El Poder Cambia de Manos - Czeslaw Milosz

7/25/2019 El Poder Cambia de Manos - Czeslaw Milosz

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El poder cambia de manos, narra l

destruccin de Varsovia por eejrcito alemn ante la impasible

mirada del Ejrcito Rojo, en la otra

orilla del Vstula, y la

consecuencias inmediatas que

siguen cuando, por fin, los rusos, se

apoderan de toda Polonia.

El dilema que se present al ejrcito

clandestino polaco, atrapado entre

alemanes y rusos, era cmo intenta

defender la independencia de

Polonia. Polonia, y Varsovia po

anto, estaban bajo la ocupaci

nazi, con los rusos voluntariamente


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detenidos ante el Vstula. E

gobierno clandestino, dando po

nevitable la derrota de Alemania

decidi que deban adelantarse a lo

rusos en la confianza de obtener e

apoyo de los aliados pues, de lo

contrario, aqullos se haran con e

pas.

El Armia Krajowa, el ejrcito

clandestino polaco, siguiendo la

nstrucciones de sus dirigentes, se

alz contra los alemanes. E

evantamiento de Varsovia dur 63das, al cabo de los cuales, e

ejrcito alemn demoli literalmente

a ciudad de Varsovia causando una


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errible mortandad. Slo entonce

os rusos cruzaron el Vstula y e

poder cambi de manos. El deseo

de los polacos de adelantarse a lo

rusos con la ayuda de los aliado

acab en una nueva frustracin de

castigado pas.

La novela de Milosz est dividida e

dos partes. La primera transcurr

durante los das del levantamiento

La segunda relata el primer ao de

a sovietizacin de Polonia. Para

construir su relato, Milosz eligiapoyarse en hombres y mujeres co

nombre y apellidos para pode

mostrar el movimiento de conciencia


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que se produce en todos ello

durante este perodo de intenso

dramatismo en sus vidas. Una

vidas zarandeadas por la bruta

conmocin que les reservaba la

Historia.


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Czeslaw Milosz

El poder cambiade manos

ePub r1.0

JeSsE 23.04.14


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Ttulo original:Zdobycie wladzyCzeslaw Milosz, 1953Traduccin: Rafael Vzquez Zamora

Retoque de cubierta: JeSsE

Editor digital: JeSsEePub base r1.1


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A Jeanne


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PRIMERA PARTE


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El profesor Gil estaba tomando edesayuno: t y pan. Como la mayora dos solitarios, siempre se le olvidab

comprar un poco de mantequilla o dmermelada. De la calle le llegaba eestruendo de los tranvas; su carrocer

retorcida, agujereada por las balashaca un ruido de chatarra; iba gentcolgada en los topes y agarrada a lo

que haban logrado instalarse en eborde de las plataformas. El vientbarra la calle levantando nubes d

polvo rojo de ladrillos machacados. Eprofesor Gil se preguntaba cuntardara an en terminar el captulo e

que trabajaba; y tambin le hubier


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gustado saber si su esfuerzo tena algsentido. Sin embargo, saba que nmereca la pena pensar mucho en elloas hojas suspendidas en la pared, en la

cuales haba apuntado la racin drabajo correspondiente a cada da, era

para l la mejor disciplina, un refugiouna necesidad o quizs una esperanza.

Tucdides no estaba bien visto

Habra sido ms razonable elegir, parraducirlo, cualquier otro autor griego

Dando pruebas de buen juicio en l

eleccin de los textos, se poda unasegurar una buena colocacin y seconsiderado como trabajador til. EEstado, que haba privado a Gil, y


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otros como l, de su ctedruniversitaria, a causa de la malnfluencia que ejercan sobre luventud, no quera sin embargo dejarlo

morir de hambre. Los sabios de la nuevgeneracin carecan de mucho

conocimientos. Por ejemplo, ninguno daquellos jvenes polticamentntachables saba ni una palabra d

griego; y el Estado tena sus razonepara querer editar a los clsicos aunqufuese en pequeas tiradas, jactndos

con ello de ser el continuador de lacivilizaciones anteriores. Las casaeditoriales del Estado adquiraraducciones de autores antiguos, inclus


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de algunos que con razn podan parecedeolgicamente sospechosos. Era un

situacin molesta para el profesor, quno hubiese querido vivir de lbeneficencia del Estado camuflada dremuneracin por sus traducciones

Adems, era sensato traducir Tucdides? Aun admitiendo que la tiradfuera pequea, aquel espantoso abism

de matanzas, astucia, estratagemas uchas de toda clase que nos presentaas pginas relativas a la guerra de

Peloponeso, constitua una peligrosmagen de la Historia. El profesorecordaba la cara del director de laediciones del Estado cuando firmaron e


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contrato. Tena los ojos bajos, ocultopor los prpados; su benvola sonrisacasi cordial, tena un matiz, apenaperceptible, de amarga indulgencia y drona.

A pesar de todo, el hecho de habe

elegido precisamente a Tucdides lproporcionaba al profesor Gil una ciertcompensacin ntima; era como s

continuando ligado a aquel griego de lantigedad e incluso, en caso mufavorable, hacindolo leer a alguno

venes, se justificase a s mismoborrase en parte la mancha infamante dser un superviviente del liberalismo desiglo XIX. No estoy solo; tambin est


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aqu Tucdides, al que llaman el primerde los historiadores, aunque debreconocer que nuestras circunstanciahan sido muy diferentes y que hay unprofunda diferencia entre lo que l hvisto y lo que veo yo.

El piso, a aquella hora, estaba vacoLos muchos subarrendatarioamontonados en las cinco habitacione

haban salido muy temprano parrabajar en oficinas que se hallaban e

otro barrio, menos destrozado, de l

ciudad. El profesor llev a la cocina evaso donde haba tomado el t y mirpor la ventana al oscuro patio en efondo del cual, entre las losa


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reventadas, presentaba un castao suhojitas primaverales. Cuntaprimaveras haban pasado desde aqullque trajo la terminacin de la guerra, lodesplazamientos de las poblaciones y lepidemia de tifus? El profesor se pus

una chaqueta de punto rota. Pens umomento en la necesidad de coserse ubotn que le faltaba, pero no tena hilo

endra que pedrselo a la vecina cambio de la aguja que conservabaDispuso los libros sobre la mesa, uno

ibros que se abran por s mismos en esitio preciso y cuyo papel estaba llende huellas dactilares del profesorEntonces, con su pequea letra siempr


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gual, fue hilvanando frases.Al querer justificar unos actos qu

hasta entonces se considerabacensurables, hubo que cambiar esentido corriente de las palabras. Laudacia irreflexiva fue considerad

valeroso sacrificio; la precauciprudente se convirti en una cobarddisimulada. El sentido comn no er

ms que un pretexto para la molicie, y lgran inteligencia era slo inercireprobable. La violencia llevada hast

el frenes pasaba por ser la condicin dun alma autnticamente viril; laprecauciones contra los proyectos deadversario se convertan en honrado


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pretextos contra el peligro. El violentconsegua siempre que lo creyesen; y eque resista la violencia, se hacsiempre sospechoso. Poner trampas cobuen xito era prueba de inteligencia; burlar las trampas, la mayor habilidad

Cualquiera que consiguiera eludir eempleo de estos medios, era acusado draicin al partido y de cobarda ante lo

adversarios. En fin, que los mayoreelogios los merecan quienes siemprestaban dispuestos a realizar una mal

faena o incitar al mal a los que nhaban pensado en perjudicar a nadieLas relaciones de partido eran mfuertes que las de familia porqu


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ncitaban a atreverse a todo siampararse en ninguna excusa. Laasociaciones no tenan como objetivo lutilidad conseguida por medios legalessino la satisfaccin de todas laambiciones en lucha contra las leye

establecidas. La fidelidad a locompromisos adquiridos no se fundaben el respeto a la ley divina de

uramento, sino en la complicidacriminal.


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VERANO DE 1944


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Los acontecimientos determinadoor la derrota del Tercer Reich y e

avance del Ejrcito Rojo hacia el Oestse desarrollaron de modo bastantdistinto segn los pases.

En Polonia, donde transcurre l

accin de este libro, el Ejrcito Rojleg al Vstula a fines de julio d

1944. El nuevo Gobierno provisiona

creado en Mosc eligi como sede lciudad de Lublin.

Las fuerzas polacas que luchaba

en los bosques (maquis) contra loalemanes se llamaban Ejrcito del Pa dependan, como toda l

organizacin del Estado clandestino


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del Gobierno exiliado en Londres. Perhaba otros grupos, menos numerososde la Resistencia. Las Fuerza

acionales eran el instrumento de lextrema derecha y el Ejrcito del Pase esforzaba, con mediocres resultados

en subordinarlas a su mando. Ejrcito Popular, comunista, n

reconoca al Gobierno de Londres.

El 1. de agosto estall en Varsovia insurreccin contra los alemanes

(La primera sublevacin, la del ghetto

haba ocurrido en 1943). Los combateen las calles duraron dos meses, hastel 3 de octubre. Los insurrectocarecan de armas. Los nazis rodearo


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os diversos barrios sublevados y loomaron uno tras otro. El de la Ciuda

Vieja cay el primero, el 2 dseptiembre.

El Ejrcito Rojo, que esperranquilamente durante todo es

iempo cerca de la otra orilla deVstula, reanud la ofensiva el 17 denero de 1945. Se apoder de la

ruinas de Varsovia situadas a la orillopuesta del ro que separa a estciudad de su sector oriental, llamad

raga y march rpidamente ravs de Polonia para caer sobrerln.

Los principales personajes de est


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novela son ficticios.Algunos incidentes de la lucha en l

Ciudad Vieja han sido sacados de lcrnica de Romn Podlewsk

ublicada en polaco bajo el ttulo Lravesa del infierno.


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I

Era en julio de 1944. Piotr Kwintooficial de Educacin poltica de lPrimera Divisin polaca, caminaba poa alameda, cuya grava estaba cubiert

con una capa amarilla de flores de tilcadas. Se detuvo en el lugar en que snterrumpa la fila de rboles. Brillab

al sol una abundante hierba. Unodiminutos insectos rojos, con un dibujnegro de totem, unidos unos a otros e

rito amoroso, se movan en un huecentre las races. Piotr se inclin parobservarlos un momento. Luego, d

nuevo erguido, mir hacia el valle


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Hasta el horizonte, todo aquel espacise hallaba en plena efervescenciaColumnas ininterrumpidas de gentes vehculos vibraban, se retorcan lenaban todos los caminos por la

onduladas pendientes a una y otra orill

del ro. Tanques pesados, cubiertos dramas verdes, se arrastraban en rebaosevantando y bajando las bocas de su

caones en direccin a los promontorio a las hondonadas del terreno. Sobros camiones, de pie, sentados

umbados, muchos soldados grises; el i venir rpido de los jeeps por losenderos, las masas de la infantersovitica cruzando los campos


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avanzando en filas por entre pardacabaas y trigales; muchos gritosensordecedores ruidos de claxons gruidos de motores; y grandes nubes dpolvo brotaban de pronto, persistan, sban estirando, y quedaban suspendida

sobre el atormentado paisaje.Piotr Kwinto reanud la march

siguiendo bajo la sombra de los viejo

rboles. Sobre el csped que se extendante la casa, unos soldados, remangadosdescuartizaban unos cerdos. Otro

impiaban sus armas, o bien, apoyndosen los codos, masticaban unas briznas dhierba mientras, extendidos por grupitoen torno a sus instructores, escuchaba


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as explicaciones de stos. Un megfonque seguramente estaran reparandoemita unos chirridos insoportables soltaba trozos de canciones. PiotKwinto pas por entre las columnablancas de la entrada y dej a l

zquierda las cocinas en plena algarabalenas de humo y en las que entraban

salan constantemente los cocineros, qu

descargaban de los camiones trozos dcarne, panes, etc. Entr en el alzquierda. El suelo del corredor

cubierto de detritos, cruja bajo subotas. Llam a la puerta mientras con lotra mano acariciaba inconscientementun bajo relieve esculpido en la oscur


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madera de roble. Aquella finca, eiempos de la ocupacin alemana, hab

estado administrada por liegenschaft; los propietarios haba

sido expulsados, pero quedaba all unpariente. Piotr no la haba visto an

aquella mujer no apareca por ningunparte. Detrs de la puerta haba usilencio absoluto. Volvi a llamar. Oy

por fin unos pasos arrastrados y, luegootra vez silencio. Tuvo que llamar treveces ms hasta que introdujeron un

lave en la cerradura y se abri lpuerta. All estaba la mujer. Piotr y ellse observaron un instante. Con los dedocrispados en las solapas de su bat


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floreada, la desconocida quera taparsnstintivamente el cuello. Tena la bocorcida por una mueca de miedo qu

dur muy poco, pues logr fingir unsonrisa. La mujer, cuyo rostravejentado presentaba unas mancha

rojas y cuyos ojos se agitaban azogadaspareca pensar: Un bolchevique! Pofin tengo uno frente a m, qu exigir?

Antes de abrir la boca, Kwinto sintipor primera vez la pesada carga de locinco aos transcurridos. Senta un

mezcla de compasin y asco, algo mudesagradable que le irritaba y no sabsi esta clera contra s mismo era por easco que senta o por la compasin qu


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no poda evitar. Comprenda que ahorade regreso en su pas natal, recaerconstantemente en ese estado drritacin ntima y que este encuentro n

era sino el primer eslabn de una largcadena, la brusca toma de contacto co

un pasado que l consideraba muerto que volva a ponerse en pie.

Perdn, seora, me han dicho qu

hay aqu una biblioteca. Tendra ustea amabilidad de indicarme dnde est

Es slo para m aadi en seguida

querra llevarme prestado un libro.La seora sonrea con esa sonrisartificial que se debe a los vencedores.

Claro, naturalmente; pase usted


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por favor! Pero, desgraciadamente su rostro (por la fuerza de la costumbrepens Piotr) tom una expresin daltiva condescendencia es unbiblioteca francesa. Apenas hay en ellibros polacos, ni vacil n

rusos.Eso no importa; de todos modos

deseara verla si usted me lo permite.

Piotr penetr detrs de ella en uambiente impregnado de olor a muebleviejos y de otro olor que recordaba a

ncienso. En los muros haba unoretratos ennegrecidos que representabaa unos personajes de uniforme arcaicas armaduras. La seora abri un


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segunda puerta y le ense a Piotr unograndes armarios en la penumbraDensas telaraas cargadas de polvcubran las hojas de cristales. Piotntent abrir la primera. Pidi la llaveo la haba, pero el armario siguiente s

abri con una especie de silbido cuandir de una de las hojas. Toc

complacido los lomos de la

encuadernaciones de cuero rojo coetras doradas: estos libros le traan s

propia infancia. Iguales que ellos era

os que le haban amenizado tantas horaen casa de sus abuelos y con los qupasaba tanto tiempo tendido en ecanap cubierto de tela encerada. L


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gustaban sobre todo los relatos de viajea frica con aquellos dibujos donde lonegros, desnudos, remaban en unapequeas balsas de junco, o estaban muiesos, apoyados en sus lanzas, en torn

a sus chozas estriadas que se parecan

as casas de los castores. La envejecidseora miraba a Piotr mientras ste ibcogiendo un volumen tras otro. Y a

esa mirada que senta posada sobre scuello, le estropeaba la alegra de estregreso a su infancia, a las orillas de

ro donde construa unas pequeachozas imitando a las de los negros, a lcanoa tallada en un tronco, que smaginacin converta en una piragu


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africana.Seguramente, se ha credo que m

envan para requisar la bibliotecapens Piotr. Mir el volumen que tenen las manos y baj de un salto de lsilla donde se haba subido.

Con su permiso, seora, voy levarme esto. Se lo traer antes de qu

nos vayamos de aqu.

Vio pasar por el rostro de la mujeuna sensacin de alivio y disminuirlehasta desaparecer por completo, l

ensin que le haba producido slegada. Pero incluso mientras lacompaaba hasta la puerta, aquellmujer se preguntaba si el militar n


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volvera a ltima hora para exigirle ureloj o dinero.

Se haba sentado en la hierba, aborde del parque, apoyado en un tronco

El rojizo sol estaba velado por las nubede polvo que levantaba el movimientde las ruedas y de millares de pies. Un

ceniza blanquecina se posaba sobre lahojas. En el aire quedaba, persistente, lvibracin febril de la marcha. Uno

aviones ronroneaban por alguna parte, gran altura, por encima de las nubesPiotr, por el rabillo del ojo, observ umomento un tanque que se detena


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orcido e inhbil, en la pendiente quhaba cerca de las casas del puebloJunto a l se agitaban unas figuritahumanas. Los tanques con avera eran ldistraccin favorita de los soldados

unca haba podido comprobar Piotr e

qu medida contribuan aquellocuriosos a arreglar las averas, o si, poel contrario, no hacan todo lo posibl

por descomponer los tanques para qusu unidad no pudiera proseguir lmarcha, con lo cual disfrutaban de una

vacaciones extraordinarias durante lareparaciones. Piotr se desabroch euniforme. Pars, que apareca en lapginas de aquel libro, le parec


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clavado para toda la eternidad con easpecto que haba captado el arte dedibujante: pintores con amplias blusasmodistillas que llamaban a la puerta dun estudiante, el cual, con sus pantaloneestrechos y su larga levita, s

desperezaba sobre sus libros; dongeles vestidos de crinolinas, pensanden el modo de engaar a sus odioso

maridos tenderos El Pars donde haba vivido antes de 1939 le pareca Piotr inexistente; se confunda con est

Pars del libro, el de los mnibuirados por caballos, un Pars ms densmejor encerrado en el tiempo. He ah

por qu no poda nunca hablarle a Iwa


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de Pars como l haba querido. Aquellfue en los Urales, donde trabajabaambos como leadores. Iwan era ucampesino de los Crpatos, sin culturalguna. Nunca haba visto una graciudad y, por las noches, cuando s

endan los dos en sus camastros, hacmuchas preguntas y quera respuestamuy concretas. Pero Piotr

probablemente, quera borrar todo aquesector de su vida; no poda considerarlcomo una parte de su historia persona

que pudiera comentar con calma. Creque de Pars no le quedaba nada y quhaba sido una vida irreal que convendestruir para que la nueva fase de s


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como una arrolladora potencia de laturaleza. Y l, metido en esa marcha

formando parte de la masa quavanzaba. Quiz comprendiera Piotr esfuerza terrible, de la cual no eran sino lespuma o quizs una manifestaci

necesaria la inquietud y el terror de lahormigas. Pero basta comprender lacosas? Y la mujer que le haba dejad

el libro? Y todos esos millones dpersonas que se agitan absurdamenteespantadas, con la esperanza de que lo

ngleses que los norteamericanospoder huir enterrar el oro o escondedlares detrs de los tapicesprocurando sonrer y disimular el odio


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Y mientras, la tierra insultadadespedazada por doquier con laalambradas de los campos dconcentracin, absorbe sin cesar lsangre, los ltimos gritos de unos serehumanos y las cenizas. La Europa de la

modistillas y de los tenderos gordos cogorros de noche haba preparadentamente, ella misma, el veneno qu

habra de matarla.Despus de todo, era una dicha esta

entre los vivos con el sol dndole a un

en la cara. Las rachas de disparos de laametralladoras crepitaban en lacercanas del pueblo. Ms all, detrde la lnea del horizonte contestaba l


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artillera; Piotr levant la mano y movios dedos, asombrado de estar all

hasta de la hora, el da, el mes y el aen que se hallaba.


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negros de expresin algo simiescaque miraban con agudeza por entre lopliegues de la piel. Y ahora, en estmaana de domingo, se hallaba Winteante l. Las mandbulas de Winterabajaban royendo grandes bocados d

pan que procuraba ablandar en la boccon extraordinarios buches de caf. Lamoscas se paseaban por la mesa entr

ellos dos, reunindose en torno a lodiminutos estanques del lquido vertidde las tazas, en los cuales sumergan lo

nsectos sus vibrantes trompas. Pensaen que pronto no estara ya obligado ver diariamente a Winter, equivala parPiotr al final de la guerra. Aunque est


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presencia no difera gran cosa dmuchas otras circunstancias que aceptaba, lo mismo que se resigna uno ciertos fenmenos naturaledesagradables, sin embargo, erndudable que Winter pesab

excesivamente sobre su recuerdo y levocaba todo lo que l deseaba olvidariraba de sus recuerdos y los hac

revivir desde el principio.Al fin y al cabo, haba sido Winter

en aquella poca ya lejana, el causant

directo de la detencin de Piotr y de ssalida para los Urales. Se hallabWinter entre los bien vistos y lhaban encargado redactar informes


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Hay cosas que no ocurren nunca en lhistoria. Una semana de xodo por lacarreteras ametralladas por loMesserschmitt sirvi a Piotr parhacerse su composicin de lugar casi siproponrselo. Por fuera no senta m

que amargura y furor, pero en el fondo lque senta era vergenza. S, vergenzapues, quin era l para escribir su tesi

doctoral sobre la poesa francesa y parpermitirse el lujo de contemplar corona a este mundo que se precipitab

hacia su perdicin, y para lograsiempre alguna beca que le permitiesvivir cmodamente en Varsovia o en lcalle Monsieur-le-Prince? Escaparse


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encontr en ella con Winter. Todo debser olvidado. Y se estrecharon la manoLos ojillos de Winter miraban a Piotranquilos y vigilantes; en el fondo, co

dureza.

Ahora, en las mesas vecinaerminaban de almorzar unos hombre

con uniformes rgidos. Todos charlaba la atmsfera se cargaba con el hum

de los cigarrillos. Fuera haca un

maana esplndida. El aire se llevaba o lejos los chillidos de las golondrinasos silbidos y las risas de los soldados

Winter se limpi la boca, mir su reloj


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una viejecita con su vaca, la tienda, unovecinos apoyados en la verja, lavenes guardesas de ocas, chicas co

sus pies descalzos enrojecidos, todello fuera de este tiempo que hproducido las mquinas de guerra y lo

ibros de doctrina poltica.El batalln cantaba, con ritmo vivo

una cancin popular. Las gentes

vestidas de domingo, se paraban en lcalle principal del pueblo y abran loojos y la boca, asombradas: el ejrcit

polaco, los mismos uniformes de antesa misma cancin. Los soldadosoviticos, adosados a los tanqueparados, seguan con la mirad


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desconocidos.En la explanada, delante de l

glesia, los multicolores atavos de lamujeres y las gorras de los hombres. Lglesia, de madera. Unos festones d

hojas y flores marchitas colgaban po

encima de las puertas abiertas. Laprimeras filas de soldados penetraron eel interior del templo. Piotr mir e

orno suyo: vio a los que se habaquedado a la entrada, la masa dcabezas afeitadas militarmente y lo

rostros bigotudos y arrugados de locampesinos. Los soldados Como a os haban llevado un da a lo

desrticos espacios del Asia sovitica,


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rito comn que existe ms all de todrazonamiento y que era la confirmacims honda de su pas natal.

Unos nios, vestidos dmonaguillos, tocaban las campanillasLa msica del rgano, la casulla de

sacerdote, las viejas campesinasiguiendo con el dedo las grandes letradel misal Piotr pensaba en las tumba

de los soldados soviticos. Haba milede millares de ellas desde el Volga hastaqu, y seguan en direccin al Vstula

Estaban marcadas con unas pequeapirmides de madera coronadas por unestrella roja de cinco puntas. No sabpor qu, pero este signo le produca un


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para gloria de imperios y reyes? Ecorazn se le encoga a Piotr a la vistde estas tumbas. No le perdonaba aEstado que no dejara en paz a esomuertos o que no les pusiera otrosignos, no importaba cules, con tal d

que no fuese el smbolo de su dominio.El pequeo sol del Cliz Lo qu

o pienso, seguramente lo piensan todo

se dijo Piotr. Doy gracias pohaber sobrevivido. Por haber conocida desgracia. Por haber dejado de ser e

que fui. No quiero olvidar el comdestino de los hombres ni reclamar parm una suerte especial. Quiero encontrael camino de la justicia y librarme de l


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Estado; solamente le quedaba el recursde aceptar el absurdo aunque silamarlo absurdo. Como los viejourkmenos de amarillentos y arrugado

rostros, tena que resignarse a mirar esol que lo abrasaba tod

despiadadamente y consentir que lmalaria, la miseria y otras plaganevitables, realizaran su nefasta labor

Piotr tambin haba aprendido resignarse, pero la suya, crea l, eruna resignacin diferente a la de Winter

Ms bien una prudencia, un instinto. Ercomo una oleada que haba de retirarsalgn da. Se le haban relajado lomsculos, como los de un anima


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arrojado desde una gran altura. Siembargo, le pareca ser ms feliz quWinter. Quiz fuera slo una ilusinpero, por lo menos, le permita dominasu repugnancia mientras estuviesobligado a seguirlo viendo. En aque

momento estaba casi dispuesto enderle la mano como prueba d

fraternidad.

Salieron hacia la cruda luz del daLos soldados soviticos, sentados sobrel poyete del atrio, contemplaba

absortos el espectculo, que para elloresultaba de lo ms extico. Losoldados polacos se mezclaban con lpoblacin; bromas y risas de la


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muchachas. De pronto, Piotr oy ugrito. Antes de haberse dado cuenta ddnde proceda aquel alaridpenetrante, una cosa informe, clida, urevoltijo de movimientos y lamentos sarroj a sus pies e, incorporndose d

rodillas, lo agarr por la cintura. Epaoln resbal hacia atrs de la cabezde la campesina: una cabeller

desgreada, unos ojos suplicantecercados de ojeras, una boca retorcidpor la angustiosa peticin: Oh, Jess

me lo han cogido, seor; mi hijosocrrame, seor; me lo han cogido!Se aferraba al uniforme. Seor, ustees polaco y debe comprenderme. Cm


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es posible que hagan nada contra l si enocente y ha luchado contra lo

alemanes?. Piotr rechaz a la mujerAyudadnos, salvadnos, hermanopolacos; los NKVD se han llevado a mhijo! Por qu? Por qu?. Piotr ve

formarse en torno suyo un crculo dsoldados a sus rdenes. Estaban allcon los ojos bajos y una expresin mu

seria. No puedo hacer nada, mujer dijo Piotr, eso no depende dnosotros. Winter se acerc al grupo

No llores, mujer; es la guerra. Estamoen el frente. Todo se comprobar soltarn a tu hijo. Orden la marcha.

Es un fastidio tener que aguanta


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III

Vamos por partes y reconozcamoante todo que lo ms peligroso parnosotros son las palabras. Hemos daprender otra lengua que se adaptmejor a la realidad presente. Sabes mubien que es difcil contar nada conuestras expresiones habituales

Adems, no hago ningn esfuerzo poocultar mi odio.

Julin. Tenerlo all delante resultab

an incomprensible como si un personajhubiera saltado de las pginas de umanual de Historia y hubiese cobrad

vida. Para Piotr, su amigo formaba part


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de la inmensa multitud de sombras. Peres evidente que est aqu; sus prpadose arrugan como antao y en sus ojosigue habiendo, a pesar de todo, aquebrusco estallido que parece algo ascomo la explosin interior de una ris

malvada.Naturalmente, yo habra podid

salir del ghetto ms pronto. Migue

quera llevarme a su casa. Se laarreglaba bien, Miguel. Traficaba coharina, pero tiene sucia su almita. S, e

una almita sucia, aunque humanitaria. Hvisto el miedo que tena. Y su mujeena todava ms miedo por l. Era e

deber. Como entonces, cuando aque


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sinvergenza de Thomas hizo que mexpulsaran de mi puesto y hubprotestas: ese pudor de la conciencique se siente intranquila cuando echan a calle a un judo. Este pudor es e

conflicto entre una cobarda y otr

cobarda. En fin, que prefera quedarmen elghetto.

Es que preferiras que el hombr

no tuviera cobarda alguna que vencerTe gustara que no hubiese cobarda?

S, eso querra. Por otra parte

odo fue mejor as. En el ghetto mganaba la vida dando clases. Todos lovenes estudiaban. Nunca he visto a l

gente estudiar tanto: ingls, francs


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espaol, hebreo, incluso el latn y egriego. No puedes imaginarte cuntapalabras y declinaciones han subido acielo con el humo. Pero all, en e

hetto, ese esfuerzo ayudaba a vivirCmo va a confesarse un muchacho

he perdido toda esperanza, si sdedica a aprender un vocabulario?

Julin apoyaba los codos en la suci

mesita. Su chaqueta negra brillaba dgrasa y de tanto roce. Debajo llevabuna blusa militar sovitica. La barba d

varios das sin afeitar le ensombreca sdelgado rostro.Me interesaba mucho salvar e

pellejo. En 1942, todo resultaba mu


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claro. Yo perteneca entonces a unbrigada que llevaban diariamente rabajar en la ciudad. Una tarde, despu

de habernos pagado bien, en vez dconducirnos de nuevo al ghetto, nolevaron al final de la avenida de l

ndependencia, que es ya pleno campoCuatro camiones. Era en septiembre. Tno tienes idea del aspecto de un jud

esclavo: dos sacos en bandolera, dondleva todo lo que posee; y si puede, s

carga a la espalda un tercer saco. Lo

fugitivos abandonaban a sus familias a muerte. Yo dej a mis padres. Les dijque necesitaba huir.

La criada del establecimiento le


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pero debemos reconocer que, hoy daas casualidades no suceden po

casualidad.Julin, no te concibo haciend

vida salvaje en los bosques. Si lo hahecho por casualidad, de todos modo

resulta divertido.Naturalmente, la vida en lo

bosques me cogi desentrenado. Fuimo

hacia el sur para dirigirnos en seguidhacia el este: era nuestra nicoportunidad. Slo all podramo

encontrar a los resistentes rojos. EEjrcito del Pas no aceptaba judos.No?No. Avanzbamos por la noche


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ramos cinco, tres hombres y domuchachas. Nos vimos metidos en unbatida de las Fuerzas NacionalesMiguel era en Varsovia el noble tericde tan noble movimiento: la nacin, lradicin, la lucha contra los alemanes

el catolicismo, etc. Publicaba todas esaonteras en sus peridicos clandestinos

Pero en la prctica, la actividad d

aquellos grupos consista en depurar apas de sus judos y sus comunistas; lque para ellos, como sabes, viene a se

o mismo. De modo que en aquellbatida nos sacaban de los bosques y noobligaban a salir al campo abiertodonde nos esperaban los alemanes. Lo


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Comprendes t que te salvaran?Que si tenan miedo? Esto ser

o de menos. Piensa que les faltaba sitincluso para ellos. He odo sus pelea

como si yo fuera una cosa inanimada qupudiera or y entender a unos sere

vivos. La mujer escandalizabcontinuamente reprochndoles lestupidez que haban hecho. El viej

nsista en que haban cumplido con sdeber. El hijo explicaba que leconvena ms tenerme con ellos, pues s

os alemanes me hubieran encontradhabran registrado todo el contorno habran acabado dando con ellos. Perenan mucho miedo y no les dab


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vergenza confesarlo.Piotr senta clavrsele en la espald

as miradas de los hombres y lamujeres que murmuraban en las otramesas. La hostilidad entre la gente depueblo y los que llevaban uniforme

soviticos o polacos era casi tangible.Eran del pueblo vecino dec

Julin y antes haban tenido un

ienda. Cada dos o tres das, aatardecer, sala el hijo en busca dvveres que le proporcionaban lo

campesinos amigos suyos. Era uconvenio entre ellos. Lo peor era envierno, por las huellas de la nieve. A

mi llegada haca ya un ao que viva


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verdad o si haban inventado unhistoria para librarse de m. De todomodos, me march. Me dieron vveres me indicaron el camino. Y, en efectoencontr el destacamento de que mhablaron. Me trataron con mucho respet

por ser un intelectual. Les edit uboletn con multicopista.

Piotr quera decir algo del Juli

Halpern de antao, el adversario dHegel; pero antes de abrir la bocacomprendi que era un absurdo resucita

aquello. Se limit, pues, a reconocer lohechos, con el mismo espritu con que sreconoce el tiempo que hace:

As que estamos de este lado


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udo. No podra haberse salvado ni pocasualidad, Eran ellos, los rusosquienes los entregaban a todos. EEstado sovitico se libraba de loudos. Comprendes de verdad cule

son las fuerzas que estn ahora en juego

pregunt Piotr.Lo nico que comprendo es qu

nada puede ser distinto de como es.

Julin aadi con amargura:Esos perros charlatanes M

refiero a los que estn en Inglaterra

Pasarn los aos y esos polacos serdevorados por sus propias mentirasEditarn dos revistas que lucharn uncontra otra. Por ejemplo: La Abeja d


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con el telfono lanzando de vez ecuando el auricular para volverlo coger y continuar sus esfuerzos. Tenenrojecidos los prpados y toda la carabotagada por el insomnio. Decpalabrotas con una voz muy peculiar

Cretinos gritaba, cretinos, ya lehe dicho que deban enviar un camin

ecesitamos a esos tipos. Y ahor

quieren divertirse deteniendo a la gentque nos hace falta para el trabajoFurioso, arroj otra vez violentamente e

aparato e irgui su corpulenta estaturaGajewicz, ir usted en seguida a casde ese Pekielski. S, ese mi-nis-tro, esperro de Su Excelencia. Vaya usted


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dgale que se las arregle para que msuelten a sos inmediatamente y lopasquines, maldita sea iba gruendpor toda la sala de Redaccin

uestro ejrcito est ya en el VstulaVarsovia ser liberada hoy o maana

haremos el ridculo. Les retorcer ecuello a esos vagos! Har que sarrepientan!.

Mientras, Piotr Kwinto, sudando poel gran calor que haca, escriba a todprisa un artculo. En la mesa vecina

Julin Halpern, con los auriculares eas orejas, anotaba unos comunicadosPiotr, adscrito a la Redaccin, tena lmpresin de penetrar en un mund


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Dzierjinsky y sus dos camaradas, spreparaban a tomar el poder en Varsovidirigan manifiestos al pas. Pero Piot

pensaba que las situacionerevolucionarias se perfeccionaban poca poco. En los aos transcurridos desd

1920, las tropas que traan el ordenuevo haban dejado de ser una horda drebeldes mal armados y sin disciplina

Durante esos aos, el nacionalismo, qupodra haberse opuesto a esta invasidisfrazada, se haba descompuesto l

mismo que se pudre la rama muerta dun rbol. El nacionalismo tena slo unapariencia de vida con un resto de savique le quedaba del siglo pasado. E


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Sin embargo, la salsa nacional ea que deba fundir cada frase, l

resultaba a Piotr muy desagradableAntes de la guerra, todos lontelectuales se burlaban de

rimbombante patrioterismo de lo

oradores nacionalistas. Baruga, quentonces era redactor de un peridiccriptocomunista, lo pasaba muy bie

satirizando toda aquella fraseologlena de tpicos. Ahora los mismo

slogansnacionalistas eran adoptados

adaptados por los comunistas couna finalidad diferente. Vencer aalemn, estrangularlo, no perdonar a lamujeres ni a los nios del enemigo,


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haba conseguido una mayor precisien el arte de expresarse que el hombrprimitivo. Pero tambin era una verdannegable que esos sonidos elementale

formaban parte de la realidad, y quizcuando Piotr tachaba una palabra porqu

e pareca demasiado gastada, lestuviera dando a su frase una fuerzexcesiva. Para suavizar sus expresione

no ser como el hombre primitivo, tienel hombre moderno que aguar sus frasecon muchos tpicos.

Puso un punto y se desperezBaruga gritaba en su mesa rindole alguien que haba corregido maEntonces se produjo aquello. Juli


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grit, dominando con su voz ladiscusiones y el ruido de las mquinasSilencio!. Todos lo miraron. Tenas manos crispadas en los auriculares

Levant los ojos. No los tena arrugadocomo de costumbre, sino muy abiertos

ensos de inters. Abarcaba con smirada a todos los presentes y parecestar esperando una respuesta de vita

mportancia.Ha estallado una sublevacin e

Varsovia. Los de Londres juegan s

ltima carta.Baruga permaneca inclinado hacidelante, inmvil. Su rostro, comsiempre que callaba y reflexionaba


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V

Es una llanura perfectamente planunida al cielo por una lnea recta. Unlanura gris con los tonos rojizos de sierra arenosa y la enclenque verdura d

sus arbustos. El cielo, al declinar everano, es plido y transparente. Unespesa humareda se despliega perezos

en ese cielo, se va desplazando y sdifumina hasta perderse en las alturapor encima del vuelo de los pjaros

ban comenzado las primeramigraciones: desde las tundras dLaponia, desde los lagos de Suecia, va

os pjaros en tringulo hacia el sur


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as capas de aire vibran con sus alamientras que sus voces slo llegaapercibirse en la tierra a intervalos. Laoye el pastorcito descalzo, que manejun largo ltigo y levanta la cabeza parver pasar las aves. Pero aunqu

mperceptibles, esas voces persistecomo una presencia inquietante.

En el humo danzan unas minscula

partculas brillantes, espejos del solson trozos de papel, blancos o rojizosexpulsados hacia lo alto por el calor de

fuego. Y tambin las alas de lapalomas: privadas de sus refugiosvuelan describiendo crculos, plateadasobre el fondo sombro, se lanzan e


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picado hacia abajo y luego suben dnuevo cada vez a ms altura sin hallaningn sitio donde posarse.

Por debajo, el humo recibe suafluentes. Los puntos claros las casade la ciudad que se estn quemando

aparecen envueltos en una guata negrque expulsa hacia arriba su grasa.

El lento gotear en direcci

nversa a la normal de esta materialquitranada es sacudido por laexplosiones. Unos chorros de polv

salen de pronto de aqu y de all y luegvan perdiendo velocidad, y lanubecillas, entre rojizas y blanquecinasse disuelven en la inmensidad sombra


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somnolienta. Una luz roja se enciende eas curvas de la humareda, desaparece

surge ms all, y cede otra vez ante lnegrura. Abajo, en las fuentes del fuegoel gran ro a cuyas orillas se eleva lciudad es como una lnea de meta

eido de rosa. Los restos de los puenteparecen barcos naufragados.

En la lnea del horizonte, los rpido

aviones van y vienen. Cuando se acercaa las masas de fuego, estalladetonaciones. Para percibir bien todo

os sonidos que oculta el aparentsilencio, hay que estar bastante cerca. Ecomo el martilleo de una gigantescforja. Los caones de los tanque


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disparan con aplicacin, acelerando sritmo como si tuvieran prisa. Y con ellose mezclan los sonidos sordos, comvacos, de la artillera antiarea, locuales dan la impresin de qudescorchan enormes botellas. Y,

ntervalos regulares, resuena con suejanos ecos la artillera pesada; y e

estridente chirrido de los morteros e

como si dieran cuerda a un viejo reloenmohecido. Las explosiones de labombas se suceden por series y luego s

distingue el fondo del estruendcompuesto por pequeos tiros repetidosel crepitar que va amplindose paruego apagarse de las arma


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automticas, un ruido cuyo diagrampodra tener la forma de unos pequeoarcos.


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VI

Al suroeste, se interrumpa de pronta ciudad. Unos grandes bloquemodernos limitaban all los campos darena y de patatas. Haban trazado lacalles, pero an no se haba construidnada; y para unir las casas slo contabacon senderos.

Las mujeres de este barriaprovechaban los instantes en que eiroteo disminua para salir al campo

levarles a sus hijos patatas y zanahoriaarrancadas a toda prisa. Aquella tardeunos destacamentos de la divisin de la

S. S. Hermann Goering empezaron


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ncendiar las casas.El panorama de la llanura era mu

amplio y produca una sensacin dcalma. Unos grupitos de gentes salejaban con su carga de sacos paquetes. Algunos empujaban carrillo

de mano o tiraban de unos remolquesLlevaban, anudados al extremo de unopalos, pauelos blancos. Los grillo

cantaban entre la avena salpicada dreflejos rojos. Los fugitivos se volvapara mirar los incendios. Se preguntaba

si las llamas habran llegado ya a laventanas familiares y qu muebleestaran devorando en aquellomomentos. El resplandor se reflejaba e


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os ojos del gato que estrechabconvulsivamente sobre su pecho unmujer con vestido estampado. Umuchacho le hablaba al canario qulevaba en una jaula. Estas gentes s

alejaban sin saber adnde iban ni po

qu. Solamente les impulsaba uelemental deseo de huir.

A la derecha del barrio incendiad

se elevaban las filas de bloquenacabados de ladrillo rojo. Frente

ellos se desarrollaba el ataque. Alguno

anques avanzaban arrastrndose por loverdes surcos. Taku taku taku Eeco responda a los disparos. Despude cada uno de ellos, los ladrillo


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pulverizados de los muros rojos sconvertan en nubes. Y cuando stas sdesvanecan, podan verse los agujerode extraas formas que rompan lsimetra de las ventanas. A cada toqude silbato del oficial emergan de l

ierra llana las pequeas siluetas de losoldados con sus uniformes verdososCorran inclinados hacia delante. Est

duraba slo un instante, pues en seguidos soldados desaparecan entre la

hojas de los patatales. Desde lo alto d

as casas, respondan unos disparoaislados. Nubecillas de polvo, qubrotaban por entre los atacanteaplastados en el suelo, indicaban lo


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sitios donde haban cado las balas. Lohombrecillos empezaban otra vez correr. Cada vez haba ms humaredaLas siluetas menudas de los soldados, asonar un toque prolongado de silbato, sanzaron en sentido inverso. Los tanque

daban la vuelta. El ataque haberminado.

El sol se pona y el campo estab

baado por una doble luz: el resplandode la ciudad incendiada, y el del ocasoUnas bandadas de gorriones volaba

muy bajo, rozando la avena. Uvientecillo juguetn se entretenagitando el vestido de un cadver dmujer que yaca, como una muec


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olvidada, al borde de la carreteraVacilantes, los soldados de la brigadauxiliar rusa iban y venan en zig-zagcon las piernas muy abiertas. En eespacio desierto, con el fondo de lalamas teatrales de la ciudad, s

lamaban unos a otros con grandegritos. Estaban aprendiendo el arte dmontar en bicicleta.


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VII

Unos grandes pilones de cementarmado y hierro y la red de hiloelctricos que soportaban, sealaban lva de los suburbios que se alejaban poa llanura hacia el oeste. A breventervalos pasaban trenes formados pores vagones. En la ltima plataform

vigilaban unos guardias con cascapoyando los caones de sus fusilemitralletas horizontalmente, en l

barandilla exterior. Apretujado por lmultitud espantada y lgubre, el profesoGil sinti que alguien le tocaba en l

espalda. Se volvi con dificultad y vi


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que lo estaba mirando con sus grandeojos azules un obrero de rostro grisceo

Profesor dijo entre dientes eobrero, le conozco; ahora tenemoque saltar. Nos envan a Auschwitz parque nos pudramos all. sta es la ltim

oportunidad de escaparnos.El tren se inclinaba en las curvas

Los postes huan con destellos de l

ltima luz del da. El obrero prosiguien un susurro:

Despus ser imposible. Ahora e

a ocasin. Tienen bastante gente y nes har mucha gracia disparar. Hay mprobabilidad si saltamos cada uno haciun lado.


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El profesor le tena cogida la mano su mujer y la acariciaba con ternura. Sia masa de gente que los rodeaba, l

pobre mujer no habra podido sostenersen pie. No levantaba los ojos. Eprofesor procuraba expresarle con su

dedos todo el amor y piedad que sentpor ella. Quera hacerle notar que estaball junto a ella y que no ten

mportancia alguna todo lo que habpasado desde el momento en que losoldados de la brigada auxiliar rusa lo

haba rodeado. Ahora le contest aobrero que se interesaba por su suerte:No, deje usted; todo me da l

mismo, ya que estoy con mi mujer.


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El hombre volvi la cabeza. Gritos palabrotas surgieron de la masa humanencerrada en el tren como ganadocuando una brusca sacudida la zarandeEl obrero se abri camino hacia lplataforma. Pasaron unos minutos

Vaya, despus de todo, no se hatrevido a saltar, pens el profesorpero en ese mismo instante oy una

rdenes rpidas y unos disparos. El trecontinuaba su marcha a la mismvelocidad. Los labios murmuraba

noticias contradictorias: lo he visto; estvivo; no; le han dado; est vivoEl hombre, al caer, tena concienci

de que ya todo dependa del pasado, e


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decir, de la fuerza con que habutilizado la plataforma como trampolnLo ms importante es no caer sobre lorales. Y, traspasado por el hirientreflejo del ral sobre el cual saltabarecibi el choque de la tierra en su

manos y en su cara. Su cuerpo saba qudeba levantarse, pero qued inerte pesar de la violencia de su esfuerzo

Cuando pudo levantar la cabeza, videsaparecer a lo lejos la cola del trenSe dej rodar por el terrapln, Se limpi

a cara. Tena las manos llenas de sangr se las frot con la hierba. A cuatrpatas fue avanzando hacia unochamizos. De vez en cuando, lo m


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doblado que poda, cruzaba corriendos rectngulos sembrados de patatas

Cuando la distancia que lo separaba da va le pareci suficiente, se aplast e

un surco.Se tocaba las rodillas y mova la

muecas hasta convencerse de que no se haba roto ningn hueso. Estaba libre

Se tendi de espaldas, volvindos

despacio para evitarse el dolor de scuerpo magullado. El cielo de la tardse cubra de nubes, hacia las que suba

as humaredas de la ciudad.Se despert en medio de la noche. Amucha altura, por encima de ronroneaban los motores de los aviones


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Los escuchaba apoyado en un codo. Ea oscuridad rojiza que haba sobr

Varsovia surgan puntos rojos brillanteque formaban largas filas rectas. Sentrecruzaban o corran paralelas paranzarse luego al sesgo hacia lo alto

lenando el espacio con su temblor destrellitas mviles. Los reflectoreregistraban el cielo. Estn ah. Per

quines?, se preguntabperezosamente. Aspiraba el olor de lierra. Procuraba figurarse quines era

os hombres que se movan all arriben las mquinas invisibles objetivo de lartillera alemana.

Estaba solo, un hombre solo sobre l


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ierra inmensa y negra. Todo lo quhaba ocurrido ltimamente giraba en como un disco silencioso. De pronto ssenta seguro, aislado por un cortdecisivo de su vida anterior y de lciudad que haba habitado desde s

nfancia. Pues bien, que se queme. Am qu me importa?. Se haba liberaddel deber: haba cumplido con su debe

ahora poda mirarlo todo sin tomaparte en nada. Era un buen plan. Pero eseguida se avergonz de su

pensamientos, y con la vergenza lrenaci el odio.Que el diablo se los lleve a todos

Sus cafs iluminados de antes de l


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guerra, sus coches, las toilettes de sumujeres y l y sus semejantes vivanen cambio, al da, ganando lestrictamente necesario para subsistir. Ycmo era posible que se hubiera dejadarrastrar despus, en el primer ao de l

ocupacin? Claro que se trataba dsalvar a la Patria luchando contra loalemanes. Pero en las palabras de lo

otros haba siempre un tono falso y nadquedaba claro. Ya no ser como antes da guerra; vendr un mundo nuevo

Felicidad para todos, pero era unfelicidad indeterminada, y todos decano primero es vencer a los alemanes

Todas las noches cubra con papel l


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bombilla, dejaba la pistola al alcance dsu mano y se sentaba. Senta como si lhubieran engaado. Y el peligro qupasaba cada da, la llegada de lGestapo que lo detuvo cuando sala buscar pan, el cambio de nombre, s

ciudad agonizante: todo eso, en ciertmodo, formaba una unidad. Una pocacabada y vaca de sentido. Jam

volvera aquello.Se acord de Gil. Esto ya era otr

cosa. El director del peridico n

estimaba en mucho los artculos deprofesor, que se publicaban muy darde en tarde. Los llamab

despectivamente un galimata


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ntelectual. Usted, Martyniak, es usoador, sola decirle. Pero aquel Gino menta como ellos. Siempre quedabalgo de lo que escriba.

La tierra. A lo lejos, ladraban loperros. Pensaba slo que exista y qu

por encima de l estaba el cielo dondronroneaban los motores lejanos. Sesforzaba en distinguir entre los fuego

mviles y las estrellas.


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VIII

Los aviones que dejaban caer armamuniciones sobre Varsovia tenan qurecorrer un largo camino. Partan dBari, en el extremo meridional de lpennsula italiana, volaban sobre todo esur del Continente europeo y penetrabaen Polonia por el lado de la

cordilleras. Los que lograban burlar lacortinas de disparos antiareos realizar su misin, tena

nmediatamente que emprender la rutde regreso, ya que los rusos les habanegado el derecho de aterrizar en su

aerdromos. Las tripulaciones estaba


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formadas por polacos o ingleses.Edmundo Lompa, soldado de l

divisin de S. S. Hermann Goeringencontr en el campo cerca de Varsoviaunto a los restos de un avin derribado

un carnet negro. Lo guard com

recuerdo. Haba visto caer aquel avinLo haban alcanzado encima de lciudad y vena tocado, volando mu

bajo y arrastrando una larga cola dfuego. Lompa era silesiano; en su cashablaba polaco con sus padres

Movilizado a la fuerza en las S. S., shaba encontrado en varios frentesDespus de la guerra, no saba quhacer. Sus padres se haban quedado e


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Silesia, pero l no se atreva a volverSe alist en la Legin Extranjerfrancesa y lo enviaron a IndochinaHasta 1946 no lleg el cuadernito negra manos del pastor protestante NathaHawkes, en Hobart-Town, Tasmania. L

ltima pgina escrita por el hijo dHawkes, el que pilotaba aquel avin quLompa vio caer, deca lo siguiente:

Detalles. Voy hacia Julia. Murogruesos; sombra azulada. Una parrdensa en torno a una ventana. En la mes

de madera gastada, un jarro de barropan, y la familia cena. Detrs de unpuerta abierta, una luz intensa. El vinse ilumina en los vasos. Las mano


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sobre la mesa: la tangibilidad, lredondez del poderoso cuerpo humanoLos cuellos: Mi amiga tiene el cuellransparente y por eso veo cuanto com bebe. Recuerdo esa cancin. Detr

de ellos, en las paredes, unas cacerolas

Brillo del cobre.Los detalles son lo ms importante

Cuando se tiene un detalle, hay qu

descubrir luego el detalle del detalleEsta familia es italiana: pero slmportan los vasos, las manos, cad

rostro, las cacerolas de cobre, y lnfinita cantidad de formas y matices dcolor. Sin embargo, un detalle no dirnada si se reduce exclusivamente a


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color y a la forma, es decir, si nreconocemos que es un detalle. Sermala pintura.

Hoy le he dicho a Julia que despude la guerra me quedara. Pobre Betsy

n Englishman italianated is a devi

ncarnated. Hay que situarse donde hayms detalles y menos abstraccin. Lvida de las gentes es muy desigual. Par

unos el mismo espacio est lleno ddetalles, de matices, de reflejos; otrosen cambio, dicen: mar, tierra, cena,

eso es todo. Para enterarse, hay qufijarse en los pequeos objetos que tiena gente, objetos que revelan costumbresiglos acumulados. La guerra es buena


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a pesar de todo.Con Julia, ms all del pueblo

entre los olivares cerca de los viejooneles de vino. No hay ni un alumn

que comprenda de verdad lo que diceos libros escolares. Slo ven en ello

smbolos. Pero nada podra existir si nsupiramos que es posible conocer lfelicidad.


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IX

Foca concentraba su atencinApretaba los labios y guiaba los ojoal limar el metal. Su tnica grasientaque haba sido azul, le estaba demasiadancha y le daba a su largo cuerpcargado de espaldas un aspecto ridculoTena sobre la manga el brazalete de

Ejrcito del Pas. Foca deba sseudnimo en la lucha clandestina a smanera somnolienta de moverse y a qu

una vez, en la escuela, haba sidcampen de natacin. Todo el stanoconvertido en taller, resonaba con la

perforadoras, las limas y los m


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diversos martilleos. Frente a Foca, contraluz ante la entrada, estaba umuchacho con casco y pantera de laS. S. En la cintura llevaba una granadde mano. Foca levant la cabeza.

Te digo que quince. No podemo

dar ms.El muchacho lanz una palabrota.Por lo menos necesitamos veinte

o tenemos ya con qu cargar lapistolas.

No sois los nicos. No podemo

dar abasto para todo. Adems oadvierto que las balas son mucho peoreque antes. Falta material.

Entonces, cmo las hacis?


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Tenis botellas?S, pero no son automticas. La

que hemos recibido tienen mecha. Euna pelcula que es preciso encender.

Y cmo os va? Hay mucha pelepor all?

Hoy estaba tranquilo. Doheridos. Ayer soltaron un goliathHemos incendiado el tanque y matado

os alemanes que iban dentro. Perhemos perdido cinco muchachos.

Y elgoliath?

Ha estallado. Es una lstima.S, qu lstima! Tanta dinamita.Entonces, maana?Maana.


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Foca trabajaba. Era lo mejor que spoda hacer. Todo iba muy mal. Focsenta que su profunda clera se le ibransformando en un sentimiento distinto

no saba en qu. En el transcurso daquellas semanas haba pasado por fase

muy diferentes.Todo haba empezado a las cinco d

a tarde. Estaba en la calle porque iba

visitar al viejo jefe socialista ArtymEvidentemente, la insurreccin no podestallar; haba sido aplazada. En aquell

situacin, habra sido intil. Querhablar con Artym del inmediato futurode lo que haba que hacer ahora que epas tena dos gobiernos rivales. D


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pronto, vio que toda la gente corraMir en torno suyo y vio que por lacera, detrs de l, avanzaba una masde jvenes a la que se unan sin cesaotros que salan de las casas. En cabezba un muchachote rubio con un fusi

ametrallador. Gritaba: Adelante!. Lodems respondan con voz inseguraAdelante!. Foca observ que s

agrupaban con temor detrs del jefe que las armas que llevaban eraescopetas de caza. Los transentes qu

huan empezaron a desaparecer por loportales. De las esquinas de la calle, dos fortines de cemento armad

adosados a los edificios alemanes


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parti un tiroteo. Los jvenes sdispersaron y Foca se encontrarrastrado por uno de los grupos, que shaba metido en un portal. Subieroodos por la escalera, jadeantes. A sado estaba un estudiante muy delgado

Era muy joven; no tendra ms ddiecisiete aos. Sus cabellos oscuros lcaan sobre la frente y, nervioso, s

buscaba algo en los bolsillos. Fusacando una pequea granada de manoun pedazo de papel arrugado, un troz

de cuerda, y un peine sucio desdentadoFuera de la granada, no tena armasSalgamos por el patio! Venid detrde mi!, gritaba el jefe rubio. E


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estudiante vacil. Dio algunos pasos se detuvo. Foca le vio temblarCastaeteaba los dientes y se pasaba lengua por los labios resecos. D

pronto, se inclin y sali corrienddetrs de los otros.


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X

El muchacho nervioso tiene miedoEn su conciencia hay todava uproblema de lgebra, un sueo erticouna visin de ros, de ciudadedesconocidas, de viajes. En la tibieza dsu carne, al amanecer, est enrolladocomo un muelle de reloj, todo s

porvenir: un inmenso vuelo por encimdel mundo. La libertad, el espacio. Haen l centenares, millares d

antepasados, siglos innumerables dherencia: los que cazaban monstruos dibujaban las siluetas de stos en la

paredes de las cavernas. Los qu


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cultivaban el trigo y se llevaban a loabios un cuenco de tierra par

refrescarse en el calor de la siega. Loque escriban con un estilo en tablillade cera. Y las generaciones que van seguirle a l: los seres desconocidos e

quienes podran perpetuarse su sonrisasu manera peculiar de inclinar la cabezasu sed y su destino personal. Pero lo qu

hay ahora es una calle ancha y vacbarrida por las ametralladoras, y sucamaradas. El muchacho no pued

portarse peor que ellos. Querrapelotonarse, llorando, contra su madreSe siente dbil en este momentmplacable en que es imprescindibl


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avanzar y darse cuenta de que l esl que ha llevado un trajecito dmarinero y que ha jugado con barquitoen el estanque es ahora el objetivo deiroteo, lo mismo que sus camaradas.

Foca lo mira y se avergenz

confusamente. Sabe que el destacamentque ataca los bunkers alemanes de allenfrente no tiene ninguna probabilida

de triunfar. Dnde habrn cogido esaescopetas?, piensa con rabia. Pero erealidad, al comprender que todo est

perdido, se est ocultando a s mismque an no acepta la situacin. Unmujercita rubia de cara rosada e infantilena por completo su persona o m


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bien la envuelve como si fuera su nicraje. No puede comprender; no, no e

posible que est separado de Catalinde pronto y precisamente en medio duna discusin interrumpida por l con uportazo; la primera discusin que haba

enido desde que se casaron haca slun mes. Por qu la habra hecho sufrirDeba correr hacia ella, darl

explicaciones, besarle los pies y pedirlperdn. Pasarn muchos das, cada unde ellos tan largo como un ao, antes d

que se debilite en l la encarnizadvoluntad de llegar al centro de lciudad, donde se ha quedado CatalinaEs imprescindible que vuelva a verla


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aunque sea slo un minuto y aunque este cueste la vida; pero no debe mori

antes. No se declarar vencido mientraaliente en l este impulso. Pero llegarun buen da en que comprenda que sesperanza es una locura, pues no lograr

salir de la Ciudad Vieja, y que debersometerse, como todos los dems, a lfuerza de las circunstancias como si es

otra vida, que haba sido la suya, nhubiera existido nunca en realidad.

Aqu, despus de la guerra, la gentcultiva legumbres en sus pequeohuertos. Es el crepsculo y Foca corr


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en busca de Catalina. Cada paso lacerca ms a ella. Las balas silban poodas partes. Foca, tendido entre lo

patatales, siente las balas trazadoras quvuelan sobre l. Se pega al suelo. Terrode las balas luminosas, cuya velocida

puede adivinarse a simple vista y quparecen, al pasar sobre uno, secoestallidos del aire. Un sueo que sola

ener: una luz le persegua; esta luz tena propiedad de quemar todo lo viv

sobre la tierra. l hua, pero la luz l

alcanzaba y lo mataba. En ese momentse despertaba.Ante l, un muro bajo corta e

campo. En cuanto intente escalarlo, l


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umbarn. Por otro lado del campo, eque no hay muro, surgen dos figuras: umuchacho de botas fuertes y pantalonede jinete con una casaca larga de modentre la juventud dorada; salta de umodo teatral y en la mano lleva u

revlver tendido hacia adelante. Detrde l va una muchacha con el pelrizado vestida con chaqueta y falda

leva un saco en bandolera. Han pasadoDebo avanzar. Ella me espera sdice Foca a s mismo. Adelante!. Y

salta el muro sintiendo cmo quedexpuesta su espalda a los terribletigos incendiados y mortferos. Se dej

caer del otro lado. De manera que lo


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sueos no se convierten siempre erealidad. ste fue su primepensamiento.

Est sentado. La mesa es redonda

a seora de la casa le sirve cafCuadros modernos, tapices, objetos dcermica, tazas de borde dorado qu

vibran con el caoneo. La mujer fumausa una larga boquilla. Su marido, uabogado, ha dejado a un lado el libro d

Huxley que lea. No, por all abajo npasar usted. Hay posiciones alemanasPero esto se va a acabar de un momenta otro. Los aliados han entrado en Pars


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Los rusos cruzan el ro. Esos caonazoque oye usted, ms sordos, son dellos.

Gritos bajo las ventanas; disparos dos tanques. La puerta se abre de golpe

entran unos muchachos muy jvenes co

boinas y cazadoras azules. En la manlevan botellas y granadas. La muje

quiere impedirles el paso. Seores

por favor, no hagan ustedes nada desdaqu! Los alemanes incendiarn lcasa. Pero los muchachos no la ve

siquiera; se precipitan a la ventana anzan sus proyectiles. Explosionescristales rotos por debajo de lacortinas. Las tazas de la mesa le cae


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encima a Foca, a la mujer y al abogadoque estn tendidos en el suelo.

Con una palanca, Foca levanta laosas de la acera y piensa con angusti

que cada hora pasada aqu lo aleja dCatalina y que, a lo mejor, podra pasapor otro lado; deba intentarlo por otra

calles antes de que acaben de levantaas barricadas. Despus no tiene y

siquiera la fuerza de pensar. Est

umbado en la hierba en esta noche dagosto azul marino; en el patio hay usilencio sobrecogedor; slo se oye ecrepitar de las llamas de una casa qu


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arde all cerca; unos reflejos rojodanzan sobre el muro. De pronto, en lainieblas surge un ruido extrao: e

como si alguien se aclarase la voz. Focse levanta, se desliza bajo la ventana ddonde parece venir el sonido. A la lu

del incendio ve una mesa y en ella ungran botella de litro. El rostro pesado leno de arrugas de un hombr

corpulento (un comerciante?, umdico?), y otro rostro bigotudo delgado (un viejo albail?, u

conductor de tranvas?). Levantan el unhacia el otro la mano derecha con evaso Zinn los vasos tintineanProst!, dicen los dos a la vez y echa


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hacia atrs la cabeza para beber. Se oyel glugl del lquido. Inmviles aciturnos, se funden con la oscuridad

Foca re silenciosamente. Percomprende de repente que en estsiniestro rito de borrachos, en esto

rostros cerrados y ptreos, hay undesoladora verdad: saben que no haesperanza.


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XI

El coronel quitaba de su mapa con lmano los pedazos de yeso y calichcados de la pared. Al estallar la bombque destroz una de las casas del grapatio se haba llenado todo de upolvillo blanco. Los ojos del coroneparpadeaban y estaban enrojecidos. S

esforzaba por ver. Su larga nariz dvenillas violetas, esclerticas, sdestacaba entre la harina que l

maquillaba la cara. Pareca una nariz dpayaso. El comandante, fuerte, ancho despaldas, tena sobre la rodilla su casc

alemn. Traz con el dedo


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maquinalmente, una lnea en lpolvorienta superficie del casco. No satreva a ponrselo durante el ataquareo. Miraba al coronel con antipata

o le gustaban estos oficiales dcaballera.

La situacin estaba ya clara el den que los alemanes llegaron al roEntonces se poda escoger. Ahora, lo

barrios que les faltan por liquidar soslo cuatro y los estn rodeando.

Excepto el sur. Por lo qu

sabemos, los nuestros dominan la orillaYa no es seguro.Debemos resistir. sta es l

orden. En fin, nuestro Gobierno


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El comandante avanz el labinferior.

Los rusos no se movern.Pues no hay otra solucin.Yo era partidario de haberno

abierto paso hasta el bosque d

Kampinos. Habramos salvado a muchohombres. Me duele dejar que mueraesas criaturas. Son casi nios.

Ya no podemos abrirnos paso. Edemasiado tarde. Adems, si nosotronos hubisemos escapado, los alemane

habran asesinado a la poblacin civil.He cumplido las rdenes y hperdido la mitad de mis efectivos. Lpoblacin civil, de todos modos, est


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siendo aniquilada. Estas casas viejas svienen abajo con slo tocarlas.

Y la moral?Los mos combatirn hasta e

final.El coronel se limpiaba la cara co

su pauelo y, metindose los dedos podebajo del cuello de la guerrerantentaba sacarse los pedazos de calich

que le haban cado. Pregunt:Y los del Ejrcito Popular? N

comprendo nada. Qu piensan sos

Dnde estn sus aliados?Han perdido casi todo su EstadMayor. Ahora no s lo que hacen. Mdijeron que algunos queran pasar po


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as alcantarillas hacia Zoliborz.Las entradas de las alcantarilla

estn bien guardadas por los nuestros.El comandante miraba el muro, en e

cual se notaban las manchas dejadas poos cuadros que haban estado colgado

all.La Ciudad Vieja es la ms difci

de defender. Esta arquitectura antigua

o queda casi nada de comer y falta eagua. Es cuestin de das.

Entonces, qu?

Pues no queda otro remedio qusalir de aqu como sea, abrindonopaso, si es posible, hacia el barrio decentro. El comandante reflexionab


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Aqu, en este pequeo trozo de tierraodo se terminar para m. Es curios

que de tantos lugares como hay en emundo ciudades, pases y continente sea precisamente este pedacito dierra. Unas casas estrechas del sigl

XVI, los adornos de cuyas fachadas ncluso esculturas y dorados ha

desaparecido con las explosiones

Tabernas en stanos; imprentas dondas hojas de papel de lujo se mezcla

con los ladrillos pulverizados; cripta

en que hombres y mujeres cantan a corsuplicantes letanas mientras colocan os ms dbiles lo ms lejos posible d

a entrada. Hay que evitar que l


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entierren a uno vivo, saliendo de loescombros a cuatro patas, como estpobre mujer que saca un nio muertensangrentado y grita pidiendo ayudpara desenterrar al otro que ha quedadall abajo, sin comprender que el qu

leva en brazos no est ms vivo quaqul. Y el asombro de quienesobreviven: han rezado, han credo, e

el stano, cuando el sacerdote celebraba Misa y les deca que su causa era l

de Dios y que Dios no los abandonar

nunca. Entonces tenan un sentimiento dseguridad; la magia de las palabras dos viejos cantos religiosos se confund

con el profundo instinto que les deca


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no es posible que yo me convierta enada. Los mismos que hace unomomentos les daban la mano, ahoragonizan. Basta un insignificante trozde metal para que todo termine, para qudesaparezcan tantas vidas llenas d

recuerdos: Juan, ponte derechoJuan, cuntas son seis por siete?; Tcomprar una navaja si eres bueno

Mi Juan es el mejor discpuloMuones purulentos, moscardones quzumban en los subterrneo

ransformados en hospitalesnsoportables olores, alaridos bestialede los operados sin anestesia. Ysiempre, en los ojos de todos, como u


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ritmo permanente el ritmo del mund, los grandes chorros de polvo, tierr ladrillo. El mundo es un chorr

permanente: as empezaron los planeta en el espacio planetario todo estallaodo brota en chorro interminabl

durante millones y millones de aos, o que hay sobre la tierra no ha durad

ms en comparacin que un

mariposa nocturna de una luz a otraEsto de ahora es lo mismo: la eternexplosin de la materia.

La Ciudad Vieja est cercada. Eenemigo ataca desde el sur y al mismiempo ataca el Centro por el lado norte

de forma que los defensores de ambo


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barrios no puedan unirse. Empuja suanques, sus goliaths y su infanter

contra las posiciones defensivas deoeste. En las calles estrechas, cerca da catedral de San Juan, batida por l

artillera, se lucha por cada rincn; lo

cascos de la infantera alemana y los dos insurrectos aparecen entrorbellinos de cal y cement

pulverizados. La sorpresa, el choque dos encuentros, las manos que lanza

granadas, el tiro en serie de las pistola

automticas, las lenguas de fuego de loanzallamas quemando vivos a lohombres mientras sus camaradas lomiran de lejos y cuentan las municione


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en manos de los patriotas y desde allpoda llegarse a los botes. Ahora loalemanes han metido por medio sartillera e, instalados en las ruinasatacan las casas que defienden las vade acceso a aquel barrio. Los stuka

vuelan bajo, a ras de las chimeneas. Loque, pegados al suelo, levantan la vistpara ver cmo prosigue la destruccin

sorprenden el momento en que la bombse desprende del fuselaje y llegan verle la cara al piloto. Los stukas n

vienen de lejos. Despegan daerdromos situados al otro lado de lciudad, lanzan su carga y regresan eseguida para no cruzar la lnea de


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Vstula. Como las ventanas de las casadan hacia aquella parte, se pueden veas posiciones de las bateras alemanadetrs de ellas el ro y la otra orilla

en la cual no se sabe dnde acampan lorusos, que esperan tranquilamente l

erminacin de todo aquello.Foca pidi que lo enviaran

primera lnea. Mientras saltaba con lo

dems, cayendo en los boquetes abiertopor las bombas, arrastrndose volvindose a levantar, tena la profund

conviccin de que todo haba terminadpara l. Su pasado se le dibujaba coperfecta claridad. No es esto lo que lsucede al hombre que va a morir a


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nstante siguiente? Haba momentos eque le volva el rostro de Catalina y lvea con sus pestaas claras bajassonrindole como entonces antes ddormirse. Ahora lo nico que importabera cumplir con el deber. Debo imagina

que soy viejo y que lo he vivido todoFoca estaba bien armado; llevaba unSten.

Pero la vida no se cierra nunca de umodo perfecto y lo que deba ser upost-scriptum empieza a desarrollarse

a complicarse. Aquel edificio estaba eel lmite delghettodestruido. Desde subalcones se vea, en gris y rosa, unextensin de escombros en la que hab


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enido tiempo de crecer una hierbbastante alta. Ao y medio antes, aqumismo haba an casas, y desde suventanas los acorralados judos sdefendan de los alemanes con surevlveres. Foca recordaba aquella

semanas. Las armas que l fabricabentonces por orden de su grupsocialista estaban destinadas al ghetto

Pero, aparte de su trabajo, lo nico quhaca Foca era observar, mezclado coa multitud, en la plaza Krasinski. Lo

nios se acercaban para ver bien labateras alemanas. Desde all se veperfectamente cmo se movan locaones a cada disparo, las ventanas po


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donde asomaba una mano armada, lorozos de muro que se derrumbaban

Oh, oh, le han dado, gritaba la genteAll, fjense ustedes; se ha quedadcolgado de la ventana. El vientlevaba hacia las iglesias las nubes d

humo del ghetto incendiado y la gentsala de misa endomingada y se ibuego a ver el carrusel donde montaba

as chicas. Algunas ancianas decanpreocupadas: Han empezado quemanda los judos, pero luego nos tocar

odos los dems. Aqu, en este mismespacio, late el recuerdo de cien mimuertos, doscientos mil, medio milln, cada uno de los individuos qu


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compusieron la masa asesinada por loalemanes tena una historia diferenteprivada; cada uno de ellos tuvo qunterrumpir un amor, una voluntad y un

esperanza. Unos soldados alemanedesplazaban su artillera ligera. A l

ejos, detrs de aquella extensimontona de ruinas, se vea la lneblanca de los barrios del norte. La cas

donde estaba Foca era slida. Loobuses mordan sus muros, pero hastahora el dao no era muy grande. La

ventanas les ofrecan a los defensores ubuen campo de tiro que les permitener a distancia a los alemanes. La cas

vecina, a unos centenares de metros


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estaba ya en manos del enemigo, quhaba instalado en ella unos nidos dametralladoras.

No haba ms alimento que unosacos de guisantes. En los stanos, lamujeres preparaban la sopa. Tambi

era al stano a donde iban a dormir pourno. La mayor parte del equipo s

compona de estudiantes de diecisiete

dieciocho aos que se movan comviejos soldados y llevaban unos cascoenormes para sus dbiles cuellos

Tambin haba hombres mayores. Focfue descubriendo poco a poco quineeran sus compaeros y las tensioneexistentes entre ellos. Como en u


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submarino en accin, nada se borraba no ser en los breves instantes en que ecombate se haca muy intenso. Cada unde ellos haba encerrado en esta casodo su pasado.


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XIII

Danek, el jefe. Antes de locupacin: oficial de carrera, alfrez dartillera. Lleva la cabeza vendada y lacomisuras de los labios le tiran haciabajo como si la piel de la cara lquedase corta. Posee una reserva daguardiente que bebe con moderacin

se mantiene en un estado continuo dexcitacin alcohlica sin llegar nunca emborracharse.

Miguel. Conocido ya antes de lguerra como terico de la revolucinacional; bajo la ocupacin fu

director y casi nico redactor de un


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oja de la Resistencia, donde pedpara el pas un rgimen basado en ecatolicismo y en la dictadura, anlogo ade Salazar en Portugal. Tiene la naricorta y derecha y sus cabellos de urojizo plido empiezan a carsele. S

cabeza parece pequea en proporcin sus anchos hombros. Es corpulento, coargas manos de palmas anchas com

palas. Se uni al grupo cuando unbomba le destruy la imprenta dondedurante las primeras semanas de

evantamiento, editaba los boletines quse difundan rpidamente entre lpoblacin y los soldados. Su mujerenfermera, se halla en la Ciudad Viej


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con su hospital. Danek lo trata comucha consideracin y lo defiendcontra Bertrand.

Bertrand. Es difcil encontrarlo efalta; tirador de primera clase. Siembargo, Danek le encuentra mucho

defectos. Veintids aos, estudiante da Escuela Politcnica. Su cara e

plida, redonda y de aspecto tranquil

aunque de ojos sombros. No oculta lrepugnancia que le producen emilitarismo y la guerra. Sus camarada

de batalln lo llaman con ciertdesprecio el pacifista. Hace pocodas ha retirado del fuego, poniendo epeligro su propia vida, a un alem


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herido. Hay en l algo que impide a lodems tomarse confianza con l. Nlega a ser un compaero y su modo d

pensar resulta muy raro. Acenta estdistancia callndose de pronto, con unsonrisa de disculpa, en medio de un

frase. Escogi su seudnimo para lucha clandestina a causa de su auto

favorito, Bertrand Russell. Se propone

una vez terminada la guerra, dedicarsexclusivamente a la lgica matemticaPara Bertrand lo peor es la presencia d

Miguel. Desea mantener una actituamistosa con l, pero despus de cruzacon Miguel algunas palabras, se alejdeprimido. Y esto le apena. L


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con un disparo. Aquello tuvo graciaBertrand se la qued mirandestupefacto, pero Magda estaba ya lejohaba vuelto a tomar su aire anodino

La verdad es que esta muchacha sconvirti en un personaje con motivo d

su historia con el capitn Osman.El capitn Osman. Nadie sabe nad

de su pasado. Viste un uniform

sombro, algo as como un uniforme daviacin que hubiesen teido de negroDe cara amarillenta, largas arrugas

ambos lados de una boca desdeosa, lmirada de su ojo derecho es burlonasobre el izquierdo lleva un tafetn negren la cabeza una boina tambin negra


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XIV

El conflicto que enfrentaba a DaneMiguel con Bertrand alcanz su mayontensidad el da en que apareci e

Padre Ignacio. Sentado en un bancobeba agua de una botella y echaba atra cabeza dejando as al descubierto e

rtmico movimiento de su nuez. Po

debajo de su pantera colgaba ssotana deshilachada. Llevaba atada acuello una cajita en la que guardaba la

Sagradas Hostias. Todos conocan a estheroico jesuita. Y su presencia entrellos lo cambiaba todo. La tensin qu

pesaba sobre estos hombres como e


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el interior de un submarino perdido ssuavizaba. Por un momento todo parecde nuevo en orden. La guerra volva adquirir su carcter verdadero con lvisita del limosnero. Foca reconoci aPadre Ignacio; saba cmo se llamaba d

verdad. Recordaba este rostro tadelgado y sombro de ojos negros abios finos. Le pareca ver esta mism

boca expresando una gran satisfacciante la exactitud matemtica cuando ePadre, apartndose de la pizarra dond

haba escrito sus frmulas, abarcaboda la clase con una mirada triunfaAhora los labios del Padre Ignaciestaban lvidos; y su rostro, hondament

7/25/2019 El Po

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El Poder Cambia de Manos - Czeslaw Milosz