iba guiando en cómo conseguir percibir las energías. Como ya hizo en el pasado, le
aconsejó que intentara separarlas por colores, que en su mente visualizara cada Qi del color de
su elemente: el fuego rojo, el agua azul, el aire amarillo… y, poco a poco, fue percibiendo la
energía que fluía a su alrededor.
Veía el aire, con una estela de color dorado, y sentía las hojas de los árboles desprendiendo
destellos verdosos en su roce con el viento. Sin embargo, esa vez no debía concentrarse en su
alrededor, sino mirar dentro de ella misma. Y esa tarea resultaba mucho más complicada de lo
que había pensado.
Tenía claro qué color presentaría la esencia de Aditi, debía ser verde, pues era el espíritu de
la naturaleza. Pero por más que buscara en su interior no era capaz de percibir más que
oscuridad.
Se concentró en el latir de su corazón, que bombeaba con fuerza al ritmo de su respiración.
Intentó visualizar como la sangre impregnada de Qi corría por sus venas, recorriendo todo su
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cuerpo y revitalizándolo a su paso. Nunca se había parado a pensar en el color que
desprendería ella misma, pero sin saber porque ya había elegido uno: naranja, por el color de
sus cabellos tal vez.
Trató de imaginarse como el vapor anaranjado era expulsado por sus poros, impregnado de
su esencia, envolviéndola. Después buscó la energía de Aditi, fusionada con la suya propia,
escondida en algún recóndito lugar de sus adentros. Cada vez se sentía más ligera y todo se
reducía a impresiones y colores. Allá, a lo lejos, entre el rio anaranjado, pudo distinguir una
mancha verdosa que envolvía a la pequeña niña de tez esmeralda y cabellos alborotados,
sonriendo alegremente, viendo por fin claramente el aura que desprendía. Aditi se desvaneció
lentamente mientras Liz proseguía avanzando hacia su propio interior.
Era una sensación asombrosa. Sentía como flotaba, como si se encontrara en estado de
embriaguez, perdida en una nube azafranada. No sabía cuánto más podría avanzar ni adónde
se dirigía, pero algo la empujaba a seguir.
De pronto algo llamó su atención. Frente a ella vio un tenue destello dorado, intermitente,
que le resultaba enormemente familiar. Avanzó a su encuentro y, cuando se encontraba más
cerca distinguió una figura borrosa en su interior. Apenas alcanzó a verla un instante antes de
que desapareciera. Era una mujer de tez muy clara con cabellos tremendamente largos que
aleteaban a su alrededor, envolviéndola. Su vestido era de color áureo y la cubría hasta los
pies; y sus ojos estaban cerrados, flotando inerte en mitad de la luz. En el instante en el que se
desvaneció, Liz sintió como algo la arrastraba hacia atrás con brusquedad, expulsándola de su
interior.
Abrió los ojos sofocada y se encontró en brazos del maestro, que la sujetaba por los
hombros, sonriente, mientras trataba de volver a la normalidad. Quiso incorporarse, pero
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cuando lo intentó sintió como si acabara de bajar de la montaña rusa, nublándosele la vista y
cayendo de nuevo al suelo. Maharshi se apresuró en sujetarla antes de que cayera mientras
reía abiertamente. Cuando Liz recuperó la visión, lo miró algo molesta, pero él siguió riendo
sin inmutarse.
- ¿Qué tal el paseo? Es toda una experiencia ¿eh? La vuelta es un poco dura al principio,
pero te acostumbrarás.
Aunque pudiera escuchar a la perfección sus palabras, aún se encontraba demasiado
abobada para poder pronunciar palabra. El anciano llamó a las criadas, quienes aparecieron en
un abrir y cerrar de ojos por el portón. Se dirigió a ellas con voz calmada y de inmediato las
cuatro ayudaron a Liz a levantarse, conduciéndola hacia el interior de la estancia. Antes de
que entraran, la joven se volvió con dificultad, aún sujeta por las sirvientas, y habló a
Maharshi.
- ¿Es que voy a acabar siempre desfallecida? – preguntó a modo chistoso, pero a la vez
molesta.
- Tranquila, querida, todo es nuevo y tu cuerpo necesita acostumbrarse, pero después de
un tiempo conseguirás no acabar exánime cada vez que uses la magia o a las devas.
- Por favor, no se lo diga a los demás, no quiero que piensen que soy una debilucha.
El maestro soltó una carcajada.
- Descuida.
Y así, fue arrastrada al interior del palacio por las doncellas, que la llevaron hasta su
habitación, ayudándola a tenderse en la cama para que descansara.
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Mientras descansaba, trató de recordar todo lo que había sucedido mientras navegaba por
su interior. Sin embargo, sólo alcanzaba a recordar su encuentro con Aditi, sintiendo que algo
importante se le escapaba.
Al poco rato, una de las sirvientas apareció con un carrito cagado de comida. El maestro
había ordenado que comiera y después se echara una cabezadita para recuperar fuerzas. A
pesar de no tener apetito, nada pudo hacer Liz para resistirse ante la insistencia de la criada.
Tras un ligero almuerzo, se recostó en la cama a la vez que era arropaba por la criada, y en
apenas unos minutos, cayó en los brazos de Morfeo.
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EL ESPÍRITU DEL FUEGO
El calor era abrasador. A su alrededor las arenas lo invadían todo. El ardiente sol llameaba
sobre su cabeza, bañando todo el desierto con su cegadora luz. Allá a lo lejos, un flameante
toro corría entre las arenas, distante. Sabía que no debía llamarlo e intentó salir de allí, pero la
bestia cambió su rumbo y se dirigió al lugar donde se encontraba. Su frenada hizo que la arena
se levantara a su alrededor, salpicando a todos lados. La miraba fijamente, examinándola al
detalle. Ella hizo lo mismo.
El tono rojizo de su piel era totalmente diferente al del reto de su especie, por no mencionar
las llamas que envolvían todo su cuerpo. Cada vez que resoplaba, no salía aire de su nariz sino
fuego. Liz pensó en el pavor que sentiría si encontrara a semejante criatura en un ruedo de
toreo, o incluso pastando en el campo, pero sabía que en realidad se trataba de un espíritu
protector cuya misión era ayudarla en su aventura y que esa aterradora forma no era más que
la que había escogido para mostrarse ante el mundo.
Esta vez no esperó a que la deva hablara, sino que se dirigió a ella con voz calmada.
- Es un placer verte de nuevo, Agni. Mi nombre es Elizabeth.
Volvió a escuchar en su cabeza la ronca voz del toro.
“Veo que sabes sobre mí más que la última vez.”
- El maestro Maharshi me puso al día – sonrió.
“Mi viejo amigo, ávido de saber. Parece no haber cambiado en todos estos años, siempre
tratando de amparar a los demás.”
- Le estoy enormemente agradecida por toda la ayuda que me ha prestado. Jamás podré
compensarlo lo suficiente.
“Y bien, si tanto te ha informado, supongo que sabrás que es lo que espero de ti.”
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Liz permaneció en silencio durante un instante, bajando la mirada.
- Ahora mismo no soy de mucha valía y apenas domino la magia. Cada vez que realizo
un nuevo entrenamiento, acabo perdiendo el conocimiento y abusando de la amabilidad del
maestro y de la gente de palacio. También preocupo constantemente a mis amigos y, desde
que he entrado en sus vidas, no he hecho más que ponerlos en peligro. A pesar de haberles
advertido, se niegan a dejarme marchar y están entrenando muy duro para ayudarme. Soy
torpe y nunca he sido especial en mi vida, especial para bien por lo menos... - se detuvo un
instante - sin embargo, he sido elegida para luchar por el porvenir de este mundo y del mío
propio. No sé por qué yo, ni si estaré a la altura. Una parte de mí sólo desea volver a casa y
olvidarse de todo esto…
Se mordió el labio durante un instante, intentando reprimir aquellos deseos de que todo
fuera sólo un sueño.
- Pero no puedo hacer eso. Hay gente que confía en mí, gente que ha arriesgado su vida
y que está dispuesta seguir luchando sólo porque tienen fe en mí. Gente que sobrevive cada
día a la oscuridad gracias a la esperanza de que alguien vendrá a salvarlos, a pesar de que ese
alguien sea yo.
Miró directamente a los ojos del animal. Su mirada, envuelta en un brillo especial, reflejaba
la enorme determinación que tenía.
- Por eso no puedo rendirme. Voy a luchar. Por ellos, por toda esa gente que sufre, por
la gente que quiero y por mí misma. Haré lo que sea necesario para liberar a este mundo de su
sufrimiento, incluso si eso implica… - hizo un alto antes de continuar, recapacitando sobre lo
que estaba a punto de decir - perder la vida en el intento.
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Permanecieron en silencio durante un largo rato, observándose mutuamente. Por fin, la
bestia inclinó su cabeza a modo de reverencia a la vez que flexionaba una de sus patas
delanteras.
“Que así sea.”
Las llamas que rodeaban al toro explotaron repentinamente, desprendiendo tal calor que
incluso el más duro de los metales habría quedado derretido por su intensidad. En mitad del
fuego, el animal se fue desvaneciendo con lentitud ante la mirada asombrada de la joven. Justo
antes de desaparecer, Liz vio la silueta de una chiquilla desnuda en el corazón de la llamarada.
En el lugar donde debía haber cabellos cortos, el fuego flameaba con fuerza y su piel era del
mismo tono que el del toro candente. Antes de desaparecer, la niña le dedicó una dulce sonrisa.
Cuando se despertó, la luz del sol se colaba ya por las ventanas. No era muy intensa, pero
intuyó que debía haber amanecido hacía rato. Miró a sus pies mas no vio a la pantera,
sintiendo una gran tristeza y un enorme vacío; sin embargo, no estaba sola. Al fondo de la
habitación distinguió una figura junto a una tenue vela que alumbraba parte de la estancia; era
una joven doncella del palacio. Estaba inclinada mientras cosía algo a la vez que canturreaba
alegre una melodía en voz baja. Debía de llevar toda la noche velando por ella, pues era la
misma que la ayudó a acostarse; sin embargo, se la veía llena de energía. En el momento en el
que Liz se incorporó en la cama, la criada se puso en pie y se dirigió hacia ella.
- Buenos días – saludó en voz baja.
- Buenos días – respondió la doncella – ¿ha dormido bien?
- Demasiado – bromeó - ¿has visto a la pantera que siempre me acompaña?
La sirvienta negó con la cabeza.
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- No la he visto desde hace un par de días. Tampoco ha tocado su comida.
Liz bajó la mirada entristecida y a la vez preocupada. Desde que se encontrasen de nuevo
en Talaka no se había separado de su lado ni siquiera un instante.
La doncella, tras ver su expresión, trató de aliviarla.
- Es muy posible que haya decidido esperar fuera de palacio. Al fin y al cabo, los
animales salvajes prefieren estar rodeados de naturaleza.
- Puede… - dudó – o es posible que haya regresado a casa.
Recordó como antes de adentrarse en el desierto le insistió en que regresara al lugar del que
provenía. Tal vez, al asegurarse de que estaba a salvo, había decidido hacerlo. Aunque aquel
pensamiento le resultase doloroso, en el fondo sabía que era lo mejor para el animal, así que se
alegró por él y en su corazón le deseó lo mejor.
- Quien sí andaba por aquí era ese jovencito tan apuesto – informó la doncella con una
sonrisa.
- ¿Quién? – preguntó Liz.
- No recuerdo su nombre, pero es alto y fuerte, y sus ojos son del color del oro.
- ¿Rudra?
- Ah, sí, ese es su nombre. Estuvo aquí todo el día hasta que lo obligamos a que se
marchara, asegurando que no se retiraría hasta que usted despertase. Es posible que siga por
los alrededores…
- ¿Todavía sigue ahí fuera?
La doncella se encogió de hombros. Liz se dirigió rápidamente hacia la puerta seguida por
la criada y, al salir, vio a Rudra sentado junto a la pared aún dormido. Se acercó a él y lo
observó sonriente, después se acuclilló a su lado e intentó despertarlo, pero no había manera.
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Corrió a la habitación entre risas y cogió una de las hojas de las flores que había en el florero
de encima de la mesa donde la doncella había estado tejiendo. Ésta la miró desconcertada y,
tras entender sus intenciones, comenzó a reír por lo bajo.
Liz volvió de nuevo al lado de Rudra, tratando de no despertarlo, y se agachó. Con la hojita
en sus dedos, comenzó a acariciar la nariz del muchacho. Éste, aún dormido, se rascó molesto.
Las dos se miraron y no pudieron evitar reír, tapándose la boca para no hacer ruido; al
segundo, volvió a repetir la acción. El joven se sacudió, intentando apartar lo que fuera que le
molestaba con la mano mientras gruñía y se rascaba. Finalmente, Liz tocó el interior de su
nariz con el extremo de la hoja y él resopló, lanzando un manotazo al aire que casi da de lleno
en la cara de la joven, quien hábilmente lo esquivó a tiempo.
Rudra se medio despertó, maldiciendo al bicho que lo estuviera molestando, mientras las
dos culpables reían a carcajadas sin preocuparse ya por ser escuchadas. Cuando el muchacho
se espabiló por completo y vio a Liz con la hoja entre sus dedos riendo, comprendió lo que
había pasado y, con la cara roja como un tomate, comenzó a reprenderla mientras ambas
seguían sin poder parar de reír. Una voz proveniente del pasillo los interrumpió.
- Vaya, empezamos con energía la mañana.
Se trataba del maestro, acompañado por su fiel aprendiz, quien los miraba extrañados.
Rudra se puso aún más colorado al tener compañía mientras que Liz trataba de secarse las
lágrimas que la risa había hecho brotar de sus ojos.
- Te veo muy bien – dijo Maharshi.
- Lo estoy – contestó – llena de energía para continuar por donde lo dejamos ayer.
- Me alegra oír eso – de pronto, tras observarla detenidamente, enarcó una ceja
sorprendido – vaya, así que Agni se ha unido a tu club.
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- Sí, anoche, pero ¿cómo lo sabe?
- No olvides, querida, que una vez fue mi más fiel compañera. Estoy acostumbrado a su
energía y sabría encontrar el rastro de su Qi a kilómetros de distancia. Siempre está cerca.
Liz sonrió al entender el enorme afecto mutuo que se sentían.
- ¿Es un problema? Para el entrenamiento quiero decir…
- No, tranquila, ya pasaste ayer la parte difícil.
- Por cierto – Rudra los interrumpió - ¿te encuentras bien? Ayer te desmayaste de nuevo,
quizás no deberías esforzarte tanto…
- Estoy perfectamente; lista para seguir con mis lecciones – se levantó medio
danzando – me muero de hambre. ¿Vamos?
Le ofreció su mano al muchacho para que se levantara. Él dudó un instante pero, al verla
sonreír de esa manera, aceptó con la cabeza y la agarró.
Se encaminaron hacia el tan conocido salón donde cada mañana desayunaban. Allí
encontraron a Rudy y Vlad, quien seguía teniendo bastante mal aspecto, pero ya parecía
haberse acostumbrado a ese estado. Rudy, por su parte, se alegró de ver que Liz se encontraba
bien. Bromeó con ella sobre el hecho de que en el fondo lo que le gustaba era que la trataran
como una reina y por eso siempre acababa en la cama, servida por multitud de doncellas.
Después del desayuno, cuando Liz y el maestro se dispusieron a marchar a su habitual
lugar de entrenamiento, seguidos por Roth, Rudra insistió en acompañarlos. Aún seguía
preocupado. Ella, con una sonrisa, aceptó sin más y se encaminó al patio. Había decidido no
volver a preocupar a sus amigos y esforzarse al máximo para mejorar, y sabía que si se negaba,
el muchacho se preocuparía aún más. Rudy y Vlad también fueron.
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Al llegar, comenzaron con unos ejercicios de calentamiento para la concentración, rutina
con la que Liz ya estaba totalmente familiarizada. Después, insistió en entrenar primero con
las devas puesto que el día anterior no había conseguido avanzar demasiado. Rudra estaba
sentado a la sombra de uno de los árboles, junto a los gitanos, mientras que Roth se
encontraba junto a Liz y al maestro. Maharshi accedió y le pidió a su aprendiz que se uniera a
los otros jóvenes. Él cedió a regañadientes, pues la idea de echarlo a un lado, especialmente
con el espadachín, no le hacía mucha gracia y, por lo que parecía, a Rudra tampoco. Cuando
llegó, ambos se lanzaron un par de miradas poco amistosas.
Al otro lado del patio el maestro comenzó a darle instrucciones a la joven.
- Esta vez quiero que escuches mi voz con atención cuando estés en trance. Ayer se
trataba de que exploraras tu interior, pero ahora debes tratar de no perderte en él ¿entiendes?
Ella asintió.
- Está bien. Ahora quiero que cierres los ojos y te centres en encontrar el Qi de Aditi.
Trata de recordar lo que sentiste ayer ¿vale?
La muchacha cerró los ojos y comenzó a navegar por su interior. En pocos minutos se
encontraba surcando aquella nube anaranjada del día anterior. Buscó a través de ella hasta
distinguir el verdoso Qi de Aditi sin que el anciano dejara de dirigir sus pasos.
- ¿Ves a Aditi?
Trató de asentir, sin saber si tendría éxito en su empeño; sin embargo, el maestro la
respondió.
- Bien, ahora lo que tienes que hacer es centrarte en su energía y decir su nombre para
que se manifieste. Mientras la tengas visualizada dentro de su Qi no usarás el tuyo propio.
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Liz se aseguró de no perder de vista a la deva, pero de pronto algo llamó su atención y le
hizo cambiar de idea.
Se concentró al máximo y decidió invocar al espíritu. Acto seguido, un fuerte viento
comenzó a brotar de ella, alborotando sus cabellos. En voz muy baja, pronunció el nombre de
la deva, abriendo sus ojos en el mismo instante en el que las palabras surgían de sus labios. Su
iris entonces adquirió un intenso brillo rojo y su cuerpo fue envuelto en una furiosa llamarada.
Sus amigos se levantaron consternados ante la escena; sin embargo, el maestro, quien
permanecía a su lado, sonreía impasible a pocos metros de distancia de la muchacha.
Corrieron despavoridos para sacarla del fuego, pero el anciano extendió su bastón,
deteniendo su avance. Rudra lo miró furioso, reprochándole de mala gana, mas la severa
mirada que le lanzó el maestro le hizo retroceder.
Las llamas se alzaron hasta el cielo, transformándose en una descomunal bestia de fuego
que mugía furiosa, ante la atónita mirada del grupo. Cuando la deva se materializó, los ojos de
Liz volvieron a su color normal. El animal bajó llameante hasta situarse frente a la muchacha,
quien se incorporó muy despacio, alargando su mano hasta acariciar el hocico del inmenso
toro. Rudra la llamó a gritos unos instantes antes, suplicándola que se alejara, sin embargo,
ella lo ignoró. Entendía la preocupación de su amigo, pero sabía que el fuego no la quemaría.
Acarició la enorme cabeza de la res, rascando suavemente su frente, cosa que pareció
gustarle. Las llamas ya sólo cubrían al toro, el cual se mostraba manso. El maestro bajó su
bastón, satisfecho, y se acercó a Liz mientras los demás lo seguían con la mirada.
- Vaya, no pensé que te decantarías por tu reciente adquisición. Eres bastante osada, he
de admitirlo – dijo el anciano mientras la muchacha le respondía con una pícara sonrisa.
- Me gustan los retos.
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- Eso parece. Si te soy sincero, no esperaba verte tan pronto, vieja amiga – esta vez se
dirigía al animal - veo que tu apariencia no ha cambiado en absoluto.
“Sin embargo, la tuya sí. Estás viejo” la voz ronca del toro sonó alta y clara. El grupo, que
se encontraba detrás del maestro, miró sorprendido a la res, pues no esperaban que hablara.
- Es lo que tiene ser humano, la mortalidad hace que nos arruguemos como pasas con el
paso del tiempo – bromeó Maharshi.
El maestro observó la docilidad de la bestia y sonrió.
- Parece que habéis hecho buenas migas – Liz se limitó a sonreír – has encontrado una
buena ama. Espero que le sirvas tan bien como me serviste a mí.
“Lo haré lo mejor que pueda.” El animal cabeceo suavemente a la joven a modo de
despedida. “Es una muchacha muy interesante.” Al finalizar las palabras, se desvaneció en
una nube de color rojizo que envolvió a Liz, pegándose en a cuerpo hasta desaparecer por
completo en su interior.
En ese momento se tambaleó, siendo sujetada por Rudra antes de caer al suelo, quien se
había adelantado al resto al notar el desvanecimiento. Aunque lo tratara de apartar alegando
encontrarse bien, el muchacho no se separó de su lado. Estaba claro que estaba exhausta; el
sudor corría por su frente y su respiración era irregular; además, le costaba tenerse en pie, pero
no dejaba que la ayudaran. El maestro se abrió paso y posó su mano en el hombro de la joven,
quien lo miró mientras trataba de mantenerse consciente.
- Te dije que llevaba su tiempo, no seas cabezota y descansa un rato.
- ¡Estoy bien! – insistió, pero nada más terminar su frase se tambaleó de nuevo, cayendo
en los brazos de Rudra.
- ¡No lo estás! – se quejó el muchacho furioso.
238
Liz intentó protestar, pero estaba demasiado cansada.
- Tomemos un pequeño descanso. Cuando te sientas mejor, continuaremos con el
entrenamiento.
Por la puerta apareció un séquito de doncellas dispuestas a acompañar a Liz a su habitación,
sin embargo, ella no estaba por la labor de cooperar.
- No, por favor, dejadme que me quede aquí, estoy bien, de verdad – se esforzó al
máximo por pretender que era cierto, mas no consiguió convencer a nadie. Sin embargo, el
maestro accedió y ordenó a las doncellas traer bebidas y algo de comer.
Necesitó casi dos horas para recuperarse del todo. En ese tiempo, le pidió a Rudra que
practicara con la espada, pues no quería que perdieran el tiempo por su culpa. Aunque el
muchacho dudó, Rudy pareció encantada con la idea. Deseaba lucirse. Finalmente Rudra
accedió.
Al principio el joven se mostraba bastante torpe, cosa que Rudy aprovechó. Con un par de
golpes, hizo que la espada de Rudra volara por los aires y lo lanzó al suelo. Roth rió con
malicia, encantado de ver al muchacho en ridículo, mientras Rudy agradecía a su público
haciendo reverencias. Rudra miró a Liz, ruborizado por la vergüenza, pero ella no reía. Lo
miraba seria, mientras asentía con la cabeza a modo de ánimo y, en un instante, todo rastro de
vergüenza o duda desapareció en el joven.
Se levantó y cogió su espada, adoptó posición de guardia y se preparó para el siguiente
asalto. Rudy, con una sonrisa sobrecargada de confianza, hizo lo mismo y esperó a que el
joven se lanzara al ataque; era muy impetuoso e impaciente y sabía que no aguantaría mucho
en guardia. Al minuto, Rudra se echó a la carrera contra la gitana, quien detuvo el golpe
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hábilmente, pero él siguió lanzando estocadas con furia mientras ella trataba de bloquear todos
sus golpes. En un descuido, Rudy aprovechó para lanzar un contraataque, pero Rudra lo
esquivó y la empujó con el hombro, lanzándola hacia atrás.
La mujer le riñó por abusar de su fuerza cuando sabía que era más débil. Rudra, inocente,
bajó su espada para disculparse, momento que Rudy aprovechó para atacarle de nuevo. El
muchacho saltó hacia atrás, sorprendido, pero no llegó a esquivar el filo de la espada, que le
hizo un corte en el brazo.
El público lanzó una carcajada mientras comentaban lo tramposa que había sido la gitana.
Sorprendida por el bullicio, Liz se volvió y descubrió que gran cantidad de personas se habían
reunido en el patio para ver el combate. No sólo varias sirvientas, sino también algunos de los
hombres que aprendían magia allí; sin embargo, Rudra no se distrajo del combate y salió
disparado de nuevo hacia la gitana. Cada golpe se volvía más feroz y afinado, y a Rudy le
costaba cada vez más detener los ataques.
Se agachó mientras lanzaba un espadazo a las piernas de Rudra, pero éste saltó con agilidad
y evitó el golpe, aprovechando la fuerza del salto para lanzar una estocada desde el aire. Rudy
lo bloqueó torpemente y la fuerza la empujó hacia atrás, pero antes de poder sobreponerse el
muchacho se abalanzó de nuevo sobre ella y, tras golpear su espada con gran fuerza, ésta
cedió de sus manos y Rudy cayó al suelo.
Toda la gente comenzó a aplaudir y felicitar al muchacho con silbidos y gritos, incluida Liz.
Rudra se ruborizó mientras se rascaba la cabeza ante aquella reacción. Rudy cogió su espada y
le estrechó la mano, felicitándole por la victoria.
De entre la gente, se escuchó a alguien aplaudir de manera pausada mientras salía de la
muchedumbre. Se trataba de Roth, seguido de varios de sus compañeros.
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- Bravo. Ha sido impresionante – su voz denotaba cierta ironía – me gustaría, si estás de
acuerdo, y si mi maestro lo permite, ser tu próximo contrincante.
A Rudra no le tomó demasiado tiempo decidirse. En cuanto escuchó las palabras del
semielfo, se dibujó en su cara una sonrisa desafiante y se puso en guardia. Maharshi se lo
pensó un rato, pero no tuvo más remedio que aceptar al ver el entusiasmo con que Rudra
recibía la oferta.
Roth avanzó hasta situarse cara a cara con su contrincante y sacó su espada de la vaina. Era
muy ligera y la hoja era fina y delicada comparada con la de Rudra. Liz pensó que se rompería
ante el primer golpe.
Rudra apenas le dejó tiempo para prepararse antes de lanzarse contra él, pero Roth lo
esquivó con gran soltura y sin levantar siquiera los pies del suelo, al contrario que su atacante,
que casi se cae de narices contra el suelo por el impulso. Tras recuperar el equilibrio, se
abalanzó de nuevo contra él, pero el semielfo evitaba cada uno de sus ataques, deslizándose
rítmicamente a cada paso, como si de una suave danza se tratara.
De pronto, Rudra se paró en seco. Parecía dolerle algo.
Liz observó horrorizada como todo su cuerpo estaba plagado de pequeños cortes por los
que la sangre brotaba. Roth le había lanzado estocadas invisibles cada vez que esquivaba las
de él, hiriéndole en múltiples lugares; por suerte los cortes no eran profundos, no bastando
para detener al muchacho. Más furioso que antes, arremetió de nuevo contra el semielfo, cada
golpe más feroz, dificultando a su contrincante el esquivar de tan grácil forma sus ataques,
aunque todavía no le había tocado siquiera un pelo.
Rudra se lanzó hacia los pies de Roth, tratando de hacerle perder el equilibrio, pero éste
saltó a gran altura, siendo el mismo Rudra quien perdiera el equilibrio. En ese momento, Roth
241
aprovechó para lanzar una estocada que dio de lleno en el filo la espada contraria, haciéndole
perder su arma mientras caía contra el suelo. Cuando se levantó, sintió como la punta de la
espada de su adversario se apoyaba en su cuello y lo miró con gran ira. Roth sonreía con
malicia.
- Puede que seas suficientemente hábil para derrotar a una mujer, pero todavía te queda
mucho camino para poder derrotar a un guerrero de verdad, paleto.
La mirada de Rudra se llenó de odio al ver a su contrincante darle la espalda sonriente y
marcharse satisfecho, así que, colérico, cogió su espada y se lanzó contra él. Roth se volvió
velozmente y lanzó un golpe contra el arma que lo atacaba, rompiéndola por la mitad y
haciendo que el pedazo partido cayera a escasos metros del público, que exclamó horrorizado.
Mas Rudra no se detuvo y contraatacó con lo que quedaba de su espada mientras lanzaba un
feroz grito. Roth dio un salto atrás y juntó las palmas de sus manos al tiempo que recitaba algo
en voz baja. Mientras separaba sus manos unos pequeños rayos fluían entre ellas, haciéndose
más grandes a medida que la distancia aumentaba entre ambas palmas. Justo cuando estaba a
punto de lanzar su magia contra Rudra, una intensa llamarada se interpuso entre ambos,
interrumpiendo su acción, a la vez que una fuerte voz gritaba solemne.
- ¡Ya es suficiente!
Ambos se detuvieron en seco y miraron a la persona que pronunció dichas palabras. El
maestro los miraba con tan dura expresión, que fueron incapaces de mantener la mirada en
alto. A su lado, Liz estaba completamente horrorizada por lo sucedido y se veía muy alterada,
como la gran mayoría de la muchedumbre.
Roth abandonó de inmediato su posición y se acercó al maestro, con la cabeza gacha. Lo
saludó con una reverencia y se perdió en el interior del palacio, seguido por dos de sus
242
compañeros, al tiempo que los otros cuchicheaban por lo bajo. Liz corrió hasta donde Rudra
se encontraba, aún agitado, y examinó sus heridas. Maharshi se dirigió hacia él y lo habló aún
con voz severa.
- Te pido que disculpes a mi aprendiz. Aún es joven y se deja llevar por sus emociones.
Puesto que ambos parecíais ir en serio, espero que no se lo tengas en cuenta en el futuro –
puso su mano sobre el hombro herido del joven – querida, creo que esta es una buena ocasión
para que uses tu magia.
Liz asintió y rápidamente situó ambas manos sobre el joven. De ellas comenzó a emanar
una cálida luz de color verdoso que envolvió a Rudra, calmando el dolor a su paso y
deteniendo las hemorragias. A pesar del cansancio, Liz no se detuvo hasta haber cubierto
todas las heridas, por lo que al terminar estaba de nuevo exhausta.
- Creo que es mejor que dejemos los entrenamientos por hoy – añadió el maestro
mientras se alejaba hasta el portón del patio – podéis descansar. Mañana continuaremos – y
sin más se fue seguido del resto de la gente.
Rudy se acercó a la pareja y regañó a Rudra por su estúpido comportamiento, pero éste no
pronunció palabra. Después de la reprimenda, la gitana ayudó a Liz a levantarse. Rudra se
incorporó por su propia cuenta, enmudecido, y se encaminó hacia el interior de palacio. Las
dos muchachas, junto con Vlad, lo siguieron.
Primero acompañaron a Rudra a su habitación, sin que éste abriera la boca durante todo el
camino. Cuando llegaron, se limitó a entrar sin siquiera despedirse. Ambas se miraron
preocupadas, y aunque estuvieron tentadas a llamar a la puerta, decidieron dejarlo sólo.
Aunque Rudy insistió en que Liz también se retirara a sus aposentos, ésta le pidió que
pasearan durante un rato.
243
Aunque les costara al principio después de lo ocurrido, charlaron de manera animada sobre
temas poco transcendentales, intentando evitar comentar el suceso o cualquier tema que
resultara incómodo. Al final, Liz acabó siendo interrogada por la gitana y contando historias
sobre su mundo. A Rudy le fascinaba y nunca se cansaba de oírlas. Una doncella les anunció
que la cena ya estaba lista y los tres se dirigieron a la sala.
Aquella noche ni Roth, ni Rudra, ni el maestro se presentaron a cenar.
244
LA PARTIDA
Liz se levantó bien entrada la mañana. Cuando llegó al comedor, vio a toda la gente ya
desayunando, así que se apresuró en sentarse en su lugar de costumbre. Le sorprendió ver que
Roth no se encontraba entre los presentes, al igual que sus dos inseparables compañeros,
Dwija y Brill. También le llamó la atención ver a Rudra muy animado de nuevo, hablando con
el maestro, mientras éste reía abiertamente. El joven decía que los kinays no daban apenas
miedo en comparación con su madre, Margaret.
Comentaba cómo el momento en el que más terror había sentido no era en ninguna lucha,
sino durante el nacimiento de su hermana Anna, cuando él apenas tenía unos trece o catorce
años. Al parecer, su madre se puso de parto antes de lo previsto, y en mitad de la noche, por lo
que fue imposible avisar a la matrona, y relataba con todo detalle cómo ella le explicaba entre
gritos lo que debía hacer. Aseguró entre risas que jamás había sentido más miedo que
escuchando a su madre berrear furiosa, pensó que lo mataría en cualquier momento. Todos en
la mesa bromeaban sobre el tema y se reían ante la expresividad del muchacho.
- ¿Y dónde estaba escondido tu padre? - bromeó Rudy - ¿no se supone que es el papel
del padre encargarse de esas situaciones?
En cuanto Rudra escuchó esas palabras, cambió totalmente su expresión y todo su cuerpo
se tensó, percatándose enseguida la gitana de que había metido la pata.
Liz lo miró con tristeza, pues sabía que el tema de su padre era delicado para el muchacho.
Margaret le contó que nunca hablaba de él, y cuando lo hacía, no era precisamente para
elogiarlo. Cada vez que oía salía el tema, se ponía de un humor de perros que le duraba días.
En su rostro se podía apreciar tal furia y severidad que acalló a todos los presentes.
245
- Mi padre se marchó cuando yo apenas tenía tres o cuatro años, dejándonos a mi madre
y a mí solos – su voz sonaba grave y seria – al cabo de unos años regresó – se detuvo un
instante, y al volver a hablar su tono se volvió más frío y severo - dejó preñada a mi madre y
se volvió a largar. No he vuelto a verlo desde entonces.
Nadie dijo ni una sola palabra, todos permanecieron en silencio con la mirada baja, siendo
Rudy quien rompiera el silencio.
- Lo siento… No debería…
Pero antes de que pudiera terminar, Rudra la interrumpió. Su expresión había cambiado y
su voz había vuelto a su tono normal.
- Tranquila, no lo sabías – la excusó de manera despreocupada – además, tenemos cosas
más importantes en las que pensar que en mi viejo.
La reacción del chico provocó que el ambiente se relajara y pronto todos volvieron a
conversar tranquilamente. Liz lo miró sonriente y pensó que Margaret se sentiría muy
orgullosa de él. Había madurado.
Una vez terminaron de desayunar, cada uno se fue a sus respectivos lugares de
entrenamiento. Rudra, Rudy y Vlad se marcharon para practicar con la espada mientras que
Liz y el maestro se dedicarían a la magia.
Cuando se quedaron a solas Liz, le preguntó por Roth. Le preocupaba que la disputa del día
anterior le hubiera costado algún tipo de castigo. Sin embargo, el anciano aseguró que su
aprendiz se encontraba en una misión especial que le obligaría a ausentarse durante unos días.
Tras el entrenamiento, la muchacha se dirigió a su dormitorio y vio a varias doncellas
discutiendo en la puerta.
- ¿Ocurre algo? – preguntó Liz.
246
- No, señorita. No se preocupe – dijo una de las veteranas.
Al parecer, estaban regañando a la más joven por algo. Liz la reconoció al instante, pues se
trataba de la misma que la había cuidado cuando se encontraba débil por los entrenamientos.
Si no recordaba mal, se llamaba Dhyana.
- ¿Pasa algo, Dhyana?
Las sirvientas se sorprendieron del trato tan cercano que mostró. La doncella bajó el rostro
tímidamente y negó con la cabeza, ante la severa mirada de la más mayor. Liz, enojada, trató
de persuadirlas.
- Si no me decís directamente lo que pasa, tendré que molestar al maestro para que sea
él quien me lo diga.
La amenaza surtió efecto y las criadas enseguida comenzaron a cuchichear entre ellas.
Finalmente, la de expresión más dura se decidió a hablar.
- Parece ser que varias de sus ropas han desaparecido. Sin embargo, la doncella
encargada de asistirla, Dhyana, no tiene idea alguna de dónde pueden estar.
- ¿Creen que las ha robado? – preguntó Liz sorprendida.
A pesar de no obtener respuesta, supo al instante que ése era el problema. Dhyana de
inmediato negó con la cabeza.
- ¡Yo no he sido! – sollozó.
- ¡Claro que no! – gritó de pronto Liz para sorpresa de todas – ha sido mi culpa. Las
rompí durante el entrenamiento y, en lugar de dejarlas en la habitación, las tiré yo misma.
¡Qué descuido!
- Pero no se han encontrado ropas en la basura – inquirió la sirvienta veterana.
247
- Eso es porque las tiré fuera, en el oasis. No pensé que fuera un gran problema.
Cualquier animal las ha debido de coger. No hay que darle más vueltas, tengo ropajes de sobra.
La criada, poco convencida, asintió y se marchó del lugar, seguida por las demás,
quedando sólo la más joven. Cuando desaparecieron de la escena, Dhyana cayó sobre sus pies.
- ¡Muchas gracias, su excelencia! – dijo con la cabeza pegada al suelo.
Liz se apresuró en inclinarse y ayudarla a levantarse.
- No hace falta que me las des, y no tienes que reverenciarte ante mí ni llamarme
excelencia. Llámame Liz.
- Pero…
- Que sí. No soy mejor que nadie ni especial, así que no me des un trato distinto al que
darías a tu igual – sonrió – de todas maneras, ¿tanto jaleo por un par de trapos?
- Es cuestión de control. La comadre se encarga de que todo esté en orden, por lo que es
muy difícil que algo se le escape… pero no sé donde pueden estar… yo dejé todas sus ropas
en la canasta como de costumbre… no sé…
- Bueno, no tiene mayor importancia. Espero que con esto te dejen tranquila. Será mejor
que vayas a descansar. Y si pasa algo, me avisas, ¿vale?
- Muchas gracias, excelencia.
Liz la miró con desaprobación.
- Quiero decir, Liz.
Asintió satisfecha y sonrió.
- Buenas noches, Dhyana.
Y sin más, cada una se fue a dormir.
248
Durante los siguientes días, Liz se centró en mejorar su habilidad con la magia.
Controlar el fuego resultaba más difícil que hacer uso de la curación y también agotaba sus
energías con mayor rapidez; sin embargo, era muy testaruda y se negaba a detener su
entrenamiento. Así, en cuanto se sentía un poco mejor volvía de nuevo a practicar.
Cada día aguantaba un poquito más y su control iba en aumento. Al cabo de una semana,
su mejora era bastante destacable.
Esa tarde, después del entrenamiento, mientras se dirigía al comedor para la cena, Liz
escuchó el relinche de caballos y el ruido de cascos en el exterior. Cuando se asomó,
descubrió con alegría que se trataba de Roth y sus compañeros. Emocionada, corrió hacia la
salida, encontrándose de frente con el trío, que era recibido por varias criadas. Al ver a la
muchacha, Roth sonrió alegre y la saludó con la mano, devolviéndoselo ella con una gran
sonrisa. En cuanto Roth llegó junto a la joven, su sonrisa se hizo más grande y brillante.
También Liz se sentía feliz de verlo de nuevo.
- Me sorprende veros aquí, pensé que estaríais con el resto de la gente.
- Escuché a los caballos y pensé que seríais vosotros – explicó – el maestro me dijo que
estabas en una misión especial. ¿Dónde habéis ido?
- Será mejor que sea el maestro quien os lo cuente – y antes de que pudiera añadir nada
más, el semielfo la cogió de la mano - ¿vamos?
Liz asintió sonrojada mientras Roth tiraba suavemente de ella, encaminándose hacia el
interior del palacio, seguido de sus compañeros.
Cuando llegaron al comedor, Rudra y los demás ya estaban allí. En cuanto lo vio, se soltó
de la mano de Roth, aún más colorada que antes, y se dirigió con la cabeza baja a su silla. El
maestro, al ver a su aprendiz, se levantó y lo abrazó a modo de bienvenida. A Rudra, sin
249
embargo, no parecía entusiasmarle en absoluto el regreso del joven y se revolvió incómodo en
su asiento.
Roth le susurró algo a Maharshi en el oído. Éste asintió satisfecho y le indicó que se sentara
junto a él, como de costumbre. Tras hacerlo, miró a la muchacha y sonrió. Ella le devolvió la
sonrisa tímidamente, mientras Rudra observaba con enojo la escena, al contrario que Rudy,
quien parecía disfrutar de lo lindo. Maharshi, aún en pie, habló en voz alta para que todos los
presentes lo escucharan.
- Queridos amigos, tengo algo que anunciaros – todos callaron – hace una semana, le
encomendé a mi apreciado discípulo que inspeccionara los caminos que llevan hacia el país de
los enanos, nuestro vecino Amentis, en pos de descubrir si los enemigos acechan los
alrededores. Hoy Roth ha regresado y me gustaría que nos explicaras la situación.
El aprendiz se levantó de su silla y habló alto.
- Tras dirigirnos hasta el puente de Shamut, no hemos encontrado a ni un solo kinay a
nuestro paso – todos comenzaron a cuchichear por lo bajo - puesto que el monstruo contra el
que luchamos en Talaka estaba solo y fue derrotado antes de establecer contacto, creemos que
el enemigo aún desconoce la presencia de la heredera en estas tierras – miró a Liz – el camino
es seguro.
La muchedumbre continuó murmurando ante las palabras del muchacho. Roth se sentó de
nuevo.
- Son grandes noticias, amigos. Sin kinays por los alrededores, lo más seguro es viajar
durante la noche, a través del desierto. Es por eso que deberéis partir lo antes posible –
Maharshi alzó la voz para que todos los presentes lo oyeran con claridad – hoy es el día en el
que la heredera partirá, dando comienzo su viaje hacia la gran batalla.
250
El bullicio se volvió más animado mientras que Liz, con los ojos como platos, miraba
asombrada al maestro. Él, por su parte, la observaba con orgullo y satisfacción.
- Durante este tiempo, tus habilidades han mejorado con creces y creo que estás lista
para seguir adelante en tu camino. No hay nada más que pueda enseñarte. Lo que te queda por
aprender debes hacerlo por ti misma.
Liz estaba totalmente descolocada. Las palabras del maestro la habían pillado por sorpresa
y no sabía cómo reaccionar; sin embargo, nadie parecía haberse dado cuenta y el gentío
comenzó a vitorearla, sin que ella reaccionara.
- No creo que tengáis demasiados problemas para cruzar el puente de Shamut puesto
que, al ser éste un país de mercaderes, el tránsito de personas es algo habitual.
En ese momento Enoch, el más joven de los discípulos del maestro, entró en la sala con los
brazos cargados de rollos de papel. Mientras el anciano continuaba con su charla, el muchacho
depositó los pergaminos en la mesa frente y, tras despedirse con una reverencia, se colocó en
un lateral de la sala.
- Es por eso que os he conseguido a cada uno de vosotros salvoconductos para que
podáis desplazaros con toda libertad por cada uno de los reinos. Además, puesto que un grupo
reducido con integrantes tan peculiares como vosotros llamaría enormemente la atención, he
seleccionado a varios de mis mejores hombres para que os acompañen en este viaje.
Maharshi comenzó a nombrar en alto a varios de los discípulos que vivían allí. Entre los
nombres mencionados estaban el de Roth, sus dos compañeros Dwija y Brill, y varios de los
hombres que entrenaban allí, así como dos de las doncellas de palacio. Cada uno se levantó
con orgullo y alegría al escuchar su nombre, mientras que el resto resoplaba decepcionado. El
251
maestro aseguró que los no nombrados tendrían su oportunidad más adelante, cuando la gran
batalla llegara.
Así pues, además de Liz, Rudra, Rudy, Vlad, Roth y sus dos compañeros, había cinco
hombres más y dos sirvientas, sumando catorce personas en total.
- Cuando lleguéis al puente, alegaréis ser un grupo de feriantes nómadas que se dirige a
Pâlata, hogar de los gitanos. Daréis el pego, pues tenéis a un par como integrantes, así no os
harán demasiadas preguntas
Al oír esas palabras, el rostro de Rudy se ensombreció, denotando cierto nerviosismo.
- Por supuesto, deberéis investigar primero la tierra de Amentis, y llegado el momento,
es recomendable que paséis el menor tiempo posible en Pâlata, cruzando rápidamente hacia
Kûsha.
Vlad posó su mano sobre el hombro de la gitana, quien lo miró con horror. Tras ver la
mirada tranquilizadora de su amigo, se relajó un poco.
- ¿Y qué haremos cuando lleguemos a Amentis? – preguntó Rudra, quien observaba al
maestro con suma atención.
- Vuestra prioridad es encontrar los lithois que se hayan escondidos en los diferentes
países. Se cree que en cada reino se halla un fragmento. El primero ya lo habéis visto, así que
debéis buscar los demás. Gracias a ellos, podréis descubrir el secreto para derrotar a Rakshasa.
- ¿Cuál es su paradero? – quiso saber Rudy, algo más centrada.
- Por desgracia lo desconozco. Sin embargo, tenéis a la heredera con vosotros, con la
ventaja de que es capaz de sentirlos.
Todos los presentes posaron su mirada en la joven, quien se sobresaltó de nuevo ante lo
inesperado del anuncio del maestro.
252
- ¿Yo? Pero si yo no…
- ¿Acaso no te sentiste de manera extraña desde que llegaste al desierto?
Reflexionó sobre las palabras de Maharshi. Era cierto que había tenido ese molesto
hormigueo en el estómago desde que entrara, y que a medida que se acercaba al oasis, más
intenso se volvía. Sin embargo, hacía tiempo que no lo había vuelto a sentir.
- Sí… sentía como un cosquilleo, una inquietud… pero ya no lo siento…
- Porque ya estuviste en contacto con la roca.
Entonces la muchacha se dio cuenta de que el maestro tenía razón. Desde que saliera del
templo subterráneo, las mariposas habían desaparecido, aunque no lo había relacionado hasta
ese momento.
- Los lithois guardan los recuerdos de Lilith y tú, como su heredera, estás conectada con
ellos. Es por ello que la piedra te llama, esperando ser encontrada por la persona destinada,
provocando en el elegido una necesidad de encontrarla. Es una sensación extraña, difícil de
identificar al principio, pero una vez que se experimenta, es fácil distinguirla. Por eso, cuanto
más cercana estás, más intensa se vuelve, pues la necesidad de encontrarla se hace más
fuerte – explicó el anciano.
- Sin embargo, no creo ser capaz de localizar los fragmentos… - comentó Liz con
decepción.
- ¿Qué quieres decir? – dijo Rudra.
- Cuando estaba en Talaka, no sentía nada fuera de lo normal y en ningún momento noté
nada raro. Hasta que no me encontré realmente cerca no apareció.
- Es por eso que tenéis la suerte de contar con vuestra amiga gitana. Ella os puede echar
una mano con eso.
253
Todas las miradas cambiaron su objetivo, recayendo ahora en Rudy, quien miró atónita al
anciano.
- ¿Quién, yo?
El maestro sonrió.
- Tengo entendido que eres muy talentosa y que posees el don de la clarividencia.
El rostro de la muchacha pasó de la sorpresa a la desgana.
- Sí, pero… yo no me confiaría mucho por eso – comentó - la verdad es que nunca antes
había tenido una visión hasta ahora – en sus palabras se denotó cierta tristeza – sólo después
de conocer a Liz.
- Cada suceso ocurre por algún motivo. Es posible que estuvierais predestinadas a
encontraros y que tus poderes no necesitaran despertar hasta ese momento.
La gitana miró con asombro al anciano y una chispa de emoción se reflejó en sus ojos.
- ¿Y cómo se supone que lo puedo hacer?
- Está claro que existe una conexión entre ambas. Es muy posible que si te concentras,
puedas ver cosas que guarden relación con Elizabeth – afirmó el maestro – sin embargo, yo no
soy visionario, por lo que no puedo ayudarte mucho en ese tema. Pero estoy convencido de
que encontrarás la forma de hacerlo por ti misma.
Ella asintió no muy convencida.
- Ahora comamos, amigos míos. Mis doncellas se encargarán de tenerlo todo listo para
después de la cena, de modo que podáis partir cuanto antes.
Varias de las sirvientas comenzaron a servir la comida mientras otras salieron de la sala.
Todos comieron alegres ante la gran noticia, todos menos Liz, quien apenas probó bocado y
tampoco se veía demasiado entusiasmada.
254
Después de cenar, los que viajarían se dirigieron a sus habitaciones para realizar los
preparativos necesarios mientras que los demás permanecieron en el comedor con el maestro.
Liz permaneció sentada en su lugar, cabizbaja, sin decir ni media palabra. De cuando en
cuando, miraba al maestro de reojo, quien conversaba animado con sus discípulos.
Una de las doncellas entró en la sala y tiró de la muchacha para que se levantara,
arrastrándola a su habitación a regañadientes. Varias criadas la esperaban impacientes en sus
aposentos. Liz vio con asombro como en la puerta del dormitorio había dos bolsas enormes
con lo que debían ser sus pertenencias, aunque ella no recordaba tener tantas, sino lo puesto
cuando llegó, que encima había desaparecido.
La condujeron directamente a las termas, donde la asearon cuidadosamente, cepillando
sus cabellos y limpiando su cuerpo con delicadeza. Cuando terminaron, la llevaron a su
habitación envuelta en toallas. Sobre la cama, un precioso vestido blanco reposaba junto a una
túnica del color de sus ojos verde esmeralda. Al ponérselo, notó como la tela, suave y liviana,
se ajustaba a la perfección a su contorno, marcando su figura en la parte superior mientras la
caída se hacía suave y vaporosa. Las doncellas la envolvieron en la túnica y probaron el
capuchón, el cual cubría su rostro entero. Satisfechas, abandonaron la estancia informando a la
muchacha de que pronto la recogerían para partir.
Cuando por fin se quedó sola, sintió una punzada en el estómago. Se asomó al pequeño
balcón y miró entristecida el precioso oasis. En ese momento, Maharshi entró en el dormitorio
y se situó a su lado.
- Pareces deprimida – comentó el anciano – pensé que tú, por encima de cualquiera, se
sentiría feliz con la partida.
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Liz bajó la mirada mientras suspiraba. Guardó silencio durante unos instantes, meditando
su respuesta
- Hace una semana habría estado encantada de marcharme, pero ahora… - su rostro se
llenó de preocupación - ¿y si no estoy lista aún? Y si yo no… - las palabras se le atragantaron.
El maestro sonrió mientras posaba su mano sobre el hombro de la joven.
- Elizabeth, escúchame con atención. Tienes un gran talento, mayor del que yo tenía
cuando llegué aquí. No hay nada más que yo pueda enseñarte. Estoy convencido de que tu
viaje te revelará todo lo que necesitas saber para librar esta guerra. No dudes de ti misma; yo
no lo hago. Estoy seguro de que esta vez Rakshasa será derrotado – a medida que pronunciaba
esas palabras, agarraba con más fuerza su hombro, sin llegar a ser doloroso sino animoso –
debes seguir tu instinto. Eso es lo más importante. No dejes que los demás te guíen en tu
camino. Eres tú la que debe marcarlo.
- Pero, ¿y si no soy más que un estorbo? - murmuró desesperanzada.
- Es cierto que aún no tienes la fuerza suficiente, pero te aseguro que con el tiempo
dominarás por completo la magia y a las devas. Sólo tienes que ser paciente. Además, no estás
sola. Tienes a grandes amigos que te apoyarán y lucharán por ti siempre que lo necesites.
Liz asintió aún dubitativa.
Un par de doncellas entraron apresuradas en la habitación para informar a la pareja de que
todo estaba listo para la partida. El maestro se dirigió hacia la salida del dormitorio, seguido
por Liz, siendo conducidos por las sirvientas hacia la puerta principal, donde los caballos los
esperaban. En el camino, la muchacha contempló con nostalgia las solemnes paredes del
palacio, despidiéndose de aquel magnífico lugar y preguntándose si volvería de nuevo algún
día.
256
En el patio exterior todos se habían reunido ya. Entre las sombras se distinguían varios
caballos y una gran caravana, además de la de Rudy. Todos se encontraban en sus puestos y
sólo faltaba la heredera.
Antes de subir al carruaje de Rudy, la joven abrazó al anciano con efusión, al tiempo que
un par de lágrimas brotaban de sus ojos. Le estaba tan agradecida, que las palabras no
bastaban para expresa su gratitud.
- Nos volveremos a ver, princesita, no te preocupes – aseguró el maestro – debes
prometerme que te cuidarás y que no harás nada arriesgado. Eres demasiado importante como
para perderte.
La muchacha asintió entre sollozos mientras se subía al carromato, ayuda por Rudra.
Una vez que todos estuvieron listos, y tras despedirse del maestro y de los compañeros que
permanecerían en el oasis, el séquito emprendió su partida hacia Amentis.
257
EL DESIERTO DE KONCHU
La luna brillaba alta en el cielo nocturno, iluminando el camino al grupo de feriantes
ambulantes a través del desierto. Nada más aparte de las caravanas y los caballos se movía en
aquel inhóspito lugar. El ruido de los cascos hacía eco por todo el lugar mientras que los
integrantes del grupo permanecían en silencio, algunos vigilando, otros descansando dentro de
los carruajes.
Liz y Rudy se encontraban en la parte delantera de uno de los carros, guiando a los caballos,
mientras que Roth cabalgaba a su lado y Vlad, Rudra y Dwija descansaban en el interior. Se
había acordado que el semielfo y otros tres hombres harían la guardia durante la primera mitad
de la noche mientras que el resto descansaría, y Rudy conduciría el carro hasta que Vlad la
relevara cuando fuese necesario. El otro carromato era conducido por Sadhu, quien, según
Roth, conocía el desierto como la palma de su mano, y en el interior descansaban Kabirim,
Cavi y las dos doncellas, Sephira y Dhyana. Sadhu iba en cabeza, seguido por Rudy, escoltada
por Roth y Brill, uno de los compañeros del semielfo. Enoch y Lha custodiaban el primer
carruaje.
Liz estaba demasiado nerviosa como para dormir, por lo que decidió hacerle compañía a la
gitana. Desde el exterior eran capaces de escuchar los ronquidos de Rudra, quien dormía
plácidamente, lo que causaba risa a las mujeres, pero no tanta a Roth, quien se quejó en varias
ocasiones, alegando que si algún enemigo andaba cerca, sin duda los conduciría directos a
ellos. Sin embargo, a Liz la tranquilizaban; el que el joven pudiera descansar con tanta
facilidad le daba seguridad y hasta envidia.
Durante el camino, Roth les habló un poco más sobre sus acompañantes. A pesar de
haberlos visto a todos con anterioridad, la verdad es que no sabían mucho de ninguno.
258
A Brill y Dwija los conocía desde niño, eran sus compañeros desde antes de llegar al oasis
y aseguraba tener plena confianza en ellos. Eran semielfos, como él, y aunque no eran tan
agraciados como Roth, denotaban más elegancia y gracilidad que el resto de acompañantes.
En cuanto al resto, algunos llevaban más tiempo que otros en el palacio.
Enoch era el más joven y quien se había unido al grupo más recientemente. Al parecer, su
familia vivía en Kûsha y desde niño mostraba ser talentoso con la magia. Su elemento era el
aire. No debía de tener más de 17 años y aún le quedaba por crecer. Tenía los ojos algo
rasgados y su pelo era oscuro y liso; a Liz sus rasgos le resultaron muy parecidos a los de los
asiáticos en su mundo.
Sadhu, por el contrario, era de gran corpulencia y muy alto. Era nativo del desierto, de tez
oscura como el ébano y pelo negro, lleno rastas que se anudaban a su espalda en una coleta.
Procedía de una tribu nómada que fue exterminada por los kinays cuando sólo era un niño.
Fue recogido por el maestro, quien lo crió y adiestró como si fuera su hijo, convirtiéndose en
su primer aprendiz. Su elemento era le fuego.
Nadie conocía la procedencia de Lha. Llegó al oasis poco después que Roth. Era bastante
reservado y no se relacionaba demasiado; incluso su aspecto era peculiar. Tenía el cabello gris,
casi blanco, que le caía hasta la cintura como un velo. Por sus rasgos, parecía casi más una
mujer que un guerrero; sin embargo, su cuerpo era atlético y era demasiado alto para ser mujer,
midiendo más de metro ochenta. Mostraba gran elegancia al andar y su rostro era muy dulce.
A pesar de no ser demasiado bueno con la espada, su talento era excepcional con el arco y era
capaz de dominar varios elementos: fuego, tierra y aire, algo extremadamente inusual. Muchos
al verlo pensarías que también se trataba de un semielfo; sin embargo, sus ojos marrones
delataban su naturaleza humana.
259
Cavi era procedente de Chang, la capital de Shamballah. Su familia era bien adinerada y
deseaban que aprendiera el arte de la magia; sin embargo, a él le interesaban más la lectura y
la poesía. Decía que lo que más deseaba era convertirse en un gran filósofo como Maharshi y
conocer la historia de Ádama y del otro mundo. A pesar de su poca dedicación al
entrenamiento, Roth reconoció que era el mejor curandero de todos los aprendices del maestro
y que su ayuda era de gran utilidad en el campo de batalla.
Kabirim era todo lo contrario. Parecía más una bestia que un mago. Su tamaño era
descomunal y sus músculos no le cabían en las vestiduras. No era demasiado hábil con la
magia; sin embargo, era el mejor luchador de todo el oasis. Su especialidad era la lucha
cuerpo a cuerpo. Su tierra natal era Amentis. Antes de acudir al maestro, trabajaba en las
minas de los enanos en las montañas al norte del país. Era huérfano y al llegar a la
adolescencia descubrió que era capaz de manipular la tierra. Fue enviado al desierto a entrenar
con el fin de que facilitara su trabajo en las minas en el futuro, pero nunca regresó y decidió
quedarse con el maestro.
En cuanto a las doncellas, Sephira y Dhyana, eran hermanas. Durante el tiempo que
estuvieron en el palacio, ambas habían sido las encargadas de cuidar de Liz desde el mismo
momento en el que pisó el hogar de Maharshi. Más de una vez había entablado conversación
con ellas; sin embargo, Liz no sabía nada de su pasado. Roth le contó que ambas fueron
abandonadas en el desierto por su familia, naturales de algún poblado pobre de La Paradesa, y
el maestro las recogió. Prácticamente se habían criado en palacio. Ambas tenían la piel tostada
y los cabellos oscuros, algo ondulados, con los ojos color ocre. Sephira era la mayor; tenía el
cabello largo, recogido en una trenza que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Debía ser
algo mayor que Liz. Su carácter era algo más duro que el de su hermana pequeña, pero
260
siempre había sido muy agradable con la heredera. En cuanto a Dhyana, era más o menos de
la misma edad que Liz. Llevaba el pelo por los hombros, sujeto por una diadema. Era muy
risueña y dulce. Parecía mostrar cierto interés por Rudra y cada vez que el muchacho andaba
cerca, se sonrojaba.
Mientras Roth hablaba, el tiempo pasó volando y Rudra apareció junto a las muchachas
dispuesto a tomar el relevo en la vigilancia. Vlad lo acompañó, con mucho mejor aspecto que
el que había tenido en los últimos días. La palidez había desaparecido y se mostraba vigoroso
de nuevo. Todos se dieron cuenta del cambio.
- Vaya, parece que estas de vuelta – apuntó Rudra – se te ve mucho mejor.
- Eso parece…
- Menos mal, ya empezaba a pensar que aquel gusano te había envenenado o algo –
bromeó Rudy. Tras ver la mejoría en el estado del muchacho se la notaba aliviada.
- Anda, no lo había pensado, a lo mejor fue eso lo que pasó – comentó Rudra.
- Lo dudo… - el tono de Roth denotaba desconfianza – será mejor que descanséis – dijo
con dulzura dirigiéndose a Liz – debéis estar agotada.
- Roth, por favor – reprochó Liz con dureza – ahora que vamos a viajar juntos, creo que
va siendo hora de que dejes de hablarme en ese tono tan formal – bajo la mirada – me hace
sentir incómoda…
- Pero…
Le suplicó con la mirada.
- Somos amigos… ¿no?
Las palabras de la joven consiguieron que cambiara de actitud y finalmente aceptara.
- De acuerdo, Liz.
261
Ella sonrió satisfecha y se metió dentro del carruaje, seguida por Rudy. El semielfo decidió
continuar haciendo guardia, así que Rudra se sentó junto a Vlad, molesto, pues debería ser su
turno, aunque poco le duró el enfado.
Liz se tumbó sobre una de las mantas que había en el suelo. Observó como Dwija todavía
dormía. Si no fuera por el movimiento de su respiración, habría jurado que estaba muerto,
pues permanecía totalmente inmóvil y sin emitir sonido alguno. Rudy se echó a su lado y al
instante ya estaba durmiendo. La joven miró el techo, en silencio, y poco a poco sintió como
el mecer del carruaje la adormecía.
Cuando despertó, la temperatura había subido considerablemente y el sol se colaba por las
cortinas. Rudy seguía dormida a su lado mientras que Dwija había desaparecido. Se incorporó
y salió al exterior.
En cuanto apartó las cortinas, el sol la cegó por completo, obligándole a cubrirse la cara
con el brazo al tiempo que se agarraba al carro con la otra mano con el fin de no caerse. Una
vez que sus ojos se fueron adaptando a la cegadora luz, vio a Vlad sentado frente a ella. Rudra
se encontraba a lomos de Silver, junto al primer carruaje, y Dwija cabalgaba en el lado
opuesto. Los encargados de cubrir la retaguardia eran Cavi y Lha. Sadhu seguía conduciendo
el primer carro, por lo que dedujo que hasta que no abandonaran el desierto no podría ser
relevado. Junto a él se encontraba Kabilim, sentado. No vio a Roth por ninguna parte. Debía
de estar descansando en el primer carro, mucho más espacioso que el de la gitana.
Vlad le dio los buenos días. Rudra, al escuchar su voz, ralentizó su paso hasta situarse junto
a ellos.
- Buenos días, Liz. ¿Has dormido bien?
- La verdad es que sí – contestó sorprendida.
262
En verdad, no esperaba dormir tan plácidamente dentro de aquella caravana en movimiento.
- Me alegro – sonrió el muchacho.
- ¿Estás cansado? ¿Quieres que te releve? – Rudra rió.
- Tranquila, acabo de subirme al caballo, además creo que es mejor que te quedes en la
caravana, recuerda que es a ti a quien debemos proteger, y no al contrario.
A pesar de no tratar de expresar maldad alguna con aquellas palabras, a Liz no pareció
hacerle demasiada gracia el comentario. En ese momento, Rudy apareció por la cortinilla,
repitiendo la misma acción que hiciera Liz instantes atrás.
- No se puede dormir con tus gritos – le reprochó a Rudra, pero él la ignoró.
- Buenos días – saludó Vlad.
- Buenas. ¿Dónde estamos?
- En el desierto, ¿no lo ves? – Cavi y Kabilim rieron al escuchar la respuesta de Rudra.
- Ja ja ja, mira que gracioso es él. Eso ya lo veo. Me refiero a si queda mucho para salir
de este sitio.
- ¿Y cómo quieres que lo sepa? – se quejó.
- Pregúntale a Sadhu – dijo Cavi – conoce mejor que nadie este desierto.
Rudy echó un vistazo al guía y vaciló. No se veía demasiado amigable. Miró a Cavi con
ojos suplicantes, intentando convencerlo de que le preguntara en su lugar. El mago se adelantó
entre risas.
- Tres días, si no hay contratiempos – informó secamente. Fue lo único que dijo.
- Pues tenemos un problema – musitó Rudy – necesito ir al servicio.
- ¿No tienes un barreñito ahí dentro para esas cosas? – protestó Rudra enojado.
263
- Pues no…
- La verdad… - añadió Liz con timidez – es que yo también lo necesito…
- Pararemos en dos horas – dijo Sadhu con el mismo tono impasible que antes.
- ¡No puedo esperar dos horas! – suplicó Rudy desesperada.
El carro en cabeza se detuvo de repente, provocando que la caravana de Rudy casi chocara
con él.
- Dos minutos – sentenció tajante el guía.
Las dos mujeres se apresuraron en bajar del carro. Rudy les pidió a Cavi y Lha que se
adelantaran para no ser vistas, haciendo que Cavi se tronchara, sin que Lha cambiara su
expresión un ápice.
La gitana, ya posicionada en su lugar, se desató el pañuelo que tenía amarrado en la cintura
y lo dejó en un saliente del carro. Mientras se acuclillaba, una leve ráfaga de viento se levantó,
llevándose el pañuelo volando. Corrió tras él sin pensar, en dirección contraria al grupo,
seguida por Liz. Cuando los jinetes vieron a las dos correr hacia la duna, las llamaron a gritos,
pero ellas hicieron caso omiso.
Por fin, Rudy alcanzó su preciado pañuelo, agarrándolo con fuerza para que no se volviera
a escapar. Cuando miró hacia la caravana, se dio cuenta de que se había alejado más de lo que
pensaba. Liz se encontraba a escasos metros de ella, casi en lo alto de la duna. La gitana
saludó orgullosa con el pañuelo en la mano, esperando una sonrisa por su parte; sin embargo,
sin saber por qué, la cara de sus compañeros se veía desencajada. Ignorante, Rudy dio un paso
en dirección a sus amigos, pero de pronto la arena bajo sus pies comenzó a desprenderse en
dirección contraria, y entonces los recuerdos volvieron a su mente, comprendiendo el por qué
de la expresión de todos.
264
Miró a su espalda y observó con terror como del centro de la duna surgía un enorme
escarabajo rojizo. En la parte posterior de la cabeza poseía dos enormes pinzas que chocaban
al unísono mientras esperaban para descuartizar a su presa. La gitana intentó avanzar en
dirección al grupo, mas la fuerza de la arena la arrastraba inevitablemente hacia el depredador.
Liz corrió horrorizada en su ayuda, haciendo caso omiso a los gritos de Rudra y el resto de
compañeros.
Rudy luchaba contra corriente cuando Liz la alcanzó, agarrándola de la mano; sin embargo,
al llegar se dio cuenta de que poco podía hacer para ayudarla, pues ahora ella también se
encontraba atrapada en la corriente.
Una cuerda cayó justo al lado de las muchachas. Rudy la agarró y la ató alrededor de la
cintura de Liz al tiempo que Rudra ataba el otro extremos al carro y, ayudado por Vlad, tiraron
con fuerza de Liz mientras ésta abrazaba a la gitana. Ambas comenzaron a ser tiradas por el
carro en dirección opuesta al enorme escarabajo cuando un chorro de arena golpeó a la pareja.
El coleóptero escupía arena a sus presas, intentando por todos los medios no perder su comida
del día. La fuerza del disparo fue tal que Rudy se soltó, cayendo de nuevo en la trampa de
tierra. Liz forcejeó para alcanzar a su amiga, pero desde el otro lado tiraban para sacarla de allí.
Vlad saltó del carro encolerizado dispuesto a lanzarse contra el bicho, pero Roth lo detuvo.
El gitano lo miró con gran rabia mientras la sangre se le subía a la cabeza, hinchándosele
algunas de las venas en cuello y sienes. Sus ojos se habían tornado del color de la sangre y su
piel había empalidecido. Roth lo miraba con severidad mientras a lo lejos Rudy gritaba
desesperada, convencida de que había llegado el fin de su viaje. Liz lloraba desconsolada
pidiendo que la dejaran ir en su ayuda: sin embargo, no estaban dispuestos a perder a la
265
heredera. Vlad se lanzó furioso contra Roth con el fin de apartarlo de su camino, pero éste lo
esquivó y volvió a cortarle el paso. Entonces una leve música comenzó a sonar.
En lo alto de la duna, Sadhu se encontraba inmóvil tocando una especie de flauta
redondeada hecha de un material blanquecino con agujeros en su superficie y dibujos por todo
el instrumento. La melodía que salía de ella era extraña y casi inaudible; se apreciaban notas
sueltas de diferente intensidad y duración sin ningún tipo de armonía. En ese momento las
arenas movedizas se detuvieron, justo cuando Rudy se encontraba a escasos metros de
distancia de las pinzas del escarabajo. Lentamente, el bicho comenzó a agazaparse entre la
tierra hasta desaparecer por completo. Rudy resopló aliviada, feliz de no haber servido de
desayuno a aquel asqueroso bichejo, y emprendió la vuelta al exterior del agujero.
Roth se apartó y dejó que el gitano se reuniera con su compañera. Liz también corrió a su
encuentro tras librarse de la cuerda.
Cuando Vlad se encontró con Rudy, estaba extasiado y su pulso era tan acelerado que Liz
pensó que el corazón se le saldría por la boca. Rudy lo abrazó mientras le susurraba algo y,
poco a poco, el muchacho se fue calmando hasta volver a la normalidad. Los tres se
encaminaron a la caravana para reunirse con el grupo. Rudra se disponía a reprender a la
gitana por su inconsciencia cuando Roth apareció a su espalda y le cortó el paso a la pareja de
gitanos, posando su espada en el gaznate de Vlad. Liz observó espantada la escena mientras
era alejada por Brill.
- ¡¿Qué demonios haces?! – gritó Rudy aterrada.
- Apártate – amenazó el semielfo con tono severo – o también serás mi objetivo.
Rudy trató de alejar la espada de su amigo, pero Vlad la apartó de un empujón tratando de
ponerla a salvo de su atacante. Liz se zafó de Brill y corrió hacia Roth tratando de detenerlo.
266
- ¡Basta, por favor! ¿Por qué los atacas?
- Es un enemigo – afirmó sin apartar su mirada del gitano.
- ¿Qué? – dijo Liz, tan perpleja como Rudy.
- Es un kinay – la noticia conmocionó a todos los presentes.
- ¿Pero qué estas diciendo? Te has vuelto majareta – dijo Rudra; sin embargo, Roth lo
ignoró por completo.
- Sus ojos se tornaron rojos y su piel palideció, esos son los primeros signos de la
transformación – todos miraron al gitano con asombro mientras éste permanecía inmóvil sin
trata de defenderse.
- Es cierto que cambió, pero… - admitió Rudra dubitativamente – ahora ha vuelto a la
normalidad.
- Los kinays pueden tomar forma humana a su antojo, pero a mí no puede engañarme –
Roth acercó su espada un poco más al cuello de Vlad, hundiéndola levemente en la piel sin
llegar rajarla.
- ¡Te equivocas! – gritó Rudy - no es lo que crees.
- No intentes engañarme, gitana, el motivo por el que ahora se encuentra tan lleno de
energía es porque estamos lejos del palacio.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Liz.
- El maestro lanzó un hechizo que debilita a los kinays hasta inmovilizarlos en cuanto
pisan el oasis. Es por eso que estaba sin energías. Es un monstruo.
Liz miró a Vlad. Si lo que decía Roth era cierto, explicaba el cambio en el estado del gitano.
Sin embargo, él nunca la había atacado ni había mostrado interés alguno en ella.
- Esperad – suplicó Rudy – estáis cometiendo un error.
267
La mujer miró al grupo y vio en sus miradas duda y decepción. Cuando volvió la mirada a
Rudra, éste la apartó indeciso, sin saber que pensar. Entonces miró a Liz.
- Puedo explicarlo – su tono era suplicante y desesperado.
- ¡No más trucos! – Roth alzó la espada, decidido a acabar con su enemigo.
Rudy trató de detenerlo, pero Brill la sujetó antes de que pudiera acercarse lo suficiente.
Vlad cerró los ojos y esperó el golpe, sin defenderse. Justo antes de que la espada cayera sobre
él, Liz saltó al frente, interponiéndose entre ambos. Al instante, Roth detuvo el descenso de su
arma, que acabó a escasos centímetros de la joven. Rudra gritó horrorizado.
- ¡¿Pero qué estás haciendo?!
- Deja que se expliquen – ordenó Liz.
Su mirada era gélida y su tono severo. Roth dudó un instante, mas su actitud no le hizo
cambiar de opinión. Pero Liz era más cabezota que él.
- Si quieres matarlo, tendrás que matarme a mí primero.
Ante la reacción de la muchacha, Roth no pudo más que apartar su espada con resignación
mientras daba un paso hacia atrás. Rudy, aliviada corrió hacia Vlad, envolviéndolo entre sus
brazos y cerciorándose de que no estuviera herido. Las lágrimas brotaban de sus ojos a
borbotones mientras le daba las gracias a la muchacha. Liz se volvió a la pareja ante la mirada
de todos, se agachó y habló con dulzura.
- Rudy, creo que nos debes una explicación.
La gitana se secó las lágrimas y tomó aire antes de hablar.
- Vlad no es un enemigo… aunque Roth no está desencaminado del todo… - todos
escucharon atentos.
268
“Nosotros nacimos en Pâlata, y allí las cosas no son como en el resto de los reinos. No
fuimos agraciados con la luz del sol y sólo las ciudades del norte disfrutan de escasas horas de
luz. Sin embargo, nosotros vivimos en la oscuridad y, por ello, somos blanco fácil para las
sombras. Vivir con la amenaza constante de un ataque es difícil, pero es aún peor hacerlo
sabiendo que en cualquier momento puedes toparte con un kinay o ser devorado.
Antes de nacer yo, la hermana de mi madre desapareció en los bosques durante una semana.
Cuando la encontraron su cuerpo estaba amoratado y maltrecho, y algo había cambiado en su
interior. Con el paso de los meses, el vientre se le fue agrandando y al poco tiempo nació un
bebe, Vlad, pero no era un bebé normal y su madre murió debido a las complicaciones del
parto. Mi familia lo adoptó y prometió cuidar de él.
El niño parecía completamente normal, excepto al enojarse; cuando eso pasaba, su piel
palidecía y sus ojos se teñían de sangre, volviéndose enormemente agresivo y perdiendo el
control. Por ello, la aldea entera lo repudiaba y en más de una ocasión trató deshacerse de él,
pero por respeto a mi familia se resignaron, no sin marginarlo y abusar de él en cuanto tenían
ocasión. Finalmente un día – Rudy se acarició la cicatriz de la cara con tristeza – decidimos
marcharnos. Viajamos por diferentes países hasta que nos unimos a un grupo de mercaderes.
Así fue como acabamos en La Paradesa.”
Rudy se detuvo. Entonces levantó la mirada y clavó sus ojos Liz.
- Es cierto que Vlad se transforma en “algo”, pero él jamás ha hecho daño a nadie que
no fuera malvado. Él sólo trataba de protegerme, ¡no es un monstruo! – el tono de la gitana
volvía a mostrarse desesperado.
- Lo sé – la tranquilizó Liz.
269
Todos reflexionaron sobre las palabras de Rudy durante un rato. Rudra fue el primero en
hablar.
- Para mí tiene sentido – dijo ante la sorpresa de todos.
- ¡¿Cómo?! – se quejó Roth exaltado.
- Tiene razón, él no es una amenaza – añadió Liz.
- ¡Pero…! – el mago trató de quejarse, pero la joven lo interrumpió antes de que pudiera.
- Podría habernos atacado desde hace mucho y nunca lo ha hecho, además, si el maestro
hubiera pensado que era una amenaza, jamás le hubiera dejado venir, ¿no es así?
Las palabras de Liz enmudecieron a Roth. En verdad, el semielfo había informado al
anciano de sus sospechas; sin embargo, lo único que Maharshi dijo al respecto fue
“interesante…” y le ordenó a su aprendiz no intervenir. Al parecer, tanto su maestro como la
heredera compartían la misma opinión. Roth resopló resignado.
- ¿Y si es una tapadera…? – insistió, sabiendo que no la convencería.
- Correré el riesgo – respondió ella – son mis amigos y no se ataca a los amigos.
La decisión había sido tomada y Roth sabía que debía seguir los deseos de la heredera.
Abatido, le dio la espalda al trío.
- De acuerdo, pero si alguna vez pierde el control o ataca a la elegida, yo mismo me
encargaré de cortarle la cabeza.
Y dicho esto, se dirigió hacia la caravana, seguido por el resto de sus compañeros, algunos
aún no convencidos, otros emocionados por la resolución.
Rudra se adelantó hacia Liz y le dedicó una sonrisa de aprobación; después, extendió su
mano hacia Vlad. Éste, atónito ante lo sucedido, miró al muchacho aún confundido. Rudra le
sonreía.
270
- Vamos, amigo – dijo con gentileza.
Vlad agarró su mano mientras se levantaba. Era la primera vez que alguien lo llamaba así
aparte de Rudy. Y por primera vez dejó escapar una sonrisa muy diferente a las anteriores.
- Vamos… amigo – añadió tratando de reprimir la emoción.
Liz ayudó a Rudy a levantarse mientras las lágrimas volvían a invadir los ojos de la gitana,
agradecida, y ambas se abrazaron entre sollozos.
Los cuatro se unieron al resto del grupo y, cuando cada uno hubo ocupado su puesto, el
grupo se puso en marcha de nuevo.
Después de un rato, una vez los humos se hubieron calmado un poco, y para apaciguar el
ambiente, Rudra riñó de manera burlona a la gitana por lo ocurrido en la duna.
- Se suponía que ya deberías haber aprendido de la última vez que no se mete uno en las
dunas.
- Lo siento… lo hice sin pensar… Como hemos estado toda la noche atravesándolas
pensé que en este lado del desierto no había bichos…
- Por la noche duermen, por el día se alimentan – dijo Sadhu.
- ¿Por qué se ha marchado? – quiso saber Liz.
- La flauta de Sadhu emite ultrasonidos sólo audibles por los insectos – aclaró Cavi.
- O sea que es un domador de bichos – sentenció Rudra.
- Algo parecido – Cavi rió.
Todavía tenían por delante un largo camino, así que cada uno decidió tratar de pasar el
tiempo de la mejor forma posible.
En la primera caravana, las dos doncellas abastecían a los hombres con botellas llenas de
agua fresca. Al parecer, en el interior había varios barriles para el camino y también
271
guardaban comida suficiente para alimentas a todos durante el viaje. Sin embargo, el
aburrimiento era inevitable y eso era algo que algunos, entre ellos Rudy, no podían soportar.
De vez en cuando, se detenían para que los caballos descansaran y se alimentaran mientras
el grupo estiraba las piernas.
Al cabo de tres días, tal y como Sadhu había previsto, y sin más contratiempos, las arenas
dieron paso a los caminos y a la vegetación.
Cuando llegaron a uno de los poblados, decidieron hospedarse en una posada durante la
noche para que los animales y el grupo pudieran descansar como dios manda.
Rudy y Liz compartieron dormitorio con las dos doncellas mientras que los hombres se
repartieron en tres habitaciones más. Todos se mostraban como lo habían hecho antes del
incidente en el desierto, salvo por Roth, que evitaba dirigirse a los gitanos o a Liz.
Tras la cena, cada uno se fue a sus respectivos cuartos.
Las mujeres charlaron animadas, excepto por Liz, quien se veía distante y callada desde
hacía días, y, tras asearse, se metieron en la cama para dormir. Al cabo de un rato se escuchó
una voz.
- Liz… ¿estás despierta? – susurró Rudy a su lado.
- Sí… ¿no puedes dormir?
- Es que te he visto algo deprimida, ¿te encuentras bien?
Cuando Rudy le preguntó qué le preocupaba, dudó un instante antes de responder.
- Jamás me había parado a pensar en vuestro pasado, pero parece que ha sido duro…
La gitana se sorprendió antes las palabras de la joven. De todas las cosas que habría
imaginado que la preocuparan, su pasado era la última. No sabía que contestarla.
272
- Entiendo que debe ser difícil para ti y que lo único que querrás será olvidarte de ello
pero… - se volvió hacia ella y miró la cicatriz en su cara con tristeza. Sintió deseos de
acariciarla, pero se contuvo – si alguna vez quieres hablar de ello puedes contar conmigo –
dijo con una dulce sonrisa.
Rudy agarró su mano suavemente.
- Lo haré – prometió sonriente.
Ambas se abrazaron en silencio y, tras un rato, se durmieron.
273
EL PUENTE DE SHAMUT
El grupo se marchó temprano de la posada. El puente de Shamut no quedaba lejos; según
Roth, llegarían al anochecer. Ahora que habían abandonado el desierto, no era necesario que
la vigilancia fuera tan exhaustiva y se mostraban más relajados que antes.
Cambiaron las inhóspitas arenas por los caminos poblados de viandantes que se dirigían a
diferentes de lugares. Era sorprendente la gran cantidad de gente que transitaba por aquellos
lares, pues apenas había caminantes en los alrededores del desierto. Por lo que Rudy le explicó,
había varias rutas para llegar a Talaka sin necesidad de atravesar las arena; sin embargo, el
tiempo que tomaba era casi el triple. Aún así, la gran mayoría decidía evitar las dunas por los
múltiples peligros que podrían encontrar, tal y como ellos habían comprobado.
El recorrido fue animado y todos parecían disfrutar, incluido Roth, quien por fin había
vuelto a la normalidad. Hacia el anochecer, como había predicho el semielfo, ya se podía
atisbar el gran portón del puente, pero, para sorpresa de todos, una gran fila de personas que se
aglutinaban a la entrada impedía el avance desde gran distancia. Varios grupos de viajeros
retrocedían ante la idea de pasar la noche al descubierto; otros volvían a la ciudad, pues no
habían sido autorizados por los guardas para cruzar. Rudy se acercó a unos ancianos para
enterarse de lo que ocurría.
- Corren tiempos difíciles y ya las cosas no son como solían ser en mi juventud. Cuando
yo era niña, la gente viajaba sin preocupaciones entre naciones y no ocurría nada – se
quejaba enojada una de las abuelas.
- Mujer, si lo hacen por nuestro bien. Con lo feas que están las cosas ahí afuera, es
mejor quedarnos en este reino pacífico y sin infección – comentaba otra.
274
- Disculpen que las interrumpa, pero ¿qué es lo que sucede en el puente? – preguntó
Rudy.
- ¡Yo no quiero vivir en este país! Quiero volver con mi familia a Amentis. Además,
aquí hace demasiado calor y ya soy vieja.
- Qué exagerada eres, tampoco es para tanto. Hace calor, pero en la aldea se vive bien.
Y siempre puedes mandarle una carta a tu hija para que sea ella la que venga a verte. Con
suerte, también se quedan.
- ¡He dicho que no! Quiero cruzar
Rudy trató de conseguir que las ancianas le prestaran atención, pero ambas estaban
enzarzadas en su discusión e hicieron caso omiso de la gitana. Una pareja joven que pasaba
junto al grupo se percataron de su curiosidad.
- Parece ser que los guardas están pidiendo salvoconductos a todos los que deseen
cruzar el puente. Antes no era necesario, pero hay rumores de que kinays han entrado en el
reino. Es por eso que la vigilancia se ha hecho muy exhaustiva – explicó el marido.
- Además, aparentemente están buscando a unos forasteros, así que todo aquel que
parezca sospechoso es interrogado y examinado en detalle, y algunos son llevados al cuartel –
añadió la mujer.
En cuanto escuchó esas palabras, Liz se ajustó la capucha, cubriéndose todo el rostro para
no ser vista.
Después de agradecerles su ayuda, Rudy volvió desanimada junto al grupo.
- Perfecto… - dijo deprimida - ¿qué vamos a hacer ahora?
- ¿A qué te refieres? – preguntó Rudra sorprendido – tenemos los salvoconductos ¿no?
275
- Sí, pero creo que no damos el pego de “gente poco llamativa” entre nosotros. Quitando
a Enouch, Cavi y las hermanas, creo que no nos libremos ni uno…
De dentro del primer carruaje se oyó reír a Cavi.
Rudra echó un vistazo a todos los integrantes de la caravana. En efecto, a ninguno se lo
podía catalogar de común, e iba a ser difícil franquear la barrera de los guardias sin llamar la
atención; sin embargo, no se podían permitir retrasos ni intromisiones. Ante los rumores de la
presencia de kinays, era peligroso seguir allí y exponer a la heredera. Era necesario y urgente
pensar en un plan para pasar desapercibidos.
Al ritmo al que avanzaba la fila, Roth calculó que en un par de horas llegarían al portón,
por lo que no tenían demasiado tiempo.
Por más que pensaban, a ninguno se le ocurrió nada que no implicara atacar a los guardias,
cosa que obviamente no iban a hacer, o cruzar por la fuerza. Rudy sugirió volver atrás y
buscar otra vía, no obstante el puente era la única conexión entre ambos reinos, quedando un
enorme vacío en donde antaño había habido agua.
Mientras seguían dándole vueltas a la cabeza, un grupo de ancianos se retiraba,
desamparados. Habían recibido la triste noticia de que una de sus amigas había fallecido al
otro lado del puente; por desgracia, tal y como estaban las cosas, dudaban poder llorarla en su
funeral. De pronto, a la gitana se le iluminó el rostro, dibujándosele una sonrisa de oreja a
oreja.
- Ya lo tengo – declaró con los ojos llameantes – ¡es una idea genial!
Antes de que nadie pudiera siquiera preguntar, le pidió a las hermanas que recogieran
cuantas flores pudieran por el camino y encargó a los hombres que vaciaran el interior de su
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carro. Sin entender muy bien el porque, pero sin rechistar, todos comenzaron a ayudarla.
También cambiarían de posición, yendo su carro en cabeza.
Cuando todo estuvo listo, Rudy cogió a Liz y le cubrió la cabeza con un manto negro.
- ¿Cuál es el plan? – preguntó confusa.
- Te llevaremos a tu funeral.
- ¡¿Qué?! - exclamaron casi todos al unísono.
Cavi volvió a troncharse. Estaba claro que nunca sería capaz de aburrirse en ese grupo, y
disfrutaba de cada disparatada idea y comentario que surgía.
- Es muy simple, lo tengo todo calculado, vosotros sólo tenéis que seguirme el rollo – la
gitana se volvió hacia sus compañeros – necesito que llevéis las capuchas puestas en todo
momento. Dejadme hablar a mí.
- Pero Rudy… no sé… - vaciló Liz.
- Tranquila, ya verás como todo sale bien – de un empujón, la metió en el interior del
carruaje. Acto seguido, se volvió a Rudra – necesito que te bajes del caballo y te sientes junto
a Vlad en las riendas.
El muchacho desmontó obediente y ocupó el puesto que Rudy le había pedido. Cuando se
sentó, ella lo miró sonriente mientras sacudía una venda en sus manos.
- Una cosa más… - la miró con horror mientras se abalanzaba sobre él.
La noche estaba bien entrada cuando llegaron al lugar donde los soldados aguardaban
cansados a los transeúntes que deseaban cruzar. El guarda que se encontraba a la cabeza se
dirigió a los viajeros con tono poco amigable.
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- Salvoconductos – ordenó mientras observaba con atención a cada uno de los
integrantes de aquella caravana.
La mujer que conducía el primer carruaje le entregó un gran número de pergaminos
enrollados mientras sonreía de manera algo forzada.
- ¿Cuántas personas viajan?
- Esto… - dijo la gitana. Cada uno se asomó al oír la pregunta del guarda y después de
contar a los presentes, dijo – trece.
Uno de los guardas se situó al lado de su compañero y fue inspeccionando uno a uno cada
rollo. Todo parecía estar en orden cuando el recién llegado le susurró algo a su compañero.
Éste habló con voz ronca y severa.
- Las capuchas.
- ¿Disculpe? – preguntó la mujer.
- Quítense las capuchas.
“Maldición”.
- ¿Hay algún problema, señor?
- Catorce.
- ¿Cómo? – volvió a preguntar extrañada.
- Catorce salvoconductos. Sois trece personas y catorce salvoconductos.
La gitana bajó del carruaje y se dirigió hacia el soldado en voz baja.
- Verá oficial, es verdad que somos catorce integrantes. La última persona está dentro
del carro, sin embargo… - de pronto su rostro se ensombreció y sus ojos se volvieron
acuosos – la última persona, mi hermanita querida, nos acompaña en cuerpo, pero no en
alma…- una lágrima resbaló por su mejilla.
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- ¿Cómo es eso? – interrogó el soldado impasible.
- Falleció hará ya unos días. La llevamos de vuelta a casa para enterrarla – la gitana sacó
un pañuelo de su vestido y se sonó la nariz mientras trataba de contener las lágrimas - somos
un grupo de feriantes, todos nómadas y sin hogar. Ambas abandonamos nuestro país tiempo
atrás para ganarnos la vida y poder ser de utilidad a nuestras pobres familias que no pudieron
acompañarnos en nuestro viaje. Durante estos años, fuimos agrandando nuestro grupo a
medida que íbamos conociendo a otros en nuestra misma situación y, gracias a ello,
conseguimos formar un gran grupo, actuando con gran éxito por toda Ádama. Sin embargo,
mi hermanita enfermó hace algunos meses y finalmente murió. Nos dirigimos a Pâlata para
llorar su pérdida junto a la familia.
En cuanto el soldado escuchó en nombre de Pâlata, su rostro se ensombreció.
- ¿Por qué Pâlata?
- Verá señor, nosotras somos gitanas, nacidas allí, es por eso que deseo llevarla a mi
madre, para que la bendiga y pueda descansar.
El guarda se encaminó hacia el carro, dispuesto a inspeccionar el cadáver, pero la mujer lo
detuvo antes de que pudiera.
- No le recomendaría que la viera, oficial… es…
El soldado hizo caso omiso a la advertencia y, de un empujón, se zafó de ella para ver a la
muerta. Tras apartar la cortinilla, encontró el cuerpo de una muchacha cubierta de flores y con
los cabellos envueltos por un manto negro. Vestía un precioso vestido blanco y su rostro
estaba tapado por un finísimo pañuelo de seda algo traslúcida, sin apenas poder verse el
marfilino semblante de la joven, inmensamente pálido en comparación con el de su hermana.
Aquella hermosa criatura permanecía inerte en su sepultura. El soldado quedó cautivado por la
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fallecida y una inmensa curiosidad por observar su bellísimo rostro de cerca se apoderó de él,
aún sabiendo que la princesa no despertaría de su letargo ni vivirían felices para siempre.
Llevado por aquel impulso, se adelantó, dispuesto a entrar y dejar al descubierto aquel
hermoso cadáver, pero la gitana lo agarró con fuerza del brazo y tiró de él hacia atrás.
- ¡No! – el hombre casi cayó al suelo por el empujón.
- ¡Maldita! ¡¿Cómo osas?! – el soldado, furioso, alzó la mano dispuesto a arremeter
contra ella cuando ésta se arrodillo frente a él.
- Os pido mil perdones, oficial. Sólo quería evitar que os contagiarais de la misma
enfermedad que se llevó a mi queridísima hermanita – se excusó la mujer, sumisa.
- ¿Enfermedad?
- Sífilis… - escupió sus palabras de un modo tremendamente amenazador.
Acto seguido, el soldado dio un paso atrás al oír aquel desagradable nombre...
- ¿Sífilis? – nunca lo había oído, pero sonaba peligroso.
- Es una enfermedad letal… con sólo acercarse, al cadáver podrían contagiarse o resultar
víctima de algún mal – explicó – aquel muchacho, por ejemplo – señaló a un joven sentado a
las riendas del primer carro que llevaba un vendaje sobre los ojos – él realizó la sepultura de
mi hermana. Al día siguiente, se le cayeron los ojos…
El soldado se llevó las manos a la boca, tratando de contener las náuseas al imaginarse
aquella espantosa escena.
- Fue algo horrible… - prosiguió la mujer - por eso lleva el vendaje, para no dejar al
descubierto sus cuencas sangrantes. Y aquel caballero de allá – apuntó a un hombre a caballo
al final del grupo – entró en el carro para limpiar y el pelo se le tornó blanco…
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Al oír esas palabras, el hombre apartó su capucha un instante, dando a los guardas el
suficiente tiempo para contemplar con horror su blanca cabellera.
- Yo no le recomendaría entrar ahí, oficial, pero si insiste…
La gitana apartó la cortinilla y dio un empujoncito al soldado en dirección al carro. Éste se
apartó del carruaje lo más deprisa que pudo y volvió a su puesto inicial, con el rostro
desencajado.
- Avancen… - ordenó con voz aún temblorosa, horrorizado por tales sucesos y la
cercanía de haber sido una víctima más.
La gitana lo reverenció con una pícara sonrisa que ninguno de los soldados percibió, pues
todos evitaban acercarse a ellos y apartaban la mirada del grupo, dando un salto atrás a su
paso.
Tras recolectar de nuevo los pergaminos y volver a su puesto, la gitana encabezó el paso de
la caravana a través del puente de Shamut. Las personas que les seguían, escandalizados por la
historia, decidieron volver atrás y esperar a que desaparecieran del camino para proseguir su
avance, y todos los que se encontraban a su paso se hacían a un lado, dejándoles pasar sin
cuestionarles.
El grupo permaneció en silencio durante todo el camino. Una vez cruzaron el puente y
estuvieron lo suficientemente lejos, Rudy rió a carcajada limpia, acompañada de otros
integrantes. Rudra se quitó la banda de los ojos mientras le daba un capón a la gitana.
- ¡¿Ocultar mis cuencas sangrantes?!
- Era la única manera de que nos dejaran pasar sin molestarnos.
- Cualquiera habría hecho lo mismo, menuda historia te has marcado, jefa – rió Cavi.
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- Menuda panda de bobos, yo no me habría tragado ni una sola palabra, no tiene ni pies
ni cabeza – se quejó Rudra indignado.
- Aunque me cueste admitirlo, estoy de acuerdo con Rudra, es una historia absurda… -
añadió Roth.
- Tenéis que pensar que es más de media noche y esos hombres probablemente lleven en
pie demasiadas horas. Además, los soldados suelen ser gente de no demasiados conocimientos
médicos, y si hay kinays, ¿por qué no va a haber “sífilis”? Por cierto Liz, gracias por el
nombre – la felicitó Rudy – no se de dónde lo has sacado, pero suena verdaderamente
mortífero.
- No hay de qué – respondió mientras se asomaba con cuidado por la cortina, apartando
el velo negro de su cabeza – de hecho… la sífilis es una enfermedad real en mi mundo,
aunque no estoy segura que hiciera que los ojos se cayeran y el pelo se volviera blanco.
- Tenía que improvisar – se excusó sonriente y satisfecha.
- ¿Y ahora qué? – preguntó Rudra.
- Deberíamos ir a la capital, necesitamos abastecimiento para el camino. No está muy
lejos de aquí – informó Roth.
- Muy bien, pues vamos allá – decidió Rudy animada.
Y de ese modo, el grupo se encaminó hacia Thute, la capital de Amentis.
282
AMENTIS
Durante la noche, volvieron a la rutina de guardias para mantener la vigilancia pues, a
pesar de haber cruzado con éxito el puente, desconocían los posibles peligros a su paso. La
noche transcurrió tranquila y apenas encontraron transeúntes por el camino; al parecer, la
gente optaba por acampar u hospedarse en las escasas posadas que había por los caminos.
Cuando amaneció, Liz se sorprendió por la enorme diferencia que existía entre los países
de aquel mundo.
Shamballah era un lugar verde, con abundante flora y fauna, mientras que La Paradesa,
aunque conservaba cierta vegetación, era más bien de secano, con bajos arbustos y hierbas
amarillentas. Sin embargo, Amentis apenas tenía plantas, sino más bien campos rocosos y
abruptas montañas. La mayoría de los árboles que había eran de hoja perene y se agrupaban
cerca de las montañas, en número escaso; las rocas eran invadidas por el musgo y la hierba
baja abundaba a su alrededor, sin poder compararse con la verde Shamballah o siquiera con la
seca Paradesa.
También la temperatura era diferente; mientras que La Paradesa era muy calurosa y
Shamballah, templada, en aquellas tierras hacía algo más de frío, obligando a Liz a
resguardarse en su túnica.
Mientras se abrigaba, recordó una de las tantas historias que el maestro, allá en aquel
caluroso oasis, le contara sobre aquel nuevo mundo que, aún muy parecido en algunas cosas,
era completamente diferente al suyo.
“En el principio de los tiempos, en el mundo de Ádama reinaba la oscuridad y sólo la luz
propia de algunas de las criaturas que allí habitaban existía. En cada reino dominaba un
elemento y la tierra estaba regida por él. Fuego, aire, tierra, agua, oscuridad, hielo, rayo, luz y
283
naturaleza regían las condiciones de cada región, cada uno viviendo en armonía con sus
criaturas y habitantes. Un día apareció una inmensa bola de fuego que desprendía luz y calor,
creada por Iahveh, quien también creó a los humanos, situando su hogar en el deshabitado
reino de Kâlapa. Estos seres llamaban a Iahveh su dios, su padre y su creador; y a la bola de
fuego la llamaban sol, destinado a servirlos, por lo que giraba en torno al reino central,
creando un semicírculo en su trayectoria, asomando desde la Paradesa y ocultándose por el
reino de Kûsha. Es por eso que La Paradesa s tan caluroso, pues hay que añadir su elemento,
el fuego, al calor que desprende el sol dando de lleno en el reino.
- ¿Y qué hay de Kâlapa? – preguntó ella - ¿acaso no debería de ser el más cálido?
- El reino central está protegido por una especie de burbuja casi inapreciable que
mitigaba los poderosos rayos del sol, creando una especie de capa protectora que sólo cubre
las tierras del reino. El sol no sigue una trayectoria lineal, sino que se curvaba hacia el reino
de Bielovodye, dejando casi a oscuras al reino de Pâlata. Así, cada reino se ve afectado de
manera diferente por el sol. Cuando Iahveh creó el sol y otras cosas, rompió el equilibrio que
tenía este mundo e hizo falta mucho tiempo para que sus criaturas se adaptaran al nuevo
entorno, quedando ya muy poco de aquel mundo original, y prevaleciendo lo que Iahveh
concibió. Sólo los reinos de Feeria y Bielovodye todavía conservan su esencia antigua, pero a
los humanos les resulta casi imposible acceder a esos lugares, pues no hay puentes de unión a
ellos, y sólo unos pocos elegidos tienen el privilegio de visitarlos.”
De pronto, algo saco a la joven de sus pensamientos. Un extraño bramido a su espalda hizo
que se girara para observar con asombro una enorme criatura que jamás antes había visto.
Aunque allá a lo lejos a primera vista pareciera un búfalo, observó embelesada como a medida
que se acercaba dejaba de tener claro de lo que se trataba. Sus orejas eran pequeñas como las
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de un hipopótamo; sin embargo, una larga trompa de elefante surgía de su hocico y su cuerpo
era similar al de un búfalo de un tamaño descomunal. La criatura corría hacia la caravana a
gran velocidad, levantando una inmensa polvareda a su paso. A su espalda se apreciaba una
enorme y robusta cola de cocodrilo balanceándose sin parar por la carrera.
Liz, que se encontraba en la parte trasera del carro, se encaminó a toda prisa hacia las
riendas donde Vlad y Rudy conducían. Señaló extasiada y sin poder articular palabra hacia su
espalda. Entonces se oyó de nuevo el bramido de la bestia y, a continuación, el sonido de una
especie de trompeta hizo que todos los viandantes se detuvieran y se colocaran a los lados del
camino, dejando pasar a la enorme bestia a toda velocidad. El grupo hizo lo mismo para no ser
arrollados por la criatura.
Cuando estuvo más cerca pudieron apreciar que a su espalda había un jinete, que agradeció
con la mano a los transeúntes su amabilidad. El animal, que a su paso hacía temblar la tierra,
arrastraba un enorme carromato cargado de pesadas piedras, pero aún así su velocidad era
asombrosa y pronto lo perdieron de vista.
Los ojos de Liz parecían encontrar bastante dificultad en permanecer dentro de sus órbitas
y la gitana rió ante la mezcla de espanto e incredulidad reflejada en su rostro.
- Es un behemoth. Parecen terroríficos, pero en verdad son bastante mansos. Es extraño
verlos cerca de las ciudades; suelen ser usados en las minas de las montañas al norte del país.
Son extremadamente útiles en cuanto a los trabajos de carga, y en las minas son
indispensables para transportar minerales en su lomo o con la trompa y derrumbar paredes con
su cola.
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Liz miró a Rudra, quien se encontraba en el lado opuesto del camino, a lomos de Silver, y
dedujo por su expresión que estaba tan anonadado como ella. Cavi, a su lado, probablemente
le estuviera contando lo mismo que Rudy le acababa de contar a ella.
Tardó un largo rato en recuperarse, al igual que el joven, quien nunca antes había visto con
sus propios ojos una criatura semejante; de hecho, hasta entonces había dudado de la propia
existencia de semejantes criaturas.
Aunque en la escuela le habían hablado de seres que vivían en otros reinos, nunca había
sentido demasiado interés y siempre dormía durante las clases, pues ya desde muy joven
empleaba las tardes trabajando, y cuando apenas tenía doce años, dejó de ir al colegio.
Además, su antiguo jefe allá en Shamballah siempre le había dicho que semejantes seres no
eran más que cuentos de hadas y que en verdad no existían. Después de todo lo que había
pasado, parecía que el viejo se equivocaba en casi todo lo que afirmaba, y Rudra tenía que
empezar a pensar que, tal vez, las historias que su madre le contaba desde niño eran ciertas.
Para Liz, sin embargo, era más duro asimilar la existencia de criaturas que en su mundo
eran del todo imaginarias y cuya existencia era imposible. Aún así, siempre había creído en
cosas que para el resto de la gente eran imposibles de creer, así que más que horrorizarla, le
entusiasmaba la idea de que semejantes seres fueran reales. De hecho, cada vez sentía más
curiosidad por descubrir los secretos de aquel extraordinario lugar.
Al cabo de más de medio día de camino, cuando la luz del sol se iba atenuando, llegaron a
lo que Liz pensó sería la capital, Thute. A cada paso iban apareciendo más casas a los
alrededores, y a lo lejos la aglomeración de edificios cada vez más elevados era notable.
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Parecía que las regiones no sólo se diferenciaban en el clima sino también en los estilos de
vida.
Shamballah le recordaba a lo que sería a un país típico de la edad media, campestre y sin
demasiado desarrollo. La Paradesa se asimilaba más a los países del medio oriente, con sus
bazares y poco desarrollada también. Pero Thute era totalmente diferente a las dos anteriores;
más parecida a una de esas ciudades de la Europa del siglo XVIII, con sus carruajes de
caballos y sus casas de dos o tres pisos construidas en piedra. Incluso la gente parecía tener
diferente actitud y se veían más refinados. Los hombres vestían elegantes y las mujeres lucían
hermosos collares y vestidos apompados. Su fascinación iba en aumento por momentos.
Roth le contó que Amentis era famoso por sus minas y sus minerales preciosos, y la gente
de la capital disfrutaba haciendo lujo de su estatus y sus riquezas. Por desgracia, también
había mucha gente pobre en aquellas tierras y sólo la mitad sur estaba habitada por humanos.
En el norte, pasadas las montañas, sólo los enanos se atrevían a cruzar a aquellos territorios,
pues se decía que estaban habitados por dragones, aunque hacía ya mucho tiempo que no se
veía ninguno en los alrededores. Contaban que varios años atrás, los dragones exterminaron a
todos los humanos y ya nadie se atrevía siquiera a acercarse a sus tierras.
Ya en la capital, su prioridad era encontrar un lugar donde hospedarse hasta descubrir la
siguiente parada en el camino, y corría prisa ya que toda la gente que caminaba por las calles
miraba con asombro a aquel extraño grupo de viajeros, y llamar la atención era lo último que
deseaban. Desconocían si también allí la guardia estaría alerta o, peor, si los kinays estarían
por los alrededores.
Siguiendo las recomendaciones de Cavi, se dirigieron a la casa de unos conocidos suyos en
el centro de la ciudad, asegurando que serían bien recibidos y estarían seguros.
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Cuando llegaron, observaron con asombro como la casa en cuestión era en realidad un
enorme caserón custodiado por una pared de piedra, infranqueable a menos que se pasara por
la verja principal. Desde los barrotes de la valla se observaba como la inmensa construcción se
erigía de entre la vegetación de un silvestre jardín con infinidad de árboles y arbustos, con
flores por doquier y un precioso estanque en el centro. Quedaron maravillados ante tan
esplendoroso lugar. Cavi les explicó que su madre era muy amiga de la dueña y solían
hospedarse allí cuando visitaban la capital amentiana.
Así pues, empujaron la gran valla de metal y se adentraron en el patio. Acto seguido
aparecieron varios criados que los ayudaron a desmontar y hacerse cargo de los caballos y los
carros. Rudy se sintió algo recelosa de dejar su preciado hogar en manos de unos
desconocidos, pero Cavi enseguida la condujo hacia el interior de la estancia, asegurándole
que sus pertenencias estaban a buen recaudo.
El grupo al completo los siguió ante la tímida mirada de alguna de las criadas más jóvenes,
quienes recibieron una buena reprimenda por parte las más mayores. Cavi les explicó que en
aquella tierra las diferencias de clase eran notables, y las relaciones entre ricos y pobres
estaban marcadas y condicionadas de gran manera, considerándose un insulto que la
servidumbre mirara, hablara o tocara a los adinerados, pudiendo ser incluso castigados con la
muerte. Rudra se mostró totalmente en contra de tal comportamiento, causándole incluso ira,
mientras que el resto permaneció en silencio.
- ¿Cómo es posible que el rey permita algo así?
- Amigo mío, el rey vive muy lejos y tiene demasiadas preocupaciones para perder el
tiempo en un solo reino. Cada gobernante se encarga de mandar en su región y, por desgracia,
el dinero y las joyas hacen más que las buenas intenciones…
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- ¡Pero eso es…!
- Bienvenido al mundo real, paleto – dijo Roth no tanto con desprecio sino con tristeza –
hay cosas que no se pueden cambiar, te guste o no…
- Si yo fuera rey, me preocuparía por el bienestar de la gente y no permitiría que algo así
pasara…
- Las cosas no siempre son tan sencillas como crees…
Rudra iba a contestarle cuando las trompetas sonaron en la sala, anunciando la llegada de
los propietarios. Liz posó su mano en su hombro y le sonrió con dulzura, haciéndole ver que
entendía su indignación.
En ese momento apareció por la puerta la que debía de ser la señora de la casa. Se acercó a
Cavi emocionada y lo saludó efusivamente. La mujer respondía al nombre de Verónica y
debía tener unos treinta y pocos años. Tras ella se ocultaba un vergonzoso chavalín de unos
catorce o quince años que miraba con emoción a los integrantes del grupo. Ambos vestían
buenas ropas y Liz dedujo que su estatus era bastante elevado, pues el lugar donde vivían se
podría considerar como una de las mejores mansiones en su mundo.
Las paredes estaban adornadas por infinidad de tapices y elegantes cuadros, y las lámparas
de araña que colgaban desde el techo brillaban con gran intensidad, adornadas con hermosos
cristales que centelleaban en un millar de rayos con la luz de las velas. El suelo era de finas y
relucientes baldosas, cubierto por refinadas alfombras en las diferentes salas. Las cristaleras
de las ventanas eran dignas del mejor de los palacios, y desde ellas se veían los preciosos
jardines que rodeaban la casona. En verdad, era el lugar más lujoso en el que jamás había
estado. Su estilo era totalmente diferente al palacio en el desierto, y si tenía que decidir cuál de
los dos parecía más lujoso, sin duda la casa ganaba al palacete.
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Cavi presentó uno a uno a todos los integrantes del grupo, evitando extenderse en detalles y
tratando de no revelar demasiada información sobre sus identidades. No deseaban llamar la
atención y, aunque la familia fuera de fiar, era demasiado peligroso arriesgarse. La mujer fue
bastante amable con todos, aunque sólo mostró verdadero interés por los que parecían poseer
mejor presencia y caché, como fuera el caso de Roth y sus guardaespaldas. También se centró
bastante en Liz, a quien no paraba de mirar una y otra vez, sorprendida por su extraño pero
sofisticado aspecto. Apenas mostró aprecio alguno hacia el resto de sus compañeros,
comportándose incluso de manera un tanto despectiva hacia los que consideraba de bajo rango,
lo que, por otra parte, era de esperar; pero aún así, teniendo en cuenta las costumbres de
aquellas tierras, se podía decir que Verónica era una persona agradable.
Varias criadas entraron en escena y condujeron a los recién llegados a sus cuartos. Se
notaban el tremendo respeto que sentían hacia la señora de la casa, pero también era palpable
el afecto por ambas partes. Sin duda, estaba claro que Verónica daba buen trato a sus
trabajadores. Así, las mujeres compartirían un aposento y los hombres ocuparían otros tres,
separándose en grupos.
Las habitaciones eran impresionantes, dignas suites para hombres de negocios, como si de
un hotel del mismísimo Manhattan se tratara, con infinidad de lujosos abalorios. Cada una
poseía un baño, lo que alegró enormemente a Liz por no tener que hacer sus necesidades en un
agujero en el suelo como había hecho en las posadas de Paradesa. ¡Hasta había un retrete y
una bañera! Sobre los lechos había ropa de cama y batas para caminar cómodo por la estancia.
Las cuatro mujeres se asearon y se cambiaron, disfrutando al máximo de las comodidades
del lugar, pues dudaban volver a gozar de aposentos iguales el resto de su viaje. Al rato, un
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par de sirvientas las avisaron de que la cena ya estaba lista, así que, vistiendo sus batas,
bajaron al salón para reunirse con el resto.
Cuando llegaron, la cena ya estaba servida y los hombres sentados a la mesa con sus
albornoces y aseados. Se veían menos vulgares y con mejor presencia después de un buen
baño e incluso el trato que Verónica les daba así lo reflejaba, pues su actitud era más amable
de lo que fue en el recibidor. Servidos había varios platos que, aunque no fueran tan exóticos
como los del palacio de Maharshi, se veían igual de apetecibles y pronto la mesa quedó vacía.
Verónica presentó a su hijo, Seth, el jovencito que se hallaba escondido tras ella cuando
llegaron. Como Liz había imaginado, tenía tan sólo catorce años, pero según su madre era
tremendamente inteligente y el estudiante más brillante de toda su escuela. Decía orgullosa
que le esperaba un gran futuro en el mundo del comercio, como a su padre. Sin embargo, a
medida que su madre iba pronunciando dichas palabras, el rostro del muchacho se entristecía,
y se iba encorvando con la cabeza gacha.
Verónica les habló sobre los negocios familiares y la historia de su familia, así como sobre
historias y cotilleos de la ciudad. El único que parecía interesado era Cavi; el resto se limitó a
comer y callar.
Cuando el reloj marcó las diez, la mujer se disculpó a la vez que un par de criadas
aparecían en escena. Al parecer, necesitaba acostarse pronto pues al día siguiente tenía ciertos
compromisos que cumplir. Cavi les explicó más tarde que en realidad cada noche se sometía a
un riguroso ritual de acicalamiento y embellecimiento para tratar su piel contra el paso del
tiempo, confesándoles que su edad real estaba más cercana a los cincuenta que a los cuarenta,
a pesar de aparentar apenas treinta y pocos. Según él, su madre seguía el mismo tratamiento,
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por lo que debían descansar al menos ocho horas diarias y embadurnarse de toda clase de
potingues antes de dormir, lo que llevaba un par de horas.
Seth se marchó tras ella, bastante molesto. Durante la cena no había parado de observar a
cada uno de los integrantes, sobre todo a Rudra, de quien no apartaba la mirada ni un segundo,
a pesar de no haber abierto la boca en todo ese tiempo. Rudra no pareció haberse percatado en
absoluto y se preocupaba más por la comida que por otra cosa.
Tras macharse por fin, quedó en la sala el grupo de viajeros. Después de un largo rato en
silencio, Rudra rompió el hielo.
- Bueno, estamos en Amentis. ¿Y ahora qué?
- Lo primero es determinar si hay un fragmento del lithoi cerca, y si así fuera, debemos
dar con su localización exacta – comentó Roth.
En ese momento todas las miradas se centraron en Liz, quien tímidamente cerró los ojos y
esperó.
- No sabría decir… no noto nada especial… es posible que se encuentre lejos de aquí…
- Vaya, esperaba que no tuviéramos que perder tiempo vagando por el reino sin un
destino claro… - el semielfo parecía decepcionado.
- ¿Y no hay ninguna otra manera de saber dónde está? – preguntó Rudra.
Todas las miradas se trasladaron a Rudy, quien pareció sobresaltarse ante el repentino
cambio.
- ¿Qué pasa?
- El maestro dijo que existía una posibilidad de que pudieras ayudar con tus visiones.
Ella se mostró esquiva.
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- No estoy segura de que… - sintió como todos la ametrallaban con los ojos y tuvo que
detenerse en su empeño por escaquearse.
- Estoy convencida de que puedes hacerlo – la animó Liz – ya tuviste visiones antes.
- Sí, pero eso fue diferente… se trataba de ti, además, vino solo, no sé como
provocarlo… yo…
Rudra la interrumpió de nuevo.
- Hazlo como lo hiciste en el desierto.
Todos lo miraron intrigado.
- ¿Cómo? – preguntó Roth.
- En el desierto seguimos vuestro rastro gracias a ella – explicó Rudra.
De nuevo todas las miradas se posaron en la gitana, quien jugueteaba nerviosa con el
mantel mientras mantenía la cabeza baja, huyendo de sus observadores. Sentía como la
presión era cada vez más fuerte y oteaba de reojo al grupo tratando de que no se percataran.
Finalmente, Vlad posó su mano sobre su hombro y la miró con amabilidad.
- No se pierde nada por probar ¿no? – su voz sonaba dulce y sus palabras parecieron
tranquilizar a su compañera por momentos – es tu momento, lo que siempre has deseado. No
tengas miedo ahora.
Rudy lo miró con ojos de corderito degollado. Liz se levantó y se dirigió a ella,
acuclillándose a su lado y sujetando sus manos.
- Por favor… - pidió suplicante.
Por mucho que temiera no lograrlo, no podía resistirse a la mirada inocente e implorante de
la muchacha, y no tuvo más remedio que acceder a probar.
- Vaaale, lo intentaré.
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Todos sonrieron con nuevas esperanzas.
- ¿Y cómo lo hago?
Se miraron entre ellos sin saber muy bien que contestar.
- La última vez utilizaste el pañuelo de Liz. Tal vez si hicieras algo parecido… - sugirió
Rudra.
- Puede que funcione - comentó Roth - Liz, si pudieras sostener su mano tal vez
ayudaría en el proceso puesto que estás directamente relacionada con los lithois, además
parece ser que eres su musa – se le escapó una sonrisilla.
La joven, obediente, continuó estrechando sus manos con suavidad. Rudy cerró los ojos y,
tras un rato, los abrió de nuevo con decepción.
- Nada… no veo nada… - dijo deprimida.
Su poco animó se contagió al resto del grupo y cada uno suspiró decepcionado y sin saber
muy bien qué hacer.
- Inténtalo otra vez - la animó Liz - pero esta vez trata de visualizar en tu mente el
fragmento que vimos en el oasis. Yo, por mi parte, trataré de recordar la sensación que tuve al
estar cerca de él.
Rudy no pareció muy convencida, pero de nuevo la determinación de la muchacha la llenó
de fuerzas y asintió con ímpetu dispuesta a no rendirse.
Cerró los ojos y trató de recordar la roca que vio en la gruta tiempo atrás. A su vez, Liz
hizo lo propio y trató de rememorar ese cosquilleo que sintió en el oasis, visualizando a su vez
el brillante fragmento lleno con los recuerdos de Lilith.
De pronto, el cuerpo de Rudy se volvió rígido y comenzó a temblar. Agarró con más fuerza
las manos de Liz, mas sin llegar a hacerle daño. Ésta sintió el impulso de abrir los ojos y
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apartarse de Rudy, pero luchó contra la tentación y trató por todos los medios no perder la
concentración.
Los temblores de Rudy se fueron volviendo más fuertes y súbitamente abrió los ojos ante la
atenta mirada del grupo. Sus ojos, como las veces anteriores, se habían tornado de blancos y
su piel se veía más pálida de lo normal, balbuceando palabras sin sentido alguno.
- Lejos… muy lejos… donde poco brilla el sol… arriba… más arriba…las montañas…
mineros trabajando… rocas… tantas rocas… más lejos… dientes de piedra afilada… una
gruta… está tan oscuro… no se ve nada… tan profundo… los tesoros escondidos…
brillantes… pero ¡cuidado! un guardián de fuego… el fuego…ojos de rubíes… los dientes…
¡cuidado! ¡ah!
Tras pronunciar esas palabras se soltó de la joven, cayendo de espaldas al suelo con la silla
mientras soltaba un grito. Liz se levantó al mismo tiempo con expresión asustada. Su corazón
aún iba a cien y apenas daba crédito a lo que acababa de suceder pues, no sólo la gitana había
tenido una visión, sino que ella misma había compartido fragmentos de la misma, aunque todo
era extremadamente confuso y caótico.
Vlad se apresuró en ayudar a Rudy a levantarse, quien todavía se mostraba aturdida. Las
hermanas trajeron agua y paños para ayudar a las dos muchachas. Liz se acomodó en la silla,
aún algo mareada mientras Rudy era ayudada por Vlad y Sephira a sentarse también. El resto
del grupo permanecía expectante y sin articular palabra. Fue Roth el primero en hablar ante el
silencio reinante.
- Bueno, parece ser que sí que puedes guiarnos al lithoi, ¿me equivoco?
Rudy asintió, aún algo consternada, pero volviendo poco a poco a la normalidad.
- Pero no sabría decir dónde exactamente… es demasiado confuso…
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- Poco podemos hacer con lo que sabemos… ¿tiene algún sentido para vosotros? –
preguntó Cavi.
Todos negaron con la cabeza, incluyendo las dos visionarias, pues ni ellas mismas sabían
cómo interpretar lo visto, aunque a ciencia cierta allí había un lithoi, de eso estaban seguras.
Liz había sido capaz de sentirlo a medida que se acercaba en la visión a su paradero.
- Bueno, algo está claro, es más allá de las montañas, pero lo de los dientes no lo llego a
entender… - comentó Rudra.
- Los dientes de piedra, en el norte.
Una voz surgió de entre las sombras en la entrada de la habitación. Todos se giraron en la
dirección de donde procedía, pero no se distinguía nada. Entonces salió de su escondite una
delgada y menuda silueta, descubriéndose tímidamente ante el grupo. Se trataba del joven
Seth, apoyado junto a la pared con la mirada baja. Todos se sorprendieron tanto por su
presencia como por su intervención.
- ¿No se suponía que estabas durmiendo? – le interrogó Rudra.
El joven permaneció en silencio unos instantes antes de contestar.
- Parecía que os traíais algo entre manos, así que, cuando las criadas se fueron, salí de
mi habitación y os espié – las palabras del muchacho provocaron varias risas entre el grupo
por su sinceridad; no se andaba con rodeos.
- Por lo menos eres sincero – rió Rudra.
- Eso que has dicho antes… – intervino Roth – lo de los dientes de piedra en el norte…
¿a qué te referías?
- Lo que la mujer decía… los dientes de piedra. Así es como se conoce a las montañas
situadas en el límite norte. Los dientes de piedra o dientes del dragón. Se las llama así porque
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son tan afiladas que parecen la dentadura de uno de esos gigantescos reptiles. Están más allá
de las montañas de los mineros, donde apenas brilla el sol. Se dice que estaba habitado por
dragones, por lo que en sus grutas hay innumerables tesoros. Es muy posible que se refiriera a
eso.
Todos se miraron entre ellos, estupefactos, paseando la mirada entre el muchacho y sus
compañeros. El joven Seth se encogió de hombros y, sonrojado, se explicó en tono casi
inaudible.
- Lo dice en los libros de la biblioteca…no sé…
Todos rieron ante su respuesta, recobradas nuevamente las esperanzas. Rudra se adelantó y
con cariño golpeó el hombro del muchacho a modo de reconocimiento.
- Buen trabajo, chaval.
El ánimo general volvió a subir y todos felicitaron al jovencito, quien sonreía con timidez,
pero orgulloso de sí mismo. Era la primera vez que alguien, además de su madre, lo felicitaba
de aquella manera.
Debido a su peculiar afición por la lectura y las historias antiguas, visitaba con asiduidad
las bibliotecas del lugar. Sin embargo, su pasatiempo no era bien visto entre sus compañeros
de la escuela, quienes “cariñosamente” lo llamaban rata de biblioteca. En verdad, el joven
Seth no se caracterizaba por rodearse de personas; se sentía más cómodo entre los libros. Le
encantaba soñar e imaginarse dentro de esas historias contadas a través de los siglos en papel.
Era su pasión y, aunque su madre había decidido que se convertiría en el heredero del negocio
de la familia, lo que él realmente deseaba era viajar por el mundo y vivir aventuras tan
fantásticas como las que había leído, para después recogerlas en una gran novela. Por ello,
sentía una gran curiosidad por las personas que en ese momento se encontraban en el salón de
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su casa. Aquel grupo de extraños viajeros sin duda escondía secretos que despertaban toda su
curiosidad.
La escena que había observado desde las sombras se alejaba mucho de lo que se suponía su
realidad hasta el momento y, si estaba en lo cierto, y sus oídos no le habían fallado, lo que
esas personas buscaban eran los legendarios fragmentos de la piedra mágica, algo que sólo el
guerrero venido de otro mundo buscaría. No cabía duda. Y, por consiguiente, el guerrero
legendario debería encontrarse entre los presentes.
Miró a su alrededor, tratando de descubrir cuál de aquellos extraños personajes podría ser
él, pero no le faltó tiempo para descubrir de quien se trataba. Seth miró lleno de admiración a
aquel muchacho de ojos dorados que reía a su lado y enseguida lo supo.
- ¡Llévame contigo! – pidió con firmeza mientras tiraba del brazo de Rudra.
- ¿Cómo? – dijo éste sorprendido.
- Puedo serte de ayuda, conozco todos los caminos de este reino, he memorizado los
mapas de los libros. Seguro que seré de utilidad en tu viaje y que también lo seré en la batalla.
Rudra lo miró estupefacto, al igual que el resto de los presentes.
- ¿La batalla?
- Para derrotar a Rakshasa. Desde niño he sido entrenado en el arte de la esgrima y
siempre he sido el primero de la clase con la espada. Así que…
- Un momento, un momento, para el carro... ¿cómo sabes tú lo de Rakshasa?
- No hay que ser muy listo para saber que no sois viajeros normales, además buscáis los
lithois… las piezas encajan solas.
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El asombro entre los presentes iba en aumento, al igual que cierta irritación por parte de
Rudra. Se preguntaba cuánto habría visto y oído el muchacho y qué sabría con exactitud. El
jovencito se percató del enojo de Rudra, así que trató de calmarlo.
- No te preocupes, no le diré nada a nadie, soy de confianza. Tu secreto está a salvo
conmigo.
La desconfianza de Rudra se transformó en estupefacción.
- ¿Mi secreto?
- Tu identidad – susurró Seth – tranquilo, mis labios están sellados.
En ese momento se escuchó la ya tan usual risa de Cavi de entre la multitud, acompañada
de unas cuantas más, aunque más discretas. El rostro de Rudra se relajó y una divertida mueca
se dibujo en sus labios ante la disparatada idea del jovencito.
- Mi identidad… - repitió con una sonrisa, enarcando una de sus cejas.
- Está claro, tú eres guerrero legendario venido de otro mundo.
Las discretas risas se transformaron en sonoras carcajadas. Seth miró a su alrededor
sorprendido ante tal comportamiento. Rudra posó su mano en la cabeza del muchacho y le
alborotó el cabello. A su espalda se escuchó la voz de Cavi.
- Creo que te equivocas, chaval…
El chiquillo miró con asombro a Rudra, sin entender del todo las palabras de Cavi. Rudra,
por su parte, lo observaba sonriente mientras negaba con la cabeza.
- Pero… - parecía aturdido.
Saltó para atrás enojado, apartando a Rudra de un empujón. Éste suspiró.
- No soy ningún guerrero legendario. Soy natal de Hern Tsui, un pequeño pueblo al
norte de Shamballah – se detuvo un instante y prosiguió – soy discípulo del viejo del desierto,
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todos lo somos, y él es quien nos ha pedido que busquemos los fragmentos, nada más. Lo del
guerrero ese no son más que historias para niños tontos como tú.
La furia del muchacho aumentó y, con los ojos empañados y una enorme rabia, se dio
media vuelta y corrió escaleras arriba para encerrarse de un portazo en su habitación. Rudra
suspiró y se volvió de nuevo al grupo.
- Has sido demasiado duro con el chico – le reprochó Cavi.
- Tenía que hacerlo, es la única manera de que no vuelva a meter las narices en nuestros
asuntos.
- Tiene razón – lo defendió Roth – no podemos dejar que nadie conozca nuestra
identidad. Es demasiado peligroso, por eso deberemos partir al alba.
Se oyeron murmullos de desacuerdo entre los presentes.
- ¿Otra vez? – se quejó Rudy molesta - ¿es que nunca vamos a descansar como es
debido?
Roth se volvió hacia ella taladrándola con la mirada.
- No estamos en un viaje de placer. Nuestra misión es muy importante y no, no nos
podemos permitir descansar y relajarnos. Debemos dar con los lithois cuanto antes y evitar
encuentros ingratos. Así que, nos reuniremos en el patio al alba y partiremos hacia el norte,
¿queda claro?
Nadie se atrevió a contrariarle y, con resignación, se fueron levantando uno a uno y
dirigiéndose a su habitación. Cuando las muchachas se hubieron aseado y estuvieron listas
para dormir, Rudy se quejó del semielfo.
- Menudo incordio. Pensé que podría hacer unas buenas compras antes de marcharnos.
No todos los días se tiene la oportunidad de visitar la capital. ¡Necesito ropa nueva!
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Las hermanas rieron.
- No te enfades con él – le pidió Liz – sólo se preocupa por nuestro bienestar.
- ¡Ya lo sé! – respondió con resignación – que se le va a hacer, tendré que esperar a la
próxima – sonrió – anda, vamos a dormir que al final va a amanecer y encima no habremos
dormido nada.
Así pues, todas se metieron en la cama y, una a una, cayeron dormidas en un instante.
Aquella noche Liz tuvo un extraño sueño, algo difuso y difícil de recordar a la mañana
siguiente.
Se encontraba vagando por unas tierras áridas y solitarias. Todo el lugar estaba plagado de
ciénagas sombrías que emanaban pestilentes vapores, y al fondo se alzaba una enorme
montaña terminada en punta. Se adentró en ella, vagando por oscuros túneles, hasta llegar a
un espacio abierto lleno de tesoros. A su espalda escuchó una pesada respiración, cada vez
más cercana, que emitía leves ronquidos. Cuando se volvió, observó aterrada una enorme
figura camuflada con la oscuridad. Sólo podía ver con claridad sus brillantes ojos color tierra,
centelleantes en las tinieblas. Aquella tremenda criatura tenía clavada su mirada en ella,
soltando pequeños rugidos de advertencia. De pronto, Liz escuchó una voz procedente de la
bestia.
- Si te atreves a acercarte… morirás.
Las fauces de la bestia se abrieron de par en par mientras un ensordecedor rugido era
expulsado desde el interior de sus entrañas.
Liz se levantó de un salto, jadeando y empapada de sudor. Miró a su alrededor y reconoció
las paredes de la habitación en la que se hospedaba. Junto a ella, dormían plácidamente sus
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tres compañeras y enseguida supo que había sido un sueño, por lo que volvió a tenderse en la
cama, tratando de conciliar de nuevo el sueño.
302
EL INTRUSO
Cuando apenas había comenzado a aclarar, las dos hermanas ya estaban listas y se
encargaron de despertar a sus otras dos compañeras de habitación. Rudy se levantó a
regañadientes y de muy mal humor, mientras que Liz lo hizo aún medio dormida. A paso lento,
se vistieron y recogieron sus cosas.
Al llegar al patio vieron con asombro como todo había sido ya organizado y los criados de
la mansión ayudaban a colocar gran cantidad de abastecimiento y víveres en los carros.
Verónica se encontraba charlando con Cavi, pero no había ni rastro del joven Seth.
Probablemente estaría aún durmiendo o enojado por lo sucedido la noche anterior, aunque en
el fondo era mejor así.
Al cabo de un rato estaba todo listo y, tras despedirse de Verónica y el resto de los
presentes, emprendieron la marcha.
Apenas había movimiento en aquella silenciosa ciudad en la que lo único que hacía eco
eran los cascos de los caballos y los tumbos de los carros al pasar sobre las pedregosas vías.
Liz miró con gran admiración aquella bellísima ciudad, con su increíble riqueza arquitectónica,
sus casas afiladas con enormes chimeneas, de colores suaves. Le pareció estar dentro de una
de esas películas ambientadas en la Europa antigua y se cuestionó si realmente se encontraba
en otro mundo. Cierto era que ambos tenían muchas cosas que claramente los diferenciaban,
no sólo el clima tan cambiante y la gran variedad paisajística y de gentes entre los países, sino
también las extrañas criaturas que poblaban aquellas tierras que claramente no existían en su
planeta. Sin embargo, había tal cantidad de similitudes, ambientes parecidos, costumbres
semejantes y hasta gentes similares a las de la Tierra, que a veces costaba discriminar entre
uno u otro.
303
Con la mirada se despidieron de aquella durmiente ciudad, dispuestos a vagar de nuevo por
los áridos caminos hasta llegar a su destino. Primero se dirigirían a las montañas rocosas y,
desde allí, se adentrarían en el antiguo territorio de los dragones.
Apenas encontraron transeúntes en la vía hasta bien entrada la mañana, aunque el
movimiento de gente era menor en ese reino que en La Paradesa, donde los caminos casi
nunca estaban desiertos; no obstante, en Amentis sólo encontraban viajeros en dirección a la
gran ciudad.
Ya pasado el medio día, Rudy decidió tomarse un pequeño descanso. Aún estaba algo
molesta por no haber podido disfrutar más tiempo de la capital, así que hizo caso omiso a las
quejas de Roth. Vlad ocupó su lugar a las riendas mientras que ella se metió en el carruaje,
dispuesta a echarse una larga cabezada.
Ya dentro, comenzó a acomodarse en una de las tumbonas que había. Cerró los ojos y
suspiró, dispuesta a dormirse lo antes posible, pero algo perturbó su tranquilidad. Al fondo de
la cochera, junto a un cúmulo de bártulos, le pareció oír un ruido. Abrió un ojo para ver de qué
se trataba, pero no vio nada, por lo que volvió a cerrarlo. Acto seguido, escuchó el sonido de
algo cayéndose. Sobresaltada, abrió los ojos y observó con atención; sin embargo, desde
donde se encontraba no podía ver nada, así que lentamente se incorporó, sin apartar la vista de
su objetivo, y se fue acercando al lugar del que provenía el ruido. Estaba claro que allí había
algo, pues era capaz de escuchar el continuo choque del intruso al moverse.
Con cautela, agarró la vaina de su espada y se fue acercando cada vez más. Ya casi se
encontraba junto al lugar indicado cuando algo se abalanzó sobre ella, quien gritó aterrada al
tiempo que le atizaba un golpazo a su atacante en la cabeza.
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Todos los presentes escucharon el grito, deteniendo en seco a los caballos. Vlad abandonó
las riendas y corrió al interior del carruaje, al tiempo que Roth, en el otro extremó, saltaba del
caballo para entrar por la parte trasera. Una vez dentro, observaron estupefactos el motivo de
tan desgarrador quejido. La gitana, con la vaina de su espada, molía a palos de ciego sin parar
a lo que parecía un muchacho, el cual trataba de protegerse con los brazos para no resultar
herido, a la vez que intentaba calmar a la mujer. Ambos observadores suspiraron con alivio al
ver que no había peligro.
Vlad se acercó a Rudy y le quitó la espada de las manos, haciendo que saliera de su estado
de histeria. Cuando abrió los ojos, vio con asombro como su terrorífico atacante no era otro
que un muchacho que enseguida reconoció, al igual que el resto de sus compañeros que,
asomados, observaban la divertida escena. Se trataba del joven Seth, quien se encontraba
sentado en el suelo tratando de calmar el dolor de los chichones causados por la gitana.
Cuando por fin el escozor hubo pasado tras ser atendido por las hermanas, Rudra comenzó
la reprimenda.
- ¡¿Qué estás haciendo aquí?!
El muchacho bajó la mirada arrepentido, pero acto seguido se armó de valor e hizo frente al
joven.
- Os he seguido.
- Eso ya lo veo – dijo Rudra – pero ¿por qué? Se suponía que debías estar en tu casa.
¿Es que no tuviste suficiente ayer? A tu madre le va a dar algo cuando se de cuenta de que…
- ¡Esto no tiene que ver con mi madre! – gritó Seth furioso - ¡ya soy mayor para decidir
adonde ir por mi cuenta!
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- ¡Pero qué estás diciendo! – le atinó un capón en la cabeza haciendo que se llevara la
mano al lugar del golpe – sólo eres un crío. A tu edad deberías preocuparte sólo de divertirte
con tus amigos.
- Yo no tengo amigos – respondió entristecido – y mis compañeros de clase no hacen
más que meterse conmigo. Nadie me va a echar de menos, ni siquiera mi madre se dará cuenta
tan rápido, siempre está ocupada con sus negocios y apenas sabe que existo, mas que cuando
viene alguien importante de visita y quiere fardar de hijo superdotado.
Rudra bajó la mirada ante las palabras del muchacho. Se dio cuenta de que apenas sabía
nada de su vida.
- Ésta es mi decisión – afirmó Seth - estoy harto de que me digan lo que tengo que hacer.
¡Ya no soy un crío! No quiero que los demás decidan mi futuro sin ni siquiera consultarme.
Ya no aguanto el tener que ocultarme entre libros donde nadie se meta conmigo o me pegue –
sus ojos reflejaron una gran impotencia - deseo salir a la luz y ver el mundo, viajar y conocer
tierras nuevas. No tener que conformarme con imaginarme las historias, sino experimentarlas.
¡Quiero vivir y ser útil para algo! – mientras decía esas palabras Seth recordó la noche
anterior – quiero que la gente me reconozca por quien soy, no por mi apellido o el dinero de
mi familia, como hiciste ayer – se dirigió a Rudra con la mirada – sólo por mí…
Bajó la cabeza tratando de ocultar las lágrimas que inundaban sus ojos a la vez que se
reprimía para no llorar. Rudra se acercó y puso su mano en su cabeza a la vez que le
alborotaba el pelo. Seth lo miró sorprendido y vio que sonreía. Liz sonrió también, mientras
que Roth resopló con resignación.
- ¿Y ahora que hacemos? – preguntó el semielfo sabiendo ya la respuesta.
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- No podemos darnos la vuelta, perderíamos gran cantidad de tiempo y definitivamente
llamaríamos la atención – comentó Cavi.
- Parece que está claro – decidió Rudra con una sonrisa – tendremos que seguir adelante
y encontrar lo que buscamos.
- ¿Y el muchacho? – preguntó Vlad.
- Habrá que mandarlo de vuelta cuando hayamos terminado – dijo Rudra mientras le
guiñaba un ojo al joven Seth – bien, no perdamos más tiempo.
Y dicho eso, se marchó del carruaje para montar de nuevo en Silver.
Uno a uno, fueron volviendo a su puesto mientras el joven Seth permanecía en el interior
del carruaje. Liz se acercó a él y le sonrió.
- Parece que te has librado por esta vez. Vamos, siéntate con nosotros a las riendas, el
paisaje es precioso.
Seth la miró aún incrédulo por lo sucedido. Cuando lo descubrieron, pensó que
definitivamente se había acabado su viaje y lo mandarían derechito a casa; sin embargo, las
cosas habían girado de tuerca.
Se fijó en aquella extraña muchacha que le sonreía con gran dulzura, con la mano
extendida hacia él. Era muy guapa.
Seth se limpió las lágrimas con la manga de su chaqueta y aceptó la invitación,
dirigiéndose juntos a la parte delantera del carro, junto a Vlad.
307
HACIA LAS MINAS DE ZHURÚ
El día transcurrió tranquilo y, poco a poco, fue cayendo el sol. Más de uno hubiera
deseado encontrar algún poblado en el que pasar la noche, pero no parecía que fuera a ser el
caso; ya por la tarde varios de los aprendices de hechicero habían estado durmiendo para
poder hacer guardia más adelante, señal de que no se detendrían.
Con un integrante más en el grupo, el espacio empezaba a escasear, especialmente en el
carro de Rudy. Los dos gitanos se turnaban a la hora de llevar las riendas; así, Vlad durmió en
la tarde para poder hacerse cargo de dirigir el carruaje durante la noche mientras que Rudy
intercalaba las quejas con las charletas, haciendo el viaje más ameno para Seth y Liz.
La gitana disfrutó contándole sus viajes al muchachito, quien escuchaba con suma
atención cada palabra, tomando incluso algunas notas de cuando en cuando en su cuadernillo.
Sus ojos centelleaban con cada relato. Liz, por su parte, se abstuvo de contar nada sobre sí
misma, tratando de no sacar a la luz el pequeño detalle acerca de su procedencia. De vez en
cuando Rudra interrumpía a Rudy para hacer alguna broma, y en esos momentos el joven Seth
centraba toda su atención en él, mostrando en su rostro una inmensa admiración. Rudy,
percatándose de su mirada, esperó a que Rudra se alejara y atacó.
- ¿Por qué sientes tanta admiración por él? Apenas lo conoces…
- Es obvio, es el salvador de nuestro mundo – explicó Seth con orgullo.
- ¿Y cómo estás tan seguro? – quiso saber entre risas.
- Pues por sus ojos, nunca antes había visto ojos así, no puede ser de este mundo.
Además, se le nota.
- ¿Se le nota?
- Su simple presencia denota solemnidad.
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La gitana echó un vistazo a Rudra y no pudo contener una risotada.
- De entre todas las palabras que utilizaría para describirle, solemne no es una de ellas.
Cavi, el cual se encontraba a la izquierda del carro, comenzó a reír a carcajada limpia y
Rudra se volvió con cara de pocos amigos, lo que provocó aún más risas en el grupo.
- Deberías aprender del chaval, él sí que sabe calar a la gente – comentó Rudra
indignado.
- Claro, ¡oh grandísimo guerrero! – se burló Rudy – tiene un increíble ojo avizor, sin
mencionar, claro, que está algo desorientado.
- ¿A qué te refieres? – dijo Seth sin saber muy bien de qué iba el tema.
- Pues que tu solemne guerrero, ni es guerrero ni es solemne, y mucho menos de otro
mundo.
Seth miró a Rudra atónito mientras que éste suspiraba con resignación.
- Ya te lo dije antes, soy de Shamballah. Pero sí que soy guerrero, señorita sabelotodo, y
además puedo patearte el culo cuando quieras para demostrarlo.
Las palabras de Rudra consiguieron enmudecer a la gitana pues, a pesar de sus continuas
burlas, era cierto que hacía tiempo resultaba cada vez más difícil de vencer en la batalla,
admitiendo en secreto, muy a su pesar, que incluso la había sobrepasado.
- Pero creí que eso era una excusa para zanjar el tema y que me olvidara… - el rostro de
Seth se entristeció – estaba convencido de que el guerrero legendario estaba entre vosotros, es
la única respuesta… así que es verdad que sois unos simples viajeros…
A pesar de la tristeza del muchacho, era mejor que pensara que todo era producto de su
imaginación; con suerte se deprimiría y decidiría volver a su casa, y así se ahorrarían tener que
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cuidar de él y preocuparse de que le contara a alguien más de lo necesario. Sin embargo, no
todo el mundo opinaba lo mismo.
- Yo no he dicho que el guerrero no esté entre nosotros, sólo que yo no soy.
Las miradas se posaron en Rudra con sorpresa mientras que al joven Seth se le iluminaba
de nuevo la cara.
- Perfecto… - musitó de pronto Roth, apareciendo por la derecha – ahora que parecía
que el niño se volvería a su casa, tú tienes que irte de la lengua…
- Es peligroso llevarlo con nosotros y que no sepa la verdad – señaló Rudra.
- Es más peligroso que la sepa – se quejó Roth enojado.
- Vamos, dale una oportunidad al chaval – dijo Rudra.
Roth miró al muchachito y después se volvió a su puesto resoplando.
- Yo no me hago responsable…
Seth miró al semielfo y, en un susurro, le formuló su nueva hipótesis a la gitana.
- ¿Es ese el guerrero?
- Bueno – Rudy miró a Roth – desde luego, tiene más papeletas que el campesino para
serlo – sonrió - pero no, no es él.
Seth paseó la mirada entre todos los presentes, analizando uno a uno a todos los candidatos.
Cada vez que señalaba a alguno, Rudy negaba con la cabeza. Iban quedaban menos aspirantes
al puesto y Seth se desorientaba más y más. Cuando ya apenas quedaban personas que
encajaran con el perfil que él tenía en mente, miró a la gitana dubitativo. Inmediatamente ella
negó con su cabeza.
- Por favor, dios me libre.
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- Entonces… ¿quién es? – suspiró - ¿acaso no está aquí? – de pronto una bombilla se
encendió en su cerebro - ¡claro! Como es peligroso, él os ha enviado a vosotros a buscar los
lithois.
- ¿Qué clase de guerrero salvador sería si se ocultara mientras otros hacen el trabajo
sucio? – Rudy sonrió – ella es mejor que eso.
- ¿Ella? – preguntó Seth cada vez más confuso.
- Sí, ella.
El muchacho se paró a pensar con cuidado en las palabras de la gitana. “Es una mujer”…
Esa afirmación rompía completamente sus esquemas, pero ¿por qué no? Al fin y al cabo, la
primera en derrotar al malvado había sido la gran reina blanca, una mujer. Sabiendo esto, Seth
miró a las mujeres del grupo, deteniéndose finalmente en aquella bella y extraña muchacha
que le había tendido la mano en el carro. Ella, vergonzosa y con la mirada baja, levantó la
mano como si de la hora de pasar lista en la escuela se tratara. A Seth se le desencajaron los
ojos de las órbitas ante semejante hallazgo. Emocionado, quiso cerciorarse.
- ¿Tú eres el guerrero?
- Eso dicen… - musitó Liz.
Seth saltó de su asiento, invadido por el júbilo, y comenzó a ametrallar de preguntas a la
pobre Liz. Estaba claro que ya no tenía escapatoria. A pesar de haber tratado de mantenerlo en
secreto, ya no tenía sentido seguir ocultándole la verdad, así que, una a una, fue respondiendo
como pudo a las preguntas del jovencito, que no fueron pocas. A cada respuesta, Seth
apuntaba en su libreta todos los detalles de los que hablara. Había preguntas sobre su mundo,
sobre cómo había llegado a Ádama, sobre los diferentes encuentros con el grupo actual…, en
311
definitiva, sobre todo lo que al jovencito se le pudiera ocurrir. Sin darse cuenta, el día ya había
pasado y la noche había caído sobre aquellos parajes.
Como ya venían sospechando, la caravana no se detuvo, sino que prosiguieron la marcha
durante en la oscuridad. Cuando llegó el momento de retirarse a dormir, Seth todavía seguía
pensando en nuevas preguntas que hacerle a Liz. A pesar de estar agotada, era divertido ver al
muchacho tan emocionado, y hasta que el cansancio no lo doblegó no pudo dormir tranquila.
Todavía les quedaban varios días de viaje hasta llegar a las minas. Seth les aseguró que
tardarían al menos una semana en alcanzar su destino; sin embargo, puesto que apenas se
detuvieron más que para que los animales descansaran y se alimentaran, atisbaron las
montañas al cuarto día desde su partida. Aún habiendo todavía un largo trecho antes de llegar,
los ánimos mejoraron al poder contemplar al fin la meta.
El viaje había resultado bastante ameno gracias a la presencia de Seth, cuya curiosidad y
naturalidad le permitió entablar una buena relación con casi todos los integrantes del grupo,
interrogando uno a uno a cada miembro durante el camino. Incluso Sadhu se había animado a
contarle alguna que otra historia. Los únicos que no se mostraron demasiado comunicativos
fueron Lha y los semielfos. Roth no parecía demasiado a gusto por la presencia del jovencito,
y claro, sus inseparables guardaespaldas no podían tomar una actitud diferente a la suya. Lha,
por su parte, permanecía indiferente hacia Seth y cualquier otro componente del grupo; lo
ignoraba cada vez que se trataba de acercar a él, por lo que el muchacho terminó dándose por
vencido y se centró en el resto de personas.
Cuando el día se acercaba a su fin, aún se encontraban lejos de las montañas, por lo que
decidieron hospedarse en una de las posadas situadas junto al camino. Rudy estaba
emocionada pues por fin podría dormir en condiciones. A pesar de estar acostumbrada a viajar
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con frecuencia, odiaba hacerlo durante la noche y tener que dormir en el carro en movimiento.
Y no era la única en alegrarse por el parón. Tanto Cavi como las hermanas manifestaron su
entusiasmo por poder estirar las piernas y, aunque no lo mostraran abiertamente, los demás
también parecían contentos con el descanso. Durante el día habían pasado cerca de un poblado;
sin embargo, no se veían otras construcciones por esos lares más que la pequeña hospedería.
Cuando entraron, comprobaron que tampoco había gran cantidad de huéspedes en ella. En
la sala principal, en cuyo interior había una barra y varias mesas, sólo se encontraban
presentes el que parecía el dueño, pues permanecía de pie tras la barra atendiendo al resto, un
par de trabajadores y otras tres personas más.
Roth, seguido por Dwija y Brill, se acercó a él mientras el resto esperaba fuera, observando
desde la puerta. El hombre, mostrando gran alegría, asintió efusivamente ante las palabras del
semielfo mientras se frotaba las manos y dirigía una rápida mirada a entrada. Llamó a una de
las camareras y ésta enseguida salió de la sala por una portezuela en el fondo. En apenas unos
instantes, dos hombres aparecieron por la misma puerta que desapareciera la mujer y se
dirigieron a la salida, abriéndose paso entre el grupo y ocupándose de los caballos y los carros.
Roth indicó al resto de viajeros con la cabeza que se encaminaran al interior del lugar para
reunirse con él. Cuando estuvo más cerca, Liz pudo observan en detalle al dueño del lugar.
Era un hombre regordete y sin demasiado pelo en la parte superior de la cabeza, dejando al
descubierto una clavilla de monje, como dirían en su tierra. Respondía al nombre de Luke.
Mostró sin reparo la enorme felicidad que sentía al recibir a un grupo tan numeroso de
huéspedes de una tirada pues, a parte de los mineros de las montañas que pasaban por allí de
camino a ver a sus familias o de vuelta al trabajo, no recibían demasiadas visitas en la posada,
y era aún más extraño acoger a señoritas tan hermosas como ellas, según él.
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A pesar de que aquel lugar en nada se parecía a la mansión de Verónica, no estaba tan mal,
y Luke se encargaba de hacer acogedora y amena la estancia. Además, era un gran cocinero y
todos disfrutaron de una suculenta cena, sin faltar, claro, la bebida; al fin y al cabo, los
huéspedes habituales eran mineros.
Los que en ese momento se hospedaban allí se unieron al grupo para comer. Resultaron ser
tremendamente agradables. En total eran tres. El más grande se llamaba Thor y era incluso
más grande que Sadhu, pero mucho más hablador y risueño; no paraba de reír y reír por
cualquier cosa. Debía de tener unos cuarenta y muchos años; sin embargo, aún le quedaban
fuerzas de sobra para trabajar en las minas. Había trabajado allí desde que cumpliera los
quince años y las consideraba su hogar. Vivía, como la mayoría de los trabajadores, en el
poblado al pie de las montañas. En ese momento se encontraba de camino a su pueblo natal,
pues había recibido la triste noticia de que su padre había fallecido; no obstante, eso no
conseguía paliar su buen ánimo. Su hijo, Cratos, lo acompañaba en su viaje. La verdad es que
se notaba a la legua que eran familia, ya que el más joven era la viva imagen de su padre, y no
sólo físicamente, sino que también había heredado su buen humor.
El último de los mineros se llamaba Furst. Era menos dicharachero que sus compañeros,
pero seguía siendo agradable. Llevaba diez años trabajando en las minas y volvía de visitar a
su madre enferma.
Parecía ser que la única razón por la que los trabajadores se tomaban un descanso era como
consecuencia de malas noticias; sin embargo, eso no les quitaba la alegría.
Thor les explicó que el trabajo era muy duro allí y nunca sobraban hombres, por lo que no
se concedían permisos a menos que hubiera una emergencia, normalmente relacionadas con
enfermedad severa o la muerte. A pesar de ello, la vida no era mala, había lugares peores,
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decía el hombre. Los enanos pagaban bien, y mientras el trabajo se hiciera, no molestaban;
incluso les permitían traer a sus familias a la aldea y no tenían que pagar por las viviendas. Sin
embargo, no eran demasiado amigables con los humanos y tenían reputación de huraños y
ariscos. Su mayor preocupación era el trabajo, en especial si estaba relacionado con piedras
preciosas, por lo que la mayoría eran mineros, herreros o artesanos. Casi todos habitaban en
las minas en Amentis y los que vivían en otros reinos residían alejados de las poblaciones, en
las montañas o los bosques.
El tiempo pasó veloz con la charla mientras disfrutaban de los deliciosos platos de Luke y
la refrescante bebida, e incluso las féminas se animaron a tomar un par de tragos, sobre todo
Rudy, quien bebió casi más que los hombres. En un momento de la noche, sin saber muy bien
cómo se llegó a aquella situación, se vio envuelta en un duelo mano a mano con varios de los
hombres presentes. Rudra fue el primer derrotado, cayendo redondo sobre la mesa. Cavi e
Enoch tuvieron que llevarlo derechito a la cama, seguidos por el joven Seth. Después de verlo,
muchos se echaron atrás y sólo un par de mineros osaron retar a la gitana, sin éxito, pues
acabaron demasiado borrachos como para poder continuar bebiendo, autoproclamándose la
gitana vencedora del evento y celebrándolo a grito pelado con más bebida. Incluso Luke se
mostró sorprendido por la gran cantidad de alcohol que la mujer podía llegar a ingerir; sin
embargo, al terminar, apenas podía mantenerse en pie y tuvo que ser Vlad quien la llevara a su
habitación en volandas. Al poco rato, el resto del grupo se retiró a sus respectivos dormitorios
para descansar.
Cuando Liz y las hermanas llegaron a su dormitorio, Rudy roncaba en una de las camas
mientras Vlad permanecía sentado a su lado. Liz se percató de la dulzura con la que el gitano
miraba a su compañera dormida y no pudo evitar sonreír. Al escucharlas, se volvió y se
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incorporó sobresaltado, encaminándose a la salida sin mediar palabra. Ya en la puerta, se
despidió y se marchó. Las hermanas rieron disimuladamente mientras Liz seguía sonriendo.
Una a una, se cambiaron y se acostaron con la esperanza de dormir hasta que su cuerpo
decidiera que ya había tenido suficiente descanso; sin embargo, no tendrían tanta suerte.
Apenas empezaba a asomar el sol cuando un tremendo estrépito despertó a Liz.
Sobresaltada, se acercó corriendo hacia la ventana mientras las dos hermanas la miraban
medio dormidas. Abrió las cortinas, dejando entrar algo más de luz, lo que la obligó a cubrirse
los ojos un instante, y cuando se adaptó a la claridad vio con asombro a un enorme animal,
igual que el que viera de camino a la capital, seguido de tres más de tamaño algo menor. El
primero corría sin jinete mientras que los otros tres eran guiados por varios hombres a sus
lomos.
A pesar de no ser la primera vez en ver dichos ejemplares, no podía evitar seguir fascinada
ante la existencia de tales criaturas. A cada uno de sus pasos, la tierra temblaba bajo sus pies e
incluso allá, en la posada, los muebles se tambaleaban al ritmo de cada pisotón. Rudy gruñó
malhumorada mientras se volteaba en su cama, provocando en las hermanas una risilla que
sonó al unísono, como si de gemelas se tratasen.
Las bestias se detuvieron a las puertas del lugar y sus jinetes se adentraron en la posada, no
sin antes dejar bien amarradas sus monturas. Liz, emocionada, se cambió en un abrir y cerrar
de ojos y decidió bajar a investigar, seguida por Dhyana, mientras que Sephira se quedó en la
habitación con la gitana.
Ya en la cantina, atisbó en la barra a los recién llegados. Eran un total de tres, o mejor
dicho, dos y medio, pues mientras que dos de ellos eran altos y corpulentos, el tercero era casi
de la mitad de tamaño que los demás, aunque no por ello menos robusto. Éste último debía de
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tratarse del jefe, pues los otros lo seguían cual sombras, sin intervenir en ninguna de las
conversaciones. Aunque claro, con esa cara de pocos amigos, cualquiera se atrevía a
interrumpirlo. Su nariz era grande y redonda, y sus cejas pobladas y oscuras. La barba le
llegaba hasta el pecho y sus ropajes se veían de mucha mejor calidad que los de sus
acompañantes. Enseguida supo que se trataba de un enano, y no precisamente por su tamaño,
sino por su carácter, pues verdaderamente hacía justicia a la reputación que se les daba; sin
embargo, Luke lo trataba de igual manera que los hubiera tratado a ellos la noche anterior,
sonriente y amable, sin ofenderse lo más mínimo ante el tono brusco y prepotente de aquel
corto hombrecillo.
Mientras discutían algo en la barra, Liz se deslizó sigilosamente hacia el exterior de la
posada, seguida por Dhyana, quien repetía sin parar que volvieran al cuarto, tratando de no ser
escuchada más que por ella. Pero Liz hizo caso omiso y salió del lugar sin ser vista por nadie.
A varios metros se encontraban los behemoths, pastando plácidamente bajo el sol. Vistos
de cerca eran más magnificentes de lo que jamás hubiera imaginado. Dhyana la agarró por la
manga en un intento de hacerla volver al interior, pero Liz se encaminó al lugar donde
reposaban las bestias.
El más grande de ellos, que se encontraba atado a varios postes, levantó la mirada ante la
presencia de la joven. Ésta se detuvo en seco. La doncella a su espalda saltó hacia la pared
aterrada mientras suplicaba a la muchacha que volviera, pero Liz se encontraba sumergida en
la mirada de la criatura. Toda su inseguridad o miedo desaparecieron mientras observaba
aquellos acuosos ojos de color azabache, invadida por la emoción. Muy despacio se fue
acercando a la bestia, la cual la miraba con calma mientras rumiaba un puñado de hierbajos.
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Los otros tres levantaron la vista con curiosidad para observar la escena, sin moverse de su
sitio.
Cuando se encontraba a escasos metros de distancia, extendió su brazo en dirección al
behemoth mientras éste mantenía su atención fija en ella. Levantó su trompa y la posó junto a
su palma, acariciándola Liz con suavidad. Al contrario de lo que había imaginado, era
aterciopelada, no rugosa ni áspera. No sabía si la trompa de un elefante se sentiría igual, nunca
había estado cerca de una; pero el tacto del behemoth era suave y deslizante. El animal emitió
un gemido de placer ante el tacto de la joven, lo que la hizo sonreír. Era incapaz de expresar
con palabras lo que sentía en ese instante, comprobando con su propia mano que aquella
fantástica criatura, digna de las mejores novelas de ficción, era de carne y hueso, tan real
como ella misma.
En ese momento se escuchó un grito a su espalda y en un instante, toda esa magia se
esfumó. El animal, asustado, alzó la trompa al tiempo que se ponía a dos patas. Liz se cubrió,
esperando la arremetida, cuando alguien se interpuso entre ambos, bloqueando el ataque de la
bestia. El behemoth, encabritado, se liberó de las cuerdas por la fuerza y se alejó de la pareja
mientras los tres hombres corrían hacia él para calmarlo. Liz miró aún temerosa a su salvador,
agradeciéndole su ayuda, y cuando se volvió, comprobó que se trataba de Rudra, quien la
miraba enojado.
- ¿Se puede saber qué estabas haciendo?
- Yo… sólo quería…
En ese momento apareció a su espalda el dueño del grito que provocó todo.
- ¿Qué demonios pretendes, niña? – gruñó con rudeza el enano - ¿intentas herir a mi
animal?
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- ¡No! Sólo… sentía curiosidad…
- ¡¿Curiosidad?! – chilló aún más enojado - la curiosidad mató al gato. ¡No lo olvides!
Dichosos humanos…
Y sin más, se marchó mientras seguía maldiciendo por el camino. Los hombres habían
conseguido calmar a las bestias más pequeñas, pero el grande aún seguía bastante exaltado. El
enano sacó algo de su zurrón y lo esparció en su hocico. Acto seguido el behemoth se mostró
aturdido y manso, pudiendo echarle varias cuerdas al cuello por fin. Una vez bajo control,
amarraron a los otros tres y, tras montar, desaparecieron entre tumbos. Rudra agarró a la
muchacha por los hombros y la inspeccionó.
- ¿Estás bien? ¿Estás herida?
Ella negó con la cabeza, avergonzada. En ese momento aparecieron por la entrada de la
posada Roth y los demás. Dhyana corrió hacia la muchacha entre lágrimas y la abrazó, pero
enseguida Liz consiguió calmarla.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó Roth.
- Eso quisiera saber yo… - inquirió Rudra mientras miraba a Liz.
Ella se encogió de hombros.
- Yo sólo sentía curiosidad… no iba a hacerle daño ni nada…
- Pero él te podría haber hecho daño a ti – aclaró Luke entre el tumulto – el grandote
acaba de ser capturado y aún no ha sido amaestrado. Podría haberte matado – el espanto se
reflejó en el rostro de los presentes ante tal idea - aunque los behemoths son fáciles de domar
y muy mansos una vez se habitúan a las personas, en estado salvaje pueden resultar letales.
Liz permaneció en silencio, pensativa.
- Pero… en ningún momento se ha mostrado violento…
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- ¿Y cuando te atacó, qué? – apuntó Rudra enojado
- Eso es porque estaba asustado… no sentí ningún peligro cerca de él antes… al
contrario…
- De todas maneras, si no está amaestrado, ¿cómo es que se ha mostrado tan dócil con el
enano ese? – preguntó Rudy.
- A los enanos no sólo les interesan los minerales por su brillo y su prestigio, también
saben explotar muy bien sus componentes – explicó Luke - se dice que cada roca tiene
propiedades especiales, capaces de crearse las pociones más poderosas con ellas, convirtiendo
incluso a la bestia más letal en un perrillo faldero.
Roth enseguida se acercó a la joven, serio.
- Lo que acabas de hacer es muy peligroso, ¿lo entiendes?
Liz bajo la mirada afligida y sin articular palabra alguna. Rudra se interpuso entre ambos.
- Bueno, bueno, en cualquier caso, no ha pasado nada, así que lo mejor será que
comamos algo y prosigamos nuestro camino – dijo con una sonrisa algo forzada.
Roth lo fulminó con la mirada y dio media vuelta en dirección a la posada, seguido por los
demás. Los últimos en moverse fueron Liz y Rudra, quien seguía el camino del semielfo con
mirada seria.
- Lo siento…
El muchacho se limitó a posar una mano sobre su cabeza con una sonrisa, encaminándose
juntos hacia la posada.
Ya en el interior, los ánimos parecieron calmarse a lo largo del desayuno. Rudy estaba
resacosa y de muy mal humor, aunque orgullosa de su victoria la noche anterior. Una vez
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terminaron, prepararon todo lo necesario y se dirigieron de nuevo hacia las minas, uniéndose
Furst al grupo. Se alegró de no tener que realizar el viaje en solitario, y durante el camino
demostró no ser tan serio como pareciese.
No se volvió a hacer mención alguna sobre el incidente de la mañana y Seth se encargó de
hacer más ameno el viaje pues, al tener a un nuevo miembro en el grupo, le acribilló a
preguntas de todo tipo, tomando notas en su libreta a cada rato. Antes de partir, decidieron
omitir el cometido de su viaje y evitar delatar la identidad de ninguno, y más de uno temía que
el muchachito se fuera de la lengua; pero para sorpresa de todos, Seth fue digno de confianza
y no dejó escapar ninguna palabra comprometedora.
Hacia el medio día atisbaron un cúmulo de casas situadas al pie de las montañas. De cerca,
la sierra se veía mucho más inmensa de lo que parecían desde la lejanía. Liz jamás había visto
cumbres tan elevadas más que en los documentales, y por la cara de los demás, no era la única
sorprendida por el descomunal tamaño de aquellos picos. Furst les explicó que las minas se
extendían por el interior de toda la cordillera, creando infinidad de laberintos. Al pie de las
montañas se encontraban las viviendas de los trabajadores, mientras que en el interior mismo
habitaban los enanos, siendo conocido su hogar como “el mundo subterráneo”.
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EL MUNDO SUBTERRÁNEO
Se adentraron en el poblado de los mineros pasada la media tarde. Furst se ofreció a dar
asilo a varios de los viajeros, asegurando que el resto cabrían de sobra en la casa de Thor. Si
se podía decir algo bueno de los enanos es que eran generosos con sus trabajadores, y las
casas que les proporcionaban no tenían nada que envidiar a las de las aldeas vecinas o incluso
a las de la ciudad. Además, cuanto mayor rango conseguía un trabajador, mejor era el
alojamiento del que disponía.
Al parecer, Thor había obtenido a lo largo de los años muy buena reputación y disfrutaba
de una casa casi tan grande como la posada de Luke. Sin contar las habitaciones ocupadas por
sus cinco hijos y su esposa, aún quedaban tres dormitorios libres. Furst, por su parte, había
conseguido ascender con bastante rapidez y, aunque su rango no era tan elevado como el de
Thor, no podía quejarse. En su casa, además de su mujer y sus tres hijos, quedaban un par de
habitaciones más, así que el grupo se repartió entre las dos casas. Pasarían la noche allí y por
la mañana solicitarían a los enanos permiso para cruzar las montañas.
Tras los arreglos necesarios, el grupo se dividió de la siguiente manera: las cuatro mujeres
dormirían en la casa de Thor junto con cinco de los hombres: Roth, Dwija y Brill en una
habitación, y Rudra y Seth en otra. En casa de Furst se quedarían el resto: Vlad, Lha y Sadhu
por un lado, y Kabirim, Enoch y Cavi por otro. Rudy le comentó a Liz al oído entre risas lo
interesante que resultarían las conversaciones en el grupo de Vlad. Ésta los miró y no pudo
evitar dejar escapar una risita al mismo tiempo que se cubría la boca. Verdaderamente,
ninguno se podía describir como demasiado hablador.
La mujer de Thor era tan adorable y dicharachera como su marido, y los acogió con
enorme entusiasmo y cariño, ordenando a sus hijos que se hicieran cargo de todo. Tenían
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cinco en total: el más mayor era Cratos, que acompañaba a su padre en su viaje y debía tener
un par de años más que Liz; después venía Leila, una jovencita de más o menos la misma edad
que Dhyana, y continuación estaban los gemelos, Roddy y Zack, de una edad similar a la de
Seth; y por último, la pequeña Azura, de unos diez años de edad. Se notaba de quien eran hijos
con sólo verlos.
En la casa de Furst, el recibimiento también fue agradable. Trisha, su mujer, era tímida
pero muy amable y enseguida ayudó a los viajeros a que se instalasen. La pareja tenía tres
hijos pequeños: el mayor, Benjamin, debía de tener unos siete años, y había heredado la
personalidad de su madre, escondiéndose tras ella a cada segundo, aunque entre risitas. Sin
embargo, el pequeño Timothy, de unos tres o cuatro años, era más amigable y pronto se lanzó
a los brazos de los desconocidos para jugar; finalmente estaba la diminuta Karen, quien
apenas acababa de aprender a dar sus primeros pasos. Era la viva imagen de su madre, con sus
enormes ojos pardos, y nada más ver aparecer por la puerta a su padre, se embarcó en un
intento fortuito por alcanzarlo, lleno de caídas y golpetazos, pero siempre con una dulce
sonrisa en su carita. Él la estrechó entre sus brazos en cuanto consiguió alcanzarlo.
Antes de la cena, Liz decidió dar un paseo por el poblado acompañada por Rudy y las
demás. Rudra se quedó a ayudar a Estela, la mujer de Thor, a preparar las cosas, y Seth con él,
por supuesto. Estela debía de recordarle a su propia madre, pensó Liz, y cayó en la cuenta de
lo mucho que la debía de extrañar. Eso le hizo pensar en la suya y en cómo estarían allá en su
mundo, entristeciéndola; pero sus acompañantes no le dejaron tiempo para estar triste. Roth y
sus dos compañeros se unieron al paseo, y así, los siete se perdieron por las callejuelas del
poblado.
323
Por otra parte, en casa de Furst, cada uno ayudaba como podían a preparar todo para la
cena; algunos atendían a los niños y otros ayudaban Trisha con la cocina.
Era increíble lo alegres que parecían todos en aquel lugar. Liz se imaginaba a gente sucia y
mal alimentada, triste y explotada deambulando por las calles, como en las películas de
mineros que ponían en la tele; sin embargo, las gentes que poblaban aquellas calles distaban
mucho de esa imagen que se había creado.
Los niños correteaban con los perros por doquier y las mujeres charlaban en los puestos de
alimentos de la plaza principal. No había carros transitando y la gente se movía a pie. Las
casas eran individuales, de dos o tres pisos, y los caminos no tenían asfalto sino que estaban
cubiertos por arena y polvo. Había algún que otro árbol, pero el verde no era un color que
abundase en el lugar más que en las ventanas de las casas o los maceteros de las entradas.
También se podía apreciar si los residentes eran mejor o menor allegados por el tamaño y el
aspecto exterior de las viviendas, aunque ninguna se podía describir como descuidada, al
contrario, todo el pueblo se veía limpio y lleno de vida.
En cierto modo le recordó al pueblecito de Shamballah, cerca de la casa de Rudra, aunque
éste era algo más grande y con casi el doble de habitante, rodeado por un paisaje muy
diferente de aquél; pero aún así desprendía la misma aura de sencillez y serenidad.
Compraron un par de cosas para la cena y las mujeres se hicieron con algún que otro
abalorio. Liz se percató de que no había ni un enano por los alrededor, corroborando lo que
Thor les explicara en la posada: los enanos y los humanos no se juntaban más que para
cuestiones de trabajo.
324
Había un camino que conducía a lo alto de las montañas. Los mineros deberían andar un
largo trecho antes de llegar a su lugar de trabajo cada mañana, pues la entrada de la mina
apenas era perceptible por el ojo humano desde donde se encontraban.
Estando aún en el mercado, sin haber anochecido todavía, una trompeta sonó desde lo alto
de la montaña. Todas las mujeres se reunieron alegres al pie del camino mientras los hombres
comenzaban a asomar allá a lo lejos, camino de vuelta a casa. Tardaron un largo rato en llegar,
pisando por fin el poblado cuando ya apenas había luz.
Tras la calurosa bienvenida de sus familias, toda la gente se fue desperdigando a sus
respectivas casas para disfrutar de una suculenta y bien merecida cena. El grupo de recién
llegados hizo lo propio, encaminándose a la casa en la que se hospedarían aquella noche,
donde Estela los recibió con un banquete digno de un rey.
Después de cenar, charlaron sobre su viaje. En un momento dado, pero no inesperado,
Estela les preguntó por el motivo de su visita al lugar y a dónde se dirigían. Roth, muy
perspicaz, enseguida respondió de manera muy convincente con la misma historia que les
soltara a los mineros en la posada de Luke. Liz se preguntó entonces como les estaría yendo a
los otros en la casa de Furst; puesto que ya conocían la supuesta historia, no deberían tener
problemas. Además, dudaba que la conversación fuera tan amena como la que ellos estaban
teniendo. En ese momento se cruzaron por su cabeza los rostros de Sadhu, Lha y Vlad, y no
pudo evitar dejar escapar una risita.
Estela, una vez satisfecha su curiosidad, no volvió a preocuparse por el tema y prosiguió
charlando hasta que finalmente se retiró junto a sus hijos para descansar. También ellos
decidieron acostarse temprano, pues no sabían lo que les esperaría a lo alto de la montaña.
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A la mañana siguiente, cuando aún no había asomado el sol, una trompeta resonó en el
lugar, despertando a cuantos habitaban el poblado. Era la señal de que un nuevo día de trabajo
comenzaba.
Las hermanas se levantaron al instante, mientras que Liz apenas se incorporó en la cama
con los ojos legañosos. Rudy, por su parte, se dio media vuelta entre quejidos, demostrando su
poca predisposición a salir de la cama. A los pocos minutos alguien tocó a la puerta de la
habitación. Dhyana la abrió y encontró a un animado Rudra al otro lado, junto a su joven
acompañante. En un abrir y cerrar de ojos se había colado en la habitación y tiraba de la gitana
para que saliera de la cama. Ésta le asestó un almohadazo en la cara muy malhumorada
mientras le maldecía a gritos, pero él no estaba dispuesto a rendirse y prosiguió en su intento
por sacarla, esquivando los golpes que le lanzase. El buen espíritu no tardó en contagiarse al
resto de los presentes, quienes reían a carcajadas ante la cómica escena.
Al poco rato apareció Roth por el umbral de la puerta, seguido de Brill y Dwija. Miró muy
seriamente a la pareja que se peleaba a almohadazos y con un “críos” se marchó escaleras
abajo.
Entre risas, Sephira y Dhyana echaron a empujones al muchacho de la habitación para
poder cambiarse sin mirones. Tras la gresca, Rudy ya estaba totalmente despierta, así que, aún
de mal humor, se levantó y comenzó a asearse como el resto. Cuando estuvieron listas,
bajaron a desayunar.
Estela se había encargado de prepararlo todo y esperaba, junto a los hombres del grupo, a
que bajaran las cuatro. Sus hijos aún dormían, pues para ellos todavía era temprano, y no se
levantarían para ir a la escuela hasta que amaneciera.
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Una vez terminado el desayuno, se despidieron de la mujer, agradeciéndole enormemente
su amabilidad y se reunieron con el resto del grupo en la calle. Subirían a las minas con los
trabajadores y allí solicitarían una audiencia con los enanos para poder cruzar en dirección a
las montañas.
Era increíble el gran número de trabajadores que cada mañana se encaminaban hacia las
minas, y al parecer, en cada zona había poblados diferentes de mineros para explotar distintas
áreas. Resultaba casi imposible hacerse una idea de la cantidad de gente que trabajaba allí, sin
contar a los propios enanos que poblaban el lugar.
Antes de que llegaran, Liz se preguntó si tal vez Kabirim hubiera vivido en su juventud en
aquel pueblo con el resto de mineros, cuando él también era uno de ellos. No obstante, por su
poco entusiasmo y su falta de interés dedujo que habría residido en otra zona, o que tal vez
deseaba olvidar aquel tiempo de duro trabajo y centrarse en su nueva vida como aprendiz del
maestro. De todas maneras, no parecía conocer a nadie ni tampoco hizo mención alguna de
nada, así que se abstuvo de preguntar.
Después de un largo rato, cuando el sol asomaba ya por el horizonte, llegaron a la entrada,
donde un hombre los detuvo en su avance.
- Vosotros no sois de por aquí, ¿cuál es vuestro propósito? ¿Deseáis trabajo?
Roth sería el que hablaría en nombre del grupo.
- Somos viajeros. Nos dijimos a las montañas del norte.
Los murmullos se extendieron entre los presentes.
- No hay nada en ese lugar. Os sugiero que desandéis vuestros pasos y retornéis al país
del que venís.
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- Lo siento, pero no podemos permitirnos hacer eso – explicó Roth en tono solemne –
nuestra misión es de alta prioridad – sacó uno de los salvoconductos que el maestro les
hubiera dado – solicitamos audiencia con el responsable de esta mina.
- Los enanos no ofrecen audiencias. Ese rollo de papel viejo no va a servirte de nada
aquí.
- Si me permitís hablar con el encargado, podré explicarle sin demora el motivo que nos
empuja a presentarnos de forma tan repentina en este lugar.
- Ya os lo he dicho. Los enanos no ven a nadie.
- El venerable Dvergar lo hará – una voz se alzó de entre los ocupantes del grupo. Era
Kabirim – si le avisas, claro.
- ¿Qué sabrás tú? – el hombre estaba visiblemente enojado.
- Decidle que Kabirim el Gordina está aquí.
El guarda titubeó al principio, conmocionado por aquellas palabras, y finalmente aceptó
dejarlos reunirse con el capataz. Un grupo de trabajadores se acercó a donde se encontraban.
- Estos hombres os escoltarán hasta el lugar de reunión. Deberéis esperar allí hasta que
el responsable llegue. Se os prohíbe deambular por los alrededores y deberéis permanecer en
el lugar indicado sin excepción.
- Gracias por vuestra amabilidad. Os aseguro que cumpliremos con lo estipulado – dijo
Roth mirando de reojo a Kabirim, sin que éste añadiera nada.
El hombre se limitó a indicarles que circularan con la mano y prosiguió en su misión de
vigilar la entrada desde su puesto.
Así, el grupo fue escoltado al interior de las minas. Para su sorpresa, el lugar era mucho
más amplio de lo que habrían esperado. El interior de la montaña parecía haber sido extraído,
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deshaciéndose de lo inservible y conservando sólo lo explotable. Como consecuencia, los
muros, dispuestos de manera discontinua, se alzaban hasta donde se perdía la vista, sin llegar a
ver ninguno de los extremos hacia arriba o abajo, creando una red de grutas por todo el lugar
dispuestas a modo de rombo irregular, para dejar en el centro un enorme espacio cuya altura y
profundidad se perdían en el infinito, sin llegar a dejar pasar siquiera la luz de sol, como si del
interior de una gigantesca colmena se tratara.
En las alturas, diferentes caminos suspendidos en el aire conectaban las salas. Daba pánico
sólo de pensar en la posibilidad de tropezar y caer en el abismo; sin embargo, los puentes de
tierra eran lo suficientemente anchos y resistentes como para soportar el peso de diez
behemoths, por lo que un puñado de humanos no supondrían ningún problema. Además, había
redes estratégicamente colocadas a los laterales de los puentes para evitar pérdidas
innecesarias. De las paredes colgaban lo que se podrían llamar ascensores que conectaban
distintos pisos, aunque el medio más usual para transitar de unos a otros eran las escaleras a
los lados.
El ruido de las palas y los diques rechinando contra las rocas hacían eco por todo el lugar.
En los diferentes niveles había espacios más amplios donde los mineros extraían las piedras
preciosas de las paredes de la montaña. Los behemoths ayudaban a cargar la mercancía,
conduciéndola a los recintos donde las rocas serían examinadas, separadas y valoradas por los
enanos para después venderlas a diferentes ciudades y países. Aquel lugar era en verdad algo
fuera de la imaginación humana.
Se adentraron en una de las grutas que conducía a una estancia gigantesca. Se notaba que
no estaba destinada a los trabajadores, pues estaba decorada en exceso con relucientes
abalorios y muebles dignos de un marqués.
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Los hombres se limitaron a esperar en la puerta mientras indicaban a los viajeros que
entrasen. Uno de ellos desapareció. Tras un rato esperando, entraron en escena dos enanos
bien arreglados. No parecían trabajar en la mina de manera directa, sino que más bien se
dedicaban a dirigir desde lo alto, sin ensuciarse las manos. Uno de ellos era de considerable
edad: sus cabellos eran de color ceniza, al igual que su larga barba, y las arrugas hacían meya
en sus facciones; aunque no se pudiera decir que fuera excesivamente viejo, sí estaba ya
entrado en edad. Su semblante era sereno y solemne, por lo que enseguida dedujeron que el
rango que ocupase debía de ser elevado en la jerarquía de su gente. El otro era más joven y se
presentaba más desaliñado y menos formal. Debía de ser el capataz. Sus cabellos eran de color
castaño y, como la gran mayoría de los enanos, su rostro no denotaba demasiada amabilidad.
- Bienvenidos viajeros – saludó el más anciano – mi nombre es Dvergar y soy el
responsable de este sector de las minas. Éste es mi hijo Harald, capataz del lugar.
El enano más mayor le echó una mirada a Kabirim y sonrió, mientras que al otro se le
endureció el semblante.
- Qué sorpresa verte por aquí, querido amigo – Kabirim se adelantó e hizo una leve
reverencia – parece que el tiempo pasado en el desierto ha amansado algo a la fiera.
- No crea – respondió por lo bajo con una sonrisa.
- ¿Terminaste ya tu entrenamiento y has decidido traer compañía contigo?
- No creo que ninguno consiga sobrevivir ni dos segundos en este lugar – rió el
hombretón.
En ese momento Roth se adelantó e hincó una de sus rodillas en el suelo en señal de
respeto hacia sus recibidores.
- Gracias por atendernos.
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El anciano centró su atención en el semielfo.
- Vuestra inesperada visita es cuanto menos intrigante. Tengo entendido que deseáis
cruzar las minas en dirección a las tierras del norte.
- Así es, venerable Dvergar. Necesitamos llegar a las montañas conocidas como los
dientes del dragón.
- Las tierras que se extienden en el norte son peligrosas y la supervivencia de los que
osan adentrarse en ellas es casi nula – apuntó el viejo pensativo - ¿cuáles son los motivos que
os empujan a arriesgar vuestras vidas de tal manera?
- El gran Maharshi nos envía.
Dvergar reaccionó de inmediato al oír el nombre del maestro de Roth. Parecía que el
hechicero era bien conocido por todos los pueblos de aquel mundo. Era de esperar, tratándose
de uno de los guerreros sagrados de la antigua cruzada.
- Era de esperar viendo a Kabirim aquí – sonrió - si el mago del desierto está detrás de
esto, debe haber una buena razón. Sin embargo, no es motivo suficiente para dejaros pasar. A
menos que conozca los detalles exactos de vuestra demanda, es difícil que pueda acceder a
vuestro ruego.
Roth suspiró con desánimo. Creyó que con sólo mencionar al maestro podrían pasar sin
más explicaciones, pero los enanos no eran tan fáciles de convencer. Esta vez no había más
remedio que decir la verdad.
- La verdad es, venerable Dvergar, que el motivo que nos lleva a las montañas del norte
es la posible existencia de un fragmento de lithoi en su interior.
Ambos enanos se sorprendieron ante las palabras del viajero.
- ¿Cómo estás tan seguro?
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- En nuestro grupo contamos con una vidente que asegura haberlo visto en su visión.
Rudy se sobresaltó al escuchar su mención. Roth la miró y con un gesto le indicó que se
acercara, pero ella no parecía demasiado por la labor. Con la cabeza gacha, miraba de reojo al
semielfo, quien parecía cada vez más enojado. Tuvo que ser Rudra quien a empujones la
sacara del grupo. A regañadientes, se adelantó y asintió con timidez.
- Eso es lo que vi… creo…
La pareja de enanos la observó cuidadosamente, haciendo que se sintiera aún más
incómoda ante la situación. Después, pasearon la vista por el resto del grupo, deteniéndose en
cada uno de ellos. Liz se encontraba algo más rezagada, oculta, pues Roth le había ordenado
evitar en la medida de lo posible delatar su identidad. Si no era necesario, deseaban omitir ese
pequeño detalle. Dvergar volvió a centrar su atención en Rudy.
- Una gitana… parece que habéis encontrado a una buena visionaria para vuestro viaje –
comentó - ¿y por qué deseáis encontrar dicho fragmento? Si no es indiscreción… - una sonrisa
picarona se dibujo en su cara.
Todos guardaron silencio. Había llegado el momento que tanto habían deseado evitar. Roth
cogió aire y se dispuso a salir al paso como pudiere.
- Como ya supondréis, sólo hay un motivo por el que desearíamos buscar los fragmentos
de lithoi.
- Ya lo imaginaba. Ese rayo en el cielo sólo podía significar una cosa – musitó
pensativo – el guerrero legendario ha regresado a esta tierra.
- En efecto – asintió Roth – y es por ello que mi maestro nos envía a recolectar los
fragmentos mágicos.
- ¿Y dónde se encuentra el guerrero?
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Roth guardó silencio un instante antes de contestar.
- Desafortunadamente, es muy peligroso para alguien tan importante viajar dadas las
circunstancias, por lo que se encuentra con mi maestro, entrenando para la batalla.
- Vaya… - murmuró con desilusión – es una pena…
- Dice bastante poco de la persona que se supone es nuestro salvador que se oculte con
el rabo entre las piernas en un lugar seguro mientras otros hacen el trabajo sucio – intervino de
pronto Harald de forma notoriamente despectiva – debe de ser un auténtico cobarde. Claro
que, después de lo bien que lo hizo su predecesor, no me extraña que se esconda.
Rudra reaccionó enfurecido y apunto estuvo de adelantarse y golpearlo en la cara, pero sus
compañeros lo detuvieron. Roth le dirigió una mirada fulminante, pero el enano apenas se
inmutó y la reacción del mago lo engrío aún más, mostrando una sonrisa medio torcida
bastante perversa. Su padre, bastante más diplomático, intervino para clamar los humos.
- Disculpad a mi hijo. No tiene demasiado tacto en el trato con desconocidos. Sin
embargo, no puedo negar que sus palabras guardan cierto grado de verdad – el enano se
mostró entristecido – la tierra llora desde sus entrañar y los animales y plantas mueren por
culpa de la plaga que asola este mundo. Puedo sentirlo desde mis adentros… el fin está
próximo… es por eso que cuesta confiar en alguien que se oculta mientras otros luchan en su
lugar.
- Tiene razón…
Una voz se alzó entre los componentes del grupo y, de entre ellos, una joven encapuchada
se adelantó al espacio donde estaba teniendo lugar la conversación ante la atónita mirada de
todos los presentes. La muchacha se acomodó sobre sus rodillas y habló a los enanos.
- Le pido mil disculpas por la intromisión, venerable Dvergar. Mi nombre es Elizabeth.
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El enano la examinó detenidamente.
- Y ¿a qué se debe tu intervención, señorita?
- Me gustaría disculparme en nombre de todos mis compañeros puesto que no hemos
sido totalmente sinceros con usted.
- ¿A no?
- Me temo que no – guardó silencio – el motivo por el que deseamos cruzar las minas es,
en efecto, el poder encontrar el fragmento de lithoi que, como ha explicado mi compañero,
creemos se encuentra en las montañas del norte. La razón por la que lo buscamos es por la
llegada del guerrero legendario.
- ¿A dónde quieres llegar niña? – dijo con impaciencia Harald.
- Lo que quiero decir es que el guerrero no se encuentra con el maestro Maharshi en
estos momentos, sino que está entre nosotros – mientras decía esas palabras, apartó la capucha
de su cabeza, descubriéndose ante todos.
- Eso pensaba yo – sonrió el anciano – por lo menos eres sincera. Eso dice mucho a tu
favor – la volvió a examinar con la mirada – tienes los mismos ojos que tu predecesor.
Harald miró a su padre desconcertado sin entender nada de lo que decía. Después observó a
la joven que se arrodillaba frente a ellos y la examinó con cautela sin mediar palabras.
- Veo que esta vez hemos recibido a una mujer – comentó Dvergar – espero que
tengamos más suerte que en anteriores ocasiones, por el bien de todos.
El otro enano seguía sin entender nada de lo que estaba pasando. De pronto su expresión
cambió, como si una bombilla se encendiera en su cabeza, y miró sorprendido a la muchacha.
- ¿Esta niña es el guerrero?
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Su compañero asintió sonriente. Para sorpresa de todos, Harald comenzó a reír a carcajada
limpia ante la mirada atónita de los viajeros, haciendo eco en toda la estancia. Tras un rato,
mientras se secaba las lágrimas de los ojos, habló en tono burlón.
- Lo que nos faltaba… éste es el salvador en el cual el mundo entero tiene sus
esperanzas puestas… una niña.
- ¡Maldito!
Rudra no pudo contenerse por más tiempo ante los insultos del enano y saltó fuera del
grupo. Sus compañeros lo sujetaron, impidiendo que llegara más lejos, aunque no porque no
llevara razón, sino por no empeorar más las cosas. A pesar de todo, éste seguía maldiciendo
desde donde se encontraba, forcejeando inútilmente con sus opresores. Roth se levantó y
extendió el brazo, bloqueando el espacio entre los enanos y el grupo. Rudra enmudeció y lo
miró colérico, pero el semielfo no parecía inmutarse ante su mirada furiosa, sin apartar sus
ojos de los dos enanos.
- Pido disculpas por el comportamiento de mi compañero – intervino Roth – es algo
tosco y le cuesta controlarse – de pronto su semblante se endureció y su voz se volvió gélida y
severa – sin embargo, agradecería que tratarais con más respeto a la dama, Harald.
Ofendiéndola a ella ofendéis a todos los de nuestra especie.
- Los problemas de los humanos no me son de interés alguno.
- No es sólo un problema de los humanos, es asunto de todas las criaturas que habitan
Ádama.
- ¡Exacto! Lo es por culpa del incompetente guerrero que no pudo derrotar a Rakshasa
cuando debía, y ahora todos pereceremos. Es por culpa de los humanos que nos encontramos
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en esta situación – Harald señaló furioso a la muchacha - ¿y me dices que esta cría va a
salvarnos a todos? ¡Paparruchas!
- Tiene razón, honorable Harald – lo interrumpió Liz para sorpresa de todos.
En ese momento se incorporó y se dirigió en el mismo tono solemne y con la misma
serenidad que lo hubiera hecho antes.
- No se puede negar la situación en la que este mundo se encuentra, como tampoco se
les puede quitar la responsabilidad a los humanos por ello. Dustin, mi predecesor, no pudo
cumplir su cometido con éxito y pagó tristemente con su propia vida – guardó silencio un
instante – yo no soy más que una chiquilla sin conocimiento alguno de cómo funciona este
mundo ni de las gentes que lo pueblan. Todavía me queda un largo camino para poder siquiera
pensar en enfrentarme a Rakshasa y, mientras tanto, las criaturas que habitan estas tierras
tienen que sufrir por culpa de la plaga que se cierne sobre ellas – levantó la mirada y sus ojos
se posaron en los del enano, llenos de fulgor y determinación – es por ello que estoy aquí hoy.
Para no cometer los mismos errores que se cometieron en el pasado. Como mis antecesores,
he jurado proteger esta tierra y librarla de la maldición que la invade, y para ello necesito
cuanta ayuda sea posible en mi empeño. Por esa razón les pido, no, les imploro que por favor
dejen a un lado sus diferencias y nos permitan cruzar las minas para poder proseguir nuestra
búsqueda y tratar de derrotar al malvado.
El discurso de Liz enmudeció a cuantos se hallaban presentes dentro o fuera de la sala y las
hubieran escuchado. Harald no pudo pensar en una contestación ante las palabras de la joven y
tras varios intentos de respuesta se resignó a guardar silencio. Dvergar, por su parte, sonreía
sin ocultar su satisfacción ante lo ocurrido.
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Aquella calma pronto se vio perturbada. Desde el exterior de la sala se oyeron murmullos,
convertidos después en gritos, que se aproximaban al lugar donde los viajeros se encontraban.
A trompicones entró un enano con peores modales que el propio Harald, pegando voces y
maldiciendo por doquier.
- ¡¿Dónde demonios está ese viejo inútil de Dvergar?! Siempre desaparece cuando más
lo necesitas, ¡recorcholis! – cuando vio al anciano, lo señaló con el dedo - ¡ahí estás,
condenado viejo! He recorrido el lugar entero en tu busca.
- ¿Cuál es el problema? Olaf, amigo mío – preguntó Dvergar sonriente a pesar de la
dureza del trato por parte del enano.
- ¿Cuál es el problema? ¡Los humanos! Ése es el problema, a todos los maldigo.
La ira de un enano era algo terrorífico de ver, y por muchas facilidades que pusieran en el
trabajo, era difícil entender cómo alguien podría desear trabajar codo con codo con algo tan
pequeño pero a la vez tan grosero. De pronto, Olaf reparó en el grupo que acompañaba en la
sala a los enanos y, con un grito de horror, señaló a la joven que se encontraba en pie frente a
ellos.
- ¡Tú! – gritó enfurecido - ¡Tú eres la culpable!
Liz miró desconcertada al enano que la acusaba y al instante cayó en la cuenta de por qué
le resultaba tan familiar. Se trataba del mismo que encontraran hará varios días en la posada
de Luke, el de los behemoths. Sin duda, sus modales no habían mejorado desde la última vez
que lo viera. El anciano lo miró extrañado.
- ¿Os conocéis?
- Ella fue la que atacó al behemoth de camino a la mina.
- ¡Yo no lo ataqué! Sólo trataba de acariciarlo.
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- ¡Paparruchas! Desde que nos cruzamos contigo, el animal no ha hecho más que dar
problemas. Es imposible tranquilizarlo y ni siquiera con pociones se relaja más de quince
minutos. ¡Has arruinado a un magnífico ejemplar!
- ¿Es eso cierto? – quiso saber Dvergar desconcertado – en verdad, es un
comportamiento extraño.
- ¡¿Qué le hiciste, bruja?!
- Yo no le hice nada, lo juro – se defendió Liz exaltada.
- ¡Mentira! Cuando te vi estabas justo a su lado con las manos extendidas, sin duda
haciéndole algo. El animal gritó horrorizado y te atacó para defenderse.
- Eso fue porque lo asustó con sus gritos. Estaba tranquilo antes de eso, incluso me dejó
que lo acariciara – Liz miró desconsolada al anciano – le estoy diciendo la verdad, venerable
Dvergar.
El enano se tomó un par de minutos para meditar sobre lo ocurrido y, al cabo de un rato,
dio su veredicto.
- Si lo que dices es cierto, y aseguras que no atacaste en ningún momento al animal, es
posible que algo distinto le ocurra al behemoth.
- ¡Pero viejo…! – bramó Olaf enfurecido.
- No obstante, no podemos dejar la situación así – se detuvo un instante antes de
proseguir – si es cierto que eres quien dices ser, es posible que puedas solucionar esto.
- ¿A qué se refiere? – preguntó Liz.
- Las criaturas mágicas son capaces de ver el alma de las personas que tienen cerca. Si
eres quien afirman, el behemoth no sentirá temor alguno ante tu presencia ¿Qué me dices,
señorita? ¿Tomarás esto a modo de prueba?
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Liz recapacitó durante unos instantes para finalmente aceptar la petición del enano.
Dvergar entonces, ordenó a todos que se reunieran en las cuadras de los behemoths. Dejaron
los carros con los caballos en la sala donde se encontraban y se encaminaron hacia los establos.
Olaf iba en cabeza, maldiciendo sin cesar en voz alta, seguido de los otros dos enanos,
quienes permanecían en silencio. Varios hombres escoltaban al grupo de viajeros, sin apartar
la mirada de aquella jovencita que aseguraba ser el guerrero venido de otro mundo. Para
cuando llegaron, el rumor se había extendido y un gran número de personas se situaban en
diferentes puntos del lugar para ver la escena.
En el interior había varios corralillos ocupados por behemoths y caballos que descansaban
plácidamente o se alimentaban. Al fondo se podían escuchar los bramidos del behemoth.
Cuando lo vio comprobó que seguía siendo tan inmenso como lo recordaba. La bestia se
encontraba amarrada por el cuello a las paredes, revolviéndose sin parar, tratando de liberarse.
Sus aullidos eran escabrosos.
Olaf se adelantó.
- ¿Ves? Parece como poseído. Es todo por tu culpa.
Liz lo miró con gran pesar. En verdad, aquel animal enfurecido en nada se parecía al
hermoso ejemplar que viera en la posada. Estaba claro que poco podría hacer para
tranquilizarlo, pero había accedido a intentarlo y no podía echarse atrás.
Dio un paso hacia el behemoth, dispuesta a acercarse, pero Rudra salió de entre la
muchedumbre y la detuvo.
- ¿Estás loca? Te va a aplastar si te acercas.
- Liz es un suicidio – intervino Rudy a su espalda.
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- Es cierto, no tienes que demostrar nada – dijo Rudra – escalaremos la montaña o
cogeremos otro camino, no importa.
Pero ella lo apartó.
- Sí que importa. Si huyo ahora, ¿qué clase de salvador se supone que soy? ¿Cuando las
cosas se pongan feas, voy a echarme atrás y correr con el rabo entre las piernas? Si es cierto
que yo soy la causante de que el pobre animal se encuentre en este estado, es mi
responsabilidad hacer algo – miró a Rudra suplicante – por favor…
En ese momento Roth se unió a la pareja y miró a Liz lleno de confianza.
- ¿Estás segura?
Asintió con calma y el semielfo le dio su aprobación con la condición de intervenir si
ocurriera algo; así que Rudra no tuvo más remedio que acceder a regañadientes y la dejó pasar.
Se acercó lentamente al encolerizado animal, el cual la miraba con recelo, mostrándose aún
más nervioso. Sintió como su corazón se aceleraba a cada paso que daba, así que trató de
tranquilizarse, pues sabía que cualquier animal responde en función de cómo se sienta la
persona, y si aumentaba su nerviosismo también lo haría el de la bestia. El behemoth adquirió
posición de defensa, clavando sus profundos y oscuros ojos en su acechador. Liz le habló
despacio y con mucha calma mientras se acercaba.
- ¿Me recuerdas? Nos vimos en el campo hace unos días. Me llamo Liz.
La bestia no pareció relajarse lo más mínimo, pero ella siguió hablando.
- Tranquilo. No voy a hacerte daño. Sólo quiero ayudarte – lo inspeccionó - ¿Por qué
estás tan nervioso?
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El behemoth no mostraba signos de tranquilizarse, sólo la miraba fijamente. Liz se centró
en esos enormes ojos que la observaban sin descanso y se sintió de nuevo sumergida en ellos,
desapareciendo todo lo demás a su alrededor. Ya sólo existían ella y el behemoth.
Con la mirada fija, se fue acercando poco a poco, cada vez más, a la bestia, la cual
permanecía casi inmóvil, observándola. Se sintió como hipnotizada por aquellos acuosos ojos,
cargados de sufrimiento y pesar. Se encontraba apenas a unos metros de distancia cuando
extendió su mano en dirección al animal. A su espalda todos observaban la escena,
estupefactos. Tanto Roth como Rudra permanecían alerta ante cualquier respuesta violenta del
animal; sin embargo, éste permanecía en el mismo lugar, emitiendo quejidos, pero sin mostrar
una actitud amenazadora.
Cuando estaba a punto de tocarlo vaciló un instante, pero finalmente posó su mano en la
trompa del behemoth. Al hacerlo, sintió un pinchazo proveniente de debajo de su brazo. Se
llevó la mano al lugar que dolía y comprobó que no tenía nada, pero el dolor le decía lo
contrario. En ese momento la bestia gimió desamparada ante la mirada atónita de los presentes.
Entonces Liz pensó que tal vez....
Lentamente fue recorriendo con la mirada al enorme animal que tenía frente a ella y, con la
mano aún bajo el brazo, se colocó frente al punto exacto al que correspondería el mismo lugar
en aquel enorme cuerpo. De inmediato informó a gritos al grupo.
- ¡Está herido!
- ¿Cómo? – preguntó Rudra.
- ¡Que está herido! Tiene una estaca clavada bajo de una de las patas. Necesito sacarla.
Olaf enseguida arremetió verbalmente contra la joven.
- ¡Eso es imposible! Cuando lo encontramos, lo examinamos de arriba abajo.
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- Debió de suceder en la posada. Recuerdo que estaba atado a varios postes. Al
romperlos, debió de desprenderse un trozo y clavársele.
- Pero… eso es…
- Dejemos la discusión para luego – zanjó nerviosa - necesito ayuda para sacarle la
estaca, la herida parece estar infectada y está sufriendo mucho.
Liz se situó de nuevo frente al animal.
- Escúchame bien, necesito que te quedes muy quieto. Voy a sacarte lo que te está
haciendo daño. Te va a doler un poco, pero después te aseguro que se te pasará.
El animal permaneció inmóvil, emitiendo leves quejidos mientras la joven volvía de nuevo
al lugar donde se encontraba la estaca clavada. Muy despacio, posó sus manos alrededor del
madero y se dispuso a sacarlo, pero apenas había agarrado el palo cuando el behemoth,
invadido por el dolor, comenzó a zarandearse, golpeando a la joven con su trompa, quien salió
despedida contra la pared. Varios de sus compañeros corrieron en su ayuda mientras el resto
trataba de retener a la bestia encolerizada. Rudra y Roth ayudaron a Liz a levantarse.
- ¿Estás bien? – preguntó Rudra, quien llegó primero.
- Sí… - dijo ella dolorida - necesito que se esté quieto, sino no podré sacarla.
- Pero estás herida – Rudra señaló su brazo.
- Esto no es nada comparado con la suya. Tenemos que hacer algo – los ojos suplicantes
de la muchachas consiguieron convencer al muchacho.
- Muy bien, pero ¿cómo lo hacemos?
- La poción – intervino Roth – podemos atontarlo con alguna poción. Después nosotros
lo distraeremos y Liz sacará la estaca.
- Puede funcionar – respaldó Rudra - ¡eh tú! Enano gruñón – llamó dirigiéndose a Olaf.
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- ¡¿Qué has dicho?!
- Necesitamos que le eches uno de esos mejunjes tuyos para que se relaje.
- ¿El qué?
- Ya sabes, una poción de esas.
Lo miró sorprendido. De mala gana, sacó un frasco de su zurrón y esparció su contenido
frente al animal enfurecido. Éste, tras inspirar un poco, comenzó a tambalearse. En ese
momento Rudra y Roth saltaron frente a la criatura, tratando de captar su atención. Cuando el
behemoth pareció estar lo suficientemente centrado en ellos, Liz corrió hacia el lugar donde se
encontraba la estaca y la agarró con fuerza, tirando de ella. El behemoth, confundido y
dolorido, comenzó a dar tumbos y lanzar golpes con su trompa por doquier, sin saber muy
bien a qué atacar.
Liz se vio elevada por los aires mientras el animal saltaba sin cesar. Aún agarrada a la
estaca, suspendida en el aire, trepó como pudo y apoyó sus pies en el cuerpo de la bestia,
tirando con todas sus fuerzas. Por fin consiguió arrancar el trozo de madera, cayendo de
espaldas contra el suelo. Si no hubiera sido por que todo el recinto estaba cubierto de heno, la
caída habría sido fatal.
El behemoth pareció tranquilizarse una vez que la estaca salió de su cuerpo y, cansado, se
tendió sobre un montón de paja entre lloros. Liz se arrastró hacia donde se encontraba el
animal, situándose frente a la herida sangrante y supurante, y posó sus manos sobre ella. Un
calor verdoso comenzó a emanar de ellas y, poco a poco, la sangre cesó y la infección fue
desapareciendo alrededor de la llaga. El behemoth fue calmándose a medida que sanaba y, al
cabo de un rato, ya estaba completamente cerrada.
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- Siento haberte hecho daño – se disculpó exhausta - ya no te dolerá más; por fin puedes
descansar tranquilo.
El behemoth, también agotado, acercó su trompa a la muchacha y una larga lengua
apareció en su extremo, lamiendo su cara entera a modo de agradecimiento. Los presentes
rieron ante la escena y por fin todo volvió a la normalidad.
Varios hombres se dirigieron al animal para darle la asistencia necesaria mientras que los
compañeros de Liz corrieron a su lado para ayudarla. Cavi se encargó de curar sus heridas,
aunque para sorpresa de todos, a pesar de haber sido lanzada varias veces, apenas tenía un par
de rasguños y ya casi habían sanado. Olaf se encargó de dispersar a la enorme multitud que se
había reunido alrededor de los establos, siendo enviados a sus puestos de nuevo.
Una vez controlada la situación, el enano se acercó a donde la joven se encontraba. Los
viajeros lo observaban con curiosidad mientras se iba acercando, tratando de pasar
desapercibido, de manera remolona. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sostuvo su gorro
con las manos, dejando ver una brillante calva en la parte superior de su cabeza, y miró de
soslayo a la joven.
- Esto… bueno… parece que la cosa se ha solucionado…
Todos lo miraban intrigados mientras él evitaba sus miradas, jugueteando con el gorro
entre sus manos.
- ¿Quién iba a imaginar que tendría una estaca en semejante lugar?
- Si no hubiera sido por Liz, podría haberse muerto por la infección – le restregó Rudra
algo molesto.
- Si no hubiese sido por ella, tampoco se habría clavado la dichosa estaca – gruñó.
- ¡¿Qué has dicho?! – Rudra se levantó enojado mientras sus compañeros lo sujetaban.
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- Tiene razón – les interrumpió Liz – pido disculpas.
El enano atónito, asintió y se marchó por donde había venido. Rudra la miró enojado.
- ¿Por qué le das la razón?
- Porque la tiene. Además, no sirve de nada discutir sobre algo que ya ha pasado.
Trató de levantarse, pero sus piernas no parecían dispuestas a dejarla hacerlo sola, así que
las hermanas la ayudaron. En ese momento se oyó una voz entre la multitud,
- ¡Eh, niña!
Liz levantó la vista y pudo ver a Olaf al fondo de la cuadra a punto de marcharse.
- Buen trabajo.
Y dicho eso, desapareció. Todos mantuvieron la mirada clavada en la salida de la cuadra a
pesar de no haber a nadie a quien mirar. Dvergar y Harald se acercaron al grupo.
- Es su forma de darte las gracias – sonrió Dvergar.
Liz miró al anciano y le devolvió la sonrisa.
- Bueno, creo que le debemos un favor a nuestros amigos con lo que acaba de pasar,
¿estás de acuerdo, mi querido Harald?
Harald miró a su padre con resignación mientras asentía. Poco podía rebatir al respecto a
pesar de no gustarle nada la idea de estar en deuda con humanos.
- Creo entonces, que lo mejor que podemos hacer para pagarles es dejar que prosigan su
camino hacia el norte, ¿no te parece?
De nuevo, sin articular palabra, asintió con la cabeza gacha y se alejó del grupo. Dvergar lo
siguió con la mirada sonriente mientras se perdía entre la gente en el interior de la mina.
- Disculpad a mi hijo. No es que tenga nada en vuestra contra. Simplemente le cuesta
tratar con los humanos fuera de los negocios, además les guarda rencor por llevarse a su
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hermano de su lado… – Dvergar alzó a vista, perdiéndose entre sus recuerdos – hubo un
tiempo en que las cosas eran diferentes. Los enanos y los humanos creamos una alianza y nos
unimos en la lucha – la mirada del anciano se llenó de tristeza – sin embargo, las cosas no
terminaron como esperábamos.
En ese momento entraron en la cuadra un grupo de hombres, que pidieron a los viajeros
que los acompañaran. El enano se despidió de ellos en aquel lugar, deseándoles buena suerte
en el viaje y prosiguiendo su camino hasta perderse de vista en aquel laberinto.
El grupo fue conducido por diferentes túneles y niveles de la mina. Cada vez que se
topaban con los trabajadores, un enorme revuelo comenzaba y más de uno se acercaba al
grupo para observar de cerca a sus integrantes, acompañados por vitoreos de cuando en
cuando. Por fin llegaron a lo que parecía una enorme explanada en mitad de aquella tremenda
cueva subterránea. Allí aguardaban sus caballos y sus carros, custodiados por varios
trabajadores. Harald se encontraba en el lugar supervisando todo y cuando los vio llegar, se
adelantó para explicarles la situación.
- Estamos en el extremo más al norte de la mina. A partir este punto no encontraréis
mineros ni nada por el estilo, sólo túneles. Deberéis seguir el camino desde aquí. No tiene
pérdida. Seguid el túnel principal, no os desviéis hacia los más pequeños, permaneced en el
más grande. Tardaréis aproximadamente un día en llegar al otro lado. Os sugiero que no os
detengáis en vuestro avance.
Se volvió hacia sus hombres y comenzaron la retirada. Justo antes de desaparecer, se volvió
hacia los viajeros.
- Una cosa más. No hagáis más ruido del necesario ni llaméis la atención mientras estéis
en los túneles. No querréis despertar a las criaturas de las profundidades.
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Y sin más explicaciones se marchó.
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EN LA MIRA DEL ENEMIGO
Llevaban varias horas caminando por aquel oscuro laberinto subterráneo. Tal y como
Harald les aconsejara, llevaban una sola lámpara para alumbrar el camino, cuya tenue luz
apenas servía para atisbar las paredes. El trayecto había sido bastante tranquilo, sin tener que
desviarse apenas.
Siguiendo la misma rutina que habían llevado durante todo el viaje, descansaron por turnos,
alternando las guardias. También evitaron hacer más ruido del necesario, por si las moscas.
A pesar de llevar caminando largo y tendido, el túnel parecía no tener fin; ni siquiera se veía
una gota de claridad en aquel lugar y el aire cada vez se hacía más denso. Más de uno se
planteó si realmente los enanos les habían dejado cruzar la mina o, por el contrario, los habían
conducido a una trampa mortal.
Habían perdido totalmente la noción del tiempo e ignoraban cuanto habían estado vagando,
pero parecían semanas. De pronto, el carro que se encontraba en cabeza se detuvo.
- ¿Qué pasa? – preguntó Roth.
- Tenemos un problema – señaló Rudy.
Roth se adelantó adonde estaba la gitana para ver qué sucedía y cuando llegó, entendió la
razón de su parada.
- Vaya… esto complica las cosas.
Liz, que se encontraba en el interior del carruaje junto con Rudra y Seth, se asomó al
exterior. Frente a ellos se abrían dos enormes boquetes en la pared, ambos de iguales
dimensiones, haciendo difícil diferenciar entre el camino principal y el que no lo era. Tras un
rato discutiendo sobre qué camino tomar, no se pudo llegar a ningún acuerdo, pues cada uno
tenía una opinión distinta.
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- ¡Ey! Kabi – gritó Rudra - ¿No tienes idea tú del camino? Tú vivías aquí, ¿no?
- No tengo ni idea. Jamás he pisado estas tierras hasta hoy.
- Pero conocías al viejo.
- Dvergar es el líder de los enanos, todos lo que trabajen para ellos lo conocen. Aunque
su residencia está aquí, viaja a las otras minas para inspeccionar el trabajo y reunirse con otros
de los suyos. Yo solía vivir en las minas del oeste, muy lejos de aquí, y además jamás llegué a
trabajar en los túneles, sino en la extracción y limpieza de minerales. Estoy tan perdido como
vosotros…
- Bueno, y entonces ¿qué hacemos?
- ¿Por qué no le pedimos a Rudy que decida el camino? Es vidente ¿no? – sugirió Seth.
- ¿Qué? – se sorprendió ella – no es así como funciona – añadió enojada.
- Espera – intervino Rudra – puede que funcione.
- ¿Os habéis vuelto locos? – Rudy cada vez estaba más nerviosa.
- No, lo digo en serio, ya nos has ayudado a encontrar el camino antes.
- Pero eso es diferente… yo… ¿y si me equivoco?
- No lo harás - Liz estrechó sus manos con fuerza mientras sonreía – tengo plena
confianza en ti, sé que escogerás el camino correcto.
Rudy la miró aún con dudas, mas poco podía hacer para resistirse a aquellos optimistas
ojos. Miró al resto del grupo y vio en sus rostros diferentes emociones: duda, resignación,
confianza, incertidumbre… Observó el rostro de Liz en último lugar, lleno de determinación y
confianza, y cerró los ojos. Sabía que el destino de todo el grupo dependía de ella ahora, y eso
hacía que se sintiera aún más insegura. Si se equivocaba…
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Respiró hondo y trató de concentrarse, sosteniendo aún las manos de la joven. Dejó que su
mente se sumergiera en aquella oscuridad, tratando de encontrar la salida adecuada. Comenzó
a flotar en el aire, avanzando a gran velocidad entre las impenetrables paredes, más y más
lejos. De pronto atisbó a lo lejos un leve resplandor, sintiendo como si un imán la atrajera,
más cercana a cada segundo que pasaba. En un instante fue envuelta por la luz y al siguiente
se vio impulsada de nuevo en dirección contraria, repelida a una velocidad pasmosa, hasta
acabar en el mismo lugar desde el que había empezado.
Abrió los ojos sobresaltada, como si despertase repentinamente de un sueño, y apuntó al
camino de la derecha.
- Por allí – señaló con la respiración entrecortada.
- ¿Estás segura? – preguntó Roth.
Asintió aún fatigada. Todo el grupo se puso en marcha por el camino que había señalado.
Marcharon de la misma manera que lo habían hecho con anterioridad durante largo rato,
haciendo turnos de manera continuada.
El tiempo transcurría mientras que el avance parecía nulo, sin volver a toparse con túneles
secundarios, sólo pared y más pared. Después de lo que parecía una eternidad, Kabirim no
pudo aguantar más.
- Maldición, ¿es que nunca vamos a llegar a la salida?
Todos guardaron silencio.
- ¿Estás segura de que éste es el camino? – preguntó Roth.
Rudy asintió dubitativa. A pesar creerlo con seguridad al principio, después de tanto vagar
había empezado a dudarlo, pero Liz no había perdido su fe en ella.
- Si Rudy dice que es por aquí, tenemos que seguir adelante.
350
- ¿Y si no es éste el camino? – dudó Kabirim algo enojado.
- Lo es – afirmó Liz.
- ¿Y cómo lo sabes? ¿Por qué estás tan segura? Ni siquiera la gitana lo está.
Liz miró a Rudy, quien permanecía con la cabeza gacha y sin añadir palabra alguna. Por
mucho que quisiera compartir la misma confianza que tenía Liz en ella, no estaba tan
convencida de sus habilidades como vidente. Después de todo, nunca antes había conseguido
tener visiones hasta la aparición de la muchacha, a pesar de ser proveniente de un linaje de
visionarios, y las dudas del resto de viajeros no ayudaban para alimentar su autoconfianza.
- ¡Demonios! Deberíamos dar la vuelta y coger el otro camino.
- De nada sirve dar la vuelta ahora, tardaríamos una eternidad – comentó Roth con
desánimo.
- ¿Y sugieres que sigamos por este camino hasta que nos quedemos sin agua y alimentos?
- ¿Qué otra cosa podemos hacer? – se quejó Rudra malhumorado – tampoco sabemos si
el otro camino es el adecuado.
- Pues volvemos y les decimos que nos den un mapa.
- Imposible, no podemos volver atrás, nos retrasaría de sobremanera.
- ¿Retrasarnos? – la paciencia de Kabirim había llegado a su fin - ¡estamos perdidos en
este maldito laberinto sin saber a donde demonios nos dirigimos! ¡No me vengas con
estupideces de retrasos! Es peor no salir nunca. Vosotros no tenéis ni idea de lo fácil que es
perderse en estos túneles. ¡Infinidad de trabajadores han desaparecido sin ser encontrados!
- No levantes la voz – pidió Roth calmado.
- ¿Qué no levante la voz? ¡¿Qué no levante la voz?!
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El hombretón estaba perdiendo los estribos a cada segundo, y no era de extrañar. Todos
estaban agotados y la respiración se hacía cada vez más costosa, fatigándolos aún más.
Apenas había oxígeno y la llama que alumbraba el camino ya casi se había extinguido.
- ¡Relájate, ¿quieres?! – ordenó Rudra también nervioso – vamos a seguir adelante y
punto. Tarde o temprano encontraremos una salida.
- ¡Seguirás tú! Yo me vuelvo – gruñó Kabirim.
- ¿Cómo dices? – Roth se bloqueo en su avance, deteniéndose todo el grupo.
- Que me piro.
- No puedes hacer eso. Tu misión es escoltar a la heredera en la búsqueda de los
fragmentos de lithoi.
- ¡Al carajo la misión! Una cosa es morir luchando con honor y otra muy distinta es
hacerlo inútilmente es este podrido agujero. No me marché de las minas para acabar enterrado
en una.
- Kabirim, cálmate, por favor – le pidió Enoch a su lado.
Éste lo apartó de un empujón ante la mirada atónita de todos. Había llegado a su límite.
- ¡He dicho que me voy! Vosotros podéis moriros aquí abajo si queréis. El que quiera
venirse conmigo está a tiempo.
- No digas tonterías – dijo Roth – nadie se…
Miró a su alrededor y vio con asombro los extenuados rostros de sus compañeros. En sus
ojos apenas se veían ya ganas de luchar.
- Roth… - intervino Cavi cabizbajo – ¿y si tiene razón? ¿Y si éste no es el camino y
morimos aquí abajo?
- Cavi – Rudra lo miró sorprendido - ¿qué estás diciendo?
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- Yo… no sé…
De pronto un extraño ruido se percibió en la distancia. Nadie se percató de ello excepto
Roth, quien les mandó callar. El ser semielfo tenía sus ventajas y sus sentidos eran más
agudos que los de los humanos normales. Todos lo miraron desconcertados.
- ¡No te hagas el jefe y nos mandes callar a los demás, maldito mestizo! – gritó Kabirim
enfurecido.
- ¡Silencio! – ordenó.
Todos enmudecieron ante la reacción del semielfo. Otro crujido retumbó en el túnel, ésta
vez algo más alto, siendo audible para todos.
- ¿Qué sucede? – susurró Rudra.
- Hay algo cerca – musitó Roth también en voz casi inaudible.
Mientras permanecían callados, intentando situar la procedencia del eco, la luz que había
alumbrado todo el camino se extinguió al terminarse la vela. Rudy mandó a Seth buscar
alguna otra en el interior del carro.
En ese momento se volvió a escuchar otro crujido, acompañado de un sonido extraño,
como si algo se arrastrara. Seguían sin saber de donde provenía, pero cada vez era más intenso
y ahora incluso se podían oír lo que parecían pequeñas pisadas por las paredes. La tensión fue
en aumento mientras el grupo proseguía paralizado, sin saber qué hacer.
Por fin apareció Seth con una vela de repuesto. Liz hizo uso de su magia para encenderla
y en el mismo instante en que el fuego tocó la mecha, iluminando el lugar, la joven pegó un
grito horrorizada, dejando caer la lámpara, que se rompió en mil pedazos. Nadie más que ella
tuvo apenas tiempo para ver que en la pared había una pequeña criatura verdosa de ojos
saltones color malva y afilados dientes. Ante el grito de la joven, la bestia soltó un agudo y
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terrorífico chillido que retumbó por toda la estancia. Llevada por el instinto, Rudy zarandeó
las riendas, comenzando la huída al frente a toda velocidad, y automáticamente el resto de
caballos comenzaron a correr despavoridos por el túnel.
La gruta se lleno de gritos horripilantes procedentes de un millar de pequeños monstruitos
que habían infestado tanto las paredes como el suelo. Roth lanzaba flechas en llamas por
doquier mientras que el resto de los magos, incluida Liz, combatían con conjuros, derribando
a gran número de bichejos. Los destellos de la magia permitían a Vlad y Rudra atacar con la
espada a cuantas bestias se acercaban lo suficiente a los carros como para acertarlas.
Algo los distrajo de pronto de la batalla
- ¡Allí! ¡La salida! – gritó Rudy.
Miraron al frente y atisbaron una tenue luz al final de túnel, así que con nuevas energías
azotaron fuerte a los equinos mientras seguían siendo atacados por las diminutas criaturas,
hasta atravesar por fin la salida, dejando atrás el laberinto subterráneo y a sus escalofriantes
habitantes, los cuales no cruzaron el umbral del túnel.
A pesar de ello, el grupo no detuvo su avance hasta que perdieran de vista la salida, aún
extasiados por lo sucedido. Estaba oscureciendo en el exterior y se temían que aquellos seres
osasen abandonar la cueva durante la noche para buscarlos.
Más de uno seguía teniendo el pulso acelerado cuando se detuvieron para descansar y
comer, no sin antes felicitar a Rudy por haber escogido el camino correcto. Kabirim se llevó
un buen escarmiento por la escenita que había montado atrayendo a aquellas bestias con sus
gritos y poniendo la vida de todos en peligro. No se le volvió a oír demasiado después de
aquello.
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Tras un corto descanso, volvieron a ponerse en marcha, esta vez iluminados por la luna y
varias antorchas. Con suerte, aquellos asquerosos bichos no saldrían en su busca. Liz,
exhausta, decidió descansar junto con Rudy durante el primer turno. En apenas unos segundo,
cayeron rendidas en los brazos de Morfeo.
Allá a lo lejos, entre la espesa niebla, una mancha color celeste se deslizaba entre las
sombras, ondeante por el viento. Bajo aquel claro manto, una gran bestia de negro pelaje
corría sin descanso, huyendo de sus perseguidores. En la distancia, un grupo de descomunales
animales seguían de cerca el rastro del felino. A cada paso la pantera frotaba la túnica que
llevaba, cuya esencia era captada en árboles y matorrales por los rastreadores. La persecución
parecía no tener fin, pero algo hizo que las fieras se detuvieran. Olisquearon el aire y, entre
rugidos, dieron media vuelta, corriendo en dirección contraria a la que lo habían estado
haciendo. La bestia negra, horrorizada, se detuvo tras percibir el repentino cambio en sus
perseguidores. Al instante, dejó caer la túnica que llevaba entre sus dientes y comenzó la
carrera hasta perderse de nuevo entre la niebla.
Liz se levantó sobresaltada, con la respiración entrecortada y empapada en sudor. Rudy, a
su lado, se despertó tras escucharla y se asustó al verla en tal estado.
- ¿Qué sucede?
No respondió. Parecía confusa y paseaba la mirada de un lado a otro con la cabeza gacha.
De pronto miró al frente y salió del carro mientras llamaba a gritos a Dhyana. Ésta, que se
encontraba en el otro transporte, se asomó al oír su nombre. Liz bajó de un salto al suelo ante
la mirada atónita de todos, obligando a que detuvieran el avance. Corrió hacia la criada y
agarró a la doncella por los hombros.
- La ropa… - balbuceó casi sin aliento.
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- ¿Qué?
- La ropa… en el palacio… dijiste que había desaparecido mi ropa… ¿recuerdas
exactamente el qué?
Necesitó unos segundos para entender a qué se refería la muchacha. Tras un instante
recapacitando, recordó aquel suceso.
- Creo que fueron algo de ropa interior sin lavar y unas camisetas…
Liz bajó la mirada decepcionada y, tratando de serenarse, se dio media vuelta en dirección
al carruaje.
- ¡Ah! Y una túnica.
Se detuvo en seco.
- ¿Cómo?
- También desapareció una túnica.
Tragó saliva.
- ¿De qué color?
- ¿Qué importa eso? – dijo Rudy.
- Celeste – respondió la criada – lo recuerdo porque la cubrí con ella mientras dormía.
La joven se llevó las manos a la cabeza.
- Akehiya… - murmuró.
- ¿La pantera? ¿Qué ocurre con ella? – quiso saber Rudra, quien se había situado junto
las muchachas.
- Las ropas no desaparecieron, fue Akehiya quien las cogió.
Todos la miraron con incertidumbre ante tal afirmación.
- ¿Y por qué haría algo así? – preguntó Rudy a su lado.
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- Para atraer al enemigo.
- ¿Qué has dicho? – intervino Roth.
- Lo he visto… la razón por la que no nos hemos topado con ningún kinay… la razón
por la que Akehiya desapareció… fue para protegernos…
En ese momento se tambaleó y Rudy tuvo que sostenerla para que no perdiese el equilibrio.
Al entrar en contacto, la gitana sintió como la respiración le fallaba y entró en trance,
tornándosele los ojos de color blanco. En su visión vio a Akehiya en el palacio, antes de
desaparecer. El animal percibió algo en el exterior y comenzó a sentirse intranquilo. Por la
noche, mientras Liz dormía, cogió algo de ropa sucia entre sus fauces y se acercó a la cama,
donde la joven descansaba plácidamente. Tras impregnar de su esencia la túnica que tendía
sobre las sábanas, la agarró junto a las otras ropas y desapareció en la noche. En el momento
en que abandonara el oasis, un grupo de bestias comenzaron su persecución, convencidos de
que rastreaban a su objetivo. El animal corrió hacia el norte, alejando a los kinays del oasis.
Pero de pronto, tras varias jornadas de persecución, algo hizo que sus acechadores se
detuvieran, cambiando el rumbo y dirigiéndose hacia el sur, en dirección a Amentis.
Tras ver esa última escena, Rudy volvió a la normalidad, recuperando de nuevo su habitual
color. Aún con cierta dificultad para respirar, les explicó a todos con pelos y señales lo que
había visto.
Durante un rato sólo hubo silencio.
- Así que el gatito no se había marchado a vivir una vida feliz con su familia… -
comentó Rudra.
- Parece ser que advirtió la presencia del enemigo y trató de despistarlos por su cuenta –
añadió Roth meditativo – debido a la barrera del maestro, los kinays no pueden entrar en el
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oasis, por lo que debieron de rondar por el desierto, a la espera de que Liz abandonara el lugar.
Debió de captar su esencia y por eso cogió las ropas empapadas con el olor de la heredera,
para que los kinays la siguieran y así alejarlos de su verdadero objetivo.
Liz, acongojada, pensó en su fiel amiga y deseó que estuviera a salvo.
- El problema es que ya no la siguen – apuntó Rudy – no sé por qué, pero cambiaron de
rumbo y se dirigen hacia nosotros.
- Entonces debemos darnos prisa y encontrar el lithoi antes de que lleguen – dijo Rudra.
- Aún llevamos mucha ventaja. No podrán atravesar las minas como hicimos nosotros,
por lo que tardarán bastante en llegar hasta aquí – señaló Cavi.
- Aún así el tiempo apremia. No sabemos cuando exactamente ocurrió la visión.
Tenemos que darnos prisa y llegar a las montañas del norte cuanto antes.
Todos parecieron estar de acuerdo con la idea de Roth, por lo que en cuanto volvieron a sus
puestos, prosiguieron la marcha hacia el norte.
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LAS TIERRAS OLVIDADAS
Habían pasado varias horas desde que comenzaran de nuevo la marcha y no había ni rastro
de perseguidores por el momento. Aún era de noche y todavía no parecía que fuese a aclarar.
Al encontrarse más alejados de Kalapa, la luz del sol llegaba con mayor dificultad y el día
duraba menos. También era palpable en el ambiente el cambio de temperatura, haciendo algo
más de frío en aquella mitad del país, por lo que era necesario abrigarse más. Poco se podía
ver de los alrededores más que el brillo de las estrellas en el cielo.
Liz y Rudy se encontraban a las riendas del carro, mientras Vlad y Seth descansaban.
Rudra también estaba en el interior durmiendo, y Roth y Dwija hacían guardia en el frente de
la caravana a caballo. Las chicas charlaban entre ellas con el fin de no quedarse dormidas; sin
embargo, para Liz estaba siendo una verdadera lucha y de cuando en cuando cabeceaba,
dejándose vencer finalmente por el sueño y el frescor.
Cuando despertó el día ya había amanecido y la temperatura era algo más agradable.
Observó con asombro aquel abrupto paraje, lleno de montañas y mesetas invadiendo cada
rincón, poblados por pinares en algunas zonas, o simplemente lleno de rocas. Era una imagen
bien diferente a lo que Liz había visto desde que llegara a Ádama, comprobando que cada
reino poseía características singulares. Sin embargo, había algo en aquella tierra que resultaba
desconcertante, y no era la única en sentirse así; todos parecían incómodos en aquel lugar, sin
llegar a saber con exactitud que era eso que tanto les preocupaba.
A lo lejos pudieron atisbar un poblado, así que se dirigieron hacia él, pues los animales
necesitaban descansar y ser alimentados. Cuanto más se acercaban, aquella sensación de que
algo no iba bien se iba acrecentando.
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Tras entrar en la aldea, se dirigieron a lo que parecía la posada del lugar. Roth y sus dos
compañeros se adentraron en el interior del edificio mientras el resto esperaba en la caravana.
Rudra se acercó a las jóvenes algo preocupado.
- ¿Os habéis dado cuenta? – susurró.
- ¿De qué? – preguntó Rudy.
- Algo no anda bien en este lugar – intervino Liz incómoda.
- Exacto… desde que cruzamos las montañas no nos hemos cruzado con ni una sola
persona por los caminos.
- ¡Es verdad! – señaló Seth a espaldas de ellos – no lo había pensado.
- Y no sólo eso – musitó Rudra meditativo – en los campos tampoco se ven animales…
es muy extraño.
- Ahora que lo dices – añadió Rudy - ¿dónde están las personas de la aldea? No se ve a
nadie por aquí.
Miraron a su alrededor y comprobaron que efectivamente la gitana tenía razón. No había
nadie por los alrededores. Ni mujeres comprando en las tiendas, ni niños correteando por las
calles, ni animales perros deambulando por el lugar. Todo estaba silencioso y demasiado
tranquilo.
Los tres semielfos salieron de la posada con los rostros desencajados.
- ¿Qué sucede? – quiso saber Rudra.
- No hay nadie… - respondió Roth horrorizado – hemos inspeccionado el lugar de arriba
a abajo y no hemos encontrado a ni una sola persona… Todo parece estar en su lugar y no hay
signos de batalla… Es como si se los hubiera tragado la tierra.
- ¡¿Pero cómo es eso posible?! – exclamó Rudy.
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- No tengo ni idea, pero lo mejor que podemos hacer es alimentar a los caballos y
marcharnos cuanto antes.
- Estoy de acuerdo, no estoy dispuesto a quedarme para descubrir lo que pasa – comentó
Rudra apresurado.
Liberaron a los caballos de los carros, proporcionándoles agua y comida mientras ellos
mismos se alimentaban a toda prisa. El tiempo apremiaba y deseaban pasar en aquel pueblo
fantasma lo menos posible.
Tan rápido como pudieron, se abastecieron de víveres y se dispusieron a emprender la
marcha de nuevo; sin embargo, algo los detuvo. En la lejanía se escuchó un ruido que jamás
ninguno de ellos había escuchado, poniéndoles a todos los pelos de punta. No sabían qué era
ni de donde procedía; no obstante, cada vez se antojaba más cercano.
En apenas un instante, aquel sonido de ultratumba se hizo ensordecedor, obligando a cada
uno a taparse los oídos en un intento por escapar del dolor producido. Los animales
enloquecieron aterrorizados, forcejeando para salir a la carrera de aquel lugar. Rudra agarró a
Silver con todas sus fuerzas, tratando de calmarlo, pero resultaba casi imposible.
Uno de los caballos se encabritó, elevando sus patas delanteras del suelo y golpeando el
poste que lo tenía preso, liberándose así de la cuerda que lo sujetaba y escapando despavorido
ante la mirada atónita de todos. Algunos de los integrantes del grupo corrieron tras él, tratando
de darle alcance, pero se alejaba a gran velocidad y era imposible atraparlo.
En ese momento el chillido se hizo estridente y de la nada apareció un inmenso reptil
volador de color pardo grisáceo que se lanzó contra el equino, clavándole lo que parecía una
enorme cola en mitad del lomo. El animal se desplomó en el suelo mientras su atacante se
elevaba por el aire, preparándose para una segunda envestida. El pobre caballo trató de
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levantarse, aturdido por el veneno del reptil, pero éste cayó de nuevo sobre él, clavándole sus
garran e introduciendo de nuevo el aguijón de su cola en su cuerpo. Así, dejó de moverse al
fin, y el predador, victorioso, expulsó de su garganta un rugido agudo más espeluznante que
los anteriores. Acto seguido, a lo lejos, se escucharon varios chillidos en respuesta al del
monstruo, apareciendo en escena otros dos ejemplares de menor tamaño.
Observaron horrorizados como los recién llegados despedazaban al caballo con sus afilados
dientes, empapándose con su sangre mientras trituraban entre sus fuertes mandíbulas la carne
del animal. Tras comprender que era demasiado tarde para salvarlo, trataron de retroceder en
silencio para no llamar la atención de las bestias asesinas que se encontraban a poca distancia
de ellos. Sin embargo, el ejemplar más grande los miró con sus enormes ojos rojos y tras
mostrar una horripilante mueca, parecida a lo que sería la más malévola de las sonrisas en un
ser humano, emitió otro chillido hacia el cielo. Sus dos compañeros levantaron la vista y
miraron al grupo de humanos durante un instante, sin apenas interés, para continuar con su
festín a los pocos segundos, pensando éstos que tal vez estarían satisfechos con la comida. Por
desgracia, lo peor aún estaba por llegar.
A su espalda escucharon una serie de silbidos, acompañados de cascabeleos, que se
aproximaban a ellos. Tras volverse, vieron con horror como de todos los rincones aparecían
enormes serpientes con patas arrastrándose hacia donde se encontraban. Estos reptiles eran
diferentes a los anteriores, más repugnantes aún si cabía decirse: totalmente
desproporcionados, con enormes cuerpos y dos patitas minúsculas en mitad que les permitían
andar con dificultad, arrastrando una larguísima cola terminada en cascabel. Se acercaban con
sigilo, guardando las distancias mientras agitaban sus lenguas bífidas, emitiendo un siseo que
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ponía los pelos de punta. El grupo se preparó para el ataque, poniendo a cubierto a los caballos
y las mujeres, junto con Seth. Rudy se encargaría de defenderlos en caso de necesidad.
Esperaron expectantes a que las serpientes atacaran, mas éstas permanecían a la espera,
acechando desde la distancia. Al centrar su atención en ellas, no vieron venir el proyectil que
impactó desde el cielo contra uno de los carros, rasgando la tela superior que protegía el
interior. Entonces comprendieron que el ataque no vendría desde el suelo sino desde arriba.
Como por arte de magia habían aparecido media docena de reptiles voladores, además de los
tres presentes, que surcaban los cielos entre gritos dispuestos a disfrutar de un suculento
bocado. Inmediatamente comenzó la batalla.
Roth lanzaba flechas de fuego a los voladores, mientras que Sadhu golpeaba con sus brazos
desnudos a las repulsivas serpientes que, aprovechando la distracción del grupo, se acercaban
a los caballos lanzando mordiscos al aire. Rudra y Vlad custodiaban el carro en el que se
encontraban Dhyana, Sephira, Liz, Rudy y Seth, y el resto atacaban a toda aquella criatura que
osara acercarse con sus armas y conjuros.
A pesar de que la formación del grupo era infranqueable, el número de enemigos era un
gran inconveniente, y encima atacaban desde el aire, lanzando sus enormes aguijones contra
sus presas, además de usar sus garras para atacar. Eran tan veloces que resultaba difícil
atinarles y la presión de los ataques en tierras tampoco ayudaba.
En un descuido, Cavi resultó herido por uno de los agujones, desplomándose en el suelo
invadido por el dolor. Las serpientes trataron de abalanzarse sobre él, pero Sadhu lo protegió
con sus puños mientras Enoch los lanzaba por los aires con su magia. Cavi no era el único con
problemas. Rudra y Vlad habían sido víctimas de varios zarpazos y el olor de su sangre había
enloquecido aún más a los reptiles, que arremetían sin descanso contra ellos. Roth intentaba
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respaldarlos; sin embargo, los ataques se volvían cada vez más violentos y feroces, haciéndose
difícil incluso defenderse uno mismo. Rudy se había unido a la batalla, lanzando espadazos a
los monstruos desde uno de los extremos del carro, protegiendo a los que se encontraban en su
interior, pero las cosas no pintaban bien y Liz decidió hacer algo al respecto.
Saltó al exterior, y en cuando la gitana la vio gritó su nombre horrorizada. Liz hizo caso
omiso y cerró los ojos tratando de concentrarse. En un murmullo, pronunció el nombre de
Agni, volviéndose sus ojos de un rojo intenso y su cuerpo se envolvió en llamas. Sobre ella
apareció un enorme toro envuelto en fuego que bramaba con ferocidad, llamando la atención
tanto de los humanos como de los reptiles. La joven comandó al espíritu en un violento ataque
contra las bestias voladoras, lanzando bolas de fuego contra sus alas y derribando a cuantos
pudiera, achicharrándolos entre dolorosos chillidos.
La deva envestía sin descanso a todos sus atacantes, los cuales se habían olvidado de los
humanos, volcando todo su empeño en acabar con aquella terrible amenaza. Liz dirigía cada
movimiento con tremenda precisión ante la mirada atónita de cuantos se encontraban
presentes.
Parecía que el resultado estaba decidido, cuando de pronto la joven se tambaleó, posando
una rodilla sobre el suelo. Al instante la fuerza del toro disminuyó, momento que
aprovecharon sus agresores para lanzarse en grupo, clavándole sus garras y colmillos en el
torso, al igual que los aguijones envenenados. Liz experimentó el mismo dolor que sintiera el
espíritu. Aulló de dolor al tiempo que su otra rodilla cedía, cayendo así al suelo. El reptil de
mayor tamaño se elevó en el aire tan alto como pudo y se lanzó en picado a gran velocidad
dispuesto a arremeter en dirección a la joven, quien se retorcía de dolor. Rudra corrió
despavorido al lugar donde se encontraba al mismo tiempo que Roth lanzaba un cegador rayo
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contra la bestia con el fin de detener su avance, pero ésta lo esquivó y prosiguió veloz hacia la
muchacha. Rudra aún se encontraba demasiado lejos y gritó impotente al comprender que no
llegaría a tiempo para bloquear el ataque.
Justo cuando el reptil estaba a punto de alcanzar a Liz, una enorme arma voladora se
interpuso en su camino, rajando de arriba a abajo su vientre. La bestia cayó de bruces al suelo
encogiéndose de dolor entre aullidos. Lo que fuera que acababa de atacar a la criatura dio
media vuelta y fue a parar a las manos de su desconocido propietario. Éste gritó con ferocidad
mientras se lanzaba al ataque contra el resto de monstruos, asestando golpes con su hacha y su
boomerang cortante. Los atacantes retrocedieron, dejando atrás a sus compañeros caídos y
esfumándose del lugar. La bestia herida se arrastró como pudo hasta un precipicio e izó el
vuelo con torpeza entre quejidos, seguido por sus camaradas, desapareciendo así de la vista
del grupo.
Rudra, quien se había reunido ya con Liz, la cargaba entre sus brazos mientras la sangre
brotaba de sus propias heridas. Había perdido el conocimiento. Al mismo tiempo, varias
personas ayudaron a Cavi a levantarse, pues apenas podía moverse; el cuerpo le ardía como si
estuviera en medio de una abrasante hoguera y gritaba sin cesar. Lo llevaron en volandas entre
alaridos hasta uno de los carros y lo tendieron sobre una manta mientras Roth y Brill trataban
de sanarle las heridas. Rudra llevó a Liz al otro carro, seguido por Rudy, y la tendió
inconsciente en el suelo. No parecía estar herida; sin embargo, su rostro denotaba un gran
dolor, empapada en sudor y quejambrosa, presentando un aspecto similar al de Cavi.
El desconocido se acercó al grupo y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, observaron
con sorpresa que su tamaño, a pesar de ser muy corpulento, era más bajo que el de un hombre
normal. Dedujeron por sus rasgos que se trataba de un enano; no obstante, en nada se parecía a
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los fofos medianos de las minas, vestidos con elegantes vestidos y llamativos abalorios. Su
aspecto era más bien tosco y fornido, y sus ropajes se veían maltrechos, más parecidos a
harapos que a vestiduras. Además, todo su cuerpo estaba invadido de cicatrices, siendo la más
llamativa de todas la que le atravesaba el ojo derecho de arriba abajo, faltándole el globo
ocular. No se podía adivinar qué es lo que ocupaba su lugar, pero gracias al cielo no se trataba
de la cuenca al descubierto. Parecía una especie de ornamento opaco de color púrpura que no
dejaba ver a través. Rudy se acercó a él con el fin de agradecerle su intervención.
- Muchísimas gracias, buen señor, por su ayuda. Si no hubiese sido por usted, ahora
estaríamos…
El enano la miró impasible y, de manera casi inexpresiva, habló con voz grave.
- ¿Quiénes sois y qué estáis haciendo aquí?
- Viajamos hacia las montañas del norte.
A lo lejos se escucharon de nuevo los mismos chillidos de las bestias que les atacaran con
anterioridad, despertando en todos el miedo a otra batalla. El mediano miró hacia el cielo y,
tras otearlo durante unos instantes, cogió su arma y comenzó a andar hacia el exterior de la
aldea. El grupo lo miró sin saber qué hacer. Él se volvió de manera tosca.
- Si no queréis servir de cena a esos asquerosos lagartos, será mejor que vengáis
conmigo – gruñó de mala gana.
Sin pensárselo dos veces, lo dispusieron todo y lo siguieron hacia el extremo opuesto del
poblado. Allí, a escasos metros, se erguía un extenso pinar con inmensos árboles que
protegían el camino, en el que el desconocido se adentró seguido por el grupo de viajeros.
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Seguían oyendo los chillidos de las bestias, pero los árboles impedían que fueran rastreados
desde las alturas y, después de la paliza propinada, los reptiles no parecían estar dispuestos a
arriesgarse a un ataque a ciegas.
Así, recorrieron el interior bosque hasta ir a parar a una pequeña cabaña de madera
totalmente camuflada entre los pinos. El enano entró sin molestarse en invitar a los viajeros,
quienes aguardaron fuera hasta que, al cabo de unos segundos, el hombrecillo se asomó por la
puerta.
- ¿Pensáis quedaros ahí fuera todo el día?
Era la mejor invitación que se podía esperar por su parte, así que varios sacaron a los
heridos de los carros mientras el resto se haría cargo de los caballos. Rudra llevaba a Liz, y
Enoch y Kabirim cargaban con Cavi, el cual se revolvía de dolor, haciendo incluso más difícil
sujetarlo. Tras arduos esfuerzos, consiguieron situarlo en una de las camas que el enano había
preparado para ellos. Había varios heridos, y sin Cavi ni Liz ayudando con su magia curativa,
iba a resultar difícil sanar al grupo de manera rápida.
La joven aún permanecía inconsciente, con el rostro desencajado de dolor. Las doncellas la
examinaron, pero no tenía ni siquiera un rasguño; sin embargo, se quejaba entre sueños y su
piel, normalmente pálida, mostraba un tono amarillento fuera de lo normal. Roth y Rudra
permanecían a su lado, impotentes.
Enoch se acercó a Roth, alarmado. Al parecer, el estado de Cavi era crítico; el veneno se
había extendido por todo su cuerpo, tornándolo de color amarillento, y sus hemorragias no
cesaban. Ni siquiera la magia curativa de Brill y Lha ayudaban lo suficiente. Roth se acercó a
su dolorido compañero y estrechó sus manos. Éste levantó la mirada con dificultad, mostrando
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su tan habitual sonrisa, aunque esta vez le faltaba esa chispa que la hacía tan especial,
tratándose más bien de una mueca forzada.
- Parece que lo llevo crudo, ¿eh?
- Te pondrás bien – aseguró Roth de manera poco convincente.
Cavi tragó saliva con dificultad.
- Eso de que uno mismo no pueda usar la magia curativa en sus heridas es una buena
faena… y encima la princesita ha decidido echarse una cabezadita justo ahora… - tosió,
dejando escapar algo de sangre.
- No hables, debes descansar.
- Si dejara de hablar, es entonces cuando deberíais preocuparos – comentó tratando de
sonar gracioso sin demasiado éxito.
En ese momento apareció el enano, hasta entonces ausente, y colocó un cuenco en la mesa
junto a Cavi. Le indicó a Roth que se apartara y se sentó junto al enfermo.
- Abre la boca – ordenó con tosquedad.
- ¿Cómo? – dijo Cavi con dificultad.
- La ponzoña se ha extendido, te deben de quedar apenas unas horas – agarró el cuenco
entre sus manos y lo acercó a la boca del enfermo – esto te ayudará a sentirte mejor y acabará
con el veneno.
Cavi miró el interior del cuenco y vio con horror una especie de líquido espumoso de color
azulado que olía a rayos, apartando su cara con repugnancia ante tal hedor. El enano le lanzó
tal mirada que, como si de un niño pequeño se tratara, se acercó de nuevo al cuenco y abrió la
boca a regañadientes, dejando que aquel asqueroso fluido se colara por su garganta. El sabor
era aún peor de lo que había imaginado y el pobre sintió ganas de devolver aquella
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asquerosidad, pero la severa mirada del mediano le hizo desistir, tragándose todo el contenido.
El enano sonrió satisfecho mientras lo felicitaba.
Sacó de su bolsillo un pequeño frasco y desenroscó la tapa. En el interior había un
ungüento de color verdoso que tampoco olía demasiado bien. Le pidió a sus compañeros que
le quitaran la ropa y lo sujetaran con fuerza. Ellos, sin entender demasiado la razón,
obedecieron sin pestañear, sujetándolo de brazos y piernas. El herido los miró desconcertado e
instintivamente trató de mofarse sin éxito.
El enano recogió con sus dedos un puñado de aquel unto y con cuidado lo extendió sobre
las heridas sangrantes de Cavi. En el momento en que el gel entró en contacto con su cuerpo,
comenzó a gritar de dolor, retorciéndose con gran violencia para liberarse de sus opresores. El
enano les ordenó que lo agarraran con más fuerza y no lo dejaran escapar. Angustiados por ver
el sufrimiento de su amigo, hicieron lo que lo mandado mientras él seguía untando el
contenido del frasco en los cortes, de los que emanaba una especie de vaho, como si
estuvieran ardiendo. Cavi siguió revolviéndose entre alaridos, ante la mirada impotente de
todos.
Al cabo de un rato, después de tanta lucha, cayó rendido sobre la cama sin fuerzas para
moverse. Su pecho subía y bajaba con pesadez, emitiendo silbidos mientras respiraba. Se
durmió entre sudores y tembleques. El enano les informó que se encontraba en el momento
más crítico. Si su cuerpo era lo suficientemente fuerte, podría sobrevivir al veneno gracias al
antídoto que había ingerido y, si esto ocurría, podrían sanar sus heridas, las cuales habían
dejado de sangrar gracias al bálsamo. Ahora todo dependía de él.
El enano se dirigió hacia la joven con el frasco en las manos. Rudra, que se encontraba
junto a Liz, se interpuso en su camino sin saber muy bien por qué.
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- ¿Qué piensas hacer?
- Curarla – dijo tajante.
- Pero no tiene herida alguna – apuntó Dhyana.
El mediano apartó a Rudra de un manotazo y se sentó junto a ella, examinándola con
detenimiento.
- Es imposible. Sus síntomas son los del veneno de los wyverns.
- ¡Pero es cierto! Mi hermana y yo lo comprobamos – Sephira asintió.
El enano se quedó pensativo. Todos los signos que presentaban eran claros: piel amarillenta,
fiebre alta, sudores, dolor… No había duda alguna… Sin embargo, no había rastro de la herida
del aguijón. ¿Cómo era posible? Después de un rato meditando se levantó y se dirigió hacia la
puerta.
- No puedo tratarla si no tiene veneno… El efecto podría ser letal… habrá que esperar…
Y despareció por el umbral. Rudra se sentó de nuevo a su lado y cogió el paño que había en
una palangana en la mesilla. Lo humedeció en el agua y con mucho cuidado limpió el rostro
de la muchacha, posando el trapo en su frente y cuello para tratar de refrescarla. No podía
ocultar el gran pesar por el que estaba pasando y poco le importaba lo que ocurriera a su
alrededor. Sólo tenía ojos para ella.
Siempre había alguien junto a Cavi vigilándolo. Por su parte, el mediano se encargó de las
heridas de todos, aplicando diferentes pomadas en ellas que, aún no siendo tan rápidas y
efectivas como la magia, surtían efecto. Aunque el dolor era insufrible al primer contacto,
después de un rato éste desaparecía y parecían mejorar considerablemente.
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Así, el desconocido aparecía y desaparecía de cuando en cuando, limitándose a cuidar de
Cavi y las heridas de los demás, pero sin detenerse a charlar con nadie. Les preparó algo de
comer y, tras servirles, se perdió en le interior de la casa.
La noche cayó sobre aquellas tierras y, por turnos, fueron descansando algunos mientras
los otros vigilaban tanto a los heridos como la propia casa. Temían que sus atacantes
aprovecharan la noche para buscarles de nuevo; sin embargo, el enano no parecía demasiado
preocupado al respecto, retirándose a descansar desde muy temprano. Antes de desaparecer,
les ordenó que le dieran a Cavi el brebaje cada tres horas, aplicándole inmediatamente después
el ungüento en las heridas. Por supuesto, ésta era la peor parte, pues cada vez que tenían que
tratar sus llagas, Cavi, inconsciente, se retorcía afligido, poniéndoselo muy difícil a sus
compañeros. Aún así, parecía que la fiebre le iba bajando y las heridas mejoraban poquito a
poco.
En cuanto a Liz, aún seguía sin conocimiento y no parecía mostrar signos de despertarse
pronto. Estaba sumida en un profundo sueño.
En él podía ver a Agni, malherida por el combate, invadida ella también por un intenso
dolor en el mismo lugar en el que el toro estaba lastimado. Posó su mano sobre su costado y
allí encontró la misma sangre que tuviera la deva. Ésta reposaba sobre el regazo de Aditi,
quien iba sanando sus heridas poco a poco gracias a su magia. No sabía cuanto tiempo había
pasado desde que se sumiera en aquel estado.
De pronto todo desapareció a su alrededor y escuchó a su espalda una fuerte respiración,
pesada y ronca, a ritmo lento pero constante. Cuando se volvió vio a un enorme reptil de color
pardo tendido sobre el suelo de una oscura gruta. El animal parecía dormido y respiraba de
forma pausada pero regular. Su tamaño era impresionante y en el suelo donde reposaba había
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multitud de joyas y otros ornamentos que brillaban incluso en aquella oscuridad. Abrió sus
enormes ojos de color ámbar y los clavó en la joven. Comenzó entonces a emitir una serie de
leves gruñidos y, sin abrir la boca en ningún momento, en aquel lugar resonaron las palabras.
- Si osas acercarte… ¡morirás!
En ese momento se oyó otro rugido a su espalda, totalmente atronador. Se giró lo más
rápido que pudo y vio a otro reptil, inmenso también, y de aspecto más amenazador, de color
azabache casi imperceptible en aquella oscuridad más que por sus ojos de rubíes que
centelleaban bajo dos cuernos puntiagudos. El animal abrió sus fauces y de ellas se escapó
otro ensordecedor bramido mientras mostraba sus afilados colmillos empapados en baba
verdosa. Extendió sus alas y, de un salto, se lanzó hacia la joven con su boca abierta, directa a
su cabeza, dispuesto a arrancársela de un bocado. Liz era capaz de ver su campanilla vibrando
por la fuerza de su rugido e incluso de oler su pestilente aliento al tiempo que era atrapada,
desapareciendo todo resquicio de luz al tiempo que la bestia juntaba sus dos mandíbulas con
ella en su interior.
De un grito se levantó entre sudor y con el corazón a punto de salírsele por la boca. Miró a
su alrededor totalmente desorientada y aún aterrorizada, buscando a su atacante por todas
partes, sin hallarlo. Junto a ella se encontraba Dhyana, muy alarmada por su comportamiento.
Trató de calmarla con dulces palabras, pero Liz estaba demasiado nerviosa para siquiera
escucharla. En ese momento aparecieron el resto de sus compañeros por la puerta,
desconcertados por los gritos. Trataron de calmarla, mas ella balbuceaba sin sentido. Rudra se
sentó a su lado y estrechó sus manos. La joven lo miró aún con confusión en sus ojos. Poco a
poco fue comprendiendo que aquello no había sido más que un sueño y que se encontraba a
salvo con sus amigos.
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A medida que se iba sosegando, se percató de que no conocía el lugar en el que estaban. Le
explicaron lo que había pasado, informándola de que había estado inconsciente durante más
de cinco días. Recordó la batalla en el pueblo desértico, las serpientes y lagartos voladores;
también se acordaba de cómo había invocado a Agni y que ésta había sido herida. En su mente
apareció entonces la imagen del toro tendido en el suelo, malherido, sanando Aditi sus heridas,
y tocó su costado, comprobando que no había nada y que tampoco dolía.
También le hablaron del estado Cavi. Al parecer, había conseguido hacer frente al veneno
gracias a los cuidados del enano Bagwanda, que así se llamaba, y se iba recuperando de sus
heridas con gran lentitud.
Liz se levantó de la cama y pidió que la llevaran al lugar en el que reposaba. Cuando llegó
a su lado, vio que su estado era peor de lo que había imaginado. Aún si fuera cierto que se
estaba recuperando, sin lugar a dudas el dolor debía de ser insoportable y era incapaz de
permanecer consciente durante demasiado tiempo. Su piel conservaba ese tono amarillento y
el sudor empapaba todo su cuerpo. Bagwanda, que se encontraba a su lado, se volteó al ver al
grupo aparecer y observó que la joven ya estaba completamente recuperada. Liz se acercó al
pobre Cavi y lo miró con tristeza.
- Lo siento…
Extendió sus manos sobre él y cerró los ojos.
- De poco sirve la magia en este estado, ya lo han intentado tus amigos…
Pero ella no lo escuchó. Casi en un susurro pronunció el nombre de Aditi y abrió sus ojos,
los cuales se habían tornado de un verde fosforito muy brillante, diferente a su color habitual.
De su cuerpo brotó una bruma verdosa que envolvió al enfermo y sus heridas comenzaron a
sanar a una velocidad exagerada, cerrándose por completo y cicatrizando en un abrir y cerrar
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de ojos. Su tono de piel cambió también, volviendo a su color normal, y al cabo de unos
minutos, parecía que nunca nada le hubiera pasado.
La bruma envolvió a la muchacha y se desvaneció de inmediato. Cavi abrió los ojos, que
por fin brillaban como solían hacerlo, y miró a sus amigos reunidos a su alrededor.
- Ya podrías haberte despertado un poco antes, princesa, no sabes lo malos que han sido
conmigo mientras dormías – bromeó.
- Lo siento… - se disculpó Liz con una sonrisa, algo cansada de nuevo por la invocación.
- Más vale tarde que nunca – dijo mientras suspiraba – pensé que no salía de ésta.
Todos rieron aliviados al comprobar que no sólo su estado sino también su sentido del
humor habían vuelto a la normalidad. El enano, anonadado, miró a la muchacha.
- ¿Cómo…? – estaba tan estupefacto que apenas conseguía articular palabra.
- Nuestra princesita es un tanto especial – señaló Cavi mientras trataba de incorporarse
ayudado por Enoch – su magia no puede compararse a la de ningún mago o poción.
Por primera vez, el mediano quiso saber más sobre aquel extraño grupo.
- ¿Quiénes sois?
- Somos viajeros – intervino Roth.
- Pero no viajeros normales – cuestionó el enano con desconfianza.
- Nos habéis sido de gran ayuda y sin vuestra intervención probablemente estaríamos
muertos – afirmó Roth – por ello seré franco.
Guardó silencio durante un instante antes de continuar.
- Mi nombre es Roth. Soy aprendiz del gran mago Maharshi, héroe de la última cruzada.
Éstos son mis compañeros y juntos nos dirigimos en busca de los fragmentos de lithoi que
encierran la historia de la reina blanca que luchó contra el malvado Rakshasa. Nuestra misión
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consiste en reunir los fragmentos y escoltar al heredero llegado desde otro mundo para luchar
en una nueva cruzada contra el rey negro.
- ¿El heredero? – murmuró Bagwanda pensativo.
Paseó la mirada entre todos los presentes, examinando uno a uno a cada integrante de aquel
peculiar grupo, deteniéndose finalmente en aquella extraña muchacha de cabellos de fuego y
ojos verdes. Entonces sus ojos se agrandaron por la sorpresa y su boca se entreabrió sin dejar
escapar ningún sonido de ella.
- En efecto – confirmó Roth con tono solemne – Liz es la persona a la que debemos
proteger.
Ella miró al suelo con timidez sin saber qué decir. En verdad, aún no conseguía
acostumbrarse a ese tipo de reacciones sobre su persona.
- Entiendo… - susurró el enano - ¿y por qué estáis aquí?
- Creemos que uno de los fragmentos se encuentra en las montañas del norte, conocidas
como los dientes del dragón.
En cuanto escuchó aquellas palabras, el enano bajó la mirada con amargura mientras
apretaba con fuerza sus puños.
- Nos gustaría que nos ayudarais. Parecéis conocer estas tierras y sabéis como evitar y
hacer frente a esas bestias asesinas.
- Lo siento, pero no puedo – se dio media vuelta – marchaos en cuanto vuestro amigo se
haya recuperado.
Todos lo observaron desconcertados, mirándose los unos a los otros sin explicarse el
repentino cambio del enano. Roth intervino para tratar de solucionar el problema.
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- Estimado Bagwanda. Si en algún momento hemos sido un estorbo u os hemos
ofendido, os pido mil disculpas en nombre de cada uno de nosotros.
El enano no respondió.
- Supongo que para vos sería un gran inconveniente, pero no os lo pediría si no fuese
tremendamente necesario… vuestra ayuda y experiencia nos sería de gran ayuda en nuestra
misión.
El enano lo ignoró, encaminándose hacia la puerta sin articular palabra alguna.
- ¡Os lo suplico! – le rogó el semielfo.
- No tiene nada que ver conmigo – respondió el enano con dureza – ése es un problema
de los humanos.
- ¡Y un cuerno! – gritó el joven Seth para sorpresa de todos.
- ¡Silencio Seth! – le ordenó Roth enojado.
- ¡No! – gritó él – ya estoy harto de tanta tontería. ¿Qué no es asunto tuyo? ¿Qué sólo
atañe a los humanos? ¡Éste no es un problema de humanos! Es algo que nos afecta a todos.
Callaron ante sus palabras.
- Si el rey Rakshasa destruye este mundo, da igual que seas humano, elfo o enano.
También serás destruido. Las sombras no tienen piedad de nada ni nadie. No es justo culpar a
los humanos o resguardarse en la propia raza. Debemos luchar todos juntos para conseguir
acabar con esto. ¿Acaso no es éste también tu mundo? ¿Es que no le importa a otras razas lo
que ocurra con él? Yo no quiero que mi casa ni mi familia sean destruidas, así como tampoco
quiero que lo sean las de otros. En lugar de discutir entre nosotros y ponernos las cosas más
difíciles, todos los pueblos de Ádama deberían unirse para acabar con el malvado. ¡Así que no
digas que no es asunto tuyo!
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No se sabe si por rabia o impotencia, los ojos de Seth se llenaran de agua, rompiendo a
llorar desconsolado. Rudra se acercó a él y trató de animarlo al tiempo que el chico se
limpiaba las lágrimas con la manga de la camisa. Todos mostraron su aprecio al joven,
conmovidos con sus palabras, todos excepto Bagwanda, quien, sin mediar palabra,
desapareció entre la linde de la puerta.
Los viajeros comenzaron a recoger sus artilugios para embarcarse de nuevo en la búsqueda
del lithoi y tras recoger todo, fueron a preparar a los caballos y los carros. Al salir,
encontraron al enano cargando una enorme bolsa en la espalda. Preparaba a su animal para el
viaje. Lo miraron sorprendidos mientras él, sin inmutarse, terminaba de hacer sus preparativos.
Rudra y los otros sonrieron y continuaron cargando bártulos en los carros. Seth observó al
mediano con asombro sin entender. Éste lo miró con tosquedad, resopló y se subió a su
caballo. Rudra pasó el brazo alrededor del cuello del chiquillo y le sonrió.
- Parece que tu discursito le ha tocado la fibra sensible. Buen trabajo, chaval.
Seth, orgulloso, le devolvió la sonrisa y ambos se dirigieron a sus puestos, listos para partir.
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EL ENANO BAGWANDA
Habían pasado varias horas ya desde que abandonaran la cabaña de Bagwanda, avanzando
entre los árboles para evitar ser vistos por el enemigo. El enano los había obligado a untarse
un pestilente líquido por toda la ropa. Decía que así taparían su propio olor y los reptiles no
los atacarían.
- ¡Puaj! Desde luego, con este olor dudo que nadie quiera perseguirnos, ¿es así como
huelen nuestros amiguitos? No me había dado cuenta de ello – se quejó Rudy.
- Es orina de dragón.
Todos lo miraron horrorizados para después mirarse a ellos mismos con repugnancia,
tapándose la nariz y tratando de deshacerse de sus atuendos.
- Es el único modo de que no nos persigan – informó el enano de forma severa,
haciendo que se detuvieran en su intento por desnudarse.
- Tiene lógica, no atacarían a su propia especie – señaló Rudra pensativo.
- Esas sanguijuelas no son dragones – la voz de Bagwanda sonaba cada vez más
enojada – aunque sean parientes, no tienen nada que ver con un dragón. Los alados son
wyverns y las repugnantes serpientes con patas se llaman lindworms. Son criaturas estúpidas y
salvajes que sólo se preocupan por alimentarse. Los wyverns son algo más astutos, pero
necesitan cazar en grupo porque no son demasiado veloces ni fuertes y no pueden con las
presas grandes como los caballos. Los lindworms son sabandijas carroñeras que se alimentan
de cadáveres o animales moribundos. Si presienten que estás en plenas facultades, ni se
acercarán; sin embargo, cuando hay una batalla, siempre rondan los alrededores, esperando
conseguir un bocado. Desde hace tiempo ambas especies parecen haberse aliado en la caza,
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acabando con toda criatura que osa pisar estas tierras. Por ello, parecen no temerle a nada ni
nadie.
- ¿Y los dragones? Has dicho que los evitan.
- Son sus enemigos naturales, pero hace tiempo que no tienen que preocuparse por ello.
- ¿Por qué?
- Porque ya no hay dragones en estas tierras.
La noticia conmocionó al grupo entero, mirándose los unos a los otros desconcertados.
- ¿Cómo es posible? – quiso saber Seth intrigado.
Bagwanda permaneció en silencio ante la atenta mirada del resto del grupo.
- La mayoría desaparecieron de repente…
- ¿La mayoría…? Eso significa que aún quedan algunos – apuntó Rudy.
- No – dijo con la voz fría como un témpano.
- ¿No? ¿Cómo es posible?
El enano prosiguió sin decir nada, con la mirada perdida en el horizonte. Su expresión se
volvió lúgubre. Entonces habló.
- Yo los maté.
Nadie se atrevió a abrir la boca después de escuchar aquellas palabras; simplemente lo
miraban con las mandíbulas desencajadas y los ojos a punto de salírseles de las cuencas. Una
chispa de miedo brotó en sus rostros al mirar al enano que había sido capaz de aniquilar a los
dragones. Liz, desconcertada, rompió el silencio.
- ¿Por qué? ¿Por…qué…? – una lágrima resbaló por su mejilla al pensar en que no
tendría la oportunidad de ver a aquellas legendarias y tan magníficas criaturas nunca más.
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Bagwanda permaneció callado mientras su rostro se volvía sombrío y melancólico,
invadido de una tristeza y un dolor mayores que el de ninguno de los presentes.
- Masacraron a todas las personas de esta mitad del reino.
Aquella noticia causó casi más conmoción si cabe que la primera. Las miradas se paseaban
entre ellos, corroborando la misma reacción en cada uno, atónitos todos. Bagwanda bajó la
vista y comenzó a relatar los trágicos hechos que le llevaron a realizar tales atroces actos.
- Cuando era joven vivía, en las minas con el resto de los míos. Mi padre era el
responsable del control de la zona este y mi hermano Harald se convertiría en su sucesor
cuando muriese.
Observó como los viajeros reaccionaban ante el nombre de su hermano, dibujándose una
sonrisa en su rostro.
- Parece que habéis conocido a mi familia – ellos asintieron – lo suponía. Si fuisteis
capaces de llegar al poblado sin problemas, debisteis de haber entrado por la mina del este.
Así me ahorro el tener que explicaros el concepto de mi familia con respecto a los humanos.
“Por mi parte, nunca me había interesado demasiado por la mina ni el trabajo que se
llevaba a cabo allí. Disfrutaba de mi estatus y mi situación en la ciudadela de la montaña, sin
hacer nada más que divertirme o relajarme. Cuando cumplí la mayoría de edad, mi padre me
envió junto con mi hermano a las tierras del norte a buscar obreros, pues el trabajo había
aumentado y los enanos nos habíamos vuelto más perezosos, dependiendo cada vez más de la
mano de obra humana. Podéis imaginar que ni a Harald ni a mí nos hizo demasiada ilusión la
enmienda, pero no podíamos negarnos, por lo que partimos con varios de nuestra raza hacia el
norte. De esto hará unos veinte años.
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Por aquel entonces, había muchos poblados por los alrededores y nos dirigimos a lo que se
podría decir el de mayor tamaño en estas tierras, Shancheng. Yo nunca había simpatizado
demasiado con los humanos ni me había relacionado en exceso con ellos, por no mencionar a
Harald, que para él eran más como perros que otra cosa, por lo que cuando llegamos al lugar
nos limitamos a buscar reclutas para la mina, sin entablar más conversación de la necesaria
con aquellas personas. Y fue entonces cuando la conocí.”
El enano hizo un alto en su historia durante unos instantes, tiñéndose su rostro de
melancolía y sonriendo ante un bonito recuerdo, para después dar paso a la amargura.
“Nos dirigimos a la posada de mejor reputación del lugar con la intención de ocupar varias
habitaciones y al menos tener una estancia tranquila. Cuando llegamos al lugar, había varias
personas esperando para registrarse. Como podéis imaginar, Harald se abrió paso a empujones
entre la muchedumbre hasta llegar al mostrador. Allí había una jovencita atendiendo a los
clientes.
- Niña, danos las tres mejores habitaciones que tengáis en el lugar.
Ella enarcó una de sus cejas y lo miró de arriba a abajo, para después volver la vista a su
libro.
- Lo siento, pero deberá hacer cola como el resto de la gente que desea registrarse.
- ¡¿Qué has dicho?! – a Harald no se le da demasiado bien tratar con nadie y menos con
humanos.
- Que vuelva al final de la fila – dijo ella con indiferencia sin siquiera mirarlo.
- ¡Mentecata! – gritó uno de los enanos del grupo - ¿sabes con quién estas hablando?
Miró al que acababa de hablar y seguidamente volvió a fijarse en el que tenía frente a ella.
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- Con un señor bastante regordete y muy bajito, que, por cierto, tiene muy mal gusto
eligiendo la ropa.
A Harald parecía salirle humo por las orejas del enfado, al igual que a varios otros del
grupo; sin embargo, yo no pude evitar reírme ante la osadía de aquella joven.
- Éste es Harald, hijo del grandísimo Dvergar y heredero de las minas del Este – lo miró
sorprendida – exacto – comentó uno de los enanos con orgullo.
- Ni me suena ni me importa – se volvió de nuevo con indiferencia, enojando aún más a
los enanos.
- Escúchame niñata… - gruñó Harald.
- No, escúchame tú, achaparrado – interrumpió antes de que terminara su frase – ésta es
mi posada y si quieres hospedarte en ella, será mejor que vayas derechito al final de la cola y
esperes tu turno. De lo contrario, te recomiendo que salgas por esa puerta y te busques otro
sitio porque aquí nadie tiene preferencia sobre los demás, ¿te ha quedado claro?
- ¡Maldita! – Harald había enloquecido y agarraba la empuñadura de su espada dispuesto
a rebanar en dos a la muchacha.
Era hora de intervenir.
- ¡Basta! – grité – Harald, ya has oído a la señorita, tú decides.
Mi querido hermano me fulminó con la mirada, enfurecido y dispuesto a arremeter contra
mí también. No se puede decir que la paciencia y la tolerancia sean dos de sus virtudes, pero
le conozco muy bien y sé que en el fondo es de los que no muerde… normalmente. Así que lo
miré con firmeza y esperé a que se calmara. Indignado, se encaminó hacia la puerta a
trompicones mientras maldecía en voz alta, no se sabe a quien, hasta abandonar la posada. El
resto de los enanos lo siguieron dirigiendo miradas amenazantes a todo aquel que osara
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siquiera mirarlos de refilón. Yo fui el último en abandonar el local, dirigiendo una cortés
reverencia a la muchacha y la gente que se encontraba en el interior.
- Siento las molestias causadas – y me marché tras los míos.
A punto estuvo mi hermano de volverse a las minas sin ningún obrero, pero finalmente
logré convencerlo de que padre se irritaría si lo hiciéramos. Al final nos hospedamos en otro
de los hostales, encargándome yo de tratar con el posadero para evitar más encontronazos. El
enfado le duró a Harald varios días, refunfuñando cada dos por tres de lo poco que le gustaban
los humanos; por el contrario, a mí empezaban a fascinarme cada vez más
Cada mañana hacíamos cuartelillo en la plaza, esperando a que los hombres firmaran para
trabajar en la mina, pero nadie se acercaba siquiera al lugar donde nos encontrábamos. Mi
hermano se quejaba sin parar, gruñendo por el sol, el polvo, los mosquitos, el ruido... por todo
lo que se le ocurriera, apoyado como no por sus compañeros. Yo, sin embargo, miraba
fascinado a aquellas atareadas gentes charlando animados por las calles, riendo mientras
hacían sus tareas de aquí para allá. En nada se parecían a los de mi raza y menos aún a la
imagen que me había hecho de ellos en mi cabeza.
Una tarde, después de que Harald y los demás se retiraran a la posada, yo me quedé
recogiendo todos los bártulos. Al recoger, vi una florecilla solitaria creciendo entre las rocas
de la vía y me quedé observándola maravillado, pues en la montaña las únicas flores que hay
son las de los floreros de las estancias, las cuales se cambian cada mañana antes de que les
diera tiempo siquiera a marchitarse. Sin embargo, aquella florecita era más hermosa que
ninguno de los exuberantes racimos que adornaran mi antiguo hogar. De pronto escuché una
voz a mi espalda.
- Vaya, a quien tenemos aquí.
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Cuando me giré vi con sorpresa que se trataba de la misma muchacha que había osado
plantarle cara a mi hermano. No pude evitar que se me escapara una sonrisa al recordar
aquella escena. Ella me miró extrañada.
- ¿Qué es tan gracioso?
- Recordaba cómo le hablaste al grandioso Harald en la posada.
- ¿Eso te hace gracia?
- Mucha. Nunca nadie se había dirigido a él así, tendrías que haber visto su cara cuando se
marchó, estaba que iba a estallar.
- Se lo tiene merecido. No se puede tratar así a la gente.
- Tienes toda la razón – sonreí mientras volvía a recoger mis cosas, asegurándome de no
dañar la flor.
- ¿Qué haces?
- Recojo el campamento.
- ¿Y lo haces tú solo? ¿Dónde están tus compañeros?
- Se marcharon hace rato para descansar.
- ¡Qué vergüenza! Será posible – y se puso a recoger conmigo.
No podía dejar de mirarla ni un instante, sin saber por qué, aunque trataba de evitar que se
percatara de ello.
Con su ayuda terminamos en un santiamén y me acompañó hasta el hostal. A diferencia de
cómo se había mostrado la primera vez que nos conocimos, era muy agradable y risueña, y no
paró de hacerme preguntas. Por el camino le conté cosas sobre mi hogar y cuán diferente era
de aquel poblado. No pude evitar hablar de las sorpresas que me había llevado al llegar y de lo
diferente que era todo de cómo me esperaba. Ella me sonrió.
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- Vaya. Eres diferente de cómo dicen.
- ¿Cómo dices?
- La gente dice que los enanos son soberbios, groseros y gruñones.
- Después de la actuación de mi hermano, sería un mezquino si te quitara la razón –
bromeé.
- Bueno – rió ella - pero creo que me equivoqué contigo.
- ¿Lo dices porque soy apuesto, elegante y encantador?
- No – sonrió – eres amable, y muy sensible.
- ¿Qué?
- Te vi antes con la flor. La observabas con una expresión muy dulce, y al recoger, tuviste
extremado cuidado de no lastimarla. Eres una persona muy amable.
Sus palabras llegaron muy hondo en mi corazón y me hicieron recordar lo que mi padre
siempre me decía: “eres demasiado amable, Bagwanda. Es por eso que la mina no es tu sitio”.
Nunca me habría definido como amable.
- Kaara – la joven me sacó de mis pensamientos.
- ¿Cómo?
- Kaara – repitió con una sonrisa – es mi nombre.
- Kaara… muy bonito. El mío es Bagwanda. He de reconocer que tú tampoco eres como
esperaba.
- ¿En serio?
- Sí, mi gente dice que los humanos son cobardes, subversivos e insolentes.
- ¿A si? ¿Y como soy yo entonces?
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- Desde luego eres insolente, y algo subversiva… - dije entre risas mientras ella se
enojaba – pero no eres cobarde. Tienes la valentía de enfrentarte a mi hermano, cosa que no
todo el mundo se atreve a hacer.
- Yo no soy insolente… – reprochó a la vez que se sonrojaba – ni tampoco subversiva, es
sólo que no soporto las injusticias…
Los dos nos miramos y comenzamos a reír.
Desde aquel día comenzó a tejerse una amistad entre ambos y cada tarde, después del
trabajo, Kaara venía a la plaza para charlar y pasear por el poblado conmigo. No sólo entre
nosotros, sino que incluso el trato de la gente hacia mí también lo hizo. Cuando empezaron a
vernos a los dos juntos pensaron que, tal vez, se habían dejado llevar por sus prejuicios, sin
darnos una oportunidad, y en el momento en que comenzamos a conocernos los unos a los
otros, nos dimos cuenta de que no éramos tan distintos entre nosotros.
Así, cada día más hombres se animaban a unirse a la plantilla de la mina, aunque no por el
esfuerzo de mi hermano, desde luego. Incluso gente de otros poblados se acercaban al puesto a
firmar su nombre.
Cada día era especial al lado de Kaara. Estando con ella sentía como si todo lo que había
vivido antes, todo en lo que creía, fuera una mentira. Yo siempre había pensado que lo más
importante era acumular cuantas más riquezas se pudiera a costa del mínimo esfuerzo.
Siempre me habían servido, por lo que nunca me había preguntado de dónde venía lo que
poseía, ni todo lo que la gente tenía que hacer para conseguirlo. Mi máxima era pensar en mi
propia felicidad y bienestar.
Sin embargo, Kaara era todo lo contario. Su madre falleció cuando apenas era una chiquilla
y su padre se ocupó de educarla. Él era dueño de la mejor posada de la aldea y desde muy niña
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lo había ayudado en las tareas del lugar. Le enseñó todo lo que necesitaba saber sobre el
negocio y el trabajo duro. Así que, cuando su padre enfermó, se hizo cargo del negocio
familiar. Sólo tenía catorce años cuando murió, convirtiéndose ella en la dueña y necesitando
dirigir todo sola. De eso habían pasado ya cuatro años; sin embargo, se las había apañado para
seguir a flote y conservar la buena reputación que tenía.
Me recordaba a aquella florecilla, creciendo hermosa entre la adversidad, luchando por
sobrevivir en un entorno y un clima que no daban cabida a tal milagro, y aún así ocurría.
Cada día se me hacía más duro pensar en que el tiempo que pasábamos juntos llegaría su
fin, un fin más cercano de lo que imaginaba.
Transcurridos los dos meses desde nuestra llegada, mi hermano decidió que había
conseguido suficientes mineros para trabajar y se dispuso a emprender la vuelta a casa.
Recuerdo el gran pesar que sentí cuando imaginé volviendo a aquel oscuro agujero, lleno de
riquezas, sí, pero vacío de sentimientos… y sin Kaara. Nunca olvidaré su hermosa pero
desconsolada cara cuando le dije que me marchaba, cómo se mordía el labio, tratando de
contener su pena, mientras evitaba mi mirada. Se limitó a forzar una tenue sonrisa y, tras
desearme lo mejor, se marchó corriendo sin mirar atrás. Aquella reacción me rompió aún más
el corazón.
No volví a verla después de aquello, pues no vino a despedirme el día de nuestra partida,
aunque supe después que sí lo hizo, ocultándose entre unos árboles para no ser vista.
Apenas pude hablar durante el camino de vuelta. Me resultaba imposible compartir el
entusiasmo de Harald por volver al interior de aquellas montañas.
Cuando regresamos, todo me pareció incluso más sombrío de como lo recordaba y no pude
habituarme a la vida en aquel lugar. Añoraba el aire libre, el júbilo de los aldeanos charlando
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por las calles, los gritos de los chiquillos correteando en los alrededores, la dulce risa de mi
querida Kaara.
En lugar de permanecer con los míos, me dediqué a mezclarme con las gentes de las minas,
tratando de encontrar de nuevo esa alegría innata de los humanos, pero seguía faltándome algo,
lo que realmente añoraba por encima de todo. Kaara. Mi padre pronto se percató de mi
desdicha y tras una conversación con él, tomé la decisión que cambiaría mi vida.
- Voy a abandonar las minas – dije tajante en mitad de la cena.
- ¡¿Qué has dicho?! – gritó mi madre horrorizada.
- Mañana al alba emprenderé mi marcha.
- ¡Pero te has vuelto loco! – vociferó Harald - ¿dónde piensas ir?
- Me vuelvo con los humanos.
Aquellas palabras provocaron en mi madre y mi hermano tal furia que pensé que ambos se
levantarían y me atizarían sin pensarlo. Y a punto estuvo Harald de hacerlo si no hubiese sido
por la intervención mi padre.
- ¿Es eso lo que deseas?
- Sí – asentí con firmeza – lo siento padre, pero éste no es mi lugar.
- Si te marchas con los humanos, ya puedes ir olvidándote de volver – amenazó mi madre
en un intento por impedir mi partida.
Mi padre permanecía en silencio, meditando, mientras que Harald se empezaba a poner
morado del enfado.
- Lo siento madre, pero aquí no soy feliz.
- ¿Pero cómo no vas a ser feliz? Lo tienes todo. Riquezas, comodidad, un hogar, a tu
familia, seguridad… no necesitas hacer nada, sólo disfrutar. ¿Qué más se puede pedir?
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- Vivir – dije sin añadir nada más.
Antes de que nadie pudiera arremeter de nuevo en mi contra, mi padre intervino.
- ¿Hay alguna razón en especial que te haya llevado a tomar esta decisión? – quiso saber.
Yo permanecí en silencio sin saber siquiera por donde empezar sin causar una conmoción a
mi familia.
- Es por esa niñata, ¿no es así? – las venenosas palabras de Harald no pasaron por alto –
esa humana – el desprecio en su tono era evidente.
- ¡¿Una humana?! – exclamó mi madre escandalizada - ¿todo esto por una chica humana?
- ¿Es eso cierto? – preguntó mi padre.
Yo asentí cabizbajo, dispuesto a recibir una buena reprimenda. Sin embargo, permaneció
mudo, con los ojos cerrados, meditando. No me importaba lo que mi madre o mi hermano
pensaran, pero decepcionar a mi padre era algo que me dolería durante el resto de mi vida.
Harald sonrió con malicia, satisfecho, al igual que mi madre. Ambos sabían que quien tenía la
última palabra era mi padre y que acataría sus órdenes sin rechistar.
Por fin abrió los ojos, dispuesto a enunciar su veredicto.
- Bagwanda, hijo mío, siempre he sabido que esta vida no era para ti. Ésa fue una de las
razones por las que te envié con tu hermano al exterior. Deseaba que vieras otros mundos,
aunque he de admitir que no esperaba que te enamoraras de una humana, la verdad – calló un
instante – para mí, lo más importante siempre ha sido la felicidad y bienestar de mis seres
queridos. Como muy bien dice tu madre, aquí tienes todo lo que se necesita para vivir una
vida plácida - mi madre asentía complacida con cada palabra que pronunciaba – y el tener una
relación con una humana es algo inaceptable dentro de esta comunidad – mi hermano
mostraba una maliciosa mueca de placer mientras mi padre volvía a tomarse unos segundos
389
antes de continuar – sin embargo, no hay ninguna ley que prohíba a un enano fuera de estas
montañas contraer matrimonio con una mujer humana, como tampoco la hay que te obligue a
permanecer en las minas – Harald y mi madre se miraron con sorpresa y horror – es por ello
que, si esa es tu decisión, eres libre de marcharte – yo estaba tan sorprendido como ellos – así
pues, ante la presencia de tu madre, tu hermano y yo mismo, Dvergar, decreto que quedas
exento de todas tus responsabilidades para con las minas y por lo tanto tienes mi
consentimiento y mi bendición para abandonar las montañas; sin embargo, desde el momento
en que pongas un pie fuera, perderás tu derecho a vivir dentro de la comunidad – se levantó de
la silla – no podrás volver a las minas a menos que seas convocado o invitado por uno de sus
miembros.
- ¡Pero Dvergar…! – interrumpió mi madre.
- ¡Ésta es mi decisión y es irrevocable! – sentenció mi padre en tono severo – aquel que
cuestione mi veredicto estará cuestionando mi integridad y mi persona, cometiendo un enorme
delito contra esta congregación. ¿Está claro?
Todos los presentes permanecieron en silencio mientras el gran Dvergar avanzaba hasta la
puerta con el fin de abandonar la sala. Antes de marcharse, se detuvo y se volvió hacia mí.
- Ve y cumple tu sueño – susurró con gesto amable – vive y sé feliz.
Y tras decir esto, desapareció por la puerta, seguido de mi madre, que sollozaba
desconsolada, y mi hermano, cuyo rostro mostraba su enorme insatisfacción. Yo, por mi parte,
aún en estado de shock, fui a preparar lo necesario para el viaje.
Mientras organizaba mis cosas, mi madre apareció en la habitación llorando sin parar.
Traté de animarla y hacerle entender que no era algo tan horrible, que seguía siendo mi madre
y nunca dejaría de quererla aunque me marchara. Hizo un último intento por convencerme de
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mi error, pero después de lo que había pasado, era imposible que lo consiguiera. Me despedí
de ella con un fuerte abrazo, prometiendo venir de visita, y me marché de lo que fue mi hogar
durante toda mi vida.
Poco me duró la tristeza, dando paso a una enorme excitación ante la idea de volver a ver a
Kaara; no obstante, a medida que iba avanzando en mi camino las dudas comenzaron a
invadirme. ¿Y si ella no sentía lo mismo que yo? ¿Y si se había olvidado de mí? ¿Y si me
había condenado al destierro sólo por una ilusión?
Toda aquella incertidumbre se esfumó en cuanto nos encontramos de nuevo. Sus ojos se
llenaron de lágrimas nada más verme, corriendo a mi encuentro y lanzándose a mis brazos. En
ese mismo instante, arrodillándome en el suelo, le pedí que se casara conmigo, aceptando ella
sin duda alguna, y desde aquel día experimenté lo que era la verdadera felicidad.
Empecé a trabajar en la posada y, al cabo de un tiempo, abrí mi propia herrería en el pueblo.
Enseguida se hizo muy popular y venían clientes de diferentes lugares para requerir mis
servicios. En cuanto a los aldeanos, al principio no encajaron la noticia de nuestra unión
demasiado bien, pero con el tiempo lo acabaron aceptando, convirtiéndome en uno más de
ellos. A menudo bromeábamos sobre los enanos y los humanos, pero siempre desde el cariño.
De cuando en cuando, algunos aldeanos me pedían referencias para trabajar en las minas, así
que los mandaba allí con una carta dirigida a mi padre. Supongo que los recibirían porque
ninguno volvió para quejarse.
Fue durante ese tiempo cuando escuché por primera vez la historia acerca de la relación de
los humanos con los dragones. Los enanos siempre hemos detestado a los dragones, pues
según las historias de los viejos, sufrimos numerosas bajas en el pasado, y tras muchos
enfrentamientos nos cobijamos en las montañas, huyendo de aquellos odiosos reptiles
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voladores que no hacían más que comerse a todo bicho viviente, o eso es lo que se contaba en
la comunidad. Si he de ser sincero, nunca antes había visto o siquiera pensado en dragones,
sabiendo bien poco sobre ellos más que lo que me contaran de niño.
Kaara me explicó que había diferentes tipos de reptiles. Los wyverns y lindworms eran las
especies más abundantes. Su inteligencia era limitada y se alimentaban de cuanto se pusiera a
su alcance. Eran bastante problemáticos y solían atacar a los animales y a las aldeas para
conseguir comida. Era por eso que los humanos se habían aliado con los dragones.
Éstos eran de mayor tamaño y poseían una inteligencia incluso superior a la de los
hombres. Desde hacía siglos, las gentes ofrecían sacrificios de ganado a los dragones a cambio
de protección, encargándose así de mantener alejados a los wyverns y lindworms de los
poblados, viéndose éstos limitados a cazar animales salvajes o viajeros ignorantes del peligro
de su presencia. Debido a ello, su número se había reducido de manera considerable.
Así, una vez al mes se ofrecía el sacrificio, ya fuera una oveja o un ternero, depositándolo
en el altar del dragón. Algunos se quejaban de lo costoso que resultaba, pero desde luego era
mejor que quedar a merced de otros depredadores.
Cada mes alguien diferente haría su ofrenda y, gracias a ello, las gentes de las ciudades
habían vivido en paz durante siglos. Cada gran poblado tenía un dragón guardián. El de
aquella aldea era el gran dragón pardo. Muy pocos lo habían visto, pues se acercaba en la
noche para aceptar su obsequio mensual y jamás aparecía en presencia de nadie. De esta
manera, la vida se volvió tranquila y relajada en el pueblo, ocupados en nuestros quehaceres.
Pasados varios años desde que nos casáramos, ocurrió el mayor milagro que jamás
hubiéramos podido imaginar. Ni siquiera sabíamos que algo así pudiera suceder. Para sorpresa
de todos, Kaara se quedó embarazada y dio a luz a una preciosa niña a la que pusimos de
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nombre Leila, en honor a la madre de mi esposa. Era clavadita a su mamá, con sus mismos
ojazos y su cabello negro ondeante; también había heredado su carácter alegre pero peleón.
Era la cosa más bonita que pudiera existir y juntos cada día era más maravilloso en nuestras
vidas. Hasta aquel día…
Cuando Leila estaba a punto de cumplir los cuatro años, un enano enviado desde las minas
apareció en la aldea en mi busca. En la carta que traía se me informaba del repentino
fallecimiento de mi madre, por lo que decidí partir hacia las montañas y honrar su muerte.
Kaara quiso venir conmigo, pero me preocupaba la reacción de la comunidad ante su
aparición, y en especial con nuestra pequeña Leila, así que insistí en que se quedaran en casa y
esperaran mi regreso, asegurando volver muy pronto. Ojala no lo hubiera hecho… Si pudiera
volver atrás, jamás me hubiera separado de ellas…”
El enano guardó silencio mientras una mezcla de emociones invadía su rostro y todo su
cuerpo. Todos permanecieron a la espera de que continuara con su historia, aunque sabían que
el final no sería feliz.
A duras penas, Bagwanda terminó su relato.
“Todo en la mina fue normal. Mi familia y yo lloramos la muerte de mi madre que al
parecer había estado enferma desde hacía tiempo, ocultándoselo todos, muy típico en ella.
Durante mi estancia mi hermano no me dirigió la palabra y mi padre estaba demasiado
afligido para mostrar alegría por mi visita.
Permanecí una semana en la minas y, tras despedirme de mi gente, emprendí la vuelta a
casa. Normalmente haría el viaje a pie, tardando casi tres días; sin embargo, estaba tan
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impaciente por llegar que cogí uno de los caballos de la mina, tomándome alrededor de un día
el trayecto, sin detenerme más que un par de veces. Estaba ansioso por regresar, no sólo por
las ganas de ver a mis tesoros, sino porque, por alguna razón, desde hacía unos días tenía un
mal presentimiento. Y estaba en lo cierto.
Cuando estaba todavía de camino, vi a lo lejos humo en una de las villas vecinas y, a pesar
de la prisa que llevaba, decidí acercarme a ver qué sucedía. Cual fue mi sorpresa al ver con
horror desde las afueras como la aldea había sido totalmente destruida. Varias de las casas
ardían en llamas y el olor a carne quemada y sangre era insoportable. En condiciones
normales me habría adentrado en el lugar, tratando de dar auxilio a quien lo necesitara; no
obstante, en ese momento sólo podía pensar en una cosa. Kaara. Azucé al caballo lo más
fuerte que pude y emprendí una fugaz carrera en dirección a casa.
Con gran espanto vi como de mi poblado también salía humo. Me apresuré lo más que
pude, sin detenerme hasta llegar a nuestro hogar. El interior estaba vacío, así que salí al
exterior y llamé a mis dos soles a gritos, sin recibir respuesta alguna. Corrí por todo el lugar
mas nadie me respondía, buscando por cada rincón y en cada casa, sin éxito alguno. Algunas
cabañas habían ardido y por las calles la sangre inundaba los caminos. El olor a carne
chamuscada era nauseabundo, llenando mi mente de horribles imágenes en un intento por
entender qué era lo que había sucedido.
Cuando llegué al extremo norte, donde se alzaba la colina de la torre del sacrificio, escuché
lo que parecían quejidos procedentes de debajo de un carro. Lo retiré como pude y allí
encontré a uno de los ancianos del pueblo, cubierto de sangre pero aún consciente.
- ¡Maurice! ¡Maurice! – grité tras reconocerlo - ¡Dios santo, Maurice! ¿Qué ha ocurrido?
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Apenas le quedaban fuerzas suficientes para moverse. Sus heridas eran tan profundas que
resultaba increíble que aún siguiera con vida. Traté de detener la hemorragia de su estómago,
mas fue en vano, pues era evidente que nada se podía hacer. Su vientre había sido totalmente
desgarrado, asomándole varios de sus órganos.
- Bag… Bagwan… - ni siquiera podía hablar con claridad.
- Sí, Maurice, soy yo, ¿qué ha pasado?
- Un dragón… - balbuceó con dificultad – negro… con los wyve… todos… - comenzó a
toser sangre por la boca.
- ¡Kaara! ¿Dónde está Kaara? – le pregunté desesperado.
- El dragón pardo… arriba… - señaló hacia lo alto de la colina con las últimas fuerzas que
le quedaban.
- ¿El dragón pardo? ¿Qué pasó?
- Él… él… - esas fueron sus últimas palabras antes de dejar escapar la vida que le
quedaba.
Sin poder hacer mucho más por Maurice, salí escopetado hacia la colina con la esperanza
de que…
Corrí y corrí hasta llegar a una torre en lo alto de la loma y allí, en la entrada, había más
cadáveres esparcidos por el suelo. Sin detenerme, entré dentro y me lancé escaleras arriba casi
sin aliento hasta llegar a la parte superior. La torre terminaba en una enorme explanada sin
nada que la protegiera del exterior, dejando a la vista el horizonte y las enormes montañas del
norte, los dientes del dragón.
Nada más poner un pie en aquella terraza caí al suelo invadido por el dolor entre llantos y
alaridos. Allí, en mitad del altar, yacía mi Kaara, mi amada Kaara, sin vida, tendida sobre la
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fría piedra. Mi tormento me impedía acercarme a ella, por lo que tuve que luchar con mi
propio cuerpo para incorporarse y avanzar. Nada más llegar a su lado comprobé que
efectivamente estaba muerta. Tenía varias heridas a lo largo de su cuerpo; sin embargo, lo que
causó su muerte fue el enorme agujero en su espalda por el que la sangre debía de haber
brotado a borbotones. Cuando posé mi mano sobre su cuerpo noté que aún estaba caliente,
signo de haber fallecido no hacía mucho. Si sólo hubiera sido más rápido…
Limpié su rostro ensangrentado y observé sus bellas facciones una vez más, inertes esta vez
y carentes de aquel brillo que la caracterizaba, pero aún hermosa. A pesar de que debió de
sufrir de sobremanera, su rostro permanecía sereno y una sonrisa se dibujaba en sus labios.
No recuerdo el tiempo que pasé allí, abrazándola, berreando desconsolado y con el rostro
cubierto de lágrimas. Ésa fue la primera de las muchas veces que lloraría en mi vida.
Cuando por fin tuve fuerzas para levantarme, busqué por los alrededores a mi pequeña
Leila, con miedo de encontrar su diminuto cadáver, y aún con la esperanza de que… Sin
embargo, no había rastro de ella.
Rastreé el poblado durante días, pero no logré encontrar a nadie más con vida. Enterré
todos los cadáveres que encontré y abandoné la aldea para nunca volver. Por las palabras de
Maurice, los wyverns habían atacado el poblado, y los dragones también habían estado
implicados, rompiendo el pacto que tenían con los humanos y traicionándonos así. Desde
entonces, no he hecho otra cosa que darles caza. De ese día hace diez años.
Volví a las minas para buscar información sobre ambas especies y me retiré al bosque. A
pesar de la insistencia de mi padre en que me quedara, no podía hacerlo. Debía vengar a mi
familia y a toda mi gente.
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Supe que todos los pueblos habían corrido la misma suerte, pues no había ni un solo ser
humano en la zona, así que desde las minas se prohibió el tránsito a la zona norte,
convirtiéndose en área de alto riesgo para cualquier viajero. Yo, por mi parte, entrené y
entrené, enfrentándome de cuando en cuando a los wyverns y buscando a los dragones. No
obstante, éstos habían desaparecido de la faz de la tierra y sólo conseguí encontrar a dos de
ellos. Y cuando lo hice…”
La mirada del enano se llenó de odio y rencor.
- Los maté…
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DE CAMINO A LAS MONTAÑAS DEL DRAGÓN
La tragedia del enano sin duda alguna había dejado huella en cada uno de los integrantes
del grupo y nadie se atrevió a cuestionar sus decisiones o preguntar nada una vez terminó su
relato, continuando su camino en silencio, con aquellos horribles sucesos en mente. Ahora
entendía el por qué de su reacción tras escuchar el destino de aquellos viajeros. Hasta
resultaba extraño que hubiera aceptado a acompañarlos. Es posible que viera en Seth reflejado
el espíritu luchador de su difunta esposa.
Tardarían aproximadamente tres días en llegar, si no eran atacados antes. Durante ese
tiempo evitarían transitar por espacios abiertos, ocultándose entre los pinares siempre que
pudieran, y rociándose con el apestoso repele-wyverns.
La primera noche acamparon en el bosque siguiendo los consejos de Bagwanda, quien dijo
que, a pesar de que tardarían más, era conveniente que hicieran varios altos en el viaje,
deteniéndose de inmediato ante la amenaza de un ataque. Cenaron todos juntos alrededor de
una hoguera. Si algún depredador osaba acercarse, lo sabrían enseguida, pues, según el enano,
los wyverns delataban su presencia en el momento en que avisaban a sus camaradas mediante
gritos, cosa que si los encontraran harían por descontado pues, por instinto, no se atreverían a
atacar a un grupo en solitario. Así, por fin pudieron relajarse y disfrutar de comida caliente y
el privilegio de estirar las piernas.
Después de comer, algunos charlaron mientras que otros descansaban en el interior de los
carruajes para prepararse para futuras guardias. Seth sorprendió a todos con una pregunta que
a ninguno se le había ocurrido antes.
- Kabirim… ¿tu pueblo también fue atacado por los dragones?
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En efecto, Kabirim era procedente de aquella tierra, y había mencionado con anterioridad
vivir en el norte de la región. Tal vez él también había sido víctima de la masacre.
- No lo sé… - dijo meditativo – según el enano, el ataque sucedió hace diez años, yo era
muy joven por aquel entonces y no tengo demasiados recuerdos de mi infancia… Mis padres
murieron cuando apenas era un chiquillo, así que me mudé a las minas cuando tenía unos
cinco años para vivir con mi tío, que era minero. Nunca volví a mi pueblo natal, por lo que es
posible que lo atacaran… Ahora que lo dices… - guardó silencio un instante – recuerdo que
hubo mucho revuelo durante una temporada, y llegaron nuevas gentes a las minas procedentes
del norte. Nunca supe qué sucedió pues mi tío esquivaba el tema, pero sí recuerdo sus
afligidos rostros… Después de eso se prohibió cruzar las montañas a cualquiera.
El grupo continuó charlando, intentando evitar cualquier tema delicado. Al rato, Rudra se
levantó sin hacer ruido y se acercó a donde se encontraba Bagwanda, quien se había ofrecido
para patrullar en primer lugar. El enano no se volvió a pesar de la presencia del muchacho.
- Esto… ¿Bagwanda?
El mediano no contestó. Rudra siguió hablando.
- Yo… me preguntaba… ¿dónde aprendiste a luchar?
- Solo – respondió – a base de experiencia y combates.
- Ah… Eres un gran luchador y si no hubiera sido por ayuda, probablemente estaríamos…
- no terminó la frase por miedo a enfadarlo con lo que venía después – es por eso que me
preguntaba…
Guardó silencio un instante, esperando que Bagwanda dijera algo; sin embargo, éste
permaneció en estado de mutis con la vista fija en la espesura del bosque, así que Rudra se
lanzó decidido en su empeño.
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- Quiero que me enseñes a luchar – pidió muy serio mientras juntaba las palmas de sus
manos frente a su cabeza baja.
- Yo no soy espadachín ni maestro de lucha – afirmó el enano sin mirarlo – soy herrero.
- Pero sabes luchar, sabes como acabar con esas sanguijuelas e incluso como matar a un
dragón. Por eso… por eso… ¡te lo pido por favor! – rogó.
- ¿Para qué quieres luchar? – quiso saber Bagwanda mirándolo de reojo
- Quiero proteger a Liz – dijo mientras sus ojos llameaban – no sólo a ella, a toda la gente
que es importante para mí.
- Lo que pides es muy difícil… - musitó entristecido.
- Lo sé… por eso necesito tu ayuda. No quiero ver impotente como la gente que quiero
sufre sin que yo pueda hacer nada. Quiero luchar para protegerlos.
Bagwanda se volvió hacia él y, tras posar su mano en el hombro del muchacho, avanzó
hacia el grupo, le dijo al oído algo a Sadhu y se encaminó de nuevo al lugar donde Rudra
permanecía en pie, cruzándose con él y prosiguiendo en su avance hacia los árboles. El
muchacho lo miraba sin saber muy bien que hacer. Entonces el enano se detuvo y se volvió.
- ¿Piensas quedarte ahí parado toda la noche o vas a venir conmigo a entrenar?
Su rostro se iluminó y, tras correr a por su espada, fue directo a donde Bagwanda lo
esperaba, internándose ambos en el bosque.
Seth, que los había estado observando desde hacía rato, se levantó y los siguió
sigilosamente. Oculto entre los árboles, fue testigo del duro entrenamiento al que el enano
sometía al muchacho. Más que entrenar, parecía que le estuviera dando una paliza. Bagwanda
le dijo que primero debía fortalecer los músculos de los brazos para poder penetrar en la dura
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piel de los reptiles, por lo que debía detener su avance y evitar ser golpeado con la ayuda de
un palo.
Aunque en un principio el joven había pensado que sería una tarea fácil, la práctica resultó
mucho más dura de lo que parecía. El enano le aseguró que luchar contra una persona y
hacerlo contra una bestia salvaje que sólo te ve como un pedazo de carne para llenar su
estómago eran dos cosas completamente diferentes, así que se dedicó a darle porrazos sin
parar mientras el pobre Rudra apenas era capaz de esquivarlos.
Seth miraba con atención entre los árboles. Desde que se uniera al grupo, su relación con
Rudra se había vuelto cada vez más estrecha y, a pesar de que el joven no fuera el guerrero
legendario, seguía sintiendo una gran admiración por él y lo imitaba en todo lo que hacía.
Cada día tomaba notas sin parar de todo lo que hablaban, y decía que un día se convertiría en
un luchador tan grande como él.
Mientras escribía sin prestar atención a otra cosa que no fuera la pelea, algo se acercó con
sigilo por su espalda hasta agarrarlo por el brazo. Se giró exaltado, dispuesto a gritar, pero su
atacante le cubrió la boca y lo mandó callar tratando de tranquilizarlo. Se trataba de Liz
- ¡Menudo susto! – intentó por todos los medios no gritar, surgiendo de su garganta un
susurro raspado - ¿qué estás haciendo aquí?
- Seguirte – murmuró ella - ¿y tú que haces?
Señaló hacia los luchadores, sonriente. Liz vio a Rudra y al enano peleando y en un primer
momento se asustó, haciendo amago por correr a detenerlos, pero al instante comprendió lo
que estaba pasando.
- Lo hace por ti – afirmó Seth – para protegerte.
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Ella se quedó observando la escena durante un rato, viendo lo muchísimo que Rudra se
esforzaba a pesar de la gran cantidad de palos que estaba recibiendo. Seth lo miraba con un
brillo especial en los ojos.
- Lo admiras mucho ¿verdad?
El chiquillo asintió sonrojado. Liz miró a Rudra con dulzura y en sus ojos se denotó un
brillo diferente.
- ¿Tú no? – le preguntó Seth.
Una tierna sonrisa se dibujó en su rostro mientras asentía a la vez que fijaba su mirada el
espadachín.
Ambos se quedaron de espectadores durante un rato hasta que el sueño hizo imposible
mantener los ojos abiertos por más tiempo. Liz se llevó a un dormido Seth a cuestas, con su
cuaderno entre las manos, dejando que Bagwanda y Rudra prosiguieran con su entrenamiento.
No sabía lo que el muchacho escribía en sus notas, pero nunca dejaba de tomarlas. Siempre
que algo le resultara interesante lo apuntaba, y desde hacía tiempo se pasaba el día con la nariz
pegada al librillo, escribiendo sin parar.
Después de ver cuanto empeño ponía Rudra, Liz decidió que también entrenaría duro con
su magia a partir de mañana. Durante el viaje había tratado de practicar algo, pero esta vez le
pediría a Roth que la ayudara.
Dejó a Seth en el carro y se echó a dormir un rato. No tardó mucho en levantarse, yendo
directamente en busca de Roth, que hacía guardia junto a uno de los árboles.
- Qué raro que estés despierta tan temprano.
- Sí, bueno, es que quería pedirte un favor – murmuró con timidez – si tienes un rato libre,
claro.
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Roth llamó a Brill y le pidió que lo sustituyera en su puesto. Una vez todo en orden, se la
llevó a un lado.
- ¿Ocurre algo?
- No es nada importante, yo… me preguntaba si querrías ayudarme a entrenar con mi
magia…
- Por supuesto – aceptó de inmediato con una sonrisa.
Y sin más dilación comenzaron a prepararse.
Ambos permanecieron en pie, meditando durante un rato para mejorar la canalización y el
dominio del Qi. Desafortunadamente no podían utilizar magia de ataque, pues llamaría
demasiado la atención, así que se centraron en la de curación.
Mientras entrenaban a un lado del grupo, los dos guerreros regresaron de su entrenamiento.
Rudra, que apenas podía tenerse en pie, miró en dirección a los dos magos y chasqueó los
dientes, caminando derechito al carruaje. Estaba hecho polvo y su cuerpo le pedía a gritos
descansar. Por su parte, Liz estaba tan metida en la meditación, que no se percató de la llegada
del muchacho.
Al cabo de un rato, Roth la distrajo.
- Acabo de caer en la cuenta, ¿has contactado con la deva de estas tierras?
Liz lo miró desanimada.
- No estoy segura… - dijo pensativa – últimamente me cuesta recordar mis sueños; sin
embargo, presiento que se me escapa algo… no sé el qué…
- ¿Crees que se te ha manifestado el espíritu?
- Tengo la sensación de que está cerca, pero no puedo asegurarlo… es como si se
estuviera escondiendo de mi… no sé como explicarlo.
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- Tranquila, tarde o temprano acudirá a ti. El maestro dice que la mera existencia de las
devas las obliga a conectar contigo, aunque no sé muy bien por qué.
- Eso espero…
Cavi los interrumpió, anunciando que el desayuno estaba listo y que pronto retomarían la
marcha. Ambos se reunieron con el resto y tras comer lo suficiente, prepararon todo para
partir. Rudra se encontraba descansando en el carro junto con Seth, así que Liz se sentó a las
riendas junto a Rudy y Vlad.
Como hicieron con anterioridad, transitaron a través de los bosques, evitando las zonas
abiertas, siempre alertas por si el enemigo los atacaba. En cada descanso, Rudra y Bagwanda
se retiraban del grupo para entrenar, seguidos de Seth, quien los observada a escondidas; y a
su vez, Liz practicaba, a veces con Roth y otras en solitario.
Al cabo de dos días ya se podían ver las montañas, cada vez más cercanas; sin embargo,
algo impidió que prosiguieran con su avance. Entre los árboles escucharon varios chillidos
procedentes de una zona descubierta un poco más alejada de donde se encontraban. Lo más
preocupante era que los rugidos eran varios y diferentes, por lo que supusieron que había más
de un wyvern esperándolos al otro lado. Era posible que hubiera un nido cerca de aquel lugar,
siendo extremadamente peligroso siquiera rondar aquella zona arbolada.
- Genial… - gruñó Rudra molesto - ¿y ahora qué hacemos?
- ¿No hay ningún otro camino? – preguntó Rudy.
- No es seguro… - comentó el enano.
- Pero tampoco podemos quedarnos aquí y esperar a que nos coman – se quejó de nuevo
Rudra.
- Es posible… - murmuró Bagwanda, pensativo.
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- ¿Es posible? – repitió Rudra impaciente.
- Existe otra manera de llegar, pero es muy arriesgado y no tendremos la protección de los
árboles, además nos tomará casi medio día en llegar…
- Tendremos que correr el riesgo, no podemos quedarnos aquí. Necesitamos entrar en el
interior de las montañas – sentenció Roth mientras todos lo escuchaban - ¿no es así, Liz?
La joven observó las montañas y sintió un cosquilleo en la boca del estómago, leve, pero
ahí estaba. Se llevó la mano al vientre y asintió con decisión.
- Está cerca… puedo sentirlo…
De esa manera, con cierta resignación, dieron media vuelta y desanduvieron un buen trecho
de lo que habían recorrido. Llegado a un punto, tomaron un camino diferente y prosiguieron la
marcha. A medida que se fueron alejando, los rugidos se iban haciendo más y más lejanos, por
lo que parecía que habían tomado la decisión correcta al cambiar su ruta; sin embargo, los
había retrasado y para cuando llegaron a la linde del bosque, ya casi había anochecido. Tras
discutir sobre si proseguir hasta las montañas o detenerse, decidieron escuchar al sabio enano
y acampar, emprendiendo la marcha al alba.
De nuevo cada uno se dedicó a sus quehaceres. Algunos descansaron, otros hicieron
guardia, Rudra y Bagwanda entrenaron bajo la atenta mirada del jovencito Seth, y Liz estuvo
con Roth.
Tras largo rato concentrándose, Liz decidió que era hora de descansar, así que se retiró al
cobijo del carro. Cuando llegó, vio que ni Seth ni Rudra habían vuelto aún, por lo que, a
hurtadillas, salió del carruaje y se internó en el bosque en su busca. No tardó mucho en
encontrarlos.
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Seth se había quedado dormido entre los árboles mientras que la pareja entrenaba duro un
poco más allá. Liz se percató de lo mucho que Rudra había mejorado en los últimos tres días,
luchando sin descanso mientras el enano lo atacaba y daba consejos sobre la lucha.
- No olvides que el punto débil de un wyvern está en su cola envenenada.
- ¿En su cola? Pensé que ése era su arma.
- Es un arma de doble filo. Por una parte, ataca con gracias al enorme aguijón que tiene en
su extremo, donde se almacena el veneno segregado. Sin embargo, si éste se corta, pierde su
recipiente y la válvula que bombea la ponzoña hacia el interior, por lo que el tóxico se esparce
por su sangre, matándolo.
- Eh… no lo llego a entender.
- El aguijón tiene una especie de mecanismo que succiona el veneno que se segrega en las
glándulas de la base de la cola. Mediante esa válvula, el tóxico es absorbido al interior del
aguijón, impidiendo que el wyvern se envenene.
- ¡Ah! Entonces si el aguijón se corta…
- Exacto, ya no hay nada que bombee el veneno hacia sí, siendo vertido desde las
glándulas a la sangre, envenenándolo a él.
- ¡Tomando de su propia medicina! – exclamó Rudra sonriente.
El enano lanzó una media sonrisa sarcástica ante su comentario.
- ¿Y a los lindworms?
- Esos son fáciles, se les corta la cabeza – rió con malicia – pero dudo que se acerquen lo
suficiente para ello, son demasiado cobardes para luchar. Prefieren esperar a los restos.
- ¿Y…?
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Rudra calló. No sabía si debía siquiera mencionarlo; sin embargo, el mediano pareció leerle
la mente, adquiriendo un aire sombrío al instante.
- Esos son más duros de pelar… - musitó - ¿ves esto? – señaló su ojo derecho – me lo
hizo uno de ellos. Son bastante peliagudos y apenas tienen puntos débiles. Escupen fuego y
pueden volar. Además, su fuerza bruta es incomparable a la de cualquier otra criatura y son
listos, muy listos…
- ¿Cómo…?
- Su vientre – explicó mientras ponía su mano en la tripa del muchacho – allí las escamas
son menos duras, haciéndolos más vulnerables; claro que es muy difícil clavarle un arma. De
una batalla con wyverns se puede salir ileso si se sabe como atacar, pero con un dragón, se
tiene suerte si se sale con vida.
- Tú acabaste con dos…
- Y ojala hubieran sido más. No descansaré hasta acabar con todos los dragones de la faz
de la tierra.
Liz observaba entristecida la escena desde los árboles. Entendía el sufrimiento de
Bagwanda por la pérdida de su familia; sin embargo, a pesar de haber escuchado su historia,
no podía evitar sentir gran fascinación por aquellas criaturas.
Desde niña había admirado la idea de que los dragones pudieran existir. Le encantaban las
novelas de fantasía. En su mundo había tantos conceptos diferentes sobre los dragones; desde
las fieras salvajes y crueles de Europa, hasta la figura sagrada y sabia del dragón oriental y
latinoamericano. A pesar de que se dijera que era absurda la existencia de tales criaturas, ella
pensaba que era imposible que civilizaciones tan diferentes y alejadas unas de otras
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compartieran una misma idea de la nada, con similitudes tan grandes. Siempre había creído
que tenía que haber una base común para ello, una criatura auténtica.
Pero eso era lo que pensaba de cría. Una vez se pasa a la adolescencia, se deja de pensar en
ese tipo de fantasías. Eso era lo que decía padre, y mira por donde, ahí estaba, en el
mismísimo reino de los dragones, en otro mundo diferente al suyo propio; luchando contra
reptiles alados y bestias endemoniadas, usando magia e invocando a espíritus mágicos. Si era
posible que hubiera ocurrido algo así, ¿qué más podría ser posible? Desde el fondo de su ser
anhelaba poder ver a un verdadero dragón.
Mientras pensaba en ello tuvo una especie de flash en su mente, cómo si se le estuviera
escapando algo, mas no sabía lo que era. De manera difusa, apareció la imagen borrosa de lo
que parecía un dragón parduzco, pero era demasiado confuso para siquiera adivinar lo que
significaba. Tal vez se tratara sólo de un sueño…
Cogió a Seth a caballito mientras permanecía dormido y regresó a la caravana, dejando
atrás a los luchadores. Cuando llegó al campamento, echó al chiquillo sobre una manta y se
acostó, y soñó entonces con dragones y princesas.
Liz se levantó sobresaltada cuando sintió una mano posarse sobre su hombro. Tras volverse
vio que se trataba de Rudy, quien le informaba de que estaban listos para partir. Antes de salir,
Rudy la detuvo. Se veía pensativa y preocupada.
- ¿Ocurre algo? – quiso saber Liz.
- Es que… hay algo que me preocupa…
- ¿El qué?
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- Anoche, antes de dormir, estuve practicando con eso de las premoniciones y… vi algo
extraño.
- ¿Algo extraño?
- Era bastante confuso, bueno, ya sabes – Liz sonrió, pues ella también lo había
experimentado antes - el caso es que del interior de la montaña salía volando un enorme reptil,
diferente y más grande que los que hemos visto. Izaba el vuelo hacia un cúmulo de nubes
justo encima de las montañas, alto, muy alto. El animal rugía y de entre las nubes otros
respondía. Había algo oculto, no sé muy bien que… y de repente oí risas humanas.
- ¿Qué? – Liz estaba sorprendida.
- Es raro, ¿verdad? No tiene sentido… pero estoy convencida de que lo que vi era un
dragón. ¿No se suponía que todos habían desaparecido? ¿Y qué sentido tiene que oyera risas
humanas? Algo no anda bien.
- Yo también lo creo – afirmó Liz – tengo la sensación de que hay piezas que no encajan
del todo en lo de la masacre y todo eso.
- ¿Crees que el enano miente?
- No, no lo creo. Después de todo él no estuvo allí.
- ¿Qué debemos hacer?
- De momento no digas nada, no quiero que Bagwanda se entere de que puedan haber
dragones con vida y decida aniquilarlos. Me da que pronto descubriremos todo.
Rudy asintió y se dispuso a marcharse cuando Liz la interrumpió.
- Gracias – dijo sonriente – por habérmelo contado.
- Tú eres la jefa, ¿no? – señaló en tono divertido la gitana.
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- Menuda jefa, lo único que hago es desmayarme cuando intento ayudar y dormir durante
horas.
- No digas eso, salvaste a Cavi, ¿no?
- Lo hizo Bagwanda… - su expresión triste se transformó en una sonrisa - me alegra que
vayas familiarizándote con eso de las visiones.
- Sí, bueno, quitando lo de los tembleques y los ojos en blanco, no está tan mal – rió.
Ambas salieron del carro para reunirse con el resto. El enano les dijo que todos debían estar
despiertos y alerta por si surgía algún contratiempo. Ordenó que lo siguieran de cerca y que
nadie se separara, ya que el lugar entrañaba peligros peores aún que los propios wyverns, lo
que preocupó bastante al grupo. Deberían andar con mil ojos por el camino.
En apenas una media hora llegaron al final del bosque y entendieron entonces el por qué de
las advertencias del enano. Frente a ellos se extendía un basto territorio sin ningún lugar en el
que resguardarse, poblado de zonas irregulares y más oscuras que desprendían una especie de
vaho. Se trataban de ciénagas que expulsaban vapores pestilentes y altamente nocivos,
formadas por fluidos tóxicos provenientes del interior de la tierra. Todo lo que caía en su
interior era desintegrado por su ácido y abrasante contenido. Incluso era peligroso inhalar
demasiado aquellos vapores, por lo que todos se cubrieron la boca y la nariz con el fin de
minimizar su efecto.
A pesar de que no había un camino detallado, se podía apreciar una vía más amplia hacia el
centro del terreno. Antes de avanzar, se cercioraron de que no hubiera moros en la costa y, una
vez seguros, se internaron en aquel angosto paraje. De pronto Liz se sintió mareada, como
soñolienta, y tuvo la extraña sensación de haber estado ya allí. Lo conocía, no tenía ninguna
duda. Miró hacia las montañas y sintió como si algo tirara de ella, seguido un pinchazo en la
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boca del estómago. Estaban cerca, lo notaba, pero un escalofrío recorrió su espalda, signo de
mal augurio.
La distancia que los separaba de la montaña no era excesivamente grande; no obstante,
debían avanzar con cautela y despacio para no resbalar y sufrir accidentes.
Cuando estaban a mitad de camino, escucharon lo último que hubieran deseado. Un agudo
chillido a su espalda tronó ensordecedor, seguido de otros varios en respuesta. Se volvieron
horrorizados y vieron con espanto como el enorme wyvern que los atacara en el poblado
apareció en el horizonte. Lo reconocieron enseguida por la herida, aún sin cicatrizar del todo,
que cruzaba todo su vientre, causada por el ataque de Bagwanda. Tras él, un gran número de
ejemplares de la misma especie lo seguían entre gritos.
- Es una trampa. ¡Corred! – gritó el enano mientras señalaba hacia la derecha, donde el
bosque era más fácil de acceder.
- ¡No! – exclamó Liz - ¡debemos ir a la montaña! – apuntó en dirección opuesta a los
atacadores.
- ¡No llegaremos a tiempo! – bramó furioso el mediano.
Pero de poco sirvió su queja. Rudy azotó a los caballos, emprendiendo la desesperada
huida hacia las colinas al tiempo que trataba de no caer en ninguna de las ciénagas. Todos los
animales siguieron al carro en cabeza, avanzando a gran velocidad. Por desgracia, el vuelo de
los wyverns era muy veloz y pronto comenzaron su ataque desde el cielo. Pero esta vez los
viajeros estaban preparados para defenderse.
Tal y como Bagwanda les explicara, se dedicaron a atacar a las alas y la cola. Roth, Brill y
Dwija lanzaban flechas hacia arriba, parando el avance de algunos reptiles. Aquellos que
esquivaban el ataque eran bloqueados por la magia de Lha, Kabirim y Enoch, y los pocos
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afortunados que escapaban iban a parar contra las armas de Rudra, Bagwanda y Vlad. Rudy y
Sadhu conducían los carros a toda prisa, tratando de no perder de vista el camino correcto. Liz
se encontraba junto a Rudy, atacando a aquellos que bloquearan el paso.
Justo cuando estaban a punto de llegar, Liz se levantó e invocó a Agni. El descomunal toro
llameante apareció en el cielo de forma solemne. Se lanzó contra los wyverns, evitando esta
vez ser golpeado por sus aguijones, y cuando éstos retrocedieron, lanzó una enorme bola de
fuego que los envolvió en una impresionante explosión, momento que los viajeros
aprovecharon para adentrarse en una pequeña gruta al pie de la montaña.
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EL GUARDIÁN
A pesar de que la explosión detuvo el avance enemigo, el grupo prosiguió corriendo
despavorido por el interior de la montaña, internándose más y más en la gruta.
Después de un largo rato, Roth le gritó a Rudy que detuviera a los caballos, imitándola el
resto. Escucharon con atención, pero nada se oía en aquel lugar. No los seguían. Resoplaron
aliviados, excepto Bagwanda, quien se acercó dando grandes zancadas hacia Liz con gran
enfado.
- ¡¿Se puede saber qué ha pasado ahí afuera?!
Rudra corrió al lado de la muchacha, intentando calmarlo. Roth se reunió con ellos también,
interponiéndose entre el enano y Liz.
- Vamos, vamos, relájate, no ha pasado nada – medió Rudra.
- ¡Hemos corrido un peligro innecesario! El bosque era más seguro y cercano. ¡Ha sido
una insensatez! – Bagwanda estaba que echaba humo.
- Pero no ha pasado nada, así que… - el intento de Rudra por quitarle leña al asunto no
parecía tener demasiado éxito.
- Lo siento… - se disculpó Liz – pero si retrocedíamos, no habríamos tenido otra
oportunidad de volver. Además, éste es el lugar que buscábamos.
Roth la miró con entusiasmo.
- ¿El lithoi está aquí?
Ella asintió mientras sujetaba su vientre con ambas manos.
- Está muy cerca, puedo sentirlo.
Todos la miraron esperanzados, pues por fin, después de aquel largo viaje, estaban cerca de
su objetivo.
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- Y menos mal que no huimos al bosque… - recalcó la gitana - ¿pero cómo es posible que
nos hayan atacado de manera masiva y tan controlada? Pensé que habías dicho que son
animales sin inteligencia alguna.
- ¿A qué te refieres? – quiso saber el enano.
- El bosque estaba infestado de lindworms aguardando a que nos cobijáramos en él.
Habría sido un suicidio dirigirse allí.
- ¿Qué? – dijo el enano aturdido.
- ¿Es que no los viste? – se sorprendió la gitana.
Bagwanda guardó silencio, pensativo.
- Estoy seguro de que nos condujeron a este lugar apropósito – señaló Roth.
- Pero eso no es posible – musitó Bagwanda – no son tan astutos… a no ser… - guardó
silencio pensativo.
- ¿A no ser? – repitió Rudra.
- Es imposible…
- ¡¿El qué?! – insistió el muchacho impaciente.
- Que alguien entre las sombras lo haya maquinado… es la única posibilidad.
- ¿Qué quieres decir?
- Que alguna otra criatura, mucho más inteligente y astuta, ha debido de dirigir a los
wyverns y los lindworms en la emboscada.
- ¿Algo cómo… qué?
Todos permanecieron callados mientras trataban de figurarse quién podría haber sido.
Entonces Rudra pensó haber encontrado la solución.
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- ¡Kinays! – exclamó.
- ¿El qué? – preguntó el enano.
- Son los subordinados de Rakshasa, el rey oscuro. Hace tiempo les perdimos la pista,
pero sabemos que han vuelto a rastrarnos. Es posible… - explicó Roth.
- Lo dudo – comentó Bagwanda – a esas bestias poco les importa lo que el rey ese tenga
en mente, a ellos sólo les preocupa llenarse el estómago. Tiene que ser otra cosa…
- Perdonad – interrumpió Rudy – eso de charlar está muy bien, pero ¿os importaría
hacerlo mientras seguimos avanzando? No me gustaría que esos bichos con alas decidieran
meterse a buscarnos y nos alcanzasen porque os sintáis con ganas de cotorrear.
Así, emprendieron de nuevo la marcha hacia el oscuro interior de la gruta. Gracias a que
llevaban varias velas entre sus pertenencias pudieron evadir la oscuridad, alumbrando con
ellas el camino. A Rudy le dio un escalofrío al recordar la última vez que habían estado en una
situación parecida, rememorando el ataque de aquellas asquerosas criaturas que en las minas.
Por ello, les pidió que avanzaran en silencio, atentos a cualquier signo de amenaza.
No sabían exactamente adónde se dirigía, así que se dejaron dirigir por Liz. No había duda
de que el lithoi se encontraba cerca, la estaba llamando, tirando de ella hacia el interior de
aquella montaña, pero estaba inquieta. Algo andaba mal y a cada paso que daban, aquella
sensación de peligro se hacía cada vez más intensa.
Llevaban más de una hora caminando sin rumbo cuando de pronto Liz escuchó una casi
inaudible risa.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó desorientada.
- ¿El qué? – dijo Rudy – yo no he oído nada.
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Se concentró en cada sonido que aquel lugar emitía. Era cierto, no se oía nada más que las
pisadas de los caballos y las ruedas al marchar; sin embargo, estaba convencida de haber oído
algo. De nuevo volvió a escuchar una risa grave, ésta vez más cercana a la anterior.
- ¡Deteneos! – ordenó.
El grupo paró en seco ante la orden, desconcertados. Liz se levantó en donde estaba y
comenzó a otear cada rincón de aquella gruta, analizando cada sombra, cada roca. Ahí estaba
de nuevo aquella voz grave y ronca, pero esta vez no se limitó a reír.
- Qué suerte la mía, hace tiempo que no tengo visitas. Empezaba a aburrirme. Por fin un
bocado que llevarme.
- ¡Atentos! – gritó, poniéndose en guardia.
Todos la miraban obsoletos sin saber qué estaba pasando.
- ¿Atentos a qué, Liz? – preguntó Rudra.
- ¿Es que no lo oís? – dijo desconcertada mientras observaba las caras de sus compañeros.
- Me parece que los vapores de las ciénagas se le han subido a la cabeza a la princesita –
se burló Cavi.
- ¡No! – insistió – hay algo. Lo oigo, de verdad.
- Creo que necesitas descansar – le sugirió Rudy a su lado.
- Os aseguro que…
En ese momento volvió a escuchar la misma voz de antes.
- ¿Quién será el primero? A ver, a ver… Ya lo tengo, el primero será… ¡el rubito!
Liz buscó aterrada a Roth con la mirada. Se encontraba justo a la cabeza del grupo, a unos
pasos más adelantado que ella.
- ¡Roth, cuidado! – gritó Liz desesperada mientras saltaba del carro en su dirección.
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El semielfo la miró confundido y al minuto se volvió en seco, sintiendo la presencia de
algo a su espalda. Saltó del caballo con gran agilidad, rodando por el suelo mientras su animal
desaparecía ante la incrédula mirada de todos. Se escuchó el relincho desesperado del equino
hasta convertirse al instante en silencio. Liz se reunió con Roth.
- ¿Estás bien?
- Eso creo – dijo mientras se incorporaba – pero, ¿qué ha sido eso?
- No lo sé, pero ahí hay algo. Puedo oírlo.
- ¿Pero cómo es posible? Yo no hemos oído nada – comentó Rudra frustrado, que se
había reunido con ellos – ninguno, por lo que parece.
Volvió a escuchar la voz en su cabeza.
- Mm, delicioso – era capaz de escuchar cómo se relamía de placer – el siguiente...
- ¡Cuidado! Viene de nuevo – advirtió – está al frente.
- ¡Luz! – gritó Rudy – necesitamos luz.
Roth concentró su magia eléctrica en su mano, iluminando todo el espacio y permitiéndoles
observar con horror a su atacante. Frente a ellos, de un descomunal tamaño, había un reptil
color pardo con los ojos de color ámbar, tan enormes y brillantes que resultaba difícil que no
se vieran a través de la oscuridad. En su espalda había dos enormes alas plegadas y al final
una larga cola terminada en punta. Era una criatura totalmente diferente a las que se habían
enfrentado con anterioridad y, a pesar de ser un reptil también, emanaba una enorme
majestuosidad y su tamaño era el triple del de sus anteriores atacantes. Su mirada parecía
analizar cada movimiento, leer cada pensamiento, controlando toda la situación; y sus
movimientos eran gráciles y sigilosos, no violentos y bruscos como los de los wyverns. Los
acechaba desde donde estaba, pero buscando el momento preciso y el lugar exacto para atacar.
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Liz lo miró a los ojos y entonces lo supo. Había visto antes a esa criatura. Ahora recordaba
sus sueños, en los que le advertía que no se acercara; sin embargo, por alguna extraña razón,
no sentía temor ni peligro, sino fascinación y curiosidad. Aquel ser clavó sus ojos en los de
ella y permaneció inmóvil, observándola, sin moverse de su sitio, perdiéndose ambos en la
mirada del otro.
Algo la sacó de su ensimismamiento. Bagwanda, a su espalada, se lanzó en picado contra la
bestia.
- ¡Dragón! – aulló mientras blandía su enorme hacha.
Se abalanzó sobre la inmensa criatura, siendo repelido por ésta de un coletazo. Debido al
golpe perdió de sus manos el hacha, que se quedó enganchada en la cola del dragón. Vio
estupefacto como de su punta se abrían tres enormes pinchos que tenían presa a su arma.
Bagwanda lo maldijo a gritos mientras se incorporaba y se lanzaba de nuevo al ataque, siendo
rechazado por el animal fácilmente. Pero el enano parecía no rendirse.
- ¡Detente! – gritó Liz.
- Deberías seguir el consejo de tu amiga – se burló la voz.
- No se lo digo al enano, te lo digo a ti – dijo la muchacha con su mirada fija en el dragón.
La criatura centró toda su atención en aquella joven, meneando su cola con el hacha
enredada como si de un gatito se tratara.
- ¿Es a mí a quien hablas?
- Sí.
El dragón soltó un ensordecedor rugido que retumbó en todo el lugar, obligando a los
humanos a taparse los oídos. Mas para Liz no era un rugido sino una desternillante risotada.
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- ¡Increíble! – reía la bestia – una humana que entiende a los dragones. Puesto que puedes
entenderme, te recomiendo que cojas a tus amigos y salgáis de este lugar si no queréis
servirme de almuerzo.
- Lo siento, pero no podemos hacer eso.
Liz no apartaba su mirada del dragón mientras el resto del grupo danzaba la mirada de la
muchacha a la criatura sin entender lo que sucedía. El dragón permanecía en su lugar, sin
acercarse o alejarse del grupo, simplemente observando a la joven frente a él.
- ¿Qué está pasando? – quiso saber Rudra.
- No sé por qué, pero por alguna razón puedo escuchar la voz del dragón en mi cabeza.
Todos la miraron estupefactos. ¿Es que aquella muchacha jamás iba a dejar de
sorprenderlos?
- ¡Eso es imposible! – gritó Bagwanda desde su lugar – una bestia inmunda y desalmada
como ésa es incapaz de poder comunicarse. Sólo piensan en matar. Por eso yo…
De nuevo arremetió contra el dragón, lanzándose hacia su vientre con uno de los puñales
que guardaba en su cinturón. El reptil echó su cuerpo hacia adelante, protegiéndose y abriendo
sus enormes fauces en señal de amenaza; pero eso no amedrentaría al enano. Lo esquivó y
arremetió contra uno de sus costados, dirigiendo su puñal hacia el cuerpo del animal. Por
desgracia, la hoja se dobló nada más entrar en contracto con las resistentes escamas que lo
cubrían, como si de plastilina se tratara. Bagwanda corrió hacia su cola y trató de agarrar la
empuñadura de su hacha, pero el animal la elevó justo antes de que la alcanzara, acercándola y
alejándola del enano como si de un juego se tratara. Mientras Bagwanda trataba de agarrarla,
la pata del dragón lo sorprendió por uno de sus lados, lanzándolo contra una de las paredes.
- ¡Ya basta! – suplicó Liz – no hemos venido a luchar.
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- Habla por ti, niña – gruñó el enano maltrecho, incorporándose y dispuesto a atacar de
nuevo – mi única intención es matar a cuantos dragones se pongan en mi camino. Y pronto
añadiré a éste a mi lista
El reptil emitió un fuerte rugido tras escuchar las palabras del enano
- Con que tú eres el asesino que ha acabado con la vida de mis camaradas – la voz sonaba
furiosa y aterradora esta vez – no creas que te resultará tan fácil acabar conmigo. Después de
todo, tus contrincantes no eran más que jóvenes impulsivos e inexpertos. Yo te enseñaré lo
que es enfrentarse a un dragón de verdad.
La actitud del animal cambió por completo, mostrándose ahora hostil y amenazador.
Adoptó posición de ataque y se preparó para lanzarse contra el enano. Bagwanda, por su parte,
dispuesto a recibir el golpe de la bestia, empuñó varios puñales para iniciar el contraataque en
cuanto pudiera. El dragón rugió y comenzó su avance hacia el enano, quien lo esperaba
impaciente.
- ¡Ya basta! – gritó Liz enfurecida.
En ese momento una enorme llama se interpuso entre los dos luchadores, surgiendo de ella
un toro de color rojizo. Agni permaneció inamovible en mitad del camino, deteniendo el
avance de ambos, con actitud solemne. El dragón miró al espíritu y reaccionó de manera un
tanto extraña, no pasando desapercibida para la joven, al tiempo que retrocedía. El enano, sin
embargo, maldecía a toda criatura viviente, amenazando con lanzarse contra la deva si fuera
necesario. Rudra trató de calmarlo, pero era una tarea imposible. Pensó en noquearlo para que
se callara, pero tampoco resultaría fácil.
El enano se encaminó hacia Liz, furioso, dispuesto a arremeter contra ella. La muchacha le
lanzó tal mirada que se detuvo en seco. Colérico, se dio media vuelta y se dirigió al final de la
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caravana, evitando estar cerca del grupo. Liz se acercó al dragón a la vez que Agni
desaparecía.
- Ahora lo entiendo – comentó el dragón – y creo saber qué es lo que queréis.
- No hemos venido a luchar. Buscamos uno de los fragmentos del li….
- Del lithoi – terminó él - si las devas están bajo tus órdenes y has llegado hasta éste lugar,
sólo puede significar una cosa. Buscáis la piedra mágica.
- ¿Lo sabías?
- No al principio. Hay infinidad de túneles bajo estas montañas y éste es el de más difícil
acceso, pues nadie osa atravesar el valle pantanoso. Aún así, hay viajeros que tienen suerte y
consiguen encontrar este lugar. Es por ello que me encuentro aquí. Yo soy el guardián del
lithoi.
- El guardián… - repitió Liz – entonces se encuentra aquí – su rostro se iluminó de alegría.
- No te alegres tan rápido – advirtió – aún tienes que pasar la prueba.
- ¿Una prueba?
- ¿Qué está pasando? – quiso saber Rudra impaciente.
- Dice que es el guardián del lithoi y que debemos pasar una prueba.
- Pero tú eres la heredera – afirmó Roth.
- No hay duda de que tú debes ser el guerrero legendario venido de otro mundo. El que
Agni y Aditi estén a tu servicio lo demuestra. Pero mi misión es asegurarme de que la piedra
no caiga en manos equivocadas.
- ¿Cómo sabes que Aditi…?
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- Es obvio, es por ello que puedes entenderme. Aditi es la deva de la naturaleza, por lo
que te permite entender el lenguaje de todas las criaturas mágicas, así como los sentimientos
de los animales normales. Por ejemplo, ante un dragón, podrás escuchar a la perfección cada
pensamiento que tenga, aplicándose a otras criaturas mágicas como unicornios o hadas. Sin
embargo, con los animales corrientes funciona de manera diferente. Aunque no puedas
escuchar ni entender lo que piensan, puedes captar sensaciones, sentimientos, y sentirlos
como propio. Y no sólo eso. Gracias a su ayuda, puedes entender a la perfección el lenguaje
de las gentes que viven en este mundo. ¿O acaso no te habías percatado?
- ¿Cómo? – dijo desconcertada.
- ¿Es que no te parece raro que siendo de otro mundo seas capaz de entender a las gentes
de éste? Y no sólo eso, cada reino tiene su propio dialecto, incluso los enanos y los elfos
poseen una lengua diferente. Pídele al enano que hable en la suya.
Dubitativa, hizo lo que el dragón le pidió. El enano la miró con extrañeza, y aunque
cuestionara el hacerlo, al final accedió. Acto seguido Liz preguntó a sus compañeros si
entendían lo que decía, asegurando éstos no haber comprendido ni una sola palabra, a
diferencia de ella, quien no encontró diferencia alguna en su lenguaje.
La joven no salía de su asombro. Ignoraba todo aquello. Era cierto que a veces lo había
pensado, pero no le dio importancia. Entonces, tras descubrir esto, recordó su primer
encuentro con Rudra en la montaña, y se percató de que aquella vez no entendió ni una
palabra de lo que dijo; sin embargo, tras despertarse en su casa, entendía por fin. Así, recordó
por fin el primero de sus sueños con la deva.
- Aún así, ese no es motivo suficiente para mí. Como guardián, deberás convencerme de
que mereces poseer el fragmento mágico, por lo que tendrás que pasar la prueba que te plantee.
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Si aceptas, tendrán una posibilidad de acceder al lithoi, pero si te niegas ahora, te dejaré
marchar sin contemplaciones junto con tus amigos con la condición de no volver jamás.
- ¿Marchar y no volver? ¿Qué tipo de prueba es?
- Primero debes decirme si aceptas o no, ahí está la gracia.
Liz permaneció pensativa durante un rato mientras sus compañeros la miraban sin saber
qué estaba sucediendo. Tras un rato decidió aceptar la prueba.
- Perfecto – dijo el dragón, volviéndose – seguidme – y se internó en la gruta.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Roth.
- Debo pasar una prueba para conseguir el fragmento, si no la paso no podremos
acercarnos al lithoi.
- Jamás os dejará tenerlo, uno no puede fiarse nunca de un dragón, son viles y
traicioneros – gruñó Bagwanda desde el fondo.
- Tendremos que arriesgarnos – sentenció Liz, marchando tras el guardián.
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LA PRUEBA
A pesar de las quejas del enano y el desconcierto de algunos de los integrantes del grupo,
decidieron seguir a la muchacha y enfrentarse a la prueba, aun no teniendo idea alguna de en
qué consistiría ni qué peligros entrañaría.
Caminaron durante un largo rato, sin perder de vista la enorme cola del dragón, que se
balanceaba a cada paso. A lo lejos atisbaron una luz, justo en la dirección a la que se dirigían,
y cuando llegaron al final, se internaron en una enorme sala llena de tesoros.
Las reliquias centelleaban bajo la luz de varias antorchas dispuestas en los pilares que
sostenían una enorme bóveda ovalada. Contemplaron la infinidad de riquezas que inundaban
la sala: oro, joyas, armas brillantes, cadenas relucientes, coronas de diamantes… Parecía
cierto eso de que a los dragones les gusta acumular todo lo que brilla; la fortuna que debía de
haber allí reunida era inimaginable. Al fondo había una enorme puerta cerrada, frente a la cual
el animal se detuvo y se volvió hacia el grupo.
- Bienvenidos a la cueva de las maravillas. Mi nombre es Tiamat y soy el guardián de este
lugar. Sentiros afortunados de pisar este suelo.
- ¿Cómo…? – balbuceó Rudra con gran sorpresa.
Liz miró a sus compañeros y vio las pasmadas expresiones de sus rostros, con una mezcla
entre anonadamiento y terror que la joven no llegaba a entender.
- ¿Qué sucede?
- El dragón… ¡habla!
Miró al animal extrañada.
- Pues claro que hablo, insensato.
- ¿Pero cómo es posible que te entiendan?
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- Esta sala es mágica. En ella los humanos y los dragones son capaces de comunicarse de
manera corriente. Mejor dicho, los humanos son capaces de entender a cualquier criatura
mágica que se encuentre en su interior. Antaño servía como salón de reuniones; sin embargo,
los tiempos han cambiado – al decir esta última parte Liz pudo percibir una pizca de tristeza.
- ¡Esto es inaudito! – se repetía sin cesar el enano.
- Inaudito es permitir que un enano asesino cazador de dragones pise este suelo.
- ¡¿Asesino?! ¿Y qué hay de todas las personas que los de tu especie han aniquilado? ¡No
tienes derecho a llamarme asesino!
- ¿Los de mi especie? No me compares con esos descerebrados wyverns.
- No me refiero a eso – refunfuñó Bagwanda furioso – sino a la masacre llevada a cabo
por los tuyos en la que aniquilasteis a todo ser viviente hace diez años.
- Me parece que te confundes – dijo el dragón en tono de advertencia.
- Yo creo que no – contraatacó el enano – uno de mis camaradas me lo dijo antes de morir,
que un dragón negro atacó la aldea, y también el dragón protector. Supongo que os cansaríais
de tanta cabra y decidisteis comer algo más grande – comentó con desprecio.
- ¡Ja! – rió Tiamat – no me hagas reír. Ni en sueños comería la carne de un humano, tiene
un sabor asqueroso. Por no mencionar la de los enanos…
- ¡No te creo!
- Ya basta – los interrumpió Liz - ¿podéis dejar las peleas para luego?
Bagwanda le dedicó una mirada cargada de odio que la hizo revolverse. Meneó la cabeza y
se centró en lo que tenía que hacer.
- ¿En qué consiste la prueba?
- Directa al grano ¿eh? – señaló Tiamat – bien, eso me gusta. De acuerdo entonces.
425
- ¿Debemos luchar? – añadió Rudra emocionado.
- Eso no estaría mal del todo – rió el dragón - pero me temo que es algo menos mediocre.
- ¿De qué se trata entonces? – pregunto Rudy.
El dragón adquirió una extraña mueca que parecía una sonrisa.
- Debéis responder a tres preguntas.
- ¿Cómo? – dijo Rudra.
- Acertijos… - musitó Seth desde el carro – a los dragones les encantan los acertijos.
- Vaya, tenemos un ganador. Yo os haré tres preguntas. Si contestáis correctamente, os
dejaré formularme otras tres como premio.
- ¿Y qué ganamos con eso? – gruñó Rudra irritado.
- Es sencillo, podéis preguntarme todo lo que queráis, desde cuál es el paradero del lithoi
hasta por el color de las nubes.
- ¡Y a mi qué narices me importa el color de…! – Liz detuvo a Rudra antes de que
terminara de quejarse.
- ¿Cualquier cosa?
- Cualquier cosa.
- ¿Y cuál es la trampa? – preguntó Roth con desconfianza.
El dragón rió.
- Sólo os permitiré formularme las preguntas después de vuestras respuestas, y las tres
deben ser correctas.
- ¡Eso es trampa! – grito Rudra.
- Eso ya lo he dicho yo – dijo Roth molesto - ¿y si fallamos alguna de las preguntas?
426
- Me serviréis de almuerzo.
Todos se quedaron tiesos tras oír las palabras del dragón. La dolorosa imagen de ser
engullidos surcó sus mentes y el terror se reflejó en sus rostros. Más de uno hizo amago de
salir corriendo, pero Liz intervino.
- Ésta es la prueba para el elegido, así que ellos no tienen nada que ver – señaló con tono
firme – te suplico que sea sólo yo la que pague las consecuencias si fuera necesario.
- ¡¿Te has vuelto loca?! – gritó Rudra, pero ella lo ignoró.
- Supongo que es justo – aceptó el dragón tras unos minutos de meditación – sin embargo,
en consecuencia, sólo podrás ser tú la que responda a las preguntas.
- Trato hecho.
Todos resoplaron aliviados tras saber que sus cabezas permanecerían en su sitio, todos
menos Roth y Rudra, quienes no paraban de protestar por la posibilidad de que algo le
sucediera a la muchacha; sin embargo, ella hizo caso omiso de sus quejas y zanjó el asunto.
- Ah, se me olvidaba, una vez te haya devorado, perseguiré a tus compañeros, así que
deberéis daros prisa en escapar de aquí.
El pánico volvió a surgir entre los presentes, excepto en el enano, quien estaba deseoso de
pelear con el dragón. Liz trató de calmarlos, asegurando que nada pasaría, pero sus palabras
no tuvieron demasiado éxito.
Poco le importaba al dragón la confusión de los viajeros, y sin esperar más comenzó con el
juego.
- Muy bien, ahí va la primera pregunta, se podría decir que es la más fácil: ¿cuál es el
animal que al nacer camina con cuatro extremidades, en la edad adulta camina con dos y antes
de morir utiliza tres?
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- ¿Y ésta es la fácil? – protestó Rudra.
Todos comenzaron con sus suposiciones entre ellos, tratando de descubrir de qué animal se
trataba. Rudra gritaba enojado, aún quejándose sobre la situación en la que se encontraban y,
al mismo tiempo, diciendo que dicho animal no podía existir, mientras el resto decía nombres
al azar sin demasiado convencimiento. Liz permanecía en silencio, pensativa, y tras unos
instantes sonrió.
- Tienes razón, ésta es la fácil. Es el ser humano.
Sus compañeros la miraron sorprendidos, pues apenas se había dado unos minutos para
reflexionar. Se podía percibir en ellos el miedo a su equivocación, pero ninguno dijo nada. El
dragón la miró sonriente.
- ¿Cuál es tu argumento?
- Al nacer, los bebés gatean con los brazos y las piernas; después, a la edad adulta, camina
sólo con sus dos piernas, y cuando envejece necesita de la ayuda de un bastón para hacerlo.
Cuatro, dos y tres patas.
- Correcto – dijo ante los pasmados rostros del resto de viajeros.
Rudra corrió a su lado, preguntando cómo lo había descubierto tan rápido.
- Éste me lo sabía – susurró guiñándole un ojo.
- Así pues, el siguiente no será tan sencillo: hay dos objetos, muy populares y corrientes,
y a su vez muy antiguos, que aún se usan por ser de gran utilidad. Ambos tienen la misma
función, sin embargo, uno tiene miles de piezas móviles y el otro no tiene ninguna. ¿Cuáles
son estos objetos?
“Maldición” pensó Liz. Esta vez no se la sabía.
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Cuando era pequeña tenía un libro de acertijos y adivinanzas, como cualquier niño de su
edad, y le encantaba preguntar a todo el que conociera para ver si lograban adivinarlos.
Conocía muchos, pero éste parecía demasiado complicado para incluirse en un libro infantil.
Tendría que pensar con cuidado antes de responder.
- ¿También lo conoces? – preguntó Rudra esperanzado.
Negó con la cabeza entristecida. Todos se reunieron para discutir la respuesta.
- Pensé que sólo tú responderías – se quejó el reptil.
- Nunca dijiste nada de no consultar, ¿o si?
Tiamat soltó una sonora carcajada mientras se tumbaba en el suelo.
- Tómate tu tiempo – dijo antes de cerrar los ojos.
El comportamiento del animal no la alivió demasiado. Por su actitud, parecía que dudara
que consiguieran resolverlo, echándose una cabezadita mientras ellos pensaban en la respuesta.
Fueron muchas las posibles respuestas que cada uno sugirió. Rudra propuso una espada y
una ballesta, pues ambas servían para el ataque mas la espada era una pieza sola y la ballesta,
varias móviles. Estaba convencido, y varios apoyaban su idea; sin embargo, Liz no estaba
segura del todo. Rudy se decantó por el barco y la carreta, pues el barco constaba de una pieza
inmóvil y la carreta no, y ambos eran antiguos y servían para viajar, pero seguía sin ser
demasiado convincente para todos. Algunos se enfrascaron en una discusión absurda para
tratar de convencerse los unos a los otros de que su propuesta era la correcta. Por su parte, Liz
seguía pensando sin llegar a dar con la respuesta mientras miraba de soslayo al dragón, el cual
descansaba plácidamente con una malévola sonrisa dibujada en su boca.
Liz tenía la certeza de que esas no eran las respuestas. El hecho de que sus piezas fueran
móviles implicaba que se movían para su funcionamiento, y aunque las dos respuestas
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obtenidas eran buenas, esas piezas no se movían sino que algunas permitían el movimiento,
pero no todas lo hacían. Debía ser algo más sencillo.
Pensó en varias opciones que en su mundo podrían valer, pero no allí, pues dudaba que
hubiera motosierras en aquellas tierras. ¿Silla de ruedas? No, no iban por ahí los tiros. Y qué
decir de un teléfono móvil, allí no existían siquiera los teléfonos.
Ignoraba cuanto rato llevaban meditando y discutiendo cuando Rudra perdió la paciencia.
- ¡Sea como sea, tenemos que decidirnos ya! ¡No nos queda tiempo!
El dragón levantó la cabeza ante las palabras del muchacho y lo miró con curiosidad, gesto
del que Liz se percató al instante y entonces una bombilla se le encendió en el cerebro.
- Tiempo… - dijo para sí misma en voz baja - ¡claro! ¿Cómo no me he dado cuenta antes?
Roth la miró y enseguida supo en lo que estaba pensando.
- Es cierto, era muy sencillo. Gracias paleto – añadió mientras palmeaba a Rudra en la
espalda.
- ¿Eh? – éste no tenía ni idea de qué era lo que había hecho, pero se ruborizó ante las
felicitaciones, rascándose la cabeza.
- ¿Qué está pasando? – preguntó Rudy confundida.
- El tiempo es la clave – explicó Roth – el mismo dragón nos dio la pista. ¿Qué se usa
para medir el tiempo?
- El reloj – expuso la gitana.
Al instante sacó de su bolsillo un diminuto reloj de arena que había conseguido gracias a
uno de los mercaderes en Talaka. Lo miró detenidamente y de repente reaccionó.
- ¡Los granos de arena! – exclamó entusiasmada – ¡se mueven!
- Exacto – dijo el semielfo – miles de piezas móviles.
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- Pero un reloj de cuerda también tiene piezas móviles, todos los relojes las tienen… no
tiene sentido.
- No todos las tienen – comentó Liz sonriente.
Entonces con su pie dibujó en la arena de la gruta una semiesfera y escribió números del
seis al doce y del uno al seis. Después cogió una vara de entre las riquezas de la gruta y la
colocó en vertical, justo en la mitad de la línea que se dibujaba tras unir ambos extremos del
semicírculo. Acto seguido cogió una de las antorchas y la situó cerca del dibujo. Todos la
miraron absortos y en silencio mientras llevaba a cabo la operación completa. A medida que
se movía, la sombra del palo se situaba en un número diferente del dibujo.
- ¿Qué es eso? – preguntó Rudra.
- Es un reloj de sol – explicó Seth desde su lugar.
Por la reacción de algunos, más de uno desconocía la existencia de este tipo de reloj. Y no
era de extrañar, en aquel mundo el sol funcionaba de manera diferente, por lo que era difícil
poder utilizarlo en aquellos reinos en los que apenas brillaba.
- Dependiendo de la posición del sol en el cielo, se puede saber la hora exacta mientras
haya luz, aunque no sirve en la noche – informó el muchachito – lo dice en los libros, aunque
nunca había visto uno, sólo dibujos.
- Exacto – sonrió Liz – eres muy aplicado, Seth.
- ¿Cómo lo has sabido? – preguntó Rudra curioso.
- En mi mundo también tenemos un sol. En la antigüedad se usaban mucho e incluso en
algunas iglesias se conservan. Cuando era niña nos enseñaron en la escuela a construir nuestro
propio reloj de sol, fue muy divertido. Me parece increíble que todavía me acuerde – sonrió.
- Vaya…
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Liz se acercó hacia el dragón y dio su respuesta: el reloj de arena y el reloj de sol.
- Correcto – dijo algo molesto – van dos de tres. Ésta será la última de las preguntas; si
respondes bien, dejaré que me formules tres preguntas, pero si no, tus amigos se marcharán y
tú me servirás de cena. Aquel caballo no fue suficiente para llenar mi estómago – la bestia se
relamía mientras decía estas palabras.
- Estoy lista.
- Bien, aquí va: soy más poderoso que el creador y más malvado que un demonio. Los
pobres me poseen y los ricos no me necesitan. Los difuntos piensan en mí y si me comes,
morirás, ¿quién soy?
- ¡Rakshasa! – gritó Rudra al instante – Rakshasa es lo más malvado que hay.
- ¡Pero qué dices, burro! – arremetió Rudy mientras lo golpeaba en la cabeza - ¿cómo te
vas a comer al rey oscuro?
- Jajaja – rió el dragón – me encantan los jóvenes impulsivos, hacen las cosas más
fáciles – dijo mientras se preparaba para saltar contra los viajeros – respuesta incorrecta.
A punto estuvo de lanzarse al ataque, pero Liz lo detuvo desesperada.
- ¡Espera! Se supone que soy yo la que tiene que contestar, ¿no?
La bestia relajó los músculos, soltando un feroz rugido, y volvió a tenderse en el suelo,
molesto. Liz respiró, tratando de recobrar la calma mientras el resto recriminaba a Rudra por
su insensatez. El joven, avergonzado, se disculpó y no volvió a abrir la boca durante un largo
rato.
Así pues, comenzaron a concentrarse en el acertijo. Parecía que el dragón se había
guardado el más difícil para el final.
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Había respuestas de todo tipo: Rudy se decantaba por el hambre, pues decía que los pobres
lo tienen y es más grande y malvado que nada; Roth sugirió que era la muerte, y en efecto
parecía una de las opciones más acertadas, si no fuera porque no se puede comer; Cavi
afirmaba que se trataba del amor, porque es más grande que cualquier cosa y a la vez lo más
malvado, los ricos no lo necesitan pues tienen dinero y podría incluso matar. Pero el
romanticismo de Cavi no llegó a convencer al grupo. Alguien optó por apuntar el dinero, mas
tampoco cuadraba del todo, y los más simples respondían que el veneno.
Las respuestas eran variadas. Por desgracia ninguna cumplía con todos los requisitos. Tenía
que haber gato encerrado. Era imposible encontrar algo que cumpliera todos los requisitos del
acertijo. Liz se repetía una y otra vez que era imposible.
- No hay nada así…
Guardó silencio.
- No hay nada… nada…
Entonces, como alma que lleva el diablo, corrió hacia el dragón y se plantó delante de él.
- ¡Nada! – gritó ante la absorta mirada de sus compañeros, quienes apenas habían tenido
tiempo de verla marchar.
El dragón la miró irritado.
- Nada es más poderoso que el creador, nada es más malvado que un demonio, ¿qué
tienen los pobres? Nada, y los ricos no necesitan nada. ¿En qué piensan los difuntos? En nada
porque están muertos, y si nada comes, te mueres.
Todos permanecieron inmóviles mientras esperaban alguna respuesta por parte del reptil.
Éste tenía la mirada clavada en la joven, sin mover ni un músculo. El corazón de Liz latía
desbocado ante la posibilidad de haberse equivocado. Si así fuese, no tendría ninguna
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posibilidad contra aquella criatura, aunque lucharía hasta el final para proteger a sus amigos.
Finalmente, el dragón cerró los ojos y se incorporó.
- Correcto – dijo con desilusión.
La silenciosa gruta se llenó de gritos y risas. Sus compañeros corrieron para reunirse con
Liz, exaltados y vitoreándola sin parar ante su victoria. A ella le flaquearon las piernas,
perdiendo durante un instante el equilibrio debido a la enorme tensión vivida. No podía creer
que hubiera acertado. Desde luego, había pasado un mal rato, pero por fin había terminado.
Acorde al trato, ahora el dragón debería responder a tres preguntas. Y sabía muy bien cuales
serían.
- Bueno, he de reconocer que eres lista. Te mereces mi respeto y, por ello, tienes derecho
a formular tus tres preguntas. Piensa bien lo que escoger porque no tendrás otra oportunidad.
- Ya las he elegido.
- Bien. Responderé a las tres tras ser formuladas. Puede ser en orden o no, depende de lo
que crea oportuno.
- Muy bien, la primera pregunta es ¿cómo llegar hasta el fragmento de lithoi?
- Lo suponía – dijo el dragón.
- La segunda es ¿qué ocurrió hace diez años durante la masacre de los humanos?
Todos, incluidos el dragón, la miraron sorprendidos ante la pregunta, especialmente el
enano. Ninguno habría imaginado que preguntaría algo así, sino algo más relacionado con los
kinays o el enemigo.
- Y la tercera es… - cogió aire antes de continuar - ¿qué hay oculto entre las nubes que se
encuentran sobre estas montañas?
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Solamente Rudy sabía a lo que se refería, pues fue ella misma quien le hablara sobre ello
en su visión. El dragón pareció descolocarse tras escuchar a la muchacha formular su última
pregunta.
- ¿Cómo sabes tú…? – balbuceó.
- No subestimes a mis compañeros, cada uno de ellos posee asombrosas habilidades y son
de gran valía – comentó mientras le dirigía una dulce sonrisa a la gitana.
La bestia suspiró con desaire. Se esperaba tan poco como aquellos humanos que la joven
formulase semejantes preguntas, pero una promesa era una promesa, y un dragón jamás
rompía su palabra.
- Bien, parece que no tengo elección – se resignó mientras se volvía hacia la enorme
puerta al final de la sala – seguidme.
Todos avanzaron en silencio en dirección hacia el portón. Justo antes de abrir, les pidió que
dejaran a sus caballos atados en la sala junto a los dos carros. A pesar de haber algunas quejas
accedieron, encaminándose al otro lado de la puerta, y tras cruzarla, se encontraron en un
enorme cráter en mitad de la montaña. En el fondo había agua acumulada y sobre ella un
camino que cruzaba el inmenso agujero hacia la pared opuesta de la montaña, terminándose a
mitad del recorrido, donde se expandía en una gran plataforma. Se podía ver el cielo desde
aquel lugar.
Tras recorrer el camino y situarse en el espacio de tierra, ordenó a los humanos que
subieran a su lomo. Como eran muchos y no todos podrían ser llevados, algunos decidieron
quedarse en la gruta cuidando de los animales y sus pertenencias.
Así, se decidió que Roth, Rudra, Liz, Rudy y Bagwanda se marcharan con el dragón. El
enano puso el grito en el cielo ante la simple idea de confiar en aquella bestia, pero Liz le
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instó en que, si quería saber lo que realmente le había ocurrido a su familia, debían confiar en
él.
A regañadientes y todavía quejándose, se subió a la espalda de aquella criatura que tanto
odiaba y tuvo que controlarse para no molerla a palos. Por suerte había dejado todas sus armas
a petición de la bestia en los carros. Seth suplicó que lo llevaran con ellos, berreando como un
niño pequeño, así que, por no oírlo más, decidieron que se uniera al grupo, a fin de cuentas, ni
pesaba demasiado ni apenas ocupaba espacio. De esta manera, el descomunal animal batió sus
alas y se elevó hacia el cielo, en dirección a las nubes que cubrían la cima de la montaña.
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LA TIERRA OCULTA
Desde aquella distancia la vista era espectacular. Se podía vislumbrar cada palmo de
territorio hasta llegar hacia las montañas de los mineros. Comprendieron entonces cuan
todopoderosos debían de sentirse aquellas criaturas voladoras que todo lo veían y controlaban
desde el cielo, sin miedo a nada ni nadie. Sin embargo, lo que antaño habría sido un panorama
hermoso y lleno de vida, ahora se veía oscuro e inerte, sin movimiento alguno. Los bosques se
mostraban sombríos desde allá y todo permanecía en silencio.
En dirección opuesta, se acumulaban las nubes, blancas y opacas, ocultando el azul cielo,
pero había algo extraño en ellas. La mayoría parecían normales; no obstante, justo en
perpendicular al enorme cráter de la montaña, se acumulaban en el centro nubes de mayor
espesura y concentración, y mientras que las otras eran traslúcidas y se movían empujadas por
el viento, aquellas permanecían estáticas en su lugar.
A medida que se iban acercando, comprobaron que había movimiento alrededor de ellas,
como si infinidad de remolinos poblaran su superficie, envolviéndolas y escupiendo hacia
fuera a todo aquello que osara acercarse. El dragón lanzó un fortísimo rugido mientras
aumentaba su velocidad.
- ¡Agarraos! – escuchó Liz en su cabeza, pasando el mensaje a sus compañeros.
La bestia planeó hacia los nimbos, elevándose cada vez a más altura. El viento soplaba
fuerte, atrayendo hacia si todo lo que estuviera cerca para después lanzarlo fuera echo pedazos.
Los seis que se encontraban a lomos del dragón se sujetaron como pudieron a las escamas
del animal, que aunque parecieran resbaladizas, eran ásperas y con bultos irregulares en toda
su superficie, como si de una roca se tratara. Seth perdió el equilibro y casi cayó al vacio, si no
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hubiera sido por Rudra, quien, con gran habilidad, consiguió agarrarlo en el último momento,
impidiendo que saliera despedido.
Varias veces pensaron que serían engullidos por los remolinos, pero el dragón voló alto y
firme hacia la parte superior, dejando atrás el inmenso cúmulo y situándose justo en el
extremo más elevado. Allí había una zona no tan densa en la que el viento parecía menos
intenso. La bestia se lanzó en picado sobre aquella abertura mientras sus pasajeros gritaban
aterrorizados, internándose en el corazón de la tormenta.
Cuando abrieron los ojos, todo estaba en calma y había claridad en el cielo. La tormenta
había cesado y apenas soplaba una leve brisa. Alrededor, unas nubes blanquecinas y espesas
envolvían el espacio en el que se encontraba, dejando que se filtrara la luz del exterior, que
bañaba todo el lugar. En el lado opuesto, hacia abajo, observaron asombrados que allí, en
mitad de aquel espacio nuboso, un pedazo de piedra flotante se asentaba casi en la base del
espacio creado. Y no estaba despoblado; había árboles y plantas, estanques de diferentes
tamaños y casas, casas humanas. Ninguno daba crédito a sus ojos.
- Bienvenidos a Fuudo – escuchó Liz en su mente.
Tiamat descendió planeando con el viento mientras lanzaba varios rugidos. De las casas
salieron una serie de personas, y de las grutas asomaron otros dragones para dar la bienvenida
a los recién llegados. Los acompañantes del dragón no conseguían salir de su asombro.
Humanos y dragones habitaban aquella tierra flotante en mitad de la nada.
Tras aterrizar, los seis bajaron del lomo del dragón, siendo éste recibido por sus camaradas.
Una chiquilla de más o menos la misma edad que Seth corrió despavorida hacia el reptil,
lanzándose contra su cabeza y estrechándola entre sus brazos.
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- ¡Tiamat! – exclamó con gran alegría – te he echado tanto de menos.
- Y yo a ti – dijo el dragón.
De nuevo, todos podían oír sus palabras. La muchacha miró a los seis viajeros con
curiosidad.
- ¿Quiénes son?
- Nuevos amigos – explicó el animal mientras la niña le rascaba bajo la barbilla. Estaba
claro que le gustaba, y mucho.
De repente Bagwanda respiró hondo, quedándose casi sin aliento, y su rostro palideció por
completo, invadido por no se sabe si sorpresa, terror o incredulidad. No apartaba sus ojos de
aquella chica, como hipnotizado.
- ¿Qué te pasa Bagwanda? Parece que hubieras visto un fantasma – dijo Rudra.
Y en efecto, eso parecía. Estaba blanco y apenas podía articular palabra. La chiquilla lo
miró y, algo intimidada, se ocultó tras el dragón. Liz observó al enano, extrañada, aunque en
parte entendía su reacción. En esa tierra humanos y dragones vivían en armonía, tirando al
traste la idea que se había formado en su cabeza durante años. Sin embargo, su reacción era
demasiado intensa para limitarse sólo a eso. Oscilaba su mirada entre la muchacha y al enano,
tratando de entender la actitud de Bagwanda, a quien le temblaba el cuerpo entero. “No es
posible” pensó para sí. Como si Tiamat hubiera leído sus pensamientos, les presentó a la
chiquilla.
- Ésta es Leila – su voz sonaba suave y llena de cariño.
Bagwanda empeoró tras escuchar aquellas palabras, mientras que Liz y el resto adoptaron
la misma obsoleta expresión que su compañero ante la chocante noticia. Y es que todos
conocían aquel nombre.
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La niña se adelantó y realizó una tímida reverencia a los recién llegados, volviendo acto
seguido a la protección del dragón. Los ojos del enano se llenaron de lágrimas al tiempo que
sus rodillas cedían y caía al suelo acongojado. Liz lo sujetó por los hombros y trató de
consolarlo, aunque sabía que no lo lograría. La gente que se encontraba alrededor no entendía
aquel comportamiento y los miraban confusos. En ese momento Tiamat pidió que se atendiera
a los viajeros, dándolos comida y cobijo, y se retiró con la muchacha, dispersándose entonces
el gentío.
Algunas personas condujeron al grupo a una de las casa mientras el resto volvía a sus
labores. Tuvieron que ayudar entre todos a Bagwanda a levantarse, el cual seguía en estado de
shock. Ya en la vivienda, le dieron agua y algo de comer, pero su congoja era tal que no probó
bocado. Los demás, sin embargo, agradecieron la comida y descansaron.
Cuando por fin se quedaron solos, se decidieron a hablar de lo sucedido.
- ¿Cómo es posible? – dijo Rudy aún incrédula.
- Jamás hubiera imaginado que dragones y humanos se ocultarían en un lugar como este -
musitó Roth pensativo.
- Creía que habían muerto todos – comentó Rudra.
- Parece ser que las cosas no son como pensábamos – Roth miraba de refilón al enano.
Liz se encontraba a su lado, tratando de darle apoyo. Su expresión mostraba tal mezcla de
emociones que era difícil advertir en qué estaba pensando. La joven lo miraba con pesar, pues
era incapaz de imaginar el dolor que debía sentir en aquel momento.
- Aquella niña… - murmuró.
- Es la viva imagen de su madre – susurró Bagwanda con la mirada perdida.
- Lo suponía…
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- ¿Cómo es posible? – sollozaba el enano sin parar.
Alguien llamó a la puerta. Era la pequeña Leila asomándose con timidez desde la entrada.
- Esto… Tiamat solicita vuestra presencia.
En cuanto Bagwanda escuchó su voz, palideció de nuevo. Liz trató de calmarlo; no
obstante, estaba demasiado emocionado para lograrlo. Parecía que fuera a explotar de un
momento a otro, no pasando desapercibido su estado a la niña. Liz le sugirió que se quedara
en la cabaña, pero él insistió en ir, así que Rudra y Roth lo ayudaron a levantarse y, cuando
estuvieron listos, Leila los condujo hasta el cobijo del dragón.
Ya en el umbral, Bagwanda llegó a su límite y se negó a entrar, incapaz de hace frente a
aquella criatura que esperaba en su interior. Liz le pidió a la chiquilla que se quedara con él,
excusa perfecta para dejarlos solos. Seth se ofreció voluntario para acompañarlos; parecía que
el muchacho sentía cierto interés en la chica, a quien no le quitaba el ojo de encima. Los
demás accedieron y se encaminaron al interior de la gruta para reunirse con el dragón.
Tiamat los aguardaba con calma, tumbado sobre una cama de hojas frescas, probablemente
preparada por la joven Leila.
- Bienvenidos. Veo que faltan aún algunos de vuestros acompañantes.
- Bagwanda no se encontraba bien, así que Leila y Seth se han quedado fuera con él –
explicó Liz.
- Puedo entender el por qué – musitó el dragón con tristeza – ha debido ser un golpe muy
duro encontrarse con humanos y dragones juntos.
- No sólo eso – musitó para sí la gitana.
- ¿Cómo es posible? – preguntó Rudra - ¿no se suponía que todos habían muerto?
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- Amigo mío, muchas veces las cosas no son lo que parecen.
- Tiamat – intervino Roth - ¿sería posible escuchar de tus propios labios lo que realmente
ocurrió hace diez años?
- No tengo más remedio, una promesa es una promesa. Ahora responderé a las tres
preguntas que me hicieras con anterioridad. En cuanto a qué había oculto entre las nubes, creo
que no hace falta que responda, pues todos lo habéis visto ya con vuestros propios ojos. Pero
empezaré desde el principio. Supongo que vuestro compañero ya os habrá contado que
durante siglos humanos y dragones han vivido en armonía, luchando contra los wyverns para
sobrevivir. La razón de esta alianza es simple: los wyverns no son criaturas mágicas como
nosotros, sino el resultado de los experimentos realizados por Rakshasa para crear su propio
ejército alado.
La noticia conmocionó a los presentes.
- ¿Experimento? – preguntó Rudy.
- Es una forma de llamarlo. Rakshasa es la encarnación del mal, cuya única motivación es
destruir. Por desgracia para él, eso no es tan sencillo. En este mundo habitan muchas criaturas
a las que no puede controlar. Todos los seres mágicos escapan a su control: hadas, sirenas,
dragones, elfos… son seres puros a los que no puede manipular, es por eso que utiliza a los
humanos y a sus propias creaciones.
- ¿Pero cómo es posible que haga eso?
- Ni yo mismo lo sé, desconozco sus métodos y su motivación, pero como habitante de
este mundo, no puedo permitir que acabe con mi hogar.
- ¿Qué es la plaga entonces? – preguntó Rudra - ¿por qué sólo afecta a humanos y
animales?
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- Las sombras no son más que el resultado de la oscuridad de los corazones. Los humanos
son criaturas extrañas que albergan infinidad de emociones y sentimientos en su alma.
Aquellos que son negativos constituyen su propia oscuridad. El miedo, la tristeza, el odio, el
rencor… La sombra es todo aquello que es oscuro en uno mismo, consumiéndolo hasta
convertirlo en un ser maligno y exento de sentimientos. Eso es lo que se denomina un kinay,
un cuerpo sin alma consumido por su propia maldad.
- ¿Y por qué no afecta a ciertas criaturas?
- Porque no hay oscuridad en ellas. Elfos, hadas… su propia naturaleza es benévola y sin
posibilidad de maldad, escapando de la maldición. Hay criaturas mágicas que son malvadas
por naturaleza, por lo que es fácil que acaben al servicio del rey oscuro, como las arpías o
algunos duendes. Pero su dominio es diferente, son plenamente conscientes de sus actos y se
unen al malvado de forma voluntaria, cosa que los kinays no hacen, pues una vez
transformados pierden su voluntad.
- Los kinay… - murmuró Liz - ¿son todos iguales?
- Hay rangos – explicó el dragón – los más poderosos tienen habilidades especiales y son
dotados de cierta libertad de actuación. Sin embargo, la mayoría son como esos wyverns,
simples marionetas. Pierden sus recuerdos y su identidad, convirtiéndose en un ejército de
desalmados que arrasan con todo lo que encuentran. Las cosas solían alcanzar cierta balanza
con las cruzadas, pero la última fue un fracaso y el equilibrio se rompió.
Su expresión se llenó de tristeza y pesar. Parecía que sus recuerdos le trajeran un enorme
dolor.
- Los dragones nos convertimos en los guardianes protectores de los humanos y, a cambio
de comida, los protegíamos de los wyverns y los kinays si es que osaban atacarlos. Sin
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embargo, hace diez años algo horrible sucedió. Uno de nuestros congéneres se… cambió de
bando.
- ¿Qué quieres decir?
- Vrita es uno de los dragones más poderosos que jamás haya existido, pero nunca estuvo
del todo de acuerdo con que protegiéramos a los humanos. Decía que éramos demasiado
poderosos para servir de mascota, negándose a ser esclavo de ninguno de ellos y limitándose a
vivir en su cueva. Durante largo tiempo nada se supo de él, por lo que supusimos que tal vez
hubiera abandonado estas tierras o muerto. Pero hace diez años apareció de nuevo, liderando a
los wyverns y los lindworm, y atacó las aldeas humanas.
Todos se quedaron en silencio escuchando el relato del dragón. Mientras, en el exterior de
la cueva, Seth, Leila y Bagwanda permanecían sentados, sin decir palabra alguna. Poco duró
el silencio y Seth enseguida se acercó a la muchacha y comenzó a hacerle preguntas. Sabía
que tenía que tener cuidado con lo que decía, pero no podía estarse callado.
- ¿Cuántos años tienes, Leila?
- Pronto cumpliré los quince.
- Yo también tengo quince – dijo entusiasmado – me llamo Seth.
- Encantada – respondió con una dulce sonrisa - ¿y de dónde venís? Es extraño ver a
forasteros, sobre todo después de la masacre.
- ¿La masacre? – preguntó Seth.
El enano permanecía en silencio, pero escuchando con atención cada palabra.
- Hace diez años Vrita, el dragón negro, se unió a los wyverns y atacó a todos los
humanos de la zona, acabando con la gran mayoría. Sólo unos pocos sobrevivimos a la
desgracia. Tiamat y los otros salvaron a cuantos pudieron y nos condujeron a esta tierra oculta
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para huir de los asesinos. Llevan tiempo buscándonos, pero Tiamat dice que aquí estamos a
salvo.
- ¿No pueden encontraros?
- Esta tierra es mágica, Tiamat cogió un trozo de la montaña y lo elevó al cielo con su
magia. Es muy poderoso – el orgullo era palpable en sus palabras – después creó la tormenta
que rodea a Fuudo, por lo que es imposible no sólo vernos, sino también atravesar las nubes.
Sólo Tiamat puede hacerlo, es por eso que él se encarga de vigilar en el exterior mientras los
demás permanecemos a salvo aquí.
- Vaya… ¿y no te da miedo vivir con los dragones? – la muchacha comenzó a reír ante la
pregunta del jovencito.
- Los dragones nunca nos atacarían. Somos demasiado valiosos para ellos.
- Sí… como comida – murmuró Seth con cierta preocupación.
- ¡Eres muy gracioso! – se carcajeó – jamás nos comerían. Según ellos, sabemos fatal.
Además, ¿quién cuidaría de ellos entonces? Son demasiado perezosos y les encanta que los
cuiden. Si por ellos fuera, jamás cazarían, lo que más les gusta es charlar y leer.
- Son como los viejos – dijo Seth mientras a Leila le daba un ataque de risa.
- Leila… - susurró de pronto Bagwanda - ¿dónde está… tu familia?
- Bueno… - el rostro de la muchacha se entristeció – murieron durante el ataque. Tiamat
me recogió y me crió desde entonces.
- Entiendo – el enano trató de incorporarse - ¿puedes llevarme ante tu dragón? Necesito
hablar con él.
La muchacha obedeció y, junto con Seth, ayudaron al mediano a levantarse, internándose
en la cueva. En el interior, Tiamat acababa de relatar la misma historia al resto del grupo.
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- Así que Vrita fue el que atacó a todos… - comentó Liz pensativa y a la vez apenada.
- El dragón negro… recuerdo que el viejo aldeano mencionó eso en el relato de
Bagwanda.
En ese mismo instante el ruido de pisadas interrumpió a los presentes. Al volverse, vieron
como Leila, Seth y el enano entraban en la cueva. Los saludaron, preocupados por el estado
del enano, quien enseguida se zafó de ellos y caminó directo hacia el dragón con el semblante
gélido.
- Dragón – dijo con voz grave – necesito preguntarte algo.
- Adelante.
- Kaara… la madre de esta niña…
Tanto Tiamat como Leila reaccionaron ante el nombre mencionado, ambos de formas
dispares. Mientras que el animal bajó la mirada con pena, Leila pareció alterarse.
- ¿Cómo sabes tú el nombre de mi madre?
El enano no contestó, sufriendo con solo nombrar a su amada. La chiquilla pareció
enfurecer más ante el silencio del enano, por lo que Liz decidió intervenir.
- Verás Leila… en realidad…
- Por favor – interrumpió el enano antes de que Liz se fuera de la lengua – Tiamat… te lo
suplico…
El dragón suspiró abatido y esperó unos instantes antes de continuar.
- Nunca antes había hablado de esto con nadie, ni siquiera contigo, mi niña – dijo
dirigiéndose a la muchacha – pero parece que no tengo más remedio.
“Jamás olvidaré ese nombre. Kaara. Sólo lo escuché una vez, pero ha estado en mi cabeza
desde aquel nefasto día. A pesar de proteger a los humanos, los dragones siempre tratamos de
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evitar el contacto con ellos. Tras ofrecer un sacrificio, el encargado debía abandonar la torre y
nosotros acudiríamos durante la noche para no ser vistos. Aquel día todo parecía normal.
No necesitaba acercarme a la aldea hasta dentro de unos días, por lo que reposaba
plácidamente a la espera. Solíamos patrullar durante la noche, momento más propenso a un
ataque, y descansar durante el día. Cuando los dragones dormimos, ni una tempestad es capaz
de despertarnos, sólo el desagradable olor de los wyverns y lindworms. Además, nuestro lugar
de descanso suele ser en las montañas, lejos de ser molestados de manera innecesaria. Sin
embargo, aquel día me encontraba en el bosque.
Los gritos y el alboroto me despertaron de mi letargo. Enojado, levanté la cabeza y con
espanto capté el olor de la sangre humana siendo derramada. Tan rápido como pude volé hasta
mi pueblo y vi con horror lo que estaba aconteciendo. Los wyverns atacaban sin compasión a
cada aldeano, entrando incluso en sus hogares, desgarrando a hombres, mujeres y niños a su
paso mientras las casas ardían bajo las llamas. No entendía cómo no había percibido su hedor
antes, pero no había tiempo que perder. Me lancé contra ellos, dispuesto a poner orden, pero
Vrita me detuvo. No esperaba que estuviera de su lado, aunque de ese modo las piezas
encajaban y a ello se debía el no haber captado su esencia. Los había rociado con su olor.
Tras una ardua batalla, conseguí escapar con vida, ocultándome en la torre de sacrificio.
Allí había una mujer malherida con una niña entre sus brazos.
Agonizante, me suplicó que salvara a su hija y a los aldeanos. Nuestras propias leyes nos
impedían acercarnos siquiera a un humano, pero no pude ignorar los ruegos de la mujer, por lo
que accedí. Estreché a la pequeña entre mis brazos; la pobre temblaba sin parar por lo que hice
que se durmiera. Su madre, feliz de ver a salvo a su hija, pudo por fin descansar. Con su
último aliento, de sus labios brotó casi inaudible un nombre, y con una sonrisa dio su último
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suspiro. Antes de marcharme, traté de limpiarla lo mejor que pude y la coloqué en el altar para
que descansara. Es un lugar sagrado y los wyverns no se atreverían a acercarse.
Me marché tan rápido como pude y avisé a mis camaradas de lo que estaba sucediendo.
Tantos como pudimos recorrimos el país en busca de supervivientes, luchando con los
wyverns para salvar a cuantos nos fuera posible, pero Vrita ha sido siempre el más listo de
todos, y con él a la cabeza poco podíamos hacer nosotros. En cuanto atacamos se retiraron, y
por desgracia, para cuando llegábamos a un lugar, ya había sido aniquilado casi por completo.
Sólo conseguimos salvar a un puñado de humanos.
Para ponerlos a salvo, utilicé mi magia, creando esta tierra. Está demasiado elevada para
que los wyverns puedan acceder a ella y la magia la protege de Vrita, por lo que estos últimos
diez años hemos podido vivir en paz. La gran mayoría nos refugiamos aquí también, excepto
algunos de los jóvenes, que con obstinación se negaron a abandonar sus dominios. Algunos
acabaron uniéndose a nosotros, pero otros, quien sabe lo que fue de ellos.”
- Todo gracias a ti – dijo Leila mientras abrazaba al dragón.
Bagwanda permaneció en silencio, cabizbajo, y las lágrimas comenzaron a salir a
borbotones de sus ojos, resbalando por sus mejillas mientras sollozaba sin parar. Todos lo
observaron, Leila con incertidumbre, el resto con pesar.
- Lo siento, lo siento - repetía sin parar una y otra vez.
Era imposible saber la cantidad de emociones y pensamientos que debían de estar
invadiéndolo. Rudra apretó el puño con fuerza, sin haberse esperado jamás ver a aquel fuerte
guerrero tan abatido. Liz sintió deseos de consolarlo, pero en el fondo sabía que no podría, por
lo que permaneció en silencio, con la cabeza baja, sin osar siquiera mirarlo.
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Leila era la única persona que no entendía el comportamiento del enano. Con timidez, se
acercó a él y posó su mano sobre la cabeza del enano, acariciando con delicadeza sus cabellos
enredados. Lo miraba con dulzura, sonriente. De pronto, sufrió una especie de espasmo y se
alejó de un salto. Se veía confusa. No paraba de pasear la mirada del enano a sus manos,
aturdida.
- ¿Qué sucede? – le preguntó el dragón preocupado.
- Yo… siento como si… es tan familiar… yo no… sus ojos, su pelo, su olor… ¿qué es
esto?
El dragón comprendió con pesar qué era lo que estaba pasando, y es que es imposible
olvidar a los seres queridos. Bagwanda la miraba aún con más dolor, sin saber cómo explicar
todo lo sucedido sin que lo odiara, pues tenía tantas razones para hacerlo. No había podido
protegerla, se había marchado en el peor momento, regresando demasiado tarde, y por si fuera
poco, había matado a aquellos dragones que ella tanto adoraba y que sólo intentaban ayudar a
los humanos. Incluso había intentado matar al que fuera su padre ahora, quien la había salvado
y criado en su lugar. Era imposible que lo perdonara siquiera. No, no podía contárselo.
- Leila… - dijo el dragón - ¿puedes llevar a nuestros invitados a su lugar de descanso?
Deben estar agotados y necesitan descansar.
- Claro – obedeció aún consternada.
Antes de que se marcharan, Tiamat le pidió al enano que se quedara en la cueva un rato
más.
La muchacha los condujo a la cabaña. Se dispuso a marcharse de inmediato, pero le
pidieron que se quedara un rato con ellos. Deseaban escuchar historias sobre dragones,
especialmente Seth, quien no paraba de escribir en su cuaderno.
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Al cabo de un rato, Bagwanda regresó más calmado a la cabaña, aunque aún se mostraba
bastante afligido. Le pidió al grupo que lo dejaran a solas con Leila durante un rato.
Obedecieron y esperaron en el exterior. ¿Cómo reaccionaría Leila cuando supiera la verdad?
Era difícil de imaginar.
Durante largo rato no se oyó ningún sonido procedente de la cabaña, lo que intrigaba aún
más a los viajeros. De pronto se escuchó un fuerte grito perteneciente a Leila y, al instante,
abrió la puerta de un empujón y salió corriendo entre lágrimas a gran velocidad, apartando a
todo el que se interpusiera en su camino. Seth corrió tras ella mientras que los otros
permanecieron donde estaban sin saber qué hacer. En el interior de la cabaña el enano estaba
sentado sobre la cama, inmóvil, con gran pesar en su rostro. Liz decidió ir tras la muchacha
mientras que el resto se quedaron con el enano.
Leila corrió despavorida hacia la guarida de Tiamat, entrando a gritos en el lugar.
- ¿Es cierto? – vociferaba – ¡dime que no es cierto!
El dragón la miró compasivo y asintió en silencio.
- ¿Cómo es posible? Mi padre… ¡dijiste que toda mi familia había muerto!
- Desconocía que estuviera ausente aquel día… pensé que también habría muerto.
La joven se mordió el labio inferior de la rabia y la impotencia, sin saber qué pensar o
sentir.
- No es posible… ¿y qué se supone que debo hacer ahora? ¡Éste es mi hogar!
- Y siempre lo será.
- Pero él… él… ¡ha matado dragones!
- No se le puede culpar por sus acciones, después de todo fue un dragón el que acabó con
su gente.
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- ¡Pero es diferente! Vrita es malvado.
- Él no sabía…
- No. ¡No! Jamás podré aceptar a alguien que asesina dragones con crueldad como parte
de mi familia. ¡Tú eres mi familia!
- Leila…
- ¡No! – antes de que se dieran cuenta, la niña corría de nuevo en dirección contraria,
saliendo de la cueva como alma que lleva el diablo hasta perderse entre las casas del lugar.
Tiamat suspiró con resignación. Había sido un golpe muy duro para ella y necesitaba
tiempo para asimilar todo aquello. Pero era buena y comprensiva, y sin duda acabaría
entrando en razón. Seth insistió en ir en su busca, y al instante desapareció de la cueva,
dejando al dragón y a Liz a solas.
Durante un rato permanecieron callados, siendo el dragón el primero en hablar.
- Bueno, creo que ha llegado el momento de contestar a la última de las preguntas que me
formulaste.
- En realidad era la primera – bromeó.
- Tienes razón, pero ya te advertí que escogería el orden que mejor me conviniera.
Además, las tres respuestas estaban relacionadas entre sí, es por lo que decidí traeros a este
lugar.
- Entonces…
- Exacto, el lithoi se encuentra en esta tierra. Antiguamente solía ocultarse en el interior
de la montaña, pero tras lo sucedido decidí que era más seguro ocultarlo aquí.
Tiamat se incorporó y se aproximó al linde de la cueva.
- Si subes a mi lomo llegaremos más rápido.
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Liz se apresuró en reunirse con él y subió a su espalda con cuidado. Una vez en el exterior,
el dragón levó el vuelo hacia el pico más alto de aquel pedazo de tierra. Andando no hubieran
tardado mucho, pues la superficie del terreno no era demasiado extensa ni irregular, pero
desde luego volar era más cómodo.
Había una pequeña colina en el centro del territorio y a su alrededor se extendían verdes
campos y pequeños grupos de viviendas sencillas. No debían de haber más de cien en todo el
lugar. Varias cuevas emergían de la tierra, donde habitaban los diferentes dragones. Tiamat le
explicó que la gran mayoría vivían en los túneles subterráneos que había bajo la superficie, y
cuyas entradas asomaban por debajo de donde se encontraban, pues aquel pedazo de tierra
tenía forma cónica, siendo el verdadero hogar de los dragones esa zona a la que los humanos
no podían acceder. No obstante, de cuando en cuando salían a la superficie para disfrutar del
aire, la comida o la simple compañía humana.
No eran muchos los que habían sobrevivido al ataque de Vrita. Incluido Tiamat, estimaba
que habría unos cincuenta ejemplares más en aquel lugar. Según decía, otros dragones
habitaban diferentes países de Ádama, pero eran muy escasos, y aunque había diferentes
especies, algunas casi se habían extinguido. Antaño el agua rodeaba cada continente de aquel
mundo, sirviendo de hogar a multitud de dragones marinos, pero hacía tiempo que se había
secado y, como consecuencia, quedaban unos pocos con vida.
Los más abundantes eran los que habitaban en las montañas, como Tiamat, y que habían
vivido en Amentis desde el principio de los tiempos. Éstos tenían grandes alas que les
permitía surcar los cielos y habitar lugares que otros animales no podían, asegurando su
territorio y supervivencia. Después estaban los dragones de tierra, una mezcla entre los de
agua y los de montaña. Carecían de la habilidad de volar y solían habitar los bosques, pero al
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no poder volar, la mayoría fueron aniquilados en el ataque de Vrita y sólo un puñado se
ocultaba en Fudo. Aquellas cuevas sobre la superficie era donde descansaban.
En apenas unos minutos llegaron a lo alto de la colina. Desde que entrara en las montañas
rocosas, Liz había sentido la presencia del lithoi, pero no de manera tan intensa como lo hacía
en ese momento. Estaba convencida; la piedra se encontraba muy cerca, podía sentirlo.
En la cima había un templo parecido al del oasis del desierto. Sabía que en cuanto cruzara
la entrada sentiría la atracción de la piedra, así como el intenso mareo y cosquilleo en la boca
del estómago, pero esta vez estaba preparada. El dragón decidió esperar en el exterior, por lo
que Liz entró sola en la sala.
El ambiente era menos húmedo que en el templo del oasis, pero le costaba bastante respirar
debido a la gran altura a la que se encontraba, siendo la presión más notoria allí dentro. Las
paredes estaban decoradas con lo mismos dibujos antiguos que el templo de La Paradesa.
Analizó cada imagen, tratando de buscarle sentido, mas sabía que pronto lo haría, pues en
cuanto se acercara al lithoi, éste le contaría la historia.
Al final de un largo pasillo había una abertura sin puerta, de la que emanaba una luz
brillante y conocida, proveniente de la roca mágica. Era exactamente igual que la anterior, con
aquella luz dorada tan cegadora que hasta dolían los ojos si se la miraba demasiado tiempo.
Caminó hasta situarse justo frente a ella, sintiendo las nauseas y el atroz mareo que hubiera
sentido antes. Se sentía totalmente hipnotizada por aquel brillo y de modo instintivo, posó su
mano sobre el pedrusco, dejándose llevar por su poder.
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EL REINO DE LOS ELFOS
Cuando Lilith despertó, no conseguía reconocer el lugar en el que se encontraba. Desde
luego no era la cueva que habitaba. Era una especie de sala con las paredes lisas y de color
blanco. Había una abertura en uno de los lados, de forma cuadrada, con una especie de
material transparente que dejaba filtrar la luz del exterior sin permitir el paso del viento. Dos
extrañas telas, similares a las que llevaba su amigo Ávalon alrededor de su cuerpo, caían
suavemente hacia el suelo de la sala. Al fondo había lo que parecía otra abertura rectangular
que llegaba desde el suelo hasta casi la parte superior de la sala, cubierta por lo que Lilith
pensó un tronco sin hojas, cuya madera era también de color blanco.
En aquella extraña estancia había muchas cosas que jamás había visto. Lo primero era el
lugar sobre el que reposaba. Al principio creyó que se trataba de un montón de hojas y plumas,
pero enseguida se dio cuenta de su error. Era blando y confortable, mas no llegaba a acertar de
lo que estaba hecho, y estaba cubierto por una piel menos suave que la suya, pero sin llegar
ser tan áspera como la de sus amigos reptiles. Sobre ella había una especie de pelaje cálido
que la cubría hasta los pies, y su cuerpo no estaba desnudo, sino cubierto por un extraño velo
que se ajustaba de manera perfecta a su figura, del mismo color que todo lo que había en ese
lugar. Blanco.
Mientras observaba aquella desconocida tela, un ruido nuevo llamó su atención. El tronco
de la abertura frente a ella se deslizó hacia atrás, acompañado de un extraño chirrido, sin caer
al suelo sino desplazándose hasta dejar libre el paso. Allí se encontraba aquella cara tan
conocida. Detrás de él había alguien más, pero apenas prestó atención.
- ¡Ávalon! – exclamó sorprendida y a la vez feliz.
- Veo que por fin habéis despertado.
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- ¿Dónde estoy? – quiso saber extrañada - ¿qué es esta extraña cueva?
- No es una cueva, es una habitación. La utilizamos para descansar y resguardarnos del
frio.
Ladeó la cabeza desconcertada sin saber en absoluto qué estaba pasando. De pronto una
horrible imagen cruzó su mente, haciendo que se estremeciera. Acercó sus rodillas contra el
pecho para protegerse y se sujetó las sienes, horrorizada. Ávalon se apresuró en llegar a su
lado y estrechó sus manos. Eran cálidas y suaves.
- ¿Recordáis algo de lo que pasó?
Ella sacudió la cabeza. No se acordaba, o mejor dicho, no deseaba hacerlo. Quería escapar
de aquel doloroso recuerdo, pero su subconsciente no la dejaba hacerlo. Las lágrimas
comenzaron a brotar de sus ojos mientras se cubría con aquel pelaje tan delicado. Ávalon le
acarició el pelo con delicadeza, tratando de tranquilizarla.
- Tranquila, estáis a salvo. Ya nadie puede haceros daño.
La muchacha lo miró sollozante mientras los recuerdos afloraban en su mente.
Veía a Adán, enloquecido como nunca antes lo había visto. Recordaba la lucha por
liberarse y cómo la golpeó repetidas veces hasta doblegarla. Lo último que vio antes de caer
inconsciente fue la cara de Ávalon, aterrorizado, mientras Adán se lanzaba contra él. Después
todo estaba negro. Se miró el cuerpo y descubrió que no tenía ninguna herida.
- Todas sanaron hace tiempo. Habéis dormido durante varias semanas. De vez en cuando
recobrabais el conocimiento durante un instante, pero enseguida volvíais a dormir. Ambos os
hemos estado cuidando.
El elfo señaló a la persona que se encontraba minutos antes tras de él y que ahora estaba
junto a la cama, no demasiado cerca. Lilith la miró con atención y vio que era
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extremadamente parecida a su amigo, aunque algo más esbelta y con las facciones más
afiladas. También sus ropajes eran diferentes, pareciéndose más a los que llevaba ella en ese
momento.
Dedujo que se trataba también de un elfo, pues, aunque su pelo era más largo que el de su
amigo, tenía el mismo color, y sus ojos eran tan cristalinos como los de él. Aquella criatura le
dedicó una dulce sonrisa.
- Ésta es mi hermana, Cassandra. Ella es quien ha estado cuidándoos.
- Encantada – la voz de Cassandra sonaba tan armoniosa como el cantar de un pajarillo.
Lilith la miraba ensimismada, fascinada por tal belleza y elegancia. Cassandra se retiró
durante un instante mientras Ávalon trataba de que la muchacha se calmara por completo.
Acto seguido apareció de nuevo con una bandeja brillante transportando algo. La situó sobre
el regazo de la muchacha, quien inspeccionó aquello que le acababan de traer. Desde luego se
trataba de comida, y el olor lo delataba, pero era un alimento totalmente desconocido, como
todo lo demás.
Su amigo le instó en que comiera antes de que se enfriara. En cuanto le dio un bocado, la
comida se deshizo en su boca, dejando tras de sí un delicioso saber que no pudo menos que
sonrojarla de placer. Antes de que se dieran cuenta, ya había devorado toda la comida,
tratando de comerse también el plato. Cassandra rió al ver a la muchacha mordisqueando la
vajilla y su risa trinó como el cantar de un petirrojo en primavera. Ávalon por su parte le
explicó a la joven todo lo acontecido después su reencuentro.
Tras aquel horrible suceso, el elfo la rescató de la garras de Adán y la llevó a su reino, al
norte de Kâlapa. Bielovodye, el país de los elfos. Ya le había hablado de ello con anterioridad,
así que la sorpresa fue menor de lo esperado. Allí la tierra estaba cubierta de hielo y nieve. Su
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capital era Adityas, donde vivían el rey y la reina de los elfos desde hacía siglos, y en ese
momento se encontraban en una de las habitaciones de palacio.
Lilith escuchaba con fascinación todo lo que su amigo le contaba, tratando de recordar cada
detalle. También le explicó lo necesario sobre aquel lugar, pues todo era nuevo para la
muchacha.
Cuando se hubo encontrado mejor, Ávalon la llevó al exterior, y en cuanto puso un pie en
aquella tierra, su corazón dio un vuelco. Todo, absolutamente todo, era de color blanco, como
aquella sala en la que despertara, como aquellas hermosas criaturas que habitaran el país. Y no
sólo eso, todo brillaba de una manera especial con los rayos del sol, que asomaba con timidez
en el horizonte sin llegar a calentar demasiado. Su luz era tenue en el lugar, pero aquella tierra
era muy diferente a lo que ella conocía, y entonces entendió aquellas historias que le contara
Ávalon tiempo atrás a las afueras de Kalapa, junto al manantial secreto. Sin duda era más
hermoso de lo que hubiera podido imaginar.
Aprendió mucho sobre aquellas inmaculadas criaturas y su estilo de vida, y también
comenzó a interesarse por su historia, pidiéndole a Ávalon que le contara más cosas. Deseaba
llenarse de conocimiento, saberlo todo sobre sus costumbres, su comida, todo. Cassandra
pasaba mucho tiempo con ellos, contándole también infinidad de relatos a la joven, quien
escuchaba con gran atención a cada palabra.
Una mañana, mientras Ávalon se encontraba ausente, Cassandra y Lilith paseaban por los
jardines de palacio. La elfa le habló sobre los reyes.
- ¿Los reyes? – preguntó emocionada - ¿de verdad quieren conocerme?
- Se mueren de ganas – afirmó su amiga sonriente.
- Pero deben de ser unas personas muy importantes, no sé si yo…
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- Tú eres muy importante también, Lilith. Después de todo, eres la primera humana que
jamás hayan visto. Además…
En ese momento Ávalon apareció por la puerta del jardín. La muchacha corrió a su
encuentro con alegría.
- ¡Ávalon! – dijo feliz tras lanzarse entre sus brazos - ¿sabes qué? Los reyes quieren
conocerme, ¡no es increíble!
Lilith esperaba que su amigo estuviera tan emocionado como ella; sin embargo, la noticia
no pareció alegrarlo en demasía.
- Cassandra, ya hemos hablado de ello.
- Pero tienen derecho a conocerla – se quejó – vamos, están impacientes por ver a quien
ha vuelto tan feliz al príncipe. Además, ella quiere conocerlos.
Lilith no entendía nada de lo que ambos hablaban, pero deseaba conocer a los reyes.
Siempre trataba de imaginar cómo serían y quería comprobar si se equivocaba o no.
- Ávalon, por favor – pidió la muchacha – te prometo que me portaré bien.
Él la sonrió mientras acariciaba sus cabellos.
- Sé que lo haréis – su voz estaba cargada de afecto – no es eso lo que me preocupa.
- No tienes que preocuparte – aseguró Cassandra – lo tengo todo preparado.
El elfo meditó durante un rato sobre lo que hacer, pero finalmente, tras la insistencia de
ambas, decidió acceder a la petición. Cassandra y Lilith lo celebraron emocionadas mientras le
daban las gracias. Acto seguido, la elfa cogió a Lilith del brazo y se la llevó a uno de los
aposentos para vestirla para la ocasión.
Eligió el vestido más hermoso que tuviera en su armario, arregló sus cabellos y hasta
esparció unos polvos perfumados en su cara. La emoción de Lilith se iba esfumando por
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momentos debido a tanto ajetreo, pero tras ver su reflejo en el espejo volvió al instante.
Parecía una persona distinta, más parecida a una elfa que a una humana. El precioso vestido se
ceñía a sus curvas como una segunda piel, de un color blanco con brillos dorados bordados en
el escote, la cintura y la cola. Cassandra había recogido su cabello en un precioso moño a lo
alto de la cabeza que le daba un toque muy sofisticado y elegante. Éste estaba adornado con
cadenas doradas que centelleaban bajo la luz de las velas; y su rostro brillaba inmaculado con
aquellos polvos.
Cassandra se acercó a ella y añadió el último retoque, una sustancia pastosa en sus labios,
volviéndose éstos de un rojo intenso que contrastaba a la perfección con la blancura de su
cutis, aunque no tan pálido como el de su amiga. Si tuviera que describir lo que sería una
princesa como la de los cuentos de Cassandra, sería sin duda como el reflejo que mostraba
aquel espejo.
Ambas se encaminaron por los pasillos de palacio hasta la sala principal, donde
aguardarían los reyes. Hasta entonces, Lilith sólo había disfrutado de la presencia de Ávalon y
Cassandra, sin ver a ningún otro elfo a parte de ellos; sin embargo, aquella noche el palacio
estaba abarrotado de ellos, cruzándose a cada paso con alguno, y encima todos la miraban
embelesados, pues jamás habían visto a una criatura como ella.
Cassandra le explicó que habría una fiesta en palacio, por lo que era el momento perfecto
para darse a conocer, pero a Lilith no le pareció tan perfecto. El pánico comenzó a invadirla,
suplicándole a su amiga que no se apartara de su lado.
Cuando llegaron al gran salón, la joven se encontró dentro de uno de esos cuentos que tanto
le gustaba escuchar, siendo ella la protagonista. Aquella sala era la más hermosa de las que
había visto hasta entonces. Era tan blanca e inmaculada como la misma nieve, decorada con
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brillantes ornamentos y cristaleras de diferentes colores. Había enormes lámparas colgantes
por toda la sala, con cristales que reflejaban la luz de las velas en infinidad de direcciones,
alumbrando de sobre manera el lugar entero. Las baldosas del suelo presentaban diversas
formas, de colores varios, llenando de vida aquel lugar, y sobre ellas había mesas dispuestas
por todo el salón, con bandejas y platos llenos de alimentos.
Pero no sólo el lugar era mágico. Cada uno de los elfos que se encontraba en él parecía más
elegante y distinguido que el anterior, contrastando a la perfección con la solemnidad de la
estancia.
Nada más aparecer por la puerta, todas las miradas se centraron en Lilith, quien intimidada,
se ocultó tras su amiga, tratando de evitarlas. Si ya estaba nerviosa antes con la idea de
conocer a los reyes, ahora lo estaba mucho más al sentirse el centro de atención de todos los
presentes. Sin embargo, todo eso desapareció en un instante. Entre la gente distinguió la figura
conocida de su amado amigo, cuya presencia disipó toda emoción negativa.
Lo observó desde donde se encontraba y su corazón dio un vuelco, volviendo a latir más
deprisa de lo normal, pero no por las miradas, sino por la presencia de Ávalon. Y es que,
aunque desde que escapara de Kalapa había pasado cada día a su lado, aquella noche se veía
de manera diferente. Estaba tremendamente guapo y su semblante emanaba gracia y finura.
Siempre lo había visto con sus ropas sencillas y su actitud amable, pero aquella noche, ante
toda esa gente, se mostraba majestuoso, como nunca antes lo había visto.
Ávalon se volvió y sus ojos dieron de manera instintiva con los de la joven. En cuanto la
vio, su rostro cambió por completo, pareciendo que se le cortara la respiración, y no pudiendo
evitar observándola con gran fascinación. Su intensa mirada hizo que la muchacha se
ruborizara al instante, poniéndose más nerviosa aún. El elfo marchó a paso firme hacia las dos
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mujeres con una enorme sonrisa y cuando llegó al lugar donde se encontraban, hizo una
reverencia a modo de saludo, sin apartar la mirada de Lilith.
- Estás muy guapo, hermano - dijo Cassandra a modo de cumplido.
- Esta te la guardo, Cassandra – su tono mostraba su enorme disgusto – no me dijiste que
hubiera una fiesta esta noche.
- ¿De veras? – se hizo la tonta – se me debió de olvidar.
- Seguro…
Centró su atención en la muchacha que se ocultaba tras de su hermana y en un instante todo
su enfado de esfumó.
- Os veis radiante esta noche, Lilith – el elfo besó su mano tras decir estas palabras con
una resplandeciente sonrisa.
- Tú también te estas… muy guapo.
- ¿Tenéis hambre? – Ávalon acercó su brazo flexionado a modo de invitación – hay
deliciosos manjares que seguro deseáis probar.
Lilith sonrió y aceptó la propuesta, posando su brazo sobre el de él de la manera en que
Cassandra le había enseñado.
Todas las miradas estaban puestas en la pareja, que se paseaba indiferente de mesa en mesa
degustando diferentes manjares. Al cabo de un rato, sonaron las trompetas y todos desviaron
su atención hacia la puerta principal, de donde aparecieron desfilando un grupo de elfos
ataviados con armaduras, hasta situarse en formación a los lados del portón. Tras la entrada de
los soldados, apareció una pareja que hacía que el resto de los presentes parecieran simples
campesinos. Su talante, sus atuendos, su presencia… todo en ellos delataba tal solemnidad que
Lilith se sintió fuera de lugar ante tal exquisitez.
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La mujer guardaba un enorme parecido con Cassandra, lo que sorprendió de sobremanera a
la humana, quien paseaba la mirada de la una a la otra anonadada. Él, sin embargo, era la viva
imagen de Ávalon, pero algo más desgastado y envejecido. Tras la pareja, un arsenal de
doncellas esperaban a que los reyes cruzaran la sala para seguirlos de cerca, dispuestas a
servirlos en lo que hiciera falta.
La joven no lograba salir de su asombro, con la boca totalmente desencajada y sin fuerzas
para cerrarla. La realidad superaba con creces a la ficción, siendo los reyes más sublimes de lo
que hubiera imaginado jamás. Ahora entendía la razón de que Ávalon no quisiera que se
conocieran. No podía compararse a ellos ni en un millón de años.
Era sorprendente que pensamientos que antes jamás hubieran surgido en su cabeza ahora la
invadiesen de tal manera que la cohibieran como lo hacían. Sentía emociones que nunca antes
había sentido: vergüenza, miedo, frío, nostalgia, dolor… emociones que no existían en el Edén
que Dios había creado para ella y Adán. Sin embargo, trataba de no pensar en ello todo lo que
podía, pues sólo le causaba dolor recordar tanto su vida en aquel lugar como la forma en la
que se marchó. Deseaba disfruta de aquel reino maravilloso y explorar todo lo que pudiera en
la tierra de los elfos y en ella misma, sorprendiéndose de la cantidad de cosas que desconocía
y que tanto le gustaban ahora.
El ruido de cornetas la sacó de sus pensamientos. Observó con atención como cada uno de
los presentes se acercaba a la pareja real, inclinándose ante ellos y presentando sus respetos.
Lilith sintió un nudo en el estómago al pensar que ella debería hacer lo mismo y de nuevo
comenzó a ponerse nerviosa. Ávalon estrechó su mano y le susurró al oído.
- No os preocupéis, no os dejaré sola.
- ¿Lo prometes?
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- Os doy mi palabra – aseguró con aquella característica sonrisa suya – ahora escuchad
con atención, os explicaré lo que debéis hacer.
Uno a uno los presentes mostraron su respeto a los reyes, quienes saludaban con cortesía y
amabilidad. Finalmente le llegó el turno a la joven. Junto a Ávalon se adelantó del resto hasta
situarse a una distancia prudente de los reyes. Después, de la forma más elegante que pudo,
dobló una pierna por detrás y agachó el cuerpo hacia adelante, justo como Cassandra le había
enseñado, inclinando la cabeza al mismo tiempo como si de la más refinada de las damas se
tratara. En la misma posición, y sin mirar a los reyes, habló con dulzura tratando de que no le
temblara demasiado la voz.
- Es un gran placer hallarme en presencia de sus excelencias. Mi nombre es Lilith.
- Muchacha, levántate por favor – la voz de la reina era casi tan armoniosa como la de
Cassandra, aunque algo menos risueña y más madura.
Lilith, descolocada, hizo lo que le pidiera la reina, pero siempre manteniendo la mirada
baja a modo de respeto. Sin embargo, no podía evitar sentir la enorme tentación de observar
con más detenimiento a aquella bellísima y exquisita mujer que se hallaba frente a ella. De
forma tímida, y tratando de que no se apreciase, lanzaba miradas furtivas a la reina, posando
sus ojos tan sólo un instante en ella. Pudo observar que ésta sonreía con dulzura.
- Lilith, te llamas – comentó la reina.
Ella asintió.
- Querida, ¿podrías dejarme ver tu rostro con claridad?
A la pobre casi le da un patatús. Ávalon le había dicho que jamás mirara a los reyes a la
cara, pero también le dijo que siempre obedeciera a lo que le pidieran. Decidió obedecer a la
reina y alzó la mirada muy despacio, posando sus ojos sobre los de ella. De cerca era incluso
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más hermosa que desde la lejanía. Estaba como hipnotizada mientras la miraba. Por su parte,
la reina parecía poseer la misma fascinación en ella. Observaba meticulosamente cada detalle
de su rostro, provocando un cierto rubor en la muchacha. En ese momento, Ávalon hizo acto
de presencia, sacándola del atolladero.
- Alteza, es una verdadera falta de respeto examinar de tal manera a sus invitados.
- Perdona mis modales – dijo ella divertida – pero no podía evitar la tentación de
contemplar tan singular rostro. Me sorprende que la hayas dejado aparecer por aquí. Pensé que
nunca tendría la oportunidad de conocer a quien ha cautivado de tal manera al príncipe.
- No es que lo deseara, he de ser sincero, sino que mi hermana me tendió una pequeña
trampa.
- Bien por Cassandra – añadió el rey con una sonrisa picarona.
Lilith estaba perdida. No entendía ni una sola palabra de la conversación que se estaba
llevando a cabo entre ellos. Y no porque no dominase el lenguaje élfico, habiéndose
convertido en una experta en tiempo récord, sino porque no encontraba sentido a las palabras.
- ¿El príncipe? – dijo de pronto con el mayor respeto posible – discúlpeme, majestad, pero
creo que ha habido una confusión, yo no conozco a ningún príncipe.
Los reyes rieron ante la atenta mirada de los allí presentes. Ávalon le dedicó a Lilith la más
dulce de sus sonrisas, viéndose algo abatido, sin embargo. Estaba claro que no podría
ocultarlo por más tiempo.
- Querida mía – intervino la reina – me parece que tu amigo Ávalon y tú tenéis una
conversación pendiente.
- Si nos disculpáis, ha llegado el momento de retirarnos y disfrutar de la fiesta – se excusó
el elfo algo molesto, pero sin perder sus modales ni por un instante.
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- Entiendo – comentó el rey – pasadlo bien.
- Gracias – agradeció Lilith con su mejor sonrisa mientras repetía su tan practicada
reverencia.
- Madre… Padre… - dijo Ávalon tras inclinarse hacia sus respectivas manos, besando de
forma cortés cada una.
Fue poco después, tras alejarse de los reyes, cuando Lilith, con un leve grito, reaccionó
ante la última de las frases de Ávalon, recordando las palabras de sus majestades, lo que hizo
que se centrara de nuevo la atención sobre ellos.
- ¿Madre…? ¿…padre…?
El elfo suspiró derrotado. Tenía la esperanza de que se le hubiera escapado dicho detalle,
pero no era tan estúpida.
- ¿Les has llamado madre y padre?
- Dejadme explicároslo…
En ese momento Cassandra se asomó por detrás de Ávalon con una enorme y pícara
sonrisa dispuesta a romper el pastel.
- Ávalon es el príncipe real, ¿no te lo había dicho?
- El príncipe… - musitó Lilith mientras lo miraba asombrada - ¡el príncipe!
Ávalon estaba desolado; no sólo porque la muchacha se hubiera enterado de esa manera,
sino porque temía que aquello supusiera un cambio en ella. Lilith repetía en voz baja “el
príncipe… el príncipe…” una y otra vez, con la mirada baja. De repente alzó la vista con un
brillo especial en sus ojos y una enorme sonrisa.
- Por eso sabes tanto sobre el reino y los reyes, ¡eres el príncipe! ¿Por qué no me lo habías
dicho antes? – rió emocionada – vaya… por fin sé lo que es un príncipe como el de los
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cuentos que me contabas – se volvió a Cassandra – y tú eres una princesa. Justo como la había
imaginado.
Los hermanos miraban a la joven anonadados. De todas las reacciones que hubiesen podido
esperar, aquella era la última de todas. Pero pensándolo mejor, su inocencia y pureza le
impedían pensar más allá de aquello. Ávalon abrazó tan repentinamente a Lilith que ésta se
quedó sin respiración durante unos segundos. Todas las miradas reposaban en ellos dos,
acompañados de varios murmullos y voces de sorpresa ante tal actuación. Sin embargo, al elfo
poco le importaban las habladurías. Se sentía tan feliz de que Lilith fuera ella misma, que algo
de cotorreo no iba a estropear aquel momento. Mientras la abrazaba, dejó escapar un tierno
“gracias”, a lo que la joven no supo qué responder, pues no entendía el por qué de su
agradecimiento.
Para desviar la atención del público, Cassandra se ofreció voluntaria para dedicar una
canción a los reyes y los invitados de la fiesta, a modo de apertura. Su voz sonaba tan
armoniosa como el mecer del viento sobre las hojas, tan delicada como el agua brotando entre
las rocas, y tan atrayente como un pajarillo silvestre, convirtiéndose sin duda en el centro de
interés. Lilith había escuchado antes a la princesa cantar, pero desconocía aquella hermosa
canción y disfrutó como nadie de ella, prometiéndose a si misma aprenderla algún día.
Mientras la escuchaba, comenzó a notarse extraña, como si todo a su alrededor estuviera en
movimiento, dando vueltas sin parar. Le costaba bastante mantener el equilibrio e
instintivamente se agarró al brazo de Ávalon, que se encontraba a su lado.
- ¿Os encontráis bien?
No tuvo tiempo de contestar. Sintió un fortísimo dolor en el vientre que la hizo doblarse
hacia delante. El elfo llamó a la guardia para que ayudaran a la joven, quien se quejaba de
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dolor mientras se tambaleaba, tratando de no perder el equilibrio. Poco tardó en cae al suelo,
aún sujetando su vientre, mientras su vista se nublaba poco a poco, viendo de nuevo el rostro
aterrorizado de su amigo elfo antes de perder el conocimiento.
Cuando despertó se encontraba de nuevo en la misma habitación que llevaba ocupando
desde que llegara, tan familiar ahora. Junto a ella estaba Cassandra, quien sonrió al ver que
despertaba.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó aún débil.
- Te desmayaste.
- ¿Por qué? ¿Acaso estoy enferma?
Cassandra le había explicado que a veces el cuerpo no funcionaba bien, causando
enfermedades y dolor.
- No – la tranquilizó – no estás enferma. Todo está bien.
- ¿Y entonces? – a Lilith todavía le costaba entender ciertas cosas de aquella nueva vida.
- Verás… - Cassandra guardó silencio durante un instante, tratando de pensar en cómo
explicarle a la joven lo que sucedía de manera que lo entendiera – Lilith, tú… estás
embarazada.
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LA VERDAD SOBRE TIAMAT
Al despertar, Liz vio que se encontraba echada sobre el césped de la montaña, y junto a ella
reposaba el enorme dragón pardo. Se sentó con cuidado, con el fin de no sentir ningún mareo
y volver a desfallecer. Tiamat sintió que se movía y levantó la cabeza.
- Veo que estás despierta.
- Esperaba no desmayarme esta vez, pero parece ser que no he tenido suerte.
- Sí, se me había olvidado lo que pasa cuando el elegido entra en contacto con el lithoi.
Lo siento.
- ¿Cuánto he dormido?
- Un par de horas. Al ver que no salías, entré a buscarte y te vi tendida en el suelo, así que
pensé que te vendría bien un poco de aire fresco.
La joven cerró los ojos, apoyándose en el duro lomo del dragón, y trató de recordar cada
detalle de lo que había visto. Cada vez estaba más interesada en la historia de Lilith y después
del notición que acababa de recibir, no podía esperar hasta encontrar el siguiente fragmento.
Tiamat la sacó de sus pensamientos.
- Eres muy diferente al último guerrero que luchó contra Rakshasa.
- Dustin… - murmuró pensativa - ¿cómo era?
El silencio volvió a reinar en aquel lugar durante un instante, escuchándose sólo el ruido
del viento acariciando el césped de la colina.
- Impulsivo, testarudo y lleno de energía. Jamás se rendía ante nada, pero tenía poca
paciencia.
- Desde luego no nos parecemos mucho.
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- En algo sí que os parecéis. Ambos tenéis la misma determinación en vuestra mirada.
- Tiamat… - dijo tras guardar un minuto de silencio – hay algo que quiero preguntarte.
- Ya acabaste con el cupo de preguntas – bromeó.
Liz lo fustigó con la mirada y el dragón no pudo menos que troncharse de ella.
- Era broma mujer – rió - adelante.
- El poder que utilizaste para elevar la tierra de la montaña, tu relación con Dustin…tú…
en realidad…
- Vaya, eres más avispada de lo que pensaba – comentó en tono agradable – aunque
pensándolo bien, después de haber adivinado los tres acertijos, debería haberlo imaginado.
Tiamat sonrió con amargura mientras volvían a su memoria recuerdos pasados que deseaba
enterrar en el olvido. Nadie hasta entonces se había percatado de su naturaleza, pero aquella
muchacha, pasando tan sólo unos instantes con él, lo había descubierto todo.
- ¿Cómo lo has sabido?
- Cuando te toqué en las montañas para subir a tu espalda… fue algo instintivo,
supongo… - espero un instante antes de continuar – fue la misma sensación que con las
otras… - se decidió a poner en palabras aquellos pensamientos que la rondaban desde hacía
tiempo - tú eres Amath, ¿verdad? La deva de tierra…
El dragón cerró los ojos y acto seguido de su cuerpo se desprendió un ente traslúcido e
irregular. Liz se incorporó frente a él y observó con atención. Su forma no había cambiado,
pero sí su naturaleza, desvelando su verdadero ser: una criatura espiritual sin complexión real.
El cuerpo de Tiamat permanecía inerte junto a Amath.
- ¿Cómo has podido convertirte en un dragón real?
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- Este cuerpo perteneció al verdadero Tiamat – explicó la deva – sin embargo, hace
tiempo que su alma lo abandonó. Después de una larga vida, como a toda criatura, le llegó la
hora de partir, dejando atrás su recipiente sin vida. Fue entonces cuando aproveché la ocasión.
- ¿Por qué?
- No deseaba vivir como deva por más tiempo, por lo que decidí hacerlo como dragón,
aunque no ha durado mucho la farsa.
- ¿Cómo es posible que no quieras ser una deva? – dijo Liz intrigada – es lo que eres.
- No quería luchar por más tiempo… deseaba ocultarme de la culpa y la vergüenza
- ¿La culpa?
- La muerte de Dustin fue por mi culpa.
La chocante noticia la impactó de tal modo que necesitó un tiempo para reaccionar. Dustin,
el anterior caballero que luchara contra Rakshasa, había muerto en combate contra el rey,
causando un enorme desequilibrio en aquel mundo y condenándolo a la destrucción. Eso era
lo único que sabía, lo que había conseguido averiguar de aquí y allá, pero en el fondo
desconocía por completo qué había pasado hacía cincuenta años en aquel mundo. Por aquel
entonces ni siquiera había nacido.
No pudo evitar rendirse ante su curiosidad.
- Amath… por favor… cuéntame lo que pasó…
El dolor era visible en el rostro del dragón espíritu, que luchaba contra sí mismo para no
sucumbir ante él. Con gran esfuerzo, Amath le habló de su anterior amo, Dustin el valiente.
“Hace unos cincuenta años aparecieron en Ádama una pareja de humanos procedentes de
otro mundo. La leyenda cuenta que cuando la tierra esté a punto de sucumbir a la oscuridad,
un guerrero de otro mundo será enviado para vencer al malvado y traer de nuevo el equilibrio.
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Nosotras las devas debemos esperar a que el heredero nos llame, prestándole nuestro poder en
la lucha. Cada vez que el rey Rakshasa es vencido, digamos que todo vuelve al comienzo. Es
como si nada hubiera acontecido. Nuestros recuerdos desaparecen y nos sumimos en un
profundo sueño, a la espera de que un nuevo elegido nos despierte para la lucha.
No recuerdo a cuantos enviados he servido, todo es borroso después de despertar; sin
embargo, algo ocurrió durante la última cruzada que cambió el curso de los acontecimientos.
Todos teníamos nuestras esperanzas puestas en aquel temible guerrero, más capacitado que
ninguno en el pasado según decían, creyendo de todo corazón que él acabaría con la maldición
y traería por fin la paz a Ádama para siempre. Dustin era muy especial en todos los sentidos,
pero sobre todo porque era capaz de contagiar su valor y decisión a todo aquel al que conocía.
Nunca antes había existido una alianza semejante entre diferentes pueblos. Humanos, enanos,
elfos, semielfos… todos se unieron con el elegido para luchar y vencer al malvado.
Pero Dustin no sólo era especial por ello, sino porque era incapaz de usar la magia. Desde
que las cruzadas se iniciaran, el heredero siempre había sido apto para el uso de la magia y las
devas, pero Dustin no podía. No había duda de que portaba la sangre de la reina blanca,
podíamos sentirlo, él era el elegido, pero por alguna extraña razón no podía usarnos. Además,
como ya he mencionado, era muy impaciente, y para él era una pérdida de tiempo recorrer el
mundo en busca de los lithois y las devas, por lo que ni siquiera nos despertó a todas. Sin
embargo, sí que vino a Amentis, donde lo conocí.
Desde el primer momento supe que era especial y fui la única de mis hermanas que se
arriesgó a hacer la alianza con él. Dustin era extremadamente hábil con la espada, por lo que
combinaba mi poder con sus ataques, siendo demoledor, pero no invencible… Durante la
cruzada ganamos infinidad de batallas y llegamos a la tierra de Kalapa, donde tendría lugar la
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última de las batallas. El ánimo entre los soldados era inmejorable, con grandes expectativas
de victoria, pero las cosas no salieron como esperábamos.
Durante la batalla, Rakshasa acabó con la vida de Dustin, siendo finalmente Maharshi, el
otro guerrero venido de tu mundo, quien lanzara un hechizo contra el rey oscuro, confinándolo
en el monte de Kailasa, pero sin llegar a matarlo. Supongo que al no morir, el ciclo se rompió,
dando como resultado todo este desastre en el que nos encontramos. Yo, por mi parte, fui
incapaz de proteger a mi señor, cargando de por vida con esa culpa y sin la posibilidad de que
el sueño borrara mis pecados.
Por ello, me escondí en el cuerpo de Tiamat, esperando vivir en paz como dragón sin tener
que luchar nunca más. Pero de nuevo, nada salió como esperaba. Me vi envuelto en una guerra
entre dragones, con el resultado de la masacre de los humanos, y no pude contenerme para
salvarlos, por lo que usé mi poder para protegerlos aquí en Fuudo.”
- No esperaba encontrarme contigo, si te soy sincero - sonrió Amath – en el fondo tenía la
esperanza de que te rindieras al no encontrarme y te marcharas a otro reino. En cuanto te vi en
la cueva supe que eras tú, por ello traté de hacer que os marcharais.
- La prueba de los acertijos… - murmuró Liz.
- Un simple truco para deshacerme de vosotros, nunca pensé que los acertarías.
- Lo tomaré como un cumplido – rio Liz.
Ambos permanecieron callados durante un rato después de la broma, hasta que finalmente
fue Liz la que habló.
- Tiamat… Amath… entiendo el dolor por el que has tenido que pasar, y no voy a
obligarte a que me ayudes en la cruzada si no lo deseas. Yo no soy más que una cría que en
lugar que ayudar suelo entorpecer a los demás. Pero quiero ser capaz de reunir cuantos
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fragmentos de lithoi que me sean posible y encontrar a todas las devas que pueda. Estoy
segura de que el secreto para derrotar a Rakshasa se encuentra en la historia de Lilith y que
con vuestra ayuda es posible acabar con todo este sufrimiento que hay en ambos mundos. Es
por eso que, si decides volver a luchar, estaré esperándote con los brazos abiertos.
El espíritu miró el sonriente y sincero rostro de la joven y le agradeció su comprensión,
volviendo de nuevo al cuerpo del dragón.
- Ojalá fuera tan sencillo… pero dudo que se pueda hacer algo ya…
- Nunca lo sabremos si no lo intentamos – añadió Liz.
Tiamat observó el rostro de la muchacha con curiosidad.
- Me equivocaba – susurró - creo que te pareces a Dustin más de lo que pensaba.
Ella recibió la frase del dragón como un alago y sonrió orgullosa.
Decidieron que era hora de volver al poblado y descubrir qué había pasado con los demás
en su ausencia. Liz montó a lomos del dragón y emprendieron el vuelo de vuelta.
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UNA AMARGA DESPEDIDA
Seth corrió sin descanso esquivando a transeúntes y casas para no perder de vista a Leila,
que le llevaba bastante ventaja, pues conocía de sobra el lugar. Tras doblar una esquina, el
joven buscó a su alrededor con la mirada, tratando de encontrarla. Tardó poco en hacerlo,
acurrucada en un rincón lejos de las miradas de los curiosos. Se acercó despacio al lugar
donde se encontraba. Cuando lo oyó, Leila ni siquiera levantó la mirada.
- ¡Márchate! – gritó enojada – no quiero hablar con nadie.
- No hace falta que hables – dijo Seth mientras se sentaba a su lado.
En silencio sacó su cuaderno del bolsillo y se puso a escribir en él. Leila le lanzaba miradas
furtivas de cuando en cuando, intrigada por lo que hacía, pero demasiado enojada para
mostrarlo. Después de un rato su curiosidad venció a su ira y se asomó por encima del hombro
del muchacho.
- ¿Qué es eso?
- Es una novela – sonrió Seth orgulloso.
- ¿Una novela?
- Es la primera que escribo, pero seguro que no será la última.
- ¿Y de qué trata?
- Es sobre un joven caballero que viaja por el mundo en busca de aventuras – dijo
sonriente – tras recorrer varios continentes, llega al reino de las flores, cuya princesa ha sido
capturada por un malvado hechicero, encerrándola en una torre custodiada por un malvado
dragón.
- ¡Los dragones no son malvados! – gruñó enfurecida.
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- Este sí, el malévolo Vrita, traidor de los dragones y asesino de ganado. El dragón Tiamat
ayudará al guerrero a salvar a la princesa.
- ¿Y como es la princesa? – dijo con curiosidad sin enfado ya.
- Pues es muy guapa – se sonrojó – de cabellos largos y ondeantes, ojos negros azabache
y sonrisa encantadora – Seth la miraba con timidez mientras describía a la princesa.
- Vaya… – Leila se ruborizó – suena interesante, ¿puedo leerla?
- Aún no está terminada.
- ¿Qué piensas hacer cuando la termines? ¿Vas a venderla?
- Dudo que eso le haga demasiada ilusión a mi familia – aseguró con una sonrisa
forzada – nunca les ha gustado que escribiera.
- ¿Por qué?
- Mi padre es un gran hombre de negocios y nunca está en casa, viajando de aquí para allá;
apenas lo he visto en los últimos cinco años. Y mi madre es una señorona que disfruta del
dinero que mi padre consigue. No me malinterpretes, no es mala mujer, pero siempre le ha
gustado la comodidad y la vida fácil. Es por eso detesta la idea de que quiera viajar por el
mundo y me convierta en escritor. Dice que eso no es siquiera una profesión y que no puedes
llenar el estómago con historias. Por eso quiere que siga los pasos de mi padre y herede su
negocio llegado el momento.
- ¿Es eso malo?
- No es que sea malo, simplemente no es lo que yo quiero. Veo a mi padre y me doy
cuenta de que es todo lo opuesto a lo que me gustaría ser… ausente, frío como el hielo,
siempre ocupado con su trabajo, sin importarle nada más que el dinero – Seth miró a Leila con
una sonrisa apagada – tú tienes suerte, al menos el tuyo ha dedicado su vida a luchar por ti.
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Ella se revolvió en su lugar, volviendo a sentir aquel enojo que desapareciera hace rato, tras
oír las palabras del muchacho.
- ¿Suerte? – dijo con desprecio – ¿dónde está la suerte en el hecho de que mi padre
estuviera ausente mientras mataban a mi madre? Y encima ha asesinado a aquellos que nos
salvaron la vida.
- Lo hizo todo por vosotras – el rostro de Seth se volvió serio.
- ¿Por nosotras? – repitió la chica en tono sarcástico – debería haberse enterado mejor de
las cosas antes de actuar.
- ¡¿Y qué esperabas que hiciera?! – la repentina subida en el tono del muchacho pilló
desprevenida a Leila, quien lo miró con gran sorpresa – tampoco es que hubiera nadie para
que darle explicaciones. Cuando llegó todos estaban muertos ¿tienes idea de lo duro que debió
de ser para él encontrar a todos los aldeanos despedazados, a su mujer muerta y ni siquiera
encontrar el cadáver de su hija?
Leila bajó la mirada, poniéndose por primera vez en la piel del enano y tratando de
imaginar lo que habría sentido en ese momento.
- Lo único que sabía es que un dragón había arrasado con todo. Se ha pasado su vida
intentando dar paz a aquellos inocentes que perecieron. ¿Acaso no has visto sus cicatrices? Ha
luchado sin descanso contra toda criatura que osara acercarse siquiera a un humano. Si no
fuera por él, todos nosotros estaríamos muertos… creo que se merece algo más de respeto por
tu parte…
La muchacha apretó los labios en silencio, sintiendo como la culpabilidad hacía mella en
ella. Pero Seth aún no había terminado.
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- Cuando nos hablaba sobre tu madre y sobre ti, sus ojos brillaban de una manera tan
especial, cargada de afecto y felicidad, que por un momento me hizo preguntarme si mi padre
tendría esa misma mirada en sus ojos cada vez que hablara de mí – lo miró y vio la tristeza en
su rostro – ojalá mi padre me quisiera la mitad de lo que te quiere el tuyo.
Aquellas palabras se clavaron en el corazón de la joven como si de un puñal se tratara,
penetrando tan hondo que no pudo reprimir las ganas de llorar, llevándose las manos al rostro.
- No puedo ni imaginar lo culpable que se ha debido de sentir todo este tiempo por no
haber podido protegeros. Es por eso que ha dedicado su vida a luchar por vosotras, en lugar de
volver con los suyos y llorar vuestras muertes. Deberías sentirte afortunada…
Las lágrimas de Leila resbalaban por sus mejillas como torrentes, sollozando de tal manera
que en más de una ocasión el aire no le llegaba a los pulmones. Seth, cuya intención no había
sido la de herir a la muchacha ni mucho menos, la rodeó entre sus brazos, tratando de
consolarla. Ahora era él quien se sentía culpable por haber echo llorar a una chica. Todo
caballero que se precie jamás debe hacer derramar ni una lágrima a una dama. Estaba claro
que todavía le quedaba un largo camino para convertirse en uno.
Se disculpó repetidas veces, pero eso no pareció consolar a la joven. Al rato, Leila
consiguió tranquilizarse un poco y decidieron volver juntos a la cabaña.
Liz llegó a lomos de Tiamat a la cabaña, donde la esperaban Rudy, Vlad y Bagwanda. No
había rastro de Leila y Seth por los alrededores, ni tampoco había señales de Roth y Rudra. La
gitana salió a su encuentro.
- ¿Dónde has estado? – dijo aliviada nada más verla – Roth y Rudra te están buscando por
todas partes.
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- Lo siento – se disculpó Liz – fui el templo del lithoi
Rudy la miró con sorpresa.
- ¿Lo encontraste?
Liz asintió.
- Más tarde os contaré los detalles. ¿Dónde está el resto de la gente?
- Roth y Rudra no deben andar lejos.
- Yo me encargaré de traerlos – el dragón desapareció volando.
- ¿Y Leila? – preguntó Liz.
- No ha vuelto desde que se marchara de la cueva.
- Seth la siguió – informó Liz.
- Tampoco lo he visto desde que os fuisteis…
Liz paseó la mirada por el interior de la cabaña hasta dar con lo que estaba buscando.
Bagwanda permanecía inmóvil, junto a la ventana, sin mover ni un pelo.
- Lleva así desde que os marchasteis. Ni se ha movido ni ha dicho nada. Estoy un poco
preocupada.
- Tranquila, ya verás como todo se soluciona.
- Será mejor que hables con él. Yo no sirvo para estas cosas – dijo Rudy.
Liz se encaminó en dirección al enano, quien apenas se inmutó por su presencia. Tenía la
mirada perdida y su rostro delataba que estaba completamente roto por dentro. Se sentó en la
cama, junto a él, sin decir nada. Esperaba algún tipo de respuesta, un movimiento… algo, pero
tras no conseguir nada, decidió dar el primer paso.
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- Dale tiempo, ya verás como se le pasará. Ha sido una noticia demasiado grande para
asimilarla de buenas a primeras. Pero si Leila es la mitad de buena chica de lo que parece, al
final lo acabará entendiendo.
- Jamás me perdonará – susurró el enano sin pestañear.
- Claro que lo hará. Tú eres una buena persona. Nunca…
- Los maté – balbuceó – maté a esos dragones. Soy un asesino.
- No, no lo eres. Creías que habían matado a tu familia.
- Eso no es excusa… Eran inocentes y yo acabé con ellos.
- ¿Acaso no eran inocentes también las personas que fueron masacradas? ¿Y qué hay de
todos esos inocentes que aún siguen con vida gracias a ti? ¿Qué hay de nosotros, esas quince
personas que salvaron la vida con tu ayuda?
Bagwanda pareció mostrar cierta reacción ante sus palabras.
- Es cierto, acabaste con dos dragones, pero también uno de ellos acabó con casi todas las
personas que habitaban esta región. Eso no es una excusa, pero nadie puede culparte por ello.
En lugar de lamentarte por lo que pasó, deberías tratar de enmendar tus errores de ahora en
adelante.
- ¿Cómo? – sus ojos se llenaron de lágrimas - ¿cómo puedo hacerlo?
- Protegiendo a los que quedan con tu vida, como has estado haciendo hasta ahora.
Demostrando a tu hija que eres un valeroso guerrero que jamás se rinde, luchando no para
vengar a los muertos, sino para proteger a los vivos.
- Mi hija… - murmuró entre lamentos.
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En ese momento las bisagras de la puerta chirriaron, apareciendo por la puerta Rudra y
Roth. Parecían haber estado corriendo durante largo rato pero sus rostros se relajaron nada
más verla.
- ¿Se puede saber dónde te habías metido? – dijo Rudra simulando estar enojado – mira
que este pedazo de tierra es pequeño, pero aún así no había manera de encontrarte.
- Lo siento – se disculpó Liz mientras se le escapaba una risita – Tiamat me llevó al lugar
donde se encontraba el lithoi.
- ¿Lo tienes contigo? – preguntó Roth.
- No, pero tuve una visión de sobre su contenido. Ahora que estamos todos juntos es un
buen momento para contároslo.
Liz les explicó hasta el más mínimo detalle de lo que el lithoi le había contado mediante su
sueño. Era de esperar la enorme sorpresa ante el final de la visión.
- Embarazada… - musitó Roth - ¿de Adán?
- Eso parece… - dijo Liz sonrojándose al recordar aquella escena en la que…
- ¿Qué pasó después? – preguntó Rudy.
- No lo sabremos hasta que no encontremos el siguiente fragmento.
- Entonces lo mejor será que nos marchemos cuanto antes – intervino Rudra.
Liz se volvió hacia el enano, con preocupación, sin saber qué decisión tomaría. Por fin,
después de tanto rato, Bagwanda pareció reaccionar y se levantó de la cama, encaminándose
hacia el grupo.
- Iré con vosotros – afirmó con determinación.
- Pero… ¿y tu hija? Leila… - dijo Liz con tristeza.
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- Da igual los motivos que me llevasen a ello… soy un asesino y no soy digno de
llamarme su padre… - guardó silencio - creo que es mejor para ella que me marche y siga
llevando una vida pacífica con su nueva familia.
- ¿Estás seguro?
- Hasta que no consiga enmendar mis errores no podré volver a mirarla a la cara. Quiero
que la próxima vez que me vea pueda sentirse orgullosa de mí, no avergonzada.
Desde el otro lado de la puerta, apoyada en la pared, Leila escuchaba las palabras del enano
en silencio, sin atreverse a entrar en la cabaña. Se sentía avergonzada, pero no de su padre,
sino de ella misma por haberse comportado de tal manera. Seth, a su lado, la miraba
entristecido sin saber qué decir. Leila se alejó del lugar lagrimeando, pero sin emitir sonido
alguno. A punto estuvo el muchacho de detenerla, pero la dejó marchar, viendo como
desaparecía de su vista.
Al poco tiempo el chiquillo entró en la casa, alegando no haber encontrado a la chica.
Bagwanda le agradeció su esfuerzo y se retiró para comer algo de lo que quedaba en la mesa
de la cabaña.
- Será mejor que avisemos a Tiamat para partir cuanto antes – comentó Roth.
- Tienes razón – intervino Liz – iré yo.
- Voy contigo – dijo Rudra antes de que el semielfo se le adelantara.
Ambos salieron de la cabaña y se encaminaron a la cueva del dragón mientras el resto se
preparaba para marchar.
Sin darse cuenta había pasado casi todo el día ya y la luz se iba haciendo más oscura.
Pronto caería la noche, por lo que era mejor volver a tierra firme y estar en la cueva con el
resto de compañeros cuando sucediera. Descansarían en el interior y por la mañana se
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encaminarían hacia las montañas de los mineros. Después llevarían a Seth a la capital y lo
dejarían con su familia, encaminándose al país de Palata.
Liz observó aquella tierra flotante. Las casitas se extendían por gran parte del terreno,
habiendo praderas y árboles en algunas zonas. Por el cielo surcaba algún que otro dragón, en
busca de alimento o simplemente aire fresco, regresando a su morada poco después.
- Es como un sueño – murmuró para sí misma.
- ¿Cómo? – le preguntó Rudra.
- A veces me da la impresión de que todo esto es un sueño y que en cualquier momento
me despertaré de nuevo en mi habitación… Por las noches me da miedo dormirme y que al
abrir los ojos todo se haya desvanecido de repente.
- ¿Desearías que así fuera? – preguntó el joven con su mirada clavada en ella.
- Desearía que desapareciera el sufrimiento… - afirmó entristecida – hay tanto dolor en
este mundo… me gustaría poder llevarlo lejos, muy lejos de aquí, para que las gentes de
Ádama pudieran ser felices y vivir sin miedo… Si esto fuera un sueño, si nada fuera real… -
la muchacha lo miró y su corazón se aceleró – desearía no despertar jamás y así derrotar al
malvado, trayendo la paz a este mundo.
- Tranquila – dijo Rudra con una dulce sonrisa – no iremos a ninguna parte.
Cuando llegaron a la cueva explicaron a Tiamat la situación, dirigiéndose juntos hacia la
cabaña donde aguardaba el resto del grupo. Se montaron en el dragón y, justo antes de que
emprendieran el vuelo, Leila apareció corriendo llamando al enano. Bagwanda se levantó
desde su sitio y, completamente emocionado, escuchó de nuevo aquella mágica palabra que
llevaba tanto tiempo sin oír.
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- ¡Papá! – gritaba desesperada- ¡papá!
Los ojos del enano se llenaron de lágrimas.
- Prométeme que volverás pronto – lloraba ella – prométemelo.
- Te lo prometo – afirmó él con la más gentil de las sonrisas.
El dragón batió sus alas e inició el ascenso directo hacia las nubes, al tiempo que Leila se
despedía de ellos desde tierra firme, deseosa de volver a encontrarse con ellos y, la próxima
vez, recibiría su progenitor como se merecía y no dejándolo marchar de nuevo.
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EL ATAQUE SORPRESA
La salida de Fuudo no fue tan tortuosa como lo había sido la entrada, pues la tormenta
estaba diseñada para proteger el lugar de intrusos, no de sus habitantes. Cuando abandonaron
la espesura de las nubes, comprobaron que había algo más de claridad de lo que parecía en el
interior de la roca flotante.
Descendieron sin prisa pero sin pausa; si el dragón hubiera volado solo habría sido otra
historia, pero un descenso en picado era demasiado peligroso para sus pasajeros. No tardaron
mucho en llegar al gigantesco cráter de la montaña que daba a la cueva donde encontraran por
primera vez al guardián alado. Allí aguardaban sus compañeros, algunos haciendo guardia,
otros descansando en los carros.
Puesto que aún había suficiente luz, decidieron abandonar la montaña y emprender la
vuelta lo antes posible, ocultándose en el bosque a salvo de atacantes. Así que recogieron todo
y se dispusieron a abandonar la cueva, encaminándose hacia la salida.
Seth gruñía sin parar ante la idea de volver de nuevo a su aburrida vida en la ciudad.
Buscaba cualquier excusa para retrasar la partida: que si era mejor dormir allí, que si lo más
prudente sería abandonar el país cuanto antes, que si les sería de gran ayuda gracias a sus
conocimientos, que él también podía convertirse en un guerrero si le daban la oportunidad y
ser un héroe como ellos…
Pero ninguna le servía para convencer al grupo. Aunque se habían acostumbrado a su
presencia, e incluso disfrutaban de su compañía, aquel viaje era demasiado arriesgado para él.
Si Amentis había resultado peligroso, Palata iba a ser aún peor, pues se rumoreaba que
Rakshasa poseía una de sus bases en aquel país. Maharshi había sido claro: cruzar hacia
Kusha lo más rápido posible, sin detenerse allí.
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Rudra tuvo que intervenir para que no montara una escenita.
- Todavía tienes que crecer un poquito más para convertirte en un héroe - le dijo – debes
pasar más tiempo con tu familia.
A punto estuvo Seth de reprocharle su comentario, cuando el joven poso su mano en su
cabeza y le alboroto el pelo.
- En un par de años volveré a buscarte – dijo con una sonrisa – y ya no habrá vuelta atrás.
Seth enmudeció, no se sabe si por el disgusto o de felicidad ante aquellas palabras, pero el
caso es que no volvió a decir nada más al respecto, aunque Liz pensó que sería por lo segundo,
pues una gran sonrisa lo acompañó durante el resto del trayecto.
Una vez estuvo todo listo, comenzaron su camino de vuelta al exterior de la cueva. Tiamat
los acompañó para que no se perdieran en aquel laberinto de túneles.
Tras recorrer los largos pasillos del interior de la montaña atisbaron algo más de claridad al
fondo, intuyendo que se trataba de la salida. Una vez abandonaron la gruta, fueron a parar a un
lugar diferente por el que entraran en la mañana. Después de esperar un rato e inspeccionar los
alrededores, comprobaron que no había moros en la costa. No había ni rastro de sus atacantes
de esa mañana. Tiamat también les confirmó que no olía ni oía nada en kilómetros a la
redonda, lo que significaba que los wyverns debían de haberse marchado hacía tiempo. Estaba
convencido de que se encontrarían lejos, pues eran ruidosos e inquietos, difíciles de pasar
desapercibidos.
Liz abrazó al dragón con pena, pues deseaba que se uniera a ellos en la batalla, y con
resignación al entender su deseo de proteger a las gentes de Fuudo. Para sorpresa de todos,
Bagwanda se adelantó y alargó su brazo en dirección a Tiamat, en señal de paz y respeto. El
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dragón extendió una de sus patas y sellaron el pacto. Entonces le pidió a Liz que le diera un
mensaje.
- Dile que la última palabra que pronunció Kaara antes de fallecer fue su nombre. Y que
lo hizo con una gran sonrisa en su rostro.
La joven tuvo que reprimir las lágrimas y tragar saliva varias veces antes de transmitirle
aquellas palabras. El enano no se esforzó tanto, rompiendo a llorar al instante y agradeciendo
a Tiamat el que salvara a su mujer y su hija, y prometiendo compensarlo algún día por el daño
causado.
Así, se despidieron del dragón con tristeza, esperando volver a verlo y deseándose
mutuamente lo mejor en el futuro. Tiamat se perdió en el interior de la cueva y los viajeros,
por su parte, comenzaron la vuelta a casa.
Era agradable no tener que cruzar por aquellas fétidas ciénagas de nuevo. De pronto Roth
se detuvo en seco al grupo. Algo, justo al frente del sitio en el que se encontraban, había
llamado su atención. No podía distinguir lo que era, pero sin lugar a dudas había movimiento
a lo lejos, entre los árboles. De repente, desde el bosque apareció corriendo un enorme animal,
de pelaje oscuro, que avanzaba a gran velocidad hacia aquellos viajeros. Todos se pusieron en
guardia, esperando a que llegara el ataque ya que aún se encontraba lejos y no podrían atinarle
con su magia. Entonces Liz se levantó de donde estaba y extendió su mano mientras le pedía
al resto que aguardaran. Empequeñeció sus ojos para tratar de focalizar y agudizar su vista en
aquel bulto negro hasta que logró reconocer lo que era.
- ¡Akehiya! – gritó emocionada mientras bajaba de un salto del carro y corría hacia el
animal.
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Todos respiraron aliviados y comenzaron a avanzar para no separarse en exceso de la
muchacha.
Cuando la pantera llegó al lugar donde se encontraba, saltó sobre ella y la comió a
lametazos. También la había echado de menos. Liz la abrazó con entusiasmo y comprobó que
no tenía rasguño alguno. El resto del grupo los alcanzó enseguida.
- Parece que se encuentra bien – comentó Rudra.
- Sí – Liz miraba sonriente al animal.
Rudy se acercó y se agachó a su lado.
- Pero… - se notaba cierta preocupación en su rostro – si Akehiya está aquí… significa…
- miró con miedo en sus ojos a Liz, quien tenía la misma expresión.
La gitana posó su mano sobre el torso del animal, cuya respiración aún no se había
normalizado por la carrera, y comenzó a sentir espasmos. Sus ojos se tornaron blancos y
palideció en el acto. En apenas un instante, sus ojos volvieron a la normalidad cargados de
terror.
- El enemigo… - dijo horrorizada mientras intentaba recomponerse – Tiamat… - señaló
hacia la montaña.
Vieron muy a lo lejos al dragón volando en dirección al cúmulo de nubes sobre la montaña,
ajeno a lo que sucedía allá abajo, y en ese mismo instante se escucharon los ensordecedores
chillidos de gran número de wyverns, que aparecieron desde el horizonte volando a gran
velocidad hacia el punto en el que se encontraba el dragón. Todos observaron espantados la
escena, viendo como en un instante los wyverns habían alcanzado al dragón y se enzarzaban
en una violenta lucha por hacerlo caer. Otro grupo se lanzaba kamikaze contra las nubes,
siendo repelidos por la fuerte tormenta, pero volviendo a arremeter una y otra vez.
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Liz miraba aterrorizada y, en un impulso, echó a correr en dirección a la montaña,
cortándole Roth el paso a lomos de su caballo.
- ¿Qué estás haciendo?
- ¡Tenemos que ayudar! Su objetivo es Fuudo.
- Es demasiado arriesgado combatir en este momento - afirmó el semielfo con una severa
mirada.
- Roth tiene razón – lo apoyó Cavi a su espalda – lo mejor es que aprovechemos y
salgamos de aquí.
- ¡Cómo podéis decir eso! – gritó enfurecido Bagwanda - ¡los están atacando!
- Lo sé… pero nuestra prioridad es asegurarnos de que Liz llegue sana y salva hasta el
próximo lithoi… - sentenció el Roth – es demasiado peligroso para ella combatir aquí, además
de innecesario.
- ¡Maldito! – rugió el enano mientras Rudra trataba de sujetarlo para que no le clavara el
hacha a Roth.
- ¡No! – Liz se zafó del caballo y corrió despavorida hacia la montaña – no pienso
permitir que aquella pobre gente vuelva a ser masacrada.
Roth se dispuso a cabalgar hacia ella, pero Akehiya se interpuso en su camino, soltando un
amenazador rugido que espantó al caballo, negándose éste a seguir avanzando y dando media
vuelta. La pantera corrió hacia donde se encontraba la muchacha, que al verla se detuvo un
instante y se subió a su lomo, emprendiendo de nuevo la carrera, esta vez llevada por el
animal.
- No puedo culparla – dijo Rudra sonriente mientras veía a la joven alejarse.
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- ¡Maldita sea! – maldijo el semielfo mientras intentaba tranquilizar al caballo y
perseguirla.
- No tenemos tiempo para eso – vociferó la gitana mientras sacaba su espada.
Frente a ellos apareció a lo lejos un grupo de lindworms, acompañados de varios wyverns
que caminaban entre los árboles en su dirección. Cuando llegaron a la linde del bosque,
extendieron sus alas con feroces chillidos y se lanzaron contra el grupo, que esperaba en
guardia preparado para defenderse con uñas y dientes.
Akehiya corrió lo más rápido que pudo en dirección a la montaña con Liz sobre su lomo.
Cuando llegaron al lugar, el animal comenzó a escalar a la carrera, saltando de roca en roca
hacia la cima. En lo alto, Tiamat lanzaba chorros de fuego contra sus atacantes mientras que
otros seguían en su empeño por penetrar las espesas nubes que protegían Fuudo. Algunos
cogían piedras y las lanzaban contra la barrera en un intento por dañar lo que fuera que
protegía el interior.
Desde dentro, la gente sentía con pavor los temblores que producían los choques,
escuchando a lo lejos aquellos horripilantes gritos que sus mentes habían intentado borrar de
sus recuerdos durante todos aquellos años de paz. En un primer momento, salieron
desconcertados de sus hogares para tratar de descubrir lo que ocurría, pero no tardaron en
suponerlo. Más de uno comenzó a temblar al oírlos, enloqueciendo de terror mientras
recordaba aquella catástrofe sucedida hacía diez años, y muchos se encerraron en sus casas,
creyendo estar más seguros allí dentro. Leila corría de un lado a otro, intentando tranquilizar a
los ciudadanos, pero también estaba asustada.
En tierra, Liz comenzó a lanzar bolas de fuego al aire, esperando atinarle a alguno de los
reptiles, sin demasiado éxito. Aún se encontraba demasiado lejos para dar a los que volaban,
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pero no a los que se acercaban a la montaña para recoger rocas. Se centró en atacar a éstos,
lanzando fuego a sus alas. Uno de ellos fijó su atención en ella y se lanzó en picado contra su
atacante. A punto estuvo de alcanzarla, pero en ese momento un rayo cayó del cielo,
aterrizando en el reptil y chamuscándolo. Liz se volvió y vio a Roth a escasos metros de
donde se encontraba. Buscó con la mirada al resto del grupo, descubriendo la dura batalla que
se estaba llevando a cabo en el valle.
El grupo estaba siendo atacado por tierra y por aire. Los wyverns se lanzaban desde arriba,
tratando de clavar sus potentes aguijones en sus presas. No obstante, gracias a la magia de sus
miembros no habían logrado tener éxito. Por otro lado, Rudy, Vlad, Rudra y Bagwanda
retenían a los lindworms, que a diferencia de antes, esta vez no se limitaban a esperar, sino
que atacaban ferozmente a aquellos humanos. Liz observó como Enoch, Kabirim, Cavi y Lha
protegían uno de los carros, donde dedujo se encontraban ocultos Seth, Sephira y Dhyana.
En el aire, Tiamat comenzó a deshacerse de gran parte de los wyvenrs, de mucho menor
tamaño que el impresionante dragón y más torpes. Liz y Roth se encargaban de derribar a
cuantos enemigos podían, mientras que Akehiya también acababa con aquellos que se
pusieran a tiro. Parecía que poco a poco la batalla se iba decantando a favor de Liz y sus
compañeros, pero pronto cambiarían las tornas.
De entre los árboles, una inmensa bola de fuego surgió, directa al dragón, pillándolo por
sorpresa e impactando de lleno en él sin posibilidad de esquivarlo. Liz observó con horror
como Tiamat caía en picado mientras el humo emanaba de sus chamuscadas escamas. Del
lugar del que había surgido el ataque apareció un colosal dragón de color negro, con los ojos
rojos como rubíes y dos tremendos cuernos que emergían de su cabeza. Batía sus gigantescas
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alas con lentitud mientras avanzaba a poca velocidad. Los wyverns y los lindworms
detuvieron su ataque y observaron como el descomunal animal volaba hacia la montaña.
Tiamat cayó en el suelo, a pocos metros de distancia de donde se encontraban Liz y Roth,
quienes corrieron de inmediato a su lado. Liz extendió sus manos y trató de curar sus heridas.
Mientras usaba su magia, no apartaba sus ojos del oscuro dragón.
- Ese es… - balbuceó.
- Vrita… - escuchó en su mente.
- ¿Qué está haciendo aquí?
Escuchó entonces en su mente una voz muy diferente a la de Tiamat.
- Por fin nos encontramos, viejo amigo – la voz parecía provenir de Vrita.
- Creo que has olvidado lo que es un amigo – respondió Tiamat – a los amigos no se los
ataca.
- Tampoco se los abandona a su suerte. Hace muchos años que no te veo por aquí, pensé
que habías muerto.
- Ya te gustaría…
- Veo que no han cambiado tus hábitos – dijo con sarcasmo – siempre rodeado de escoria
humana.
- Tampoco los tuyos… jugando con esos carroñeros descerebrados.
- Son fáciles de controlar cuando se sabe como hacerlo – afirmó con tono burlón – y
hacen un buen trabajo a la hora de recoger la basura.
- ¡Maldito! – Tiamat estaba empezando a cansarse de sus juegos.
- Por cierto, aún tenemos una cuenta pendiente que saldar. Hoy he venido a terminar el
trabajo que empecé diez años atrás – Vrita elevó la mirada hacia lo alto, en dirección al
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cúmulo de nubes sobre sus cabezas – me ha costado mucho encontrar vuestro escondrijo.
Sabía que observar a esos humanos daría sus frutos, por partida doble.
- ¡¿A qué te refieres?! – exclamó Liz desde donde se encontraba, esperando que el dragón
la oyera.
- Vaya. vaya, así que tú eres la mosquita que mi señor quiere aplastar. Sí que tengo suerte.
- ¿Qué quieres decir con tu señor? – Tiamat estaba tan sorprendido como la joven.
La risa de Vrita sonaba como un feroz rugido para el resto de los humanos, pero en la
cabeza de Liz se oía con claridad, cargada de malicia y crueldad.
- No es posible – dijo Tiamat incrédulo - ¡has traicionado a los de tu propia especie!
- ¿Traicionar? Simplemente hago lo que considero más conveniente para asegurar mi
supervivencia, como cualquier otra criatura viviente. Además, eso a ti no debería incumbirte.
Ni siquiera eres un dragón verdadero.
Liz miró a Tiamat con sorpresa tras descubrir que Vrita conocía su verdadera identidad,
pero él no pareció inmutase ante sus palabras, manteniendo su atención fija en su enemigo,
cargada de ira. La joven echó un vistazo a sus heridas y descubrió que no habían sanado en
absoluto, sin parecer importarle al dragón, quien comenzó a incorporarse bajo la atenta mirada
de Vrita desde el cielo.
- De todas maneras, dentro de poco no quedará nadie a quien traicionar, pues aquellos que
no me sigan acabarán destrozados por mis garras – rugió con gran maldad – hoy se decidirá
quien será el que domine este territorio y, por supuesto, la respuesta es obvia… ¡Yo!
- ¡No te lo permitiré!
Vrita comenzó un rapidísimo ascenso en dirección hacia las nubes que protegían Fuudo,
seguido de Tiamat. El dragón negro lanzó abrasantes llamaradas a la barrera, esperando así
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que se desvaneciera. Los wyverns, por su parte, volvieron a emprender el ataque contra los
humanos y la tormenta. Algunos atacaron al dragón pardo en un intento de detenerlo en su
avance por proteger su objetivo, enzarzándose en una sangrienta lucha.
Liz, cansada de observar desde la distancia, decidió que era hora de actuar e
inmediatamente invocó a Agni, quien apareció sublime sobre ella, lanzándose contra los
reptiles voladores e impidiendo que entorpecieran al dragón.
En tierra firme el ataque había disminuido, pues la gran mayoría de los wyverns estaban en
la cumbre o habían sido ya derribados. Al parecer, el objetivo principal de aquellas alimañas
era derribar Fuudo, dejándolos a ellos de segundo plato. Cuando casi habían acabado con sus
atacantes, el grupo decidió dirigirse a la montaña para apoyar a sus compañeros.
En el interior de la tormenta, no sólo se sentían los temblores, sino que también eran
capaces de ver los destellos del fuego que Vrita lanzaba sin descanso. La mayoría de aldeanos
permanecían escondidos en sus casas, debajo de los muebles, mientras que el resto se
encontraban en el exterior, aterrorizados, al igual que varios de los dragones, que habían
salido de sus refugios y observaban con atención lo que acontecía. Leila acertó a escuchar el
rugido del dragón pardo.
- ¡Es Tiamat! Está luchando.
Las gentes comenzaron a cuchichear entre susurros, temerosos por la batalla, pero Leila no
tenía miedo. Se dirigió a lo dragones que se encontraba allí reunidos.
- ¡Necesita vuestra ayuda!
Los reptiles se miraron entre ellos, tan asustados como los humanos. Muchos de ellos
habían olvidado lo que era la lucha e incluso algunos jamás habían tenido que preocuparse por
ello. No parecían demasiado dispuestos a salir de allí para arriesgar sus vidas.
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La indecisión de las bestias enfureció a la muchacha.
- No puedo creer que ninguno vaya a hacer nada para salvarlo. Él ha arriesgado su vida
por todos nosotros. Nos salvó de la masacre y ahora está luchando para protegernos. ¿Acaso
no sois vosotros los luchadores más poderosos de los cielos? ¡Tenéis que ayudarlo! ¡Por favor!
A pesar de sus ruegos, los dragones, temerosos, la miraron impotentes y volvieron a sus
guaridas. Las lágrimas de Leila comenzaron a brotar de sus ojos, llena de rabia e impotencia.
Gritaba sin parar, enloquecida, suplicando que alguien ayudara al dragón que tanto amaba,
haciendo su llanto eco por toda la tierra de Fuudo.
Gracias a la ayuda de Agni, Tiamat consiguió deshacerse de los molestos wyverns que
impedían su avance y en cuanto tuvo la ocasión se lanzó contra Vrita, enzarzándose ambos en
la más feroz de las batallas posible. Los reptiles continuaban tirándose en kamikaze o
disparando rocas contra la barrera. Agni luchaba sin descanso, recibiendo algún que otro golpe,
y a su vez sufriéndolo Liz. Se percató de que si los espíritus eran heridos, ella también lo
sentía, por lo que debía ser extremadamente cuidadosa en las batallas. Observaba con atención
la lucha, avisando al enorme toro de los ataques sorpresa y reprendiendo contra los que se
encontraban a tiro.
De pronto escuchó a Roth gritar a su espalda, advirtiéndola de que estaba siendo atacada.
Por desgracia no consiguió reaccionar a tiempo, viendo con horror al volverse como un
wyvern se abalanzaba sobre ella. De manera automática cerró los ojos mientras se cubría con
los brazos y esperó a recibir la envestida, pero para su sorpresa, escuchó frente a ella al reptil
aullar de manera insoportable, sin recibir ningún golpe. Cuando abrió los ojos vio con alivio a
Rudra protegiéndola, quien con su espada no sólo había detenido al atacante, sino que además
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había cortado su aguijón, lo que significaba una muerte casi instantánea para el reptil. Se
volvió sonriente.
- Yo cubro tu espalda – dijo seguro de sí mismo.
La joven le devolvió la sonrisa mientras asentía con firmeza y volvía a lanzar bolas de
fuego contra sus enemigos. A pesar de sentir un gran cansancio, continuó luchando sin bajar el
ritmo de sus ataques, a igual que Agni.
En las alturas se escuchó a los dragones rugir con fiereza, llamando la atención de todos los
presentes. Por lo que parecía, Vrita llevaba algo de ventaja sobre Tiamat, quien a pesar de
encontrarse malherido seguía luchando sin descanso. Liz estaba muy preocupada por el
dragón. Había sido herido antes de comenzar la verdadera batalla, sin poder sanar sus heridas,
y sin duda había recibido aún más daño.
Vrita lanzó una llamarada al dragón pardo, cegándolo por un instante y aprovechando ese
momento para lanzarse con las fauces abiertas a su yugular, hundiendo sus dientes en el cuello
de su oponente, que aulló de dolor mientras trataba de quitarse a su negro atacante de encima.
Liz mandó de inmediato a Agni para ayudarlo, invistiendo contra Vrita cuerpo a cuerpo y
clavando su cornamenta en el lomo de la bestia. Vrita liberó a Tiamat al instante y atacó al
toro con su cola llena de pinchos, siendo éste incapaz de esquivarlo. En el momento en que
Agni recibió el coletazo, Liz sitió como las espinas se incrustaban en su torso, cayendo al
suelo y retorciéndose de dolor. Agni se desvaneció en el cielo mientras la joven convulsionaba
sin cesar. Rudra corrió a su lado para socorrerla, pero no había rastro de heridas en su cuerpo.
Tiamat estaba muy malherido y apenas podía mantenerse en el aire. Agni había
desaparecido y los humanos se encontraban demasiado alejados para alcanzar a la gran
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mayoría de los wyverns, que habían incrementado sus ataques. Vrita se pavoneó, asegurando
que la victoria sería suya y riendo sin parar en lo alto del cielo.
Justo cuando todo parecía perdido, desde el interior de la tormenta surgieron varias bolas
que impactaron de lleno en varios de los wyvenrs, cayendo éstos abrasados hacia la montaña.
Ante la asombrada mirada de todos los que allí se encontraban, emergieron de la espesura
decenas de dragones, batiendo sus alas y clamando con feroces rugidos, dispuestos a proteger
su hogar. En el interior de las nubes los humanos vitoreaban entusiasmados a los reptiles que
surcando el cielo se lanzaban contra las nubes para unirse a la batalla en el exterior. Leila, en
el suelo, miraba con lágrimas en los ojos a las gentes y los dragones recuperar el coraje. No
todo estaba perdido aún.
Vrita rugió con rabia, lanzándose al ataque contra aquellos jóvenes e inexpertos congéneres,
pero llenos de energía y fuerza, que osaban enfrentarse a él, y aunque estos derribaban a todo
wyverns que se les pusiera por delante, Vrita era otro cantar, y más de uno cayó derrotado al
suelo. Tiamat aprovechó el ataque de los jóvenes para lanzarse contra su oponente, clavándole
sus garras y mordiéndolo con saña. Su presa se revolvió, pero en ese momento varios de los
más jóvenes se lanzaron contra él, apresándolo entre sus fauces y causándole gran dolor. Los
rugidos del dragón eran ensordecedores, aterrorizando a los pocos wyverns que quedaban tras
comprobar que su líder estaba a punto de caer. Con el rabo entre las piernas, huyeron de aquel
lugar, abandonando a su señor.
Vrita seguía luchando para liberarse en vano. Reunió las últimas fuerzas que le quedaban y
lanzó una enorme bola de fuego contra el cúmulo de nubes que se encontraba sobre ellos, tan
potente que penetró en su interior, golpeando la parte inferior de la tierra y cayendo ésta en
picado.
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El malvado reía orgulloso.
- Ésta es mi venganza…
Todos los dragones lo soltaron de inmediato, volando hacia la tierra que descendía en
dirección a la montaña. Toda la gente en Fuudo gritaba aterrorizada ante la sensación de caía,
sin saber lo que estaba ocurriendo. Tiamat se precipitó junto Vrita hacia la montaña,
aterrizando a pocos metros de los humanos. Liz corrió en su ayuda y comprobó que estaba en
condiciones nefastas.
- Tiamat… - sollozó – te curaré enseguida.
- No te esfuerces… - dijo el dragón agonizante – recuerda que este cuerpo hace tiempo
que perdió su vida. Tu magia no tiene efecto sobre los muertos…
- Pero…
- Fuudo… - gimió mientras miraba hacia el cielo, viendo la enorme tierra emerger de las
nubes y cayendo en dirección a la montaña – he fracasado…
- No…
Liz miró hacia el cielo y vio con horror como el pedrusco se iba acercando más y más a la
tierra, sin nada que lo frenara. Los dragones volaban alrededor, lanzando quejidos
desesperados sin saber cómo detener la caída. Liz clavó sus ojos en el dragón.
- Yo puedo salvarlos – afirmó con decisión – si me das tu poder podemos salvarlos.
- Es demasiado tarde… - la voz de Tiamat se iba desvaneciendo por segundos – pereceré
con este cuerpo.
- ¡No! – gritó ella con lágrimas en los ojos – hay que intentarlo. Toda esa gente… ¡morirá!
Por favor, ayúdame a salvarlos.
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El dragón cerró los ojos, dispuesto a dejar que la vida se le escapara. Pero Liz no estaba
dispuesta a rendirse.
- ¿Vas a dejarlos morir a ellos también?- dijo enfurecida - ¿igual que hiciste con Dustin?
Tiamat abrió los ojos, reaccionando ante el hiriente comentario de la joven con pesar. Ella
se cubrió la boca, comprendiendo que había ido demasiado lejos. El dragón la miró con la
vista borrosa, aún resistiéndose a la idea.
- Te lo suplico… ¡Por favor!
El dragón cerró los ojos y un aura de color pardo comenzó a emanar de su cuerpo, cálida y
brillante. La neblina se concentró, adquiriendo la forma de una niña de tez morena con el pelo
de barro que corrió hacia Liz, fundiéndose ambas en un abrazo. La joven sintió como la
envolvía y nuevas fuerzas resurgieron en ella. Escuchó la voz de la deva en su cabeza.
- Por favor… sálvalos…
El aura desapareció y Liz permaneció inmóvil, junto al cadáver del dragón. Entonces
pronunció en alto el nombre del espíritu mientras sus ojos se volvían de un color marrón
brillante.
- ¡Amath!
De inmediato de su cuerpo surgió un enorme dragón brillante color café que alzó el vuelo
veloz y se lanzó contra el pedazo de tierra que caía en picado, situándose en su base y tratando
de detener la caída. Al mismo tiempo, la heredera extendió sus brazos y se concentró en aquel
cúmulo de arena, sintiendo cada partícula de tierra. Sin saber lo que hacía, notó como una
fuerza invisible emanaba de sus manos, directa a la tierra y frenándola. Todos la miraron
asombrados mientras ella se esforzaba para no perder la concentración. Algunas de las rocas
menos pesadas que se encontraban cerca comenzaron a vibrar, elevándose levemente del suelo.
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En la cara de Liz se apreciaba el tremendo esfuerzo que estaba realizando, resbalando desde
su frente goterones de sudor.
Pero para sorpresa de todos, Fuudo estaba cayendo más despacio, acercándose a la
montaña a menos velocidad. Amath seguía en la base ayudando a Liz a desacelerar el
descenso. Fuudo tocó tierra, encajando de manera perfecta en el cráter y deteniéndose al
hacerlo, sin causar demasiado disturbio ni daño a la montaña o a lo que fuera la tierra flotante.
Sus habitantes sintieron el fuerte temblor al acoplarse de nuevo al lugar donde antaño
pertenecía Fuudo. Todos se habían salvado, y tras comprobar que estaban bien, comenzaron a
gritar de emoción, algunos llorando, otros riendo, pero todos felices de seguir con vida. Los
dragones surcaban el cielo lanzando rugidos de victoria y alegría, celebrando con lo que
parecía una majestuosa danza la salvación de los humanos.
Amath había desaparecido y Liz cayó al suelo de rodillas, exhausta por el esfuerzo, pero
inmensamente feliz. Desde la distancia sus compañeros la miraban asombrados por el milagro
que acababa de obrar.
Rudra era el que se encontraba más cerca, observándola sonriente a la vez que ella lo
miraba a él, tratando de recobrar el aliento, agotada. Entonces la cara del muchacho se
desencajó, tornándose en una mueca cargada de terror. La joven se volvió con torpeza en la
dirección hacia la que miraba el muchacho y descubrió con horror a Vrita, aún con vida, a
escasos metros de ella, con el cuerpo cubierto de sangre.
- Maldita… No te perdonaré por esto… - adoptó posición de ataque - por lo menos haré
feliz a mi señor…
El dragón, con las últimas fuerzas que le quedaban, rugió encolerizado y saltó hacia la
muchacha con sus enormes fauces abiertas. Liz estaba tan débil que no podía siquiera
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levantarse, viendo con espanto como la gigantesca boca del animal, plagada de puntiagudos
dientes, iba directa a ella. Rudra echó a correr desesperado, con la esperanza de alcanzar a la
joven antes que la bestia, pero se encontraba demasiado lejos para poder llegar a tiempo.
Todos gritaban desde allí donde se encontraban, desconsolados, mientras veían al dragón
llegar hacia su destino. El corazón de Liz latía tan fuerte que pensó que se le saldría del pecho
de un salto, pasando por su mente infinidad de imágenes sobre su familia, sus amigos, su
mundo, su viaje a Ádama, sus nuevos amigos, la gente que había conocido allí, todas aquellas
experiencias…
Justo un instante antes de que Vrita llegara a donde se encontraba algo se interpuso entre
ambos. Fue un momento fugaz, pero Liz pudo ver la inocente y risueña sonrisa de su salvador
antes de que se desvaneciese por completo. Una sonrisa cargada de esperanza e ilusión por
haber podido socorrer a la salvadora de su mundo, aquella muchacha que le ofreciera su mano
una vez, dándole la oportunidad de vivir aquellas aventuras que tanto anhelaba y cumplir así
su sueño.
Con pavor en los ojos vio como el dragón atrapaba entre sus dientes la cintura de aquel
chiquillo lleno de vida que tan buenos momentos había hecho pasar a todos.
Vrita lo zarandeó entre sus fauces con furia hasta escupirlo, comprobando que no había
acertado en su objetivo. Liz estaba completamente paralizada, temblando con lágrimas en sus
ojos y sin lograr reaccionar ante lo presenciado. El dragón volvió a cargar en su dirección,
dispuesto a no fallar, pero Rudra se lanzó contra él entre gritos mientras le clavaba en el pecho
su espada tan hondo como su fuerza le permitía, chillando la fiera de dolor. La lucha duró
apenas un instante, pero a pesar de que el dragón dejara de resistirse hacía tiempo, el joven
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continuaba hundiendo su arma una y otra vez en el cuerpo sin vida del animal, empapándose
de su sangre mientras bramaba sin parar.
Liz, aún temblando, vio el cuerpo de su salvador frente a ella y, como pudo, se arrastró
hasta él. Lo tocó en el vientre, manchando sus manos con sangre. Las miró y sintió ganas de
vomitar, nublándosele la vista. Sin embargo, no tenía tiempo para eso. Extendió sus manos
sobre la herida y de ellas empezó a brotar una luz verdosa que lo envolvió. Roth consiguió
alcanzarlos por fin, seguido por Rudy y otros cuantos más. Observó a Seth, inmóvil en el
suelo, y bajó la mirada entristecido.
- Liz…
- Está bien… - se repetía en voz baja – enseguida se curará… está bien…
El semielfo la miró con tristeza, sabiendo que no había nada que hacer por él. Intentó
detenerla, pero ésta no lo escuchaba, aumentando la intensidad de su magia. Rudra se unió al
grupo, completamente empapado en la sangre del dragón y extenuado.
- ¿Qué sucede? – dijo alarmado - ¿por qué no se cura?
- ¡No lo sé! – gritó ella desesperada.
- ¡Cúralo! – ordenó Rudra encolerizado.
- Rudra… - se lamentó la gitana.
- ¡Eso intento! – lloró la muchacha.
Liz invocó a Aditi, suplicándole que salvara al muchacho. La deva envolvió el cuerpo de
Seth, pero nada cambió, continuando éste inerte. Liz gritaba desconsolada, implorando que lo
curara, bajo la afligida mirada del resto.
- Liz… - Roth posó su mano sobre el hombro de la muchacha – es inútil… la magia no
funciona sobre los muertos.
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- ¡No está muerto! – bramó ella mientras apartaba su mano de un empujón, enloquecida –
no está… - se detuvo.
Había llegado a su límite, pero se negaba a rendirse, siendo consciente de que ya no le
quedaban fuerzas siquiera para mantener los ojos abiertos.
Un ensordecedor chillido retumbó en todo el lugar. Era la voz de Rudra, que gritaba
desconsolado. La vista de la muchacha se fue nublando por momentos hasta volverse todo
oscuro, siendo lo último que escuchara el desgarrador grito del muchacho.
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ADIOS QUERIDO AMIGO
Liz abrió los ojos mientras la luz se filtraba por la ventana de la estancia. Tardó unos
segundos en acostumbrarse. Oteó a su alrededor, descubriendo a Rudy y las hermanas velando
a su lado. Las miró desorientada mientras trataba de recordar lo que había pasado. La gitana
avisó al resto y Liz vio aparecer a Roth a su espalda, con alivio en su rostro. Observó a todos
los que se reunieron a su alrededor y de pronto saltó de la cama como un muelle.
- ¿Dónde estoy? – preguntó alarmada.
- Tranquila, estás a salvo – afirmó el semielfo con suavidad – estamos en la casa de Leila.
- Leila… - musitó, tratando de que sus neuronas se pusieran en marcha - ¿estamos en
Fuudo?
- Sí – dijo Rudy.
- ¿Rudra?
El muchacho apareció de un lado de la estancia, cabizbajo. La joven le sonrió, pero él no le
devolvió la sonrisa. Tenía la vista clavada en el suelo, con una expresión sombría y
quejumbrosa, sin dirigirle siquiera la mirada. Extrañada, paseó la vista por todos los presentes
y se percató de que algo no iba bien.
- ¿Y Seth? – preguntó nerviosa - ¿dónde está Seth?
Se miraron desconcertados y apenados a la vez, sin saber cómo responder a la joven.
- Liz – habló Rudy con dulzura - ¿recuerdas lo que pasó?
- Esto… - la muchacha trató de hacer memoria – hubo una lucha y… había un dragón
negro… Vrita… - entonces pequeños fragmentos de imágenes comenzaron a surgir en su
mente – Tiamat estaba herido y… Fuudo comenzó a caer del cielo… pero… se salvaron…
y…
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A medida que iba recordando lo sucedido su cuerpo se iba tensando y temblaba con más
intensidad, quebrándosele la voz y empañándose sus ojos, hasta quedarse completamente
muda.
- Liz… - la gitana sujetó sus manos con delicadeza – verás… Seth…
- No… - parecía como poseía – no puede ser…
Rudy bajó la mirada entristecida.
- ¡Ya lo entiendo! Ha debido ser un sueño. Justo después de la visión del lithoi. Eso es… -
la gitana meneaba la cabeza con pesar – Seth salió a buscar a Leila… enseguida…
De pronto vio a la chiquilla sentada en un rincón, abrazada por Bagwanda, sollozando sin
parar. Liz comenzó a buscar desesperada con la mirada por todo el lugar, sin saber muy bien
qué encontrar. Finalmente lo encontró, quedándose sin aliento ante la visión.
Al fondo de la sala, sobre una de las camas, había una sábana blanca que cubría un bulto de
gran tamaño.
Como llevada por una fuerza invisible se levantó sin apartar la vista del bulto, bajo la
atenta mirada de sus compañeros. A paso lento su cuerpo avanzó hacia el lugar donde sus ojos
apuntaban, negando con la cabeza.
- Esto… – susurró con una sonrisa medio torcida – es una broma ¿verdad? – rió de
manera poco convincente – eso es… vamos Seth, levántate…
Pero nada se movía debajo de la manta.
- ¡Seth! – gritó entre lágrimas – no tiene gracias.
- Liz… - dijo Roth a su lado.
- ¡No! – chilló – no… no puede ser verdad… un sueño… tiene que ser un sueño… -
balbuceaba – si me despierto…
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Rudra golpeó la pared con tal fuerza que la sangre brotó de sus nudillos, retumbando en
toda la estancia el golpe y llamando la atención de todos los presentes. La joven lo miró
asustada mientras la rabia invadía el rostro del muchacho, apretando sus puños con tanta
fuerza que acabaría atravesando su piel del esfuerzo.
- ¡Abre los ojos de una maldita vez! – rugió furioso – esto no es un sueño, ¡es la
asquerosa realidad! Y no puedes hacer nada para cambiarla, por mucho que no te guste, ¡deja
ya de huir de una condenada vez y enfréntate a ella!
Liz estaba pálida y sin poder moverse del sitio.
- ¡Basta ya! – gritó Roth – ¡esto no habría pasado si no hubieras traído al chico!
Rudra se lanzó como un energúmeno contra el semielfo entre gritos, dispuesto a descargar
en él toda la rabia que llevaba dentro. Roth se preparó para el ataque, sin importarle las
consecuencias del enfrentamiento, pero antes de que Rudra lo alcanzara Liz los detuvo.
- ¡PARAD! – chilló – parad… por favor… no más peleas… por favor… - lloriqueó.
Rudra golpeó de nuevo la pared, rabioso, y salió de la casa a grandes zancadas, seguido por
Rudy y Vlad, quienes intentarían tranquilizarlo. Roth, aún en tensión, se volvió a la joven y
vio el tremendo dolor en su rostro descompuesto, sosegándose al instante y, avergonzado,
abandonó la sala.
Sin inmutarse más por lo sucedido, la muchacha avanzó hasta situarse junto a la manta y la
agarró de uno de los bordes.
- Liz… - intervino Dhyana alarmada – no deberías…
Pero ella no hizo caso, apartándola de manera pausada, hasta dejar al descubierto la cara
inerte del muchacho. Estaba limpio e inmaculado, de color marfilino, con su dulce sonrisa
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dibujada en el rostro. Los ojos de Liz se llenaron de lágrimas que caían a borbotones por sus
mejillas.
- No sufrió – afirmó Cavi, que se encontraba a su lado – fue instantáneo. Debió de
sentirse feliz por poder salvar la vida de la heredera.
En su pecho descansaba su cuaderno de notas, manchado de sangre. Liz lo cogió y
comenzó a leer las notas que con tanto tesón y cariño había empezado a escribir el muchacho
en aquel viaje, reflejando las aventuras que habían experimentado juntos.
Era la historia de Seth, un valeroso guerrero de ojos dorados, se embarca en una peligrosa
aventura llena de enemigos para salvar a Leila, la princesa encerrada en una oscura torre
custodiada por un malvado dragón. En su aventura lo acompaña su hermana Liz, magnífica
hechicera y manipuladora de los espíritus sagrados.
Sus lágrimas caían sin descanso mientras leía entre sollozos algunas de las páginas de la
novela. Con el libro entre sus manos, se arrodilló junto al joven sin poder reprimir por más
tiempo su agonía y rompió a llorar abatida mientras sus desgarradores gritos llegaban a oídos
de todas las gentes del lugar.
Seth se había convertido por fin en el héroe que tanto deseó ser, dejando tras de sí un gran
pesar y sufrimiento en aquellos que lo habían amado alguna vez; un dolor que cargarían
consigo durante el resto de sus vidas.
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PRÓXIMA PARADA
Habían pasado ya varios días desde la pelea y todos se habían recuperado de sus heridas
físicas, así que, tras calmarse los humos, Rudy se reunió con Roth para discutir sobre lo que
acontecería a partir de ahora. Le informó de la última visión que había tenido, en la que un
grupo de kinays, acompañados por enormes bestias, se dirigía hacia el lugar en el que se
encontraban, calculando que llegarían en apenas un par de días. Tras la fatal batalla y la
pérdida del joven Seth, Roth decidió que era demasiado peligroso exponerse de nuevo a otro
enfrentamiento con los kinays.
- No podemos permitirnos más bajas… - dijo apenado.
- ¿Pero qué podemos hacer? – preguntó Cavi preocupado – si volvemos por donde hemos
venido acabaremos encontrándonos con ellos, pero por otro lado no podemos tomar un
camino diferente… no tenemos demasiadas opciones…
- Es cierto…
- Y ése no es el único problema… - murmuró Rudy.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Enoch.
- No creo que sea buena idea ir a Pâlata tal y como estamos… Liz está aún muy débil…
- ¿Y atajar? – intervino Bagwanda.
- ¿Atajar?
- Por el aire… los dragones, ¿recordáis? Y están en deuda con Liz por haber salvado su
hogar.
507
- Podría funcionar… - musitó Roth meditativo - bien, entonces está decidido. Con la
ayuda de los dragones iremos a Feeria, sin detenernos en Pâlata, ¿crees que pueden hacer
eso? – le preguntó el semielfo a Leila.
- Ahora mismo los aviso – la muchacha aún se veía muy afectada por la pérdida de Seth,
pero deseaba ayudarlos.
- Gracias – dijo mientras desaparecía de la cabaña – de ahora en adelante no podremos ir
todos, tendremos que separarnos.
- Yo me quedo dentro – intervino Rudy – y Vlad también.
- ¿Y vosotros? – preguntó Roth al grupo.
- Será mejor que volvamos a casa e informemos al maestro de todo lo acontecido hasta el
momento – sugirió Enoch en nombre de algunos otros miembros.
- Yo me encargaré de llevar el cuerpo de Seth a su familia junto con las hermanas – se
comprometió Cavi con pesar.
- Bien, entonces quedamos así. Rudy, Vlad, Brill, Dwija y yo continuaremos con Liz
mientras que el resto regresáis junto al maestro.
Akehiya rugió a su lado. Era su forma de decir que también se uniría a ellos, aunque yo lo
daban por hecho.
- Yo también voy – dijo de pronto Rudra tajante desde uno de los rincones. Aún se veía
enojado. Roth ni siquiera lo miró. Si por él fuera lo habría dejado con el resto, pero sabía que
Liz se opondría.
- ¿Y tú, Bagwanda?
- Lo siento, pero yo no puedo acompañaros por el momento. Me quedaré aquí y ayudaré a
las gentes que quedamos a construir un nuevo hogar junto con los dragones. También haré que
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los enanos ayuden en ello. Debemos apoyarnos entre nosotros, no pelearnos – sonrió mientras
recordaba las palabras que un día le dijera el jovencito Seth.
- Muy bien, entonces esta decidido. Mañana por la mañana partiremos con destino a
Feeria.
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EPÍLOGO
Entre la oscuridad de la noche se alzaban las enormes murallas que custodiaban el
tenebroso castillo de piedra. En su interior, en una de las salas principales, una sombría figura
descansaba contra el respaldo de su trono entre las tinieblas. La enorme puerta de entrada se
abrió y un pequeño mensajero de aspecto deforme corrió hasta el sitial, arrodillándose de
inmediato en presencia de su rey.
- Mi… mi señor… - murmuró con voz temblorosa.
- ¿La habéis encontrado? – su voz era gélida y aterradora, haciendo temblar aún más a su
sirviente.
- Me… me temo que… hemos perdido el rastro…
Una bola de fuego emergió de las manos del rey, dando de lleno en el amorfo criado y
siendo completamente abrasado, no quedando más que las cenizas de su cuerpo frente a las
escaleras que daban al trono.
- Veo que su temperamento no ha mejorado, mi señor – una voz surgió de entre las
sombras, al tiempo que una silueta alargada y serpenteante aparecía de entre la penumbra.
- ¿Cómo va tu cometido, Nagas?
- A las mil maravillas, mi señor – afirmó la figura entre seseos – dentro de muy poco se
unirá a sus filas el mejor guerrero que jamás haya existido entre los mortales, convirtiéndose
en el mejor de sus luchadores, mi señor. Con ella a vuestro lado, nada ni nadie podrá venceros
jamás.
El rey carcajeó de forma atronadora, cargado de maldad, escuchándose su risa en cada
rincón de aquel palacio. En su mente se imaginó la tan ansiada victoria y rió aún con más
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fuerza y júbilo, llegando a oídos de cada uno de los habitantes del lugar y temblando toda la
tierra. Esta vez nada ni nadie impediría que el mundo sucumbiera por fin ante la destrucción
Continuará…
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