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el neogranadino y la organización de hegemonías contribución a la historia del periodismo colombiano gilberto loaiza cano * < < L a imprenta es el fanal de la civilización>> Manuel María Madiedo introducción La historia del periodismo en Colombia no pasa aún del catálogo de nombres v de la descripción técnica de formatos de periódicos que alguna vez existieron; todavía no se consolida como una historia de la cultura intelectual o como parte de la historia de la cultura política, a pesar de sus evidentes nexos. Algunos títulos de la prensa escrita encierran en sí mismos una evolución, desde los simples cambios en la distribución tipográfica hasta en sus evidentes traspasos de propiedad que constatan la importancia de un instrumento en la transmisión de ideas y valores de cualquier tipo. El Neogranadino, en la mitad del siglo XIX, es prueba de las transformaciones en la esfera política, de la calificación de los medios de búsqueda de una opinión pública afín con un proyecto modernizador liberal. En su estructura tipográfica encierra los esfuerzos por asimilar técnicas que hicieran más eficaz su función modeladora en una sociedad sometida a la disgregación geográfica. Concentrados en la etapa fundacional del periódico, de la mano de Manuel Ancízar (1811-1882), un masón que para 1848 reunía los antecedentes de un conocedor del febril mundo de las imprentas de La Habana y de Caracas, donde había vivido antes de su retorno a la Nueva Granada, intentaremos analizar la trascendencia de este periódico en la organización de la estructura ideológica de la dirigencia liberal de mediados del siglo pasado. * Profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad del Valle. 65

El Neogranadino y La Organización de Hegemonías

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El Neogranadino y La Organización de Hegemonías

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el neogranadino y la organización de hegemonías contribución a la historia del periodismo colombiano gilberto loaiza cano *

< < L a imprenta es el fanal de la civilización>> Manuel María Madiedo

introducción

La historia del periodismo en Colombia no pasa aún del catálogo de nombres v de la descripción técnica de formatos de periódicos que alguna vez existieron; todavía no se consolida como una historia de la cultura intelectual o como parte de la historia de la cultura política, a pesar de sus evidentes nexos. Algunos títulos de la prensa escrita encierran en sí mismos una evolución, desde los simples cambios en la distribución tipográfica hasta en sus evidentes traspasos de propiedad que constatan la importancia de un instrumento en la transmisión de ideas y valores de cualquier tipo. El Neogranadino, en la mitad del siglo XIX, es prueba de las transformaciones en la esfera política, de la calificación de los medios de búsqueda de una opinión pública afín con un proyecto modernizador liberal. En su estructura tipográfica encierra los esfuerzos por asimilar técnicas que hicieran más eficaz su función modeladora en una sociedad sometida a la disgregación geográfica. Concentrados en la etapa fundacional del periódico, de la mano de Manuel Ancízar (1811-1882), un masón que para 1848 reunía los antecedentes de un conocedor del febril mundo de las imprentas de La Habana y de Caracas, donde había vivido antes de su retorno a la Nueva Granada, intentaremos analizar la trascendencia de este periódico en la organización de la estructura ideológica de la dirigencia liberal de mediados del siglo pasado.

* Profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad del Valle.

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1. fundación de el neogranadino Antonio Gramsci dijo alguna vez que la opinión pública era el resultado del contacto entre la sociedad política y la sociedad civil1. Esa sociedad política, ya sea a través del Estado o de los particulares desde sus partidos políticos o desde los movimientos sociales que representen, tiene que ingeniarse la manera de persuadir acerca de las presuntas bondades de sus medidas, de sus propuestas o de sus ideas. El objetivo es conquistar, en alguna medida, la voluntad política pública, conseguir adeptos, lectores, difusores y, al menos, efímeros defensores de los ideales propuestos. En la mitad de nuestro siglo XIX, la opinión pública apenas era un elemento de la vida política recién descubierto. Podríamos decir que su situación era tan primitiva como elemental el estado de la prensa. La escasez de periódicos y las rudimentarias condiciones de las imprentas existentes denotaban el débil y tímido contacto entre la sociedad política y la sociedad civil, el desinterés de aquella por convertirse en «persuasora permanente». Cuando nace el periódico El Neogranadino, en 1849, factores novedosos daban inicio a la proliferación de periódicos en la capital, desiguales órganos de opinión que abanderaban los propósitos de distintos sectores sociales y políticos. La polarización de dos partidos políticos en ciernes se manifestaba en órganos de una u otra tendencia que le dieron abrigo a los idearios fundacionales de cada organización partidaria. En vísperas de elecciones presidenciales que culminarían en un triunfo liberal, hubo quienes se atrevieron a formular de manera programática las tesis que debían acoger los militantes de las cada vez más definidas tendencias. Ezequiel Rojas, por ejemplo, en El Aviso del 16 de julio de 1848, presentó lo que se considera el primer esbozo ideológico de lo que iba a ser el partido liberal en Colombia. Desde ese mismo año se agitaba la formación del partido conservador mediante la fundación de El Nacional, bajo la dirección de dos aguerridos ideólogos: Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro. Y no despreciemos el movimiento social de los artesanos reunidos en la capital, movimiento que llevaba un recorrido respetable a través de asociaciones reivindicadoras de su oficio y que comenzaba a manifestarse consignando sus aspiraciones en sus propios órganos de opinión. En la prensa comenzaban a esbozarse, a reproducirse, con alguna fidelidad, los protagonistas de los conflictos que marcaron la revolución liberal y la rebelión artesanal de mediados del siglo XIX.

1 Véase de Antonio Gramsci, "Apuntes de filosofía II" en Cuadernos de la cárcel, tomo III, Ediciones Era, México, 1985, pp. 196,197.

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La categoría del publicista fue por tanto tardía en nuestra república. Es decir, la figura del hombre que, utilizando palabras del sociólogo Pierre Rosanvallon, era a la vez organizador y profeta, no se había moldeado plenamente aún dentro de la élite neogranadina. No era definitivo el convencimiento de la eficacia política y cultural de la mediación entre el poder y la sociedad. La prensa, concebida como la «parte más dinámica» de la estructura ideológica, fue un hallazgo que se columbró a mediados del siglo XIX, más por el empuje de los hechos y de las agitaciones ideológicas de la época que por una convicción íntima de la élite político intelectual. Pocos, muy pocos, arrastraban la quimera de establecer una red de relaciones con el tejido social desde el taller de imprenta. Tan sólo aquellos que habían conocido de cerca el mundo apasionante e influyente de los periodistas e impresores de Estados Unidos -la tierra bendita de la democracia desde la sacralización concedida por Tocqueville-, sabían de los alcances culturales y políticos del establecimiento de una imprenta con todos los avances técnicos posibles y, en consecuencia, disponible para las tareas difusoras e iluminadoras más variadas.

Las agitaciones políticas e ideológicas de la mitad de siglo se encargaron de demostrarle a la élite neogranadina que el periódico era la herramienta apropiada para unificar intereses, el punto de partida para construir hegemonías políticas y culturales; que la imprenta imponía un método de trabajo que fomentaba la comunión entre intelectuales; que el oficio reproductivo y repetitivo del impresor podía crear consciencia de un pasado y un futuro comunes para una sociedad. Que, también, era medio fundamental para difundir ideologías, para familiarizar a los ciudadanos con proyectos de organización social. En fin, que la función tentacular del publicista podía contribuir en la construcción de los cimientos de una nación. Fue una lenta voluntad de crear nación la que, en definitiva, permitió la aparición y la preeminencia de esos ideólogos civiles que se apoyaban en la libertad de imprenta para formar opiniones, para imaginar comunidades unidas por la ceremonia diaria o semanal de la lectura del periódico o por la red de relaciones que proporcionaba un periódico, una revista, una novela por entregas, un taller de imprenta.

A mediados del siglo XIX, Bogotá ni siquiera se había consolidado como la capital

de la República, su vida intelectual no era más dinámica que la de Cartagena o la de Popayán o la de Santa Marta. Estas ciudades todavía conservaban los privilegios comerciales y culturales de su antiguo status colonial. Incluso circulaban algunos periódicos más influyentes en aquellos lugares, como sucedía con la Gaceta mercantil que dirigía Manuel Murillo Toro en Santa Marta; mientras tanto, en Bogotá los balbucientes partidos políticos con sus facciones más o menos definidas se

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alinderaban en periódicos de oposición o de apoyo a la administración del general Mosquera.

Precisamente, durante el gobierno del general Mosquera se concentraron peculiares tensiones políticas atribuibles no sólo a la energía de las corrientes ideológicas que emanaban de los agitados ambientes parisinos, sino también debido a muy locales disputas de intereses. Desde 1846 se debatía ardorosamente el problema religioso en sus más erizados aspectos: la supresión del diezmo, la abolición del fuero eclesiástico, la presencia de los jesuitas. Otros temas candentes fueron la abolición de la esclavitud y la presunta colaboración de Mosquera en las maniobras militares del exdictador Juan José Flores en el Ecuador. El más damnificado con las discordias ideológicas del momento era el propio general Mosquera, puesto que a él iban dirigidos los principales ataques de los periódicos recién fundados y porque, de adehala, era el más desprovisto de la herramienta que permitía exponer masivamente la cuestionada opinión oficial.

Apegado aún a las maniobras típicas de un dictador herido en su orgullo, el general Mosquera acusó del delito de calumnia a aquellos redactores de los periódicos que lo acusaron de apoyar la expedición de Flores en el sur, mas el jurado de imprenta -una institución de censura que Ancízar siempre despreció- absolvió de todo cargo a los jóvenes periodistas implicados. El episodio se celebró entre los liberales con vivas a la libertad de imprenta, pero el general se sintió desautorizado y quiso recurrir a las armas y, más moderadamente, a la censura. Quienes lo acompañaban en el gabinete, entre ellos Manuel Ancízar, le ayudaron a comprender que la solu-ción consistía en obtener para el gobierno un órgano «ministerial» que en el lenguaje de la época significaba vocero oficial2. Esa era la fórmula moderna del juego hegemónico. Ya no había que mirar la libertad de prensa como algo funesto para los gobernantes, sino como otro medio eficaz para gobernar, para exponer postulados de cohesión social, para acercar el Estado a la sociedad.

Valga reconocer que, desde antes de la administración de Mosquera, los miembros del Estado habían percibido la indefensión del Gobierno ante sus detractores. Desde la administración de Pedro Alcántara Herrán se tenía conciencia de que la libertad de prensa no era un peligro desestabilizador del régimen republicano, sino más bien un medio al cual también debía recurrir el Gobierno de la incipiente nación. Pero, eso sí, lo lamentable es que no se disponía de la herramienta básica: la imprenta. Por eso, este informe ministerial de 1844 que describe el deplorable estado

2 El episodio está narrado por Salvador Camacho Roldan en el primer capítulo de sus Memorias, tomo I, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1946.

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de la imprenta oficial y que vislumbra la solución en la realización de contratos con particulares se convierte en uno de los más precisos antecedentes de la fundación de El Neogranadino:

La [imprenta] del Gobierno que se adquirió hace algunos años, se halla bastante deteriorada, así en razón del continuo servicio, como porque los bienes de la comunidad nunca se cuidan con el mismo esmero que los que pertenecen a los particulares. Por esto, y porque se carece en las imprentas de buenos operarios, las piezas oficiales se imprimen mal en su parte material... Se ha creído que el hecho más seguro de que las publicaciones oficiales se hicieran de una manera lucida, como debe esperarse del estado de perfección a que ha llegado el arte tipográfico, sería invitar a la concurrencia de empresarios particulares para una contrata general de las impresiones oficiales; lo que tendría la ventaja de favorecer el establecimiento de una buena imprenta, en la que podrían publicarse cuantas obras elementales requieren las Universidades, y Colegios, y la enseñanza primaria; y el Poder Ejecutivo lo ha adoptado. Si él surtiere buenos efectos, la imprenta del gobierno podrá venderse o entrar en parte del pago de las impresiones oficiales3.

La misión de persuasor permanente la tenía proyectada Manuel Ancízar desde antes de pisar el territorio de la Nueva Granada. El sabía desde su ardua y eficaz labor en la prensa venezolana que las incipientes sociedades de los regímenes republicanos de América hispana estaban urgidas de una voluntad mediadora que se inmiscuyera en lo más sutil y en lo más evidente de la vida social. Sabía que el periódico podía ser simultáneamente vehículo de instrucción popular, de educación política, de boletín económico, de tribuna fiscalizadora, de órgano impulsor de la iniciativa privada. Esa voluntad persuasora e ilustradora de Ancízar quedó a disposición del gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera desde que se le apoyó en la consecución de una imprenta en Estados Unidos. Para 1847, el Ministro Plenipotenciario de la Nueva Granada ante Washington, el general Pedro Alcántara Herrán, le informaba de las gestiones que adelantaba con el impresor Antonio Labiosa, a quien seguramente Ancízar conocía desde su fugaz paso por ese país en 1839:

Tuve el gusto de ver al señor Labiosa en Nueva York, y de saber que tenía ya lista la imprenta y los operarios que Usted le recomendó... Reciba Usted mis congratulaciones por este nuevo vehículo de civilización que proporciona a nuestro país4

3 ACOSTA, Joaquín, Informe del Secretario de Relaciones Exteriores, Imprenta de José A. Cualla, Bogotá, 1844, p. 21. 4 Carta de Pedro Alcántara Herrán a Manuel Ancízar, Washington, diciembre 27 de 1847, Archivo Ancízar.

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Las gestiones de Ancízar fueron bien vistas por el gobierno de Mosquera, pues era la mejor oportunidad para garantizar la existencia de un periódico «ministerial», semioficial, en medio de la creciente difusión de periódicos oposicionistas. Con el apoyo financiero de diez mil pesos procedentes del tesoro nacional, mediante un contrato para publicar la documentación oficial cumpliendo determinadas especificaciones técnicas, Ancízar se retiró del cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores para dedicarse al establecimiento de la imprenta5. Hizo venir de Venezuela a los litógrafos Celestino y Jerónimo Martínez, y a los tipógrafos León, Jacinto y Cecilio Echeverría, además del impresor Felipe B. Ovalles. Todos ellos eran aventajados alumnos de Pedro Lovera y Carmelo Fernández, maestros fundadores del arte pictórico en Venezuela, y habían intervenido en la instalación de las modernas empresas impresoras de Caracas6. En carta emotiva de Manuel Murillo Toro, el mencionado fundador en Santa Marta de la Gaceta mercantil, le anunció a Ancízar el paso por allí de los hábiles artesanos venezolanos con rumbo a Bogotá y saludaba la nueva empresa que había asumido su colega:

Vi aquí a sus impresores y al señor Martínez que con señora siguieron para esa, y doile el parabién de su resolución de dedicarse al establecimiento tipográfico al frente del cual puede usted igualmente prestar importantes servicios al país contribuyendo al progreso moral y a la consolidación del sistema representativo7.

Transcurrían los primeros meses de 1848 y el general Mosquera, asediado por la crítica de sus enemigos políticos atrincherados en sus respectivos periódicos, clamaba con impaciencia por mayor prontitud en los trabajos de establecimiento de la novedosa maquinaria. Ancízar, mientras tanto, se debatía en las contingencias de la falta de piezas que seguramente se extraviaron en el viaje:

Pídole paciencia, mi General. La pérdida de elementos y de mi prensa grande me han destruido y me hacen no marchar con la celeridad que quisiera y me aconsejan mis propios intereses. Por otra parte, el Estado del Tesoro, que no ha podido ni puede darme un real, me obliga a aceptar algún trabajo particular con el cual pagar mis operarios que cada mes me piden 630 pesos de

5 Ancízar renunció al cargo en el gabinete Mosquera el 29 de abril de 1848, Archivo Ancízar. 6 Los hermanos Martínez y Echeverría hacían parte, junto con Carmelo Fernández, de la Logia América de

Caracas. Según listado en el legajo Documentos sobre masonería, Fondo Aristides Rojas, Archivo de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.

7 Carta de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, Santa Marta, enero 18 de 1848, Archivo Ancízar.

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sueldos. Todo esto me ha embarazado, pero dentro de poco he de recibir nuevas facturas de letra y prensas, y los trabajos irán rápidamente.8

Por fin, a mediados de 1848, pudo establecer la imprenta y fundar el periódico El Neogranadino; el taller quedó ubicado en la esquina de Concepciones al frente de las secretarías de Estado y, según los anuncios, podía ofrecer los servicios de impresión, encuademación y litografía. Con la imprenta que introdujo Ancízar quedó atrás la etapa de la lenta y dispendiosa máquina de imprimir a mano. Desde el 6 de agosto, el taller de Ancízar comenzó a imprimir la Gaceta oficial y a cumplir con otros encargos oficiales estipulados en el contrato. Mientras tanto, desde dos días antes, ya circulaba el primer número del semanario El Neogranadino en el que el orgulloso impresor y director del periódico anunciaba así la magnitud de la nueva imprenta instalada en Bogotá:

Se encuaderna con la última perfección del arte, desde simple cubierta de papel hasta la encuademación más lujosa. Los operarios son traídos de las afamadas oficinas de Harper y compañía de Nueva York. Además de encuademaciones se ejecuta toda especie de obra de cartonería, como Albums, Carteras, Portafolios, Estuches, etcétera, con la mayor finura y de la calidad que se pida9.

También ofrecía Ancízar el servicio de corrección y la permanente y discreta vigilancia de las obras que debía imprimir. La «inviolabilidad del secreto» era en aquella época de agitaciones partidistas atributos necesarios que los escritores exigían a los impresores:

Se imprime con aseo, corrección y puntualidad todo lo que se pida, desde hojas sueltas hasta obras extensas. La disposición de las oficinas y la vigilancia inmediata del empresario permiten asegurar inviolable secreto a los que así lo deseen para sus producciones. La corrección esmerada de las publicaciones queda a cargo de la Imprenta, a menos que el autor quiera reservarse el corregir las pruebas, en cuyo caso hallará un gabinete enteramente privado donde hacerlo sin ser visto, si le conviniere esta reserva10.

8 Carta de Manuel Ancízar a Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, 1848 (sin fecha exacta), Archivo Ancízar. 9 El Neogranadino, Bogotá, N°l, agosto 4 de 1848. 10 Ibid.

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Una novedad evidente consistió en agregar los servicios de litografía, gracias a la sapiencia de los hermanos Martínez que habían conocido en París los adelantos de esa técnica. Esa novedad ha sido tímidamente ponderada por los escasos y super-ficiales estudios sobre la historia del periodismo colombiano. El servicio de lito-grafía, enseñado y multiplicado por los hábiles artesanos venezolanos, le permitió al periódico de Ancízar anunciar detalladamente que:

Se ejecutan trabajos litográficos de todo género, al crayón y grabados, al humo o iluminados. Se tiran tarjetas tan perfectas como las mejores grabadas en metal, y con costo infinitamente menor. Se hacen retratos al óleo. Se graba música; y en suma, no hay trabajo, por delicado que sea, que no se ejecute como se pida y a precios muy módicos11.

No faltaron los escollos, como el largo extravío de unas piezas de la prensa de imprimir y de una colección de tipos de letras. El 16 de septiembre de 1848, el desesperado director anunciaba en la última página:

¡Diablura! Cerca de ochenta días hace que andan vagando, no se sabe por dónde, una cajas marcadas M.S.&C° para M.A. y unas piezas de hierro que son parte de una prensa de imprimir. En una de las piezas, de forma semielíptica, se leen estas palabras en relieve: The Smith Press R. Hoe &C° New York' ¿Habrá una alma piadosa que quiera dirigir aquellas caras prendas a la Im-prenta Ancízar?12

La insistencia de sus avisos y el ofrecimiento de una recompensa le permitieron recuperar los preciados elementos de la imprenta. Así que para comienzos de 1849, el taller de Ancízar estuvo en disposición de anunciar mayores y más variados servicios a sus clientes:

Grande imprenta. Nuestros favorecedores, y los del progreso artístico e inte-lectual de Bogotá, pueden contar con los servicios cada vez mejor organiza-dos de nuestra Tipografía. En esta semana hemos recibido 118 cajas de be-llísimos tipos y selectas viñetas y 6 prensas más de aventajada construcción. Así nuestro establecimiento tiene hoy elementos para dejar complacidos a cuantos deseen impresiones nítidas, correctas y prontas13.

11Ibid. 12El Neogranadino, N° 7, septiembre 16 de 1848. 13 EI Neogranadino, N° 29, febrero 17 de 1849.

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Pero entre todas estas innovaciones, resalta aquella relacionada con el nacimiento de un nuevo tipo de mediación entre el poder político y la sociedad neogranadina. A semejanza del Moniteur creado en Francia bajo la protección de Napoleón, en la Nueva Granada surgía un periódico con la intención de establecer un nuevo tipo de comunicación entre la sociedad política y la sociedad civil. Se reconocía que la libertad de prensa, en vez de un constante peligro para la integridad del sistema republicano, era el mejor incentivo para fortalecerlo. Distante el poder de las sociedades locales en un país que fácilmente tendía a la disgregación, era necesario instaurar un agente intermediario que sirviera para establecer un constante diálogo entre los diversos niveles de la sociedad. El periódico podía crear la ilusión de cercanía y de diálogo entre la capital política y los problemas locales de las regiones14. 2. liberalismo modernizador La imprenta era el arma predilecta de los ideólogos civiles. A la vez era el arma más temida de las castas de gobernantes militares en las nuevas repúblicas. Sin ese instrumento, su labor primordial de organizadores de hegemonías era incompleta. La imprenta les facilitaba la tarea de ilustrar, de civilizar. Siendo sinónimo de masificación, significaba también mercado, distribución, popularidad, relaciones allende las fronteras. Deslumbraba a los hombres más recorridos, porque ver re-producido millares de veces un mismo escrito, un mismo pensamiento, parecía una mágica popularización de aquello que hasta entonces estaba sumido en los más estrechos círculos de la sabiduría. Manuel María Madiedo, colaborador entusiasta en el periódico de Ancízar, escritor polígrafo vinculado al ideario positivista en boga, ardoroso defensor de los avances de la ciencia y de los efectos igualitarios de la educación, consignó así en El Neogranadino su deslumbramiento con los esplendores de la imprenta: «Ella, como un espejo, refleja en un momento para millares de ojos la faz de los siglos que fueron, ofreciendo al hombre pensador en las multiplicadas lecciones de lo pasado cuál será el rumbo de lo futuro en el hogar doméstico, en el curso de los gobiernos y en la marcha general de la civilización humana»15. Otro atributo insoslayable para el impresor era el estrecho nexo entre el producto cultural y el mercado que pudiera o no consumirlo. Entre los impresores americanos del siglo XIX era común recurrir a la propaganda previa sobre una novedad

14 Sobre esta necesidad del Gobierno de insertarse en el sistema de necesidades de la sociedad a través de la prensa, véase Pierre Rosanvallon, Le momentGuizot, Éditions Gallimard, 1985, p. 65.

15 MADIEDO, M. M., "La imprenta',' El Neogranadino, N°33, marzo 17 de 1849.

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bibliográfica con el fin de saber de antemano si tal o cual libro iba a ser leído o no. Eso evitaba los riesgos de imprimir un costoso texto que después no sería comprado ni leído. Por supuesto, esa propaganda previa era un ejercicio crítico y persuasivo que le correspondía al impresor y él finalmente determinaba, con base en la acogida de los suscriptores, si el libro se publicaba o se le devolvían los originales al frustrado escritor. El impresor en su taller, pues era indispensable vivir al lado de su imprenta, se convertía en el eje de las relaciones culturales y mercantiles de una sociedad. Esa capacidad multiplicadora y expansiva de la imprenta adquiría dimensiones colosales con las reiteraciones de una publicación periódica. En el caso suramericano se soñaba con una alianza de periódicos con tal de refrendar en cada nación el sistema republicano. La imprenta era la herramienta que facilitaba con creces esa comunión entre las élites de cada nación y Ancízar, por supuesto, no ignoraba esa virtud integradora: «Uno de los beneficios inapreciables de la libertad de imprenta es su tendencia a unir a los hombres y a los pueblos haciéndolos hermanos en pensamiento, hermanos en la profesión de las verdades morales y políticas, hermanos también por la comunidad en el padecer y en el esperan »16. Como quien disfruta del amplio panorama que ofrece la altura de un faro, el impresor periodista puede tener una visión totalizadora de la sociedad. Su periódico es estructurado en un intento de sistematizar y condensar en un orden tipográfico las preocupaciones y expectativas del orden social. Con suma claridad, desde el primer número Manuel Ancízar definió las secciones principales del periódico que, con el tiempo, fueron adquiriendo sus personalidades distintivas. Desde la llaneza del formato hasta la más breve nota; desde la crónica sobre los eventos artísticos en la capital hasta el meditado editorial; desde las traducciones de los Sofismas económicos de Bastiat hasta la publicación por entregas de las novelas de Sue y Dumas, todo aquello obedecía al deseo, muy acendrado entre los intelectuales liberales de mitad de siglo, de crear un nuevo orden social. El periódico, tanto en la ideología explícita que enunciaba cada semana como en su distribución de secciones y en el sosegado estilo que impuso el director, pretendía crear la ilusión de un orden social posible, aquel que correspondía con un utopismo modernizador en lo político, social y económico. La Profesión de fe con la que inauguró su dirección del periódico fue una firme defensa de una «posición imparcial» que no podía dejarse acorralar por las rencillas entre los partidos políticos en formación. Imparcialidad que quería escapar de los

16 ANCÍZAR, Manuel., "Alianza de periódicos" ElNeogranadino, N°6, septiembre 9 de 1848.

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sobresaltos partidistas para entregarse por completo a la difusión de una racionalidad modernizadora. No en vano dedicó gran parte de sus editoriales a hablar de asuntos económicos. «Estas repúblicas no tienen otra fuente de vida que el progreso» y a ese propósito tenía que servir la herramienta del periodismo. En su editorial titulado Fomento industrial hizo el diagnóstico de una república poco acostumbrada al esfuerzo individual y a la iniciativa privada. En una época en que se deseaba ardientemente dejar atrás cualquier legado funesto de la vida colonial, en que se elaboraba un enjuiciamiento severo a la realidad económica y social vigente, Manuel Ancízar expuso sin ambages la necesidad de animar la iniciativa privada a través de las asociaciones de los hombres de empresa y dejar en un segundo plano la regulación estatal:

La mejora de los métodos de trabajo depende absolutamente de la acción individual, pues en esta parte nada puede ni debe hacer el Gobierno. La propensión a formar sociedades verdaderamente patrióticas y la perseverancia en trabajar por el bien del país no existen aún entre nosotros, en lo cual nos parecemos a nuestros progenitores españoles y a nuestros hermanos sur-americanos17.

El momento ideológico de su nacimiento selló el tono general del periódico. El Neogranadino nació para ser el mesurado y decidido expositor del proyecto liberal modernizador que se insinuaba desde los últimos días del gobierno de Mosquera y que se encumbró categóricamente con su sucesor, el general José Hilario López. Ya varias voces desde otros órganos agitaban en aquel entonces las aspiraciones de quienes deseaban suprimir en la sociedad neogranadina todos los lastres sobrevivientes de la época colonial, sobre todo en materia económica. La iniciativa individual, la libertad industrial, la construcción de vías para el comercio, la liberación de impuestos para el cultivo del tabaco fueron parte de las reformas impulsadas por los ideólogos liberales que alentaron el proyecto modernizador que se impuso en Colombia a mediados de siglo. Proyecto que, en últimas, dejó consecuencias favorables en la economía pero que dejó en evidencia las tajantes diferencias de intereses entre los sectores sociales de la Nueva Granada. No hay que olvidar que este proyecto modernizador fue el aliciente para el ascenso de una burguesía comercial con propiedades en el campo y la causa del deterioro del nivel de vida de los indígenas y de los artesanos.

17 ANCIZAR, Manuel, "Fomento industrial',' El Neogranadino, Nº 7, septiembre 16 de 1848.

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En lo político, desde 1848 se animaba un orden social nuevo con la instauración de la libertad de imprenta; nuevas facultades se le otorgaron al legislativo; se propuso el sufragio universal, la participación más directa del pueblo en las decisiones políticas. Aunque, a decir verdad, para la intelectualidad liberal reunida en Bogotá era más trascendental hablar de libertad individual como un objetivo económico y no tanto como un logro político. La libertad de empresa y la iniciativa privada. Al fin y al cabo, comenzaba a adquirir preeminencia el lenguaje de aquellos ideólogos que hacía equiparable la modernización política y económica del país a la asimilación de hábitos y patrones de vida provenientes de las prósperas democracias anglosajonas18. En El Neogranadino habló la voz de una ascendente racionalidad burguesa que soñaba insistentemente con la comercialización de la agricultura, con la construcción de caminos, con la proliferación de la iniciativa individual en desmedro de la intervención reguladora del Estado. El proteccionismo tenía que darle paso a la libertad industrial. «Falta mayor libertad económica; faltan caminos», era el reclamo que persistía en los editoriales de Manuel Ancízar. En la superación de cualquier vestigio de la época colonial, los ideólogos liberales como Ancízar pensaban que era necesario revaluar el papel del clero católico. No era tanto el deseo de definir un problema de creencias religiosas en un país acendradamente católico, sino más bien restringir la injerencia de lá Iglesia católica en los asuntos del Estado, es decir, la secularización de la actividad política. Diría Ancízar, semejante a como lo repitió durante su Peregrinación de Alpha, que los representantes del clero debían integrarse al proceso del sistema republicano, entrar en armonía con un orden político moderno. Este era el diagnóstico del director de E/ Neogranadino:

El país ha sufrido grandes transformaciones en lo político, las cuales han

modificado costumbres y creado nuevas necesidades públicas, en términos que la sociedad de hoy nada tiene de común con la sociedad tal como existía antes de 1810... y sin embargo, la organización del clero permanece inalterable con su carácter profundamente monárquico en medio de un estado democrático19.

18 Entre los estudios de aquel momento ideológico, destacamos: Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento

colombiano en el sigloXIX, Editorial Temis, Bogotá, 1982; Hans-Joachim Konig, En el camino hacia la nación, Banco de la República, Bogotá, 1994; especialmente el capítulo titulado "Nacionalismo, modernización y desarrollo nacional a mediados del siglo XIX". Germán Colmenares, Partidos políticos y clases sociales, Ediciones Universidad de Los Andes, Bogotá, 1968; especialmente los dos primeros capítulos.

19 ANCÍZAR, Manuel, "Partidos políticos" El Neogranadino, N° 37, abril 14 de 1849.

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Y enseguida formuló la solución:

Que él [el clero] se amolde por su organización y por su vivir a la conformación política del país, que se haga civilizador y progresista, y los bienes de la comunidad se hallarán bien servidos por todos, y el principio religioso será salvo, poniendo fin a la sorda y peligrosa lucha que vemos iniciada entre las ideas representadas por el antiguo clero romano, y las ideas y necesidades de la república democrática20.

Desde su visión panóptica, el director del periódico diseñó las secciones que podían contener todas las dimensiones de su labor persuasora en calidad de ideólogo de un liberalismo modernizador. La sección interior contuvo crónicas de costumbres, información sobre sucesos de la capital; contó también con una constante y rigurosa información estadística: cuadros de población, las operaciones de las cajas de ahorros, información sobre precios de artículos de consumo, datos sobre la deuda pública; la literatura, las ciencias y las artes gozaron de espacio constante en esa misma sección. La secáón exterior registró noticias de Europa y del resto de América, extractos de los periódicos extranjeros más recientes, traducciones a cargo del director y, a falta de periódicos recientes, se acudía a la «correspondencia fidedigna» que Ancízar tenía con amigos en Venezuela, en Estados Unidos y en Cuba. Y la sección doméstica, la más titubeante, se consolidó con el tiempo como la página de los avisos comerciales, de los anuncios de contratos entre particulares y el Estado; allí se divulgaron las novedades en librerías, la ampliación de los servicios de la imprenta, las exclusividades bibliográficas que ofrecían las librerías de la ciudad o el propio taller de Ancízar. La constancia de las secciones, la pulcritud en la corrección, la sobria combinación de tipos y tamaños de letras, el empleo de viñetas contribuyeron a definir el tono general del periódico. Cada cambio era explicado con detalle y anunciado con anticipación, porque no se quería traicionar al lector21. Todo aquello era demostración de la holgura técnica de El Neogranadino ante otros periódicos que morían rápidamente, dejando una leve huella en el agitado panorama ideológico de la época.

Hubo despliegue de propaganda moralizante reproduciendo frases de Benjamín Franklin extraídas de su Almanaque del buen Ricardo; varias notas breves estuvieron dedicadas a propender por la higiene corporal. Se hicieron aleccionantes reseñas de las vidas de eminentes burgueses que, como Lord Kenyon, se distinguieron por 20 Ibid. 21 Aunque desde el Nº 34 del 4 de abril de 1849, desapareció el artículo definido en el título del periódico.

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una «vida prudente, paciente y perseverante». Una pequeña nota sobre el primer reloj de campana instalado en Inglaterra fue presentada como un trascendental hecho civilizador. Las reseñas de los progresos de la Caja de Ahorros de Bogotá; los extractos de los Sofismas económicos de Bastiat; las memorias de las observaciones meteorológicas, escritas por el general Mosquera; el informe sobre los efectos del huano en la curación de la elefantiasis más esas pequeñas notas rotuladas como variedades adobaron el énfasis positivista del director del periódico, preocupado por el fomento de la acción individual, por la creación de hábitos favorables para una necesaria evolución industrial en el país. Preocupación fundamental de Ancízar fue combinar la conquista de un mercado para su periódico con la necesidad de hacer propaganda ideológica o, más precisamente, expandir un ideario acorde con el proyecto liberal a través de algunas obras literarias que pudieran circular junto con cada ejemplar de El Neogranadino. Así recurrió a la táctica publicitaria del folletín, ofreciendo novelas por entregas junto con descuentos especiales para los suscriptores. Al lado del periódico, comenzó a circular desde el número 23 un cuadernillo de treinta y dos páginas titulado la Semana literaria. Pero más precisamente desde el segundo número, el periódico ya utilizaba la literatura como un atractivo apéndice cuando anunció la publicación de El Parnaso granadino, una colección de poesías nacionales preparada por Ancízar para circular en dos entregas. Con su periódico circularon las novelas folletinescas de Eugenio Sue, Alejandro Dumas (padre) y Lamartine. Especialmente las obras de Sue, que narraban de manera realista y casi patética la situación miserable del pueblo francés, tuvieron enorme valor funcional para difundir un imaginario socializante e igualitario, en momentos que un sector de la élite liberal hacía transitoria alianza con las sociedades de artesanos. Había otro objetivo, además del puramente comercial o del ideológico, al insertar el folletín o al difundir textos literarios y otras obras de arte en cada edición de El Neogranadino; deseaba el director crear consciencia del legado histórico de la nación en ciernes y fomentar los estudios de la sociedad. A eso contribuyeron los cuadros de costumbres de Manuel María Madiedo, acaso el colaborador más conspicuo del semanario, adaptados exclusivamente de su libro Nuestro siglo XIX para ser publicados en el periódico de Ancízar. Refiriéndose a la colaboración de Madiedo, el director reconoció en alguna ocasión que el autor de esos cuadros de costumbres «ha tenido la bondad de facilitarnos estos fragmentos poniéndoles un fin tan accidental como los títulos, para presentar muestras a los suscriptores de sus obras completas». A esa misma intención se agregaron los Retratos de americanos célebres y los Recuerdos patrióticos que consistían en una página consagrada «a la memoria de

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los que de algún modo prestaron servicios y cooperaron a la Independencia de la Nueva Granada»22

Casi con obsesión, Ancízar escribió sobre la necesidad de construir caminos para animar las economías locales y para facilitar el contacto con el exterior. Si algo hacía de Bogotá una aldehuela polvorienta e inconexa era su aislamiento por falta de caminos que llevaran rápidamente a las costas del país. Con igual vehemencia pedía a sus lectores que enviaran colaboraciones al periódico haciendo «cuadros descriptivos de la República». Cuando se le respondía a su petición, el director presentaba con alborozo los escuetos informes de viajeros e ingenieros que desde remotos lugares daban cuenta de las condiciones de los caminos de la patria. Informes que trasladados al periódico se constituían en pequeños aportes científicos para el conocimiento del país. Escritos provenientes de Chocó, Cartago, Antioquia, Piedecuesta que llevados al semanario contribuían a imaginar los rasgos múltiples de la hasta entonces tenue nación. Ancízar expuso convenientemente su intención de proporcionar desde su periódico una ilusión de integración en un país que solía vivir separado por inmensos obstáculos geográficos y drásticas diferencias regionales:

Un corresponsal nuestro nos ha favorecido con las siguientes noticias sobre Cartago, que gustosamente publicamos, pues nada agradeceremos tanto como noticias semejantes que hagan conocer nuestra República por dentro; contribuyan a poner en relación unas provincias con otras. Si estas noticias pudieran extenderse a otros particulares como mercados, ferias, productos de cambio y sus precios, posadas y su costo, épocas en que sea mejor el tránsito de los caminos y ríos de la provincia, precauciones sanitarias que deban tomar los viajeros, poblaciones principales de tránsito, curiosidades naturales o históricas que merezcan visitarse... Ellas formarían cuadros descriptivos de la República interesantes y útiles para todas y para cada una de las localidades descritas23. De ese modo, Ancízar estaba fomentando el conocimiento del interior del país. Gracias al énfasis de numerosos editoriales dedicados al tema de construir caminos y de conocer exhaustivamente el territorio con ánimo de sociólogo; y gracias también al generoso espacio que le concedió a los estudios de las provincias, El Neogranadino se convirtió en uno de los más evidentes impulsores ideológicos de la principal obra científica que asumieron las élites intelectuales del siglo XIX en Colombia: la Comisión Coreográfica. 22 ANCÍZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 7, septiembre 16 de 1848. 23 ANCÍZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 4, agosto 26 de 1848.

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Por supuesto, esta notoria inclinación del semanario hacia los temas científicos terminó moldeando un estilo sobrio dentro del periodismo de la época. Estilo que tenía que contrastar con los demás diarios del país, porque en esos precisos mo mentos se estaban exponiendo los programas fundacionales de los dos principales partidos políticos. Su deseo de apoyar cualquier idea o cualquier hecho que favore cieran el avance hacia una sociedad moderna quedó plasmado en el tono pausado de los editoriales, en los que no hubo la más mínima frase vindicativa. Oscilando entre el ensayo y la vulgarización periodística, sus editoriales fueron todos argu mentaciones en favor de la organización racional de la vida republicana, de la preparación de tareas de civilización y de progreso que dejaban a un lado las dispu tas de las agrupaciones partidistas y las reminiscencias coloniales. El Neogranadino fue, mientras lo dirigió Ancízar, el órgano difusor de los ideales de una sociedad democrática moderna, provista de las armas de la ciencia para gobernar y organizar la sociedad. Por eso, el director se sintió con la autoridad de reclamarle a sus cole gas de los demás periódicos capitalinos una dedicación más exhaustiva a la exposi ción de ideas y menos a la criticonería de asuntos baladíes que parecía denotar la carencia de una brújula ideológica:

Arañados. Los periódicos de la capital se entretienen como comadres reñidas: «Que si tú copias las noticias de aquí o de allá; que si tú dijiste copear en vez de copiar, que si el periódico tal saca yerros de imprenta; que tal artículo merece ser leído; tal otro está bien escrito...» ¡Qué es esto, señores! ¿En eso emplean ustedes su talento, y son esas las críticas que un periódico debe hacer de los otros? A las ideas, a las ideas, señores cofrades, y no perder tiempo en esas puerilidades que nos ridiculizan en el exterior. Los índices de materias que algunos publican con el pomposo título de Revista de periódicos bien pudieran ser críticas razonadas de los editoriales ajenos, dejando a un lado lo restante de poca o ninguna importancia general; así adelantaríamos todos, y nuestra prensa periódica tomaría el carácter serio que exigen los adelantos del país y la misión social de la juventud inteligente que hoy ocupa la escena pública24.

3. el periodista impresor

La posición privilegiada del periodista impresor parecía de las más envidiables para los intelectuales civiles del siglo XIX. El taller de imprenta con su multiplica- 24 ANCIZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 13, octubre 28 de 1848.

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ción de servicios era fuente de hegemonía cultural. En la organización material de la estructura ideológica de un grupo social dominante, la prensa y su polifacético entorno (librería, imprenta, casa editora, correo) constituían el baluarte en la difusión de determinadas pretensiones; sin ser el único bastión-advirtió Antonio Gramsci-, la prensa es la «parte más dinámica» de la estructura ideológica, la que deja resultados más inmediatos y palpables en su contacto cotidiano con la opinión pública. Ancízar, tan cercano a los logros culturales de las empresas editoriales de Venezuela, al trascendental influjo de los talleres de imprenta de Caracas, de donde trajo a los artesanos que lo acompañaron en la empresa de El Neogranadino, no pudo sustraerse a la ambición de erigirse en figura semejante a un Valentín Espinal o un José María de Rojas que, en Venezuela, habían hecho aportes a la cultura americana con sus lujosas impresiones de obras fundamentales de la literatura y con la fundación de periódicos de notoria influencia en la vida política republicana.

Había un beneficio adicional para quienes escogieran la empresa de la imprenta, un beneficio que debía obtenerse gracias a las buenas relaciones con la administración pública. Consistía en realizar los jugosos contratos para imprimir los documentos del Estado. Para muchos impresores, esa alternativa constituía la principal fuente de trabajo y la base económica que permitía el despegue de otras empresas editoriales. Ya alejado de las lides del periodismo, Ancízar fue el más adecuado intermediario del taller de los hermanos Echeverría para garantizar la prolongación de esos contratos oficiales, como consta en esta explícita carta, cuando el exdirector de El Neogranadino fungía como enviado diplomático del gobierno de José Hilario López en las repúblicas del sur de América:

Y ya que Su Señoría es hoy día todopoderoso allá en las altas regiones del Gobierno, ¿no podría hacer algo en obsequio de la imprentica, interesándose aun desde allá en carta particular, relativamente (sic) al contrato de impresiones oficiales? [...] Piense sobre esto y aconséjenos; porque por nuestra parte creemos que muy poca cosa alcanzaremos a la larga y con mucha economía si no logramos contratar los trabajos del Gobierno: esta es nuestra principal aspiración, y con tal fin hicimos un pedido de tipos en mayo, que calculamos estén por aquí para fines del año25.

A eso se sumaba otro privilegio, acaso engañoso. Se creía, quizás por ejemplos de los prósperos impresores de Francia o de Estados Unidos, que el oficio de impresor era pasaporte al enriquecimiento económico. Se le consideraba la empresa par-

25 Carta de León Echeverría a Manuel Ancízar entonces en Guayaquil, Bogotá, julio 27 de 1852, Archivo Ancízar.

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ticular más provechosa para quienes deseaban por fin zafarse de la dependencia de nombramientos y sueldos oficiales o del ingrato oficio de maestro en empobrecidos colegios. A la vez que se lograba un puesto moral de preeminencia dentro de la sociedad, se obtenía una sólida posición económica gracias a los numerosos servicios de la imprenta. Por eso, en la carta ya citada de Manuel Murillo Toro, el director y fundador de la Gaceta mercantil de Santa Marta le participa a Ancízar esta recurrente inquietud entre los intelectuales civiles de la época:

Hace mucho tiempo que persuadido que en nuestro país es sumamente difícil conciliar la dignidad del hombre, y la estimación pública con los servicios de los empleos públicos, me resolví a trabajar por procurarme una existencia independiente, que me permita tomar parte en los negocios de mi país sin necesidad de estar siendo el blanco del vulgo de envidiosos, y viéndome en camino de realizar este proyecto, no puedo menos de aplaudir la idéntica resolución que parece haber adoptado Usted26.

Mientras pudo dirigir su periódico y ser el propietario de su tañer de imprenta, Manuel Ancízar logró percibir los alcances de su privilegiada condición. Percibió el vínculo fraterno con los colegas de otros países, supo de la autoridad y la influencia de su periódico más allá de los fronteras. Alguna vez publicó el saludo del Comercio de Valparaíso que incluía un elogio de la calidad formal de su periódico. Al nivel de la vida local comprobó que su periódico contribuía a atenuar las separaciones geográficas, podía permitir el acercamiento a los problemas de las regiones. Por eso con tanto ahínco Ancízar estableció un nutrido grupo de corresponsales, acogió los escritos provenientes de provincias lejanas y se dedicó, infructuosamente, a tratar de vencer el obstáculo del pésimo sistema de correos de la época.

La vida intelectual comunitaria que había logrado tejer Ancízar desde su taller se estaba asfixiando por las intermitencias y los accidentes del servicio de postas27. El periódico estaba dejando de llegar a muchos suscriptores; pérdidas y extravíos inexplicables, deterioro significativo de los ejemplares, reclamos cada vez más exasperados de los lectores que no recibían ni el periódico ni el folletín, todo eso fue minando la voluntad de Ancízar hasta que llegó el momento de la claudicación. En este caso, no fue posible la vital alianza entre el impresor y la oficina de correos, de tal modo que el denodado esfuerzo del taller de imprenta por entregar un periódico

26 En carta ya citada de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, Santa Marta, enero 18 de 1848, Archivo

Ancízar. 27 Sobre la importancia de una alianza entre el periódico y el correo en el siglo XIX, véase Benedict Anderson,

Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 96-98.

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pulcro y legible para el más variado público fue aplastado sistemáticamente por las tristes noticias de los agentes de cada localidad informando sobre la ausencia del semanario. Ya en la circulación del número 15 del periódico, Ancízar. tuvo que denunciar los «duelos y quebrantos» causados por el pésimo servicio de correos que hacía llegar los impresos «molidos, mojados y sucios» en el mejor de los casos, porque lo más común era la pérdida de paquetes enteros28. En vano esfuerzo de garantizar la llegada de los paquetes de impresos a los suscriptores y cansado de atender personalmente las quejas cada vez más numerosas, el director decidió crear una oficina central a cargo del señor Juan Vengoechea «para entenderse con las agencias de las provincias, establecer otras, cobrar, pagar, satisfacer reclamaciones y ejecutar cuanto concierna al mejor servicio de los suscriptores y favorecedores de la empresa Ancízar»29. Algo significativo se vislumbraba del penoso sistema de correos. Parece que el periódico, antes de llegar al suscriptor -por supuesto, un ciudadano activo y hombre notable en su región-, era leído por otras gentes en los accidentados trayectos de las postas. Cuando llegaba a su destino, su mensaje no constituía novedad exclusiva para el hacendado, para el abogado o el influyente comerciante, porque muchos hombres de condición menos elevada en la organización social habían saciado su curiosidad. Por eso muchos ejemplares llegaban sin su respectiva novela de folletín o sin los retratos de los proceres de la Independencia. Lo inquietante es que el fenómeno, en vez de producir admiración o comprensión, fue denunciado como una intromisión vulgar. Sin proponérselo, el periódico se estuvo ofrendando como posibilidad de educación política para aquellos que no aparecían como sus principales destinatarios. Esta denuncia reproducida por ej. Neogranadino constata el manejo «escandaloso» que daban a los envíos del periódico los hombres del correo, «pues abren los impresos y los leen otros primero que los interesados a quienes se dirigen, siendo la causa porque no se encuentran suscriptores, porque los leen los amigos, parientes y demás de los colectores encargados del ramo de correos30 » La difícil situación tuvo que resolverla Ancízar con la venta de su imprenta. Significativo es que ese proceso de entrega de su establecimiento debió consultarlo 28 Nota en la sección Crónica, El Neogranadino, N° 15, noviembre 11 de 1848. 29 Anuncio del N° 21 del semanario, diciembre 23 de 1848. 30 Testimonio de Francisco P Martínez publicado por El Neogranadino, N° 53, julio 7 de 1849.

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continuamente con el presidente Mosquera, puesto que a éste le interesaba que el poderoso instrumento no quedara en manos de sus enemigos políticos. En ese proceso intervinieron al comienzo Mariano Ospina Rodríguez y Florentino González, pero parece que sus propuestas no le satisfacieron al agobiado director de El Neogranadino. Finalmente, el establecimiento y el contrato con el Gobierno fueron cedidos por Ancízar al doctor Antonio María Pradilla. Según esta carta enviada al presidente Mosquera, en que asegura que el nuevo propietario no podía ser molestia para el Gobierno, Ancízar se había quedado sin alternativa distinta a la de vender:

La situación difícil en que me encontraba, políticamente, con mi imprenta y El Neogranadino, y la pérdida de salud que el excesivo trabajo de fundación me hizo sufrir, me obligaron a vender todo el establecimiento al único que hizo proposiciones, que fue Pradilla, joven moderado y patriota. A él solo se le han otorgado las escrituras, y él solo ha figurado en los contratos. Ignoro, pues, si tiene sociedades con otros, que ni suenan ni han tratado conmigo. Yo no podía seguir con la carga. Todos mis deudores me faltaban a sus plazos, y mis firmas cumplidas quedaban sin pago el día del vencimiento. Esto me atormentaba y me traía enfermo y sin sueño. Preferí sacrificar mi porvenir de riqueza a vivir en semejante infierno, y me retiré, sin ganancias, determinado a consagrarme a la enseñanza pública31.

El dinero que obtuvo con la venta de su imprenta lo unió a la empresa tipográfica de los hermanos Echeverría, con quienes continuó organizando proyectos de creación de periódicos. Mientras tanto, el destino de la imprenta de El Neogranadino no se detuvo allí. Pradilla pronto se quedó sin recursos y tuvo que vender. Manuel Murillo Toro, en 1850, recurriendo a dineros prestados y enajenando su imprenta de Santa Marta, decidió adquirirla «para evitar que la comprasen los conservadores». Salvador Camacho Roldan recuerda que las peripecias por adquirir la costosa y codiciada imprenta no se hicieron «sin que en todas estas transacciones hubiese ganancia y sí pérdidas para todos los que intervinieron en ellas»32. Finalmente, en medio de denuncias de los conservadores por supuestas operaciones fraudulentas de Murillo Toro, entonces miembro del gabinete ministerial, el Gobierno nacional terminó comprándola. La noticia de ese traspaso fue un chasco para muchos otros impresores establecidos en el capital, puesto que se moría la posibilidad de celebrar contratos de impresión con el Gobierno. Eso sintieron al menos los hermanos 31 Carta de Manuel Ancízar a Tomás C. de Mosquera, Bogotá, septiembre 6 de 1849, Archivo Ancízar. 32 CAMACHO ROLDAN, Salvador, Memorias, tomo II, Biblioteca Popular de Cultura, Bogotá, 1946, p. 53-

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Echeverría que, en aquel año 1853, se adelantaron a comprar en los Estados Unidos «una buena cantidad de tipos de viñetas, jeroglíficos, interlíneas y dos prensas imperiales» cuyo monto ascendía a «tres mil y pico de pesos», con la finalidad de ofrecer mayores garantías que sus competidores ante un eventual contrato de im-presiones oficiales33. Hasta el número conmemorativo de la Independencia nacional, el 20 de julio de 1849, puede adjudicársele a Ancízar la responsabilidad editorial del periódico. Desde entonces cesó de presentarse en el pie del periódico la Imprenta Ancízar. En ese mismo número de El Neogranadino, Ancízar anunció que dejaba de ser el redactor del semanario desde la siguiente entrega y que la dirección quedaba en «personas más hábiles y en mejores circunstancias que yo para dar un periódico extenso, variado y bien nutrido»34. En el número siguiente la nueva dirección advertía a sus lectores que la redacción estaba ya en manos distintas a las de Ancízar, lo cual se hizo evidente en las transformaciones drásticas del estilo editorial35. Manuel Ancízar, mientras tanto, se había ido a ocupar el cargo oficial de Director General de Ventas, acompañando los últimos días del gobierno de su protector, el general Mosquera36. Ancízar nunca se desprendió del periodismo y en varias oportunidades abrigó la ilusión de fundar nuevos periódicos. El convencimiento de la misión ilustradora y civilizadora de la prensa le hizo fraguar nuevos proyectos. A comienzos de la década del cincuenta, con ayuda de los fieles hermanos Echeverría, fundó El Pasatiempo, «lanzado a tuerto y a través en la política eleccionaria», según su propio examen; en 1852 estimuló el nacimiento de El Constitucional, y en 1855, cuando aún no se había separado de los encargos diplomáticos, negoció la compra de la imprenta de El Tiempo, adonde llegó a mediados de ese año a asumir la tarea de redactor principal. Años más adelante hizo anuncios de fundación de nuevos periódicos. Alguna vez tuvo la tentativa, algo quimérica, de establecer una imprenta en la región del Tolima. En 1863, preludiando la Convención de Rionegro, tuvo la intención de fundar otro semanario con el nombre de El Constitucional, con el fin de presionar al general Mosquera a la convocatoria de una asamblea constituyente. 33 Carta de León Echeverría a Manuel Anazar entonces en Chile, Bogotá, julio 29 de 1853, Archivo Ancízar. 34 Nota del N" 56 de El Neogranadino, julio 20 de 1849. 35 Por eso es irresponsable la adjudicación a Ancízar de al menos cuatro editoriales en la selección de

Editoriales del Neogranadino a cargo de Gustavo Otero Muñoz, Editorial Minerva, Bogotá, 1936. 36 Fue nombrado oficialmente el 1o de septiembre de 1849. En ese mismo mes también se le vio dedicado a la

fundación de la Sociedad Protectora del Teatro.

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«Siempre he considerado la tipografía en nuestro país como instrumento de civili-zación y progreso, no de lucro». Esa categórica afirmación acompañó su propósito de fundar, desde su misión diplomática en Guayaquil, El Constitucional en momentos que uno de sus mejores amigos, el liberal y alto jerarca de la masonería bogotana, Rafael Eliseo Santander, le comunicaba los amagos de renuncia a la presidencia de la República del general José Hilario López, a mediados de 1852. Con cierto empecinamiento que mereció la benévola burla de sus mejores amigos que hacían cálculos más realistas, Ancízar estimuló a comienzos del decenio del cincuenta la fundación de un periódico «serio y duradero, firme órgano del partido liberal-civil» para congregar a aquellos que estuviesen dispuestos a «levantar un periódico, libre de reatos, superior a las pasiones locales, audaz en doctrinas reformadoras, parti-cularmente las económicas, que son la base de todas las demás: periódico repre-sentante de la generación nueva, de las ideas puras y sanas, civil en el fondo, civil en el lenguaje, totalmente civil». Y apelando a su experiencia en El Neogranadino, les proponía a sus amigos Echeverría y Santander que era preciso «quitar a los escritores la pesada carga de los costos del periódico, pues harto harán en poner gratis su caudal de inteligencia». Creía que esto era posible mediante un sacrificio del propio Ancízar que consistía en poner «a su servicio la cuota de propiedad en la imprenta de Echeverría hermanos con renuncia, por compensación a ellos, de cuanto me pueda tocar por razón de dividendo en las utilidades de la imprenta»37. No habría sido Ancízar tan empecinado y tan generoso en esta propuesta que se concretó en un influyente periódico capitalino, si este intelectual secularizador no estuviese plenamente convencido de que se avecinaba, durante el resto de ese siglo, la lucha «entre lo civil y lo militan), según él «la postrera de nuestras grandes luchas». Liberalismo y civilismo, esas fueron las fuerzas que empujaron a Ancízar, y a otros ideólogos civiles de su época, a la creación de muchas empresas culturales y políticas. 37 Carta de Manuel Ancízar a Rafael Eliseo Santander, Guayaquil, junio 9 de 1852, Archivo Ancízar.

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