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Extracto de "El pez de Tobías" de Rogelio Blanco Martínez.
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El pez de Tobías relata que la gran creación diferenciado-
ra del ser humano es la cultura. Un radical exclusivo de
esta especie que necesariamente ha ido creando sobre un
barro heredado y a medida que se ha ido liberando de los
mandatos genéticos. La cultura es, de este modo, una he-
rencia debida a todo el género humano que en cada caso
se singulariza, mas no es exclusiva de ningún colectivo ni
eternas sus expresiones; así pues en cada ser humano se
manifiesta a la vez que se explicita con gran cantidad de
contenidos heredados. En cada ser humano se concitan
riquezas compartidas de todos los congéneres. Este uni-
versal heredado y compartido se resiente entre los hilos
peligrosos de las demagogias cada vez que alguien pre-
tende reducirla o ubicarla a un colectivo o punto geográ-
fico. Ciertamente de la abundante riqueza que el ser hu-
mano secularmente ha generado no toda se puede abarcar
en cada caso, pues somos seres limitados y con ciclo vital
breve, y de igual modo no es real imponer o elevar a la
categoría de universal mis circunstancias. Es propio de
los ignorantes y de los violentos la imposición de singu-
laridades y la elaboración de dogmas. Solo desde la poro-
sidad, actitud propia del buen viajero, y con atenta mira-
da, los recorridos, sean circulares o lineales, se trenzan y
acopian contenidos necesarios y leves de soportar en las
alforjas.
ROGELIO BLANCO MARTÍNEZ (Morriondo de Cepeda - León) es autor de varios textos de ensayo: La pedagogía de Paulo Freire; La dama
peregrina; La ciudad ausente, utopía y
utopismo en accidente; Palabras de
caminante; María Zambrano; La
Ilustración en Europa y en España; Un
día cualquiera, el diario de Edwardo;
La lectura; Pedro Montengón y Paret,
un ilustrado entre la utopía y la
realidad; La escala de Jacob; El odre
de Agar; La vara de Aarón; La honda de
David; La recua de Abigaíl.
También es autor del libro de relatos Dismundo, así como coautor en numerosas publicaciones de carácter filosófico, histórico y pedagógico. De igual manera colabora con numerosas publicaciones seriadas, bien prensa o revistas especializadas. Es miembro o patrono de varias fundaciones culturales.
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25222_CUB_ElPezdeTobias.indd Todas las páginas25222_CUB_ElPezdeTobias.indd Todas las páginas 04/02/16 16:0504/02/16 16:05
EL PEZ DE TOBÍASROGELIO BLANCO MARTÍNEZ
Prólogo
Después de la publicación de La escala de Jacob en 2001 conti-
nué con cuatro textos más: El odre de Agar (2005), La vara de
Aarón (2006), La honda de David (2011) y La recua de Abigail (2012).
Los cinco textos fueron publicados en la histórica editorial Endymion.
En todos los libros he sostenido títulos con referencias viejotesta-
mentarias, pero no son textos de análisis de exégesis o hermenéutica
bíblicas y más bien responden a referencias metafóricas a personajes
singulares y propios de un contexto que se han convertido en ico-
nos de la cultura occidental desde la herencia judaica. Son nombres
con mensajes que se acunan detrás del patriarca Jacob, la esclava
Agar, el hermano de Moisés (Aarón), el joven y rey David o la leal
Abigail. Con la entrega a las artes de Gutenberg de esta nueva en-
trega recurro al amparo del joven viajero Tobías. Ente personaje, al
igual que los anteriores, representa la brega, la lucha del ser humano
por vivir. Un quehacer que exige denuedo, viaje iniciático y catarsis.
El viaje signifi ca la necesaria peregrinación del ser humano para sos-
tenidamente enriquecerse, para no avanzar a ciegas hacia la barca de
Caronte, para acopiar los óvalos necesarios que exige el barquero
antes de cruzar la laguna Estigia. Estos viajeros bíblicos no acudieron
desarropados a tal encuentro. Realizaron tras el viaje la pertinente
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metanoia, la preparación que les habilitaba convenientemente para
el tránsito defi nitivo.
Al igual que en estas referencias bíblicas he procurado, una vez
más, aprovisionarme de contenidos luminosos para caminar entre an-
torchas. De ahí que desde sucesos vividos o gestionados, desde el
contacto con creadores diversos (poetas, novelistas, ensayistas, pin-
tores o fotógrafos) o motivados por el compromiso de luchadores
comprometidos he intentado llenar las alforjas y elegir compañeros de
viaje con el deseo de poder proclamar como el padre de Tobías: «Yo,
Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de
mi vida» (Tobías 1,3).
Tobit, padre de Tobías, ya anciano y ciego le da abundantes con-
sejos a su único hijo y dada la situación de necesidad en la que vi-
ven le confi esa que dejó, en depósito, a un pariente en tierras lejanas
abundante riqueza que debe recuperar. Tobías es un hijo respetuoso
pero joven. Sus padres temen que no regrese de viaje tan aventurado.
Los padres le recomiendan que busque compañero de confi anza y
experto para tal periplo. Tobías cuestiona que el pariente lejano le
reconozca. Nuevamente Tobit le aconseja e informa: «Él me dio un
recibo y yo a él otro; lo partí en dos; tomé una parte y la otra la dejé
con el dinero. Ahora, hijo, busca a un hombre de confi anza que vaya
contigo, y lo tomarás a sueldo hasta tu vuelta, y vete a recuperar esa
plata» (Tobías 5,3). Bajo el nombre de Azarías, el ángel Rafael será el
compañero elegido, más un perro. Los tres emprenden el viaje.
Tobías, mientras saciaba su sed en la ribera del río Tigris, es mordi-
do por un gran pez. Azarías le ordena que lo capture, que extraiga sus
vísceras y que acopie y guarde la hiel, el corazón y el hígado, también
que seque sus carnes como provisiones. Por indicación de Azarías, y
llegados al destino, se alojan en la casa del pariente Ragüel, quien los
reconoce y recibe con parabienes. Tobías se enamora de su hija Sarra
y desea desposarla. Ragüel y su esposa están conformes mas advier-
ten que lleva siete maridos fallecidos en la primera noche, pues el de-
monio Asmodeo la tiene poseída. Tobías insiste y acepta el riesgo. Con
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el hígado y el corazón del pez prepara un sahumerio con el que vence
al demonio y supera la primera noche. Sarra será su esposa. Recoge
la fortuna y regresan con sus padres tras largo y difi cultoso recorrido.
Con la hiel del pez cura la ceguera de Tobit. Azarías se identifi ca y no
acepta los numerosos dones prometidos a la vez que reconoce la
ayuda de la familia de Tobit con los necesitados y sus deberes con los
muertos. La dicha inunda a la familia. Tobit murió a la edad de ciento
doce años y Tobías, después de cumplir con un viaje circular a Media,
cerca de Ectabana, rindió cuentas ante Caronte a los ciento diecisiete
tras su último viaje, este lineal, a las riberas de la laguna Estigia. De
uno, el circular, regresa; mas del bilógico deja el ejemplo y la memoria,
sahumerios contra el olvido. En ambos viajes Tobías supo arroparse de
recursos, experiencia, amistad y familia.
En El pez de Tobías se han atendido compromisos y responsabili-
dades, solicitudes de amigos o elecciones temáticas elegidas. De estas
iniciativas he procurado sacar enseñanzas y consecuencias, riquezas
precisas para avanzar hacia la incierta luz que rodea a Caronte del que
espero me permita superar las fechas de sus encuentros con Tobit y
Tobías; no obstante, y hasta alcanzar la cita, he de procurar arroparme
con el abrigo protector más indeleble y fi able: la cultura en sus mani-
festaciones posibles y elegidas. El sahumerio vital imprescindible. Len-
tamente he descubierto que el ángel viajero protector y el perro fi el
precisos para iniciar el viaje se hallan entre los ramajes de la cultura. La
gran creación diferenciadora del ser humano es la cultura. Un radical
exclusivo de esta especie que necesariamente ha ido creando sobre
un barro heredado y a medida que se ha ido liberando de los manda-
tos genéticos. La cultura es, de este modo, una herencia debida a todo
el género humano que en cada caso se singulariza, mas no es exclu-
siva de ningún colectivo ni eternas sus expresiones; así pues en cada
ser humano se manifi esta a la vez que se explicita con gran cantidad
de contenidos heredados. En cada ser humano se concitan riquezas
compartidas de todos los congéneres. Este universal heredado y com-
partido se resiente entre los hilos peligrosos de las demagogias cada
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vez que alguien pretende reducirla o ubicarla a un colectivo o punto
geográfi co. Ciertamente de la abundante riqueza que el ser humano
secularmente ha generado no toda se puede abarcar en cada caso,
pues somos seres limitados y con ciclo vital breve, y de igual modo no
es real imponer o elevar a la categoría de universal mis circunstancias.
Es propio de los ignorantes y de los violentos la imposición de singu-
laridades y la elaboración de dogmas. Solo desde la porosidad, actitud
propia del buen viajero, y con atenta mirada, los recorridos, sean cir-
culares o lineales, se trenzan y acopian contenidos necesarios y leves
de soportar en las alforjas.
El pez habita aguas fértiles. De su interior, aparentemente la parte
más desechable, emanan remedios salutíferos; de sus carnes, sustento.
El ángel, ser intermedio entre los dioses y los hombres, nuevamente
gravita en los entornos humanos. La familia ampara y protege. El perro
atiende. Con estos recursos ya puede emprender el viaje, solo queda
que el viajero abra su mente y su corazón, que se impregne de men-
sajes y encuentre el amor. Estos sucesos ocurren en el recorrido de
Tobías, quien los recibe y apropia como determinantes para el resto
de días de su estancia en este planeta y hasta que concurra a la cita
inevitable con Caronte.
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«Pánico» a la cultura 1
Con frecuencia los conceptos más vinculados al ser humano suelen
ser los más difíciles de defi nir. De esta difi cultad no carece el propio
concepto de hombre o de cultura. La diferencia o la ambigüedad, los
contextos o las corrientes ideológicas confeccionan un amplio elenco
de defi niciones. Para empezar, y eligiendo una de los más exitosos,
podemos, de momento, ampararnos en la defi nición que E. Tylor da
en Cultura primitiva (1871), «la cultura o civilización es un todo com-
plejo que comprende los saberes, las creaciones, el arte, el derecho,
la moral, las costumbres y todas las otras capacidades y usos que el
hombre adquiere en cuanto miembro de la sociedad». Sobre esta
defi nición han recaído califi cativos negacionistas al igual que sobre
la mayoría. Así pues las defi niciones llegan a ser antagónicas, esforza-
das e insatisfactorias. No obstante podemos ir consensuando algún
aspecto en torno a la cultura. En primer lugar, está íntima y exclusiva-
mente vinculada al ser humano y es evolutiva e inconclusa y diferente
en cada colectivo de acuerdo a sus manifestaciones. De este modo es
1 Texto preparado para obra colectiva de próxima edición, cuyo coordinador y editor es
el poeta Antonino Nieto y la editorial Huerga y Fierro.
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histórica, su recorrido en el tiempo es el mismo que el de su mentor,
el ser humano.
Avanzando con el discurso, y en este contexto, podemos afi rmar
que la cultura es un radical (de raíz) humano por su origen, su desa-
rrollo y alcance. Toda manifestación cultural, pues, es humana, es una
creación antropológica. Pero esta creación es diacrónica, surge y pro-
gresa en el tiempo de modo abierto e inconcluso. Se trata de una
creación que nunca es desde la nada (ex nihilo), sino amasando desde
y sobre el barro cultural heredado que se explicita en cada momento
(carácter sincrónico). Cuando el ser humano elabora o crea hechos o
productos culturales siempre será desde la herencia, desde lo apren-
dido y aprehendido, desde la transmisión de contenidos, patrones u
otras heredades devenidas secularmente. De este modo sobre la bio-
grafía de cada hombre se manifi esta una herencia, la historia que sus
progenitores le donan.
Luego la cultura es ontogenética, pues se presencia en cada
miembro de un colectivo, y fi logenética, pues es evolución en el
tiempo y secularmente se va acumulando, seleccionando, partici-
pando y transmitiendo dentro del colectivo. Y en consecuencia es
sincrónica ya que se manifi esta en cada momento pero como con-
secuencia de un proceso o resultado de un desarrollo (diacronía).
Con estas y otras califi caciones han caracterizado las diversas es-
cuelas (funcionalismo, evolucionismo, estructuralismo, difusionismo,
dinamismo, etc.) a la cultura. Numerosas son las defi niciones. Una
vez más se cumple el dictum nietzcheano: «solo se puede defi nir lo
que tiene historia» y la de la cultura es tan alargada como la de los
seres humanos.
Con este breve excursus antropológico solo pretendo sensibilizar
hacia la necesidad de desarrollar un discurso riguroso y detenido so-
bre la cultura, a sabiendas de que es un árbol con muchas ramas e
historia, rico y polifónico, poliédrico y poliforme que se manifi esta de
continuo al lado y de modo exclusivo de su creador, el ser humano.
Árbol que brinda multitud de frutos cambiantes y fi rmes, miméticos y
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fi jos de acuerdo al momento y el lugar, mas siempre fértil. Su oferta se
explicita en dones materiales o tangibles e inmateriales.
Sin más preámbulos bien podemos reiterar que este radical an-
tropológico creado y recreado por el ser humano es un elemento
diferenciador de esta especie y un imperativo. Los seres humanos es-
tán condenados a crear cultura en su amplia gana de manifestaciones.
¿Por qué? El ser humano nace prematuro, pertenecen a una especie
que desde el nacimiento llegó a este planeta cargado de necesidades
y lleno de vacíos que ha de cubrir para sobrevivir. En la fi logénesis
de la especie humana se han incorporado procesos que debilitan a
su sistema genético, a los genes. Un sistema que en los miembros de
otras especies es solucionador y factotum, ya que desde su nacimiento
los genes, grabados con posibles respuestas ante los numerosos retos,
van dando soluciones automáticas; por el contrario para la especie del
homo sapiens sapiens la herencia genética le aporta pocas respuestas
ante las difi cultades. Ciertamente su sistema genético es soporte bási-
co, pero ha tenido que compensar sus debilidades y defensas ante las
amenazas con la creación de otro sistema, el memético. Los memes,
un término ya paradigmático y camino del éxito entre las teorías del
difusionismo cultural, acuñado por R. Dawkins, necesitan el soporte
de los genes. Si el sistema genético aglutina lo biológicamente here-
dado (natus), el sistema memético, apoyándose en el genético, recoge
también herencias, pero estas han de ser aprendidas y aprehendidas,
y supone el esfuerzo de internalizar por parte de cada individuo, sea
en aprendizaje social e individual, lo recibido. Si lo biológico lo recoge
de modo natural, pues está grabado en su ADN, en el genoma, logro
ampliamente compartido en la especie, lo memético se transmite dia-
crónicamente y se recibe sincrónicamente dentro del colectivo al que
se pertenece, luego es plural y diverso. Si el genético es lo natus, el
memético es lo cultus, lo que se cultiva, la cultura. Es decir, la cultura
es la creación humana que compensa las creencias y las pérdidas del
orden genético. La cultura es el abrigo protector que protege de la
intemperie, del frío helador que se adentra por las pérdidas o derribos
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genéticos. Es la compensación que exclusivamente la especie humana
crea para soportar retos, para compensar los huecos que el sistema
genético, en su regresión, va dejando.
El ser humano, pues, alejado de los imperativos genéticos, en sus
diversos nacimientos evolutivos a los que los científi cos han ido ca-
lifi cando a la especie homo (erectus, faber, presapiens, sapiens, etc), es
la criatura natural dentro de las especies animadas que ocupa un lu-
gar intermedio entre los seres animados superiores, con frecuencia
denominados o pertenecientes al mundo de las divinidades, y los
seres animados pertenecientes a la escala inferior o pertenecientes
exclusivamente, salvo alguna excepción que los etólogos proponen,
al sistema genético. Estos, los califi cados como inferiores, ordenados y
proporcionados por los genes, nacen con escasos o nulos vacíos, todo
está previsto y las respuestas a los retos se presencian programadas.
Los primeros, las divinidades, tampoco poseen carencias o vacíos, de
lo contrario in se perderían su carácter de omnimidad, dejarían su
puesto en la galaxia de los seres superiores o de las divinidades. Ni
los inferiores ni los superiores precisan memes, ni cultura. Esta, pues,
pertenece a la especie que ocupa un estadio intermedio, a la humana.
Tras esta segunda digresión o refl exión sobre la cultura es preciso
llegar al objeto de estas páginas, a centrarnos en por qué, para qué,
cómo y para quién, hoy y ahora, se debe atender y mirar a la cultura,
a esta creación humana en sus diversos logros y presencias, en su
pluralidad de manifestaciones con detenimiento humilde. Intenciona-
damente utilizo el adjetivo humilde como derivado de humus (tierra);
sea para explicitar y demandar que el análisis debe ser con rigor y rea-
lismo. Estimo que es el momento de refl exionar acerca del signifi cado
de la cultura para el ser humano, momento de valorar la atención o
desa tención que se explicitan ante las manifestaciones culturales, sean
materiales o inmateriales. Es preciso valorar su relevancia en todos los
órdenes y con especial detenimiento su impronta sobre las acciones
sociales y económicas, políticas y de toda índole que exige un sistema
democrático.
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Las refl exiones previas realizadas, se itera, son una propuesta para
entender la signifi cación radical y antropológica existente en la cultura
frente a discursos débiles. Gran parte de los discursos habilitados en
torno a la economía, la tecnología u otras expresiones, que también
son parte del acervo cultural, se desarrollan como condición sine qua
non para el éxito y futuro de un país, mientras que los habilitados en
torno a las manifestaciones más patentes y modernas de la cultura
(música, artes escénicas, libro, museos, cine, y resto de variantes
conocidas) se alejan de tal fundamentación, carecen de discursos fun-
dacionales, se las aligera con epítetos «líquidos» sufi cientes para res-
tarles signifi cación, salvo entre sus profesionales a los que los círculos
«duros» del poder raramente tienen en cuenta excepto las prescritas
solicitudes necesarias para su «divertimento».
Es cierto que todo lo creado por el ser humano es cultura, pero
desde la edad moderna se tiende a especifi car, en una serie de ex-
presiones conocidas, a la misma. Sin entrar en detalles clasifi catorios
y remitiendo a diversos organismos internacionales que los realizan
(UNESCO, UE, por ejemplo) y aceptando que estas manifestaciones
en España son abundantes, pues conforman uno de los acervos o
patrimonios mundiales más ricos y señeros, incluso varias de sus
expresiones colocan al país a la cabeza como potencia en el área
respectiva; bien podemos afi rmar que esta riqueza es un logro secu-
lar amasado, acunado por los españoles y que, de modo fi logenético,
se han ido macerando hasta brindarlo a las generaciones presentes
y patentizarlo ante resto de la humanidad, alcanzando, en su ma-
yor parte, el reconocimiento de la auténtica «marca España». Esta
riqueza o regalo transmitido y heredado exige atención, cuidado y
duermevela. Es un fósil vivo que pertenece a nuestra historia, diría
que lo más relevante y signifi cativo de nuestra historia, prueba tácita
de nuestra identidad.
En 1877 el francés Louis Maggiolo teorizó sobre una línea cultural
norte-sur. Un paradigma o línea divisoria, y nada imaginaria, que se-
paraba a los pueblos cultos de los incultos, a los alfabetizados de los
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analfabetos. España quedaba al sur. Este lastre se ha arrastrado duran-
te siglos en un país, España, en el que sus gobiernos no han atendido
durante décadas y de modo primordial, a la educación del pueblo, en
el que a la inspiración la velaba, y en doble sentido, la inquisición; la
censura o la dejación de funciones educativo-culturales se dejan en
otras manos o en ninguna. Los discursos cargados de «pánico» a que
el pueblo se educase eran abundantes. Como abundantes y abarroca-
dos, por escasez de juicio, lo eran aquellos que reforzaban el statu quo
del pueblo de acuerdo con un destino o una tarea a cumplir sobre el
solar ibérico y ad eternum, inalterablemente.
El «pánico», la desatención o la utilización entre las élites de la cultura,
la sumisión o aceptación en el pueblo crean un magma de resignación
que lentamente se ha ido superando pero que ha favorecido la huída
de muchos ritmos o pasos armónicos de la historia. Han favorecido
la desconfi anza entre clases sociales —un paradigma del que muchos
cuestionan su signifi cado, mas que según los indicadores económicos
recientes se signifi ca en toda su amplitud signifi cativa—, las perdidas
del rendimiento material de tanto acervo o el calado de mayor pre-
sencia internacional, entre otras.
Hemos llegado al siglo XXI y ¿dónde estamos? En mi opinión pregun-
tándome si los gobiernos, ya democráticos, creen con fi rmeza en el valor
y relevancia de la cultura en todas las direcciones y dimensiones. Solo los
gobiernos de UCD y los cinco del PSOE han instrumentalizado un Ministe-
rio —una señal signifi cativa, ciertamente—, presupuestariamente débil
pero formalizado, de Cultura. Los gobiernos del PP lo anulan o barren
ab ovo gemino, desde las propuestas como partido principal en la opo-
sición, en sus programas electorales y, con decisión, desde el Gobierno.
Ciertamente la formalidad no es sinónimo de potencialidad; sea, al me-
nos, un testimonio frente a la anulación. Posiblemente los denomina-
dos «agentes culturales» no han sabido desarrollar un discurso fuerte,
«duro» y acorde con el dominante en el momento, es decir, el discurso
netamente economicista o crisolhedonista. En mi opinión, y consciente
de la riqueza material explícita de nuestra cultura tras su legado histórico
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y de la capacidad de sus creadores y gestores, habilitar este discurso
no sería difícil. Solo es preciso poner en valor, también económico, y
fi jar discursos realistas sobre la fuerza de la cultura como venero de
empleo, de aporte a la balanza, agregar los insumos existentes y los
que generan la exportación, el número de empresas, etc., en una mirada
material y aplicando los mismos criterios que a otras actividades econó-
micas. Mas a esta cuantifi cación debe agregarse «la inmaterialidad» que
aparta la cultura, el efecto espejo, la imagen, la tatareada «marca España»,
sin olvidar otros efectos altamente enriquecedores para los ciudadanos.
Se puede afi rmar, en este momento, que la «marca» es un resultado
de muchas acciones pero si hubiera que segregar los diferenciadores
gran parte pasan por el contexto de la cultura. Los logros «fabriles»
lo son casi-universales o indiscutibles, pero los «febriles» o resultados
culturales son exclusivos. Velázquez o Picasso, Goya o Buñuel, etc. son
únicos. De igual modo la fortaleza de una lengua, el español, y todas
sus presencias en el libro, cine, archivos, etc.; o valores culturales ya
universales, pero de origen hispano, como Don Quijote, Carmen, Don
Juan. Sería tedioso y prolijo reseñar todo el legado cultural del que se
dispone en todas sus manifestaciones, pero aún más es contemplar la
desatención, olvido e irrelevancia de los mismos, máxime en momen-
tos críticos de la economía. Se dice que el hábitat natural de la cultura
formal es la carencia, la pobreza. Es cierto que los creadores, en ge-
neral, son hijos de la escasez y en ella se acostumbran a habitar, pero
no del olvido, de la negación, del desprecio. Es cierto que la bonanza
de los ciclos económicos más fértiles en el caso de la cultura son más
cortos, pues los apoyos le llegan más tarde y las «quitas» o reduccio-
nes son madrugadoras. Esta ha sido la tendencia, mas creo equivocada
en el caso español en el que no es preciso reenumerar la riqueza
patrimonial, la demanda y las fortalezas de las diversas expresiones
culturales. A estas fortalezas debemos agregar las oportunidades que
se ofrecen a través de los millones anuales, turistas, de visitantes.
Cuando se revisa la multitud de programas políticos ofrecidos por
parte de los partidos políticos en las diversas circunscripciones, el
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peso de la cultura ni siquiera espacialmente dispone de los centíme-
tros cuadrados precisos y equiparables —y el papel soporta todo, se
dice—, respecto del resto de actividades. Se le suele negar el espacio
al que tiene derecho, sea por motivos históricos sea por el peso so-
cio-económico.
Llegado a este punto, y atendiendo al espacio que se me concede,
cómo considero que se valora a la cultura actualmente por parte de
los responsables políticos. Me sirvo de una metáfora oída al profesor
Carlos Lerena y con otro propósito. La cultura es la guinda roja que se
clava en lo más alto de «un pastel multipisos de boda». Brilla «rojilla»,
pero eliminarla o dejarla no altera a la estructura de la dulce escultura
nupcial. No afecta. Si no se oculta excesivamente entre el merengue,
puede dar brillo oportunamente a quien la señala o contempla.
Inicié el texto con refl exiones antropológicas con la intención de
difundir la necesidad de realizar un discurso riguroso y «duro» sobre
la cultura, pero debe competir con los otros dominantes. Termino alu-
diendo —muy brevemente, pues remito a pocos y recientes estudios,
casi todos entre 2005-2012)— acerca del «valor económico de…»
Con ello pretendo, aunque estos análisis han llegado tarde y actual-
mente desatendidos, invocar a la necesidad de su ejecución. Es preciso
poner en valor que detrás de las expresiones culturales existe empleo
y riqueza, desarrollo y exportación, presencia e imagen, singularidad.
Urge poner este acervo cultural en su justo valor y en todos los ór-
denes, sobre todo para entender nuestra historia, la competitiva pre-
sencia en este planeta pequeño y tonto que no deja de dar vueltas, y,
sobre todo, para seguir construyendo y enriqueciendo la democracia,
el sistema, también radical y exclusivamente antropológico. Y sólo des-
de la altura y desde su inmensidad se construye la democracia como
el escenario en el que todo ser humano puede subirse y ejecutar su
papel. Quienes no contribuyen en esta dirección y propósitos ¿acaso
la cultura les produce pánico? Abundantes son los escritos sobre los
peligros de la cultura y de un pueblo culto para los intereses de algu-
nos colectivos.
El pez de Tobías relata que la gran creación diferenciado-
ra del ser humano es la cultura. Un radical exclusivo de
esta especie que necesariamente ha ido creando sobre un
barro heredado y a medida que se ha ido liberando de los
mandatos genéticos. La cultura es, de este modo, una he-
rencia debida a todo el género humano que en cada caso
se singulariza, mas no es exclusiva de ningún colectivo ni
eternas sus expresiones; así pues en cada ser humano se
manifiesta a la vez que se explicita con gran cantidad de
contenidos heredados. En cada ser humano se concitan
riquezas compartidas de todos los congéneres. Este uni-
versal heredado y compartido se resiente entre los hilos
peligrosos de las demagogias cada vez que alguien pre-
tende reducirla o ubicarla a un colectivo o punto geográ-
fico. Ciertamente de la abundante riqueza que el ser hu-
mano secularmente ha generado no toda se puede abarcar
en cada caso, pues somos seres limitados y con ciclo vital
breve, y de igual modo no es real imponer o elevar a la
categoría de universal mis circunstancias. Es propio de
los ignorantes y de los violentos la imposición de singu-
laridades y la elaboración de dogmas. Solo desde la poro-
sidad, actitud propia del buen viajero, y con atenta mira-
da, los recorridos, sean circulares o lineales, se trenzan y
acopian contenidos necesarios y leves de soportar en las
alforjas.
ROGELIO BLANCO MARTÍNEZ (Morriondo de Cepeda - León) es autor de varios textos de ensayo: La pedagogía de Paulo Freire; La dama
peregrina; La ciudad ausente, utopía y
utopismo en accidente; Palabras de
caminante; María Zambrano; La
Ilustración en Europa y en España; Un
día cualquiera, el diario de Edwardo;
La lectura; Pedro Montengón y Paret,
un ilustrado entre la utopía y la
realidad; La escala de Jacob; El odre
de Agar; La vara de Aarón; La honda de
David; La recua de Abigaíl.
También es autor del libro de relatos Dismundo, así como coautor en numerosas publicaciones de carácter filosófico, histórico y pedagógico. De igual manera colabora con numerosas publicaciones seriadas, bien prensa o revistas especializadas. Es miembro o patrono de varias fundaciones culturales.
El pez d
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